Cuadernos de Fe y Justicia - 2da Edición

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REVISTA VIRTUAL www.hogardecristo.org.ec SCANEA EL CÓDIGO #02 Cuadernos de Fe y Justicia

En las Fronteras

Esta es una publicación colaborativa impulsada desde la Comisión de Fe y Justicia del Directorio de Hogar de Cristo. Es el fruto de la reflexión de mujeres y hombres interesados en la realidad que se vive en las fronteras de la exclusión.

En las Fronteras es una publicación digital. Si desea suscribirse o contribuir con algún artículo relacionado con justicia social, por favor escriba a: contacto@hogardecristo.org.ec

Elaborado por Comunicaciones

Hogar de Cristo

Redacción y Edición: Wendy Zambrano Manners

Diseño y Diagramación: Gabriela Chica

Año de publicación: 2024

Fotografías: Banco de imágenes HC, Gabriela Chica

Número: 2

Año de publicación: 2023

Coordinación y Consejo Editorial: Comisión Fe y Justicia Directorio Hogar de Cristo

Roger Arosemena

Cristian Gaibor

Con información extraída del informe de cierre de proyecto: 231-006-1025 ZG

Anastasio Gallego

P. Carlos Ignacio Man Gin S.J

Comunidades de base del noroeste de Guayaquil impulsan el acceso legal a la tierra y el desarrollo de su territorio.

Fernando Robalino

Financiado por

José Luis Troya

P. Eduardo Vega S.J

Wendy Zambrano Manners

IHR HILFSWERK

Edición de textos: Wendy Zambrano Manners (Comunicaciones Hogar de Cristo)

Diseño y Diagramación: Ericka Zamora Marquez (Comunicaciones Hogar de Cristo)

Proyecto ejecutado en Guayaquil – Ecuador

Fotografías: Banco de Imágenes de Hdc

Años: 2020 al 2023

*Los datos de autoría o fuente de información se encuentran en cada artículo

Otros textos extraídos de:

Datos de contacto:

Libro “Memoria institucional de Hogar de Cristo – 50 años, 50 hitos”.

Dirección: Av. Casuarina. Coop Sergio Toral, Mz 101 Bloque 1 (Perimetral Noroeste)

Teléfono: (04) 390 4449. Ext. 108, 107

Guayaquil – Ecuador

El P. Pedro Arrupe y el Papa Francisco

Al presentar el en número 2 de este Cuaderno EN LAS FRONTERAS, a dos personas que han marcado la historia, el caso del P. Arrupe, y que están marcando el camino del futuro de la Iglesia Católica, en el caso del Papa Francisco, tal vez los y las lectoras se pregunten: ¿Qué han hecho o qué está haciendo cada uno?

Esta publicación se motiva por algo especial: "La ocasión más obvia es que parece que finalmente ha llegado la hora del reconocimiento eclesial de este gran hombre, vetado por la cúpula de la Iglesia durante décadas, con la apertura del proceso de canonización el 5 de febrero de 2019". Así dice en P. Pedro Miguel Lamet en una entrevista a RELIGIÓN DIGITAL con motivo de la publicación de un libro titulado AMEN Y ALELUYA, una biografía del P. Pedro Arrupe.

El Proceso está caminando sin prisa pero sin pausa, y es un motivo muy importante para quienes hacemos EN LAS FRONTERAS.

Sobre estos dos personajes escriben 3 Jesuitas: El P. Gabriel Vilardi, desde Brasil, el P. Fabricio Alaña desde Manta y el P. Carlos Ignacio Man Ging desde Quito. Y ello en el marco que abre NELSA CURBELO desde Guayaquil marcado por la violencia.

En el caso del P. Pedro Arrupe fue testigo del mayor horror de la historia: la explosión de la primera bomba atómica en Hiroshima- Japón cuya experiencia le marcó la vida y su trabajo por los más pobres en la búsqueda de JUSTICIA.

En el caso del Papa Francisco, con su pedido y trabajo permanente por el derecho a TIERRA, TRABAJO Y TECHO, de los desechables, de los sin TIERRA, SIN TRABAJO Y SIN TECHO.

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UN AÑO NUEVO QUE NACE VIEJO

Por: Nelsa Libertad Curbelo Cora (Montevideo, 1 de noviembre de 1941) es una activista por la paz y escritora uruguaya radicada en Ecuador.

Acabamos de pasar las fiestas de fin de año que se han celebrado con ruido, luces, cohetes, aún en Galápagos donde está prohibido. Como sociedad nos hemos acostumbrado a buscar como evadir la ley y muchos abogados han hecho de su profesión una especie de venta al mejor postor. Aunque lo que se defiende esté reñido con la ética, con el respeto, con lo que hace que la convivencia sea un bien que en conjunto cuidamos.

En el país, Esmeraldas vive su propia guerra interna, al margen de los deseos y abrazos de una población que anhela un buen año nuevo. Fuego, secuestros, muertos y en el resto del país encuentros, atuendos, comidas, cohetes. A veces nos recorre un escalofrío: ¿son fuegos artificiales o balas? Los animales jadeando, se esconden. En muchos barrios de la ciudad para salir de su perímetro deben justificar donde van. Nadie entra, nadie sale sin perm iso, solo ambulancias y quien demuestre ser pariente. Somos casi con orgullo el país más violento de América Latina. Y la zona 8 de Guayaquil va camino a convertirse en la tercera ciudad más violenta del mundo, solo superada por 2 ciudades mexicanas.

En el resto del mundo, las guerras cada vez más violentas y sofisticadas buscan un objetivo donde los seres humanos son números, piezas perdidas o rescatadas, importantes si son de los míos, los demás no importan. Se trate de Ucrania y Rusia, o de Israel, Hamás y el pueblo palestino, cada parte dice tener la razón, se considera víctima y el otro, ese gran desconocido, es alguien que pueden matar, secuestrar, torturar, porque no les reconocen como humanos, no importa su sufrimiento, aun cuando sean niños.

Cuando las religiones se convierten en ideologías al servicio del poder político o del dominio de un pueblo sobre otro, cuando en vez de poner fin al odio y la violencia son ellas una de las causas de ese desajuste profundo que hace un dios a nuestra imagen y semejanza, y se convierten en una muralla donde se estrellan millones de sueños y vidas humanas, sabemos que es urgente reencontrarnos con el sentido de la vida, personal y colectiva, sabemos que debemos retomar el rumbo.

El poder, el miedo y el odio son muy malos consejeros. Ese caldo de cultivo puede llevarnos a extremos inauditos. Asumir nuestra responsabilidad individual en esa realidad es imperioso. Siempre hay algo que podemos y debemos hacer para que el amor triunfe sobre la muerte, la mentira y la corrupción. Internamente, en el país, hay una enorme población desplazada a causa de la violencia, dejan sus casas, sus negocios, sus amigos, sus amistades y huyen. ¿Quién se hace cargo, quién auxilia a nuestros compatriotas, mientras opinamos sobre otros migrantes, si deben ser acogidos ó no.?

