Ya repetĂ veces lo mismo. No esperen nada diferente de mĂ: soy un tipo aburrido. Un caso perdido.
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Sucede el mes de junio en la patria. Ya se ha puesto el frac, el peluqu铆n y los lentes sin vidrios. Faltan unos veinte minutos para que empieze la grabaci贸n de su programa. Empezamos a conversar apoyados en un piano.
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Tato, ¿qué piensa del momento , del ahora? - Pienso que hace un frío de la puta madre. - Le preguntaba por la situación del país. - Demasiada pregunta para esta peluca. ¿Cómo hago para responderte? - Su programa luce más en los momentos políticos agitados. Comparándolo con otros ¿qué puede decir del momento actual? - Que es un momento macanudo para mi personaje. 1967 y 1968 también fueron años esplendorosos, 1969, en cambio, fue un año flojo, no ocurría un carajo y yo tenía que hablar de . Pero cuando vino el Cordobazo la cosa se reanimó hasta llegar a hoy, en que la cosa está francamente divertida.
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(Tato mete el dedo por entre el esqueleto de sus anteojos y se restrega un ojo. Se acerca una de sus secretarias. Le da un beso. Tato le pregunta: “¿Cómo estás, nena?”. “Estoy muy bien, Tato.” “Ta lo creo, nena...”) - Apurate, preguntame lo que quieras, pero rápido. - Le había preguntado sobre lo que piensa Mauricio Borensztein... - Es una pregunta muy interesante... Pero yo, ¿qué te puedo decir del momento actual? Estoy tan desorientado como cualquier tipo. - Tato, si mañana hubiera elecciones, ¿por quién votaría? - La gente responde a eso muy rápido. Yo no puedo. Que sé yo por quién voy a votar. De repente me puede gustar la ideología y no el candidato, o al revés. Lo único que sé es que la rapidez de la gente me hace tiritar los calzoncillos.
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- ¿Quién es ese candidato Aurelio que se postula en su programa? - Digo Aurelio por no decir Mongo. (Tato se va para el tercer monólogo. Tema: las pensiones a los ex presidentes: “No es justo que a Marcelo Levingston que lo rajaron a los nueve meses le toque la misma pensión que a Drácula que estuvo más de diez años”. Repite el monólogo cuatro veces. No se perdona una.) - ¿Cómo hace para memorizar textos tan largos?
EL LIBRO LO FIJO AQUÍ (se señala la cabeza) en unas pocas horas.
ESO NO ME CUESTA TANTO.
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LO QUE SÍ ME CUESTA
ES FIJARLO AQUI (se toca la lengua). Es como un trabalenguas.
PRIMERO TRATO DE ENTENDERLO,
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Llega un niño al estudio. Rubio, 8 o 10 años. Es Sebastián, uno de los hijos de Tato. Sebastián trae un “yo yó”. Tato se lo pide. Se pone a jugar con él y por un minuto parece que se olvida del programa, de todo. Después, con cara de preocupado se encamina hacia el cuarto monólogo. No queda títere con cabeza. Tato pide un corte. Vuelve a mis preguntas
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- ¿Qué piensa del retorno de Perón? - Si no saben contestar los allegados, ¿qué cómo querés que sepa yo? - Está bien, Tato. Pero ¿puede dar al menos su opinión sobre Perón?
YO, HACE QUINCE AÑOS,
POR NO DECIRTE MUY BOLUDO. No estaba al tanto de lo que pasaba. Era soltero, sólo me preocupaban las señoritas. Después, empecé a pensar en mi casamiento. ¡Comprendés? Siempre en otra cosa. - Pero han pasado quince años y ahora no está en otra cosa ¿Qué piensa? - La verdad es que estoy bastante desorientado. No sé a que atenerme. Soy un , me pasa lo que a todo el mundo. Estoy mucho más politizado pero también participio de la desorientación general. (Tato se acerca a un reflector para calentarse un poco las manos. Putea bajito. Se lanza al último monólogo del programa. Marca con su pie derecho una especie de compás íntimo. La tribuna ríe y aplaude de muy buena gana, pero siempre al compas de Rodolfo Crespi: “Esta es una cinchada con una soga; el gobier-
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no cuida la soga y nosotros estamos de mirones. ¡Vaya a saber quién nos está comiendo el asado!”. Las luces se apagan. Tato se saca el peluquín, se lava la cara, se saca el frac, contiene el aire, hunde el estómago, se pone otros pantalones, y se va llendo del canal con su pibe y Berta, su mujer. Al verme se acuerda del reportaje pendiente, y me dice:) - ¿Ya tenés bastante, no? - Más o menos, Tato. - ¿Pero qué querés que te diga? Yo no tengo la precisa; trabajo e el hipódromo pero no te puedo dar ningún dato sobre el caballo ganador... Mirá, lo mejor es que anotés esta frase del monólogo: “Somos 23 millones. Todo está como era entonces, pero ahora hay más palomas”.
