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ORAR EN EL MUNDO OBRERO CORPUS CHRISTI (26 junio 2011) Lo propio de los cristianos/as es la comunión de vida/amor que Jesús renueva y dinamiza en la fracción del pan, la eucaristía. Todo se resume en vivir la comunión trinitaria y la comunión fraterna desde la comunión eucarística en Jesucristo muerto y resucitado.
VER “El proletariado de siglos pasados se reencarna de alguna forma en el precariado del siglo XXI. Está formado por parados, trabajadores con bajos salarios, jóvenes sin acceso a la vivienda, jubilados con bajas pensiones, inmigrantes explotados, graduados universitarios sin empleo o con trabajos mal pagados, parejas sin perspectiva de formar una familia, prejubilados, habitantes de barrios obreros desestructurados y de comarcas rurales deprimidas… Este precariado se ha ido extendiendo en diversas clases sociales, llegando a afectar incluso a familias burguesas. Padres de clase media ven que a sus hijos, que han recibido mejor formación que ellos, les aguarda un futuro peor. La sociedad se ha ido dividiendo en dos grandes bloques: los satisfechos e integrados, a quienes la crisis lo único que les ha provocado ha sido una disminución de su consumo, y los precarizados y expulsados de la sociedad del bienestar y de los trabajos dignos. El 15-M ha significado la explosión hacia fuera de los humillados y ofendidos por la nueva exclusión social. Se han dado cuenta que los partidos y los sindicatos representan ante todo a los ciudadanos satisfechos e integrados y a ellos solo les aguarda la abstención, el voto nulo de la rabia o el voto desencantado cada vez más sin sentido… Y han atacado al centro de nuestro sistema: el poder político y el poder económico. Y demandan más democracia, más
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soberanía popular, más poder ciudadano. Déficit de democracia, obsolescencia de las organizaciones políticas y sindicales, repolitización y lucha de los ciudadanos que viven la precariedad: esto es lo que manifiesta el 15 M”. “… Sería más útil una estrategia neogandhiana de resistencia, de desobediencia civil, ocupación del espacio público. Una especie de guerra de guerrillas no violenta… Es muy importante generar antagonismo y conflicto. La sociología nos enseña que sin ellos, no hay cambio social. El conflicto social hoy día tiene que ser no violento, pero no por ello debe ser pacato”. “Los cambios prioritarios han de ser el control democrático de la riqueza, una nueva fiscalidad, la creación de una banca pública, nuevas leyes laborales para la democracia en la empresa, la creación de empleo decente y la progresiva extinción del trabajo precario, formas para lograr “trabajar menos, trabajar todos y vivir mejor”, creación de observatorios independientes de políticas públicas, nuevas políticas de acceso a viviendas dignas, etc.” (R. Díaz Salazar, Noticias Obreras 30 mayo, www.hoac.com.es/¿p=3892). La eucaristía es la mesa puesta por Jesús y con Jesús en la plaza del pueblo, también en la plaza de la Puerta del Sol y otras plazas de España y del mundo. Es la aspiración a sentarnos todos en una mesa redonda como el mundo. En esa sentada acogedora e integradora, no quepa duda que canta y danza el Espíritu de Dios, el Dios del Amor universal. Hagamos nuestra oración desde las mejores deseos y luchas por un cambio radical del sistema capitalista actual.
Testimonio “En la misa, las palabras y los episodios de la Biblia no son solamente narrados, sino revividos: la memoria se hace realidad y presencia. Lo que sucedió en ´aquel tiempo` tiene lugar en este tiempo, hoy, como le gusta expresarse a la liturgia… … Me vino a la memoria algo que había leído de C. Carretto sobre la oración: Hay tres cosas muy importantes en mi vida: el Cosmos, la Biblia y la Eucaristía. Podría orar bajo las estrellas que me representan el Cosmos; podría orar ante la Biblia que es la Palabra de Dios. pero, si puedo, prefiero orar ante la Eucaristía que es la presencia del Creador de todo y la Biblia nos lo presenta como Salvador del mundo. Las tres tienen algo divino y por ello, son dignas de estar ante mí en la oración, pero la tercera realidad es la más grande. La Eucaristía es la plenitud del don, es la perla escondida en el misterio de la Escritura, es el monte Tabor. La Eucaristía es Dios hecho presencia en mi caminar. Si dejo algún día de estar de rodillas ante el tabernáculo, siento en mi alma que me falta algo. Tengo necesidad de amar y ser amado y nada me refleja mejor el amor de Jesús hacia mí que el evangelio y la presencia eucarística. Si sigo siendo militante de la HOAC, os aseguro que es por los ratos que estoy en este Tabor… El signo del pan me oculta y me señala a la vez a Jesús; la fe, la esperanza y el amor cortan la barrera que me separa de Él y dejan al descubierto su presencia. Es el mismo Jesús, el Hijo de Dios y de María, el Jesús de Belén y de Nazaret, el Jesús de la Cena, el Jesús del Calvario y la Resurrección, el Jesús de ayer, de hoy y siempre…” (J. Arcusa Lahoz, “Datos biográficos y reflexiones de un militante de la HOAC”, mecanogr., 176-177).
