Al prójimo hay que servirlo

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"Al prójimo hay que servirlo" José de ycaza coronel (guayaquil, 1929 - 2019) Por Daniel de Ycaza O, S.J., Noviembre 2020. on gusto he aceptado la propuesta de escribir una semblanza sobre mi padre. Considero que es un regalo poder honrar y agradecer la memoria y el legado recibido, recordando especialmente su relación con Viviendas Hogar de Cristo. Escribo estas letras como hijo y como jesuita, agradecido por esta vocación que me ha permitido ser un testigo privilegiado del paso de Dios por la vida de mi padre. Recuerdo a varios jesuitas del Hogar de Cristo que pasaban por mi casa durante mi infancia y adolescencia. El primero fue Josse van der Rest, belga, que venía de Chile, era un jesuita muy especial por sus chistes y vocabulario. Con él venía el Tío Paco, siempre alegre, que nos regalaba rosarios hechos con sus manos. Luego llegó el hermano Roberto Costa, jesuita bondadoso y muy creyente, y otros directivos del Hogar de Cristo que solían reunirse en el oratorio que había construido mi papá en una parte elevada del jardín de mi casa. Ese oratorio, donde meditaba mi papá y donde celebré varias misas con él y mi familia, fue un lugar de encuentro con el Señor, de contemplación, inspiración y discernimiento personal y comunitario para tomar buenas decisiones.

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“Pepe”, como lo llamaba la gran mayoría de amigos, recibió el reconocimiento del Congreso Nacional por ser co-fundador y presidente de la Corporación Viviendas Hogar de Cristo. Su aporte y experiencia en la Corporación inició en 1971 hasta que se retiró jurídica, pero no afectivamente, en 1996. Cuando le preguntaron en una entrevista por qué colaboró con Viviendas Hogar de Cristo respondió: “Comprendí la responsabilidad social de contribuir a disminuir, aunque sea en parte, el sufrimiento de miles de familias sin vivienda con un mínimo de dignidad. Y fue claro para mí, que las casitas de caña y madera eran las únicas asequibles a su pobre condición económica. Mi modesta contribución fue procurar que Viviendas Hogar de Cristo creciera organizadamente para cumplir con la recomendación del Concilio Vaticano II, de que las obras sociales de la Iglesia sean llevadas con orden y eficacia”. Durante todo ese tiempo me fui dando cuenta de cómo fue integrando “ciencia y fe”, es decir, la pasión por la economía y la experiencia de Dios en su vida. Muy a menudo nos hablaba de la familia de Nazareth como una pequeña empresa familiar, le gustaba describir el rol de José, de María y de Jesús como una escuela de aprendizaje y de creación de relaciones

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interpersonales en el amor que deberían darse en una buena familia y en una empresa humana y cristiana. Decía: “hay que cristificar la empresa”, “los bienes y servicios tienen que alcanzar para todos”, “la dignidad humana es lo principal”, “el pobre es Cristo” -recordando a San Alberto Hurtado SJ-, “paz y bien” -que tomaba de San Francisco de Asís-, “Cristo es el centro, el alfa y el omega” -después de leer a Teilhard de Chardin-… y tantas frases más que las hacía propias y que eran fruto de su oración, lecturas y experiencia entre la gerencia de empresas y la realidad que iba conociendo en los empobrecidos a los que servía desde Viviendas del Hogar de Cristo.


Su pasión era promover y fundamentar la integración de las dimensiones humanas y sociales. Decía que no es correcto pensar que la vida económica, la vida profesional, la política o la religiosa puedan manejarse separadamente sin tomar en cuenta sus profundas interdependencias. Desde este paradigma sostenía que hay que integrar tres tipos de actividad económica: la de cambio entre personas e instituciones, en que se entregan bienes o servicios para recibir algo equivalente; la coactiva, impuesta por el Estado, que retira parte del haber del sujeto y lo transfiere para sí, para cumplir sus objetivos sociales; y la del don, en la que se proporcionan bienes o servicios libremente sin coacción y sin esperar o recibir nada a cambio.