Accesorios para cambio de personalidad
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Se viene el primer programa de Tato por ciento. Atrás quedan de su ciclo. De entrada, Tato emite su rezongo de siempre. - Ya repetí cuatrocientas veces lo mismo. Ya me estrujaron como a un limón. No esperen nada diferente de mí: soy un tipo aburrido. Un caso perdido. Cuando voy a fiestas o a reuniones, todo el mundo me rodea esperando mis ocurrencias y no me sale una. Me miran defraudados. Y con ustedes los periodistas pasa lo mismo, me miran como si los hubiera estafado. ¿Tengo razón o no tengo razón para enfurecerme? - Tiene razón. Se comprende su malhumor
- Le quiero preguntar las cosas de siempre. - ¡Pero esto es cosas de locos! ¿Para qué me vas a preguntar lo de siempre? - Para compararlo con lo de otras veces, a ver si se contradice.
- ¿No teme repetirse en su esquema, no teme que se le pinche el programa? - ¿Está conforme con su cuota de opinión, o de chistes punzantes?
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- ¿Está conforme con su cuota de opinión, o de chistes punzantes?
Hay muchos que esperan que yo diga cosas mientras la mayoría no dice media palabra. yo creo que lo que digo es suficiente como para que la gente se divierte. - ¿El programa va a tener más pimienta que el año pasado? - Va a tener bastante pimienta. Pero hay una cosa que ustedes no quieren entender: el material que hay para un programa de humor es mucho más limitado de lo que parece. Noticias hay a patadas, pero la mayor parte son trágicas. Cada mañana se me caen los calzones cuando abro el diario... Pero con la mayor parte de esas noticias yo no puedo hacer nada, yo no puedo hablar ni del atentado contra Reagan ni del atentado contra el Papa. Sin embargo, me exigen opinión y esto no puede ser, salvo que...
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- ¿Salvo qué? - Salvo que deje de hacer humorismo y me convierta en editorialista.... Ya sé, muchos quisieran que me ponga a insultar o que critique con un garrote. Si no hiciera eso no existiría el programa de Tato Bores ni este reportaje. - De todas formas: ¿qué opina de la censura? - No la siento. En absoluto.
- Tato, estamos hablando en serio.
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- ¿Será porque usted se autocensura? - Esa es una palabra muy cruda. Yo diría que sé lo que en cada circunstancia se puede decir. A veces se puede , claro. - ¿Podría hacer un ranking de soltura según los distintos presidentes? - Las épocas más divetidas fueron las de Frondizi, Aramburu, Illia... - ¿Y más hacia acá? - La de Lanusse. Aquello fue muy divertido. Pero... tengo ganas de preguntar: ¿por qué carajo la misma gente que me exige tanto a mí no le exige ni la mitad a los editorialistas? - ¿Cómo se ha sentido a través de dos décadas con los diferentes libretristas? - Siempre muy cómodo, porque si no, no los hubiera tenido. Con Landrú todo era más disparatado, con César Bruto más reflexivo, con Jordán de la Cazuela cambié mi forma de decir, mi manera de contar. Sus libretos me hacían reír en serio. - ¿Improvisa mucho? - No improviso ni los estornudos. Estudio como un animal. Estudio, si es que no vienen a joderme, a preguntarme pavadas. - Comprendo. Hay quienes opinan que usted se dirige a un sector más bien alto. - Sí, algunos dicen que yo sólo llego a los balcanes. Si fuera así significaría que la mayoría del país estaría integrada por balcanes. Que no jodan, mi público va de clase A a la clase Z. - ¿Su hombrecito del flequillo reperesenta a alguien? - No. Mi personaje es un disparate, algo surrealista. - Nuestra realidad, Tato, también es bastante surrealista. - Así parece, ¡pero no me vayas a venir con preguntas sobre lo que pasa! - ¿Tiene miedo de opinar como ciudadano?
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- Te lo dije hace tiempo; yo no tengo miedo de opinar, tengo miedo a convertirme en un imbécil, en otro imbécil más que por el hecho de ser un artista notorio se cree que al público le interesa su opinión. ¿Por qué un artista o un tipo notorio tiene que andar diagnosticando, tirando la precisa? ¿Acaso uno por tener un cacho de fama sabe más que un albañil, que un colectivero? Por favor, dejémonos de joder y comamos los fideos que se nos enfrían.