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ORACIÓN CON EL PAN EN MIS MANOS (Marcos Alemán, en Alandar setiembre 2010) Con el pan en mis manos sobre el altar de la vida quiero andar. Con el pan en mis manos quiero llevarlo a los hambrientos de nuestra historia. Con el pan en mis manos el desierto reverdece, brota sangre y agua. Con el pan en mis manos me animo a correr piedras, destapar cuerpos olientes, para que los vuelvas a ungir con tu perfume de resurrección. Con el pan en mis manos me quedo junto a ti para seguir horneando la vida. Contigo, tomo partido por los tuyos. Con el pan en mis manos las fronteras se vuelven tienda de encuentro y el grito de los excluidos, tu Evangelio de siempre. Con tu pan en mis manos… nos lanzamos detrás del escándalo de compartir, en esa lucha por la inclusión. Con tu pan en mis manos queremos anunciar y denunciar lo que hemos visto y oído. Con tu pan en nuestras manos no queremos perderte de vista, ni dejar de anunciar tu Reino y comulgarte en manos de otros y otras.
PALABRA DE DIOS Juan 6, 51-58 “Yo soy el pan vivo bajado del cielo: el que coma pan de éste vivirá para siempre. Pero, además, el pan que voy a dar es mi carne, para que el mundo viva”. Los dirigentes judíos se pusieron a discutir acaloradamente: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Entonces Jesús les dijo: “Pues sí, os aseguro que si no coméis la carne y no bebéis la sangre de este Hombre, no tendréis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día, porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él. A mí me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo gracias al Padre; pues también quien me come vivirá gracias a mí. Aquí está el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, que comieron, pero murieron: quien coma pan de éste vivirá para siempre”.
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PARA COMPRENDER EL TEXTO Este texto es el equivalente a los relatos de la última cena en los Sinópticos. Es un texto añadido al discurso del pan de vida de Jesús (Jn 6, 1-50). La connotación eucarística se expresa claramente en la comida de su carne y la bebida de su sangre. La frase: el pan que voy a dar es mi carne, para que el mundo viva, es similar a la de la cena de Lc 22,19: esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. La eucaristía, según este texto, ocupa un lugar vital para el cristiano y la comunidad cristiana. Jesús es el pan de vida, que sacia plena y definitivamente el hambre existencial de cualquier persona humana. Para los cristianos, en la eucaristía recibimos vida y vida en plenitud, para siempre –eterna–. Esta vida es el mismo Jesús entregado, sacrificado, muerto por nosotros. Le quitan la vida, pero realmente es él quien la da libremente (Jn 10, 18). Es una donación y generación de vida acrisolada por el dolor, por la muerte. ¡Cómo es posible este misterio de una pasión de amor que atraviesa el corazón y hace manar del mismo un torrente inagotable y desbordante de vida para todos! Quien come a Jesús en la eucaristía, vive unido a Él –sigue conmigo y yo con él–. El cristiano sigue viviendo, sigue el camino de vida y misión (indisociables) de Jesús. El cristiano vive desde Jesús y en Jesús. En realidad, es Jesús quien vive en él: ya no vivo yo, vive en mí Cristo (Ga 2, 20). El existir cristiano es una experiencia realmente mística de encuentro/comunión/comunicación permanente con Jesucristo. Y este vivir en/con Cristo es alimentado por la eucaristía: quien me come vivirá gracias a mí. Comer su carne - beber su sangre significa celebrar en cada eucaristía la entrega de amor hasta la muerte de Jesús por la humanidad y por nosotros –su carne entregada su sangre derramada–. Celebración no ritual, sino de comunión real de vida y de amor de cada cristiano y de la comunidad cristiana con Jesucristo. Así es como Jesús une a la comunidad, la reconcilia, le infunde fuerza y dinamiza su comunión en el amor tanto a nivel interno como hacia la liberación de todos los oprimidos por el mal. El misterio/sacramento de la muerte injusta y humillante de Jesús es su virtualidad portadora y dadora de vida en el amor, capaz de destruir el poder negativo y destructivo del pecado, de la injusticia. El cristiano y la comunidad cristiana se identifican con Jesús en la entrega total de su vida por/para los demás. El memorial