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Literatura

AREÍTO

Sábado 26 de noviembre de 2016

Paisaje y poesía en Ángela Hernández En Ángela Hernández los paisajes poéticos que funda desembocan en palabras que, al tocar la realidad visible o al nombrar lo mirado, se vuelven versos: hilos mágicos de la contemplación. De esos actos contemplativos nacen sustancias que forman estructuras simbólicas. En tal virtud, Hernández se apropia de la naturaleza, mediante el lenguaje poético, y la transforma en experiencia estética de la realidad. No la imita, pero sí la representa como espejo de contemplación en la que esta deviene retórica del paisaje.

C

BASILIO BELLIARD

HOY

omo apasionada cultora y artífice del arte fotográfico, hace matrimoniarse la imagen fotográfica y la palabra poética en este libro al que ha titulado Acústica del límite. Así pues, las fotografías que ilustran este texto verbal se vuelven documento y testamento vital que retrata los límites de la luz y la sombra. Esta obra evoca el sonido de las palabras poéticas, en los límites que bordean las fronteras entre la imagen vertiginosa y móvil de la mirada sensible. Pero entre los intersticios de las palabras se cuela el silencio de la contemplación amorosa del paisaje y del cuerpo erótico masculino. En efecto, paisaje natural y cuerpo artificial fundan un contrapunto en el que la poesía se convierte en eje de mediación entre la mirada poética y la realidad que participa como espejo, en que se reflejan y refractan, el ojo y el oído. En este texto el canto poético es secreto y actúa como sucedáneo del discurso lírico. La armonía secreta entre lo cantado y lo dicho articulan un difícil equilibrio en el mundo poético que crea. Poesía dicha en espacio abierto, en el que siempre hay una inmensa luz que puebla el silencio. Si como Octavio Paz inicia su tesis de Los signos en rotación, diciendo que “La historia de la poesía es la de una desmesura”, en Ángela la poesía deviene aire de familia, de una economía verbal mesurada y ascética, a la manera de los místicos orientales: no escrita en duermevela, ni con los ojos cerrados, sino con los ojos abiertos del poeta “iluminado de inmensidad”, o alumbrado de pasión. Como Diógenes el cínico, el filósofo sofista griego que buscaba con una linterna durante el día un hombre honesto, nuestra poeta no necesita una linterna, pues la lleva dentro de los ojos de su conciencia estética. La autora de Mudanza de los sentidos no busca la otra voz del poeta, tan cara a la tradición y a la concepción de Eliot del poeta moderno, sino que persigue el color y la luz que alcanza en el paisaje de la imaginación, en un marco simbólico de sentidos que le sirve de fuente de invocación Alquimista de la contemplación poética, Ángela Hernández transforma en materia visible lo invisible, y plasma, en tono lírico, la percepción del paisaje simbólico del mundo, el cual transfigura desde la vigilia, no desde la “otra orilla” del sueño - como los surrealistas o los budistas. Su concepto de paisaje como referente simbólico, como lo concibieron los poetas postumistas-, no adopta aquí claves nacionalistas, sino la universalidad horizontal de la naturaleza cósmica. Jardines y aire, mar y río…, todo sirve, se transforma, galvaniza y combustiona, desde

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Ángela Hernández transforma en materia visible lo invisible, y plasma, en tono lírico, la percepción del paisaje simbólico del mundo, el cual transfigura desde la vigilia, no desde la “otra orilla” del sueño - como los surrealistas o los budistas.

el ojo poético, no desde el oído musical. La suya es la mirada del voyerista urbano y rural que disfruta y vive la experiencia sensorial de lo visto no para descubrirse a sí mismo sino para nombrar, en cambio, el silencio del mundo. Apuntes de un diario sentimental y notas de viaje definen esta poética, así como los procedimientos expresivos que le imprimen cuerpo y sustancia a este texto de la reflexión lírica. Cada mirada es una celebración de los instintos y los sentidos, una eucaristía apasionada del misterio del mundo; cada golpe de visión es un pretexto no para callar sino para describir, la representación natural del universo botánico y animal. La poesía que dimana de esta obra se nutre y alimenta de la contemplación estética de la naturaleza, producto de meditaciones y observaciones, tras la búsqueda por auscultar en los mis-

terios de las cosas y el lenguaje de los cuerpos. Ángela Hernández ha sabido sumar y plasmar, morosamente, actos y conductas de animales y plantas, flores y ríos, mares y pájaros, y de ahí que haya captado instantes, pulsaciones, respiraciones, olores y sonidos emitidos por la naturaleza, en sus estados materiales y orgánicos. Zoología y botánica, oriente y occidente se abrazan y comulgan en conjunciones y yuxtaposiciones entre fotografía y poesía, palabra e imagen. La fotógrafa y la poeta se cruzan y entrecruzan en tiempo y luz. Sabiduría de las cosas y realidad de los elementos químicos, inteligencia de la visión, Ángela Hernández Núñez como química de profesión y fotógrafa de afición, deja entrever su pasión, y ha extraído con luminosa rentabilidad poética, desde su experiencia a posteriori, las posibilidades estéticas y metafísicas de las sustancias y los átomos, a la manera en que lo han hecho con asombrosa magia el poeta mexicano Alberto Blanco, o el poeta y narrador uruguayo Rafael Courtoisie. Al decir verdad, parece que las profesiones de biólogos y químicos han permeado el imaginario lírico de estos poetas, y han escrito poemas no sin eficacia poética. Este libro apunta a la definición -o aproximación- poética de las miríadas de sonidos de la naturaleza y los ilimitados lenguajes que emiten los cuerpos y los objetos del universo. Brevedad del poema y captación de la ebullición del instante, percepciones de lo instantáneo, este texto se define como poesía de la sensibilidad, escrita con todos los sentidos en movimiento. Es decir, que sus imágenes nacen del sustrato de las cosas, y donde el pensamiento participa como sucedáneo de la imagen y del lenguaje poético. Poema de amor donde el hombre y la mujer danzan al ritmo de la pasión y el deseo: escriben con su piel y sus cuerpos la geografía del tacto. Los de este poemario son versos dignos de escribirse sobre piedras, amaneceres y atardeceres, alba y crepúsculo son captados, mediante la observación poética del mundo, por su yo literario. El sueño como alquimia del cuerpo, contemplación cartesiana en la que el pensamiento se disipa como pasión instantánea, en un rapto de iluminación, evoca ecos surrealistas que resuenan en el mundo poética que funda. Ecos dadaístas y creacionistas afloran y reverberan, en una elucubración de la técnica del simultaneísmo impuesta por Guillaume Apollinaire y Max Jacob, que tuvo tanta influencia en Octavio Paz, o en la poesía cubista. Además, se perciben reminiscencias de las filosofías orientales, mezcladas en contrapunto con cierta sabiduría popular rural. Ángela ha sabido capitalizar el lenguaje del bosque y la psicología animal en este libro de potente conjunción entre la inocencia y la experiencia, en una suerte de poética de lo visible contemplativo, y de ahí nos seduce con el temblor lírico de su prosa y la profundidad de sus versos. Con este poemario henchido de sabiduría poética y serenidad imaginativa les abre los ojos a sus lectores para que celebren la naturaleza y la emoción de estar vivos para contemplar la luz de los cuerpos y el verdor del mundo exterior. Escuchen pues los latidos de este libro y miren lo que ella quiere que veamos, pero que olvidamos cotidianamente.

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