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Ética y comida
Enrique Sánchez Ballesteros Cofixal, A.C.
Existe una posición común, proveniente del cientificismo, que reduce la comida y el alimento a un asunto biológico: necesitamos comer o alimentarnos para subsistir. Pero, ¿en realidad podemos llevarlo sólo a la dimensión de la salud y los aspectos sociales, económicos y políticos? ¿Aislarlo en la dimensión ética del hombre?
Definitivamente, la respuesta de ambas preguntas es negativa. El qué comemos, cuánto y cómo se distribuyen los alientos, así como su calidad y forma de obtención es parte fundamental del tema.
Efectivamente, la alimentación es un asunto biológico, pero se conecta con las diferentes dimensiones humanas. Cuando hablamos de la ética estamos en el terreno del deber ser del hombre; es decir, lo que es necesario hacer en miras del bien personal y colectivo.
La ética persigue la buena vida para uno mismo y para los demás. En este sentido, ¿qué es lo que debemos hacer frente al fenómeno de la comida y la alimentación? Existen, al menos, tres aspectos relacionados con ello:
En el deber ser individual, cada quien busca cuidar lo que come para conservar la salud propia. No nos referimos a una ingesta alimenticia en busca del cuerpo que la mercadotecnia o el mundo de la moda dictan. Antes bien, se trata de hacerlo en función del amor propio para evitar la enfermedad, pues al final de cuentas cada quien se siente cómodo o incómodo con su peso y esa sensación es, o no, parte del bienestar individual.
Así, alimentarnos con miras a nuestro bienestar es un asunto de la ética individual o autocuidado. No regular nuestros alimentos puede provocarnos múltiples enfermedades, lo que trae como consecuencia una existencia con incomodidad y dolor que no está del lado de la buena vida.
Por otra parte, la salud de la población es un asunto referente al bien colectivo. Un conglomerado social enfermo no produce adecuadamente, representa un gasto púbico a través de los sistemas de salud y genera individuos infelices. De esta forma, la regulación de los alimentos por el Gobierno o Estado es un asunto ético-político.
En México existe una iniciativa del Sector Salud al respecto. Se trata de etiquetar los alimentos con sellos que marcan exceso de azúcares, sodio o calorías, para que cada cual decida qué come. La medida, indudablemente, pertenece a una ética del bien común. Aunque desconocemos qué tan efectiva es dicha norma, se trata simplemente de destacar su aplicación y espíritu.
Por último, también es importante mencionar que en el terreno de la ética colectiva, el Estado o Gobierno cada país debe atender el asunto entre los sectores sociales que no tienen acceso a una alimentación adecuada y de calidad.
No es difícil encontrar su relación con la pobreza, ya que la falta de recursos económicos impide que algunos sectores de la población –generalmente los más numerosos– obtengan alimentos cotidianamente, más allá de su calidad nutricional.
La desigualdad en la alimentación de la población tiene un impacto negativo y considerable en términos de producción laboral, gastos públicos de salud y bienestar social.
Aunque no todo bienestar proviene de la alimentación, es importante regular en el nivel colectivo e individual qué comemos, así como su calidad, frecuencia y origen: asuntos que exceden, y por mucho, el mero acto biológico de la ingesta calórica.