de la cena del Señor –haced esto en memoria mía– se realiza no ritualmente, sino existencialmente en un proceso que va desde la eucaristía a la dedicación al servicio de todos, comenzando por los últimos, las víctimas del pecado del mundo. Alabemos al Señor y agradezcámosle con gozo la EUCARISTÍA que celebramos, nuestras eucaristías, todavía demasiado rituales y frías. Bajo un ropaje escasamente atrayente a veces y fuera de moda, celebramos un tesoro inagotable de vida, amor y belleza. Gocemos nuestra unión con Jesucristo, el Jesús glorioso al final de su travesía por la muerte para inundarnos de amor. Somos ahora nosotros quienes hacemos esa misma travesía pascual, sostenidos y alimentados por Él. Y gocemos la comunión fraterna y eclesial, y la comunión abierta a todos los hombres y mujeres, pueblos y culturas. Pero la validación de toda verdadera comunión pasa por la encarnación en el
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amor con los empobrecidos, los últimos. Oremos desde nuestra encarnación en la pobreza y debilidad del mundo obrero.
ACTUALIZACIÓN DE LA PALABRA En el bautismo ya nos identificamos con Jesús siendo incorporados a él, muriendo y resucitando con él a una vida nueva (Rm 6,5). Pero es la eucaristía el sacramento/misterio que sostiene y dinamiza nuestra incorporación a Jesús, formando, todos unidos, un solo cuerpo con Jesús: Como hay un solo pan, aun siendo muchos formamos un solo cuerpo, pues todos y cada uno participamos de ese único pan (1Cor 10, 17). La eucaristía no es un ritual a través del cual ofrecemos algo a un Dios distante y superior, como sucede en todos los rituales sacrificiales religiosos. La eucaristía es una celebración comunitaria en la que toda la iniciativa y protagonismo es de Jesucristo muerto y resucitado, que construye, anima y dinamiza con su Espíritu la vida de la comunidad cristiana. Jesús: -
convoca a la comunidad y se hace presente en ella;
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se comunica, habla, evocando y actualizando su memoria, la de su camino de liberación de los empobrecidos a través del servicio y de la entrega;
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se nos da totalmente él mismo, toda su vida; Jesús “sacramentado” es el Jesús real glorificado, en su actitud de ofrenda existencial al Padre por todos, por nosotros. La comunidad cristiana:
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acoge a Jesús, le escucha, se une íntima y místicamente a él, comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre;
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incorporada a Jesús, vive la comunión fraterna de vida, bienes y acción;
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hace memoria de Jesús, de su muerte y de toda su vida dedicada a los últimos, a través del servicio de la comunidad a los empobrecidos.
La eucaristía no es un ritual sino la acción liberadora, humanizadora y comunional de Jesús en la comunidad, a través de la acción más común y ordinaria, pero más cargada de resonancia vital y comunitaria: una comida de pan y vino, de los alimentos más básicos de la cultura mediterránea. Se trata no de una comida de comunión de la humanidad con la divinidad, sino de una comida de comunión del Padre en Jesucristo por el Espíritu con la comunidad cristiana. Hasta el punto de que los alimentos naturales de pan y vino son “transignificados” en “el cuerpo y la sangre” de Jesús. No somos nosotros quienes nos ofrecemos a Dios, sino que es Jesús quien se ofrece y entrega al Padre y a nosotros. Solamente entonces, unidos a Jesús y formando un solo Cuerpo con él, nos ofrecemos todos al Padre. Es todo
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el “Cuerpo de Cristo” (Jesús y los cristianos) quienes nos ofrecemos al Padre para la salvación del mundo. Nuestra ofrenda/sacrificio al Padre conlleva la ofrenda/sacrificio a los hermanos en la comunidad cristiana y en los empobrecidos. “Comer de este pan vivo supone identificarnos con Jesús, asimilar en nuestro propia existencia su camino histórico: sus criterios, sus actitudes, su modo de relacionarse, su pasión por la vida, su predilección por las personas más pobres y excluidas… haced esto en memoria mía… vivir como Jesús partiendo y repartiendo todo cuanto somos y tenemos” (Antonio L. García, Homilética 2011/3, 302-303).
