These broken stars

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CrisCras

Anakaren Cami NnancyC Sammy Victoria Dey Cotesyta Paltonika Chio

Sofi Gaz Niki Helen Aimetz Cris Mire Daniela Dafne Vanessa

Melii

Jessy. nicole vulturi Aileen Björk ElyCasdel francisca Abdo Mel Markham Deydra Eaton kary_ksk Adriana Tate Gabihhbelieber

Alexa Itxi Mel M Marie.Ang Karool AriGabbana Valeriia Juli Aimetz Melii

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Gabihhbelieber Andreina Alaska Ely Jasiel Key Alessa Momby CaroHerondale Lizzy

Juli Cynthia Delaney Diana Valentine Fitzgerald Nats florbarbero Ayrim Marie.Ang Nikky katiliz94

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Sofi Fullbuster Elle Jeyly Carstairs Niki Val_17 Chachii KristewStewpid Edy Walker CrisCras

Sofía Belikov


Sinopsis

Capítulo 23

Capítulo 1

Capítulo 24

Capítulo 2

Capítulo 25

Capítulo 3

Capítulo 26

Capítulo 4

Capítulo 27

Capítulo 5

Capítulo 28

Capítulo 6

Capítulo 29

Capítulo 7

Capítulo 30

Capítulo 8

Capítulo 31

Capítulo 9

Capítulo 32

Capítulo 10

Capítulo 33

Capítulo 11

Capítulo 34

Capítulo 12

Capítulo 35

Capítulo 13

Capítulo 36

Capítulo 14

Capítulo 37

Capítulo 15

Capítulo 38

Capítulo 16

Capítulo 39

Capítulo 17

Capítulo 40

Capítulo 18

Capítulo 41

Capítulo 19

Capítulo 42

Capítulo 20

This Shattered World

Capítulo 21

Sobre los autores

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Capítulo 22


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Es una noche como otra cualquiera a bordo de Icarus. Luego, la catástrofe golpea: el enorme transbordador espacial de lujo es expulsado de golpe del hiperespacio y se desploma en el planeta más cercano. Lilac LaRoux y Tarver Meredsen sobreviven. Y parecen estar solos. Lilac es la hija del hombre más rico del universo. Tarver viene de la nada, un joven héroe de guerra que aprendió hace mucho tiempo que las chicas como Lilac son más problemas de lo que valen la pena. Pero sólo con el otro para confiar, Lilac y Tarver deben trabajar juntos, haciendo un tortuoso viaje a través del misterioso y desierto terreno para buscar ayuda. Entonces, contra todas las posibilidades, Lilac y Tarver encuentran una extraña bendición en la tragedia que les ha lanzado en brazos del otro. Sin la esperanza de un futuro juntos en su propio mundo, empiezan a preguntarse — ¿estarían mejor si se quedaran ahí para siempre? Todo cambia cuando descubren la verdad detrás de los escalofriantes susurros que les persiguen a cada paso. Lilac y Tarver pueden encontrar una manera de salir de este planeta. Pero no serán las mismas personas que cuando desembarcaron. Starbound #1


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Para Clint Spooner, Philip Kaufman y Brendan Cousins, tres hombres que siembre han estado sujetando constelaciones en este universo en constante cambio.


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—¿Cuándo conoció por primera vez a la Srta. LaRoux? —Tres días antes del accidente. —¿Y cómo sucedió eso? —¿El accidente? —Conocer a la Srta. LaRoux. —¿Cómo podría importar? —Comandante, todo importa.


Tarver

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Nada en este sitio es real. Si fuera una fiesta en casa, la música atraería la vista hacia los músicos humanos en una esquina. Velas y lámparas suaves iluminarían la estancia, y las mesas de madera estarían hechas de árboles reales. La gente se escucharía unas a otras en lugar de chequear quien los está mirando. Incluso el aire aquí huele filtrado y falso. Las velas en los candelabros de pared parpadean, pero están alimentadas por una fuente fija. Bandejas flotantes se mueven entre los huéspedes como camareros invisibles que llevan tragos. El cuarteto de cuerdas es solo un holograma: perfecto e infalible, y exactamente el mismo en cada presentación. Daría cualquier cosa por una velada relajada bromeando con mi pelotón en lugar de estar atascado aquí en esta imitación escénica de una novela histórica. Por todos los trucos victorianos no hay duda de dónde estamos. Más allá de las ventanas panorámicas, las estrellas son como desvanecidas líneas blancas medio invisibles y surreales. El Icarus, pasando a través del hiperespacio dimensional, luciría igual de desteñido, medio transparente, si alguien, inmóvil en el universo, pudiera verla moviéndose más rápido que la luz. Estoy recostado a un estante de libros cuando se me ocurre que una cosa aquí es real: los libros. Llevo mis dedos hacia atrás, paseando los dedos sobre la piel rugosa de sus antiguos lomos, y saco uno. Nadie aquí los lee; los libros son para decoración. Elegidos por la riqueza de su encuadernación en piel, no por el contenido de sus páginas. Nadie extrañará uno, y necesito una dosis de realidad. Casi termino por esta noche, sonriéndole a las cámaras como fue ordenado. El jefe sigue pensando que mezclar a oficiales de campo con la crema y nata creará algún tipo de punto en común donde no exista ninguno, dejar que los paparazzi que infestan Icarus me vean, el chico de humilde cuna logrando cosas, codeándose con la élite. Yo sigo pensando que los fotógrafos tendrán su cuota de instantáneas

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Traducido por Elle Corregido por gabihhbelieber


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de mí con un trago en la mano, relajándome en el salón de primera clase, pero en las dos semanas que he estado a bordo, aún no las tienen. Estos‖ chicos‖ aman‖ una‖ buena‖ historia‖ de‖ “pobre‖ a‖ rico”,‖ aun‖ cuando‖ mis‖ riquezas no son más que las medallas clavadas en mi pecho. Incluso así es una buena opción para los periódicos. Los militares lucen bien, la gente rica luce bien, y le da a la gente pobre algo a lo que aspirar. ¿Ve? dicen todos los titulares. Usted también puede dispararse a la fama y riqueza. Si un chico pueblerino puede, ¿por qué usted no? Si no fuera por lo que pasó en Patron, ni siquiera estaría aquí. Lo que ellos llaman heroico, yo lo llamo una debacle trágica. Pero nadie me está pidiendo opinión. Escaneo la estancia, reconociendo los grupos de mujeres en brillantes vestidos de colores; oficiales en uniformes como el mío; hombres en abrigos y sombreros de copa. El flujo y reflujo de los presentes es perturbador, patrones a los cuales nunca me acostumbraré sin importar cuántas veces me vea forzado a rozar con estar personas. Mis ojos caen sobre un hombre que acaba de entrar, y me toma un momento darme cuenta de por qué. No hay nada en él que encaje aquí, aunque está intentando mezclarse. Su frac negro está demasiado raído, y a su sombrero de copa le falta la cinta de satín que está de moda. Estoy entrenado para notar lo que no encaja, y en este mar de rostros quirúrgicamente perfectos, él es un faro. Hay líneas en las esquinas de sus ojos y alrededor de su boca, su piel está curtida y marcada por el sol. Está nervioso, con los hombros redondeados, y sus dedos aferran las solapas de su chaqueta una y otra vez, soltándolas. Mi corazón se acelera un latido. He pasado mucho tiempo en las colonias, donde cualquier cosa fuera de lugar puede matarte. Me separo del estante de libros y comienzo a moverme hacia él, pasando a un par de mujeres que llevan monóculos que no es posible que necesiten. Quiero saber por qué está él aquí, pero estoy obligado a moverme despacio, navegando entre el tira y empuja de la multitud con paciencia agonizante. Si empujo, llamaré la atención, y si él es peligroso, cualquier cambio súbito en la energía del salón podría dispararlo. Una brillante luz ilumina el mundo cuando una cámara se dispara en mi rostro. —¡Oh, Comandante Merendsen! —Es la líder de un grupillo de mujeres a mitad de la veintena, que vienen hacia mí desde el mirador panorámico—. Oh, usted simplemente debe tomarse una foto con nosotras. Su falta de sinceridad es venenosa. Aquí apenas soy un poco más que un perro caminando sobre sus patas traseras, ellos lo saben, yo lo sé, pero no pueden dejar escapar la oportunidad de dejarse ver con un héroe de guerra vivo y real.


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—Seguro,‖ regreso‖ en‖ un‖ minuto,‖ si…‖ —Antes de que pueda terminar, las tres mujeres posan a mí alrededor, frunciendo los labios y bajando las pestañas. Sonría para la cámara. Una serie de flashes estallan a mí alrededor, cegándome. Puedo sentir ese bajo y acuciante dolor en la base del cráneo que promete explotar en un soberbio dolor de cabeza. Las mujeres siguen charlando y presionándose contra mí, y no puedo ver al hombre del rostro curtido. Uno de los fotógrafos está zumbando a mí alrededor, su voz baja es un tono monótono. Me muevo hacia un lado para mirar más allá de él, pero mis ojos están nadando con los puntos rojos y dorados después de las fotos. Parpadeando duro, mi vista va desde el bar hacia la puerta, hacia las bandejas flotantes, hacia las cabinas. Intento recordar cómo lucía, la línea de su ropa, ¿Había espacio para que ocultara algo bajo su chaqueta? ¿Podría estar armado? —Comandante, ¿me escuchó? —El fotógrafo seguía hablando. —¿Sí? —No, no estaba escuchando. Me deshago de las mujeres, todavía rodeándome, con la intención de acercarme a hablarle. Deseo apartar al hombrecito, o mejor aún, decirle que hay una amenaza y ver cuán rápido se esfuma del salón. —Dije que estoy sorprendido de que sus amigos de las cubiertas inferiores no estén intentando colarse aquí también. ¿En serio? Los otros soldados me vieron dirigirme a primera clase cada noche como si fuera un hombre en el pabellón de la muerte. —Oh, ya sabe — Intento no sonar tan molesto como lo estoy—. Dudo de que sepan siquiera qué es el champán. —Intento sonreír también, pero ellos son los buenos en lo que a falta de honestidad respecta, yo no. Él se ríe muy alto mientras el flash estalla de nuevo en mi cara. Parpadeando las estrellitas para hacerlas desaparecer, tropiezo e inclino la cabeza, intentando localizar al único hombre en el salón que luce más fuera de lugar que yo. Pero el hombre encorvado con el sombrero desvencijado no está por ningún lado. ¿Tal vez se marchó? Pero nadie pasa por el trabajo de aparecerse en una fiesta como esta y luego desaparecer sin armar jaleo. Tal vez ahora está sentado, escondiéndose entre los huéspedes. Mis ojos barren las cabinas de nuevo, esta vez observando más detenidamente a los clientes. Están a tope de gente. Todas, excepto una. Mi vista cae sobre una chica que se sienta sola en una cabina, observando a la multitud con distante interés. Su cabello y piel impecable dice que es una de ellos, pero su mirada dice que ella es mejor, superior, intocable.


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Viste del mismo tono que un uniforme de marina, sus hombros desnudos sostienen mi mirada por un momento; ella viste el color mucho mejor que cualquier marinero que conozco. Cabello: rojo, cayendo por debajo de sus hombros. Nariz: un poco respingona, pero eso la hace más bonita, no menos. La hace real. Bonita no es la palabra adecuada. Es despampanante. Algo del rostro de la chica comienza a cosquillear en mi mente, como si debiera reconocerla, pero antes de que pueda establecer la conexión, ella me atrapa mirándola. Sé que no debo mezclarme con chicas como ella, así que no sé por qué sigo mirándola, o por qué sonrío. Entonces, abruptamente, un movimiento me hace apartar la vista. Es un hombre nervioso, y ya no anda serpenteando por la multitud. Su postura encorvada ha desaparecido, y con los ojos fijos en algo al otro lado del salón se mueve rápidamente a través de la presión de cuerpos. Tiene un propósito, y es la chica del vestido azul. No malgasto el tiempo abriéndome paso amablemente entre la multitud. Empujo entre un par de sorprendidos caballeros ancianos y voy hacia la cabina, pero el extranjero ha llegado primero. Está inclinado, hablando bajo y rápido. Se mueve aprisa, intentando soltar lo que vino a decir antes de que sea detectado como un intruso. La chica se echa hacia atrás, apartándose. Entonces la multitud se cierra entre nosotros y están fuera del campo de visión. Llevo una mano sobre mi arma y siseo entre dientes cuando me doy cuenta de que no está ahí. El sitio vació en mi cadera se siente como un miembro fantasma. Me abro paso hacia la izquierda, molestando a una bandeja flotante y enviando su contenido estrepitosamente hacia el suelo. La multitud se retira, finalmente dándome paso hacia la mesa. El intruso la agarró del codo, urgente. Ella intenta escaparse, sus ojos brillan, buscando alrededor a alguien como si esperara ayuda. Su vista recae en mí. Me acerco un paso más antes de que un hombre con el adecuado sombrero de copa le dé una palmada en el hombro al extraño. Él tiene un igualmente importante amigo y dos oficiales, un hombre y una mujer. Saben que el hombre con la ferviente luz en los ojos no pertenece a este sitio, y puedo ver que van a remediar eso. Los autonombrados guardianes de la pelirroja tiran del hombre hacia atrás, hacia los oficiales, quienes lo toman firmemente de los brazos. Puedo saber que no tiene entrenamiento, ya sea formalmente o del tipo rudo que aprenden en las colonias. Si lo tuviera, sería capaz de encargarse de estos monos de escritorio y sus formas descuidadas.


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Ellos comienzan a hacerlo girar hacia la puerta, uno de ellos agarrándole la nuca. Más fuerza de la que yo usaría para alguien cuyo único crimen hasta ahora parece ser intentar hablar con la chica del vestido azul, pero se están encargando de ello. Me detengo en la cabina adyacente, todavía intentando recuperar el aliento. El hombre se gira, liberándose de los soldados y volviendo hacia la chica. Mientras el salón comienza a aquietarse, el tono irregular de su voz se hace audible. —Tiene que hablar con su padre sobre esto, por favor. Estamos muriendo por la falta de tecnología. Él necesita darle a los colonizadores más— Su voz falla cuando uno de los oficiales le da un puñetazo en el estómago y lo hace doblarse. Me lanzo hacia el frente, empujándose de la cabina y pasando al creciente grupo de observadores. La pelirroja me gana. Está de pie en un rápido movimiento que llama la atención de todos los presentes de un modo que la refriega no logró. Quien quiera que sea, es una sensación. —¡Suficiente! —Tiene una voz adecuada para dar ultimátums—. Capitán, Teniente, ¿qué creen que están haciendo? Sabía que me gustaba por una razón. Cuando avanzo hacia adelante, los está reteniendo con una mirada que puede detener a un pelotón. Por un momento ninguno de ellos se da cuenta de mi presencia. Entonces veo que los soldados me notan, escanean mis hombros buscando mis estrellas y barras. Rango aparte, somos completamente diferentes. Mis medallas son por combates, las suyas por largo servicio, eficiencia burocrática. Mis ascensos fueron logrados en el campo de acción. Los suyos, detrás de un escritorio. Nunca han tenido sangre en sus manos, pero por una vez, estoy contento con mi recién adquirido estatus. Los dos soldados se ponen en atención a regañadientes, ambos son Comandantes, y me doy cuenta de que les molesta tener que saludar a un chico de dieciocho años. Es gracioso que a los dieciséis ya fuera lo suficientemente Comandante para beber, pelear y votar, pero dos años después, todavía soy demasiado joven para respetar. Siguen sujetando al colado. Está respirando rápida y agitadamente, como si estuviera seguro de que alguien lo fuera a disparar por una escotilla de aire en cualquier momento. Me aclaro la garganta, asegurándome de lucir calmado. —Si hay algún problema, puedo ayudar a este hombre a encontrar la salida. —Sin más violencia. Todos podemos escuchar cómo suena mi voz, justamente como el chico atrasado, tosco e inculto que soy. Registro un par de risas regadas por el salón, el cual está completamente enfocado en este pequeño drama que se desarrolla. No es una risa maliciosa, solo divertida.


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—Merendsen, dudo que este tipo esté tras un libro. —Sombrero de Copa Elegante me sonríe. Miro hacia abajo y me doy cuenta de que aún tengo el libro que tomé del estante. Claro, porque este tipo es tan pobre que no puede leer. —Estoy segura de que ya estaba a punto de marcharse —dice la chica, enfocando una mirada de acero en Sombrero de Copa—. Como también estoy segura de que usted también ya se marchaba. Su despido los toma desprevenidos, y empleo el momento para relevar a mis compañeros oficiales de su cautivo, sujetando su brazo mientras lo guío lejos. Ella ha despedido al cuarteto del salón —de nuevo, su rostro hace cosquillas en mi memoria, ¿quién es para que pueda hacer eso?— y les dejo escapar antes de llevarme a mi nuevo amigo despacio, pero firmemente, hacia la puerta. —¿Algo roto? —pregunto una vez fuera—. ¿Qué lo poseyó para que se les acercara, y en un lugar como este? Medio que pensé que estaba listo a hacer explotar a alguien. El hombre me mira por un momento prolongado, su rostro ya es más viejo de lo que la gente dentro del salón lucirá alguna vez. Se da media vuelta para marcharse sin decir palabra, sus hombros inclinados. Me preguntó cuánto tenía invertido en este encuentro manufacturado con la chica del vestido azul. Me quedo en el umbral, mirando cómo la gente va olvidándose del drama ahora que terminó. El salón va volviendo a la vida lentamente, las bandejas flotantes zumbando, conversaciones reanudándose, perfectamente planificadas risas tintineando aquí y allá. Se supone que debo estar aquí al menos una hora más, pero tal vez en esta ocasión pueda marcharme antes. Entonces veo a la chica otra vez, y me está mirando. Muy lentamente se está quitando uno de los guantes, sacando cada dedo deliberadamente. Su vista nunca deja mi rostro. Mi corazón se sube a mi garganta y sé que estoy mirando como un idiota, pero que me aspen si recuerdo cómo mover las piernas. Me quedo mirando un segundo más y sus labios se curvan en una sonrisa imperceptible. Pero de algún modo, su sonrisa no parece burlarse de mí, y consigo moverme para empezar a caminar. Cuando deja que su guante caiga al suelo, soy yo quien se inclina a recogerlo. No quiero preguntarle si está bien, está demasiado tranquila para eso. Así que pongo el guante sobre la mesa y me encuentro sin una excusa para hacer algo más que mirarla. Ojos azules. Hacen juego con el vestido. ¿Las pestañas crecen tanto naturalmente? Tantas caras perfectas, es difícil saber quién ha sido alterado


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quirúrgicamente y quién no. Pero seguro que si tuviera algún trabajo, hubiera optado por una clásica y hermosa nariz recta. No, ella luce real. —¿Está esperando un trago? —Mi voz suena regular. —Para mis acompañantes —dice, bajando las mortales pestañas antes de echar un vistazo a través de ellas—. ¿Capitán? —Inclina la palabra hacia arriba como si señalara mi rango. —Comandante —digo. Sabe cómo leer mi insignia; acabo de verla nombrar los rangos de los otros oficiales. Su tipo, las chicas de sociedad, todas saben cómo. Es un juego. Puede que yo no sea de sociedad, pero reconozco a un jugador cuando lo veo—. No creo que haya sido algo inteligente de parte de sus acompañantes el dejarla desatendida. Ahora está aquí atrapada hablando conmigo. Entonces sonríe y resulta que tiene hoyuelos en las mejillas, y todo se acaba. No es solo el modo en luce —aunque eso lo logra por sí solo—; es que, a pesar de cómo luce, a pesar del sitio donde la encontré, esta chica está dispuesta a ir contra la marea. No es otra marioneta cabeza hueca. Es como encontrar a otro ser humano después de días de soledad. —¿Causará un incidente intergaláctico si le hago compañía hasta que sus acompañantes lleguen? —Para nada —Inclina la cabeza un poco indicando el sitio opuesto de la cabina. El asiento se curva en un semicírculo desde donde ella se sienta—. Aunque siento que debo advertirle que podría estar aquí por un rato. Mis amigos no son precisamente reconocidos por su puntualidad. Me río y bajo el libro y mi trago sobre la mesa, junto a su guante, hundiéndome hasta sentarme frente a ella. Lleva una de esas enormes faldas que están de moda estos días, y la tela roza mis piernas cuando me acomodo. Ella no se aparta. —Debería haberme visto como cadete —digo, como si no hubiera sido apenas un año atrás—. La puntualidad era básicamente lo único por lo que se nos reconocía. Nunca preguntar cómo o por qué, solo hacerlo rápido. —Entonces tenemos algo en común —dice—. Tampoco se nos alienta a preguntar por qué. —Ninguno de los dos pregunta por qué estamos sentados juntos. Somos inteligentes. —Puedo ver a al menos media docena de hombres mirándonos. ¿Estoy haciendo enemigos mortales? O al menos, ¿más de los que ya tengo? —¿Eso lo detendría de sentarse aquí? —pregunta, quitándose finalmente el segundo guante y poniéndolo sobre la mesa. —No necesariamente —replico—. Aunque muy buena información. Hay muchos pasajes oscuros en esta nave si voy a tener rivales esperándome al doblar de la esquina.


Quickstep: baile formal de ritmo rápido.

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—¿Rivales? —pregunta, alzando una ceja. Sé que está jugando un juego conmigo, pero no sé las reglas y ella tiene todas las cartas. Aun así, al demonio, no puede importarme menos estar perdiendo. Me rendiré ahora mismo si ella quiere. —Supongo que se imaginan a ellos mismos como tal —digo eventualmente—. Esos caballeros de allí no lucen particularmente impresionados. —Hago un ademán hacia un grupo que viste levita y más sombreros de copa. En casa somos gente sencilla, y te quitas el sombrero cuando entras. —Hagámoslo peor —dice rápido—. Léame de su libro y luciré embelesada, y puede ordenarme un trago si lo desea. Echo un vistazo al libro que saqué del librero. Bajas masivas: Una Historia de Campañas Fallidas. Me deslizo un poco, alejándome y estremeciéndome interiormente. —Tal vez el trago. He estado un poco lejos de sus luces brillantes por un tiempo, así que estoy oxidado, pero estoy bastante seguro de que hablar de muertes sangrientas no es el mejor modo de encantar a una chica. —Entonces tendré que contentarme con el champán —continúa, mientras le hago señas a una de las bandejas flotantes—.‖Dijo‖“luces‖brillantes”‖con‖un‖dejo‖de‖ desdén, Comandante. Yo soy de esas luces brillantes. ¿Me encuentra en falta por eso? —No podría encontrarle en falta por nada. —Las palabras sobrepasan mi cerebro por completo. Motín. Ella cierra los ojos ante el cumplido, todavía sonriendo. —Dice que ha estado lejos de la civilización, Comandante, pero sus halagos lo están delatando. No puede haber sido tanto tiempo. —Somos muy civilizados en la frontera —digo, pretendiendo ofenderme—. Cada cierto tiempo tomamos un descanso de arrastrarnos por la porquería que da hasta la cintura y evitar balas, y enviamos invitaciones de bailes. Mi antiguo sargento instructor solía decir que nada te enseña el quickstep1 como el terreno cediendo bajo tus pies. —Supongo —accede mientras una bandeja viene zumbando hacia nosotros en respuesta a mi llamado. Ella selecciona una copa de champán y la alza a mitad de brindis hacia mí antes de tomar un sorbo—. ¿Puede decirme su nombre o es clasificado? —pregunta, como si no supiera. Alcanzo la otra copa y envío la bandeja zumbando hacia la multitud. — Merendsen. —Incluso si es pretencioso, es bueno hablar con alguien que no está loco por mis hazañas heroicas o pidiendo tomarse una foto conmigo—. Tarver Merendsen. —Me mira como si no me reconociera de los periódicos o los holovídeos.


—¿Su‖siguiente‖encuentro‖con‖ella…?

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—Comandante Merendsen. —Lo prueba, apoyándose en las m, y luego asiente, dándole el visto bueno. El nombre pasa revista, al menos por ahora. —Me dirijo hacia las luces brillantes para mi próxima ubicación. ¿Cuál de ellas es su hogar? —Corinth, por supuesto —replica. La más brillante de todas. Por supuesto—. Aunque paso más tiempo en naves como esta que en el planeta. Me siento más en casa a bordo del Icarus. —Incluso usted debe estar muy impresionada con el Icarus. Es más grande que cualquier ciudad en la que haya estado. —Es la más grande —replica mi compañera, dejando caer los ojos y jugueteando con el pie de la copa de champán. Aunque lo esconde bien, hay un parpadeo en sus facciones. Hablar de la nave debe aburrirla. Puede que sea el equivalente espacial a hablar del clima. Vamos, hombre, no seas idiota. Me aclaro la garganta. —Las cubiertas panorámicas son las mejores que he visto. Estoy acostumbrado a planetas con muy poca luz ambiental, pero la vista aquí es algo increíble. Ella encuentra mi mirada por medio segundo, entonces sus labios se curvan en la más pequeña de las sonrisas. —Creo que no las he aprovechado suficiente. Tal‖vez…‖—Pero entonces se detiene, mirando fijamente hacia la puerta. Había olvidado que estábamos en una salón lleno de gente. Pero al segundo en que aparta la vista, toda la música y las conversaciones vienen en torrente. Hay una chica con cabello rubio rojizo —un familiar, seguramente, aunque su nariz es recta y perfecta— que viene hacia mi compañera con un séquito a remolque. —Lil, ahí estás —dice, reprendiéndola, y sosteniendo su mano en alto en señal de invitación. No me sorprende, no estoy incluido. El séquito se coloca en su lugar detrás de ella. —Anna —dice mi compañera, quien ahora tiene nombre. Lil—. ¿Puedo presentarte al Comandante Merendsen? —Encantada. —La voz de Anna es despectiva, y alcanzo el libro y mi trago. Reconozco mi entrada. —Por favor, creo que estoy en su asiento —digo—. Fue un placer. —Sí. —Lil ignora la mano de Anna, y sus dedos se curvan alrededor del pie de su copa mientras me mira. Me gusta pensar que lamenta un poco la interrupción. Entonces me levanto, y con una ligera inclinación que reservamos para los civiles, me escapo. La chica del vestido azul me ve marchar.


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—El día del accidente. —¿Cuáles eran sus intenciones en ese punto. —No tenía ninguna. —¿Por qué no? —Está bromeando, ¿cierto? —Comandante, no estamos aquí para entretenerlo. —Descubrí quién era ella. Supe que eso había terminado antes de que pudiera decir hola.


Lilac

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—¿Sabes quién era ese? —Anna mueve la cabeza hacia el Comandante mientras sale del salón. —Mmh. —Trato de sonar evasiva. Por supuesto que sé quién es. La fotografía del tipo ha llenado cada sistema de proyección por semanas. Comandante Tarver Merendsen, héroe de guerra. Sus fotografías no le hacen justicia. Luce más joven en persona. Pero, por lo general, en sus fotos siempre está rígido, frunciendo el ceño. El acompañante de la tarde de Anna, un joven vestido con esmoquin, nos pregunta qué nos gustaría beber. Nunca me molesto en recordar los nombres de las citas de Anna. La mitad del tiempo ni siquiera los presenta antes de tenderle su abanico y su bolso para luego escabullirse a bailar con alguien más. Mientras se dirige hacia la barra con Elana, Swann los sigue después de mirarme por un largo rato. Sé que conseguiré una bronca monumental más tarde, por escabullirme de mi guardaespaldas y venir aquí más temprano, pero valió la pena. Tienes que saber qué estás buscando para encontrarlo; apenas se ven en las líneas de la falda de Swann, pero tiene un cuchillo en un muslo y una pequeña pistola para aturdir en su bolso de mano. Hay bromas sobre cómo la princesa de LaRoux nunca va a ningún sitio sin su séquito de risueños compañeros; el que la mitad de ellos pudieran matar a un hombre a noventa metros de distancia no es exactamente de conocimiento público. La familia del Presidente no tiene protección como la mía. Debería haberles dicho sobre el hombre que me acosaba, pero si lo hubiera hecho, Swann me habría sacado del salón, y pasaría el resto de la tarde encerrada en la habitación mientras ella verificaba que el hombre con el barato sombrero no intentaba dañarme. Aunque podría haberle dicho que no era peligroso. Difícilmente es la primera vez que alguien quería que intercediera con mi padre.

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Traducido por Sofí Fullbuster Corregido por *Andreina F*


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Todas sus colonias quieren más de lo que puede dar, y no es un secreto que el hombre más poderoso en la galaxia consiente a su hija con cada capricho. Pero que le dijera eso no haría nada para evitar que Swann me ocultara. Reconocía la particular caída en los hombros del hombre mientras el Comandante lo guiaba a la salida. No lo intentaría de nuevo. —Espero que sepas lo que estás haciendo, Lil. —Levanto la mirada, sorprendida. Aún está sobre el Comandante Merendsen. —Sólo era para conseguir algo de diversión. —Bebo el último poco de champaña en una forma que hace que Anna sonría abiertamente. Elimina su sonrisa con esfuerzo, frunciendo el ceño, que queda mejor en el rostro de Swann que en el suyo. —El tío Roderick estará molesto —dice, deslizándose en la cabina junto a mí y forzándome a moverme—. ¿A quién le importa cuántas medallas se las arregló para conseguir el Comandante en el campo? Aún es el hijo de un maestro. Para una chica que pasa la mayoría de las noches en la habitación de alguien más que en la suya, Anna es una puritana cuando se trata de mí. No puedo evitar preguntarme qué le prometió papá a cambio de que mantuviera un ojo en mí en este viaje, o con qué la amenazó. Sé que sólo está tratando de protegerme. Mejor ella que uno de mis guardaespaldas, que no tienen ninguna razón para ocultar la verdad en los reportes de papá. Anna es una de las pocas personas que saben de qué es capaz el señor LaRoux cuando se trata de mí. Ha visto lo que le suceden a los hombres que me miran de la forma equivocada. Por supuesto, hay rumores. La mayoría de los hombres son lo suficientemente inteligentes como para mantenerse lejos, pero Anna sabe. Incluso con todos sus sermones, estoy feliz de que esté aquí conmigo. Aún así, no podía dejarlo pasar. —Una conversación —murmuro—. Eso es todo, Anna. ¿Tenemos que hablar de esto siempre? Anna se inclina, así puede deslizar un brazo en el mío y poner su cabeza en mi hombro. Cuando éramos jóvenes, solía hacerlo, pero hemos crecido, y soy más alta que ella ahora. —Sólo estoy tratando de ayudar —dice—. Sabes cómo es el tío Roderick. Eres todo lo que tiene. ¿Es malo que tu padre sea devoto a ti? Suspiro, inclinando la cabeza hacia un lado así descansa en la suya. —Si no puedo jugar un poco mientras estoy lejos de él, ¿entonces de qué sirve que viaje sola? —El Comandante Merendsen lucía bastante lindo —admite Anna en voz baja—. ¿Viste cómo llenaba ese uniforme? No es para ti, pero tal vez debería averiguar su número de habitación.


Mi estómago da un extraño giro. ¿Celos? De seguro no. Ha de ser el movimiento del barco. Y aún así, viajar a la velocidad de la luz es tan tranquilo que es como estar de pie quieta. Anna alza la cabeza, mira mi rostro, y se ríe, el sonido encantador, con un muy practicado tintineo. —Oh, no te molestes, Lil. Sólo bromeaba. Sólo no lo mires de nuevo, o sabes que tendré que decirle a tu padre. No quiero, pero no puedo evitarlo. Elana, Swann y el distante tipo con esmoquin regresan con una bandeja, llena con bebidas y aperitivos. Las chicas le han dado tiempo suficiente a Anna como para castigarme, y son todas sonrisas cuando se deslizan en la cabina para unírsenos. Anna envía al chico del esmoquin de vuelta al bar porque su bebida tiene una rodaja de piña en ella en vez de cerezas, y ella y las otras chicas se ríen mientras lo ven alejarse. Es obvio por qué Anna lo escogió: el tipo podría lucir mejor en un esmoquin que el Comandante. Anna comienza a describir los entusiastas intentos del tipo con esmoquin de cortejarla, para la diversión de Elana y Swann. A veces este tipo de conversación es todo lo que quiero, ligera, fácil y para nada peligrosa. Dejo de ser el centro de atención y pone a Anna en el centro del escenario, por lo que todo que tengo que hacer es sonreír y reír. Por lo general, me tendría riendo como loca para este momento. Pero esta noche se siente vacía, y es difícil liberarme. Miro la puerta de vez en cuando, pero aunque se abre y se cierra una docena de veces, nunca entra Tarver Merendsen. Estoy segura de que conoce las reglas tan bien como yo, y no hay ninguna persona a bordo que no sepa quién soy. El que me hablara en absoluto es un milagro. A pesar de que mi padre hizo todo un espectáculo al permitirme viajar sola por mi cumpleaños en el Nuevo París, la verdad es que siempre está allí, de alguna forma u otra. Aunque hay un pequeño consuelo. Al menos se fue por sí mismo, y no tuve que despedirme de él en frente de todos mis amigos. Después de todo, en una nave con más de cincuenta mil pasajeros a bordo, las probabilidades de que alguna vez me encontrara de nuevo con la torcida sonrisa del Comandante y su atrayente voz eran casi inexistentes.

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Las próximas dos noches, Anna y yo nos saltamos el salón, y vamos directamente a la cubierta de paseo después de la cena. Caminamos brazo a brazo, y comentamos sobre sus chismes. Sé que pasaría toda la noche en nuestras suites contiguas, recostada a los pies de mi cama, hablando. A pesar de que ella nunca parece mostrar los efectos de no dormir, yo siempre despierto con bolsas

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bajo mis ojos, luciendo como moretones en mi clara piel. Fuera de estas travesías, Anna y yo nunca pasamos mucho tiempo juntas. Aquí, podemos ser como hermanas. Y así caminamos. Por supuesto, Swann también está con nosotras, apenas puedo salir de la cama sin ella pegada a mi codo, pero si nos escucha, no comenta. A pesar de que Anna no dijo nada más sobre el Comandante, no se ha alejado de mis pensamientos. La mayoría de las personas de clases bajas, cuando me hablan, tratan de fingir que están a mi nivel. Me adulan, prestándome una atención tan falsa que hace que mis dientes duelan. Pero el Comandante fue dulce, honesto, y cuando sonrió, no lucía como una sonrisa forzada. Actuaba como si realmente disfrutara de mi compañía. Entramos en la amplia extensión de pasto sintético que se curva alrededor de la popa de la nave mientras las luces, sincronizadas con los relojes de la nave, se atenúan después del atardecer. Las ventanas de observación se tiñen con la imagen de un día soleado, las nubes pasando de dorado a naranja, luego a rosado, y finalmente a un estrellado cielo más brillante que cualquier cosa que pudieras encontrar en un planeta. En Corinth no hay estrellas, sólo el suave y rosado brillo de las luces de la ciudad reflejadas en la atmósfera, y la exposición holográfica de los fuegos artificiales contra las nubes. Estoy mirando la ventana y escuchando a Anna con un solo oído cuando su brazo se aprieta convulsivamente. Casi doy un traspié cuando se detiene abruptamente, pero afortunadamente, consigo recuperar mi balance antes de que pueda caer de rostro en el pasto sintético. Caer por un tropiezo haría que estuviera una semana en los titulares. Los ojos de Anna no están mirándome, sino a algo —o alguien— en la distancia. Echo un vistazo, y mi corazón cae hasta mis satinados zapatos violetas. El Comandante Merendsen. ¿Nos ha visto? Está hablando con otro oficial, la cabeza inclinada para escucharlo…‖Tal‖vez‖est{‖lo‖suficientemente‖distraído‖como‖para‖notarme.‖Giro‖el‖ rostro, dispuesta a no dejar que me vea. Maldigo mi inusual cabello, demasiado brillante como para estar de moda o ser sutil. ¿Y por qué insisto en utilizar tonos brillantes? Si estuviera vestida como las otras chicas, tal vez me habría mezclado. ¿A qué horrible lugar lo reasignaría mi padre si Anna le reportaba que había estado interactuando con el infame Comandante Merendsen; un hijo de profesor, estudiante becado, héroe de guerra sin estudios? —Dulce cielo, en realidad está acercándose —murmura Anna en mi oído a través de una inalterable sonrisa—. ¿Qué demonios? Quiero decir, ¿sufre de algún problema‖mental…?


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—Buenas tardes, Comandante —interrumpo, deteniendo abruptamente los insultos de Anna antes de que esté lo suficientemente cerca como para escucharlos. Espero. El oficial junto al Comandante espera respetuosamente, y mi corazón se hunde incluso más. Anna conoce las reglas, así que ella y Swann se disculpan y se alejan, mirando por la ventana ostensiblemente. Anna me echa un vistazo una vez pasa al Comandante, ambas cejas alzadas con preocupación. No, me advierte su expresión. Deja que se vaya. Puedo ver el momentáneo destello de simpatía en su mirada, pero eso no cambia el mensaje. Permanecen al alcance del oído, proveyendo sólo la ilusión de la privacidad. Swann se inclina contra la barandilla, observándonos de cerca. Aún así, luce más divertida que preocupada. Puede ser letal cuando estoy en peligro, pero en casa con los otros, chismea, se ríe, y baila. Anna está acostumbrada al listado de guardaespaldas, y los adopta en nuestro círculo tan fácilmente como a cualquiera de nuestros compañeros. Mi padre escogió bien. —Buenas tardes —dice el Comandante Merendsen. Detrás de él, Anna le susurra algo a Swann, quien se ríe ruidosamente. El Comandante apenas hace una mueca, simplemente sonríe un poco—. Lo siento, no debería haber interrumpido su tarde con sus amigas. Pero no tuve la oportunidad de preguntarle la otra noche si estaría interesada en ir a la cubierta de observación alguna tarde. Mencionó que no había estado allí lo suficiente. Anna está mirándome, sus ojos verdes fijos en mí. No hay simpatía en ellos ahora, sólo advertencia. El que ni siquiera mi mejor amiga guardara mis secretos es una verdad que no quiero enfrentar ahora. Especialmente desde que la parte más dolorosa es que ni siquiera puedo culparla. No hay nadie que pueda desobedecer a mi padre. Ni Anna, ni yo. Y definitivamente, no Tarver Merendsen. ¿Cuán arrogante puede ser este tipo? Tal vez piensa que la recompensa lo vale. Los hombres harían casi cualquier cosa‖por‖la‖atención‖de‖una‖niña‖rica.‖Si‖no‖ retrocedía‖por‖sí‖mismo,‖bueno…‖He‖ hecho esto antes. Nada funcionaría más que la aniquilación. Tengo que escoger el momento perfecto para maximizar el daño. —Lo recordó. —Encuentro mi sonrisa, sintiéndola extenderse por mi rostro como una mueca, y traslado mi atención de nuevo al Comandante—. Creo que mis amigas entenderán si me pierdo una tarde. Detrás del Comandante, veo el rostro de Anna congelarse, un genuino miedo extendiéndose a través de él. Desearía poder decirle que espere, que no entre en pánico. Pero eso me traicionaría. Su rostro cambia, una cautelosa sonrisa extendiéndose mientras algo de la tensión lo abandona. Me sorprendo al darme cuenta de que se sentía nervioso. Que


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realmente, verdaderamente, quería pedírmelo. Sus ojos, del mismo castaño oscuro de su cabello, están puestos en mí. Dios, si no fuera tan hermoso. Sería mucho más fácil si fuera viejo y gordo. —¿Está ocupada ahora? ¿Esta noche? —Definitivamente no desperdicia el tiempo, ¿no? Sonríe, juntando las manos detrás de su espalda. —Una de las cosas que aprendes rápido en el servicio es a actuar primero y pensar luego. Una diferencia bastante grande de los círculos en los que me muevo; de los deliberados juegos y las calculadas palabras. Anna está articulándome algo, pero sólo consigo entender lo último. Algo con ahora. —Escuche, Comandante… —Tarver —me corrige—.‖Y‖aún‖tiene‖ventaja,‖Señorita… Me toma unos pocos segundos entender lo que dice. Está mirándome con las cejas alzadas, expectante. Entonces me golpea. No sabe quién soy. Por un largo momento, sólo lo miro fijamente. No puedo recordar la última vez que alguien me habló sin saber quién era. De hecho, no puedo recordar que alguien no supiera quién era en absoluto. De seguro cuando era pequeña, antes de que me convirtiera en el amor de los medios. Pero parece tan lejano de quien soy ahora, como una película vista en otra vida. Desearía poder detenerme, disfrutar el momento. Disfrutar hablar con alguien que no me ve como Lilac LaRoux, heredera del imperio llamado Industrias LaRoux, la chica más rica del universo. Pero no puedo detenerme. No puedo permitir que este estúpido y tonto soldado sea visto conmigo de nuevo. Alguien le contará a mi padre, e ignorante o no, el Comandante Merendsen no se lo merece. He hecho esto antes. Así que, ¿por qué tengo que esforzarme tanto para encontrar las palabras para apartarlo? —Debo haberle dado la impresión equivocada hace unas noches —digo airadamente, dándole mi más brillante y divertida sonrisa—. Trato duramente de ser educada cuando estoy aburrida, pero supongo que a veces resulta contraproducente. Hay un pequeño cambio en el rostro del Comandante Merendsen, un sutil clic en sus sonrientes ojos, un ajuste en su firme boca. Incluso así, siento una irracional ira hacia él, por ser tan ignorante como para hablarme en absoluto. Tú le sonreíste primero, señala una pequeña voz. Dejando que recogiera tu guante, te trajera una bebida, y se sentara contigo. Más allá de él, veo a Anna y Swann a punto de colapsar debido a la risa, y mi mandíbula comienza a apretarse. La ira incrementa. Termínalo ahora. Haz que se vaya. Antes de que lo pierdas.


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—¿No me entendió? —Lanzo el cabello por encima de mi hombro. Sólo puedo esperar que si mi rostro muestra cuánto me odio ahora mismo, lo lea como disgusto—. Supongo que debería haber esperado que fuese un poco lento. Dada su…‖crianza. Permanece en silencio, su rostro totalmente rígido. Sólo me mira fijamente mientras los segundos pasan. Entonces retrocede y se inclina. —No ocuparé más de su tiempo. Si me disculpa. —Por supuesto, Comandante. —No espero a que se vaya, paso junto a él para reunirme con Anna y Swann, llevándolas conmigo en mi impulso. No quiero nada más que mirar sobre mi hombro y ver si el Comandante Merendsen aún se encuentra donde lo dejé, si está alejándose hecho una tormenta, si está siguiéndome, si está hablando con el oficial con el que se encontraba. Y ya que no puedo mirar, mi imaginación crea una docena de posibilidades, espero sentir su mano en mi codo en cualquier momento o verlo por mi visión periférica mientras se dirige a la cubierta de baile. —Oh, eso fue brillante, Lil —jadea Anna, aún riendo—. ¿En serio estaba pidiéndote que lo acompañaras a la cubierta de observación? ¿Para ver las estrellas? ¡Dios, que cliché! Las vibraciones, generalmente indetectables, están dándome un dolor de cabeza. No sabía quién era. No iba detrás de mi dinero; no buscaba las conexiones de mi padre. No estaba detrás de nada, excepto una tarde conmigo. Repentinamente, el ataque de risa de Anna se siente como una lija en mis nervios. No importa que su risa ayudase a alejar al Comandante, que me viese dudar y entendiera, que sólo esté haciendo lo mejor para protegerme de que algo impensable me pasara de nuevo. Todo lo que importa es que lo había arruinado todo con ese pobre tipo, y ahora ella se está se riendo. —Si estás celosa, consigue que tu chico de esmoquin te ayude esta semana —suelto bruscamente. Dejándola a ella y a Swann mirándome, me dirijo al ascensor. Hay un par de chicos que ya están en sus destellantes y ajustados trajes esperando a que las puertas se cierren. Cuando entro, uno de ellos le susurra al otro, y murmurando lo que se oye como una disculpa, salen rápidamente, dejándome sola. Con el sonido de las puertas cerrándose, mi mente conjura las palabras del tipo. Ha pasado tantas veces que ni siquiera necesito escucharlo para saber qué dijo. Oh, mira eso. Es la hija de LaRoux. Si nos atrapan aquí con ella, estamos muertos, hombre.


Me inclino contra el panel de madera sintética en el interior del ascensor, y me fijo en el símbolo adornando las puertas. La letra número once del alfabeto Greek; por las Industrias LaRoux. La compañía de mi padre. Lilac Rose LaRoux. Intocable. Tóxica. Debería haber sido nombrada Ivy, o Foxglove, o Belladona.

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—¿La vio después de que el incidente ocurriera? —Sí. —¿Trató de preguntar qué sucedía? —No eres militar, no entiendes cómo trabajamos. No se suponía que preguntara. Sólo seguía órdenes. —¿Qué órdenes? —Tenemos el deber de proteger a los ciudadanos. —¿Así que no hubo una orden específica que le hiciera tomar la decisión? —Ahora te estás poniendo quisquilloso. —Estamos siendo precisos, Comandante. Apreciaríamos si tratara de hacer lo mismo.


Tarver

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El aire sale de mis pulmones en una ráfaga, el dolor punza por mi espalda cuando me golpeo violentamente sobre las esteras de la práctica. El otro tipo se cae conmigo, y me doy cuenta de que todavía agarro un puñado de su camiseta. Tomo una rápida respiración al tiempo que empujo mi peso hacia un lado, levantándome en las rodillas con un sólo movimiento por lo que estoy cerniéndome sobre él, en lugar de al revés. No puedo creer que me ridiculizara de tal forma esta noche. Todo el mundo en la galaxia sabe quién es Lilac LaRoux, y yo no pude haber mirado algún pésimo noticiero, visto uno de esos malditos programas de chismes, para saber qué aspecto tenía. Debo ser el único hombre vivo que no lo sabía. Normalmente no podrías conseguir que me acercara a una chica rica e intitulada si me pusieras una pistola en la cabeza. ¿Qué pensaba? No lo hacía en absoluto.‖Tenía‖mi‖mente‖ocupada‖en‖unos‖hoyuelos,‖cabello‖rojo‖y… El chico debajo de mí empuja contra mi hombro, y ruedo de nuevo para que de esa manera no pueda conseguir agarrarme, coloco una rodilla en su pecho y retiro mi brazo. Mi puño hace medio camino hacia la mejilla del chico antes de que la atrape, la agarre y la tuerza, por lo que tengo que tirarme hacia atrás para liberarme. Se lanza tras de mí, sonriendo y jadeando. —¿Eso es todo lo que tienes, chico? Esfuérzate más. Eso es lo único que siempre escucho. ¿Eso es todo? Esfuérzate más. Sé más intenso. Sé más inteligente. Aprende cuáles malditos cubiertos usar. Habla como nosotros. Piensa como nosotros. Que se jodan totalmente. Un desigual coro de gritos y maldiciones en una docena de idiomas diferentes entra en erupción desde el borrón de la fatiga y las caras que nos rodean. El único oficial aquí abajo es el sargento que supervisa el combate, y no nos dirá que cuidemos nuestras bocas. Bueno, el único oficial aparte de mí. Pero ellos no

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Traducido por JeylyCarstairs Corregido por Alaska Young


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saben eso. Con sólo subir las escaleras todo el mundo reconoce mi cara de las revistas, periódicos y holovídeos. Aun así, apuesto a que habrían reconocido a Lilac LaRoux. No puedo dejar de pensar en ella. ¿Creía que era divertido jugar conmigo así delante de sus amigos? Ataco tan rápidamente que ambos nos sorprendemos, y hay un crujido, luego el otro chico se aparta, levanta la mano a su cara, la sangre se filtra a través de sus dedos. Tomo una respiración, y antes de que pueda moverme, el sargento se agacha para meter una mano entre nosotros, mostrándome la palma de ella, el combate ha terminado. Me recuesto sobre mis codos, mi pecho agitado mientras él ayuda al otro chico a ponerse en pie y lo entrega a uno de sus amigos para que lo lleve a la enfermería. Después el sargento se da la vuelta para enfrentarme, con los brazos cruzados sobre su enorme pecho. —Hijo, uno más como ese, y estás fuera de las esteras, ¿entiendes? Uno más y hablaré con tu oficial al mando. Aquí abajo todos visten como civiles, usando camisetas color caqui junto a unos pantalones, y puedo deshacerme de mis estrellas y barras y pretender que soy un soldado raso. Aquí abajo sólo tengo dieciocho años, no soy un oficial, no soy un héroe de guerra. Ni por un momento él se imaginaría que yo podría ser un Comandante. Prefiero que sea de esa manera. Algunos días me gustaría que lo fuera. Que pudiera ganar mis rayas en un entrenamiento oficial, en lugar del campo como lo hice, donde los errores cuestan más que las marcas en una hoja de papel. —Sí, sargento. —Mis respiraciones siguen llegando rápidamente, y me pongo de pie con cuidado. Quiero quedarme un poco más. Los cuarteles militares son funcionales, del esqueleto de metal que muestra la nave, pero estoy más a gusto aquí. El aire es húmedo con tantos cuerpos trabajando y sudando, los filtros resoplando tiempo extra sin mucho resultado. Estos chicos se encaminan a una de las colonias para acabar con la última rebelión. Quitando mis medallas y mi ascenso en el campo, también estaría viajando en los cuarteles militares, esperando para ver qué terraformados maravillosos y rebeldes enojados aguardaban por mí. Lo deseo. El sargento me evalúa un momento más, luego gira su cabeza para gritar al estilo de la plaza de armas. —Cabo Adams, al frente y al centro. Eres la siguiente. Ella es unos pocos años mayor que yo, un par de centímetros más baja, con cabello rubio en punta. Me lanza una rápida sonrisa al sacudir los brazos y prepararse, yo tomo una respiración y la enfrento. Haré esto hasta que esté lo suficientemente cansado para dormir.


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Resulta que es rápida, cambia su peso con agilidad al caminar en círculo. Este es el tipo de chica que me conviene, rápida y directa, nada de esa cubierta superior de intriga. La forma en que se mueve me recuerda a una frase de uno de los poemas de mi madre. Mercurio luz y motas de polvo. Ella sonríe de nuevo, y por un instante puedo ver la sonrisa de Lilac LaRoux, y esos ojos azules. Pero lo siguiente que veo es la rejilla de metal a través del techo de la cubierta. La Cabo Adams tiene su pie desnudo en mi garganta, y se acabó. Levanto mis manos con cuidado, pienso en agarrar su tobillo, pero en vez de eso se las muestro. Me tiene. Debería haber puesto mi mente en el trabajo a la mano. Ella levanta su pie y se inclina para ofrecerme su mano. La tomo, jala y me levanto. Ahora la Señorita LaRoux también logró que perdiera en el combate en las esteras. ¿Hay alguna parte de mi vida en la que esa chica no pueda meterse? Me encajo las manos en la nuca, arqueo mi espalda hasta que estiro de un tirón mis músculos doloridos, miro en dirección del sargento. Dirige al cabo a la siguiente estera, y cierra la distancia entre nosotros. —Hijo, no sé en lo que trabajas fuera de aquí, pero es posible que desees probar la línea de armas —comienza. No quiero mi arma. Quiero a alguien que pueda tocar, en persona. —Por favor,‖sargento,‖yo… El suelo brinca, se agita debajo de mí y ambos nos tambaleamos hacia atrás, por un instante creo que alguien me abordó por detrás, y luego me doy cuenta de que la nave está temblando debajo de nosotros. Coloco mis pies bien separados, esperando ver si habrá otro temblor. La sala de combate está inquietantemente silenciosa mientras todos levantan la mirada, a la espera de información por los altavoces. El Icarus no ha sido otra cosa que perfectamente estable en las semanas en que he estado abordo. Nada rompe el silencio, e intercambio una mirada con el sargento. Lentamente sacude la cabeza, sus anchos hombros levantados en un rápido encogimiento. ¿Dónde está el anuncio? Habrá más información arriba. Porque seguramente, alguien le estará diciendo a la gente rica lo que ocurre. No han de esperar nada menos. Lanzo un rápido saludo, y me apresuro sobre mis botas. Cuando empujo a través de las puertas de la sala de combate en silencio y salgo a la red de pasarelas más allá, es como entrar en otro mundo. Arriba todo es un delicado lujo, pero aquí abajo no desperdician ni un centímetro. Las pasarelas se entrelazan sobre y debajo las unas de las otras como telarañas, pobladas por cabezas tecnológicas con trajes de luces que pulsan al


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tiempo que la música nos rodea, emigrantes que se dirigen a las nuevas colonias, turistas tomando la ruta más barata a otros planetas, gente haciendo el largo recorrido para visitar a sus familiares. Oigo un fragmento de un preocupado español a mi izquierda y una maldición irlandesa cerca. Un grupo de misioneros empeñados en llevar consuelo y alivio a los rebeldes no iluminados sobre los nuevos planetas que se encuentran viendo el bullicio de la humanidad como si fuera su primera vez fuera del mundo. En medio de todo el ruido y el movimiento, no hay un sombrero de copa o un corsé a la vista. Se escuchan pasos en los pórticos metálicos, voces resonando en una docena de variaciones sobre el estándar, lenguas minoritarias entrelazadas. Todos se preguntan lo que ocurre, pero nadie lo sabe. Pantallas iluminadas parpadean anuncios en mi dirección, cubriendo las paredes y el techo, palabras a todo volumen, canciones y tintineos. En lo que camino entre la multitud hacia el primer tramo de escaleras, un holograma en tercera dimensión se levanta frente a mí, es una mujer en un atractivo traje de gata rosado abriendo los brazos para invitarme a un club en el extremo de la popa de la nave. Camino a través de ella. Mi estómago se sacude como si estuviera en un ataque de mareo espacial. Me doy cuenta que no soy el único que parece incómodo, hay otros rostros en la multitud palideciendo también. No puedo enfermarme en el espacio. He estado a la deriva por el universo en naves tan mal ajustadas que apenas podías oírte por encima del traqueteo, y en todo ese tiempo mantuve las entrañas en mi interior. Debo haber exagerado en las esteras de combate. Puedo sentir la pasarela de metal vibrando debajo de mí a causa de los cientos de conjuntos de pisadas golpeando a lo largo, pero hay algo más debajo de eso, un temblor que no se siente bien. De pronto todas las pantallas de video a mi alrededor se congelan, los tintineos y voces superpuestas se interrumpen para que así la voz de una mujer se pueda difundir por todos los pasillos, suena tranquila y profesional. —Atención a todos los pasajeros. En unos momentos estaremos ciclando los motores hiperespaciales de la nave. Este procedimiento forma parte de nuestro mantenimiento de rutina del Icarus. Usted podrá notar algunas vibraciones menores. Agradecemos su comprensión en el tiempo que llevemos a cabo este mantenimiento de rutina. Parece tranquila, pero yo no usaría la palabra mantenimiento de rutina dos veces en un anuncio a menos que estuviera tratando de evitar que la gente se dé cuenta de que no lo es. En dos años de viaje espacial, sólo he visto que una nave cicle sus motores una vez, hace unos seis meses cerca de Avon. Para cuando


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conseguimos que esa cosa aterrizara, apenas se mantenía unida por saliva y buena suerte. Este es el Icarus. La más nueva y lujosa nave para salir del muelle orbital, construida por una corporación en la galaxia lo suficientemente grande como para terraformar planetas por sí misma. Estoy bastante seguro que Roderick LaRoux se aseguró de que la saliva no jugara ningún papel en la forma en que se mantiene unida. Corro por la pasarela, ignorando que mis piernas se sienten como si fueran un lastre después de mi sesión de combate, y comienzo a subir la próxima escalera con una mano en la barandilla, por si acaso. Es una buena decisión, estoy a mitad del‖camino‖cuando‖otra‖de‖esas‖vibraciones‖“menores”‖golpea. La nave se estremece tan violentamente esta vez que una onda recorre la pasarela a mis pies. Puedo seguir la trayectoria de su progreso por la forma en que los civiles oscilan a lo largo, gritan y se agarran a los pasamanos, arrodillándose. La frenética multitud crece, y giro mi cuerpo para empujar a través de un espacio y dirigirme a las escaleras, luego echo a correr al tiempo que me dirijo al siguiente tramo. En lo alto, presiono mi palma contra la placa de identificación, y la puerta en silencio se desliza abierta. Me apresuro entre los pasillos ricamente alfombrados de mi propia cubierta. La cubierta de Lilac LaRoux. Está más concurrida de lo habitual cuando las personas salen de sus cabinas pensando que descubrirán algún tipo de sabiduría colectiva en los pasillos. En otro momento hubiera hecho una pausa para admirar a estas mujeres presumiendo sus ilimitados presupuestos en ropa para dormir, pero ahora mismo me estoy moviendo. Giro hacia mi propia cabina cuando tres fuertes toques de la alarma cortan a través de la suave música que se reproduce en los pasillos. La voz de la mujer viene de nuevo, esta vez fuerte, con miedo y tensa por el intento de ocultarlo. —Damas y caballeros, su atención por favor. Hemos tenido dificultades con nuestros motores hiperespaciales, y el Icarus ha sufrido daños considerables como resultado del desplazamiento tridimensional. Haremos lo posible para mantener la nave en el hiperespacio, pero mientras tanto, por favor sigan las tiras iluminadas de los pasillos y hagan su camino a sus cápsulas de emergencia asignadas de inmediato. El pasillo vuelve a la vida. Es evidente que la mayor parte de estas personas no sabrían de su cápsula de emergencia asignada a no ser que rodara hasta ellos, los introdujera ella misma, y se ofreciera a bailar tango. Soy totalmente el tipo de persona que lee todas las indicaciones de seguridad en cuanto tiene la oportunidad. Desarrollas esa actitud después de tu primer falso simulacro de evacuación de emergencia, y he tenido más de uno.


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Nosotros los tipos militares estamos todos entrenados para viajar con una mochila. Con las cosas que necesitas llevar contigo si tienes que evacuar, equipo de supervivencia. Nada de eso es de mucha utilidad aquí en el espacio sideral, por supuesto, que es el único lugar donde encontrarás esta nave. Fue construida en órbita. Como una ballena, tendría que colapsar bajo su propio peso si se expone a la gravedad real. Aun así, estoy regresando antes de que tenga tiempo de pensar en ello. Corro por el pasillo hacia mi cabina, luchando a mi manera contra la multitud, que está surgiendo por el lugar en pánico. Despejo mi camino al interior de mi cabina y desengancho la mochila de donde se encuentra colgada en el respaldo de la puerta. Es un paquete básico de excursionismo de mis días de cadete, diseñado para plegarse un poco. Dudo, luego agarro mi chaqueta también. Necesito recorrer tres pasillos a mi derecha, luego girar a la izquierda y seguir adelante, aunque con la multitud cada vez más ruidosa e inestable con cada minuto, tomará un tiempo. Logró llegar al primer pasillo, pasando por la puerta que da a la terraza de observación. Miro hacia los lados a través de la puerta. Sé cómo se supone que deber ser la vista, y no es así. Las estrellas más allá de las claras pantallas se desdibujan, luego se tambalean, y vuelven a enfocarse. No son las largas y elegantes líneas que deben ser visibles en el hiperespacio dimensional. Se enfocan un momento, puntitos blancos de luz, entonces se alargan desdibujándose de nuevo. Nunca he visto un panorama como este antes, es como si el Icarus estuviera tratando, y fallando, de agarrarse a su camino de vuelta al hiperespacio. No sé con certeza lo que sucederá si es arrancado prematuramente, pero estoy bastante seguro de que nada bueno. Por un momento, algo enorme y metálico es visible en la esquina de la ventana de observación, y luego se ha ido. Estiro el cuello, tratando de volver a avistar el objeto. Es tan enorme que tendría su propio campo gravitatorio significativo, lo suficiente para tirar al Icarus fuera de su trayectoria de vuelo. Retrocedo para hacer mi camino a través de la multitud hacia mi cápsula. La presión de los cuerpos es demasiado densa, y me inclino para deslizarme a lo largo de la barandilla de guardia. En estos pasillos traseros, la barandilla es todo lo que se interpone entre nosotros y una desagradable caída, de todo el camino hacia abajo son al menos una docena de niveles. Mientras doy vuelta a la esquina choco fuertemente con alguien más pequeño que yo, y extiendo instintivamente mis brazos para evitar que la persona se caiga. —¡Discúlpeme! —dice una voz sin aliento—. ¡Señor, fijase por donde va! No. Oh, demonios no.


—¿Así que sabía cuál cápsula de escape era la suya? —Sí. —¿Y ella?

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Un par de ojos azules se encuentran con los míos, parpadean conmocionados, luego con indignación, antes de que me esté empujando con todas sus fuerzas, tambaleándose contra la barandilla de la pasarela. Aflojo mi mandíbula con esfuerzo. —Buenas noches, Señorita LaRoux. — Muérete, dice mi tono. A pesar de todo —los gritos de la multitud, los empujones de los cuerpos, el estruendo de las alarmas de la nave— me tomo un momento para saborear la conmoción y consternación en el rostro de la Señorita LaRoux y sus compañeros en el momento que ellos registran mi repentina reaparición. No espero la oleada de gente que viene inundando el pasillo central. Casi me hacen perder el equilibrio, pero la multitud es tan densa que no caigo. Como si me hallara atrapado en la corriente de un río violento, me toma un momento volver a poner mis pies con firmeza en el suelo. Capturo un vistazo de los amigos de la Señorita LaRoux cuando son arrastrados por el pasillo. Uno de ellos trata de combatir la multitud, hace su regreso en mi dirección, gritando el nombre de la Señorita LaRoux y chocando contra la gente a su derecha e izquierda. Me doy cuenta de que ella ha tenido formación, no es sólo otra cara bonita. ¿Una guardaespaldas? Pero incluso no puede hacer ningún progreso. Los otros ya están casi fuera de la vista. Veo a uno de ellos gritar, con la boca abierta y el sonido ahogado, en el mismo instante que me doy cuenta que la Señorita LaRoux no se encuentra con ellos. Empujo a través de la barandilla, tratando de capturar un vistazo de ese cabello rojo brillante. Esta multitud presa del pánico es suficiente para pisotear a los desprevenidos. Con una pared en un lado y la barandilla del balcón en el otro, están canalizados más salvajes y más rápidos a cada momento, como bestias en un cañón. Veo a la gente levantando sus pies, estrellándolos contra la pared. Ella no está aquí. Estoy a punto de dejar de luchar contra la multitud y seguir la corriente cuando un grito perfora el caos. Empujo hacia el sonido. Estoy a tiempo para ver el destello de un vestido verde y cabello rojo junto a un rostro blanco desaparecer encima de la barandilla, mientras un hombre frenético del doble de su tamaño va disparado por la pasarela. Me muevo antes de que tenga tiempo para pensar. Me balanceo a lo largo de la barandilla, cambiando mi agarre para que de esa forma pueda desviar mi impulso sobre el piso, y saltar tras ella.


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—¿Si sabía cuál era la mía? —Si sabía cuál era la de ella, Comandante. Por favor, coopere. —Supongo que lo sabía. No sé. —Pero ninguno de los dos terminó donde se suponía que tenían que estar. —Algunos de los pasajeros no manejaron la evacuación bien.


Lilac

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Un dolor lancinante atraviesa mis hombros, y tengo un sabor a sangre cuando me muerdo la punta de la lengua, pero ya no estoy cayendo. Me golpeo con otra baranda, pero me agarro a la barra por debajo de mis brazos. No tengo aliento, estoy sin fuerzas. Pasan grupos de personas, sin prestar atención. Pequeños puntos bailan frente a mis ojos mientras trato de forzar a mis pulmones a trabajar antes de que mi agarre se suelte. No puedo haber caído más de un piso o dos, o seguramente no habría sido capaz de agarrarme sin dislocarme los hombros. Debajo de mí se extiende un precipicio que podría romperme el cuerpo dejándolo más allá de la posibilidad de reparación con las capacidades de cualquier cirujano. Un grito desigual es arrancado de mis pulmones, cuando finalmente, se expanden y contraen, pero nadie lo escucha. Las personas que me rodean son un torbellino de color y sonido, de olor a sudor y de miedo, la sensación de caderas y codos conectando con mi cara y mis brazos. Están demasiado aterrorizados como para esquivar incluso a una chica que aferra su vida a la barandilla, mucho menos para ayudarla. —¡Swann! —grito, tratando de hacer que mis ojos se enfoquen el tiempo suficiente como para reconocer las caras, pero todo se mueve demasiado rápido. Y entonces una voz gruñe a mis espaldas. No es Swann. Es una voz masculina. Unas manos fuertes se envuelven alrededor de mis brazos, tirando de mí desde la barandilla de nuevo a la pasarela. Alguien me jala por el pasillo, moviéndose con la corriente, su cuerpo entre el mío y la gente gritando luchando por mantenerme segura. Mis pies ni siquiera tocan el suelo. Me lleva a un pasillo lateral que está libre de tráfico y me pone de pie. Todo lo que puedo ver son sus ojos marrones mirando a los míos, severos, urgentes. Haciendo un esfuerzo lo reconozco.

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Traducido por florbarbero Corregido por ElyCasdel


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—Comandante —jadeo. —¿Estás bien? ¿Estás herida? Mis hombros están destrozados. Mi lengua está sangrando. No puedo respirar. Jadeo buscando aire, lucho contra la oleada de náuseas que amenaza con vencerme. —Estoy bien. El Comandante Merendsen me apoya contra la pared como si fuera un saco de ropa y va a la entrada del pasillo, donde la gente pasa volando como en una nebulosa. Mientras observamos, un hombre con un abrigo cae, empujado por alguien desde atrás, y en un instante se ha ido, antes de que el Comandante pueda llegar a él. Esto no es una muchedumbre, es una revuelta. Y una mortal. Swann podría ser‖ capaz‖ de‖ cuidar‖ de‖ sí‖ misma‖ en‖ este‖ caos,‖ pero…‖ —¡Anna! —grito abruptamente, tambaleándome hacia la pared. Me lanzo a la multitud. Solo sé que tengo que encontrarla. El Comandante toma mi brazo con un agarre de hierro. Golpeo su mano, pero me aleja y me gira alrededor antes de dejarme ir, enviándome tambaleante hacia atrás, haciendo a mis talones patinar. —¿Estás loca? —jadea. —Tengo que encontrarlos. —Levanto una mano a mis labios, limpiando los restos de sangre de mi lengua. Reconozco el lugar donde estamos ahora, en un corredor de mantenimiento, uno de los muchos que conectan a través de las áreas privadas de la nave—.‖Est{n‖ahí‖fuera…‖yo‖necesito‖asegurarme‖que‖ellos‖est{n… El Comandante Merendsen me impide el paso hacia el torrente de gente corriendo a las cápsulas salvavidas. El barco se inclina de nuevo, el piso se deforma y se agita por debajo nuestro, lanzándonos contra la pared. Las sirenas son encendidas, y tenemos que levantar la voz para oírnos por encima del aullido urgente. —No hay nada que puedas hacer por ellos —dice, luego de recuperar el equilibrio—. Están a dos cubiertas y medio kilómetro de distancia. ¿Puedes caminar? Inhalo fuertemente por la nariz. —Sí. —Entonces vamos a movernos. Mantente entre la barandilla y yo. Voy a tratar de evitar que te aplasten, pero tienes que mantenerte de pie. Gira hacia la multitud, enderezando sus hombros. —¡Espera! —Me tambaleo hacia adelante y agarro su brazo—. Por ahí no. Aspira un suspiro irritado, pero se detiene. —Tenemos que llegar a una cápsula de escape. Si hay más de estas sacudidas la alejarán. Todavía estoy luchando por respirar, y me toma un momento obtener suficiente aire para responder. —Conozco este barco —jadeo—. Hay cápsulas para la tripulación cerca.


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Me mira un momento, y aunque sé que se está debatiendo, luchando, nada de eso está escrito en su cara. —Entonces, vamos. El corredor de servicio está vacío, solo las luces de emergencia a lo largo de las paredes muestran que existe algún problema. La tripulación debe estar en sus puestos, asistiendo a los pasajeros en sus cápsulas antes de dirigirse a las propias. O, de lo contrario, no hay manera de que puedan volver aquí, pretendiendo que la civilización ya se ha ido. El Comandante me sigue en silencio, aunque puedo sentir su tensión. Por todo lo que sabe, lo podría estar llevando a su muerte. Estoy segura de que no quiere seguirme a cualquier lugar. Pero no conoce este barco como yo. No pasó su infancia en su esqueleto cuando se construía. Pasamos por un laberinto de pasillos que se ramifican. Me dirijo a una puerta marcada Solo Personal Autorizado y la empujo, se abre con un leve quejido debido a las bisagras no utilizadas. Mis hombros todavía duelen, pero puedo usar mis brazos, tal vez no estoy tan destrozada después de todo. La puerta se abre al compartimento de escape, donde hay una cápsula de cinco asientos esperando con la puerta abierta para sus refugiados. —Gracias por la escolta, Comandante —digo secamente, pasando por encima del borde de la puerta y volviéndome hacia él. Está justo detrás de mí, deteniéndose bruscamente para evitar chocarme. Quiero romper a llorar, agradecida por lo que hizo, pero si lo hago, no estoy segura de que podré a dejar de hacerlo. Y no sabe lo que significaría si nos encontraran en la misma cápsula. Mi padre nunca creería que haya una explicación inocente. —¿Perdón? —Hay otra cápsula un poco más allá en el corredor. No te llevará más de cinco minutos llegar ahí. El soldado levanta sus cejas. —Señorita LaRoux, hay cinco asientos en esa cápsula, y quiero usar uno de ellos. Puede que no tengamos cinco minutos. Parece que algo está tirando de la nave hacia hiperespacio antes de lo debido. Por un momento el miedo me congela. Como hija de mi padre, sé mejor que nadie lo que ocurre cuando es alterada la estructura entre las dimensiones. Respiro hondo y doy un paso atrás para no tener que estirar el cuello. —Comandante, si te encuentran‖solo‖en‖una‖c{psula‖conmigo‖cuando‖las‖naves‖de‖rescate‖lleguen… —Voy a correr el riesgo —responde el Comandante con los dientes apretados. No quiere estar en esta cápsula conmigo más de lo que quiero que esté. Pero la nave da otra sacudida horrible, y me tira, estrellándome contra una de las sillas. El Comandante se introduce por la puerta del módulo. Desde algún lugar en la distancia llega un chillido metálico horrible.


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—¡Bien! —Me amarro las correas de la silla. No es una cápsula cómoda de primera clase. Es escueta, está diseñada para los mecánicos de la tripulación. El suelo es una rejilla, y mientras trato de estar de pie, los tacones de mis Pierre Delacour quedan enganchados en los agujeros. Dos mil galácticos gastados en zapatos, destruidos en un instante, dejando la seda arrancada de los tacones. Me quedo mirando el piso, tratando de recuperar el aliento. ¿Qué diferencia hacen los zapatos? Y sin embargo, no puedo dejar de darle vueltas en mi mente, no puedo dejar de mirar mis zapatos arruinados. Mi mente se apodera de este pequeño detalle y se aferra a él. El Comandante palmea las almohadillas de la puerta, enviando un silbido cuando se cierra a sus espaldas. Entonces golpea el botón para el inicio automático de la expulsión, comenzando la cuenta regresiva que nos da el tiempo suficiente para atar las correas Un trío de luces se enciende encima de nuestras cabezas, cegándome. Sus botas suenan por el piso de metal mientras camina hacia la silla frente a la mía, y se ubica ahí. Con un tirón, desenganché mis tacones de la rejilla para poder sentarme en la silla. Tomo una respiración completa por primera vez desde que las alarmas comenzaron a sonar a todo volumen. A salvo. Por ahora. Estoy tratando de no pensar en el hecho de que no hay forma de que toda la multitud gritando pueda estar segura dentro de cápsulas de escape. La expulsión automática de la nave nos enviará huyendo a toda velocidad del Icarus, y en no más de una o dos horas, una nave de rescate nos recogerá. Solo tengo que conseguir sobrevivir a las próximas horas, con solo la compañía del Comandante Merendsen. Su rostro está en blanco, bloqueado. ¿Por qué se molestó en salvar mi vida si me odia tanto? Me gustaría poder pedirle perdón por lo que dije en la cubierta. Decirle que lo que digo y lo que quiero decir nunca son las mismas cosas, no pueden serlo. Mi garganta se siente apretada, la boca seca. Nunca debí haberle dado otra mirada en el salón. —¿Cuánto tendríamos que pagar para que no se extendiera esta historia una vez que nos recojan? —Busco a tientas el arnés. No son los cinturones elegantes y cómodos de los pasajeros los que tiene esta cápsula, éste es un arnés de cinco puntos que irrita a mis hombros desnudos. El Comandante resopla, volviendo la cabeza hacia la pequeña ventana, que muestra solo un puñado de estrellas que se desdibujan y a la nave sacudiéndose. —¿Por qué supones que querría nunca decirle a nadie acerca de esto? Decido enterrar al Comandante en un silencio helado hasta que esto termine, por el bien de ambos. Si no hablamos, no tendrá nada que informar.


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La cuenta regresiva para la expulsión continúa, crepita la sangre en mis oídos, estoy irritada con el Comandante. Cuarenta y cinco segundos. Cuarenta. Treinta y cinco. Miro los números sobre la puerta, haciendo clic hacia abajo uno por uno, tratando de hacer que mi estómago se asiente. Un LaRoux no muestra debilidad. Sin previo aviso, somos sacados de nuestros asientos por las sacudidas de la cápsula. Una oleada de energía candente se dispara a través de su estructura de metal. Siento sabor a cobre, y entonces el universo se queda en negro con un sonido similar a un trueno resonando en mis oídos. Todas las luces, la cuenta atrás, incluso la iluminación de emergencia... se ha ido. Nos quedamos en la más absoluta oscuridad, excepto por las estrellas afuera de la ventana. Las estrellas ahora se ven lejanas. El Icarus ha sido arrancado del hiperespacio. Durante unos momentos no hay sonido. Incluso el zumbido de fondo de los motores y del soporte vital se ha ido, dejándonos en las profundidades del silencio más aplastante que alguno de nosotros haya conocido desde que llegamos a bordo. El Comandante comienza a maldecir, y puedo oírle hurgar en sus correas. Entiendo su prisa. Sin energía, nos vamos a quedar sin oxígeno antes de que alguien por ahí se dé cuenta de que el Icarus ha tenido un problema. Pero ese no es nuestro problema más inmediato. —¡No! —Logro arrancar las palabras de mi garganta seca y ronca—. Podría haber otra aleada. —¿Oleada? —Puedo oír la confusión en su voz. —Hay enormes cantidades de energía involucradas en el viaje interdimensional, Comandante. Si hay otra oleada y estás de pie en el piso de metal, podría matarte. Eso lo hace parar. —¿Cómo lo sabes? —No importa. —Cierro los ojos, tratando de concentrarme en respirar. Y entonces, las luces de emergencia vuelven a funcionar. No es mucho, pero es suficiente para poder ver. Y esto significa que el soporte vital de emergencia ha regresado. El rostro del Comandante está tenso. Me mira, y por un momento ninguno de los dos habla. Y entonces el chillido del metal a través de la nave, hace vibrar la cápsula, que todavía está unida al Icarus. Los dos levantamos la mirada, pero la cuenta regresiva del reloj sigue en blanco. Estamos atrapados. Miro al Comandante, y luego hacia abajo a la rejilla metálica del suelo. Si hay otra oleada mientras estoy de pie en ella, voy a morir, pero si hay otra oleada, ya que estamos unidos a la nave, la cápsula sería destruida de todos modos.


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Solo hazlo. No pienses. Tiro de mis correas abriéndolas y haciéndolas caer al suelo. El Comandante protesta pero lo ignoro y voy hacia el panel de control de la puerta. No sé lo que está pasando con el Icarus, pero sé que la última cosa que queremos es que esté unido a la nave si otra oleada como la última pasa por aquí. Solo tengo que conseguir la secuencia de la separación y de encendido para utilizar la energía de emergencia y poder lanzarnos de nuevo, y así estaremos a salvo hasta que las naves de rescate se presenten. Puedes hacer esto. Solo imagina a Simon, y a sus herramientas, y todo lo que te enseñó‖antes… Tomo una respiración profunda, y abro el panel. Sería una historia demasiado buena para los tabloides. Se volverían locos durante un mes con solo una foto mía metida hasta los codos entre circuitos. Ningún hombre, mujer o niño de mi clase harían algo como esto. Pero ninguno de ellos sabría lo que hacían. No me gusta lo que hago. Alcanzo el manojo de cables —de colores del arco iris— detrás del panel, tirando de ellos hacia fuera, inspeccionándolos. No hay duda de que están codificados de alguna manera, pero carezco de conocimientos sobre este sistema en particular, tengo que rastrearlo manualmente, descifrando en medio de la maraña cuáles son los dos que quiero. —¿Necesitas ayuda? —La pregunta es tensa, pero civilizada, sin revelar nada. Salto, saliendo de mi estado de concentración. —No, a menos que seas un electricista en la frontera, y dado que he oído que ni siquiera tienen bombillas de luz, lo dudo. Se escucha un leve ruido detrás de mí, una exhalación ahogada. ¿Se está riendo de mí? Le echo un vistazo por encima del hombro, y es rápido para desviar la mirada hacia el techo. No hay cortadores de alambre, así que utilizo mis uñas. Una de las ventajas que Simon nunca tuvo, no podía pelar los cables con las manos desnudas. Y nunca hubiera osado utilizar sus dientes en circuitos activos. El Comandante está en silencio detrás de mí, y cuando le doy un segundo vistazo por encima del hombro, sus ojos todavía están en el techo. Un poco de mi molestia se desaparece. Salvó mi vida, sin ninguna garantía de que tendría tiempo después para llegar a una cápsula de escape. No debería decir nada. Debería asegurarme de que no haya nada para decir de ninguno de nosotros cuando regresemos. Debería asegurarme de que sigue pensando que soy la peor persona que haya conocido. Pero por alguna razón, cuando tengo la sección de los cables verdes y blancos despojada, encuentro a las


palabras luchando por salir de mí. Prefiero ser conciliadora, pero a pesar de mis mejores intenciones, mis palabras salen tan ácidas como siempre. —En‖la‖frontera,‖ésta‖no‖es‖esta‖la‖forma‖en‖que‖se‖ve‖un‖alambre‖caliente… Froto los dos cables juntos, y al instante se encienden los cohetes, catapultando la vaina fuera de la nave. Tengo solo una visión fugaz de la pared frente a mí a toda velocidad de cara ante el universo completamente negro.

