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Rébecca Dautremer
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n cuanto empezaban las vacaciones, la familia de Natanael salía de la ciudad en dirección a Kérity, en Bretaña. Alli los esperaba Eleonora, leyendo en su butaca y con el gato en sus rodiUas. Al final de la carretera. entre los pinos retorcidos, se divisaba la casa. No se diferenciaba en nada de las demás residencias de la costa y. sill embargo, albergaba un secreto en lo más recóndito de sus entra>ias.
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Aquel año. a diferencia de los anteriores, el pm16n estaba cerrado. la casa parecía abandonada. y solo salió a recibirlos el gato, en medio de rouroneos y arrumacos. Eleonora se había ido al <•país de donde nadie regresa». A pesar de las idas y ve rudas de los padres para descargar el equipaje. la casa scgtúa vacla.
Nat subió al piso de arriba. Miró por la cerradura de la <<puerta prohibida». -¡¡Buuu!! ¡Te has asustado!, ¿eh? Angélica se deleitaba con el susto que acababa de dar a su hermano. - Yahora que Eleonora ha muerto. ¿quién va a lec11C cuentos? A la hora de la siesta, Eleonora le leia cuentos a Natanael. Tres lineas le bastaban para transportarse al baile de los elefantes o a la selva.
Cuando el libro se cerraba, el niño apoyaba la cabeza en el reg:.zo de la anciana. Yasí se quedaban, inmóviles, evocando en silencio sus fantasías. -Deja de decir que está muerta, ¡qué tonta eres! -¡Pues es la pura verdad, y más te valdría aprender a leer' Natanael sabia leer más o menos, pero no tenia confianza en sí mismo.
El domingo. los padres y sus hijos se remrieron en el salón. -como ya sabéis, Eleonora nos ha dejado esta casa. Pero también ha pensado en vosotros dos. Les dio un sobre. Por un momento, Nat creyó que Eleonora había vuelto para darle un último abrazo. Estaba tan conmovido que no pudo descifrar una sola palabra. Su hermana lo fulminó con la mirada y se lo quitó de las manos.
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Natanael. en una especie de neblina. adivinaba, más que oía, las palabras de Eleonora: «la muñeca rusa del apatador del salón es para Angélica». <<A ti, Nar. te dejo la llave de la ""puerta prohibida". Todo lo que hay en la habitación es myo». Habla visto mil veces cómo Eleonora desaparecía n-as esa puetta, y a menudo babia imaginado cómo serla el otro lado. Angélica casi se atragnnta: para él una habitación entera y para ella una simple muñeca. ¡qué injusticia!
Con un giro de llave. la <•puerta prohibida» se ablió. Natanael se asomó y entt'Ó en la gran habitación. No vio nada extraordinario: una mesa polvorienta. un retrato de Eleonora y, cerca de la ventana, un globo terráqueo. Se preguntó qué era Jo que la anciana babia querido regalarle. ¡Tal vez le depa:raJ·a una sorpl'esa detrás de la cortina! Corrió la tela c'On las manos.
Ydescubrió sorprendido una gigantesca ... ¡ 81BLIOTECA! Hasta el techo sub1an cientos. miles de libros. anlontonados unos cont1'rt ouos. ¡Así ql•e ero eso! Como Eleonora ya no estaba a su lado para leerle cuentos. le dejaba todos sus libros. Asl podrla seguir leyendo las historias que tanto le¡¡ustaban. Pe1'0 hoy. sin su lectora. los libros Jlart'<ian haber penüdo algo de sabor.
Un escalofrío recorrió su espalda. ¡Era el Ogro! Con su enorme boca llena de dientes afilados dibujó una terrorífica somisa ... Enseguida aparecieron o·es hadas. Juan y su habichuela mágica. Mer·lín. el Rey Arturo... Ydespués saliei'On los personajes de Los mil)' ttn(lllQChes y de Ellibro de la seiV<I. El desfile duró hasta el amanecer·. :-lut no estaba cansado.¡ Había conocido a sus amigos de los libros' Todos ellos tenían un lugal' en sus pensamientos. en lo más p1·ofundo de sus sueMs. La bella Alicia le sonrió con cari1lo. Nmse simió compleramente feliz.
Un muñeco de madera mirabaaNatanael por el rabillodelojoyseentreterúa alargando la nari't e.xageradamente. ¡Era Pinocho! luego, un niño llegó volando hasta Nat. El cbieo se posó en la mano de Cenicienta y le pidió que rcmen<bra su sJmbra. que se le había descosido otra vez. -¡ Peter Pan! De promo, '"' personaje mucho más grande que los orros qniso acercarse a el.
