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0r.ДО.losé Susini,
OFRENDA BE GRATITUD Y AÏECTO DE SU BUEÎÎ AMIGO,
jfélejandáa Cáfila y. ¿ftiuueí a.
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N 1 8 1 3 , llegó á Puerto Rico D . Alejandro Ramírez á hacerse cargo do la intendencia, cuyo cometido habia estado hasta entonces á cargo de la Capitanía general.— Su venida desde Guatemala en donde se hallaba empleado se debió á la fama de sus talentos y virtudes cívicas, cualidades que conocidas por el benemérito Puerto Riqueño D . Ramón Power diputado por aquella isla en las cortes de Cádiz y V i c e Presidente en las mismas, no vaciló en pedirlo al gobierno de la Metrópoli como el llamado para el caso. S u mando financiero en Puerto Rico duró poco; sinembargo organizó la administración, creó la riqueza, amortizando el funesto papel moneda que mataba el crédito público, abrió puertos al comercio, facilitó la inmigración extrangera y fundó instituciones provechosas que aun subsisten.—Estableció un "Diario E c o n ó m i c o " destinado á esparcir los conocimientos en el ramo y que no sobrevivió por desgracia á su partida de allí para esta isla de Cuba, y con mejor éxito, la Sociedad Económica de A m i g o s del Pais por la cual se fueron después instituyendo cátedras de francés, inglés, dibujo y matemáticas, así como hoy las cuenta de cosmografía y botánica.—La grata memoria de aquel varón ilustre será inmortal en estos países. Sobre 1 8 3 0 , fundó el digno Obispo de aquella provincia D . Pedro Gutiérrez de Cos, el Seminario Conciliar de San Ildefonso que h o y existe, y organizó en él los estudios eclesiásticos que se habían hecho hasta entonces en los conventos dominico y franciscano. E n 1 8 3 3 ó 3 4 abrió allá el Conde de Carpegna un colegio que hubo de limitarse á la primera enseñanza, atendido el estado del pais donde no se conocía otra superior que la seminarista, siendo su sucesor esmerado en el mismo, D . Basilio Nuñez. También eu este tiempo el docto dominicano padre Bobadilla, esparcía en la juventud la semilla de la buena enseñanza.
G Y a para entonces el benemérito maestro Rafael Cordero, de humilde condición, se dedicaba á la instrucción de los pobres y aun de algunos niños acomodados y de las principales familias del pais que llevaba á su escuela puramente primaria, su respetable conducta y la bondad experimentada de su manera de enseñanza.—Negábase este maestro á fijar estipendio por su trabajo admitiendo no sin resistencia donativos particulares que no fuesen los simplemente necesarios á ayudar á su subsistencia, pues de los pobres, solemnemente tales, ó nada admitía ó solo lo que buenamente le llevaban. Puede decirse que habia lieclio y aun continúa haciendo á pesar de su avanzada edad, un sacerdocio de la enseñanza, obedeciendo sin duda á la poderosa vocación que le impulsa á difundir las pocas luces que logró alcanzar en lo atrasado de sus tiempos y en lo humilde de su clase. Deseosos algunos buenos patricios de que se premiase ó correspondiese á los generosos esfuerzos de este maestro, cuya respetabilidad consta en general, propusieron en 4 de mayo de 1858 por boca de un apreciable amigo del pais (1) á la Sociedad Económica alguna muestra en este sentido.—Se ignora el resultado.—No dista mucho de la tumba el pobre anciano: justo seria que llevase á ella una prueba de que en este mundo, aunque pozo de miserias, suele tener la común ingratitud, algunas honrosas escepciones. Sobre 1 8 3 7 , algunos P P . Escolapios con su instituto " L i c e o de San Juan y el " M u s e o de la Juventud," que en manos de profesores particulares siguió á aquel, dieron algún ensanche, aunque corto, en la Capital de la isla á la segunda enseñanza, mereciendo mención también el colegio que con el nombre de "Liceo de M a y a g i i e z " fundaron poco después los primeros en aquella floreciente villa, así como el que con favorable crédito estableció y dirigia en Humacao el Sr. Éoig. Bastaban todos estos esfuerzos á probar la necesidad de organizar aquellos estudios, y la Sociedad Económica en la década siguiente comprendió que era la llamada á ejecutar este beneficio, movida por beneméritos socios, cuyos nombres dignísimos, que no se mencionan aquí por evitar alguna injusta omisión, figuran en las actas de sesiones destinadas á aquel objeto y que recordará siempre la isla con gratitud. Para esta época habia llegado y a á Puerto Rico desde la Península, su patria, uno de esos hombres benéficos por instinto y por reflexión, que aman las luces como hijas de un Dios que no ha hecho al hombre para la miseria ni la ignorancia. Educado en los santos preceptos del Evangelio de que era digno sacerdote, soñaba, se desvivía con el afán de ser útil á los hombres.—El fué quien introdujo en el pais, el primero, aunque reducido laboratorio de físicaquímica.—Tenia el convencimiento de que aquellas ciencias son la verdadera base de la prosperidad pública llevando al hombre hacia D i o s y la verdad. Hacia Dios porque sus aplicaciones, favoreciendo el trabajo del hombre y haciéndole por consiguiente laborioso le (1)
D, Julio Vizcarrondo.
7 encaminan á lo bueno; hacia la verdad porque siendo esta Dios y aquellas el medio de todas las investigaciones positivas de la inteligencia, debe encontrársele al buscarla; así es que cuando mas tarde la referida Sociedad Económica en uno de aquellos períodos de movimiento, de lucidez, en que duermen las pequeneces materiales y la inteligencia desplega sus alas llenando el espacio con su aliento de grandeza, quiso, por los años de 1 8 4 5 , levantar al pais del marasmo intelectual en que basta entonces habia estado y llevarlo á la vida del progreso en que de justicia debia entrar, encontró en el modesto sacerdote mencionado, el cooperador mas eficaz, el cooperador necesario.—Tiempo es y a de nombrar al sabio y virtuoso arcediano á quien basta lo dicho para dar á reconocer por los amantes de las luces y el bien en Puerto Rico.—¿Quién no conoció allí por sus benéficas obras, por sus laudables esfuerzos en pro de la instrucción pública al buen sacerdote D r . D . Manuel Rufo Fernandez? E n efecto, gobernaba la Isla D . Rafael de Aristegui, conde de Mirasol, quien no desconocíalas ventajas que tanto la misma como la Metrópoli podrían reportar del desarrollo de la instrucción pública y comprendiendo aquella creciente necesidad, se prestó gustoso é ilustrado á los deseos de la benemérita Económica accediendo á que se propusiese á S. M . la creación de un buen colegio central en el que tuviese cabida la instrucción en todos los ramos del saber humano, con especialidad los conocimientos de aplicación para las carreras industriales y titulares ó académicas, armonizando los estudios preparatorios con los de la Península en donde hasta entonces era admitida con trabajo la validez de aquellos estudios, en los muchos escolares que llegaban allí á continuar su carrera. D e sentirse es no tener la precisa fecha ni los detalles de las interesantes sesiones de la Sociedad Económica referentes á este proyecto, entre cuyos pormenores debe sin duda relucir el entusiasmo con que fué acojido por los habitantes de la isla, quienes se prestaron inmediatamente á contribuir á él con generosos donativos que se hicieron inútiles y hubieron de serles devueltos afines de 1 8 4 8 , tristísimos dias en que, con la muerte repentina del proyecto, recibió la isla un daño de que con dificultad podrá reponerse: con semejante golpe murió allí para la ciencia mas de una generación.—Pero h a y movimientos fecundos en la vida de las sociedades humanas y en que parece acumularse todo para acrecentar aquel movimiento y aquella fecundidad.—Tal fué el que hemos mencionado en la concepción de aquel malogrado colegio, muerto antes de nacer, pues dictado el pensamiento de su creación por la mas ilustrada y generosa iniciativa, por la necesidad patente ó sed de ciencia que iba desarrollándose en el pais y por la cooperación general del mismo, dio su mano á otros proyectos igualmente provechosos que con aquel debían enlazarse. E l Colegio habia menester profesores; se escojieron por la Económica para que fuesen á Madrid y al extranjero, á costa de la misma, á ampliar sus estudios y á formarse en el profesorado superior, dos jóvenes délos mas recomendables por sus adelantamientos, aplicación, luces naturales y honrosa conducta. Entonces fué cuando el sabio D . Rufo (así le llamaban todos) pro-
8 puso que se añadiesen otros dos cuyo sostenimiento costearía él de su cuenta por poco que ellos se ayudasen para el viaje, embarcándose él para la Península en uso de real licencia, vista su quebrantada salud, con unos y otros en la via de acompañarlos y dirigirlos. — A s í se hizo y el país vio con regocijo á este noble sacerdote encaminarse con sus alumnos en pos del saber, cuya senda habia abierto para Puerto E-ico. Aquellos eran los jóvenes inapreciables Micault, Nuñez, Castro y Acosta. L a contajiosa viruela arrebató e n Madrid en una sola semana á los dos primeros y quedaron los dos últimos como únicos para llenar la noble empresa á que estaban llamados, si bien todo ello lo desorganizó la terminación repentina del proyecto primitivo.—Pero el primer paso en la via del adelantamiento estaba dado y aun cuando todavía se resiente la instrucción pública allí del golpe mortal dado al gran colegio, aquellos distinguidos jóvenes Román Baldorioti de Castro y José Julián de Acosta, devueltos á su país, previa su graduación como licenciados en la facultad de filosofía, sección de ciencias fisico-matemáticas y colmados no solo de aquellos conocimientos superiores que para la dicha facultad se requieren, sino desarrolladas sus clarísimas inteligencias en las aulas de Francia y Alemania, con vastos conocimientos generales, están dando al pais el fruto mas precioso, ora en luminosos informes á la administración respecto á todos sus planes de fomento en aquella antilla hermana, ora en sus escritos literarios á que consagran el corto resto de un tiempo que en su mayor parte tienen que dedicar á sus atenciones de familia, ora en fin y principalmente en las tareas de la enseñanza á que se dedican en las cátedras de química agrícola y cosmografía que desempeña Acosta y en las de botánica y preparación al pilotaje que desempeña Castro; (1) habiéndose visto precisadas la Real Junta de F o mento y la Sociedad Económica á crearlas no tanto para llenar las imperiosas necesidades de la isla cuanto para utilizar los estudios de aquellos dos jóvenes profesores, que hubiesen dado grandes resultados en una enseñanza organizada como la que se pensaba establecer en el Colegio Central. Fruto y efecto también del movimiento inteligente de 1 8 4 4 á 4 7 fueron los primeros pasos que las letras dieron en Puerto Rico en aquella que puede llamarse aurora literaria cuya manifestación se verificó por medio de los aguinaldos, especie de concursos anuales en que la juventud hizo sus primeros ensayos; alardes de su culto hacia la Musa Puerto Riqueña á que hubo de contestar la j u ventud de la isla estudiante en Barcelona con el Álbum Puerto R i queño y el Cancionero de Borinquen (nombre indígena de la isla). Los nombres de Jacobo y Cabrera, G-uasp, Hernando y Alejandrina Benitez, la primera de su sexo que hermoseó aquel naciente Parnaso, mostraron que la elegancia en la forma así como el sentimiento y la fantasía poética no eran plantas exóticas en el pais; que los buenos modelos comenzaban á conocerse y á estimarse y cuanto por úl-
(1) L a Real Junta de Fomento creó también allí nna clase de pilotaje y de comercio que regentea con aceptación D . Claudio Grandí.
9 timo, podría esperarse de aquellos ensayos á que también añadieron su nombre, Travieso, Pereda y el con justicia celebrado escritor peninsular D . Eduardo González Pedroso bajo el seudónimo de Mario K o l m a n . — A s í como estos mostraron su entusiasmo por las nacientes letras en los aguinaldos de 1 8 4 4 y 4 6 , no lo revelaron menos por aquellos años en el Álbum y Cancionero citados, Vasallo, Alonso, Carpégna, Saez, Vidarte (Juan) y el malogrado cuanto nunca bien sentido Santiago Vidarte hermano de aquel, y joven de risueñas esperanzas cuanto brillantes prendas para la poesía ( 1 ) . Desde esta época data la literatura aunque asaz desmedrada, en Puerto Rico; comenzó como debia: por la canción y el romance, en una palabra: por las composiciones furtivas ó ligeras.—Y si mas tarde Alonso hizo en su Jíbaro un libro que caracteriza la localidad para que fué escrito, y Hernando, ( 2 ) despojándose de este seudónimo, consagró con su musa el recuerdo de la hazaña histórica contra los holandeses en aquella isla por los años de 1 6 2 5 ; todo esto como lo que ha seguido después, debe mirarse como una continuación del lúcido período de 1 8 4 3 á 4 7 sin otras consecuencias hasta después de 1 8 5 2 , época en que con el gobierno del general D . Fernando de Norzagaray se promovió de nuevo la instrucción pública y se crearon las cátedras mencionadas que debian regentear Castro y Acosta y a vueltos al pais, se inauguraron las exposiciones públicas de agricultura, industria y bellas artes, y comenzó á dar señales de nueva vida la Sociedad Económica medio muerta casi á la par del gran colegio proyectado. Algún tiempc después empezó de nuevo la publicación anual de aguinaldos en que continúa poniéndose en concurrencia á los amantes de las letras en la isla y entre los cuales, aunque todos merecedores, no debe quedar sin especial mención el entusiasta Marin, cuyo mérito literario deslustran de una manera lastimosa las censurables incorrecciones con que por incomprensible desidia, pues son sobrado notables, empaña el espontáneo estro de su musa, ni el estudioso Comas que desde su modesto retiro de Cabo Rojo sueña con la gloria literaria y dio en sus Preludios del harpa muestras de felices disposiciones y bellísimos deseos, así como de inexperiencia, que obligaria á calificar las producciones de aquella publicación, no y a lns de hoy, de un tanto prematuras. Por lo que atañe al humilde autor de estos apuntes, hijo también del noble ejemplo que hubieron de darle las nacientes letras en el período á que antes se ha referido, se juzga deudor á aquella época, de su persistencia en un campo abandonado por casi todos y á que (acaso por su desgracia) le llevó una vocación incorrejible. E n 1 S 4 7 , comenzó á publicar de vez en cuando algunas fan(1) Sentina haber omitido algún nombre merecedor; pero escribo de memoria y solo por mis recuerdos, caleciendo de los suficientes datos á la vista. También siento no poseer eti la actualidad alguna de las varias, agradables y bellas composiciones que mi amigo D. Eduardo Eugenio Acosta publicó por aquellos tiempos en los periódicos de m i ciudad natal, y que por desidia del mismo no figuran hoy en colección alguna. (2;
D. Juan Manuel Echeverría.
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10 tosías juveniles en prosa, cuya mayor parte no menciona hoy, pero que habiendo obtenido una amistosa aceptación desde la primera, en la generalidad del pais, se vio asaz estimulado á estudiar y á escribir. Durante su residencia en Madrid desde principios de 1 8 5 0 á fines de 1 8 5 2 , aleccionado y alentado por el distinguido é inolvidable D . Domingo Delmonte, así como por el no menos digno de memoria, bondadoso Padre Baranda, erudito bibliotecario de la Real A c a d e mia de la historia, dio á luz una leyenda y algunas otras composiciones y preparó la publicación de una Biblioteca histórica de Puerto Rico, que verificó después á su retorno á aquella isla. U n a vez allí, escribió en 1 8 5 4 por elección y con subvención de la Junta de Fomento la Noticia sobre la vida y obras del notable pintor Puerto Riqueño, José Campeche, que figura en la colección que sigue á estos renglones, y por último fueron escritos y representados sus dramas Roberto D ' E v r e u x y Bernardo de Palissy, lo primero del género allí, y que quizás por esta circunstancia fueron recibidos por sus espectadores y por la prensa toda de la isla con ese simpático y bondadoso aplauso que llena el corazón de estímulo y agradecimiento. E n la Habana, las tareas mercantiles á que hubo de dedicarse para ganar la vida no han sido omnipotentes á quebrantar sus invencibles inclinaciones literarias y por eso han visto la luz en estos papeles públicos algunos de sus trabajos que hoy forman parte de esta colección. A l publicarla y hacer por este medio su presentación formal ante lectores cuyas simpatías, si bien se las promete bondadosas, no habrán de dispensarse á la luz de apreciaciones locales y de circunstancias puramente relativas, como le aconteció sin duda en su pais natal; no ha dejado de ocurrírsele que acaso le hubiera convenido encabezar el libro con un prólogo apadrinado?- según costumbre, puesto por algún celebrado escritor habanero; pero luego ha reflecsionado que no será este el primer libro desprovisto de aquella circunstancia y ha decidido presentarse absolutamente solo; esto no es orgullo ciertamente; e s . . . . soledad. 331 iJariro tic (¡Kuaniant.
ROBERTO D'EVREUX.
DRAMA HISTÓRICO EN CUATRO ACTOS. ORIGINAL.
f
Representado por primera
vez en él teatro de Puerto-Rico,
por
varios Srcs. aficionados, en la noche del 19 de Setiembre de 1 8 5 6 .
AL SR, D. ALEJANDRO DE TAPIA,
MALAGA.
Padre mió: ni los mares que separan los dos mundos, ni el tiempo que transcurre convirtiendo en siglos el apartamiento, son bastantes á entibiar las afecciones del bijo cariñoso. Superior á los espacios el amor, magnetismo del alma, une en vida común y continua los corazones que la naturaleza ha vinculado. E n el mió, como en plancha Daguerre se encuentra grabada á la luz del amor vuestra imagen paternal y harto querida. Nadie mas acreedor que un padre á recibir la primicia intelectual de su hijo, por que cuando el mundo no ha sancionado aun el mérito del artista ó del poeta, solo un padre puede apreciar lo que para los otros es quizás indiferente. Por tal razón os envió esta primera obra de teatro mia, mas dichosa que yo porque va m u y pronto á veros. Acaso en vuestros sueños de padre os complazcáis en ofrecer á vuestro nombre la futura gloria, y tal vez me bendigáis; feliz entonces yo si logro enardecer por un momento el sol de vuestros años, y mas feliz vos aun si halagado con la esperanza de futura gloria para mí, podéis acostaros en vuestra tumba con la ilusión no disipada. Adiós padre mió; quisiera enviaros el corazón. Vuestro amantísimo ALEJANDRO.
hijo,
PREFACIO.
Hace algunos años que escribí, con el título de Roberto D'Evreux un drama en cuatro actos que, si mereció la indulgencia de mis amigos, no hubo de merecer la mía, en atención á. que la viveza de su diálogo y algunas escenas y rasgos interesantes no bastaban á mis ojos para compensar las faltas de arte que en él habia. Pasado algún tiempo y mejorado un tanto mi criterio, comprendí que lo que era suficiente como esfuerzo de un provinciano Ultramarino sin estudios ni experiencia, no lo era para agradar á los hombres dejarte y del buen gusto. El drama primitivo volvió á la nada y no fué grande mi sentimiento por tal cosa. Pero mi intención de escribir para el teatro no habia muerto y algunos años después con mejores facultades, di á luz el presente drama, tan diferente del anterior como habrá de serlo de todos los que acerca del asunto se han escrito. Y ciertamente, el trágico fin del último favorito de Isabel de Tudor, ha sido objeto de varias novelas y obras dramáticas.—Entre las últimas he oido citar las tragedias de La Calprenede y del abate Boyer, escritas en francés, poco después del suceso y que se han ocultados á mis diligencias.—En cambio, he leido la tragedia de Tomás Corneille, titulada el Conde de Essex y una comedia con formas del Teatro antiguo español, que se atribuye á Felipe I V con ayuda de los poetas de Buen Retiro (1). A mi parecer, el pensamiento ó fondo del argumento en ambas obras es muy semejante y son (.1) E n una colección de pieza» dramáticas que publica el distinguido literato D . Eugenio de Ochoa se encuentra esta comedia con el título de L a tragedia mas lastimosa ó el Conde de Sex, 6Ín que pueda ser otra, visto su argumento, que la que corre con el de " D a r la vida por su d a m a " .
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las dos tan distintas de mi drama, cuanto pueden serlo dos cosas que no tienen otro punto de contacto que el de referirse al mismo personage de la historia. Y cómo pudiera ser de otra manera? Ellos con rumbo enteramente ideal, yo siguiendo mas de cerca la historia, marchábamos en una misma dirección, si así se quiere, pero sin encontrarnos ni tocarnos en punto alguno, como dos paralelas.—Podría demostrarlo aunque con mengua de la brevedad que anhelo dar á este prefacio; pero esto seria siempre ocioso, en atención al crecido número de ejemplares que de dichas obras andan impresos.—Lo mismo podría decir acerca del libreto que con igual título que el de este mi drama, puso en música el famoso italiano Donizetti.—Conocido es el poco escrúpulo que en materias literarias suele guardarse en semejante clase.de obras, y el tal libreto es sin duda tomado de alguna de las muchas versiones que se han dado al asunto. Basten estas líneas para justificar hasta cierto punto el título de original que doy á mi trabajo. Respecto de la verdad histórica, estoy en el deber de hacer algunas observaciones. Roberto D'Evreux, pariente cercano de Isabel de Tudor por ser biznieto de María Bolena, tia carnal de Isabel, fué introducido desde muy mozo en la corte de esta según algunos por recomendación de su padre Gualtero D'Evreux, Conde de Essex, que lo dejó al morir al cuidado de la Reina, y según otros fué presentado á la misma por el Conde de Leicester, su padrastro, con objeto de distraer la atención real fija entonces en Sir Gualtero Raleigh.—Tratóle Isabel al principio mas como á pariente huérfano que como á amante, no así en lo sucesivo, puesto que á pesar de la diversidad de edades, hubo entre ambos, según la historia, un afecto ó interés mas extremado.—Bien es verdad que semejantes aficiones, entibiáronse andando el tiempo, ya por la veleidosa condición de Isabel, ya por alguna desavenencia mutua, nacida del carácter soberbio del favorito, ya en fin á causa del matrimonio de este con la viuda de Sir Felipe Sidney. De todos modos he creído conveniente presentar á aquella recordando un afecto pasado,
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no tanto porque así fué la verdad, cuanto por evitar lo ridículo é impropio en un drama grave, de amoríos y devaneos sentidos en todo su ardor y actualidad por dos personas de edades tan diversas.—Y aunque lo contase la historia, Tout le vrai ríesi pas vraisemllaUe.—También he creído conveniente al mejor efecto, apartarme de aquella en otro punto. El Conde de Essex era casado como he dicho ya, y dejó á su muerte un hijo de nueve años que con los mismos nombre y título, figuró luego como general de los parlamentarios en tiempo de Carlos I, pero era de poca monta esta circunstancia y háme parecido que podia pasarla en silencio suponiendo á Essex de estado libre y en amoríos con Margarita Dudley, personage ficticio.—Digo esto, porque si he pecado ha sido á sabiendas, creyendo utilizar los fueros del poeta en asuntos históricos; quien, si debe respetar el fondo de los caracteres y de los hechos importantes, está en mi concepto autorizado para hacer modificaciones que como la presente, sin alterar la trascendencia histórica, embellezcan y hagan mas interesantes los cuadros de la obra. No era Roberto D'Evreux, Conde de Essex, como ha supuesto algún escritor con poco conocimiento de lo verdadero, un personage vulgar. Era si caballeroso, aunque soberbio y tenaz, bizarro en lides, amante de la gloria de su patria, espiritual, instruido en las letras de su tiempo, protector de los sabios, diestro aunque á veces imprudente general y político hábil y arrojado. Vivia con gran fausto, era muy querido de la nobleza y del pueblo. Atrevido, orgulloso*y obstinado hasta con su vieja soberana ante la cual no sabia doblegarse, ocupaba el primer lugar en la corte y aspiraba á ejercer la principal autoridad en el gobierno. "Es valiente y ambicioso, escribía, según Mignet (1) poco tiempo después de aquella época un enviado de Enrique I V cerca de la reina Isabel, es hombre de talento, no toma consejo de nadie, y es imposible quitarle de la cabeza (i) Antonio Pérez y Felipe 2 ? — L i b r o escrito con vasta copia de dato» por Miguet, París.
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lo que una vez ha determinado. Es un buen inglés y francés en cuanto cree que está en sus intereses serlo." — E n efecto, su política era la misma de Lord Burleigh su émulo, aunque disintiesen en la práctica; política tradicional inglesa y que enaltece en el primer acto de mi drama el hijo de Lord Burleigh, Sir Roberto Cécil. Pero semejante pensamiento, reconocido como el mejor por Isabel, contaba en la práctica con remoras, ora nacidas del mismo pais empeñado en alcanzar concesiones cívicas, ora nacidas del espíritu económico en demasía de Isabel.—Es lo cierto, que la escesiva prudencia, rayando en vacilación, podia perjudicar los intereses exteriores y aun los interiores del pais, y hé aquí porqué Essex, en los dias de su favor ya oscurecidos en mucho por la época en que pasa la acción de mi drama; comprendiendo que las circunstancias eran perentorias, que lo atrevido en la ejecución encadena los sucesos, y llevando por último al gabinete del gobierno alguna parte de su generoso natural; instaba porque se ayudase con graves esfuerzos á Enrique IV, que era en su concepto buen aliado, evitando de este modo la detención de aquel en un camino que juzgaba provechoso á la nación inglesa. Como guerrero hizo maravillas, según se dice, en la batalla de Zuphen en que militaba la flor de la caballería de Inglaterra. Pasó luego á Francia mandando los refuerzos que Isabel enviaba á Enrique I V mereciendo ser cantado por Voltaire que lo elogia en una de las notas de su Herniada, y por último triunfó en Cádiz según lo cuentan Hume y otros historiadores, siendo tan arrrojado en el combate como generoso después de la victoria.—La paz le llevó á Inglaterra deteniéndole en sus proyectos atrevidos, y á su llegada conoció que, acaso por intrigas palaciegas, su favor se habia entibiado. Y era así en efecto, Sir Gualtero Raleigh y Lord Tomás Howard mandaban la vanguardia en aquella espedicion que, á pesar de todo debió sus triunfos al valor y arrojo de Roberto D'Evreux, pero llegados á Inglaterra atribuyóse por algunos á Howard el honor de la campaña y se le hizo Conde de Nottingham, honor poco prodiga-
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do entonces, quedando Essex en el olvido (1). Esta injusticia que dejaba á Essex -en la sombra cuando se trataba de la recompensa habiendo estado á la luz cuando pasaba el combate, costó á este una enfermedad grave nacida de su disgusto; pero la verdad del hecho hubo de prevalecer muy pronto, y la reina, queriendo hacer justicia, erigió á Essex en la dignidad de conde mariscal. Trocáronse entonces los papeles pasando Nottingham á juzgarse el agraviado por creer que tal honor pertenecía por herencia á su familia. Este odio de Nottingham fué fatal para Roberto, y en este odio, que hizo después infructuosa la clemencia real, está basada la catástrofe del drama. A tal punto llegaba la vida de Roberto, cuando fué nombrado Lugarteniente de Irlanda. Quizá mal avenido por ver ya moribundo su favor, ó con deseo de vengarse de sus enemigos, ó ambicioso tal vez desesperado ó por todas estas cosas á la vez, se dio á conspirar en contra de Isabel entablando una correspondencia con Jacobo V I de Escocia que fué después l de Inglaterra. En ella le ofrecía, según algunos, alzarse con el ejército de Irlanda y ayudarle á subir al trono de Inglaterra. Esta conducta comprobada por los escritos de la época y por su. propia confesión á la hora de morir, causó su condena que tal vez no se hubiera efectuado, si. el Conde de Nottingham, su enemigo, no hubiese detenido en manos de su esposa la sortija que la reina habia dado á Essex, como firma en Manco á su vuelta de Cádiz; sortija que cayó en poder de la Condesa de Nottingham por equivocación, como dice una Memoria de aquel tiempo, cuando el pobre preso la enviaba á la Reina en solicitud de perdón (2). Matóle la venganza de un enemigo que no su ambición, si bien esta asaz inquieta y clescontentadiza era 9
(1) Lástima es que M r . Bouillet, autor do un distinguido Diccionario histórico so haya puesto de parte de Nottingham siguiendo á los parciales de este, que le dan la mejor prez en la jornada de Cádiz: pero en Inglaterra se hizo una información oficial de testigos presenciales por lo que la Keina vino en conocimiento de la parto notoria y honorífica que Essex habia tomado en aquella acción. ( 2 ) Véaso la vida de Isabel escrita por Agnes Strickland.—Lives queens of England,—Philadelphia.—Loa aud Blanchard.—1849.
