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El mundo antiguo

El hombre prehistórico -de naturaleza supersticioso- asociaba la imagen de una barba espesa y larga a la senectud y la proximidad con la muerte, por lo que, de manera similar a lo que sucede en nuestros días, habría intentado mantenerse “joven” aplicando alguna forma de rasurado. No obstante, estos métodos no lograban una afeitada completa y refrescante como se conoce actualmente. En la mejor de las prácticas un hombre podía mantener una desprolija barba de medio centímetro de largo. En algún punto de la línea del desarrollo humano la vanidad se agregó como causa importante en el cuidado del vello facial.

En Egipto, cinco mil años antes de la era común, hombres de las clases dominantes afeitaban sus cabezas y caras de forma completa. De esa época se identifican los primeros objetos manufacturados específicamente para el rasurado: pedernales con filo preciso y herramientas similares a navajas largas, realizadas en aleación de cobre. En pirámides datadas de cuatro mil años de antigüedad se hallaron rasuradoras y pinzas con jeroglíficos grabados que explicaban su uso.

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El barbero egipcio Meryma’at es un personaje histórico cuyo trabajo fue tan apreciado que su imagen se esculpió para la posteridad. Cada tercer día del mes Meryma’at afeitaba completamente los cuerpos de los sacerdotes para garantizar su pureza antes de entrar al templo.

Los habitantes de la Mesopotamia asiática –tres mil años antes de la era común- se afeitaban con hojas finamente afiladas de obsidiana, material volcánico vítreo de notable dureza. Por seguridad las hojas eran aseguradas con empuñaduras de pizarra, logrando piezas de notable calidad para la época.

Otros pueblos experimentaron con mezclas de grasas y cenizas, usadas como primitivas cremas o jabones que facilitaban el rasurado. Los sumerios utilizaban un jabón hecho con grasa animal y extracto de maderas. Esta potente mezcla se utilizaba no sólo como producto de limpieza sino como una manera de mantener la humedad y mejorar el deslizamiento de la hoja metálica sobre la cara.

Barbero Meryma’at (1332 – 1279 AC)

Los registros de Egipto durante las dinastías faraónicas muestran imágenes de soberanos con barbas perfectamente recortadas, cilíndricas en el mentón y con mejillas afeitadas.

No obstante, el afeitado del cuerpo obedecía a razones higiénicas, en especial para evitar la infestación por piojos, que producían una insoportable molestia por la picazón contínua e infecciones secundarias. Sin embargo, además de dichas prácticas, los hombres de la realeza usaban falsas barbas para emular a los dioses, quienes presumiblemente no se rasuraban. La higiene personal, al menos en las castas altas, incluía baños corporales que no necesariamente se realizaban con agua. Se utilizaba arena, cenizas, aceites (en especial el de olivas) y jugos vegetales en las rutinas depuradoras.

La suciedad gruesa era removida con espátulas de hueso o madera, completando el trabajo untando libremente el cuerpo con mezclas líquidas. Entre los estratos sociales bajos y los esclavos el cuidado del cuerpo se realizaba aplicando jabón realizado con aceites de palma y olivas, receta vigente en el Egipto actual.

Bajo otra concepción, los integrantes del pueblo de Abraham lucían barbas completas y tupidas. Las costumbres higiénicas del pueblo hebreo incluían de manera principal la purificación mediante el baño corporal con agua. En el viejo Testamento una barba completa representaba madurez, masculinidad y sabiduría; una barba blanca y larga evocaba estima y respeto.

Como forma de diferenciar el pueblo de Israel de otros cultos paganos que afeitaban ciertas partes de la cabeza y cara, la Torá (biblia hebrea) prohíbe afeitar las esquinas de la barba (patillas). Con diferentes enfoques, el uso de la barba constituye un importante hábito para la imagen del hombre en la tradición judaica. Así, afeitarla era reservado al luto por una pérdida, por un gran dolor. En la actualidad el judío practicante no considera aceptable recortar el pelo con objetos de un solo filo (hojas o navajas) pero sí con instrumentos de doble filo como tijeras o máquinas eléctricas. Igualmente, la ortodoxia prohíbe afeitarse el pelo de las sienes y patillas. En los pueblos del Islam coexisten diversas opiniones acerca de las barbas. Los musulmanes más devotos consideran que la barba es consustancial a la esencia misma del hombre y por ello no la afeitan. Mahoma, el mensajero de Alá, ordenó a sus seguidores a dejar crecer sus barbas para diferenciarse de la secta de los magios, grupo religioso de Persia que se caracterizaba por lucir enormes bigotes y barbas rasuradas. Otros grupos confesionales como los amish y los sikh de la India llevan el pelo y la barba como símbolos de su fe. No rasurarse es tan importante para su identidad que, cuando entablaron guerra contra los indios del Punjab, la máxima humillación que un indio podía infringir a un sikh capturado era arrancarle pelo y barba. Mahoma

En distintos lugares con costas al mar Mediterráneo se han encontrado herramientas para el afeitado; algunas de bronce (1600 a 1300 AEC) y de hierro (1000 AEC) que documentan las costumbres de dichas épocas.

Entre los mitos griegos antiguos se encuentran dioses con barba, como Zeus, dios de dioses, Marte, dios de la guerra y Baco, dios del vino.

Zeus Marte

Baco Los filósofos Platón y Sócrates son retratados con largas barbas. Sin embargo, la costumbre del pueblo griego antiguo era afeitarse la cara, utilizando como material de construcción de rasuradoras el bronce, al conseguir bordes finos golpeando el material en frío con martillos, que lograba endurecer así al metal.

De la mítica y nunca comprobada existencia de la ciudad de Troya se afirma que los guerreros mantenían la costumbre de usar barbas cortas o completamente afeitadas.

Entre el siglo VI y V AEC surgen los primeros barberos; personas con el oficio de rasurar a las legiones de soldados. Estos trabajadores requerían de la ayuda de al menos dos sirvientes que sostenían a la persona a rasurar, debido a lo doloroso del proceso. La costumbre del rasurado habitual era obligatoria no sólo por razones higiénicas o estéticas sino por estrategia de combate.

Alejandro Magno Una historia difundida que llegó a nuestros días involucra la decisión de Alejandro III, el Magno (356 - 323 AEC). Durante una guerra contra los persas, enemigos acérrimos de Macedonia y Grecia, el ejército de Alejandro perdió numerosos combatientes al ser asidos por la barba y decapitados. Alejandro ordenó a sus hombres afeitarse, reduciendo la vulnerabilidad en la lucha directa. Desde entonces, la cara de la victoria grabada en columnas, estatuas y monedas muestra la de un guerrero con mejillas y mentón completamente libres de pelos.

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