“Conviene señalar algunos errores que se han cometido en la práctica del don. Entre ellos, el hacer obras de caridad social sin cumplir ni con la justicia conmutativa ni la distributiva en los propios asuntos económicos, y lo que es peor, creer que de esta manera se libera el cumplimiento imprescindible de la justicia porque se hace una obra caritativa. Esto es un contrasentido.”

Sobre este último tipo de actividad económica, la del don, quiero resaltar algunos de sus “pensamientos – síntesis” que extraigo de una conferencia sobre “Ética y Economía” que pronunció en la Universidad Católica de Guayaquil a principios de este siglo, cuando recibió la condecoración de “Profesor Honorario”, después de ser decano de economía y dar clases durante cuarenta años en la Universidad.

“Otro error es la llamada donación política, o sea aquella que se hace instrumentalizando los recursos del Estado para ganar votos o tratando de mostrar que el partido hace lo que otros no. Aquí hay que preguntarse: ¿Las necesidades del prójimo deben atenderse en función de la ideología política? Indudablemente que no. Al prójimo hay que servirlo, desde cualquier posición, porque es prójimo. ¿No es este el mensaje de la parábola del buen samaritano?”

En este ensayo primero clarifica lo que no es la economía del don. Nos dice:

“Es conveniente citar algunos errores como los señalados, porque ellos han influido para que ciertos ideólogos rechacen la beneficencia social como contribución positiva a la solución de los problemas sociales, calificándola de evasión a la justicia, de adormecedora, de paternalista u otros calificativos, olvidando que la equivocación de un médico no significa que la ciencia médica sea inútil.”

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Hechas esas aclaraciones comienza a profundizar en lo que él considera que es la economía del don:

“La cualidad esencial de la actividad económica del don es el amor.” “Su actividad, sea en forma de gestión individual o social, contribuye al desarrollo integral de la vida humana. No es difícil recordar que el don puede ser asistencia humana, profesional o financiera y que requiere dar de sí o de lo que se tiene.” “Así, tantas instituciones que prestan invalorables servicios al bien común del país, ¿no es acaso un fruto del don de sus fundadores, de sus autoridades, y benefactores que han entregado su entusiasmo, capacidad profesional o bienes? Si damos una mirada a tantas personas e instituciones que generosamente brindan asistencia a los enfermos, que preparan a jóvenes y a niños para el mañana, que proporcionan consuelo a los ancianos, que facilitan vivienda a los pobres o que alimentan a menesterosos, ¿no es verdad que no se necesitan investigaciones para valorar la importancia de su función humana y económica? Basta imaginar lo que sucedería humana y económicamente si repentinamente muriera la gestión solidaria individual y social que sostiene todas estas obras. Ningún sistema fundado en la economía del cambio o de coacción podría reemplazarlas con la eficacia de la actividad económica del don”. “Pienso que habrá más cercanía a la solución de los problemas económicos y sociales cuando haya cumplimiento de las normas éticas que requieren la economía de cambio, la coactiva y la del don, para su eficacia individual, así como para un justo equilibrio entre ellas.”

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He querido resaltar estos “pensamientos-síntesis” de mi padre en esta semblanza porque considero que pueden ser un aporte a la sociedad, en especial a la identidad, misión y gestión de la Corporación Viviendas Hogar de Cristo que agradecida de tanto bien recibido y en fidelidad creativa cumple sus primeros cincuenta años de existencia al servicio de los más pobres, caminando con ellos solidaria y comprometidamente. Termino con una oración de mi padre, que siempre firmaba como “un cristiano”, dedicada a San José, a quién le tenía mucha devoción y de quién decía, a modo de ejemplo, que era uno de los fundadores de la pequeña y mediana empresa familiar. “Buen San José, ayúdame a tener el valor para enfrentar y aceptar los problemas, a comprenderlos, a ser un hombre justo para resolverlos y obrar lo necesario para que Cristo crezca. Enséñame a tener mansedumbre y humildad. Cuando sea menester, asísteme para que sepa ser prudente y para concretarme tan sólo a superar las circunstancias con la acción acertada. Guíame por el camino de la fortaleza y la bondad que nos conduce al amor. Amén “Un cristiano”

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