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mérito suficiente pata el castigo, empero la desgracia presta sobrado interés al que como culpable debia entibiarlo. Algún historiador mal informado ó poco imparcial sin duda, ha propalado la idea de que Essex en su última hora denunció á sus cómplices. Tal es un error que no comprueban los autores de nota y que oponiéndose á su carácter generoso, concluirla por hacer poco justificable la popularidad que le graugeó el suceso de su desgracia y muerte, dando pasto á variedad de romances y otras piezas. Roberto D'Evreux tuvo detractores y entusiastas: los primeros por seguir la bandería de sus contrarios, han tratado de exagerar sus culpas negándole hasta sus mas notorias y estimables prendas, otros por denostar á Isabel dando sobre ella con toda la iniquidad de una sentencia injusta, han tratado de presentarle como víctima de sus adversarios ó como prueba de la inconstancia y crueldad de aquella; yo creo que no debe irse tan lejos ni por una ni otra parte, por eso me he limitado á buscar la verdad en medio de semejante laberinto y creo no haber dejado de acercarme á ella. Buenas prendas, culpabilidad nacida de estravío ó flaqueza, nacida de pasiones tormentosas por parte de Essex; razón de estado, dignidad soberbia por parte de Isabel; odio y rencor por parte de Nottingham: bases del drama, las dos primeras circunstancias, resorte la segunda que da movimiento y fin á la acción. Respecto de Nottingham, cualesquiera que fuesen sus virtudes, le afea y llena de odiosidad su conducta posterior respecto de su enemigo Essex, y así no he vacilado en atribuirle en mi drama la denuncia de los planes del segundo en Irlanda, como lo revela su esposa en el monólogo del 4 acto; esto no está justificado documentalmente, pero yo lo he hecho sin repugnancia alguna, á fin de dar mayor unidad á la intriga y porque bien poco puede resentirse de que se le atribuya la denuncia de un enemigo, quien tiene la dureza de interceptar su última petición después de condenado, máxime cuando tal petición hubiera alcanzado probablemente la indul9
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gencia. Tan es así, que Isabel nunca piadosa, según Prescott, lo hubiera sido en esta ocasión como cuenta la historia, ya que al saber la intercepción de la sortija de Essex, por confesión de la de Nottingham, poco tiempo después del suplicio del primero, sacudió en el lecho de muerte á la Condesa diciéndola con ira: "Dios podrá perdonaros, pero yo nunca" contribuyendo esta circunstancia, según el decir de algunos, á angustiar y aun á acelerar el fin de los dias de Isabel. Una crónica^ de aquel tiempo en que se pintaba á Roberto D'Evreux con colores sobrado interesantes, hirió mi imaginación harto juvenil dando ocasión á un drama que solo me ha hecho refundir mas tarde el deseo de utilizar los estudios que, con motivo de aquel primer ensayo, hube de emprender. Tal es la historia de Essex, según he podido alcanzar de los datos que he tenido á la vista; creyendo de mi deber, por conclusión, decir algo acerca de los demás personages que figuran en mi drama. Margarita y Bristol son figuras ideales. Sir Roberto Cécil, hijo de Lord Burleigh y luego conde de Salsbury, reservado en aquella época para disponer la transición del reinado de Isabel al de Jacobo I, ha sido pintado en otras composiciones como un hombre común, cuando fué y puede reputársele como estadista aventajado. No era amigo de Essex, antes bien se le ha juzgado su enemigo, pero yo para evitar lo repugnante de odios mezquinos que deslustrasen su mérito y despojasen á su figura del hechizo poético á que puede prestarse el fondo de su carácter, y mas que todo por concentrar en uno solo la parte odiosa del drama, le he pintado como poco afecto á Roberto D'Evreux, pero enemigo y rival en la política y nada mas. Sir Enrique, personage ficticio, retrata al hombre á quien la exageración de los tiempos y la persecución encarnizada arrastran hacia el martirio. Muchos hubo en aquella época y en aquel pais por el estilo de este, viniendo á ser Sir Enrique un tipo cuasi genérico. Siento no poder presentar al público en Roberto D'Evreux, un gran carácter que lo fascine con su propio
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brillo, ó una figura interesante por sus virtudes ó por sus desgracias menos nacidas de culpabilidad; pero debido es á la inexperiencia que me llevó á este argumento, el que después de estudiado, me fué duro abandonar. En el pecado he llevado la penitencia, porque mucho hubiera ganado el plan de mi obra si el asunto por si solo ayudase al escritor; pero si el amor y las lágrimas de una joven pura como Margarita Dudley, la súplica de un hombre honrado como Bristol y la lucha entre la justicia y la clemencia de una reina que no conoció esta última virtud y se veia en el caso de castigar á un hombre culpable pero amado en otro tiempo, logran interesar al espectador y merecer un aplauso de los inteligentes habré conseguido lo bastante.
FIGURAS DEL DRAMA.
I S A B E L , REINA D E I N G L A T E R R A .
EL
MARGARITA
SIR
ENRIQUE.
UN
GENTIL HOMBRE.
LA
CONDESA
DUDLEY. DE
NOTTINGHAM.
ROBERTO D ' E V R E U X , C O N D E DE ESSEX. SIR
ROBERTO CECIL,
RIO
DE ESTADO.
SECRETA-
BARON DE BRISTOL.
UN
CAPITÁN.
UN
UGIER.
DAMAS,
***
CABALLEROS, PAGES
GUARDIAS.
La escena pasa en la Torre de Londres.
ACTO PRIMERO. Sala de paso ¡í las Cámaras reales que se suponen á la izquierda del ador. (Se oye el liiinuo de "Dios salve al Rey.") ESCENA I. Bristol y varios caballeros conversando, luego la Reina, Margarita, la de Nottingham, Cécil, damas, señores, pages y demás indivkluos de la corte. La coinitiva regia irá j>recedida de heraldos y maceras debiendo salir por la derecha del actor.
(á los caballeros) Ya vuelve Su Gracia del parlamento. VARIOS (descubriéndose) La Reina! UN UGIER. {anunciando) Su Gracia, la Reina! L A REINA. Milores y señores. Imposible es á mis labios expresar la satisfacción que experimento al ver junto á mí lo que Inglaterra cuenta de mas noble y poderoso. (Todos se inclinan). BRISTOL. Señora prontos estamos todos á besar la mano de la grande Isabel, la mano que guía con gloria la nave de Inglaterra. L A REINA. Estoy completamente satisfecha de los sentimientos que tanto vos, noble barón de Bristol como vuestros ilustres colegas profesáis á mi persona. Os estoy agradecida, milores, y soy feliz al pensar que con tan digno y generoso apoyo mi diadema no vacilará .jamás. BRISTOL. Vivid, gran Reina, firmemente persuadida de ello y de que Dios que vela por la suerte de vues-
BRISTOL
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tro reino, conservará la vida de Vuestra Gracia tan gloriosa para el pais y tan cara á los ingleses. L A REINA. Bien, milores (A un ademan de Su Gracia saludan todos y se retiran). Vosotras (á las damas) aguardadme en mi cámara, [á Cécil) Quedaos. BRISTOL. (Á Margarita) El conde de Essex está para llegar á Londres. MARGARITA. ¡Qué decís! CONDESA. [Aparte) El Conde ya de vuelta! {Con siniestra alegría) Ah! ESCENA II. LA
REINA, CECIL, BRISTOL.
L A REINA. ¡Barón de Bristol! BRISTOL. Demando á V. Gr. una merced: una audiencia. L A REINA. Una audiencia!
un asunto, cuyo interés extremado me obliga á importunar á V. G. L A REINA. Os la concedo, Milord. Creo que no habéis asistido á la sesión de hoy, y sin embargo, vuestra persona y lo recto de vuestros juicios pudieron hacer sobrado sensible vuestra ausencia. BRISTOL. Si mi persona, si mi voz han •podido ser de alguna importancia en el parlamento, reclamo, señora, vuestra merced; pero la idea de que subditos valiosos sostendrían los intereses de la corona, y por otra parte el asunto que me obliga á distraer la atención real; han sido causas de una ausencia que V . G. se ha dignado advertir. L A REINA. Bien, Milord. Aguardad un instante. (Váse Bristol por ¿a derecha).
BRISTOL. E S
ESCENA III. L A REINA, CECIL.
L A REINA. Sir Roberto Cécil, (se sienta) acercaos. Habréis sin duda extrañado mi lenguage en el parlamento.
encuentro muy ajustado á las circunstancias y muy propio en la grande Isabel. Abunda, señora, en razones graves y creo que la sensación que ha producido será favorable al trono. LA REINA. Mas que al trono, á la religión del pais, que, como sabéis, es y ha sido siempre el objeto de mis cuidados. CECIL. El cielo, señora, ha prestado su ayuda á vuestras intenciones, y si el catolicismo cuenta con el formidable apoyo de España, la causa de la reforma puede hacerle frente bajo el estandarte de Inglaterra. Gracias á aquella política firme y denodada á veces, otras flexible y conciliadora, pero siempre hábil, los enemigos de la iglesia de Roma se esparcen por el continente, y bien pronto vuestra supremacía espiritual reconocida y acatada, traerá en pos de sí la paz de las conciencias y la exaltación de vuestro imperio. Las armas son ya iguales. LA REINA. ¿Juzgáis pues que hice lo bastante para disipar la tibieza de los barones? ¿Creéis que llegó la hora del descanso y que el viandante puede ya dormir sereno bajo el árbol que encuentra en su camino? CECIL. Olvida V. G. que hay árboles cuya sombra mata? La actividad es la vida de los pueblos, y los reyes tienen una tarea que no termina jamás. L A REINA. ¡Ah! pero el continuar en esa via cuántos sacrificios no habrá de costamos! Ya veis que he mirado la hacienda de mis vasallos como la mia propia, y que solo la necesidad me obliga á reclamar sus servicios, pues bien ¡cuántas concesiones no son menester para alcanzar de esos mezquinos plebeyos el menor subsidio, cuántos afanes para recabar de los engreídos y ambiciosos barones el menor apoyo! Ya no se pretesta mi matrimonio, ya no es la sucesión protestante que quiere garantirse, hoy son exigencias á que el monarca no puede acceder sin menoscabar en gran parte sus prerogativas. CECIL. Desde que Monfort para hacer frente á la liga de los señores, dio participación en el parlamento á los CECIL. LO
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plebeyos, se han hecho mas convenientes la prudencia y la energía del monarca, á fin de conservar como un tesoro la herencia de regios antepasados. Hoy que la Europa dividida en dos campos, requiere en Inglaterra la consolidación de un poder supremo; hoy que la religión es la política, que la fusión de las sectas es un imposible y su armonía un sueño; forzosa es la preponderancia de una sola: enarbole la nuestra su estandarte y brillen por mote en sus colores la prosperidad y el bien de la Inglaterra. L A REINA. Tenéis razón, Sir Roberto; España no duerme, y ya que no prepare contra nosotros otra armada invencible, nos altera á Llanda y pugna por arrebatarnos nuestro influjo en el continente. CECIL. Pero sus planes no son ya desconocidos: Antonio Pérez guió nuestra vista á través de los muros del Escorial, y en su tenebroso recinto presenciamos las tramas misteriosas, escuchamos la voz fanática de su irritado amo condenar á la hoguera la presunta heregía; mas aun: vimos cómo un pensamiento sombrío y terrible, alzaba su vuelo de águila sobre Europa, y cómo sonreía al contemplarla convertida en un solo reino, y postrada á los pies de un solo rey. ¡Oh! tales revelaciones á la faz del mundo dan favor á nuestra causa: evitemos pues que el letargo se apodere de nuestros miembros, y que la inacción peligrosa debilite nuestras fuerzas. L A REINA. Luego vos juzgáis que debe lidiarse con mas vigor que nunca? La insurrección sostenida en los Países Bajos, la reforma en Francia, el libre examen en Alemania, tales son y deben ser nuestros fines; pero la rebelión, la controversia que nos salvan en el exterior habrán de sucumbir en casa por la suprema razón de nuestra vida. Tal es mi deseo, mas los medios CECIL. Existe una conciencia libre; sea el monarca la guía de los espíritus. Existe un parlamento que puede abrigar la sedición; sea condenado á la nulidad.
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{Disimulando su alegría). Pero tan severa intolerancia (con intención) vos me dais un consejo que requiere tal audacia, tal energía El error pudiera crearos una responsabilidad funesta CECLL. N O temo señora la gravedad de los medios, la fé en la idea es la religión del pensamiento, y la energía que la sustenta es la vida del corazón. L A REINA. {Con entusiasmo). Comprendo que es lícito, que es deber de un rey la salvación de su reino; que la época apacible de las naciones no ha llegado aun, y que lo que hoy se apellida intolerancia es solo la fuerza contra los planes de Felipe ó la existencia, el porvenir de la Inglaterra. CECIL. Ah! señora, en vuestra mirada, en vuestros acentos, en la ardiente expresión que los anima reconozco como en todas vuestras acciones, á la gran señora que, desdeñando los triunfos de sus sexo, admiró como reina al mundo. La historia que no hace justicia á las épocas no es digna de su nombre. Creedme, señora, la historia aplaudirá vuestra prudencia. Vuestro reinado ha elevado las letras y las artes, que sea grande también por la política. L A REINA. Séalo enhorabuena {Cécilpresenta á la Reina unos papeles). ¿La renovación del parlamento? CECIL. Y la formación de un nuevo ejército para Irlanda.
LA
REINA.
L A REINA. Un ejército!
CECIL. Llegó la oportunidad de comunicar á V. G. las últimas noticias. El conde de Essex acaba de firmar con el rebelde Tyron un armisticio que perjudica al buen éxito ele la pacificación, y aun se sospecha que ha comenzado con su enemigo una correspondencia poco leal. Propongo á V. G. su deposición. L A REINA. {Firmando) Su deposición....! y su juicio....! CECIL. El mas humilde de vuestros subditos os felicita. LA REINA. Bien está, Sir Roberto; id con Dios, y él acoja vuestros votos.
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ESCENA IV. LA
REINA.
(Después de llama}') A Lord Bristol. (vase el ugier) El Conde de Essex en conferencias con Tyron No me sorprende esta noticia ¡Ay! yo segaré en flor sus pensamientos! ESCENA V . LA REINA, BRISTOL.
LA REINA. Milord, os escucho. BRISTOL. Señora, quiera el cielo que mis palabras no sean de vuestro real desagrado. El Conde de Essex... LA REINA. Acaba de violar mis mandatos.... Era eso lo que ibais á decirme? BRISTOL. Cómo! V . G. sabe ya.... L A REINA. Que está en correspondencia con Tyron, con España, lo oís? con España! BRISTOL. Roberto D'Evreux es un buen servidor y vuestros enemigos fueron siempre los suyos. Su nacimiento, sus honores serian gran parte á despertar la envidia, si no fuese ya bastante la predilección que, á ley de buen vasallo, ha merecido á V. G. ¡Ah! Señora, la sonrisa benévola de un Rey es un bien peligroso al que la inspira y sugiere con frecuencia enemistades venenosas: tal vez á alguna de ellas debe Roberto D'Evreux la calumnia de que es víctima. Es verdad que su conducta en Irlanda pudiera interpretarse, mas ¿porqué no hacerlo en su pro? Quizá falto de auxilios para triunfar decididamente, quiso evitar su total derrota llamando á los rebeldes á medios pacíficos. Creedme, oh noble reina, escuchadla verdad de su propio labio. Roberto D'Evreux nunca insensible á vuestra honrosa estima, está pronto á manifestaros las razones que han mediado en su conducta.
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LA REINA. Qué decis?
BRISTOL. En breve llegará á la corte á justificarse ante la Reina. L A REINA. Cómo! Sin aguardar mi orden.... abandonar á Irlanda?.... Milord!.... BRISTOL. Vengo únicamente á anunciaros su llegada. L A REINA. Tal osadía. UN UGIER.
{Anunciando) Milord, Conde de Essex.
L A REINA. Qué oigo!
ESCENA V I . DICHOS, ESSEX.
ESSEX. Señora, si el Conde de Essex llega hasta los pies de V . Gr., si osa llevar al labio la mano de su reina es porque puede levantar su frente altiva. L A REINA. [Con ironía) Y tenéis derecho á levantarla, Milord, porque habéis llenado mis deseos. Mi corona os debe de hoy mas un florón brillante, y la Inglaterra os dá las gracias porque habéis exterminado á sus enemigos. ESSEX. Si la Inglaterra no hubiese negado á sus guerreros los auxilios que demandaban, si cual madre ingrata no hubiese abandonado á sus hijos en las garras enemigas, sería justa al pedir hoy á mi acero uDa nueva gloria; pero con un ejército cuyas filas diezmaban la deserción y la epidemia, con un ejército sordo á la voz de su caudillo ¿qué hacer? LA REINA. Llevarlo á la muerte Milord pero son preferibles los armisticios, las conferencias con el rebelde Sí, Milord, habéis llenado mi con fianza. ESSEX. Tan amarga ironía L A REINA. No os place?
ESSEX. La desgracia no empaña el brillo de un hombre á que debe vuestro cetro mas de una victoria y al que la fama hace justicia. LA REINA. Recobráis vuestro altivo continente? Bien por Dios.... Negociabais con los rebeldes las
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armas os eran ya inútiles; dejasteis á Irlanda porque mi vista os seguía por todas partes.... ¿Os admira que sepa leer con tal claridad en vuestra mente? ESSEX. (Con rabia concentrada) Oh! L A REINA. (Acercándose á ély á media voz) Acaso levantasteis demasiado la intención, pero olvidasteis que la Reina tiene espadas tan valientes como la vuestra y mas leales que la vuestra.... Ved mi corona y decid si no os deslumhra!... ah! sois un traidor! ESSEX. (Ademan de soberbia) Señora! BRISTOL. (Aparte á Essex) Conde! L A REINA. Caballero!
(Aparte) Es verdad.... L A REINA. Tened cuidado, Milord, sed prudente. (Pausa) BRISTOL. (Aparte á Essex) Conjurad el peligro, amigo mió, ved que os perdéis (d la Reina) Señora con la venia de vuestra gracia.... (La Reina le despide con un ademan.)
ESSEX.
ESCENA V I I L A REINA, ESSEX.
L A REINA. Salid de la corte y no volváis. ESSEX. Mis empleos, mis honores me llaman á ella. LA REINA. Ocupáis un asiento en la Cámara de los pares, sois lugar-teniente de Irlanda, general de la Artillería, os honráis con el gran cordón de la Jarretiera; borrad de vuestro nombre esos dictados y alejaos de mi presencia. ESSEX. Señora.... L A REINA. L O mando.
ESSEX. Me arrancáis mis honores, me desterráis.... pues bien, señora, voy á obedeceros; pero antes de deciros adiós para siempre, tened la bondad de escucharme. Mi palabra será breve como la última palabra del que se aleja.... ah! os lo suplico.... (Deteniéndola) es la última merced.
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L A REINA. Hablad y sed lacónico. ESSEX. Es breve la historia que voy á contaros.... Dulce memoria que evocada por la vez postrera va á perderse en los abismos del olvido: es un recuerdo que también nos dice adiós, grato como la ilusión, tierno como el sentimiento, pero triste como.... como un recuerdo. Una tarde, vos como hoy reinabais en Inglaterra y hermoseabais con vuestro encanto el trono de vuestros antepasados; una tarde, repito, en que Mayo cubría la tierra con su manto de flores, se paseaba la reina seguida de sus damas y algunos caballeros en los jardines de Westminster. Entre aquellos habia uno, bastante joven, que habia sido presentado á la reina pocos dias antes. La comitiva caminaba á pié, cuando un pantano situado en mitad de la senda detuvo su marcha, al punto el joven de que os hablo se adelantó á la indecisa grey y alfombró con su capa el paso de la reina. Entonces la reina se dignó sonreír al caballero, y el caballero se juzgó pagado. L A REINA. La historia que referís no viene á cuento; es una historia, que si por algunos dias alimentó mil comentarios, presto fué olvidada enteramente. ESSEX. Algún tiempo después, el joven abrigaba en su corazón un afecto mas vehemente, mas tierno que el de un vasallo. Inflamábale con sus fuegos el amor de la gloria, mas de un campo era entonces testigo de su arrojo y mas de una vez resonaba en sus labios al lanzarse en la pelea, el nombre de Dios unido al de su clama. La alta señora cuya admiración quería despertar el caballero, la muger cuyo afecto quería alcanzar como premio debido á la ternura, al entusiasmo, era mas que muger, pues era Reina. L A REINA. (Acercándose) Sí reina, es verdad, y su corazón altivo admiraba en el caballero la juventud, el ardimiento, la nobleza; pero la ilusión que habia concebido al juzgarse móvil de acciones grandes, desapareció ante la realidad. Las edades no eran las mismas y los caracteres eran opuestos. A par que el j o ven hallaba en la reina sobrada altivez, ella perci-
bia en él la ambición demesurada; el monarca desconfiaba del subdito, y la muger ocultó su amor al hombre. Y sin embargo, aquella muger fuerte, que reputaba el lazo conyugal como atentatorio á su independencia, soñó con que Inglaterra, gracias á los méritos del joven, lanzaría quizá gritos al aire aclamándole su rey. ESSEX.
Ah!
L A REINA. Pero quién pensara que la copa que brindaba con sus delicias, contenia tan solo amarga hiél! ESSEX. Ah! señora, dejadme concluir. El caballero no era ya el imprudente cuanto ligero joven que en el sitio de una plaza, arroja el guante á través de los muros y reta á su enemigo á combate singular proclamando la hermosura de su dama; era sí un soldado decidido que al vacilar un trono, lo salva en Cádiz, bajo el fuego de los enemigos de Inglaterra. Aquel galante doncel de los jardines de Westminster, el caballero que retaba á su contrario, el general que triunfaba en Cádiz, merecían otro premio que la deshonra y otro destino menos duro que el destierro. ¿No es verdad, señora, que la Reina de que os hablo fué asaz injusta? L A REINA. El caballero dejó de ser cumplido, el vasallo fué rebelde, el héroe eclipsó su gloria; pero la Reina, para merecer mas aun el renombre de bondadosa, quiso olvidar lo pasado lo pasado, entendéis? Consintió en aguardar lo porvenir. Conservad vuestros honores, Milord; suspended vuestro destierro. ESSEX. (Se arroja á sus pies y le besa la manó). Ah! señora L A REINA. Ah! Roberto Conde de Essex, id con Dios. ESSEX. (Aparte). Conde de Nottingham, por esta vez el triunfo es mió! (Saluda y vase).
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ESCENA V I I I . L A REINA.
{Después de seguir á Essex con la vista). Corazón ardiente que la nieve de los años no ha podido apagar, guarda en tu seno, como en un sepulcro, las reliquias de las muertas esperanzas Bien lo has dicho, Roberto, es tan solo un recuerdo, grato como la ilusión, tierno como el sentimiento, triste como un recuerdo. ESCENA I X . L A REINA, CECIL.
CECIL. Señora, uno de mis agentes acaba de interceptar estos pliegos en el camino de Escocia, iban dirigidos al Rey Jacobo V I . Es tal su importancia, al parecer, que no puedo menos de abrirlos en la presencia real. (A una indicación de la Reina procede Cécil á abrir los pliegos). Dígnese leer V . Gf. L A REINA. (Después de recorrerlos con la vista). Roberto D'Evreux conjurado con Jacobo de Escocia! oh! perfidia! Hace un instante que aquí, á mis pies, aquí mismo invocabas halagüeñas memorias; que tus labios vertían dulces acentos y mi alma conmovida se prometia un tiempo mas feliz pero ah! mi alma se engañaba, y tus labios eran perjuros Oh! me vengaré sí, me vengaré! Mi corazón hierve como el océano agitado por la borrasca y en mis ojos debe brillar el fuego del rayo Oh! furor! que mi semblante encubra mis amargos sentimientos, que mis lágrimas vertidas en silencio sean otras tantas gotas de la hiél que me envenena pero que en tanto mi sonrisa brillante y siniestra, como la aurora de funesto dia, envuelva en sus fulgores el pesar y el rencor que me devoran Sir Roberto tan solo veo en es-
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tos papeles líneas dictadas por una intención pérfida, mas su imprudencia destruye sus planes. CECIL. El Rey de Escocia, sin embargo L A REINA. Abriga ambiciosos designios que habrán de desvanecerse como la niebla ante el sol de la mañana. Fundará Jacobo V I , acaso sus pretensiones en la ya olvidada bula de Paulo IV? Entonces la desheredada hija de Ana Bolena, podrá mostrarle el cadalso de la elegida de Roma ¿Osará tal vez el hijo llegar hasta un trono, sin que su planta se deslize en la sangre de su madre? ¿Piensa quizás que la Reina Isabel esté dispuesta á renunciar con débil pecho una ofrenda de lealtad que sancionan nueve siglos? ¡Vana quimera! Escribid, caballero. [Cécil lo hace rodilla en tierra). "Nuestro muy querido y buen hermano Jacobo, rey de Escocia: Vos no habéis olvidado nunca el grande afecto y sumisa lealtad que desde tiempos que guarda la memoria, tributaron los reyes de Escocia, vuestros antepasados, á los de Inglaterra. Existe, sin embargo, en este reino un hombre que lo ignora ó que lo olvida, y como tal ignorancia ó tal olvido, es una traición; os envío los pliegos que, profanando vuestro nombre, abusando de vuestra fe y suponiéndoos injustas y criminales intenciones, os iban dirigidos, quedando obligada á fuer de buena hermana y celosa amiga, á castigar al traidor y á enviaros en breve su cabeza.... sí, su cabeza. Adiós rey y hermano mió, os ama de corazón y os desea un feliz reinado, vuestra humilde \_firmando~] Isabel." Vos, caballero, mostrad antes al jurado esos papeles. ( Váse por la izquierda.) ESCENA X . CECIL, MARGARITA Y LA DE NOTTINGIIAM (al paño.)
MARG. Sir Roberto.... el conde de Essex ha llegado á Londres, no es verdad? CECIL. (Dirigiéndose al fondo) Si señora.... perdonad, pero....
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MARO. (Deteniéndole) Decidme.... se referíanáél las últimas palabras de la Reina? CECIL. N O lo sé (Váse). MARG. (Con abatimiento) ¡Cielos! CONDESA. (Ocultándose) Bien!
FIN DEL PRIMER
ACTO.
ACTO SECUNDO. La decoración del primer acto. Durante la representación se verán cruzar por el fondo algunas máscaras. ESCENA I. SIR
ENRIQUE. Después ESSEX.
S. ENRIQUE. (Se quita la máscara) ¡Gentío inmenso el que vaga por las salas espaciosas; acuden tantos á estos bailes de la reina! ¡Cuánta alegría en los salones y cuánta tristeza en los calabozos! Imagen fiel del mundo, esta torre de Londres encierra en su recinto, cuasi mezclados, la alegría y el dolor, la luz y las tinieblas; por lo que hace á mí, siempre que atravieso esas galerías durante la noche, me parece ver cual se deslizan en la oscuridad las sombras de tantas víctimas como se han inmolado en estos últimos tiempos: condenación sobre esos hombres que derraman nuestra sangre y nuestras lágrimas!.... Pero el Conde de Essex se dirige á esta sala; tardaba demasiado, y empezaba á recelar que faltase á mi cita. (Saliendo con cautela al encuentro del Conde) Milord! ESSEX. (En el mismo tono) Sir Enrique, cuándo habéis vuelto de Escocia?—Qué dice el Rey Jacobo?—Cómo habéis penetrado en estos lugares, vos, un proscripto? S. ENRIQUE. Satisfaré una tras otra todas vuestras pregun-
tas.—Ayer llegué á Londres y he permanecido oculto hasta esta noche en mi posada. La voz de vuestro arribo me ha decidido á salir de ella y merced á un amigo nuestro, he logrado introducirme bajo su nombre en el sarao.—Vos sabéis la confusión que hay en tales fiestas, y no extrañareis que esta circunstancia unida á la de mi disfraz hayan evitado que fuese descubierto. Por otra parte, hay conferencias peligrosas á que presta mas garantías el bullicio que la soledad; os cité para este sitio porque sé que vigilan vuestra ^estancia. ESSEX. Y habéis hecho muy bien.—No olvido que vuestro brazo, amigo mió, combatió bajo el pendón que alzó Norfolk por María Stuart, ni creo que se hayan olvidado vuestros escritos contra la nueva liturgia anglicana.—Vos podéis burlar su vigilancia, es verdad; pero si os hallasen, no os seria tan fácil eludir la última ley, que condena á muerte á los que hayan negado su juramento ala reforma. Jugáis la cabeza, amigo mió, y eso me prueba la importancia de la misión que os conduce á Londres. S . ENRIQUE. NO OS equivocáis, Milord.—Durante vuestra ausencia hemos preparado nuevas armas. El Rey Jacobo espera, y sus thanes están prontos; son lobos dispuestos á vadear el Tweed para cebar sus garras en nuestros campos.—La trompa escocesa solo aguarda vuestra señal para resonar en las montañas. La necesidad de dar este aviso ; noble conde de Southampton es lo que me ha traído á Londres, y el deber de daros cuenta me ha conducido esta noche aquí. ESSEX. Decidme: el Rey de Escocia habrá recibido los planes que le dirigí desde Irlanda? S . ENRIQUE. LO ignoro. De cuando datan? ESSEX. Habrá ocho dias que un emisario activo emprendió con ellos el viage á Escocia. En dichos papeles hablaba al rey, de mis conferencias con Tyron, el gefe de los rebeldes irlandeses; manifestaba el fru. to que era de esperarse de sus turbulencias y señalaba mi vuelta á la corte como medio de ponerme 1
en acción; pero me decís que tales pliegos no lian sido recibidos, y como Cécil tiene tan buenos hurones, me causáis alguna inquietud.... S. ENRIQUE. Qué hacer pues? ESSEX. Prevenir el golpe—Sir Enrique, amáis aun con el mismo ardor la causa que abrazasteis? S . ENRIQUE. Milord, cuando juré ampararla solo vi un arma en la política y un brazo en Jacobo V I . — S e - . guí el partido de Escocia porque su triunfo afianza dulce tregua al perseguido. Los patíbulos se bañan en sangre católica, cuando tan solo la santa y verdadera religión debiera alzarlos, mil proscriptos mueren en remotos países, y no sé porqué la vieja Inglaterra no recibe en su seno la palabra postrera de sus hijos ni porqué la brisa que meció nuestras cunas, no sacude también los cipreces de nuestros sepulcros. A mí no me guía otra gloria que la del Dios de mi niñez, ni otro amor que el de patria; yo que busco afanoso los martirios y aun la muerte; yo que siento en mi corazón el fuego de la venganza y que sueño con la palma de los héroes, yo, merezco por desgracia tal pregunta? ESSEX. Perdone vuestro ardimiento si le ofendí; pero son hoy mas que nunca necesarias tal energía y tal firmeza. 3. ENRIQUE. Hablad, Milord. SSSEX. Disponeos á partir á las montañas. Id antes en busca de Southampton, le hallareis en su morada, le diréis que en Drury House me aguarde al lucir la aurora, que convoque á los amigos, y acudid vos también: démonos trazas para llenar nuestras miras con toda la presicion que exigen los momentos. S . ENRIQUE. Bien está, al punto voy. En Drury House al lucir el alba. ESSEX. Hasta mas ver.