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CHARLATÁN IDIOTA, RETRASADO, DEFICIENTE, ESTÚPIDO, TONTO, NECIO, INSENSATO,
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Sin peluca es otra cosa: parece un niño desguarnecido. Tien los labios apretados. Ahora alza la vista, me mira, despega los labios para decirme con voz gripal:
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- ¿Che, va a ser muy largo esto?
- No más que un rato, Tato. Media docena de preguntas. - Si puede ser la mitad de media docena te lo agradeceré. Metele. - La semana pasada usted se mandó flor de revolución: en la cúspide de su consagración como personaje - leyenda nacional, cuando todo el país lo mentaba a raíz del episodio de su excelencia la señora jueza Servini de Cubría, dejó sin hacer su tercer programa del año. No salió al aire por un problema familiar. ¿Explicación? - Para explicarlo en forma delicada y publicable, lo que dije fue: “¡A la mierda con la grabación!”. Era jueves a la noche cuando se descompuso mi mujer y yo tenía que grabar el viernes a la mañana, bien temprano. Fuimos corriendo al sanatorio, porque tenía una hemorragia debida a su úlcera estomacal. Llamé enseguida a mis hijos Sebastián y Marina - Alejando, el mayor, vive en Punta del Este -, y les dije: “Mamá está mal. Avisen al canal. - ¿Hubo algún titubeo, alguna contrapuesta?
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- ¿Hubo algún titubeo, alguna contrapuesta? - Nada. Nadie de mi casa dudó un segundo. Berta se desangraba. Por suerte, ninguna autoridad del canal intentó nada en sentido contrario, porque no iban a encontrar con quién discutir. Yo no iba a dejar a mi mujer en terapia para hacerme el gracioso al día siguiente. Al carajo, el espectáculo no debe continuar! ¡A la mismísima mierda con el show! - Rarísimo escuchar de un actor eso de que el espectáculo no debe continuar. - Mirá, voy a confesar algo: yo en mi vida de actor hice grandes macanazos. No flores de revoluciones sino flores de cagadas. No estoy nada orgulloso de eso ¡y no me da la gana volver a repetirlo! Esto de que el espectáculo debe continuar, ¿quién corno lo inventó? Seguro que lo inventaron los patrones del espectáculo, Invento macabro, sin duda. - Desgraciadamente, desde hace muy poco. Cuando yo empecé, hace muchos,
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muchos años, les metían en la cabeza a los actores que el espectáculo tenía que hacerse a cualquier precio. Si por ahí faltaba algún actor, porque lo había llevado por delante un tren o alguna cosita así, el transpunte se sacaba el guardapolvo gris y salía al escenario. Llegado el caso, salía hasta con el libro en la mano, pero la obra se daba. Si o sí... Yo recuerdo haber salido a actuar en el viejo Maipo brotado hasta los calzones de sarampión o varicela. Era un péndex y hacía caso. Y así cometí verdaderas animaladas: no estuve presente en acontecimientos importantes de mi familia, irrepetibles. - Cuente alguno. Ma´ sí, te voy a contar uno: cuando murió mi suegra Yo la dejé a mi mujer en banda. Mi suegra se moría sin remedio. Era el año 1965 o 1966, yo tenía programada una gira por el interior en el que participaban también Brandoni y Piazzolla. Yo era cabeza de gira. Podía postergar. Pero empujado por el empresario, me fui. ¡Me fui y dejé a Berta con la madre muriéndose! Y la madre murió. Y yo me enteré. Y esa noche salía como un heroico imbécil al escenario, a hacer el gracioso. Y mi mujer, hija única, sola, haciéndose cargo del entierro de su madre.
- Sí, Tato, me lo dijo. - Me quedé corto. Como un reverendo pelotudo. - Hace años, Narciso Ibáñez, Menta contaba que su pad... - ...que su padre murió pero él esa noche subió al escenario para hacer La muerte de un viajante. A mí no me lo contó. Yo estaba en el teatro esa noche, cuando Narciso anunció que había muerto su padre, pero que la función no se suspendía y se la dedicaba a él. Mirá, ya que estamos en el rubro muerte, recuerdo cuando murió la madre de Pedrito Quartucci. Estábamos haciendo un espectáculo de revista. Alguien llegó agitado en la mitad de la función: le avisaron a Pedrito que la vieja había fallecido. él siguió adelante, y también con la otra función, porque era sábado a la noche. Yo, bastante indignado, fui y le dije al director del espectáculo: “¿Quién fue el tarado que le dijo eso a Quartucci en medio de la función?”. El tipo me respondió: “Mirá, no te hagás el estúpido porque acá no es la primera vez que pasa algo así. Ahora, a actuar. Cuando terminen la función, todos al velorio”. Esa vez agaché la cabeza y actué.