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—¿Qué le pareció que pasaba en ese momento? —No lo sabía. No había equipos de comunicación en la cápsula. —¿No trató de adivinar qué sucedía ? —Solo estamos capacitados para trabajar con información sólida. —¿Pero no tenía ninguna idea? —No. —¿Cuál era su plan? —No moverse y esperar. No había nada que hacer, salvo esperar. —¿Y ver lo que pasaba después? —Y ver lo que pasaba después.


Tarver

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La cápsula sigue tambaleándose y estabilizándose mientras sale disparada de la nave, pero no giramos, por lo que me arriesgo a quitarme el arnés. La gravedad ya se está desvaneciendo a la mitad y sé que se habrá ido por completo muy pronto, así que engancho un pie debajo de una de las correas en el suelo mientras me arrodillo al lado de la Señorita LaRoux. Está en el suelo, removiéndose y gimiendo, quejándose desde antes de que esté completamente consciente. De alguna manera, no es de extrañar. Hay una tentadora vista hacia abajo en la parte delantera de su vestido, pero prácticamente puedo escucharla regañarme como lo hizo antes. Así que coloco una mano debajo de cada uno de sus brazos y me pongo de pie, levantándola y acomodándola sobre uno de los cinco asientos moldeados. Se recuesta contra mí, murmurando algo indescifrable mientras paso sus brazos a través de las correas, tirando de ellas ajustadamente a su alrededor. Resistir el impulso de ajustarlas más debería hacerme merecedor de otra maldita medalla. Reviso la correa del pecho, luego me agacho para tomar sus tobillos, llevándolos hacia los acolchados clips de plasteno que esperaban por ellos. Más cerca de lo que debería estar de las piernas de la señorita Lilac LaRoux. ¿Y cómo diablos puede siquiera caminar con esas cosas en sus pies? La cápsula se tambalea de nuevo, y trago fuerte mientras me estiro para volcar mi mochila uno de los compartimientos de almacenamiento, azotando la tapa para cerrarla. Luego caigo en mi propio asiento frente al de ella, tirando del arnés y poniéndome las correas, empujando mis tobillos de vuelta a los clips. En mi apuro, azoto mis piernas demasiado fuerte, el clip izquierdo se rompe con un chasquido, el derecho se mantiene igual. Lo último de la gravedad se desvanece, y tengo que forzar la pierna que no está asegurada para evitar que se eleve. Estudio su cabeza inclinada. ¿Dónde aprendiste a hacer eso? Nunca en mi vida he conocido un niño rico que siquiera supiera cómo funcionaba el alambrado,

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Traducido por Niki & Val_17 Corregido por ElyCasdel


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mucho menos cómo manejar una cápsula de escape moderna. Debe mantener éste lado de sí misma enterrado tan profundo que incluso los implacables paparazzi no lo descubren. Gime de nuevo mientras los propulsores estabilizadores se disparan, tirándonos a ambos contra nuestras restricciones. La cápsula vibra, y las constelaciones visibles a través de una ventana atrás de la cabeza de la Señorita LaRoux se convierten en puntos fijos. Puedo ver la silueta de la nave en contraste con las estáticas estrellas. Y está dando vueltas. —¿Qué hiciste? —Mi bella durmiente está despierta, mirándome con el ojo que no está cerrado por la hinchazón. Va a tenerlo morado, negro y azul en unas pocas horas. —Abroché tus cinturones de seguridad, Señorita LaRoux —digo. Su ceño se profundiza, desbordando con indignación, y puedo sentir mi propio temperamento saliendo a flote igualmente—. No te preocupes, mantuve mis manos donde pertenecen. —Principalmente, me he mantenido amable, pero puedo escuchar el subtexto en mi tono de voz tan bien como ella. Y no podrías pagarme para tratar algo más. Su mirada se endurece, pero no ofrece ninguna réplica excepto un frío silencio. Sobre su hombro, todavía puedo ver el Icarus dando vueltas, y en el ojo de mi mente veo la interrupción y difuminación de las estrellas a través de la ventana de la cubierta, y los libros en el salón de primera clase cayéndose de los estantes mientras el cuarto se inclina y las mesas y sillas se vuelcan. El Icarus está girando cuando nada debería ser capaz de causarle eso, y no puedo ver ninguna otra cápsula de escape desprendida más allá de la ventanilla, en el fragmento de profundo espacio. ¿Los otros están fuera de vista? Capto un atisbo de algo imposiblemente enorme —la misma cosa que vi antes— lustroso y brillante. ¿De dónde proviene esa luz? Al siguiente instante la cápsula gira y todo lo que puedo ver es una oscuridad estrellada. Estudio la rejilla metálica en el suelo, luego la placa de circuito de arriba que los constructores no se molestaron en cubrir, las placas metálicas remachadas en su lugar. No como el resto de las cápsulas de escape, estoy seguro. Serían cómodas y costosas. De alguna manera, preferiría estar en esta utilitaria y resistente cápsula que en una de las otras. La nuestra se sacude, cuando debería estar usando sensores y propulsores para mantenerse flotando suavemente en el espacio. Algo está causando que ignore su programación. Miro al frente a la Señorita LaRoux, y por un momento nuestras miradas se encuentran. Es una combinación de cansancio, molestia, y está tan segura como yo de que algo no está bien. Sin embargo, ninguno de nosotros rompe el silencio, o nombra las cosas que deben ser.


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Su cabello cae suelto de sus elegantes lazos y bucles en los que lo tenía sujetado, y en gravedad cero, está disperso alrededor de su rostro como si estuviera bajo el agua. Incluso con un ojo morado, es hermosa. A continuación, un violento estremecimiento se abre paso en la cápsula, destruyendo el momento de paz. El metal empieza a zumbar mientras las vibraciones aumentan, sacudiéndome a través de las suelas de mis botas. Levanto la mirada para ver el brillo fuera de la ventanilla, y luego un escudo automático se desliza a través de ella, impulsados por una lectura desde el exterior. Ese brillo. Ahora sé que es lo que emanaba esa luz. Sé lo que está sacudiendo la cápsula, provocando que gire y se voltee e ignore las instrucciones de holgazanear en el vasto espacio esperando por la caballería. Es un planeta. Ese brillo es la atmosfera de algún planeta reflejando una luz estelar, y su gravedad está arrastrando la cápsula hacia abajo, interfiriendo con sus sistemas de guía. Estamos aterrizando, y eso si es que lo hacemos en una pieza. Estamos aterrizando si somos afortunados. La boca de la Srta. LaRoux se mueve, pero no puedo oírla, el zumbido es demasiado alto, alzándose en un redoble y luego en un rugido mientras el aire adentro de la cápsula se calienta. Tengo que gritar para ser escuchado. —Presiona tu lengua contra tu paladar —estoy gritando instrucciones, y me frunce el ceño como si estuviera hablando chino antiguo—. Relaja tu mentón. No quieres romperte los dientes o morderte la lengua. Nos estamos estrellando. — Entiende ahora, y es lo suficientemente inteligente para no asentir, en cambio trata de responder gritando. Cierro mis ojos y trato de relajarme, intento relajarme. La gravedad dentro de la cápsula decae, y luego viene de golpe, por lo que mi arnés me corta el pecho y mi respiración sale de mis pulmones con un grito ronco que no puedo oír. El aire fuera de la cápsula debe ser demasiado caliente mientras atravesamos la atmósfera. Ahora estamos dentro de la atracción de la gravedad del planeta, pero suspendidos al ser elevados contra nuestras correas por la aceleración hacia el suelo debajo. Por un instante la Señorita LaRoux encuentra mis ojos, ambos estamos demasiado atónitos, demasiado agitados para comunicarnos. Tengo solo ese instante en el que registro que está en silencio, sin gritar a toda voz como había esperado. A continuación hay un impacto que sacude mi cabeza contra el cojín detrás de mí con tanta fuerza mis dientes chocan entre sí. Resulta que estoy conteniendo la correa para el pecho, porque casi me disloco el pulgar. El paracaídas es desplegado. Estamos flotando.


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Ambos estamos tensos mientras el repentino silencio se alarga, esperando que la cápsula choque con el suelo, preguntándonos si el paracaídas reducirá el impacto lo suficiente para no terminar estampados contra el planeta. Hay un estruendo, y algo escarbando a través de la parte exterior de la cápsula, y luego estamos girando, de cabeza. El compartimiento de almacenamiento estalla abierto, enviando mi mochila por los aires. Le rezo a lo que sea que nos esté escuchando que no se choque con nosotros. La cápsula se sacude de nuevo, rebotando salvajemente, cayendo de punta a punta. Estoy atascado en un mundo donde soy sacudido contra mis correas una y otra vez, moviéndonos hacia adelante y atrás, hasta que finalmente nos asentamos. Me toma varias respiraciones rápidas para notar que nos hemos detenido. A pesar que no puedo decir de si estamos de cabeza, me doy cuenta que no estamos colgando de las correas, así que debemos estar derechos. Siento como si hubiera sido pisoteado en una estampida, y nado de regreso a la razón, tratando de entender qué pasó. De alguna forma, inimaginablemente, aterrizamos. Justo ahora, me importa un comino donde. Estoy vivo. O si no, estoy muerto, y he terminado en el infierno después de todo, y es una cápsula de escape con Lilac LaRoux. Ninguno de nosotros habla primero; sin embargo, la cápsula está muy lejos de estar en silencio. Escucho mi propia respiración dura y ronca. La suya viene en pequeños jadeos, creo que tal vez está intentando no llorar. La cápsula emite un silbido audiblemente mientras se enfría, el sonido disminuyendo y haciéndose más suave. Me duele todo, pero flexiono los dedos de mis manos y curvo los de mis pies, moviéndolos y estirándolos en los confines de las correas. No hay daños graves. A pesar de que la cabeza de la Srta. LaRoux está inclinada, su rostro oculto por una cortina de cabello rojo, puedo decir que está viva y consciente por su respiración. Su mano se mueve, buscando desabrochar sus correas. —No lo hagas —digo, y se congela. Escucho como suena, como una orden. Intento algo más suave. No hay razón para ser duro con ella. Para comenzar, no me escucharía si lo soy—. No hay razón para que ambos salgamos volando si la cápsula se vuelca de Nuevo, Señorita LaRoux. Quédese donde está, por ahora. — Suelto mis propias correas y las dejo a un lado, ruedo sobre mis hombros y me pongo de pie con cuidado. Me mira, y por un momento olvido lo que ha hecho, y siento lástima por ella. Es el mismo blanco y apretado rostro sin expresión que vi en el campo. Hace dos años, era un recluta novato. Hace un año, llegaba al campo por primera vez. Ese era yo, paralizado hasta que mi sargento me agarró del brazo y


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me arrastró por detrás de la mitad de una pared de ladrillo. Un láser quemó un agujero justo donde mi cabeza había estado un momento antes. El punto es, aunque algunos de los chicos que reaccionan de esta manera consiguen ser volados en pedazos, algunos de nosotros llegamos al otro lado y nos volvemos buenos soldados. Hay sangre en su cuello, donde la parte trasera de sus pendientes han perforado a través de la piel, y su rostro es tan pálido que ya sé lo que viene antes de que hable. —Creo que voy a vomitar —dice con un susurro ahogado, y luego está presionando sus labios juntos de nuevo. Alcanzo las correas colgantes para sostenerme y me paro manteniendo mis pies separados, cambiando mi peso. No puedo sacudir la cápsula, lo que significa que probablemente está establecida firmemente. —Muy bien —digo, en la misma voz gentil que funcionó conmigo la primera vez que me paralicé, caigo sobre una rodilla al frente a ella para ayudarla con sus correas—. Muy bien, aguanta un momento, respira por tu nariz. —Gime y se remueve libre de las correas, cayendo de rodillas en el suelo de rejilla metálica. Eso va a dejar una marca posteriormente. Le doy la vuelta al asiento de la silla de repuesto, y por supuesto que hay una casilla de almacenamiento debajo de ella. Levanto la caja de herramientas y la deposito a un lado. Entiende mi intención y se inclina más allá de mí para agarrar los bordes de la misma, arqueando la espalda mientras vomita. Le dejo hacerlo, poniendo manos a la obra abro las escotillas de los armarios y compartimentos de almacenamiento construidos por toda esta cosa. Hay un depósito de agua, paquetes de raciones envueltos en papel platino, un botiquín de primeros auxilios marcados con una cruz roja, la caja de herramientas. Encuentro un trapo ligeramente sucio escondido en el interior de uno, y los sostengo hacia ella mientras alza su cabeza. Lo mira con recelo —todavía felizmente en silencio— pero finalmente lo toma con cuidado, usando la punta limpia para limpiar su boca. Chocó-aterrizó en un planeta desconocido, con un ojo negro en el camino, y con los contenidos de su estómago en el compartimiento debajo del asiento, y ella todavía siente la necesidad de actuar como si fuera superior a todo. Tose, intentando aclarar su garganta. —¿Cuánto crees que pasará antes de que los patrulleros nos encuentren? Me doy cuenta que cree que el Icarus está bien todavía, que están haciendo reparaciones mientras hablamos. Que la nave vendrá a recogernos, que todo esto es una pesadilla pasajera. Mi molestia se desvanece un poco cuando pienso en decirle lo que vi. El Icarus inclinándose, revolcándose en la atmósfera de este planeta, luchando una batalla perdida contra la gravedad.


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No, decírselo solo la volverá histérica, como lo haría a cualquiera de esas personas que conocí en el salón de primera clase. Es mejor mantener algunas cosas para mí mismo. —Primero lo primero —digo en cambio, buscando algo para poder servirle un poco de agua. Esto funciona con los reclutas también, un tono de voz firme y de negocios, animada pero no tan amistosa, llevándolos a hacer una tarea en la que se pueden concentrar—. Vamos a aprender‖lo‖que‖podamos‖sobre‖dónde‖es‖“aquí”. Mientras hablamos, veo que los escudos de calor se retraen sobre las ventanas, y algo se libera dentro de mi pecho cuando miro afuera. Árboles. — Estamos de suerte. Este lugar parece que es similar a la Tierra. Debe haber sensores revisando la calidad del aire afuera. —Los hay —concuerda—. Pero la onda eléctrica los dejó fritos. Sin embargo, no los necesitamos. Es seguro. —Que alegría que esté tan segura, Señorita LaRoux —replico antes de poder detenerme—. Creo que preferiría que un instrumento me lo dijera. No es que no confíe en su extenso entrenamiento. Entrecierra sus ojos, y si las miradas pudieran matar, entonces las atmósferas tóxicas serían lo último de mis problemas. —Ya estamos respirando el aire —responde herméticamente, levantando una mano para señalar los compartimientos a sus pies. Me agacho para poder ver lo que está apuntando, y por un instante dejo de respirar, mis pulmones se detienen. No puedes verlo al menos que estés en cuclillas, pero la cápsula ha sido rasgada como si un abrelatas gigante hubiera pasado a lo largo de uno de sus lados. Me recuerdo a mí mismo que nadie ha comenzado a ahogarse y me obligo a inhalar. —Bueno, mira eso. Debe haber pasado cuando aterrizábamos. —Escucho mi propia voz. Suena calmada. Bien—. Así que su similitud a la Tierra está en etapas avanzadas‖de‖seguro.‖Y‖eso‖significa… —Colonias —susurra, cerrando los ojos mientras completa mi oración. No la culpo. Hay una respuesta listilla en la punta de mi lengua sobre cuán pronto será capaz de encontrar compañía más a su gusto que yo, pero la verdad es que estoy tan aliviado como ella. Las compañías que son dueñas de este lugar tendrán colonias por toda la superficie del planeta. Lo que significa que en alguna parte, tal vez cerca, la gente se está preguntado qué diablos está pasando acá. Probablemente aparecerán listos para pelear, esperando secuestradores o asaltantes, pero no creo que nos cueste mucho convencerlos que somos sobrevivientes de un choque. Sin embargo, yo podría vivir sin estar en mi uniforme. La mayoría de los habitantes en las colonias remotas no son demasiado aficionados de mi especie.


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—Quédate sentada —digo, poniéndome de pie y llenando la cantimplora de mi mochila en el tanque de agua—. Voy a asomarme afuera y ver si el sistema de comunicaciones está bien. Alza una ceja en mi dirección, sus labios se curvan en una diminuta sonrisa que de alguna manera le da un aire de superioridad, a pesar del cabello por todas partes, y la sangre, y el ojo negro. Me siento erizarme por cómo esa sonrisa se hace eco de cada momento condescendiente que he experimentado a manos de su gente. —Comandante —dice, hablando lentamente, como a un niño—, todo lo que tenemos que hacer es quedarnos en nuestro lugar. Incluso si el sistema de comunicación está muerto, los colonos habrán visto el estallido. Los equipos de mi papá probablemente ya están en camino. Ojalá pudiera permitirme estar tan seguro de que alguien iba a abatirse y sálvame, pero nunca he sido capaz de contar con eso en el pasado. Por otra parte, no soy la única hija de Roderick LaRoux. La dejo sentada en una de las sillas, arreglándose la falda artísticamente y apretando sus manos en su regazo, y me dirijo a la puerta. Tengo que poner todo el peso de mi cuerpo detrás de mi hombro para embestir y liberarla de su marco deformado. Cede con un chirrido que los poco caritativos podrían sugerir que suena al igual que la Señorita LaRoux, cuando está disgustada. Afuera todo está en silencio. El aire frío es rico, no es ligero ni enjuto como lo es en algunos de los planetas más jóvenes colonizados. De hecho, no creo que jamás haya respirado algo tan puro, ni siquiera en casa. Aparto ese pensamiento. No puedo distraerme pensando en casa, en mis padres. Estoy varado con la chica más rica de la galaxia, y tengo que asegurarme de que cuando su padre aparezca para encontrarnos, estemos a plena vista. No puedo escuchar pájaros, o cualquiera de las pequeñas escaramuzas que podrían sugerir que hay fauna local en movimiento. Por otra parte, nuestra cápsula ha cortado un surco a través de los bosques de los alrededores que se extiende casi un kilómetro, enormes árboles tendidos y enterrados en el barro a lo largo de la longitud de la cicatriz. Quizá la fauna local simplemente está escondida en árboles y en agujeros, esperando que el fin del mundo continúe. Los árboles son altos y rectos, sus troncos más bajos en su mayoría carentes de extremidades, su follaje verde oscuro con un olor distintivo, fresco y limpio. Los he visto antes. No sé su nombre técnico, pero los llamamos árboles polos. Son los primeros árboles de las tripulaciones de terraformación en entrar, una vez que toda la suciedad orgánica ha proporcionado una capa básica de suelo. Crecen rápidamente y hacen un buen material de construcción con esos altos, troncos rectos. Es más tarde que los árboles ornamentales y de cosecha son plantados. Así


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que, tal vez esta es mi primera pista de donde podríamos estar. Ya que solo veo árboles de polo y no mucho más, estamos probablemente en un planeta nuevo, a pesar del rico aire. Pero son lo bastante, grandes por lo que el ecosistema ha tenido claramente un tiempo para asentarse. De hecho, son enormes, más grandes que cualquier árbol de polos que he visto nunca. Se extienden hasta el cielo, son por lo menos la mitad más altos que lo usual, sus largas y delgadas puntas dobladas por el peso de las ramas. ¿Cómo es que se hicieron tan grandes? Para este punto, los terraformadores deben haber puesto en práctica todo tipo de otras especies que se habrían superado a los arboles polo en el ecosistema. Cualquier esperanza que tenía con el sistema de comunicaciones es descartada con una mirada. Ha sido arrancado, y si no se frió por la oleada en aumento o se quemó cuando entramos en la atmósfera, entonces es probable que esté tirado en algún lugar a lo largo de nuestra franja de destrucción, reducido a sus componentes. Así que mi irritable heredera podría tener razón, y su padre podría aparecer en cualquier momento, pero lo más probable es que nos veamos como una de diez mil piezas de escombros esparcidos por todo el planeta. Tenemos que encontrar un lugar del accidente más grande, un lugar más destacado, por lo que vamos a estar en algún lugar donde el grupo de rescate definitivamente aterrice. Estudio los árboles a mi alrededor que todavía están en pie. Como los árboles polo regulares, se estrechan hacia la parte superior, así que no hay forma en que suba lo suficientemente alto para ver a cualquier distancia. Ella es más ligera y tal vez lo pueda hacer, pero estoy sonriendo con solo pensar en ello. Vamos, Señorita LaRoux. Su traje de noche coincidirá con los árboles. El look de diosa de la naturaleza es el último grito en Corinth, confía en mí. Me pregunto si ha visto alguna vez hojas de verdad. Ahí es cuando me doy cuenta, parado en el medio de este desastre, con dolor por todas partes por ser sacudido de un lado a otro contra mis correas, pero riendo como un idiota, como que me gusta esto. Después de semanas atado a bordo del buque, el pecho cubierto de medallas y días tomado por personas que no les gusta su guerra demasiado real, me siento como que estoy en casa. Hay una colina un poco lejos de lo que yo llamo arbitrariamente el oeste, debido a la configuración del sol en esa dirección. El terreno se eleva, y con un poco de suerte nos va a ofrecer la visión que necesitamos. Va a ser una larga caminata, y mientras subo de nuevo hacia la cápsula en ruinas, tal vez es mi buen humor recién descubierto que me tiene sintiendo un poco de lástima por la chica en su interior. Yo podría estar de vuelta en mi mundo, pero ella está fuera del suyo. Sé muy bien cómo se siente.


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—Nuestras comunicaciones están muertas —le digo. Medio esperé lágrimas, en cambio solo asiente como si ya lo supiera. — Hubieran sido inútiles de todas maneras. La mayoría de los circuitos hicieron corto durante esa onda eléctrica. Quiero preguntarle cómo lo sabe, donde aprendió a hacer lo que hizo, pero la pregunta que emerge es—: ¿Qué fue eso? ¿La onda? Duda, sus ojos puestos en los arboles visibles fuera de la ventanilla. —El Icarus salió del hiperespacio cuando no se suponía que lo hiciera. Algo pasó, no sé qué. ¿No aprendiste sobre los saltos en el hiperespacio en la escuela? —Hay desdén en su voz, pero no se detiene lo suficiente para que yo le responda. Mejor así, porque todo lo que sé sobre hiperespacio es que te lleva de A hacia B sin que te tome doscientos años. —En la manera en que las naves saltan a través de dimensiones, plegando el espacio, hay enormes cantidades de energía involucradas. —Me mira, como si tratara de averiguar si estoy siguiendo—. Por lo general, cuando una nave abandona el hiperespacio hay una larga serie de medidas que impiden que la energía reaccione violentamente. Lo que está pasando, el Icarus fue sacado del hiperespacio antes de tiempo. No debería sorprenderme que la hija de Roderick LaRoux, ingeniero de la más grande y mejor flota de hiperespacio en la galaxia, sepa algo de esto. Pero es difícil de conciliar su risa insulsa e insultos mordaces con alguien a quien solo había prestado dos segundos de su atención en las lecciones de física. Ciertamente nunca supe que había este nivel de peligro que con el viaje a través del hiperespacio. Pero entonces, nunca he oído hablar de que esto ocurra antes. Nunca. Le estoy dando vueltas a su explicación en mi mente. —Ya que salimos del hiperespacio antes de tiempo, entonces ¿podríamos estar en cualquier parte de la galaxia? —Sin comunicaciones. Sin pista de donde estamos. Esto solo se sigue poniendo cada vez mejor. —El Icarus obtuvo su energía de emergencia de regreso —dice la Señorita LaRoux fríamente—. Ellos habrían activado las llamadas de emergencia. Asumiendo que había alguien vivo en la sala de comunicaciones después de la onda eléctrica. Pero no lo digo en voz alta. La dejo pensar que todo esto se terminará más pronto que tarde. Sé que debe estar teniendo problemas. —Hay un lugar al oeste. Voy a subir antes de que oscurezca, averiguar dónde debemos ir. Puedo conseguirle algunas de las barras de raciones para usted, en caso de que tenga hambre mientras espera. —No hay necesidad, Comandante —dice, subiendo a sus pies, luego haciendo una mueca cuando uno de sus tacones cae a través de la rejilla en el


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suelo—. Voy a ir contigo. Si piensas que te estoy dando la oportunidad a abandonarme aquí, estás muy equivocado. Y solo así, ya no estoy sintiendo lastima por ella. ¿Abandonarla? Si tan solo mi deber y mi consciencia me dejaran hacerlo. La galaxia estaría mejor así, si me preguntan. ¿Quién siquiera sabría que estábamos en la misma cápsula? Excepto que yo lo sabría. Y eso sería suficiente. —No‖estoy‖seguro‖que‖tus‖zapatos…‖—intento, antes de que me corte. —Mis zapatos estarán bien, Comandante. —Sale barriéndose por el suelo y milagrosamente evita que sus tacones se deslicen de nuevo, luego desciende las escaleras. Su cabeza está erguida, los hombros hacia atrás, movimientos ridículamente agraciados, como si estuviera bajando una escalera a un piso de baile de salón. La dejo para examinar su nuevo reino, y subo a abrir mi caja de sorpresas, rebuscando entre el contenido. Éste es el equipo de emergencia que todos llevamos, y nunca he estado más agradecido por todo el tiempo que he pasado levándolo de un lado a otro los últimos dos años. El mío tiene todo lo usual, mi información clasificada en una memoria de almacenamiento encriptado, linternas, cantimplora con filtro de agua, fósforos, y una hoja de afeitar, más algunos objetos personales: una fotografía de mi hogar y mi cuaderno. A bordo del Icarus, también llevaba mi Gleidel, ya que era grosero llevarlo en mi compartimiento para armas visible. Saco mi arma, curvando una mano alrededor de la empuñadura y rápidamente comprobando la carga para asegurarme de que la batería cinética funciona correctamente. Por lo menos no tengo que preocuparme de que funcione mientras estemos aquí. La acomodo de vuelta en su funda y la ato a mi cinturón, luego saco un par de barras de racionamiento de la taquilla de almacenamiento superior. Después de recoger la cantimplora de donde la Señorita LaRoux la tiró al suelo, me dirijo hacia fuera y lucho con la puerta cerrada detrás de mí. No hay necesidad de ofrecer a la fauna local la oportunidad de tomar venganza por nuestra invasión con un festín sobre nuestras raciones. La caminata es una de las cosas más horribles y malditas que he hecho. No es una caminata difícil, aunque la maleza es gruesa, y hay árboles caídos por treparlos, la áspera corteza agarrando mi ropa y raspando mi piel. La temperatura no es lo suficientemente fría como para mantener el sudor goteando por mi espalda, pero el aire lleva un bocado frío que duele en mis pulmones. Ninguna de las plantas son muy familiares, pero ninguna es totalmente desconocida, solo un poco diferentes, un giro a lo que estoy acostumbrado. Hay inmersiones y cavidades esperando para arrancar mis tobillos, y plantas espinosas


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enganchándose en mi camisa, dejando pequeños puntapiés picando mi brazo después. Ninguna de esas cosas es el problema. El problema es la Señorita LaRoux, que está tratando de seguir mi ritmo en tacones. Me gustaría que simplemente se hubiera quedado atrás, porque me podía mover mucho más rápido solo. Pero cada vez que me dirijo a preguntarle si quiere irse de vuelta, me da una mirada gélida, labios cerrados, terca. Le ofrezco mi mano para ayudarla a trepar por los obstáculos, a pesar de que está llegando al punto en que si se cae en un agujero, no estoy seguro de que me molestaría en sacarla. Al principio ve mi mano como si fuera a contraer algo del contacto piel a piel. Es como si estuviera decidida a pasar por esta caminata mirando como si no fuera más difícil que un paseo a través de un prado. Pero después de algunos casi accidentes, está descansando con cuidado sus dedos sobre mi palma de vez en cuando, haciéndolo lo menos posible para aceptar mi ayuda. Sigue luciendo pálida a pesar de su mandíbula cuadrada, y me quedo lo suficientemente cerca para ser capaz de interponerme entre ella y la dura superficie más cercana si decide rematar desmayándose. Eventualmente me rindo. —¿Quieres un descanso? —Estoy tratando de no ser demasiado obvio sobre la comprobación del progreso del sol hacia la colina. No quiero estar aquí una vez que el sol se ponga. Ya es bastante difícil arrastrar a esta chica por el bosque sin que se rompa un tobillo tratando de caminar en la oscuridad. Considera la pregunta, entonces asiente, alcanzando hasta meter su pelo hacia atrás a donde pertenece. —¿Dónde me siento? ¿Sentarse? Por qué no en este cómodo sillón que me he traído aquí en el bolsillo, Su Alteza, me alegro de que preguntaras. Cierro mi boca, luchando por no decirlo en voz alta. La Señorita LaRoux me nota reprimiendo una respuesta y su expresión se oscurece. Pero puedo ver los agujeros perforados por sus pendientes seguir supurando, y que su nariz se está hinchando por el golpe que recibió del cableado caliente de la cápsula de escape, y que sus labios están agrietados y en carne viva. Es un milagro que no se haya caído completamente en pedazos, que es lo que yo hubiera esperado de alguien como ella. Así que en su lugar, saco mi chaqueta y la dejo en un tronco para ella. Retuerce sus faldas en su posición y luego se baja en eso, aceptando la cantimplora y tomando un delicado sorbo. Aparta su mirada mientras la tomo de vuelta para tomar un largo trago, antes de taparla una vez más. Camino al borde del claro, haciendo una pausa de vez en cuando para escuchar. El susurro de las pequeñas


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criaturas en la maleza ha vuelto, y estoy esperando contra toda esperanza que ella no escuche —y mucho menos vea— nada haciendo esos ruidos. El hecho de que pueda oír la fauna local añade otra capa de información a la imagen que estoy construyendo lentamente, no estaría aquí a no ser del planeta que se encontraba en las etapas finales de la terraformación. Debería estar lleno de colonias, los cielos llenos de embarcaciones de transporte y aviones. Entonces ¿por qué son los únicos sonidos el crujido de la maleza, el susurro del viento entre las hojas, y el sonido de la Señorita LaRoux tratando de recuperar el aliento tan silenciosamente como puede? Estoy a punto de sugerir que dar marcha atrás y volver por nuestro camino, cuando se levanta por su propia voluntad, dejando la chaqueta para que la tome. Yo medio esperaba que se fuera de nuevo hacia la cápsula de escape sin decir una palabra, pero en lugar de eso realmente gestiona para que la siga, en la dirección que estábamos viajando. Su mandíbula es cuadrada mientras nos ponemos en marcha, y cuando toma mi mano para pasar por encima de un tronco en esos ridículos zapatos, me veo obligado a admitir que es más fuerte de lo que parece. Es un alivio, la idea de mantenerla a salvo me agobia, me provoca los hombros tensos y mis entrañas turbulentas. No importa lo irritante que es, es un largo camino hasta su casa. Si va a salir de esto, es todo sobre mí. A veces siento que me paso la vida tratando de mantener a salvo a otras personas. Al momento en que llegamos a la base de la subida, está jadeando a pesar de su clara intención de parecer que lo tiene todo resuelto. Pero no podemos permitirnos descansar de nuevo si queremos volver a la cápsula antes de que oscurezca. Ambos trepamos la pendiente, y cuando tomo sus manos para arrastrarla conmigo, no se molesta en lucir escandalizada, demasiado cansada como para perder el tiempo simulando. Resulta ser una colina escarpada, la tierra en pendiente hasta un lado y luego apartándose abruptamente hacia el otro en un acantilado rocoso. La colina proporciona exactamente el punto de vista que necesitamos, y estamos de pie al lado del otro para contemplar la vista. Ojalá hubiese venido solo. Jadea, rompiendo su jadeo por un ruido que es parte sollozo, parte angustia sin palabras. Boca abierta, está mirando, y yo también, ninguno de nosotros es capaz de procesar lo que estamos viendo. Es muy posible que nadie haya visto algo como esto antes. Trato por su nombre. —Lilac. Lilac, no veas. —Bajo y suave, tratando de convencerla a que mueva sus pies, dando un paso, para salir de allí—. Mírame, no veas lo que va a pasar, vamos. —Pero no puede cambiar su mirada más de lo que yo puedo, y miramos juntos, convertidos en piedra.


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—Tú habías estado en situaciones de supervivencia antes. —Eso es verdad. —¿Pero nunca como ésta? —Nunca había tenido un debutante a cuestas, si eso es lo que quieres decir. —Quiero decir que no sabías dónde estabas en esa etapa. —No me enfocaba en eso. —¿En qué se enfocaba, Comandante? —Planeando en donde aterrizaría el equipo de rescate, y llegar allí. —¿Y eso fue todo? —¿Qué más habría? —Eso es lo que nos gustaría que nos dijeras.

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Ante nosotros, piezas de escombros están fluyendo desde el cielo en largos y lentos arcos, quemándose a medida que caen como una lluvia de meteoritos o misiles entrantes. Sin embargo, son solo un acto secundario. El Icarus está cayendo. Es como una gran bestia en el cielo, y me imagino su gemido mientras se revuelca y gira, una parte sigue luchando, los motores siguen disparándose en un intento de escapar de la gravedad. Durante unos instantes parece colgar allí, eclipsando una de las lunas del planeta, pálido en el cielo de la tarde. Pero lo que viene después es inevitable, y me encuentro llegando a poner un brazo alrededor de la chica a mi lado mientras la nave muere, las piezas siguen pelando mientras hace su descenso final. Entra en ángulo, en dirección a una cadena de montañas más allá de las llanuras. Los escombros del tamaño de rascacielos se van volando, y un lado empieza a trasquilar a medida que la fricción se convierte en demasiada. Los fragmentos más pequeños de la corriente de fuego se desprenden mientras se va, formando un arco a través del cielo como estrellas fugaces. Con una sacudida de horror, me doy cuenta de que son cápsulas de escape. Cápsulas de escape que no estaban fuera de la nave antes de que cayera, cápsulas que no contaban con la Señorita LaRoux para liberarlos de sus soportes. El Icarus golpea las montañas como una piedra saltando por el agua, antes de desaparecer por detrás. No se eleva de nuevo. De repente, todo está quieto y en silencio. Las nubes de vapor y el aumento del humo negro desde detrás de las montañas lejanas, y juntos miramos abajo a esta cosa impensable.


Lilac

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Él me está llevando lejos del risco, sus manos envueltas en mi muñeca. Sus dedos son cinco puntos de contacto, ásperos y calientes, demasiado apretados. Creo que mis ojos están cerrados. Ya sea que lo estén o no, la única cosa que puedo ver es la caída del Icarus, un río de fuego en el cielo, grandes nubarrones de humo y vapor. Aquello quemó mis retinas, cegándome de cualquier otra cosa. Él podría empujarme por el abismo y no me daría cuenta hasta que golpeara el suelo. Mis tobillos se tuercen y doblan mientras tropiezo al seguir su paso, los tacos de mis zapatos rodando por el suelo irregular, o hundiéndose en la tierra, haciéndome caer. ¿Por qué las mujeres no nos vestimos para estas ocasiones? Sin duda, las ocasionales botas de senderismo con un traje de noche podrían hacer una declaración. Un estallido de risa sale desde mi garganta, y él se detiene sólo lo suficiente para mirarme sobre el hombro antes de apretar su agarre sobre mi brazo. —Sólo un poco más lejos, Señorita LaRoux. Lo está haciendo bien. No estoy haciendo nada en lo absoluto. Bien podría ser una muñeca de trapo. Es todo un combo junto a los zapatos. La fuerza de voluntad se vende por separado. No he tenido pistas acerca de dónde estamos o qué tan atrás hemos dejado la cápsula, pero cuando una rama me golpea el rostro, estoy obligada a cerrar los ojos de nuevo. La nave sigue allí, una pintura persistente en mi retina. La luz del sol llega casi horizontalmente desde los árboles, alternados con destellos y sombras que brillan de color rojo a través de mis parpados. ¿Cuánto tiempo estuvimos en ese risco? La nave de mi padre está en ruinas. La vi caer desde el cielo. ¿Cuántas almas cayeron con ella? ¿Cuántas no pudieron poner en marcha su cápsula? Mis piernas dejaron de funcionar. Él casi saca mi brazo fuera de órbita en un intento por ponerme de pie, y una distante parte de mi cerebro se da cuenta de

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Traducido por Chachii Corregido por Jasiel Alighieri


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cuánto va a doler eso más tarde. Otro tirón, y no puedo evitar gemir a través de mis labios cerrados. Después de un segundo parece aceptar que no puede arrastrarme por el bosque sin ningún tipo de cooperación mía. Suelta mi brazo y yo colapso, apenas cubriéndome con mis antebrazos antes de que mi rostro golpeara el suelo medio podrido que recubre el bosque. Huele como a café, cuero y basura, nada como el dulce y homogéneo aroma de los holojardines en Cotinth. Es demasiado para pasar a través de esto con algo de dignidad. Demasiado para hacerle pensar que no me he venido abajo. Me doy un momento para jadear, la fuerza de mi exhalada haciendo que trozos de hojas y suciedad se aparten. Cuando él se agacha junto a mí, no puedo evitar estremecerme de nuevo. —Lilac. —La gentileza en su voz es más llamativa de lo que cualquier orden a los gritos podría ser. Inclino mi cabeza para encontrar sus ojos marrones no muy lejos de los míos. Es como si pudiera ver el Icarus grabado en su rostro, de manera que sé que está sobre mí. —Vamos. Pronto oscurecerá, y quiero que regresemos a un lugar seguro en la cápsula antes de que eso ocurra. Lo estás haciendo muy bien, y sólo falta un poco más. Me gustaría que siguiese siendo un idiota. El desagrado es muchísimo más fácil de manejar que la simpatía. —No puedo. —Me encuentro jadeando, algo apretado y frío abriéndose desde mi interior—. No puedo, Comandante. No haré nada de eso. ¡No pertenezco aquí! Alza las cejas, su expresión tornándose algo severa. Hay una curiosa calidez en sus facciones cuando las relaja. Esto, más que nada, me sacude de mi bruma de dolor y rechazo. Entonces él habla, y lo arruina. —Sólo intente mantenerse de pie. ¿Crees que podrías manejar eso, Alteza? Mucho mejor. —No seas condesciende conmigo —suelto. —Solamente un idiota sería condesciende contigo, Señorita LaRoux. —El calor se había ido otra vez, y él se pone de pie con un movimiento suave. Se aleja unos pocos pasos, revisando el bosque de los alrededores como si reconociera algo en ello. Está en su casa. Puede leer este lugar como yo leo los pequeños cambios en la multitud, la ida y vuelta de las parejas y conversaciones, la sociedad efectuando lentas revoluciones a mí alrededor como las estrellas en los cielos. Conocimiento. Trazos. Familiaridad. El bosque no tiene nada de eso. Para mí es una neblina de color verde, dorada y gris, cada árbol igual al siguiente, ningún sentido se puede extraer de ellos. He estado en la naturaleza antes, pero entonces, todo lo que había necesitado era bajar el interruptor para cambiar el proyector holográfico desde una perfectamente esculpida y cuidada terraza de jardín que conducía a un alegre


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bosque lleno de pájaros cantores. El aire olía a perfume, y todos los árboles estaban cubiertos de flores. La tierra era rica y uniforme, nunca manchaba mi ropa, y la tierra era lo suficientemente suave para dormir sobre ella. Cuando era pequeña mi padre solía llevarme a ese bosque para hacer picnics. Yo pretendía que el frondoso bosque con su catedral era mi mansión y yo era la anfitriona, sirviéndole tazas invisibles de té y compartiendo insignificantes secretos de mi vida. Él siempre fue solemne, jugando sin titubear. A medida que la luz se desvanecía, yo pretendía dormirme en su regazo, porque él me llevaría a casa en sus brazos. Pero este bosque es espeso, extraño, y está repleto de sombras, el suelo tiene rocas sobre él, y cuando intenté apoyarme en un árbol cercano, su corteza casi lastima mi mano. Esto no podía ser real, es una pesadilla. Y a pesar de que el Comandante asiente para sí, como si hubiera leído el siguiente paso en algún manual de instrucciones que yo no puedo ver. Una oleada de celos me recorre con tanta violencia que los brazos que me mantienen erguida tiemblan. —No sé cuánta energía tiene la cápsula —dice él—, así que lo usaremos lo menos posible. Le conseguiré una cama allí y mantendremos las luces apagadas, mañana averiguaré si hay alguna probabilidad de que enviemos una señal de rescate que las naves puedan leer. Él sigue hablando, prestándome tan poca atención que bien podía estar hablándose a sí mismo. —Creo que por esta noche nos concentraremos en estudiar la situación, obtener algo para comer y descansar un poco. Le prometo que la cápsula está a una distancia muy corta. ¿Puede pararse? Me obligo a arrodillarme. Ahora que nos hemos detenido, mis tobillos se han endurecido, y soy forzada a morderme el labio inferior para no dejar escapar un sollozo. Me he torcido un tobillo o dos en la pista de baile mientras sonreía como si todo estuviera bien, pero nunca de esta manera. Entonces, todo lo que tenía que hacer era convocar a un médico y el malestar se desvanecía. Aparto de un golpe su mano cuando él la extiende. —Por supuesto que puedo pararme. —El dolor hace que las palabras salgan entrecortadas, enojadas. Su expresión se endurece, y se gira para presidir el camino. Es fiel a su palabra, y solamente unos pocos minutos después, la cápsula aparece a la vista entre los árboles. Desde esta dirección no puedo ver el impacto del choque; sólo veo los frondosos árboles y el profundo surco en la tierra hecho por la cápsula mientras se deslizaba hasta quedarse quieto. Solamente veo árboles, solamente oigo susurros incomprensibles y cosas que se arrastran. Incluso el hedor


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de plástico y metal corroído se está desvaneciendo, tragado por el olor a naturaleza, humedad y tierra. Me esfuerzo por sacar suficiente energía para levantar la mirada. Ni una sola nave de rescate está a la vista, ni siquiera un transbordador o un avión de una colonia. El cielo está vacío excepto por la franja plateada de la luna sobre nuestras cabezas, y una segunda luna donde los árboles acaban. Cubriéndome los ojos con mi mano, busco la luz del faro que debe indicar que estamos transmitiendo nuestra señal para las naves de rescate. Sólo hay una amplia extensión de cráteres, y metales retorcidos. Gran parte de la cápsula estaba destrozada, ¿cómo habíamos sobrevivido? ¿Cómo podría alguien más? Pero alejo ese pensamiento, bloqueándolo. Todo esto habrá terminado en cuestión de horas, una nave tan famosa y respetada como el Icarus no puede descender sin activar miles de alarmas por toda la galaxia. El Comandante ha seguido en dirección de la cápsula sin una palabra, pero él sólo está a unos pasos de distancia, y yo no puedo abatirme todavía. No puedo dejar de pensar en Anna, y su rostro mientras era arrastrada por el corredor gracias a la multitud en pánico, repentinamente despojada de su secreta confianza. Tal vez se metió en una cápsula. Tal vez hubo alguna maniobra que la liberó a tiempo. No puedo pensar en el hecho de que no tenemos ninguna señal del luz, ningún faro, nada para decirle a nuestros rescatistas dónde buscarnos. Mi padre vendrá por mí, no importa qué. Moverá cielo, tierra y espacio para encontrarme. Entonces nunca tendré que volver a ver este soldado, nunca tendré que sentirme tan incapaz. Cuando paso por el marco de la puerta en la cápsula, el Comandante está revisando su mochila de nuevo, comprobando los suministros. Como si pensara que de alguna manera el rescate vendrá más rápido si hace un inventario. ¿Cómo puede simplemente pararse allí, revolviendo esa estúpida bolsa? Quiero sacudirlo, gritarle que nuestra nave de rescate no está en el bolso, que nada aparecerá mágicamente desde allí adentro que pueda poner al Icarus devuelta en el cielo donde ella pertenece. —¿Y bien? —Me las arreglo para que suene civilizado—. Tú siempre sabes cu{l‖es‖el‖siguiente‖paso…‖¿Qué‖hacemos‖ahora? Él no levanta la cabeza hasta que termina de comprobar, enfurecido consigo mismo, pero cuando me mira, simplemente parpadea lentamente. —Ahora vamos a dormir. Entonces mañana, si no podemos transmitir, nos iremos y buscaremos un mejor lugar para ser vistos. Tal vez a la misma ruina, si no encontramos ninguna colonia entre aquí y allá.


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¿Las ruinas? El hombre está loco. Ese lugar está a un día de distancia, por lo menos. —¿Ir? Habla por ti mismo. Yo no voy a ningún lado. Ellos verán nuestro lugar de choque. Si nos vamos, mi papá no sabrá dónde encontrarnos. —Y él vendrá por mí. Parece dubitativo, casi insolente. —Podrías estar contenida a esperar por tu príncipe azul, mi señora, pero yo no me voy a sentar aquí mientras nuestros suministros se acaban. ¿Mi señora? ¿Sabe cuán loca me pone su cortesía falsa? Seguramente nadie podría ser tan agravante por accidente o coincidencia. Me aferro a esa rabia, intentando no esconderla mientras lo miro. Es segura. No puedo permitirme sentir algo más. El enojo es un escudo, y si renuncio a él, me voy a destrozar. Una pequeña parte de mí se pregunta si él sabe eso. En la nave estaba fuera de su elemento, era torpe y casi tentativo. Aquí está seguro. Todo lo que hace tiene una razón. Tal vez una parte de él me está hostigando deliberadamente, manteniéndome fuerte. O tal vez es sólo un imbécil. Me agito en silencio mientras él revuelve de nuevo su bolso y luego va por las taquillas. Junta una ordinaria manta térmica refractiva con una más suave que encuentra en el armario cercano al techo, y luego me mira expectante. Cuando solamente le devuelvo la mirada, confundida, su mandíbula se tensa. —Tan aberrante como pueda parecerle, vamos a tener que pasar la noche juntos. Mentalícese. Con un sobresalto, me doy cuenta de que no es una pila al azar de telas, sino una cama. La única cama. Las palabras salen de mis labios antes de que pueda detenerlas. —Absolutamente no. —Mi voz tiene el mismo tono frío que mi padre usa, al menos puedo darle un buen uso a lo que he aprendido de él—. Si me dejas algo de agua, puedes quedarte con el resto de los suministros y dormir fuera de aquí, en el bosque que disfrutas tanto. Lo estoy observando con cuidado, así que veo que sus manos se cierran lentamente en puños. Una llamarada de placer me recorre. Si me ha estado enojando a propósito, entonces al menos puedo darle lo mismo. —Quizá mientras estás allí puedes pararte en la cima la cápsula y hacerle señas a los equipos de rescate cuando vengan en la noche. Arroja su bolso al suelo, haciéndome saltar. Cuando habla, sin embargo, su voz es calma y controlada. —Señorita LaRoux —dice suavemente—. Con todo respeto, pero no voy a dormir al aire libre cuando hay un perfecto refugio aquí.


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Mi satisfacción por haberlo picado tambalea. Si los equipos de rescate nos encuentran en la noche, la condición de héroe de guerra de Merendsen no durará mucho en el rostro de ira de mi padre. Respiro hondo, tratando de dar marcha atrás. Tal vez la ira no era la manera de proceder. —Comandante, las circunstancias podrían ser poco convencionales, pero‖no‖hay‖razón‖para‖abandonar… —Olvídese de las circunstancias. —A pesar de todo, el destello de molestia en sus rasgos provoca un aumento de satisfacción en el mío. Al menos hay una cosa que puedo hacer bien en este olvidado desierto de dios—. Va a hacer frío afuera y aquí estará más caliente con dos personas. Estoy tan cansado como usted y no voy a estar despierto toda la noche a la espera. Y tampoco tengo muchas ganas de ser comido. Eso me hace detenerme. —¿Comido? —Huellas —dice rápidamente—. En los bosques, más atrás. Unas grandes. Está intentando asustarme, lo sé. No vi huellas, y él ciertamente nunca me las señaló. Además, la empresa de terraformación nunca introduciría grandes depredadores lo suficientemente peligrosos para su ecosistema de residentes humanos. Aprieto los dientes. Incluso si me estuviera diciendo la verdad, el riesgo de depredadores sería menor que el riesgo que enfrentaría si es encontrado conmigo. —Comandante Merendsen, créame, si mi padre nos encuentra juntos— —Entonces tendrás que encontrar una manera de explicárselo. No saldré de aquí en contra de todo sentido común. Puede quedarse con la cama, yo estaré bien en una de esas sillas. Duerme o no, como gustes, pero si mañana nos tenemos que ir de aquí, espero que pueda mantener el paso decentemente. Buenas noches. Es una orden: Buenas noches, Soldado, o ya verás. Sin otra palabra, sacude la ajustada cadena de su bolso, se encorva en su silla, y extiende sus largas piernas frente a él. Su barbilla va contra su pecho, sus ojos se cierran y con un clic las luces se apagan, dejándome a oscuras. El único sonido es su respiración que inmediatamente comienza a disminuir. Sin su rostro distrayéndome, es más fácil estar enojada. ¿Cómo ha podido ser tan abrupto conmigo? ¿No se da cuenta que sólo estoy intentando ayudarlo a no perder su cargo, o peor? Me encojo ante la urgencia de despertarlo e insistirle. Desearía ser lo suficientemente valiente para dormir afuera, pero este mintiendo o no, su charla acerca de las huellas de un gran animal es suficiente para evitar que me mueva. Respiro hondo y trato de pensar. Mi padre no es completamente irrazonable, seguramente entenderá. Sobre todo desde que el Comandante ha


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dejado muy claro que no quiere tener nada que ver conmigo. Tal vez no es el fin del mundo si se queda aquí, sólo por esta noche. Y una pequeñísima parte de mí recuerda que prefiere tenerlo aquí, a mi lado, en caso de que algo venga en la noche. Me deslizo entre las mantas, intentando no estremecerme ante la tosquedad de la manta térmica contra mi piel. Es apenas mejor que dormir en el suelo, con la rejilla de metal rota en mi cadera, y comienzo a pensar que quizá el Comandante tuvo la idea más inteligente. Sin embargo, que me condenen antes de que lo vaya a imitar, así que me acurruco bajo las mantas, apoyando la cabeza en mi brazo. Tal vez hay algo que pueda hacer con los restos de la matriz de comunicaciones. Conseguir algo de señal transmisible, para decirle a la gente dónde estamos. Si puedo probar que estamos señalizando, quizá el Comandante no me arrastre a través de esta pesadilla de planeta. Estoy avanzando lentamente hacia el sueño cuando imágenes del rostro de mi prima destellan frente a mis ojos. Mi garganta se contrae tan de repente que es como si unas manos invisibles me estuvieran estrangulando. Ella sólo estaba haciendo lo que mi padre le obligó a hacer; aún era mi mejor y única amiga. Debí haber vuelto por ella, intentar encontrarla en la multitud, traerla con nosotros. En su lugar, la dejé allí. Mis labios forman palabras en la oscuridad. La dejé allí para morir. Pienso en Elana, su devoción ciega a perseguir las tendencias que me propuse. Pienso en Swann, el cansancio al borde de su voz mientras intentaba pelear su camino de regreso a través de la multitud hacia mí mientras el Icarus comenzaba a resquebrajarse. ¿Encontraron cápsulas que funcionaran? ¿O es que Swann pasó demasiado tiempo intentando encontrarme en medio de las masas, y bajar en llamas con la nave de mi padre? No era la primera vez que la muerte de alguien había sido mi culpa, pero no por ello era menos imposible de soportar. Mi padre está a años luz de distancia, tal vez en este momento le están diciendo lo que ocurrió con el Icarus. Y él no tiene a nadie en quien apoyarse, sin mí. Desde la muerte de la abuela cuando yo era pequeña, nunca hemos estado apartados por más de unas pocas semanas a la vez, y nunca sin un medio para comunicarnos al alcance de un botón o una consola. Y ahora estoy varada en un planeta alienígeno con un soldado que me odia junto con todo lo que aspiro. Por primera vez en mi vida, estoy sola. Cubro el sonido que mis lágrimas hacen, dando vueltas en mi improvisada cama, así la manta térmica se arruga ruidosamente. Espero que él me castigue por


ser una jodida princesa, pero no dice nada y su respiración no cambia. Ni siquiera me escucha. Me rindo y me permito llorar.

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—¿Llegados a ese punto tus expectativas eran que serías rescatado con rapidez? —Estaba con la Señorita LaRoux. Imaginé que ella sería su principal prioridad. —¿Qué hiciste con tu compañero? —Hubo un cambio de roles en un pelotón. —Esa no es una respuesta real, Comandante Merendsen. —No tuve mucho tiempo para formar una opinión. La situación no era la mejor. —¿Para ti o para ella? —Para ninguno de nosotros. ¿Conoces a alguien que habría estado agradecido de estar en nuestros lugares? —Nosotros haremos las preguntas, Comandante.


Tarver

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Estoy a diez segundo de encender la linterna y buscar un botiquín de primeros auxilios para sedarla cuando finalmente deja de llorar. Eventualmente, me duermo. Es tarde cuando despierto, en algún momento después de medianoche. Por un largo momento, permanezco sentado perfectamente quieto, dejando que mis sentidos me informen. Siento el frío mental y las duras líneas presionadas contra mi piel; huelo el persistente hedor de pegamento derretido. Escucho a alguna criatura croar afuera, y más cerca, dentro de cápsula, el pequeño sonido de alguien moviéndose. Los recuerdos emergen a la superficie y se extienden a través de mi cuerpo, tirando de mis brazos hacia abajo por lo que mis dedos se tensan alrededor de los reposabrazos. No he abierto los ojos aún, y mientras dejo que mi mente procese la información, escucho el suave sonido de alguien moviéndose de nuevo. La luz atraviesa mis párpados. Ella tiene la linterna. Maldita sea, ¿no necesita dormir? Abro un párpado. Está en el panel eléctrico de nuevo, jugando con el cableado. Se encuentra retro-iluminada por la linterna, mordisqueando su labio inferior. Luce diferente con esta luz. No puedo distinguir el sofisticado cabello o los restos de su maquillaje, y el ojo morado está oculto por las sombras. Luce más despejada, limpia, joven. Más como alguien con quien podría hablar. Me pregunto qué pensarían mis padres de ella. Sus rostros aparecen en mi mente, y mi garganta se aprieta. Si el Icarus perdió el contacto con las industrias LaRoux cuando salió del hiperespacio, entonces tal vez mis padres no habrán oído nada del accidente aún. Tal vez sólo piensan que la nave está perdida. Estoy bien, pienso, deseando que pudieran escuchar mis pensamientos. Ni siquiera sé en qué camino enviarles el mensaje —este planeta podría estar en cualquier lugar de la galaxia.

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Traducido por Sofí Fullbuster Corregido por Key


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Mientras la miro, la chica pone perfectamente un cable en su lugar. Recuerdo la forma en que les sacó la cubierta con las uñas antes de despegar. Aún habríamos estado atascados en la nave si no lo hubiera hecho. Mi mente conjura la imagen de las otras cápsulas de escape rodeadas de fuego mientras se separaban del Icarus durante la colisión. Sin dudar, Lilac LaRoux salvó nuestras vidas. Es algo difícil de procesar. Me aclaro la garganta para prevenirla antes de hablar. —¿Señorita LaRoux? Su cabeza se levanta de golpe. —¿Sí, Comandante? —Mantiene su voz educada y tranquila, como si estuviera en alguna fiesta al aire libre y yo fuera alguna molesta tía que no la dejaba en paz. Tal vez si me callo, se electrocutará a sí misma. —¿Necesita ayuda? Suelta un suave y burlón suspiro. —A menos que sepa cómo circunvalar los relés de comunicación, no puedo ver cómo esté en posición de ayudarme. Si puedo forzar la placa madre del entorno a relevar los relés, tal vez pueda usar la cápsula como una antena. Está hecha de metal. Permanecemos en silencio por un momento. Ambos sabemos que no podría distinguir cuál es la placa madre ni aunque tuviera una pistola en la cabeza. Toma mi silencio como una victoria, enseñándome esa molesta sonrisa de superioridad. —Si puedo conseguir algo de señal, ¿admitirá entonces que es mejor quedarnos aquí y esperar, en vez de ir a hacer senderismo a través de territorio desconocido, solos? Respiro profundamente a través de la nariz y reclino la cabeza de nuevo. Se gira, acuclillándose delante del panel. La observo por la esquina de mi ojo, tan fascinado por su improbable experiencia como por la vista de la heredera LaRoux llevando ausentemente la linterna a su boca así puede sostenerla con los dientes mientras trabaja. Obtengo otro vistazo de la chica que vi en el salón, la que defendió al hombre acosándola en lugar de dejar que sus lacayos trataran con él. ¿Dónde está esa chica el resto del tiempo? Con un nudo en el estómago me doy cuenta de que el hombre en el salón, la razón por la que le hablé a Lilac LaRoux en primer lugar, probablemente esté muerto ahora. ¿Alguien más sobrevivió? ¿Alguna de las cápsulas de escape se alejo del Icarus antes de que colisionara contra la atmósfera? En algún momento, entre un parpadeo y otro, me duermo. —¿Qué pensaba la señora LaRoux de la situación? —No se lo pregunté. —Entonces, ¿cuál fue su impresión por la forma en la que la Señorita LaRoux lo estaba afrontando? —Mejor de lo esperado.


Lilac

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Despierto acurrucada contra una pared, con una manta a mi alrededor, y mi rostro adolorido. Por un momento me quedo allí tratando de recodar qué hice la noche anterior, temiendo el regreso de la memoria, con la certeza de que la resaca será la menor de mis preocupaciones. Entonces el inconfundible olor del plástico medio derretido me sacude despierta, y me gustaría que fuera una resaca haciendo palpitar mi cabeza, no los efectos secundarios de una nave espacial golpeándome en la cara. Echo un vistazo a la matriz de comunicaciones rota que traté de salvar anoche. Los cables se funden y se funden sin posibilidad de reparación. Toda la placa madre en cortocircuito, nada que ni todo un equipo de electricistas podría salvar, mucho menos yo. Debería haber dejado las cosas como estaban y conseguido un poco de descanso. La mañana es tranquila, lo que me aterra. Siempre ha habido ruido a mí alrededor, incluso en nuestra casa de campo. Los sonidos de los filtros de aire y el jardín pasando de rosas a narcisos con habilidad, el clic mecánico de sus proyectores holográficos. Siervos bulliciosos aquí y allá, Simon lanzando piedras a mi ventana para despertarme en la noche. Mi padre en el holotelegrama en la mesa del desayuno, dando órdenes a sus representantes de respaldo en Corinto, mientras hace muecas para hacerme reír. Aquí, los únicos sonidos son los débiles ruidos de las aves, y el susurro de las ramas cuando chocan una contra otra. Sabiendo que el Comandante va insistir en que nos movamos, me preparo, tratando de armarme de coraje, fuerza, o por lo menos, algo de dignidad. Un día entero de él marchando a mi lado, diciéndome cada cinco minutos que tengo que seguir en movimiento, caminando más rápido. Todo un día retrasándolo.

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Traducido por Jeyly Carstairs Corregido por Alessa Masllentyle


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Un repentino terror pincha en mi estómago. Me incorporo casi antes de registrarlo, ya conozco su origen. La silla en la que el Comandante había estado durmiendo está vacía, y su bolsa de suministro se ha ido. No estoy lista para el pánico que se extiende sobre mí. Quiero gritar su nombre, y sólo el miedo apretando mi garganta me lo impide. Sí, estaba sola incluso con el allí, pero sabía cosas —del bosque, como caminar, como vivir— que nunca podría aspirar a aprender. Mis miradas asesinas y empujones lo han ahuyentado. Me tambaleo en mis pies y tropiezo contra la puerta de la capsula, empujándola abierta y aferrándome al marco. Es casi el amanecer, y puedo ver a pocos metros en la oscuridad del bosque. No hay patrón en los árboles, cada uno es ligeramente diferente, matorrales dispersos al azar. No hay caminos, no hay flores. Nada se mueve a excepción de una rama que se agita suavemente con la brisa. Cada ceño suyo, cada curva irritada de su boca parpadea ante mis ojos. Tarver, grita mi mente. Regresa. Lo siento. Con un asalto, el dolor de mis tobillos torcidos, la debilidad de haber dormido‖ tan‖ poco,‖ el‖ miedo…‖ todo‖ se‖ extiende‖ sobre‖ mí‖ y‖ caigo‖ pesadamente‖ contra la pared de la capsula, mis ojos sin dejar de mirar el lío ilegible de hojas y ramas. Y luego el estruendo de mi cuerpo golpeando el marco de la puerta no es el único sonido. Una ramita rompiéndose, electrizando en el silencio, y en algún lugar entre las sombras algo se mueve. Me congelo, mi aliento capturado en mi garganta como un sollozo. Huellas, dijo. De las grandes. Se me da sólo un momento para imaginar qué criatura podría hacer que incluso un héroe de guerra se detuviera, antes de que la fuente del sonido llegue surgiendo de la madera oscura. El Comandante Merendsen levanta sus cejas hacia mí, y sé que puede ver mi pánico en el momento antes de que enseñe mis características. Los rasgos de su boca en leve diversión. —Siento decepcionarte, pero va a tomar más de un par de miradas sucias para ahuyentarme. Todo el pánico, la impotencia y el alivio colapsan en humillación al rojo vivo. Esta vez no hay nada que me impida arremeter contra él. —No se haga ilusiones, Comandante. —Sueno como Anna, al instante desdeñosa. El pensamiento hace que mi garganta se contraiga, mi voz estrangulada—. Su paradero es el menor de mis problemas. Pero, ¿qué es exactamente lo que cree que está haciendo, caminando penosamente por ahí? Algo podría haber entrado. Yo podría‖haber…‖—Mi garganta se cierra cuando me quedo sin palabras. Sé que no estoy enojada con él. Pero los gritos ayudan.


El Comandante Merendsen me mira levemente, deslizando su mochila de su hombro y colocándola a sus pies antes de arquear su espalda en un estiramiento. Lo observo mientras mi ira decae, dejándome avergonzada. Sólo unos pocos segundos antes de que mire hacia otro lado. La camisa de su uniforme informal se extiende de una manera que no puedo ignorar, y lo último que quiero es que note que lo miro fijamente. Miro al surco en el suelo causado por el choque de nuestra capsula en su lugar. —¿Desayuno, Señorita LaRoux? —pregunta con suavidad. Podría abofetearlo. Dios, podría besarlo —no me ha abandonado. Si estuviera en casa seguiría los pasos a mi habitación en un silencio ensordecedor, encontrando un lugar para reunir mi compostura en paz. Pero si estuviera en casa, no tendría razón para ser aliviada de la presencia de alguien que por mucho no volvería a ver de nuevo. Si estuviera en casa…‖cierro‖mis‖ojos‖y‖trato‖de‖reponerme. Sus pasos se muevan más allá de mí, suaves sobre el trozo grueso y mullido de hojas que recubren el suelo del bosque. Casi puedo olerlo, algo penetrante y diferente detrás del asalto de olores verdes al que no estoy acostumbrada. —Si usted no tiene hambre —añade—, entonces sugiero que nos pongamos en marcha.

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—¿Cuáles fueron sus opiniones del planeta en ese momento? —Obviamente estaba en las etapas avanzadas de la terraformación. Estábamos esperando a que los equipos de rescate llegaran. —¿Qué lo hizo tan seguro de que vendrían? —¿Por qué gastar los recursos para terraformar un planeta si no va a sacar provecho de las colonias? Estábamos seguros de que los colonos habrían visto la caída del Icarus, y alguien debería estar investigando. —¿Sus principales preocupaciones en ese momento? —Bueno, la Señorita LaRoux‖tenía‖una‖fiesta‖que‖no‖quería‖perderse,‖y‖yo… —Comandante, no parece entender la gravedad de su situación. —Claro que sí. ¿Cuáles demonios cree usted que eran nuestras preocupaciones?


Tarver

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El sol pasaba a través de los árboles en el momento en que nos pusimos en marcha. Estoy adolorido, cubierto de moretones de las decenas de veces que fui lanzado contra mis correas mientras nuestra cápsula chocaba contra la tierra. Mi caja de sorpresas está en mi espalda, llena con todo lo útil que pude encontrar en las taquillas de la cápsula —barras de comida, la manta, un botiquín patéticamente inadecuado de primeros auxilios, un trozo de cable de repuesto, y un traje de mecánico que aún no me he atrevido a sugerir a la Señorita LaRoux como sustituto de su vestido totalmente impráctico. Mi marco de fotos de plata, mí maltratado diario lleno de poemas a medio escribir. La cantimplora, con el filtro de agua incorporado que necesitaremos tan mal ahora. Para bien o para mal, estamos caminando, siguiendo un arroyo por el bosque. Estoy caminando, de todos modos. Ella cojea, agarrando árboles como apoyo cuando piensa que no estoy mirando. Todavía está aferrada a la idea de que está bien, que todo esto es simplemente algún horrible inconveniente, y su vida normal va a reanudarse en cualquier momento. Dios no quiera que baje los aires de grandeza durante cinco minutos. Si tan sólo aceptara un poco de maldita ayuda, estaríamos avanzando mucho más rápido. A este paso, no vamos a tener que preocuparnos por el dueño de las huellas, aunque me gustaría saber qué las dejó —o el riesgo de lesiones o de hambre. Vamos a morir de vejez antes de que avancemos un kilómetro. Estamos en una fecha límite, y ese conocimiento tamborilea a través de mí como un pulso. Si no podemos encontrar una colonia, vamos a tener que llegar a los restos del naufragio tan pronto como nos sea posible. Nuestra cápsula será sólo uno de mil piezas de los restos esparcidos por el bosque, con nada de eso para mostrar que hay sobrevivientes cerca. E incluso si la reconocen como una cápsula de escape caída, no hay nada para distinguirla de las que cayeron unidas al Icarus. Nada que diga, Estamos vivos, vengan a buscarnos. No

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Traducido por KristewStewpid Corregido por Momby Merlos


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podemos hacer una señal de humo, porque todo lo que nos rodea son trozos de escombros levantando columnas de humo negro como una interminable procesión de piras funerarias. El único lugar donde podemos garantizar que vamos a ser encontrados es en lugar del accidente. Ahí es donde los equipos de rescate irán en busca de sobrevivientes y de salvamento. Ahí es donde van a establecer su base de operaciones. Tenemos un largo camino por delante. No creo que ella se dé cuenta de que tan engañosas las grandes distancias pueden ser, pero si supiera que sería una semana o más, no estoy seguro de que podría conseguir que se moviera en absoluto. Y no puedo permitirme perder un momento. Si vamos demasiado lento, suponiendo que están buscando a otros sobrevivientes, podrían retirarse antes de que incluso lleguemos. Podría ir más rápido por mi cuenta, pero si la dejara atrás, no estoy seguro de que sobreviviera hasta que pueda regresar. Es sólo a través de una agotadora combinación de frecuentes descansos e insultos liberales que logramos pasar las próximas horas. Puedo decirme a mí mismo que hago esto porque ella va a volver a ponerse de pie sólo para fastidiarme, pero la verdad es que en realidad sólo quiero hacerla enojar. Hacer que se mueva solo es una ventaja. Empiezo a pensar que podríamos ser capaces de hacer algún progreso cuando oigo un jadeo particularmente fuerte para recuperar el aliento. Hago una pausa, mirando al frente. Se ve igual delante como detrás, lo mismo detrás como a los lados. Terreno irregular, maleza con fresas y matorrales para atraparte, hojarasca, e, incluso troncos rectos, como si hubieran sido diseñadas con una mira láser. Inhalar, exhalar, entonces volteo. Todavía sigue de pie, inclinada en un árbol para apoyarse. Sé que está luchando, pero ¿tiene que parar cada quince minutos? Abro la boca para probar un nuevo método para seguir molestándola, pero luego veo su rostro torcido, con dolor, no ira. —¿Cómo están tus zapatos? —pregunto. Ella traga, recuperando la compostura lo suficiente para fruncirme el ceño. —Mis zapatos están bien. Considero los tacones que vi deslizarse a través de la reja de metal en el piso de la cápsula. Sé que ella está mintiendo, y ella sabe que lo sé. —Bueno —respondo, con un tono tranquilo que sé que se mete bajo su piel. Me gustaría ser lo suficiente noble como para no disfrutarlo, pero llegué a un acuerdo con mi falta de nobleza hace mucho tiempo—. Como yo lo veo, tenemos dos opciones. O puedo echar un vistazo a tus pies y tratar de taparlos un poco para caminar, o puedes presionar, descender en agonía, conseguir ampollas, sangrar,


—¿Tuviste algún objetivo que no fuera llegar al lugar del accidente?

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contraer una infección, perder algo desde un dedo del pie hasta tu vida, y al final llegando a ser demasiado lentos para cualquiera de nosotros para poder llegar a una colonia o a los restos del naufragio antes de morir de hambre. ¿Qué le apetece, Señorita LaRoux? Tiembla, mirando a otro lado y envolviendo sus brazos alrededor de su cintura, manteniéndose a sí misma fuerte. —¿Es esto lo que hiciste en Patron? ¿Aterrorizarlos a todos con amenazas gráficas? Mátame. Está actuando como si me ofreciera a dispararle, en lugar de decirle la verdad. —Llámame poco sofisticado, Señorita LaRoux, pero funciona. —Hago un gesto hacia un árbol caído, y ella se sienta de mala gana. Sus pies son un desastre, y tengo que reprimir un silbido cuando los veo. Las correas le han dejado la piel en carne viva, y sus dedos están hinchados con ampollas. La piel es roja y brillante, y habrá sangre más pronto que tarde. Sus tobillos están hinchados. Por suerte para mí, ella está ocupada con la mirada perdida, como si estuviera demasiado avergonzada como para mirar a sus propios pies. Eso es bueno, porque estoy bastante seguro de que no le va a gustar lo que viene después. Soy suave mientras deslizo las pequeñas correas a través de las hebillas, desato los zapatos y los comienzo a quitar. Los sostengo en mis manos —cosas tan delicadas, probablemente vale la paga de un mes cada uno— y retiro los talones. Mira hacia abajo para ver lo que estoy haciendo y jadea, levantando una mano para cubrirse la boca. Pero lo que sea que pase en su propia realidad, ella aún debe ver que los zapatos han cumplido con su deber. Está en silencio mientras yo escarbo a través del botiquín de primeros auxilios, envolviendo cuidadosamente y cubriendo las peores partes de sus pies. Al final tengo que apartar las correas, y estirar los zapatos de sus pies hinchados lo mejor que pueda. Le ofrezco mis manos, y deja que la ayude a ponerse de pie. Lo hace sin un quejido, sin un lloriqueo. No estoy seguro de que podría haber llegado tan lejos con los pies tan desgarrados. Lilac LaRoux ha manejado una marcha forzada con más determinación que algunos de los reclutas que he tomado en el último par de años, aunque ella parece estar haciéndolo por despecho, más que nada. Doy un apretón a sus manos. —Aquí, ¿ves? Cuando llegues a casa, todas las chicas en Corinth se morirán por los zapatos de tacón sin tacón. Sé que sabes cómo imponer una tendencia. Y ahí está, contra toda esperanza, como el sol que asoma detrás de las nubes. El más pequeño indicio de una sonrisa.


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—Lo haces sonar como si hubiera conspirado para hacerme aterrizar en el planeta. —¿Y por qué harías eso? —Ese es mi punto. No queríamos más que salir de allí. —Muy bien. ¿Qué pasó después?


Lilac

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Tengo tan poco aliento para hablar y caminar al mismo tiempo. El Comandante Merendsen sigue aumentando el ritmo, así que estoy obligada a jadear y luchar a su lado, con muy pocas oportunidades para quejarme. Finalmente, después de la quinta o sexta vez que he tropezado con una raíz de baja altitud, dejo que la gravedad haga su trabajo y me lleve. Golpeo el suelo con más fuerza de la que me gustaría, pero estoy demasiado cansada para que me importe. Delante de mí sus pasos se detienen. Hay un largo, muy largo silencio antes de que él hable. —Tomate un respiro. Descansa tus pies, toma algo de agua. Retomaremos en quince minutos. Desde algún lugar encuentro la energía para empujarme sobre mis brazos. Mis piernas están hechas plomo, y cada movimiento frota las correas de mis zapatos contra mi piel en carne viva a pesar de la venda. No puedo sino preocuparme por cuánto tiempo les llevará desaparecer a las ampollas y callos en mis pies después de que nos rescaten. ¿Qué tan pronto podré usar un calzado adecuado nuevamente sin mostrar mis cicatrices de batalla? Él está parado a cierta distancia, y ni siquiera le falta el aliento. ¿Es que me estará refregando cuán fácil es para él? Estoy determinada a no darle la satisfacción de molestarme. Le demostraré cuánto puede manejar una LaRoux. Por todo lo que sé, hay embarcaciones de rescate dirigiéndose al sitio donde la cápsula impactó mientras hablamos, pero por su idiotez, estamos lejos, en medio del bosque en lugar de donde podríamos ser vistos. Una pequeña voz en la parte trasera de mi mente intenta señalar cuán mejor preparado está él para esta situación que yo —cuánto más sabe. Pero estoy cansada de ser la débil. Estoy cansada de estar tirada. Estoy cansada de tener a este soldado decidiendo cada uno de mis pasos. Soy Lilac LaRoux. —Comandante, tenemos que repasar nuestro plan. —Intento controlar mi voz, incluso, pero no estoy haciendo muy buen trabajo—. El Icarus chocó detrás de

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Traducido por Chachii Corregido por LIZZY’


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una cordillera. No hay forma de que podamos hacer este tipo de caminata. Sé que funcionó para ti en Patron, pero tenías un equipo entero de soldados e investigadores de campo allí. Sólo porque funcionó una vez no quiere decir que sea la solución ahora. Podemos hacer algo para que la cápsula sea más visible. —Nada de lo que podamos hacer nos garantizará algo —contesta, sacudiendo la cabeza con rápida desestimación—. Podemos estar seguros de que habrá naves de rescate en el sitio de impacto. —Si llegamos allí —suelto—. Tenemos que regresar, es nuestra mejor esperanza. —Prefiero hacer mi propia esperanza —suelta de inmediato, girando para mirarme de arriba abajo, como si me encontrase deficiente—. Escucha, no puedo arrastrar tu culo por el bosque. Tienes que cooperar conmigo. —Te doy las gracias por no hacer nada con mi culo —contesto, mirándolo—. Tú no eres el dueño y señor de este planeta, y no eres el dueño y señor de mí. ¡Mi opinión es tan válida como la tuya! —¿Vamos a discutir cada paso que damos? —Lo he reducido a un gruñido frustrado, pero no hay sabor de satisfacción en la respuesta. Estoy demasiado enojada conmigo misma. Este estúpido y arrogante chico. ¿Qué edad tiene? No puede ser un par de años Comandante que yo, aún si actúa como si tuviera una vida entera de experiencia sólo porque liberó un pequeño puesto avanzado una vez. Una pequeña moneda en un cobre lleno de medallas. —¿Escuchará la razón, Comandante? —Si eso es lo que llamas razón, entonces diablos que no. —¡No! —Lo imito frustrada—. Eso es todo lo que siempre dices, no, no puedes descansar de nuevo, tenemos que seguir subiendo, no, no puedes utilizar el agua filtrada para bañarte. Nos quedamos allí, quietos en nuestros lugares, esperado a que el otro se quiebre. —Señorita LaRoux —dice finalmente—, daré lo mejor de mí para protegerla si me lo permite. Mi deber demanda demasiado. Pero no voy a sentarme aquí y morir por usted, esperando por un rescate que podría nunca llegar. Y ciertamente no voy a suplicar para mantenerla segura, por encima de todo lo demás a lo que sirves. Si se niega a venir conmigo, está bien. Yo me voy, y usted puede venir o no, como guste. —No. —Mi mano pica por abofetearlo, pero me obligo a permanecer en mi lugar, inmovilizando mi columna—. Déjame la mitad de los suministros y una sábana para llevarlos, y entonces puedes seguir por tu cuenta. Liberado de su deber —agrego desagradablemente.


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—La situación era extraña para la Señorita LaRoux. —Sí, aunque yo tenía poca experiencia en el manejo de los civiles sobre el campo. —Ah, sí. La inteligencia y los equipos de búsqueda en Patron. —Sí.

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—Bien —escupe. Arroja su bolso al suelo con innecesaria fiereza, y sin otro momento de vacilación comienza a sacar cosas y tirarlas sobre una manta. Hace dos pilas iguales de todo —el contenido del botiquín de primeros auxilios, las barras de racionamiento y el cable rescatado de nuestra cápsula. Entonces unas de las pilas con una pequeña caja de metal, un cutre traje de la cápsula, y un cuaderno que no había visto antes, regresan a su mochila, y la otra queda sobre la manta. Siento la tentación de decirle que puede quedarse con las barras de racionamiento, ya que parece disfrutarlas tanto. El Comandante se endereza, lanzándome una mirada desdeñosa. —La mejor de la suerte. Está esperando que me rinda. Ambos sabemos que no va a dejarme sola en este abandonado desierto —la cuestión está en quién lo admite primero. Puede ser un idiota pero es uno caballeroso, y no me va a dejar morir para probar un punto. Yo lo sé, él lo sabe, y mientras nos miramos separados por la manta, tengo que admitir que una llamarada de placer me baña. Este es un juego que conozco. —Lo mismo para ti —ofrezco gentilmente. Después de todo, ahora puedo darme el lujo de ser amable, ¿no? Me agacho y recojo las puntas de la manta. Se siente torpe e incómodo mientras la lanzo sobre mi hombro, y mis pies maltrechos casi tropiezan con el borde de mi vestido, pero una LaRoux no permite que esas cosas la detengan de hacer una declaración. Si se tratara de mi padre, él se habría alejado por el bosque hacia horas, con la cabeza siempre en alto. Habría encontrado una manera de manejar esto. Fragmentos de sonidos se elevan desde el terrible y descuidado bosque que me rodea, por un momento sonando como voces, altas y consternadas. Él ni siquiera parece darse cuenta de ello —claramente está en casa rodeado por tanta suciedad— y simplemente se queda allí con el ceño fruncido mientras me alejo. Espero tener tiempo suficiente para volver al cápsula antes de la puesta del sol, pero de cualquier manera, él probablemente me alcanzará antes de eso. No escucho nada a mis espaldas, pero no me puedo arriesgar a mirar sobre mi hombro y ver qué está haciendo. No tiene importancia vendrá por mí, lo sé. Lo imagino allí, parado, viéndome marcharme, y deseo más que nada poder ver la expresión en su rostro. Me pregunto cuánto tiempo va a durar.


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—¿Cuál fue tu evaluación de su estado durante esa parte de la caminata? —Pensé que ella lo estaba manejando bien. —¿No hubo desacuerdos? —No, nos llevábamos bien.