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ESCENA II. ESSEX.
ESSEX. Jacobo de Escocia! tu mente sueña con una nueva corona, tu delirio te arrastra hasta el punto de confiar á mano extraña la ejecución de tu designio. Hay instrumentos peligrosos que se vuelven contra el brazo que los maneja. Tú ignoras que en mis sueños existen también imágenes brillantes y terribles que despiertan en mi corazón la esperanza.... Una corona! Quimera, locura!.... sin embargo, ¿es otra cosa un rey, que el primer noble? Cuántos guerreros no trocaron su espada por un cetro, y cuántos barones no trocaron su corona feudal por la de un rey?.... (Se oye la música del baile y las máscaras despejan la escena) La sangre de Ana Bolena se nutre en mí; de todos los nobles hay pocos tan cercanos á ese trono; la ambición arde en mi pecho y mi brazo puede manejar la ardiente espada. Ocasión, ocasión, tan solo anhelo! Inglaterra, patria mia, ay! de tí si la mano que te rige te arrastra en su decadencia! Albion, roca altanera, capitolio de los mares; quién pudiera desde tu altura dar su voz á los destinos! Ah! si fuese verdad.... Si los sueños del ambicioso fuesen la revelación de lo futuro.... Pobre de mí, Macbeth atormentado! Dejadme, hechiceras; cesen de turbar mis oidos vuestras palabras tentadoras; apartaos de mi camino.... Queréis cual la de Macbeth ensangrentar mi mano?.... Es verdad que Isabel protegió á mis enemigos; pero fué también mi bienhechora, su sangre circula por mis venas; y es tan solo una muger.... No, esperemos.... esperemos. ESCENA III. ESSEX, L A CONDESA, con antifaz.
CONDESA. S Í esperar.... esperar.... tal es el alimento de Jas almas que poseen la fé. 6
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ESSEX. Y por qué no? Quién te ha dicho, máscara, que la he perdido? CONDESA. La fé nos engaña á veces, y el despertar del sueño delicioso con que nos encanta, tiene un nombre amargo como la hiél, mas cruel que la misma muerte, la desesperación! Mi lenguaje contrasta en estos momentos con vuestra fisonomía ebria de placer; rogad al cielo, altivo conde, porque siempre brille ese mismo fuego en vuestros ojos. Desconfiad de la alegría, ella embriaga á sus víctimas para que el dolor las hiera enfurecido. ESSEX. Cuan extraño es que una muger joven y bella, pues presumo que lo eres, prodigue en una fiesta tan horribles palabras, cuan extraño es que se complazca en derramar la oscuridad y el desconcierto la que solo debiera esparcir luz y armonía.... Créeme, hermosa, busca en el sarao un corazón que embriagar con tus amores, busca en los que observen esa mirada ardiente, y que adivinen el hechizo de un rostro quizás demasiado bello, nuevos triunfos á la ilusión, á la fé que quieres destruir con tus palabras. El desencanto que prodigan no es propio de tí, tu misión es la de mantener aquel engaño tan dulce, es la de regar con gratas flores la huella seductora de tus pasos. CONDESA. Galante por demás está el buen conde.... tenéis razón: nuncio de buenas nuevas será mi labio.... El conde deNottingham está para llegar á Londres.... quizá llegará esta noche! ESSEX. El Conde de Nottingham....! CONDESA. Palidecéis!....
ESSEX. No á fé.... El conde es sin duda mi enemigo.... jamás podrá olvidar su alma que lastimé su ambición.... Esto ya lo ves, no se perdona fácilmente; pero hay ademas otra persona que me aborrece quizá tanto como él, y á quien sin embargo no profeso rencor alguno. CONDESA. SU esposa!.... Y por qué no os quiere la condesa? ESSEX. Tal pregunta suelo hacerme, porque á la verdad,
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lo ignoro.... Por lo que hace al conde, no le temo; mi brazo ha vencido á enemigos de mas saña. CONDESA. VOS estáis en peligro, Milord aun, no se han olvidado los últimos sucesos de Irlanda. Quizá desborda un torrente una sola gota de agua. ESSEX. ]S[o importa, mi valor pondrá diques al torrente. CONDESA. Vuestros adversarios, conde, no se vencen con el acero. ESSEX. Emplearé la astucia. CONDESA. Son audaces. ESSEX. Lo soy yo
mas.
CONDESA. La prudencia no fué siempre vuestro guía. ESSEX. La fortuna me ayudará. CONDESA. E S ligera. ESSEX. La fijarán los hechos. CONDESA. Los hechos ¿cómo?—Ved que os engañáis. ESSEX. Quién lo sabe? CONDESA. Si creyeseis en el destino, podría revelaros lo porvenir. ESSEX. Quién, tú? CONDESA. S Í — H e aquí el secreto de un lenguage que os
parecía tan extraño.... ESSEX. Eres por ventura alguna maga? Poco influjo pueden tener las predicciones en personas de claro juicio.... Pero quisiera que me leyeses mi horóscopo. Vamos, habla. CONDESA. He consultado esta noche los astros.... ESSEX. Y habrás reconocido el mió? CONESA. S Í , burlaos.... El vuestro brillaba de una manera singular, su disco estaba empañado con manchas de sangre. ESSEX. (Queriendo sonreír). Ah! la astrología no es ciencia de cristianos. CONDESA. El astro de que os hablo iluminaba las fronteras de Escocia. ESSEX. Qué decís? CONDESA. NO os alarméis. Poco después junta á la vues-
tra apareció otra estrella mas brillante; su fulgor se acrecía mas y mas, y como por encanto la vuestra se eclipsaba, hasta que por fin el nuevo astro absor-
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vio toda su luz. El vuestro entonces.... se apagó completamente. (Se dirige al paño). ESSEX. Pero la nueva estrella.... CONDESA. (Yéndose). Era la de Jacobo V I . ESSEX. Detente!.... Máscara infernal! ESCENA I V . ESSEX, MARGARITA. ESSEX. Qué
veo!
MARGARITA. Roberto! oh! Dios mió! ESSEX. Margarita!.... Conoces á esa máscara.... Dime, la» conoces? Quién es esa muger? MARGARITA. Qué tenéis?.... Está pálido vuestro semblante, vuestra voz tiembla.... ESSEX. Nada, no es nada, vana preocupación, vértigo que pasará en breve.... Dime, la conoces? MARGARITA. S Í .
ESSEX. Quién es, pues.... habla.... MARGARITA. Una muger que no os ama y á quien yo aborrezco. ESSEX. La Condesa de Nottingham? MARGARITA. La misma.
ESSEX. Ah! no eran falsas mis presunciones; su complacencia en atormentarme, sus fatídicas palabras. MARGARITA. Toda la noche os he estado buscando.... He dado mil vueltas por los salones, me he perdido en el bullicio. Las luces no ahuyentaban las tinieblas de mis ojos.... la fiesta me era insoportable. Perdía la esperanza de veros, creía que ya no vendríais, y mi angustia era terrible. Precisada á seguir á la reina, creía morir de pena y de inquietud.—Desde que llegué al sarao conocí á la condesa; apoderóse de mi alma el terror: no sé qué fatalidad encierra su persona. La vi dirigirse hacia esta sala, no pude contenerme y he seguido sus pasos.
BSSEX. Tranquilízate, alma mia.—En otras ocasiones tus palabras seductoras derramaban en mi corazón una dulzura que es extraña para mí hace algún tiempo; palabras cuya, delicia no podría comprender el que solo tiene en su alma la agitación y la duda. Tú me decías que la verdadera felicidad era apacible como el aura de los campos, tierna como el arrullo de la paloma inocente. Entonces eras mi consuelo, eras para mí el rocío que refresca una tierra abrasada. Oh! vuelve á ser para mí la misma muger: habíame como entonces. MARGARITA. Aquellos tiempos de paz, aquellas horas tranquilas en que el alma se adormecía en su ternura soñando con los ángeles, han huido de nosotros tal vez para siempre. Entonces, cuando no estabais á mi laclo me devoraba cierta pena.... mi corazón vivía fijo, absorto en vuestro recuerdo; si al cabo de tanto tiempo de inútil esperar os veian mis ojos, mi ser se dilataba y la dicha rebosaba en mi corazón. Oh! así me enseñó el amor á llamarme venturosa!... pero hoy.... hoy mis tormentos se aumentan cuando os veo, y prefiero la terrible ausencia! ESSEX. Tú que posees la memoria de felices días, que eres para mí el arrebato ele la felicidad, la sonrisa de un tiempo que ya pasó ¿qué puede turbar un corazón nacido para la pureza y para las pasiones tiernas y sencillas? MARGARITA. Si Dios hubiera querido que brillase siempre sin manchas el sol de la ventura! Pero aquel sol se hundió para siempre y ha dejado en su lugar la noche tenebrosa.... ah! para qué volvisteis? ESSEX. S Í , es verdad, para qué he vuelto!.... MARGARITA. Estamos en el borde de un abismo, amigo mió. Si esta torre se desplomara sobre nosotros, si el puñal se alzara sobre nuestros corazones, si la mar que se estrella contra las rocas se desbordara á nuestros pies; la situación, el peligro no serian tan graves como son ahora.... presentimiento cruel que se levanta como un gigante armado contra vos y que os amenaza con su presencia, nube que se alza en
el horizonte, que amenaza cubrir el cielo y derramar la tempestad. ESSEX. Disipa tus temores, serena tu frente en presencia de aquel que se envanece y se extasía con tu amor, de aquel que ha podido hallar á tu lado algunas horas dulces, algunas horas robadas al tumulto del mundo y á los raptos de otras pasiones. Tranquilízate y habla: qué sucede? ya ves que estoy sereno; tú lo has dicho: es solo un vago presentimiento. El gigante será ahogado por mis brazos... Mi voz conjurará la tempestad. MARGARITA. Esta mañana al saber por Lord Bristol vuestro próximo arribo, me coloqué en una de las ventanas que dan al vecino Támesis con objeto de espiar vuestra venida á poco una chalupa cruzó las turbias aguas un caballero vestido de viaje estaba sentado en la popa mi corazón latía con violencia.... erais vos.... Después de saltar en tierra y de atravesar la esplanada, entrasteis en la torre.... entonces, me dirigí á esta sala y á través de los tapices escuché en parte vuestra conversación.... algunos momentos después salisteis contento y orgulloso.... mi espíritu daba gracias al cielo por el buen resultado de la entrevista, cuando Cécil entró y presentó algunos pliegos á la reina, hablaron de vos, del Rey de Escocia.... ESSEX. Y la reina?
MARGARITA. Dictó luego una carta á Cécil dirigida según pude percibir á Jacobo V I . ESSEX. Qué mas?
MARGARITA. En ella ofrecía remitirle la cabeza de un culpable. ESSEX. Cielos!
MARGARITA. Vana fué mi diligencia para hablaros, pues mi empleo de dama de servicio me obligó á permanecer todo el dia junto á su gracia. Esta noche hablaban la reina y Cécil con extremo interés, y á pesar de hallarme cerca de entrambos no pude alcanzar aquellas palabras que brillaban cual llama siniestra en sus labios y que se perdían fugitivas sin lie-
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gar á mis oidos. Oh desesperación! el alma mia me dice que se referían á vos. ESSEX. Sin duda alguna.... Margarita lo que acabas de decirme abrasa como el fuego, no es ya presentimiento, es una desgracia cuasi inevitable.... Oh! los momentos valen la existencia: no debo perderlos. MARGARITA. S Í , partid.... partid Roberto.... Dios mió! (Se oye la marcha del primer acto.) No oís? ESSEX. Ya el sarao termina. MARGARITA. La Reina se retira á su cámara.... clebo acompañarla. ESSEX. Acaso note ya tu ausencia. MARGARITA. S Í partid., yo os comunicaré cuanto suceda., avisadme vos también tan luego como estéis en salvo... No os detengáis.... si no queréis que muera el corazón. Oh! partid. ESSEX. El alba comienza á disipar las tinieblas de la noche... Margarita! MARGARITA. Adiós! (Se separan y váse Margarita.) ESSEX. Pobre lirio que amenazan las borrascas de mi vida! (Asomándose á una ventana de la derecha}) La aurora comienza ya á esparcir su claridad.... Adiós Londres; presto volveré á ver tu sombrío cielo.... Volveré? lo ignoro.—Incierto porvenir, yo rasgaré tu velo tenebroso.... Oh! dia brillante que anhela mi corazón, voy en tu busca! (Al salir aparecen un Capitán y algunos guardias). ESCENA V. ESSEX, E L CAPITÁN Y GUARDIAS.
CAPITÁN. En nombre de la Reina, Milord, entregad la espada. ESSEX. Ah! Tomadla! A dónde me lleváis? CAPITÁN. A uno de los calabozos de esta torre. ESSEX. Una prisión de estado...! Vamos.
ACTO TERCERO. Una galería en la torre de Londres. En primer término dos puertas una á cada lado: la de la izquierda, del actor conduce á la sala de los jueces, la de la derecha á otros departamentos de la torre. Al fondo se supone un pasadizo que atraviesa el teatro, y se limita á cada lado por el, último bastidor. Es de noche y la escena estará alumbrada por lámparas 6 por los aparatos de luz mas convenientes.
ESCENA I. BRISTOL, MARGARITA.
BRISTOL. Está para fallarse el proceso: el acto será presidido por mí, y ojalá, hija mia, que todos vean su causa con mis propios ojos. MARGARITA. VOS, milord, habéis sido siempre justo, pero podrá decirse lo mismo de los demás jueces? Vos tan bueno para mí, solo veis en el Conde la víctima de la ambición funesta: vos me amáis, y presentís que la sentencia dada contra él habrá de herir mi alma. ¿Quién os hubiera dicho cuando me tomabais en brazos para acariciarme, que aquella alegre niña que os hacia sonreír con dulzura, habría de ser después tan desgraciada que os hiciese llorar. BRISTOL. (Conmovido) Tienes razón, Margarita; así pasan algunos dias como un sueño agradable, y cuan amargo es despertar! Entonces era yo también mas dichoso, por que mi corazón esperaba mas del mundo y de los hombres. Al pensar en lo porvenir, al profetizarnos cualquiera algún pesar futuro, tú hubieras sonreído con la sencillez de la infancia, yo como la soberbia de los treinta años. Desterrado de
la corte, perseguido por enemigos crueles y refugiado en la casa de tus padres, pasaba yo las horas lleno de confianza en mis fuerzas y menospreciando á mis adversarios: el porvenir es un libro enigmático en que solo Dios puede leer. MARGARITA. Milord!
BRISTOL. Si hablases á la Reina, creo que arrojándote á sus plantas despertando la voz de su clemencia MARGARITA. La Reina ignora la intimidad que me liga con el Conde, los proyectos de la unión que debia verificarse en breve, y que solo la muerte podrá impedir; al revelárselo mi voz angustiada, temo que su corazón vea con desagrado las lágrimas que su antiguo favorito me hace derramar, temo que sus oidos de reina escuchen con disgusto las súplicas de perdon para el culpable. BRISTOL. Sin embargo, Isabel es capaz de sentir nobles impulsos, y el mismo afectuoso interés que antes manifestaba al Conde, podrá acaso inclinar su alma á la bondad. Por otra parte, Sir Roberto Cécil inflexible cuando se trata de llevar á cabo una idea, merecedor en alto grado del valimento y prestigio que goza en el ánimo de la Soberana, aunque poco afecto al Conde, no es adversario mezquino; su corazón ambiciona la supremacía en el poder, pero su mente, que se solaza en las altas regiones, no desciende á la tierra para ensañarse en un individuo: quizá pueda sernos útil, le hablaré. MARGARITA. OS engañáis, milord—Cécil no tiene de hombre sino el aspecto; su corazón es inerte como el mármol. BRISTOL. Probemos sin embargo, hija mia; yo le he visto alguna vez sufrir por la desgracia agena. Desconfía de la apariencia: bajo la mortaja fúnebre puede darse un corazón privado de latir pero no muerto. Cécil llega, deja que yo le hable; Margarita, aguarda en esa estancia (Entra Margarita por la puerta de la derecha). 7
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ESCENA II. BRISTOL.—CECIL.
BRISTOL. Llegáis oportunamente, Sir Roberto. CECIL. Me alegro mucho; de qué se trata? BRISTOL. De enjugar mas de una lágrima, de volver la dicha á mas de un corazón. El Conde de Essex, como sabéis, ha sido acusado de un crimen capital; un jurado de veinte y cinco lores del reino habrá de reunirse en breve para CECIL. SU sentencia tal vez sea la de muerte. BRISTOL. Sin embargo, Roberto D'Evreux es mas desgraciado que criminal; arrastrado por las sugestiones de un poderoso, ha intentado destronar á nuestra reina, empero su sangre no será garantía de lo futuro; existe un Rey en Escocia á quien no alcanzará el castigo. CECIL. A quien no alcanzará el castigo, pero sí la censura moral de la justicia. El R e y de Escocia es un conspirador poderoso á quien debe privarse de sus férvidos agentes; es el águila cuyas alas deben cortarse para que no se eleve hasta las nubes. Además, la cabeza que alienta y dirige los disturbios, habrá de ponerse á raya sin duda alguna, al ver que los brazos de que se vale para ejecutar sus designios, no participan de su impunidad. Barón de Bristol, el de Essex y sus cómplices deben morir; los mas altos intereses de la política lo exigen. BRISTOL. La política! palabra elástica que puede prestar su sanción á las pasiones, cuando el que condena es adversario. De algún tiempo á esta parte todos los bandos han tomado por lema la misma idea. CECIL. Culpad pues á la naturaleza que ha puesto lo violento en el camino del hombre, y que ha hecho que la miserable criatura no edifique sino destruyendo; por lo que hace á mí, sacrificaré á mi lealtad mi propia dicha. La reina teme por su corona, teme por su vida, y yo, que anhelo ser digno de su confianza,
no puedo darle un consejo que ponga en peligro entrambos bienes. Ninguna afección personal respecto del Conde me arroja en esta senda; Roberto D'Evreux contó siempre cualidades que le daban algún mérito á los ojos de ciertos hombres, estas cualidades, mas brillantes que sólidas, no han despertado jamas en mi alma la menor envidia. Por lo demás, su causa está para ser fallada por los pares del reino; por sus lejítimos jueces. BRISTOL. Decid mas bien, por sus enemigos.—Vos conoceréis, caballero, que aunque no fuesen hombres consagrados con entusiasmo á sus doctrinas, la voluntad de Su Gracia es tan poderosa! CECIL. SU crimen está probado, milord. BRISTOL. Con todo, semejante sentencia no salvará al estado; el hacha del verdugo sacrificará á un hombre y nada mas: la clemencia obliga, y tal vez podria ganarse con su benéfico influjo, una existencia que aun pudiera ser útil al estado. CECIL. OS equivocáis, amigo mió, la ambición es un sentimiento que nace con el individuo, se alimenta del corazón en que se alberga y solo se extingue con el jugo de la vida.—Roberto D'Evreux sería siempre un agente de Escocia ó de cualquiera otro enemigo de la reina; su nacimiento, su carácter, algunos hechos militares y sobre todo el favor que ha gozado por parte de nuestra Soberana, cuya circunstancia me merece el mas alto respeto, constituyen al Conde en un temible anarquista.—Si acaso no desconocéis las intrigas de Europa, Inglaterra ha menester de la paz intestina, y cuenta demasiados enemigos en el exterior, para que vacile en entregar al tajo á algunos nobles mal avenidos con el sosiego público y que pueden convertirse en instrumentos de su ruina. BRISTOL. Pues bien, si es culpable que sea castigado: si es peligroso desarmadle. Un destierro puede asegurar en lo futuro la vida de S. G. y la paz del reino; ved que el error que es una inconsecuencia, porque la naturaleza es la verdad, no queda jamas impune;
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generaciones enteras lloran el descarrío de una sola, y en nuestra época, bajo el velo de un bien enga ñoso, se han cometido violencias inauditas.—Y que es la existencia de un hombre, me diréis, cuando se trata del bien de los demás? pero vos olvidáis que un individuo es la especie, puesto que Dios ha dado á todos los hombres una parte de su alma, derramando sobre ella el mismo amor, la misma luz y la esperanza del mismo porvenir. Vos que poseéis tanto influjo en el real ánimo, vos que sois uno de los primeros hombres del pais y cuyas palabras dictan leyes, tocad el corazón de S. Gr.; os lo pide uno de los que van á ser jueces del infortunado Conde y cuyo amor á la reina no anhela para ella sino la paz de su vida y la gloria de su nombre; os lo pide también una muger, un ánjel de pureza y de hermosura, cuyo corazón se deshace en dolorosas lágrimas. Margarita, venid, pedid al caballero la vida de vuestro amante, de vuestro esposo. CECIL. ¿Qué hacéis? (Sale Margarita). ESCENA III. CECIL, BRISTOL, MARGARITA.
MARGARITA. Ah! señor, escuchad mi súplica, no desoigáis la voz de la piedad, no dejéis que sea ahogada por la yerta razón déla política. Llevadme á las plantas de la reina y cuando mis ojos las innunden y cuando mi corazón se haga pedazos, unid entonces vuestra voz á la mia y pedidla el perdón de Roberto D'Evreux, el perdón de un desgraciado. Decidla que la clemencia es virtud sublime, y que la severidad no engrandece el corazón de un monarca. El Conde no intenta justificarse.... y cómo lo intentara? Empero si no sucumbe, su vida, lejos del bullicio de las cortes y agena á pasiones tumultuosas, se consagrará toda entera en mi compañía á bendecir el nombre de quien le concedió la existencia.
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CECIL. Señora, vos exigís que dé á la reina un mal consejo; que me deje llevar de la flaqueza.... lo que pedís es una, injusticia. MARGARITA. La compasión nunca lo fué. Ah! Sir Roberto, vos no veis como yo subir al cadalso á un objeto que es el propio corazón.... á vos no os aguarda en el mundo una existencia triste y solitaria. CECTL. Desechad imágenes tan crueles, vuestra fantasía precepita los sucesos.... El Conde de Essex no ha sido condenado aun.... y no debéis destruir vuestra esperanza. (Aparté) Aparecer como estatua cuando se tiene corazón, un corazón cuya voz traidora es necesario ahogar. Dar á la reina que confía en mí. un consejo que puede costarle la vida, exigir de ella una clemencia peligrosa!.... Que la ley siga su libre curso y que el monarca obedezca á su albedrío Sí, que hable el corazón de la Reina pero que hable espontáneamente, que ejerza sus derechos y sea su primer impulso el responsable ante la posteridad. BRISTOL. ¿Qué decís? MARGARITA. Señor.... CECIL. Y O . . . MARGARITA. S Í , hablad! CECIL. LOS jueces van á
reunirse ellos lo decidirán. (Y ase por la primera puerta de la izquierda del actor).
MARGARITA.
Ah!
ESCENA IV. BRISTOL, MARGARITA. BRISTOL. ¿LO has oido, Margarita? MARGARITA. SU corazón es de acero.
BRISTOL. Margarita, acude á S . Cr. es el único medio que nos resta... Tu súplica será tal vez mas eficaz que la mia.... El juicio va á comenzar.—Adiós.—Muy pronto nos volveremos á ver y en tanto te pido que aceptes mi consejo.—(Aparte). Pobre joven! (Váse por la izquierda)
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ESCENA V . MARGARITA, SIR ENRIQUE.
(Que sale per la izquierda del fondo). MARGARITA. ¡Qué veo!
S. ENRIQUE. Señora! Vos aquí? El cielo guía mis pasos: os buscaba MARGARITA. VOS!
S. ENRIQUE. ¿Me conocéis? {Alzándose momentáneamente la cabellera blanca que cubre su cabeza). MARGARITA. ¡Sir Enrique! S. ENRIQUE. Silencio, Señora; ya veis que la nieve de esta cabellera oculta el verdor aun no marchito de mis años; debajo de este sayal late un corazón que sabe amar y aborrecer, y en mi costado se ciñe una espada oculta que anhela teñirse con la sangre de mis enemigos.—Quiero salvar al Conde de Essex, y este traje de anciano sacerdote de la refoi'ma, oculta al militante de la verdadera Iglesia. Con él juzgaba acercarme al noble conde, pero os encuentro por fortuna, y vos podréis darle mejor que yo los avisos convenientes. MARGARITA. Qué felicidad! Oh! dicha inesperada!.... mas cómo S. ENRIQUE. En breve le traerán por este sitio, pues está para dictarse la sentencia en la vecina sala. MARGARITA. Pero....
S. ENRIQUE. Descuidad.—El Conde tiene amigos y partidarios.—Anoche cuando fué preso al salir del baile de la Reina, le aguardábamos reunidos en Drury House; llegó á nuestro oido la nueva de su prisión; entonces todos de consuno juramos salvarle y lo haremos por el bien de nuestra causa.—Hay brazos denodados, la guarnición de la torre conoce á su antiguo general, briosos tiros le aguardan, y sus amigos si no mueren, le acompañarán hasta la frontera de Escocia.—Ya veis que mi esperanza no es vano sueño.
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MARGARITA. Y hasta entonces.... S. ENRIQUE. Una chalupa le aguarda cubierta con las sombras de la noche junto al rastrillo que dá al Támesis; uno de los alcaides, el guardián del rastrillo, nos pertenece.—El conde no es católico, vos MARGARITA. Callad! Mis padres eran sinceros anglicanos, pero mi nodriza, que era católica, rezaba de oculto á la virgen.—Yo aprendí de ella; desde entonces, ignoro cual sea mi religión, pero en el retiro, en el silencio mis lágrimas se dirigen á María y ella derrama en mi corazón la ternura bienhechora. S. ENRIQUE. Oh! si, pedidla por nosotros, por los perseguidos; aborreced á esa loba carnicera y con vuestra ayuda los corderos no serán inmolados.—Contad con mi brazo siempre pronto á matar á los enemigos de mi Dios;, el Conde será libre, y yo beberé la sangre de los apóstatas.—Viva la fé y el exterminio de los que la niegan. NARGARITA. Vos me libráis de la desesperación. ¿Con qué podría pagaros tanto bien? S. ENRIQUE. Con vuestro valor y vuestra diligencia.— Mas alguien llega.—Cubrios con vuestro velo y seguidme; acabaré de explicaros nuestros planes y tan luego como el Conde venga aquí, le daréis cuenta.—Venid, venid. (Vánse por la parte izquierda del pasadizo del fondo). ESCENA V I . Sale por la derecha del fondo un Capitán con varios guardias que coloca en parages oportunos. Después sale Essex escoltado por el resto de aquellos.
CAPITÁN. Dignaos, Milord, aguardar en esta galería pues los pares están reunidos y en breve os harán llamar para leeros la sentencia. ESSEX. Bien está. (Váse el capitán por la puerta de la izquierda). En prisión triste y cruel, imagen de mi suerte, mi pensamiento y mi corazón yacían en el marasmo mas profundo.—El hombre no nació para el silencio ni la soledad Silencio y soledad! Es
mas la muerte? Southampton, Margarita; aquellos seres que decían amarme, con locura, ¿dónde están? Huyeron quizá despavoridos de las nubes que asomaron en mi cielo!.... Veleidad de la suerte! Hace poco tiempo, que rico en esperanzas, era yo el ídolo de la corte, el rival de los príncipes. Brillaba el halago en los ojos de la muger y la envidia en los ojos de los hombres; decretaba mi diestra poderosa dolores y alegrías; era entre los hombres mas que hombre, mas que arbitro; era un Dios que en mis raptos de grandeza podia derramar los beneficios, un Dios cuya sonrisa era para ellos la felicidad.... Oh! compara, corazón, con tales tiempos los pi*esentes.... El calabozo que acabo de dejar, la guardia que me escolta, el tribunal que dicta mi sentencia, y acaso el verdugo que me espera para ejecutarla!—Vanidad de los deseos humanos!—El dia de hoy es la burla del de ayer, el sol que nace se eleva sobre las ruinas de la esperanza, lo que ayer fué maravilla es hoy la nada! Sueños, predicciones delirios de la mente loca, agonías del corazón ah! me hacéis reir!... E L CAPITÁN. (Acercándose) Milord, os aguardan. ESSEX. Bien
(Vánse por la puerta de la izquierda). -ESCENA V I L MARGARITA, (que sale por el lado izquierdo del fondo). Todo está preparado para su fuga.—Una chalupa situada al pié del gran rastrillo, le llevará al otro lado del Támesis; una vez libre de sus cadenas y fuera del alcance de sus enemigos, mi corazón latirá con menos violencia y mis momentos serán mas apacibles. Arrebatadle á la muerte, arrancadle del seno de sus prisiones, y muera luego si es preciso la pobre Margarita. UNA VOZ. (Dentro). Escuchad! escuchad! MARGARITA. Cielos!