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fondo de la biblioteca surgió una \'OZ ronca que no paraba de quejarse. En medio de una nube de poh·o. una anciana furiosa. emperifollada con un vestido negro muy arrugado. levantó una varita mágica dt ovdlano. -;Sabrá leer. por lo me::~os! -,¡;.itó la Bruja Mal>'ada oon su voz Aspera mientras se abru paso enlrl'los demás. Nat tenia que cumplir el rito que lo oonvertiria en el sustituto oficial: solo consistía en leer. en \'Ot alta y clara. una frase que había escrita en la pared.
-¡Lee. te lo ruego! -suplicó el Lobo Feroz- . De lo contrario, nuestros cuentos se bo•Tarán antes de que den la., doce d•J mediodía. ¡ydesapa>-eceremos! De nuevo las palabt'3S$C pusieron a bailar, a jugar al escondite, a s¡dtar unas sobre otras. ¡Resultaba imposible leer una sola silaba! Los personajes empezaban a preocupa>'Se. -¡Si no sabe ni leer! ¿Cre6isquc Elconora nos habrá enviado a un analfabeto? La Bruja Malvada poseia el mismo talento que Angélica pm·a desanimar a cualquiera.
En ese momento, una camioneta que sol <aba petardazos llegó al jat'din. y la voz de tenor del anticuario retumbó en el pasillo: - Veamos, ¿dónde están es()lrliht·os viejos? - Los libros viejos ... ¡pe•o si so.nos nosotros! -.:xclamaron los personajes. - ¡El Pies Grandes nos ha vendido! ¡Traidor! -dijo la Bruja Malvada. - ¡No! ¡Fue sin qltercr! Ni siquiera sabia que vuestros libros estaban habitados...
La bruja fue incapa< de contener su ira y apuntó a N:ttanael con la varita mágica. -Alimañas y sabandijas de corazón enjuto, ¡que se vuelva diminuto! ¡A~í aprenderá! En un abrir y cerrar de ojos. la biblioteca se b.i.w tan alta como un rascacielos de Nueva York. y el cueq)o de Na t. tan pequeño como el de los personajes de cuento. - ¿Y ahora cómo va a protegernos. si es tan pequeño como nosotros? - protestó Alicia. Todos comprendieron que tenJa razón y fulminaron a la bruja con la mirada ...
De repente. el picaporte de la puerra de la biblioteca se movió, y todos pusieron pies en polvorosa. Con la falda remangada y los bordados y lazos al viento. la bruja corrió hasta~" viejo tomo carcomido y cerró la cubierta del libro con tal Fuerza que un trozo saltó por los aires y cayó al suelo. En menos de un segundo. todos los libros estaban cerrados. Natanacl no sabia dónde meterse. Por suerte, Alicia le ofreció refugio en la página 34 de su libro.
En pocas horas las estanterías quedaron vacías y las cajas de cartón, amontonadas en la fmgoneta. En la biblioteca quedó un único libro. -Está demasiado estropeado, no lo c¡uiero - había dicho Picó. Unos minutos más tarde. la furgoneta daba tumbos por la carretera con su cargamento de libros. ca:ntino del almacén. Picó, que era consciente del tesoro que había adquirido, ya había llamado a los coleccionistas que conocía. La suerte le someía.
Tenían que cruzar In playa para Uegar a la casa. El diminulo equipo salió del al.mAcén y se alejó por la arena. Cuando llegaron a la cumbre de la duna, Nat examinó la extensión de la playa. Todavia no había nnd i~. Si lo¡;raban llegar hasta la arena húmeda avanzarían más deprisa. Antes de bajar por la otro vertiente, Alicia se volvió bacín los que quedaban en el almaoén y les hiw una señal. Sin embargo, no vio al personaje que se escondía trns llll arbusto.
El Capitán Garfio, con el anteojo bien colocado, comentaba sus avances: - ;Es el tonto del Ogro quien los persigue! -anunció- . ¡Ojalá le apeteciese comerse al pesado del Conejo y a su dichoso reloj! Pero no, el que le abre el apetito es el pequeño humano. El Lobo Feroz emitió un mgido espantoso. Cenicienta estuvo a punto de desmayarse. y GulUver se lamentaba por haber perdido de vista al Ogro cuando el equipo salió.