¿Quién se hace cargo de una juventud sin rumbo acosada por el encierro del COVID y ahora del miedo que genera salir en la noche, ir a centros comerciales o circular por las calles, además de no poder concurrir a escuelas y colegios porque alguien espera a una víctima, para agredirla? O las bandas están al interior de los mismos colegios y universidades y el silencio es el refugio y la muralla para sobrevivir.

En mi jardín una oruga hermosa, mimetizada con la rama, acaba con las hojas del árbol de Navidad y los caracoles se esconden en las hierbas luego de un enorme festín nocturno que dejó agujeros en bellas hojas y en algunos casos plantas muertas. La cochinilla se resiste a partir mientras lavo con esmero, hoja por hoja, la veranera que me regala hermosas flores de varios colores.

Los sapiens, nosotros, únicos sobrevivientes de las razas humanas que han habitado en esta tierra pequeña y fecunda, nos dedicamos a exterminarnos unos a otros y de paso, porque somos uno, la naturaleza que nos cobija, nos nutre y nos sostiene. Somos depredadores feroces e inconscientes. Lo que la planta tiene de florido vive de lo que tiene sepultado Lo que vemos y sufrimos de nuestra violencia colectiva se alimenta de lo que cada uno y en conjunto es, hace, permite o calla.

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Una vez que creamos el monstruo que nos somete y nos gobierna, es muy difícil derribarlo y aniquilarlo. Adquiere una dinámica propia que escapa de nuestro accionar individual.

A menos que volvamos adentro, al centro potente de nuestra vida, y encontremos el destello de luz escondida que pugna por iluminar las tinieblas, el diamante en que la enorme presión de la vida convirtió nuestro carbón inicial en roca que emana luz, allí, desde ese centro la realidad puede cambiar.

YO SOY, se definió el innombrable, el amor que nos crea y nos mantiene. El que nos dijo que éramos dioses y que seríamos capaces de hacer cosas mayores que las que Él hizo. No basta que algunos encuentren el camino, porque los caminos se hacen en conjunto, de lo contrario son huellas que el tiempo, el viento, el sol y las lluvias borran.

Hacen falta muchos para construirlos.

En la arena se esfuman, en la tierra hay que constantemente mantenerlos, en la roca es más difícil, pero perduran.

Para que se mantengan es necesario recorrerlos, una y otra vez, conocer sus misterios, sus recodos. Su secreto es que siempre conducen a alguna parte donde otros seres humanos habitan y esperan.

Este ciclo que comienza, 2024, nos necesita alertas, conscientes y unidos porque reaccionamos o desaparecemos como sociedad que dice amar la paz y quiere lograrla.

Para los cristianos nuestro desafío pasa por recuperar la Palabra de Dios, esa que se dice y se escucha en los textos sagrados, en la naturaleza, en las personas que encontramos en los aconteceres diarios, la palabra de las mil voces y dialectos que se engendra en el silencio y que no deberíamos encasillar en el corset de lo ya sabido sino dejarla libre como los pájaros y las flores que se descubren por vez primera, palabra que nosotros también somos, palabra que engendra vida si encuentra el terreno apropiado.

Hay que tomarse el tiempo para escuchar que no es lo mismo que oír. Hay que dejar que nos conmueva, nos interpele, nos acuse, sin que nos defendamos. O nos levante y nos ponga de pie con una alegría y felicidad que resiste las tempestades porque no depende de otros, su fuente es ella misma, es la vida misma de Dios en nosotros. Hay que permitirle que nos transforme.

El espejo que nos refleja el mundo que estamos haciendo, nos devuelve una imagen grotesca que tenemos urgencia de cambiar. Serán parches si actuamos solos, o caminos en la roca si confluimos en propuestas que pongamos en marcha aceptando fracasos, escollos y nuestra vulnerabilidad fundamental, así como nuestra grandeza genética, somos polvo de estrellas, en nosotros late todo el Cosmos, el Dios que nos ama y nos sostiene.

Es posible, siempre lo ha sido.

¿Estamos listos?

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medios de nos dio que por como un toda pues se credos, en toda

EL HOMBRE QUE NO TEMÍA AL CAMBIO

TRADUCCIÓN DE:

Español con 57 años viviendo en Guayaquil. Y trabajando con Campesinos, universitarios y grupos cristianos en la Promoción de la Justicia, la Paz y la Unión de los cristianos de todas las Iglesias

Gabriel Vilardi, SJ* *Jesuita; bachiller en Derecho por la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP - São Paulo/SP) y en Filosofía por la Facultad Jesuita de Filosofía y Teología (FAJE - Belo Horizonte/MG). Cursando Maestría en el Programa de Post-Grado en Derecho de la UNISINOS.

Artículo en portugués publicado en el portal Religión Digital, quien ha otorgado la autorización para su traducción.

Jesuita talentoso, misionero inculturado, discípulo apasionado, el vasco Pedro Arrupe (1907-1991), asumió la ardua y desafiante misión de ser el 27º sucesor de San Ignacio de Loyola, SJ, en los intensos años del Post-Concilio Vaticano II (1965-1983). A lo largo de su formación, además de tener la oportunidad de convertirse en un hombre universal viviendo en Bélgica, Holanda, Estados Unidos y México, quiso ser un hombre de las periferias cuando pidió ser enviado a tierras de Oriente en 1938, deseo alimentado desde su Noviciado.

Algunos años antes, en 1932, con la llegada de la República, los jesuitas fueron, una vez más, expulsados de España. Arrupe, y más de 3.000 compañeros tuvieron que dejar su país y vivir la experiencia del exilio. El anticlericalismo era enorme: Ya desde ahí el joven jesuita cuán nefastos pueden ser la polarización y el extremismo, así como la importancia del Evangelio para iluminar la buena política, como dejaría escrito en sus años de generalato:

“Tenemos que liberar a la función política – que debería ser una función eminentemente de servicio – de las ambigüedades que la comprometen y debilitan, de los intereses que la esclavizan y tienden a imponerla por la fuerza, del peligro de caer prisionera de ideologías falsas o incompletas, de la tentación del odio y de la violencia, y así también liberar todo el potencial que hay en ella para instaurar una sociedad más solidaria y más justa”

Ciertamente, trabajar con migrantes hispanos en Nueva York y con los presos en Cleveland, así como vivir un corto periodo en México le ayudan a ampliar sus horizontes eurocéntricos y constatar un poco el drama de la arraigada injusticia social en América Latina. Eso le ayudaría, años después, cuando ya era Prepósito General de la orden a animar a los jesuitas de la región. El Padre Arrupe, se posicionó con claridad y valentía en una entrevista dada en su viaje en 1971:

“Al pueblo de este continente que late bajo el impulso de tan nobles aspiraciones y legítimas aspiraciones, que sufre a causa de tanta opresión e injusticia, que a veces se desanima y se desespera, Cristo les trae por medio nuestro, un mensaje de esperanza, de salvación y de liberación. No se trata de un mensaje alienante que les aleje de la lucha por el pan de cada día y por más libertad y dignidad aquí y ahora, y si un mensaje de hace suyos los deseos más profundos de este pueblo, que da un nuevo y más profundo valor a su lucha, la mantiene y fortalece para que no desfallezca ni se resigne, y la oriente a un futuro último en el que encontrará su realización plena, un porvenir garantizado por la promesa de Dios.” Este es el mensaje propio nuestro; mensaje profundo, integral, realista, consolador y lleno de esperanza”.