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U N A V O Z . A todos los presentes y á los que esta vieren y entendieren, sabed; que los pares de Inglaterra reunidos en debida forma y por mandato de S. G. Isabel de Tudor reina de Inglaterra y de Irlanda, con vista de proceso reputan y declaran á Roberto D'Evreux, conde de Essex, par del reino, como reo de alta traición por haber tramado el trastorno del pais, atentando contra la legítima corona y aun contra la sagrada y preciosa vida de S. G., conspirando con los extraños, atrayendo á los buenos y leales vasallos de la reina, y poniendo por último en peligro la religión anglicana que, con méritos propios y gloria de Dios, ha sido restaurada en la monarquía; por eso han condenado y condenan los susodichos pares, con arreglo á las mas antiguas y venerandas leyes, á Roberto D'Evreux y á sus cómplices á ser decapitados por el verdugo, previa la venia real, en el glásis de la torre de Londres, según se acostumbra; declarando reos de lesa magestad á todos aquellos que con armas ó discursos intenten oponerse á la ejecución de esta sentencia. —Señores, la reina se aconsejará. V A R I A S V O C E S . (Dentro) Dios salve á la reina! M A R G A R I T A . Dios mió! sostenedme, dadme el valor y las fuerzas que me faltan. ESCENA V I I I .
MARGARITA,
C O N D E , E L C A P I T Á N y los guardias que se colocan en sus puestos delfondo-
EL
Roberto! E S S E X . Tú aquí, Margarita! Ya lo has oido: estoy condenado á muerte. MARGARITA. (En voz baja.) Creéis que pudiese estar tan serena si no tuviera alguna confianza? J Í S S E X . Qué dices? C A P I T Á N . Müord! qué hacéis? MARGARITA.
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Capitán; dos palabras de amor, de despedida. Vuestro antiguo general está sentenciado; le negareis esta gracia? (El Capitán se retira al fondo). M A R G A R I T A . Tal vez sea de los nuestros; la guarnición de la Torre, no olvida vuestra voz que la condujo á la victoria. En breve os volverán á vuestro calabozo para llevaros de allí á la ejecución, pero tenéis amigos. Wolton, Sir Enrique en una palabra; mas de un corazón valiente y generoso está de vuestra parte. E S S E X . Qué escucho! Wolton, Sir Enrique mis amigos quieren morir por mí? porque la empresa es arriesgada pero que medios M A R G A R I T A . Cuando salgáis de esta galería, estad listo al primer movimiento, á la primera seña; pondi-án una espada en vuestra mano, y otras muchas se desnudarán en vuestra defensa. Combatid en retirada, intentad la fuga dirigios al rastrillo de hierro; allí una barca os espera.... ganadla. E S S E X . Ah! mi corazón se anima en tu presencia, y siento renacer mi vigoroso aliento Cuan hermosa estás con tanto amor!—Naciste para consolar al infortunio; mi corazón será digno de tí. M A R G A R I T A . Nada soy sin vos; si el fuego del valor brilla en mi pecho, debido es á aquel que lo anima y cuya existencia es para mí tan cara como la' propia. Vos podéis pagarme tantas lágrimas; vos podéis dar vida á mi corazón Placedlo, pues, concecledme una súplica, una sola. E S S E X . Habla, habla. M A R G A R I T A . O S veis al borde de la tumba y solo un esfuerzo sublime puede libraros. E S S E X . N O temo la muerte.—Que es la vida para el que vio morir la esperanza!.... ah! perdona Margarita, aun me queda tu amor. M A R G A R I T A . Oidme. ESSEX.
ESSEX.
SÍ.
Ya veis hasta que punto os arrastra una loca pasión que no contenta con emponzoñar vuestra alma, intenta despojaros de la existencia, oid pues la súplica de una muger que os ama y que protesta
MARGARITA.
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morir con vos. Alejaos de la corte, consagraos á una vida pacífica, allí los campos floridos, el cielo puro y los dias serenos que hacían nuestra delicia en otro tiempo, volverán á brindarnos con su paz y su hermosura. Deje yo de ser la dama brillante de una corte ufana y bulliciosa para volver á ser la sencilla y dichosa joven del castillo natal. Entonces mi ternura, si la ternura de Margarita es grata á vuestro corazón, os indemnizará de la pérdida de otros bienes. E S S E X . Y podré ser feliz? M A R G A R I T A . Lo seréis si buscáis el reposo necesario á vuestra alma. Si accedéis á mis ruegos.... Milord, juradme que lo liareis. E S S E X . Oh! si lo haré.... Partiré de la corte, buscaré en otros lugares la paz de una existencia que la hermosa y amada Margarita habrá de embellecer con su cariño. C A P I T Á N . Milord! E S S E X . E S verdad; me olvidaba. C A P I T Á N . Escitais la sospecha, Milord. E S S E X . Aguardad un instante. MARGARITA. (Aparte á Essex) No os descuidéis, contad con vuestro esfuerzo y ganad la barca.... si volvéis al calabozo, os perdéis. E S S E X . Adiós Margarita. M A R G A R I T A . Defendeos bien.... E S S E X . Si muero... M A R G A R I T A . Hay otra vida. E S S E X . Muger sublime, adiós. MARGARITA. (A media VOZ) Oh! ganad la barca.... (Vánse Essex y los guardias por la parte derecha del pasadizo del fondo). ESCENA V I . MARGARITA,
MARGARITA.
donan.
luego S.
ENRIQUE.
Ah! qué agitación! mis fuerzas me aban-
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(Poniéndose de rodillas y en ademan de súplica). Reina del cielo, señora, en mí tu mirada fija, escúchame, soy tu hija, tú eres madre de bondad. Recuerda pues, dulce madre, las lágrimas que has vertido, mi corazón aflijido en ellas busca piedad. Protéjele, madre santa, dulce, matutina estrella que disipas con luz bella las tinieblas del dolor. Yo lloro también, oh virgen, compadece mi agonía y haz que goce el alma mía de la lumbre de tu amor. Perdona si mi plegaria no es como tú, noble y pura, ¿qué pedirá la criatura que no sea.... terrenal? Mas no te ofende, señora, el amor que en mí delira pues aunque el hombre lo inspira es un amor celestial. (Ruido de espadas y murmullos en el interior) Ah! ya se baten! amparadle Dios mío! Mi alma no puede soportar mas! Sir Enrique! (Sale este herido, su semblante está cubierto de palidez y sus pasos son vacilantes) . S. E N R I Q U E . A h señora! Pláceme encontraros (Cesa el tumulto.) Ya está en salvo! M A R G A R I T A . Oh dicha! S. E N R I Q U E . Decidle que avise al rey de Escocia de mi muerte.... Ah! (Cayendo) tomad esa llave.... id á
mi posada.... y quemadlos papeles que encontréis. MARGARITA.
Ah!
me compadezcáis.... y pedid que mi muerte no sea.... inútil.... Dios mió, Dios mió!... soy tu mártir.... y muero por tu gloria!.... Madre de Dios, (Besando un medallón que saca de su peto) te niegan.... ah! te Diegan.... impíos! M A R G A R I T A . S U frente está ya helada... Mas, que oigo? (Se percibe el tumulto aunque mas lejano). S. E N R I Q U E . Otra vez! ah! (Va á levantarse y vuelve á caer). Oh! rabia... maldición y sangre para todos ellos.... y para... mí. (Muere). (Sale Bristol por la puerta de la izquierda y dice mirando por el fondo.) B R I S T O L . Que rumor! El Conde de Essex se bate al pié del rastrillo, ah! que lo gane! MARGARITA. (Cayendo de rodillas). Dios mió! defendedle, defendedle! S.
ENRIQUE.
NO
FIN DEL TERCER
ACTO.
ACTO CUARTO.
Gabinete de la Reina; á la izquierda del actor, una puerta que da á las demás habitaciones de Su Gracia. En él telón del frente tres puertas, la de la izquierda pertenece á la sala de las camaristas de guardia y las del centro y derecha á los demás salones. Detras del telón del fondo habrá otro con puerta al centro que comunique con la galería en que al final del acto aparecen eonversando Nottingham y el lord Gobernador. En la escena una mesa con el escudo real en su tapete, un globo terráqueo, enseres de escribir, libros, y una coronita real colocada en un cojin. Varios sillones y taburetes de la época.
ESCENA I. LA
CONDESA,
U N GENTIL
HOMBRE.
H O M B R E . Aguardaba á que dejaseis la cámara real, hermosa Condesa, para entregaros el salvoconducto que me encargasteis; por su medio os será dado ver al Conde de Essex tan luego como queráis. No me ha costado poco trabajo conseguirlo del lord Gobernador. C O N D E S A . Ignora por supuesto que el salvoconducto es para mí G E N T I L H O M B R E . Habéis sido servida por mi parte con buena voluntad y con sigilo: lo ignora completamente. C O N D E S A . Bien está y gracias caballero. Acabo de dejar á la Reina en el tocador entregada á sus camaristas de servicio; fácil os será disculparme si advierte mi falta momentánea.
GENTIL
63 H O M B R E . A vuestros pies, milady (se retira al fondo y allí se pasea).
GENTIL
ESCENA II. LA LA
CONDESA,
(Sola)
Roberto D'Evreux está para morir en el cadalso y mi corazón dá tregua á sus rencores. Inspirada por el odio que le profesa el Conde de Nottingham, mi esposo, fui la muger cuya vanidad se complacía en mortificar al hombre soberbio y engreído; hoy mi esposo habrá de perdonarme, pero mi ira se convierte en compasión al encontrar á su enemigo junto al cadalso. La muger debe seguir á su marido en sus amores y no en odios que se cubren de sangre. Nottingham denunció los planes de Essex en Irlanda, está pronto á proseguir en su venganza y yo debo interponer mi brazo entre su venganza y la víctima. Ah! si supiese el paso que voy á dar pero creo que no lo sabrá nunca! El Conde de Essex poseía un anillo que contenia una promesa real de indulto; era un despojo de su favor que acaso por orgullo no habrá enviado ya á la reina. Le exijiré el anillo como muestra de que deseo salvarle y reparar los daños que le causó mi marido: espero que leerá la sinceridad en mis palabras Y si por acaso desconfiara? Ah! no lo creo porque es sumamente generoso y mis acentos serán tan verdaderos que habrán dé convencerle. Vendré á entregar el anillo á la Reina, y la mano enemiga será la que le salve. Sí, lo haré, es deber mió ya que me complacía en predecirle una muerte que no le deseaba. Dios lo sabe ! Sí, soy muger y no tigre; tengo conciencia y el bien no es impulso extraño á mi corazón. Sí, lo haré y ojalá que no sea tarde! (Váse por el fondo).
CONDESA.
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ESCENA III. E L GENTIL HOMBRE,
(Viniendo al proscenio).
H O M B R E . Id presto, condesa, id presto. Pero á qué tal entrevista con Roberto D'Evreux? Lo ignoro aunque nada tengo de torpe Si habrá indulto! Oh! me alegraría Pobre Conde! tan arrogante y tan bizarro. Vive Dios! morir como un asesino cuando se ha podido morir en el campo de batalla. Allí le perdonó mil veces el acero enemigo para caer hoy bajo el hacha del verdugo. Cuan caprichosa es la muerte! Pero aquí viene Su Gracia y su semblante no presagia un dia sereno. Dejémosle el campo libre. (Vásepor el fondo).
GENTIL
ESCENA I V . ISABEL.
(Sola)
(Sale de su cámara con un pergamino en la mano). Ya es de dia! oh! qué me place. Esta noche de insomnio ha sido la mas cruel de mi vida. El lecho me parecía de hierro y á veces he creído que se rompían las arterias de mis sienes. Ah! (Se sienta). Hé aquí su sentencia, sentencia que debe firmar la mano que en otro tiempo le colmó de honores! Hay en el alma misterios incomprensibles Ni puedo esplicar lo que me afecta en este instante...... será acaso el preludio de los remordimientos remordimientos, cuando voy á condenar á un traidor que á la sombra de mi gracia minaba el trono? Sí, debo firmar (va á hacerlo y se detiene).—Hay en mi mente un recuerdo que no puedo extinguir, recuerdo implacable, tenaz, que me persigue como la noche al dia, como un verdugo á su víctima Cuan grato me seria perdonarle!—Si su altivez no me ultrajara, si postrado á mis pies, con la mirada supli-
ISABEL.
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cante, tendiese hacia mí sus manos en pos de un perdón que le obligase para siempre Entonces le diria; soy reina, y vos tan solo sois un vasallo, dígalo si no vuestra actitud: sois un hombre joven, arrogante, orgulloso, pero invocáis el nombre de una muger que tiene en su poder vuestra existencia, una muger que es grande y vos demasiado pequeño, una muger que os perdona porque os habéis humillado. Ah! si pudiese decirle estas palabras (Se sienta en actitud pensativa). Lazos de oro que aprisionasteis mi albedrío, la que os habla hoy no es digna de vuestra solicitud; la que os habla hoy profanaría vuestra belleza. El corazón, el amor, palabras que pierden su hechizo en unos labios que no pueden sonreír al pronunciarlas, en unos labios, ' maldición! en unos labios de sesenta años! Ah! perezcan la juventud y la belleza, que lloren algunos ojos lágrimas de hiél como las mias. (Va áfirmar y se detiene). Qué iba á hacer!—Isabel, la gran reina.—Dios mió, Dios mió!—(Se pasea con alguna agitación). Roberto D'Evreux va á morir, sí, debe morir fué un traidor la reina debe ahogar la voz de la muger; pero quisiera verle entonces le perdonaría Oh! la seguridad de mi trono, su altivez insoportable no, que perezca. 1
ESCENA V. LA
REINA,
CECIL.
Sir Roberto, os he hecho llamar para despachar algunos asuntos. Deseo trabajar hoy, quiero ocuparme en mi reino, en la política. C E C I L . Mi reina sin duda olvida lo interesante que es al estado tan preciosa salud, cuando deja el lecho tan de mañana para ocuparse en penosas turcas. L A R E I N A . Ninguna lo es para mí, Sir Roberto, cuando se trata de mis subditos, y en esta noche que el insomnio hizo molesta, me ha sido muy grato el deLA
REINA.
9
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jar un lecho que me parecía de espinas.—En otro tiempo la ciencia con sus arcanos, los idiomas, las letras y los festines solían prestar algún recreo á mi alma intranquila, á la muger que pronta á combatir las menguadas preocupaciones que reinaban contra su sexo, soportó con vigor la carga de los negocios; pero en el dia conozco que mis años están contados y todo el tiempo me parece poco para consagrarlo á mis subditos. Qué hay de nuevo?— El Conde de C E C I L . Ya sabéis, señora, cómo al conducirle al calabozo que debia ocupar hasta la hora de la ejecución, la voz de alarma resonó en la torre y mil espadas brillantes se dejaron ver.—Sabéis también que en tal conflicto dio algunos pasos para desprenderse de las guardias que le escoltaban y que un acero puesto en la suya por mano amiga, le abrió paso por en medio de sus contrarios. Era pues desesperada la lucha por ambas partes, las espadas y las alabardas se cruzaban y herían el enemigo pecho, el pavimento se cubría de sangre y la victoria indecisa hubiera favorecido á los rebeldes, si un refuerzo de tropas fieles no hubiese acudido á combatirlos. Aislado el Conde rompió su espada diciendo: "un acero que tan bien hiere es digno de mejor causa;" se cruzó de brazos y se dejó prender. Algunos de sus partidarios emprendieron la fuga á merced de las tinieblas, pero los demás han sido presos y en breve serán castigados cual merecen. LA
Y lo serán, no lo dudéis; sí, mi mano confirmará la sentencia dictada por un tribunal recto, sin que mi espíritu vacile, sin que mi sueño en adelante deje de ser tranquilo.
REINA.
ESCENA V I . DICHOS.—UN
GENTIL
HOMBRE.
Señora, lord Bristol desea besar la mano de Vuestra Gracia.
GENTIL.
67
Lord Bristol!—Que entre. Vendrá á pedirme el perdón para Roberto oh! que mi corazón se cierre á la piedad! (Va áfirmar.) B R I S T O L . (Arrojándose á los pies de Isabel). Gran Reina no extrañéis que el dolor anuble mi frente! No desoigáis la voz del hombre encanecido que de hinojos pide y ruega, oh noble, buena y esclarecida Señora, detened vuestra mano augusta y que el sol de vuestro reinado no se empañe para siempre. L A R E I N A . Levantaos, milord, levantaos ó temed mi justa ira, vos el amigo de mi trono, abogando por un criminal de Estado, vos el amigo de la reina, intercediendo segunda vez por el que á mis plantas profirió mentidos juramentos de lealtad? Vos y cuando se desborde el corazón en justo enojo estaréis pidiendo la vida del que conspiró contra la mia?—De aquel que altivo siempre tan solo alega los méritos del crimen. A fé que no es él quien os envía: es demasiado grande para solicitar el perdón de una muger no es así? ah! esta vez no dirá el mundo, ni Europa, ni Inglaterra, que Isabel de Tudor obedece á la rivalidad y á las pasiones, que paga con la segur los beneficios y el amor que recibe de sus subditos; no, esta vez Inglaterra, Europa, el mundo dirán que una cabeza osaba levantarse mas que un trono y una reina prudente ha sabido cortarla con el hacha del verdugo. Sí, milores, (firma). Tomad, Sir Roberto. C E C I L . Bien está, Señora, (Váse por el fondo). B R I S T O L . Señora L A R E I N A . Dejadme! ( Váse por la izquierda).
LA
REINA.
ESCENA V I I . (Bristol permanece como abatido durante algunos minutos). (Sale Margarita^) MARGARITA.
lor
Milord, va á morir! ay! amparad mi "doHabéis hablado á la reina?
S Í , Margarita, pero inútilmente. Mis acentos no han podido despertar en su alma. Has hecho lo que te dije?—Tienes ya el anillo? M A R G A R I T A . Ignoraba como sabéis que el Conde de Bssex tuviera un talismán que pudiese salvarle; vos me lo dijisteis y entonces mediante vuestro salvoconducto, volé á la prisión; hallé á Roberto alterado, inquieto, díjele el objeto de mi ida, pero cuál fué mi asombro, milord, al saber que ya no tenia el anillo: la Condesa de Nottingham acababa de llevárselo. B R I S T O L . Cómo! M A R G A R I T A . Guiada por el remordimiento tal vez, deseosa de hacer bien ya que su esposo ha hecho tanto mal á Roberto, entró en el calabozo con la idea de pedirle la sortija salvadora. La Condesa ha dejado á Essex para venir á presentar á la Reina por vía de arrepentimiento la sortija del antiguo favorito. B R I S T O L . Sin embargo, tarda demasiado y los momentos son preciosos. M A R G A R I T A . Acaso la Reina.... B R I S T O L . S Í , para qué ocultarlo, hija mia: la reina acaba de aprobar con su firma la sentencia. M A R G A R I T A . Qué decís! B R I S T O L . Mas aun, su corazón está dominado por la ira, pues cree ultrajada su dignidad. M A R G A R I T A . Dios mió! Dios mió! B R I S T O L . Solo hay un medio que nos brinde con alguna esperanza. M A R G A R I T A . Cuál! B R I S T O L . La cólera real está sostenida por la tenacidad del Conde. Sabéis bien que ha rehusado hasta ahora pedir gracia; si el mensaje llegase á tiempo, si el Conde recordando la promesa augusta depusiese su orgullo ante la Reina; en una palabra: si lady Nottingham se presentara en este instante. M A R G A R I T A . Oh! cuanto tarda.... Vos creéis que vendrá, no es cierto? B R I S T O L . Acaso el antiguo rencor.... La confianza de Essex pudiera ser fatal. M A R G A R I T A . Y vos pensáis, milord, que su perfidia... BRISTOL.
Desconfia de su corazón; además, su esposo.... A l salir de la prisión me dirijí á la inorada de Nottingham; sus criados me dijeron que su señor habia vedado la entrada y que la Condesa se hallaba en aquel instante con él. B R I S T O L . Ah! desgraciada! M A R G A R I T A . Dios mió, que me resta. B R I S T O L . Qué te resta! Mira, ahí llega S. G., intenta pues la última prueba hija mia, haga Dios que tus lágrimas calmen su ira cual la lluvia que aplaca la tormenta; así lo espero, por que el corazón de una muger que ama es tan elocuente! Adiós, Margarita, el cielo inspire tus súplicas.
BRISTOL.
MARGARITA.
ESCENA V I I I . MARGARITA,
LA
REINA.
(Saliendo por la puerta de la izquierda y diciendo para sí). Qué ansiedad! No me encuentro bien en ninguna parte; mi cuerpo es hoy expresión de la movilidad de mi espíritu! Camino sin saber adonde voy, mi cámara es sobrado estrecha en este instante y el desierto no seria bastante para mí (se sienta). Entre su corazón y el mió hay una valla funesta: el orgullo. Una sentencia de muerte, un cadalso, hé aquí mi pesadilla. Mis pies caminan con presteza al sepulcro Ensangrentar de ese modo la última página de mi historia Cuántos dias sombríos y cuántas noches de insomnio me aguardan! El era la única flor que quedaba á la guirnalda de mis ilusiones, era el único rayo de sol que iluminaba el alma mia... fatalidad, fatalidad!... Mi dignidad humillada, mi corazón herido de muerte me dicen, que la sangre derramada no teñirá mis manos oh! sí, que muera, sí, que muera. M A R G A R I T A . (Acercándose y arrojándose á las plantas de la Reina). Señora! L A R E I N A . Vos aquí! LA
REINA.
MARGARITA.
ciado. LA
Señora, perdón demando para un desgra-
Vos, Margarita Dudley! Sí, Margarita Dudley, esposa prometida á Roberto D'Evreux.
REINA.
MARGARITA. LA
REINA.
Vos!
Reina mia; os indigna que os haya guardado como un tesoro el secreto de mis ilusiones; yo vuestra dama de honor, vuestra protejida, soy una ingrata ¿no es verdad, Señora? Pero vos, cuya voluntad es tan enérgica, disculpareis mi debilidad ah! Señora, perdonad al Conde! L A R E I N A . Alzaos M A R G A R I T A . Señora, dicen que el dolor tiene un acento imperioso que vence, que domina Quizá no os dicen bastante mis acentos? Ah! que mis suspiros sean pedazos de mi corazón, que mis palabras sean otros tantos gemidos, que mis lágrimas corran á mares Señora, perdonadle! Señora, si los hombres no han podido consagrar sus leyes sin escribirlas sobre el cadalso y los suplicios, Dios ha dejado á los reyes el privilegio de la clemencia.— Oh! el corazón me dice que es una crueldad lo que van á hacer! L A R E I N A . Alzad os lo mando. M A R G A R I T A . Pero vos no lo consentiréis, no es verdad? Pues qué, Señora, vos no habéis llorado nunca? Vos no habéis sentido nunca en el alma la mano opresora del infortunio? Si vuestras noches han sido siempre tranquilas, si vuestra existencia se ha deslizado como un rio apacible, si la felicidad ha sido siempre la savia de vuestra alma, ¿cómo comprendereis los ayes del dolor? Pero esa felicidad no existe para el hombre, y vos... vos en este instante sufrís Yo os veo palidecer, veo que vuestro labio trémulo no encuentra la palabra Vuestros ojos se inundan, oh! todo me dice que no hiere en vano mi voz vuestros oidos, todo me anuncia que puedo arrastrarme á vustras plantas y deciros: Señora, vos también sois muger; ved en mí los sin-
MARGARITA.
SÍ,
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tomas del corazón que se hace pedazos, percibid en mis palabras mis últimos alientos SoeoiTedme, Señora, socorredme porque muero de dolor! ESCENA I X . DICHOS, LA DE NOTTINGHAM.
LA
Señora, Señoi-a. (Arrojándose á los pies de la reina), vengo á cumplir un deber sagrado; vengo á devolveros vuestro anillo.
CONDESA.
MARGARITA.
Ah!
Este anillo! cómo se encuentra en vuestro poder? Hablad. L A C O N D E S A . Es el adiós del que va á morir.—El Conde de Essex os lo envía, por que no quiere que la mano del verdugo profane una joya que perteneció á vos en otro tiempo. L A R E I N A . Oh! lo recuerdo: es promesa real. L A C O N D E S A . Si he llegado tarde, no me culpéis (Aparte). Ah! para qué me detendría mi esposo! M A R G A R I T A . Señora, perdonadle! LA REINA. (Aparte). He aquí la ocasión que anhelaba.... (alto). Mi dignidad está satisfecha. Bien puede la reina perdonar al vasallo que se humilla. (A Cécü que sale por el fondo). Sir Roberto.... LA
REINA.
ESCENA X . DICHAS,
CECIL.
Señora. Acabo de entregar la sentencia al Lord Gobernador. L A R E I N A . (Dándole el anillo). Su perdón! C E C I L . Qué escucho! (Váse con el anillo). M A R G A R I T A . (Besando la ¡nano á Isabel). Señora, gracias, gracias os da mi corazón, sois gran reina; el cielo endulce vuestra vida. L A R E I N A . V O S , Margarita, vais á ser su esposa. Qué idea! (aparte). Corazón mió, que tu latido cruel no CECIL.
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ahogue la voz de tu clemencia (atto). Sed feliz, Margarita: amad al conde y endulzad en lo presente las amarguras de lo pasado.—Sí, alejaos de mi corte para siempre. M A R G A R I T A . Adiós, señora, (va á salir y se detiene) Cielos! L A R E I N A . Qué sucede! qué tenéis? M A R G A R I T A . Ved, (indicando el fondo). L A C O N D E S A . Mi esposo! Habla al extremo de esa galería con el Lord Gobernador. M A R G A R I T A . S U semblante expresa la feroz alegría! L A R E I N A . (A Bristol que sale por el fondo). Milord! ESCENA X I . Todo se ha perdido! Ah! (Cae en tierra). B R I S T O L . Margarita! L A R E I N A . (Cayendo en su sillón y cubriéndose el rostro con las manos). ¡Qué prontitud para ejecutar una sentencia! CECIL. (Sale, pone el anillo en ¿a mesa de la Reina y dice acercándose á Bristol], La fatalidad! B R I S T O L . (En el mismo tono á Cécil). Decid mas bien el Conde ele Nottingham. Essex dejó atrás exi Cádiz la vanguardia de Nottingham; ganó un laurel: un laurel cuesta á veces un cadalso.
BRISTOL.
MARGARITA.
FIN DEL DRAMA.
JUICIO
CRITICO
PUBLICADO
№ EL BOLETÍN MERCANTIL DE PUERTO-RICO, ANTES DE LA IMPRESIÓN DEL DRAMA.
U n célebre escritor fra ncés de nuestros dia s, ha dicho, la s com posiciones dra mática s son difíciles ba ga tela s". Esta mos de a cuerdo en lo de que son difíciles, a ña diremos ma s pa ra expresa r todo nues tro jDensa miento, muy difíciles; pero de modo a lguno opina mos que. deban reputa rse, en justicia, ta les composiciones como pa sa tiempos frivolos, ó cosa s de poco momento. M u y a l contra rio, juzgamos que las obra s dra mática s de buena ley ha n ejercido siempre y están lla madas á ejercer una influencia provechosa en la cultura de los pue blos: y que á esta a cción civiliza dora deben ella s los a pla usos que se les ha n prodiga do, y sus a utores la s corona s con que ciñen su gloriosa frente. U n género de literatura destina do á pintar con sus colores verda deros a sí los vicios que a fea n nuestra na tura leza mora l, como los nobles instintos y la s a cciones heroica s que ena ltecen la especie humana, no puede menos que ser de suyo de una a lta importa ncia . Ora nos ha ga reir con la másca ra enga ñosa de Ta lía , ora nos a ter rorize con el puña l ensa ngrenta do de Melpómene, sus lecciones son siempre provechosa s, porque pa ra da rla s sube ha sta la s fuentes del sentimiento, es decir, á lo que h a y de ma s noble y digno en nues tro ser. Si a l salir del tea tro mira mos con odio a l hipócrita con ta n ta verda d retra ta do en Ta rtuff; si desprecia mos a l a va ro en Ha rpa gon, a l mentiroso en D . Gra cia y a l peda nte en D o n Hermógenes: si nos sentimos inclina dos á la generosida d y á la clemencia , des pués de ha ber visto á Augusto perdona r á Cinna ; y si no podemos negar el pecho á la sublime exa lta ción que inspira el heroismo de Guzman el Bueno, forzoso será confesa r que la obra de la poesía dramática es eminentemente civiliza dora y el poeta dra mático un ingenio a creedor á nuestra a dmira ción y reconocimiento.