Con su catalejo. el Capitán Garfio dhi.só la primera sombrilla plantada en la playa: - ¡Ya llegan los Pies Grandes! ¡Armados hasta los dientes. como auténticos piratas! Subidos a un tocón, Jllat y
•-u• amigos también ohseNahan a los recién llegados.
Estaban de espaldas al mar, y no >ieron la ola impetuosa que los atrapó y los atrajo con fuerza mar adentro.
Las orejas del Conejo Blanco aparecían y desaparecianaqui y allá. Alicia se hundía, preocupada solo por su vestido mojado. Nat intentaba sujetarla de la mano, pero ella lo arrastraba. Ya no aguantaba más, asi que subió a la superficie un momento: - ¡¡Alicia. o nadamosonosabogamos. no estamos en un libro!! Una cuerda que alguien lanzó desde la playa le golpeó la cara. Se sujeró a ella oon todas sus fuet7.as. El Ogro tiró de ellos hacia la arena.
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- ¡Gracias, nos has salvado! -dijo Natal Ogro. - Me gustan los humanos ... - respondió el Ogro. A Natanael se le eti<ó el pelo del cogotc.l..c asaltaban ex1J'a~as preguntas dell ipo: que le gustan? ¿Con sal. pimienta y pepinillos?». Ya se vela metido en un bote de mosta2a. El Ogro empezó a temblar. \Íctima de un apetito irrerrenable. Alzó al t con sus ma~Was y lo Uevó hacio sus rauces.
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-¡Eh. Ogro! ¡Un amigo es para toda la vida! ¡Si te lo comes de un bocado. se acabó! -gritó Alicia. que sabía encommr las palabras justas para calmar a cndn pet-sona. Dividido entre su instinto <<hombrtvoro» y su~ ganas de participar en la aventw·a, el Ogro cerró la boca y apretó a Nat contra su ooratón con una dulzura infinita. Se met16 al Conejo Blanco en eJ bolsillo. instaló a Alicia sobre su hombro derecho y a Nat sobre el izquierdo. Gracias a sus podei'0638 piernas. avamaban a tod• velocidad.
En el almacén habían cambiado las toruas. El Capitán Garfio estaba maniatado, Peter PaJ1 le había quitado el anteojo e iba desqibiendo lo que veía: - Un Pies Grandes está clavando ttna pala roja en el castillo dear-ena, ¡y ellos han desaparecido' La pala les cortaba el p..soy el castilloempezaba a desmoronarse. Natanael espantó al ca"S"-cjo con su última cclilla. Justo a tiempo! Una ola invadió los fosos del castillo y los 3ITilStró a todos. cangrejo incluido. El castillo se derrombó.
Pero el Pies Grandes los perse¡;uía aún. arrastrando un camión de plástico. El Ogro no fue lo bastat1te rápido y aterrizó con estrépito en el volquete. En dos saltos sus amigos treparon a su lado. pero el Ogro estaba medio inconsciente. Alicia hablaba con la vot distorsionada. Al Conejo Blanco le caía n por los hombros sus orejas reblandecidas. El reloj indicaba las once horas. cuarenta y cinco minutos. u·cinta y dos segundos... -¡Zanahorias y pepinos! ¡Nos derretimos!
De pronto. un rayo de esperat11.a iluminó a Nat. al oirqueAnglilica Jo Uanmba para comer. pero enseguida vio cómo se aleja!>~ hacia la casa de Adrián, su vecino y amigo. -¡Pasa. Angélica! Sobre la mesa se ex~endia una hilera de muñecas, cada cual mayor que la anterior. -Son mo11ioslrus - explicó Adrián- . Eleonora me las trajo de Rusia. ¿Ves? Se meten unas dentro de otras, y en la última .... ¡so,·presa!
-aro! también me ha regalado una muñeca msa. Cuando pienso que Nat
e ba Uevado los libros... ¡Él, que no sabe leer!- refunfuE_ó Angélica. -Eieonora os querla mucho a los dos: no creo que quisiera provocar celos .ntre vosotros - le reoordóAdrián. -Bueno, de todos modos, ahora están en el almacén de Picó. -¡Cómo! ¿Se Jos ha llevado ese estafador?