Siguiendo los pasos de San Francisco Javier, SJ, trabajó en Japón por 27 años, donde se dio cuenta que su formación occidental necesitaba ser deconstruida y debería abrir espacio para sumergirse en lo totalmente otro senti-pensar japonés, a través del idioma y del Zen-budismo. En Yamaguchi, permaneció 33 días preso, por sospecha de espionaje, sometido a largos interrogatorios. Tiempo después confesaría: “pasé días y noches del frio de diciembre, completamente solo”, “cuántas cosas aprendí entonces: la ciencia del silencio, de la soledad, de la pobreza dura y austera, del diálogo interior con el huésped de mi alma”. “Creo que fue el mes más instructivo de mi vida”, compartió con la simplicidad que le era natural Allí también fue maestro de novicios (1942-1954) y vivió la traumática experiencia de la bomba atómica, el 6 de agosto de 1945, cuando años después contaría que “Hiroshima no tiene relación con el tiempo: pertenece a la eternidad”. En aquella ocasión, no dudó en abrir el Noviciado para prestar ayuda a los heridos y poner en práctica sus valiosos conocimientos de medicina. Tomó conciencia de cómo los problemas sociopolíticos afectan sobremanera a la vida de las personas y la importancia de que la Iglesia no se exima de esa tarea, si

ANASTASIO GALLEGO.
“El hombre que no temía al cambio”

realmente quiere anunciar el Reino de Dios. Este sentido de urgencia y las distintas dificultades irán a marcar profundamente su gobierno general:

“No sentimos la urgencia de pasar a la acción porque no experimentamos la gravedad la gravedad y la profundidad de las injusticias de nuestra sociedad y la necesidad urgente de remediarlas. No basta con oir, hablar o escribir sobre la injusticia y la opresión. De alguna manera tenemos que conocerla por nosotros mismos, vivirla y experimentarla”

“No debemos ser temerarios o ingenuos, pero cuando se trata de cuestiones de justicia que afectan a los pobres y oprimidos, debemos tener el coraje cristiano de dar ejemplo, asumir la vanguardia y desvincularnos de la protección de los poderosos, conscientes de que nuestra acción nos exigirá probablemente sacrificios, personales y colectivos: por ejemplo , nos podrá privar de fuentes de recursos y obligarnos así a vivir en una simplicidad y en una pobreza a las que tal vez nunca hubiéramos llegado por nuestra propia voluntad y por otros caminos.

A la muerte del jesuita belga, P. Jean Batiste Janssens, SJ., que gobernó la orden desde 1946 hasta 1964, se convocó la 31ª Congregación General, máxima instancia de la Compañía de Jesús. Entre los más opcionados candidatos para la función de Prepósito General estaban los miembros de la curia romana, tales como los Padres Paolo Dezza,SJ (exrector de la Pontificia Universidad Gregoriana y confesor del Papa Paulo VI), John Swain, SJ (vicario general) y Roderick Mackenzie, SJ (rector del Pontificio Instituto Bíblico).

Si bien es verdad que estos nombres representaban, en palabras del historiador Gianni la Bella, “la elite de la Iglesia de Pio XII”, Arrupe implicaba una ruptura con esa línea eclesial. Pero tampoco debe dejarse a un lado, según atestigua el Padre Bartolomeo Sorge, SJ, “por lo menos en los ambientes romanos, los mismos jesuitas que habían votado por él creían haber votado a un firme conservador”. Eso, dice Sorge, “tal vez por ser vasco, oriundo de España.

Mientras, el 28º Superior General de la Compañía de Jesús fue el responsable de aplicar el Concilio Vaticano II en la orden religiosa, con todas las transformaciones que ello exigió. Teniendo que enfrentar algunas fisuras y resistencias internas, en medio de los duros y constantes cuestionamientos que la Santa Sede le presentaba sobre los innumerables jesuitas considerados “rebeldes”, el Padre Arrupe no perdió la serenidad y el brillo de su osadía apostólica. Instó pacientemente a sus compañeros que permanecieran firmes en esa época de cambios que se vivía. No quería religiosos atrincherados sobre sí mismos, sino comprometidos con los temas más candentes de su época:

“Esta independencia respecto de todas las tendencias partidarias es la condición para que podamos cumplir con nuestra misión sacerdotal específica, la misión de predicar el Evangelio con nuestro ejemplo de vida, con nuestra palabra y con nuestra actitud apostólica. Pero esta misión sacerdotal implica una dimensión política. Ninguna persona tuvo tanto influjo en la conciencia y en sociedad política como Cristo, como los mártires, enfrentándose al mito del poder en todas sus formas. Tampoco nos podemos callar ante manifestaciones injustas del poder, sea del poder estatal, sea del poder paralelo e ilegítimo que deriva del abuso de la propiedad. La injusticia con nuestra misión política propia implica que seamos independientes de todas las “políticas””. Nada hay más necesario que nos deja libres para dar testimonio de la verdad, venga de donde venga la injusticia; pues si no se denuncia realmente la injusticia – venga de la derecha o de la izquierda – no se puede abrir el camino a la justicia. No existe neutralidad de ninguna manera. No hay ningún neutralismo, escapismo político o apoliticismo en esta actitud; hay un compromiso social con el Evangelio en toda su dimensión humana”.

Es innegable reconocer que su elección tiene una cierta semejanza con la del primer papa jesuita de la historia. Es evidente que el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, SJ, significaba igualmente una discontinuidad con los dos pontificados anteriores. Nunca fue un curial, al contrario, era un misionero de las periferias del mundo, venido de América Latina. Y muchos miembros del colegio cardenalicio lo creían un conservador. Por eso, podríamos decir que tanto Arrupe como Bergoglio, los jesuitas más “influyentes” de los siglos XX y XXI, respectivamente, eran, al comienzo, apuestas de una “ruptura en continuo de unidad”, o, si se quiere, un cambio suave. Tal vez nada más que eso. Sin embargo, ambos sorprendieron con cambios radicales en la Compañía de Jesús y en la Iglesia, con frutos que aún están por recoger.