Tarver

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Me cuido de mantener mi ritmo lento cuando empiezo a caminar, la ruptura de las ramas y rascar hasta la hojarasca por lo que incluso una niña de la sociedad podría ser capaz de decir en qué dirección iba. Es importante no ir demasiado rápido, de lo contrario ella nunca podría encontrarse conmigo. Una parte de mí quiere sentarse en un tronco y esperar, tal vez escribir algo en mi cuaderno, tomar un aperitivo. Esperar para disfrutar de la mirada en su rostro cuando ella se dé la vuelta y regrese con su rabo entre las piernas. Esta pequeña insurrección ha estado viniendo, y aunque hubiera prefiero que ella hubiera probado eso en las llanuras, donde yo podría mantener un ojo en ella, esperando hasta que estuviéramos fuera de peligro, era definitivamente mucho pedir. La pura arrogancia. ¿Cuánto tiene ella, dieciséis? Increíble que haya tenido tiempo para pasar a través de todo ese entrenamiento de supervivencia militar. He estado caminando durante diez minutos cuando la oigo. No está justo detrás de mí, donde me esperaba que estuviera. Ella tuvo que haberse quedado en el claro, o incluso debió de haberse alejado de mí, porque ella está algo así como a la mitad de un kilómetro atrás. Ella está gritando. Estoy corriendo antes de que sepa que me estoy moviendo, golpes de sorpresas golpean mi espalda, arrastrado el Gleidel fuera de su funda y lo acomodo en mi mano sin ningún tipo de decisión consciente de qué dibujar. Tú desarrollas instintos. Al igual que mi sargento solía decir: Aprender rápido, o no. Ramas golpean mi cara y rasgan mi ropa cuando me estrello por la maleza, batiendo el barro a lo largo del borde de la quebrada, cuando elijo la velocidad sobre la precaución. Corro hacia el claro sin ninguna pretensión de sigilo.

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Traducido por Edy Walker Corregido por CarolHerondale


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Lo veo de inmediato una criatura gigante, una especie de gato salvaje, puro músculo debajo de la piel leonada, mostrando los dientes en una mueca. Nunca he visto nada como esto en mi vida, en ningún planeta. Caninos largos, e inteligentes y oscuros ojos. Esta cosa me supera con facilidad, y en un bocado lo hará con Lilac. Tiene las patas delanteras contra el tronco de un árbol, gruñendo bajo en su garganta, que rastrillaban por la corteza dejando una hilera de cortes paralelos. Lilac está arriba del árbol, gritando, aunque no sé cómo ha llegado hasta allí. Levanto el Gleidel y lo preparo con las dos manos. Cerrando un ojo, dibujo un círculo y espero hasta que está estable. El grito del láser se mezcla con los aullidos de frustración de la bestia como saltos de armas y se estremece en mis manos. La criatura llega al suelo con contorsiones y gruñidos, y empieza a levantar las hojas y hace subir las nubes de polvo seco. Se retuerce alrededor de la cuenta de diez y luego se queda quieto, el claro se llena con el horrible olor a pelo quemado y carne. Arriba en el árbol, los gritos de Lilac descienden a una serie de jadeos. Me levanto y miro el gato para el conteo de treinta, después de que deja de moverse. Manteniendo el Gleidel en una mano, camino lentamente a través del claro, donde la criatura se encuentra. Hay un gemido de alivio desde el árbol, y me doy cuenta de que no he sido capaz de verla hasta ahora. No puedo concentrarme en ella todavía. —Quédate ahí arriba —digo—. Está muerto, si mantiene su cerebro en donde se supone que lo hace. ¿Te tocó? No hay respuesta, pero ella no se ha tirado del árbol, sin embargo, lo único que puedo suponer es que está ilesa. Suelto un tornillo adicional en la cabeza de la criatura por razones de seguridad, el Gleidel chillando de nuevo. Me tomo mi tiempo sobre la criatura, empujándolo cuidadosamente con la punta de la bota, esperando una respuesta, y, finalmente, entro en una inspección más cercana. Los ojos están vidriosos, y su lado no se levanta o cae. Muerto. ¿Qué planeta terraformado es este, con una cosa como esto está corriendo alrededor? No hay ninguna razón para meter un depredador de orden Comandante en un lugar como este, los felinos deben de ser un cuarto de este tamaño o menos. Su papel en el ecosistema debería ser atacar pequeños roedores, no persiguiendo a la sociedad a los árboles. Éste tiene las mismas rayas alrededor de su rostro como el tipo del que estoy acostumbrado, pero este es un devorador de hombres. Entonces, ¿cómo esa cosa esta aquí? Lo estudio por unos momentos más y luego renuncio a que está muerto, y eso es lo que importa. Cuando miro hacia arriba, Lilac esta blanca como el papel, aferrándose a la rama más baja. Ella mira


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hacia mí, con los ojos azules muy abiertos, brillantes. Ni siquiera está llorando, lo que me dice lo mal que ha sido el susto. No es broma, señorita La Roux, estoy bastante conmocionado. Cuando miro hacia ella, una oleada de alivio se apodera de mí, mi mano temblorosa en la que poseo el arma. Lucho contra el impulso de bajarla del árbol. Podía sacudirla. Podía besarla. No puedo dejarme hacer eso tan poco. No puedo creer que haya sido tan estúpido como para dejar que ella se fuera sola después de que yo había visto esas huellas. Tengo que ser inteligente, manejar esta siguiente parte cuidadosamente. Trago, aclarando mi garganta para hacer que mi voz suene. —Eso está un poco alto. ¿Necesitas una mano para bajar de ahí? Ella hace caso omiso de mi oferta, lo que me tranquiliza más que cualquier otra cosa ya que ella no sufrió ningún daño permanente. Yo estaría más preocupado si ella me deja ayudarla. Ella se inclina más hacia abajo, deslizando hacia los lados, colgando por unos segundos, luego se tira y entonces golpea el suelo con un ruido sordo. Cae sobre su trasero en el suelo y luego gatea hacia atrás lejos de la criatura muerta. Conozco este momento muy bien, lo he visto en el campo. Infierno, yo he estado allí. Yo podía restregarle de que tenía razón y que ella estaba equivocada, yo le salvé la vida, ella me necesita para sobrevivir. Pero no tiene sentido. Ella lo sabe. Y no voy a obligarla a venir arrastrándose. Soy yo el que tiene la experiencia en el campo. No debería de haber dejado que esto sucediera. —Vamos —digo, escuchando su respiración entrecortada—. Podemos cubrir un poco más de tierra antes de tener que hacer un campamento. Una parte de mí quiere llegar hasta ella, tomar sus manos, y mantenerlas hasta que se sienta segura. Pero no puedo. Si lo hago, ella comenzará a llorar, y no se detendrá. Necesito que se quede dura. Es lo mejor que puedo hacer por ella. Así que hablo de nuevo. —¿Estás lista? Ella asiente con la cabeza, parándose en sus pies, sin molestarse siquiera en limpiar el polvo de sus manos. Estoy adolorido, y odio esto, pero maldita sea si no estoy logrando sacar a esta chica del lugar del accidente. Ella me puede odiar por el resto de su vida, una vez que nosotros estemos a salvo por lo menos ella estará viva para odiarme. Nosotros dejamos el gato grande detrás y lentamente retrocedemos a recoger sus suministros abandonados. Desde su camino, ella me habría alcanzado si no hubiera estado corriendo. La bestia la estaba persiguiendo hacia mí, si la hubiera perseguido a la inversa, no podría haber llegado a ella a tiempo. Espero que Lilac no se dé cuenta de esto. Eso fue sólo una coincidencia que le salvó su vida. Ella está saltando a las sombras a medida que caminamos y luego


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mira por encima de su hombro, como si estuviera oyendo cosas, viendo cosas. No parece convencida de que no hay nada allí. Espero que ella no esté pensando en que otras criaturas imposibles pudieran estar allí, más allá de los árboles. Y realmente espero que esa cosa no tenga un compañero. Cuando armamos el campamento junto a un arroyo, estimo que hemos pasado la mayor parte del día caminando y haciendo descansos, y lo hemos hecho como unas diez veces. Así que si tenemos suerte, estaremos a mitad de camino del final de los árboles. Después estaremos en los llanos, tendremos que cruzarlos y pasar sobre la cordillera de alguna manera antes de llegar al Icarus. Lilac está descansando en la manta que extendí para ella, con sus brazos extendidos a cada lado, mirando hacia el cielo que se oscurece lentamente a través de un hueco en el dosel. Me pregunto qué ella piensa del cielo. Nunca he visto a estas estrellas, y yo he memorizado todas las tablas de las colonias. Esa es mi única esperanza de que el rescate pudiera estar tomando un poco más de tiempo debido a que el Icarus no estaba donde se suponía que debía ser cuando se estrelló. Niego con la cabeza, tratando de deshacérseme de esa sensación de crecimiento de maldad. El rescate todavía vendrá. Este lugar está terraformado, sin embargo, parece distorsionado. El pueblo tiene que estar en alguna parte, ellos no pueden haber perdido la destrucción de una nave como la de Icarus. Lilac ha estado en silencio desde el incidente con el gato bestia, y en contra de toda lógica, me encuentro extrañando el sonido de su voz, incluso cuando ella me está insultando. Por lo menos estar molesto por ella es vigorizante, esta nueva y tranquila desesperanza es contagiosa. —No es exactamente los alojamientos de cinco estrellas a lo que estás acostumbrada —digo, en la voz alegre que sé que la enfurece. Ella no se mueve. Recojo la cantina que está a un lado antes ir a llenarla con el agua de la quebrada— . Te voy a dar una tarjeta de comentarios cuando todo esto termine para que puedas quejarte con alguien. Ella se mueve, apoyándose en sus codos. Me mira con cansancio por un largo momento. —Espero que estés armando dos camas, Comandante. —Su voz es cansada, pero todavía hay un índice de filo en ello. Lucho contra el breve e insano impulso de sonreírle, agacho mi cabeza y empiezo a dividir la hojarasca, reuniéndola en dos montones. Demasiado rápido, ella se vuelve a deslizar en la quietud del silencio. Y sin ella estando allí para irritarme, mi mente se distrae a los lugares que no debería ir. No puedo permitirme pensar en casa por mucho tiempo. No puedo dejar que imagine a mi madre escuchando acerca del Icarus, la forma en la que mi padre tratara de encontrar algo para decir.


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—¿En ese momento habías llegado a las llanuras? —No, acampamos en el bosque esa noche. No hicimos mucho progreso esos primeros días. ¿Puedo obtener algo de comer? —A su debido tiempo, Comandante. ¿Cómo era el estado emocional de la señorita La Roux? −Todavía estable.

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Recuerdo cómo el aire estaba lleno de pena después de que nos dijeron acerca de Alec, como nosotros tres lo hicimos de un día a otro sin tener que intercambiar más que un puñado de palabras. Mi madre no escribió un poema durante meses, y mi padre se quedó mirando sin comprender los montones de comida que los vecinos dejaban alrededor. Me salté la escuela y salía todos los días a arriesgar mi cuello, escalando acantilados prohibidos, forzando mi camino a través del descuidado bosque hasta que estaba perdido y agotado. Aunque nunca estaba agotado lo suficiente como para dormir por la noche. Poco a poco, nosotros aprendimos cómo hablar de él, aunque a veces con algo más que tristeza. Mamá cogió su pluma, y aunque su poesía cambió irrevocablemente, escribía de nuevo. Papá volvió a su salón de clases, y yo volví a la mía. Esperé con impaciencia mi decimosexto cumpleaños, así podría enlistarme, como si de alguna manera, por estar obteniendo uniforme y haciendo lo que mi hermano mayor no pudo, sobreviviendo a las trincheras, podría traerlo de vuelta. Yo todavía no sé si él creía en lo que estaba haciendo, si él se sentía como si estuviera haciendo una diferencia, controlar las rebeliones en una nueva colonia cada pocos meses. No sé si él pensaba que los rebeldes tenían un punto — ocasionalmente, yo lo hago— o si simplemente le gusta la prisa, o quería ver nuevos lugares. Yo era demasiado joven para pensar en hacer esas cosas, cuando él se fue, y una vez que él estaba en una misión, nosotros simplemente escribíamos un lado a otra sobre triviales, cosas de todos los días. Tú no mencionas la muerte cuando está flotando cerca de alguien que amas. Tú no quieres llamar la atención del segador. Mis padres y yo peleamos cuando les dije lo que quería hacer, y aunque negociamos una especie de paz alrededor de mi decisión, sé que todavía esperan mi mensaje cada semana, por las palabras que les dirán que todavía estoy vivo. Tengo que llegar a casa. No puedo escuchar la parte de mi mente en la que señala que no podría hacerlo de nuevo. No puedo dejar que esto les suceda a ellos de nuevo.


Lilac

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Estoy‖ segura‖ de‖ que‖ él‖ sabe‖ cu{nto‖ lo‖ odio‖ cuando‖ va‖ de‖ “explorador”‖ Probablemente lo hace sólo para provocarme. Supongo que se está alejando para imaginar lo mucho mejor que sería no tenerme alrededor. Tal vez incluso deseando haber dejado que esa bestia me coma ayer. Estoy sentada en un área donde llega el sol de la tarde en una de las mantas, extendida sobre el desagradable suelo del bosque. No es que importe mucho, ya que llevo medio bosque conmigo en mi vestido. El dobladillo está colgando en jirones y la falda está fangosa. Sólo puedo imaginar como de espantosos estarán mi pelo y mi piel, pero como el Comandante apenas mira en mi dirección la mayoría del tiempo, y no hay nadie más alrededor para ver, debo tratar de soportar lo mejor que pueda. Yo sé que él va a volver siempre lo hace pero pequeños torbellinos de miedo se arremolinan en mi subconsciente de todos modos. ¿Y si no lo hace? ¿Qué pasa si se cae por algún barranco invisible y se abre la cabeza, y yo me quedo sola? ¿Qué pasa si mi último insulto fue demasiado? El bosque está lleno de sonidos y movimientos que no puedo seguir, las cosas que parpadean por el rabillo de mis ojos, desapareciendo antes de que pueda centrarme en ellas. El Comandante no parece darse cuenta, o si lo hace, no está preocupado. Pero es como si el bosque estuviera susurrando a nuestro alrededor, diciendo cosas incomprensibles en mi oído. A veces casi creo que puedo oír las voces, aunque la lógica insista en que estoy buscando algo conocido en este mundo extraño. Estoy acostumbrada a estar con otras personas, y mi mente está convirtiendo los sonidos del desierto en sonidos que encuentro reconfortantes. Excepto que nada de esto es reconfortante. Si mi padre estuviera aquí, me diría que me ponga de pie, que me reponga. Él me diría que no dejara que nadie me vea caer. Que encuentre la fuerza en esta situación y me recupere.

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Traducido por KristewStewpid Corregido por Anakaren


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Eso me hace sonreír, pero solo débilmente. El único poder que tengo en este horrible desierto es meterme bajo la piel del Comandante Merendsen. Es tan fácil socavar su actitud de sabelotodo, y marcar un punto en nuestra interminable batalla. Puedo imaginar a Anna a mi lado, cerca y real por un momento. Elige lo que quieres que ellos vean, diría. Mi garganta se cierra a medida que pienso en ella. La opinión que tenga él sobre mí ya es una causa perdida, dentro de unos años, cuando él mire hacia atrás a esta aventura, prefiero que piense zorra antes que debilucha. Los sonidos de ramas rompiéndose y el crujido de las hojas me alerta de que está volviendo. Hace un punto sobre hacer un poco de ruido ahora, después de la primera vez que apareció sin hacer ruido detrás de mí y terminó con un grito y una cantimplora lanzada a su cara. Mi pulso se acelera, mi mente girando sobre una docena de formas de crear una pelea. Pero justo cuando estoy a punto de hablar, veo su cara. Él no me mira, pero hay una crudeza en su mirada mientras se pone en cuclillas que borra todos los insultos de mi mente. Frota su mano sobre su cuero cabelludo, sus dedos removiendo su oscuro pelo, con los labios apretados. Mis ojos barren a través del significado de sus hombros caídos mientras él se agazapa allí inmóvil. Me equivoqué, hay una cosa que puedo leer en medio de este bosque extranjero. Tengo miedo de preguntar, pero mis labios forman la pregunta de todos modos. ¿Encontraste algo? No responde de inmediato, poniéndose de pie para coger la cantimplora y sacudir su cabeza para indicar que debería quitarme de la manta para que pueda recogerla. Sólo después de que lo ha hecho, dejándome allí torpemente de pie con los brazos envueltos alrededor de mi misma para protegerme del frío, es que habla. Sí. Vamos a tener que parar por un tiempo para que pueda ocuparme de ello, pero te quiero cerca así podré oír si gritas. Necesito que hagas lo que te digo por una vez, ¿de acuerdo, Lilac? Cuando da órdenes, mi primer instinto es arruinarlo con algún tipo de insulto por su arrogancia. Pero ahora está tan triste, tan cansado, que el pensamiento apenas parpadea a través de mi mente antes de descartarla. Él me mira, sin expresión. Asiento con la cabeza, y un poco de la tensión en sus hombros se desvanece.


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Bien. Te voy a encontrar un lugar un poco retirado cerca de donde estoy. Puedes seguir descansando tus pies, o si lo deseas, puedes ayudar recogiendo algunas rocas. ¿Rocas? ¿Para qué? Se aleja para ponerse su mochila sobre sus hombros. Hay otra cápsula de escape derribada en la próxima cresta. Estoy a punto de dar un paso, dispuesta a seguirle, cuando sus palabras me detienen a la mitad. ¿Hay otra qué? El torrente de alivio y esperanza es tan tangible que casi me lleva a mis rodillas. No tengo tiempo para analizar la pequeña punzada de decepcióncompañía significa el fin de esta extraña y privada asociaciónantes de que las palabras salgan de mí. ¿Cuántas personas? ¿Era una cápsula de primera clase? ¿Conoces a alguien que estuviera dentro? ¿Funciona su baliza de rescate? Sacude la cabeza y aprieta sus manos alrededor de las correas de la mochila. No, no dice él, cortando a través del torrente de preguntas. No hay nadie. ¡Tal vez podamos alcanzarlos! Lloro, arrancando el dobladillo de la sucia falda y yendo hacia él. Deben estar dirigiéndose hacia el barco como nosotros. No dice de nuevo. Bien, ignóralos si quieres, Comandante, pero yo voy a ir a buscarlos. No hay nadie a quien alcanzar dice cortante, en un tono con chispas de fastidio. ¿Cómo sabes que no hay nadie? ¡Porque nadie sobrevivió! Espeta, volviéndose finalmente para que pueda ver la ferocidad de sus características, la crudeza de las esperanzas frustradas, y el cansancio que las ha reemplazado. Toma una respiración lenta, no muy diferente a la forma en que normalmente lo hace cuando se trata de no caer en mi provocación. Esta vez, sin embargo, la tensión se drena cuando exhala. Están todos muertos, Lilac. Mis manos están comenzando a secarse, la piel amenazando con resquebrajarse. Las horas dedicadas a excavar las piedras en la tierra y a llevarlas a la pila en el borde del claro del bosque me han dejado exhausta, sudando a través de mi vestido a pesar del aire fresco. Nunca supe que era posible ser tan miserable de tantas maneras. Sigo mirando el cielo a través de los árboles, como si una nave de rescate pudiera sobrevolar en cualquier momento, pero el cielo se queda vacío, azul, claro. Mi padre tiene que venir a por mí. Sólo somos nosotros dos, y así ha sido desde que tenía ocho años de edad. Yo soy lo único que tiene en el mundo, al igual que él


2

Holovídeos.

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es lo único que tengo. Y cuando llegue, la agrietada, y seca piel será un tenue recuerdo desagradable. El Comandante Merendsen se niega a dejarme ver el accidente, exigiendo que me acerque al borde del claro. Esto es lo que quería decir cuando pidió que hiciera lo que diga. Él no quiere que vea los cuerpos. Traté de protestar que no podía hacer mucha diferencia, que todo el tiempo dedicado a ver dramas médicos en el HV2 significaba que era inmune a ese tipo de shock. Sin duda, el gore tridimensional y la emoción de ver un trasplante holográfico de extremidades y cirugías torácicas podrían prepararme para cualquier cosa que hubiera en el accidente. Pero mis protestas sonaban débil incluso a mis propios oídos. No podría haberlo entendido antes, pero lo hago ahora. Es diferente. Me insistió a descansar, sentarme y permanecer fuera de mis maltrechos pies, guardarlos para caminar. Pero cuando me siento, pienso, y no quiero ponérselo más fácil a mi imaginación el conjurar horrores en frente de mis ojos. Y por eso es que estoy recogiendo rocas para los marcadores, mientras él termina de cavar las tumbas. Ha vuelto una vez o dos veces para ver cómo estaba y para beber de la cantimplora, su boca sucia de polvo y sudor, las manos tan rojas y en carne viva como mis pies. Nunca lo había visto tan cansado el senderismo parece para él no más difícil que una vuelta por el paseo marítimo de la cubierta y la visión de él sucio y sin aliento es aleccionadora. El Comandante Merendsen es humano después de todo. Le doy la cantimplora en silencio, y espero a su lado mientras él descansa hasta que esté listo para continuar la tarea. Se está haciendo de noche cuando regresa llevando su mochila en una mano y su pala, una cosa improvisada aparejada de una rama y un trozo de escombros, en la otra. Arroja ambas cosas al lado de mi pila y me hace gestos para que me siente. Necesito que te pongas esto por mí dice mientras me hundo a su lado, la piel arrastrándose en la sensación mullida del montón de hojas de debajo, pero no del todo listo para demandar una manta para sentarse. Estoy confundida por su petición, hasta que abre su mochila y saca un par de botas. Estoy retrocediendo casi antes de que tenga tiempo de registrar lo que está sugiriendo. No. Tarver, no. No lo haré. Se frota una mano por los ojos, dejándose una franja de tierra en la frente. Por favor no discutas conmigo. No puedes ir mucho más lejos llevando esas


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monstruosidades. Señala con su barbilla a mis pies, en su mayoría ocultos por vendas, ubicadas en el interior de mis arruinados Delacour. No se trata de practicidad, sin embargo. Mi piel se arrastra y cierro mis ojos. Por favor le susurro. No puedo usar zapatos de una mujer muerta. Por favor, por favor no me hagas hacerlo. Mi estómago se agita con náuseas a pesar de estar vacío. Me preparo para uno de sus comentarios sarcásticos, diseñados para hacer que me mueva antes de que mi cerebro se active, como si yo fuera uno de sus soldados. En cambio, hay un ligero toque en contra de mi barbilla, sorprendentemente suave, y abro los ojos por la sorpresa. Si pudieran, estas personas te dirían que cogieras lo que puedas dice en voz baja, en cuclillas junto a mí con una mano en el suelo para mantener el equilibrio y la otra extendida, instándome a levantar la cabeza. Ellos no pueden usar estas cosas nunca más. Nosotros podemos. No sé cómo has caminado tan lejos sin zapatos decentes, pero eso, al menos, se puede cambiar ahora. Creo que el rescate está acerca, pero tenemos que estar en un lugar donde ellos puedan encontrarnos. No voy a dejarte atrás, pero eso significa que tienes que hacer lo que puedas para seguirme el ritmo. El mareo barre sobre mí, dejándome agotada y cansada, pero ya no a punto de vomitar. Lo estoy intentando. Su repentina sonrisa es tan sorprendente como el suave llamado para levantar la cabeza. Créeme, lo sé. Vamos, déjame ver si encajan. No es extraño que se las arreglara para tomar los restos de un puesto de avanzada inteligencia en Patron y los llevara a un lugar seguro. No hay una persona en los planetas centrales que no haya escuchado los cuentos de su heroísmo, pero nadie cree realmente en las historias que vienen de la frontera, de repente veo en el hombre delante de mí las cualidades del Comandante Merendsen, héroe de guerra. Probablemente podría hacer que el agua fuera cuesta arriba si quería. Más tarde, cuando él me ha ayudado a sacar mis pies de la maraña de la cinta y el zapato en ruinas, y a atarme los cordones de las botas (no mencionó que tenía que usar los calcetines de la mujer muerta también), compartimos un trago de la cantimplora. Juntos cargamos las rocas que había reunido sobre el sitio del accidente. La tumba es un montículo largo, no hay manera de saber cuántos están enterrados debajo de ella, y no pregunto. Dispersamos las piedras en la parte superior como marcadores. No necesito investigar la cápsula para saber que su baliza no está funcionando, todo un lado de los restos está destrozado, los circuitos expuestos y quemados donde se desgarró del Icarus cuando golpeó la atmósfera. Estas personas estaban probablemente muertas antes incluso de que la cápsula aún


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se separara de la nave. Es una cápsula de primera clase, no tengo ni idea de donde vienen las botas. Tal vez unos pocos soldados estaban mezclados con la sociedad en el caos. De repente, me pregunto si Anna se encontraba entre sus ocupantes. ¿La habría reconocido Tarver? Tal vez todos nosotros sólo somos borrones de color y peinados para él, una persona rica muy parecida a la siguiente. Incluso si la hubiera reconocido ¿me lo habría dicho? ¿Puedo decir algo? le digo, sorprendiéndome a mí misma. Parpadea y me mira mientras mueve una de las piedras y se endereza. Adelante. Quiero decir, sola. Para ellos. Inclino mi cabeza hacia la tumba. Oh dice, mirando hacia abajo a la tierra removida y piedras. Por supuesto. Voy a estar en la línea de árboles cuando estés lista para irnos. Escucho sus pasos alejándose, con los ojos en las piedras que he reunido y colocado. Desde siempre, mis oídos han estado sintonizados para los sonidos de los motores, el zumbido de un avión de paso elevado, el zumbido del aerodeslizador. Pero nunca vienen. Hay siempre silencio. Un mundo de silencio sólo roto por mis pasos y los de Tarver, y el murmullo de los bosques. Yo sé que él no tiene ninguna razón para mentir. Aun así, es difícil relacionar el largo montículo con la realidad de que hay personas que descansan debajo de ella, de pura carne y huesos. El cielo está tan vacío como siempre lo ha estado, el mundo está en silencio. Mis oídos captan el viento, el susurro de las hojas, el canto lejano de un pájaro. La quietud de un desierto sin ser molestados. No puedo evitar preguntarme cuánto tiempo va a tomar a la hierba y a los árboles el consumir estos sepulcros, cuánto tiempo hasta que sea imposible decir que alguien alguna vez fue enterrado aquí. ¿Cuánto tiempo hasta que nosotros también seamos tragados? No he conocido a ninguno de ustedes susurro, con los ojos desenfocados con repentinas lágrimas. Me gustaría haberlo hecho. Me gustaría poder seguir fingiendo que nada de esto es real. Que mi padre va a descender en picada, recoger a todo el mundo, y todo volverá a la normalidad. Que todo esto es una terrible pesadilla. Me agacho, llegando a poner una mano contra las piedras calentándose bajo el torrente de sol a través del claro. La superficie es áspera y suave a la vez, irregular pero relajante. No hay nada como las piedras de nuestros jardines, pulidas y colocadas con el equilibrio artístico perfecto. Estoy hambrienta y cansada, hay sudor rodando por mi espalda. Las lágrimas gotean de mi barbilla, salpicando contra la piedra, dejando manchas irregulares de oscuridad contra la roca gris.


de que podría ser de más ayuda. ¿Estás diciendo que nada inusual sucedió?

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¿No pasó nada importante cuando acamparon esa noche? Si me dijeras qué tipo de cosa importante estás preguntando, estoy seguro

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Yo podría haber metido a mucha más gente en esa cápsula de mantenimiento. Tal vez podrían haber sido ustedes. Lo siento. Me enderezo y miro hacia atrás, hacia el lugar donde Tarver espera en la línea de árboles, ajustándose la mochila. A partir de aquí el viaje al Icarus parece no tener fin, ni siquiera puedo ver las montañas, mucho menos las llanuras, o el resto del bosque que se encuentra entre nosotros y nuestra única oportunidad de rescate. Tal vez hubiera sido mejor haber muerto en esta cápsula estrellada. Más fácil que morir lentamente aquí, sola pero con este hombre que me odia, tan lejos de la única persona que se preocupa por mí. Miedo, frio y repugnancia, se agita en mi estómago. Tarver levanta la cabeza como si sintiera mi mirada a través de la distancia entre nosotros. Si ha oído algo de lo que he dicho, no da ninguna indicación, simplemente levanta su mochila e inclina la cabeza para sugerir que nos pongamos en marcha Trago, mirando hacia abajo por última vez a las tumbas recién excavadas. Creo que ustedes podrían haber sido los afortunados. Caminamos. Mis pies no son más que un dolor sordo mientras Tarver marcha por el bosque. Toma mi mano a veces para ayudarme con troncos y piedras y me eleva sobre el arroyo cuando lo cruzamos. Otras veces me hace beber de la cantimplora. Lo dejo, porque ¿qué otra cosa puedo hacer? El día se hace eterno, una pesadilla de la que no puedo despertar. A medida que las horas se extienden, ni siquiera los sonidos de la selva me hacen saltar. No veo más que el suelo a mis pies. No podemos volver atrás, porque no hay vuelta, sólo el siguiente paso, y el siguiente, y el siguiente después de eso. Yo solía pensar que mi nombre siempre me mantendría a salvo. Que esas dos palabras Lilac LaRoux sería la única contraseña que necesitaría, sin importar donde terminara. Había estado tan segura de que mi padre iba a venir a por mí, pero ahora es difícil encontrar esa certeza. Se trata de un desierto a la espera de que me trague, yo apenas haría mella tratando de luchar contra ello. No hay reglas que yo pueda aprender, no hay puntos para ser anotados, no hay acantilados a ser llamados. Esto es un infierno que nunca había imaginado. Y creo que voy a morir aquí.


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ď‚žNada en absoluto.


Tarver

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La hoguera se ha reducido a carbón cuando me despierto. Abro los ojos de golpe, y, como siempre, hay un breve momento de desorientación mientras asimilo todo lo que hay a mi alrededor, esperando saber dónde estoy. Esta vez no me lleva mucho recordar. Nuestro campamento está cerca del final del bosque y el inicio de las llanuras. Construí el fuego en lo alto antes de que nos durmiéramos, todavía pensando en el monstruo que casi mató a Lilac. Me giro sobre mi espalda para encontrarla bosquejando las desconocidas estrellas, de pie sobre mí como un fantasma en la noche —todavía sigue insistiendo en la separación—, y busco mi Gleidel mientras parpadeo hacia ella. —¿Señorita LaRoux? —pregunto, en voz baja y con cuidado. No quiero darle un susto y ganarme una patada por mis molestias. Suponiendo que ella es real en absoluto, surgiendo allí como un espectro. Incluso como un fantasma, es algo digno de ver. —Comandante, hay alguien allí afuera —susurra—. ¿Puedes oírlo? Hay una mujer llorando por ahí entre los árboles. Un escalofrío de aprensión me atraviesa, e inclino la cabeza hacia un lado, sorprendido de que el ruido no me despertara. Por lo que puedo decir, no hay nada que rompa el silencio. Me muevo y me siento, dándome cuenta de que todavía tengo mis botas. Creo que recuerdo decidir dormir con ellas. —Ahí está otra vez, Comandante —insiste, todavía en voz baja. —No puedo oírlo —susurro, estirando mis músculos quejumbrosos. Sus ojos se abren como si estuviera teniendo problemas para creer que es verdad. —¿En qué dirección? Ella alza una mano para señalar sin vacilar hacia el lugar en el cual los árboles dan paso a las llanuras. Me pongo de pie, extendiendo la mano para recoger mi bolsa de provisiones y deslizarla sobre mi hombro. El truco más viejo en el libro: Atraer a la gente para que se alejen de su fuego y luego robar sus cosas.

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Traducido por CrisCras Corregido por Cami G.


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Yo mismo lo he hecho más de una vez; atascado en los planetas fronterizos, lanzado contra la última rebelión de los colonos. Si están al acecho en el bosque y no aproximándose a nosotros directamente, no confío en ellos. Es mi turno para alzar la mano, y levanto un dedo hasta mis labios para indicarle que debe guardar silencio. Ella asiente y me sigue mientras me alejo tranquilamente del fuego. Una vez que estamos a poca distancia de las llamas, me detengo en las sombras, mirando hacia atrás, a ella. La Señorita LaRoux está centrada en la tarea en cuestión; ni siquiera parece registrar la molestia de sus pies descalzos. Inclino la cabeza hacia ella. ¿Y ahora? ¿Oyes algo? Niega con la cabeza, perpleja, sus impecables cejas unidas. —Ha parado — susurra—. Sonaba como si pudiera estar herida, Comandante. Ella podría estar inconsciente ahora. Abro la boca —o ella podría ser una trampa—, pero no digo ni una palabra. La Señorita LaRoux decidió tomar el asunto en sus propias manos. —¡Hola! —grita, apartándose un paso del árbol—.‖¿Est{s…? No llega más lejos. Solo alcanza tres palabras, porque estoy tan horrorizado que me toma unos pocos momentos ponerme en movimiento. Me lanzo, colocando una mano sobre su boca y arrastrándola contra mí, sosteniéndola tan fuerte como puedo. Hace un sonido apagado, luego se queda inmóvil, asustada y tensa. Se queda quieta como una estatua, esforzándose por escuchar. La mantengo sujeta, y a pesar del peligro, hay una parte de mi mente que insiste en notar su cercanía, su cuerpo pegado al mío. No hay ningún sonido en el bosque. Ni el chasquido de una ramita ni el roce de una rama contra otra. Muy lentamente, ella presiona un dedo contra mi mano en una petición silenciosa para que la suelte. Libero mi agarre un centímetro o dos y ella deja salir una respiración. Bajo la barbilla para susurrar en su oído—: ¿Todavía la oyes? Niega con la cabeza una fracción, inclinándose para susurrar en el mío, su aliento haciéndome cosquillas en la piel—: Nada. ¿Qué pasa si se ha desmayado? Podría‖estar‖herida,‖podría‖estar… Sé lo que quiere decir en realidad. Podría ser una de sus amigas. Podría ser una de esas chicas que me miraban como alguna especie de espécimen anormal. Si es que existe en absoluto. No puedo creer que en un lugar como este, con cada uno de mis nervios de punta, podría haberme dormido a través de lo que despertó a Lilac. Es más probable que ella se despertara de un sueño. Aun así, solo hay una forma de asegurarse. —Quédate aquí —le susurro, mi mejilla rozando la suya. Todavía está sonrojada por el sueño y su piel es cálida y mucho más suave que la mía. Estoy


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seguro de que nunca antes se ha encontrado con algo tan inculto como un hombre necesitado de un afeitado. Pero simplemente asiente en silencio, comprendiendo. Está temblando con violencia, y me doy cuenta de que dejó su manta atrás. Me quito la chaqueta y la envuelto alrededor de sus hombros, y ella se hunde para sentarse a la sombra del árbol a esperar. No es la peor noche de mi vida. Estoy seguro de que ese premio siempre pertenecerá a una noche en particular en Avon. Todo el pelotón, yo incluido, estábamos tan verdes que prácticamente teníamos hojas, y el entretenimiento de la noche fue un grupo de rebeldes con un exceso de láseres de pulso. No es una cosa agradable sobre un suelo húmedo. Por si fuera poco, me perdí una cita con una de las chicas del lugar, y no es como si los reclutas tuvieran muchas de esas haciendo cola. Aun así, en la lista de mis peores noches, ésta se acerca. Es casi imposible moverse entre la maleza sin hacer ruido, con grandes tallos espinosos que se extienden hasta enredarse en la tela de mis pantalones y ramas secas ocultas bajo la hojarasca esperando a romperse y crujir como huesos fracturados en la oscuridad. En cualquier otro planeta me sentiría confiado, pero aquí sé que cualquier cosa puede herirme, cualquier cosa puede ser un poco diferente de la forma en que se supone que debe ser. Me veo obligado a avanzar una fracción a la vez, con una lentitud frustrante. Los pelos de mi nuca están de punta, y estoy vivo porque no tengo el hábito de ignorar eso. Paso cerca de Lilac tres veces durante la primera hora de búsqueda. Ella está obedientemente acurrucada en la base del árbol, envuelta en mi chaqueta, con las piernas metidas debajo de ella. Insiste en que todavía puede oír la voz. Me quedo a la sombra de un árbol y miro la llanura iluminada por la luna, en dirección a donde ella jura que la voz está en movimiento. Excepto que no hay nada allí, e incluso la criatura más pequeña habría arrojado una sombra por la luz de dos lunas. Cuando‖ vuelvo‖a‖ella‖una‖cuarta‖vez,‖niega‖con‖la‖cabeza…‖El‖ruido‖ se‖ ha‖ ido. Parece muy pequeña dentro de mi chaqueta, pero puedo decir que está intentando hacer ver que está bien. No quiere que deje de buscar. Alzo una mano para advertirle que se mantenga en el sitio, y asiente mientras me alejo. Es hora de probar un enfoque diferente. Camino cincuenta laboriosos pasos, luego coloco mi espalda contra un árbol, el Gleidel en mi mano con la carga completa. —¿Hay alguien ahí? Somos amigos. —Mi voz se pierde en el silencio. Nadie en un kilómetro podría haber pasado eso por alto. Lilac y yo nos quedamos congelados en el lugar, escuchando mientras nuestros latidos cuentan los segundos. Nada. Así que retomo mi búsqueda. Pasa otra hora de vadear la maleza e ir más


allá de los árboles de tronco liso antes de que tenga que admitir que si hay alguien por ahí, no voy a encontrarla hasta que se haga de día. Regreso donde Lilac, quien, milagrosamente, está dormitando contra el árbol. Estuvo temblando durante horas —la tensión debe de haberla desgastado finalmente. Se despeja cuando me agacho a su lado y parpadea hacia mí como disculpándose —o podría ser una disculpa, de cualquier forma, elijo creerlo. No necesito decirle que vamos a quedarnos alejados de la fogata, que brilla en la oscuridad como un faro para cualquier cosa con siniestras intenciones que pueda haber allí afuera. Me siento a su lado, Gleidel en mano. Todavía está medio dormida, y mueve su peso para apoyar su cabeza en mi hombro. Parece que he sido ascendido desde el otro lado del fuego, solo por una noche. Envuelvo mi brazo a su alrededor, y con ella apoyada contra mí —pequeña, cálida y viva—, inclino la cabeza hacia atrás para descansarla contra el tronco del árbol. Me muerdo el interior de la mejilla para mantenerme despierto, luchando contra el impulso de apoyar mi cabeza sobre la de ella y preparándome para esperar a la madrugada.

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—Así que, ¿hicieron su camino a través de las llanuras hacia las montañas? —Eso es correcto. —¿Cuáles eran sus pensamientos en ese momento? —Estaba claro que no era probable que encontráramos otros supervivientes, pero me mantuve alerta. No esperaba que se mostraran muy amables hacia la Señorita LaRoux, si es que estaban alrededor. —¿A qué se debía eso? —Su padre construyó la nave en la que habíamos estado. Las empresas de terraformación raramente son populares entre los colonos, y usted sabe tan bien como yo que la Central envía las tropas para respaldar los derechos de las corporaciones. Los colonos también nos odian. —¿Tuvo usted algún otro pensamiento? —Estaba empezando a preguntarme por qué no veíamos naves de rescate. —¿Le mencionó eso a la Señorita LaRoux? —No.


Lilac

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―Dime‖otra‖vez‖lo‖que‖escuchaste.‖―Pide‖por‖decimoctava‖vez‖después‖de‖ completar otra de sus búsquedas perimetrales cada vez más expansivas alrededor de nuestro campamento. A la luz de la mañana, es difícil seguir insistiendo en que lo que pasó fue real. ―Una mujer estaba llorando. Parecía desesperada, asustada, tal vez herida, no‖estoy‖segura.‖Sonaba…‖―Pero‖me‖detengo,‖presionando‖mis‖labios. ―¿Cómo?‖―pregunta,‖recost{ndose‖contra‖un‖{rbol. ―Sonaba‖ como‖ yo‖ ―termino,‖ d{ndome‖ cuenta‖ cómo‖ suenan‖ las‖ palabras, incluso peor de lo que esperaba. Permanece‖ en‖ silencio‖ por‖ un‖ rato,‖ escudriñando‖ el‖ bosque.‖ ―De‖ acuerdo‖ ―dice‖ después‖ de‖ un‖ momento,‖ alej{ndose‖del‖ {rbol‖ e‖ inclin{ndose‖ para‖recoger‖ su‖mochila―.‖Si‖anoche‖estuvo‖alguien‖aquí― Se detiene un momento, como si esperara que yo dijera algo. Quiero interrumpir, insistir en que escuché lo que dije, pero algo me mantiene callada. He perdido el derecho, si alguna vez lo tuve, de protestar por sus declaraciones. Habría muerto aquí afuera si no fuera por él. Cuando sigo‖ en‖ silencio,‖ prosigue―:‖ En‖ cualquier‖ caso,‖ ya‖ se‖ ha‖ ido.‖ Tenemos que seguir moviéndonos. ¿Cómo están tus pies? Tal vez la inventé. Esa admisión, incluso para mí misma, provoca que una incomodidad se pose sobre mis hombros. Pero no tengo otra opción. Si ha decidido que es hora de seguir adelante, entonces tengo que hacerlo. La peor parte es que tengo que admitir que tiene razón. No hay rastro de nadie aquí, no hay tierra pisoteada, ni siquiera una rama quebrada para demostrar que alguien pasó. ―Est{n‖ bien ―murmuro,‖ a‖ pesar‖ de‖ las‖ punzadas‖ de‖ las‖ ampollas‖ en‖ mis‖ talones como un recordatorio.

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Traducido por Juli Corregido por NnancyC


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―Una‖ vez‖ que‖ lleguemos‖ a‖ las‖ tierras‖ llanas,‖ podemos‖ encontrar‖ un‖ lugar‖ para descansar y detenernos por un rato. Ninguno de nosotros va a aguantar tanto después de una noche tan interrumpida. Sé que quiere decir que yo no tendré mucha resistencia. Mi mandíbula se tensa en protesta, y por un instante quiero replicar. Pero entonces mis oídos se llenan con el recuerdo del rugido de ese gato cazado, huelo la piel quemada y la sangre, y cierro los ojos. La voz se movía hacia la llanura, la cual es la dirección que Tarver propone para que vayamos de excursión con el fin de llegar a los restos del naufragio. Tal vez si empezáramos a movernos, seremos capaces de localizar a quien oí. ―Est{‖bien. El silencio de Tarver se extiende tanto que me veo obligada a volver a abrir los ojos. Me está mirando con una extraña expresión en su rostro, una que no puedo leer. Sus ojos no están fijos en los míos. Con un sobresalto, me doy cuenta de que todavía estoy usando la chaqueta que envolvió alrededor de mis hombros anoche. Cuando empiezo a quitármela, luchando con la forma en que el material se traga‖ mis‖ manos,‖ ha‖ despertado‖ del‖ trance‖ en‖ el‖ que‖ había‖ entrado.‖ ―No‖ ―dice‖ abruptamente―,‖por‖ahora, quédatela. Luego me da la espalda e inicia la caminata, seguro de que lo voy a seguir. ¿Qué más puedo hacer? En algún lugar en el fondo de mi mente, una voz desconocida y pequeña susurra: ¿De verdad querrías hacer algo más? Hoy, el ritmo parece más fácil. Tal vez está siendo más suave conmigo, pero sospecho que estoy acostumbrándome a caminar. Nos tomamos un tiempo razonable para llegar a la tierra plana de la llanura, deteniéndonos sólo para comer una barra energética. De todos modos, lo hago y Tarver se la devora como si fuera una cena de bistec de tres platos. Hace que nos detengamos después de una hora y media de caminata, mirando alrededor de los llanos en cada dirección. Detrás de nosotros el bosque es una mancha de color gris en una cresta, cayendo en la extensión amplia y dorada de la llanura. Nunca he visto algo tan inmenso como esto, una enorme extensión de tierra vacía. El arroyo que hemos estado siguiendo se dispersa en una red de riachuelos plateados, marcando las pequeñas pendientes en la tierra. Todos son lo suficientemente estrechos como para saltar al otro lado, pero lo suficientemente largos como para que Tarver pueda sumergir la cantimplora en ellos, llenándola y dejando que el agua filtrada haga su trabajo. El viento ondula la hierba de las llanuras en oleadas, por todo el mundo como los océanos que he visto en el HV. Al otro lado de todo, están las montañas que se interponen entre nosotros y el Icarus.


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Pero no vemos ninguna señal de vida. No hay nave de rescate por encima del rugido, ni tráficos de colonias entrecruzando el cielo de la forma en que las corrientes dividen la llanura. No puedo entender por qué allí no hay colonias. ¿Dónde está todo el mundo? Ninguno de los dos dice una palabra al respecto, pero sé que no puede habérsele escapado. Tarver prepara el campamento más veloz de lo que lo hizo anoche, y me toma un momento darme cuenta de por qué, en esta ocasión, no ha cavado un pozo de fuego. Tampoco hay madera en las llanuras para una fogata real. ¿Por qué no pensé en eso? Hasta que me apoyé en él anoche, estaba a mitad de camino de congelarme, incluso con la fogata cercana a la mano. Y después de alejarlo tan rápido esta mañana, no puedo volver a depender de su calor. Me estremezco, mi mente pensando en la noche horrible que nos espera. Tarver recoge un paquete de alambres que despojó de la cápsula de escape, murmura algo acerca de cómo establecer trampas para la comida y se encamina por la llanura en una línea recta. Por lo menos aquí lo veo, sin los árboles del bosque para bloquear mi visión, y sé que no estoy completamente sola. Le estoy mirando y explorando mi cara con mis manos, deseando tener un espejo. Mi piel está caliente y enrojecida a pesar de que estoy quieta; algo me dice que son las quemaduras solares, basándome en una cierta experiencia de la niñez cuando me perdí en una simulación de terraza emulando unas vacaciones tropicales. Entonces, mi padre simplemente llamó a un médico y la quemadura desapareció bajo su cuidado. Ahora trazo su daño a través de mis mejillas. La piel que rodea el ojo sigue siendo dolorosa al tacto, y me imagino que como mínimo estará un poco magullada, ya que ha tenido cuatro días desde el accidente para brotarse. Al menos Tarver tiene la decencia de no burlarse de mí al respecto. Oigo su voz no muy lejos detrás de mí. ¿No acabo de verlo en la distancia, agachándose para armar una trampa? Me giro, mi pecho apretado por la sorpresa, sólo para encontrar una llanura vacía. ¿Cómo podría haber llegado detrás de mí tan rápido? Entorno los ojos por encima de mi hombro y lo veo enderezarse, demasiado lejos para que le escuchara hablar. Los vellos en mi nuca se erizan y miro los llanos detrás de mí. No hay rastro de nadie, y sin embargo, estando allí, con el corazón palpitante y agudizando el oído, escucho otro murmullo. Después de todo no es la voz de Tarver, ya que no es tan profunda. Me provoca un poco de emoción que no puedo identificar y no puedo entender en absoluto lo que está diciendo. Mi cuerpo empieza a temblar, mis dedos hormiguean y pican, mi respiración se acelera. Miedo, me digo a mí misma, pero no disminuye ni siquiera cuando me obligo a tomar respiraciones profundas. Mi piel pasa de caliente a fría y caliente de nuevo, picando con inquietud hasta que siento como si tuviera que


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moverme o explotar por la sensación. Mi cabeza gira como si mi sangre estuviera baja de azúcar, como si llevara un vestido demasiado apretado y no hubiera suficiente oxígeno que llegue a mi cerebro. Aún estoy en el mismo lugar cuando Tarver regresa. Oigo sus pasos a través de la hierba alta mucho antes de que me alcance, así que cuando anuncia con alegría‖ inusitada―:‖ Madrigueras,‖ estamos‖ de‖ suerte.‖ ―Me‖ las‖ arreglo‖ para‖ no‖ saltar. Echo un vistazo por encima del hombro para encontrarlo allí de pie y sonriendo, con los brazos llenos de plantas y hierbas largas. La visión me distrae, pero no tanto como lo que oí. Me vuelvo hacia las llanuras. ―¿Has‖ oído‖ algo‖ mientras‖ estabas‖ ahí?‖ ‖ ―le‖ pregunto,‖ entrecerrando‖ los‖ ojos por la luz de la tarde y tratando con todo mi esfuerzo de mantener mi estremecimiento al mínimo. ―El‖ viento‖ ―responde,‖ interrumpido‖ por‖ un‖ crujido‖ cuando‖ deja‖ caer‖ su‖ brazada―.‖ El‖ césped,‖ el‖ correteo‖ ocasional‖ de‖ los‖ bichos.‖ No‖ habr{‖ nada‖ m{s‖ grande aquí, no hay nada a que alimentar. ―Escuché‖a‖un‖hombre. El sonido monstruoso que hace su arma cuando la saca de la funda está empezando‖a‖ser‖familiar.‖Suspiro,‖sacudiendo‖la‖cabeza.‖―No‖creo‖que‖signifique‖ ninguna amenaza para nosotros. No parecía enojado. Tarver se acerca a mi lado, mirando en la misma dirección a la que estoy mirando.‖ ―¿Est{s‖ segura?‖ ‖ No‖ hay‖ mucho‖ espacio‖ para‖ que‖ alguien‖ se‖ esconda‖ aquí. ―Segurísima.‖ ―No‖ me‖ puede‖ acusar‖ de‖ estar‖ soñando‖ esta‖ vez.‖ Estoy‖ despierta,‖ con‖ todos‖ los‖ nervios‖ de‖ punta―.‖ Primero‖ pensé‖ que‖ eras‖ tú,‖ pero‖ estabas demasiado lejos. Sonaba muy cerca, como si estuviera aproximándose. Ahora Tarver está frunciendo el ceño. Lo atrapo lanzándome una mirada de reojo, antes de dar un par de pasos hacia delante para girar en un círculo lento, explorando‖ la‖ zona.‖ ―Supongo‖ que‖ el‖ viento‖ podría‖ haber traído la voz. ¿Qué dijo? No me atrevo a decirle, apretando mi mandíbula para evitar que los dientes castañeteen.‖ ―Yo‖ no...‖ sé.‖ No‖ podría‖ decirlo‖ con‖ seguridad.‖ Era‖ como‖ escuchar‖ voces a través de una pared. Sabes que están hablando un idioma que entiendes y sabes que los escucharías si sólo pudieras...‖―No‖sé‖cómo‖explicarlo. Deja de mirar las llanuras para volver su atención completamente a mí. ―Bueno,‖¿qué‖era?‖¿Estaba‖distante‖o‖junto‖a‖ti? ―¡No‖ sé!‖ ―El‖ estallido‖ de‖ frustración‖ se‖ escapa‖ antes‖ de‖ que lo pueda controlar‖y‖mi‖voz‖est{‖temblando‖con‖lo‖que‖sea‖que‖se‖apoderó‖de‖mi‖cuerpo―.‖


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Él estaba justo aquí, pero amortiguado. Como si los sonidos fueran claros, pero no tenían ningún sentido. Está mirándome fijamente y siento que mi cara comienza a arder. ―Me‖estoy‖dando‖cuenta‖de‖cómo‖suena‖esto‖―le‖susurro. ―No‖muy‖bien‖―concuerda.‖Pero‖entonces‖me‖sorprende,‖y‖vuelve‖a‖poner‖ la‖ pistola‖ en‖ su‖ funda‖ y‖ ahueca‖ sus‖ manos‖ alrededor‖ de‖ la‖ boca‖ para‖ gritar―:‖ Adelante, si estás ahí fuera. Estamos armados, pero seremos amables si tú también lo eres. Deja caer las manos, girando un poco la cabeza para escuchar mejor la respuesta. Mis propios oídos se esfuerzan, la piel hormigueando en cada susurro y silbido de la hierba y el viento. Luego, desde tan sólo unos metros de distancia, llega la voz, más clara que nunca. Todavía no puedo entender lo que dice, pero esta vez puedo decir que está emocionado. ―¡Allí‖est{!‖―Corro‖hacia‖delante‖hasta‖situarme‖al‖lado‖de‖Tarver―.‖Es‖la‖ misma voz. Te lo dije. No está sonriendo. No está mirando la llanura, sino más bien a mí, con una expresión más preocupada que enfadada. ―No‖escuché‖nada‖―dice‖en‖voz‖baja. Las palabras son como un puñetazo en el estómago, que me dejan sin aliento.‖Ni‖siquiera‖él‖sería‖tan‖cruel.‖―Eso‖no‖es‖gracioso. ―No‖ me‖ estoy‖ riendo.‖ ―Cuidadosamente,‖ Tarver‖ extiende‖ la‖ mano‖ y‖ se‖ apodera‖ de‖ mi‖ hombro―.‖ Te‖ he‖ estado‖ exigiendo‖ demasiado.‖ Est{s‖ agotada.‖ Vamos a sentarnos y a descansar, y mañana te sentirás mejor. Alejo mi hombro de un tirón con tal fuerza que me tuerzo el músculo, aunque apenas me doy cuenta del dolor. Mi columna hormiguea incómodamente. ―¡No‖estoy‖alucinando,‖Tarver! Sonríe, aunque no llega a sus ojos, que siguen estando serios y fijos en los míos.‖ ―No‖ es‖ gran‖ cosa‖ ―dice‖ con‖ desdén―.‖ A‖ mí‖ también me ha pasado, una vez. Ven, siéntate por mí y voy a ver si te puedo encontrar algo de comer, además de esas barras. ―¡Sé‖que‖es‖real!‖―Quiero‖golpearlo,‖sacudirlo,‖hacer‖todo‖lo‖posible‖para‖ convencerlo de que sé lo que oí. Mi temblor se calma y mi mareo disminuye. Cuando una brisa pasa y toca mi piel húmeda, me doy cuenta de que he estado sudando. ―Lilac‖―dice,‖con‖voz‖suave‖y‖fatigada―,‖por‖favor.‖Descansa. Me pregunto si sabe lo fácil que puede ganar de esta manera, ¿cómo puedo luchar contra él cuando está tan cansado, tan triste? El alivio por haber escuchado otra voz humana se ha convertido en una tristeza espesa, tan densa que apenas


puedo respirar. Me recuesto de nuevo sobre mi manta, con los ojos ardiendo. Me niego a llorar, no mientras él me pueda ver. ¿Pero era demasiado pedirle que me dé la razón, sólo una vez? En su lugar, cree que me estoy volviendo loca, que Lilac LaRoux está tan traumatizada que ni siquiera puede diferenciar los sueños de la realidad. Desearía que Tarver estuviera aquí solo. Y la peor parte es que sé que él también lo desea.

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―Un‖trauma‖repentino‖puede‖manifestarse‖de‖muchas‖maneras. ―Eso‖es‖verdad.‖Recibimos‖una‖amplia‖formación. ―¿Has‖notado‖alguna‖de‖esas‖manifestaciones‖en‖la‖Señorita‖LaRoux? ―No.‖Bueno,‖sólo‖que‖se‖rehúsa a comer, pero creo que, en su mayoría, tiene un inconveniente con las barras energéticas. No es exactamente a lo que estaba acostumbrada. ―¿Por‖lo‖demás‖nada? ―Eso‖ es‖ lo‖ que‖ dije.‖ ¿Estás‖ teniendo‖ problemas‖ para‖ entender‖ mis‖ respuestas? ―Sólo‖queremos‖estar seguros, Comandante. Ser precisos. ―¿Hay‖ alguna‖ posibilidad‖ de‖ que‖ me‖ pueda‖ decir‖ exactamente‖ cuánto‖ tiempo va a durar esto? ―Hasta‖que‖tengamos‖las‖respuestas‖que‖necesitamos.


Tarver

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Se queda tendida en la manta, y deliberadamente haraganeo alrededor, dándole un poco de tiempo para calmarse. Si he aprendido algo sobre Lilac LaRoux en los últimos días, es que no le gusta desmoronarse delante de la gente, incluso cuando es justificado. Encuentro la navaja en la bolsa y me rasuro, cada roce siendo un par de pasos hacia la civilización. Un consuelo para ella, tal vez. El roce áspero de la cuchilla en mi piel me mantiene concentrado, y el silencio se exterioriza. Hay algunas buenas noticias entre las malas. Las llanuras hacen más fácil el caminar, la tierra es uniforme y plana. Estoy seguro de que hemos dejado a nuestros amigos felinos en el bosque. He encontrado madrigueras que me dicen que algo terminará en mis trampas seguramente, y el puñado de plantas desconocidas y las hierbas que recolecté están obligadas a rendir hasta que consiga algo comestible. Había esperado que darle a Lilac un descanso de las barras de racionamiento pudiera animarla. Pero ahora hay un peso horrible en la boca de mi estómago que no va a desaparecer. Vi cómo temblaba, sudando, cuan dilatas sus pupilas se encontraban. Las alucinaciones pueden ser un signo de muchas de cosas, pero no puedo dejar de pensar que en el caso de Lilac, simplemente es demasiado. Sólo necesito que aguante el tiempo suficiente atravesar las montañas hasta el Icarus. —Deme una hora más o menos, y podría ser capaz de conseguir un poco de variedad en su dieta, Señorita LaRoux —digo rápidamente, quedando sin cosas para distraerme y me hundo a su lado—. Cuando terraforman, una gran cantidad de la flora que se usa es comestible, más o menos. Una vez que estás en una dieta constante‖ de‖ barras‖ de‖ racionamiento,‖ tu‖ definición‖ de‖ “comestible”‖ cambia‖ radicalmente, diría yo. Mira hacia mí, todavía en blanco. Sé que nuestra batalla no es lo que necesita en este momento, y a la cara de tanta miseria, trato con lo único que se me

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Traducido por Cynthia Delaney Corregido por SammyD


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ocurre. Le ofrezco una pequeña sonrisa, y aunque no sonríe de vuelta, me mira, absorbiendo el contacto humano. —Voy a probarlos —continuo—, y si alguno de ellos es comestible, podemos recoger algunos extra y tener una comida adecuada esta noche. Estas no son las plantas que normalmente veo salir de la terraformación, pero no puedo ver por qué no sería la misma. Hay suficiente hierba aquí para un pequeño fuego, por lo que se puede calentar la cantimplora para un poco de sopa, de todos modos. Asiente, una pequeña mejora. Mis esfuerzos están comenzando a calmarme, también. Me pongo a trabajar, rompiendo el primer tallo de hierba. Algo grueso y leñoso en la base, verde y jugoso en la punta, del mismo grosor que uno de sus dedos. No quiero explicarle lo extraño que es que yo no reconozco estas plantas, la terraformación de la flora y fauna es completamente estándar. Las corporaciones no se modifican una fórmula que funciona... pero las plantas aquí están sólo tangencialmente relacionadas con las que estoy acostumbrado a ver. Cuando la savia en el tallo de la hierba rota empieza a aparecer en diminutas gotas, la froto a través de mi piel sensible en el interior de mi antebrazo. —¿Qué está haciendo? —Está aún sumisa, pero por lo menos mira algo que no sea el suelo delante de ella. —Comprobando una reacción alérgica. Si no se pone rojo o pica, pasa a la segunda ronda, la prueba de sabor. Asiente, mirando a mí antebrazo durante un momento, luego mira hacia otro lado. Lo intento de nuevo. —Hay una pendiente en la tierra hacia el este, se parece a un río. Vamos a cruzarlo y seguirlo por las llanuras, así que tendremos un montón de agua. Incluso podemos lavarnos, si quieres, hacernos presentables para cuando llegue la caballería. Inclina su cabeza y toma una respiración profunda. —Espero que compruebes a fondo para mí, Comandante. Conociendo mi suerte, habrá cocodrilos espaciales escondidos allí. Pago sucio, es una broma. Estoy sonriendo como un idiota, más de lo que su intento de humor merece. No parece darse cuenta. —Cocodrilos espaciales no son un problema —le digo—. Sólo hazles cosquillas bajo la barbilla y se pondrán panza arriba. Me destinaron a New Florence el año pasado, y me conocí con un tipo que mantenía uno como mascota, lo envió a casa en su equipaje. Perforó respiraderos en su bolsa, y el cocodrilo llegó muy bien. Me responde con una leve sonrisa. Ahora estamos llegando a alguna parte. Si puedo encontrar una manera de mantenerlo un poco más, podemos dejar las voces detrás. Ella puede descansar, dormir un poco, y seguiremos caminando. Eso es lo que importa. Llegar a casa.


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Hay una repentina punzada de nostalgia al pensar en el hogar, es por eso que tengo que tratar de no pensar en mi familia. Siempre he sabido que algo podría pasarme en el campo, pero nunca creí que ocurría como esto, con el tiempo recuerdo la cara de mi madre cuando vinieron a hablarnos de Alec. —Contrabando de cocodrilos. ¿Qué aventuras ha tenido, Comandante? — murmura, sonando extrañamente melancólica. La sonrisa desapareciendo. —Bueno, he visto un montón de lugares en el último par de años, pero no tan hermosos como la llanura allí. —Navego a través de mis montones de plantas—. Mira estos. —Tengo un puñado de flores pequeñas y delicadas con pétalos de color púrpura que se destacan de forma desigual contra un centro amarillo brillante. Su parte inferior es el mismo color gris —verde de la hierba de los campos, de modo que cuando se cierran cuando el sol se pone, se pueden esconder—. Igual que nosotros, un poco aporreada, pero aun haciéndolo bien, ¿no? Exhala lentamente mientras llega a ellas. —Es difícil creer que estas cosas son sólo crecen aquí. —Toma una flor de mi mano, sus dedos rozan los míos cuando lo hace. La que ha elegido está deformada, dos de los pétalos crecen juntos, asimétricos. Me doy cuenta de que probablemente nunca había visto la belleza imperfecta del mundo natural. —He estado en jardines cultivados antes —continúa—, pero al ver estas cosas preciosas aquí, sin nadie cuidando de ellas, simplemente creciendo. Es difícil de imaginar. —Mi madre permite la naturaleza apenas surge en nuestra casa. Planta flores, pero crecen entre cualquier otra cosa que aparezca. —No tengo ni idea de por qué le estoy diciendo esto, pero escucha, atenta a mis palabras de una manera que nunca ha estado antes—. Hay un campo enorme de amapolas en la casa, un mar de rojo. Las flores crecen en toda la casa en viñedos. Le inspira. —Inspiraría a cualquiera. —Lilac está de acuerdo con un suave suspiro, finalmente distraída. Su rostro se suaviza, y por primera vez en varios días —la primera vez desde que nos conocimos, está descubierta. Quiero traer su sonrisa de regreso. Cuando sonríe, se parece a alguien que podría conocer. Ambos necesitamos esto. Busco mi bolsa, pasando a través de los cables, las barras de racionamiento, más allá del equipo de primeros auxilios y la linterna de energía solar, y el cuero endurecido de mi cuaderno lleno de garabateados poemas a medias. Estoy buscando la pequeña caja de metal que sé que estará en la parte inferior. Es frío cuando mis dedos se cierran alrededor de ella, es de la mitad del tamaño de la palma de mi mano, casi tan delgada como la hoja de plástico en su interior. —¿Tu madre pasa mucho tiempo en su jardín? —pregunta, y sé que quiere continuar la distracción, este alto el fuego entre nosotros, tanto como yo.


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—Todos los días. —Saco la caja—. Mi madre es una poeta, mi padre un profesor de historia. Crecí rodeado de sonetos, y pasé la mayor parte de mi tiempo trepando los árboles y cayendo en ríos. Resultó ser muy buena práctica para alistarme en el ejército. —Suena encantador —murmura—. ¿Tu madre es publicada? No estoy segura de recordar haber leído nada por un Merendsen, pero podría haberlo hecho. —Ese es el nombre de mi padre —le digo, abriendo la caja de metal y sacando una foto. Ahora tengo que hablar un poco más despacio, espaciando mis palabras para mantener mi tono uniforme, porque mi garganta quiere cerrarse mirándola. Una ola de nostalgia se levanta dentro de mí como una fuerza física—. Su nombre es Emily Davis. Miro la foto en mi mano. Es casa, la imagen ligeramente doblada después de dos años en diversos bolsos y bolsas. Ahí está la casa, paredes blancas cubiertas de las flores azules que ama, amapolas rojas que extendiéndose lejos en el fondo. Ahí está mi madre, pequeña y blanca, su cabello cayendo en un moño, como de costumbre, lentes —una de sus muchas excentricidades— posando en su nariz. Ahí está mi padre a su lado en un chaleco como siempre. Ahí está Alec, desgarbado, y yo en sus hombros, aferrándome a su pelo. Si no lo supiera mejor, probablemente pareciera que está sonriendo, no haciendo una mueca. Duele mirarlos. —No estás hablando en serio. —Su sonrisa empaña su voz, y cuando miro hacia arriba, su mirada me está esperando. Cuando ve mi expresión, su diversión se tambalea—. ¿Emily Davis? —dice, como si me hubiera equivocado. —Si hubiera sabido que te importaba, lo habría dicho inmediatamente. — Excepto que no lo habría hecho. Alcanzo la siguiente planta para romper una hoja ancha y retenerla contra mi brazo. Sé que el nombre de mi madre impresiona, pero me niego a utilizarlo como un pase. Fue una de las razones por las que acepté este estúpido viaje de relaciones públicas, dijeron que mantendría su nombre fuero de él. No quiero ser aceptado debido a lo que mis padres son, o tener su jardín invadido por paparazis. Guardo el secreto de nuestra conexión tan ferozmente como vigilo mi propia escritura. Nadie que me mira ve poesía ahí. Pero de algún modo este momento con Lilac es diferente. Miro hacia mi brazo. La tercera planta está picando un poco, y cuidadosamente vierto agua sobre el lugar, observando como la piel enrojece, no demasiado, sin embargo, no está tan mal. Lilac sigue mirando la foto de mi familia. —Me encanta la poesía de tu madre —susurra, casi reverente—. Tenía un libro con sus poemas cuando era una niña, un libro real. Había uno sobre un arbusto de Lilacs, y sabes cómo amas las


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—Ustedes dos se estaban volviendo más cercanos. —¿Y? —¿Lo confirma? —Usted hizo una declaración, pensé que ya sabía que era verdad. —¿Nos puedes contar cómo sucedió esto?

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cosas con tu nombre cuando eres un niño. Pero fui creciendo, y las palabras... Son tan hermosas y tristes. Ella llora, perfumada y pálida, al final del verano. —Me mira, con los ojos brillantes—. ¿Hay realmente un arbusto de Lilacs? —Diablos, sí, lo hay. —Ignoro el escozor en mi brazo. Ya se está desvaneciendo—. Casi lo mato cuando me caí del tejado y aterricé en medio de él, pero era más duro de lo que parecía. Algo así como otra Lilac que conozco. Las palabras salen antes de que pueda detenerlas, el cumplido sobrepasando mi mejor juicio complemente. Pero sonríe en lugar de eliminarlo con condescendencia. Se siente como el primer indicio de calor durante todo el día, y de repente estoy hablando de nuevo. Quiero mantenerla sonriendo. —La gente viene a nuestra casa a ver las cosas de los poemas. La mitad del tiempo la valla está rota y las tejas se caen del tejado, pero mi padre pone a los visitantes a trabajar ayudándole a mantener la casa en una sola pieza hasta que mi madre termina el trabajo del día. Luego viene abajo para verlos. Viene a la vida mientras miro, riendo de su deleite. —Oh, Tarver. Todavía se siente extraño oírle decir mi nombre. No extraño... emocionante. Es como si mantuviera una conversación real por primera vez en días. Asiente con la cabeza. —No puedo creerlo. Espera, ¡no! Sobre el soldado de hojalata. Dime que no eres tú, moriré. ¡Aprendí a recitarlo! Sacudo mi cabeza, inclinándome un poco hacia delante para mirar hacia la foto que sostiene. —Ese era Alec. —Y tal vez porque estoy mirando la foto, puedo sonreír cuando digo su nombre. Lo señalo—. Es ese de ahí, en la foto, conmigo sobre sus hombros. —¿Está en el ejército también? —Se inclina para obtener un buen vistazo de su cara. —Estaba —digo, más tranquilo—. Lo mataron en acción. Me mira, sus ojos muy abiertos. —Lo siento mucho. En este momento sé que esto es lo que yo quería. Esto es lo que quería esa noche en el salón, y es lo que he querido todos los días desde entonces. No me mira y ve a un chico criado en el planeta equivocado. No está viendo a un soldado, o un héroe de guerra, o un patán inculto que no entiende cuan duro es esto para ella, o un idiota que no sabe la verdad de cualquier cosa. Ella sólo me ve.


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—Pensé que el objetivo de este interrogatorio era discutir mis impresiones sobre el planeta. —El objetivo del interrogatorio es que responda a cualquier pregunta que le hagamos, Comandante. Estamos preguntando por la Srta. LaRoux. —¿Cuál era la pregunta de nuevo? —No importa. Podemos volver a ello. —Esperaré eso.


Lilac

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Conozco unas mil sonrisas diferentes, cada una con su propia sombra matizada de significado, pero no conozco como llegar a pocos metros para tocar a la persona a mi lado. No sé cómo hablar con él. No cuando es real. Me conformo sonriendo a sus historias, y esparciendo una pomada del botiquín de primeros auxilios en las erupciones que ha recibido de las plantas. Cuando el anochecer amenaza, se dirige a comprobar sus trampas. En el segundo que se fue de mi lado el mundo parece más oscuro, grande, y me preparo para que una nueva voz rompa el silencio. Pero en cambio solo estaba el viento suspirando a través de las altas hierbas y, en la distancia, el sonido de Tarver moviéndose a través de la llanura. Aparto los ojos cuando él extiende las pequeñas y peludas criaturas con las que ha vuelto, los frutos de sus trampas. Tengo suficiente hambre para comérmela, pero eso no significa que quiera ver como la destripa. El mantiene un flujo constante de sus historias mientras trata me distraerme y cubrir el sonido, historias sobre su pelotón, cada una más escandalosa que la anterior. En la creciente oscuridad puedo casi sentir como si estuviéramos cómodos juntos, como si disfrutara de mi compañía en vez de simplemente tolerarla, como si estuviera voluntariado estas historias porque me quiere hacer reír, no solo hacer que siguiera moviéndome. Lo miraba mientras construía el fuego, prestando atención por una vez. Debería haber hecho esto desde el comienzo, en caso de que se vaya y me deje por mi cuenta, pero no le prestó atención al miedo. Ahora solo quiero saber y así poder ayudar. Él es capaz de tener solo el más pequeño de los incendios aquí debido a la falta de combustible, no hay nada que ayude a mantenernos caliente esta noche. Pero es suficiente para cocinar astillas minúsculas de carne, y por primera vez desde que nos estrellamos en este planeta mi estómago se siente como si estuviera lleno de algo real.

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Traducido por Diana Corregido por Victoria


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Mis ojos se hacen pesados mientras me acurruco junto a los restos del fuego. Traver se sienta a escribir en ese cuaderno suyo cerca de la poca luz, la cabeza inclinada hacia abajo y ceca de las paginas. El sol se ha ocultado mientras cocinábamos, y lo que era un frío levemente desagradable de la tarde se ha convertido en un penetrante frío, calmándolo no del todo por mi vertido verde. Mi alegría ha caído por la temperatura, y con su ausencia cuando aleja su libreta y va a depositar los restos de la cena lo suficientemente lejos para evitar traer visitantes en la noche. No cree que los gatos gigantes salgan en la llanura, pero como él dice, mejor prevenir que lamentar. No puedo evitar preguntarme cuantas veces hubiera muerto sin que Tarver me mantuviera a salvo. Cuando él regresa levanto mi cabeza, pero estoy tan cansada para esforzarme más que eso. Aunque puedo sentir la dinámica entre nosotros cambiar, todavía no sé muy bien como hablar con él. Hiriendo el orgullo y la magullada confianza me impide decir lo que me gustaría poder decirle. Dejo caer mi cabeza otra vez en mis rodillas. —Srta. LaRoux —Tarver se agacha junto a mí, un movimiento que ahora sé muy bien que no necesito verlo para registrarlo—. Lilac. Hace demasiado frío aquí afuera en las llanuras. No hay suficiente combustible para mantener un fuego encendido, y el viento es mucho más frío que en el bosque. —Sin bromas. Se ríe, y me doy cuenta que he tomado prestado sus palabras. Sueno como un soldado. Siento que mis mejillas empiezan a calentarse. —Si insistes —continúa, mirándome—, podemos dormir espalda—con—espalda. Pero será más cálido si me dejas poner un brazo alrededor suyo y poner las mantas rodeándonos. Me comprometo a pensar solo lo más puros de los pensamientos. Seguramente él puede ver mi cara ardiendo, incluso en la oscuridad. Me doy la vuelta, dejando que el frío viento enfrié mis mejillas, ya que el resto de mi cuerpo se estremece. —No tienes que hacer eso. —¿Qué es eso? —Fingir‖ que‖ soy…‖ —Me encojo de hombros, sacudo mi cabeza. No estoy enfadada con él, pero hay enojo en mi voz de todos modos. Es la traición de mi cuerpo, de la manera que no puede controlar mi rubor. Qué torpe me hace sentir, como si somos parejas en un baile en el que no conozco los pasos. Como si soy la ignorante. Trato de reunir un poco de dignidad, un último esfuerzo. Por lo menos yo no tengo que parecer como si fuera tan tonta como para pensar que es un admirador. —Yo sé que no soy su elección‖de…‖de‖acompañante.‖Esto‖es‖tanto‖una‖ prueba tanto para ti como para mí.


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Lo cual él se ríe de nuevo, esta vez sin molestarse en hacerlo en voz baja. Es una risa plena, rica y sin restricciones, nada como los gorjeos gentiles y risitas en la sociedad. Mi boca quiere responder con una sonrisa, incluso cuando el resto de mi cuerpo retrocede, seguro de que se está burlando de mí. Se pone de pie, sacudiendo las mantas y haciendo una cama. Una cama, esta noche. —Srta. LaRoux, antes de que martirices a ti misma, debo advertirle he tenido que acurrucarme con mi grande y peludo comandante en determinadas circunstancias indeseables. En comparación, una hermosa chica suena como unas vacaciones. ¿Hermosa? Siempre he sido razonablemente bonita, pero suficiente dinero podría llegar a ser incluso una vaca en una captura. Sin embargo, aparte de esos primeros días en el Icarus, él nunca me miró de esa manera. Ha dejado claro mi estatus y el dinero no significa nada para él. Todo lo contrario, de hecho. Estoy agradecida por la oscuridad, de que no puede ver mi cara. ¿Para qué me vea incapaz de ocultar mi sonrisa por un pequeño cumplido? Esa sería la última humillación. Me doy la vuelta, y él está de rodillas en el borde de la cama, las manos apoyadas sobre sus muslos. Hace un gesto para que me acueste primero, apenas visible a través de la oscura noche. Sin embargo, la primera de las lunas esta elevándose, y las estrellas en lo alto crecen más brillante cada segundo. El aire es limpio, frío y seco. Él tiene razón. Ninguno de nosotros va a dormir si insisto en dormir separados. Una parte de mí retrocede ante solo pensarlo, demasiado entrenada. Pero, ¿quién lo sabría? No hay equipos de rescate sobrevolando, ni rastro de la caballería de mi padre viniendo por mí. Puedo rendirme, solo por una noche. Y es tan…‖tentador.‖Para‖estar‖c{lido,‖claro‖est{. Trago y me arrastro hacia adelante para deslizarme debajo de la manta, haciéndome lo más pequeña posible. —Solo mientras estamos en la llanura y no podemos tener un fuego. —Las palabras llegan antes de que tenga la oportunidad de detenerlas. Él pensará que estoy menospreciando su gesto. ¿Por qué no puedo simplemente aceptar su oferta? Pero él sólo asiente con la cabeza, preparándose para la cama, desenganchando la funda para ponerla a nuestro lado y colocando la linterna cerca. Cuando levanta el borde de la manta para acostarse, trae una ráfaga de aire frío, y me acurruco con más fuerza. —Lo siento —murmura, su voz no muy lejos de mi oído—. Cierra los ojos, estarás caliente en un minuto. No es sutil cuando se acomodó, extendiendo la mano para envolver un brazo alrededor de mi cintura y me acercará. Su cuerpo está más caliente que el


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mío, y después de un momento, levanta la mano para frotar mi brazo. Trato de no temblar ante su contacto, ante el calor de su palma sobre la fría piel expuesta por mi estúpido vestido. Finalmente se aquieta de nuevo, agachando la cabeza de modo que su nariz roza la parte de atrás de mi cuello, y su respiración agita mi pelo. Ya que su respiración se está desacelerando, alargándose, envidio su capacidad para dormir en cualquier parte, en cualquier posición, sin dudarlo. Cada nervio mío está vivo, hormigueando, sintiendo cada movimiento que él hace. Nunca he estado tan cerca de alguien como él antes. Cierro los ojos con dificultad, sofocando el loco deseo de girar dentro del círculo de su brazo para estar frente a él. Es una cosa tan estúpida de pensar, y la culpa y la ira contra aumenta en seguir el pensamiento. No es difícil ver la forma en que me mira, a pesar de que trata de ocultar su impaciencia y enojo. La rapidez en la que los engaños se derrumban —los soldados no observan a la gente de la sociedad, deseando con poder tocarnos. Se están riendo de nosotros en nuestros vestidos brillantes y sombrillas, nuestras impecablemente recreadas sala de estar y salones. Y lo que era gracioso en el mundo reluciente de Icarus es simplemente patéticamente ridículo aquí abajo, en la clase de mundo en que viven día a día. No estoy ni siquiera cerca del tipo de chica que él querría, así como yo he estado señalando en cada oportunidad que él es el último hombre en la galaxia que me gustaría tocar. La única diferencia es que estaba equivocada. Cuánto tiempo me acuesto allí, escuchando el lento latido de su corazón y mi propio baile frenético, no estoy segura. Una de las lunas de este planeta ha comenzado a subir más allá de los árboles, lanzando una fría luz azul a través de la llanura, y el borde de la hierba con un brillo frío. El viento ha muerto, pero sobre el susurro de la respiración de Tarver revolviendo mi pelo, otro sonido rompe el silencio. Mi aliento se condensa en el aire frío cuando exhalo. Aprieto mis ojos con más fuerza, como si de alguna manera puedo bloquear el sonido de la voz incomprensible haciendo eco a través de la noche si me esfuerzo lo suficiente. —Vete —le susurro a la oscuridad, mi cuerpo tensándose, empezando a temblar. Ya era bastante malo que estas voces invadan mis pensamientos, pero parecen invadir mi cuerpo también, destruyendo mi control, dejándome un montón de temblor por la confusión y el miedo. Detrás de mí, Tarver lo siente y murmura algo en contra de mi piel, el brazo a mí alrededor apretándose. La voz continúa sin cesar. Sé que Tarver no lo oye, o de lo contrario estaría despierto y sosteniendo su pistola en un instante. Giro la cara en el paquete que estamos usando como almohada, trato de pensar en la música que solía escuchar


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antes en el Icarus, incluso cubriendo mis oídos con las manos, tratando de hacer que funcionen a pesar de la contracción de mis músculos. Una y otra vez me susurra, en la noche, cada momento que pasa multiplicando el tormento. Una lágrima se exprime debajo de mis pestañas, cada vez más rígidas en el frio y trazando un camino desde el rabillo de mí ojo para unirse al frío sudor que esta explotado por todas partes. Esta vez hay un sabor extraño en mi boca también, un sabor metálico que no desaparece, no importa cuántas veces trago. Me estoy volviendo loca. —Tarver —Mi voz es apenas más que un susurro, emergiendo como una cosa apretada y temblorosa que casi no reconozco como mía—. ¿Has oído eso? — Ni siquiera sé porque pregunto. Ya sé que no lo ha hecho. Si hubiera sido uno de mis amigos, habría tenido que sacudirlos, con Tarver, mi susurro era suficiente. Se despertó al instante, su cuerpo yendo desde relajado y pacífico a tenso y alerta. —Lo siento —susurra de vuelta, sus labios no muy lejos de mi oído—. Estaba dormido. ¿Qué era? La voz sigue murmurando a cierta distancia, en la dirección a las montañas que se encuentran entre nosotros y el Icarus, como si vinieran de la distancia. Intentando escabullirse como si me hubiera olvidado cómo comprender el idioma. —Los oigo ahora —le susurro. Apenas registrar el hecho de que mi cuerpo está temblando violentamente. Estoy demasiado rota para importarme que me vea tan débil—. Por favor —agrego, mi corazón se encoge dentro de mí—, por favor, sólo dime que las escuchas también. —Lilac —comienza, extendiendo su mano hasta acurrucarse alrededor de mi brazo. Cálido. Estabilizante. —Por favor. Alcanza y cepilla mi pelo fuera de mi cara, un gesto extrañamente tierno. A medida que desciende el pulgar a mi mejilla para quitar la humedad allí, murmura—: Prométeme que no importa lo que oyes, no vas a ir por tu cuenta a investigar. Quiero tu palabra —Hay una orden en su voz, suave tal como es. Me gustaría decirle que dejarlo a un lado es la última cosa que quiero hacer en este momento, pero mi garganta se ha cerrado por completo, y no puedo hacer nada más que acurrucarme con más fuerza y asentir con la cabeza. Él mantiene su brazo alrededor de mí, que me sostiene a través del temblor. Debería estar escandalizada por su cercanía, exigiéndole que mantenga su distancia, pero mi mente está demasiado llena de cosas que me gustaría poder decir. Su toque solo se siente bien.