Dentro de las cajas de cartón. los personajes empeuban a perder el color. - Ha Uegado el momento de despedirnos-dijo el Gato con Botas. El rosa palo te ravoreee -dijo el Lobo Feroz a Caperucita Roja. -Gracias. tobo. ¡Qut buena pareja hemos hcebo!. ¿a que si? -¿SI? ¿He sido 1.tn buen Lobo Feroz? Si. bas estado gerual. todos los niilm te tenían mucbo miedo...
- ¡Venga. chicos! ¡Tenemos que volver a los libros! -inteiVino el Capitán Garfio. Picó quiso mostrar Jos hcnnosos volúmenes" su nueva cUenta. 1..1 sel1ora Dupond ent,.ecerró los ojos: el texto era casi ilegible y las imágenes apenas se veían. - Lo siento. pero en estas condiciones no estoy dispuesta a comprar ni un solo libro. El anticuario no compl'endia cómo habían podido botTarse los libros en tan poco tiempo. ¡Aquello era una auténtica locura!
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Angélica bajó porCina la playa. con la comela debajo del brazo. Justo cuando la dejó en el suelo para rebobinare! hilo, Nat y sus amigos se colaron en un pliegue y. en un segundo, ya estaban volando por los aires, en medio de sacudidas y tirones. Acabaron c.yendv directos contrn el suelo en una corriente mal aprovechada. Sus amigos estaban cada vez más pálidos: de pt·onto. cl rostro deAngéliea apareció frente a él.
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-¿Eres lú. Nar? ¿Qué le ha pasado? ¡Quépequeilo eres! Yesos ¿quiénes son? ¡Qué pálidos eslán! -exclamó. Angélica no daba crédiro pero reaccionó enseguida. Por una vez, Nnwnael vio1¡ue su hermana supo estar a la altura de lascircunsrancias y les ofreció su ayuda. En can solo tres •ancadas los subió a la bibliotoot de la cns:t.
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Pocó estaba en plena conversación con un extrailo cliente nuevo, que parecía decidido a comprarlo 1odo. F11l.1dre de 'la1 se acerco rápidamenle aloa doa hombres y habló con 101al f ran<¡liCla alanticuariv: - Lo sien1o, se11or, hemos cambiado de opinión. ¡queremos recuperar los libros! ¡Tienen un valor incalculable para nosotros!
-uem.1siado tarde. ya tengo un comprador - respondió el comeJ·ciaote. -Efectivamente- dijo el cliente- . ¡Los compro Lodos!
·J cliente se quitó el somb1·ero, las gafas y el bigote postizo. ¡Era Adrián! No babia podido oportar ver cómo Nat iba a separarse de los libros que Eleonora le había legado. •U fiel vecino los ayudó a transportar los libros hasta la casa.
En casa. Angélica los recibió con una radiante sonrisa. Acababa de descubrir el secreto de la muil.eca. Como todas las muñecas rusas, la suya contenia otra muñeca de trapo más pequ< y. dentro de ella..., ¡sorpresa! iEstaban las joyas de Eleonora! Una verdadera fortuna. lo suficie mc para pagar todas las repru-aciones de la casa y muchas más.
Angélica se sentía feliz. Eleonora no se habí.t olvidado ni mucho menos de ella. la queñatanto como a su hermano y también confiaba en ella. - ¡Eleonora os ha convertido en los ángeles de la guarda de esta casa! -dijo su madre emocionada. En plena noche. Nat:macly Angélica se levantaron sin hacer '" ido ...
La lun.1 iluminaba la biblioteca. Reinaba un silencio absoluto. Nat esperaba que los personajes aceptaran la presencia de Angélica y se dejaran ver. Los esperaron sin moverse. Se oyeron algunas ri&dS que rompteron el silencio. seguidas de un ruido de libros que se abrían. Uno tras otro, fueron saHendo todos los personajes. - ¡ l'iernecilla de espfirrago! ¡Es la nil1o que no~ hn ayudado! -exclamó el Conejo Blanco,
Ytodos aplaudieron mucho. Angélica rs~1ba maravillada. La Bruja Malvada •e puso a C.1ntaJ· y empezó la fiesta: los personajes desfilaron y. cada uno n•u manera, saludó :tl pasar... Alicia abrió su propio 1ibro y Nat leyó p a•·a su he•·mana. ¡Pero qt•é bien lees! - reconoció Angélica. Antes de qt•e amaneciera. un últi rno rayo de luna iluminó el retrato de Eleonora con el gato en las rodillas. La anciana sonreia. y no lo creeréis, pero... ¡el gato también!
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