Fueron jesuitas los que tuvieron sus tensiones con la jerarquía, pero nunca dejaron de, ignacianamente, “sentir con la Iglesia” (EE 352.370). Incomprendidos por muchos de sus iguales, acusados por ser heterodoxos y herejes, por unos y, muy políticos o hasta comunistas, por otros, jamás perdieron el don de la profecía en el seguimiento del Cristo pobre, como señala el Peregrino de Loyola en sus Ejercicios Espirituales (EE167)

En tiempos en los que el Papa Francisco llama a la Iglesia a escuchar al Espíritu Santo ejerciendo la

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- Papa Francisco
“El hombre que no temía al cambio”

sinodalidad, con amplia participación de todo el Pueblo de Dios, esta entrevista de Arrupe posee desconcertante actualidad. En aquella época, también la Iglesia vivía el Sínodo de 1971 y, como ahora, estaban aquellos que tenían dificultad para avanzar y dejar que los otros avancen. Las palabras del jesuita vascos resuenan con fuerza, alineadas al luminoso magisterio de su compañero argentino:

“Para nosotros como sacerdotes creo que hay otro papel importantísimo y, como diría el Sínodo, ser voz de los sin voz. Hay tantos que sufren, tantos a quienes no se oyen, y no se oye no porque no tengan voz física, sino porque se les anula el camino a los medios estructurales y legales que puedan tener. Cuando hay una injusticia por medio de los tribunales, en la aplicación del dertecho, ellos por ser pobres y no tener los medios suficientes no son escuchados, siguen sin tener voz. Nuestro papel está en, no solamente concientizar a estos para que realmente sientan sus derechos y si muchas veces en llevar la voz allí donde se debe llevar. Nuestro papel no es solamente la identificación con el pobre, el marginado, tratando de encarnarnos con él y sufrir con él, sino que también hay otro elemento que con nuestra formación, con nuestra influencia social podemos utilizar en beneficio suyo, haciendo que esa voz llegue donde debe llegar”

Pedro Arrupe no permitió que los conflictos internos y el riesgo de escisión de su Compañía de Amor impidieran la realización de una profunda conversión de corazones y estructuras para mejor servir al Reino del Amado. Tal como el Papa Francisco ha hecho, supo beber del pozo de la espiritualidad ignaciana y discernir con frescura y firmeza hacia donde soplaba el Espíritu del Cuerpo Apostólico. En tiempos de crisis del liderazgo eclesial, en los que los modelos actualmente asumidos parecen querer volver al clericalismo autoritario pre-Vaticano II, el jesuita vasco puede ser una luz inspiradora.

¡Sin romper la comunión con los sectores más refractarios a los cambios, es necesaria la osadía! Como dijo otro compañero de Jesús, el Cardenal Carlo María Martino, SJ, “la Iglesia quedó doscientos años atrás”. Es imperioso que todos aquellos y aquellas que tengan alguna posición de liderazgo en la estructura eclesial, escuchen con atención los llamados del Señor que prergunta a cada uno: ¿por qué tiene miedo? Y a los demás miembros del Pueblo de Dios, es necesario ponerse en camino.

¡Que el Padre Arrupe, SJ, sea un ejemplo de ejercicio de la autoridad sinodal y profética en la Iglesia que se construye en el siglo XXI!

En las fronteras
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A LOS 50 AÑOS DE “HOMBRES Y MUJERES PARA LOS DEMÁS”

Docente de Etica y Cristología, Pontificia Universidad Católica de Ecuador (PUCE) Manabí. Artículo publicado en el Boletín de agosto de 2023 del Centro Virtual de Pedagogía Ignaciana (CVPI), de la Conferencia de Provinciales de América Latina y el Caribe (CPAL) de la Compañía de Jesús.

Mi experiencia de los textos y testimonios del P. Pedro Arrupe S.J. experiencia de los textos y testimonios del P. Pedro Arrupe S.J. Julio 2023

El. P. Miguel María Mendizábal, jesuita español, fue el secretario personal del P. Pedro Arrupe S.J, durante su provincialato en el Japón de la posguerra, de su reconstrucción y del “Yo viví la bomba atómica”. El P. Mendizábal llegó a conocerlo y a quererlo muy bien, no solo por la fuerza extraordinaria de mover a la Compañía para ayudar al Japón, sino por la importancia que le daba a la esencia de la Compañía: “ayudar a las almas”, sirviendo a Dios en el mundo y en la Iglesia.

El P. Mendizábal, después, estuvo un tiempo en Roma cuando Arrupe era Superior General de los jesuitas en el mundo. Allí, en plena época de cambios y transformaciones y a petición del mismo Arrupe, compiló sus mejores escritos, discursos y charlas como General en aquellos años, y los plasmó en un tomo que se llamó “La identidad de los jesuitas en nuestros tiempos” (1981, Sal Terrae). Este libro fue dedicado “ad usum nostrorum”, para los jesuitas, pero fue complementado con otro que se llamó “La Iglesia de hoy y del futuro” (1982, Mensajero – Sal Terrae). Esa división interna y externa es superficial, a la larga el evangelio es claro: “no hay nada oculto que no sea conocido” (Mc 4: 21-25). No hay nada externo que no sea reflejo de un trabajo interno, como dice la narrativa bíblica: “de la abundancia del corazón habla la boca” (Lc 6:45), pues se ha encontrado un tesoro y no es para dejarlo oculto.

Esos libros marcan el amor interno de Arrupe y la pasión externa que configuran su vida y misión; y como dice la presentación de uno de esos libros: “el estilo –literario- es el hombre, pero algunas veces como aquí, la personalidad del hombre no cabe en el estilo”. Por ello, decir algo sobre Arrupe, es decirlo por experiencia espiritual, gracias a personas (jesuitas en mi caso) y de sus textos que hicieron que me encontrara con él. En especial, en mis dos primeros años de jesuita, en el noviciado del Ecuador en Quito, nos enviaron “como regalo a la provincia ecuatoriana”, al P. Mendizábal, vasco como Ignacio y Arrupe, formado en la escuela del mundo ya que la Compañía lo envió, en sus distintas etapas, a España, Centroamérica y USA, para luego ir de misionero a Japón.

Mendizábal fue mi maestro de novicios y me contagió el amor de Arrupe por el mundo desde la pasión de Dios en los conflictos que la Compañía debía asumir para ser fiel a su misión, la pasión de lo que un “jesuita hoy” (ese hoy fue hace treinta y ocho años) debe tener claro y “vivir” para ser seguidor de Cristo. Me decía: “Lo importante es ser jesuita”, luego ver “si Dios te llama a ser sacerdote o hermano”, y ten claro “que nuestra casa es el mundo”, “entramos a una provincia, pero nuestra casa es cualquier casa que la Compañía tenga en el mundo”.

Y uno de los amores de Arrupe, como de Mendizábal, era san Francisco Javier, el paradigma del misionero, el ideal concreto de lo que pensaba debía ser la Compañía de Jesús según Ignacio de Loyola, siempre listo, como una “caballería ligera”, a recorrer el mundo para dar a conocer a Cristo, y en su pecho colgado el nombre de los primeros compañeros –societas amoris. La Compañía naciente - y es algo que los historiadores hoy deben revisar, como lo propone el padre John O Mally S.J.- no es sin Ignacio; e Ignacio no es sin sus compañeros (en “Los Primeros Jesuitas”). El ideal jesuita, retratado en cómo debe ser el Superior General, es lo que se pedirá tanto a los superiores provinciales, de comunidades, directores de obra, como a cada jesuita: “ser líderes” diríamos hoy, liderar una obra apostólica, “saber gobernarse para gobernar a otros” (Constituciones, en especial Parte VIII y IX).