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—Lo resolveremos —dice—, hay una razón para ello. Tal vez cuando te golpeaste en la cabeza con la nave —ese era un hermoso ojo morado el que te diste a ti misma. Por lo menos no tienes el sabor de rata muerta en la boca, ¿no? Un soldado de mi pelotón consiguió eso en Avon. No pudo probar otra cosa durante semanas después de que se golpeara la cabeza. Reconozco su tono. Intenta animarme como lo hacía antes. Él necesitaba que me moviera y para mantenerme en movimiento tenía que mantenerme cuerda. No sabe que estoy saboreando sangre y cobre en la parte trasera de mi boca. Exhalo temblorosamente. —Bueno —me las arreglo, convocando una voz que solo Dios sabe dónde—, si todo lo que tenía para comer eran esas barras, quizás lo mejor es que no pudiera probar adecuadamente después de todo. Se ríe, el sonido es apenas más que una exhalación rápida por mi oído. — Eres increíble —dice en voz baja, y me dio un pequeño apretón que, no obstante, quitándome el aliento que me quedaba. Un estremecimiento recorre mi columna vertebral, la más pequeña de las chispas me recuerda que no estoy perdida todavía. Las lágrimas siguen ahí, arañando para liberarse, tapando mi garganta y mi voz. —Creo que lo estás haciendo muy bien —continúa—. De verdad, estás manejándolo mucho mejor que la mitad de los soldados que conozco en esta situación. Los dos estamos todavía en nuestros pies, nos dirigimos en la dirección correcta. Estamos juntos. Es por eso que vamos a estar bien. La mentira es tan evidente que se rompe mi determinación. No puedo soportar su compasión, no ahora después de todo. —Lo siento —le susurro. Mis labios fríos balbuceando las palabras. —No lo sientas. —Su voz es un ruido sordo contra mí, el sonido llevando a través de mis huesos, mejor que cualquiera de las voces que he escuchado—. No tienes nada que lamentar. —Lo hago. —La oscuridad de la noche es como un escudo de anonimato, a pesar de que podemos ser las dos únicas personas en el planeta. Acurrucada en estas mantas, podría estar en un confesionario, y antes de que pueda dejar las palabras que han rodado alrededor de mi corazón desde que me sacó de ese árbol viniéndose abajo. —Lo siento, no puedo hacer cosas, siento que tengas que detenerte por mí, siento que tengas que sentarte y verme volviéndome loca. Siento haber dejado caer mi guante para que lo recogieras —Por un momento me atraganté con mi propia voz. Pero nada de esto es realmente por lo que quiero pedirle disculpas.


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—Lamento haber dicho esas cosas a ti en la plataforma de observación porque Anna estaba allí, debido a quien soy. Fue cruel y mezquino y solo lo dije porque no podía permitirme el lujo de decir otra cosa. No puedo encontrar las palabras para expresar lo que quiero decir a continuación —que no soy lo que él piensa, que me gustaría tener una imagen que podría hacerle entender, la forma en que me mostró su vida en una foto. Jadeo para respirar y me callo. No me responde de inmediato, y durante unos insanos momentos creo que quizás su capacidad para dormir en cualquier parte se extiende a soñoliento mientras enfrenta con chicas semi-histéricas que sueltan disculpas. Entonces su brazo se aprieta a mí alrededor, su cálido aliento contra la parte trasera de mi cuello. Las palabras enredadas asfixian fácilmente mi garganta, y me deja tomar en un largo, tembloroso suspiro. —Aprecio la disculpa. De alguien más sabría que era insignificante. Pero hay una sinceridad en su voz cuando lo dice que me dice que habla enserio. Me muevo, tratando de ponerme cómoda, y mis ojos se posan en una de las lunas, que ha despejado las llanuras. Es la primera vez que hemos sido capaces de ver esto con claridad, sin obstáculos por el dosel del bosque. —Tarver. —¿Hmm? —Mira. Él levanta la cabeza, y me siento en el momento que lo ve; sus brazos tensos alrededor de mí, su respiración se detiene. Lo que siempre había pensado que era una segunda luna más pequeña, es en realidad un conjunto de frías luces azules, demasiado estables para ser cualquier tipo de aeronave, demasiado regular para ser cualquier clase de grupo de asteroides. Siete en total, arregladas de manera uniforme en un círculo, una en el centro. —¿Qué es? —Mi voz está temblando, pero esta vez no es por las voces. Tarver se apoyos sobre un brazo, mirando por encima de mí a ese fenómeno. Él no dice nada, y después de un momento me giro a mirarlo. Su cara está definida, mandíbula apretada, pero él no se ve sorprendido. Él mira pensativo. —Cuando la nave estaba cayendo —dice lentamente—. Vi algo en órbita. Algo que no era el Icarus. Fue demasiado rápido para conseguir una buena vista, pero podía ver lo suficiente para saber que era hecho por el hombre. ¿Qué tan grande tendría que ser algo como esto, para ser así de visible?


Extraigo una lenta respiración, mi mente corriendo a través de los cálculos. —Cada uno de estos objetos al menos tendría que ser una decena de kilómetros de diámetro, para reflejar tanta luz solar. Tarver se acuesta de nuevo, con el brazo rodeando mi cintura. Su voz es suave y cálida en mi oreja. —¿Qué es este lugar? No tengo una respuesta para él, y veo la luna falsa en silencio. Por un momento vertiginoso nos veo desde arriba, un pequeño bulto en el mar azul — negro de hierba, casi tragado por la inmensidad de la llanura. En algún momento, mientras hablamos, la voz en la noche se quedó en silencio, y los temblores de mi cuerpo se han calmado. Así que escucho la respiración de Tarver mientras se ralentiza, y su latido del corazón, la brisa deslizarse a través de las altas hierbas a nuestro alrededor, y eventualmente también me duermo.

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—Cada planeta tiene sus excentricidades. —Eso es verdad. —¿Qué notaste acerca de este? —La falta de compañía. —Comandante eso es inútil. —No estoy tratando de ser inútil. Me di cuenta de que era un planeta terraformado y que no había indicios de una población local. He estado involucrado en seis campañas en dos años, nunca vi un planeta sin gente antes. —¿Qué piensas de tus esperanzas? —Yo era realista acerca de ellas. Soy realista acerca de ellas en este momento también.


Tarver

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Me levanto porque está lloviendo. Una gorda gota de lluvia cae justo detrás de mí oreja, encontrando de alguna forma el camino hasta mi cuello, congelándome. Me estremezco y ruedo sobre mi espalda, y otra más cae directamente entre mis ojos. Lilac se mueve, revolviéndose mientras me alejo de ella, y se da la vuelta con un pequeño ruido de protesta, alcanzándome adormilada. Luego, comienza a darse cuenta de las gotas de lluvia mientras chocan contra su piel, y se sienta con la espalda recta con un jadeo. Estoy ocupado sentándome también, porque cuando te vas a dormir acurrucado con una chica hermosa, hay algunas cosas sucediendo a primera hora de la mañana que no quieres exactamente que se hagan notar. Así que estoy poniéndome en una posición ligeramente más diplomática e intentado parecer casual, y ella me está mirando, confundida y alarmada. Me doy cuenta en mi sorpresa de que agarré el Gleidel, y piensa que hay alguna amenaza por los alrededores. —¿Tarver? —Alza la vista, sus ojos enormes. Uno de ellos sigue un poco hinchado, su piel magullada y oscureciéndose en donde se golpeó con la cápsula de escape. Luego una gota choca contra su cara, y se tiende de espaldas. Mientras la observo estremecerse, llevándose los dedos a la cara y mirando la humedad en ellos asombrada, me doy cuenta: ella nunca lo había visto. En su mundo, incluso el clima es controlado. —Está lloviendo —digo, mi voz ronca por el sueño. Me aclaro la garganta y trato de nuevo—. Está bien. Directamente de las nubes para ti. Frunce el ceño, todavía acurrucada e intentado protegerse de ello. — ¿Directamente de las nubes? ¿Eso es higiénico? No puedo evitarlo. Empieza como una risilla, pero estoy sonriendo, y hay una tensión en mí que encaja y se libera, y un momento después me estoy riendo tan fuerte que no puedo parar.

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Traducido por Nats Corregido por Deydra Eaton


Me mira fijamente, preguntándose si finalmente me he vuelto loco. Alcanzo su mano y entrelazo mis dedos con los suyos, girándolos para que la lluvia caiga sobre su palma. Trazo un círculo ahí con mi pulgar, suavizando el agua en su piel. Quiero demostrarle que no hay nada que temer. Entonces, sus labios se curvan lentamente, y está dejándose caer de nuevo para tumbarse y dejar que la lluvia moje su cara. La miro, bebiendo su sonrisa, alguna parte de mí notando que aún sigo sosteniendo su mano, mis dedos enroscados con los suyos. Veo que está temblando, y por un instante creo que está llorando. Entonces, me doy cuenta que también se está riendo. Vivo exactamente durante diez latidos en este momento perfecto, antes de que parpadee y levante bruscamente la cabeza, observando las llanuras, un estremecimiento más pesado atravesándole el cuerpo. Se da cuenta un momento después y se gira hacia a mí, intentado recuperar su sonrisa, pero sé lo que es. Puedo ver cuán delatadas están sus pupilas, el temblor en sus labios. Ha escuchado otra voz.

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—Creí que dijiste que llovía en el tercer día. —No, esa fue la primera vez que llovió. —Te estás contradiciendo a ti mismo, Comandante. —No, estás intentando hacerme tropezar. Sé cómo funciona esto. Los militares inventaron esas técnicas. ¿Cuál es tu siguiente pregunta? —¿Qué hiciste con la relación que tenías con la Señorita LaRoux en ese momento? —¿Qué significa eso? —¿Cómo la ves desarrollándose? —No lo hago. Soy un soldado. Soy de una mala familia. Creo que es más cómodo para todos cuando los tipos como yo están fuera de escena. —¿Eso crees? ¿Qué vienes de una mala familia? —Mi familia no se encontraba en el planeta conmigo. No veo la necesidad de hablar de ellos. —No hace falta alzar la voz, Comandante.


Lilac

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Es increíble cómo pueden cambiar con solo unas cortas horas, y un millón de galones de agua. Odio la lluvia y odio este planeta y odio el frio y odio mi estúpido, estúpido vestido. Y odio a Tarver por la manera que avanza sin ninguna preocupación como si no estuviera cayendo agua del cielo, como si ni siquiera lo hubiera notado. Odio la manera que me ofrece su chaqueta exactamente cuando me he congelado haciendo que no pueda rechazarla. Solo una vez me gustaría mantenerme junta por mí misma. La mañana se expande en una frígida, nunca terminable llovizna mientras caminamos al río que había localizado desde un lugar más alto. Las montañas que buscamos se esconden detrás de una empapada cortina gris. Nubes más oscuras se alinean en el horizonte, y Tarver mira sobre su hombro para seguir su movimiento. Estoy viendo sobre mi hombro también, pero no hay nada para leer los patrones climáticos a mi parecer. Simplemente no puedo mantenerme buscando las fuentes de los sonidos que sigo escuchando. Me volteo para seguir escaneando detrás de nosotros antes de recordar que estamos solos aquí afuera. Es la lluvia, me digo. El viento moviendo el césped. Una de las criaturas de la pradera como esa cosa que nos comimos anoche. Pero, ¿puede un animal llorar? Los sollozos que surgen a través de la lluvia rompen mi corazón, sonando por todo el mundo como Anna, como yo, como cada una de las chicas de mi círculo. Con la lluvia cayendo por mis mejillas y con un llanto desolado tan cerca, casi creo que soy la que solloza tan desesperadamente. La cabeza dando vueltas y músculos temblando, apenas puedo colocar un pie frente del otro. Ya no es una voz: ahora estoy rodeada por un desesperante y desgarrador coro. Mis ojos se empañaron y me tropiezo una y otra vez, embarrando mi vestido más allá de lo conocido. Más de una vez, Tarver tienen que volver y ayudarme a ponerme de pie.

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Traducido por Valentine Fitzgerald Corregido por Cotesyta


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Lo desprecio por lo fácil que es para él, por la forma en que sobrevivir a esta penosa prueba es una segunda naturaleza. Cuando me atrapa mirando el valle, sonríe como si dijera Sí, no es la gran cosa. He estado ahí. Sus ojos, sin embargo, dicen una historia diferente. Está preocupado. Preocupado de una forma que no ha estado desde que nos estrellamos, no cuando la capsula comenzó a caer en el planeta, no cuando le dije que el faro no funcionaba, no incluso cuando vio la luz del Icarus caer. Y eso me asusta más que nada. Aunque la extraña luna se ha ocultado otra vez, no está lejos de mis pensamientos. Tiene que ser una estructura hecha por las corporaciones que terraformaron este lugar pero —¿qué es? Algún tipo de sistema de vigilancia, tal vez. Algo para seguir rastreando a los colonos, en caso que se rebelen. Sólo que ya no hay colonos aquí. No hay nada que buscar. Estamos nosotros, empapados y congelados, caminando interminablemente por el planeta, con vidas dependiendo de encontrar las partes cuando lleguemos al naufragio. Ninguno de nosotros sugiere detenernos por comida, a pesar de nuestro cansancio. No hay modo de hacer fuego en el constante aumento de la lluvia, no hay modo de calentarse si nos detenemos. Deseo haber escuchado sus repetidas sugerencias de ponerme ese traje de mecánico de repuesto que había traído con nosotros de la cápsula de escape; mi vestido está tan andrajoso ahora y tan empapado que es como si no llevase nada en absoluto. Lo peor de todo, estoy tan fría y tan cansada que no me interesa la manera que se aferra a mi cuerpo y enrolla en mis piernas, delineando cada rasgo. El río nada a la vista al igual que una negra mancha en la distancia. Tarver se detiene y levanta una mano para proteger sus ojos de la lluvia, la imagen de un soldado homenajeando a algún teniente. Me bajo en cuclillas, envolviendo mis brazos en mis rodillas y tratando de no temblar tan notoriamente. Hará algunos cálculos mentales de cuánto tiempo tomará llegar ahí. No es un verdadero descanso, lo sé; pero es todo lo que tengo. No abro mis ojos hasta que siento sus manos en mis brazos, tratando de calentar mi piel tan relajado que me hace hacer una mueca. —Ya no queda mucho. —Promete, agua cayendo de su mandíbula y nariz y frente. Sus características se han vuelto tan familiares en sólo cortos cinco días. Miro perplejamente los arroyos encontrándose bajo su mentón cuando me sacude ligeramente. —¿Lilac? ¿Estás ahí? Parpadeo, intentando recordar cómo hablar. Mis labios están inactivos, rehusándose a obedecerme. —Sí, al menos supongo que sí.


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Tarver sonríe, ese rápido relámpago cambio de expresión, y quita mi pelo empapado de mi frente. Está a punto de hablar cuando escucho algo detrás de nosotros: un bajo, creciente susurros de cómo mil voces diferentes. Me volteo antes de recordar que verá más evidencia de mi deteriorada locura. Es una mitad de un segundo antes de darme cuenta que está mirando en la misma dirección también. Abro mi boca, el corazón doliendo con repentina esperanza, pero me golpea con ello. —Más lluvia —susurra, tan suave que casi no puedo escucharle. No mis voces entonces. Llevo mi mirada de vuelta al horizonte, y esta vez veo la gris cortina gruesa que avanza atravesando el valle hacia nosotros. Más lluvia. Si hay más lluvia que esto, pienso, necesitaremos branquias. Podríamos nadar hacia el cielo y dejar este lugar sin necesidad de esperar una nave de rescate. No deseo nada más que acostarme en el barro, pero como mis rodillas colapsan, su agarre en mi brazo se endurece, sosteniéndome. Cuando se pone de pie, me lleva con él. —¿Puedes correr? —pregunta, su rostro cerca del mío. —¿Qué? —No puedo hacer nada más que mirar. —Vamos, Lilac, concéntrate. ¿Puedes correr? Esta lluvia es muy pesada. Necesitamos refugiarnos. ¿Pesada? ¿Cómo la lluvia puede ser pesada? Sé que hay ampollas en mis pies porque las vi ahí esta mañana, pero ahora mismo no puedo sentirlas. No puedo sentir mis pies en lo absoluto. Sigo mirándolo, el agua cayendo por su rostro, nunca en el mismo camino dos veces. Se debe seguir el mismo patrón dos veces, pero en cambio se desliza y cae y baila por sus pómulos. Como si quisiera tocarlo. —Mierda —murmura Tarver mirando el monzón avecinándose sobre mi hombro—. Pagaré por esto cuando estés lo suficientemente cálida para odiarme de nuevo. ¿Qué? No tengo tiempo para analizar sus palabras más allá antes que envuelva su mano en mi muñeca y me empuje con él hacia delante, obligándome a correr antes de ir detrás de él como cintas en un desfile de autos. Consigo mover mis pesadas piernas de algún modo, buscando interiormente algo más de esfuerzo. Mis pies se deslizan y patinan por el barro detrás de él, y los huesos de mi muñeca hacen un sonido bajo su fuerte agarre, pero no la deja ir. Está conduciéndonos por el oscuro borrón del río en el horizonte, y mientras más nos acercamos, la oscuridad se enreda entre los árboles, y ni siquiera me interesa que tengamos que regresar al bosque otra vez, porque árboles significa madera y


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madera significa fuego y fuego significa calor y creo que ya he olvidado qué se siente. Abro la boca para decir algo, pero antes que encuentre las palabras, el rugido de la lluvia que se aproxima nos alcanza y el cielo cruje sobre nuestras cabezas. Tarver está maldiciendo, diciendo palabrotas como nunca le he escuchado. La repentina cascada de agua se escurre de mi muñeca a su agarre, mi piel sintiéndose libre como goma mojada, y caigo al suelo. Estoy más sorprendida que herida, porque francamente no puedo sentir mis piernas, y no me di cuenta que no funcionaban. Me levanta y me carga los últimos metros hasta el refugio de los arboles bordeando el río entonces me deja caer bruscamente en el suelo. —Quédate ahí —grita, poniendo su cara cerca a la mía hasta que lo empujo porque está goteando sobre mí. El sonido del agua cayendo en la fronda es casi tan ensordecedor como el rugido de la tormenta ahí afuera, pero las ramas son gruesas y alejan la mayoría del agua de nosotros. Lanza su mochila al suelo y busca dentro antes y saca el traje de mecánico, y me lo tira. —Ponte eso —ordena, recuperando la chaqueta que me había dado más temprano. Entonces se va nuevamente, sacando su pistola de la funda a medida que sale. El traje de mecánico yace ahí donde lo tiró: descansando una mitad en mi regazo, la otra mitad sobre mis brazos cruzados. Estoy demasiado fría para sacarme el vestido, tan mojado como está. Me apoyo contra el tronco del árbol y espero a que vuelva. Susurros crecen a la altura de mi audición, de alguna manera distinta de la manera de la lluvia en los árboles. Las voces ya no son llantos, pero aun no puedo distinguir las palabras. Extiendo mi temblorosa mano frente a mí, pálida, fría y húmeda, cubierta de suciedad. Nunca supe que la locura venía con daño físico. No sé cuánto tiempo pasa antes de despertarme para encontrar a Tarver golpeteando levemente mis mejillas. —Trataré de encender fuego —dice, y me doy cuenta que ya no grita. La lluvia debió haberse calmado un poco—. Quítate tú vestido. —¿Por qué, Comandante? —Me encuentro susurrando—. Nunca. —Señor, ayúdame —dice, pero esta vez cuando roda los ojos, sé que se reiría si estuviera menos frío, es un triunfo mucho más satisfactorio que molesto—. Solo hazlo, ¿de acuerdo? No discutas conmigo esta vez. Prometo no mirar. Sécate con la manta, y luego ponte el traje de mecánico.


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Tomo la manta que me ofrece, y me apoyo en el árbol para comenzar con mis pies, rígidos y fríos. Las voces se han detenido, pero aun tiemblo. Trabajo en los cordones enredados antes de darme cuenta que no me he sacado este vestido en cinco días, los cordones están empapados, y mis manos están tan frías que apenas puedo doblarlas alrededor de las cuerdas. —Tarver —susurro—. Necesito ayuda. Hay una chispa calor aun dentro mío, porque siento mis mejillas comenzar a enrojecer cuando se voltea, confundido. Comprensión nubla sus ojos cuando sus ojos bajan donde mis manos titubeando en el escote de mi vestido. Murmurando algo inentendible en lenguaje que no reconozco, cierra la distancia entre nosotros de nuevo y lleva mis manos a calentarse bajo mis brazos mientras trata de desatar los cordones. Posteriormente, está obligado a usar su cuchillo y pasarlas entre ellas mientras miro a otra parte e intento pensar en algo más. El vestido era imposible guardarlo otra vez de todos modos. Esta es sólo una pequeña víctima de casualidad en el nombre de sobrevivencia. Tuve la delicada flor morada que me dio en el valle bajo mi corpiño, y cuando quito los restos del vestido, lo encuentro incrustado en mi piel, casi irreconocible. Me obligo a dejarlo ir, tirándolo en el barro. ¿Qué dice de cómo he cambiado al sentir más la pérdida de una pequeña flor que por la pérdida del vestido? Se aleja para comenzar a buscar algo de leña que no esté tan húmeda, cauteloso de darme la espalda, y dejo caer mi vestido al suelo. Dejándolo donde está, tomo la manta y me abrigo con la manta, jadeando de frio. Me arrodillo así la manta me cubre más mientras me acurruco. Un pequeño destello naranja contra mis cerrados parpados me obligan a abrirlos para ver a Tarver aumentar el primitivo fuego cautelosamente que sus manos están temblando por el esfuerzo. El árbol sobre nosotros tiene hojas anchas y gruesas, pero aun así está lloviendo tan fuerte que el agua se escurre. No puedo detener el confuso sonido de alivio de que aún era capaz de encontrar suficiente madera humera para quemar. Levanta la mirada al escuchar el sonido, sus ojos buscando cuando me ve en la manta, y luego la aparta. No debo estar tan cubierta como creo que lo estoy. Notablemente me estoy calentando, porque de repente francamente me preocupo y me acurruco con más cuidado. —Vístase con el traje de mecánico, Señorita LaRoux. Estará muy a la moda, lo prometo. Y luego deme la manta así puedo secarme lo más que pueda. Eso es lo que finalmente me convence de renunciar a mi derecho de la manta. Aún sigue goteando, obligado a alejarse del fuego mientras así no se abruma con él.


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Nunca estaremos completamente secos con la lluvia haciendo su camino más allá de la fronda, pero estar húmedos es mejor que mojados. Consigo ponerme de pie y la manta cae así puedo introducir mis piernas en la mitad del traje y lo subo. Está hecho para un hombre, y llevo mis brazos dentro del material suelto para cruzarme de brazos, dejando las mangas caer. El material es tan áspero que cuando llegue el momento de salir tendré que llevar el vestido debajo o arriesgarme a que mi piel se roce hasta estar en carne viva. Pero por ahora, está completamente seco, y es suficiente. No es hasta cuando me agacho al pequeño fuego que Tarver sube precavidamente la mirada. Agrega otro palo a las llamas antes de levantarse para tomar la manta y comienza a sacar su propia ropa mojada. No soy tan honesta como lo es él. Mi mente afortunadamente se nubla mientras lo observo tirar su chaqueta y su camisa al suelo. Su placa de identificación salta y brilla con el resplandor del fuego. Su piel está tensa con frio y erizada, enrojeciendo mientras pasa energéticamente la manta por ella. Se vuelve a poner la chaqueta, y tiende la camisa al otro lado del fuego para secarla antes de tomar la manta del suelo. La envuelve a mí alrededor, y ni siquiera me preocupo de la aspereza; está cálida a pesar de la humedad, y a pesar de todo lo que puedo ser ahora mismo es relajación volver a mi cuerpo, sé que en unos momentos estaré mejor. Mis ojos siguen a Tarver mientras que monta un campamento, desigual y rápido. No es hasta que tiene la cafetera instalada para hervir sobre el fuego que une a mí, entrando bruscamente en mi refugio de mantas y envuelve un brazo a mí alrededor antes que pueda reaccionar. El fuego aún es muy débil para dar calor, siseando con tristeza con las gotas que se escurren de los arboles encima nuestro. Después de un rato dejo de temblar, pero, sin embargo, él sigue con su brazo a mi alrededor. No hay voces para oír más que el estallido del fuego y el golpeteo de las gotas cayendo en la fronda, y en un ajetreo mis noches de insomnio pueden conmigo con toda la fuerza de un tren de levitación magnética. Debería desenredarme de Tarver, e ir a dormir como se debe por mí misma. Debería esperar la cena hervir. Debería dejarlo descansar sin la preocupación de cuidar de mí. Pero estoy cálida ahora, y por una vez, no hay nadie llamándome en palabras que no puedo entender, y por razones que no me preocupo en analizar, el pensamiento de ser alejada de los brazos de Tarver Merendsen provoca un vuelco en mi estómago con abatimiento. Y entonces sigo aquí, y dejo caer mi cabeza en su hombro; y si le importa la manera que mi cabello mojado cae en él, no dice nada y me deja dormir.


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—Nos dijo que la Señorita LaRoux sufrió algunas lesiones leves como resultado de un choque. —Así es. —¿No hubieron efectos secundarios?¿Era capaz de viajar sin ninguna dificultad? —Me gustaría verles caminar a través del planeta en un vestido de baile y en esos tipos de zapatos que las chicas usan. No creo que diría que la caminata fue sin ninguna dificultad. —Es una pregunta importante, Comandante Merendsen. —¿Y? —Y estaría muy agradecido si la respondiera. —No estoy consciente de ninguna dificultad que tuvo del resultado del golpe en la cabeza. —¿Qué hay de usted? —Era como una caminata en el parque. ¿Qué cree usted?


Tarver

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Ella se despierta temprano, esta chica quién probablemente solía dormir hasta el mediodía y permanecer en la cama hasta las tres. Giro hacia el lugar caliente que deja tras de sí, con los ojos cerrados, pero puedo sentirla observándome. Aparta la suciedad que usé para depositar en el fuego, removiendo las brasas. La calidez parpadea contra mi cara cuando vuelve a construir el fuego con la leña que reuní anoche. Moviéndose lentamente, probablemente por la rigidez y el dolor por nuestra corrida bajo la lluvia de anoche, se agacha junto a mí y apoya una mano en mi hombro. Cuando entreabro un párpado para mirarla, se ve cansada. Sus ojos están marcados debajo con manchas oscuras de azul y morado, y uno todavía está veteado de negro y amarillo mientras su magnífico ojo negro comienza a desvanecerse. Está pálida, con nuevas pecas debido a la sobrecarga del sol, destacándose como puntuación en una página. Pero también está atractiva, tal vez más de lo que era antes, con la historia de nuestra supervivencia escrita en sus facciones. —Voy a conseguirnos un poco de agua. —Su susurro es apenas audible, quiere dejarme dormir—. No tardaré. Me aclaro la garganta, y lo toma como una señal de que la he oído. Me pregunto por un momento si debo dejarla ir sola, pero ella ya no es la chica que se estrelló conmigo. Va a tener cuidado. Anoche, no vi ninguna huella mientras recogía la leña. No creo que haya nada peligroso por aquí. Se trata de un grupo aislado de árboles a la orilla del río, rodeado de llanuras abiertas. Un depredador no podría hacer el viaje hasta aquí, ni sería capaz de vivir en lo que podría sobrevivir aquí. Cuando la miro a través de mis pestañas, se endereza y aparta, y me permito ir a la deriva de nuevo. Al parecer, no voy a ser castigado por el hecho de que se despertó envuelta a mí alrededor. El trato con frialdad habría valido la

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Traducido por Juli Corregido por Paltonika


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pena, pero parece que ha aceptado nuestros arreglos para dormir como un mal necesario. El sueño me alcanza, y dejo que me lleve un poco más de tiempo. Cuando me despierto, no tengo idea de cuánto tiempo ha pasado — segundos, minutos o más. La cosa en órbita alrededor del planeta se ha puesto, lo que significa que por lo menos, ha pasado una o dos horas desde el amanecer pero, ¿hace cuánto tiempo se fue Lilac? El aire es tan húmedo que mi camisa todavía no se ha secado. Me doy por vencido al tratar de evitar el olor a humo, aunque sé que ella va a arrugar la nariz ante ello, y sostengo la camisa directamente sobre el fuego. Cuando vuelva con el agua, voy a tratar de hacer sopa caliente para el desayuno. Algunas de las plantas que probamos le añadiría un poco de sabor, y todavía tenemos trozos sobrantes de la última cosa pequeña que encontramos. No sé qué hacer con su hocico alargado, o las orejas de gran tamaño. Es como una parodia de la pequeña fauna que normalmente veo en planetas terraformados. Entonces Lilac viene, estrellándose a través de la maleza como si alguien le hubiese dicho que hay una venta de zapatos aquí en el campamento. Sinceramente, no se me ocurrió que algo podría estar mal hasta que conseguí un vistazo a su cara. Está blanca, con la respiración entrecortada y el cabello enredado. Sus ojos son enormes, y las rodillas del traje de mecánico están cubiertas de barro, se ha caído en el camino de regreso. Una parte de mí quiere dejar caer mi camisa y alcanzarla, pero mis manos son más sensatas, y lo primero que hacen es depositarla a un lado, donde no pueda prenderse fuego, y luego intento alcanzar el Gleidel. Lilac se estremece ante el chirrido suave cuando recargo la pistola. —No, no es‖necesario…‖no‖es‖nada,‖est{‖bien. —No es nada. —Mantengo mi voz baja, levantando un brazo para invitarla. Como si una barrera de repente se viniera abajo, trastabilla los tres pasos hasta inclinarse sobre mí como si se estuviera cayendo. La acerco, manteniéndola lejos de la pistola mientras aprieta la cara contra mi pecho. Mi camisa todavía está en el suelo, pero ya no estoy frío—. Dime lo que pasó, empieza por el principio. ¿Llevaste la cantimplora hasta el río, y...? Está temblando violentamente, apretando la cantimplora con los nudillos blancos. Puedo ver que ha derramado algo en la pierna del traje. Mi corazón se hunde. Ahora lo reconozco, con su mirada dispersa y la forma en que su cuerpo tiembla. Anoche empecé a pensar que lo peor pasó, cuando durmió sin interrupciones. Pero ahora se ve peor que nunca. —Tarver, sólo vas a pensar que estoy loca. —Está mirando más allá de mí, y me centro en mantener mi expresión tranquila mientras espero. Con el tiempo va a llenar el silencio, no le gusta la tranquilidad—. Más que loca. —Se corrige,


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entonces vuelve a meter su cara contra mi pecho, como si el esfuerzo de hablar normalmente le hubiera costado. Estoy prácticamente sosteniéndola. —Cuéntame de todos modos —le digo en voz baja, moviendo el interruptor de encendido del Gleidel y metiéndolo de nuevo en la funda. Ahora soy libre para envolver los brazos alrededor de Lilac, y se arropa debajo de mi barbilla como si estuviera destinada a estar allí. Cierro los ojos—. No importa lo que pienso, dime lo que pasó. Le toma un poco de tiempo para responder, y aunque el temblor está empezando a desvanecerse, no se está calmando. Puedo sentir la forma en que respira, en sacudidas cortas y bruscas. —Los vi —murmura después de un rato—. Las voces. Y sí, sé cómo suena. No tienes que hacerlo notar. Es como si algo se estuviera convirtiendo en piedra dentro de mi estómago, pesado y doloroso. Tiene razón. Más que loca. Por favor, no. —¿A las personas? ¿Viste a las personas? Asiente, aunque es un pequeño movimiento de tal manera que sólo lo siento en mi piel. Una pequeña parte de mi mente, registra cuán angustiada debe sentirse, sin darse cuenta de que estoy medio desnudo, sosteniéndola contra mí, su mejilla apoyada contra la piel desnuda. —En la otra orilla del río. En un momento era sólo yo, consiguiendo el agua, y luego... —¿Cómo se veían? ¿Esas personas? —Sigo buscando una explicación, algo que pueda entender. —Sé quiénes eran. —Su voz se quiebra. Me gustaría poder pasar por esto por ella, ahorrárselo—. Todos me miraban y señalaban. —Inclina la cabeza en la dirección que hemos estado viajando, hacia el puerto de montaña y los restos del naufragio más allá. —Se podía ver la niebla a través de ellos, y cuando la luz del sol los iluminó, desaparecieron. —Hace una pausa para tragar, con la voz endureciéndose y rompiéndose otra vez—. Uno de ellos no llevaba botas. Me toma un momento para entender lo que quiere decir. Entonces me doy cuenta, y aprieto mi agarre sobre ella. —No son reales, Lilac. Crees que los viste, pero ya sabes que te golpeaste la cabeza cuando aterrizamos. Una vez que estemos de vuelta en la civilización, todo esto se arreglará. Por ahora, necesito que me prometas que no vas correr tras cualquier cosa que veas. Podrías salir lastimada. Sigue sin moverse. Me pregunto si esperaba que le crea, que las visiones me parecerían más convincentes que las voces en su cabeza. —Tarver, ¿cuántas personas has enterrado en esa cápsula? —Nosotros no los matamos, Lilac. Los tratamos con respeto. Si te sientes culpable‖por‖lo‖que‖pasó…


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—Eran cinco, ¿verdad? —Se aparta para mirarme, decidida. Sus pupilas son enormes, el azul de sus ojos casi se ahoga en el negro. Su mirada es tan cruda que es aterradora—. No me dejaste verlos. ¿Cómo iba a saberlo? Tarver, ¿no lo ves? No estoy loca, después de todo. Estoy siendo poseída. No sé qué hacer con esto. No se puede razonar con locura, y no puedo ladrarle órdenes a una chica que no es un soldado. Mantengo el rostro sereno y paciente que solía molestarla tanto, tomando una respiración lenta antes de hablar de nuevo. —Estoy seguro de que te dije cuántas personas enterré. —Pero los dos sabemos que no lo hice—. A pesar de ello, cinco es un número razonable. Eso es casi la capacidad de una cápsula. Pongámonos en marcha, Lilac. Quiero que tengamos un montón de tiempo esta tarde para buscar un lugar seguro y cálido para el campamento. Déjame tener la cantimplora, voy a calentar un poco de agua. Cuando intento agarrar la cantimplora, se aparta de mí. Su mirada es inquebrantable mientras pone distancia entre nosotros. —Había dos mujeres — dice de manera uniforme—. La que no tenía botas era de mi estatura. Y había un soldado. Pude ver sus placas de identificación. Algo está bloqueando mi garganta, y para la cuenta de tal vez tres, no puedo respirar, mi pecho está tratando de recordar lo que debe hacer a continuación. Es un error. Lo está inventando. Ahora está saliendo con mis placas de identificación, así es cómo se le metió esa idea en la cabeza. Pero no ha terminado. —Los otros dos eran hombres en traje de noche. Finalmente me las arreglo para respirar, sofocándola. No. Es imposible. Ella no puede saber. Cuando puedo respirar de manera uniforme una vez más, hablo, manteniendo mi mirada firme. —Por supuesto que viste a una chica de la misma altura que tú, Lilac. Medía lo mismo que tú. Sin embargo, esas no son las personas que enterramos, si es eso lo que estás pensando. Eran todas mujeres. No había hombres, no se hallaba ningún soldado. —Ni siquiera sé por qué le estoy mintiendo, excepto que mi mente está despreocupada, escarbando por cualquier cosa a la que aferrarse, y todo lo que puedo encontrar es esto: no puedo creer en lo que está diciendo. No puedo hacer esto peor de lo que ya es. Nos miramos el uno al otro durante largos segundos. Sus labios se abrieron un poco, como si hubiera recibido una bofetada, pero está tratando de ocultarlo. Sabe que estoy mintiendo. Luego sus rasgos se asientan, y me da una mirada en blanco que mejora cualquiera de mis esfuerzos esta mañana. —Claro —dice en voz baja—. Entonces, vamos. Estamos en silencio mientras empacamos el campamento. Ya ninguno de nosotros está pensando en el desayuno. No sé qué otra cosa podría haber dicho. No puedo avivar lo que sea que está pasando en su cabeza.


No tiene sentido. Ella puso las rocas en la parte superior de las tumbas, pero nunca vio los cuerpos. Los cuerpos de los hombres en traje de noche, de la mujeres en trajes de mecánico, del soldado no mucho mayor que yo. Tengo las placas de identificación de ese hombre en el fondo de mi bolso.

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—Casi alcanzabas el Icarus. —Todavía teníamos que pasar sobre las montañas. El lugar del accidente se hallaba en el otro lado del paso. Ahí es donde vimos al barco caer. —Los informes dicen que había nieve en las montañas. —Sí. —Hemos estado en esto desde hace algún tiempo, y nunca mencionaste la nieve. —¿Crees que estoy mintiendo sobre el tiempo? —No sé lo que estás haciendo, Comandante. Estoy tratando de averiguarlo. ¿Había nieve? —Sí. Si tienes los informes del tiempo, no estoy seguro de que pueda añadir nada útil. —Inténtalo, Comandante.


Lilac

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Tarver no me dijo que iba a ser más frío en las montañas. Tal vez siempre hace frío en las montañas, no lo sé. Tal vez pensó que era sentido común. Al salir del río por las estribaciones, me encuentro pensando en la chica del salón. La que coqueteaba con la misma facilidad con la que respiraba, la que eludía guardaespaldas y se quedaba toda la noche chismoseando. Tengo tan poco parecido con ella, ahora es como si ya no existiese. Y odiosa como era, me encontré extrañándola. Sabía dónde se encontraba. Sabía lo que estaba destinada a hacer. Tenía un padre que no se habría detenido ante nada para protegerla, un mundo dispuesto para adaptarse a su alrededor. Nunca tuvo que preocuparse por las opiniones de un soldado humilde. Y no le solía importar cuando alguien mentía, porque eso es lo único que hacían. Lo que había visto como las nubes en la distancia son, ahora, claramente los picos nevados. Las montañas se encuentran entre nosotros y los restos del naufragio del Icarus y Tarver dice que dar la vuelta tomaría más tiempo de lo que podemos permitirnos. Y así, vamos a través de ello, independientemente de la temperatura y el cielo amenazante, a refugiarnos en alguna grieta durante la noche y con suerte lleguemos al valle más allá por la mañana. El paso que propone cruzar no está blanco de nieve, pero a medida que avanza el día, la temperatura desciende y las nubes se reúnen bajo en el cielo. Incluso Tarver levanta la vista hacia ellas, inquieto, cogiendo ritmo, así que me tropiezo y golpeo mis rodillas en las rocas. Mis manos están demasiado entumecidas para parar mi caída. Debía estar sorprendida cuando los primeros copos de nieve comenzaron a caer —lo más cerca que he estado de la nieve es ver los Especiales de Navidad en HV— pero no tengo más energía para las sorpresas. Otra Lilac, la del salón quizás, encontraría la nieve bellísima.

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Traducido por Kary_ksk Corregido por Chio West


Con el sol en retirada tras las nubes, la temperatura baja más rápido cuanto más alto escalamos. Los copos de nieve permanecen en mis mejillas antes de derretirse. El traje de mecánico proporcionaba poco calor, pero el tejido apretado de la tela proporcionaba abrigo del viento. Gracias a estas malditas botas, mis pies son la parte más cálida de mí. Por lo menos sé que ya no estoy volviéndome loca. No, estoy siendo embrujada. ¿Es una mejor que la otra? Yo fui causa de muerte antes. ¿Por qué no puedo desestimar las caras de esas cinco almas perdidas? Si no hubiera visto el rostro de Tarver cuando describí lo que había visto, tal vez podría seguir creyendo que estaba alucinando. Pero su expresión era la de un hombre que había sido herido de muerte, congelado en los pocos segundos conmocionados antes de que caiga. Sabía que no tenía forma de saber a quién enterró. Tal vez piensa que me está ayudando de algún modo al hacerme creer que estoy loca. Pero Tarver no es dado a la mentira y no me miente. Tal vez no es la Lilac del salón que echo de menos. No es la Lilac en las llanuras o incluso la Lilac antes de ver la caída de Icarus. Creo que extraño más a la Lilac que confiaba en Tarver Merendsen.

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—¿Qué? —¿Comandante? —Dejé de escuchar por un momento. ¿Qué has dicho? —Sugiero que haga todo lo posible para seguir escuchando, Comandante. Parece cansado. —Ojos brillantes y cola tupida. ¿Puedo obtener algo de beber? —Arreglaremos eso en un momento. ¿Está listo para continuar? —Por supuesto. Deseoso de proporcionar lo que sea que estás buscando. —Estamos tras la verdad, Comandante. —Eso es exactamente lo que te he dado. Ustedes están en busca de algo más.


Tarver

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La mañana amaneció clara y prometedora, y me permití tener un poco de esperanza de que el ascenso no sería tan malo como había anticipado. Corrientes de nieve derretida corrían por la ladera de la montaña y aunque son dolorosamente fríos, nunca me falta algún lugar donde llenar la cantimplora. Pero cuanto más alto subimos, más rápido cae la temperatura. La luz del sol se siente pálida y fría, pero sé que es la única cosa que se interpone entre nosotros y un problema mucho más grande. Un problema que enfrentaremos cuando el sol comience a bajar. Lilac trabaja tenazmente para mantener el ritmo y mi corazón tira de mí para disminuir la velocidad y dejarla descansar. Pero continúo, hasta más allá de las rocas y las escasas matas de hierbas. Mientras subimos, mi mente analiza cuán completamente extraño esto debe ser para ella, tan lejos de su experiencia como su vida es de la mía. ¿Cómo debe de haber sido crecer con el rostro en la portada de cada revista de chisme en la galaxia? No puedo soportar pensar que dirían los paparazzi si la escucharan murmurar una de mis maldiciones en voz baja o si vieran la manera en que se acurruca cerca de mí en la noche. Lo que harían de su fuerza. Puedo oler la nieve viniendo. No tenemos tiempo que perder para llegar al lugar del accidente y la diferencia entre desacelerar y seguir adelante podría ser una noche extra aquí arriba. Así que seguimos subiendo. Unas cuantas horas después que partimos una parte de la barra para el almuerzo, los primeros copos de nieve comienzan a caer, tan delgados al principio que casi parecen un rocío. Detrás de mí, Lilac hace un suave sonido y me doy cuenta que probablemente nunca antes ha visto la nieve de verdad. Ha tenido más realidad desde que chocamos que el resto de su vida junta. Parte de mí quiere detenerse y apreciar el comienzo de la nevada con ella, pero sé que no pasará

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Traducido por Adriana Tate & Sofí Fullbuster Corregido por Chio West


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mucho tiempo hasta que esté cayendo con fuerza y rápido, así que la coloco al resguardo de una de las enormes rocas que entorpecen nuestro camino y trepo sobre ella para tener una mejor visión. Necesitamos una cueva o al menos una saliente. Los árboles torcidos aquí arriba están desnudos, con ramas altas y delgadas y son inútiles para el refugio. Nunca he visto árboles como estos, combinados con el espeso y pálido musgo en las rocas, ellos hacen este lugar fantasmal y poco acogedor. Solía hacer un montón de alpinismo con Alec cuando era niño. Mi héroe y yo. He estado pensando en él mientras subimos y en mis padres. Pero a estas horas deben pensar que tienen dos hijos muertos. Es una de las voces en mi cabeza que me mantiene en movimiento cuando quiero detenerme. Una línea de sargentos y comandantes cobran vida en mi cabeza cuando me canso —hombres salvajes y grandes de la frontera que nos gritaron hasta que sus instintos se convirtieron en los nuestros. Continúan alentándome, dándome instrucciones sobre cómo encontrar el campamento adecuado, asegurándose que tomo el minuto extra para hacer la cama tan cómoda como puedo, así no pago por mi indolencia de dar vueltas en la cama toda la noche. Pero la voz de Alec es más tranquila, paciente, de la forma que solía sonar cuando vino a casa de permiso y me enseñó las cosas que había aprendido. No toma mucho tiempo encontrar una cueva. La entrada es apenas más que un espacio entre dos rocas, cubierta con tierra y piedra, pero se extiende más lejos adentro y va a servir. El frío corta mi rostro y el creciente viento tira de mi abrigo mientras me abro camino a través de la ladera de la montaña para ir a buscar a Lilac. Está acurrucada contra la roca y sus manos están congeladas cuando la guío hacia arriba por la pendiente hacia el lugar que he encontrado. Nos abrimos paso más allá de la primera curva de la cueva. Está oscuro, pero estamos protegidos del viento. Cuando alcanzo a verle el rostro en la linterna, su mirada es aburrida y sin esperanza. Desearía que volviera a la vida y comenzara a enumerar mis faltas por mí. La arropo en mantas y hago una fogata con madera muerta apilada por antiguos deshielos a la boca de la cueva, luego me meto dentro de las mantas con ella. Está demasiada cansada para resistirse, quizás, porque se inclina contra mí y descansa su cabeza en mi hombro. —No dormites —digo en voz baja, con la voz ronca por el desuso—. No hasta que estés más caliente. —Mmm. —Está de acuerdo, tirando de la manta más apretada a nuestro alrededor—. ¿Por qué siempre soy la del problema? Sólo por una vez me gustaría ser la útil.


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—Casualmente nos quedamos varados en mi territorio —digo—. Así es la vida, a veces. —Sólo‖ deseo…‖ —Se mueve un poco, poniéndose cómoda de nuevo y dejándose caer contra mí con un suspiro—. Bueno, se supone que deseo un montón de cosas. —Yo también —le digo en voz baja a la chica en mis brazos. Sé exactamente a lo que te refieres. —Desearía tener una buena taza de té —dice con un suspiro—. Y algunos bollitos, mermelada y crema. —Desearía tener un bistec. —Ambos nos detuvimos en eso por un momento—. O algo para hervir. Hay un chico en mi unidad que puede cocinar cualquier cosa. Hirvió una camisa cuando estuvimos en una situación difícil en Arcadia. Pero dice que tiene que ser una camisa de un General, debido a que utilizan un tinte de mejor calidad en esas. —Comandante. —Suena como si no sabe si reírse o reprenderme. —Oh, no te preocupes, quitas la insignia primero. De lo contrario sería una falta de respeto. Hablar de nuevo después de un día de silencio es como una tregua después de una larga campaña. Mientras nos acomodamos para esperar para calentarnos, soy cuidadoso de mantener mi mente de ir a la deriva hacia las personas que vio en el río. Todos señalando este camino, en las montañas o la ruina, tal vez. Pero ¿por qué? No quiero hablar de ello, no quiero pensar en ello. Por ahora, estamos aliados de nuevo y no voy a joder eso. Mi reloj interno me dice que he estado dormido por horas cuando algo me despierta. El fuego consumido a cenizas y el viento afuera está aullando de la manera que sólo una tormenta de nieve en su máximo esplendor puede. Pero estamos usando todo lo que poseemos, incluyendo nuestras botas y estoy caliente. Luego me doy cuenta de lo que me despertó. Lilac está sentada de manera rígida, mirando hacia el vacío. Sus ojos están ensanchados y vagos —ha estado soñando. El aire frío filtrándose de donde tiró las mantas lejos de mí y espero para ver si se acostará, manteniendo un ojo apenas entreabierto. Tengo muchas ganas de dormir. También quiero que duerma. No hubo tanta suerte. Sale desbandada de las mantas y se pone de rodillas, agachándose para sacudir mi hombro. —Tarver —sisea—. Tarver, sé que no estás dormido, levántate. Maldición. Abro los ojos. Enrojecida y urgente, me mira fijamente. La veo temblar, una gota de sudor corriendo por su sien a pesar del frío. Se ve enferma con la que sea que haya sido la pesadilla que la despertó.


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—Lilac, por favor. Sólo mátame. —La dejé escuchar un poco de impaciencia en mi voz, de lo cual, generalmente soy muy cuidadoso. Pero es la mitad de la noche. Estaba finalmente caliente. Realmente tengo ganas de dormir—. ¿Qué sucede? Trata de calmarse, pero todavía puedo ver la urgencia en sus ojos, está esperando que la escuche si esconde la locura. —Tenemos que salir de aquí. —Su respiración se atasca mientras dice eso, como si se sorprendió de escucharse pronunciar esas palabras—. No es seguro. —No bromees —digo, arrastrando la manta debajo de mi barbilla—. Y confía en mí, el primer barco de rescate que vea, estaremos en él. Pero por ahora, estamos tan seguros como podemos estar aquí adentro. Nos congelaremos allá fuera. No se juega con tormentas de nieve. Arrastra de nuevo las mantas y agarra mi muñeca, lazando su peso en el esfuerzo. Puedo sentir los temblores de su cuerpo. No sólo un sueño, entonces…este‖era‖una‖de‖sus‖visiones.‖Est{‖claramente‖m{s‖all{‖del‖razonamiento. —Créeme —dice, con los dientes apretados por el esfuerzo. No la dejo que me mueva y sin mi cooperación, ninguno de los dos se mueve—. Tarver, lo sé. Pero tenemos que irnos, tenemos que irnos ahora mismo. Por favor, no es seguro aquí, algo va a suceder. —Algo va a suceder si salimos ahí fuera —le digo, tirando de mi muñeca hacia atrás, lo cual la jala más cerca—. Vamos a comenzar a arrastrar las palabras y a temblar, luego vamos a parar de temblar, luego nos vamos a enojar y comenzar a quitarnos la ropa, dando tumbos, riendo. Luego colapsaremos y esa es la parte misericordiosa, porque de esa manera no sentiremos cuando nos congelemos hasta morir. Por una vez, por favor sólo haz las cosas fáciles para mí y acuéstate, ¿de acuerdo? Esto es a lo que le he tenido miedo. Esto es por qué la hice prometer no ir corriendo detrás de una de esas voces que oye. Así es como podría perderla. —¡Por favor! —Hay un tono de urgencia en su voz, ronca y desesperada, lo que sea que la asustó tanto, cree en ello completamente—. No sé cómo, pero te juro, que lo sé. —Cierra sus ojos por un momento, recuperando la calma, recuperando la determinación. Conozco esa mirada. Cuando abre los ojos de nuevo, su voz tiembla con pasión—. Sé que me mentiste de nuevo allí y no me importa. He confiado en ti con mi vida cada segundo, Tarver. ¿Puedes confiar en mí por un segundo? ¿Sólo una vez? Mi corazón se rompe y tomo sus manos, pero las arrebata de vuelta. —No se trata de la confianza —le digo—. No sé lo que está pasando, no puedo ver lo que tú ves. Pero hay una diferencia entre hacer algunas suposiciones fundamentadas sobre quien murió en ese cápsula y pensar que puedes ver el futuro. Lilac, si nos


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vamos en medio de esta tormenta de nieve, nos arriesgamos a morir de congelación. Es una locura. No vamos a ir ahí fuera, si tengo que sujetarte yo mismo. Concédete un momento para calmarte y verás que tengo razón. —¡No tenemos un momento! —La respiración de Lilac está agitada y dura—. Estás equivocado. Todo es cuestión de confianza. Simplemente no me crees. No sé qué decir y todavía estoy buscando las palabras cuando salta a la acción. Se apresura a ponerse de pie, agarrando mi mochila y girando alrededor para correr hacia la entrada de la cueva. Puedo oírme rugir de pura frustración. Las mantas parecen cobrar vida, envolviéndose a mí alrededor y enredándose en mis brazos por vitales segundos antes de arrancar mi camino libre. Corro con pasos pesados detrás de ella, dejando atrás las mantas y el fuego, el calor y la seguridad de la cueva. El frío me golpea como una pared, cortando a través de mi chaqueta abierta. Le estoy agradeciendo a quien sea que esté escuchando que dormimos completamente vestidos. Sin la luz de la extraña luna me las apaño a través de las nubes y el remolino de nieve a través del aire. Por largos y aterradores segundos, no puedo verla en absoluto, la oscuridad drena el color de todo. Luego hay movimiento —está dando tumbos lejos de la cueva, trepando por las rocas y arrastrando los pies otra vez—, y me lanzo detrás suyo, con la respiración áspera y las botas crujiendo en la nieve. Me he estado moviendo tan lenta y cuidadosamente por días que por un instante casi se siente bien estirar mis piernas. Salto por encima de una roca y me lanzo tras ella, impulsado por el miedo de que pueda desaparecer en la noche, o caerse o perderla de innumerables maneras. No soy gentil cuando la atrapo, agarro su brazo y me detengo, por lo que se detiene en seco y la jalo bruscamente hacia mis brazos, para mantenerla inmóvil y evitar que se escape de nuevo. No lucha y mi corazón late con fuerza mientras los dos nos quedamos de pie ahí, jadeando, la nieve rápidamente cubriendo nuestras cabezas y hombros. Entonces un sonido comienza a elevarse por encima del aullido del viento, y la manta amortiguadora de la nieve y el jadeo ronco de nuestras respiraciones. Es un estruendo profundo, comenzando como un susurro y luego elevándose para ahogar todo lo demás mientras el suelo tiembla debajo de nuestros pies. Me veo obligado a separarme de ella para recuperar mi equilibrio, pero no se aleja. Mira más allá de mí hacia la cueva y cuando sigo su línea de visión, veo el débil resplandor de nuestra fogata parpadear hasta desaparecer mientras el techo de nuestro campamento se derrumba en una avalancha de rocas. Los dos nos quedamos quietos por unos momentos, todavía jadeando y sin dejar de mirar. No es más que una pila de escombros y nieve.


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Nuestra cama y mantas son enterradas debajo de todo eso, como habríamos sido también, si hubiésemos estado adentro. Sé esto, pero de alguna manera estoy desconectado del conocimiento. Sé que nuestro acogedor refugio está en alguna parte bajo los escombros, pero no me puedo imaginar que es realmente cierto. O como sabía que teníamos que correr. Cuando me giro para alejarme, viene sin decir una palabra. No podemos avanzar mucho en la oscuridad, pero encontramos un lugar para acunarnos nosotros mismos entre dos rocas y acumular un poco de nieve para abrigarnos del viento. Crea un pobre refugio, pero careciendo de otra alternativa, nos acurrucamos. Nos sentamos en el cúmulo y envolvemos nuestros brazos alrededor del otro, y no creo que ninguno de los dos pegara un ojo en las pocas horas hasta el amanecer. El cielo sólo está comenzando a aclarar cuando la nieve se detiene. Mis brazos y piernas han atravesado hace mucho por la agonía de perder la circulación, hasta alcanzar el punto del entumecimiento. La sensación viene de pronto en pernos de intenso dolor mientras le instruyo a mi cuerpo que se mueva. Sigue mi ejemplo cuando me estiro, exhausta pero sin quejarse. Debe estar tan adolorida como yo lo estoy, pero noto con una punzada de admiración que no se muestra en más que un tensamiento de su mandíbula y una cuidadosa lentitud de sus movimientos. Una vez que ambos somos capaces de dar un paso sin tropezar, nos alejamos de la cueva. Las últimas estrellas están brillando en lo alto, como siempre lo hacen después de que nieva y la luna artificial está baja en el cielo. El mundo es vigorizante y hermoso. Cada paso es cuidadoso y de prueba, nunca se sabe lo que hay debajo de la corteza durante una noche de nieve. Me hundo en mis tobillos y la respiración de Lilac detrás de mí rápidamente se vuelve dificultosa. Nuestro avance es lento. No quiero pensar en lo que sucedió, pero mi mente insiste en repasarlo una y otra vez. Vio a las personas que enterré. Soñó y supo que teníamos que salir de la cueva. Me deslizo en un controlado desliz cuesta abajo en una roca tan grande como un tanque, luego me vuelvo para alzar los brazos así puede bajar para unirse a mí. La atrapo, aferrándome a sus costados con las manos y cuando me muevo para soltarla, agarra la tela de mi manga, manteniéndome quieto. Bajo la mirada hacia ella y aunque su piel está pálida debido al cansancio, y sus ojos lucen como dos oscuros e insomnes círculos, su mirada está trabada con la mía.


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Quiere que lo que sucedió sea su prueba. La prueba de que sus voces son reales, la de su cordura. Está esperando que admita que no está loca, esperando mi conversión. Pero lo que sucedió la noche anterior era imposible. Nadie puede saber algo antes de que pase. No puedo explicarlo; no puedo obsesionarme con ello. Tengo que terminar con esto y sacarnos de aquí. He sido entrenado para cerrar mi mente y así mantenerla funcionando. He sido entrenado para seguir adelante. Aparto la mirada y escucho su aliento salir en un silbido mientras se tensa. Puedo imaginar su rostro retraerse, pero no me permito mirarla. Se libera de mi brazo y me vuelvo hacia el camino. Pensaba que el día de ayer fue incómodo y estuvo demasiado silencioso; palidece con lo de hoy. La desesperanza puesta en sus hombros mientras camina fatigosamente a través de la nieve desgarradora. Nos movemos a través de la nieve sin hablar, con las piernas hechas de plomo y los brazos protestando con cada movimiento que hacemos. El ambiente se siente pesado entre nosotros y para el momento en que llevamos horas caminando, el silencio se siente tan pesado como el concreto. Cuando nos detenemos para buscar la cantimplora, no está. Levanto la mirada para encontrar a Lilac mirándome y ambos nos damos cuenta al mismo tiempo. La cantimplora está con nuestras mantas, enterrada entre los escombros. Cierro los ojos ante el pensamiento. Sin una forma de llevar agua, estamos atados a los‖riachuelos‖y‖los‖arroyos.‖Sin‖agua… Comienza a moverse primero de nuevo, bajando por la cuesta. Tal vez no se da cuenta de qué significa perder la cantimplora. Tal vez lo sabe y sólo está caminando de todas formas. Cuando finalmente hacemos el campamento, trabajamos lado a lado para quitar la nieve y buscar el escaso pasto para nuestra cama, sacando ramitas y piedras y haciendo un hoyo para poner nuestras pelvis. Sin las mantas, tendremos que enterrarnos en cualquier lugar que encontremos. Derretimos nieve en una tira de tela de las demasiadas largas mangas del traje de mecánico, chupando el agua hasta que se seca. Es bastante poco, pero comer nieve sólo incrementará los efectos de la congelación. Hurgo en la bolsa por la linterna para ponerla junto a la cama, y atrapo un pequeño vistazo de la pequeña caja que contiene mi fotografía dentro. No puedo evitar preguntarme por qué agarró la bolsa antes de huir. Por qué, en tal estado de pánico, pensaría en conseguir suministros. Entonces la realización me golpea. No estaba segura de que la seguiría, a menos que tuviera mis preciadas pertenencias con ella.


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Las palabras se forman en mi garganta, pero ni siquiera me ha mirado y no sé qué decir. Cuando me acurruco detrás suyo para dormir, la curva de su columna dice todo lo que ella no. Tensa y para nada feliz, apenas tolera nuestra proximidad. Si sólo hiciera más calor, si tuviéramos nuestras mantas, si tuviera una opción, habría estado al otro lado del fuego. Por un momento, luce como si estuviera a punto de decir algo, su respiración acelerándose con intención, pero permanece en silencio. Ninguno de los dos ha dicho una palabra en todo el día. Pasa un largo tiempo antes de que nos durmamos. Despertamos un poco más tarde de lo usual en la mañana, pagando el precio de la noche anterior. Uno de los muchos precios. No nos toma demasiado limpiar el campamento —nos estiramos, empacamos nuestros suministros, y partimos una de las últimas barras de comida. Me estiro de nuevo mientras asegura los cordones de sus botas y cuando partimos, está claro que se siente determinada a mantener mi paso. Pero para el momento en que alcanzamos la cresta de paso, está respirando aceleradamente, retrasándose a pesar de sus mejores esfuerzos, su mirada trabada en el piso frente a ella. La vista de las ondulantes colinas frente a nosotros es espectacular. Se extienden por kilómetros antes de que se nivelen y alcancen un bosque que luce sólo una oscura línea desde esta distancia. Entre la base de la montaña y el comienzo del bosque yace el Icarus. Se extiende por una gran distancia, destrozada debido a su caída. A pesar de que hay secciones que han colapsado debido a la poco conocida gravedad, un gran parte está intacta, con un rastro mostrando cuánto se deslizo a lo largo del suelo antes de detenerse. Mi corazón salta en mi pecho mientras deslizo la mirada a lo largo de los restos —arruinadas cápsulas de escape que no se separaron de la nave hasta que esta colisionó, trozos de metal, quemadas manchas a lo largo de las laderas, cosas medio derretidas que no puedo comenzar a identificar. El Icarus contenía cincuenta mil vidas. Desearía poder creer que alguna de ellas había sobrevivido a este chamuscado desastre. Ninguna cápsula que pueda ver está intacta, y la nave por sí sola está más allá de toda vindicación. Pero es lo que no está allí lo que casi hace que caiga. Debería haber una nave de rescate zumbando alrededor de la carcasa de la nave. Debería haber tantos equipos subiendo por ella como hormigas. Debería haber personas, vida, salvación. Pero lo que está frente a nosotros luce nada más como un cementerio. He estado guardando la esperanza de que pudiéramos habernos perdido de alguna forma su acercamiento, que si pudiéramos acercarnos


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al sitio de colisión, un equipo de rescate habría estado esperando por nosotros. Pero ni siquiera hay otros sobrevivientes. Después de todo por lo que hemos pasado, finalmente me permito pensar lo que he estado evitando desde que aterrizamos. No creo que alguien venga por nosotros. Y no sé qué hacer, excepto tratar de permanecer vivo. Las ruinas y las destrozadas cápsulas bajo nosotros deben contener a los soldados con los que entrenaba, las personas que conocí en las plataformas subterráneas. El hombre que se coló en el salón principal para rogarle a Lilac. Su grupo de amigas, su guardaespaldas, su prima. Respiro y luego me giro para comenzar a bajar por la montaña. —Sólo…‖sólo detente. —La voz de Lilac se rompe detrás de mí, ronca por la deshidratación e irregular debido a la emoción. Está mirando las ruinas, inmóvil. Está sonrojada, o lo más probable es que esté quemada por la nieve, su cabello curvándose a lo largo de su frente, húmeda con sudor. Cuando voltea su abrasadora mirada hacia mí, hago una mueca. — Necesito que mires. Mírame; mira eso, Tarver. —Lo veo. —Mi propia voz suena casi tan mal como la de ella, debido a la falta de uso—. Pero no podemos quedarnos aquí. Necesitamos seguir avanzando. Podría haber suministros en las ruinas, algún tipo de equipo para comunicarse que podamos rescatar. Se balancea, y luego se hunde en el suelo con cansancio. —¿Cuándo vas a dejar de castigarme por no estar loca en absoluto? Salvé tu vida. Nunca habríamos sobrevivido en esa cueva. Lilac, lo sé. Sé que nunca habríamos sobrevivido. Sé que escuchaste o visto algo antes de que huyeras, lo vi suceder. Sé que viste algo real junto al río. Lo sé. Pero no puedo permitirme decirlo en voz alta. Esto va más allá de cualquier cosa para la que he sido entrenado, y mi entrenamiento es todo lo que tengo. Estoy mejor equipado para llevar a una persona loca a través de una jungla que lidiar con la posibilidad de que esté recibiendo comunicaciones de ¿qué? ¿Fantasmas? El pensamiento es más que absurdo; es imposible. Si me permito creerle, entonces todo lo que sé no valdrá nada. Y lo que sé nos ha mantenido vivos tanto tiempo. Aún está mirándome con cansancio, el dolor escrito claramente en su expresión. —No estoy tratando de castigarte —digo finalmente—. Pero no podemos trabajar con lo que sabemos. No pienso que sepa todo y en un lugar como este, sé incluso menos de lo usual. Pero lo que sí sé, es que tenemos que seguir avanzando.


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Se desploma en el suelo para descansar la frente contra sus rodillas y mi corazón gime bajo la presión. Desearía saber qué hacer, o incluso qué decir. Desearía saber cualquier cosa útil. —Así que vas a ignorarlo —murmura, mirándome cansadamente—. He estado esforzándome por encontrar cualquier cosa que te muestre que no estoy loca, incluso cuando mi propia lógica me dice que debo estarlo, incluso cuando me mentiste. Y ahora que ambos sabemos que no lo estoy, ¿sólo vas a ignorarlo? —Está llorando, pero el acerado borde en su voz es de ira—. Sólo por una vez, Tarver, sólo por una vez, desearía que pudieras ver lo que veo. Dice las palabras como una bruja en una antigua historia, lanzándome una maldición. Aparto la mirada, observando las ruinas debajo de nosotros. —Lo siento, Lilac. No veo lo que tú ves. Sólo sé cómo hacer que sigamos adelante. Soy sólo un soldado. Una vez que salgamos de este lugar, nunca tendrás que verme de nuevo. Pero no puedo forzarme a ver lo que tú ves. Comienza a levantarse, lenta y dolorosamente y si las miradas mataran, estaría muerto y enterrado. —Espero que un día seas forzado a creer en algo donde no tengas ninguna prueba. —Su voz suena tensa como un alambre—. Y espero que alguien por quien te preocupes se ría en tu rostro por ello. Camina a lo largo de la montaña y me pregunto cuál de sus sofisticados tutores le enseño esto —la habilidad de hacer una salida sin un puerta para cerrar bruscamente, moviéndose a través de la nieve con su espalda derecha en un signo de furiosa indignación. —No estoy riéndome de ti —susurro. Ajusto la bolsa y comienzo a bajar por la montaña detrás de ella. Ha aprendido una o dos cosas sobre dirigir en el tiempo que ha pasado siguiéndome y va bien al principio, aunque eventualmente comienza a desacelerar debido al cansancio. Casi puedo ver a mi yo más joven en ella, marchando, tratando de seguirle el ritmo a su hermano mayor mientras caminamos cerca de la casa. Pienso en mis padres y mi garganta se cierra mientras imagino nuestra cabaña. Mi santuario, el lugar que siempre es seguro. No importa cuánto trato de concentrarme en lo que es real, lo que está frente a nosotros, no puedo evitar pensar en casa. El camino —tal vez es un camino, de todas formas— que estamos siguiendo gira alrededor de la montaña. Mientras limpiamos un afloramiento y un apartado valle se hace visible abajo, la cabeza de Lilac se alza de golpe. Respira profundamente, sus ojos ampliándose. Entonces ha desaparecido, acabado, y está en silencio de nuevo mientras se gira para comenzar a bordear una roca. Lanza una última mirada sobre su hombro, como si lo que sea que fuera, fuese mucho más


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—Como un miembro de las fuerzas militares, ha sido entrenado para soportar cierto grado de shock. —Si no lo estuviéramos, no creo que habríamos durado tanto en el frente. —¿En algún momento mientras se encontraban en la superficie del planeta, su entrenamiento…‖flaqueo? —No estoy seguro de haber entendido lo que está preguntando. —¿Alguna vez experimentó algún efecto secundario al estar expuesto a tales condiciones? —Creo que perdí algo de peso. —Comandante, ¿alguna vez experimentó algún efecto secundario psicológico? —No. Como dijo, estamos entrenados para no dejar que ese tipo de cosas sucedan. Soy tan sólido como una roca, e igual de denso.

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preferible que nuestra realidad. Al mismo tiempo en que comienza a temblar, mete los dedos en sus bolsillos. Otra visión. Una ola de mareo corre a través de mí, como una reacción de simpatía —tenso la mandíbula antes de que mis propios dientes comiencen a castañear. Al menos sabe cuál es la diferencia ahora. Ignoro la parte de mi cerebro que me señala que si supiera cuál es la diferencia entre las visiones y la realidad no estaría así de loca. Sigo su mirada y miro fijamente el valle debajo de nosotros. Me siento como si el aire hubiera sido sacado a empellones de mis pulmones. Estoy jadeando, aferrándome al poco aire por algo que me respalde. Hay una cabaña en el valle. La cabaña de mis padres. Está allí —con las paredes blancas, el rico púrpura de las Lilacs, el curvo camino y las rojas flores en el campo detrás de ella. Hay un apenas visible hilillo de humo que sale de la chimenea, la oscura mancha a un lado debe ser el huerto de mi madre. El camino se abre paso fuera del valle, desapareciendo en la distancia, a través de las colinas, hacia las ruinas. Es perfecta, hasta el último detalle. Es mi casa. Realmente no está allí. Puedo escuchar su voz en mi cabeza. Sólo por una vez, desearía que pudieras ver lo que veo. Siento su presencia junto a mí y estira su brazo para deslizar sigilosamente su mano en la mía. No es hasta que sus dedos se entrelazan con los míos que noto que estoy temblando violentamente. Estoy volviéndome loco.


Lilac

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Nunca extiendas la mano hacia un hombre que se está ahogando. Vi eso en un especial en el HV una vez. Si lo haces, te agarran y tiran de ti en su pánico, y sin esperanza, terminan ambos siendo arrastrados en la misma tumba de agua. Pero no me importa. Me acerco un paso a él y deslizo mi mano dentro de la suya. Sus dedos se aprietan alrededor de los míos con una fuerza nacida de la desesperación. Cuál de nosotros está temblando más, no puedo decirlo, pero en donde nuestras manos están unidas, somos más estables. Se está ahogando. Y yo me ahogaré con él. Pasa un largo tiempo antes de que hable. —No‖ puedo…‖ —Se interrumpe, con la voz quebrada. Sus ojos se cierran contra la visión de su familia en su hogar en el valle. Una visión que ambos podemos ver. La cabaña se ve justo como lo hacía en la foto. Sé por experiencia que se sentirá mareado, desorientado, con gusto a metal, y la sensación del tacto de unas telarañas en su rostro. Sé por experiencia que pensará que está loco. Mis propios oídos están zumbado, mi cuerpo temblando, pero lo empujo a un lado y me obligo a centrarme. Él me necesita. —Estoy agotado —continúa—. He tenido entrenamiento en este campo. Cuando‖est{s‖lo‖suficientemente‖cansado,‖tu‖mente‖puede… Piensa que está alucinando. Tal vez será más fácil si piensa eso. Le doy un apretón a su mano, envolviendo la otra alrededor de su brazo. —Debes descansar, tomar algo de agua. Me sentaré contigo. Asiente, los ojos abiertos de par en par y fijos en la casa de más abajo, luciendo como un hombre hambriento miraría un banquete. Me deja tirar de la mochila de sus hombros, sin protestar mientras tiro de él hacia abajo para sentarle en el borde del acantilado, con el rostro demacrado y tenso. Nunca le he visto asustado.

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Traducido por CrisCras Corregido por Sofía Belikov


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Podría ser petulante. Podría restregarle el hecho de que no tiene otra opción ahora más que creerme. Hace tiempo, no habría dudado. Pero ahora, una mirada a él es suficiente para matar ese deseo. No se lo merece. Y sé lo que se siente cuando crees que te estás volviendo loco. Me siento a su lado, en silencio, esperando. Este no es como el silencio de los pasados dos días. Por una vez, es simplemente que no hay nada que decir, no que no haya manera de decirlo. Había querido que él viera lo que veo —pero ahora desearía poder verlo sólo yo. —No sé qué hacer. —La voz de Tarver, áspera por la emoción y el agotamiento, se escurre entre el silencio. Recurro a mi voz más firme. —Yo sí. Nos detendremos durante el día aquí y descansarás un poco. Puedo hacer un campamento, te he visto hacerlo suficientes veces. Cenaremos algo y dormiremos, y por la mañana nos dirigiremos a los restos del naufragio. Seguiremos adelante y descubriremos una forma de salir de este planeta, así puedes ir a casa de verdad. Tarver solamente traga, los músculos de su mandíbula destacando brevemente mientras la aprieta. Deja ir mi mano y se pasa los dedos por el cabello de forma rápida con un movimiento desigual. Sofoco el impulso de tocarlo de nuevo y me pongo a trabajar en silencio. No hago nada tan bien como lo haría él. Todavía estoy temblando por los efectos secundarios de la visión, todavía luchando contra lo mareos y las náuseas. La cabaña todavía es la visión más vívida y de más larga duración —y los efectos secundarios son peores. El fuego arde peligrosamente bajo porque no pude encontrar mucho combustible, y la cama no es nada cómoda. Saco la comida que tenemos que no requiere cocerla, ya que perdimos nuestra cazuela. Cena fría, nieve derretida fría, y va a ser una noche fría sin mantas. Pero si tenemos una noche en la que nada sale bien, al menos será una noche en la que no tiene que ser responsable de todo. —Tú también lo ves, ¿verdad? Su voz después de un silencio tan largo me hace saltar. Cuando lo miro, todavía está mirando el valle. La casa se ha desvanecido, brillando como una imagen secundaria mientras el sol se retira detrás de las crestas de las montañas. Es una hermosa vista, incluso más de lo que sugiere la foto de su mochila. Me habría encantado verlo de verdad. Recojo lo que he sacado para cenar y vuelvo al lado de Tarver. —¿La casa de tus padres? —Entonces no es una locura. No sé qué es, pero si estamos viendo lo mismo, no estoy loco. Y tampoco tú.


