EDICIÓN GRATUITA A NIVEL LOCAL, NACIONAL E INTERNACIONAL N°1172-CHICLAYO, 25 DE SEPTIEMBRE DE 2020-LAMBAYEQUE-PERÚ EDITORIAL
¡SABER SEMBRAR PARA COSECHAR! Una mujer soñó que estaba en una tienda recién inaugurada y para su sorpresa, descubrió que Dios se encontraba tras el mostrador. ¿Qué vendes aquí?, le preguntó. Todo lo que tu corazón desee, respondió Dios. Sin atreverse a creer lo que estaba oyendo, se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear. Deseo paz espiritual, amor, felicidad, sabiduría y ausencia de todo temor… Tras un instante de vacilación, añadió: No sólo para mí, sino para todo el mundo… Dios se sonrió y le dijo: Creo que no me has comprendido. Aquí no vendemos frutos, únicamente vendemos semillas. Para sembrar una planta hay necesidad de romper primero la capa endurecida de tierra y abrir los surcos; luego, desmenuzar y aflojar los trozos que aún permanecen apelmazados, para que la semilla pueda penetrar, regando abundantemente para conservar el suelo húmedo y entonces… ¡Esperar con paciencia hasta que germinen y crezcan! En la misma forma en que procedemos con la naturaleza hay que trabajar con el corazón humano, “roturando” la costra de la indiferencia que la rutina ha formado, removiendo los trozos de un egoísmo mal entendido, desmenuzándolos en pequeños trozos de gestos amables, palabras cálidas y generosas, hasta que, con soltura, permitan acoger las semillas que diariamente podemos solicitar “Gratis” en el almacén de Dios, porque Él mantiene su supermercado en promoción. Son semillas que hay que cuidar con dedicación y esmero y regarlas con sudor, lágrimas y a veces hasta con sangre, como regó Él nuestra redención y ¡como tantos compatriotas han fecundado nuestro suelo! En un trabajo de fe y esperanza, de perseverante esfuerzo, mientras los frágiles retoños, se van transformando en plantas firmes capaces de dar los frutos anhelado… Hay que saber sembrar para cosechar… En el mundo en que vivimos plagados de una indiferencia total y de un egoísmo que nos ahoga, tenemos que trabajar con el corazón humano haciéndola más humano, más sensible, más generoso a las necesidades de los demás, para ello, tenemos que sembrar y sembrar buenas semillas de paz, bondad, desprendimiento, generosidad, alegría, servicio, entre muchas otras buenas semillas, en esos corazones humanos tiernos y pequeñitos que tenemos entre manos, los que venimos trabajando con la niñez y juventud lambayecana. Si lo hacemos tempranamente, tengan la seguridad que, muy pronto, estarán cosechando frutos de satisfacción y cariño que engrandece tu corazón. El sábado diecinueve próximo pasado del presente mes, en medio de esta cruel pandemia que poco a poco estamos viendo una pequeña luz de esperanza y tranquilidad, he podido celebrar un año menos de vida, de una manera completamente diferente pero, con un inmenso y eterno calor humano que me han hecho sentir mi familia y amigos, especialmente, un buen batallón de esos hombre y mujeres con quienes caminamos o hemos caminado juntos en el escultismo lambayecano, y me han hecho llegar mensajes esperanzadores unos; otro batallón lo ha hecho con sus llamadas telefónicas y otro grupo de amigos lo han hecho, arriesgando sus vidas con sus visitas presenciales, con la finalidad de sentirnos, vernos, no importa unos minutos, pero su objetivo era estar junto al amigo, al hermano mayor, al padre que los consuela, alivia y los guía por caminos de bien. Mil gracias por sus palabras, deseos, mensajes de vida, gestos que jamás los podré olvidar; que sea el Señor que me los bendiga a todos y cada uno de los que hicieron que aún siga viviendo. Acuérdate que hay que saber sembrar para cosechar. EL DIRECTOR