¿Qué se le pide a un líder jesuita?, ¿qué, en estricto sentido, a cualquier jesuita formado en las Constituciones, Ejercicios Espirituales, etc?: ante todo, su unión con Dios y cómo vive su fe; luego, cómo armoniza y desarrolla su libertad interior (afectos), sus capacidades cognitivas e intelectuales (entendimiento), sus habilidades prácticas y capacidad de ejecutar encargos (ejecución), quedando lo más operativo –bienes del cuerpo y externos. La persona que deseaba formar Ignacio y que plasmó en las Constituciones (redactadas por él, aprobadas y enriquecidas por los primeros compañeros), para orientar la formación de los nuestros, no es solo una persona virtuosa, sino que sea una ayuda para los demás (Constituciones 725). Esta persona ética tiene un talante espiritual, prudencia y discernimiento. Pero el indicador, que es lo que hoy se desea, para motivar,

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inspirar y animar una institución para cumplir sus objetivos, es que “quiera a la gente”. La virtud que debe prevalecer ante todo es “caridad para con los prójimos y amor a la Compañía” (análisis que hace José María Guibert S.J., del liderazgo de san Ignacio y de los jesuitas formados en las Constituciones de la Compañía, en “Liderazgo basado en la Amistad, Cincuenta recomendaciones”, 2021, Sal Terrae).

Y si algo hizo Mendizábal como Maestro de novicios en el Ecuador, fue darnos a estudiar las Constituciones y las Congregaciones Generales de la Compañía de Jesús XXXI, XXXII y XXXIII, que actualizaban, desde una fidelidad creativa, el carisma y la misión de la Compañía.

Arrupe fue el líder de la XXXI y XXXII Congregaciones. Agiornamiento, nos enseñaron, es decir ponerse al día y reformular la misión desde una interpretación viva: fe y justicia como el principio inspirador y unificador de todos los apostolados de la Compañía de Jesús, desde donde se espera formar “hombres y mujeres íntegros”, “hombres y mujeres agentes de cambio”, “transformadores de la realidad” de este mundo injusto y cruel que debe ser transformado desde la mirada misericordiosa de Dios; “contemplación de la encarnación, donde no hay amor que no se refleje en la justicia no meramente distributiva, sino equitativa; dar la oportunidad de crecer, ser y estar en el mundo como si fuera una casa común. Lo que en el programa de Jesús llamaba: “dar vida y vida en abundancia” (Jn 10:10).

Leer directamente a Arrupe o sobre Arrupe es encenderte el corazón y comenzarte a preguntar: ¿por qué yo no?, ¿por qué no ir a Japón? Esos fueron mis deseos iniciales, que tuvieron que ser acompañados y discernidos. Ciertamente Japón no era para mí. ¿Influyó la lectura de Arrupe? Claro, pero el testimonio de Mendizábal también. Vimos que no, lo cierto es que seguí con el bicho de servir a la Iglesia en donde haya más necesidad, más universalidad, por lo que decidí pedir ir de misión a África, lo tenía claro, y escribí. El nuevo Padre General, Peter Hans Kolvenbach, parco y lingüista respondió brevemente: “Tu África es Ecuador”.

Textos que requieren una hermenéutica, por cierto, como cualquier texto, pero la verdadera comprensión se da cuando hay apropiación (P. Ricoeur). Apropiación que se da no para repetir respuestas a contextos ya pasados cincuenta años para aprender a emprender el reto más grande que tiene una formación humana, como nos la da la Compañía a sus integrantes: “formar hombres y mujeres para los demás”. Esto hoy es formar líderes que tomen el timón de este barco –humanidad- que se está hundiendo, es repensar y re-crear, no solo innovar una propuesta formativa, como la que supo dar la Compañía, primero a sus miembros, a los que querían ser jesuitas, luego a la juventud donde está “el futuro de la humanidad”.

La famosa Ratio Studiorum fue el gran plan de estudios de 1599, pero no es un manifiesto de filosofía educativa jesuita.

“Más bien, es una compilación de las mejores prácticas en administración escolar y pedagogía desarrolladas en los colegios jesuitas de ese momento...Busca ser un instrumento práctico para administrar y enseñar con eficacia. Al mismo tiempo, pretende ser un instrumento de control de calidad para los colegios jesuitas. Los primeros jesuitas habían aprendido mucho de esas prácticas en la universidad de París, la aplicaron de inmediato a sus colegios...Algo importante era asegurar una participación activa de los estudiantes en el proceso educativo, y que no fueran aprendices pasivos de información. Era importante tener un currículo en que los estudiantes progresaran desde los elementos más básicos hacia los más sofisticados” (J. O Malley, Comentario a los capítulos 5 y 6. “Una renovación de la educación jesuita basada en la espiritualidad ignaciana”, en el libro Juan Cristóbal García – Huidobro, Sj (Ed) La educación jesuita en la encrucijada, Discusiones sobre la educación jesuita primaria y secundaria contemporánea en América Latina y del Norte, 2021, FLACSI – Mensajero).

Arrupe, Mendizábal y muchos jesuitas que fueron mis formadores e instructores se formaron en esa “Ratio”, que no era un simple plan de estudios y que los hizo capaces de saber leer la realidad y saber buscar alternativas a los problemas del tiempo histórico que vivía la Iglesia y la Compañía. Por lo tanto, la verdadera tradición de la Compañía, testimoniada por sus hombres, es “saber pensar”, “saber contemplar la realidad”, “saber discernir y preguntarse qué es del proyecto de Dios y qué nos pide hoy”, para no quedarse en la mera meditación o reflexión, sino buscar transformar esa realidad para que el proyecto de Jesús se haga visible y comience a producir esa vida buena y libre que tanto anhelan los hombres y mujeres de todos los tiempos. ¿Cómo se fue estructurando esa Ratio? La historia pedagógica de la Compañía se va actualizando, pero hay que decirlo, gracias a los estudios histórico-críticos que se fueron haciendo recién desde fines del siglo XIX y comienzos del XX, cuando “salieron de la caja” documentos y monumentos del archivo histórico de la Compañía en Roma, es qué se ha ido entendido como fuente inspiradora del ser, pensar, actuar formativo de Ignacio y los primeros Jesuitas.

Es claro que los primeros compañeros no querían colegios. Intelectuales de la mejor universidad de su tiempo, con sus maestrados muy arduos de conseguir - distintos a los que hoy se consiguen con diez meses,

A los 50 años de “Hombres y Mujeres para los demás” 8

A los 50 años de “Hombres y Mujeres para los demás”

cómodas cuotas y modalidades, más virtuales que presenciales-, querían comprometerse con el mundo y los pobres de su tiempo. Punto, lo demás es teoría. Dar a conocer a Cristo a todo el mundo, llevando la buena noticia a los que más sufren, sin perder la coherencia de sus vidas, el cuerpo de su empresa, la corporatividad se dirá hoy. Fue la empresa apostólica más importante que se ha realizado en la Iglesia, después del nacimiento de las universidades en los monasterios medievales y de las comunidades de base hoy en día en América Latina, que es en donde se está manteniendo la esperanza en el Dios de la vida.