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Por un momento tengo tantas ganas de decirle que he estado diciéndole eso todo el tiempo. Pero simplemente asiento, y me dejo caer a su lado para sentarme a unos pocos centímetros de distancia. —¿Quieres algo de comer? —Le ofrezco la mitad más grande de una barra de racionamiento y unas pocas de las hierbas que saben bien crudas. Sólo nos quedan dos barras de racionamiento. Finalmente, aparta la mirada de la visión y parpadea hacia mí. Sus pupilas son enormes —de repente puedo ver lo que le hace mirarme cómo lo hace, como si estuviera loca. Permanece callado mientras toma unos pocos bocados de la barrita de racionamiento, y nos sentamos en silencio con la comodidad de la familiaridad. Cuando habla otra vez, su voz es suave. —Tenemos que lidiar con un montón de chiflados que acusan a los militares de jugar con el control mental, la telepatía. Como cadetes, todos bromeábamos sobre ello, que el jefe estaba dentro de nuestras cabezas, diciéndonos que mantuviéramos nuestras literas más ordenadas. Pero tal vez no es una broma. Tal vez este lugar es un experimento —algo en el aire o en el agua que nos hace ver cosas. Algo artificial, una conexión psicológica. Después de días de silencio con sólo mis pensamientos como compañía, tengo más que unas pocas ideas sobre lo que estamos viendo. Y no creo que sea tan simple. Pero oírle intentar resolverlo, sin sugerir que simplemente estoy loca, es tal alivio que casi no quiero contradecirle. —¿Pero qué pasa con el derrumbamiento? Ninguno de nosotros pudo haber sabido que iba a pasar. —Más de una vez me he movido desde un punto que explotó un segundo después. Tal vez lo sabías, inconscientemente. Pero no suena convencido. —¿Puedo compartir una teoría? —He sabido que esto no era una obsesión desde el derrumbe —y ahora que Tarver también está viéndolo, no puedo descartar los pensamientos que siguen viniendo a mí. —Por supuesto. Ahora me maldigo a mí misma. Va a pensar que estoy loca otra vez. Pero cuando no respondo al instante, se da la vuelta para mirarme como si me viera por primera vez. —Creo…‖ que‖ hay‖ algo‖ aquí.‖ —Me lamo los labios, ansiosa, tratando de articularlo—. Vida. En este planeta. Sus cejas se fruncen. Escéptico. Pero no me está llamando loca, todavía. — ¿Como el gato? No hay forma de que esa cosa pertenezca a este sitio. —No. Quiero decir, vida inteligente. Tal vez incluso algo que estaba aquí antes de la terraformación. Si fueran sólo las visiones, quizás podría ser algún tipo de alucinación compartida. ¿Pero el derrumbamiento? Ninguno de nosotros podía haberlo sabido. Creo que algo está vigilándonos. —Las solas palabras causan un


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estremecimiento en mi columna, y veo sus labios temblar como si quisiera desecharlo. Me apresuro a hablar antes de que él pueda—: Hay susurros, todo el mundo lo sabe. Incluso si nadie ha demostrado nunca nada, siempre hay historias sobre lo que hay más allá de los confines del espacio explorado. Incluso en Corinth, nosotros los oímos. Las corporaciones que construyeron este lugar deben de haberlo abandonado por una razón. Algo tuvo que ahuyentarlos. Parece menos escéptico y más reflexivo ahora, mirándome —por la forma en que me mira, ni siquiera estoy segura de que esté escuchando lo que digo. La impresión de ver a sus padres debe de haber sido peor de lo que pensaba. Se aclara la garganta. —¿No crees que si una corporación hubiera descubierto vida inteligente aquí habría salido en todos los noticieros? —A menos que lo estén manteniendo escondido por alguna razón. —Trato de no pensar en mi padre, en las habitaciones bajo salas aisladas, servidores secretos y núcleos de datos. Le preguntaba por ellas a menudo cuando era niña, pero él siempre se las arreglaba para distraerme con un regalo o una historia, hasta que en algún momento ya ni siquiera sentía curiosidad —sus secretos era sólo una parte de lo que era. Seguramente no era el único ejecutivo corporativo que mantiene ciertas cosas escondidas de la vista del público. —¿Crees que los militares son los únicos que mantienen secretos? — pregunta Tarver. Tomo una profunda respiración. —Soñé, justo antes del derrumbamiento, que alguien a quien no podía ver me susurraba, advirtiéndome. Cuando me desperté, ese alguien todavía estaba allí, susurrando, pero no podía entender las palabras. Es como si ellos —quién quiera que sean— estuvieran intentando hablar con nosotros, pero no saben cómo. Sacan cosas de nuestras mentes, las cosas que más nos duelen. Creí que me estaba obsesionando, pero si están viendo mis pensamientos, entonces saben cómo de rota estoy respecto a las personas que murieron en esa cápsula. Tal vez era la única manera que conocían para empezar una conversación, recoger lo que tanto estaba reproduciéndose en mi mente. Y tal vez esto, la casa de tus padres, es para ti. El silencio sigue a mi charla, mi corazón latiendo con fuerza mientras trato de recuperar el aliento. Sé que volverá a pensar que estoy loca. En cualquier momento abrirá la boca y rechazará lo que digo como siempre. Pero en lugar de eso, simplemente dice suavemente—: Si esos susurros estaban tratando de herirme, se las han arreglado bastante bien. Nos sentamos en silencio durante un rato. Puedo sentir el calor de Tarver a mi lado, a un dedo de distancia. A pesar del consuelo de su presencia, mi piel hormiguea con la inconfundible sensación de que estamos siendo observados. No


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le pregunto si también lo siente —la tensión de su cuerpo lo dice con suficiente claridad. Los susurros están allí afuera, y aunque están callados ahora, los dos sabemos que no estamos solos. Después de un rato se pone de pie y me ofrece una mano, y hacemos nuestro camino de regreso a la fogata. Añado algunos de los escasos restos de madera muerta que fui capaz de reunir, y nos sentamos. Pone su brazo alrededor de mis hombros, animándome a recostarme contra él. La distancia que había crecido entre nosotros se ha desvanecido, y estoy más que dispuesta a consentirlo. Nos hundimos en el silencio juntos. Mis parpados están cerrándose cuando su voz, apenas más que un murmullo contra mi mejilla, me despierta. —No deberías sentirte culpable por la gente de la cápsula. Había muchas cápsulas para todo el mundo. No tenías forma de saber lo que iba a suceder. —Tal vez tienes razón —digo, con el pecho comprimido, pero tal vez no tan apretado como antes—. Pero la nuestra es la única que sobrevivió. —Bueno, si es la única o no, me alegro de haber terminado en la misma que tú. Resoplo, un sonido que nunca solía hacer. —Comandante, por favor. Reconozco una pura y simple invención cuando la oigo. Soy la última persona que querrías tener aquí contigo. —Piénselo de nuevo, Señorita LaRoux. —Su voz es tranquila, sincera. Lo conozco lo suficientemente bien como para reconocer cuándo está mintiendo, y no lo está—. Si no hubieras estado en esa cápsula de escape cuando se quedó atascada, no estaría aquí en absoluto. Se mueve, lo que me hace levantar la cabeza, y le encuentro mirándome, su cara a sólo un centímetro de mí. Siento que mi cara comienza a arder, y aparto la mirada primero. Sólo puedo esperar que él achaque el enrojecimiento al calor del fuego. —Si solamente Swann estuviera aquí —digo rápidamente—. Ella habría matado a esa cosa gatuna con sus manos desnudas. O Simon, él es el que me enseñó‖acerca‖de‖la‖electrónica,‖él‖era…‖—Mi voz se corta. No creo que haya dicho su nombre en voz alta en casi dos años—. Era un chico que conocía. —Termino sin convicción. Todavía puedo sentir sus ojos sobre mí. —Creo que me quedaré con la chica que conozco, gracias. Por ahora, el sol ha desaparecido y las estrellas han salido, una dispersión de la luz a través del cielo. Fijo mis ojos en ellos, agradecida por algo que mirar que no sea el soldado con un brazo alrededor de mí. Nunca me di cuenta de lo familiares que pueden parecer las estrellas hasta ahora.


—Si es cierto, entonces sabemos que no estamos locos —digo, manteniendo los ojos en el cielo. —Y si es verdad, sabemos que no estamos solos. —Él, sin embargo, suena más preocupado que aliviado. —Los susurros no nos han hecho daño hasta ahora. Simplemente creo que no saben cómo llegar a nosotros excepto mostrándonos lo que hay en nuestros pensamientos. —Si están intentando comunicarse —murmura Tarver, curvando su mano alrededor de mi brazo, lo suficientemente posesivo como para hacer que mi rostro siga ardiendo—, entonces la pregunta es, ¿qué están tratando de decir?

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—Esta botella de agua que me dio está vacía. —En efecto. Enviaré a por otra. Mientras tanto, ¿cuáles eran sus objetivos cuando llegaron al lugar del accidente? —Suministros. Seguridad. —¿Rescate? —No habíamos visto ni una sola nave. No confiaba en un rescate. —¿Habló de esto con la Señorita LaRoux? —No. Estábamos cansados. Nos concentramos en lo básico. —¿Qué era lo básico? —Estábamos casi sin comida, y ella estaba deseosa de encontrar ropa para cambiarse.


Tarver

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Por la mañana, el silencio entre nosotros es amable, roto por nuestro soplo y jadeos mientras bajamos por la montaña repleta de nieve con nuestra respiración mezclándose y nublando el aire. Mi garganta está áspera y mi boca seca; toma mucha energía derretir la nieve en nuestras bocas, y el frio deja nuestros estómagos acalambrados. La cantimplora está en la vanguardia de mi mente. Perder el Gleidel hubiera sido menos que un golpe. Me introduzco apretándome a través de un espacio entre dos rocas, y antes de voltearme para ayudar a Lilac, y bajo la mirada para asegurarme que mis pies estén bien establecidos: y ahí está. Una cantimplora militar. Está en perfecto estado, los lados color caqui y sin marcas. Como si hubiera salido lista de producción. Me agacho, casi esperando que mi mano pase a través de ellas, pero mis dedos tocan el sólido metal; es real. Cuando lo volteo, mi estómago tambalea. Mis iniciales están ahí, grabadas por mi propia mano, imposible de volver a crear, y sin embargo, la melladura y marcas se han borrado. La cantimplora está perfecto como el día que la obtuve. Saco el tapón, y ahí está el sistema de filtración justo en su lugar, agua limpia debajo. Un escalofrío comienza entre mi hombro y baja por mi columna vertebral. Dejamos mi cantimplora detrás de la cueva, bajo una roca y nieve. Y ahora, como si la volvimos a la existencia, aquí yace un repuesto directamente en nuestro camino. No, no solo un repuesto: es la misma cantimplora. —¿Tarver? —Es Lilac, tratando de mirar más allá de mí a lo que me detuvo. Me hago a un lado para dejarle ver, pero le toma un tiempo darse cuenta de la cantimplora. Cuando lo hace, sus ojos azules se abren, y casi cae el resto del camino a través espacio. Envuelvo ambos brazos a su alrededor. Nos detenemos por un momento con ella presionada contra mí, aun quietos.

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Traducido por Valentine Fitzgerald Corregido por Gaz Holt


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—Lo estás tocando —dice, presionando un dedo contra la cantimplora—. Tarver, es sólido, no es una visión. —Es el mío, pero nuevo. —Lo volteo para mostrarle las iniciales, y su respiración queda atrapada. —¿Cómo?‖ No…‖ todos‖ esos‖ soldados‖ a‖ bordo.‖ Alguien‖ fue‖ obligado‖ a‖ compartir tus iniciales. Es una coincidencia. Estoy a punto de aclarar que no hay manera que la cantimplora terminase aquí, en nuestro‖ camino,‖ si‖ fue‖ tirada‖ de‖ los‖ escombros…‖ pero‖ entonces‖ veo‖ su‖ rostro, y las palabras mueren. Ella sabe. Pero ninguno de los dos quiere decir algo lo que está en nuestras mentes. Hay susurros que son capaces de más que solo visiones o presentimientos. ¿Qué más pueden hacer? Pruebo el agua: dulce, fresca, limpia. Cada uno bebe, agradecidos que no sea nieve, frio y goteando por nuestros rostros a medida que tragamos. Cuando Lilac termina, sostiene la cantimplora en sus manos, mirándola. Sigue pasando sus dedos por la superficie, como si cambiara en cualquier momento después de examinarla. Entonces deja caer su mano, mirando sus propios dedos. Me toma un momento, pero en el momento que encuentra mi mirada, lo entiendo. No está temblando. No es una visión. Ninguna imagen cogida de nuestras mentes y dada a nosotros por los susurros. Esto es real. Deseo que pudiera tomar esto como un signo de una amistad de estos seres, si esto es ciertamente con lo que estamos tratando. Pero a pesar que mi alivio de tener la cantimplora de nuevo, todo lo que puedo pensar es en esto: ¿Por qué trabajan tan duro para mantenernos vivos? ¿Qué quieren en realidad de nosotros? Llegamos a la ladera cubierta en la base de la montaña más tarde esa mañana, y es un inexplicable alivio de caminar a nivel del suelo de nuevo, capaz de estirar mis piernas y descansar mis músculos por un rato. Me doy cuenta que mientras caminamos por unos pocos días, me he familiarizado con este lugar: las flores silvestres que vimos en el otro lado de la montaña están perdidas, y mis ojos puedes escoger madrigueras donde puedo poner trampas después. Sin embargo, cualquier comodidad no dura mucho. Pronto recuerdo que caminamos por el cementerio. Los escombros dominan la colina. Pasamos piezas de plasteno doblado del tamaño de mi mano, y grandes, derretidos pilas de metal que está por encima de nosotros. La mayoría de los cápsulas están muy dañadas para hurgar, pero tenemos nuestra última ración de víveres. Creo que podríamos sobrevivir con las pequeñas criaturas y hierbas aquí, pero no sería tan lindo. Y entonces me arriesgo en chequear la primer cápsula intacta que vemos, el único daño mayor consiste en los


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paneles en el lado removido donde mismo había sido el Icarus. Me alivia que haya un solo un inquilino. Su cabeza cae hacia adelante y su cabello oculta su rostro cuando se sienta, quieta con el cinturón en su asiento en la misma posición que Lilac tenía en nuestra robusta cápsula de mecánico. Ella viste su ropa de dormir, un rosado sedoso envuelto en lo que sea que hay debajo. Imagino que murió en el impacto. Su cabello es castaño, no rojo, pero es muy fácil ver a Lilac ahí en cambio. Evito mirarla mientras subo a la hendidura de la cápsula y busco en unos de los compartimientos. Ahí mitad de una docena de ración de víveres. Comida por otro par de días si lo complementamos con la flora local. Cuando salgo de nuevo, Lilac no pregunta si hay alguien más dentro. Ella sabe por la mirada en mi rostro qué encontré ahí. El Icarus luce como si alguien pasó un cuchillo por el lado y la despellejó. Casi un tercio de su longitud de sus entrañas son visibles, con los marcos quemados. El camino con rastros detrás muestra por donde había sido arrastrado, esculpiendo una ranura donde podías perder un pelotón dentro. Hay un débil olor químico en el aire. —En el ejército —digo—, tomamos este proceso con precaución. Usualmente‖ es‖ el‖ código‖ para‖ “que‖ alguien‖ entre”,‖ pero‖ ya‖ que‖ somos‖ los‖ exploradores esta vez, sólo cuidémonos cautelosamente. No sabemos cuán mal está dañada la estructura dentro. No sabemos qué hará respirar esos químicos, y no tenemos los suministros médicos por si nos enfermamos. Seamos cuidadosos, ¿de acuerdo? Prueba cada paso. No hay una respuesta arrogante o mirada fría. Mira solemnemente el barco y simplemente asiente. —Podemos esquivar los daños pesados completamente. Esa es la popa; es mayormente sistema de propulsión, además de los miradores. — Una pausa. Tal vez está pensando en nuestro encuentro ahí, porque yo lo estoy haciendo. Esa fue otra vida, y éramos personas diferentes en esa época. Lo empuja, seria—. Las técnicas de arco también. Ahí es donde los comunicadores estaban. Lo que no tiene que decir es que los comunicadores claramente no están ahí ahora. El arco está desesperadamente aplastado desde el impacto. Está echando un vistazo a los restos con una mirada intensa. —La mitad del tercio del barco es —eran— pasajeros y carga. Ahí es donde posiblemente encontraremos suministros, y luce como si no hubiera sido desgarrado. La falsa luna ha estado más alta en el cielo, permaneciendo más tiempo y yéndose después. Está situada justo encima del horizonte ahora, visible incluso en la luz del día. Lilac me mira observando el horizonte y viene a mi lado. —¿Piensas que tiene algo que ver con el choque?


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No puedo evitar recordar el horrible inestable sentimiento cuando el Icarus trató de pasar el hiperespacio y fracasó. Atrapada por la gravedad, o por cualquier fuerza que había sido arrancada por esa dimensión en primer lugar. —Luce más que una coincidencia —respondo. La escucho sostener la respiración. —No sé si sus escuelas se hubieran enfocado en esto, pero mi padre me enseño lecciones interminables de terraformaciones y su historia. Fue el único tema que se rehusó en dejar a mis tutores; supongo que ser un pionero significa que no confías en nadie más para hacerlo bien. Antes de la primera emigración, cuando aún trataban de averiguar cómo terraformar Marte, una de las ideas de calentar lo suficiente el planeta para tener agua líquida fue la creación de un largo espejo orbital para enviar luz solar a la superficie. Mis ojos fueron de su cara a la falsa luna. —O una variedad de espejos. Creo que recuerdo algo de eso. Nunca lo intentaron, sin embargo, porque era muy impráctico, ¿verdad? Si eso es lo que pasa ahí, ¿por qué ahora? ¿Por qué este planeta? Sacude su cabeza, mirando más allá de mí. No tiene respuestas, y tampoco yo. Le doy mi espalda a la luna cuando se esconde más allá de la vista, y por la cabecera del barco. Resulta que la parte del casco que no ha sido rasgado está sellado completamente por oleadas de metal derretido que nunca tuvieron la intensión de ir a través de la atmosfera. El sellado es una buena señal, supongo —quizás todo lo de adentro está intacto—, pero eso solo importa si encontramos una manera de llegar a ella. Sostengo el Gleidel en mi mano mientras trabajamos en nuestro camino a lo largo del borde del casco roto, dos hormigas trepándose a lo largo de la base de una enorme pared de metal que se eleva hacia el cielo por encima de nosotros. No vemos ninguna señal de otros sobrevivientes. ¿Realmente podemos ser los únicos? Rodeado por el silencio absoluto del naufragio, me doy cuenta una vez más que las acciones de Lilac son la razón de que estamos vivos. Pude haber salvado su vida a la hora del monstruoso gato, y yo podría haberla llevado tan lejos, pero ninguno de nosotros estaría aquí si no hubiera encontrado una manera de arrancarnos lejos del Icarus. No puedo dejar de mirarla mientras caminamos, dividido mi atención entre lo que nos rodea y la chica a mi lado. Al verla en todas sus galas a bordo del buque, ¿pude haberla imaginado alguna vez así? ¿Envuelta en un traje de mecánico manchado de tierra, arruinado su vestido que metió adentro y el cabello recogido hacia atrás con un pedazo de cuerda sucia? Es Lilac quien se encuentra en la línea de falla que nos deja entrar. Una lámina de metal se ha abrochado lejos de la pared intacta en una fracción,


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remaches mostrándose, sólo oscuridad dentro. No hablamos mientras nos ponemos a trabajar, alineándolo al lado del otro para apoderarse de ello y hacia atrás, los músculos esforzándose por doblarlo y hacer el agujero un poco más grande. Me siento como diciéndole que se tome un descanso, pero cuando miro hacia ella, está frunciendo el ceño y cuadrando su mandíbula determinada. Tal vez no es tan débil como yo pensaba —y tal vez no soy tan fuerte como cuando aterrizamos. Un instante después de que termine ese pensamiento, cortes de dolor al rojo vivo a través de mi mano, y salto, tropezando detrás de la chapa y azotando mi mano libre. El metal se devuelve a su sitio y Lilac casi consigue sus propios dedos atrapados. Debería haber estado concentrando, atendiendo a mi propio consejo. Ahora hay una línea roja enojada por mi palma, y un momento después hay sangre, secreción, a continuación, fluyendo libremente. —¿Tarver,‖ est{s…?‖ Oh.‖ —Maldice con admiración, luego se vuelve serio, tirando del paquete de mi hombro y bajándolo al suelo para indagar en nuestro patético primer botiquín. Todo lo que puedo hacer es levantar mi mano sangrienta en la cima de mi cabeza, y usar mi mano libre para sacudir la muñeca, intentando de igualar el flujo de la sangre, pero es profundo. Puedo ya decirlo. —¿Dónde aprendió a decir eso, Señorita LaRouss? —Intento mantener mi voz ligera. —Sólo espere hasta que sea mi padre preguntando eso, Comandante. —Saca el pequeño botiquín y comienza a descomprimir—. Entonces sabrá cuál es el verdadero problema. Venga aquí, trataré de vendarlo. —Planeo estar lejos antes que surja el tema. —Cautelosamente me arrodillo—. Seré exiliado a alguna colonia lejos para pelear con los rebeldes en castigo por poner los ojos en su hija. —Mantén tus ojos en ti mismo. —La herida está sangrando ahora, y lo faja con una de nuestras vendas con nuestra malla para presionarla contra mi palma, luego lo tira con otra venda. Me estremezco cuando el dolor empieza a aparecer correctamente, quemando por todo mi brazo. —Bebé —bromea, amarrando la venda alrededor de mi palma. No obstante, a pesar de sus esfuerzos, la sangre comienza a mostrarse a través de los vendajes mientras aun empaca en botiquín de primeros auxilios casi vacío. Resulta que hemos doblado el metal lo suficiente para que quepa, y espero impacientemente cuando se voltea a un lado y se retuerce, empujándose centímetro a centímetro en la oscuridad. —Sigue chequeando si puedes moverte hacia atrás —digo, en cuclillas para tratar tener un mejor vistazo de su proceso—. No quieres quedarte estancada. Y comprueba con tus dedos antes de tomar algo.


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Sus piernas desaparecen, y contengo la respiración, esperando. Mi corazón golpetea fuerte en mi pecho. Hay un sonido metálico, y el metal tiembla debajo de ella cuando patea desde adentro, luego patea nuevamente. Se curva más fácilmente con fuerza en esa dirección, y una vez que el orificio es lo suficiente grande, me arrastro detrás de ella. El aire dentro del barco es frío, pero huele bien. No es tan oscuro como temía; pequeños aberturas dejan entrar la luz solar, sin embargo, no será mejor una vez que vayamos más dentro. Mantengo mi mano pegada a mi cuerpo, esperando que la sangre se calme. —Deberíamos estar en el área de almacenamiento. —Su voz me sobresalta— . Cargas, equipaje tal vez. Algunos servicios también. —Hubo una gran cantidad de tropas a bordo. Me gustaría encontrar algunas raciones. Saben como cartón, pero son nutricionalmente completas y lo serán por siempre. —Me siento morder mi lengua tan pronto como termino. He tratado tan duro de no mencionar la posibilidad de que por siempre es la cantidad de tiempo que estaremos estancados aquí. —Hay un pasillo más allá. —Desaparece de mi vista otra vez, y luego me doy cuenta que su cuerpo bloqueaba la luz cuando salió del conducto que estábamos y en un pasaje. Está inclinada en un ángulo de cuarenta y cinco, pero podemos mantener nuestra posición si somos cuidadosos. Sostengo abierto el paquete así ella puede tomar una linterna, y de repente podemos ver. Las primeras dos puertas que intentamos están atoradas por la deformación del barco, pero la tercera se abre. La habitación está llena de cajones que han sido arruinados y derrumbados, y montones de sistemas de circuitos en el suelo. Inservibles. Lilac empuja la otra puerta, y trato con al otro lado del pasillo. —No sirve —dice cuando abro la puerta. Dentro hay pilas de género por todos lados, sabanas y ropa esparcidas por un lado de la habitación, todas juntas donde cayeron. He sido golpeado por la veta madre. Tiene que ser una lavandería. No sé si las cosas de aquí están limpias o no, pero están más limpias que nosotros. —¿Recuerdas ese comportamiento de dama tuyo? —Suelto, dejándola oír el sonido de mi sonrisa en mi voz—. Este es el momento para eso. No empujar, gritar, o… Ya no puedo más. Escuchó el cambio en mi voz y cruza el pasillo en un santiamén. Toma sólo un momento en estar boquiabierta, luego me empuja para pasarme y dirigirse a la montaña de ropa, riendo. —Tarver, Tarver.‖ Hay…‖ ¿puedes‖ verlos‖ todos?‖ —Recorre la linterna por la ropa, revelando prendas de distintos colores.


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Tenía la mitad de la boca abierta para responder cuando comienza a bajar la cremallera del traje de mecánico, y entonces mi boca cae abierta completamente. Está oscuro dentro de la habitación, pero hecho un vistazo rápido a su pálida piel bajo los restos de su vestido antes de recordarme, y decido tomar un largo, fuerte vistazo a mis botas. A juzgar por los sonidos del otro lado de la habitación, ella olvidó que existo. El traje de mecánico debió haber sido realmente incómodo, incluso usándolo sobre un vestido si está tan entusiasmada sacándoselo cuando estoy parado aquí. —Hay vestidos —susurra, y capto un movimiento en la esquina de mi visión. Oh, Dios, vamos. Es un traje de mecánico y el arruinado vestido verde yace derramado por el suelo lejos de ella. Así qué, ¿qué se supone que está usando ahora? No dijo que no podía echar un vistazo. —No mires —me advierte, como si acabase de leer mi mente. Maldita sea. Me volteo y levanto la palma para examinar en una pequeña franja de luz que pasa cerca de la puerta. Los vendajes están rojos, y late al mismo ritmo de mi pulso. Deseo que se detenga. La herida en sí no es nada, y he tenido peores en terreno, pero nunca sin ninguna esperanza de sanar o satura. Tendrá que estar bien. —Hay sábanas, podemos hacer una sábana. Una cama apropiada, imagino. No sabremos qué hacer con ella. —Ríe mientras habla. Oh, créame, Señorita LaRoux. Sé qué hacer con ella. Puedo pensar en una larga lista de cosas, si gusta. —Puedes voltearte ahora. Me vuelvo lentamente, seguro de que veré su vestido con algo de volantes e impráctico, pero no puedo hacer nada porque ella tiene la linterna señalándome. Luego cambia el ángulo de la luz para que pueda verla, y me encuentro mirándola. Ella escogió un par de jeans y una camisa azul claro, y allí de pie descalza con su pelo tirado hacia atrás de su cara, pecas espolvoreando en su nariz y mejillas, se ve perfecta. Se no se ve nada como una princesa, pero es exactamente como una chica de casa. Sonríe y muestra sus hoyuelos, y mis palabras se atascan en mi garganta. Ella parece tomar mi boca abierta silenciosa como una aprobación, y las manos sobre la linterna, cortésmente volviéndose hacia la puerta de entrada para que pueda elegir algo de ropa para mí. Me reserve un pensamiento para el hombre cuyo uniforme encontré, pero me siento más cómodo en color caqui, y él era de mi tamaño. Encuentro un nuevo par de pantalones y una camiseta y la facilidad en tanto usando una mano, y luego la llamo para que podamos recoger algunas piezas de repuesto y capas extra.


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Le muestro cómo romper una hoja para hacer vendajes —no puedo usar mi mano por muchas cosas, ahora—, y hacemos un mejor vestidor para mi herida. Trabaja con cuidado, usando una funda de almohada para limpiar la sangre fuera, entonces vaciando lo que queda de la pequeña botella de antiséptico sobre mi palma. Lo hemos estado utilizando en la mayor parte de los rasguños y raspaduras, y ahora me estoy lamentando. Una vez terminado, pone otra almohadilla suavemente contra la herida, luego cubre mi mano en vendajes, así que mis dedos se asoman por la parte superior. Llenamos el comedor de uno de los tanques de agua en la lavandería, a continuación, encontramos grandes bolsas blancas y los llenamos a reventar de ropa de repuesto y una pila de hojas que componen nuestra cama, llevando uno por cada uno mientras hacemos nuestro camino de regreso al pasillo. —¿Tenemos suficiente cena para esta noche? —pregunta—. Supongo que comeremos lo que encontraste en la cápsulas, después podemos dormir. Se está haciendo tarde. Sigo su mirada y me doy cuenta que tiene razón: la luz del día que entraba por las grietas del barco están desvaneciéndose. Debí haber sido el que notara eso. Va hacia la puerta para tomar su bolso de ropa sucia, pero llevé la luz de la linterna donde había cambiado su vestido. —¿Quiere que tome su vestido? Sus ojos siguen la luz hasta la pila de sucio satín verde. La esquina de su boca se eleva en una sonrisa derrocada, y luego niega energéticamente. —Déjalo ahí —decide, dándole la espalda a lo que ahora es parte de su vida pasada. Empujamos y tomamos nuestros bolsos de ropa sucia a través del conducto una vez más y encontramos un lugar para acampar en un socaire de una gran y doblada pedazo de metal afuera. Hay un arroyo cerca, y si los escombros han contaminado el agua, el filtro de la cantimplora debería hacerse cargo de ello. No hemos visto ninguna señal de alguna alma viviente, pero cavamos una fogata más profunda de todos modos, tratando en vano de mantener mi mano limpia. Aun palpita. Lilac se entretiene improvisando una cama, cubriéndolo con la pila de ropa, luego con las sabanas. Después de un momento de consideración, introduce unas piezas a los blancos bolsos de ropa sucia y nos hace unas almohadas. No tenemos tanto combustible —llevamos un poco, y encontramos casi un poco más—, pero es suficiente para calentar la cantimplora de agua y hacernos un poco de sopa, y ayuda que las raciones de víveres dure un poco más. Hablamos de las cosas que queremos salvar del barco: suministros medicinales, comida, ropa cálida, incluso una olla; y estudiamos las siluetas de los restos frente a las estrellas. Me pregunto si podemos subir para mirar mejor el terreno a nuestro alrededor.


Lilac cae dormida con su cabeza en mi hombro, y cuidadosamente nos arropo con las sabanas, tratando de no usar más de dos dedos. No hay señal de los susurros. No puedo evitar preguntarme qué quiere decir. Para llegar al naufragio, ¿hemos hecho todo lo que nos han tratado de decir? ¿O aún están esperando, observándonos? No entiendo —o confío— en sus intenciones. Supongo que algo les impide llegar a nosotros. Quizás ahora estamos por nuestra cuenta.

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—¿Las partes importantes del barco estaban intactas? —Ya tienen las fotos de reconocimiento. —Estoy haciendo una pregunta, Comandante. —Está haciendo preguntas que sabe cuáles son las respuestas. ¿Hay un propósito con eso? —¿Hay un propósito para su resistencia a cooperar? —Estoy cooperando. ¿El agua vendrá pronto? —El barco. ¿Las artes importantes de él estaban intactas? —Las partes no fueron incinerados, pero no podría decir que estaban intactos. —¿Condujo el rescate sin ningún incidente? —Corté mi mano. Eso fue tan emocionante como tenerla.


Lilac

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Explorar la nave es una tarea que adormece la mente. A pesar de que una gran porción de ella se perdió durante su descenso o fue aplastada por el impacto, originalmente era lo suficientemente grande como para contener a cincuenta mil personas, con espacio de sobra. Recorrer sólo una fracción de la misma tomará varios días. En algunas habitaciones encontramos suministros útiles, también hay decenas en donde todo está roto, o fueron arrasadas por el incendio, dejando sólo plástico marchito y cosas imposibles de identificar. Tarver ha estado escondiendo su mano de mí. Al principio, supuse que me estaba protegiendo del hecho de que no es invencible, por temor a que me cayera a pedazos. Pero la mañana del segundo día, sé que algo está mal. Su cara es de color blanco, con manchas de color rojo en ambas mejillas, y sus ojos tardan más en enfocarse de lo que deberían. Está demasiado tranquilo. Se mueve lentamente. Ni siquiera hace un comentario ahora, cuando me dirijo a él con su propio lenguaje grosero. Solo gruñe y se mantiene en movimiento. Tomamos el almuerzo en el interior de la nave, sentados en un gabinete volcado, en lo que alguna vez fue una oficina administrativa de algún tipo. No hay luz, y podemos ver solo con la ayuda de una linterna. Me da las dos terceras partes de su la ración. Se la devuelvo y niega con la cabeza, apoyando los codos en las rodillas y dejando caer su cabeza entre ellas. —Tarver —digo con cautela—. Tal vez deberíamos tomar un día de descanso. Las raciones son pocas, pero no tanto como para que no podemos postergar la búsqueda de alimentos un poco. Sacude la cabeza otra vez, sin molestarse en levantarla. —Como hicimos en los llanos, cuando yo necesité un descanso. Nos tomaremos medio día. Esta vez sí levanta la cabeza, y sus ojos vagan antes de descansar sobre mí.

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Traducido por florbarbero Corregido por Niki


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—No. Necesitamos que seguir adelante. —Tarver. —Esta vez mi voz es más firme. No creo que lo pueda intimidar, pero tengo que intentarlo—. Claramente necesitas descansar. Debemos tomar un descanso, y voy a ir a buscar algunas de las hierbas que me mostraste en los llanos, y vamos a comerlas para estirar nuestro suministro de alimentos. No responde, pero puedo decir por lo apretada que está su mandíbula que está decidido a seguir adelante. Entonces los dedos de su mano derecha tiran del vendaje sucio que cubre su mano izquierda, y de pronto me golpea la realidad. No son las tiendas de alimentos por lo que está desesperado. Tiene que encontrar la enfermería. Necesita medicamentos. Miro su mano de nuevo. Cuelga inútilmente de su muñeca, con los dedos hinchados y rígidos. El color en sus mejillas es visible en la penumbra, y pese al aire frío, está sudando. —Vuelve. —Estoy hablando rápido, manejada por el miedo al rojo vivo—. Tarver, vuelve al campamento en estos momentos. Ve a la cama. Esto provoca su primera sonrisa en horas. —Suenas como mi madre. Por una vez, no estoy de humor para sus bromas. —Lo digo en serio. Muévete, soldado. —Aunque no puedo inyectar ese tono similar a los ladridos que él emplea cuando está tratando de ponerme en acción, espero que las palabras sean suficientes. Me observa, con los ojos hundidos, y luego aprieta su mandíbula mientras desvía su mirada de nuevo. —No te voy a dejar deambulando aquí sola. Si te lastimas, no habrá nadie para ayudarte. Tomaría años encontrarte, si es que alguna vez lo hago. Me levanto y me arrodillo en el suelo delante de él, girando su cara hacia la mía y obligándolo a mirarme a los ojos. —Y yo no voy a dejar que te dé una infección porque eres demasiado estúpido para cuidar de ti mismo. Tendré cuidado. Tuerce su boca, como un niño que se niega a tomar su medicina. Conoce que mis posibilidades de hacer algún progreso estando sola son escasas. Si no estuviera aquí habría muerto como cualquiera de las miles de personas que han muerto ya en este planeta olvidado por Dios. Y entonces supe cómo convencerlo. —Si te mueres —susurro, mirándolo a los ojos—, yo también lo haré. En el momento en que regreso desde la nave al campamento, la noche ha caído, y Tarver solo está medio consciente. No pasó mucho tiempo para que encontrara uno de los almacenes de alimentos —pero incluso la vista de las pastas secas, las especias y el azúcar no pudo aliviar el nudo de tensión que había en mi


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pecho. Tendría que estar aliviada —solo quedaban las últimas raciones de alimentos. Pero el hambre ya no es nuestro mayor problema. Los paquetes están marcados en la parte de atrás con la V, que es el logo de mi padre —y la letra griega lambda, por LaRoux. Mi padre y su estúpida fijación con la mitología. Me contó todas esas las viejas historias cuando era pequeña, sobre guerras de dioses y diosas, casi me imaginaba que él era uno de ellos. Todopoderoso, omnisciente. Alguien para ser adorado incondicionalmente. Pero, ¿quién nombra a una nave espacial Icarus? ¿Qué clase de hombre posee tanta arrogancia, que se atreve a dejarla volar? He dejado de esperar a que venga por mí. No hay naves que sobrevuelen el lugar del accidente. Nadie nos está buscando aquí. Sobresaltada, me doy cuenta de que a estas alturas mi padre debe pensar que estoy muerta. No hay naves de rescate, por lo que no deben saber dónde cayó el Icarus —podría haber caído en el hiperespacio en cualquier lugar de la galaxia. Él ya perdió a mi madre. He sido todo que ha tenido desde que tenía ocho años de edad. Trato de imaginarlo ahora, sabiendo que me he ido —y mi mente se queda en blanco. Me pregunto si los ingenieros que diseñaron el Icarus todavía están vivos, o si su venganza ya los ha destruido. Me estremezco, trazando la forma del logotipo con mis dedos, como lo hice en innumerables ocasiones a lo largo de mi infancia. Sería sencillo no relacionar este montón de restos retorcidos, esta fosa común, con la nave insignia de la compañía de mi padre. Hago tres viajes de vuelta al interior de la nave, en el último arrastrando una olla llena de especias y cajas de caldo en polvo. Hago fuego, caliento un poco de sopa y trato de conseguir que Tarver beba algo. Se despierta a regañadientes, y sólo después de empujarme mientras dormía. Le doy unas cucharadas de caldo antes de que se desplome de nuevo. Salgo al campamento, lista para pasar la noche, me aseguro de que el fuego no sea visible más allá de nuestro pequeño hueco, que nuestras pertenencias estén cerca, que el arma de Tarver esté a su lado, donde debe estar. Llevo un poco de agua de un arroyo cercano y utilizo tiras de hojas para limpiarle la cara y el cuello, que se sentían muy calientes. Tengo miedo de desenvolver su mano porque no tengo nada estéril con la que envolverla de nuevo otra vez, pero la piel alrededor de la venda se ve roja y dolorosa. Finalmente termino todas las tareas y me meto en la cama junto a él. Está tan caliente a pesar del frío, es incómodamente caliente bajo las mantas. Sin embargo, me deslizo cerca de él para poder sentir su latido y oler su aroma, a hierba, sudor y algo más que no puedo distinguir. Familiar, reconfortante. En su sueño, flexiona su brazos a mi alrededor, sólo un poco.


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Me despierto en la oscuridad con alguien empujándome fuera del colchón improvisado, haciéndome caer sobre el suelo duro. Mi mente tarda en despertarse, y por unos momentos solo puedo pensar en que hay otro sobreviviente y que nos ha encontrado y está tratando de ver si tenemos algo valga la pena robar. Mi corazón está bombeando adrenalina pura, cada uno de mis nervios gritan. Entonces me doy cuenta de que es Tarver, quien me apartó de un empujón. Cuando me levanto le oigo murmurar algo para sí mismo, y mi corazón salta. Está despierto. Sin duda esa es una buena señal. El cielo está parcialmente nublado, bloqueando la luz del espejo de luna artificial. Me arrastro hacia las brasas del fuego y tiro un par de trozos de madera muerta hasta que se enciende, dejándome ver su rostro. Mi corazón se hunde. Me está mirando, con los ojos vidriosos y salvajes y —pensaría que es imposible si no lo hubiera visto antes en el Valle, viendo su casa— con miedo. Su murmullo es ininteligible, sus labios están secos y agrietados. —¿Tarver? —Me arrastro hacia él—. Te traeré un poco de agua. Permíteme… Me acerco a su frente, para sentir su temperatura, cuando de repente soy derribada, rodando sobre el suelo, mi cabeza zumbando y palpitando. Las estrellas en el cielo se desvanecen y titubean, mi visión se nubla, y solo con un esfuerzo monumental logro recorrer mi camino de regreso a la conciencia, arrastrándome aturdida de nuevo a la posición vertical. Tarver está medio-sentado con su arma apuntando directamente a mi cara, aunque sus ojos están mirando hacia el espacio. En su cara hay una mueca mucho más feroz de la pudiera haber imaginado. El lugar donde el dorso de su mano conectó con mi mejilla late e irradia calor con cada latido de mi corazón. —¿Tarver? —Es apenas un susurro. Parpadea, y su cabeza se vuelve hacia mí. El cañón de su arma de fuego vacila y cae. Sus ojos se enfocan, y mi corazón salta. Traga y habla a través de sus labios secos. —Sarah —gruñe. —Soy yo —le digo patéticamente. Suena como si estuviera rogando. Estoy rogando—. Por favor, Tarver. Soy yo. Soy Lilac. Tu Lilac, me conoces. Gime y se desploma de nuevo, con su mano aún sosteniendo el arma. —Dios, te he echado de menos. —No he ido a ninguna parte. —Debería acercarme, sentir su temperatura de nuevo, pero no va a cambiar nada. Sé que él está ardiendo. La almohada improvisada bajo la cabeza está empapada de sudor. —Sarah, me siento fatal.


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Afiebrado, cree que soy otra chica. Su novia, tal vez —¿tiene una que lo espera en casa? Me doy cuenta de que nunca le he preguntado. —Ya lo sé —le susurro, dándome por vencida. No puedo llegar a él. La única cosa que puedo hacer es volver dentro de la nave, despejar el camino a las partes más profundas y menos intactas, y encontrar la enfermería. Murmura algo más, y me deslizo lo suficientemente cerca para quitar el arma de su control. Él ni siquiera se mueve. La meto en la parte de atrás de mis jeans, contactando con mi piel. No sé nada acerca de armas, pero sé que no puedo salir de aquí con él y arriesgarme a que me dispare en su delirio. Tomo una respiración profunda, localizo la linterna —y luego de vacilar un momento, el cuaderno de Tarver y su pluma. Tengo que hacer un mapa. Va a ser más difícil navegar por este laberinto con los pasillos drásticamente inclinados y las escaleras rotas en completa oscuridad, pero no puedo permitirme el lujo de esperar. Tarver no puede darse el lujo de esperar. Está tan delgado ahora. No lo había notado, al verlo cada segundo de cada día, pero ahora, mientras está adormecido, enrojecido y delirando, puedo ver cuán delgado está. Le cepillo el cabello húmedo de su frente. —Ya vuelvo —murmuro—. Espérame. Llama a Sarah mientras regreso a la nave, y me rompe el corazón. Me sentaría con él y sería su Sarah si pudiera, si hubiera alguien más para ir a buscar su medicina. Pero en cambio, lo dejo con sus fantasmas y desciendo a los restos de la nave, haciendo caso omiso a la voz detrás de mí que me ruega que regrese. En la oscuridad, la nave es un laberinto. En los últimos días de búsqueda solo he encontrado una entrada, por lo que cada vez que regreso tengo que volver sobre mis pasos, perdiendo tiempo precioso recorriendo los mismos caminos en ruinas. Intento por cada camino posible, y siempre termina en un piso destrozado o un callejón sin salida. Encontré la estación de emergencia de los bomberos luego de unas pocas horas la primera noche, con una manta ignífuga, un hacha, un extintor y un puñado de varas químicas luminosas. He descubierto que brillan de manera constante durante aproximadamente una hora y media antes de que comiencen a desvanecerse, por lo que las he estado utilizando como temporizadores. Una hora y media, y luego de donde sea que esté, regreso. Para ver cómo está Tarver. Tres horas de ida y vuelta, y entonces puedo asegurarme de que no ha muerto. He perdido la cuenta de cuántos viajes he hecho. La linterna se está agotando después de tanto uso, así que la apago, utilizando la luz de las varas luminosas en su lugar. Sé en qué corredor en particular estoy por el patrón de su destrucción, ahora estoy en el central. No necesito luz aquí.


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A la derecha está la sala de lavandería. Voy directamente allí. Más adelante hay más corredores que se ramifican en los dormitorios para el personal. Descubro un pequeño gimnasio con aparatos tan destrozado que me lleva un largo rato darme cuenta qué es lo que son. ¿Qué esperanza hay de que, si incluso puedo encontrar la enfermería habrá algo que sea remotamente utilizable? La oscuridad regresa, y el agotamiento amenaza con robar mi equilibrio brevemente. Cierro los ojos, estirando una mano para agarrarme de la pared. No puedo permitirme perder la esperanza. Espero a que pasen los mareos y hago una nota mental de comer algo en el próximo viaje que haga de regreso al campamento. Cuando abro los ojos me doy cuenta de que hay una intersección en el lugar donde doblé a la derecha, la última vez. Esta vez sigo hacia adelante, hacia un territorio nuevo. Mástiles en acero y cables expuestos hacen que sea imposible moverme de forma no deliberada, y los escombros esparcidos por todos lados amenazan con hacerme caer a cada paso. Vi al Icarus desmantelado así una vez, hace casi una década. Fue mi campo de juego una vez, cuando era poco más que una estructura de acero y un boceto en la mente de los ingenieros de mi padre. Pero entonces era nuevo y limpio, desnudo con un prometedor potencial. No estaba destrozado más allá del reconocimiento. Trato de visualizar la nave donde jugaba ¿Sabía entonces para que iban a ser utilizadas las habitaciones? No lo recuerdo. ¿Alguna vez supe dónde estaba el ala médica? ¿Estuve enferma alguna vez? No. Pero Anna si lo estuvo. Por primera vez pensar en mi prima no me llena de una culpa tan palpable que me dieran ganas de vomitar. En su lugar, un pequeño destello de recuerdos inunda mi mente, y con ellos, algo de esperanza. Recuerdo el olor al jabón que le traje a Anna a la enfermería. No había el olor astringente que tienen los limpiadores médicos, pero hay un ligero aroma a jabón limpio perfumado. El servicio de lavandería. No puedo estar lejos, entonces, ¿cierto? No hay olor a jabón ahora, aunque huelo algo más. Los alimentos perecederos, creo. Huele a carne que ha estado en una heladera sin electricidad durante una semana. Pero el olor es muy débil. La luz de la vara luminosa es cada vez más tenue. Tengo que avanzar más rápidamente. Pronto voy a tener que volver para ver si Tarver sigue vivo. Revisar su vendaje, darle un poco de agua, y esperar que no me confunda de nuevo con una amenaza. El moretón en mi mejilla palpita en mi memoria. Solo puedo ver alrededor de un pie delante de mí con la tenue luz de la varilla. Mañana tendré que recordar poner la linterna al sol para recargarla. ¿Mañana? Es de noche, ¿no?


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Tal vez sea mañana ya. Regresa, me digo a mí misma frenéticamente. Solo tienes que regresar ahora. Tengo la extraña sensación, casi una premonición, de que si dejo pasar más tiempo que mi arbitrario límite de tres horas, en esos pocos minutos él morirá. Y, sin embargo, el tiempo que utilizo en ir y volver de comprobarlo, en lugar de buscar la medicina, podría ser igual de mortal. Sigo moviéndome. El camino es claro aquí así que puedo realizar una carrera lenta. Todas las caminatas han valido la pena, y aunque han pasado un par de días desde que dormí más de una hora o dos seguidas, todavía tengo la energía suficiente para seguir haciéndolas. Delante de mí se abre una repentina oscuridad, falta una rejilla en el piso. Mi mente, lenta por la falta de sueño, no puede procesarlo. Antes de darme cuenta que tengo que parar, estoy cayendo. Algo blando corta mi caída con un ruido amortiguado. Dejo caer la varilla de luz, sin aliento con una repentina ola de náuseas estremeciéndose a través de mí. Es el olor a carne en mal estado, no la caída, lo que me enferma. El olor es más fuerte aquí. Demasiado fuerte. Ruedo lejos de la cosa sobre la que aterricé y me levanto. Medio en shock, mi mente realiza una extraña revisión sobre mi cuerpo, asegurándome de que todo esté todavía en su lugar. Tarver me mataría si supiera que había sido tan imprudente. Si estuviera aquí. Me vuelvo buscando la varilla luminosa que cayó de mi mano cuando me caí. Me agacho para recogerla y me congelo. Hay un rostro. El pequeño y enfermizo resplandor verde brilla desde la varilla, iluminando los huecos de las mejillas, los vacíos y desorbitados ojos, reflejándose en los dientes que se asoman entre los labios entreabiertos. Grito, lanzándome lejos hasta que golpeo el suelo. Mi cara se presiona contra una rejilla de hierro frío, y jadeo en busca de aire, tratando de respirar superficialmente a través de mi boca. El olor a carne en mal estado —Dios, y es carne podrida, ¿no es así?— es tan abrumador que por un momento creo que me voy a desmayar. Puedo saborearlo en mi lengua. Tambaleándome, me pongo de pie y echó a correr. Está oscuro y tengo miedo, así que sigo chocando con las paredes y rebotando en las esquinas. Camino sobre algo debajo de mis pies, y hace que resbale, pero me mantengo en pie. Sé que si me caigo, será mi fin. Cosas suaves. Cosas pudriéndose. Cosas muertas. Esta nave no es un laberinto —es una tumba. Hay trozos de escombros en mi ropa, mi pelo y mi cara. Todavía estoy corriendo, más y más profundo dentro de la parte muerta de la nave, impotente,


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con la certeza de que después de tan larga caída, no puedo volver a subir para salir de la manera en que entré. Una barra irregular atrapa mi brazo y me tironea de lado, arrojándome contra una pared. Mi grito es un ruido ronco y desesperado. Mi mano se encuentra la manilla de una puerta y la gira, tambaleándome al espacio detrás de ella, cerrando la puerta detrás de mí. Me deslizo hasta el suelo en medio de los ruidos de baldes y trapeadores y busco a tientas la linterna. Su luz, cálida y dorada, es tenue, pero ilumina el interior de lo que parece ser un armario de limpieza. Está extrañamente intacto, trapeadores y escobas prolijamente alineadas. Mi corazón amenaza con salir más allá de mi caja torácica, coloco mi cabeza sobre mis rodillas y me concentro en mi respiración. Cualquier cosa menos en la idea de lo que me espera afuera: ojos muertos y cadáveres hinchados. Uno. Oh, Dios. Dos. Tres. Cuatro. Algo se rompió cuando me caí sobre ese cuerpo. Rompí algo ahí. Era como una rama húmeda. No. No. Cinco. Seis. Siete. Él me despreciaría por haber corrido. Ocho. ¿Qué pasa si uno de esos cuerpos era el de Anna? Oh, Dios. No. Nueve. Diez. Once. Contrólese, señorita LaRoux. Doce. No eres útil para nadie escondiéndote en un armario de escobas. Trece. Catorce. No te menosprecies. No conozco a muchos soldados que lo hubieran hecho mejor. Quince. Cuento hasta veinte antes de abrir los ojos de nuevo. El haz de luz de la linterna tiembla con cada respiración, el esfuerzo es suficiente como para sacudir todo mi cuerpo. Pero la oscuridad ya no está intentando estrangularme. Tarver es un mentiroso, pero él miente para mantenerme en movimiento, y no lo puedo culpar por eso. Lo menos que puedo hacer es tratar de demostrar que estoy bien. Soy una chica, lo sé, gracias. Me obligo a ponerme de pie, abriendo con un esfuerzo la puerta de nuevo. Tomo una respiración larga inhalando a través del cuello de la camisa, tratando de filtrar el hedor a podrido, y doy un paso hacia el pasillo. La linterna muere. Un pequeño sonido queda atrapado en mi garganta, pero no grito de nuevo. En cambio me quedo quieta, mirando la oscuridad y obligándome a respirar. Tomo una bocanada de aire fresco, no contaminado por el olor a la muerte a su alrededor. Me acerco hacia allí, abriéndome paso en la más absoluta oscuridad poco a poco y con cuidado, a través de los cuerpos y los restos que cubren el suelo. Resulta venir de una abertura en el costado de la nave, donde algo arrancó un largo, pero estrecho trozo del casco. Lo atravieso apretando mi cuerpo, teniendo cuidado de no cortarme con el metal expuesto y los cables de dos metros de espesor en la pared.


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Es de noche fuera, pero se siente como si caminara hacia la luz del sol. El aire nunca ha olido tan dulce, el cielo nunca pareció tan lleno de estrellas. Las nubes se han despejado y el espejo de luna brilla, cubriendo al mundo con su pálida luminiscencia azul. Me dejo caer de rodillas, jadeando en busca de aire, como si pudiera borrar mis recuerdos de lo que hay dentro de la nave con suficiente oxígeno fresco. No puedo volver a entrar ¿Cómo podría volver? No puedo. Es una tumba. Sabíamos que no todo el mundo pudo haber llegado a las cápsulas entre la masa desesperada de gente, pero ahora, con las pruebas frente a mí, la idea de volver a la nave me da ganas de vomitar. Debo haber estado cerca de uno de los puntos de evacuación, cuando me caí. Me coloco en cuclillas en la oscuridad, contando hasta cinco, respirando profundamente, antes de ponerme de pie y salir al casco exterior de la nave, regresando al campamento. Tarver está inconsciente. Es casi un alivio, aunque no sé si la inconsciencia es una mala señal, o si es buena para él. Pero eso significa que no me mira con esos ojos ardientes, no me desconoce, grita sin sentido o me habla como si fuera su madre, su amante, su cabo, o alguien más que no soy. Le lavo la cara y el pecho con agua fría, y luego, levanto su cabeza y le doy un poco de agua de la cantimplora en la boca. Traga saliva un par de veces, y luego gime y me empuja. Furiosas líneas rojas se han extendido por debajo de su venda en la parte interior de su brazo. Las trazo con mis dedos y trago mi temor. Está quieto, tan tranquilo. Aliso el cabello de su frente, arrastro el dorso de mis dedos por su mejilla, se siente como papel de lija, áspero, con la barba de los últimos días. Parece más joven de lo habitual, no más grande que yo. Humedezco mis dedos con agua y los deslizo a través de su boca, que está seca y agrietada. Hasta sus labios están calientes, enrojecidos. —Tarver —susurro, ahuecando su mejilla ardiente con mi mano—. Por favor,‖no…‖no‖me‖dejes. Todo mi cuerpo se estremece, mis entrañas apretándose con más horror e impotencia profunda que la que sentí cuando me enfrenté a los cadáveres en los restos de la nave. Incapaz de respirar, incapaz de moverme, me inclino sobre él, mis manos tiemblan mientras tratan de suavizar de alguna manera su enfermedad. —Por favor, no me dejes aquí sola. Mis dedos se deslizan a través del cabello húmedo en su cuello. Mis labios se encuentran en su frente, luego en su sien. Estoy temblando, y me obligo a detenerme, arrastrando aire dentro de mis pulmones. —Voy a regresar —le susurro al oído. Lo digo cada vez que me voy. Es tanto una promesa para mí misma como para él. Trato de hacer que mis pies se


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—¿Cómo se dividieron el trabajo? —¿Qué quieres decir? ¿El rescate? —Sí. —Ella hizo la mayor parte de él. —Su sarcasmo está fuera de lugar. ¿Cómo se dividieron el trabajo? —De acuerdo a nuestras fortalezas, supongo. —¿Cuáles fueron los puntos fuertes de la señorita LaRoux? —Peluquería, maquillaje de ojos, dar un paso en falso a cincuenta pasos. —Soldado. Se toma nota de su falta de cooperación.

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muevan, haciendo la promesa realidad, pero estoy tan cansada. Todo lo que quiero hacer es acurrucarme junto a él. Me tambaleo distanciándome, y cuando me limpio los ojos, descubro algo que yace justo dentro de la luz. Algo que sé no estaba ahí hace un momento, porque hace un momento yo había estado tendida en ese lugar, al lado de Tarver. Es una flor. La recojo, mis dedos temblando, aunque ya sé lo que es. Dos de los pétalos están unidos, una mutación, se da una en un millón. Única. Salvo que la he visto antes. Y esa flor había sido destruida en el aguacero, aplastada contra mi piel. Dejé sus restos donde acampamos junto al río. ¿Cómo es posible que esté aquí y ahora? Tomo la flor en mis manos, cerrando los ojos durante un largo momento. Acaricio con la yema de un dedo a los pétalos unidos, y de repente veo la sonrisa tranquila de Tarver, la belleza del momento en que me la dio. El recuerdo se propaga como un incendio a través de mis extremidades, los sentimientos y la fuerza regresan a mí. Puedo hacer esto. Alguien o algo nos está mirando, y me doy cuenta de que esto es un regalo, al igual que la cantimplora lo fue. No sé lo que pretende, pero sé lo que significa para mí. No estoy sola aquí. Tal vez nunca lo estuve, ni siquiera en lo más profundo de los restos de la nave —donde estaba lleno de muertos. Esos susurros, quien sea, o lo que quiera que sea, ve mis pensamientos. Puede ver mi corazón. Cierro los ojos, alejándome al espacio vacío a su lado. Detrás del campamento se cierne la negra monstruosidad de los restos de la nave, más oscura que la noche y ocultando las estrellas. Es una tumba. Un armario lleno de carne. Me obligo a no mirar hacia atrás, a Tarver dormido en nuestra cama. Sé que si lo hago, no me voy a poder ir. Este momento podría ser cuando fracase, caiga, y no pueda volver a salir. Regreso a la tumba


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—Ella puede traer y llevar cosas, pequeñas tareas por el estilo. —¿Y usted? —Yo soy muy útil.


Tarver

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Sé que es raro cuando mi hermano Alec se aparece a mi lado, pero no puedo recordar porqué. Hace cosquillas en el fondo de mi mente como un pequeño picor molesto. Me doy por vencido por el momento y dejo que mis ojos se cierren de nuevo. Estaba observando a Lilac antes, pero creo que se ha ido ahora. Ella sigue yendo y viniendo, yendo y viniendo, siempre llevando cosas. Tantas cosas. ¿De dónde vienen? Este mundo no tiene muchas cosas en el. No cosas, no otras personas, no ideas, no esperanza. Sólo ella. Realmente espero que cuando esto se venga abajo, ella muera primero. Será malo para ella, si soy el primero. —Eso es un pensamiento bastante macabro, T. —Alec está yaciendo a mi lado en la cama, descansando sobre sus codos, de la forma en la que siempre lo hacía cuando nos acostábamos al aire libre en las noches de verano. Eso no lo hace menos cierto. ¿Qué más puedo esperar para ella? —No me mires, ella es tu chica del viernes. Ella no es mi chica en ningún aspecto. Entonces viene hacia mí, como un jarro de agua fría en la cara, rápido e impactante, robándome el aliento. Estás muerto. —Oye, no hay necesidad de restregarlo. —Alec sonríe con facilidad—. Le pasa a los mejores de nosotros, T. Me concentro por un momento, esperando las sacudidas, el sabor metálico en el fondo de la garganta, los susurros a través de mi piel. Pero mis manos están firmes. No eres una visión.

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Traducido por Ayrim Corregido por Helen1


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—No, soy todo tu. Estás delirando. Lo que significa que obtendré la inmortalidad por un tiempo. Tengo que decírtelo, estaba esperando lo peor. Puedo vivir con esto. Sin doble sentido. Eso fue terrible. —Lo echaste de menos, sin embargo. Sí, todos los días. —Siento haberme ido T. No quise decir eso. ¿Qué es este lugar? Ni idea. Un planeta abandonado. —¿Abandonado? ¿Después de todo el dinero para germinar la terraformación? ¿Qué clase de jodidas cosas causaron que hicieran las maletas y se marcharan? Ni idea, pero algo pasa. Lilac cree que algún tipo de forma de vida está tratando de comunicarse con nosotros. Sin mala intención hasta ahora. Tal vez son inofensivos. —No parece probable, T. No, ¿verdad? No puedo mostrárselo a ella. Las corporaciones no son la clase de tipos que agarran las cosas y se van sólo porque accidentalmente instalaron un campamento en la sala de estar de alguien. —Hmm. ¿Y qué hay de la chica? De verdad, tiene unas piernas estupendas. Me he dado cuenta. —La abrazas por la noche. Eso debe ser divertido. He estado tratando de no darme cuenta. —Ja. Me darías pena, si no fuera porque yo no puedo tocarla en absoluto. Ni yo puedo, de verdad. Ella es del tipo de chicas que me rechazan cuando se enteran de lo que soy. —Bueno, T, si alguna vez querías cambiar eso, yo diría que ahora es tu momento. Casi no hay competencia, a menos que me cuentes. Aunque claro, soy muy guapo, incluso muerto. No. Ella me rechazó cuando pudo. Sé lo que piensa de mí. Realmente no quiero intentarlo de nuevo sólo porque ella no tiene más opciones. —¿Es eso lo que realmente piensas ? No. —Más seguro, sin embargo... ¿sí? Mucho. —Así que ¿qué vas a hacer? Ni idea. —Estás pensando eso mucho últimamente, T. Nunca te había escuchado decir eso, ni una sola vez. ¿Cuándo aprendiste esas dos palabras?


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Cuando el infalible transporte espacial que construyó el padre de ella se estrelló a través de la atmósfera. Cuando Lilac comenzó a ver el futuro, cuando la casa de mamá y papá apareció en un valle en mitad de la galaxia. No entiendo un montón de cosas, ahora. —Deberías besarla. Parece que sería divertido. Espera, ¿qué? Bien, Alec. Entonces, ¿qué pasa después de ese mágico beso? —¿A quién le importa el después? Podrías morir mañana, ¿no crees que deberías besarla hoy? Tal vez no debería besarla hoy porque podría morir mañana. —Aburrido. Ilógico también. Estoy delirando y alucinando, ¿ahora quieres lógica? —Espero grandes cosas de ti, T. Si no vas a besarla, ¿le has escrito, al menos uno de tus poemas? ¿Es una broma? —Los tienes, entonces. Simplemente no se los has enseñado. No. A ella le gustan los de mamá. —Así que crees que los tuyos no estarían a la altura. Algo por el estilo. —Tonterías. Mmm. —Mmm. ¿Alec? —¿Sí, T? ¿Qué hago ahora? —Sigue intentándolo. Tienes que volver con ellos. No pueden perdernos a los dos. Nunca pensé que lo harían. No sé por qué. He estado a punto de morir muchas veces. —Nunca pensé que perderían un hijo. Sólo continua poniendo un pie delante del otro, T. Sé que puedes. Siempre lo haces. Lo miro, absorbiendo ese rostro familiar, sonriendo, no mayor que cuando murió, mirándome con el mismo afecto indulgente que me permitió subir colinas y bajar montañas tras él en casa. No te vayas todavía. —Me quedaré mientras duermes. Sé que algo ha cambiado cuando abro los ojos. Mis párpados no están pesados, y la luz del sol no me quema. Aspiro, preparándome para moverme, pero cuando cambio mi peso, es más fácil. Sé que todo esto es diferente, pero no puedo poner la mano en el fuego diciendo por qué.


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Parpadeo de nuevo, y cuando trato de enfocar mi mirada, encuentro que Lilac está desmayada a mi lado. Cuando me aclaro la garganta, ella se sacude despertándose, sin abrir sus ojos, estirando el brazo para torpemente buscar mi muñeca y comprobar mi pulso. Entonces se alza sobre un codo para llegar a mi frente, sus ojos todavía cerrados. Veo el momento en el que ella se da cuenta que mi piel está más fría, y sus ojos se abren de golpe mientras mira hacia mí. —Buenos días. —Mi voz es un graznido. Levanto el brazo para rozar mis dedos contra su mejilla. Su rostro está surcado de suciedad, manchado, donde ella ha estado sudando, y hay un moretón oscuro a través de su otra mejilla. Sus ojos están rojos, agotados, círculos de color púrpura marcan la piel debajo de ellos. Ni siquiera puedo ver ahora dónde estaba su ojo negro por nuestro aterrizaje forzoso. —Tarver. —Es más una pregunta que una afirmación. —Creo que sí —susurro —. ¿Qué demonios...? —Has estado enfermo. —Ella no puede apartar los ojos de mi cara. Alcanza la cantimplora sin mirarla y la sostiene en mis labios con manos experimentadas, ¿cuándo habría practicado esto? Tomo un sorbo con cuidado. —¿Cuánto tiempo? —Mi susurro es un poco más claro ahora. Ella se ve terrible. Hay mugre por toda su camisa azul, y una mancha de color marrón rojizo donde ella se limpió las manos. Pero ¿no recogió esa camisa de la colada antes de ayer? Pensé que estaba limpia cuando nos fuimos a la cama. —Tres días. —Es su turno para emitir un susurro ronco. Siento que me falta el aire. —¿Estás bien? ¿Alguien cerca? —No —susurra ella, suave y vulnerable. —Sólo yo. No sé qué decir. Nos miramos el uno al otro mientras los segundos pasan, mi cabeza da vueltas, su respiración lenta, cuidadosamente controlada, ese filo desigual manteniéndose a raya. Colgando de un hilo. Entonces sus labios se presionan en una firme línea delgada, y la veo agarrándose la mano. —Tengo aspirinas y raciones de alimentos para ti —dice ella, decidida de repente— . Encontré antibióticos en la nave, en la enfermería. Eso es lo que hizo la diferencia. —Cuando se mueve para ponerse de pie, veo su cansancio, está ahí en la forma en que estira su brazo para mantener el equilibrio, se tambalea, mordiéndose los labios demasiado fuerte. Levanto la cabeza mientras ella se aleja, ignorando el mareo momentáneo, por lo que puedo echar un vistazo a nuestro pequeño nido. Nuestros suministros se han multiplicado. No tuve la oportunidad de verlos mucho más antes de que ella volviera, sacando una ración de alimento de su envoltorio, observando cada


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movimiento que yo hacía, por pequeño que sea, con una intensidad desconcertante. Ella es casi posesiva, la forma en que se arrodilla a mi lado para ayudarme a sentar, sosteniendo la barra, por lo que puedo tomarla con mi mano buena para partir un trozo. Su sabor es delicioso. Dios, realmente debo de estar muriéndome. Morir. Alec. Los rostros de mis padres, una chica con la que salí en Avon. Recuerdo que... ¿Qué es lo que recuerdo? Empujo ese pensamiento a un lado, y cuando ella alcanza la cantimplora para que pueda tomar la aspirina, estamos mirándonos el uno al otro de nuevo. Me estoy moviendo antes de que reconozca el impulso. Alzo mi brazo bueno, manteniéndolo en una invitación silenciosa y tras un momento, ella se coloca a mi lado y entierra su cara en mi hombro. Un escalofrió la recorre, pero ella no se quiebra. —Me salvaste la vida —murmuro—. Una vez más. —Tenía que hacerlo. No iba a durar ni un día por aquí sin ti. —Su susurro es casi inaudible. Su brazo se escurre sobre mi pecho para descansar sobre mi corazón. —Has durado al menos tres días, por cómo suena —Mientras ella no está mirando, levanto mi mano vendada. Mis dedos no están tan hinchados, y me parece que cuando los retuerzo un poco, no hay dolor. Los vendajes se ven limpios—. ¿Vendaste mi mano? —Mmm. No te gustó mucho. Tienes la boca más sucia que he visto, Comandante. Ni siquiera reconozco la mitad de los idiomas en los que puedes maldecir. Me alegra no ser uno de tus soldados. Aun así, fue más bien educativo. —He estado en demasiados lugares. Acabas cogiendo las costumbres de esos sitios, donde las antiguas culturas han sobrevivido. —Trazo la línea de su cabello con mi mano sana—. Pero si me estás diciendo que entiendes algo de eso, Señorita LaRoux, voy a revaluar mi opinión de ti. —Bueno, el contexto ayudó. Estamos un rato en silencio, y aliso su pelo con la mano sana. Vuelve un poco la cabeza en respuesta, y veo ese moretón destacándose en la mejilla otra vez, furioso contra su piel blanca. De hecho, puedo ver la huella tenue de nudillos allí contra su piel. Soy el único por aquí que podría haberlo hecho. Me trago la enfermiza culpa que viene con ese conocimiento, y me concentro en algo más. —¿Los susurros han aparecido? Me acuerdo de un montón de cosas que no parecen estar bien, a menos que visitáramos un restaurante, y que me estuvieras deteniendo. No puedo decir si se trataba de la fiebre o de visiones.


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—Fiebre, creo. —Ella duda, sus ojos parpadeando de mí hacia el fuego, como si viera algo que yo no puedo. Quiero presionarla, preguntarle lo que ha visto, pero luego niega con la cabeza. —No he visto nada desde el valle y la casa de tus padres. Tú sí, sin embargo. Me has llamado todo tipo de personas diferentes. Nunca me di cuenta de lo agradable que eso era cuando me llamaste Lilac. —¿Lilac? —Alisé su pelo de nuevo mientras ella se acerca. No quiero que se mueva. —Nunca sería tan familiar, Señorita LaRoux. Sería muy inapropiado. Sé cuál es mi lugar y al parecer es maldecirte, alucinando salvajemente. Mi madre estaría muy orgullosa. —Inapropiado —murmura, ese filo tosco en su voz finalmente ablandándose. Suena divertida, apoyada en mi mano, la cual descansa contra su pelo—. Cuando venga la caballería, espero que no sea por la noche. Imagínate qué pensarían de esto. Sí, imagínate. ¡Qué pensamiento tan tonto, que una chica como tú se fijara en un tipo como yo. Soy un idiota, estando aquí y sosteniéndola. La chica que, en otras circunstancias, nunca hubiera dado a un tipo como yo un segundo vistazo. —Tengo que ponerme en marcha, mañana. —Mi cuerpo se resiste al pensamiento, las extremidades volviéndose de plomo. —Ni de mierda te vas a mover —responde ella, rápida y aguda. Hay un tono de acero en su voz que no he oído desde los primeros días de nuestra estancia aquí—. Nos vamos a quedar. Voy a volver a la nave y ver lo que puedo encontrar. Hay algo en su voz cuando lo dice, una nota alta, llena de tensión. Eso hace que la observe otra vez. —Podemos ir mañana los dos juntos o pasado mañana, en el peor de los casos. Ella se mueve y se sienta, sacudiendo la cabeza, mordiéndose el labio de nuevo. Quiero acercarme por detrás de ella y empujarla hacia abajo junto a mí. —La…‖situación‖no‖es‖buena‖allí.‖Un‖par‖de‖días‖m{s‖y‖no‖creo‖que‖fueras‖ capaz de pasar mucho tiempo en el interior sin enfermarte. —¿Qué hay ahí, Lilac? —Pero la respuesta se asienta en la boca de mi estómago mientras estoy haciendo la pregunta. —Es... ya sabes, no hay energía ni nada. Todo se está poniendo mal, pudriéndose. —Ella apenas consigue decir esa palabra antes de que se corte a sí misma, apretando la mandíbula mientras cierra los ojos. Sus pecas destacan contra la blancura de su piel. Ese nudo en mi estómago tenía razón. Nadie logró salir de la nave. —No puedes volver ahí, Lilac. Con todo lo que trajiste, tenemos suficiente.


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—Detente. —Es un susurro tenso—. Hubiera sido devorada en nuestro segundo día aquí si no fuera por ti. Es mi oportunidad de igualar la balanza. No tardaré mucho. —Ya has hecho eso. —Cojo su mano para envolverla con la mía—. Nos has salvado a ambos, haciendo el cableado en la cápsula de escape. Vamos a tratar de no hacer cuentas de quién ha salvado a quién. —Tarver, lo estás haciendo más difícil. —Sus ojos están cerrados con fuerza ahora—. Está oscuro ahí dentro, y frío, y es más silencioso que el espacio mismo, estar aquí contigo no es de ninguna manera como eso. Pero ahí dentro hay cosas que necesitamos. Si yo fuera la que estuviera enferma...—Puedo ver la humedad a lo largo de sus pestañas, pero ella se niega a parpadear y dejar que las lágrimas rueden por sus mejillas. ¿Qué le pasó en esa nave? Exhalo lentamente y trato de inyectar un poco de calma en mi voz, a pesar de que todo lo que quiero hacer es aferrarme a ella con mucha fuerza para que tenga que renunciar a la idea de volver allí sola. —Yo no iría allí. Es un análisis muy simple de riesgo—recompensa. Claro, hay cosas ahí dentro que sería bueno tener. Lo que es mejor, es tener a dos personas funcionando. Lo peor de todo es tener a los dos fuera de combate. Tenemos que estar bien más de lo que necesitamos ropa o comida. Lentamente, a regañadientes, ella comienza a moverse a mi lado otra vez, y luego se detiene. Ella señala a el Gleidel en la parte de atrás de su cintura, ofreciéndome el arma para que yo la agarre primero. —Supongo que debería devolvértela de nuevo. Aunque debes enseñarme cómo usarla. No habría sabido qué hacer con ella. Es impactante darse cuenta de lo enfermo que estaba que ni siquiera la había echado de menos. —¿Quieres aprender a usar el arma? —pregunto, poniéndola a mi lado, al alcance, y descansando mi brazo alrededor de ella una vez más—. Tal vez cuando me sienta un poco mejor, y pueda correr a una distancia segura. —Vamos, ahora. —Ella me pincha en las costillas—. Sabes que corro más rápido que tú. Así que ¿lo harás? —¿Después de haber señalado que eres lo suficientemente rápida como para cazarme y pegarme un tiro cuando te haga enfadar? —Aprieto mi brazo alrededor de ella y vuelvo la cabeza para meter a Lilac debajo de mi barbilla. —Soy terca —advierte mientras cierra sus ojos—. No creas que simplemente puedes esperar hasta mañana y tener esperanza de que vaya a olvidarlo. —Por supuesto que no, Señorita LaRoux. Me dispararías si lo intentara. Sigo estando allí después de que su respiración se ha igualado. Alec brota en mi mente otra vez, y puedo escuchar nuestra conversación.


Espero no morir primero. ¿Ella ha estado pensando en eso también? ¿Acerca de lo que sería de ella? Mi garganta se cierra cuando me doy cuenta de que no está hablando acerca de aprender a defenderse a sí misma si algo me pasara. Debo enseñarle una lección. Si al menos le muestro cómo operar la configuración, tendrá opciones. No puedo pensar en ello más allá de eso. Giro la cabeza para tener una mejor visión suya ahora que está dormida. Hay un desgarro en la pierna de sus pantalones vaqueros, en su rodilla, exponiendo la piel que se ha vuelto sucia con tierra. Su camisa azul esta hacia fuera, marcada con mugre negra. Su pelo se sale de la cuerda con la que se lo ha atado hacia atrás, enmarcando su cara en un halo de rizos tenues que me recuerdan a la forma en que flotaban con la gravedad cero durante el descenso de la cápsula. Hay manchas sucias mezclándose con las pecas por toda la cara, y ese moretón en su mejilla. Incluso dormida, su boca está en una decidida línea recta. Hay círculos púrpura debajo de sus ojos, esta sudorosa, pálida, y completamente exhausta. Nunca se había visto tan hermosa.

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—No se quedaron en los restos de la nave. —Ya lo sabes. No vimos otra opción más que irnos. —¿Cuál fue el razonamiento? —No había ninguna nave de rescate a la vista. Existía el riesgo de enfermedad con tantos cuerpos alrededor. Necesitábamos otra opción.


Lilac

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Para la tarde del segundo día, tengo que amenazar con sentarme en el pecho de Tarver para evitar que se levante de la cama. Más que nada, la mirada especulativa —y un silencio reflexivo—, que sigue a esa amenaza me convence de que se está sintiendo mejor. No me importa. Después de escucharlo llamar a su ex novia en su delirio, no hay mucho que me haga sonrojar. Lo dejo sentarse y afeitarse,‖ como‖ un‖ compromiso…‖ es‖ agradable‖ verlo‖ lucir‖ un‖ poco‖ m{s‖ como‖ el‖ mismo. En la mañana del tercer día concordamos que nuestra mejor jugada es llegar a un punto de vista superior y explorar el área. Por primera vez desde que nos estrellamos, estamos hablando sobre el largo plazo. Si sabían en dónde estábamos, alguien estaría aquí, en los restos del naufragio para rescatarnos. El Icarus no debe haber transmitido su localización antes que fuera destruida. Ni siquiera el todo poderoso Monsieur LaRoux podía encontrarnos ahora, aunque no tengo duda de que destrozaría la galaxia intentándolo, incluso si sólo es para marcar mi tumba. Necesitamos un lugar cerca del Icarus, en caso de que alguien aparezca y aterriza a inspeccionar los restos en el futuro, pero no podemos permanecer tan cerca. No de todos los cuerpos, no con el aire lleno de productos químicos y la tierra llena de metralla. Escalamos la parte exterior de los restos del naufragio, con el objetivo de buscar un punto más alto. El viento se había levantado, haciendo que la nave susurrar y gemir en protesta. Tarver dice que el Icarus ya habrá hecho la mayor parte de su asentamiento, y eso es lo suficientemente seguro. La forma del casco se dividió, la ruta es relativamente fácil, con un montón de asideros y lugares en que descansar. Aún así, Tarver está pálido y sudando a la hora de que nos acercamos a la cima.

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Traducido por Marie.Ang Corregido por Aimetz


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No es hasta que estoy de pie en la superficie inclinada de la parte superior de la nave, estabilizándome con una mano en la destrozada matriz de comunicaciones, que me golpea. Estamos buscando un lugar para vivir. Y el pensamiento no duele. No puedo admitírselo a él, pero aquí en el sol, cálida por la subida, esperando a que Tarver llegue, no hay ningún otro lugar en el que preferiría estar. Después de todo, ¿qué me espera al otro lado del rescate? Mis amigos apenas me reconocerían ahora, y la idea de llenar mis días con chismes y fiestas me deja helada. La mejor comida de seis platos nunca supo la mitad de bien que una ración de barra compartida después de una larga caminata, bañada con agua fresca de montaña. Y aunque no diría no a un baño caliente, estoy lo suficientemente cálida en la noche, con Tarver ahí a mi lado. Es solo el pensamiento de mi padre, desconsolado, lo que me causa algún dolor en absoluto. Dejo la mochila y busco la cantimplora. Cuando Tarver se une a mí, se la ofrezco. Le permite esconder la forma en que está respirando con dificultad, le da algo a que aferrarse y así no puedo ver el temblor de sus manos. Al este están las montañas que cruzamos, cubiertas de blanco y amenazantes, y me pregunto cómo Tarver siquiera me convenció de entrar en ellas. Tal vez sólo fue que yo era demasiado ingenua para darme cuenta de lo difícil que sería el pasar. El campamento abajo se ve como un escenario de muñecas. No puedo ver los vendajes sucios, los envoltorios de raciones en barra. El rio y su cinta de árboles se alejan de las montañas y entra en la distancia. Protegiendo mis ojos del sol, casi puedo divisar lo que parece ser un océano, o algún tipo de salar, apenas visible en el horizonte. En la otra dirección, las colinas ruedan como olas, cada vez más pequeñas y más suaves hasta que se nivelan con el borde de un vasto bosque. Es como una pintura, algo fuera de un museo polvoriento. Nunca he visto tanto espacio abierto en mi vida, por un momento estoy mareada, perdida en el cuadro, luchando por respirar el aire que de pronto es demasiado rico. Una mano en la parte baja de mi espalda me hace aterrizar y agarro el metal del inútil matriz de comunicaciones con más fuerza. Giro y veo a Tarver, pálido pero sonriendo. —La brisa es más firme aquí, ¿tienes frío? —¿Qué harías si digo que sí? —Le sonrío—. ¿Ofrecerme algo de tu fiebre? —Compartir es bueno. —Se acerca un paso, y mi pecho se aprieta convulsivamente. Pero solo se acerca para agarrar el metal, también para afirmarse por el viento.