Benedicto XVI: “La unión con Cristo que se realiza en el Sacramento nos capacita también para nuevos tipos de relaciones sociales: «la "mística'' del Sacramento tiene un carácter social»… De esta toma de conciencia nace la voluntad de transformar también las estructuras injustas para restablecer el respeto de la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios… Precisamente, gracias al Misterio que celebramos, deben denunciarse las circunstancias que van contra la dignidad del hombre, por el cual Cristo ha derramado su sangre, afirmando así el alto valor de cada persona” (Sacramentum charitatis 89). “… Cristo y el prójimo son inseparables en la Eucaristía. Y así todos somos un solo pan, un solo cuerpo. Una Eucaristía sin solidaridad con los otros es una Eucaristía de la que abusamos. Y aquí estamos también en la raíz y al mismo tiempo en el centro de la doctrina sobre la Iglesia como Cuerpo de Cristo, del Cristo resucitado” (Audiencia general 10/12/08).
“Sin la Eucaristía no podemos vivir Para encarnar este estilo de vida necesitamos de la Eucaristía. Sin ella es imposible vivir nuestra vocación cristiana con alegría, valentía y coherencia y mucho más aspirar a la santidad. Así lo entendió San Ignacio de Antioquía, quien hacia el año 110, camino del martirio, escribe en su carta a los Magnesios “¿Cómo podríamos vivir sin Él?”, es decir, ¿cómo podríamos vivir sin la fuerza interior que nos brinda el Señor en el sacramento de su cuerpo y de su sangre? Así lo entendieron también los mártires de Abitinia, coetáneos de los mártires cordobeses en los albores del siglo IV y víctimas como ellos en la décima persecución. El emperador Diocleciano había prohibido a los cristianos bajo pena de muerte poseer las Escrituras, reunirse los domingos para celebrar la Eucaristía y construir lugares para sus asambleas. En la pequeña ciudad de Abitinia, hoy Bedjez-el-Bab (Túnez), no lejos de Cartago, cuarenta y nueve cristianos, treinta y un hombres y dieciocho mujeres, fueron sorprendidos un domingo mientras celebraban la Eucaristía. Estaban reunidos en la casa de uno de ellos, cuyo nombre, Octavio Félix, ha llegado hasta nosotros. Tras ser detenidos, fueron llevados a Cartago para ser interrogados por el procónsul Anulino. Era el 12 de febrero del año 304. El procónsul preguntó a los cristianos por qué habían transgredido la orden severa del emperador. Uno de ellos, de nombre Emérito, respondió en nombre de todos con estas hermosas palabras: “Sin la Eucaristía no podemos vivir”; es decir, sin la Eucaristía nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades de cada día, para luchar contra el mal y no sucumbir a las seducciones del mundo. Después de atroces torturas, los cuarenta y nueve cristianos de Abitinia recibieron la palma del martirio” (Carta Pastoral Obispo de Córdoba, 2005).
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Sí… ¡qué bueno reunirse con los amigos y hermanos/as, convocados por Jesús, que nos comunica palabras de vida y nos infunde paz, libertad, esperanza, amor. ¡Cómo lo necesitamos! Pensemos un poco e ilusionémonos con el mejor encuentro comunitario que podamos celebrar: ese encuentro entrañable es la EUCARISTÍA. Toda Eucaristía es ese encuentro fraterno con Jesucristo. Pero sí es necesario renovar la expresividad, la comunicación y el compartir en la eucaristía nuestras experiencias de vida, nuestras dificultades y fracasos, nuestros esfuerzos, nuestras ilusiones y alegrías. Oremos de este modo las eucaristías que celebramos. Pidamos y agradezcamos la comunión de vida, bienes y acción que se expresa y se alimenta en la comunión eucarística.