¿Por qué los primeros jesuitas no siguieron una tarea educativa siendo educados en una gran universidad? La respuesta que podemos dar es que viendo las necesidades del mundo y reconociendo el valor de la universidad, estas, como nos dice John O Malley,

“no se preocupaban de la salvación eterna de nadie. El objetivo era crear conocimiento y desarrollar habilidades profesionales. Salir de la universidad era conseguir empleo”. “Los humanistas del Renacimiento Italiano, criticaron esa función de la universidad por la falta de especialmente, la falta de preocupación por el desarrollo integral de los estudiantes como personas...Crearon colegios –collegesque rivalizaron con la universidad. Trabajar, entonces por el bien común, construir mejores barrios, ciudades era uno de los objetivos del para qué estudiar” (O Malley, Oc, p. 142).

Cicerón, uno de los arquitectos del ideal humanista, nos dice O Malley, expuso el asunto con claridad: “No hemos nacido solo para nosotros mismos”. Cuando muchos siglos después el Arrupe habló de “formar hombres y mujeres para los demás”, como el gran norte de los colegios jesuitas, probablemente no sabía que parafraseaba a Cicerón “aunque eso hizo” (Oc. 143). Personalmente creo que sí tenía en su corazón la frase de Tertuliano, que enseñaban en los estudios clásicos del juniorado, la que yo viví en el escolásticado de Jorge Mario Bergoglio S.J., de 1989: “nada de lo humano me es ajeno” (Nihil humanum alieno a me puto).

“Hombres y Mujeres para los demás”, 1973

¿De dónde se inspiró Arrupe para formular la misión de los colegios y de la educación jesuita con esa frase? ¿El Evangelio? ¿Los Ejercicios? ¿La vida de Ignacio? ¿Las Constituciones? ¿Teólogos como Bonhoeffer? ¿Habrá ya leído a los teólogos latinoamericanos? ¿Leyó a John Sobrino? (los textos de este fueron publicados después de 1973).

La Carta de Río de 1968 le dio muchas luces: “aceptamos que nuestros colegios...acepten su papel de agentes activos de la integración y la justicia social en América Latina” (Pablo Sada, S.J., 2001, “La Ratio Studiorum hoy en América Latina: su actualización y sus retos”, en: La Educación Jesuita en la Encrucijada, Oc. p. 120).

Conoció el llamado “Documento de Oaxtepec” de un grupo de educadores jesuitas que deseaban construir una sociedad justa en América Latina, lo que significa una liberación de las situaciones de opresión e injusticia que viven las grandes mayorías de nuestros pueblos”. En esta perspectiva, este “documento sintetiza que educar para la justicia significa promover al hombre dentro de los valores humanos del servicio, creando, no ya mentalidades altamente competitivas ni posesivas, sino actitudes de realización personal en el mismo servicio” (Oaxtepec 1971, p. 59).

En su conferencia “Hombres y Mujeres para los demás” del 73, Arrupe tiene claro el punto de partida que explicitó a su audiencia de entonces, los exalumnos de los jesuitas, en Valencia-España: “El punto de partida para nuestra reflexión sobre la Justicia lo constituyen algunas afirmaciones del último Sínodo de Obispos, celebrado a fines de 1971”. Siendo así, es la reflexión de la doctrina social de la Iglesia que conjuga como marco teórico – existencial para hablar de ello en el que hacer educativo y la finalidad del modelo de hombre y mujer que queremos formar. La justicia no es un tema accidental sino esencial en una propuesta educativa; lo que hoy decimos en distintos documentos educativos de la Compañía: ¿para qué educamos?, ¿qué modelo de sociedad queremos?

La autoevaluación que hace el Padre Arrupe es sincera, crítica: “no los hemos

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A los 50 años de “Hombres y Mujeres para los demás”

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educados para la justicia”. “Al final de este largo recorrido sobre la noción cristiana de la justicia, yo me contentaría con que hubiésemos sacado un solo fruto: el convencimiento de lo lejos que estamos de tener asimilada totalmente dicha noción, tanto en nuestra forma espontánea de pensar, como en nuestras actuaciones prácticas”. (Art. cit, p. 22, sigo la edición publicada por Cristianisme é Justícia, con el texto como fue publicado completo en «Iglesia y Justicia. Actas del X Congreso de la Confederación Europea de Asociaciones de AA.AA. de Jesuitas». Valencia, España, 29 julio - 1 agosto 1973, pp. 92-11).

¿Cuál es el reto que planteó?: “intentar vivir el amor y la justicia en un mundo donde los demás, o la gran mayoría, son egoístas e injustos y donde además la injusticia y el egoísmo se han instalado estructuralmente, esa empresa parece suicida e inútil”. “Sin embargo a esa empresa nos impulsa con toda nitidez el Mensaje cristiano, hasta constituir la esencia ética del cristianismo”.

Los años 70 revelaron un mundo en crisis. Arrupe, desde la tradición de la Compañía de contemplar la realidad desde la mirada misericordiosa de Dios (EE 102), “nos enseñó a ver el lado bueno del mundo”. Si un educador no es un hombre o mujer de esperanza, solo será un “profeta de desgracia”, cambie de profesión. Formar hombres y mujeres: “a todos los hombres y a todo el hombre”, decía Benedicto XVI, requiere reconocer nuestras fallas, asumirlas y visualizar un horizonte de salida. Eso es lo que nos enseñaron en los Ejercicios Espirituales, que es un método pedagógico-místico para encontrar a Dios en la vida y orientar nuestra historia en función del proyecto de Dios: “sean felices y multiplíquense” (Gen), “administren el mundo como un paraíso, lo cual no es nostalgia de un pasado sino anhelo de un futuro” (Carlos Mesters). Por ello Arrupe, en el discurso “Hombres y Mujeres para los demás” de 1973, acudió a las fuentes de agua viva, no solo para calmar la sed de los fracasos y desviaciones históricas sino para renovar la propuesta educativa de la Compañía: “

el reconocimiento de nuestras limitaciones pasadas y actuales no nos impide –como hace poco os decía– abordar el tema ante vosotros con confianza y optimismo. Esa confianza y ese optimismo se apoyan en lo siguiente: a pesar de nuestras limitaciones y deficiencias históricas, creo que la Compañía os ha transmitido, creo que todavía vosotros conserváis y que la Compañía conserva todavía, algo que constituye la esencia misma del espíritu ignaciano y que nos capacita para renovarnos continuamente: un espíritu de búsqueda continua de la voluntad de Dios, una agudizada sensibilidad espiritual para captar los matices con que Dios quiere que el cristianismo se viva en las diversas etapas de la historia” (Oc, p. 5).

“Hombres y mujeres para los demás” hoy, en contextos de innovación y Laudato si’ del papa Francisco

El siguiente párrafo dice todo de lo que es educar para la justicia hoy y del tipo de egresado que debe salir de un centro educativo, ya no jesuítico, sino católico, y nos lo dice el papa Francisco, sobre la tarea educadora, liberadora de lo que es evangelizar: “Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas” (Evangelium Gaudium. N. 183).