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No se ve bien. A pesar de su sonrisa, su indiferencia, está agarrando la viga demasiado fuerte, apoyándose en ella. Me arrodillo ante la mochila, sacando su cuaderno. —¿Sabes cómo dibujar mapas? —Por supuesto que sí —replica Tarver. Está mirándome, y es después de un momento que se mueve para unírseme. Intento no mostrar mi alivio cuando se sienta, algo de las líneas de dolor alrededor de sus ojos aligerándose. Me gustaría que me dejara subir sola. Pero desde que despertó, ha estado reacio a que me aleje demasiado de él. Tal vez tiene miedo a que regresaré a la tumba de un barco a pesar de mi promesa de no hacerlo. Tal vez simplemente le gusta mi compañía. Me doy una sacudida, intentando descartar el pensamiento antes de poder empezar a sonrojarme de nuevo. Toma el cuaderno, hojeando. Tardíamente recuerdo que presioné la flor replicada entre dos de sus páginas para preservarla y mantenerla a salvo; todavía no le he dicho sobre ello. Pero pasa las páginas, sin ver, hasta que se detiene en las que usé mientras estaba enfermo. —¿Dibujaste estos? —Su voz es difícil de leer mientras mira los mapas que hice de las cubiertas retorcidas y rotas. —Después del primer día, empecé a olvidar en dónde ya había estado. — Mantengo los ojos en el horizonte, poniéndome de pie—. En la oscuridad todo se difumina en una sola cosa. Me doy cuenta que él regresó a la última página que escribió antes de que mis mapas empezaran; una página que contiene solo fragmentos de un poema en curso. Palabras dispersas y frases describen una de las flores púrpuras que encontramos juntos, algo hermoso en un mar de soledad. Cuando estuvo enfermo, intenté imaginar que estaba escribiendo sobre mí. Ahora, a la luz del día, parece ridículo. Pero lo está mirando. Sabe que lo vi. Leer todo se hubiera sentido demasiado como si aceptara que él estaba a punto de morir, ir a través de sus cosas, pero puedo sentirlo queriendo preguntarse si lo hice. Si violé esa privacidad mientras no podía detenerme. Había estado esperando informes de campo, notas sobre la vida silvestre, pero cada página estaba llena con poemas. Está en silencio, y trago, jugueteando con la rasgadura en mis vaqueros, ampliándola a medida que tiro de cada hilo. A diferencia de nuestros usuales silencios, ese ruega por ser llenado. Me rompo primero. —Mis clases de dibujo siempre fueron más enfocadas en flores y vistas al lago, pero mis mapas sirvieron para su propósito. Tarver gruñe y vuelve a una página en blanco. La punta del lápiz se cierne sobre el espacio en blanco. Sus ojos están en la distancia, mirando a través de la


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página. El naufragio bajo nosotros da un particular chillido desgarrador, y parpadea, y el momento se ha ido. Él torna su atención al horizonte y empieza a esbozar puntos de referencia visibles, experto y rápido. Me pregunto a dónde iremos…‖si‖sugerir{‖el‖bosque,‖las‖colinas,‖el‖río.‖Me‖pregunto‖si‖alguna‖vez‖iremos‖ al mar. Sus ojos se desplazan entre la escena y la página, la mía permanece en él. Si se da cuenta e mi mirada, no dice nada, concentrado en su tarea, dejándome observar su perfil imperturbable. Todavía está pálido, pero se ve menos propenso a desplomarse. Es tan delgado que me duele, pero me liberé de algo de pasta seca, harina y margarina de las cocinas, todas las cosas que no pudimos encontrar desde la tierra. Comeremos mejor. Se pondrá más fuerte. Se chupa el borde de su labio cuando se concentra. El hoyuelo ahí es hipnótico, y me fascina. Estoy tan concentrada en ese pequeño detalle de él que no noto cuando deja de dibujar, mirando fijamente algo. —Lilac. Empiezo con culpabilidad, saliendo de mi trance. —¡Yo no fui! —Hay‖algo…‖ven‖a‖ver.‖—Su‖voz‖tiembla…‖su‖mirada‖est{‖fija‖en‖el‖frente. Giro hacia las colinas, esperando un animal, otros sobrevivientes, incluso una embarcación de rescate. Lo que veo en cambio es electrizante. Ante nuestros ojos florece una ola de flores, botones púrpura de esa primera noche en los llanos, cuando Tarver intentó distraerme del hecho que estaba volviéndome loca. Al igual que pequeñas flores púrpuras escondidas en su diario. El estrecho pasillo de flores se extiende mientras observamos, serpenteando de un lado de las colinas hacia el verde brumoso del bosque en la distancia. A mi lado, Tarver está temblando. Puedo sentir el vértigo yo misma, mi piel hormiguea, pica, calor y frío a la vez. —No es real —jadeo, pestañeando con fuerza para abrirlos de nuevo. Las flores todavía están ahí—. Es sólo una visión. —La‖cantimplora…‖hicieron eso, ¿no es así? Trago.‖ Fue‖ algo‖ que‖ ellos‖ hicieron‖ por‖ mí,‖ y‖ solo‖ por‖ mí…‖ decirle‖ sería‖ explicar lo que significó para mí, en ese momento de total oscuridad. Eso me recordó por qué estaba regresando a ese naufragio de la muerte. Que no hay una sola persona en la galaxia que pudiera haberlo hecho. Pero, no puedo decirle esas cosas a él, no todavía. La banda de botones continúa, las flores crecen más gruesas y más brillantes por el momento, hasta que todo el corredor del valle está brillando de violeta en la luz del sol, dirigiéndose hacia el bosque. Es una banda concentrada y estrecha, en busca de todo el mundo como un sinuoso río púrpura, o un camino.


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Jadeo. —¡Tarver!‖ Ellos‖ est{n…‖ gui{ndonos.‖ Eso‖ es‖ lo‖ que‖ han‖ estado‖ tratando‖ de…‖ —Pero mi voz se pega en mi garganta, mi corazón latiendo con fuerza. Quita los ojos de las flores con el fin de alzar la vista hacia mí. —¿Tratando de qué? ¿De qué estás hablando? —La‖ gente‖ que‖ vi…‖ estaban‖ apuntando.‖ La‖ voz‖ que‖ oí‖ estaba‖ gui{ndonos‖ fuera del bosque, hacia la llanura. Incluso la casa de tus padres, el sendero en el jardín‖se‖alejaba…‖hacia‖este‖punto.‖Y‖ahora,‖estas‖flores…‖no‖ lo‖ sé,‖quiz{s‖estoy‖ tratando demasiado duro de encontrar sentido a todo esto. —Crees que ellos están mostrándonos el camino. —Gira para mirar las colinas—. ¿Hacia qué? Nos ponemos de pie, mirando el camino ante nosotros, tan claro y brillante. Todo lo que quiero es ir a averiguar si ellos son reales, si son tan sólidos como las flores en su diario. Si todo esto es algún sueño en el que no existen las leyes de la física. —¡Lilac! —La voz de Tarver es urgente, sacándome de mi aturdimiento—. ¡Mira! Parpadeo, intentando recuperar el aliento cuando él se inclina más cerca de mí. Su mejilla roza la mía, áspera por una leve barba, mientras que lleva su línea de visión junto a la mía. Tan cerca que puedo olerlo, sentir el cosquilleo de electricidad en donde nos tocamos. Esto no es un sueño. —Mira mi brazo, a donde estoy apuntando. —Extiende el brazo, hacia los árboles—. Hay algo ahí. ¿Ves ese brillo? Es todo lo que puedo hacer para no girar mi rostro hacia el suyo, la forma en que una planta crece hacia la luz. Aspiro profundamente y me obligo a enfocarme. No lo veo inmediatamente, y mis ojos van a la franja de bosque que circunda las colinas en su borde occidental. Y luego, tan repentina como un rayo, lo veo. Un pequeño destello de luz solar reflejada, titilando desde la línea de árboles. —Restos —susurro, mirando, intentando no creer lo que pienso que es—. Es un pedazo de la nave que aterrizó ahí. Otra cápsula de escape que estrelló. Tarver deja caer su brazo lentamente, pero no se mueve otra vez. También está mirando la cosa. —No lo creo. —Su voz también es tranquila, apenas audible sobre el viento—. Es difícil de decir, pero creo que los árboles que lo rodean son claros, uniformes. Me doy cuenta que estoy conteniendo la respiración. —Creo que es un edificio.


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No hay combustible para un lanzamiento entre las colinas, y está un poco frío, pero no me importa. Tarver estimaba un viaje de dos días para llegar al linde del bosque, y mientras el sol se pone frente a nosotros en el primer día puedo ver los árboles en el horizonte, en la distancia. El mar de flores se desvaneció en una niebla cuando bajamos los restos de la nave, pero ahora sabemos a dónde no estamos dirigiendo. Con qué fin, o con qué propósito, no podemos esperar a adivinar, pero si es un edificio —y es real—, podría ser la llave para nuestro rescate. —¡Agua caliente! —digo con alegría, comiendo fría y simple pasta con los dedos. Nunca he tenido algo tan delicioso. —Un techo —replica Tarver, comiendo su propio puñado de pasta que cociné antes de irnos. Las despensas de la cocina en el naufragio fueron mi mejor hallazgo, después de la enfermería, de todos modos. Le echo un vistazo, lo último de la luz dando a su todavía rostro pálido algo de falso color. Estamos acampando al abrigo de una colina, tanto como el viento nos lo permite. Sin embargo, será una noche fría, incluso juntos. —Una cama —es mi réplica—. Una real. —Tú ganas —dice, tragando lo último de su parte de pasta y apoyándose en los codos. Sigue moviéndose lentamente, con cuidado. Pero se ve mejor, a pesar de su dificultad al caminar hoy—. No puedo superar eso. Me apresuro a terminar el resto de mi cena y deslizarme donde se reclina en la manta, ansiosa por su calidez y compañía. Cruza su brazo bueno alrededor de mí, fácil y cómodo. No creo que la antigua Lilac habría pensado que olía tan bien, pero giro la cabeza hacia él de todas formas, mi mejilla rozándose contra el material de su camiseta. Estamos en silencio por un rato, tal vez cada uno imaginando lo que podría esperarnos en el edificio que Tarver vio en el horizonte. Su rostro ha cambiado, una chispa de esperanza en donde solo había estado una sombría determinación. ¿Cuánto tiempo ha estado viviendo con la creencia de que ningún rescate va a venir? Es obvio que desde que llegamos al Icarus, su propósito solo fue la supervivencia. No un rescate. Ahora hay una buena probabilidad de que seremos capaces de pedir ayuda. Ningún edificio en un lugar remoto estaría sin algún método de comunicación. Cambio de posición, tirando de mí con más fuerza. Inhala profundamente, el ascenso y descenso de su pecho cambiando mi cara en donde se presiona contra él. —¿Cuánto crees que hemos estado aquí? —¿Contando el tiempo que estuve enfermo? —Tarver se detiene, haciendo un rápido cálculo mental—. Dieciséis días, creo.


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¿Tanto? Me quita el aliento. Dos semanas y contando. Se siente como si solo fueran dos días y como una vida entera. —Fue mi cumpleaños. —Me encuentro diciendo, en una extraña voz—. Cumplí diecisiete hace unos días. —El día que volviste a mí de tu fiebre. Pero no me atrevo a decirlo en voz alta. La respiración de Tarver se corta, entonces la libera. —Feliz cumpleaños, Señorita LaRoux. —Puedo oír la sonrisa en su voz. Me he hecho un año mayor mientras estamos varados en este planeta. Trago. Quizás sintiendo el cambio en mi estado de ánimo, Tarver levanta su mano vendada para trazar con sus dedos mi brazo. Sospecho que el movimiento le duele, pero si lo hace, no se queja. Me aclaro la garganta. —¿Qué sería la primera cosa que harías cuando nos rescaten? ¿Una comida de verdad? ¿Llamar a tu familia? —Sonrió contra él, tirando de su camiseta con disgusto—. ¿Tomar una ducha? —Mi familia —dice inmediatamente—. Entonces, probablemente me manguereen e interroguen por unas semanas. Los militares, quiero decir. No mis padres. —Dios. —Ahora estoy tratando de desterrar la imagen mental de alguien manguereando a Tarver. Al menos, ya no estoy pensando en mi cumpleaños—. Espero que nadie intente eso conmigo. Eso me gana una risa, mi cabeza saltando un poco con los temblores del cuerpo de Tarver bajo mi mejilla. —Dudo que alguien intentará tal cosa contigo. Es más o menos para soldados y criminales quienes reciben el manguereo de alta presión. Incluso en el reino de la imaginación, ya estamos separados. Él, en sus interrogatorios y sesiones informativas; yo, presumiblemente llevada a algún lugar de mimos y pulidos. Mi corazón punza dolorosamente, su palpitar rápido y fuerte contra las costillas de Tarver. No es que no quiera ser rescatada. Lo quiero. Quiero ver a mi padre de nuevo…‖y‖m{s‖que‖eso,‖quiero‖que‖Tarver‖encuentre‖a‖su‖familia‖otra‖vez,‖evitarles‖ perder otro hijo. Pero había empezado a imaginar una vida aquí, con él. Una hambrienta,‖fría‖y‖apenas‖sobreviviendo‖a‖cada‖semana‖estilo‖de‖vida…‖pero‖una‖ vida juntos. Antes de que pueda detenerme, las palabras salen a borbotones. —¿Y yo qué? —¿Qué hay de ti? —Hace eco Tarver, un hombro moviéndose en un encogimiento—. Tu familia te recogerá y te hará preguntas de si comprometí tu virtud y te desvestirán con un movimiento brusco para vestirte con uno de esos extraordinarios vestidos, y será como si nada hubiese pasado.


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—¿Qué es lo que esperas ganar al hacer la estructura? —Un mejor refugio, al menos. Algún método de comunicación, como mucho. —¿Con quién deseas comunicarte? —¿Eso es una pregunta engañosa? —Todas nuestra preguntas son extremadamente serias, Comandante. —Alguien que pueda oírnos. Tuve a Lilac LaRoux conmigo. Sabía que su padre arreglaría un rescate a toda costa, si sabía en dónde estábamos. —Estaba en tu mente que estabas con la hija de Monsieur LaRoux. —Difícilmente pude escaparme. —Apenas los dos, a solas. —Me di cuenta de eso, también.

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Mi boca está seca, mi lengua pesada. ¿Por qué no entiende lo que estoy preguntando? Si vamos a ser rescatados, no quiero que suceda antes de que averigüemos lo que pasa aquí entre nosotros. Puede que no tenga más oportunidades. Respiro profundamente y me levanto en un codo. Está oscuro, pero todavía puedo distinguir sus rasgos a través de la penumbra. —Quieres decir que nunca nos volveremos a ver. Por un momento, sólo me mira, inescrutable como siempre. El espejo de la luna ilumina su rostro, plateado sobre su piel, en sus ojos. Mi corazón amenaza con golpear abruptamente para salir de mi pecho. —Puede que no. —Hay una suave e incierta nota en su voz. La idea de que alguien se precipitará y lo apartará de mí, para pelear en alguna guerra lejana en algún sistema distante, hace que sienta que mis pulmones se llenen con agua. No sé cómo llegar a él, cómo hacerle ver cómo me siento. No sé lo que está pasando detrás de los ojos marrones que he llegado a conocer tan bien. No sé lo que está pensando mientras me mira. Pero de pronto, sí sé que nunca viviré conmigo misma si nos rescatan antes de poder hacerle entender. —Eso es de lo que tengo miedo —susurro. Me inclino hacia abajo, mi cabello cayendo por su rostro, y dejo que mis labios encuentren los suyos. Por un instante, lo siento llegar a mí, y todo lo que quiero es inclinarme contra él, dejarlo que me envuelva, que me mantenga cerca. Todo lo que quiero es que nadie lo aleje de mí.


Tarver

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Quiero hundirme contra ella, enredar mis dedos a través de su cabello, —y por un momento me encuentro a mí mismo alcanzándola, incapaz de resistir. ¿Cuánto tiempo he estado esperando para tocarla así? Una descarga corre desde la punta de sus dedos hasta mi piel, y todo mi cuidadoso autocontrol comienza a derrumbarse cuando siento su calor cerca de mí. Quiero perderme en ella, dejar que este momento me lleve por completo. Mis dedos encuentran el borde de su camisa, y hace un sonido bajo cuando mi mano se curva contra la parte baja de su espalda. Se mueve, y me doy cuenta de que es mi mano vendada en el mismo momento en que una caliente línea de dolor asciende por mi brazo. Un gemido de lágrimas sale de mí mientras me tenso, apartándola con mi mano sana. Estamos jadeantes, mirándonos el uno al otro —ella, confusa, vacilante porque paré; yo, tratando de respirar, alejando la necesidad que corre a través de mí a pesar del dolor de mi mano. Sé lo que es esto. Reconozco el desesperado anhelo en su expresión —lo he visto antes, en el campo. Lilac ha estado muy cerca de quedarse sola en este planeta, y estaba confundiendo su alivio con otra cosa. Una chica como ella nunca miraría a un chico como yo en otras circunstancias. Si ese edificio en el horizonte es nuestro billete a casa, no estoy seguro de si podría soportar verla bailar un vals dentro de su antigua vida tras dejarme atrás. No si me lo permito a mí mismo —no. Y no puedo permitirme demostrarle cuánto la deseo. No cuando no soy lo que realmente quiere. Su expresión está cambiando con cada momento que mantengo su brazo a distancia, ojos oscuros, la confusión cambiando a duda. A una traicionera parte de mí no le importa que ella esté confundida, desea desesperadamente besarla de todos modos. Tal vez un momento valdría la pena,

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Traducido por Cynthia Delaney Corregido por CrisCras


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incluso si después todo se disuelve en la niebla, como nuestro rastro de flores púrpura. Podría‖estar‖equivocado.‖Tal‖vez‖ella‖quiere,‖tal‖vez… Tomo una respiración otra vez cuando se aparta bruscamente, poniéndose de pie para acechar en la oscuridad. Hay furia en sus torpes movimientos, en la tensa línea de sus hombros. Mi mente truena con todo lo que debería decir, las palabras enredándose en mi garganta. Espera. Vuelve. Dime que no desaparecerás en el momento en que nos encuentren aquí. Dime que si te toco no voy a perderte. —No vayas lejos —grito en su lugar, y silenciosamente maldigo mi propia cobardía. Ella no vuelve, pero se detiene cuando aún puedo verla. Eligiendo el frío y vacío de la ventosa oscuridad por encima de volver a mí. La brillante luna da suficiente luz como para que probablemente no se rompa un tobillo, pero deseo saber cómo llamarla para que vuelva. Al final desenvuelvo las mantas y me extiendo sobre ellas —estoy demasiado débil, demasiado cansado para sentarme y esperar por ella. Cuando vuelve a acostarse a mi lado, es en el borde de la manta, tan lejos de mí como puede. Tengo que decir algo. Esto empeorará durante la noche. Llego al interior de mí mismo y encuentro la parte de mí que solía arrastrarse, poco dispuesto, a través de distintos tipos de paisajes sin compromisos, y lo intento con una señal más clara. —Detén eso, ¿podrías venir aquí? Soy un inválido. Te necesito para mantenerme caliente. —Si puedo llegar a tener mis brazos a su alrededor, tal vez lo entenderá. Está en silencio tanto tiempo que parece que no me responderá en absoluto. Cuando finalmente lo hace, su voz es ronca y hostil. —Sobrevivirás. —Probablemente. —Estoy de acuerdo—. Pero prefiero estar cómodo. Sigue de espaldas a mí, su columna curvada mientras se enrosca sobre sí misma. —Tarver. —Ahora suena como si estuviera hablando con los dientes apretados—. Me siento humillada. Estaré bien por la mañana, seguiremos adelante y seremos rescatados, y entonces esto estará olvidado. Solo déjame en paz en este momento. —Lilac… Se acurruca lejos de mí con más fuerza, metiendo la cabeza hacia abajo, así puede bloquear mis palabras. Eventualmente dejo de esperar que ella ruede y se una a mí. Me acuesto de espaldas para mirar las desconocidas estrellas y el brillante espejo blanco-azulado de arriba, y espero por el sueño. Es terriblemente frío sin ella.


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Se despierta antes que yo en la mañana. Aun me siento como un muerto viviente, lo que se debe a intentar una marcha forzada tan pronto después de haber estado inmovilizado. Comemos cada uno una barra de ración en silencio. Estoy bastante seguro de que darme uno entero en vez de uno dividido es su versión de cuidar de mí mientras estoy enfermo, lo que tal vez significa que seremos civilizados sobre lo que paso anoche. No es como si tuviéramos siquiera el lujo de encontrar a alguien más con quien hablar. Sé que está comenzando a oír los susurros otra vez —se sacude como una hoja cada vez que aparecen. Pero han declinado el dejarme entrar en sus secretos de nuevo, y si le dicen algo a ella, no lo comparte conmigo. No estoy seguro de que me guste la idea de que parezcan estar concentrándose en ella, o dirigiéndola. Cargo en mi hombro el paquete y nos ponemos en marcha en silencio, pero conseguimos hablar un poco mientras la mañana avanza. No es mucho, pero el contenido de la conversación no es el punto. Es el gesto lo que importa, por ambas partes —nuestra manera de decirnos el uno al otro que vamos a encontrar una manera de seguir trabajando juntos. Hace diecisiete días, me habría sacado mis propios dientes con pinzas antes que buscarla voluntariamente para tener una conversación. Ahora simplemente me siento cansando con el consuelo de que no vamos a guardarnos silencio el uno al otro completamente. Es por la tarde cuando llegamos a los árboles. La mayoría son árboles polos de nuevo, igual que en el bosque en donde nos estrellamos. El paisaje inexplicable, nada de la terraformación como debería ser, está convirtiéndose en algo normal para mí. La mano de Lilac sale disparada cuando tropiezo con una raíz. Estoy tan cansado ahora que no levanto los pies adecuadamente, una combinación de tres días de fiebre y casi tres semanas de comida racionada. Por lo menos comencé en buena condición física. No tengo ni idea de cómo Lilac está aún en movimiento, pero en realidad, en algunos aspectos parece más fuerte de lo que era antes. Salimos de los árboles de repente, ambos tropezando con vacilación en el mismo momento. Hay un histórico edificio cuadrado en el centro del claro. La esperanza resurge dentro de mí. Está perfectamente intacto. No son restos, no está en ruinas. Es una estación de observación, como decenas que he visto antes en planetas recién terraformados. Mientras estamos arraigados al suelo, una carpeta de flores púrpuras se despliega bajo nuestros pies, corriendo lejos de nosotros hasta tocar el edificio. Hay enredaderas trepando por las paredes del edificio.


Nadie ha estado aquí en años.

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—¿Está negándose a responder nuestras preguntas, Comandante? —Claro que no. Es un placer ayudarlo. Puedo ver que está colgando de cada una de mis palabras. —Parece poco colaborador, Comandante. Es un soldado muy condecorado. Su conducta no coincide con los reportes favorables de su archivo. —Supongo que las apariencias engañan.


Lilac

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Por un rato nos olvidamos de lo que pasó anoche y exploramos el edificio, trabajando juntos de nuevo. Viendo una estructura intacta, algo hecho por el hombre, es electrizante. Trato de imaginar a qué se parece mi casa, mi ciudad, los edificios que tocan las nubes y los autos sobre las vías aéreas, y mi mente dibuja un espacio en blanco. Creo que si de alguna manera me hubiera transportado allí ahora, sería abrumador. Tendría que haber un generador dentro de este edificio, en algún lugar, y si pudiéramos conseguir eso trabajando, puedo conseguir todo lo demás trabajando. Tarver insiste en que no habrá un sistema de comunicaciones dentro, aunque nunca he estado en un planeta en ninguna fase antes que el establecimiento avanzado, él me dice que las estaciones de este tipo son comunes, y todas iguales. El equipo de comunicaciones significaría una forma de enviar una señal. Una manera de conseguir a Tarver de nuevo con su familia, donde él pertenece, incluso si no estoy tan segura de que quiero volver al mundo ya. Y si hay alguna justicia o decencia en la galaxia, él llegará a casa en una pieza. Quiero tan mal decirle por qué dije las cosas que dije cuando nos conocimos. Por qué enajenar personas es uno de mis más grandes talentos. Pero decirle a él sería traicionar a mi padre. Para mostrarle a Tarver solamente cuan monstruosa soy. Entonces muerdo mi lengua, y trato de ignorar la forma en que la verdad se está construyendo dentro de mí como el agua bajo presión. Dejarle odiarme, y hacerle creer que lo odio de vuelta. Es más seguro para nosotros dos. No hablamos, pero el silencio es todavía más fácil de lo que ha sido. Ninguno de nosotros se pregunta por qué este lugar fue abandonado, o para qué era originalmente. Es lo suficientemente grande que no puede ser sólo para albergar los equipos de vigilancia. Esto tuvo que mantener a las personas en algún momento.

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Traducido por Nikky Corregido por Mire★


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Nos arrastramos sobre las puertas, curioseamos en los obturadores sobre las ventanas, llegamos a intentar golpear nuestra entrada con una roca. El edificio es sólido, a pesar de su abandono, y su sellado hermético. Descubrimos un cobertizo no muy lejos con un averiado aerodeslizador dentro. Una rápida mirada me dice que probablemente se rompió incluso en el momento en que este lugar estaba ocupado. Nos hincamos alrededor bajo el capó por un momento, comprobando sin esperanza los enchufes y cables engomados, Tarver sigue con el inventario del resto de la nave dejándome examinar los circuitos. Me da un comentario continuo sobre lo que encuentra: herramientas oxidadas, trozos de cuerda, latas de aceite y pegamento, tanques de combustible en la parte posterior. Latas de pinturas y una pala en la esquina. Taladros y sierras con tapones. Este lugar tenía una vez electricidad, entonces, lo que confirma mi suposición de que hay un generador en alguna parte. Me pregunto si alguna parte de mi cerebro siempre mira las cosas, ahora, y trata de pensar en cómo podrían ser útiles. Si ellos valen su peso, ser llevado de un naufragio. Así que no puedo evitar preguntarme si siempre voy a imaginar maneras en que cuerdas o aceites o martillos oxidados podrían salvar la vida de alguien. Cuando finalmente curioseo la cubierta del tablero sin tapa para encontrar la mitad de los circuitos perdidos, me lleva sólo unos momentos para darme cuenta que toda la cosa es inútil. Golpeo el capó del aerodeslizador hacia abajo, y cuando Tarver me mira, ve la frustración en mi cara y no pregunta. Nos dirigimos de nuevo hacia el claro, rodeando el edificio otra vez, esta vez armados con herramientas. Nos pusimos a trabajar atacando los obturadores, curiosos, tratando de encontrar un punto débil. —Al menos tú eres humano después de todo —dice Tarver a la ligera. Todavía estoy cuidando las heridas de su rechazo cuando le echo un vistazo, esperando que sea un golpe. Él mira hacia atrás, intentando una media sonrisa, y me doy cuenta que es una rama de olivo en su lugar—. Finalmente hemos encontrado circuitos que tú no puedes arreglar. Se ve tan cansado, tan agotado, a pesar de su débil intento de salvar el abismo entre nosotros. Supongo que sería demasiado, si yo fuera él. Suspiro, frotando una mano a través de mis ojos. —Me gustaría saber más. Si lo hiciera, tal vez yo podría arreglarlo. —Sigo sin entender cómo tú no sabes nada de esto. Tu padre es el genio de la ingeniería. No tú. Quiero decir, tú no eres el tipo de persona quién hubiera estudiado circuitos y física en la escuela. Quiero decir, oh, al diablo. Tanto para el ramo de olivo. A pesar de la tentación de dejarlo tropezarse con sus palabras, no puedo tomar crédito por lo que sé. —Cuando era una niña,


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después de que mi madre muriera, no quería nada más que ser sólo como mi padre. Incluso entonces sabía que yo era todo lo que él tenía. Así que quería ser... digna de eso, supongo. Le pedí a alguien que me enseñe. —Trago, sintiendo los ojos de Tarver en mí, sabiendo que él puede sentir la tensión en mi voz. —¿Quién? —Un chico llamado Simon. Los ojos de Tarver vuelven a los obturadores que está trabajando, se centró, sin mirarme. —Tú lo has mencionado antes. ¿Quién es él? Mi garganta se aprieta. ¿Cómo puedo decirle a Tarver, de todas las personas, sobre las partes monstruosas de mi pasado? ¿Por qué darle una razón más para alejarme? Y sin embargo, tal vez él merece saber por qué dije lo que dije a bordo del Icarus. Y a lo mejor merezco revivirlo. —Si te lo digo, ¿vas a escucharme? Sin interrumpir, no digas nada, sólo déjame salir de esto. ¿Puedes hacer eso? Su comportamiento cambia sutilmente, pero se queda donde esta, colgando la palanca a su lado. —Está bien. Tomo unas cuantas respiraciones profundas, como un buzo a punto de saltar. —Simon era un niño que creció cerca de nuestra casa de verano en Nirvana. —No puedo observarlo mientras estoy hablando. No quiero ver el momento cuando la comprensión golpee. —Su familia no estaba tan bien unida como la mía, pero ¿la de quién lo era? Él era absolutamente genial, y no sólo en los temas que se esperábamos que aprendiéramos. Fue quien me enseño todo lo que sé acerca de la electricidad y la física. Mi padre hizo vista gorda ante el tiempo que pasábamos juntos, porque él pensó que era inofensivo, que yo era demasiado joven para formar cualquier apego real. Tenía catorce años entonces, pero lo amaba. —Paso mis dedos por el extremo del destornillador, aprendiendo con las yemas de los dedos los desniveles del mango plástico esculpido—. La noche antes de cumplir los dieciséis años me preguntó si podíamos dejar de escondernos y ser una pareja real. Él dijo que iba a ir a mi padre en la mañana, ahora que él era un adulto, y pedir una posición dentro de la compañía. Para ganarse el derecho a estar conmigo. El pelo rubio-arenoso y los ojos verdes ojos de Simon pasaron en un destello delante de mí, mi corazón se estrecha incluso ahora. Sólo sigue hablando. Pasemos por ello. —Le dije que sí. Cuando me desperté, prácticamente volé abajo con anticipación, pero cuando llegué allí estaba como si nada hubiera cambiado. Mi padre dijo que no lo había visto, ni siquiera apartó la mirada de la pantalla de


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noticias. Fui a su casa, y encontré a sus padres devastados. Todos los hijos de los caballeros están en las reservas, tú ya sabes eso. Como una cuestión de honor, supongo, a pesar de que nunca es probado. Es todo para el espectáculo. Mis ojo arden y el mango rojo y amarillo del destornillador se hace borroso. Todavía no. Mantenlo junto. Giro la herramienta una y otra vez en mis manos. —Simon había sido llamado al servicio activo. Fui a la oficina de reclutamiento, pero debido a algún descuido administrativo, fue embarcado a las líneas del frente con un grupo de soldados que habían estado entrenando por un año. En el momento en que pasé por todo el papeleo y averigüé dónde se encontraba, ya estaba muerto. —Y yo debería haberlo sabido mejor. Tarver se mantiene fiel a su palabra, sin hablar, ni siquiera se mueve. Pero siento sus ojos en mí, y sé que él está escuchando. Trago, repentino incierto. ¿Va a entender por qué le estoy contando esta historia que nadie en la galaxia sabe, fuera de mi padre y de mí? —Vivo una vida de privilegio absoluto. Eso lo sé. Lo acepto. —Mi voz se quiebra un poco y me lamo los labios—. Pero nada es gratis. Viene con un precio. Acepto eso, también. Mi padre tiene expectativas acerca de dónde voy a pasar mi tiempo, la compañía que voy a mantener, las conexiones que voy a hacer para avanzar sus intereses. Él siempre dice que nuestro nombre fue ganado duro, y requiere sacrificio y trabajo para mantener, pero que si se protege, es todo lo que yo alguna vez tendría que necesitar para conseguir llegar a cualquier lugar de este mundo. Pero a veces... a veces resbalo. Me obligo a mirarlo. Él está de pie donde estaba, con el rostro apagado, tan impasible e ilegible como yo nunca lo he visto. Me desmorono un poco, a pesar de mi determinación. Esto no es acerca de cómo me ve; esa nave voló lejos hace mucho tiempo. Se trata de cómo él piensa que lo veo. —En el salón, cuando se me cayó el guante, ¿de verdad crees que no sabía quién eras? —Mis dedos se cierran alrededor del mango del destornillador como si fuera un salvavidas—. Fuiste un héroe, todos los videos de noticias. Sabía quién era tu familia, que tú eras un caso de becas, todo ello. Sabía exactamente quién eras. Yo sólo olvidé, por unos segundos, quién era yo. Porque quería hablar contigo. Porque no me miras como si yo fuera Lilac LaRoux. >>Así que sí, yo era cruel después, soy cruel porque es la manera más rápida de conseguir que un hombre pierda el interés, y confía en mí, he aprendido cómo. Mi padre me enseño bien. —Trago, asegurándome que mi tono es uniforme. Él estaría orgulloso—. Tarver, tienes que entender que todo el que se acerca a mí, todos, quieren algo. Los hombres están detrás de mi dinero. Las mujeres están detrás de mi estatus. Y los hombres van a sufrir mucho por la atención de una


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chica rica, pero no a ese nivel de humillación. He tenido que aprender a usarlo con los años. Y tal vez soy cruel porque es fácil, y porque es algo... algo en lo que puedo ser buena. Todavía está allí de pie, inmóvil. Me he quedado sin cosas que decir, y me callo. Mi mano se retuerce, como si quisiera tirar el destornillador hacia él. Cualquier cosa para conseguir que se mueva, hable. Diga algo. Se para como si hubiera sido golpeado en la cabeza con la cantimplora, mirándome fijamente, con la mandíbula cuadrada y silencioso. Lanzo el destornillador hacia abajo. —Encontraré un lugar para pasar la noche. Puedo sentir sus ojos en mí, cuando recupero el paquete de suministros y hago mi camino de regreso hacia el arroyo. La corriente es turbia donde cruzamos antes, así que la sigo, en busca de un lugar para volver a llenar la cantimplora y lavarla un poco. Un hilo de una idea me fastidia, pero la empujo lejos, mi mente agitándose. ¿Por qué, por qué, le dije? ¿Por qué debería estar interesado en la triste saga de la pobre niña rica a quién le habían quitado su novio? Va a ser una gran historia para él cuando se embarque, algo de qué reírse con su pelotón. Sólo puedo imaginarlo describiendo como esta lunática niña rica intentó saltar sobre él a causa de sus problemas con su papá. Algo se retuerce con inquietud dentro de mí, Tarver no es el tipo de persona para compartir la historia. Pero aún así, debe pensar que soy tan egocéntrica. Él ha visto a docenas de sus amigos volando en pedazos en las líneas del frente, y estoy llorando porque un chico que una vez conocí lo mandaron a la guerra. Sin embargo, ahora sabe. Qué es mi padre. Qué soy yo. Que soy responsable de la muerte de un chico cuyo único delito fue enamorarse. Ahora él sabe cuán toxica soy. Estoy tan enredada en mis pensamientos que casi no noto la cueva. La entrada es estrecha, apenas lo suficiente ancho para los hombros de Tarver. La fuente de la corriente debe estar dentro de ella, pero no puedo escuchar ningún burbujeo, sólo el hilo de la luz del agua cayendo sobre la roca. Hurgo en el paquete por la linterna, subirme a las rocas mojadas, y la facilidad de atravesar de mis hombros. La corriente continua de nuevo en la penumbra a través de otra más amplia grieta. Me detengo el tiempo suficiente para dejar una camiseta de color rojo brillante de mi mochila atada alrededor de un afloramiento de roca, para señalar en el caso de que Tarver venga a buscarme. Entonces me deslizo hacia el interior, y me dirijo más profundo en la cueva para ver si hay un lugar lo suficiente grande para que nosotros durmamos.


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—¿Hubo algún tiempo considerable durante el cual usted y la Señorita LaRoux estuvieron separados? —Defina considerable. —¿Era usted capaz de dar cuenta de su paradero y acciones durante la totalidad de su estancia en el planeta? —Lo hace sonar como si estábamos en permiso para bajar a tierra. —Comandante. —Estuvimos juntos todo el tiempo. —Y ¿nada extraño pasó en ese tiempo? ¿Ella no cambió de alguna manera? —Creo que un aterrizaje forzoso en un planeta desconocido es bastante extraño. —Coman— —No. No cambios notables.


Tarver

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Recojo una piedra y escojo un lugar para golpearla contra la base de las persianas metálicas. Hay un procesador metálico hueco que me dice que no hay nada detrás, así que golpeo la piedra de nuevo, inclinando mi cuerpo y encontrando un ritmo. Mi cabeza da vueltas. Descuido administrativo, mi culo. Nadie se despliega por accidente, mucho menos el hijo de un hombre rico. Sé veinte cosas que evitarían que eso pasara. A menos que tuviera una novia con un padre al que no le gustaba la idea de esa conexión. A menos que la chica que amaba fuera Lilac LaRoux. Entonces, puedo verlo suceder. Pobre Lilac. Ha vivido con ese secreto por tres años. Nunca la he escuchado sonar tan perdida, como si realmente creyera que es su culpa que ese chico fuera asesinado. ¿Qué clase de padre pone una carga semejante en una niña de catorce años? ¿Dejarla vivir su vida pensando que tenía sangre en sus manos? Me gustaría que me lo hubiera dicho antes. Pero, ¿qué habría hecho si me hubiera dicho cuando volvimos al Icarus que era demasiado peligroso seguir con ella? ¿Hubiera sido lo suficientemente inteligente como para alejarme? Me doy cuenta de que he estado golpeando la roca contra el mismo lugar durante al menos dos minutos sin resultado. La dejo caer, abandonando mi vano intento de hacer una abolladura en los postigos, y me dirijo hacia arriba después de Lilac. ¿Qué puedo decirle? Todo lo que sé es que necesito ir con ella, la electricidad corriendo de arriba a abajo por mi columna. Un destello de rojo salta hacia mí, la tela atada alrededor de un afloramiento. Estoy tan cansado, mi cabeza tan llena de disculpas a medio formar, que me toma un momento observar la entrada de la cueva. La Lilac con la que me estrellé nunca lo hubiera pensado. Simplemente habría desaparecido en el interior, sin siquiera un segundo pensamiento sobre

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Traducido por gabihhbelieber Corregido por Daniela Agrafojo


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cómo iba a encontrarla. Pero mi chica ha cambiado mucho desde que desembarcamos. La entrada es estrecha, pero me apreté a través de ella, chapoteando en el arroyo. La luz del sol se desvanece cuando veo la linterna más adelante. El estrecho pasadizo se ensancha en una cámara más grande, como una burbuja dentro de la roca, y casi pierdo el gran escalón hacia abajo. Me detengo justo a tiempo antes de caer, agarrándome del borde de la abertura. No me ha notado todavía. Está en el centro de la cueva, desempacando nuestras cosas y ordenándolas con cuidado. Hizo una fogata directamente bajo una abertura en el techo, para que escape el humo. ¿Yo le enseñé eso, o lo descubrió ella misma? No puedo recordarlo. Está haciendo dos camas, su boca en una línea fija y delgada, sus hombros cuadrados y determinados. Está alcanzando el mismo pozo de disciplina que encontró cuando yo estaba enfermo, supongo. El mismo pozo que la empujó a un barco lleno de muertos para buscar mi medicina. ¿Cómo pude pensar que ella no podía juzgar la profundidad de sus propios sentimientos? Trepo con cuidado dentro de la cueva, dejando que un par de piedras choquen deliberadamente. Ella levanta la vista mientras me acerco, luego regresa a su trabajo, metiendo una camisa de repuesto dentro de la almohada que está haciendo. ―¿Sabes‖lo‖que‖pensé‖la‖primera‖vez‖que‖te‖vi,‖cuando‖estabas‖hablando‖de‖ esos oficiales?‖ ―Hay‖ un‖ borde‖ en‖ mi‖ voz,‖ una‖ vacilación,‖ sueno‖ nervioso.‖ No‖ lo‖ estoy, sin embargo. Nunca he estado más seguro. Me mira de nuevo, el cansancio grabado en toda su cara. Levanta la barbilla un poco, como si estuviera preparándose para un golpe. ―¿Qué‖pensaste, Tarver? ―Pensé,‖ese‖es‖mi‖tipo‖de‖chica. Su expresión no cambia. Me permito sonreír un poco mientras me dejo caer fácilmente sobre mis rodillas delante de ella, con todos los músculos cansados protestando por el movimiento. ―Y‖ Lilac,‖ tenía‖ razón.‖ Olvídate de todo lo demás. Olvídate de todos los demás. Eres exactamente mi tipo de chica. ―Tarver,‖tenías‖razón‖por‖detenerme‖antes.‖―Sus‖ojos‖azules‖son‖oscuros‖y‖ profundos,‖su‖pelo‖una‖llama‖con‖la‖luz‖del‖fuego―.‖Esto‖no‖puede‖suceder. La culpa está escrita en sus facciones tan claramente que casi me rompe el corazón. Su aliento se atasca mientras alcanzo su brazo para tirar de ella sobre sus rodillas, a mi nivel.


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―¿Qué hay con los cambios físicos? ―¿Perdón? ―¿Acaso la Señorita LaRoux se sometió a algunos... cambios físicos estando en su compañía? ―Creo que se volvió un poco más fuerte por toda la caminata. ―Comandante, ¿hasta qué punto actuará basado sus sentimientos por la Señorita LaRoux?

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―Lo‖que‖pasó‖con‖Simon‖no‖fue‖tu‖culpa.‖Tu‖padre‖lo‖hizo,‖no‖tú.‖No‖tienes‖ la culpa de que alguien te ame. Ella traga, sus ojos se encuentran con los míos, inseguros. No puedo soportarlo más, e incluso antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, me inclino hacia abajo para besarla. Una sacudida pasa a través de mí mientras nuestros labios se encuentran, y ella deja caer la linterna con un estruendo. Duda por un momento, luego se aleja de mí. Quiero inclinarme hacia ella, pero me quedo inmóvil, mi corazón golpeando con fuerza. ―Pero‖en‖la‖planicie‖actuaste‖como‖si‖no‖me‖quisieras‖―susurra. ―Si‖realmente‖creíste‖esa‖actuación,‖est{s‖m{s‖loca‖de‖lo‖que‖pensaba.‖Te‖he‖ deseado desde el principio. Pensé que era mejor mantener la distancia, para mantenerme enfocado en que saliéramos de‖ aquí.‖ ―Mi‖ voz‖ se‖ vuelve‖ ronca―.‖ Tenía miedo de tenerte, luego perderte de nuevo. Pero valdría la pena una y mil veces. Fui un idiota, lo siento. Su cara está ruborizándose, sus labios enrojeciéndose, su piel clara haciéndolo fácil de ver. La urgencia de besarla de nuevo es abrumadora. Esta vez, cuando me acerco, ella no se aleja. Inclino mi cabeza hacia la suya y deslizo una mano alrededor de la parte baja de su espalda para acercarla más. Juego con su labio inferior con los dientes y jadea temblorosamente. Me retiro un poco, la acción requiriendo un esfuerzo monumental. ―¿Quieres‖ que‖ me‖ detenga?‖ ―Me‖ las‖ arreglo‖ para‖ decir,‖ apenas‖ reconociendo‖mi‖propia‖voz―.‖Tú‖dime. Me toma un momento registrar sus ojos oscuros, sus labios entreabiertos, la forma en que se inclina contra mí. Sus manos curvándose alrededor de la manga de mi camisa, temblando. Es entonces que me doy cuenta de que mis manos no están muy estables, tampoco. ―Te‖detienes‖ahora.‖―Respira―.‖Y‖nunca‖te‖lo‖perdonaré. Hay un suave gemido mientras nuestros cuerpos se juntan, pero no estoy seguro de cuál de nosotros lo hizo. Si una nave de rescate aterrizara en el claro de afuera ahora mismo, me mantendría escondido en esta cueva.


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―Mediano. ―¿Perdón? ―¿Cómo se supone que responda esa pregunta? ―Estamos tratando de descubrir lo que pasó. Es en el mejor interés de todos los afectados que conteste con la verdad.


Lilac

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—¿Estás bien? —Levanta su cabeza de mi cuello, sus labios picoteando mi mandíbula. Tiemblo, eligiendo responder con un pequeño murmullo, contenta. Después de un momento abro los ojos para encontrarle observándome. Su pelo está pegado a la frente, visible en la penumbra del agonizante fuego. —Feliz —añado, solo para ver la línea de su boca curvarse hacia arriba, resaltada por el tenue brillo de las brasas. —Bien. —Se inclina para besarme, manteniendo su peso sobre un codo. Ladeo la barbilla, descubriendo que esa forma lo hace inclinarse y profundizar el beso, pronunciando un sonido de satisfacción y sorpresa. Cuando levanta de nuevo la cabeza, aleja su mano de mi cintura para trazar un rastro a lo largo del borde de mi frente, bajando por mi mejilla, apartando unas pocas hebras de pelo de mi cara. —No tienes idea de cuánto tiempo he querido hacer esto. —Su voz aún es un poco ronca, y mi estómago salta en respuesta. —Tómate tu dulce tiempo. —Intento parecer liviana y despreocupada, a pesar de que sé que mi actuación no está convenciendo. Se ríe, y miro su boca, distraída, y casi me pierdo lo que dice después—: Estoy seguro de que si intento besarte como al arrastrarte por el bosque ese primer día, me tendrás que arrojar uno de esos ridículos zapatos a la cabeza. Espero que proteste cuando la mañana llega y sugiero, un poco melancólicamente, que tomemos un día de descanso. No quiero dejar la cama, no quiero buscar la ropa, no quiero estar apartada de él. La forma en la que me mira ahora es muy diferente. Clara, expuesta, cálida. Ni siquiera sabía que había un muro entre nosotros, hasta ahora, viéndolo marcharse. En lugar de poner la voz de soldado y decir algo sobre salir, solo se estira y me abraza apretadamente con un brazo. El otro, lo pone detrás de su cabeza y

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Traducido por katiliz94 Corregido por Dafne


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miran el techo de la cueva, donde una pequeña luz del día llega a través de una brecha. La luz se extiende por las paredes de la caverna, revelando formaciones esculpidas a lo largo de los años: estalagmitas elevándose desde el suelo sobre las idénticas y vastas cortinas de la resplandeciente caliza goteando desde el techo. —No puedo pensar en ningún camino dentro de ese edificio. Por ahora, no hay nada que tengamos que hacer que requiera atención inmediata. Me apoyo sobre un codo, mirándolo. —¿A qué te refieres, nada que tengamos que hacer? —Lo que acabo de decir, preciosa. —Me sonríe, haciendo que mi estómago revolotee. A nadie en mi antigua vida se le permitiría sonreírme así—. ¿Crees que tengo algún ardiente deseo por salir de la cama hoy? No puedo evitar más que devolverle la sonrisa. Se inclina y me besa brevemente antes de que comience a apartarse de nuevo. Se detiene, con sus ojos medio cerrados, pensativamente, antes de inclinarse una vez más, tomándose su tiempo, su cálida boca contra la mía. En el momento que se aparta, mi corazón está palpitando. —Nos prepararé el desayuno —dice, deslizándose de nuestro nido y poniendo las mantas a mi alrededor. Se pone los pantalones pero no se molestó con el cinturón, dejando que le cuelguen de las caderas. Me acurruco y le observo mientras se muevo entorno al campamento. ¿Cómo es que puedo necesitarlo con tanta locura cuando solo ha estado apartado de mí durante un minuto? Rebusca en la mochila, buscando porciones de barras. Después de un momento se detiene, mirando algo en la mochila. Veo solo el destello de plata cuando lo coge, cerrando la mano entorno a eso, pero sé lo que es: el recipiente conteniendo la imagen de su familia. Es entonces que me doy cuenta de algo que comenzó a echar raíces el día que escalamos la ruina, buscando nuestro siguiente movimiento. Cuando descubrí que la idea de vivir aquí no dolía. La verdad es que no quiero que seamos rescatados. Ojala pudiese quedarme aquí, con Tarver, para siempre —incluso si el para siempre solo es unos pocos años, o meses, o días, antes de que la brutalidad del planeta nos derrote. Porque en el momento que el barco de rescate toque fondo, nunca veré a Tarver Merendsen de nuevo. Y eso es con lo que he estado intentando luchar, porque sé que no es lo mismo para él. Sé que él no sería feliz aquí, no cuando su corazón está en una pequeña casa de campo con una profesora, un poeta y el recuerdo de su hermano. Le miro cuando pone a un lado la caja plateada, con cuidado, tiernamente. Vuelve a su búsqueda, pero puedo ver el dolor prolongándose en su expresión. No importa que ser rescatados signifique nuestro final —que signifique un regreso, para mí, a una vida sin vivir, siendo observada en cada momento y


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mantenida apartada de todo lo que podía tocarme. Todo lo que importa es que él llegue a casa. Que sus padres no tengan que sufrir la pérdida de su segundo hijo. Tenemos que entrar en ese edificio. En el momento que Tarver regresa hasta mí, estoy sonriendo, y me envuelvo a su alrededor. Pero incluso mientras murmura en mi oído, besa mi hombro y entrelaza los dedos en mi pelo, mi mente está funcionando. Pensaré en una forma. No es hasta después por la tarde que finalmente salimos de la cama, y solo entonces porque necesitamos rellenar la cantimplora. Localizamos las ropas y caminamos a través del bosque, volviendo al edificio. Intento cerrar las contraventanas de nuevo; él golpea la puerta para calibrar el grosor. Compartimos unas pocas ideas, cada una más improbable que la última. Tentativamente pensamos en algún tipo de ariete, pero incluso si usamos las herramientas oxidadas para talar un árbol, no hay forma de que los dos podamos levantarlo y girar un tronco lo bastante grande como para romper una puerta de acero. Cualquier suministro o equipamiento podría estar dentro firmemente bloqueado. Escucho tenues susurros, levantándose como lluvia y siseando por la hierba hacia mí. Hay una urgencia en las voces que se quejan en mi oído, suplicando, doloridas. Siempre están viniendo de la estación —no somos los únicos que desesperadamente quieren encontrar una forma de llegar a la estación abierta. Los susurros han estado conduciéndonos aquí todo el tiempo, y ahora están tentándonos a ir dentro. Con el tiempo, mientras el anochecer se aproxima, nos rendimos y volvemos a la cueva para reavivar el fuego y volver a montar la cama, la cual, sobre el curso de la última noche, se ha desperdigado por el lugar. Mientras vuelvo a acomodar las almohadas y situar las mantas, Tarver está agachado en el fuego. Esta noche está reforzándolo mucho. Es más fácil estar desnudo, dice él, cuando no estás congelándote. —Ir a los suburbios no es tan malo, ¿verdad, Señorita LaRoux? —bromea, desplomándose en nuestra cama improvisada y tirándome sobre él. Llamas de frustración me envuelven, a pesar de la urgencia de dejarlas deslizarse bajo las circunstancias. —¿De verdad tienes que hacer eso, después de todo? ¿Actuar como que estás por debajo de mí? Sonríe de nuevo, encogiéndose de hombros, desdeñoso. —Todo el universo sabe que estoy por debajo de usted, Señorita LaRoux. No me importa.


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—Cincuenta mil personas en ese barco, déjalo o tómalo. —Elijo las palabras con cuidado—. Tres mil de ellos soldados. Al menos una docena de condecorados héroes de guerra. Te miré a ti. Comienza a hablar, pero deslizo la mano a lo largo de su brazo, y eso es suficiente para hacerle dudar, la voz quedándose en su garganta ante mi toque. Esta nueva fuente de poder es intoxicante. —¿Crees que me gustas solo porque me salvaste la vida? ¿Porque sabes lo que hago y lo que no, porque te aseguras de que coma bastante y sigues haciéndome perder la cordura? ¿Por qué eres el único hombre en el planeta? Protesta, pero lo veo en su cara. No estoy completamente equivocada. —Lo es —susurro—. Es debido a todas esas cosas. Es debido a tu fuerza, pero también es debido a tu bondad, y tu dulzura. Actúas como si no heredases nada‖de‖tu‖madre,‖pero‖eso‖no‖es‖verdad.‖Hay…‖hay‖un poeta en ti. Inhala profundamente, el brazo que me rodea me aprieta y sus dedos se enredan en mi pelo, tirándome más cerca. No puedo respirar, ni quiero. Cuando habla su voz se sacude un poco, de la forma que lo hizo justo antes de que me besase por primera vez. —A veces puedes quitarme todas las palabras. —Se apoya sobre un codo y después me empuja debajo de él para que pueda evitar que siga haciendo preguntas con la presión de sus labios. Cuando rompe el beso termino pestañeándole, sin aliento. —Aun no estoy seguro de que tengas razón, Señorita LaRoux, — murmura—.Yo estoy debajo de ti. Me lleva unos pocos segundos ver la chispa de diversión en sus ojos cuando me mira. Noto que está riéndose, a su manera, no por mi riqueza sino porque también está feliz. Así que suelto bruscamente una de las palabras que aprendí de él en su fiebre, y cojo la bolsa de la ropa sucia que nos sirve de almohada para balanceársela contra su cabeza. Él atrapa mi muñeca antes de que me acerque, moviéndose con tal velocidad que me he quedado sin aliento, riendo cuando me tira de nuevo en nuestro nido. Detiene mi risa con su boca, enviando electricidad por mi espina dorsal, como chispas. Tarver ladea su cabeza para besarme detrás de la oreja, probándome. Levanto la barbilla y él hace bajar la suya de camino a mi garganta, la delicadeza de su boca en un agudo contraste con la rudeza de la barba en su cara. Chispas, pienso, algo en la parte trasera de mi mente reaccionando. La velocidad de una idea, la única que he estado intentando ignorar, salta en un plan en toda regla. —Deberíamos volar las puertas de la estación.


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Tarver para a medio beso, levantando la cabeza y viéndose absolutamente desconcertado. —¿Deberíamos qué? —¡Las puertas! Son demasiado gruesas para romperlas con algún ariete que podamos levantar, ¿pero una explosión? ¿Eso funcionaría, verdad? Está parpadeando hacia mí, medio confundido, medio malhumorado. No le gusta ser interrumpido. —Estás siendo incluso más confusa de lo normal. Río, logrando deslizar mis dedos por su pelo. —El aerodeslizador, ¿en el cobertizo? Hay tanques de gasolina en la parte de atrás. Apilamos unos pocos contra la puerta, hacemos un fusible con alguna cuerda, y conseguimos tener nuestra fiesta. Su expresión se está desplazando del mal humor a una cautelosa impresión, y no puedo evitar más que sentir un escalofrío de emoción de que esté impresionado por mí. Genuinamente, sin simpatía o sorpresa. Como iguales. —¿Quién eres—dice con el tiempo—, y qué has hecho con mi Lilac? Mi Lilac. Quiero parar y disfrutar de eso, pero estoy demasiado emocionada por mi idea. —Anna tiene hermanos mayores, y cuando yo era pequeña nos gustaba volar cosas todo el tiempo en la cancha de tenis. Mi padre tenía que repavimentarlo muchas veces. —El recuerdo me provoca un pinchazo, mi garganta cerrándose un poco. Por la pérdida de mi primo, por la pérdida de la forma en que las cosas iban cuando éramos niños, por la pérdida de mi propia infancia. Los ojos de Tarver se suavizan, mirando mi cara. —Tendremos que ser cuidadosos. Limpiar los arboles de la puerta, minimizar los restos y el peligro de un fuego después. Hay una electricidad en el aire, un cercano sentido tangible de propósito. Tenemos un plan. Ignoro la puñalada de dolor que me hiere como una lanza — ahora hay un límite en nuestro tiempo juntos. Un reloj de cuenta atrás, situada en alguna cantidad finita que no puedo ver. Cada momento es el único que nunca estaremos juntos de nuevo. —¿Podríamos usar tu pistola para partirlo? Sus labios se fruncen, pensativamente. —El Gleidel fue diseñado para interactuar con materia orgánica, no metálica. Quiere prevenir a cualquiera lo bastante tonto de encenderlo en un barco de romper el casco. No tanto como para arañar el tanque. —Extiendo el trazo de sus dedos a lo largo de mis labios. —Un fusil, entonces. —Cierro los ojos y beso sus dedos mientras deambulan por mi boca—. Nunca había usado gasolina como un explosivo, pero viene a ser lo


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mismo. Un repentino impacto como ese debería abrir las puertas y dejar el resto de la estación intacta. Tarver hace un sonido lento en la garganta, haciéndome temblar. —Sigue hablando sobre cosas volando por los aires —sugiere, doblando la cabeza para retomar lo que estaba haciendo antes de que yo le interrumpiese. Lleva casi todo un día limpiar el área en frente de las puertas de la estación. Las herramientas de poder han durado desde que perdieron su carga, así que estamos usando sierras oxidadas y un gran par de esquilas que encontramos en la hierba. Probablemente lo tendremos terminado pronto, pero sigo encontrándome a su lado sin recordar el impulso de ir a él. Sigo pidiendo besos, y él sigue dejando caer que lo está haciendo para dármelos. No hacemos un muy buen equipo, distrayéndonos el uno al otro de lo que se supone que tenemos que estar haciendo. Cortamos los arboles jóvenes, apartamos las zarzas y amontonamos cuatro de los tanques de gasolina contra las puertas. Miro las abolladuras y los daños en los tanques, y toco la desnivelada longitud de cuerda que hemos encontrado para un fusil. De repente no estoy segura de esto sea tan fácil de manejar como había pensado. Hay muchas formas de que pudiese ir mal. Cuando el sol se enfoca a través de los árboles, cerca del horizonte, Tarver arrastra el último retoño caído a la distancia y después arquea su espalda hasta que cruje. Me muevo hacia él y él levanta el brazo sin mirar, sabiendo que estaré ahí. Me deslizo por debajo, envolviendo los brazos entorno a su cintura. —¿Ahora qué hacemos? —Descanso mi boca contra su pecho, mirándolo. Le dejaré ser el juez cuando comencemos a ser rescatados. No puedo verlo con objetividad. Lo quiero tan mal que estoy muy atascada entre quedarme y marcharme. —Depende‖de‖a‖lo‖que‖te‖refieras‖por‖“eso”‖—dice, dejando que sus dedos se arrastren por mi brazo debajo del borde de la manga de mi camiseta. —Quieto —respondo, aunque dudo que me tome en serio con la risa en mi voz. —Esta noche no —dice antes de inclinarse para besarme. Pasa un largo momento antes de que hable de nuevo—. Esperaremos hasta que haya una buena luz, cuando estemos seguros de que estamos listos. Mañana. —Si las personas estuviesen estacionadas aquí, podría haber comida dentro. Agua caliente, quizás, si hay un generador en el interior. También camas. —Le sonrío—. Aunque supongo que no tener cama en realidad no ha sido ni de cerca un problema para nosotros. Tarver levanta una ceja, oscilando su peso y envolviendo ambas manos a mi alrededor.


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—No, pero el suelo tiene sus limitaciones. Se inclina para besarme de nuevo, su mano vendada deslizándose a un lado por debajo de mi camiseta, y eso me recuerda su herida —como de cerca estuve de perderle— enviando una sacudida a través de mí. No puedo dejarle ser el que haga esto. No sabemos cómo de volátiles son los tanques, o como de rápido arderá el fusible. Le dejo que me bese durante un tiempo, espero hasta que le siento hacer el suave, gruñido que normalmente hace antes de intentar quitar alguna parte de mi ropa. Le permito estar tan distraído como sea posible, antes de intentar hacer esto. Porque no va a gustarle. Aparto la boca una fracción y murmuro—: Comenzaré a probar los fusibles mañana por la mañana. No me deleita la idea de perder un puñado relampagueando esta cosa. Tarver comienza a inclinarse otra vez, pero entonces se detiene, frunciendo un poco el ceño. —A mí tampoco me complace la idea de ti perdiendo una mano. Me gustan ambas. Yo lo haré. —No seas tonto —digo, intentando sacar mi mejor y más capacitada sonrisa. No puedo dejarle ver como de desesperadamente necesito que crea en mí. Como necesito que no se haga daño si algo va mal—. Hacía todo esto cuando era una niña, mi padre nunca lo supo. Aún está frunciendo el ceño, algo acechando en su expresión: ¿miedo? No puedo descifrarlo. —Sé cómo hacerlo —dice—. Como dejarlo caer y protegerme en una explosión. —Pero yo no necesitaré hacer eso, porque sé lo que estoy haciendo. No estoy intentando ser una heroína o algo así. Estaré perfectamente a salvo. Si algo va mal, si algo te ocurriese, tardaría un total de diez segundos en salir de aquí por mí misma. Pero si algo me ocurriese, tú estarías bien. Está mirándome como si acabase de apuñalarle en las tripas. Casi puedo verle luchar consigo mismo. Pero tengo razón, y si no hay nada más él tendrá que ver mi convicción. Puedo ver su rostro febril en los ojos de mi mente, y mi garganta se estrecha solo al recordar como de cerca estuve de perderle. No puedo permitir que eso ocurra de nuevo. —Es un simple análisis de arriesgar la recompensa —murmuro—. Tú me enseñaste eso. Tarver levanta una mano para tocar mi cara, trazando la curva de mi mejilla. —Lilac,‖si‖algo‖te‖ocurriera…‖—murmura—, yo no estaría para nada bien.


Levanto el brazo para tomar su mano, entrelazando mis dedos con los suyos. —Lilac, ¿estás segura? Aprieto su mano, mirándole, dejándole ver la confianza, la fácil comprensión. Puedo hacer esto. Se lo mostraré, con cada fibra de mi ser. No puedo hacerle prender el fusil. No puedo observarle ponerse de nuevo en peligro. —Positivo. Su mirada busca la mía por unos pocos segundos cuando contengo el aliento. Entonces agacha su cabeza para besarme la frente, y se gira de camino de regreso a la cueva. No hay muchas cosas para las que mi antigua vida me hubiese preparado. Ni muchas habilidades desarrolladas en el mundo de la sociedad, de fiestas y vestidos e intriga, para aplicar aquí fuera en lo salvaje, con este hombre al que nunca habría conocido sino por este extraño giro del destino. Pero al menos aun soy una buena mentirosa.

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—Fuiste encontrado no muy lejos de la estructura. ¿Puedes aclarar lo que ocurrió? —Estaba intentando entrar. Quien fuera que dejase lo último era lo bastante considerado como para cerrar las puertas, así que tuvimos que ir a lo original. —¿Y estaba la Señorita LaRoux involucrada en este acto de vandalismo? —¿Vandalismo? Estábamos intentando sobrevivir. —¿Debería repetir la pregunta? —Por supuesto que no lo estaba. —Y aun así dices que estuvisteis juntos todo el tiempo. —La Señorita LaRoux no es el tipo de chicas que tiene las manos sucias. Esperó en el bosque, fuera del camino de daños.


Tarver

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—Me pregunto si la cocina sigue funcionando. Solo piensa, comida real puede estar al otro lado de esa puerta. —Ella quería distraerme esa noche, impedir que retomemos la conversación sobre la mecha. He considerado decirle que si quiere distraerme, todo lo que tiene que hacer es quitarse la camisa. —Eso espero. —La cabeza me duele con dudas. Sé que es más inteligente dejarla encenderla. Lo ha hecho antes. Si se lastima, puedo ayudarla mejor. Es menos probable que se lastime. Y aun así. —Una cama también, no dormir más en el suelo. Le doy un apretón —Sigues terminando de nuevo en la cama. Tiene una obsesión, Señorita LaRoux. —¿Alguna objeción? —Está juguetona, presumida, pasando una mano por mi brazo. Si estuviera usando una camisa, ella estaría tirando de mi manga, pidiéndome un beso, como si no pudiera soportar estar alejada por más tiempo. Se dio cuenta que puede hacerme olvidar mis palabras a mitad de una frase. —¿Objeciones? Diablos, no. —Estoy tan tentado a dejarla salirse con la suya, a sucumbir a sus intentos por distraerme. Puede hacer que mi mente se apague más rápido que nadie que haya conocido. Pero todavía no estoy seguro—. Tal vez deberíamos dejar el edificio —le sugiero en voz baja—. Dejémoslo como está. ¿De verdad necesitas entrar así tan desesperadamente? Su mano se detiene, y se aleja lo suficiente para mirarme. —¿Hablas en serio? —No soy idiota, Lilac. —Trazó su pómulo con las yemas de los dedos, viendo el color brotar en su clara piel ante mi tacto—. Sé lo peligroso que es esto. —Es nuestra única oportunidad de ser rescatados. Tiene que haber equipos de comunicación adentro, algo que podamos utilizar para enviar una señal de socorro.

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Traducido por Jessy. Corregido por Vanessa VR


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Tal vez ser rescatados ya no está al tope de mis prioridades. Las palabras están ahí, pero no el coraje para decirlas. En su lugar, la acerco, apretando mi brazo alrededor de su cintura. —Eso espero. Ni siquiera sabemos porque fue abandonado este lugar. Algo que ver con los rumores, supongo, pero ¿qué exactamente? —Secretos tras secretos —murmura. Antes de que pueda preguntar a qué se refiere, inhala una de esas respiraciones lentas y cautelosas que significan que está organizando sus pensamientos antes de hablar—. Dices que habían rumores acerca de los militares experimentando con el control mental y la telepatía. Quizás las empresas lo están también. ¿Y si eso es lo que es esto? Es un poco desconcertante que Lilac piense mejor en cama. Mi cerebro prácticamente muere en las mismas circunstancias. —Crees que descubrieron a esos seres, y luego escondieron este lugar del resto de la galaxia para así poder estudiarlos. —No sé lo que hay en este planeta, Tarver, pero lo que sea —quién sea— lo que sea, puede hacer cosas. Ver en nuestros corazones, cambiar nuestros sueños, hacernos pensar cosas. Pueden crear objetos de la nada. ¿Quién sabe que más pueden hacer? Sé que cualquier empresa, o los militares para el caso, no se detendrían por nada ante un poder como ese. Estoy intentando ignorar la sensación de malestar en mi estómago, pero sé que tiene razón. No hay muchas empresas con los recursos para terraformar planetas que son desconocidos por su compasión y fibra moral. —Lo que sea que está sucediendo —continua—, los rumores nos condujeron aquí. Las respuestas están dentro de ese edificio. Lo averiguaremos mañana. Sonrío. —Mañana. —Hago eco, dándole un apretón. Se curva contra mí, metiéndose perfectamente a lo largo de mi lado. —¿Qué haremos, si somos rescatados? ¿Después que hayamos terminado de comer y beber y sonreír para las cámaras? —Tu estarás sonriendo para las cámaras —la corrijo, riendo. —Tendrás tu parte justa —me dice—. Tú eres quien salvo la vida de la única hija de Roderick LaRoux. Será difícil escabullirse. —Mi oficial al mando lo arreglará. Tomaré una semana para ir a casa y mostrarle a mis padres que estoy entero, luego iré a algún lugar tranquilo por un tiempo. Muy tranquilo, si hemos visto cosas que no se supone que veamos. —Su piel es tan increíblemente suave. Mis manos se sienten ásperas contra ella mientras paso la palma por su costado. Está tranquila por un rato, apretándose todavía en mi contra, no apoyándose en mi mano como normalmente lo hace. Espero, y la dejo dar vueltas en su mente. Eventualmente, habla de nuevo. —¿Solo desaparecerás? —La


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pregunta es muy suave—. ¿Qué pasa contigo y conmigo? ¿Qué pasa con nosotros, si solo desapareces? No tengo una respuesta ligera para ella, ninguna desviación en esta ocasión. No sé qué pasa con nosotros. Es la pregunta que he estado tratando de evitar cada segundo de cada día desde que vimos el edificio en el horizonte, y descubrimos la posibilidad de rescate después de todo. —Ya no tengo catorce años. —Se levanta en un codo, mirándome—. Mi padre es poderoso, el cambio de la galaxia le conviene, pero no cambiará esto. Es fuerte, pero lucharía contra él. —Sus ojos azules son serios, determinados, calmos—. Lucharía por ti. Me ha robado el aliento. Mi mano se aprieta en su cintura hasta que hace un suave sonido de protesta, y me toma un momento darme cuenta de que la estoy lastimando. Quiero besarla hasta que esté tan perdida como yo. El corazón llena mi pecho. Pero he visto que sucede cuando la gente regresa al mundo real. He visto que sucede cuando se reúnen con sus amigos, con sus familias. Cuando el ritmo del día a día los reafirman, pequeñas corrientes jalándolos y tirándolos de vuelta al río de la vida. En este momento esto es lo que quiere, pero ¿cuando regrese a una vida sin cabida para alguien como yo? Si la dejo hacer esas promesas y luego tengo que verla regresar a su antigua vida, dejándome y todo lo que hemos pasado atr{s…no‖estoy‖seguro‖ que pueda sobrevivir a eso. Con esfuerzo me obligo a comenzar a respirar de nuevo. —Lilac. —Mi voz suena débil incluso para mí—. Ninguno de nosotros debería hacer promesas como esa. Traga. —¿Estás diciendo eso porque no estás seguro, o porque piensas que yo no lo estoy? —Estoy diciendo que no creo que sea tan simple como a cualquiera de nosotros nos gustaría. —Es la cosa más simple del mundo —susurra, inclinándose para rozar sus labios contra los míos—. Pero no me importa esperar hasta que estés seguro. Cambiarás de opinión. Quiero decirle que ya cambié de opinión, que lo había hecho antes que ella, que enfrentaría a un ejército de paparazzi y a su padre por añadidura si me lo pidiera. Pero ella no sabe cómo puede cambiar todo cuando vuelves a la civilización. Y no la mantendré prometiendo lo que no puede cumplir. Se toma su tiempo en los preparativos en la mañana. Al menos esto era cierto —parece saber lo que está haciendo cuando se trata de volar cosas. No es de


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extrañar que hubiera mantenido este lado suyo en secreto— esto difícilmente es un pasatiempo aceptable para una buena familia. Me tiene apilando los depósitos de combustible de seis maneras diferentes, mide las distancias, intenta diferentes detonadores. Bota algo de combustible, para dejar espacio en los tanques para vapores, dice. Paso el tiempo limpiando todo lo que pueda provocar daños si esto vuela por el aire, hasta que estoy peinando la zona por ramas y guijarros e incluso tengo que admitir que ninguno de ellos podría llegar a lastimarla. Después de eso me siento al pie de un árbol y la observo. Es increíble. Tan compuesta, tan determinada, retorciendo la mecha con dos dedos para cambiar un poco el ángulo. Hay momentos como este que realmente puedo imaginarla en la casa de campo de mis padres. Puedo verla acarreando madera con el resto de nosotros, cortando vegetales, dando largos paseos y llamarlo entretenimiento. Creo que a mis padres les gustaría. La puedo ver feliz allí. Ojala supiera si estoy viendo lo que quiero ver tan desesperadamente. En cuclillas en el extremo de la mecha, observa sobre su hombro y me sonríe, y le devuelvo la sonrisa, indefenso. Luego me doy cuenta de que está inclinando la cabeza para encender una cerilla, y algo hace clic en mi cabeza. No puede. No debe. Mis ensoñaciones se dispersan y me apresuro a pararme, demasiado lento, impotente —no sé cómo lo sé, pero cada instinto que tengo me está gritando mientras ella se inclina para que la llama toque la mecha. La pequeña chispa corre hacia la cuerda de la mecha, demasiado rápido. El viento se levanta, y la mecha se quema más rápido, alzándose de golpe hacia los barriles. Ella lo divisa cuando yo lo hago, y gira para alejarse de ello. Me quedo sin poder hacer nada en el árbol. No me puedo mover. Hace siete pasos antes de que los tanques de combustible exploten. Las llamas crecen tras ella, y el boom viene un instante después. El edificio se abre a tirones como una lata, y Lilac es lanzada por el aire como si no pesara nada. Golpea el suelo con un ruido sordo, dando vueltas y vueltas mientras los escombros llueven a su alrededor. Mi cuerpo me falla, congelado en el lugar y manteniéndome alejado de ella. Arranco mis pies de donde estoy clavado al suelo y finalmente comienzo a moverme. Está boca abajo, inmóvil, tendida en medio de una docena de diminutos incendios en el pasto mientras las últimas partículas de luz caen a nuestro alrededor. Me lanzo a su lado, le doy vuelta con una mano en su hombro y una en su cadera. Mi garganta está congelada, incapaz siquiera de susurrar su nombre. Me


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deja moverla sin protestar, con un brazo envuelto alrededor de su cintura, y el otro extendiéndose débilmente para alcanzarme. Su rostro está pálido, pero aparte de las manchas de suciedad y el moretón en su mejilla, parece ilesa. Por primera vez desde la explosión, me siento tomar una respiración completa. —Eso fue emocionante —murmura, con sus ojos aún cerrados—. ¿Funcionó? —Creo que lo vieron desde el espacio —susurro, inclinándome sobre ella para presionar mi frente con la suya—. ¿Estás bien? —Shh —Su voz es casi inaudible—.‖ Tarver,‖ necesito‖ que‖ tú…‖ —Se interrumpe gimiendo suavemente, apretando la boca, con los ojos cerrados fuertemente, contraídos por el dolor. Mi corazón se contrae. —Lilac, dime lo que duele. Enrolla su mano alrededor de mi manga, de la forma que normalmente me pide un beso. Abre sus ojos con visible esfuerzo, parpadeando hasta que puede enfocarse en mí. —Solo escucha, ¿está bien? Cuando entres, debería haber un generador. Tienes que, conseguir suficiente poder para una señal. —Lilac, detente, eso no importa. —Tiene dolor en alguna parte, aunque no puedo ver dónde. Mis manos están temblando cuando empiezo a desabotonar su camisa—. Nos encargaremos de eso cuando estemos adentro. —No creo que lo vayamos a hacer —susurra, con voz ronca. Luego levanta la mano de donde se envuelve alrededor de su cintura, y me muestra lo que está escondiendo, lo que está sosteniendo. Un revoltijo de camisa ensangrentada y piel, el brillo de metal incrustado profundamente. No puedo oír, no puedo ver, no puedo pensar. Aunque, mi cuerpo sabe qué hacer. —Aplica presión de nuevo, mantén tu mano en ella. —Mi voz espeta órdenes como si estuviera en el campo. Me apresuro a través de nuestra mochila para sacar los suministros de primeros auxilios rescatados del Icarus, enviando las botellas y vendajes volando a todas direcciones mientras remuevo por el único vial que importa—. Mantén la mano sobre ella, tenemos un coagulante. —No —Su voz es débil, sin embargo presiona su mano otra vez sobre la herida—. La necesitarás más tarde, hasta que llegue ayuda. —La necesito ahora. —Finalmente lo encuentro, rasgando la envoltura de una aguja y apresurándome de vuelta a ella sobre manos y rodillas. Inhala —un, dos. Exhala—un, dos. Mi mano se estabiliza. Encajó la botella a la aguja, viendo cómo se llena, levantándola, dándole golpecitos para que esté libre de burbujas.


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No es suficiente. Se eso cuando deslizo la aguja en su piel. No puedo parar este tipo de sangrado. La metralla fue directamente a través de su intestino. Está inyección no puede coserla. —Por favor —susurra, estremeciéndose. Tiro la aguja vacía a un lado y me saco de un tirón la camisa, levantando su mano y presionando la tela contra su abdomen. —Estoy aquí, Lilac, estoy aquí. Lo prometo. Estoy justo a tu lado. Empuja débilmente mi brazo, el shock superando los sentidos cuando su mirada se desliza junto a mí hacia el cielo más allá. —Por eso es mejor. Yo estaría en pedazos, si fuera tú. Estoy en pedazos, Lilac. Pero mi cuerpo se sigue moviendo, mi boca sigue hablando —Detenlo, he visto esto antes. Podemos arreglar esto. —Presiono la herida y extiendo mi otra mano para tocarle la mejilla, intentando guiar su mirada de vuelta hacia mi rostro. Quiero que me mire. Gimotea, y el sonido rompe mi corazón —Tarver, está bien. No comiences a mentirme otra vez. No tengo miedo. —Pero está llorando, lágrimas filtrándose de las comisuras de sus ojos y corriendo por sus sienes, dejando huellas pálidas en la tierra. No sé qué decir. Las palabras me abandonan. —Dile‖a‖mi‖pap{…‖—Rompe a toser, y sangre se escurre por la comisura de su boca. Veo la confusión empezar a llevarla. He visto esto antes, también. No. Por favor, no. Su mano se levanta para agarrarme, encontrando mi brazo y aferrándolo firmemente. —Tarver. —Su susurro es un gorgoteo, la sangre está en su garganta ahora—. Mentí. No quiero morir.. —Sus ojos azules están bien abiertos y aterrorizados cuando su mirada pasa más allá de mí. Estoy temblando cuando me muevo con cuidado para estirarme a su lado, presionando mi frente a su sien, susurrando mis palabras contra su piel. —Estoy aquí. —Apenas puedo escucharme lo suficientemente fuerte, pero creo que me escucha—. Lo prometo, estoy justo aquí, Lilac. No voy a ir a ningún lado. No me iré. Lucha por otro aliento, extendiendo su mano para tocar mi rostro, las yemas de sus dedos arrastrándose por mi mejilla —Pensé… Su mano se torna flácida, y siento el momento en que la vida sale de ella. Por un momento yacemos perfectamente todavía juntos, ninguno de los dos respirando. Y entonces mis traicioneros pulmones se contraen, y me envían jadeando por aire sin importar cuánto intento detenerlo.


Permanece inmóvil, en silencio. Sus ojos, como piscinas reflectantes, me muestran los árboles, las hojas, el cielo.

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—¿Se encuentras bien, Comandante? Su garganta parece un poco seca. —Lo siento, ¿puede repetir la pregunta?


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Estoy en shock. Lo sé por mi entrenamiento de campo. Mi boca está seca, y mis manos están empezando a temblar. Estoy frío. Miro hacia abajo a su cara, pero es como si estuviese mirándola a través del cristal, eliminado. Me encuentro notando cosas triviales: la longitud de sus pestañas, las nuevas pecas que se destacan en sus pálidas mejillas. Ella nunca supo de ellas. Pero‖yo‖las‖veo,‖y‖las‖amo,‖amo… Debería cerrarle los ojos, lo sé. Hay pasos que se deben seguir. Mi cuerpo está tratando de moverse, tratando de hacer lo que se ha hecho antes, pero no puedo dejar de temblar. Miro los pequeños cortes y las uñas ennegrecidas de mi mano, y espero a que deje de temblar para poder cerrar sus parpados, pero no lo hace. Empeora, y me quedo mirándola fijamente, fascinado. El cerebro da importancia a estas pequeñas tonterías para distraerse de un trauma abrumador. El instinto te hace memorizar detalles fervientemente cuando está en peligro. He sido entrenado para esto. No. No, nadie me entrenó para esto. Sé que hay otra cosa en la que debería estar pensando, esta otra cosa que sé, pero cada vez que trato de acercarme mi mente se aparta, temblando. No puedo pensar en ello. No puedo saberlo. La bilis me sube por la garganta de repente, y me alejo de ella para poner mis palmas en la hierba mientras toso, tengo arcadas, después trago fuerte. Estoy jadeando, pero evito vomitar. Mis codos comienzan a doblarse, pero los mantengo en su sitio. Se con absoluta certeza que si me dejo caer a su lado en el suelo, estaré ahí para siempre. Las lecciones que han perforado en mí lo prohíben. Me tambaleo en mis pies, con movimientos torpes. Estoy balanceándome cuando me levanto, buscando algo alrededor del claro —cualquier cosa— que me

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Traducido por Nicole Vulturi Corregido por Alexa Colton


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diga qué hacer. Los pequeños fuegos de la explosión se están apagando. Debe de haber pasado tiempo. No lo recuerdo. Y no sé qué hacer. No hay nada aquí. Sin protocolo, sin notificación, sin interrogatorio, sin —nada. Sólo yo, parado en medio del claro, con Lilac a mis pies. El edificio sigue echando humo, una pared derrumbada hacia dentro, los restos dispersos y metal retorcido. Los árboles alrededor del borde del claro inclinados hacia dentro, más allá el bosque en silencio absoluto. Los pequeños detalles de la escena obstruyen mis pensamientos, alejando mi atención de esta cosa que no puedo entender. Intento otra vez empujar la gran muralla de resistencia que hay en mi mente. Lilac está muerta. Nada. La metralla alcanzó a Lilac. Lilac se desangró. Nada. Puedo decirme eso, puedo empujar las palabras en mi mente, pero no hay ni el inicio de una respuesta. Son solo palabras. Estúpidas e imposibles palabras, tan ridículas que las ignoro. Lo intento otra vez, algo más pequeño, como preocuparse de un diente flojo o de levantar una costra. Lilac no me hablará de nuevo. Hay un temblor. Lilac no me besará de nuevo. No escucharé su risa. Mis pulmones se contraen. ¿Por qué me estoy haciendo esto? No sé cómo estar de luto. He visto la muerte antes. La he visto de cerca, sentido su calor en la piel. La he visto desde una segura y clínica distancia, en las estadísticas de mis informes de inteligencia. He visto pelotones enteros morir, demasiados para entenderlos de manera significativa. He visto a mis amigos morir, presenciado sus últimos momentos y aceptado últimos mensajes a seres queridos que nunca creyeron que dejarían. Cuando fue Alec, mi madre me necesitaba, y por eso me negué a sucumbir —pero eso no quiere decir que dejé de intentar lidiar con lo que había pasado. Alma de poeta, decía siempre ella. Pero lo pasé en silencio, sujetando el dolor en mi interior, en un sitio seguro. Las emociones no tenían lugar en mis sesiones. En el campo, era simplemente peligroso. Tú lo reprimes, te lamentas después, silenciosamente. Esto es diferente. Es ensordecedor, incontenible. No hay tarea siguiente. No hay más soldados a los que atender. No hay padres que me necesiten.