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Pero ¡cuan profunda experiencia no debe poseer el escritor que logre presentar en la escena los mas ocultos y recónditos m ó v i l e s del corazón humano! ¡qué tacto tan esquisito y que pincel tan maestro no ha menester para pintar con fidelidad, sin exageración y sin tibieza, el ardimiento, los transportes, las furias de una pasión, la terrible lucha de encontrados y opuestos sentimientos! Y como si y a no fuesen bastantes todas estas dificultades juntas, todavía e.l arte inspirado por el buen gusto ( m a s exigente con el poeta dramático que con el novelista y el historiador) le obliga á encerrar la acción que pinta, en un campo reducido, le impone estrechos límites que no puede t r a s p a s a r . . . . Grande, m u y grande por cierto ha de ser el genio q u e logre salir airoso en sus obras sin romper estas ligaduras. H e aquí porqué todos Jos pueblos cultos se enorgullecen de haber producido alguno de esos Titanes del arte dramático. Sin hablar de Grecia y Roma, vemos hoy, en nuestros dias, á E s p a ñ a gloriarse de haber servido de cuna á Lope y Calderón, á Tirso y D . Leandro Moratin; la América española presenta con placer á Ruiz de Alarcon; Inglaterra muestra entusiasmada á Shakspeare; Francia á Moliere, Pedro Corneille, Racine y Voltaire; en tanto que Italia se honra con Alfieri y Alemania con Goethe y Schiller. Así, todo esfuerzo racional hecho por un escritor con el noble intento de alcanzar el lauro inmarcesible del poeta dramático y de reflejar sobre su patria los rayos de la gloria literaria, es digno de elogio y no debe pasar desapercibido. E s t a consideración; la de que el drama histórico "Roberto D ' E v r e u x " es la primera obra original escrita en el pais en que se ha puesto en escena desde que en 1830 se inauguró el teatro de esta ciudad; y la m u y especial de que la crítica coopera eficazmente á los progresos de la buena literatura, y a por que acendra el gusto de los escritores, y a porque sirve de eco á las bellezas contenidas en sus obras, y a en fin, porque hace mas temibles los fallos de la opinión, es lo que pone h o y la pluma en nuestras manos. Lejos de nosotros la impertinente osadía de creernos adornados de las raras dotes que h a menester un Aristarco; pero nos atrevemos á esperar que el estudio que hemos hecho del asunto, y sobre todo nuestro buen deseo de no estraviar el juicio del público ni corromper el gusto de nuestros j ó v e n e s nos ayudarán en la difícil empresa que acometemos. Pondremos al escritor y á su obra al p e s o de nuestra libre conciencia, y hablaremos de ambos, desobligados de todo sentimiento que no sea el del amor á la verdad, penetrados por otra parte de que el autor de Roberto D ' E v r e u x mas querrá ser que parecer. I. U n o de los períodos mas brillantes de la historia de Inglaterra es, sin duda, el largo reinado de Isabel de Tudor, hija de Enrique V I I I y de A n a Bolena. Isabel, con un carácter naturalmente activo, docta en varios ramos del saber, educada en el retiro y en la amarga cuanto útil escuela de la adversidad, supo manejar l a s riendas del estado con política tan hábil, que logró levantar la na-
75 cion que conducía á un alto puesto de grandeza. E l haber rehusado la mano de los príncipes mas poderosos de su época, entre ellos Felipe I I de España; las artes de su astuta diplomacia y las atrevidas empresas que realizó, ó á que prestó apoyo en el exterior llevaron su nombre por toda E u r o p a . . . . Pero entre los sucesos del reinado de esta mujer extraordinaria los que se han hecho mas populares son, la muerte de María Stuart, reina de Escocia, después de diez y nuevo años de duro cautiverio, y la de Roberto D ' E v r e u x , conde de E s s e x último favorito de Isabel. Todo concurre á despertar el interés que escitan ambas catástrofes: la juventud, la belleza, el talento, el valor, flores de la vida, cayeron bajo el hacha de un verdugo. Natural es, pues, que estos sucesos, monumentos de la inconstancia del halago de la fortuna, hayan tenido siempre el privilegio de herir la imaginación de los poetas; de servir de asunto á mas de una novela. Sin ocuparnos ahora en el infortunio de la hermosa María Stuart, diremos que la trágica muerte de Roberto D ' E v r e u x ha sido llevada muchas veces al teatro. Entre las varias composiciones que sobre este asunto han girado, no hemos podido conseguir (en medio d e j a escasez de libros que por desgracia se nota en nuestro pais) mas que dos: " D a r la vida por su d a m a " atribuida por unos exclusivamente á Felipe I V y por otros con mejor acuerdo, á los grandes ingenios que con este monarca se distraían en escribir obras dramáticas en el Buen Retiro; y el " C o n d e de E s s e x " de T o m á s Corneille. Hanos parecido conveniente proporcionar una idea, siquiera sea breve, de ambos dramas antes de examinar el del Sr. Tapia, á fin de ilustrar mas el asunto y de establecer algunas comparaciones. Hemos dicho que " D a r la vida por su d a m a " es una de las piezas que gira sobre la catástrofe de Roberto D ' E v r e u x ; porque figuran en ella Isabel de Tudor y su favorito, y porque laprimera sentencia á muerte al segundo. Pero no es un drama histórico, no pertenece de modo alguno al género en que se encuentra colocada la obra que nos proponemos juzgar. " D a r la vida por su d a m a " es una fábula dramática á estilo de muchas comedias del antiguo teatro español: el poeta, recorriendo á rienda suelta su fantasía, se propone solo divertir al público con la pintura de un personage caballeresco que parece culpable á los ojos de la reina, sin embargo de estar inocente; y cuando ha hecho esfuerzos por salvarla la vida; que se decide á morir con valor antes que acusar á doña Blanca, dama de Isabel, que movida de la venganza y de los celos intentó matarla. E s t a es la acción principal. Lo demás son accesorios en que no escasean los encuentros imprevistos, las pendencias entre embozados, y por supuesto los dichos maliciosos de un criado socarrón, personage obligado de esta clase de comedias. Para fallar acerca del mérito intrínseco de " D a r la vida por su d a m a " no es posible recurrir á principios absolutos, ni someter la obra á las reglas del drama moderno, producto natural de otra civilización. Observaremos solo que agradó en la época en que fué es-
76 crita: agregúese al interés caballeresco de la fábula el que debían despertar lo dramático de las situaciones y el encanto de una versificación fluida y armoniosa, y se comprenderá que gustase al público de aquellos tiempos. E s muy probable que boy no sucedería lo mismo. E l público de nuestros dias mas instruido y por lo mismo con mejor gusto; mas culto, mas esclavo de las conveniencias sociales, ó si se quiere mas mogigato y refinado en su epicurismo, es mas exigente: no tolera que se falte descaradamente á la verdad histórica así en la acción como en los personages, no sufre que se presente en las tablas una muger, y muchs menos á una alta señora, en enaguas y almilla, á medio vestir, como hace ver el poeta á la pobre Isabel de Tudor; repugna pinturas tan al natural como las que se encuentran en " D a r la vida por su d a m a , " y confesiones como la que de su debilidad hace doña Blanca. ¡Qué distancia no h a y de la desenvuelta Blanca á la recatada y espiritual Margarita del drama del señor Tapia! Pero no anticipemos, y sobre todo no olvidemos que la comedia de los ingenios del Buen Retiro fué escrita en el siglo X V I I allá para otra sociedad m u y distinta de la que al canzamos en el X I X . " E l Conde de E s s e x " no presenta la extravagante mezcla de los dos géneros trágico y cómico, mas que cómico bufón, que acabamos de señalar como principal defecto en " D a r la vida por su dam a " . Libre de esta ataracea se conforma mucho mas con el gusto moderno, puesto que todas sus escenas son decorosas y el estilo no desdice de la magestad del coturno. A ella pertenece el celebrado pensamiento. " L e crime fait la honte, et non pas l'échafaud." H e aquí su plan. L a joven Enriqueta, dama de Isabel de Tudor, es requerida de amores por el conde de Essex; pero habiéndole hecho su soberana la declaración de que ama vehementemente al conde, se deniega á corresponder á este, procura persuadirle que debe prestarse en su propio interés á los deseos de Isabel, y para evitar toda sombra de rivalidad decide casarse con el duque de írton, por mas que ame en secreto al de Essex. Sacrifica las ilusiones de amor y el reposo de sus dias en aras de la seguridad del conde. A la noticia de que el matrimonio de Enriqueta con Irton estaba para celebrarse, el conde, presa de un ciego furor, allega con el secreto intento de evitarlo gente armada y tiene la osadía de atacar el palacio real. Sus enemigos se aprovechan de tamaña imprudencia y de sus relaciones sospechosas con los rebeldes de Irlanda para perderle en la confianza y en el favor de la Reina. Esta, desdeñada por el conde, celosa, y en la creencia de que ha querido quitarle la vida, irritada al ver la fiera arrogancia con que se obstina en no alegar nada en su defensa, proclamándose inocente y despreciando el perdón, se determina por fin á condenarle á muerte. Los enemigos del do E s s e x se dan prisa á cumplir la* sangrienta sentencia; y cuando Isabel vuelta á la clemencia con la proximidad de la catástrofe, manda suspender la egecucion, el perdón real llega sobrado tarde
77 E l distinguido crítico D . Francisco Martínez de la Rosa llama á esta obra " l a mejor tragedia de Tomas Oorneille"; y Voltaire, juez tan superior y tan idóneo en la materia, dice " q u e es una tragedia mediana, pero en la cual h a y algún interés y algunos versos felices." Observaremos, ya que se nos viene á la pluma, que entre esta tragedia y " D a r la vida por su dama" h a y un punto de contacto: en la comedia española Roberto D ' E v r e u x sufre con valor la muerte antes que acusar á Blanca que es el verdadero culpable; en la tragedia francesa, Roberto no esplica el objeto con que atacó el palacio real, circunstancia que bastaba á salvarle, por no comprometer á Enriqueta. Por eso dice el Sr. Martínez de la Rosa que Tomás Oorneille tomó el argumento de su obra de la escrita en el Buen Retiro, y robustece esta conjetura el estudio asiduo que Oorneille habia hecho" del teatro de la Península. Evidente es cuánto partido supieron sacar los dramáticos franceses del siglo de Luis X I V de las comedias de los ingenios españoles "Acertaron á distinguir, añade el mismo crítico el metal puro entre la tierra y las escorias" II. Comparando el drama histórico "Roberto D ' E v r e u x de D . Alejandro Tapia, con la comedia " D a r la vida por su d a m a " de los ingenios del Buen Retiro, y la trajedia " E l Conde de E s s e x " de Tomas Corneille, hallaremos que estas tres piezas solo tienen de común entre si el argumento sobre que giran, mejor dicho, la muerte del protagonista. E n la obra del escritor puerto-riqueño son muy distintos el plan, los episodios y los resortes dramáticos, como se deduce del siguiente análisis. L a escena tiene lugar en la torre de Londres. Roberto D ' E v r e u x , conde de E s s e x conspira llevado de la ambición y después de muchos años de privanza, contra el trono de Isabel de Tudor, su valedora, poniéndose secretamente en inteligencia con T y r o n caudillo de los insurgentes de Irlanda, y con el rey Jacobo V I de Escocia, hijo de María Stuart. E l armisticio que. como gefe de las tropas de Irlanda celebraba con Tyron; su vuelta repentina á Londres sin haber obtenido licencia, ni ser llamado; y mas que todo, unos pliegos para Jacobo V I que caen en manos de Lord Nottingham, y que este (enemigo implacable de Roberto desde el Sitio de Cádiz) entrega al primer Ministro Sir Roberto Cécil, descubren y prueban su traición. E n consecuencia, es sometido al juicio de los pares del reino, quienes le condenan á muerte. A l regresar de la sala del j u rado á su calabozo, intenta ponerse en salvo combatiendo la escolta con la ayuda de algunos de sus parciales capitaneados por Sir E n rique, católico fanático y emisario de Jacobo de Escocia; poro fracasa en su temerario empeño. L a reina, después de fluctuar entre sus recuerdos y simpatías por Roberio y el sentimiento de su propia dignidad ofendida, después de sostener una amarga lucha entre la clemencia y la razón de estado, confirma al cabo la fatal sentencia, desoyendo las súplicas del Barón de Bristol, anciano indulgente amigo de Roberto, y d é l a joven Margarita Dudley esposa pro-
7S
metida de este. L a condesa de Nottingham, conmovida ante lo inminente de la catástrofe á que tanto habia contribuido su esposo, sabedora de que Roberto poseia una sortija, que Isabel le dio como prenda segura de salvación en los dias felices de su favor, se proporciona un permiso, para visitar al desgraciado prisionero, y alcanza de él que se la entregue. Lord Nottingham siempre vengativo, detiene á su consorte, la hace perder un tiempo precioso; y cuando la Reina, en v i s t a del anillo, perdona al conde de E s s e x , el indulto llega sobrado tarde Por medio de la anterior disposición el poeta ha sabido huir del principal defecto que Voltaire señalaba en la obra de T o m á s Oorneille: el de pintar en una trajedia á Isabel de Tudor perdidamente enamorada y celosa á los sesenta y pico de años. "El amor, observ a el célebre crítico francés, no se ha hecho ni para los viejos, ni para las viejas." Así, arguye buen sentido y esquisito tacto en el Sr. Tapia, que comienza ahora su carrera literaria, el mostrarnos á la misma Isabel preocupada, como Reina de un gran pueblo, con la realización de sus vastos planes políticos á que viene á oponer estorbos la conjura del ambicioso E s s e x ; y como mujer, irritada por la perfidia del Conde, conmovida por sus recuerdos y por la dura necesidad de segar una vida que le fué tan cara. Si alguna vez nparecen en boca de Isabel raptos de amor, sugestiones de los celos, vienen á ser unas como chispas del antiguo incendio, ilusiones que no tardan en desvanecerse ante los frios cálculos de la política. Por medio de esa misma disposición, el drama ha podido ajustarse en su parte mas esencial á la verdad. Sí, la historia y la tradición nos dicen: que Roberto D ' E v r e u x era audaz ambicioso; que ingrato á los favores de su vieja soberana, con quien tenia deudo, conspiró contra el trono de esta, abriendo tratos con Jacobo V I ; que después de haber sido condenado á muerte, el conde de Nottingham, su enemigo desde que el de E s s e x se cubrió de laureles en la toma de Cádiz, evitó los efectos de la real clemencia deteniendo el anillo salvador que el infeliz preso devolvía á su soberana. Circunstancia, se añade, que sabida mas tarde por Isabel, aumentó la tristeza y el abatimiento que la llevaron al sepulcro. Por eso también no es extraño que los personajes históricos estén conformes con lo que de ellos dicen los documentos de la época. Roberto D ' E v r e u x con su imprudente ambición; Isabel con su carácter varonil, duro y altanero, Lord Cécil atento á sacar victorioso su sistema político; el conde de Nothingham enemigo irreconciliable del de E s s e x son figuras históricas. Pero h a y además en el drama personajes y episodios ideales, de pura invención, libertades que el poeta se ha permitido en uso de sus fueros. Investiguemos si son licencias de las que otorgaba y demandaba á su turno el viejo Horacio. S e dice que.Lord Nottingham denunció los planes de Roberto N o lo expresa la historia, pero está en la naturaleza; porque quien no se compadeció del hombre, objeto de su odio al verle caído, próximo á morir, pudo m u y bien cooperar á su desgracia. E n cuanto á la condesa de Nottingham que desde el principio del drama
79 aparece como enemiga y que luego en su final, muestra un gran interés en salvar á Roberto, nos parece un carácter inconsecuente que se opone al principio dramático sibi constct. E l autor, que en toaos sus demás personages ha guardado estrictamente la regla, se conoce que quiere en esta anticiparse á la crítica suponiendo arrepentida á la Condesa, mas nosotros pensamos, con un célebre maestro en el arte, que el arrepentimiento no es para el teatro, ó alómenos, que debe economizarse mucho. L a creación del fanático Sir Enrique la encontramos oportuna y feliz, ajustada á la naturaleza de aquellos rudos tiempos de Europa, y especialmente de Inglaterra, donde las disensiones religiosas eran el principal, casi el exclusivo alimento de todos los espíritus. S a bido es que esas épocas de exaltación mística han sido siempre fecundas en Seides. También es hijo de la imajinativa del poeta el carácter del anciano Barón de Bristol. Bella figura que representa la humanidad para con los vencidos, la indulgencia para con el culpable extraviado; y que libre como está de exajeracion, es muy verosímil. Honra es de la naturaleza humana que aparezcan siempre, en medio del furor de las pasiones y de la cruda guerra de las opuestas banderías, esos caracteres dulces y afectuosos, que no desoyen nunca la voz de la clemencia. E l Barón de Bristol nos ha hecho recordar al D o n Justo del Delincuente honrado. Pero de todos los personages imajinados por el Sr. Tapia el mas hermoso es la joven Margarita Dudley, prometida del de E s s e x . Delicada flor que esparce en torno suyo un delicioso aroma. Su candor, su pasión, su desgracia inmerecida conmueven nuestra alma, despiertan todo nuestro interés. E l poeta ha sabido poner en su boca acentos tiernos y notas suavísimas E l amor de Margarita es el episodio mas bello del drama. Acabamos de reconocerlo, pero no dejaremos de observar que hubiéramos querido que en esta parte se ajustase también el Sr. Tapia á la historia, sin embargo que de haberse alejado no resulta inverosimilitud alguna en la acción principal. Roberto D ' E v r e u x era casado, tenia un hijo que figuró mas tarde en las revueltas políticas de Carlos I . ¿Porqué no presentar en la escena a u n a esposa fiel y á una madre tierna, alarmada primero con los ambiciosos proyectos de su marido; y destrozada después de dolor implorando su perdón á los pies de la soberana? E l poeta ha pensado, y con él pensarán muchos, que el amor de la joven Margarita era por su naturaleza mas espiritual, mas vaporoso; y por lo mismo, mas capaz de hablar á la fantasía de los espectadores. L a materia es opinable; y tal vez esté de su parte la razón. D a d a una idea tanto del plan, de los episodios y de los resortes dramáticos como de los personajes, y a históricos, y a ideales que figuran en la obra de D . Alejandro Tapia, entra en nuestro propósito de examinarla con particular atención, el analizar sus cuatro actos, al fin de poder seguir paso á paso el crescendo de la acción dramática. E l primero está consagrado, como es natural, á la exposición del asunto. Basta para informar al espectador, que el conde de E s s e x , que acaba de llegar de Irlanda á Londres conspira, de acuerdo con
80 Tyron y Jacob o V I , contra el trono (le Isabel; y que esta, enterada de sus planes criminales, se prepara á castigarle. L a exposición es ingeniosa, y a que el poeta no solo nos impone de la acción principal y comienza á presentar algunos episodios tales, como el amor de Margarita y el odio de los Condes de Nottingham, sino que también describe á grandes rasgos el estado general de Europa y el particular de Inglaterra por aquellos tiempos, facilitando así de una vez el conocimiento de los princij>ales personages llamados á figurar en el drama y de los motivos políticos que habrán de determinar sus actos. Y lejos de que el interés se entibie con esta diversión al campo de la política, se robustece mas; porque el espectador comprendiendo lo crítico de los tiempos, el carácter varonil de Isabel y la inflexible constancia de Lord Cécil, se apercibe mejor de la tormenta que está para caer sobre la cabeza del protagonista. Aparecen y a bien dibujados los lineamientos del carácter de la altiva Isabel de Tudor, de su célebre ministro Cécil y del arrogante y temerario Roberto D'Evreux. L a exposición es ingeniosa, ora porque el autor se vale de frases cortadas para expresar toda una pasión, ora porque los dicursos que pone en boca de sus personajes y que nos informan del estado político de Inglaterra y de los antecedentes de la vida del protagonista nacen naturalmente de la crisis que comienza á desarrollarse. E n efecto, en la primera escena hallamos el siguiente brevísimo diálogo, que nos impone de los distintos sentimientos que animan á Margarita y ala Condesa de Nottingham respecto de Roberto D ' E v r e u x . B R I S T O L . — ( A Margarita). E l Conde de E s s e x está para llegar á Londres. M A R G A R I T A . — ¡ Q u é decís! C O N D E S A . — ( A p a r t e y con siniestra alegría). E l Conde y a de vuelta ¡ A h ! Cuando sale Roberto de su entrevista con la reina, después de haber conseguido que esta le devuelva sus títulos y honores, exclama con arrogancia " ¡ C o n d e de Nottingham, por esta vez el triunfo es mió! Si Lord Cécil se detiene á exponer el estado general de Europa, es para preparar el ánimo de su soberana y obtener de ella la formación de un nuevo ejército para Irlanda y la deposición del Conde do E s s e x . Y si Roberto D ' E v r e u x vuelve la vista á lo pasado es porque se propone despertar las simpatías y alcanzar gracia de la reina. Por eso decia Roberto " e s breve la historia que v o y á contaros Dulce memoria que evocada por la vez postrera v a á perderse en los abismos del olvido: es un recuerdo que también nos dice adiós, grato como la ilusión, tierno como el sentimiento, pero triste como un recuerdo" L a narración continúa hasta su fin en el mismo tono. E l poeta toma ocasión en una peripecia para pintar el carácter altivo y orgulloso de Isabel, no bien acaba de perdonar á Roberto cuando adquiere por los pliegos dirigidos al R e y de Escocia y que le presenta Lord. Cécil, la certidumbre de que su antiguo favorito es un pérfido. É n esta situación se abandona un momento á su cólera pero pronto recobra su antiguo continente y despreciando los planes del subdito se fija en el R e y de Escocia y exclama: " A b r i g a (el
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R e y de Escocia) ambiciosos designios que habrían de desvanecerse como la niebla ante el sol de la mañana? ¿Fundará Jacobo V I acaso sus pretensiones 011 la ya olvidada bula de Paulo I V ? Entonces la desheredada hija de A n a Bolena, podrá mostrarle el cadalso de la elejida de Roma " Este rasgo es profundo, pinta el verdade ro carácter de Isabel de Tudor; y por eso nos parece que en el debió terminar la relación. Lo que sigue es bueno en sí, pero como no hace mas que desleír el pensamiento anterior, lo debilita. Entablada la acción en el primer acto comienza á desenvolverse en el segundo. E l Conde de E s s e x dispone durante un baile de máscaras en la torre de Londres, por medio de una secreta conferencia con Sir Enrique que ha podido llegar hasta allí disfrazado y bajo nombre supuesto, los lulos de la trama; y fija para dentro de breves horas el momento de la insurrección. N o bien acaba de despedir á su cómplice, y de dar alguna espansion á los sentimientos que le agitan, cuando viene la Condesa de Nothingharn disfrazada, cual si fuese la voz de la conciencia, á turbar mas y mas su espíritu con siniestras predicciones, que despiertan en él la sospecha do que sus planes son y a conocidos. Las revelaciones de Margarita, que ha podido sorprender frases de una conferencia entre Isabel y Sir Roberto Cécil, convierten esta sospecha en tremenda certidumbre: quiere huir, pero es arrestado al abandonar la torre. A propósito de las revelaciones que hace Margarita, nos parece poco justificado que una dama de palacio logre informarse, oculta entre los tapices, de una conferencia de su Soberana con el primer ministro. Por fortuna, las frecuentes y buenas peripecias que hay en el acto, comunican mucho movimiento á la escena, y el público ó no advierte ú olvida este lunar en gracia del interés que experimenta. Allí cobra el espectador alguna simpatía por Roberto al contemplar, que respeta la vida de su antigua bienhechora: que si ambiciona un trono, ambiciona también asegurar la grandeza de su patria que j u z ga comprometida á causa de la vejez de Isabel; y que su desgracia ha de producir la de la inocente Margarita. Llenan el tercer acto las súplicas del Barón de Bristol y de Margarita á Lord Cécil, el juicio del Conde por los pares del reino; su sentencia á muerte como reo de alta traición y la tentativa que sale frustrada de ponerse en salvo combatiendo la escolta con la ayuda de Sir Enrique y de muchos de sus cómplices. Desde que se alza el telón hasta que cae reinan mucha vida y mucho interés en toda esta jomada, la mejor del drama en nuestro humilde sentir. H a y en ella, no vacilamos en decirlo, escenas escritas con mano maestra. T a l es el diálogo entre el Ministro Cécil y el Barón de Bristol, en que el espectador ve luchar los mas altos intereses de la política, puestos en boca del primero, con los principios mas elevados de la filosofía que sostienen los argumentos del s.'g.mtlo. Hemos leido mas de una vez esta escena, y siempre la encontramos digna de Sehiller. N o la trasmitimos íntegra por no alargar demasiado el presente artículo, pero felizmente se piensa imprimir la obra y el lector con presencia de ella podrá juzgar si es imparcial tanto el 11
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elogio de esta escena como todo lo demás contenido en nuestra crítica. E l carácter de Sir Enrique, iniciado en el segundo acto, acaba de completarse. Siempre consecuente da la vida por su fé religiosa y en sus últimos momentos besa la imájen de la Virgen, rasgo feliz que revela la fuerza de una convicción. E l monólogo del Conde antes de asistir al juicio, y su diálogo con Margarita, después de sentenciado, respiran profunda tristeza. La despedida de los dos amantes termina con «stas frases cortadas. E S S E X . — A d i ó s , Margarita. M A R G A R I T A . — D e f e n d e o s bien.E S S E X . — S i muero M A R G A R I T A . — ¡ H a y otra vida! E S S E X . — M u g e r sublime, adiós . . . M A R G A R I T A . — { A media voz). ¡Ob! ganad la barc». E s e " h a y otra v i d a " es elocuente. Nada mas natural en la situación. E s el último pensamiento de fidelidad que puede hacer el corazón amante . Margarita presa de la mas cruel ansiedad en la amarga duda de si su amante logrará ó no ganar la barca, dirije en su tribulación á la Virgen María esta sentida plegaria: Reina del cielo, Señora, E n mí tu mirada fija; Esciichame, soy tu hija T u eres madre de bondad. Recuerda, pues, dulce madre, Las lágrimas que has vertido, Mi corazón afligido E n ellas busca piedad.
Frotéjele, madre santa, Dulce, matutina estrella Que disipas con luz bella L a s tinieblas del dolor. Y o lloro también, oh Virgen! Compadece mi agonía Y haz que goce el alma rnia D e la lumbre de tu amor.
Perdona si mi plegaria N o es como tú, noble y pura, ¿Qué pedirá la criatura Que no s e a - — terrenal? Mas no te ofenda, Señora, E l amor que en mí delira Pues aunque el hombre lo inspira E s un amor celestial.
83 Gomo el lector podrá juzgar la plegaria es bella y aü último pensamiento delicado. Ella ha obtenido siempre en el teatro una salva de aplausos. E l poeta usa aquí de una licencia, que no desconoce cuando pone en los !ábios de Margarita las siguientes razones. " M i s padres eran sinceres anglicanos, pero mi nodriza, que era católica, rezaba de oculto á la Virgen. Y o aprendí de ella; desde entonces ignoro cual sea mi religión; pero en el retiro, en el silencio, mis lágrimas se dirigen á María y elia derrama en mi corazón la ternura bienhechora" T a l esplicacion, satisface, por lo visto á un auditorio español que se com place en oir las alabanzas que se tributan á la madre de Dios, objeto precioso de su amor y de su culto; pero juzgamos que ante otro de distinta creencia, esa súplica parecerá impropia en la boca de una dama inglesa de la corte de Isabel de Tudor. Conmovido y a el espectador con la prisión del Conde y los ayes lastimosos de la inocente Margarita, el cuarto acto se encarga de aumentar el interés manteniendo el ánimo de aquel entre el temor y la esj*eranza. Ora asiste á la lucha que en pecho de la altiva Isabel sostienen la razón de estado y la clemencia, los recuerdos de lo pasado y la reciente ofensa. Ora oye la respetable voz del anciano barón de Bristol y la simpática de la pobre Margarita suplicando el perdón. E l anillo llega por fin; pero la enemistad de Nottingham ha sabido calcular los momentos y la catástofre se realiza . E l monólogo de Isabel, cuando debe firmarla sentencia de su a n tiguo favorito, es profundo. A l pintarnos las vacilaciones de la reina, l a lucha de los encontrados sentimientos que la combaten en aquel crítico momento, después de una noche de insomnio, está bien guardada la gradación en el desarrollo de la pasión; y a se felicita de ! a venida del dia, creyendo que con las sombras de la noche huirán los fantasmas que la persiguen; pero pronto se apercibe de que la misma mano que colmó de honores á Roberto D ' E v r e u x es la llamada á poner término á su existencia; ya nubla la tristeza de nuevo su espíritu y duda de la justicia con que v a á sentenciarle; mas el crimen de Roberto se muestra á sus ojos y como que se decide á firmar l a sentencia; y a la retiene un recuerdo de la dicha pasada y comprende entonces ¡cuan grato le seria perdonarle! pero trae á la memoria l a altivez del Conde y el orgullo ahoga en la rnuger la tierna voz del corazón: quebrantada conla lucha se entrega á pensamientos melancólicos, y al comtemplar el estrago que en ella han hecho los años, se irrita contra la juventud y la belleza, y quiere firmar: pero no lo hace juzgando que tal impulso es indigno de Isabel, de la gran reina. Pone término á sus vacilaciones Lord Cécil al informarla que el Conde intentó emprender la fuga á mano armada. E n la súplica de Margarita á la reina se observan igual graduación é igual crescendo. T a l es en sus detalles l a obra del Sr. Tapia. En su conjunto, el drama nos enseña, puesto que Roberto D ' E v r e u x paga el crimen con la vida, que la ambición injusta es siempre castigada. Nos parece sin embargo que el último pensamiento puesto en boca del baorn de Bristol " E s s e x dejó atrás en Cádiz la vanguardia de Nottingham,
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gano un laurel: ¡un laurel cuesta á veces un cadalso!" como que entibia el efecto que puede producir esta lección moral. Nos apresuramos á decir que el pecado, si lo hay, está en el asunto mismo y no en el autor. Y en verdad, si el poeta Labia de conformarse con la historia no podia presentar en la escena á Roberto D ' E v r e u x como un Belisario, es decir, como á un inocente, víctima deludió de sus enemigos; ni como á un Macbeth, cuya ambición desapoderada acumulando crimen sobre crimen conmueve profundamente al espectador. E l Roberto D ' E v r e u x , de la historia, con su medianía no presta campo bastante para uno de esos dramas de grande efecto. Pero una vez elegido el asunto, el autor ha dado muestras de talento, rodeando al protagonista de personajes que por su virtud, por su inocencia, por su entusiasmo y por sus elevadas miras, despiertan nuestro interés; imaginando, sin sobrecargar la acción principal episodios dramáticos, y trasladándonos con sus fieles pinturas á la época justamente célebre de Isabel de Tudor. Todo esto en un estilo fácil con nn colorido tal de poesía que nos La hecho recordar el estilo de Schiller en su "Príncipe Carlos." E n resumen, el drama del Sr. D . Alejandro Tapia es un ensayo feliz que abre nuestro corazón á la esperanza, porque nos muestra que si su autor continúa como hasta aquí cultivando sus facultades naturales con el estudio de los grandes modelos y de los buenos preceptistas y críticos, podrá adquirir mayores lauros en el difícil arte dramático. Puerto Rico, Diciembre 2 4 de 1 8 5 6 .