Por ello decimos, “Los colegios jesuitas están comprometidos con la justicia (ver la Segunda Preferencia Universal: https://jesuits.global/es/uap/caminar-con-los-excluidos nos. 198- 203).

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A los 50 años de “Hombres y Mujeres para los demás”

Con sus cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades, la tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos. Si bien el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política, la Iglesia no puede, ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”. Es el Indicador no. 5 que señala la correcta direccionalidad de un centro educativo jesuita, no solo para colegios, sino también para universidad (ver el documento “Una Tradición Viva”, 2019, Roma; y “El Paradigma Pedagógico Ignaciano y su relevancia actual para la universidad jesuita”, Michael J. Garanzini S.J. y Michael Baur, DIDAC 2022, en: CVPI, “El Paradigma Pedagógico Ignaciano en su XXX Aniversario”, Selecciones junio 2023).

Garanzini nos dice que formar líderes es una de las misiones esenciales de la universidad, siempre y cuando sean “para los demás”, es decir, “agentes de cambio”; Para ser servidores de la justicia, para globalizar la profundidad del pensamiento y para la reconciliación (Oc, p.6).

El desafío de Arrupe sigue hoy más vigente que nunca. Cuando hacía mis estudios de filosofía en Argentina, por los noventa, los jesuitas argentinos tenían un Centro de Reflexión y Acción Social, los famosos CIAS; uno de esos padres, poco bien visto en mi escolásticado, me enseñó dos pautas para comprender los pilares de la acción apostólica de la Compañía: los Centros de Espiritualidad y los Centros de Reflexión Social. Ambos impulsados en el generalato de Arrupe. Lo que me hacía ver que la famosa dicotomía entre obras sociales y espirituales no era correcta.

En los análisis que hace el papa Francisco (ya no Jorge Mario Bergoglio S.J.), hoy más que nunca necesarios, pues la sociedad que vivimos marcan la gran indiferencia que hay en el mundo ante los problemas de los otros, nuestra sociedad actual se caracteriza como la “sociedad del descarte”, vivimos la cultura del “fast and trush”, úsalo y tíralo, el gran problema ecológico, es socio ambiental, la causa de nuestros males son antropológicas. La gran tarea de hoy, como Iglesia educadora, es promover un Nuevo Pacto Educativo desde lo local que incida en lo global, para reinventar la humanidad y rescatarla de su egoísmo auto-referencial. Esto no se logrará sino desde una “fraternidad auténtica que se base en una cultura del encuentro. Esto es ir mar adentro, con respeto haciendo de las diferencias un camino para enriquecernos mutuamente y no excusa para alejarnos... o somos hermanos o todo se derrumba (Francisco: “En Nombre de Dios pido que su nombre no

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sea utilizado para fomentar las guerras”, pgs. 135-136. En “Os Ruego en Nombre de Dios. Por un futuro de esperanza”, 2022, Mensajero).

La encíclica Laudato Si’ habla claramente de las injusticias que hoy se comenten en el mundo, cuya causa mayor es la mentalidad depredadora y el estilo consumista de vivir, mediante un modo de producción que destruye a la naturaleza. Por ello, sin escuchar el grito de la tierra y sin escuchar el grito de los pobres, no se puede hablar de ética, menos de Dios. Y allí, el papa Francisco desafía desde su concepto de Ecología Integral (Capítulo IV) a la educación y a la espiritualidad (Capítulo V), a sacar lo mejor de la historia de la humanidad y las religiones para cambiar del paradigma tecnocrático y desarrollar un paradigma biocéntrico, que cuida y fomente la vida en toda su integridad. Una ecología integral solo será posible por un diálogo intergeneracional y un pensamiento interdisciplinar y abierto.

Pedro Arrupe S.J. y Jorge Mario Bergoglio S.J., hoy el papa Francisco, son hijos de la Congregación General XXXII de la Compañía de Jesús que redefinió la misión de la Compañía desde la fidelidad creativa a la gran tradición ignaciana de “buscar y hallar a Dios en todas las cosas”; y los jesuitas realizarán su misión “según parezca conveniente para la Gloria de Dios y el bien común”, como dice la fórmula del Instituto enviada para la aprobación por parte de Ignacio y los primeros compañeros al Papa Julio III, en 1550. La expresión “bien común” es nueva y una marca en lo que debe caracterizar un ministerio apostólico jesuita, hoy diremos mejor ignaciano.

Los tiempos de innovación nos llaman a saber formar el hombre y a la mujer de hoy, desde la creatividad y el significado de una vida con sentido, que sepa pensar alternativamente, no solo situadamente, administrando la información y las ventajas de la tecnología y no que se deje ahogar o desplazar por la misma. Ser hombre y mujer innovador no es meramente saber usar tecnología, sino usarla para resolver los problemas humanos, ecológicos, de la vida. Como muy bien nos advierte el P. Arturo Sosa S.J. (este sí hijo de Arrupe en la visión que imprime a la orden y que hoy lo tenemos como nuestro Padre y Maestro), que siendo el jefe es el hermano que nos recuerda lo esencial de una familia: su fe, su esperanza y su historia que no le teme a los desafíos, pero que sabe discernir en todo momento y lugar qué es lo que más nos conviene.

Vale la pena cerrar este artículo para hablar de las luces más que las sombras de los pensamientos e intuiciones que nos dejó el P. Arrupe, pues nos toca seguir encendiendo esa antorcha de la verdad para formar vidas bellas, para que sean justas y buenas; pero, sin el cuidado del corazón que nos da el discernimiento esto será imposible:

“Discernir supone arriesgar... Correr riesgos no surge espontáneamente de la dinámica de instituciones que han construido con esfuerzo una identidad, un modo exitoso de educar y producir conocimiento que las hace sentir orgullosas y, además, son reconocidas por el entorno en que se mueven y gozan de un importante prestigio. Discernir es abrirse a la novedad. La novedad a la que buscamos abrirnos a través del discernimiento se distingue radicalmente de la innovación fruto de la investigación científica o el progreso tecnológico. Es una novedad que nos viene dada, que no surge de premisas que nosotros hemos puesto ni de los pasos que hemos dado por el camino que nosotros mismos hemos decidido, diseñado y construido. Discernir, por tanto, es disponerse a ser guiados hacia la novedad. Supone “soltar las riendas” para ser llevado hacia donde no sabemos, sin contar con una hoja de ruta que guie nuestros pasos. Las características de las instituciones universitarias hacen especialmente difícil “soltar las riendas”. Están concebidas para tener firmemente las riendas en las propias manos y controlar el camino que se toma y la velocidad con la que se avanza... (Discurso del P. Arturo Sosa en la Asamblea de la Asociación Internacional de Universidades Jesuitas –IAJU: “Discerniendo el presente para preparar el futuro de la educación universitaria de la Compañía de Jesús”, Boston, agosto 2022).