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Sólo mi Lilac, la sangre sigue saliendo de su camiseta, incluso con su corazón detenido. Su piel, aun caliente, ojos abiertos, cara relajada. Esto está más allá de la comprensión. Es demasiado. Aun puedo oír su voz. Si algo va mal, si algo te ocurriese, duraría como mucho diez segundos por mi cuenta. Pero si algo me ocurriese, tú estarías bien. Yo le respondí. También recuerdo eso. Estaría cualquier cosa menos bien. De hecho, no soy nada. No existo. Estoy perdido. Me dejo caer en una rodilla para levantarla en mis brazos, y ella cuelga horriblemente contra mí, cabeza inclinada hacia atrás, brazo colgando lánguidamente. Su piel ya se siente diferente. La pego más a mí, por lo que su cabeza choca con mi hombro. Su sangre mancha mi piel. La llevo por el camino a la cueva. No puedo enterrarla hoy. No soy lo suficientemente fuerte como para cavar el hoyo. Alguna horrible y practica parte de mi sabe que cavaría hasta estar exhausto, y no sería lo suficientemente hondo. Tiene que ser mañana. Y no estoy preparado para dejarla fuera de mi vista todavía. La tumbo en nuestra cama, enderezando cuidadosamente su cuello y cruzando sus manos. Coloco la almohada bajo su cabeza. Me tumbo a su lado en el suelo de piedra de la cueva, ruedo sobre la espalda para mirar hacia la luz del día entrando por la rendija de piedra que nos sirve como chimenea. Pongo mi mano sobre la suya fría. Algún tiempo después, me doy cuenta de que no entra más luz por la grieta del techo. La enterraré por la mañana. Todavía no. Siento que estoy observando estos eventos, sin revelarme o participar en ellos. Veo un chico tumbado en el suelo de una cueva junto a una chica. En la oscuridad, parece como si estuviesen dormidos. El recuerdo del edificio se desliza en mi mente con el tiempo. Puedo ver la pared, inclinada hacia dentro por la explosión. Mi recuerdo de ella está oscurecido por el humo y el polvo, así que no puedo ver el interior. Se de manera aburrida e indiferente, que debería ir y explorar mañana. Excepto que no me puedo imaginar caminando por la puerta de entrada. Unos minutos después, o unas pocas horas, me doy cuenta del Gleidel clavándoseme en la espalda. Uso un brazo para recuperarlo, con los dedos envolviéndose alrededor de la familiar empuñadura, deslizándose en su lugar. Lo levanto y pongo el cañón bajo mi barbilla. Giro el cañón a la izquierda por lo que está justo en el punto correcto. La compulsión me atraviesa hacia arriba, comenzando en algún lugar de mi vientre. Viaja por mi columna vertebral, hormigueando por mi brazo, hasta que mi


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dedo aprieta un poco. Sería tan sencillo dejarle apretar solo un poco mas. Nadie viene. Nadie nos encontrará. Ellos ya piensan que estamos muertos. Nadie sabría nunca lo que elegí. Es de noche cuando me despierto, y hace frio. Me duelen los huesos, y estoy sobre piedra, sin manta. ¿Dónde demonios está Lilac? ¿Me ha empujado y ha robado las mantas? Sonrió débilmente para mí mismo. Improbable. Ella es muy insistente por la noche, acurrucándose contra mí y bromeando con que ella va a robar todo mi calor, absorbiéndolo de mí. Ella presiona su espalda contra mi frente, y envuelvo mis‖brazos‖a‖su‖alrededor‖y‖entierro‖mi‖cara‖en‖su‖pelo,‖después… El recuerdo me golpea como un placaje. Mi garganta se cierra, mis músculos se tensan, mi mente está confundida. No puedo recordar cómo moverme —mis miembros están entumecidos. Después, lentamente, poco dispuesto, reinicio mi cuerpo. Me empujo en un codo, mi espalda gritando en protesta después de haber estado tumbado en el frio suelo durante tanto tiempo. Mis parpados son pesados y renuentes, pero parpadeo para aclarar mi visión. Lilac está sentada frente a mí, con las piernas cruzadas, sonriendo. Se me atasca la respiración en la garganta, y me pongo de lado, tosiendo, luchando por respirar. Lilac está a mi lado, muerta. Solo me toma un momento darme cuenta que el cuerpo a mi lado es apenas visible, una silueta en mi visión nocturna. La chica sentada con las piernas cruzadas antes estaba iluminada por el sol, viva, imposible. Temblando, asfixiado por el sabor metálico que la visión trae a mi boca, me arrastro en posición vertical. Mientras la miro, una imagen florece en la pared de la cueva. La casa de mis padres vuelve a la vida: paredes blancas, hojas verdes, y las flores moradas que comparten el nombre con Lilac. Veo la puerta principal de madera, las ventanas y los balcones, llenos a rebosar con hierbas y flores amarillas. Mientras miro aparece un camino, con hierba balanceándose a cada lado de él. Se extiende hasta donde ella se sienta, acurrucándose junto a ella, por lo que ella está relajándose en el jardín de mi madre. No puedo hacer esto. Solo me doy cuenta de que sigo teniendo el Gleidel en mi mano cuando la levanto, apuntando hacia el techo. El láser chilla cuando aprieto el gatillo, y la habitación se ilumina un instante por el rayo de energía, como un relámpago. La


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imagen parpadea, luego se solidifica una vez más. ¿Cómo se atreven a mostrármela? ¿Cómo se atreven a tocar su memoria? —¡Fuera! —Mi voz es áspera, desigual, mi garganta se siente como si se estuviese rompiendo por el grito—. ¡Fuera, aléjate de ella! Aléjate. Levanto el arma por segunda vez, y la explosión de sonido hace eco de nuevo mientras que el disparo provoca una ducha de arena y guijarros. —No la toques. ¿Dónde estaba tu maldita advertencia esta vez? ¿Cuál era el objetivo de sacarla de la cueva? ¿Cuál era el objetivo de arrastrarla medio camino por tu abandonado planeta, para hacer esto? ¿Para dejar que se desangrase? Deberíamos haber muerto en nuestra nave, como todos los demás. Deberías habernos dejado morir juntos. No puedo pensar en por qué me la están mostrando ahora, cuál es el propósito detrás de su tortura. Mi voz se está rindiendo, las palabras abruptas cortando mi garganta. —Vete —cierro los ojos—. Podrías haberla salvado. Podrías haberla prevenido. Tú has hecho esto. Cuando abro mis ojos otra vez, la visión se ha ido, y estoy solo en la oscuridad. Me arrastro hacia el paquete, sacando la última manta, y me enrollo en ella antes de tumbarme. Cierro los ojos, respirando lentamente, esperando a que el temblor se detenga. Por la mañana mi cuerpo está tieso y dolorido por dormir en la dura piedra, y silenciosamente estiro mis miembros entumecidos. Camino de vuelta al claro, manteniendo la mirada lejos del agujero en la pared del edificio. Manteniendo la mirada lejos de la hierba empapada en sangre. Cruzo hacia el cobertizo donde se almacenaba el combustible, pasando las latas de pintura en busca de la pala. La llevo de vuelta a un poco de distancia de la entrada de la cueva, y ahí cavo. El suelo es arenoso en la parte superior, el agujero colapsa en sí mismo mientras que la parte superior sigue derrumbándose. Mientras más profundo el suelo es más oscuro, más denso. Pongo el borde de la pala contra él, después lo empujo hacia abajo con mi pie. Necesito las dos manos para hacer palanca con mi peso. Tres horas después, es lo suficientemente hondo. Me lavo las manos y la cara en la corriente antes de volver hacia ella. Algunas veces, un día después, el cuerpo sigue rígido. Sin embargo, está relajado, y la levanto sin problemas. Me meto en la tumba y la dejo con cuidado, envolviéndola en una manta. Me agacho a su lado, mirándola a la cara, deseando tener palabras, o lágrimas, o algo para ofrecerla. Pero esto está más allá de todo eso.


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Cuidadosamente pongo la tela en su cara para que la suciedad no la toque. Después pongo mis manos en el borde del agujero y me impulso hacia arriba. Nunca he estado en un funeral que no fuese militar, y esas palabras no encajan. No sé las palabras de ninguna oración. Con el tiempo, pensando en Alec, sintiéndole a mi lado, empiezo a meter la tierra de nuevo en la tumba, ignorando el sonido que hace cuando choca con la manta. Hay flores creciendo por todas partes en el bosque. Había estado planeando, una vez que estuviésemos en el edificio, recoger algunas y ponerlas alrededor de nuestra cama. Una sorpresa para cuando se despertase. Las cojo a montones ahora, cubriendo el bajo montículo de tierra hasta que no queda nada marrón visible. Ahora no parece diferente de un parche de flores salvajes creciendo en el campo. Podrías caminar a su lado, y nunca saber que estaba ahí. Excepto que yo lo sé. Ahora es mi punto de referencia. Siempre sabré lo lejos que estoy de este lugar. De ella. Duermo, tumbado en un lado de las mantas, como si pensase que debería haber otro cuerpo compartiéndolas conmigo. Me doy cuenta de que su olor está en la almohada, y entierro mi cara en ella por la noche. Ando a la izquierda del centro del camino por el que atravesábamos los arboles, dejándole sitio a mi lado. Como, partiendo la ración en dos automáticamente antes de darme cuenta de que no tengo nadie a quien dársela. Vuelvo a la montaña de flores, añadiendo flores frescas, quitando cada día las muertas. No puedo contar los días. No puedo pensar. No me puedo concentrar. No puedo entrar en el edificio. No puedo irme. Duermo otra vez. Como de nuevo. Me duermo cada noche con el frio cañón de metal de la Gleidel contra mi garganta. La veo otra vez mientras me escabullo de la luz del sol de la tarde y me meto en la cueva, con los brazos cargados de otro montón de madera. Ella está de pie de espaldas a mí, al lado de nuestra cama —donde su cuerpo estuvo durante una noche. Esta vez no hay ninguna luz falsa, ninguna visión de casa de mis padres. Ella lleva el mismo vestido verde que llevaba puesto cuando nos estrellamos, tan roto y arruinado como estaba cuando ella finalmente lo cambió por ropa del accidente. En mi memoria ella siempre lleva ese vestido.


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Gira la cabeza, y me siento enfermo. Lo están haciendo de nuevo. No estoy enfadado. Solo cansado y dolido. No quiero esta visión. Parece que ellos me están forzando a seguir en movimiento, tratando de evitar que me rinda. No dejes que su muerte sea en vano, dicen. Pero es en vano. No soy nada sin ella. —Te dije que parases. —Mi voz es un gruñido ronco, rugosa por la falta de uso. Han pasado días desde que he hablado. No sé cuantos—. No voy a hacer nada por ti. Ella se sobresalta por el sonido de mi voz, girándose abruptamente para enfrentarme. Su rostro es una mancha pálida en la oscuridad, pero oigo su grito de asombro, y el parón de su respiración. Ella no habla. Estas visiones nunca hablan. La voces solo llegaban a Lilac en el viento, sin cuerpo, incomprensibles. Nunca las he escuchado. —Por favor, no. —No sé si me entienden cuando hablo, pero quizás ellos lean el dolor en mis pensamientos. Ella se tambalea hacia atrás, tropezando con el montón de suministros y golpeando la cantimplora contra una piedra. Ella se pone las manos en los oídos, llorando mientras retrocede para presionarse contra la pared de piedra, su respiración es áspera, audible encima de los ecos. Hay algo mal. Algo diferente. Mi mente es lenta, tratando de entender qué es lo que ha cambiado. La cantimplora. El ruido. Esta visión es sólida, puede tocas cosas. —¿Cómo hiciste eso? —Les estoy preguntando a ellos, pero ella es quien se estremece. Camino más profundo en la cueva, lento y cauteloso. Ella se estremece ante cada paso y se presiona contra la pared de la cueva. Ella me mira como un animal atrapado, apartando la mirada de mí, después volviendo a mirarme —como si pensase que no puede mirarme, y no puede apartar la mirada. Quiero cerrar los ojos ante la visión de ella. Quiero absorberla. —Por favor. —No estoy seguro de lo que estoy pidiendo. Estoy a pocos metros de distancia cuando ella llora como si tuviese dolor, tambaleándose hacia los y tropezando lejos de mí. Tropieza con una estalagmita, derrumbándose en sus manos y rodillas, ella se levanta apresuradamente, y me derrumbo mientras desaparece a través de la entrada de la cueva. Y entonces lo veo, un estremecimiento corriendo a través de mí. Una mancha de sangre donde ella se pegó en la estrecha abertura. ¿Cómo puede estar una visión sangrando? Mi cansancio desaparece ahora mientras que el instinto envía adrenalina corriendo por mis extremidades, y yo esquivo los arboles tras ella mientras corre a


lo largo del cauce del arroyo. No me doy cuenta de hacia dónde se dirige hasta que estamos casi allí. Sólo se detiene cuando alcanza el centro del claro, deteniéndose bruscamente en el punto aplanado y manchado de sangre donde Lilac murió. Allí, cae de rodillas, su pecho agitándose mientras lucha por respirar, con una mano levantada para proteger sus ojos de la pálida luz solar. Me detengo en el borde del claro, apoyando una mano en el árbol junto a mí. La corteza es rugosa bajo mis dedos, en contraste del suave tacto de la Gleidel en mi otra mano. No recuerdo haberla sacado. —¿Qué eres? ¿De dónde vienes? Su respiración se atrapa de nuevo, su larga sombra temblando como ella. Es entonces cuando me doy cuenta de que mis manos están estables, mis ojos claros. Eso no es una visión. Ella levanta la cabeza para mirar a través de mí. Su rostro está enrojecido por el esfuerzo, surcado con lágrimas. Los ojos que miraban sin vida al cielo son salvajes y temerosos ahora. Su boca se mueve lentamente, vacilante, como si fuera un esfuerzo hablar en absoluto. —¿T-Tarver?

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—¿Y no notaste nada fuera de lo normal? —Fuera de lo normal. —Acerca de la estructura, Comandante. —Oh. No. Nada inusual. —¿Entonces por qué tú y Miss LaRoux permanecen en la estación? —Ella cree que los equipos de rescate podrían ser conscientes de la localización del edificio, y buscarnos allí. —¿Y tú? —Estaba cansado de pensar planes nuevos.


Lilac

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Demasiado brillante, demasiado ruidoso. Penetra en mi piel, en mis ojos. El mundo sabe a ceniza y ácido, y me estoy ahogando en el aire. Él se sienta en el lado opuesto, contra la piedra. Me trajo aquí, a esta cueva, me hizo sentarme donde podría observarme. El sol se ha puesto mientras me miraba, dejándonos en la oscuridad. La cosa está aún en su mano. Arma, suplica mi mente. Su mirada me está quemando. Presiono los omóplatos contra la pared en mi espalda y aprieto la mandíbula ante el dolor. Cada pulgada de mí está en carne viva. La tela en mi cuerpo me quema, como si no tuviese piel, como si solo fuese sangre, huesos y dolor. Y me mira, siempre mirándome, observándome, esperando algo. Tarver,‖lo‖sé.‖Le‖conozco.‖Sé… Se mueve, el susurro de su zapato en la piedra gritando a través de la distancia entre nosotros. Jadeo, intento retirarme a través de la piedra. Pero soy sangre y huesos, y no puedo pasar por ahí. Salta cuando me encojo de dolor, el cañón de la pistola volviendo sobre mí, un frio ojo metálico en la oscuridad. —¿Qué eres? Su‖voz,‖no‖puedo‖escucharla.‖Todo‖est{‖mal.‖No‖se‖suponía‖que… —Respóndeme. Está muy enfadado. Tan asustado. Recuerdo —quiero apartar ese dolor. Pero no sé cómo. No puedo moverme, clavada a la pared por su mirada. Puedo sentirle diseccionándome, despegándome capa por capa, tratando de entender. Trago, intentando encontrar cómo responder. —Lilac —susurro, el nombre sonando extraño. Lo intento de nuevo, mejor esta vez—. Lilac.

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Traducido por katiliz94 Corregido por Itxi


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—¿Tú y la Señorita LaRoux se preguntaron por qué la estructura estaba abandonada? —Nos lo preguntamos, pero no había mucho que pudiésemos hacer con eso. —¿Por qué es eso? —No teníamos información. —¿Ni teorías? —Teníamos mejores cosas que hacer que especular.

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Su rostro se extiende, músculos resaltando mientras tensa la mandíbula. Se inclina hacia adelante, gesticulando con la pistola. —Ambos sabemos que eso no es verdad. Ella está muerta. Muerta. Muerta. —Tarver. —Pruebo su nombre de nuevo, y suena mejor en mis labios que el mío—.‖Yo‖no… —¡No lo digas! —Está de pie, electrificado, mirándome con furia en la oscura cueva—.‖Lo‖dices‖como…‖como‖ella. Entonces recuerdo.—Tu Lilac. Cruza el espacio entre nosotros antes de que mis ojos puedan seguirlo, empujándome contra la pared; su mano sujeta mi hombro, enviando ráfagas de dolor por mi brazo. —No digas eso. La pena y el horror en su cara cortan en profundidad. No reconozco mi propia mano mientras alcanza su rostro. —Tarver, soy yo. Su mano apretando mi hombro, se desliza hacia arriba hasta tocar mi mejilla. Fuego. Es todo lo que no puedo alejarme. Dolor y furia luchan en sus rasgos, desvaneciendo el parpadeo de esperanza que surge ahí. —¿Qué eres? —repite, esta vez susurrando. Me doy cuenta de que la pistola estaba presionada contra mí solo cuando la baja, dejándola retumbar en el suelo. Ojala hubiese apretado el gatillo. Hubiera sido más fácil. Me obligo a mirar sus ojos, luchando con cada instinto por huir, por encontrar algún camino de regreso a lo oscuro, lo frío y lo tranquilo. —No lo sé.


Tarver

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Tengo que mantener la calma. Ella podría ser cualquier cosa. Ella podía hacer cualquier cosa. La he traído de vuelta a la cueva, y ha estado acurrucándose en un rincón durante casi tres horas. Cuando me acerco, se estremece; cuando me muevo, aprieta los ojos cerrándolos. Sea lo que sea, no se siente como una gran amenaza. Ese no es el problema. El problema es que se ve como Lilac, y suena como Lilac, y no puedo soportar eso. Alcanzo la cantina y tomo un largo trago. Cuando me siento en el suelo de roca de la cueva, atrapa un aliento. El sonido hiere sus oídos. Trato de recordarme a mí mismo que es algo creado, no es original. No es ella. Pero, ¿existe realmente una diferencia? Mi mente susurra la pregunta. —¿Tienes algo de dolor? —No puedo usar su nombre. —Me duele todo. —Habla en un susurro, tratando de mantener la voz firme, en su intento—. El sol, el aire. Es como cuando salimos de la nieve en las montañas, por lo congelado no pude sentir nada, hasta que todo empieza a quemar en el deshielo. —¿Sabes lo que está pasando? —Mi voz es áspera, agonizante. ¿Cómo sabe de las montañas? —No. —Las palabras se pierden cuando traga—. ¿Qué has hecho? Yo no he hecho nada. Esta es sólo otra de las maneras en que este planeta juega con los tornillos de tu mente. — ¿Qué recuerdas? —No lo sé. —Todavía susurra—. Nada. —Y luego, un momento después dice—: Me acuerdo de ti. Tu rostro. Una foto de ti... de tu familia. Recuerdo la poesía.

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Traducido por AileenBjork & Nicole Vulturi Corregido por Mel Markham


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Esto es imposible. ¿Cómo puede saber eso? Dios, ella ni siquiera sonaba como Lilac. Mi corazón se retuerce. Todavía está acurrucada contra la pared de roca como si estuviera tratando de fundirse a través de ella, y cuando la miro, una mano se arrastra hacia abajo a su lado, con los dedos presionando hasta el lugar donde está la herida. Sólo hay rasos en ruinas de lo que fue una vez su vestido verde. —Está bien —le susurro, porque se parece a mi chica, y no puedo ayudarme a mí mismo. No quiero que se asuste—. Yo tampoco lo entiendo, pero tú estás aquí, estás a salvo. ¿Pero es ella? Vino de la nada, ¿se disolverá de nuevo? Es una creación como la cantina. Este es un ser humano. Podría ser amable con ella todo el tiempo que dure, por lo menos. —¿Cuánto tiempo estuve fuera? —Su voz es tranquila, temblorosa. —Unos pocos días. —Unos días. Por siempre. No lo sé. Todavía lo estás. Caemos en un silencio, cada uno retirándose a sus propios pensamientos. El cansancio se apodera de mí, hasta que no lo puedo evitar, y me mira en silencio como me desato las botas, extendiéndolas sobre las mantas. No me atrevo a imaginar que es peligrosa. Si querían crear algo que me pudiera perjudicar, debería haber sido uno de esos gatos gigantes que la persiguió desde un árbol. En su lugar crearon algo que hacía que quisiera morirme, pero ella no me va a dejar suicidarme. Conozco a un hombre que pudo morir por su propio espejismo, pero en este momento parece una buena forma de morir. Se queda acurrucada en su rincón, y en las sombras puedo oír su respiración. No sé cuánto tiempo pasa. Es la única que habla, su voz haciendo un eco en la oscuridad, sonando suave y cansada. —Lamento haberte dejado. Esta criatura, o lo que sea que fuera, es tan parecida a ella que me es difícil recordar que no es real. ¿Hay algún daño en dejar fingir, sólo por un momento? En la oscuridad, es más fácil decir cosas que no se pueden decir a la luz. —Siento haberte dejado usar el fusible. No debería haberlo hecho. —Esas palabras se retuercen como un cuchillo. Ya nada importa, salvo dejar en claro las cosas. Nunca seré capaz de decirle estas cosas a mi Lilac, pero diciéndolo ahora es mejor que no decir nada en absoluto. —Oh, Tarver. —Por un breve momento, su voz adquiere un toque de color. No es diversión, pero es una inclinación ascendentemente débil, el eco de algo parecido a una sonrisa. Es aún más desgarrador que su miedo—. ¿Creíste que podrías haberme hablado de ello? No tenías ninguna posibilidad.


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No creo eso. Podría haber hablado con ella. Me podría haber pedido que hable con ella. Probablemente hubiera apuntado el arma hacia ella. Probablemente lo habría hecho de todos modos. Mi tonta, chica testaruda. Podría haberla detenido de alguna manera. Pero no tenía sentido discutir. — ¿Tienes hambre? —No. No tengo hambre tampoco, pero me obligo a comer la mitad de una barra de ración. He estado rompiéndolos en pedazos y poniéndolos en mi boca y masticado y tragado durante días. No recuerdo la última vez que probé uno. Cuando llega el sueño, dejo que me lleve. Ella se queda en su rincón. Me despierto una vez en la noche, su respiración no es lo suficientemente lenta como para estar dormir, pero no habla, y yo tampoco. Cuando abro los ojos por la mañana, ella está despierta también. Tal vez ella no durmió en absoluto. Tal vez el sueño se parece demasiado a la otra cosa. No puedo permitirme pensar en eso. Esta no es mi Lilac. Desayunamos en silencio. Rompo la barra de ración a la mitad de forma automática y le paso a ella, y llega a tomar el otro extremo de la pieza evitando que nuestros dedos no se toquen. Está empezando a verse un poco mejor, hay un toque de color en sus mejillas, y parece que el temblor se está yendo. Como un poco y ella mordisquea, y luego nos levantamos sin hablar para salir a nuestra manera de la cueva. Los dos sabemos, sin hablar a dónde nos dirigimos. Se aclara la garganta a medida que avanzamos por el arroyo y comenzamos a caminar hacia el claro. —Pensé en que lo último había visto era este vestido. Con las piezas tiradas. —Yo también. —Hablo sin pensar. No puedo dejar de responder. Sé que está asustada, y está lidiando con eso—. Es lo que llevas puesto, cuando pienso en ti. Mi memoria arroja un destello rápido de la casa de mis padres. El recuerdo cubierto de flores, la forma en la que siempre lo recuerdo. ¿Es por eso por lo que lleva puesto ese vestido? ¿Debido a que esa imagen se conserva en mi memoria? —¿En serio? —Suena débilmente, divertida brevemente—. Parece mortificante. —Y luego, más suave, con horror en su voz—: Me pregunto si hay dos de ellos, ahora. —No pienses en eso —lo digo con rapidez, pero es demasiado tarde. Ambos lo estamos. La primera sala está descubierta, abierta a los elementos. Nuestras botas crujen sobre los desechos a medida que ascendemos por la abertura retorcida. He visto cientos de avanzadas entradas como ésta —habitaciones con un centinela, si lo necesita, o su equipo de loco si no lo haces.


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Una puerta interior se abre a una habitación más grande llena de equipos de vigilancia y archivadores. Es oscura, iluminada solamente por la luz que entraba por la maldita puerta. En algún momento hubo un incendio, dejando páginas medio quemadas de los archivos dispersos por todo el piso. Veo montones de impresiones, la mitad intactas. Algunos han sido abandonados en basureros, donde el fuego los quemó antes de que los documentos se disolvieran completamente en cenizas. Me pregunto si ellos tenían las respuestas a nuestras preguntas sobre el espejo de luna encima de nosotros, o de la bestia que se parecía a un gato cerca de nuestro lugar del accidente, cosas que no tienen sentido aquí. —Esto podría conducir a algún generador, o alguna otra fuente de energía —sugiere, de pie encima de un montón de cables que se hunden en el suelo. Cruza un banco de interruptores en la pared, tirando de una pequeña puerta y dejando ver el bombeo de los interruptores. Por un instante, la veo en la vaina, pelando cables con las uñas y el alambre caliente para nuestro escape. Cierro los ojos, tratando de sacudir la imagen a la distancia. No se trata de ella. En cambio me inclino, presionando mi mejilla en el banco de la computadora más cercana. Con los ojos cerrados, puedo sentir la más leve de las vibraciones si contengo la respiración. Todavía hay poder aquí. Un nudo de tensión se libera dentro de mí, y me quedo donde estoy, dejando que el monitor lleve mi peso. El poder significa alguna posibilidad de una señal. Significa potencia y que el juego no ha terminado todavía. Las luces encima de nosotros parpadean una por una, o se apagan por la falta de poder o por largo desuso. Las paredes y el otro extremo de la sala se encienden, cubiertas de algo irregular que se ve como fondo de pantalla por un momento, completamente fuera de lugar. Entonces mis palabras mueren en mi garganta. Es una pintura. Se la vuelta, y juntos miramos, sin comprender. Palabras y números cubren las paredes, ecuaciones incomprensibles y absurdas dejadas en el medio. Comienzan ordenadas, con marcador, garabateadas, incluso en líneas a través de las paredes. Pero aquí y allá comienzan a sumergir e inclinarse locamente, el marcador es reemplazado por pintura, hasta que las palabras recaen en formas toscamente pintadas por las yemas de los dedos. Figuras de animales, árboles —y hombres. Huellas de manos. Aquí y allá, un remolino de color azul se destaca en medio de los rojos y marrones terrosos, eléctricos —siempre la misma forma, una espiral que irradia hacia el exterior. Las espirales azules son un foco, pero pueden no tener sentido de ellas. Los colores son tan brillantes que parecen como si alguien las hubiera pintado ayer. Con un sobresalto, reconozco los mismos rojos,


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azules y amarillos que vimos secas en las tapas de las latas de pintura en el cobertizo, allá cuando inspeccionamos el aerodeslizador. Pintura gotea abajo de las paredes de los monitores. Algunas de las pinturas son ordenadas, casi artísticas, pintadas con cuidado y delicadeza. Claramente identificable. Pero superpuestos en estos murales son más crudas, pinturas salvajes de muerte y carnicería, de hombres y animales que luchan y mueren. Un llamativo carmesí fluye de una herida a través de la garganta de una figura. Otra es atravesada por una gruesa barra de pintura de color negra, una especie de lanza. Llamas rojas corren arriba de una hoguera cargada de cuerpos. —Se volvieron locos —susurra, temerosa, y empujo mis manos en mis bolsillos para evitar tomar su mano. Sé lo que está pensando —que algo sobre este planeta despidió al pueblo estacionado aquí dejándolos locos. Si una estación entera de especialistas en monitoreo, investigadores y cualquier otro vino aquí abajo de manera tan completa, ¿qué posibilidades tenemos nosotros? Por lo menos estamos empezando a obtener una imagen de por qué este lugar fue abandonado. ¿Por qué todo el planeta está vacío y olvidado? Alejo los ojos de las paredes y me concentro en las luces del techo. Tenemos que seguir en movimiento. Me aclaro la garganta, y ella se sobresalta. —Si hay un generador podríamos apagarlo. Interrumpir la energía, y si están monitoreando, alguien podría aparecer para arreglarlo. ¿O tal vez ellos están emitiendo actualizaciones, podríamos cortar eso y tratar de señalar los números primos para mostrar que hay alguien aquí? —Creo que podemos hacerlo mejor —dice, tragando saliva. Su piel es pálida bajo sus pecas, pero su voz es más firme. Veo que sigue haciendo un esfuerzo por mantener la compostura. Hablar sobre las fuentes de energía y circuitos era lo que le gustaba —como mi Lilac, estas cosas le interesaban—. Creo que tal vez podríamos enviar una señal real. Arrastra los ojos a las pinturas y camina lentamente hacia los interruptores de circuito. Lentamente, cierra la tapa para que pueda ver la marca estampada allí. Parece una V invertida, pero todo el mundo en el universo sabe el símbolo. Incluso yo lo sé, afuera en los confines fangosos de la galaxia. Sobre todo allí. El lambda. Industrias LaRoux. No sólo era un proyecto de terraformación abandonada, era el padre de Lilac. Ella no dice nada, dándole la espalda al símbolo. Nos movemos en torno a la sala de control, explorando las escotillas y maquinaria, tratando de ignorar la sensación de que las figuras primordiales en las pinturas nos están mirando. Pasamos al mismo tiempo, y si hubiera sido mi Lilac, habría llegado juntar mis


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dedos con los suyos. En su lugar sólo me quedo ahí, inmóvil, y la dejo ir medio camino delante de mí. El vestíbulo conduce a un dormitorio lleno de literas y una ducha, pulso el botón y espero que las tuberías con largo desuso gorgoteen y giman una protesta, para que luego, proporcionen un flujo de agua algo entrecortado. Medio minuto más tarde se estabiliza, y entonces comienza a calentarse. Los dos miramos como el agua fluye como si nunca la hubiéramos visto hacer eso antes. —Esto no está bien —dice—. Las luces, el agua caliente. Un generador por sí solo no podría estar haciendo esto, sobre todo después de haber sido abandonado por tanto tiempo. Tiene que haber otra fuente de energía. Extiendo la mano y pongo mi mano bajo el chorro de agua, observando hipnotizadamente como las gotas de agua se curvan alrededor de mis dedos y caen en corrientes hacia abajo. Es una cosa tan pequeña, una ducha y luego a la vez, es todo lo que no hemos tenido. Es la limpieza y la comida en platos, sentarse en una silla en vez de en una roca. Es la civilización, la seguridad. Por supuesto, la seguridad ha llegado demasiado tarde. Cruza para inspeccionar un manojo de cables que se conectan a un banco de ordenadores silenciosos. —Estos cables se dirigen hacia abajo. Debemos seguirlos y ver a dónde nos lleva. —¿En la planta baja? —Hecho un vistazo alrededor de la habitación cerrada—. Estos lugares no suelen tener un nivel subterráneo. ¿Está segura de que no es sólo cables allá abajo el suelo? —Estoy segura —dice, tirando a un lado un panel para llegar a un teclado que se encontraba debajo—. Hay demasiados de ellos; tiene que haber más debajo de nosotros. Se ve atenta y reflexiva, al igual que Lilac. Apenas puedo mirarla, y sin embargo no puedo dejar de mirarla. Cada palabra y cada gesto, cada mirada que me da... todos son como lo hacía Lilac. Pero esto no es ella. Te vi morir, mi mente le grita. Te sostuve mientras te desangrabas hasta morir. Al final me tengo que ir, dejar algo de espacio entre nosotros, con el pretexto de buscar el nivel subterráneo, el que insiste en que está aquí. Tardo veinte minutos en buscar la pequeña base, pero eventualmente la encuentro. El suelo en el pasillo estaba débilmente desgastado, pero sólo hasta la mitad. Cuando me agacho para levantar las alfombras de goma, levantando una pequeña nube de arena y polvo, parece una escotilla. Está cerrada, y trato de cavar mis dedos y hacer palanca hacia fuera. No funciona, y después de varios intentos me rindo. Es hora de un poco convencimiento, como mi sargento solía decir.


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Piso duro por el camino del vestíbulo, las vibraciones viajando a través de mi talón. Las grietas de yeso llaman mi atención, pero al final tengo que dirigirme hacia el cobertizo para recuperar la palanca. En la habitación principal, todo lo que puedo ver es un destello de su pelo rojo fugarse debajo de uno de los bancos de los controles mientras trata de averiguar lo que hay debajo. No se levanta cuando paso. Levanto la tapa de la escotilla. Una escalera desaparece hacia abajo en la oscuridad. He visto un montón de terraformación de las estaciones de control —esto no vienen de serie. Tomo una respiración profunda. —Está abierto —digo en voz alta, y unos momentos después ella camina hasta pararse a mi lado, bajando la mirada hacia la oscuridad. No hay interruptor aquí, así que las luces deben encenderse desde abajo. Agarro mi mochila. He estado atrapado en edificios destruidos antes, y no voy a explorar sin comida ni agua. Me dirijo hacia abajo primero y luego de que llego a una parte estabilizada ella baja después de mí, su respiración cada vez más rápida y superficial. Se deja caer a mi lado y luego se aleja de mi mano —todavía resiste a tocarla. No puedo ver mi mano delante de mi cara, y el aire está perfectamente inmóvil. No se siente cerca y mal ventilado, pero eso no me dice mucho. Es dolorosamente frío aquí abajo lo siento hasta los huesos. Buscamos alrededor de la oscuridad por luz y nos chocamos, me estremezco al oír su jadeo. —¿Dónde diablos está el cambio? —Tropiezo contra la escalera, sofocando mi maldición cuando mi codo choca con el metal. A modo de respuesta, una luz parpadea en lo alto. Es un panel del techo un pálido fluorescente que hace poco para iluminar nada más allá del alcance del brazo. Parece que estamos en el extremo de un pasillo, y el resto de la misma se pierde en la oscuridad. Estamos congelados por la luz repentina, enfrentándonos a ella, parpadeando. —¿Fuiste tú? —le pregunto, a pesar de que está de pie en medio del pasillo, lejos de cualquier interruptor que puedo ver. Niega con la cabeza. La luz fluorescente que se ve aún más pálida que la luz del día. —Es como que si algo te escuchara. La luz parpadea, dejándonos en la oscuridad por espacio de un latido del corazón y luego arrastrándose de vuelta a la vida de nuevo. Me dirijo, en busca de nuevo por el interruptor, pero ella lo encuentra primero. Está de pie a un lado del pasillo, mirando el interruptor mientras cruzo a su lado. —Está apagado —susurra, mirándome con los ojos abiertos a la débil y vacilante luz.


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—¿Pero‖cómo… De repente, se endereza, levantando la mirada hacia a la luz. Conozco esa mirada —significa que Lilac está pensando en algo. Pero esta no es Lilac. Es una copia. No es real. —Si puedes oír nos —dice lentamente—, parpadeará la luz tres veces. El comando de luz corta una vez, dos veces, esperamos, en silencio. Estoy conteniendo la respiración. Entonces las luces parpadea una tercera vez, y mi estómago cae a mis pies. —Una vez para sí, dos para no. —Trago, mi boca está seca—. ¿Estás tratando de hacernos daño? Las luces parpadean dos veces. No. —¿Advertirnos? Una breve pausa, y luego tres parpadeos. ¿Eso es un tal vez? —¿Decirnos algo? Sí. —¿Dónde estás? ¿Por qué no vienes y hablas con nosotros? —No confío en nadie que se niega a mostrarse. Las luces permanecen quietas —pero no hay respuesta a esa pregunta. Levanto las dos manos para fregar mi cara—. ¿Eres capaz de venir a hablar con nosotros? No. Miro, capturando los ojos de Lilac. Me mira, su cara drenada de todo el color. Entonces se hace cargo, con una voz más tranquila que la mía, haciendo eco por el pasillo. —¿Tu nos has estado enviando las visiones? ¿Trayéndonos aquí? Sí. —¿Has traído la flor de nuevo? Pausa. Sí. No. ¿Flor? ¿Qué flor? Quiero preguntarle, pero me detengo, los ojos de Lilac están enfocados en las luces, escaneando en busca de signos de parpadeo. —No entiendo —dice Lilac—. Tú la trajiste de vuelta... pero ¿no lo hiciste? ¿No del todo? Sí. —¿Est{‖aún…?—Niega con la cabeza, tratando de una manera diferente—. ¿Eres capaz de mostrarte a nosotros? ¿Tú tienes una forma física? Hay una larga pausa, y luego las luces parpadean dos veces.


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No. Su voz se reduce a un susurro. —¿Eres un fantasma? No. Toma una respiración lenta y vacilante. —¿Son ustedes los que me trajeron de vuelta? Las luces parpadean una vez. Entonces nos sumergimos en absoluta oscuridad. Oigo su grito de asombro. —¡No! ¡Espera, regresa! Tengo preguntas, ¿qué soy? ¿Por qué me trajiste de vuelta? —Golpea el interruptor en la pared y las luces se encienden de verdad, estables y frías. El interruptor hace clic mientras lo vuelve a apagar y encender frenéticamente. Puedo ver su cara, en el parpadeo de una luz estroboscópica—. ¡Por favor, regresa! Eventualmente se retira de un tirón del interruptor. Esta tan angustiada que ni siquiera se da cuenta de que la estoy tocando por unos momentos. Luego vuelve a la vida y retrocede, sus hombros encorvados. —¿De qué estabas hablando? ¿Qué flor? Se endereza. —Tu paquete, ¿el diario esta allí? —Sí,‖pero… Llega a él, deslizándolo por mis hombros y volcándolo, enviando suministros y cosas por todas partes. La cartera con la foto de mi familia va ruidosamente por el suelo junto a las barras de ración junto a la cantina, pero es el diario lo que está buscando. —La flor de la llanura, la pongo aquí, entre estas páginas. —Voltea las páginas, pero cuando llega al final se congela. No hay ninguna flor allí. Comienza a hojear frenéticamente las páginas, una y otra vez, buscando. — Está aquí, sé que estaba aquí. —Tiene miedo, su voz empieza a temblar. —Dejaste esa flor en el río —le digo con cuidado. No recuerda, y ¿cómo podría? Ella no es la Lilac—. Se marchitó y murió, la dejaste atrás. —No —jadea.‖ Su‖ repentina‖ angustia‖ tironea‖ mi‖ corazón…‖ si‖ tan‖ sólo‖ pudiera entender el significado de eso—. Ellos lo trajeron de vuelta. Mientras estabas enfermo, el resto del naufragio, lo trajo de vuelta, lo recrearon como si fuera la cantina. Una copia exacta. Lo hicieron para seguir adelante, para recordarme‖lo‖mucho‖que…—Se ahoga, cerrando los ojos—. Nunca te dije. Pero lo pongo aquí para mantener su seguridad, y ahora se ha ido. Esta vez, cuando alcanzo el diario que me permito tomar de su mano inerte, con los ojos fijos en algún lugar más allá de mí, su cuerpo empieza a temblar. Le doy la vuelta a las páginas, pero no veo ninguna flor atrapada allí. Está equivocada, tal vez es un falso recuerdo que los seres le implantaron cuando la crearon. Pero mi estómago se retuerce inquieto, un instinto de lucha contra el


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intento de mi mente para mantenerla en condiciones. Recordó que yo estaba enfermo, que tenía este diario. Por lo que sé, la verdadera Lilac encontraría esa flor, la cual se habrá resbalado de mi diario. Su miedo es tan real. Algo me llama la atención, y mis manos se congelan. Le doy la vuelta unas cuantas páginas atrás. Allí, es difícil de ver el contexto de un poema que escribí en Avon —la más débil de las impresiones de colores. Casi podría ver la silueta de una flor. En su angustia, se olvida de su miedo a mi tacto y se inclina hacia adelante, una de sus manos se tironea alrededor de mi manga, urgente. Mi corazón se apodera y de repente no puedo respirar. El gesto es tan familiar que no puedo soportarlo. Toma el diario de nuevo, despacio esta vez, volcándolo en la final. Una fina lluvia de polvo cae en nuestros brazos, pero no estoy mirando el polvo, o mis brazos, o incluso el diario. Estoy mirando su rostro. La forma en que transmite cada uno de sus emociones, la forma en que sus labios se estremecen, la forma en que sus pestañas sombrean su mirada. —Ellos lo re-crearon, pero no lo hicieron —susurra—. Las cosas que hacen son sólo temporales. La claridad me golpea como un torrente de agua helada. Tal vez el miedo me impedía verlo, o el dolor, tal vez tuve que llorar antes para que pudiera entender lo que estaba justo en frente de mí. No sé cómo es posible, o por qué ha sucedido. Pero esta es mi Lilac. Y me niego a perderla de nuevo. Nos sentamos en el suelo del pasillo, compartiendo una barra de ración y bebiendo de la cantimplora. Lilac no es la única que necesita un descanso. Mis pensamientos están produciéndose tan rápido que no puedo darle sentido a nada. Todo lo que sé es que se trata de ella, mi Lilac, y no puedo vivir sin ella. Inspeccionamos la cantina, la única otra cosa que conocemos de los susurros que han re-creado —aparte de Lilac. Pero parece igual de sólido, tan real, ya que fue el día en que nos encontramos. La flor es una casualidad. Sirvió su propósito y ahora se ha ido, no vale la pena sostenerla más. Ellos no tomaran a Lilac de vuelta. No pueden. Eventualmente los dos somos estamos lo suficientemente calmados como para continuar lo que hemos venido hacer hasta aquí, localizar cualquiera que sea la fuente de energía de esta estación. Si podemos encontrarlo, es posible que podamos restablecer todo el poder de los sistemas de comunicación y enviar una señal de auxilio.


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El corredor se extiende lejos de nosotros en un ángulo hacia abajo, forrado con puertas a ambos lados. Cada puerta esta estampada con la insignia LaRoux, el revés de la letra V de la lambda. Nos abrimos paso por el pasillo en silencio. Abro algunas de las puertas a medida que pasamos, pero sólo contienen más de lo que encontramos allá arriba —pantallas oscuras, que no respondían. Es entonces cuando Lilac se mueve desde su silencio, dando un paso más allá de mí. Señala algunas luces tenues de color naranja aquí y allá que me perdí —las máquinas están en modo de espera. —Es como si toda la estación está en el poder de copia de seguridad. Cuando la empresa de mi padre se retiró, no debieron cerrar todo, no del todo. — Da un paso atrás, mirando hacia la raíz de una maraña de cables que corren por la esquina de la pared donde se unen con el techo, para luego salir al pasillo principal—. Si podemos encontrar la verdadera fuente poder y hacerlo plenamente operativo, en lugar de este modo de copia de seguridad, tal vez podamos enviar una señal. Nos dirigimos de nuevo al pasillo, siguiendo los cables por el inclinado pasillo. —¿Estás segura de que no puede ser sólo un generador? —me pregunto en voz alta. Niega con la cabeza sin levantar la vista. —Hay mucho equipo aquí para eso. Tiene que haber algo más aquí, algo dando poder al agua caliente y las luces. ¿Y cómo alimentan todo lo demás, cuando este lugar estaba en funcionamiento? Hay algo más. Puedo sentirlo. —Su‖ voz‖ es‖ tranquila,‖ y‖ hay‖ un‖ temblor‖ ahí…‖ cansancio, o angustia. —¿Qué quieres decir con que lo sientes? —¿Quieres decir que no puedes? —Hace una pausa, tragando fuertemente, y presiona un dedo contra su sien—.‖Est{‖ahí.‖Es‖como‖tener‖un‖dolor‖de‖cabeza…‖ o, no, no un dolor de cabeza. Es como tener algo dentro, algo que no debería estar ahí. Algo está mal aquí. —¿Te refieres a los temblores cuando te envían una visión? ¿O una voz? Niega. —Cerca, pero diferente. —Su voz se reduce a un susurro—. Creo que lo que quiera que sea que está aquí abajo es lo que los susurros quieren que encontremos. Trato de quitarme la incómoda sensación de que a pesar de que nuestros amigos de luz están tranquilos ahora, siguen vigilándonos mientras tratamos de localizar la fuente de alimentación. Lilac hace la mayoría del trabajo mientras seguimos los cables por las habitaciones y pasillos. Este lugar debe de ser cuatro o cinco veces mayor bajo tierra que lo que es la superficie. Lentamente, sin embargo, empiezo a ver su lógica, y juntos trazamos un camino por una serie de habitaciones a lo largo del


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primer pasillo que vimos. Y después bajamos por una escalera de metal al segundo nivel del sótano. Cuando giramos por la esquina de la parte inferior de las escaleras, encontramos una puerta. No es pesado y cuadrado como todo lo demás aquí abajo, sino un círculo perfecto, totalmente sellado. Estiro la mano para pasar mis dedos por las líneas de los bordes; están hechos para dilatarse como el iris de un ojo. Con las secciones entrelazadas. Es mucho más fuerte de lo que cualquier puerta normal sería. Lilac estudia un teclado al lado de la puerta, sus blancos y azules botones son brillantes. —¿Puedes sentirlo? —Está pálida, temblando. Ahora sé lo que quería decir antes: No estoy afectado por los temblores que anuncian una visión, pero hay un temblor casi insoportable corriendo por mi espina dorsal, y un sabor a cobre en mi boca. Le está afectando más fuerte a ella —puedo verla tragando duro, obligándose a respirar lentamente. —Está detrás de esta puerta. —Mi voz es un susurro—. Tienes razón. Esta es la razón por la que nos han traído aquí. Prueba el teclado con dedos temblorosos, metiendo algunos números y letras arbitrarios. La iluminación de los botones parpadea en rojo con un furioso y bajo pitido. —Y no sabemos la contraseña. Podría reírme, si nuestras vidas no estuviesen en el borde. Todo esto —la lucha para sobrevivir, para salir del bosque, superar tormentas, nieve y derrumbes en la cueva. Manteniéndonos cuerdos para hacerle frente a lo imposible. Todo eso— para esto. Llevándonos a una puerta que no podemos abrir, una contraseña que no tenemos. Capto un rápido y furtivo movimiento por la esquina de mi ojo —Lilac, pasándose una mano por su cara. Es rápida, y trata de ser sutil, pero los temblores la han hecho torpe, y puedo ver lo que está tratando de ocultar. Su nariz está sangrando, dejando una mancha de color carmesí en el dorso de su mano. Está apretando la mandíbula, con una mano apoyada en la pared; está tratando de lucir casual, pero sus rodillas se están doblando. Lo que sea que esté aquí abajo la está haciendo empeorar por segundos. Estoy tratando de no pensar en lo que ha dicho —que ellos resucitaron a la flor, de la misma manera que la resucitaron a ella. Y que ahora la flor no es más que polvo. Me quedo ahí mirando, incapaz de mover los pies. Cuando te queda tan poco que perder, incluso la pérdida más pequeña se siente como un golpe al cuerpo. Es Lilac quien finalmente me aparta. Ahora que sé que es ella, el toque de su mano por sí sola es suficiente para hacer que la sangre ruja en mis oídos. Nunca pensé que iba a tocarla de nuevo.


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—Parece distraído, Comandante. —En absoluto. Solo tan centrado como cuando empezamos esta pequeña conversación. —Tal vez si fueses más cooperativo, habríamos terminado ya. —Estoy siendo tan cooperativo como puedo. Desde luego que no quiero un inconveniente‖para‖la‖Industrias‖LaRoux.‖Si‖supiese‖lo‖que‖estabas‖haciendo‖en… —Estamos tratando de determinar la extensión que exploraste de la estructura y su entorno. —Entonces ya he respondido a esa pregunta. —Por lo que parece.


Lilac

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Nos sentamos en el suelo del cuarto principal de la estación, examinando cuidadosamente a través de las páginas medio quemadas, en busca de respuestas. La náusea ha pasado y mi cabeza no está latiendo tanto. Lo más importante, mi nariz finalmente ha parado de gotear sangre. Si Tarver se dio cuenta de lo que me pasó cuanto más cerca llegué a la habitación cerrada, no dijo nada, por lo cual estoy agradecida. La clave de este planeta, los susurros, para encontrar un camino a casa... todo se encuentra detrás de esa puerta, y vamos a encontrar un forma de atravesarla si eso me mata de nuevo. Lucho por permanecer en silencio mientras un burbujeo histérico de risa intenta escapar. Si eso me mata de nuevo. ¿Qué diferencia hay, de todos modos, si lo hace? Por primera vez no me siento como las violentas pinturas en las paredes de esta habitación que me miran. Ellas solían sentirse como una amenaza, o una advertencia, de lo que podría estar en la tienda. Ahora sólo parecen coincidir con la violencia de mis pensamientos. Los registros dejados fueron esparcidos por toda la habitación, algunos carbonizados en los incendios que se consumieron por falta de combustibles en el edificio de hormigón, otros cayeron, apilados, dispersos, al igual que este lugar fue evacuado a toda prisa. Hemos reunido tantos como pudimos, y estamos buscando minuciosamente línea por línea por cualquier cosa que nos pueda ayudar. O, al menos, la contraseña de la puerta debajo de nosotros. Los hombros de Tarver están encorvados, con los ojos fijos en la chamuscada página en su mano. Determinado, concentrado. Motivado. Un fragmento de mí quiere ir a su lado, pasar mis dedos por su pelo, besar su sien, distraerlo hasta que la tensión desaparezca. Pero en cambio sólo me siento aquí, inmóvil. No importa cuán ardientemente queme esa parte de mí, el resto está congelado, incapaz apenas de alcanzarlo. Esta media vida es una tortura; soy poco más que una prisionera en

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Traducido por Nikky Corregido por Marie.Ang


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esta insensible cáscara sin vida. Todo lo que me queda, ahora, es tratar de llevar a Tarver a casa. Fuerzo mi atención de vuelta a los registros dispersos por todas partes. La lambda de mi padre es una marca de agua en cada página. No puedo evitar mirarla fijamente, los pensamientos que habitan en el hombre que pensé que había conocido tan bien. Quiero creer que él no sabe sobre este lugar, que los misterios y horrores de este planeta están enterrados en algún profundo lugar dentro de las Industrias LaRoux. Pero conozco a mi padre, y sé que tiene su dedo en el palpitante pulso de la compañía que construyó. Él fue quien escondió este lugar. Él tiene que ser. —Siguen‖haciendo‖referencia‖a‖una‖“grieta‖dimensional”‖aquí.‖—La voz de Tarver me saca de mis pensamientos. —¿Dimensional? ¿Cómo el hiperespacio? —Observo la página en mi mano, tratando de concentrarme. Pero mi hoja es sólo una lista de suministros y requerimientos, nada útil. —Tal vez. —Los ojos marrones de Tarver escanean el documento—. El Icarus fue arrancado del hiperespacio por algo. Quizás hay una conexión. Las luces del techo brillan a través de la página que está sosteniendo, perfilando la insignia de mi padre estampada en la parte superior. —Entonces no es casualidad que resultamos estrellados en un planeta terraformado, el planeta de mi padre. —No se ve como eso, ¿no? —Se queda en silencio, luego se inclina hacia delante, repentinamente alerta—.‖Aquí‖dice:‖“Otros‖intentos‖para‖volver‖a‖recrear‖ la grieta dimensional utilizando los reflectores súper-orbitales han fracasado, tanto aquí‖ como‖ en‖ Avon”.‖ ¿Qué‖ diablos‖ significa todo esto? Conozco Avon, me destinaron allí durante unos meses. Abandono mi pila de hojas para cruzar al otro lado de de la habitación con Tarver, dónde empiezo a examinar cuidadosamente a través de algunos documentos medios quemados. —¿Están hablando del espejo-luna? Eso debe ser lo que quieren decir con “reflectores‖ súper-orbitales”.‖ Espejos‖ en‖ el‖ cielo,‖ para‖ acelerar‖ la‖ terraformación.‖ Incluso elevar la temperatura un grado o dos puede cambiar las líneas de tiempo de la terraformación por décadas. —Está bien, pero entonces, ¿cómo el espejo-luna causa una grieta? ¿Dice en alguna parte cuál es la grieta? Saca otra hoja, alejando de un soplido una capa de cenizas e inspeccionando el texto. —El colapso de la grieta dimensional liberará cantidades impredecibles de energía, potencialmente fatal en la naturaleza. No intentar contacto físico directo con personas u objetos.


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—Entonces es como el hiperespacio. —Puedo sentir las conexiones juntarse, y tropiezo con mi lengua tratando de explicar—. El poder aumentó repentinamente cuando el Icarus fue‖arrancado‖del‖hiperespacio…‖¿recuerdas‖que‖ te dije entonces que siempre hay una enorme oleada de energía cuando una nave entra o sale del hiperespacio? Por lo general hay preparación, una mejor protección. La grieta de la que están hablando deber ser como una grieta del hiperespacio. Una forma de acceder a otra dimensión, pero sin la necesidad de una nave. —¿Ellos encontraron una manera de llegar a otra dimensión? —Su voz es muy baja. —Y es inestable. Lo que hace que viajar por el hiperespacio sea tan peligroso es que estas grietas siempre quieren cerrarse; es su tendencia natural. Han encontrado una manera de mantener abierta la grieta dimensional, pero si la tocas, colapsará. Habrá una explosión de energía como la que fundió los circuitos en la nave. O peor. Sacude su cabeza, observando la hoja una vez más—.‖ “La‖ continua‖ extracción‖ de‖ sujetos‖ de‖ prueba‖ depende‖ de‖ la‖ estabilidad‖ de‖ la‖ grieta”.‖ El‖ resto‖ está quemado, no puedo leerlo. —Extracción de sujeto de prueba —repito—. ¿Están sacando algo de la otra dimensión para experimentar? Pero, ¿qué? Y, ¿dónde está esa grieta? —Detrás de esa puerta, apostaría. Estoy más interesado en los propios sujetos de prueba. —¿Qué quieres decir? —Esto. —Alcanza algo detrás de él y tira un fragmento de papel de una pila. Es poco más que un cuarto de página, el resto está quemado, pero hay algo de escritura legible en la esquina. Me lo pasa. —“Los‖ sujetos‖ muestran‖ notables‖ habilidades‖ telep…”‖ —leo, obligada a detenerme dónde la página ha desaparecido, y saltándome las líneas restantes de texto—.‖ “...formas‖ de‖vida‖ por‖ etapas...a‖ base‖ de‖ energía...incorpóreo...conversión‖ temporal de energía-materia...”. El resto del texto se pierde en las cenizas en ruinas, dejando rayas negras sobre mi palma. —Los susurros. —Los susurros —concuerda. La cabeza me da vueltas. Hay respuestas en alguna parte, en los restos quemados del centro de investigación secreto de mi padre. Estos seres, sujetos experimentales de prueba para los equipos de mi padre, nos han conducido a través de la jungla a este lugar. Si estamos en lo correcto, entonces Tarver y yo no somos‖tan‖diferentes‖de‖ellos…todos‖n{ufragos‖en‖un‖mundo‖olvidado.


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—Ojalá supiéramos lo que quieren. Quizás ellos podrían llevarnos más allá de la puerta. —Lo resolveremos. —Levanta la cabeza, sus ojos encuentran los míos. Su boca se retuerce como si estuviera a punto de hablar, y sé lo que va a decir. Juntos. Los resolveremos juntos. Me aparto antes de que él pueda formar las palabras. Sólo su mirada es suficiente para hacer arder mi propia sangre. Se ha vuelto tan seguro de mí en tan poco tiempo. Piensa que no me doy cuenta cuando me observa moverme, piensa que no veo la forma en que llega después de mí, deteniéndose justo antes de tomar mi mano. Es impaciente,‖ pero‖ no‖ insistente…me‖ quiere‖ de‖ vuelta,‖ pero‖ est{‖ esperando. Cree que tenemos tiempo. Pero sé lo que los susurros me decían en el pasillo de abajo. Ellos regresaron la‖ flor‖ y‖ no…‖ como‖ yo.‖ Estoy‖ aquí,‖ y‖ no‖ aquí.‖ Quiz{s‖ el‖ esfuerzo‖ requerido‖ para‖ parpadear las luces se llevó su atención de sostener la flor. Las palabras están ahí en la carbonizada hoja de papel. Conversión temporal de energía-materia. ¿Cuánto tiempo voy a durar? ¿El tiempo suficiente para ayudar a Tarver a llegar a casa? Trato de imaginarme a la deriva en infinitesimales pedazos en el viento, convirtiéndome en polvo como lo hizo la flor. Es más fácil considerarlo si no soy real después de todo…si‖ sólo‖ soy‖ una‖ copia,‖ un‖ fragmento‖ de‖ la‖ chica‖ que‖ solía‖ estar‖ aquí.‖ Recuerdo todo de mi vida, de la vida de Lilac. Pero, ¿es la memoria suficiente? La pregunta del vestido me obsesiona demasiado, vuelve a mí en todo momento. Sé que él también piensa en eso. Dejé este vestido atrás en el naufragio del Icarus, descartándolo por la ropa más práctica. Cada rasgada y corrida en el satén‖ es‖ idéntico‖ a‖ los‖ que‖ el‖ original‖ tenía.‖ Puedo‖ trazar‖ mi‖ viaje‖ en‖ él…aquí,‖ la‖ primera lágrima, atrapada en un espina cuando vimos la caída del Icarus. Allí, en carne viva mientras subía al árbol para escapar de la bestia gato. Cada marca y mancha da testimonio de lo que he pasado. Excepto que, esto no es ese vestido. Así que, ¿la historia de quién cuenta este impostor? —Necesito ver el cuerpo. Ambos nos sobresaltamos, levantamos nuestras cabezas. No es hasta que veo el horror registrado en el rostro de Tarver que me doy cuenta de que yo era la que hablaba. El fragmento de papel cae de mis manos inertes, revoloteando al suelo, las cenizas fluyendo. —El…‖¿qué? —El cuerpo. —Supongo‖que‖lo‖enterró…‖a‖mí.‖Estos‖pensamientos‖deberían hacer que me enferme, debería asustarme. ¿Por qué los pienso sólo inexpresivamente? —Lilac —susurra—. No. No. ¿Qué bueno puede salir de eso?


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—Necesito que me lleves allí. —Mis manos recuerdan cómo trabajar otra vez, haciéndolas puños y presionándolas contra mis muslos—. ¿Qué pasa si hay un cuerpo allí? ¿Y si no lo hay? El rostro de Tarver se pone pálido, algo que nunca pensé que vería de nuevo después de que se recuperó de su enfermedad. Mi corazón se rompe un poco, pero no lo suficiente como para que me derrumbe. —¿De dónde viene este vestido? —prosigo—. Los dos sabemos que lo dejé en el piso de la lavandería, atrás en el Icarus. Tarver, tengo que saber. —Yo no —replica, repentinamente violento. Se inclina sobre el espacio entre nosotros, buscando mi mirada—. Lilac, te tengo de vuelta. Eso es todo lo que quiero. No quiero hacer preguntas. Al mirarnos, uno podría pensar que él era el que había regresado de entre los muertos. Quizá, de alguna manera lo fue. La forma en que me mira ahora, como si fuera agua en‖ un‖ desierto…‖ ¿cómo‖ puedo‖ quitar‖ eso‖ de‖ él?‖ Me‖ obligo‖ a‖ asentir, y él se relaja. Él cree en mí ahora. El único problema es que no estoy tan segura de lo que hago. —Armé una cama para nosotros en una de las habitaciones —ofrece Tarver, abriéndose camino por el pasillo. Cuando llegamos a los cuartos de dormir, ya veo lo‖ que‖ quiere‖decir…‖juntó‖dos‖juegos‖de‖literas,‖lado‖ a‖lado,‖haciendo‖una‖cama‖ más grande en la parte inferior, las literas de arriba formando un dosel encima de ella. —Nosotros —repito en voz alta, deteniéndome en el umbral. Tarver se detiene a pocos pasos en la habitación y me mira—. ¿Lilac? Trago y niego—. Por favor. No. Dormiré en la sala común. Tarver se gira y alcanza mis manos. Puedo frenarme de espantarlas, pero él siente el impulso enterrado en la manera en que mi piel se sacude, y las deja caer otra vez. —¿Por qué? —dice en voz baja, su cara lleva todas las líneas de pena, cansancio y dolor. Y, ¿por qué no puedo concederle esto? Me estremezco. Debo parecer tan fría con él ahora. ¿Cómo puede pensar que soy la misma que su Lilac? Él no sabe lo que recuerdo. No sabe lo difícil que es habitar mi propio cuerpo, hacerme hablar, caminar, comer. Cuánto me siento como una prisionera, capaz de ver y oír, pero incapaz de hacer las cosas que la vieja Lilac habría hecho. —No‖puedo.‖Te‖dije…tu‖tacto,‖quema.‖No‖puedo,‖no‖todavía. Presiona sus labios. El impulso de ir a él es tan fuerte que pienso que debo estar desgarrada en dos. No puedo dejarlo ir así.


—Te mentí —susurro, volviendo a inclinarme hacia atrás contra el marco de la puerta. Al menos el dolor de esa presión sobre mi cuerpo es física, distractora—. Dejé‖que‖creyeras‖que‖no‖recuerdo‖nada‖desde‖el‖momento‖en‖que‖me‖había…‖ido. Oigo como toma aire. —¿Qué…Cómo…? —Lo recuerdo todo. —El frio diluye mi voz, goteando helada a través de mis extremidades, chirriante en mis pulmones. —Te‖refieres…‖¿Cuando‖sucedió? No se merece saber esto. Es más generoso dejarle pensar que solamente me desperté siendo yo misma otra vez. Quizás la vieja Lilac lo habría protegido de esto. —Me refiero a después. —Cierro los ojos. Por un momento, todo está tranquilo y casi puedo creer que me he ido de nuevo, al silencio—. Frío y oscuro no comienzan a describirlo. El frio es sólo una ausencia de calor, oscuro la ausencia de luz.‖No,‖es‖como…‖si‖la‖luz‖y‖el‖calor‖no‖existieran,‖nunca. El roce de su zapato en el piso de cemento. Está tratando de no ir a mí. Está tratando de contenerse. La escarcha en mi chirriado pecho, algo más tratando de salir adelante. — Recuerdo estar muerta, Tarver. —Trago, y mi aliento sale como un sollozo—. ¿Cómo puedes vivir de nuevo, sabiendo qué espera por ti al final?

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—No suenas como si me creyeras. —Es nuestra política en estos casos mantener un cierto grado de saludable escepticismo. —¿Tienes muchos precedentes con sobrevivientes de traumas serios haciendo las cosas a medida que suceden? —Teniendo en cuenta las circunstancias en las que se quedaron varados y posteriormente rescatados, no tenemos una gran cantidad de precedentes para cualquier cosa. —¿Qué razón tendría para mentir? —Ahora eso, Comandante, es una pregunta muy interesante.


Tarver

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Cuando despierto nuevamente hay una luz crepitante por las persianas, y me giro para entrecerrar los ojos al reloj del muro. He aprendido que este lugar tiene veintiséis horas al día. No le he mencionado eso a Lilac. Tal vez eso parece demasiado como validación de cada vez que me ha dicho que el día realmente no parece durar para siempre aquí. La última cosa que recuerdo era pensar que nunca conseguiría dormir en esta maldita litera. El colchón es estrecho y limitado, y hay un molesto sentido de estar tan lejos sobre el suelo y en un espacio no familiar. Le quito las camas de nuevo y subo a la parte superior de la litera, la estructura chilla con una protesta mientras me arrastro al suelo. El reloj anuncia que no es demasiado temprano para levantarse, y hago las sábanas a un lado para inclinarme en la orilla de la litera y revisar si Lilac sigue dormida abajo. Se fue. Una corriente de hielo me recorre, sobrepasando las ideas racionales completamente, de alguna forma bajo de la litera hasta el suelo, golpeando mi hombro contra la puerta durante pasa por ahí, directa a la sala de comunicaciones. No hay señal de que estuviera ahí. Imágenes pasan por mi mente fuera de la línea de la flor en mi periódico, la flor que dijo que habían creado, la flor que dijo se desintegró. ¿Por qué no la escuché? No, por favor. Casi hago mi camino por la maldita entrada, tropezando en el claro y mirando salvajemente alrededor. No puede haberse ido. No lo harían. No pueden. Estoy a escasos pasos en el claro cuando sale de entre los árboles, alisando su vestido arruinado que se rehúsa a reemplazar. Me acerco un poco, y nos

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Traducido por ElyCasdel Corregido por Karool Shaw


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miramos en el espacio por un largo momento. Mi pecho pesa cuando intento alejar el pánico otra vez. —¿Traver? —Pensé…‖me‖desperté‖y‖te‖habías… Su boca se abre un poco mientras lo entiende, y creo que me encuentro clavado en el suelo, cierra la distancia entre nosotros y se para al alcance de mi brazo. Cuando dudo, se acerca a tocar mi mano, rozando con la punta de sus dedos. Después de tanto de no tocarla, ese pequeño gesto es electrizante. —Lo siento —susurra—. Aquí estoy. Fui a caminar. Dejaré una nota la próxima vez, o una señal. Lo siento. Quiero girar mis manos y entrelazar mis dedos con los suyos, para acercarla más y así envolver mis brazos a su alrededor, arroparla debajo de mi barbilla, quedarme en este lugar en este sitio preciso, y abrazarla hasta que el sol se ponga y esté oscuro de nuevo. En lugar de eso, asiento, y aclaro mi garganta, y asiento nuevamente. Noto que mis pies descalzos escosen con el frío del rocío, y por correr entre los escombros de la entrada. Estoy temblando sin mi playera. Levanta la mirada hacia mí por largos instantes, luego se gira hacia la estación. Se ha ido la mañana siguiente cuando despierto, y la mañana después de esa. Me recuesto despierto por horas durante la noche, esperando escuchar el sonido de su partida, pero nunca lo escucho. Después de esa primera mañana, comienza a dejar la cantimplora colgando del pomo de la puerta, una silenciosa garantía de que regresará. Cada día trabajamos en una forma de pasar por la puerta y encender la estación apropiadamente, Para transmitir la señal que necesitamos. Estamos aquí. Alguien está vivo. Vengan por nosotros. Cada día se pone más débil. Sigue intentando pretender que lo que sea que está detrás de la puerta no la destruye. Hemos intentado poner la palabra lambda en el teclado a través de la puerta intransitable, pero en vano. Lilac intenta con cada palabra que puede creer en asociación con el negocio de su padre. Seguimos buscando entre los documentos quemados en la sala principal, intentando encontrar alguna seña de contraseña. Hemos intentado con patrones de números al azar, palabras de las grabaciones, no obstante, la puerta no cede. La tercera o cuarta mañana luego de que empezara con sus paseos matutinos, bajé de mi cama me puse las botas, alcanzando la cantimplora donde se situaba en la puerta. El sol matutino está pasando entre las nubes cuando camino en el claro, levantando la mirada al reflejo de la luna, tenuemente visible.


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Desearía saber qué parte juega en todo esto. Si eso causó que el Icarus se estrellara, si causó la grieta mencionada en los documentos, ¿Por qué mantenerlo en secreto? Lo que sea que pase aquí está mal. Hubiera costado una fortuna mantener al planeta entero oculto de la galaxia y las Industrias LaRoux no hubieran gastado tanto dinero si no estuvieran haciendo algo para que el ocultamiento funcionara. Hemos intentado algunas veces hacer que los susurros nos vuelvan a hablar usando las luces en el pasillo de abajo, pero sólo hemos obtenido oscuridad y silencio como respuesta. Probablemente se salieron desde aquella primera vez. Ya sea que no puedan responder, o no lo harán. Incluso intentamos anoche sobrecargar la puerta, asumiendo que si tuviera un mecanismo de seguridad electrónico, cargándolo podría hacer que su sistema se abriera. Pero a pesar de que Lilac reprogramara todas las rutas del sistema que pudiéramos imaginar para entrar por la puerta, permaneció cerrada. Toda la estación de poder fluctuó y se atenuó, sin embargo la puerta no cedió. Lilac estuvo indispuesta a intentarlo otra vez, señalando que si no conocemos una estación de poder, no sabemos cuánto poder tiene. Si lo usamos todo para abrir la puerta, no habrá más para crear la señal de peligro. Giro la cantimplora en mis manos y me encuentro pensando en fragmentos del significado de ese pedazo de papel‖ del‖ que‖ leyó‖ Lilac.‖ “Conversión‖ de‖ la‖ Energía-Materia”,‖ decía.‖ ‖ Formas‖ de‖ vida‖ basadas‖ en‖ la‖ energía.‖ Así‖ que,‖ estas‖ cosas pueden manipular la energía. Pueden generar energía en nuestro cerebro, y la electricidad en las luces. Lograrían convertir energía en materia sólida, crear objetos físicos. Después de todo, agarro la evidencia con mis manos. Re-crearon la cantimplora. Lilac dice que re-crearon su flor. Sacudo la cabeza y me estiro, lanzando la cantimplora en el aire y dejándola caer de nuevo de golpe en mis palmas. La lanzo una segunda vez, viéndola elevarse como en cámara lenta al pináculo de su arco. Atestiguo que se disuelva el momento, haciéndose polvo fino mientras miro, paralizado. El polvo traspasa mis manos, deslizándose entre mis dedos y cayendo al suelo. La sorpresa me mantiene en mi lugar, y lentamente levanto mis manos para que el resto del polvo pase entre ellas y desaparezca en el aún quemado y sucio pasto debajo de mis pies. Es cuando finalmente levanto la mirada y noto a Lilac parada en la orilla del claro, mirando el lugar donde permanecen los restos de la cantimplora. Tal vez sea el quinto día, o el sexto, o séptimo, cuando me despierto y no está de nuevo. Mis botas se han movido por la puerta de entrada como señal de que no sale por la noche, y me aproximo para deslizarme en ellas, haciendo mi camino por la sala común para agarrar una ración de barra, y salir al claro.


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—Puedes mirarme tanto como quieras, Comandante. No tengo prisa de todas formas. —¿Estaba mirando? Me debí haber quedado dormido ahí. —Si estás preocupado por responder la pregunta, tal vez yo puedo mandar por algo de cenar, y consigamos tomar un descanso. —¿Qué pregunta? —¿Qué razón tendrías para mentir?

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He estado intentando desesperadamente alejar la idea de la cantimplora desintegrada justo como lo hizo la flor. Los susurros de alguna manera re-crearon esas cosas, y Lilac es la única cosa que nos queda de lo que nos dieron. ¿Lo disolvieron porque era demasiado esfuerzo mantenerlo junto? ¿Nos estaban enviando un mensaje? Todo lo que sé es que las cosas que crean no son permanentes. Si estos seres, lo que quiera que sean, están detrás de la puerta cerrada, entonces es a dónde requerimos ir. La fuente de energía que la hizo, si lo podemos clasificar de alguna manera, posiblemente conseguiríamos detenerla de llevársela. Si hay alguna forma de salvar a Lilac, ahí es donde la hallaré. Estoy masticando la barra y parado en el camino de entrada por casi un minuto, soñoliento inspeccionando el claro, antes de que me golpee. La puerta al cobertizo está entreabierta. ¿Por qué Lilac va ahí? Cruzo el claro y meto la cabeza. Algo se perdió. La pala no está. Y en un momento de atemorizante comprensión, sé la razón. Las mañanas camina, a pesar de su debilidad; la forma en que me espera despierta antes de salir; la forma en que regresa cada día al amanecer, antes de que pueda irla a buscar. Está buscando su tumba. La barra se convierte en cenizas en mi boca, lanzo lo que queda mientras comienzo a correr. Paso entre los árboles y salgo del otro lado, quedando muy cerca de la orilla del arroyo. Llego tarde. Mi montículo de flores —muertas y marchitas ahora— ha sido revuelto y movido a un lado. Está en sus rodillas, la pala a su lado, mirando dentro del hoyo que ha cavado. Desde aquí simplemente puedo ver un reflejo de cabello rojo en la tumba, pero Lilac puede verlo todo. Quiero arrastrarla lejos, quitarle ese recuerdo, de cierta forma hacer que no hubiera visto lo que está mirando. Desearía poder regresar el tiempo y detenerla antes de que pueda encontrar la tumba. Pero no puedo. Y ahora ambos lo sabemos.


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Lilac

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Lo dejé llevarme a la estación, e incluso después de que me dejara y se fuera a la sala común, puedo sentir su mano en la mía. Ahora, de vuelta en mi dormitorio, estoy parada en frente de un espejo. Me muestra pecas. Dispersas por toda la nariz, apuntada hacia arriba, muy respingona para ser realmente bella. Esta nariz que siempre he odiado, ahora ni siquiera parece mía. Una pequeña línea blanca adorna el borde de un pómulo, un recuerdo del golpe que Tarver dio en su delirio. Los labios están agrietados. Los ojos hundidos, la piel debajo de ellos como una contusión. Debajo de las pecas, mi rostro es pálido. Por un momento, estoy de pie otra vez en el bosque, mirando en una tumba poco profunda una piel translúcida color gris porcelana, las largas pestañas barriendo la mejilla, el pelo una burla brillante contra la gris y opaca tierra. Sus labios son de color violeta, ligeramente separados, como si hubiera respirado en otro momento. Mi propia respiración se detuvo, el sonido de mis latidos en mis oídos. Por un vertiginoso momento no sé qué cuerpo soy: el que está en la tumba o el que está en el espejo. No. No soy ella. No soy ella. Luego estoy de vuelta en frente del espejo en la estación, mirando a este muy delgado cuerpo envuelto en una toalla. No es mi cuerpo, algo más, algo distinto. Algo creado. La toalla me roza, una agonía de sensación. La dejo caer, de todas maneras Tarver no está aquí. No hay nadie para ver este cuerpo excepto yo. Cierro mis ojos, dejando de mirar a la cara en el espejo. Antes de encontrar la tumba, era prisionera de mi propio cuerpo, sintiendo el impulso de alcanzar, de

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Traducido por francisca Abdo Corregido por AriGabbana


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tocar, de amar, pero incapaz de hacerlo. Ahora es como si fuera un eco, que habita en nada más que una estatua. Un monumento a la Lilac que una vez vivió aquí. La antigua Lilac, la que Tarver amaba, se habría secado, peinado su cabello hasta que se secara brillante y suave. Ella se habría situado lo suficientemente cerca para que él sintiera su calor, para que sus brazos se rozaran, para que su cabello le hiciera cosquillas en el hombro, hasta que lo único que él pudiera hacer fuera girarse y alcanzarla, en llamas. Ella lo habría amado. Por primera vez en una vida de bailes y salones, diseñadores y alta costura, coqueteos e intriga, Lilac cobró vida en su propia piel. ¿Quién soy ahora? Tarver está tan seguro que soy yo, que soy su chica, pero ¿cómo puede saberlo? Quiero creerle. A veces casi lo hago. Quiero creer que soy más que humo imaginario saliendo de una chimenea imaginaria. Pero por el roce de la tela contra mi cruda y desnuda piel, podría pensar que no soy más que un recuerdo. Para cuando él regresa me he forzado dentro de mi ropa, he puesto mi pelo mojado en un lazo que gotea hielo por mi cuello, me he lavado los dientes y he tragado suficiente agua para darle a estos agrietados labios algo de color. Tarver se detiene en el umbral al entrar y me sonríe. —Lilac —dice. Él piensa que no veo como empieza a alcanzarme y se detiene, el movimiento tan rápido que es casi inexistente. Mis pensamientos le gritan para que no utilice ese nombre. Lilac. Un eco. Sin él para decir el nombre, podría sólo desvanecerme. Se afana para intentar hacer el desnudo dormitorio habitable, extrañamente doméstico. Sé que lo hace por mí, sino que tampoco está acostumbrado a ser impotente. Él me ve desmoronándome, poco a poco. Está desgarrado, queriendo mi ayuda para ordenar a través de los documentos y tratar de eludir los mecanismos de bloqueo, y queriendo que esté en ninguna parte cerca de la estación de metro y su debilitante influencia. Él no sabe que quiero que me toque, que no quiero nada más que lanzarme a sus brazos. Mi cuerpo está todavía en bruto pero ya no me importa. Quiero sus dedos en mi cabello y sus labios en mi rostro, quiero su calor y su fuerza tanto que duele. Lo quiero en cada momento, durante todo el tiempo que pueda, antes de que me haya ido para siempre. Pero no soy su Lilac. No puedo pensar en que soy o en qué me he convertido, o dejar que me toque, todo lo que tengo es lo que me impulsó antes de morir en el claro. Todo lo que tengo es la necesidad de encontrar el rescate y llevarlo a casa. Si voy a ser polvo en cualquier momento, y no puedo luchar contra ello, entonces por lo menos puedo terminar lo que empecé cuando tiré las puertas de la estación. Puedo salvarlo.