Eucaristía en el fracaso “Cuando Jesús celebra la última cena, comparte el pan y el vino y canta el himno pascual bajo el peso de la incomprensión, de la traición y del apresamiento presentido. Cuando las fuerzas de la muerte parecen omnipotentes y determinadas a destruir las comunidades cristianas y las verdaderas realizaciones humanas, entonces nos reunimos para celebrar en cada eucaristía el triunfo definitivo del amor sobre las fuerzas de la destrucción que se abaten sobre la comunidad. Así seguimos el mandato de Jesús: ´Haced esto en memoria mía`” (B. González Buelta, Tiempo de crear, ST, 42). “Lo que celebramos son los pequeños pasos ya conseguidos, aunque limitados, pero embarazados de la verdad definitiva de la vida que nunca pasará. El espíritu festivo, la alegría, el humor… son dimensiones a las que no podemos renunciar, por más dura que sea la realidad, y precisamente porque es dura… Ése es el mandato de Jesús: ´Haced esto en memoria mía`. Cuando las circunstancias pretendan destruirlo todo, cuando parece que se viene abajo la obra realizada y el miedo quiere imponer su dictadura, entonces reuníos y celebrad como hizo Jesús en la noche abrumadora de la Pascua” (60).
Iglesia eucarística “La celebración de la Eucaristía tiene como meta y objetivo la constitución de la asamblea eclesial como Cuerpo de Cristo. La primacía otorgada a la transformación del pan y del vino en el Cuerpo y la sangre de Cristo relega que todo ello apunta a la transformación de la Iglesia celebrante en Cuerpo de Cristo, en la visibilización del Jesús glorificado en la historia de los hombres. Es conveniente recordar que la tradición teológica designaba inicialmente a la Iglesia como ´Cuerpo (real) de Cristo` y a la eucaristía como ´Cuerpo místico`. … Cada uno de los miembros se descubre como protagonistas del sacramento, como miembros de un Cuerpo que se desarrolla en la diversidad de carismas, como sujeto colectivo responsable de una misión, como piedras vivas de un edificio en permanente construcción… la Iglesia es Eucaristía” (E. Bueno de la Fuente, “Vida de fe y esperanza cristiana”, EDICE 2007, 36-37).
“¡Hasta mañana!” “Miembros de Cristo, miembros unos de otros… No solo somos de Cristo, ¡somos Cristo!
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… Con Cristo sacrificado y perennemente ofrecido en los altares de la tierra, sacrificándonos y ofreciéndonos con Él. Si Cristo se nos da como hostia cada día, cada semana, nosotros hemos de ser para Él su hostia diaria, perpetua. Y no solamente en el tiempo de nuestra misa, de nuestra comunión, también en el tiempo de nuestro trabajo. La “Encarnación” es el régimen cristiano…, nada debe permanecer impenetrable a la savia divina, nada debe quedar al margen” (Boletín Dirigentes HOAC, 9-1948).
POEMA-ORACIÓN (P. Casaldaliga) MI CUERPO ES COMIDA MIS MANOS, esas manos y Tus manos hacemos este Gesto, compartida la mesa y el destino, como hermanos. Las vidas en Tu muerte y en Tu vida.
El vino de sus venas nos provoca. El pan que ellos no tienen nos convoca a ser Contigo el pan de cada día.
Unidos en el pan los muchos granos, iremos aprendiendo a ser la unida Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos. Comiéndote sabremos ser comida.
Llamados por la Luz de Tu memoria, marchamos hacia el Reino haciendo Historia, fraterna y subversiva Eucaristía.
Huésped me fue palabra misteriosa. Huésped es el que viene de muy lejos, de algún pueblo que nunca habremos visto. Huésped es el que viene por la noche, toca la aldaba de la puerta y todo el umbral resplandece como nieve. Huésped es quien se sienta a nuestra mesa sólo por una noche, y no se acierta sino ya a oír lo que su boca dijo. Huésped es el que alegra con su rostro, y alumbra con sus manos nuestro pan, y no logramos recordar su nombre. Huésped es el que ha de partir, al alba.
(Fina García Marruz)
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