Huerequeque 876

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EDICIÓN GRATUITA A NIVEL LOCAL, NACIONAL E INTERNACIONAL N°876-CHICLAYO, 27 DE OCTUBRE DE 2017-LAMBAYEQUE-PERÚ EDITORIAL

¡TERMINANDO EL MES MORADO! Nos encontramos a escasos días de culminar el mes morado, mes del “Señor de los Milagros”, y no quiero dejar pasar ésta oportunidad para rendir mi homenaje de fe, cariño y devoción, al Cristo Redentor, y que derrame sus bendiciones sobre éste servidor suyo que camina siempre con la mirada puesta, en el Cristo Resucitado. Cada año el Señor de los Milagros reúne a miles de fieles que lo acompañan en cada uno de sus recorridos por las principales calles de Lima, en las capitales de cada uno de nuestros departamentos del país, y en muchos países del mundo entero. Desde hace más de tres siglos, es característico y tradicional que la primera procesión se realice el primer sábado del mes de octubre donde nunca falta un sol radiante y la fe de muchos católicos que se vuelcan a las calles para orar, cantar y pedirle al señor que bendiga a todos los pueblos que los siguen. Este año, antes del primer campanazo para dar inicio a la procesión, en nuestra capital, el Cardenal Juan Luis pidió al Señor de los Milagros por el pueblo peruano, por las familias, por el Sínodo de Roma y de manera especial por el Papa Francisco. “Bendice al Santo Padre Francisco que en los próximos días estará reunido en Roma [en el sínodo de la familia]; apiádate y haz del Perú un lugar de paz y de unidad en que sepamos vivir realmente como una familia unida; escúchanos y acoge nuestras peticiones y haz todos los milagros que queremos que hagas en nuestras almas”, mencionó el Arzobispo Primado del Perú. Pero debe entenderse que esta festividad del mes morado, no es solo la simple tradición del hábito morado y el consumo de turrón. Significa paz, hermandad, solidaridad, amor, entrega y profunda devoción. La gente se conmueve acompañando a la venerada imagen del ‘Señor de los Milagros’, entre ese olor a incienso y los cánticos religiosos. Van con familiares, recuerdan a la abuelita fallecida que acudía seguido a misa y les enseñó a rezar, piden con fe por la salud personal, el familiar enfermo, el trabajo, la unión familiar, la paz, la seguridad en las calles y tantas cosas más. Muchos le hacen promesas, le rinden penitencias, le agradecen por los favores concedidos y la historia da cuenta de múltiples relatos de devotos que aseguran sus milagros, como aquella de 1920, cuando la señora Rosa Angélica Castro había quedado inmovilizada de ambas piernas, pero ella y su madre suplicaron al ‘Señor de los Milagros’ y, repentinamente, sintió una conmoción que la hizo levantarse de la silla de ruedas y caminó, o de aquel milagro de 1935, cuando a la señora Elvira R. de Dávila no le daban esperanza por un tumor canceroso en el útero, pero rezó al ‘Cristo Crucificado’ y la sanó. Y en esta década, son incontables los testimonios de fe al ‘Señor de los Milagros’, porque recuperaron la salud, lograron tener hijos tras años de luchar contra la infertilidad, consiguieron salvar su matrimonio, salir de la tremenda deuda que embargaba sus casas y otras situaciones. La fe al Cristo Resucitado, mueve montañas. Nuestra fe católica nace desde muy temprano, siendo un niño, en el seno familiar. Recuerdo bien claro, como si fuera ayer, cuando mi Madre me enseñaba a orar; me llevaba de la mano a las misas de mi pueblo y me hacía que pidiera a “Papá Lindo” por todas aquellas personas que no tenían qué comer. A los siete u ocho años, me convertí en un acérrimo monaguillo de la única iglesia que había en mi pueblo, y cuanta misa se celebraba, era el primero el estar debajo del altar, acompañando al señor sacerdote. Siendo aún un niño, siento el llamado del Señor para servirle en su gremio, y me decido ir al seminario y prepararme y ser sacerdote, me mantuve doce años preparándome para ello, desde mis estudios secundarios, hasta culminar con mis estudios de filosofía. Antes de concluir ésta etapa, empiezo a conocer el programa del escultismo, que luego se convirtió, en mi vida, el horizonte firme del servicio que, hasta el día de hoy, lo vengo dedicando con mucho cariño y entrega, que no me arrepiento, al contrario, me ha dado y me sigue dando grandes satisfacciones para seguir firme con esa vocación de servir a los demás, en especial, formando a la niñez y juventud peruana, que son las nuevas generaciones que tienen que levantarse firmes y con valores, sembrando paz, consuelo y esperanza, en todos los pueblos del mundo. Gracias “Señor de los Milagros”. EL DIRECTOR


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