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Él es más capaz de tolerar el campo de energía extraña en las entrañas de la estación, el poder radiando desde detrás de esa puerta. Él no es el único que sabe de electrónica, por lo que voy desmontar poco a poco los paneles de la pared, inspeccionando los circuitos, tratando de sobrepasar el bloqueo electrónicamente. Pienso que la única razón por la que no me ha arrastrado a la fuerza lejos de la puerta redonda del sótano es que piensa que traspasarla es nuestra única esperanza. Todo lo que ha pasado aquí nos ha llevado a esa puerta, y él piensa que puede usar lo que hay detrás de ella, sólo si pudiera llegar a ella. Él piensa que lo que sea que haya detrás de esa puerta me salvará Pero ¿cómo puedes salvar a alguien que ya está muerto? Estoy empezando a pensar que sé lo que hay detrás de la puerta. Las sacudidas, el sabor metálico, el vértigo que me toca cada vez que recibo una visión o un sueño, las sensaciones son abrumadoras cuando me acerco a la puerta. Casi puedo sentir los susurros detrás. Desesperadamente deseando algo, pero incapaz de hacer otra cosa que alcanzarlo en nuestros pensamientos. Atrapados allí. Esperando. Y estoy empezando a entender qué es lo que quieren de nosotros. Después de todo, ahora también soy una prisionera, en un cuerpo que se está desmoronando. Entiendo mejor que Tarver la agonía que representa estar tan atrapado. No puedo seguir con esto. Es más difícil y más difícil de enfocar. No puedo dejar de imaginar que su dolor es cómo el mío, atrapados entre la vida y la muerte, incapaces de llegar más allá de su propio tormento. Cuando traspasemos esa puerta, va a ser lo único que pueda hacer para usar lo que sea que haya allí para alimentar la señal de socorro, y no sucumbir a la urgencia de darles lo que sé que quieren. Porque mientras esa pequeña parte de mí lo quiere a él, y sólo a él, el resto de mí quiere lo que los susurros quieren. Acabar con todo. Durante el día, por la noche, mientras comemos, él me observa y no puedo, mi mente no funciona. Puedo oírlo intentando conseguir mi atención. —Lilac, ¿estás bien? La cuchara está inerte en mi mano. Estamos cenando, y un plato de estofado rehidratado está frente a mí. Se me había olvidado. Lo miro, en blanco, confundida. —¿Lilac? —Su voz es suave, su ceño se frunce. Su mano izquierda se contrae donde descansa contra la mesa, como si pudiera llegar a través de la brecha entre nosotros y tomar la mía. —No me llames así.


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—¿Qué? —Me mira, desconcertado—. Es tu nombre, ¿qué más debería llamarte? —No me importa. Pero no me llames así. No soy tu Lilac. Soy una copia. —¿Hablas en serio? —La conmoción da paso a la ira, el dolor y la confusión. Su voz es entrecortada—. Tú eres tú. Tienes tus recuerdos, tu voz, tus ojos, la forma en la que hablas. No me importa cómo pasó, tú eres tú. Dime cuál es la diferencia. Respiro. Me obligo a mirarlo. Lilac hubiera apartado la mirada. En algún lugar dentro de mi mente ella está desesperada por salir, por ir hacia él, para que deje de torturarlo así. —La diferencia es que ella está muerta. Lo puedo ver en guerra consigo mismo. La urgencia de venir a mi lado. El impulso de gritar. Las ganas de darse por vencido, sólo por un poco. Le daré la última victoria, para darnos un descanso. Sólo un poco. —Tú eres tú —repite, sus ojos llenos de dolor—. Eres la misma chica que se estrelló en este planeta conmigo, a la que arrastré a través de bosques y montañas, la que subió por una catástrofe llena de cuerpos para salvar mi vida. Eres la misma chica que amé y amo ahora. Detente. Detente. No más. Por favor. Mi garganta se aprieta. —Te amo, Lilac —Su voz es suave, profunda—. Te amo y debería habértelo dicho antes de que tú— Oigo la manera en la que su voz se corta, sintiendo la pausa en lo profundo de mi propio pecho. Cierro los ojos. —Tú eres mi Lilac. Sacudo la cabeza, intentado encontrar mi voz. —No sé qué soy o por qué estoy aquí, pero hasta que lo descubra haré lo que ella hubiera querido. Que es traspasar esa puerta, encender la señal y devolverte a casa. —Devolvernos a casa. No me voy sin ti. —Mi padre es un hombre poderoso, pero estamos hablando de una corporación lo suficientemente poderosa como para enterrar un planeta entero. Puede que ni siquiera sepa lo que está pasando aquí y si alguien más es el que descubre‖que‖pasó‖aquí,‖¿piensas‖que‖no‖pueden‖enterrarnos?‖Yo‖estaba‖muerta…‖ ¿Piensas que ellos sólo van a dejarme caminar en una vida normal? La mandíbula de Tarver se aprieta. —Ellos nunca descubrirán lo que pasó. Mentiremos. Lo miro, con el corazón roto. —Tarver —respiro—. No puedes mentir. Van a saberlo. Van a realizarme pruebas y lo averiguarán. Van a llevarte a la corte. Lo perderás todo.


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—No todo. Me mira calmadamente. Ahora que ha tomado una decisión acerca de mí, que soy su Lilac, es como si nada más importara. Se ve tan cansado. Si sólo pudiera dormir. —Ella te amaba tanto —me encuentro susurrando—. Desearía que lo hubieras escuchado de ella. No es hasta más tarde, cuando me cambié para la cama y él limpiaba los pocos platos de la cena, que me habla de nuevo. Se pone de pie en la puerta, mirándome abrir los postigos de la puerta para poder mirar a la noche. —¿De verdad te imaginas quedándote aquí si ellos vienen por mí? — pregunta. —No. Pero sé que estoy aquí por ti. Ellos no me devolvieron para ser buenos, ellos lo hicieron porque necesitan que pasemos esa puerta y hagamos lo que han estado tratando que hagamos todo este tiempo. Sin ti aquí no hay ninguna razón para que me mantengan. Mantengo mis ojos en la noche del exterior, tratando de no dejarle ver lo asustada que estoy. —No es que me imagine estando aquí cuando te vayas —digo suavemente—. Me imagino dejando de existir. Tienes que dejarme ir, Tarver. No puedes… —¿No puedo qué? —Su voz es baja, fuertemente controlada. Nunca lo había escuchado así. Me vuelvo para encontrarlo agarrando el marco de la puerta, su agarre con los nudillos blancos, cada músculo tenso. Trago. —Perderte en un fantasma. Durante un largo momento está quieto y en silencio, el silencio se dibuja entre nosotros con tanta fuerza como un alambre. En cualquier momento pienso que me va a sacar de mi lugar en la ventana y atraerme por fin hacia él. No puedo seguir con esto. Pero él termina primero y desaparece de la puerta. Oigo sus pasos, rápidos y enojados, crujiendo sobre los escombros del cuartito de la entrada mientras se dirige hacia la noche. La tensión se escurre y me encuentro cayendo, golpeando el suelo con fuerza, mi piel frágil y fina como el papel. Apenas puedo reunir la energía para arrastrarme hasta la cama. No puedo. Tengo que pasar esa puerta y por primera vez, mientras mis ojos se iluminan en la lambda de LaRoux bordada en las mantas, creo que se cómo. Tengo que hacerlo pronto. No creo que tenga mucho tiempo.


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—Esto es una locura. Tú eres el único que imagina que no estoy diciendo la verdad, luego quieres que diga por qué. Dime tú. —Tal vez podemos estar de acuerdo, hipotéticamente, que puede existir alguna razón para que encubras la verdad. —Hipotéticamente. —Significa condicionalmente, que es concebible. —Sé lo que la palabra significa.


Tarver

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Es tarde cuando camino de regreso a lo largo del claro, la cabeza más clara, paso más seguro. Hay algo sobre salir y estirar las piernas que me ayuda a alinear mis‖ pensamientos.‖ Cuando‖ entro‖ en‖ la‖ sala‖ de‖ comunicaciones,‖ est{‖ vacía…pero‖ diferente. Los monitores, normalmente negros, están encendidos como el horizonte de la ciudad, parpadeando líneas incomprensibles de códigos al rojo vivo, luces bailando a través de los controles. Tenemos energía. De alimentación adecuada, no lo que hemos estado exprimiendo del modo de reserva. La esperanza surge en mí. Quizás ella encontró la forma de pasar por la puerta, hacia la habitación cerrada. Pasé cada minuto de mi caminata intentando encontrar una forma de entrar, esperando poder usar algo de lo que hay detrás de esa puerta para ayudarla. Pero si logró abrir las puertas, ¿por qué no vino a buscarme? Mi mente sigue repitiendo una imagen: la cafetería disolviéndose en polvo. Cálmate. Ella está bien. Pero mi corazón late salvajemente mientras bajo los peldaños de la escalera. Puedo oír a mi viejo sargento gritándome en el oído para que no intente hacer algún salto estúpido e imposible para llegar a ella rápidamente. Mantente a salvo, me grita desde su tumba en otro planeta lejano. No puedes ayudar a nadie si estás en pedazos. No entres corriendo. Pero no puedo evitarlo. Me agacho con dificultad, haciendo caso omiso de la punzada de dolor cuando me tuerzo el tobillo en el apuro. Las luces están encendidas, y me lanzo por los pasillos y las escaleras de metal, girando en la esquina. La puerta redonda está abierta. Lilac‖ debe‖ haberme‖ oído‖ llegar…‖ est{‖ en‖ marcada‖ de‖ pie‖ mirando hacia fuera, esperándome. Su piel es de un gris leve, demasiado pálido, sus ojos

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Traducido por Mel Markham Corregido por -Valeriia♥


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perdidos en la sombra. Puedo verla temblar mientras se agarra al borde de la puerta redonda. Bajo el ritmo entretanto me acerco hacia ella. —Adiviné la contraseña —susurra en tono áspero. No quiero nada más que ir a su lado, pero sé que no quiere que lo haga, y me mantengo atrás con un esfuerzo monumental. —¿Cómo? —Mi‖padre.‖Esta‖es‖su‖estación…‖su‖emblema‖est{‖en‖todos‖lados.‖Siempre‖ dijo que mi nombre era todo lo que necesitaría para ir a donde quisiera. Así que lo hice. Usé mi nombre. —Lilac. Asiente, su boca retorciéndose. Entiendo el dolor en su expresión. Si la combinación era su nombre, significa que su padre hizo esto, y no una persona sin rostro en la Industria LaRoux sin su conocimiento o consentimiento. Es el responsable por lo que sea que haya pasado aquí, y por cubrirlo después. Y usó su nombre como la clave. —Recibí una llamada de auxilio que funciona, aunque es débil —dice en voz baja, con fuerza—. Sólo aparece como estática, a no ser que atrapen bastantes transmisiones y aumenten la señal. Esta noticia que hubiera sido una de las mejores que he oído en su lugar es retorcida, oscura. Ya no sé si quiero que vengan por nosotros. No, si no puedo encontrar una forma de salvar a Lilac. —Acércate —dice—. Hay más. Da un paso atrás, y subo por la puerta, incapaz de evitar alcanzar su mano. Cuando agarro sus dedos, el apretón que devuelve es sólo un aleteo débil. Puedo sentir mi propia fuerza agotándose mientras los temblores comienzan a adueñarse de mí. Es como los efectos secundarios de las visiones, sólo que diez, veinte veces peor. La habitación zumba con poder, alineado en cada lado con monitores, paneles de control y máquinas. Gruesos cables se extienden desde las consolas en el medio del cuarto. Elevándose sobre nosotros está un marco de acero circular de dos veces mi estatura. Destellos de luz azul serpentean dentro de él, como rayos cayendo, creando una capa brillante de aire. El marco domina el espacio, abrumador. Ya‖no‖puedo‖oír‖mis‖latidos,‖mi‖dura‖respiración…todo‖sonido‖est{‖perdido‖ en el crujido y siseo de la electricidad. La habitación más allá del marco de metal es borrosa. El aire es pesado y denso, con sabor metálico en la parte de atrás de mi garganta. El zumbido en el lugar hace que mis dientes duelan. Dos grandes símbolos de advertencia amarillo y negro están montados en el marco, uno en la cima, el otro abajo. Prohibido el contacto con sujetos. Riesgo de inestabilidad, decían, en letras gruesas.


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Sujetos. Los sujetos de prueba de los documentos por encima de nosotros. Los susurros se elevaron de golpe, inundando mis oídos, insistentes. Están al límite de‖ la‖ comprensión…‖ como‖ si,‖ si‖ pudiera‖ cerrar‖ la‖ brecha‖ entre‖ nosotros‖ un‖ poco‖ más, los entendería. Sin pensar, di un paso hacia el marco, incapaz de resistir el tirón. Por un momento la habitación desaparece, y la oscuridad se sobrepone, localizando estrellas centelleantes. Y‖ entonces,‖ algo‖ me‖ jala‖ hacia‖ atr{s.‖ Vuelvo‖ a‖ parpadear,‖ y‖ desaparece…y‖ Lilac está ahí, agarrando mi mano y alejándome. —¿Estás demente? —jadea—. ¿Olvidaste lo que dicen esos documentos? Si lo tocas, podrías hacer que la cosa colapse por completo. —¿Qué? —Sigo temblando por la visión de las estrellas, la sensación de que estaba a pelo de distancia de comprenderlo. Señala la hipnotizadora luz azul dentro del marco de metal. —¿No lo ves? Esta es la ruptura. Tiene que serlo. Abro la boca para responder, pero antes de que pueda, la luminaria de arriba parpadea, dejando sólo la luz azul turbulenta para iluminar la habitación. Las luces se atenúan una vez. Sí. —Oh, Dios —susurra Lilac, sus ojos en el portal. Está sudando, su mano es fría y húmeda en la mía. Se siente helada, demasiado gélida. No puedo decir con seguridad por la luz parpadeante que proviene del portal de metal, pero parece que sus ojos se hundieron más, los círculos oscuros debajo de ellos más pronunciados. —¿Lilac? —Son ellos. —¿Qué…?‖—Pero puedo verla mirar fijamente el portal. Y me dio cuenta a lo que se refiere. —Las criaturas, los sujetos. Los susurros. Ellos son la fuente de energía para la‖estación.‖Esta‖luz,‖esta‖energía…‖esto‖es‖grieta‖de‖mi‖padre.‖Un‖portal‖entre‖dos‖ dimensiones. Y están aquí, de alguna forma atrapados por este anillo de metal que construyeron a su alrededor. Las luces parpadean con locura, y sobrecargada de una serie de las luces fluorescentes que se fragmentan, lloviendo fragmentos de vidrio en el piso de metal. Dentro de la estructura de acero que contiene la grieta, las horquillas azules de electricidad oscilan salvajemente. —Formas de vida basadas en energía. —Mi voz es un susurro. De repente, el peso de Lilac se hunde, su mano fría deslizándose de la mía mientras cae de rodillas con un gemido. Mi corazón se detiene, y caigo al suelo junto a ella.


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Su p{lida‖ piel‖ es‖ casi‖ transparente‖ ahora…puedo‖ ver‖ las‖ oscuras‖ venas‖ sacudiendo sus brazos. Levanta la cabeza con esfuerzo, jadeando por aire. Cuando apoyo una mano en su hombro, una parte de su vestido se desmorona con mi toque, alejándose. Como la flor; como la cafetería. Estar‖así‖de‖cerca‖de‖los‖susurros‖la‖est{‖matando…los‖síntomas‖son‖ciento‖ de veces peores. Tengo que sacarla de aquí. Rodeo un brazo alrededor suyo y logro ponerla de pie, más de su vestido se convierte en polvo con cada movimiento. La tela revolotea y se cae, cayendo por el aire como ceniza. Halo de mi chaqueta y la envuelvo a su alrededor, luego la giro levantándola en mis brazos. Ellos son la fuente de poder, oigo el eco de su voz. Y están escapando. Mi mente queda en blanco, y me vuelvo para cargarla por la puerta. Todo lo que sé es que tengo que sacarla de aquí. Se recupera lo suficiente para agarrarse de la escalera mientras tanto subimos de nuevo a la superficie, y la coloco en una de las sillas de la sala común. Tan suave como puede ser, pero todavía se estremece. Está claro que tiene una conexión con las criaturas en la grieta que yo no. La energía que fluye por la estación es la misma energía que fluye en ella, la fuerza de vida que la mantiene conmigo. Fija la mirada en la pared mientras intenta estabilizarse, y por un momento mi corazón se paraliza cuando la veo quedarse quieta. Luego me doy cuenta que está mirando las pinturas de los salvajes que intentamos tanto ignorar. Sigo su mirada hasta una figura pintada de rojo. —Tarver, sé lo que son esas pinturas. —Su voz es un débil susurro ahora, temblando con intensidad—. ¿Lo ves? —Levanta una mano, es obvio el esfuerzo, para apuntar a la siguiente secuencia, también en rojo, y luego a la siguiente—. Ahí está de nuevo. ¿Ves la mano a su lado? Es igual. En la primera, rompe su cuello. Aquí, es la lanza. Acá, está ardiendo. Es el mismo hombre, una y otra vez. Tarver, los investigadores apostados aquí se hicieron esto a sí mismos. —Su voz es cruda, y está obligando a las palabras a salir de su garganta—. Y luego los volvieron a traer, como a mí. —Santo‖cielo…‖tienes‖razón.‖—Mi mente está girando, desenfrenadamente, tratando de encontrar algo para aferrarse—. Volvieron una y otra vez. Las figuras pintadas en la pared son claramente distinguibles, y de repente puedo ver cada una pasando muerte tras muerte, las imágenes rodeadas de marca de manos, y el LaRoux lambda, pintado grande y grueso al lado. De pronto, las espirales azules recurrentes esparcidos por las pinturas tienen un nuevo significado. La grieta y sus prisioneros.


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Su mirada barre por las pinturas, las cuales se vuelven salvajes, más frenéticas, y lentamente se degeneran en pinceladas primitivas que apenas puedo distinguir. Al final de la secuencia de imágenes es una sola huella de la mano, manchada. Luego nada. Sé que ambos estamos viendo lo mismo. Esto es lo que encontraron aquí. Murieron, y volvieron a vivir, y se encontraron con la locura del medio. Vinieron aquí a estudiar las criaturas que me devolvieron a Lilac, o a matarlos, quizás, y descubrieron un tipo retorcido de inmortalidad. Hasta…‖ ¿qué?‖ ¿Hasta‖ que‖ los‖ susurros‖ fueron‖ demasiado‖ débiles‖ para‖ traerlos de regreso y alimentar la estación al mismo tiempo, y los investigadores murieron de una buena vez? ¿Hasta que la Industria LaRoux los sacara y enterrara este lugar? Sigo mirando cuando Lilac lleva una mano hacia abajo contra el suelo con un golpe sordo. —¿Por qué alguien elegiría esto? ¿Vivir en el limbo, con miedo constante de derrumbarse? —Su voz es desigual, rota. Desearía poder estirarme, envolver mis brazos a su alrededor. En su lugar, la distancia entre nosotros se siente inmensa. —Quizás fue diferente para ellos, cuando este lugar estaba lleno de energía. Solo tenemos los restos, lo que la compañía dejó atrás. —Y cuando se desvanezcan, no tendrán la energía para traerme de regreso. Sonaba como si eso fuera lo que quería. Me falla el aliento, y me quedo mirándola, sufriendo. —Solo quiero dormir —susurra, los ojos oscuros en su blanco rostro, transformado por su anhelo—. Lo‖deseo…‖porque‖estarías‖con‖el‖corazón‖roto,‖y‖lo‖ lamentarías,‖ pero‖ te…‖ sanar{s.‖ Encontrar{n‖ la‖ señal‖ y‖ podrías‖ volver‖ a‖ casa.‖ Y‖ tienes‖ a‖ tus‖ padres,‖ y‖ el‖ jardín‖ y… luego la estación moriría, y los susurros descansarían. Yo podría descansar. Eso es lo que todos queremos. Descanso verdadero,‖no‖esa‖frialdad,‖esa… —Lilac, no necesito sanar. No quiero hacerlo. —Mi voz está tan rota como la suya—. Te quiero a ti. Vamos a encontrar una forma de detener esto, de conseguir la energía para mantenerte completa. No te volveré a perder. —No estás perdiendo nada, Tarver. Yo ya me he ido. —Su lucha está escrita en toda su cara, ojos cerrados con fuerza, labios presionados en una fina línea que no evitan que las lágrimas rueden por sus mejillas. Por primera vez, puedo ver‖ su‖ otro‖ deseo…el‖ deseo‖ de‖ quedarse.‖ Por‖ primera vez, me doy cuenta que quizás insiste en que estemos separados porque ella no quiere volver a perder esto.


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Deslizo mi mano hacia adelante un par de centímetros a la vez, hasta que puedo deslizar mi mano en la suya. Cierra los ojos, atorándosele el aliento. Si mi toque le duele, no se aleja. —Lo‖que‖sea‖que‖me‖hayas‖hecho,‖Tarver,‖lo‖que‖sea‖que‖yo‖sea…‖te‖amo.‖ No olvides eso. La jalo hacia mí, su cabello cayendo sobre mi pecho, su cara en el hueco de mi cuello. La sostengo hasta que se duerme, su aliento es cálido contra mi piel. Debería sentirse como una victoria: ella está aquí, finalmente volviendo a ser ella. En su lugar, todo se siente como una despedida. Los peldaños de la escalera de metal son fríos contra mis palmas mientras trepo por debajo de la estación una vez más. A pesar de que es de noche allá arriba, aquí es la misma dura luz fluorescente. Mis pasos hacen eco mientras camino por el pasillo hasta la bulliciosa habitación. La grieta me espera, luz azul enrocándose dentro del circular marco de acero que contiene el dispositivo. Los susurros se elevan, y el marco de metal cruje con la electricidad de los que permanecen atrapados ahí. Tiene que haber una forma en la que estas criaturas me ayuden a salvar‖ a‖ Lilac.‖ Las‖ im{genes‖ que‖ nos‖ mostraron‖ regresan…un‖ valle‖ repleto de flores, casa de mis padres tan grande y colorido como la vida, una sola flor en la hora más oscura de Lilac para mantenerla en marcha. Me niego a creer que una especie capaz de tal compasión pueda ser tan cruel. Levanto la mirada al crujiente brillo azul eléctrico de la grieta, desesperado por descifrar de alguna forma a estos seres, de entender por qué llegaron a traernos hasta aquí desde tan lejos. Frustración surge dentro mío mientras tanto miro la siempre cambiante luz azul. Me estoy quedando sin tiempo, y no estoy cerca de salvarla. Los susurros corren por mis oídos una vez más, formas parpadeando en los bordes de mi visión. Mi corazón se acelera. Todo este camino, todo este dolor, ¿y ahora no pueden encontrar la forma de darme el maldito mensaje? —¿Qué diablos quieres de mí? —Mi voz es dura. Los susurros surgen, como si respondieran. Pero por supuesto, como siempre, no tienen sentido. No hay respuestas. No hay salida para Lilac. —Adelante, entonces. —Peleo la urgencia de golpear la maldita cosa con mis puños, de atacar el problema de la única forma que conozco—. Me trajeron aquí. Hice el largo viaje hasta su maldito planeta. ¿Qué quieren que haga? Silencio, roto solo por el crujido y chasquido de la electricidad, y el zumbido de la máquina. Si no puedo averiguar cómo detener esto, Lilac no va a durar


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mucho más. Y esta vez sucederá lentamente, y voy a tener que verla morir de nuevo. Como el infierno lo haré. Algo dentro de mí se rompe. Me giro, golpeando las manos en la caja de control pegada al portal de metal que rodea la grieta. Golpeo una de las pantallas débilmente iluminadas, el plasma ondeando ante mi toque. Lo pego otra vez, y otra, hasta que los plásticos crujen y el marco del monitor se deforma y mi brazo palpita con el impacto, y todavía no es suficiente. Cada paso en este viaje, cada gramo de sufrimiento, todo lo que encontré en ella. Puede terminar aquí. Hay una silla en mis manos ahora, y chispas vuelan mientras aporreo la estructura metálica. Mi boca sabe a cobre, y la habitación da vueltas a mí alrededor. Alguien muy lejos grita de dolor y la frustración, la sangre rugiendo débilmente en mis oídos. Bajo nuevamente la silla, y de nuevo, cavando en la caja de control y los monitores en la grieta, enviando chispas y humo, solo con la intención de destruir. Entonces se oye otra voz, gritando por ser oída por mi dolor. —Tarver. Tarver. Me doy la vuelta, temblando de furia e impotencia. Alec está de pie al otro lado de la habitación, apoyado contra la pared, las manos en los bolsillos. El aire escapa de mis pulmones. —Alec,‖no‖puedes‖estar… En el segundo siguiente me doy cuenta que tiene los bordes difuminados, no sólidos. Mis manos siguen temblando, y suelto la silla con traqueteo, tragando con fuerza el fuerte sabor metálico en la boca. Alec da un paso al frente. Su caminar, la pequeña inclinación de su cabeza, la mirada pensativa en su cara: todo es tan familiar, tan inquietantemente real. Mi corazón se estremece, estrechándose dolorosamente en mi pecho. No me responde, pero en su lugar mira la grieta, a la energía girando dentro. Con un sobresalto, me doy‖cuenta‖que‖sus‖ojos‖no‖son‖los‖marrones‖que‖recuerdo.‖Son‖azules…m{s‖azules‖ que los de Lilac, más que el cielo. Concuerda con el color de la grieta perfectamente. —No eres mi hermano. —Mis manos aferran el borde de la consola, sosteniéndome. —No. —Duda—.‖Vinimos‖desde…‖—Mira más allá de mí, hacia la luz azul. —¿La grieta? ¿Cómo? Asiente hacia la consola golpeada. —Rompiste el campo amortiguador. Alcanzamos más fácilmente tus pensamientos ahora. Podemos encontrar palabras, y esta cara. Siempre está en algún lugar de tu mente. Tomo una lenta y calmante respiración. —¿Qué son?


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Alec —o la cosa usando la cara de Alec— hace pausa de un modo muy humano. Tengo que seguir recordándome que no es quien parece. —Somos ideas. Poder. En nuestro mundo, somos todo lo que existe. —¿Por qué has venido? La boca de Alec se tensa, como si sintiera dolor. —Curiosidad. Pero encontramos que no éramos los únicos aquí. —Industria LaRoux. Alec asiente. —Encontraron una forma de cortarnos, de separarnos unos de los otros. —Pero, ¿por qué no se van? —pregunto—. ¿Regresar a casa? —Esta es la jaula que construyeron para nosotros. No podemos entrar completamente a su mundo o regresar al nuestro. —Su‖ rostro…‖ la‖ cara‖ de‖ mi‖ hermano…‖ est{‖tensa‖por‖ el‖ malestar.‖Su‖ imagen‖ parpadea,‖y‖ el‖ miedo‖ trepa‖ por‖ mi estómago. Su fuerza —la de Lilac— se está agotando. —¡Por favor! ¿Cómo puedo ayudarlos? No puedo volver a perder a Lilac. El rostro de Alec está lleno de simpatía. —Esta jaula nos mantiene aquí, pero estamos exigiendo demasiado. No queda mucho tiempo. Menos, ahora. Si pudiéramos‖cambiar‖nuestra…‖vida‖por‖la‖de‖ella,‖lo‖ haríamos.‖Para‖encontrar‖el‖ final, para dormir. —¿Por qué menos? —Su señal. —¿La señal de auxilio? ¿Eso los está drenando? —Pronto no quedará mucho. —Alec parpadea de nuevo, desapareciendo mientras su imagen chisporrotea. Al momento siguiente estoy solo yo en la habitación, y nunca me sentí más solo. Corro hacia el banco de monitores donde Lilac arregló la señal de emergencia, viéndola saltar alegremente a través de las pantallas entretanto busco alguna manera en que pueda apagarla. Al final simplemente tiré un puñado de cables. Las pantallas mueren, y por un instante la grieta brilla un poco más. La voz de Alec —la voz susurrante— todavía resuena en mis oídos. Estamos exigiendo demasiado. La única esperanza de Lilac está atada a estas criaturas, y se están desvaneciendo. Camino de regreso a la escalera.‖ Necesito‖ aire…‖ necesito‖ espacio‖ para‖ moverme. Profundamente dentro de mí, siento el peso que cargan los susurros. Vertieron la energía que tienen en llegar a nosotros, trayéndonos aquí con visiones y susurros, dándonos lo que necesitábamos —dándome a Lilac— así podíamos encontrarlo. Ahora apenas nos pueden mantener aquí. Recién entiendo por qué la trajeron de regreso. Necesitaban que me moviera, que explorara, intentando entender el misterio de la estación. No podían


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arriesgarse a que me volara los sesos en la cueva, cuando era su única esperanza de liberación. Pero siguen atrapados, y no sé cómo darles lo que necesitan. Mi cabeza da vueltas. El aire fresco fuera de la estación es un alivio mientras doy un paso hacia los escombros en la puerta y hacia el claro. Inclino la cabeza hacia atrás para ver las ahora familiares estrellas, trazando las formas que llegué a conocer. Parpadeo cuando mi visión se nubla un momento, las estrellas moviéndose. Otro parpadeo, y sé que lo que estoy viendo es real. Una‖de‖las‖estrellas‖se‖mueve.‖No,‖no‖una…ahí‖hay‖otra.‖Y‖otra. He visto esto antes. Lo he visto en cada planeta a los que me han enviado. Esos son cambios de órbita. Deben haber recibido la señal de auxilio de Lilac y venido a investigar. El pánico me sacude como un golpe mortal. Si nos encuentran —si encuentran a Lilac— nos subirán a bordo, y si la alejan de los susurros que la sustentan… Mi cuerpo fluye a la acción antes de completar la idea, y aporreo de nuevo la estación. Tenemos que escondernos. Si nos arrastran fuera del planeta antes de que encuentre la forma de salvarla, morirá, y escojo cualquier cantidad de tiempo con ella antes que una vida en casa, solo. La elijo. Prefiero cualquier mundo en donde ella esté. Entro de golpe en la habitación, y un momento después está sentada derecha en la cama, con los ojos abiertos y perplejos. —¿Tarver? —R{pido…‖—El pánico me roba el aliento, y estoy jadeando—. Hay naves en‖la‖órbita.‖No‖creo‖que‖sepan‖exactamente‖donde‖estamos‖aún.‖Tenemos‖que… Lucha por ponerse de pie antes de que termine, agarro mi mochila y mi arma mientras corremos hacia la trampilla que lleva a la estación. Rezo para que crean que si alguna vez estuvimos aquí, ya nos fuimos. Cae en mis brazos en los últimos peldaños, y medio la cargo a lo largo del pasillo hasta la sala de control. Se separa de mí, tambaleándose pasando la grieta hacia el banco de motores. Oigo si jadea horrorizada mientras se da cuenta que la señal de auxilio está apagada, y al siguiente segundo sus dedos danzan por los teclados y pantallas. Un instante después una estridente alarma suena destellando en rojo. —Lilac, ¿qué diablos estás haciendo? Levanta la mirada hacia mí, con los ojos grandes, en sombras, la mirada salvaje. —Logré encenderla de nuevo. Puedo sobrecargar el sistema. Puede crear suficiente actividad eléctrica para que podamos mostrar un escaneo.


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—Industrias LaRoux ha sufrido enormes pérdidas como resultado de esta aventura, Comandante. —No estrellé la nave. —Pero el daño en la estación de monitoreo. Eso era propiedad de Industrias LaRoux. —De nuevo, ¿cuánto costó la construcción de Icarus? ¿Cuántas vidas se perdieron? ¿Y tú estás más preocupado por una estación de monitoreo? ¿Crees que la estación fue la enorme pérdida?

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Mi corazón se detiene. Está intentando mostrarles a dónde venir y encontrarme, usando las últimas fracciones de energía que quedan. Los últimos fragmentos que la mantienen viva. Me lanzo hacia ella. —Lilac,‖détente… Golpea la pantalla, y otra alarma comienza, gritándonos en alerta. Luz azul se dispara desde la grieta, luego se desvanece hasta casi nada. Envuelvo mis brazos a su alrededor, manteniendo sus brazos a los costados, arrastrándola lejos de los monitores. Luces se disparan desde las pantallas, y las alarmas gritan en coro. Les voy a fallar a todos. La energía de Lilac se agotará, y se convertirá en polvo. Los aliens permanecerán atrapados en la abertura, ni vivos ni muertos. Tiene que haber una salida. La luminiscencia azul en la grieta se retuerce y late, más débil que antes, pero atrapada por el anillo de acero, la jaula, incapaz de inclinarse hacia nada. Mis ojos se detienen en los signos pegados en la jaula de acero. Prohibido el contacto con sujetos. Riesgo de inestabilidad de la grieta. Y luego, recuerdo los papeles carbonizados, la primera vez que se ha encontrado ningún indicio de la existencia de la grieta. El colapso de la grieta liberaría energía, decían. La palabra fatal salta en mi memoria. Fatal‖para‖una‖persona‖normal,‖quiz{s…pero‖Lilac‖no‖lo‖es,‖ya‖no.‖Lilac‖es‖ algo diferente, creada por la misma energía en la grieta. Todo este tiempo los susurros‖ nos‖ estuvieron‖ ayudando…todo‖ este‖ tiempo‖ solo‖ pudimos confiar en ellos. De todas las personas que podrían haber elegido, usaron a Alec para hablarme. La única persona en el universo que confío más que en mí mismo. El único sujeto que siempre sabía qué hacer. Aprieto mi agarre en Lilac y la alejo de la consola. Grita, peleando conmigo mientras la arrastro hacia la luz azul de la grieta. Es como si presintiera mi intención, usando cada sobra de fuerza restante para alejarse. Al final, envuelvo mis dos brazos a su alrededor y salto, sumergiéndonos a ambos en el corazón de la grieta.


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—Por supuesto que no. Pero nos tomamos seriamente cada exceso de destrucción de nuestra propiedad. —Quizás le podría señalar a Monsieur LaRoux que intenté salvar a su hija. —Es a petición de Monsieur LaRoux que está siendo interrogado. Creo que él señalaría en respuesta que ya ha perdido a su hija, de cualquier modo.


Lilac

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Estoy inundada con una gratitud tan abrumadora que me convierte y toma el control sobre mí. No hay voces, pero las sensaciones me envuelven y me alejan de las sacudidas de la luz azul que me rodea. El mundo sigue en silencio. Todo a mí alrededor es energía, y siento que se centra en mí, se vierte en mí y me llena, me sana, me restaura. Estoy entre las dos dimensiones, y veo todo, conozco todo. Recuerdo a otros de mi clase, de un tiempo diferente. Todo lo que soy se extiende hacia ellos, anhelando un fin. Todavía no. Suenan cansados. Débiles. Intento de nuevo llegar hasta ellos, pero me alejo. Lentamente. Fatigada. Más allá de ellos puedo sentir a muchos otros, aunque no puedo verlos o tocarlos. Están detrás de algún velo que no puedo correr, y retrocediendo cada vez más lejos. Trato de gritar, para decirles que esperen, pero se han ido. Todo es frío y oscuro de nuevo, y estoy sola. Tenuemente las sensaciones vuelven a mi cuerpo. Puedo sentir algo que me toca, envolviéndose a mí alrededor. Me zumban los oídos, la sangre ruge más allá de mis tímpanos. Algo cálido y suave toca mi cara. El zumbido en mis oídos se está convirtiendo en una voz. —¿Lilac? Esforzándome, nado desde la oscuridad. Tarver jadea y coloca sus manos en mis mejillas. —¿Estás bien? ¿Puedes moverte? Trago saliva y parpadeo. La única luz que hay, proviene de una serie de monitores que recubren la pared, y su brillo poco a poco va desapareciendo. En una oleada, recuerdo donde estamos: el sótano de la estación. Estoy acostada en el piso donde aterrizamos, mirando hacia arriba a un anillo de metal hueco. La grieta —Tarver, me jaló a través de ella. El azul eléctrico se ha desvanecido.

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Traducido por florbarbero Corregido por Juli


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Cualquiera que sea la puerta de enlace entre las dimensiones que está aquí en esta sala, ha desaparecido, dejándonos solos. De alguna manera, él todavía está vivo. Ambos lo estamos. Me empujo hacia arriba con mis codos, aturdida, mirándolo fijamente. — ¿Tarver? Sus brazos me envuelven, jalándome contra él. Presiona sus labios contra mi sien. —Por un segundo‖ allí…‖ —Su voz queda atrapada dolorosamente en su garganta. —¿Qué hiciste? Me libera lo suficiente para poder ver mi cara. —Necesitabas una explosión de energía. Los documentos hablaban de un gran aumento de energía si nos poníamos en contacto con la grieta. Tenía la esperanza de que te daría lo que necesitabas —y ellos querían irse. Querían que terminara. —¿Estás loco? —Hundo mis dedos en la tela de sus mangas, apremiada—. También‖ me‖ parece‖ recordar‖ haber‖ leído‖ la‖ palabra‖ “fatal”‖ allí‖ también.‖ ¡Podrías haberte matado! Tarver mira a donde estoy agarrando sus brazos, y luego mira hacia arriba, sonriendo. No lo he visto sonreír así desde antes de que encendiera ese fusible. — Yo te elegí. Y no creo que quisieran matarme, creo que querían que nosotros lo lográramos. Miro al anillo metálico que rodeaba la grieta. La luz azul se ha ido, dejando sólo la jaula vacía que la empresa de mi padre construyó para contener los susurros. Tarver sigue mi mirada, atenuando su sonrisa. —Ellos querían un fin —dice en voz baja—. Estiraron demasiado el regreso a casa. Cuando la energía se ha ido, el último de los monitores se desvanece, dejándonos en la más absoluta oscuridad. Imágenes permanecen delante de mis ojos, pero no de las pantallas. —Por un momento los vi. A todos ellos. Una vez todos formaron parte de los otros en una manera que nosotros nunca podríamos... era hermoso, Tarver. Me gustaría que pudieras haberlo visto. Su brazo se aprieta a mí alrededor mientras besa la cima de mi cabeza. Entonces se retira para que pueda ponerme de pie, manteniendo agarrada mi mano en la oscuridad para ayudarme a levantar. Mi cabeza gira, pero puedo sentir mi fuerza regresar. Abro la boca, pero se produce un rugido metálico que envía vibraciones a través del suelo hasta la rejilla a nuestros pies. —Que‖es… Otro grito metálico me interrumpe, produciendo un temblor en la tierra debajo de nosotros. La mano de Tarver aprieta la mía, y lo oigo.


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—La‖estación…‖la‖onda‖de‖choque‖del‖colapso‖de‖la‖grieta‖debe...‖¡vamos!‖ —Sacude mi brazo, y aunque me preparo, no duele como lo hubiera hecho hace unos minutos. Tan pronto como me muevo puedo oír algo enorme —el contenedor de metal, tal vez— venirse abajo de donde estaba. Juntos corremos por el pasillo, hasta la pequeña colina en la oscuridad más absoluta. No hay ni un pequeño ápice de luz, aunque mis ojos siguen tratando de acostumbrarse a la oscuridad de todos modos, distinguiendo formas imaginarias que se avecinan. Tarver mantiene su mano envuelta firmemente alrededor de la mía, y me encuentro cada vez más fuerte con cada paso. Mis sangre corre, mi corazón late —mis pulmones trabajan por primera vez en lo que parecen semanas. Tarver choca con la escalera, el estruendo del impacto perdido entre un mar de maldiciones. Me empuja delante de él. El mundo se reduce al sonido de nuestra respiración agitada y el metálico sonido de los pies en los peldaños. La escalera se sacude debajo de nosotros mientras la estación tiembla. Me dejo caer en el suelo justo por encima de la escotilla, y Tarver se apresura detrás de mí y me levanta. Hay luz aquí, la suficiente para que distingamos las puertas y los escombros, y más allá de eso, donde hay claro iluminado por luz de las estrellas tan brillante que encandila los ojos. Luchamos por salir al igual que en las cuevas, y por un momento horrible es como si estuviera en la cápsula de escape de nuevo mientras que la gravedad del exterior está en guerra con la gravedad del interior —mi cabeza da vueltas y no puedo averiguar en qué dirección estamos. La mano de Tarver se cierra alrededor de mi muñeca, y luego me desplomo, mientras nos arrastramos sobre el borde del derrumbe. Durante largos momentos trabajosos, todo lo que puedo ver son manchas mientras mis pulmones exhalan aire, y aunque Tarver intenta un par de veces más volver a ponerse en pie, con el tiempo se ve obligado a reconocer la derrota y yacemos allí, escuchando a los últimos restos del edificio colapsando. Después de la oscuridad de estar bajo tierra, las estrellas parecen como faros encendidos, brillantes y prometedores. Me arrastro para poder mirar hacia Tarver, que aún está medio aturdido, en busca de aliento. —Estúpido, estúpido hombre —murmuro, tocando su cara, trazando el camino entre el puente de su nariz y los pómulos—. No tenemos ninguna manera para realizar señales ahora. Si esas eran naves allí, nunca nos encontrarán. Nunca vas a volver a casa. Tarver coloca las manos sobre la tierra y se pone a sí mismo de pie para poder mirarme. —Estoy en casa. —Levanta la mano cuando empiezo a protestar—. Mis padres lo entenderían. Si supieran lo que pasa aquí, ellos me dirían eso.


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—Sin embargo, ¿cómo pudiste hacer eso? La señal funcionaba. Ellos la verían. —Te estaba matando —dice simplemente. Ya estoy muerta. Las palabras revolotean en mi lengua, pero sigo sin decirlas. Porque ahora, aquí, por primera vez, esas palabras no son ciertas. Realizo un largo suspiro, observando la forma de los vapores del aire cuando exhalo. Tarver se acerca, tratando de alcanzar mi mano. Todavía estoy débil por tanto tiempo comiendo casi nada y durmiendo tan poco. Pero mis músculos responden a mis órdenes. Mi mano, mientras entrelazo mis dedos con los de él, deja de temblar. Por primera vez desde que me trajeron de vuelta, algo dentro de mí destella, cálido y vital. Esperanza. Juntos nos movemos lejos del sumidero que solía ser la estación. Tarver empieza a soltar mi mano, pero aprieto mis dedos a través de los suyos, y me mira por un largo momento. No me aparto. Levanta las manos unidas y besa mis dedos, cerrando los ojos mientras sus labios permanecen contra mi piel. No puedo evitar preguntarme qué es peor: perder a la chica que amas de repente o ser incapaz de tocarla mientras ella se consume. —¿Cómo te sientes? —pregunta, mirándome fijamente. —Increíble. Viva. Tarver, ¿cómo lo supiste? —No lo hacía. —Todavía está mirando nuestras manos unidas—. Pero sólo…‖sentí‖que‖no‖querían‖hacernos‖daño.‖Sólo‖querían‖ser‖libres.‖Lo‖supuse. Empiezo a temblar por el frío, entonces Tarver se quita la chaqueta y la envuelve alrededor de mis hombros. —Fue una conjetura bastante grande — señalo. —Tuve que creerlo. —Escogiste un mal momento para empezar a creer en corazonadas y sentimientos. —Aprieto la chaqueta a mí alrededor y le doy una sonrisa. Su brazo alrededor de mí se tensa, y por un momento sólo escuchamos a la brisa agitando las hojas sobre nuestras cabezas. —¿Qué hacemos ahora? —Dejo que mi cabeza se incline hacia atrás, mirando hacia el cielo. —No tengo ni idea —responde alegremente—. Para empezar construir una casa, supongo. Me río de nuevo, sorprendiéndome de lo fácil que es. No pensaba acordarme de cómo hacerlo. —¿Puede tener un jardín? —Una docena de jardines. —¿Y una bañera? —Lo suficientemente grande para los dos.


—¿Puedo ayudarte? —Desde luego no estoy haciendo todo esto por mi cuenta. Cambio mi peso y me apoyo contra él. —Tenemos que descansar un poco primero —dice, volviendo la cabeza para tocar mi sien con sus labios—. Podemos comenzar por la casa mañana. ¿Vamos a volver a la cueva? Algún idiota destruyó tu dormitorio. —Un idiota —repito, con una sonrisa—. No quiero dormir en la cueva de nuevo. ¿Podemos dormir aquí, bajo el cielo, como solíamos hacerlo? ¿Antes de todo esto? —Cualquier cosa que te guste. —Me besa la mejilla de nuevo, todavía suavemente, vacilante, y desenreda el brazo del mío para poder ponerse de pie—. Voy a la cueva por las mantas. Mañana vamos a empezar a planificar nuestra vida como náufragos. —Ya hemos estado viviendo una vida como náufragos —señalo—. Creo que vamos a estar bien. Es sólo una sombra entre los árboles iluminados por las estrellas mientras realza su camino de regreso hacia la cueva. No es hasta que está fuera de mi vista que dejo que mis ojos se cierren, inclinando la cabeza contra el árbol en mi espalda, imaginando que puedo sentir el suave brillo de las estrellas en mis mejillas. Todo está en silencio y quieto. El aire es fresco, y cuando realizo una respiración profunda, cauteriza el interior de mi nariz, hormigueante y fuerte. —Descansa —murmuro. Aunque si me estoy hablando a mí misma, o a nuestros amigos ausentes, creo que jamás lo sabré.

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—¿De eso se trata? —Esto se trata de la verdad de lo que sucedió en ese planeta. —Ya le he dicho la verdad. —Nada de lo que nos has dicho ha explicado las anomalías en las pruebas médicas de la Señorita LaRoux. —Lo siento, no lo hago bien con las grandes palabras. ¿Qué quiere decir? —Comandante, sabe a lo que me refiero. —Estoy bastante seguro de que no lo sé. Señor.


Tarver

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Todavía no he sido capaz de dormir, pero no me importa. Bostezo, sosteniendo a Lilac un poco más fuerte. Ella murmura en sueños —uno de esos pequeños sonidos obstinados que me derriten— y se entierra en mí más cerca. He estado mirando las estrellas, las constelaciones son familiares ahora, y nombrándolas. Entorno los ojos a la que he decidido llamar la Lira, trazando la forma de un arpa mientras la aprendo. Desde la brillante estrella en la base, a la siguiente‖encima‖de‖ella‖y‖luego…‖la‖siguiente‖estrella‖se‖mueve.‖Lo‖mismo‖hace‖su vecina. Parpadeo de nuevo y se deslizan dentro de foco. Están aterrizando luces. —Lilac, rápido, despierta. —Me apresuro a sentarme, alcanzando automáticamente el Gleidel, aunque no sé para qué me podría servir. Levanto mi otra mano para protegerme los ojos cuando la gran nave baja hacia nosotros, el sonido de los propulsores llegando a un rugido constante. Estará aterrizando en uno o dos kilómetros. Lilac se despierta arremetiendo con un brazo y agarro su muñeca con suavidad. —No, no, ¡Déjanos solos! ¡Hicimos lo que querías! —Su voz está llena de miedo mientras mira hacia arriba, parpadeando, intentando entender lo que está viendo. —No, Lilac, es una nave. Debieron haber registrado la explosión o el aumento de energía. Rápido, tenemos que movernos. —El temor es fuerte en mis entrañas. Si nos encuentran, nos llevarán a bordo y quién sabe lo que sus exámenes médicos mostrarán—. Tratemos escondernos en la cueva, podrían tener infrarrojos. Ella está aún sentada allí, mirando, su boca algo abierta ahora. —¿Una nave? —Apenas puedo oír su susurro. —No podemos dejar que nos encuentren. Vamos. —Me agacho por su mano para tratar de tirar de ella hacia arriba.

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Traducido por francisca Abdo Corregido por Karool Shaw


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Se resiste, mi estúpida niña obstinada, tirando hacia atrás. ¿Cómo llegó a encontrar esa fuerza tan rápidamente? —Tarver, ¿de qué estás hablando? ¡Puedes ir a casa después de todo! Necesitamos encontrarlos, hacer que nos lleven con ellos. Me dejo caer en cuclillas a su lado, respirando, tratando de frenarme. — Estamos hablando de nosotros no sabiendo que te pasará si ponen sus manos en ti. ¿Quién sabe lo que encontrará la compañía de tu padre si hacen exámenes en ti? Vamos, hay comida en la cueva. Podemos escondernos ahí hasta que se vayan. —Tarver, no. —Hay un indicio del viejo acero LaRoux en su voz, pero es templado ahora, más cálido—. Vamos a subirnos a esa nave. Vas a ir a casa. —Lilac, he hecho mi decisión, no tenemos tiempo para esta conversación. Detrás de mí, las luces aterrizantes están bajando más y el zumbido de los motores rugen más profundo. He escuchado esto miles de veces. Usualmente es un zumbido bienvenido. Están casi abajo. —No. —Ella es suave, pero segura—. Voy contigo. Me decías que me llevarías a casa contigo y eso es lo que vas a hacer. —Me aprieta la mano, ahora poniéndose en pie. Quiero tanto creerle, sin embargo el amargo giro de miedo dentro de mí dice que hará cualquier cosa para mantenerme a salvo. Ella me mintió en la cara porque creyó que eso me salvaría. Sé que lo haría. Haría lo mismo por ella. Enrolla su mano alrededor de la parte trasera de mi cuello, tirando mi cabeza hacia abajo para que su frente pueda tocar la mía. —Sé que te habrías rendido por mí. Nunca podría dejar que eso fuera por nada. Nos quedamos así por un instante, para siempre, y trato de alcanzar dentro de mí esa confianza. Espera, mirándome, segura de que lo haré por ella. Me enderezo, alcanzando su mano para guiarla hacia la nave de rescate. Ve la decisión en mi cara y abre su boca para hablar cuando es interrumpida por un nuevo sonido —en la distancia, hay maleza sonando, crujiendo, pies con botas moviéndose hacia nosotros. Me doy cuenta que el sonido de la nave se ha desvanecido. Han aterrizado. No tenemos mucho tiempo antes de que nos localicen. Lilac se vuelve hacia mí, de repente atenta. —Ellos van a hacer preguntas. — Su mano se estrecha alrededor de la mía—. Necesitamos nuestras historias. —Hay mucho riesgo si mentimos. No les digas nada. Sé la chica que esperan. Deteriorada, cabreada. Grita por tu padre, llora si puedes, pero no contestes sus preguntas. Se una princesa. Está sacudiendo la cabeza, sus ojos en los míos. Hay linternas en la distancia, pero aquí sólo están las estrellas en lo alto para iluminar su rostro. —No


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quiero que te enfrentes a ellos solo. No sabes lo que la compañía de mi padre es capaz de… —No estaré solo. —Me inclino a presionar mi frente con la de ella, rápido y seguro—. Vas a estar jugando tu parte tanto como yo. Di que estás muy traumatizada para contestar preguntas. Voy a tener que hablar, no puedo evitar un interrogatorio, pero si nos contradecimos, no seremos capaces de esconder lo que pasó aquí. —Traumatizada. —Está nerviosa, pero hay un atisbo de risa en su voz—. Puedo hacer eso. Me empiezo a mover hacia los sonidos de los matorrales y las hojas muertas, pero se queda quieta y tira mi mano para detenerme. —Tarver —susurra, sus ojos en mi rostro—, van a haber cámaras todo el tiempo. Más preguntas. Todos van a querer oír tu historia. Tu vida va a ser diferente, sin importar cuán lejos nos vayamos de Corinth. Una linterna parpadea a través de los árboles, quebrada y desigual ya que brilla más allá de los troncos. La luz rebota en su cara, iluminando sus ojos por un breve y brillante momento. Doy un paso más cerca. —No me importa. —Mi‖ padre‖ va‖ a‖ tratar‖ de…‖ —Traga, luego levanta la barbilla, la boca formándose en una recta y determinada línea—. No. Encontraré una manera para manejarlo. No puedo evitar sonreír hacia ella, esta seguridad de acero, mi Lilac hasta la médula. —Pagaría para verlo. Sonríe, rápida como un rayo, luego aprieta mi mano con más fuerza, aferrándose como si temiera que alguien vendrá y nos separará. —¿Harás frente a todo conmigo? El mundo se estrecha, los sonidos del equipo de búsqueda desvaneciéndose, las luces volviéndose borrosas hasta que sólo somos ella y yo, nuestro aliento condensándose y mezclándose con el aire frío. Ella robó mi voz, la chica en mis brazos, y por un momento no puedo responder. Tengo que reunir mi ingenio, tratar de recordar como respirar. —Siempre. Su sonrisa es como el sol saliendo. —Entonces deberías besarme mientras puedas, Comandante Merendsen. Puede pasar un tiempo antes de su próxima oportunidad. Sus pómulos siguen ensombrecidos, su rostro sigue mostrando los signos de su debilidad, pero sus ojos son brillantes, sus mejillas se encendieron con vida una vez más. Sus dedos se enroscaron alrededor de un puñado de mis mangas, como si no pudiera esperar.


Pensé que nunca conseguiría tocar a mi Lilac de nuevo. Incluso cuando volvió, pensé que la perdí para siempre. Me separé de su lado un instante antes que los equipos de rescate irrumpieron en el claro. Estoy casi tentado de decirles que vuelvan después.

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—¿Por qué volaste en pedazos la estación, Comandante? —Podía ver las naves en órbita. Esperaba que alguien lo notara. No quería perderme esta pequeña reunión. —El daño fue significante. —Bueno, no parecía que alguien realmente necesitara más el lugar. —No era su decisión para hacer.


Lilac

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La primera nave que captó mi señal fue una flota de investigación en su camino hacia A243-Delta. Los investigadores no tuvieron suerte descifrando la estática, pero limpiaron lo mejor que pudieron y saltaron de nuevo hacia el resto de la galaxia. Entonces, llegó un transporte más grande, unos días después, y luego a un tugurio de teóricos marginados tratando de descubrir la estructura de la estática de fondo del universo. Ellos fueron los primeros en limpiar lo suficiente la señal para saber que había una mujer en ella, pidiendo ayuda. Al final, tomó decenas de naves, reuniendo los fragmentos que les llegaban, uniéndolos. La nave que nos recogió era una de las flotas de mi padre, un equipo avanzado se apresuró a llegar aquí antes de que la imagen de la señal fuera lo suficientemente clara para que supieran quién era yo. Confirmaron lo que ya sospechaba; nosotros somos los únicos sobrevivientes del Icarus. Imaginar cincuenta mil personas muertas es imposible, y en su lugar veo el rostro de Ana, y el de Swann, y el rostro del hombre cansado con el gastado sombrero de copa que sólo quería darle un mensaje a mi padre. Solamente tengo mucho espacio para el dolor. Cuatro días después de nuestro rescate, aun en órbita alrededor del planeta, otra de las naves de mi padre nos alcanza. Tarver y yo estamos en cuartos separados, y no lo veo de nuevo. Mis comidas son monitoreadas. Alguien se queda a mi lado a todas horas del día, incluso cuando duermo. Mis preguntas sobre Tarver se encuentran con evasivas educadas. Él está en las mejores manos posibles. Lo verás pronto. Lo está haciendo bien. Tu padre estará aquí pronto. ¿Por qué no esperas y le preguntas? Sus intentos de hacerme preguntas se encuentran con mares de lágrimas. Tengo mi parte que interpretar con tanta seguridad como Tarver la tiene, y lo hago bien. Sin embargo, las lágrimas no evitan a los doctores, y soy desnudada y

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Traducido por Deydra Eaton Corregido por Aimetz


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examinada. Sacan un poco de mi sangre, toman un mechón de mi cabello, raspan debajo de mis uñas. Soy conectada a máquinas por medio de electrones en mis sienes, en mi pecho. Pusieron pequeñas pinzas en las puntas de mis dedos y observan algún tipo de lectura de salida digital que no puedo ver, mirando con los ojos muy abiertos, las caras iluminadas por el pálido resplandor verde de los monitores mientras se agrupan a su alrededor. Y entonces, soy conducida de nuevo al cuarto de examinación, donde una nueva ronda de médicos toma más sangre, más cabello. Revisan sus resultados una y otra vez. Me están llevando de vuelta a la habitación con monitores y los electrodos cuando las puertas de repente se abren de golpe. —¿Qué significa esto? —Una voz de acero se escucha a través del zumbido de las máquinas. La doctora agarrando mi brazo lo deja caer como si hubiera sido quemada. Sin apoyo, mis piernas se tambalean y caigo al suelo. Ella y los otros se alejan, dejándome parpadeando en la luz. —Señor —comienza uno de ellos—, sólo seguíamos órdenes... —Apáguenlo —dice la voz, y los médicos se apresuran a obedecer. Conozco bien esa voz, después de todo, y nadie la escucha dar una orden sin cumplirla inmediatamente. Desde algún lugar, alguien me da una bata de color azul marino, un cambio agradable de la delgada bata de hospital en la que me tenían. Alguien se acerca y apaga la cegadora lámpara superior, y mientras mis ojos se esfuerzan por ajustarse, una cara se agacha en mi visión. —¿Cariño? Por un momento, todo lo que puedo hacer es mirar. Los ojos azules, enrojecidos por la emoción; los rasgos cincelados que no traicionan sus años, el cabello blanco muy corto que nunca se ha molestado en teñir. Es un rostro que nunca pensé que volvería a ver, un rostro que no quería volver a ver. Pero aquí, enfrente de él, recuerdo lo seguro que es. Cuán fácil, cuán cálido. Recuerdo lo mucho quiero que él haga todo bien. —¿Papá? —susurro. Su boca tiembla, luego se tensa, como si no pudiera creer que realmente sea yo. Lanza sus brazos a mi alrededor, y después de un segundo recuerdo que se supone que tengo que llorar, y una vez que comienzo me es imposible detenerme. Durante un largo rato nos sentamos en el piso del ala médica, yo sollozando violentamente en el hombro de su traje, segura con los brazos de mi padre a mí alrededor. Todo lo que quiero hacer es pretender quedarme dormida, así me llevaría a casa. Pero con el tiempo, mis lágrimas se secan y me ayuda a levantarme. Me lleva a una sala de reuniones dominada por una larga mesa de cristal, luego me


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sienta en la primera silla de la izquierda. Se deja caer en la silla en la cabecera de la mesa y la acerca a mí para que pueda tomar mi mano entre las suyas. —Cuéntamelo todo, corazón. Sentada aquí, con mi padre mirándome con los ojos enrojecidos, me resulta imposible conectarlo con el símbolo lambda estampado por toda la infernal prisión para las criaturas que me devolvieron mi vida. Por un momento, no quiero nada más que contarle lo que nos pasó, lo que me pasó a mí, que recuerdo la muerte y el renacimiento y todo lo demás. Pero las palabras de Tarver todavía retumban mis oídos. No les digas nada, dijo. Mentimos. No puedo decepcionarlo. Así que me sorbo la nariz muy alto y dejo caer mi cabeza, mirando mi regazo mientras sacudo mi cabeza. —No sé —tartamudeo—. No puedo. Todo es tan... no lo recuerdo, todo está borroso. --¿Estás segura? --Acaricia mi mano, calmándome. Su piel es fría al tacto, suave y lisa. Sus manos siempre están bien cuidadas—. Quizás te ayudaría hablar de ello. Sólo sacudo mi cabeza de nuevo. Las lágrimas que antes eran tan fáciles de encontrar se han secado así como mi convicción regresa, así que tengo que fingir, manteniendo mis ojos en la tela de la bata. Mi padre está en silencio por un rato. Lo conozco lo suficiente para ver que no me cree. Pero quiere hacerlo. Finalmente, me da una palmadita en la mano enérgicamente otra vez y se endereza. —Bueno, de acuerdo. Entonces simplemente pondremos todo esto detrás de nosotros. Lo que necesitas es un poco de tranquilidad. Siempre y cuando estés a salvo, eso es todo lo que me importa. Es todo lo que quería; que sólo me aceptara de vuelta, que todo esto se vaya, que mi vida vuelva a la normalidad. Y, sin embargo, estoy inquieta. Aquí hay una tensión que no he sentido desde que tenía catorce años y me enteré que Simon se había ido. Una parte de mi sabe que sólo me está diciendo lo que quiero oír. Mi padre se aclara la garganta. —¿Entiendo que el joven en la otra habitación es parcialmente responsable de traerte de vuelta en una pieza? —Tarver Merendsen —lo corrijo, asintiendo, manteniendo mi cabeza gacha—. Totalmente responsable, papá. Él es la razón por la que estoy aquí. —Bueno, nos aseguraremos de recompensarlo generosamente por ello. — Hace una pausa—. Todo esto en los periódicos y los clips HV sobre ustedes dos... —¿Sí? —Finalmente saco mis ojos de mi regazo y alzo la mirada, mi corazón martilleando. Sé lo que viene—. ¿Qué hay sobre eso? —Cuando lleguemos a Corinth ofrecerás una declaración en la que corregirás la suposición de los medios de que son pareja. Le darás las gracias por


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su ayuda y le desearás un buen viaje de vuelta al mundo natal de sus padres. Y eso será lo último de ello. Mi cabeza da vueltas. —Padre... —Encontraremos nuestro camino para atravesar esto, Lilac. —Me mira, con el corazón en sus ojos—. Tú y yo, lo sabes. Eres todo lo que tengo. Todo lo que necesito. Mi querida niña, no tienes idea lo que fue escuchar que estabas a salvo. La culpa se retuerce en mi estómago, metálica y nauseabunda. —No lo dejaré. —Oh, Lilac. —Suena tan cansado, tan triste. No puede saber sobre el planeta, es imposible. Algún indiferente empleado usó mi nombre para el teclado como broma. Mi padre no es capaz de tal monstruosidad—. Ahora piensas estas cosas. Pero en una semana, dos semanas; en un mes, en un año, eso cambiará. Sólo estoy tratando de protegerte. —¿Así como me protegiste hace tres años? —Las palabras salen antes de que pueda detenerlas. Mi padre y yo nunca hemos hablado sobre Simon. Los ojos que solía pensar como centelleantes y amables, ahora son de acero, más pálidos y fríos que el hielo. —Vendrás a agradecérmelo un día —dice con una voz que silenciosamente me parte hasta los huesos. Y entonces lo sé. Este es el hombre que envió a Simon a su muerte. Este es el hombre que descubrió la primera vida inteligente a parte de nosotros y la enterró. Este es el hombre que esclavizó a los primeros embajadores de otro universo para sus propios fines, quien cometió un encubrimiento tan grande que una nave con más de cincuenta mil almas cayó sin dejar rastro hasta que una pequeña señal de auxilio captó la atención de una flota de investigación que pasaba. Este es el hombre que me ha gobernado durante diecisiete años. Y lo que es peor, con una ráfaga de claridad, me doy cuenta que él es el único que me ha gobernado porque lo dejé hacerlo. —No —digo, poniéndome de pie mientras la palabra retumba en mis oídos. Una parte de mi mente recuerda que tengo el poder de esta manera, que de pie, soy más alta que él estando sentado, que haciendo que alce la mirada me da la ventaja. Pero en realidad, simplemente no puedo estar sentada por más tiempo; un zumbido frenético aumentando en mis miembros me impulsa a actuar. Es todo lo que puedo hacer para no caminar. Pero caminar es un signo de debilidad. También aprendí eso de él. —Nos dejarás en paz. Para siempre. A cambio, mantendremos tu secreto. Mi padre observa impasible, sin darme nada. —Para siempre no es un tiempo muy largo para un soldado. —Su voz es suave como terciopelo, así como oscura. Mi corazón se contrae, consumiéndose con miedo.


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Pero Roderick LaRoux no es el único que puede amenazar sin amenazas, intimidar sin levantar una mano. Me ha enseñado todo lo que sé. —Tú eras todo lo que siempre necesité en mi vida —digo suavemente, mirando su rostro. La dinámica en el aire ha cambiado. Puedo sentirlo. Y por el tic nervioso en su mejilla, veo que él también puede—. Pero la gente descubre recuerdos enterrados todo el tiempo mientras se recuperan de eventos traumáticos. No sé lo que pasaría si empezara a recordar todo lo que vi en ese planeta. Mi padre se pone de pie lentamente. Es un hombre alto, con trajes a medida para enfatizar su estatura en colores oscuros y poderosos. Coloca una mano en el respaldo de su silla, mirándome impasible. No dice nada, pero sé lo que está pensando. —Cuando lleguemos a Corinth, Tarver y yo emitiremos un comunicado, explicando cómo recuperamos una cápsula de escape caída para enviar una señal de auxilio. No mencionaremos la estación. Probablemente Tarver ahora está en una habitación en algún lugar, mintiendo, guardando tus secretos. Nadie jamás tendrá que saber lo que hemos visto. >>Pero, padre, y esta es la parte más importante, te hago personalmente responsable de su seguridad. Porque si alguna vez le sucede algo, sabré que fuiste tú. Si es transferido al frente, lo sabré. Si caer con una misteriosa enfermedad, lo sabré. Si tan siquiera un cabello de su cabeza está fuera de lugar, lo sabré. Y si algún día alguien piensa en chantajearlo o amenazarlo para dejarme, también lo sabré. —Lilac, estoy seguro de que no sé lo que estás insinuando. —Su tono es frío, pero puedo ver algo detrás de ello, algo que nunca antes he visto. Incertidumbre—. ¿Por qué su seguridad debe ser mi responsabilidad...? —Su seguridad es tu responsabilidad de la manera en que la de Simon debió haber sido. —Por primera vez, el recuerdo de los ojos verdes de Simon y su risa fácil no duele. Y esta vez, cuando veo a mi padre, él no dice nada—. Si algo como lo que le pasó a Simon le pasa a Tarver, será el fin de Industrias LaRoux. La galaxia sabrá lo que hiciste aquí. Y si eso sucede, todo el poder y el dinero en el universo no serán suficientes para salvarte. Mi visión es borrosa, no con lágrimas, sino por el esfuerzo de no parpadear. Ya no puedo ver el rostro de mi padre con claridad, así que miro más allá de él. Sólo supera esto. Enfrentaste un desierto con monstruos, una nave llena de cadáveres, el vacío de la muerte misma. Puedes hacer esto. —Y si alguna vez algo le sucede a Tarver Merendsen, también me perderás. Me perderás para siempre. Y no tendrás a nadie más. Finalmente me permito parpadear, y cuando mi visión se aclara, puedo ver ahí a mi padre de pie, repentinamente viejo. Su cabello blanco parece más delgado,


su piel más suelta. Puedo ver las arrugas alrededor de sus ojos que no recuerdo que estuvieran ahí. La mano en el respaldo de la silla ahora es para apoyase, no para conseguir una posición poderosa. Su boca tiembla. Endurezco mi corazón. Esto también lo aprendí de él. —Nunca hablaré contigo de nuevo. ¿Entiendes? Deja escapar un largo suspiro, su cabeza gacha. —Lilac... —¿Entiendes?

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—Puedes irte. —¿Perdón? —La puerta está abierta, Comandante. —Es usted muy amable. —Comandante, entiende que su historia y nuestros resultados no cuadran. —No sé qué más decirle, señor. Es lo que pasó. —No hay absolutamente ninguna evidencia que lo respalde. —¿Realmente cree que yo podría hacer algo como esto?


Tarver Traducido por Deydra Eaton

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Mi interrogador se levanta y se mueve a la puerta, que se balancea abierta como si estuviera bajo voluntad. Lo miro fijamente por un largo rato, tratando de procesar la idea de que soy libre de irme, mi mente da volteretas sobre sí misma mientras intenta buscar el truco. ¿Cuál es el siguiente paso, la siguiente parte del juego? Mis ojos pican, adoloridos, mi cabeza punzante en un pulso lento. Ahora el hambre se ha desvanecido a favor de una pesada nausea que se asienta como un peso muerto en la boca de mi estómago. Me levanto, mis rodillas protestando, los músculos acalambrados. Salgo de la habitación sin darle otra mirada. Lilac está esperando afuera en un largo corredor bordeado con amplias ventanas. Debe ser de noche, tiempo de la nave, ya que las luces están atenuadas y ella está iluminada en gran medida por la luz del planeta más allá de las ventanas. Está envuelta en una especie de bata, pero podría ser un vestido de fiesta, la forma en la que está de pie en ella. Es azul marino, del mismo color que llevaba la noche en que nos conocimos. Recta y serena, la piel clara y el cabello cogido en uno de esos lujosos nudos que nunca entenderé; lo único que falta es su séquito. Debieron haber atacado su rostro con algún tipo de tratamiento, porque sus pecas ya se están desvaneciendo. Como si las últimas semanas nunca hubieran pasado. He interpretado mi parte. ¿Ella ha interpretado la suya? ¿Podía interpretar la suya después de tener un vistazo de su propio mundo de nuevo? Recuerdo lo que le dije una vez, sobre volver al mundo real. Es mejor no hacer promesas. No es tan simple como a nosotros nos gustaría que fuera. Por un tiempo interminable, simplemente me mira fijamente, sus ojos sobre mí, recibiendo mi agotamiento. No hay ningún indicio de la Lilac que llegué a conocer en el planeta.

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Corregido por Melii


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Mi corazón quiere detenerse, y quiero permitírselo. Ella es la que rompe el silencio. —Tarver, ¿estás...? Me acerco a ella antes de que pueda parar, y me detengo a medio paso de distancia. —Estoy bien. ¿Tú estás...? —Vino mi padre. —Todavía me está mirando, sus ojos azules profundos. Debo lucir como el infierno—. ¿Qué les dijiste? ¿Se terminó? Alejo mis ojos de su boca, tragando. Estamos solos en este corredor y aun puedo sentir el peso de los reporteros esperando fotografiarnos, la gente incrédula en los círculos de Lilac, y también los soldados, la sombra de su padre sobre nosotros. ¿Es demasiado para ella? ¿Es demasiado para mí? —¿Qué podía decirles? —dije a la ligera, tratando de ignorar lo mucho que quiero acercarme, cerrar el espacio entre nosotros—. Sólo soy un gran y tonto soldado. ¿Qué sé yo? Sus labios se curvan un poco, divertida, y por primera vez mi corazón parpadea con esperanza. Ahí están sus hoyuelos de nuevo. Escaneo su rostro, buscando rastros del ojo negro que solía tener, sus pecas desvaneciéndose, cualquier cosa para hacerla mía, no de ellos. —¿Y usted, señorita LaRoux? —¿Yo? —Toma una profunda respiración, y con un sobresalto me doy cuenta que ella esta tan temerosa como yo—. Sólo soy una heredera mimada, demasiado traumatizada para recordar algo. Y entonces sonríe, de verdad, y justo como en el Icarus la primera noche en la que nos conocimos, todo ha terminado. No es nada parecido a la sonrisa que ella habría dado en ese entonces, es torcida y verdadera, llena de ansiosa esperanza. La alcanzo, en llamas. Por un momento siento la curva de su boca contra la mía, sonriendo antes de que el hambre se haga cargo. Luego, avanzo hacia ella, y agarra en un puño mi camisa, tirando de mi con ella mientras nos estrellamos contra la pared del pasillo. Me sostiene cerca y mis manos están en sus caderas, sus costados, enmarcando su rostro mientras sus labios se separan y la beso, mi mente girando con todos los momentos en los que pensé que se había ido. Pero está aquí, es mía. Soy suyo. Mi corazón está martilleando cuando nos separamos, y me inclino para descansar mi frente contra la suya. —¿Quieres salir de aquí? Envuelve sus brazos alrededor de mi cuello, sus labios tirando en una sonrisa una vez más. —¿Crees que podemos escapar de las cámaras? —Tengo un amplio entrenamiento en el arte del sigilo y el camuflaje. —Me parece que le estoy sonriendo de vuelta, indefenso. Abre la boca para hablar, pero un destello cegador más allá de las ventanas la interrumpe y la manda tambaleándose hacia atrás con un grito. Me doy la


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vuelta, medio cegado a pesar de tener mi espalda hacia las ventanas. La luz barre sobre la nave, ondulante hacia fuera del planeta en una ola. Parpadeando imágenes residuales, me quedo mirando al planeta mismo, luchando por entender lo que estoy viendo. Líneas de fuego se extienden sobre la superficie del planeta como grietas en una cáscara de huevo, como si una enorme criatura estuviera saliendo desde las profundidades del planeta. Lilac hace un sonido bajo en su garganta y toma mi mano. Los abismos se ensanchan, trozos enteros de masa terrestre desapareciendo en el fuego. No hay sonido a través del vacío del espacio, y durante un largo momento nos quedamos ahí en inquietud, profundo silencio, presenciando la destrucción del planeta delante de nosotros. Lilac es la primera en moverse, la primera en hablar. —Ahora nadie nunca sabrá lo que sucedió aquí. —Traga, su mirada todavía fija en la ventana mientras una serie de explosiones silenciosas expulsan chorros de roca fundida hacia el espejo de la luna. En el oscuro corredor, el fuego dorado rojizo consumiendo el planeta se refleja en los ojos de Lilac, transformándolos. En su rostro puedo ver el eco de la destrucción del planeta, la pérdida de la última pizca de prueba de todo lo que ella pasó. Envuelvo mis brazos a su alrededor, tanto para tranquilizarme a mí mismo como nada. Agachando mi cabeza hasta que su cabello me hace cosquillas en mi cara, tomo un largo y tranquilizador respiro. —Nosotros lo sabremos —susurro. No nos movemos de ese sitio, ni siquiera cuando los motores de la nave dan una sacudida. Nos quedamos observando mientras el planeta destrozado y los restos de su luna retroceden en la distancia, más y más atrás hacia la oscuridad infinita. Hasta que nuestros ojos tienen que hacer un esfuerzo para verlos, hasta que sólo son puntitos irregulares de luz reflejada. La unidad de hiperespacio da su zumbido delator, y Lilac se recuesta en mí, asegurándose mientras nos preparamos para saltar, para cubrir el espacio y llegar más rápido a casa. El hogar con cámaras y reporteros, y preguntas de las personas que nunca entenderían lo que nos pasó. No he renunciado a encontrar respuestas, todavía no, incluso si sólo nos susurramos esas respuestas el uno al otro. Pero justo ahora, mientras esperamos que los motores arranquen, todo eso está muy lejos. Por un momento, la imagen ante nosotros se congela: nuestro mundo, nuestras vidas, reducidas a un puñado de estrellas rotas medio perdidas en el espacio inexplorado. Luego se ha ido, la vista tragada por los vientos del hiperespacio fluyendo más allá, auroras de un azul verdoso limpiando las imágenes residuales.


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Hasta que todo lo que queda somos nosotros.


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Nos gustaría darle las gracias a nuestros fantásticos agentes, Josh y Tracey Adams, por el apoyo, la cordura y los SBCs en todo los momentos correctos — ¡Estamos tan agradecidas de tenerlos a nuestro lado! Gracias también a los agentes y publicistas extranjeros que nos han ayudado a llevan nuestros libros a lugares en los que nunca hemos estado. Gracias a nuestra fantástica editora Abby Ranger por no parar de hablar de la historia de Tarver y Lilac, y por enseñarnos, desafiarnos y apoyarnos. Abby, en verdad ha sido nuestro placer cada paso del camino (¡y gracias a Sylas, por compartir a su mamá!). Muchas gracias también a la maravillosa Laura Schreiber por su excelencia editorial y enloquecer con nostras siempre que era necesario. También queremos darle las gracias a Emily Meehan por preguntar por nosotras. Estamos emocionadas de estar contigo, y no podemos esperar para ver qué hay esperando. Muchas gracias a la familia de Disney-Hyperion —desde ventas, marketing y publicidad, a nuestros editores de repetición y equipo de diseño, estamos tan agradecidas por trabajar con ustedes. Gracias en particular a Suzanne Murphy, Stephanie Lurie, Dina Sherman, Jamie Baker, y Lizzie Mason, Lloyd Ellman, Elke Villa, Martin Karlow, Monica Mayper, y Sarah Chassé. ¡Gracias a Whitney Manger y Tom Corbett por nuestra Hermosa cubierta! Sarah J. Maas y Susan Dennard —somos tan afortunadas de tenerlas como amigas y compañeras de críticas, ¡y se lo agradecemos mucho a ambas! Mucho amor, Kat y Olivia Davis, gracias por estar justo en dónde las necesitábamos. Gracias a Michelle Dennis por no estar nunca cansada de leerlo sólo una vez más, y por un apoyo sin límites (y a menudo sabroso). Eres irremplazable. Estamos muy agradecidas a las otras fantásticas personas de la comunidad de escritores que nos han ayudado a lo largo del camino. Ellen Kushner y Delia Sherman, nuestras Madrinas de Historia —¡gracias por el empujón que necesitábamos! Jeanne, Corry, y todo el mundo de Odyssey, su apoyo significa un mundo. Beth Revis, Marie Lu, y Jodi Meadows: gracias por defender nuestro libro y ser nuestras animadoras en todos los momentos correctos. Son impresionantes. Para nuestras damas líderes: Alison Ward, Amanda Ellwood, Ben Brown (aunque él no es una dama), Dixie McCartney, Kacey Smith, Marri Knadle y


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Soraya Een Hajji, gracias por las lecciones para contar historias que no podríamos haber encontrado en ninguna otra parte, y amistades atesoradas. Gracias al oficial científico de la nave Ben Ellis y experto en demoliciones del barco Nic Crowhurst por ayudarnos a romper cosas y volarlas (todos son errores nuestros), y al doctor de la nave Kate Irving por la lectura, la crítica y el consejo médico, demasiados paseos por el monte (la mayoría sin situaciones de supervivencia adjuntas), y por muchos años de extraordinaria amistad. Gracias a nuestras brillantes redes de apoyo: las damas de Pub (lishing) Crawl, Los 13s Lucky, el equipo de FOS, la pandilla Roti Boti, Jay Kristoff, el grupo TJ/UVA/extend NoVa group, la Conspiración de los conejitos de Melbourne, y los impresionantes escritores YA de Washington, DC. Gracias a nuestros fantásticos amigos, a quienes nunca les importa cuando garabateamos en servilletas, llevamos nuestros ordenadores portátiles a todas partes, o simplemente salimos un instante porque nuestra co-autora acaba de despertar en el otro lado del mundo. Y finalmente, gracias a nuestras familias por su amor, entusiasmo y ánimo. Estamos tan agradecidas a todos. En particular, gracias a nuestros padres por su incansable aliento y por llenar nuestras vidas con libros, y a Flic y Josie, por ser nuestros primeros socios en la imaginación. Gracias a nuestras familias extendidas —el clan de Primos, los Miskes y nuestro propio señor Wolf. Y por último, pero no menos importante, gracias, Brendan. Hubiera sido un enorme fracaso sin ti.


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La segunda entrega de nuestra épica trilogía Starbound introduce a un nuevo par de desafortunados amantes en dos bandos de una sangrienta guerra. Jubilee Chase y Flynn Cormac nunca deberían haberse conocido. Lee es la capitán de las fuerzas enviadas a Avon para aplastar a los colonos rebeldes del planeta terraformado, pero ella tiene sus propias razones para odiar a los insurgentes. La rebelión está en la sangre de Flynn. Las corporaciones terraformadoras hacen su fortuna mediante el reclutamiento de colonos para hacer que los planetas inhóspitos sean habitables, con la promesa de una vida mejor para sus hijos. Pero nunca cumplieron su promesa en Avon, y décadas más tarde, Flynn lidera la rebelión. Desesperado por cualquier ventaja en una guerra sangrienta y sin descanso, Flynn hace lo único que tiene sentido cuando él y Lee se cruzan: regresa a la base con ella como prisionera. Pero a medida que sus compañeros rebeldes se preparan para ejecutar a esta chica con nervios de acero, Flynn toma otra decisión que lo cambiará para siempre. Él y Lee escapan de la base rebelde juntos, atrapados entre dos bandos de una guerra sin sentido. La segunda impresionante novela de la trilogía Starbound es una inolvidable historia de amor y perdón en un mundo desgarrado por la guerra.


Traducido, Corregido y DiseĂąado por:

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