_f. J\ de Jíco&/a.
ROBERTO D ' E V R E U X
(1).
Dias hace que leímos el juicio crítico que el Sr. D . J. Julián Acosta escribió en la Capital acerca del drama que con esto título debe Puerto-Rico á la pluma del Sr. D . Alejandro Tapia. Sin haber visto esta producción juzgamos desde luego que era de mucho mérito, porque la crítica que habíamos leido la tenemos por un excelente trozo de erudición, y supusimos con fundamento que quien así escribe no era posible que se dejara seducir por un mérito aparente. Deseábamos desdo entonces leer á Roberto D ' E v r e u x , no con la pretensión de juzgar por nosotros mismos la obra que habia sido escrupulosamente examinada por una autoridad idónea, sino porque á favor de este mismo juicio debiamos gozar mas en su lectura. Lo hemos conseguido y recibido una satisfacción completa al (1)
Tomado de " E l Mayagüezano" periódico de la Isla de Puerto-Rico.
85 ver como no nos engañó nuestro deseo. L a producción del Sr. T a pia está desempeñada hábilmente, y las bellezas señaladas por su comentador á nuestro modo de ver, no son ilusorias; no seducen por su artificio, por el aparato con que luego se revisten esos fascinadores cuadros de teatro en que quedan fatigados los oidos y la vista del espectador, dejando sin embargo una vaguedad en el alma: no es al afeite dramático á quien debe Roberto sus gracias, sino que estas están en el mismo ser creado, en su expresión, en su índole, en su alma: y á mas de todo esto, si el autor, sometiéndose á los rigorosos preceptos, no ha salvado el escollo de las unidades con sacrificio de la propiedad; si expone, anuda y desata la acción, escitando gradualmente el interés; si por medio de un lenguage fácil y elocuente ha tratado su argumento, teniendo además un acierto en la elección de este, todavía y sin recomendar otras muchas circunstancias que pudieran satisfacer á otras exigencias, el drama tiene una cualidad apreciable—aquella que decia D . Nicomedes P a s tor al hablar de la primera composición de Zorrilla—ser una composición de aquí. E n efecto, no es para despreciar la consideración de que siendo Puerto-Rico un pais en donde hasta ahora la juventud casi en general parecía como indiferente á la gloria de las letras, hoy que esta noble ambición se despierta en ella, presente una producción que si á las miradas de un crítico severo tal vez no pueda ocultar uno ú otro ligero defecto, difícilmente daria con ellos quien no esté amaestrado en el arte de hacer disecciones literarias. Tiene pues el drama del Sr. Tapia el doble título de su mérito artístico y el de corresponder á las primicias que ofrece Puerto-Rico al espíritu de progreso intelectual que llena el Universo. Por eso es que el drama ha sido recibido tan bien por el público, y se agotan por todas partes los ejemplares de la primera edición. N o podía ser de otro modo; y era preciso ofrecer una prueba favorable del grado de civilización que alcanza nuestra Sociedad: ella debe servir para dar aliento á la juventud estudiosa que aspire, como el Sr. Tapia, á quien felicitamos, á recibir una ovación completa en justa y pronta recompensa de sus a f a n e s . — J E S A A R
RIOMARES.
AL PUBLICO u>
D . José Julián de A c o s t a ha honrado con su apreciable, juiciosa y bien trazada crítica la pieza que se da hoy á la estampa. D o s artículos publicados en los números 103 y 1 0 4 del año próximo pasado en el Boletín de esta Capital, contienen el expresado juicio crí(1)
B s t a contestaoion se publicó adjunta al drama en su primera edición.
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tico que el novel autor de Roberto D ' E v r e ú x no puede monos de estimar por las buenas razones, delicada moderación y notable deseo de hacer justicia que lo distinguen; empero, séale permitido dar en lo posible, y según su humilde entender, alguna aunque ligera contestación á dos observaciones que emite el Sr. Acosta, cuyo escelente criterio y buen gusto reconoce. D i c e entre otras cosas el artículo 2 ? "En cuanto á la Condesa de "Nottingham, que desde el principio del drama aparece como enemi"ga y que luego en su final muestra un gran interés en salvar á Ro"berto, nos parece un carácter inconsecuente que se opone al princi"pio dramático Sibi conslet.—El autor, que en todos sus demás per"sonages ha guardado estrictamente la regla, se conoce que quiere en "esta anticiparse á la crítica suponiendo arrepentida á la Condesa, "mas nosotros pensamos con un célebre maestro en el arte, que el "arrepentimiento no es para el teatro, ó al menos que debe economi"zarse mucho." E l autor no cree que el carácter de la Condesa se oponga al principio Sibi constet, ni cree que su arrepentimiento sea de los que proscribe el célebre maestro á que se refiere el crítico. E l autor comprende que existen en el corazón humano odios inflexibles, irreconciliables; y tan lo cree así que, como muestra de estos malhadados tipos, presenta al Conde de Nottingham, cuyo aborrecimiento no se detiene ni aun ante la tumba de su enemigo; pero comprende también la existencia de otros odios atenuables, extinguibles ante cualquiera inesperada ó terrible circunstancia que v e n g a como á despertar en favor de la víctima, el lado compasivo que cuenta felizmente el corazón de esta elase de personas. E s t o s caracteres son los mas comunes en la naturaleza; y en verdad que nadie pudiera llamarlos inconsecuentes, porque la compasión por el desgraciado y el perdón de las injurias no son felizmente inconsecuencias. I n consecuente es lo que procede sin fundamento, sin razón y por capricho, pero de ningún modo lo que se efectúa por causas naturalmente racionales y poderosas. Mucho pudiéramos decir acerca de esto, pero él Sr. Acosta no puede menos de reconocer que existen tales tipos en el mundo y de seguro que no los llamará inconsecuentes. L a cuestión no es esta. L a cuestión no es absolutamente psicológica; refiérese mas bien á las aplicaciones dramáticas, y en este terreno permita al que subscribe la expresión de algunas ideas en l a v í a de contestarle. Si e x i s ten tales caracteres en el mundo, si existen en grande abundancia porque los seres perversos en absoluto forman la escepcion ¿seranos prohibido llevarlos al teatro, espejo del mundo? N o pretenderá esto el Sr. Acosta. E l quiere con Horacio y con el buen criterio del arte que se lleven al teatro enhorabuena, pero que una v e z allí, procedan con arreglo y en consonancia consigo propios. D e seguro que el autor tampoco quiere en la escena caracteres i l ó g i c o s . — Y ¿cuál es el medio de decidir si son ó nó lógicos los procedimientos de un carácter? ¿Cuál? E l sentimiento y l a observación del corazón humanó. Pero consultado este, no nos niega que el enemigo pueda dejar de serlo, ni que el avaro pueda dejar de volverse pródigo, ni que
87 sea inverosímil que el odio se tome en amor, ni que lo sea tampoco el perdón de las injurias; solo si que al proceder de este modo, para estimarse lógica su conducta, se verifique el cambio ante una circunstancia bastante á producirlo; teniendo en cuenta para ello el grado de intensidad en las pasiones ó convicciones del individuo. Acaso Maobeth, que inmolaba á sus hermanos para conseguir una corona, hubiera retrocedido ante la vida de un hijo; ó acaso no, y bañándose en sangre filial hubiera continuado hasta su trono; pero su conducta seria en ambos casos lógica y consecuente según el grado de intensidad en que se encontrase su ambiciosa locura. L a caída de la manzana que dio al cerebro de Newton la base de un sistema, es decir, una nueva convicción, no hubiera despertado en Otro sabio, menos observador, la modificación de sus opiniones, y esto seria siempre en uno y otro lógico y consecuente; según la intensidad de facultades mutuas ó el estado de sus doctrinas y pensamientos. E n nuestro caso, si Nottingham. necesitaba mas que la muerte del enemigo para saciar su odio, la Condesa, su esposa, que no odiaba tanto, debia contentarse con algo menos que la muerte. Los remordimientos que acompañan por donde quiera al hombre, aun el mas criminal, no son otra cosa que las convulsiones del buen instinto que vive, se ajita y se retuerce cuando mas se le quiere ahogar, L o s remordimientos son nada menos que la lógica de la naturaleza. E l Conde de Nottingham habia menester de la muerte de su enemigó para sentirlos, pero la Condesa, su esposa, era racional que (atendida su índole y la menor intensidad de su antipatía) no hubiese menester de la consumación de aquella para sentir remordimientos por la parte que su deseo y la venganza de su marido habían tomado en tan próxima catástrofe. Veamos, si atendida la no gran intensidad de su odio, la proximidad de un cadalso sería bastante á contenerlo. ¿Cuál es el origen de su odio? ¿Procede dé injuria directa? ¿ D e qué naturaleza es aquel? ¿ E s la perversidad ó crueldad el fondo de su carácter? E n vista de esto ¿la muerte de E s s e x puede ser circunstancia bastante á efectuar una reacción en sus sentimientos capaz de producir el deseo de evitar la catástrofe en que tanta parte ha tenido su esppso? E l origen de su odio lo revela ella misma en el monólogo del A* acto; revelación que nada contradice durante el drama y que'á falta de otro dato habrá que aceptar. (1) V e s e por dicho monólogo que su aborrecimiento no procede de injuria ó daño recibido de E s s e x directamente, antes bien, según se desprende del drama, semejante pasión debe considerarse mejor como antipatía originada por la rivalidad que inedia entre ambos pondes (su marido y el de E s s e x ) no perteneciendo ni pOr causas ni j>or hechos á la categoría de esos odios que se apellidan con razón mortales. E s uno de esos odios de inuger, (la crueldad es la excepción) qué se contentan con herir el amor propio del contrario ufano y triunfante y con soñar venganzas'qué la compasión natural del (1)
Escena 2 ?
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sexo lleva pocas veces hasta la sangre. Respecto de su carácter ¿hay en el drama un solo hecho, una sola palabra que la den á conocer como cruel en la acepción propia de esta voz? S u odio es de esos que se pagan de palabras, que se evaporan; en resumen, antipatía de muger. L a s Bórgias son la escepcion en el sexo. Si lanza con siniestra alegría una exclamación en el primer acto al saber la vuelta de E s s e x á la corte, en donde le amenaza l a caida del favor, es por que ella se promete males para el enemigo de su marido; si enmascarada en el segundo acto le zahiere y mortifica, es porque le v é soberbio y triunfante; pero la muerte es el último eslabón de la cadena, y de desearla á una persona cuando se cree lejano dicho mal, á continar en el mismo deseo cuando se la v é inevitable, h a y notable diferencia. Parece que el corazón, cuando no está totalmente dañado ( y el de la Condesa no cuenta pruebas en contra de su bondad,) se rebela ante la idea ue cooperar á la obra del verdugo.—Además de esto, una vez admitida en el pecho la piedad, por sí sola hace camino, arrastra, y el corazón, como si quisiera enmendar la obra pasada, lleva su reacción hasta un punto incoucebible. E s t o es cierto, testigo el ser humano en general. Si la Condesa no odia mortalmtnte al de E s s e x , si su corazón no h a dado pruebas para juzgarle malo, en una palabra, si es como la generalidad de los tipos comunes, un ser que lucha y procede por reacciones no caprichosas sino fundadas y bastantes á justificar los cambios; su arrepentimiento es de los verosímiles en el teatro, y s u carácter, lejos de violar el precepto sibi constet, es consecuente y v e rosímil en el punto que motiva estas palabras. Mas aun, puede juzgarse al examinar la disposición artística del drama como una oposición estética de caracteres entre ella y su esposo: caracteres que perdonan y caracteres que no perdonan nunca. E s t o porlo que respecta á la primera observación que se digna hacer el Sr. Acosta, La segunda es la siguiente: D i c e así su citado artículo: •'A propósito de las revelaciones que hace Margarita, nos parece "poco justificado que una dama de palacio logre informarse, oculta "entre los tapices, de una conferencia de su soberana con el primer "ministro." E s t a observación, que es de poca monta, parece que puede contestarse también en pocas palabras con manifestar, que no tiene nada de extraño que Margarita, vivamente interesada en la conferencia, puesto que sospecha que en ella v a á tratarse de la persona á quien ama, aproveche la ocasión de que la tal conferencia ocurra en una sala de paso sin grandes reservas ni precauciones, para ocultarse y oiría al través de unos tapices; esta justificación se completa al saber que Margarita estaba de servicio aquel dia como camarista y que su deber l a llevaba á las cámaras reales y cerca de la persona de su Reina. B a s t a esto para demostrar las razones que ha tenido el que suscribe para proceder, pues cree que debe recomendarle á n t e l a s personas sensatas y aun ante el mismo Sr. crítico, su deseo de escribir justificadamente- y con el estudio que le es posible; no que juzgue que su humilde obra esté exenta de defectos, cosa cuasi imposible en
89
el que principia y que con mayor voluntad que fuerzas dirige sus pasos débiles aun por la escabrosa senda. . Por lo demás la crítica del Sr. Acosta merece dignos elogios tanto por el razonamiento cuanto por la expresión y la forma, y en esta cuestión está el que esto escribe harto seguro de que su triunfo lo seria aun mayor para el crítico: tal es la nobleza del carácter de este cuyas buenas partes se gloría el que suscribe de apreciar. Sabe este también que la intención del Sr. Acosta al trazar su crítica no ha sido otra que la de alentar al que comienza y ver de animar entre nosotros el gusto por las buenas letras; probando además que los trabajos científicos que ocupan su inteligencia no la hacen extraña á las tareas puramente literarias. N o le era dado, ni cuadraba á su carácter hacer el elogio sin razonarlo ni ocultar jj~>r lisonja los que juzgaba'defectos; pues la parcialidad y la hipérbole exclusiva sobre no poder llamarse verdadera crítica, traen consigo extravíos de la opinión y lo que sigue tan de cerca: la pérdida del arte. Con críticas como la que esto motiva se honra y honrará siempre si las merece. Alejandro Tapia y Rivera.
12
BERKARDO DE PALISSÏ, 6
EL HEROISMO DEL T R A B A J O , BIODEAMA ORIGINAL E N DOS P A R T E S Y CUATRO ACTOS.
Representado
por primera
che del 12 de Abril
de
1857.
vez en la ciudad
de Puerto-Rico,
la no-
áfa. 1 . $a\\mx líUtoioíg &e (¡imita.
Querido y estimado amigo mió: Deseabas que yo tratase ¡a vida del noble alfarero bajo formas dramáticas.—-Mal 6 bien desempeñada la tarea que me impuse, tengo el gusto de ofrecerla á tu clarísima inteligencia y elevado corazón. Adiós, Román. TUYO
_feLeja.nd.ta.
Puerto-Rico 7 do Marzo de
185".
FIGURAS DEL DRAMA EN LA PRIMERA PARTE.
BERNARDO DE PALISSY, SU
alfarero.
MUJER.
ELOÍSA,
hija de ambos.
RAUL DE MONTMORENCY.
UN
discípulo de Bernardo. C R I A D O de Raul.
UN
LEÑADOR.
ALRERTO,
DOS
NIÑOS.
La escena durante los dos primeros actos, pasa en la Saintonge, Francia. SIGLO
XVI.
REINADO DE CARLOS NONO.
01
ACTO PRIMERO.
LOB tendales de Palissy. A la derecha del actor un horno de dos bocas por el . estilo del de los vidrioros, el cual está encendido; algunos trozos de leña junto al horno; vasijas, ánforas y otras piezas de alfarería secándose en el tendal. Al fondo, el arranque de algunaB colinas que forman lontananza. A la izquierda del actor y en primer término una puerta que conduce á laB habitaciones de la casa. E n el centro una mesa con varias sillas, y á derecha é izquierda del proscenio asientos de piedra.
I.
ESCENA ALBERTO,
teniendo en la mano
una
barra ó pala con que atiza el
fuego.—PALISSY. ALBERTO,
PALISSY.
Mirad! cual sube el c a l o r . . . es la cima do un volcan: las piezas tomando van el esmalte brillador. H a menester fortaleza ese fuego: á invertir v o y en la leña para b o y los restos de mi pobreza.
(Arrodillado
y leyendo en una
Oh Señor, vos derramáis en el sol vuestra mirada, y de la noche enlutada las tinieblas disipáis. V o s fuisteis y vos seréis, como sois eternamente, sol hermoso de la mente, que el error desvanecéis. Vuestra mirada es amor, vuestra mirada es la vida.
Biblia)
96
(Pone
Criatura por vos nacida demando vuestro favor. Compadecadme, Señor. f Cierra el libro y continúa como inspirado) E n el mundo triste obrero, á trabajar destinado, vuestro decreto adorado obedecí placentero. Con afanes investigo de la tierra los arcanos: de mis tormentos insanos sois, mi Dios, mudo testigo. A l hombre amando cual vos me desvelo por ser útil; haced pues,que no sea inútil tal fatiga, mi buen Dios. Sí al trabajar noche y dia me juzgué vuestro elegido, si pequé de orgullecido, penad la soberbia mi a. Pero vos sois el amor, vuestra mirada es la v i d a . . . yo criatura agradecida , demando vuestro favor. Misericordia, Señor. D e aquella voz poderosa con que el fiat lux pronunciasteis y en los mundos derramasteis esa luz radiante, hermosa; dad á mi boca sencilla un destello soberano, y el tosco barro en mi mano se convierta en maravilla. H o y mi ser ó mi no ser en solo un ensayo estriba, haced que el arte reciba vuestro supremo querer. E l duro afán y el quebranto bendecid del triste obrero: solo soy un alfarero,.. mas vos, Señor, podéis tanto! Vuestra mirada es amor, vuestra mirada es lá vida; yo criatura entristecida espero vuestro favor, . Prestadme ayuda, Señor. la Biblia en uno de los bancos de piedra, y vásc por el
fondo).
97 ESCENA ALBERTO,
II. solo.
V é con Dios, maestro querido; los que juzgan vano sueño tan fuerte y tenaz empeño, tu valor no han conocido. A tu noble inteligencia la arcilla deberá en breve la blancura de la nieve, del cristal la transparencia. ( Cantando ). " S i su París el R e y me hubiese dado un dia forzándome á dejar el amor de mi amiga, cobrad, oh R e y Enrique, vuestro París, diria, me place mas, oh gozo, me place mas mi amiga." ¡ E s tan avaro este hogar! N o le basta un haz ni ciento: veré si por el momento logro su empeño calmar. ( Váse cantando por detras del horno) " M e place mas, oh gozo, me place mas mi a m i g a . "
ESCENA R A Ú L , saliendo
por
el jando
I I l.
can una carta á su criado.
abierta
y dando
Decid pues al mensajero que las postas apareje, ¡jorque es fuerza que nos deje tornando en París ligero. ( Váse el criado) ESCENA RAÚL,
IV.
solo.
E l Mariscal mi buen tio á París me hace volver, justo será complacer
13
órdenes
98 su cariñoso albedrío. E l R e y Carlos quiere verme es decreto soberano que cumplir está en mi m a n o . . mal podré aquí detenerme. D e Carlos Nueve sombíía la corte, pardiez, no encierra los encantos que esta tierra ocasiona al alma mia. ¿Porqué, Amor, á mi despecho, pudo en mi seno ejercer tanto imperio una mujer nacida en humilde techo? M a s qué digo, si es la flor de estos campos olorosa, la doncella mas hermosa, embeleso del amor? Mas, quisiera al punto h a b l a r l a . . . ¿Cómo anhelar mi partida dejando aquí el alma herida? ¿Cómo poder olvidarla?
ESCENA
V.
R A Ú L y A L B E R T O que sale con algunos trozos á colocar en el liorn». ' ALBERTO. RAÚL. ALBERTO. RAUJ..
ALBERO. RAÚL. ALBERTO.
, RAÚL. ALBERTO
RAU.L ALBERTO.
de leña que
empieza
" M e place mas, oh gozo, (cantando') me place mas mi a m i g a " . Decid, ¿no os llamáis Alberto? Si señor. Si mal no oí,
de Bernardo Palissy sois discípulo, no es cierto? Mas que discípulo, hijo. D e Eloísa sois hermano? N O señor, la noble mano de su padre me bendijo. E l en mi triste orfandad como padre me crió, tal mi labio le llamó. Y le amáis? Con ceguedad!
oh! señor, él es tan bueno, que si mi vida pidiera, vive Dios, que se la diera. M e dicen que es hombre lleno de saber. Mucho, señor.
(con
sorpresa)
99 Sabe mensurar la tierra y conocer cuanto encierra bajo el lozano verdor. Oh señor y cosas tantas de animales y de flores! Conoce en fin los primores de metales y de plantas.' Sabe mas que otro alfarero, pues retrata á la natura con pinceles y en figura.... E s del arte lo primero. lt*i;r.. Ai.HURTO.
HAITÍ..
Qué decís? E s todo un sabio! yo lo juzgo sin igual, que sé y o . . . . grato raudal de verdades creo su labio. Y os ha enseñado .
ALBERTO.
A
leer
en un libro seductor. RAÚL.
Cuál es?
ALUHRTO. 11A i;L.
Miradlo, señor. U n a Biblia! Y a es de ver. Si es así ¿cómo vivir entre cortos h o r i z o n t e s ? . . . . Decidme, de aquestos montes no habrá pensado en salir?
ALBERTO. RAÚL.
A encontrar lo que apetece . Aunque hablarle haya querido con pesar me he detenido pues tan uraño parece N O señor, es franco y noble; mas la pobreza, el afán que consumiéndole van acabaran con un roble. Como os decia, ha enviado á Guyon, un escultor que en París goza favor y es su amigo
ALBERTO.
RAÚL.
Si, extraviado,
hugonote cual vosotros. ALBERTO.
RAÚL. ALBERTO. RAÚL. ALBERTO.
S Í , hugonotes: es así
como nos llaman aquí, y en el pueblo existen otros. Mucho cunde por dó quiera la semilla. Pero honrados somos. Vivís olvidados de la Iglesia verdadera. Cómo!
RAÚL.
ALBERTO.
100 Y siento en verdad que sigáis una fé extraña. Quizás la calma os engaña, y olvidáis la tempestad. Pero
RAÚL.
Ingrata digresión en mal hora comenzamos: al alfarero volvamos y al artista Juan Gayón. H a c e algún tiempo que aquel envió, según decís, á la ciudad de París ALBERTO. Ensayos de su cincel en obras de alfarería. A Guyo n mucho gustaron y elogios mil tributaron artistas de nombradla. RAÚL. Y el alfarero ¿qué espera? ALBERTO. Solo una prueba dichosa que perfecta como hermosa torne en arte su quimera. Mas llega oportunamente Eloisa RAÚL. (Grato azar!) ALBERTO. Vóime del horno á cuidar. (Hace una reverencia y vane á atizar el fuego; vane luego y vuelve con pedazos de leña que se pone á colocar en' el horno: todo esto sin cuidarse de lo que pasa, en la escena). RAÚL. ( S é , corazón, elocuente!)
ESCENA VI. Dichos, RAÚL. ELOÍSA. RAÚL.
E L O Í S A que sale de la
ELOÍSA
Señorita, bien venida. V O S aquí ya, caballero? Mal en un rostro hechicero el fiero desden se anida. A mi padre hallar creí, y pues no está, señor m i ó . . . . Calme desden tan impío Señor de Montmorency. E l hallarme á vuestro lado os a d m i r a . . . . ¿qué extrañáis si de continuo habitáis este pecho enamorado? Señor Raúl, la mañana
RAÚL.
[Interrumpiéndola)
ELOÍSA. RAÚL. ELOÍSA. RAÚL.
La mañana es de las flores.
casa,
{despidiéndose) (deteniéndola)
101
yo que busco sus primores miro en vos la mas lozana. Si ama el céfiro á la rosa, si el fuerte muro á la yedra (que amor siente hasta la piedra) y ama al sol la mariposa; si al olmo busca la vid, si busca el arroyo al rio y el ave con dulce pió busca al a v e . . . vos, decid: qué mucho, si en la natura todo obedece al amor, que no menos amador os busque y o , mi hermosura? Perdonadme; son sobrados
ELOÍSA. ,
RAÚL.
ELOÍSA
RAÚL.
mis quehaceres Harto he oido pensamientos que he creído dañosos para escuchados. A h ! del amor el veneno mal lo llevan en su esencia, pues tan solo indiferencia despiertan en vuestro seno. Son muy gratas y muy bellas vuestras palabras rendidas; por mi pecho agradecidas, dejad que me guarde de ellas. Como abeja es vuestro labio, que si miel vierte sabrosa hiere también maliciosa dejando dolor y agravio. ¿ A cazar no ibais, señor? como os decía, la mañana del otoño dulce hermana, estimula al cazador. Ya dejó su madriguera la liebre fugaz, medrosa, y la avecilla amorosa por los aires va ligera. ¿No salisteis á cazar? ya la montaña y el llano dora el astro soberano, Idos, señor á gozar. Gozar yo, ah! mis placeres perdieron su dulce h a l a g o . . . . solo me queda el amago de muy duros padeoeres. Mis castillos y mis tierras perdieron ya su atractivo; á mi dicha es muy nocivo el aire de aquestas sierras.
102 D e la Saintongc los prados, la estación grata, florida que con encantos convida son para mí malhallados. Y ¿quién me dijera, oh cielos, al dejar á París, triste, que aquí do la calma existí.' hallara afanes y duelos? ( E l respeto me detiene... cuál reirían mis amigos si fueran aquí testigos de esta red que me retiene). ELOÍSA.
RAÚL.
ELOÍSA. RAÚL ELOÍSA. RAÚL.
(Me ama, a y D i o s , con frenesí.. qué me importa, pohrecilln. si la llama que en él brilla no lucirá para mí!) (Como la hoja en la rama tiemblo ante aquesta labriegn; su dulce afecto me niega y desdeñosa me inflama). (Oh! su amor no es para mí!) ( E l amor me ha transformado! yo en un tiempo tan osado!) ( S e llama Montmorency!) Qué p e n s á i s . . . . d e c í s . . . .
ELOÍSA.
RAÚL. ELOÍSA.
RAÚL. LA
nads
YO?
¿ Y qué deciros pudiera? M a s vuestro pecho q u i s i e r a . . . . Nada, señor. (Desgraciada!) Tornará pronto mi padre y debéis iros, señor. M e despedís, oh dolor! (dentro)
M A D R E . Eloisa.
ELOÍSA.
Veis? Mi madre!
ESCENA VII. Dichos
y L A MUJER del
alfaicro. (saliendo)
L A MUJER. Eloisa! ELOÍSA.
Y a en volver
mi padre no tardará, la prueba le aguarda ya y en breve le podéis ver. L A MUJER. Caballero! RAÚL.
Y O , señora...
en efecto, á vuastro esposo vine á buscar deseoso de hablarle.
(con
sorpresa)
103 Sea en buen hora. Y a os habrá dicho mi hija lo que anhelabais saber. ELOÍSA. S Í , buen Alborto, querer y á la fortuna se fija. L A ¿MUJER. Pero viene mi marido. Ven, chicuela; al caballero con mi esposo dejar quiero, puesto que, á verle ha venido. ELOÍSA. Caballero...{saludando) LA
MUJER.
RAÚL.
L A MUJER,
[con
ironía)
{á
Eloísa)
VIII.
R A Ú L y A L B E R T O en, $ti
ALBERTS.
Alberto)
Señorita...
(Libertinos! N o hay paciencia). Señor, con vuestra licencia. Vamonos. (Plaga maldita!)
ESCENA
RAÚL.
(á
Jkcna.
Tierna y ardiente pasión en hora aciaga nacida, eres la luz y la vida de este amante corazón. Por el capricho engendrada de mi loco pensamiento, eres delicia y tormento de mi vida atribulada. T ú fuiste arroyuelo casto con apacible corriente; rio después, eres torrente, que y a á contener no basto. ¿Será que en la dura roca do se estrella tu furor, como todo leve amor fe trocaste en pasión leca? Porque leves aficiones ante el duro impedimento suelen tomar incremento y convertirse en pasiones. . . N o es así, mi amor se exhibe alentado en propia llama, y el ardor con que se inflama de mi corazón recibe. Alienta pues, corazón vive con tu propia vida, el dolor te hace querida tan hechicera ilusión. " S i su París el R e y me hubiese dado un d i n " . . .
{cantando)
104
E S C E N A
Dichos.—PALISSY, tierra PALISSY.
IX.
UN L B Ñ A U O K , ambos al llegar
cerca
del
con haces
que ponen
Aquí tienes, y Dios quiera (« que alcancen estos maderos(Dando al leñador unas monedas) Son mis últimos dineros. [rase el
Alberto)
leñador)
ALBERTO. Mirad, señor, esta hoguera. (Palissy observa el fuego por la compuerta, superior, y do con la cabeza un movimiento de duda, va á sentarse de los bancos de. piedra). PALISSY,
RALI.
PALISSY.
RAÚL. PALISSY.
RAÚL.
