HOY
AREÍTO
Sábado 10 de diciembre de 2016
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Voltaire/François-Marie Arouet (Filósofo francés) El orgullo de los mediocres consiste en hablar siempre de sí mismos; el orgullo de los grandes hombres es de no hablar nunca de ellos.
YAQUI: voz, palabra y estilo Basilio Belliard
L
a cultura televisiva tenía una voz. Y esa voz ejerció un imperio en el gusto de la cultura dominicana durante décadas, y que se convirtió en una costumbre. Yaqui Nuñez del Risco hizo del entretenimiento en la pantalla chica, cultura, pero con sabrosura -palabra que acuñó. Llevó conocimiento e información, usando la pantalla de los televisores del país, de manera amena y sabia. Yaqui es sinónimo de amor por la palabra bien dicha y bien pensada. Es decir, amaba el buen decir de lo dicho. En ese sentido, fue un apóstol y un pedagogo de la televisión cultural vernácula. Acaso es el fundador de la televisión moderna, el creador apasionado y fervoroso de una variedad ejemplar y memorable de programas y secciones de televisión. Yaqui hizo historia, y la hizo con galanura y garbo, elegancia y soltura. Se solazaba al hablar: gozaba y saboreaba las palabras que decía y pronunciaba, a través de la imagen televisiva, sin afectación, pues lo hacía con naturalidad y gracia. Al hablar se sonreía para no aburrir, sin dejar de pensar y buscar la palabra certera, precisa y fresca, en tonos, dicción y matices diversos. Siempre recuerdo el contraste de su pelo blanco con bigote negro, y la magia que transmitía al hablarnos, lo que hacía que nos sintiéramos en familia con él, y cercano, pues le inyectaba pasión y énfasis a las palabras, sobre las que cabalgaban las ideas. A pesar de que su filosofía comunicativa descansaba en la frase, “Siempre improviso las palabras, pero nunca las ideas”, no menos cierto es que esas palabras estaban henchidas de sabiduría popular y cultura enciclopédica. Gracias a mi cara amiga Marivell Contreras, pude hablar, a través de su celular, aquella noche inolvidable, en que hizo una magistral maestría de ceremonia en la reinauguración del Palacio de Bellas Artes. Poco tiempo después, aunque no murió, sí perdió el don mayor que le dio la naturaleza y de la que hizo un arte: la voz. Y es así: Yaqui hizo del instrumento de la voz una extensión de los dones del mundo y del universo, con el que nos embrujaba y seducía. Era pues un mago de la voz, con la que no cantaba como las aves, pero que transformaba en comunicación verbal eficaz como conductor de televisión y maestro de ceremonias. Así pues, hacía de la voz un espectáculo escénico para el oído, y del aire verbal, un espacio y un tiempo para vehicular sus emociones y sentimientos, sus ideas y, por qué no, su sabiduría, que condimentaba con la sabrosura de su cultura. Para los amantes de la televisión en nuestro país, y en mi experiencia personal,
debo confesar, en honor a la moral, la verdad y la memoria, que aprendí y aprendía mucho de Yaqui, en especial, de su programa Otra vez con Yaqui, del cual era un habitué, un espectador expectante de ese espacio sabatino, que disfruté, y del cual me informaba, desde mi natal Moca, allá por los años ochenta. Confieso mi devoción por ese espacio cultural de la televisión del que me nutría. Incluso leía previamente en la prensa su programación para enterarme de su contenido. La figura de Yaqui fue paradigmática y emblemática en la presentación –y aun proyección- de miles de cantantes, merengueros, boleristas, baladistas y músicos. No fue un animador ni un comediante, pero sí una figura tutelar que ejerció autonomía y autoridad profesional en la programación televisiva criolla, con proverbial audacia comunicativa y espléndida vocación informativa. Su brillante y dilatada carrera en los medios de comunicación dejó un legado de maestría expresiva y brillantez apostólica, en su trayectoria vital y profesional. Yaqui vivía la televisión y la disfrutaba no como un trabajo, sino como una pasión amena de su vida cotidiana. De ahí que la televisión constituyó para él no un medio de trabajo sino un medio de vivir el presente, como un estado pluscuamperfecto del tiempo.
La figura de Yaqui fue paradigmática y emblemática en la presentación –y aun proyección- de miles de cantantes, merengueros, boleristas, baladistas y músicos. Trabajador infatigable, eso sí, enamorado de los estudios de televisión, productor y conductor de programas de televisión y de radio, publicista y mercadólogo, Yaqui es la encarnación del ideal del hombre prohijado por los medios de comunicación, que nació para comunicar y expresarse, es decir, no era un simple locutor sino un comunicador multifacético y prismático, un torrente verbal, un improvisador galante de palabras alegres y divertidas, pero de trasfondo popular. Hablaba alegremente y pensaba amenamente. Divertía al pensar y convencía al hablar. Entre su decir y su pensar, no había tiempo para el silencio sino espacio para las palabras mismas. Formó y forjó, con su estilo, una generación de conductores de programa de televisión; este enamorado del significado de las palabras fue un comunicador exitoso de más de treinta años. Li-
bretista, compositor de canciones y periodista, Yaqui acuñó frases que se quejaron flotando en la memoria de los dominicanos. Hizo de la televisión un negocio con su creatividad e imaginación, pero también, un receptáculo de cultura e información. Produjo comerciales de televisión, y desde esa práctica publicitaria, mercadeó el oficio de la comunicación televisiva y radial. Con la inauguración de un espacio museográfico en el Centro Cultural de las Telecomunicaciones cumplimos un deber moral y pagamos una deuda de gratitud con este maestro de la comunicación mediática. Este acto es un pequeño gesto de recordación y homenaje a su memoria y un tributo a su legado imperecedero, como ejemplo a seguir para las presentes y futuras generaciones de comunicadores, locutores y publicistas de nuestro país. Su concepto de televisión cultural con sabrosura hoy es más necesario que nunca. El vacío dejado por su palabra (así en singular) sigue esperando nuevos aires de transformación e innovación. Ante tanta banalidad e incultura, su presencia cada día y cada noche, nos hace mucha falta. El Museo de las Telecomunicaciones se siente en el deber y la responsabilidad social de mantener vivo su legado y su memoria, y de ahí que hayamos decidido honrarlo con este espacio museográfico al que denominamos, El Rinconcito de Yaqui, con algunos objetos y piezas personales del acervo familiar para que así esté presente en el recuerdo de los que tanto le admiramos y quisimos, con afecto y veneración. El Instituto Cultural de las Telecomunicaciones, a través de su Centro Cultural, se siente satisfecho del deber cumplido. Quiero darles las gracias a su familia, en especial a mi amiga Susana Silfa, por acoger esta iniciativa y esta propuesta, así como a mi entrañable amiga de las letras y la poesía, Marivell Contreras, por su apoyo entusiasta y desinteresado. De igual modo, felicitar a Claudia Reyes, museógrafa del museo, y curadora de esta exposición, así como a Eva Camilo, sub-encargada del CCT y promotora de esta idea, y a Ianna Martinez, coordinadora de eventos del CCT, y a todo el equipo de audiovisuales, telemática, comunicación, mercadeo y servicios educativos, por su apoyo tesonero, y por igual a Augusto Guerrero y demás amigos de Yaqui, por sus aportes y colaboración. Otra vez con Yaqui en el corazón y la memoria. Enhorabuena este homenaje. Yaqui sigue en su mediodía, en el show de la imagen televisiva y en la luz de la pantalla chica, deleitándonos con sabrosura desde el cielo y con un micrófono inalámbrico.