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- El caso, Tato, es que el otro día usted... - ...mandé al diablo una tradición inventada por Drácula. Muchos se habrán quedado pensando: “A éste le importa más la mujer que todo lo que está pasando”. Y sí, me importa más. Que joder. Ya te dije, no me ponen nada orgulloso una cantidad de cosas que dejé de hacer con mi familia. - Sin embargo, usted tiene la rara felicidad de estar trabajando con sus hijos, primero con Alejandro, ahora con Sebastián y Marina. - Felicidad indescriptible. Puedo decir que si no fuera por mis hijos, yo, en 1988 largaba todo. Es aquel momento, luego de hacer La jaula de las locas, con Carlitos Perciavale, sentí que estaba hecho: “Bueno, esto no va más”. Pero Alejandro y Sebastián me dijeron: “¿Cómo que no querés más?”. Y me pusiero nafta y me hicieron arrancar de vuelta trabajando con ellos. Después de tres años fue mi hijo Alejandro el que dijo: “No quiero más televisión”. Y se fue a Uruguay a seguir su vocación de arquitecto. Sebastián se quedó con la dirección de todo y bastante asustado, pero la verdad es que lo hace muy bien. Confieso que yo, hoy por hoy, únicamente podría hacer lo que hago con Sebastián armando esto. Y con Marina. Los dos son un bálsamo. - ¿Discute mucho con Sebastián? - Lo necesario. Yo hago todo lo que me dicen. Lo hago si me gusta. Si no, no lo hago. Más allá de la parte creativa, Sebastián em cuida como loco. - ¿No siente que su hijo por momentos es medio papá suyo? - En determinados momentos sí. Es hábil, es inteligente y sabe escuchar. Y además tiene muy claro lo que le dije: hay que hacer una sola cosa por vez. Porque si se hace otra cosa, la segunda sale mal. O las dos salen mal. Este programa actual es como rodar un largometraje por semana. - Tato, fíjese: Sebastián ahora está armando el próximo bloque. Demos un salto ¿recuerda su nacimiento, sus primeros días? - Seba nació en el Marini, en abril de 1963... carajo, carajo... - ¿Qué le pasa, Tato? - Pasa que, no hay caso, no me acuerdo del momento en que Seba nació. ¿Y sabés por qué? Porque cuando el nació yo estaría en vísperas de hacer mi programa del año 63. Y aquí tengo otra cosa de la que me arrepiento: el haberme perdido la consciencia del nacimiento de mi hijo, ¡Pero qué pelotudo! - Calma, Tato. Haga un esfuerzo por recordar si no el primer día, algo de la niñez del ahora también famoso Sebastián. - Más que de imágenes me acuerdo del ruido que producía Sebastián. Lloraba y lloraba todo el tiempo, como loco, y yo lo quería matar. pero en cuanto lo poníamos en el cochecito y salíamos a la calle, paraba. - Y de Marina, ¿qué me cuenta?
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- Otra vez con tus inocentes preguntitas... una y otra vez me metés el dedo en la llaga. Mirá, para recordar la carita de Marina cuando era una beba tengo que mirar una foto. No hay manera, no puedo recordar su carita. ¿Y por qué? porque fui un reverendo imbécil. A Marina no le pasaba bolilla. Daba lo mismo que estuviera cerca o lejos. Por ejemplo, en las vacaciones, cuando venareábamos en Punta del Este, yo estaba, pero no estaba. Todo el tiempo pensando cómo iba a ser el programa del próximo año... En fin, yo no supe separar los tantos. - Dejó que el hombrecito del peluquín le invadiera la casa. - Sí, dejé que pasara eso. Se trabaja para la gente y se olvida a la familia. Esa es la verdad de la historieta. Y es un precio de mierda el que se paga.
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- ¿Arrepentido? - Arrepentido de no haber dejado el peluquín y la jeta afuera de mi casa. Nada orgulloso, viejo, de haber sido un héroe de esos que pese a todo hacían continuar el espectáculo porque el espectáculo siempre debe continuar. - Tato, desde hace más de veinte años le vengo haciendo reportajes. Nunca le pude sacar una opinión política. ¿Podría hacer ahora una excepción? - Ninguna excepción, viejo. De pelotudos que tienen la precisa sobre las virtudes y los males argentinos, el país está hasta el cuello. En ésa no me anoto. T repito que yo no soy ni gracioso, ni visionario. Soy un actor cómico de la Nación. Cuando no tengo libreto, me callo la boca. Fijate ahora qué bien lo hago.
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