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DESDE ARRUPE A FRANCISCO: UN LIDERAZGO EN EL ESPÍRITU

Carlos Ignacio Man Ging, SJ. Jesuita Guayaquileño, Decano de la Facultad Eclesiástica de Ciencias Filosófico - Teológicas de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.

La justicia social y el proceso formativo integral del Pacto Global por la Educación son dos caras de una misma realidad que se articulan en la promoción de la fe y la lucha por la justicia. Estos conceptos evocan la exhortación de los obispos latinoamericanos reunidos en Medellín en el año 1968, quienes con parresía nos invitaban a superar los discursos vacíos e infecundos de las ideologías, en perjuicio del verdadero acompañamiento del desarrollo de nuestros pueblos latinoamericanos. Un compromiso con la vida y el anuncio de la buena noticia se han cristalizado en Pedro Arrupe y el Papa Francisco.

En la actualidad podemos gozar con la sonrisa cautivante y contagiosa de estos dos representantes imbuidos de la espiritualidad ignaciana. Ambos han seguido el derrotero de amar y servir con obras visibles y tangibles en un camino de preferencia no excluyente. Los pobres siempre fueron el motivo de pasión del Reino de Dios y ellos han vivido de cerca este llamado, aunque cada uno en coordenadas espacio-temporales muy diversas. Los unió el llamado de Cristo a seguirle en humildad y radicalidad. Los hermanó también la creatividad del soplo del Espíritu y los dolores de toda vida profética. Ambos fueron marcados por el sello de la espiritualidad ignaciana de entrega total y misionera, si bien cada uno la vivió en culturas y situaciones de persecución, pobreza y servicio muy diversas.

Para Pedro Arrupe la gran novedad de la vida en misión fue el liderazgo en condiciones de frontera. Su vida estuvo marcada por el exilio constante, forzado y voluntario, de una iglesia en salida que busca servir a la manera de Jesús. De sonrisa franca y respetuosa, aprendió al igual que San Ignacio la humildad del aprendizaje de nuevas lenguas y el entredicho de la cárcel y la mirada de sospecha. Allí se probó a sangre y fuego la fe, la esperanza y la caridad en la explosión de la bomba atómica de Hiroshima, cuando era maestro de novicios y convirtió la casa de probación en un improvisado y eficiente hospital. La meta era aliviar el dolor, ayudar a bien morir y en algunos casos la recuperación. Como el grano de trigo, encontrar el camino de la vida y la resurrección.

Para Jorge Mario Bergoglio, los tiempos convulsos del posconcilio fueron la oportunidad de ejercer su liderazgo, no siempre exento de inmadurez e impetuosidad, en el sur del continente y en procesos socio-políticos de la historia argentina y de una América envuelta en llamas y el clamor de grandes masas empobrecidas. Hoy con una sabiduría acumulada nos alienta a buscar estrategias para no desmayar en el camino y a encontrar siempre la voz del Maestro, que invita al banquete sin marginar ni estigmatizar a nadie Arrupe y Francisco fueron preparando la “hora” de la acción al comprometer sus esfuerzos en una visión profética de anuncio del evangelio mediante la denuncia de la injusticia y la violencia. Arrupe contempló la realidad dolorosa de los refugiados en Camboya; Francisco sintió nuevamente el grito de los pobres en el acompañamiento cercano y paternal en las villas miserias de Buenos Aires, del claroscuro de la dictadura de su país y de las necesidades del clero confiado a él como arzobispo de la capital argentina

Mística y profecía

El modo nuestro de proceder de Arrupe sirvió de escuela de liberación de paradigmas obsoletos para una vida consagrada que exigía renovación mediante el retorno a las fuentes de la espiritualidad y el llamamiento. En este sentido fue un adelantado a los tiempos pues su mirada fue “glocal”, aterrizada a la realidad y en clave universal. Francisco universalizó este ser compañero de Jesús en la misión y lo propuso con diafanidad a toda la iglesia y la sociedad contemporánea. Arrupe percibió cómo los cambios que experimentaba el mundo no eran simples transformaciones sino un verdadero cambio de época. Y ante tal embestida de violencia y consumo desmedido supo testimoniar su vocación de servidor y líder con el ejemplo (foto Centro Muchacho

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Trabajador), haciendo del servicio un camino de esperanza. He aquí la genialidad de la personalidad de este gran vasco misionero, discernir la voluntad de Dios en fidelidad al mandamiento del amor y su traducción a los valores encarnados en el mundo de la solidaridad y la sostenibilidad.

Desde esta perspectiva de paralelismo entre las dos figuras mencionadas se pretende revitalizar nuestro llamado como bautizados para humanizarnos en el seguimiento de Jesús y en el espíritu de humildad y prudencia al que nos invita San Ignacio. En este sentido se trata de un liderazgo que esté renovado por una espiritualidad trinitaria y cristocéntrica. Un liderazgo que comunica la buena noticia desde el testimonio y la mística que a la vez es profética. Arrupe fue preparado por el Espíritu para liderar a la Compañía de Jesús en sus opciones

Desde arrupe a Francisco: Un liderazgo en el espíritu

Francisco maduró entre aciertos y errores en un servicio a la Orden y a la Iglesia desde el reconocimiento de su ser pecador, gran pecador, pero llamado a la misericordia. Francisco, aprovechando los medios a su alcance, ha enfatizado una misión acorde a los tiempos de precariedad e individualismo que vive la sociedad. Y a pesar de ello, lo ha realizado con alegría. Así lo expresa su palabra viva y los mensajes y alocuciones en documentos magisteriales, puesto que la vida cristiana debe ser una invitación constante a transparentar la alegría del Evangelio.

Un liderazgo en el Espíritu es la invitación a ser corresponsables en la misión y el discernimiento mediante la actitud de la mística de ojos abiertos que inspira, persuade, convence y conmueve a todo lo que se encuentra a su alrededor. Con su ejemplo descubrimos que nuestra vocación es la de buscadores de la voluntad de Dios desde una amistad fuerte en Aquél que nos amó primero. Conscientes del don recibido sus vidas son como la chispa que enciende otros fuegos para liderar en la empresa del amor misericordioso (Jn 15, 12).

Un liderazgo que en tiempos de incertidumbre y desconfianza se impone por la fuerza del Espíritu para generar esperanza y alegría, de igual forma que la proclamación del Corazón de Cristo, amante y compasivo. Un liderazgo que persuade y muestra el camino de la solidaridad. Un liderazgo que educa con el ejemplo y forma personas en dignidad, humanidad y gracia. Este liderazgo permite que todos nos sintamos convocados para crecer y servir desde el desarrollo de nuestra existencia en clave de Magis y de generosidad. Un liderazgo que comunica y no silencia, que afronta constructivamente los conflictos en lugar de pasar de largo ante ellos, que disfruta y contagia alegría antes que tensionar con la amargura y el desánimo. Damos testimonio de esta búsqueda de la voluntad de Dios en medio de sombras y luces, pero con la seguridad de fiarnos de quien nos da la vida en abundancia.

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