PALISSY,
Permitidme, señor mió, que tome asiento: los años y las penas y los daños doblegan mi tuerte brio. E n vuestra licencia fio, é imitarme si queréis. Haré lo que vos hacéis; sin que me alarme per cierto, que si la fuerza perdéis, vuestra esperanza no ha muerto. E s verdad: quizá nacida de esperanza tan valiente es esta sed que vehemente á trabajar me convida: sed que prueba que mi vida se acerca y a á su impotencia. Solo pensarlo es demencia H e visto en árbol de edad esta sed de florescencia, nuncio de esterilidad.— M a s si logra lisonjera la prueba que disponéis prez honrosa, ¿qué perdéis con que sea la flor postrera del ingenió? Si hechicera, si con belleza, notoria, guirnalda es de vuestra gloria, el perfume soberano que alcanzó de vuestra mano no tendrá eterna memoria?— M e inspiráis bastante íé, Tenedla en Dios, caballero; él de este pobre alfarero la angustia y dolores vé. Por su inspiración llegué
en
horno.
(á
hacienen uno
Raúl)
(sentándose) [sentándose)
105
á lograr alto favor, pues bendijo mi sudor y con aliento infinito dio á mi pecho y a marchito la paciencia y el valor.— E n hogar pobre nacido, de mi padre en el tejar mi niñez sentí pasar en la ignorancia sumido. Pobre mozo oscurecido, mis ojos ¡ah! no alcanzaban el secreto que ocultaban, á mi oficio referente, los que el Oriente habitaban, los de Italia en Occidente.— Pura cual la luz febea no sé qué revelación llegaba á mi corazón en medio de mi tarea. ( T a l vez fábula se crea) al amasar yo la arcilla brillaba como el sol brilla, con esmalte diamantino, vana ilusión! desatino! tormentosa pesadilla!— Dejé entonces el tejar, y mi oficio de alfarero troqué por el de vidriero dejando el paterno hogar. Sed ardiente de estudiar con afán me devoraba; en doctos libros gastaba la mitad de mi sustento, y en mi grato pensamiento gustoso el hambre olvidaba.— Pero estudio y aprendí: la sabia naturaleza el libro de su grandeza mostró al pobre Palissy. Desde entonces conocí que el libro de la natura, de misteriosa lectura, era un libro encantador, Si en él la ciencia fulgura ¿qué se dirá de su autor?— Aunque pobre y abatido en medio de mis afanes, una fuerza de titanes me daba el vigor perdido. Una voz, grato sonido,
106 aguijón de la esperanza, vino á turbar mi bonanza. En fin, resolví dejar esta tierra, y venturanza á otra tierra fui á buscar.— ALBERTO.
(Palissy PALISSY.
RAÚL.
PALISSY.
y
i '
RAÚL.
PALISSY.
RAÚL.
Señor...
va á ver el estado
de las piezas
S Í , mas alimento
esta hoguera necesita. Con ansiedad infinita el relato escucho atento, que al seguir el pensamiento en vuestro ser anidado, os admiro entusiasmado. E n pos de ventura fuisteis; y ¿este bien tan deseado, al cabo, lo conseguísteis'?— A punto de enloquecer por realizar mi quimera, recorrí la Francia entera sin llegarme á comprender. Obediente á mi querer, recorrí los giganteos montañosos Pirineos f|ue de Francia son recinto: prodigioso laberinto! imagen de mis deseos!— Mientras la vida fulgura el hombre un anhelo encierra, de encontrar aquí en la tierra de un grato Edén la ventura. Cuántas veces en la altura del Pirene, el alma mia vuelto a l águila pedia por cruzar la inmensidad, y en su celeste alegría sorprender la eternidad!— Y a mi espíritu cansado al Perigord me volví, fué la tierra en que nací: al natal céfiro amado me sentí regenerado; tributo al amor pagué, y esposa luego tomé; tuve prole, y mi Eloísa, hija amorosa y sumisa, amparó tierna mi f e . — Vuestros goces comenzaron de la familia en el gremio, pues amor en justo premio
y
dice)
PALISSY.
IÍAUI..
PAI.MSY.
107 hija y madre os tributaron. Mis vigilias no cesaron: aquella voz misteriosa, mas que nunca poderosa, me decia: Te sentastesl Ahasvero, te cansastel V o z del Señor, milagrosa!— Todo ser su inteligencia, para honrar la humana vida, debe acrecentar, nutrida con la savia de la ciencia. V i v í como en la demencia: los dolores de mi pecho, las zozobras de mi lecho á mi esposa parecieron visiones de algún delito; mis vecinos lo creyeron y me juzgaron maldito.— Siempre apellida locura el vulgo lo que no entiende, ó con calumnias ofende al que le ofrece ventura. A S Í en mar de honda amargura ¡qué pesares soportó! ¡Cuántas veces lamenté de la calumnia los tiros! ¡Cuántas noches me acosté con lágrimas y suspiros!— E n mis viajes habia hallado del famoso Florentino della Robia, un peregrino fragmento. ¡Qué bienhadado fué aquel fragmento esmaltado fué del arca primitiva la paloma grata oliva, trayendo cual esperanza.. Era del arte mi alianza, luz de mi esperanza v i v a . — E n trabajos que emprendí sin ayuda y por mi parte para dar al nuevo arte la forma que concebí, mis ahorros invertí. Mi anhelo solo cifraba en hallar lo que buscaba. Triste, enfermo y solitario, en mi destino precario cual otro Job me miraba. Hice pruebas, me afané sin otra ayuda que el cielo,
108
triste y único consuelo que en mis pesares hallé. E s e mozo á quien crió y Eloísa, la fe mia alentaron, y y a el dia llega que tanto esperen A i . HERTO.
PALISSY. ALBERTO.
PALISSY.
Señor.
( Vd Palissy á ver el homo y dice); S Í , dale mas fuego Y toda la devorara y una selva no bastara. ¿Pongo algo mas? Desde luego. . . Y . . . pónla toda.
ALBERTO.
O S ruego
que veáis, quizá no alcance. PALISSY.
ALBERTO. PALISSY.
RAÚL.
PALISSY.
RAÚL.
PALISSY. RAÚL.
PALISSY.
S Í , lo temo
¡Qué percance! A este hogar mi alma sujeta. su voracidad la inquieta, Dios me saque de este trance. Según dijo el buen Alberto, vos hace tiempo enviasteis los ensayos que labrasteis á París. SÍ.
Pues no acierto como con el campo abierto aun permanecéis aquí. Contad, señor Palissy, que os ampare noble y leal mi buen tio el Mariscal. Puedo afirmároslo así. ¡Olí! gracias. Por otra parte, la madre real Catalina, como Médicis, se inclina noble á proteger el arte. Quizá os sirva de baluarte el ingenioso Guyon; hombre sois de corazón, ciencia y talento alcanzáis. ¿Qué hacéis pues, que no os lanzáis en la lid como campeón? N O , señor, aun no es bastante. Los ensayos que emprendiera hasta hoy, fama postrera no me dan. Quizá brillante la prueba que en el instante aguardo, preste hermosura
109 al arte nuevo que augura un grato sueño del alma: entonces la noble palma disputaré con bravura. ALBERTO. Señor Bernardo, ó estoy ciego ó se pierden los esmaltes. PALISSY.. Cielo, cielo, no me faltes! ¡Ali! ¡qué dices! ALBERTO. Dadme fuego. PALISSY. ¡ D e mi pobreza reniego! ¿Fuego pides? D e la esfera. yo sobre mí lo quisiera. ¡Toma el que abrasa mi pecho! {Recorriendo la escena conio desesperado y buscando objetos que dar al fuego: en seguida le. arroja, la mesa, sillas, !¡c.) ¡Toma, quema! [ha muger y Eloísa salen llenas de sorpresa) A L B E R T O . ¡Qué habéis hecho! L A MUJER. ¿Qué hacéis? ELOÍSA.
¡Señor!
L A MUJER.
¡Rabia fiera! ¡De hambre vamos á morir!
ELOÍSA
¡Padre mió!
Todo es poco (frenético) á salvar el porvenir! (Pariese á contemplar la boca del horno con expresión de ansiedad, en tanto que Alberto arroja los muebles al fuego) L A M U J E R . ¡Señor, Señor, está loco! (Cayendo sentada, en uno de. los ba/irós de piedra.)
PALISSY.
PIN
DEL ACTO
PRIMfíEO.
ACTO SEGUNDO.
L a misma decoración del primer acto.—El horno apagado, y las vaisijas y ánforas
yacen en pedazos por el suelo.
ESCENA
I.
PALISSY.
Todo perdido ¡ay de mi! ¿Qué me valió un pensamiento realizar, si en el momento todo lo hallado perdí? Vasijas y ánforas bellas por que tanto m e afané, el primor con que os orné fuente es h o y de mis querellas. Tornad al polvo mezquino donde debisteis quedar hasta que os fuera á buscar otro ser de mejor sino. (Tomando
un
fragmento)
¡Oh! ¡cuan puro y cuan brillante lo esmaltado!... ¡qué primor!... Pero el hado fué traidor y lo perdí en el instante. Fango vil tornad á ser. ¡Adiós, adiós, mi tesoro! ¡Ah! me falta un poco de oro con que tornaros á hacer.
(arrojándolo)
111
E S C E N A
II.
P A L I S S Y . — E L O Í S A que sale de la ELOÍSA.
PALISSY.
ELOÍSA. PALISSY.
ELOÍSA.
PALISSY.
ELOÍSA.
PALISSY.
Padre mió, aquí tenéis á la hija que os adora; vuestra pérdida deplora, gemir con ella podéis, Siempre solícito, atento tu amor filial, con ternura dio templanza á la amargura de mi duro sufrimiento. Mas decidme, padre mió, ¿no fué Qigna vuestra obra? Digna y buena fué de sobra, como anheló mi albedrío; mas la materia empleada para hacer aquese hogar, hubo al fin de reventar por el calor abrasada. Sus pedazos, al quebrarse, mancharon con su rudeza de mi esmalte la belleza, al punto de liquidarse. Si fué el triunfo conseguido no debe causaros t e d i o . . . ¿No existe acaso algún medio de utilizar lo perdido? Nada perdido se hubiera, aparte de la fatiga, si la fortuna enemiga su faz cruel no me volviera. T ú sabes que yo inv ertí en esa prueba frustrada, la ganancia acumulada que con afán adquirí. Crecidas deudas contraje para mi escasa f o r t u n a . . . . ni podré pagar ninguna por mas que sude y trabaje. Pero al mirar los primores de vasijas y medallas ¿no habrán querido tomallas en pago los acreedores? ¡Matar mi reputación! Antes preferí romperlas que entregarlas ó venderlas ajenas de perfección.
casa.
112
ELOÍSA.
(Mostrándole
PALISSY.
ELOÍSA.
PALISSY.
ALBERTO, PALISSY. ELOÍSA.
PALISSY. ELOÍSA.
PALISSY.
¡Día de males, aciago, en que á la vida nací! ¡ah! ¿bastante no viví.' ¡siga el golpe al crudo amago! Mi memoria recordó señor, cuando vos hablabais, lo que un tiempo me enseñabais y mi mente atesoró. un pasaje de una Biblia que ha estado hojeando) Ved: en triste muladar el buen Job, cruel agonía con mansedumbre sufría sin blafemias pronunciar. Pero el buen Job se quejó. porque la humana paciencia tiene un límite en conciencia. " Y Elifaz le respondió: (leyendo) •'Tus palabras sostuvieron " á aquellos que vacilaban, " y á los muchos que temblaban " l a fuerza y ánimo dieron. " Y el azote te ha tocado "como entonces tocó á aquellos, " y tú, débil como ellos, " d e dolores te has quejado. " ¿ E n dónde está tu valor " y tu antigua fortaleza? "¿tu mansedumbre y firmeza "perdieron y a su vigor? " P a r a el dolor soportar "el humano fué nacido, "tal como Dios ha querido " q u e haya el ave de volar." N O , jamás me he rebelado, contra la ley soberana; mas ¿puede la fuerza humana hacer mas de lo que es dado? " M e place mas, oh gozo, (dentro cantando) me place mas mi a m i g a " Pero di, esa c a n t i l e n a . . . . E S de Alberto que propicio al tratarse del oficio, se ocupa en útil faena. Me alegro: contento está. Llámale, llámale. .
¡Alberto!
Está sordo como un muerto. ¡Alberto! venid: acá ( E S muy justo d e s p e d i r l e . . . . N o debo lincir con cadena
113 á mi fortuna la ajena D e b o de mí desasirle).
ESCENA Dichos.—ALBERTO ALBERTO.
PALISSY.
ALBERTO.
'
III.
que sale por la derecha
del
actor.
Señor Bernardo, aquí estoy D a b a vueltas á aquel torno. ¿No disponemos el horno? Ante todo á hablarte voy. Podéis, oh señor, hacerlo como gustéis.
PALISSY.
ALBERTO. PALISSY'.
Con
amaño
el mal se cebó en mi daño, y a lo sabes, sin preveerlo, Y ¿quién, señor, lo previera? N O habría pérdida alguna si amorosa la fortuna á nuestro afán sonriera. ¿ A l hebreo, qué vale pues tener el camino abierto para cruzar el desierto, sin la vara de Moisés? E n vano sin ella sueña apagar la sed ardiente; sin ella el agua clemente no brotará de la peña. Y o no tengo otro tesoro que mi mano y mi cabeza; mas para hallar su riqueza se necesita del oro. Pobre soy, mas cada dia; mi cansancio es un espejo que .me muestra que. soy viejo, aunque es moza el alma mia. Los anhelos y el encanto de un soñado bienestar se alejan de mí á la par que se aumenta mi quebranto. T ú eres mozo, inteligente; tú ante el sol de primavera, que los campos regenera, sientes florecer tu mente. Y o al mirarlo en su esplendor, sol de otoño se me a n t o j a . . . , ¡ay! cada sol me despoja un tanto de mi verdor! T u vuelo á la altura tiende,
15
ALBEUTO.
PALISSY.
ALBERTO. PALISSY.
ALBERTO. PALISSY.
ALBERTO. PALISSY,
ALBERTO. PALISSY.
ALBERTO. PALISSY.
ALBERTO.
PALISSY.
114 tal vez logres alcanzar Mas mi mente no os comprende. E l trabajar ¿no es mi encanto? ¿afanarme no me veis? ¿enseñado no me habéis que en trabajar no h a y quebranto? Señor, ¿no estáis satisfecho de mí? T a l , que no pudiera
estar mas, pero quisiera la angustia calmar del pecho — . Escúchame atento y fijo: tú sabes cómo te amo Y muy gustoso me llamo vuestro alumno, vuestro hijo. Pues bien, hijo, y a lo ves, no me es dado conseguir lo buscado; el porvenir es tuyo, tómalo pues. ¡Qué decís! Que sentiría
pasases tu mocedad á mi cruel fatalidad ligado; lo juzgaría pérfido y cruel egoísmo, y en mí no debe haber dolo. Vete pues; trabaje solo, caiga solo en el abismo. Señor, qué, ¿me despedís? ¿Qué gana Alberto á mi lado? Lo que gana el desgraciado, desgracias. ¡Qué me decís! pero si yo estoy c o n t e n t o . . . Vete en pos de la fortuna; tu despedida oportuna me evite el remordimiento. Y ¿qué haréis vos? Trabajar,
nuevas luchas emprender, combatir para vencer ó en la lucha terminar. Y ¿á dó iré tras la ventura? ¿puede hallarla el alma mia lejos de aquellos que un^dia merecieron mi ternura? Y sin mí en la soledad . N O me angustiará tu pena. ¡Ah! del martirio en la arena hay también felicidad!
115
ALBERTO. PALISSY. ALBERTO.
E n fin, señor, d i s p o n é i s . . . Nada, nada, y a has oido ¿Con que me habéis despedido? ruégoos pues que me escuchéis:— Huérfano y pobre fui yo cual cordero abandonado que deja el lobo olvidado cuando á su madre mató. A vuestra esposa debí la cariñosa lactancia, y la orfandad de mi infancia fué mas grata para mí. Y o corderillo, el amparo de un pastor caritativo halló en vos, que compasivo, de mi bien erais avaro. Vuestro virtuoso ejemplar de los vicios me retrajo las virtudes y el trabajo llegué por vos á estimar. V o s me prestasteis el nombre, si no me disteis el ser, y á vuestro lado al crecer me convertisteis en hombre. Todo os lo debo, señor; y cuando quiero pagaros, por el cielo, os veo negaros en pago á admitir mi amor. E s , señor, caso inaudito; yo no puedo o b e d e c e r o s . . . . ¿cómo dejar de quereros h o y que os quiero á lo infinito? ¿Dejaros en soledad pobre, triste y fatigoso . vos, que cuidasteis gozoso mi desdichada orfandad? No, señor, no puede ser; mandadme alguna otra cosa esta es poco generosa y no os puedo obedecer, Vos, señor, sois muy tirano ¿porqué cruel no me dejasteis cuando en la cuna me hallasteis? fuerais entonces humano. ¡Mas me valiera haber muerto! ¿No es un mal que cuando niño panme dierais y cariño para lanzarme al desierto?
PALISSY.
L O anhelo yo
ALBERTO.
¡Mi ser! Otro ser no espero.
por
tu ser
PALISSY. ALBERTO.
PALISSY.
ALBERTO. PALISSY.
ALBERTO. PALISSY. ALBERTO. PALISSY. ALBERTO.
116 Con el corazón te quiero. Mal probáis vuestro querer. Diré á todos de contado, que en la cuna me acogisteis y que la vida me disteis para hacerme desgraciado. Y ¿qué hacer, oh justo Dios, si solo pena y fatiga espero? M i alma se obliga á compartirlas con vos. ¿ Y las que el cielo te dio
juventud, querer y f u e r z a ? . . . . no, en tu bien todo se ejerza y no lo malgaste y o . ¿Vuestra familia no os queda? Harto es víctima de mí. E n medio de ella nací; nada ayudaros me veda. S é pues rico Y ¿vos podréis verme partir?
PAUSSY.
ALBERTO. PALISSY.
ALBERTO.
T e he enseñado
medios de vivir honrado. Deuda tal, quiero cobréis. M a s si no logro adquirir los medios, ¡ay! de vencer, vas conmigo á perecer Señor, ¡vencer ó morir!
ESCENA IV. Dichos—Vn
CRIADO
PALISSY.
¿Qué?
CRIADO.
O S envia el señor Raul de Montmorency esta carta.
PALISSY.
ELOÍSA. ALBERTO. PALISSY.
ELOÍSA,
¿ E S para mí?
Agradezco su favor. Eloísa, toma, lee. Oh! placer, padre querido! Escuchad su contenido.
(después
GOZO el corazón prevee. Comienza.
(leyendo)
"Señor Bernardo,
" s é que en la prueba intentada "quedó la ilusión burlada, " m a s ¿el éxito bastardo
de
leer)
117
CRIADO. PALISSY. ALBERTO. PALISSY. ELOÍSA. PALISSY.
"abatirá la fé vuestra? "Continuad en el empeño; "seréis del arcano dueño, "pues lo alcanzado lo muestra. "Mis bosques y barrizales "os brindo de corazón; "disponed sin condición •'de mis bienes y caudales. "Que pues lleváis agotados "vuestros recursos postreros "no dudo que esos dineros "aceptéis como prestados." Aquí los tenéis, tomad (le da un bolsillo) ¡Es un noble g e n e r o s o ! . . . D i g n o del nombre glorioso que le dio la heroica edad. D e c i d á vuestro señor - - • ( T a l vez amor tiene parte). Que acepto en nombre del arte su magnánimo favor. Que á su castillo iré en breve á ofrecerle mi persona, y que mi labio pregona la gratitud que me mueve (váse el criado) -
ESCENA Dichos, PALISSY.
ELOÍSA. ALBERTO. PALISSY.
ELOÍSA. PALISSY. ALBERTO. PALISSY.
menos
V.
el CRIADO.
¡Oh! y a el sol de la ventura ilumina del obrero el oriente lisonjero, y bienes y gloria augura. ¡Oh! ¡qué dicha, padre amado! ¿Me despediréis ahora? T u corazón atesora el amor mas acendrado. Conmigo trabajarás, el Señor nos dará aliento, y al morir, mi pensamiento honroso engrandecerás. Vamos, pues; no h a y que perder tiempo. S í , que un solo instante es y a pérdida bastante. V o y el trabajo á emprender. ¿Qué hago pues? A l caballero que tan magnánimo ha sido
ELOÍSA. ALBERTO.
118 vé, corre á ofrecer rendido mi gratitud. V é ligero á buscar mi leñador que en sus bosques corte leña. Nuestra mano ya domeña de la fortuna el favor. Vóime, señor. ESCENA Dichos,
PALISSY. ELOÍSA.
PALISSY. ELOÍSA. PALISSY.
ELOÍSA.
menos
VI. AL3EIITO.
¡Hija amada! Vuestro gozo sin igual un perfume celestial lleva al alma alborozada. V e n y abrázame, bija mia; el cielo no me abandona. M i voz con la vuestra entona el himno de la alegría. H a y una grata deidad que el hombre busca y adora, en mi pecho vive ahora se l l a m a . . . felicidad. Cuando goza el corazón de un encanto indefinible, ¿quién con empeño terrible disipará la ilusión? ESCENA VII. DicJws,
PALISSY. ELOÍSA.
L A MUJER.
L A MUJER de
Palissy.
¿Quién? M i r a . . . ¡Mi mujer! ¡Ah!
Señor, por piedad, quiero saber si es lícito en razón que os estéis sumergido en la inacción. ELOÍSA. (¡Oh, triste padre mió!) PALISSY. Que tal me preguntéis es desvarío. N o hallé jamas encanto en la inacción. L A MUJEB. N O os quiero decir tanto. M a s la triste experiencia pruébame lo falaz de vuestra ciencia. Costosa no sería si os curase la ciega fantasía; á no ser que la casa queráis aun convertir en roja brasa, qu« poco os ha faltado.
PALISSY.
119 Como quieras, mujer.
ELOÍSA.
(Oh!
desdichado!)
PALISSY.
T e juro por mis males, que son para mi ser h o y mas fatales que los daños sufridos, las razones que hieren mis oidos; y mas que el duro hado, me haces tú, oh mujer, desventurado. L A MUJER, ¿Injusta me llamáis porque gimo los males que causáis"? ¿Os pongo en el suplicio porque os digo que vais al precipicio? ¿Queréis que no vea seria que lleváis la familia á la miseria? Decidme, ¿los dineros que en un tiempo ganasteis? PALISSY. (¡Hados fieros!) L A MUJER. Decidme, ¿á do son idos? Miradlos en despojos convertidos. PALISSY. Mujer, no me comprendes, y el pecho en iras y en dolor enciendes. ELOÍSA. LA
Señora, ved que
MUJER.
¡Calla!
Verás, verás si mi furor estalla. ¡Poderos comprender á un sabio como vos esta mujer! A c a s o mi ignorancia no me impide culpar vuestra jactancia. M i s hijos pan exigen y mi materno corazón afligen. Señor, sois desalmado, el sustento filial habéis gastado. Sí, ¿queréis que os lo diga? — . cual loco malgastáis tiempo y fatiga. Sois loco y nada mas. PALISSY.
¡Mujer!
ELOÍSA.
¡Señora!
PALISSY.
A
destrozarme v a s .
L A MUJER..
N O que mal hombre s e a . . . . mas por loco le tienen en la aldea, y sóbrales razón.
PALISSY.
N O tal.
(I-^YI CVL&1 me duele el corazón!) L A MUJER. U n hombre que su oficio trueca por el dudoso beneficio, ¿qué es s i n o ? . . . . PALISSY. Calla, calla; no así de la razón saltes la valla. L A MUJER. ¿Oh! sí, seréis mas pobre ELOÍSA.
porque cambiáis el oro en rudo cobre,
120 Vuestro oficio era oro, y así lo abandonasteis, ¡qué desdoro! Los hijos al morir ¿qué alcanzarán de vos? PALISSY. (¡Cuánto sufrir!) L A MUJER Como vos vivirán, y acaso también pobres morirán. Tendrán lo que se encierra en siete pies de la infelice tierra. Mujer, llevas indicio PALISSY. de acabar ciertamente con mi juicio. L A MUJER. Con el poco que os queda debéis vos evitar que así suceda ¡Pero qué, no me escucha ! Sois terco por demás. PALISSY. (¡Terrible lucha!) L A MUJER. Si fueseis solo vos. sin familia, sin hijos, bien por Dios; mas familia teniendo ELOÍSA. Madre, madre, por Dios, qué estáis diciendo! L A MUJER Haced lo que otros dias, y dejad el esmalte y fruslerías. Os digo, señor sabio, por mas que desdeñéis mi cuerdo labio, que no tenéis razón, ni tenéis para padre el corazón. Mujer, tú no lo tienes, PALISSYpues ángel malo á condenarme vienes. Pero basta, por Dios, que mi sangre se altera y - - - ¿Qué haréis vos? ¿Qué haré? Nada, dejarte, y cual ser egoísta despreciarte. L A M U J E R . ¿Desprecio á mí? ELOÍSA. ¡Señor!, PALISSY. Sí, trocaré en paciencia mi furor. Tienes razón, mujer; mas ¿por qué yo razón no he de tener? Sin duda debe el hombre sustento dar á los que dio su nombre. Si en el dia les privo de bienestar y viven cual yo vivo, es solo porque anhelo dejarles un Edén aquí en el suelo. Les privo solo en parte por darles al morir fortuna y arte: un arte que dé gloria y en oro vierta lo que es hoy escoria: LA
MUJER.
PALISSY.
un arte de oro Mira, (Mostrándole el bolsillo que ha recibido de
Raúl)
121
mi mente, como juzgas, no delira. H e aquí nuevos dineros para beneficiar ricos veneros. Míralos.LA
MUJER.
S Í , prestados,
pues los vuestros estaban agotados PALISSY. Cierto, prestados son. L A MUJER. Que habréis de devolver con extensión. ELOÍSA. E S hombre generoso el prestador: no cruel ni codicioso ambiciona intereses. PALISSY. Y o se los volveré con hartas creces. L A MUJER. Perdonad que me asombre; mas ¿podré yo saber cuál es su nombre? PALSISY. U n alto caballero. ELOÍSA. D e l pais el mas noble y el primero. PALISSY.
Y es un Montmorency.
L A MUJER. ¡Oh, cielos! ¡oh, Señor! ¿qué es lo que oí? ¿Sabéis quién es, señor? PALISSY.
ES
L A MUJER.
¡ E S de vuestra hija el seductor!
ELOÍSA.
(¡Ah!)
PALISSY. L A MUJER. PALISSY.
¡Cómo! Por dinero ¿Venderéis vuestra hija al caballero? ¡Mi hija! ¡hija mia! (arrojando la ¡Lo que dices es solo una falsía! ELOÍSA. Sí señor, sí señor. PALISSY. Muriera en el instante do dolor. L A MUJER. Todo el pueblo lo dice PALISSY. Miente ese pueblo que mi voz maldice. L A MUJER. Y eso tan solo basta. PALISSY. ¿Qué datos tiene esa maldita casta? L A MUJER. S U planta seductora ronda siempre la casa que desdora. PALISSY. Pero mi hija . ELOÍSA
bolsa)
¡Padre!
L A MUJER. PALISSY.
Ella está vigilada por su madre. T a n solo es la malicia, al bien del corazón nunca propicia. ¡Ah! Dime, hija, dirae ¿porqué yerto callar tu labio oprime? ELOÍSA. S o y , señor, inocente. PALISSY', ¿Oyes, muger? L A MUJER, (con amenaza) Que fuera delincuente! — . PALISSY. Como siempre, sueñas, y el mal en regalarnos ¡ay! te empeñas. L A MUJER. V O S sois el que soñáis, y vive Dios que nunca despertáis. Continuad, oh marido, en la senda falaz que hais emprendido.
16
122
Tomad ese dinero y vended vuestra hija al caballero. (Entrase en la casa).
ESCENA P A L I S S Y , después
VIII.
de meditar
un
instante
Tornaré al caballero los dones que me hiciera lisonjero; que es por Dios harta mengua dejar á la malicia la vil lengua. (Yásepor la derecha del fondo)
ESCENA I X . ELOÍSA,
sola.
¿Qué he perdido en mi amargura? Ventura. ¿Qué me robó su querer? Placer. ¿Qué quedó solo en memorias? Mis glorias. Escribid pues mis historias con el lloro que me dais, cielos, que así me robáis ventura, placer y glorias. ¿En qué os ofendió mi anhelo, oh cielo? ¿Porqué me dais por favor dolor? ¿Os complacen el quebranto y el llanto? Injusto pues sois en tanto, que dais hiél á mi amargura y convertís mi ventura, oh cielo, en dolor y llanto. Déjame pues un momento, tormento; déjame, ay Dios, de agoviar, pesar; ó trueqúeme en ser inerte la muerte. Que si en la vida la suerte es cambiar de gozo á pena,
123 ¿no es dura vuestra cadena, tormento, pesar y muerte? ¿Qué es en el mundo la dicha? Desdicha. ¿Qué es el placer, la ventura? Locura. ¿Qué es llamarse afortunada? L a nada. Pues que vivo atribulada, ¿no es insigne vanidad adorar como deidad desdicha, locura y nada?
E S C E N A
E L O Í S A y R A Ú L , que sale por
X .
el lado opuesto
RAUL.
¡Eloisa!
ELOISA.
Raúl, por Dios dejad aquestos lugares, y no aumentéis los pesares que causáis tan solo vos. M i padre salió á buscaros llevando en el corazón
RAUL
ELOISA.
al que tomó
triste y mortal desazón Pensó en el castillo hallaros. D e mi morada salí por visitar mis haciendas, tomé desusadas sendas que me trajeron aquí. M a s ¿qué la paz ha turbado? Sabéis ya como el favor que nos hicisteis, señor, fué por mi padre aceptado. M a s la cruel maledicencia se empeña en interpretar lo inocente, y en dañar nuestra mutua complacencia Y ¿os lo d i r é ? . . . Como os ven de esta casa rondador con ofensa del honor, nos juzgan ellos muy bien. M i padre al saber las voces que circulan en la aldea, no quiere que alguno crea que presta mies á sus hoces. Salió al punto apresurado á volveros pesaroso
Palissy
RAÚL.
ELOÍSA. RAÚL.
ELOÍSA,
124 la ofrenda que generoso le hicisteis. Y ¿quién osado quién de ese modo se atreve á hacer á mi intento mengua? Despreciadla torpe lengua que esa calumnia promueve. S U S infames disfavores solo desprecio inspiraran si crueles ¡ay! no sembraran cosecha de sinsabores. ¡Profanar con torpe aliento el amor que me inspiráis! Señor, señor, si me amáis no me deis nuevo tormento. Está mi padre afligido, está loco, delirante; si os hallara
RAÚL.
E n el instante
partiré. M i ángel querido, haced feliz esta hora. A dejaros v o y en breve: no indeferente ni aleve deis martirio al que os adora. T a l vez m u y presto en París os veré. ELOÍSA. RAÚL.
ELOÍSA.
RAÚL.
¡Cómo! Si acerté
con el medio que busqué, y de esta tierra salís. ¿Vernos ambos en la corte? Perdonad; es un secreto. Luego s a b r é i s . . .
ELOÍSA.
RAÚL. ELOÍSA.
RAÚL. ELOÍSA.
D e b e ser.
ELOÍSA. RAÚL.
¡Señor!... M i dulce a f e c t o . . .
RAÚL. RAÚL.
extráñeza)
L O respeto.
¿Así me tratáis?
ELOÍSA.
(con
Pedid que mi plan no aborte. ¡ A h ! señor, seré feliz si dejais la afición loca que solo males provoca. Callad, que fuera infeliz, á no amaros.
RAÚL.
ELOÍSA.
(Pausa)
E S traidor:
traidora me quiere hacer. ¡Cielo santo! — E S en razón. ¿ A S Í habláis por despedida?
Tomad, ingrata, mi vida,
(con
entereza)
ELOISA. RAUL. ELOISA. RAUL.
ELOIS,
RAUL.
ELOISA. RAUL. ELOISA. RAUL. ELOISA.
125 ó volvedme el corazón. A l partir de aquesta suerte, aquí la vida dejando, con la muerte v o y l u c h a n d o . . . . que el despedirme es la muerte. Raúl, Raúl por el cielo! Decidme que me amaréis. Caballero, partiréis;. ¿Así agradecéis mi anhelo] Verted palabras queridas que embriaguen el corazón, que, bálsamo de ilusión, de ausencia curen heridas. Que una voz, ay! de esperanza resuene en mi amante oido; talismán contra el olvido, ilusión de bienandanza. Partid: debéis olvidarme: la distancia en condiciones solo implica desazones. Vuestro amor debe injuriarme: en vuestro empeño cejad. ¿Qué es la social condición cuando expresa el corazón el habla de la verdad? M e injuriáis. — E n mí no hay dolo. Partid pues, si es que me amáis. Vuestra mano Nada! os v a i s . . . . ó p a r t o — y os dejo solo.
ESCENA "Dichos, ELOÍSA. PALISSY. RAUL. PALISSY-. RAUL. PALISSY.
RAUL.
XI.
PALISSY.
¡Mi p a d r e ! . . - S e ñ o r . . . ( E s cierto!) (Despide á su hija con ademan severo). (Contratiempo inesperado!) Creo que oportuno he llegado. ( ¡ V i v e Dios! A hablar no acierto!) Cuando un noble la rodilla dobla ante oscura doncella, gran favor exige de ella puesto que á tanto se humilla. Protestas de amor tan puro como del cielo el amor.
PALISSY.
126 Protestas que el deshonor llevan en sí.
RAÚL.
N o : ¡lo j u r o ! . . .
PALISSY.
Mas, por Dios que es grande afrenta para quien precia de honrado, infamar como malvado. Noble soy, tenedlo en cuenta. Quien infamia da, se infama, y puede tan alto lema dar á su estirpe suprema.
RAUL. PALISSY.
RAUL. PALISSY.
RAUL. PALISSY. RAUL.
PALISSY.
RAUL.
PALISSY.
RAUL.
¡Caballero!
— T a l se os llama.
N o en vano hasta mí llegaron murmullos de deshonor; que con mezquino favor tal vez pagarme juzgaron, (arroja ¡Tales injurias á mí! Recordad á quién habláis. Poco importa. Denostáis
á un noble Montmorency. Hablo á quien hallé de hinojos á los pies de la hija mia; hablo al que la infamia traia infamándose á mis ojos. (poniendo mano á la espada) Silencio, ó temed exceda de su límite el furor. (con fria resolución) Herid, no me dais pavor; acabad con lo que os queda. Respeto, por Dios, las canas que os coronan.—De Eloísa sois el padre, y tal me avisa que temple furias insanas. Oíd pues,jmi voz, Palissy: no intento vuestro desdoro cuando idolatro el tesoro que vos me negáis así. T a l tesoro es mi fortuna. N O pretende mi codicia Despojaros con malicia ¿Olvidasteis vuestra cuna? Y O anularé la distancia que me aparta de Eloísa. E l l a es doncella sumisa, y vos un noble de Francia. ¿Ignoráis que á la alta esfera, Palissy, pueden llevaros vuestros méritos preclaros? v
PALISSY. RAUL. PALISSY. RAUL. PALISSY. RAUL.
la
PALISSY.
127 Pensarlo delirio fuera. Discurrid mas en^razon: • es mas fácil desde el suelo tocar el altivo cielo que anular la condición. N o b l e sois, tenéis familia que se estima'-en.su grandeza; lo plebeyo y la nobleza mal el orgullo concilia. A q u e l que meció al arrullo de los blasones su cuna ¡ceguedad como ninguna! ¿podrá vivir sin orgullo? Perdonad que me resista. Aunque sincero me; habléis, de aquí alejaros debéis mientras la barrera exista. Si mi nombre se empeñara en hacerme desdichado, como de y u g o pesado de mi'nombre me librara. Quiero evitar el rumor de que dones acepté del hombre que el vulgo v é como injusto seductor. ¿Diréis adiós al e n s u e ñ o ? . . . T o m a r é al primer oficio hasta que el cielo propicio me saque del triste empeño. Y del hado la inclemencia y el pesar, ¿no os dan temor.? T a n solo existe un dolor eterno: el de la conciencia. D e aquí pues me alejaré con pena en el corazón; no quiero que sinrazón llaméis á mi buena fó. v
RAUI.
PALISSY.
RAUI. PALISSY.
RAÚL. PALISSY.
RAUI.
(Palissy
toma la bolsa y se la entrega da
PALISSY.
RAUI. PAIISSY.
RAÚL.
á Raúl;
volviéndosela.)
Tomad, oh buen Palissy; imponed la condición Señor, os pido perdón; empero alejaos de aquí. Bien está, me marcharé. H a r é que aceptéis mis dones. Señor, gracias y perdones. Adiós al gozo daré. A la corte luego v o y , y aunque bien no me tratéis,
éste
le dice en
segui-
12S
haré por D i o s que lleguéis á ser mas feliz que h o y . (Palissy le acomjmña hasta el fondo, y después de una mutua reverencia, Raúl vuelve precipitado, toma la mano de Palissy estrechándola conmovido: váse).
' ESCENA X I I . PALISSY.
P o b r e joven! quizá honrado es su pecho; mas, me inclino á evitar un desatino: bueno es vivir avisado. (Viniendo
al
proscenio)
¡Ser mas feliz! ¡Cuan perdida siente el pecho su confianza! ¿No es grato sol la esperanza, que alumbra la humana vida? ESCENA PAIISSY ALBERTO.
PAIISSY. ALBERTO.
Y
XIII. ALBERTO.
Cumplidos, señor, están los mandatos. ¿Comenzamos? Mal ¡ay! en bienes confiamos que como el humo se van. ¡Cómo! Señor, ¿que decís? E S C E N A
Dichos, CRIADO.
E L C R I A D O de
Por orden de mi amo llego á entregaros este pliego que os dirijen de París.
E S C E N A PALISSY,
PALISSY.
X I V .
(desp>ucs de
X V .
ALBERTO.
leer)
Cartas son de Juan G-uybn: contesta la carta mia con la cual le remitía mis ánforas.
Raúl.
{váse)
129
ALBERTO. PALISSY. ALBERTO.
PALISSY. ALBERTO. PALISSY.
ALBERTO. PALISSY.
(con interés) ¡Dios de Sion! . Pero ¿acaso le h e enviado tales ánforas? L a s di al señor Raúl forzado . por é l que m e las pedia con el objeto de enviarlas á la corte y presentarlas.... á los artistas del dia. Buena j u z g u é la intención . encargóme su secreto y lo guardé cual discreto Si os falté pido perdón. Me dice Guyon (¡Oido!) Que á pesar del menoscabo de l a s ánforas, al cabo — . á todos han complacido. (sigue ¡Oh! L a Reina Catalina me ordena v a y a á París. S e ñ o r — ¿qué tenéis? ¿sufrís? ¡El placer mi alma domina!
( Corre á la puerta
de la casa y llama
leyendo')
gritando).
¡Venid, mujer, hija mia! ¡Cielos, la dicha no mata!
ESCENA XVI. Dichos,
L A MUJER, E L O Í S A , y los dos
PALISSY.
Señor, q u é . . . ¿De qué se trata?.. ¡Ah! D e morir de alegría!
L A MUJER.
¡Cómo!
ELOÍSA.
Padre, ¿qué decís? fueron duros engaños trabajar diez y seis a ñ o s . S e trata de ir á París.
ELOÍSA. LA
MUJER.
PALISSY.
L A MUJER.
ELOÍSA.
PALISSY.
L A MUJER.
niños.
NO
¿Ir y o á París? no, no puedo,
ni habrá de ser en mis d i a s . . no dejo m i s s e r r a n í a s . . . aquí con m i s hijos quedo. Padre mió, no os dejaré: y o gozaré si gozáis, lloraré si v o s lloráis, y dó quiera os seguiré. ¡Hija! (abrazándola) Quedaos, señora. (á su mujer) ¿De la suerte el movimiento
17
130 PALISSY. LA
MUJER.
PALISSY.
ELOISA.
ALBERTO. PALISSY.
LA
MUJER.
seguir yo? N o . Mi sustento con vos partiré en buen hora. Os guardaré vuestro techo, pues s é que habéis de volver como os v a i s . Vuestro querer será siempre satisfecho. Hijos, á la corte vamos. A esta tierra en que vivimos y donde tanto sufrimos, un adiós tierno digamos. Cuando goza el corazón de un encanto indefinible, ¿quién con empeño terrible disipará la ilusión? ¿Y quién? ¡Nadie! N o lo sé; mas sigo humilde el camino » que me traza el Ser D i v i n o . ¡A París! (con entusiasmo) Aquí estaré, (á Palissy con frialdad)
FIN
DEL ACTO
SEGUNDO.
FIGURAS DEL DRAMA. EN LA SEGUNDA
BERNARDO
PAßTE.
PALISSY.
DE
ELOÍSA. RAÚL
DE
MONTMORENCY.
ALBERTO. JUAN
GOUJON
ENRIQUE EL
III
(GUYON), (EL
GOBERNADOR
DOS
CRIADOS
DOS
NIÑOS,
AÑOS, LOS
Y
DE
CÉLEBRE.
LA
BASTILLA.
RAÜL.
HIJOS OTRO
DISCÍPULOS
DESDE
DE
ESCULTOR
VALOIS).
DE
DE
COMO DE
PALISSY: DE
8
PALISSY,
UNO
À QUE
DE
12
À
14
10. PUEDEN
DENTRO.
La escena, durante esta segunda parte, pasa en Paris.
HABLAR
ACTO TERCERO.
Sala decente, aunque modesta, de Bernardo, en París.—Puerta al fondo.— Una ventana á la derecha del actor, que da á la calle.—Puerta á la izquierda, que da á las habitaciones interiores de la casa.—Mesa, sillas hacia la izquierda del proscenio: en la primera varios códices o libros manuscritos, y dos bugías encendidas.
E S C E N A
I.
A L B E R T O , revisando los libros de la mesa, y luego E L O Í S A ,
Escribe aquí mi maestro su ausencia aprovecharé; quedo y apriesa leeré, pues en lectura soy diestro.
ALBERTO; 1
(Sorprendido quierda).
al ver d Eloísa
que sale por la puerta de la
¡Eloísa! ELOÍSA. ALBERTO.
ELOÍSA.
ALBERTO.
¡Seor curioso! E r a tanta el ansia mia de leer lo que escribía mi m a e s t r o * . — que afanoso aproveché su tardanza para darme un buen hartazgo. Son para el arte un hallazgo estos l i b r o s . . . . E n confianza, y no le digas, por D i o s , que á tanto mis ansias llevo. Y a se v é y o no me atrevo ante él : A q u í los dos N O temas que el labio falte. E n esos libros asienta sus recuerdos. También cuenta el secreto de su esmalte.
(Mirando
la asignatura de uno de
ellos.)
iz-
134
Mira "El Arte, se intitula, de la tierra". ¡Libro bueno! (Tomando
ELOISA. ALBERTO.
ELOISA.
ALBERTO.
ELOISA.
ALBERTO.
y habriendo
otro)
Pero aqueste es mas ameno — en él lo grato pulula. E l lo llama su Jardín. (mirándolo') Y huele en efecto á flores!.. y lucen en é l primores desde el principio hasta el fin. Leo en él algunas veces; e s la copa de su llanto, eco fiel de su quebranto, arca santa de sus preces. Oye: "Al llegar al confín (leyendo) "de triste vida, habré hallado "un deleite inapreciado "en cultivar mi Jardín. "Insensible á los rumores "que circulan en el mundo, "tranquilo solaz profundo "siento al cultivar mis flores. "Que son flores de un E d é n "que siempre llevo en el alma, "dó platico en dulce calma "con Dios, mi supremo bien". Cruel inquietud m e devora al ver que mi padre t a r d a . . . . ¿qué le retiene? ¿qué aguarda fuera de casa á deshora? Desque á mi madre perdí, solo mi padre es mi mundo; en él mis amores fundo, que él es todo para mí. E n el taller no está ya; acaso en sus oraciones, ó tal vez dando lecciones en su cátedra estará. ¡Ah! Eloísa, si supieras cuánto s e acrece su f a m a . . . . ! la gloria su nombre aclama cuál le a p l a u d e n ! . . . . ah! si vierasN u e v a s obras cada sol rivales de él, da su mano, y el arte se acendra ufano de su ingenio en el crisol. E n glorioso fanatismo celebradas sus bellezas, pagan con prez y riquezas del trabajo el heroísmo. La madre real C a t a l i n a . . . . . .
135 ELOISA.
¡Qué!
A L B E UTO.
Cómo siempre, asistió hoy al taller, y admiró su habilidad peregrina. Y por cierto que el taller al dejar, á un cortesano algo dijo, que yo en vano he querido comprender. ¿Y qué oiste?
ELOISA. ALBERTO.
ELOISA. ALBKRTO. ELOISA.
ALBERTO.
ELOISA. ALBERTO.
ELOISA. ALBERTO.
ELOISA. ALBERTO.
P o r mi lado pasó la Reina, y oí que dijo: " E s t e Palissy tiene ingenio y ha estudiado; pero acaso no le valga, pues hoy celebra la fé al santo Bartolomé, y no sé como de hoy s a l g a . " ¿Qué habrá querido decir? Lo ignoro Vamos, Alberto, busca á mi padre: no acierto distante de él á vivir. V o y al punto á complacerte. ¡ A h ! me olvidaba Está aquí Raul de Montmorency: quizás pronto venga á verte. ¿Qué me dices? Hola, hola me parece que acerté: le vi, ¿Señor, cuándo fué? esta tarde. ( ¡ Y estoy sola!) Vuelve presto. M u y prendado estaba T ú eres hermosa; mas su familia orgullosa Déjalo tú á mi cuidado. Iré en casa de Guyon, pues de cátedra al salir suele mi maestro ir á darle conversación. Cálmese pues tu ansiedad ( Vdse por la derecha del fondo)
136
E S C E N A
ELOÍSA,
II.
sola.
¡Raúl y a en París de vuelta! ¡oh! corazón no de's suelta á loca temeridad. H a c e un año que dejó la corte triste y sombrío para olvidar mi desvío, y olvidarlo consiguió! ¿Tal inconstancia existir? pero injusticia notoria es la mia: ¿mi memoria no le aumentaba el sufrir? ¿Debo y o acaso quejarme ni llamarle desleal, si por curarse del mal pugnó al fin por olvidarme? ¡Pobre humana condición! si y o demandé su olvido al ver mi deseo cumplido ¿por qué gime el corazón? ¡La ventura no querer, y llorar al verla huida! son secretos de la vida, que no alcanzo á' comprender.
E S C E N A ELOÍSA, PALISSY y
III.
ALUMNOS,
dentro.
(dentro) ¡Qué viva! ELOÍSA. Oh! qué escucho! ¿no es el nombre de mi padre? Voz. (dentro) ¡Grande hombre! O T R A v o z . ¡Palissy! Voz.
OTRA
¡Viva P a l i s s y !
voz.
PALISSY.
Voz. OTRA VOZ. TODOS. PALISSY.
(Desde elumbral de lapuerta del fondo)
¡Honra excesiva! , Señores, alumnos mios ¡Silencio! ¡Viva! ¡Qué viva! Afección tan expresiva os agradezco. Ceñios con el lauro del que estudia,
137 que la ciencia es el atajo en la senda del trabajo y á la dicha no repudia. U N ALUMNO. Dadnos, señor, vuestras manos, que las besemos. PALISSY-
¡Adiós!
Hijos, gracias Los ALUMNOS.
UNO. TODOS. PALISSY.
VOCES. PALISSY,
¡Mil á vos!
¡Viva el maestro! (yéndose) ¡Viva! (viéndolos ir desde clumbral) Hermanos en la lucha con la ciencia y en la virtud que os inflama, dignos hijos os proclama la Divina inteligencia. ¡Viva, viva! (alejándose) (á Eloísa que le sale al encuentro) ¡Qué miro!
ESCENA IV. PALISSY, ELOÍSA,
ELOÍSA.
PALISSY.
ELOÍSA. PALISSY. ELOISA.
bajando
ambos al
proscenio.
E l eco sois de mi filial suspiro; que afanosa por veros daba al viento mis ayes lastimeros. Tardabais demasiado, mas de lo acostumbrado, y con razón temia que daño os sucediese. ¡Prenda mia!
Causaron hoy mi ausencia trabajos de la ciencia. L a juventud gozosa en el aula mis frases acogía con voces de alegría. ¡Oh juventud preciosa! Su encanto, su placer cuál aumentaba al ver que les trazaba la senda que he seguido y entre penas al triunfo me ha traído. Preciso fué entregarme á sus amigos lazos hube al fin de prestarme y venir hasta casa alzado en brazos. Y a los viste, hija mia. Con ellos á mi vez os aplaudía. Pero basta de gloria. (.«• sientan) Y ¿qué triste memoria
18
138 os conturba, señor? PALISSY.
ELOÍSA-
PALISSY.
ELOÍSA.
Oye,
hija
mía.
Cuando miro mi próspera fortuna, la paz en mi morada, la gloria suspirada que disipa las nieblas de mi cuna; un arte en su apogeo, de la nada creado, por solo mi poder y mi deseo; ¿creerás que enamorado de mi dicha, tranquilo gozo del bien un tiempo suspirado? ¡Ah! no, que no es asilo de paz el triste pecho, si mira que el pesar le está en acecho. Si pienso que distante mi siempre amada esposa no tuvo junto á mí su último instante... Pero ¿á qué dolorosa memoria recordáis? Olvidadlo, señor. Ved, padre, que el dolor despertará tal vez si lo llamáis. Y ¿por qué no? Por mas que el crudo llanto anuble nuestros ojos por mas que las heridas mal curadas renueven el quebranto; los amargos enojos y las penas pasadas deben de recordarse. Lo pasado es la vida, como la eternidad es lo futuro. Si hubiesen de olvidarse como cosa perdida, ¿qué fuera la existencia? A l dejar de la vida lo inseguro solo podrá decirnos lo pasado, en conciencia, si habremos de esperar ó de afligirnos. E l duelo que sentís, oh padre mío; las memorias tiernas que de mi madre con encanto pió, señor, guardáis eternas; revelan el precioso y amante corazón del fino esposo. Las memorias de tiernos corazones son gratas oraciones. ¡Oh! creedme, señor; mi buena madre, libre del barro que al humano vicia, os tributa justicia,
PALISSY.
ELOÍSA.
PALISSY.
-,
Iá9 y allá en el trono do el Senor impera á vos, mi amado padre, y á mí que soy su hija, nos espera. Gracias, gracias, mi bien; que Dios lo quiera. Manantial de ternura tu corazón en mí vierte dulzura. Mis hijos no olvidados se educan apartados de entrambos: de hoy mas quiero que moren con nosotros. Jardinero paternal y piadoso, las plantas que sembró la mano mia no mas descuidaré: con alegría los miraré crecer, y venturoso, como padre amoroso, (fiel al vínculo humano que contrajo) yo les haré adorar virtú y trabajo. T ú su madre serás, que huerf'anitos, ¿á quién el dulce nombre de madre ellos darán, los pobrecitos? Aunque padre, soy hombre; tu voz de ángel, sonora, tu candida terneza mejor remedarán en su pureza la voz providencial y protectora. S Í , SIL madre yo seré: ¡pobres hermanos! ¡Oh gozo! ¡cuan ufanos en ellos miraremos cada dia su pura adolescencia brillar en armonía con la luz de virtud y de experiencia! Y habrá de ser muy luego; que en medio de las glorias adquiridas mi corazón entrego á ternezas por mí desconocidas. E l trabajo destierra los pesares, la gloria presta al alma encantos á millares; mas solo del cariño los anhelos al pecho dan la calma que reina allá en los cielos. Que Alberto en homenaje debido á mi ventura, el grato emprenda, y mis dos hijos vengan con él y cálmense mis Que vengan, que y a siento en latir el pecho amante. ¡Ah! no: del corazón tiernos los míos en adelante no deberán morir sino en mis
viaje duelos. regocijos pedazos, brazos.
140 EÍ.OISA.
PALISSY. ELOISA.
PALISSY.
ELOÍSA.
(llamando) ¡Alberto! ¡Alberto! E s t á , señor, ausente: partióse diligente en vuestra busca Y y a que le nombráis un enigma, señor, me recordáis, que debéis aclarar: enigma oscuro que á v o s es referente y que y o en vano descifrar procuro. ¡Misteriosas p a l a b r a s ! . . . E s t a tarde la Reina Catalina os vido t r a b a j a r . . . . D e peregrina mi obra calificó; que noble arde en su pecho de Médicis altivo, del arte el atractivo. Y á verme trabajar v a muchos dias. Mas, por D i o s que no infiero — E s t a tarde, al dejar l a s Tullerías, dó trabajar soléis, á un cortesano dijo aquella al salir: "Este alfarero ingenioso, á fe mia, serálo quizá en vano; de San Bartolomé es h o y el dia". . . ¿Eso dijo ? Y Alberto, presuroso al ver que voces tales dijeron labios reales guardólas y hacia mí vino afanoso. ¡Misterio singular, que augura m ales! 1
PALISSY. ELOÍSA.
PALISSY.
E S C E N A V. Dichos,
G U Y O N por
el
fondo.
GUYON.
D i o s y felicidad en esta casa. Bien venido, Guyon: en digno templo se trueca esta morada al recibiros: salud al Fídias de la Francia. Espero
PALISSY.
para nueva ocasión: á hablaros vengo de asuntos graves Eloísa, deja.
GUYON. PALISSY.
que remitáis los plácemes, amigo,
(Palissy despide quierda).
á
Eloísa
que se vapor
la puerta
de la
141
ESCENA VI. Dichos,
menos
ELOÍSA.
PALISSY. Gu Y O N .
Hablarme y a podéis. N o lisonjero del que adoramos generoso arte os vengo b o y á tratar; ni el dulce afecto de amistad que llenó los corazones me trajo á estos umbrales. ¡Cuan severo el liado nos robó la paz del alma trocando la inquietud con el recelo! Las dulces confidencias, la alegría, los arrobos del arte, el embeleso, manantial de delicias y de gloria, cedan á la inquietud su digno puesto; que la persecución y aun el martirio tornan á recobrar el duro cetro.
PALISSY.
¿ A qué tales palabras? Fiera duda, desconfianza y temor en ellas leo. Poco os be dicbo aun. ¿Porqué nosotros nos dimos de la paz al blando sueño?
G UYON. PALISSY.
GUYON.
PALISSY.
E s verdad.
L a traidora florentina os brindó protección, os brindó aprecio, en tanto que su hijo acariciaba á nuestro Coligny. Favores regios alcanzaba á mi vez: la noble estatua de Coligny, que cincelé en un tiempo, elogios recibió, como obra mia, de Catalina y Carlos. ¡Qué podremos esperar, si hasta Enrique, nuestro Enrique de Navarra, ha olvidado el alto cetro en brazos del R e y Carlos! lo sabéis. E n prueba, &y Dios, de mentiroso afecto, su hermana el de Valois dio por esposa al incauto Beaínes ¡oh, vano cebo! Los hugonotes todos nos mecíamos al compás de fingidos miramientos, y esperando la paz y tolerancia cual ovejas prestábamos el cuello. A l buscar en París grato refugio veníamos al peligro. L o sospecho: del esterminio fiero el estandarte tórnase á levantar. S Í , lo preveo.
Hirióme como á vos la infiel sospecha; siguióla el desconfiar; perdí el sosiego:
\
GUYON.
142 que de la altiva Médices el labio, palabras enigmáticas vertiendo, cual dardo que lanzó mano escondida, hirió de mi esperanza el grato anhelo. Sí, engaño todo fué; de la serpiente silbo fascinador. Mirad. (Mostrándole
PALISSY. GUYON. PALISSY.
GUYON. PALISSY.
GUYON.
PALISSY. GUYON.
PALSISY. GUYON. PALISSY.
GUYON.
PALISSY. GUYON. PALISSY. GUYON. PALISSY. GUYON. PALISSY. GUYON.
un papel escrito) ¿Qwé es esto? Escrito que trazó la mano oculta de un amigo tal vez. (leyendo) " G u y o n , os ruego " q u e esta noche os guardéis; aunque enemigos "vuestra persona y elevado ingenio " n o tengan hoy, el hugonote cuenta " m a s enemigos hoy que en ningún tiempo." Quieren de nuestra secta el exterminio. Jamás contra la fé pudo el acero: matarán á los hombres; las ideas no se pueden matar, no tienen cuerpo. Pues bien ¡oh Palissy! yo con orgullo me llamé, cual me llamo, amigo vuestro, y en vano os aguardaba aquesta tarde, este escrito feliz para leeros. ¡Oh! gracias, buen Guyon; sois generoso, al nivel os alzáis de vuestro ingenio. Solo un amigo soy que ha de pagaros con noble admiración y con afecto. Adiós, mi buen amigo. ¿Adonde vais? A ver á otros amigos y á ponernos en pronta salvación: v e n i d . , ¿qué haréis? M e habré de defender, que así al hacerlo defenderé también á mi hija amada; ó iréles á b u s c a r . . . .
No;
lo primero.
Mi morada insegura es cual la vuestra. ¿No habrá guarida á seres indefensos? Vendidos ¡ay! estamos. (con resolución) ¡Venid! (con vacilación) ¡Mi hija! Que venga ella también: partamos presto. N O puede ser; nos quedan leves horas: con ella esperaré. . . ¡sucumbiremos! Grande ánimo tenéis, y en vos admiro al héroe vencedor del hado adverso. Quizá el temor exajerado sea: veré yo al Almirante, y de él lo cierto al punto indagaré; ó al avisarle, medios de salvación encontraremos. Adiós, buen P a l i s s y . . . y hasta ¡quién sabe!
PALISSY. Guri'N. TAIISSY. GUYON. PALISSY. GUYON. PALISSY.
143 A D i o s , noble Guyon, por vos le ruego. Adiós; la m a n o . . . N O , ¡los tiernos brazos! También el corazón. . . (abrazándole) ¡ A y ! ¿Cambiaremos esta vez su latir por la postrera? ¡Adiós, amigo mió! (resucito) ¡Guárdeos el cielo!
ESCENA PALISSY,
VII. solo.
¡Pobre, azaroso corazón humano que juzgabas eterna tu bonanza, y en alas de la pérfida confianza pensabas que y a el mal era lejano! Olvidaste que el mal—falso tirano— burla al triste mortal en su esperanza, y que fiero y voraz sobre él se lanza al juzgarle de sí menos cercano. Rasga pues del engaño el triste velo, y apréstate á sufrir. ¿Porqué pensaste que el mal era y a ido? E l grato anhelo de paz no esperes ¡ay! Porqué olvidaste que el suspirado bien que tú anhelaste huyó con el Edén de aqueste suelo? ( Oyese ruido lejano de campanas que tocan á rebato: voces y mullos mas ó menos interrumpidos por el estrépito de las armas. vez en cuando la detonación de algún arcabuz, á veces distante, mas cercano). ¡Qué estrépito resuena! voz de alarma anuncia ¡íl corazón lucha y tormento.
ESCENA PALISSY,
ELOÍSA.
PALISSY. ELOÍSA.
VIH. ELOