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LA PRIMERA HERIDA.
FRAGMENTO DEL LIBRO “LA TRAMA ENERGÉTICA DE LA REALIDAD” por Karina Zarfino
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Estos daños son los que desde la perspectiva del cuento luego se experimentan como trastornos, problemas o enfermedades.
La herida más evidente es la que experimenta el niño en sus primeros años ante las frecuentes agresiones que repercuten hondamente en plano energético. Agresiones entendidas no solo como maltrato físico generado por golpes o gritos, sino también, y en mayor medida, como maltrato sutil y cotidiano que en el marco de una sociedad desconectada el niño sufre permanentemente.
Estos golpes invisibles que el pequeño no sabe cómo detener, son los encargados de provocar un terrible desequilibrio en su sistema energético, generando bloqueos que terminan cristalizándose silenciosamente y dando lugar a la configuración del personaje desde el cual representará luego la película de su vida.
Este maltrato sutil es un abuso a los límites del propio sistema energético que incluso en ocasiones también puede darse en nombre del amor, como por ejemplo a través de padres sobreprotectores que ciñen, con estos golpes invisibles que el pequeño no sabe cómo sus excesos de preocupaciones y ansiedades, el campo energético de sus hijos.
"Es decir que al hablar de abuso caben todas las formas y situaciones donde existe maltrato físico y, en mayor medida, energético, puesto que la intromisión en los campos energéticos ajenos es una constante silenciosa que se ha normalizado en la comunicación cotidiana entre los seres."
Aquello que, desde la óptica del cuento, denominamos abuso, desde la trama energética se trata de un profundo desequilibrio en todo el sistema, cuya puerta de entrada principal se halla en el 3º chakra.
De manera que, todo aquello que el niño experimente como doloroso, que no sea capaz de digerir y que afectará su vida futura de forma negativa, está vinculado a esa primera herida que se mantiene alojada en capas muy profundas e inconscientes en forma de información codificada, actuando como poderosos sellos impresos a fuego en el sistema energético.
Como el niño maltratado no posee herramientas para volver al orden, desde temprana edad y de forma inconsciente, recurre a un habitual mecanismo de defensa y autoconservación: convertirse él mismo en maltratador, abandonando así el modo amoroso de relacionarse con los otros.
Es decir que rápidamente aprende a implementar métodos que se encuentran en el mismo rango frecuencial a las agresiones recibidas, con la finalidad de no desencajar de la lógica operativa de la tribu y sentirse integrado.
Dichos métodos son los que van formando las capas del personaje y determinan la personalidad, esa máscara que comienza a utilizarse en la comunicación con el entorno.
Es así como la primera herida colabora directamente en la construcción de los personajes que se crean a modo de corazas para habitar con cierta seguridad el plano de la 3ª dimensión, una dimensión que resulta extremadamente densa para la luminosidad del Ser.
El tema es que a medida que el niño crece y las capas del personaje se van solidificando, cae en el olvido de quién realmente es. Le cuesta desarrollar así la capacidad de discernir entre lo verdadero y lo falso y termina por identificarse con esa personalidad que ha construido a base de heridas y de la incapacidad de gestionar sus emociones.
Todo ser humano conoce a la perfección los efectos generados por la primera herida, dado que a lo largo de la vida se sufren infinidad de abusos energéticos. Sin embargo, es importante reconocer en cada uno de ellos la conexión con la primera herida, dado que energéticamente cada vez que se experimenta un nuevo maltrato, se activa esa red de abusos que se vinculan a la misma causa-energía, lo que evidencia que el daño es mucho más agudo y afecta niveles estructurales más profundos de lo que se podría llegar a pensar en primera instancia.
Si bien el adulto utiliza gran cantidad de energía para ocultar su vulnerabilidad y a diferencia del niño suele frenar el impulso del llanto que aparece como respuesta ante el maltrato, cabe reflexionar en los modos que el individuo adulto adopta como naturales, y que en verdad suelen potenciar el desequilibrio. Puesto que las emociones densas experimentadas sostienen un circuito cerrado que opera en el mismo rango frecuencial de aquello que lo ocasionó y que, de mantenerse por mucho tiempo, generará una importante saturación en el propio sistema.
"Cualquier situación que conecté a la persona con la primera herida, ya sea en el ámbito laboral, con la pareja, con amigos, etc., estará dejando en evidencia que niño lastimado aún mantiene el daño energético activo."
Este circuito manifiesta ciertas reacciones bastante habituales y que se aprecian a través de intensas explosiones emocionales que van desde la rabia hasta la silenciosa introspección.
Es decir que toda circunstancia en donde se reviva la primera herida será una vuelta en la espiral descendente, si no se produce la toma de conciencia y la reparación necesaria que ayude a invertir el sentido del giro.