3 minute read

Letras malditas Gerardo Mendoza

Letras malditas El efecto Lucifer, el porqué de la maldad

Philip Zimbardo TODOS SOMOS ATERRADORES

Advertisement

Por Gerardo Mendoza

En 1971, el psicólogo estadounidense Philip Zimbardo llevó a cabo un experimento al que después se le conocería como “el experimento de la cárcel de Stanford”; con él pretendía investigar las causas de la maldad en las personas.

Se reclutó a un grupo de 24 estudiantes universitarios para participar en una “simulación de prisión”, los cuales se dividieron en dos grupos: prisioneros y guardias. Una vez iniciado el experimento, las conductas de los guardias cambiaron, comenzaron a ejercer un trato violento y humillante sobre los prisioneros. Actos brutales eran realizados por los guardias, sometieron a los presos a castigos, obligándoles a permanecer desnudos y dormir en el suelo, negándoles la comida o ir al baño.

Estas conductas sádicas aumentaban por la noche, cuando creían no ser grabados. El experimento tuvo que ser abandonado 6 días después de iniciado por la magnitud que alcanzó la violencia hacia los prisioneros, algunos de los cuales incluso desarrollaron trastornos emocionales. “El efecto Lucifer” nos demuestra cómo una persona –cualquiera– puede convertirse en alguien aterrador. Los seres humanos estamos en potencia de realizar actos brutales, no importando nuestra educación, estatus social o solvencia económica. Sin embargo, el experimento abre la posibilidad a plantearnos una serie de preguntas sobre el comportamiento humano y su relación con el castigo: ¿Qué es el castigo? ¿Por qué castigar? ¿Para qué? ¿Existe una naturaleza humana? ¿Es buena, mala?

No serán contestadas aquí, pero nos permiten reflexionar sobre nosotros como individuos complejos y sobre la fragilidad de cosas que creíamos bien cimentadas o inamovibles; y si el castigo es deseable o no.

Desde la psicología conductual el condicionamiento operante analiza cómo y cuáles son las consecuencias que pueden producir o eliminar determinada conducta. Así, consecuencia-efecto de la conducta, es lo que se produce luego de que ocurre una acción determinada.

Lo anterior puede tener dos resultados: que dicha acción se repita o que la acción

disminuya. Por lo que, la consecuencia puede tanto fortalecer un comportamiento (consecuencia positiva), como suprimirlo (consecuencia negativa). Así, el castigo (consecuencia negativa) tiene el objetivo de suprimir un comportamiento. La finalidad es siempre extinguir, o por lo menos disminuir, la aparición de una conducta.

De esta forma, el castigo físico nos ha enseñado que existen comportamientos “bien vistos” o aceptados socialmente, así como otros que son prohibidos o inaceptables. Son precisamente, los comportamientos obscenos y prohibidos los que se pretenden inhibir, los que se castigan. Sin embargo, existe un componente internalizado (imposición social) que guía a los seres humanos a lo que en cada cultura se considera correcto o aceptable.

Este componente se alimenta de la experiencia externa, de las normas civiles, de la ley, de la religión y del temor al castigo, y que se presentan en cualquier momento para mantener un equilibrio personal y social, aún cuando creemos que no sentiremos culpa porque no hemos sido descubiertos.

Por lo tanto, el castigo y el miedo al mismo, es un elemento para inhibir comportamientos antisociales, pero ¿qué ocurre cuando los comportamientos antisociales o conductas a suprimir son permitidas o se ofrece un espacio para que el individuo las exteriorice? Hannah Arendt acuña el concepto “banalidad del mal” para referirse a la irreflexión de quien comete crímenes actuando bajo órdenes, lo cual no lo libera de culpa pero sí lo hace sujeto de una nueva forma de juicio. En la caso del experimento de Stanford, los sujetos en el rol de guardia, emplean el castigo para suprimir conductas, no obstante, la noción de castigo pierde completamente su naturaleza, los castigos son actos violentos, brutales y humillantes. No inhiben nada, sino que exteriorizan la sensación de superioridad y la libertad para dañar al otro, desde una posición dominante. Al distorsionarse la noción de castigo, el castigo deja de serlo y ya no es necesario. Por lo tanto ¿qué inhibe el castigo?, ¿el castigo inhibe o refuerza lo terrorífico, lo obsceno?

Al final, el ser humano seguirá siendo capaz de cosas que no imaginamos, que negamos como posibles y que nos dan miedo enfrentar. Preferimos voltear la cara a ver la oscuridad que siempre está presente y que es parte de nosotros.

This article is from: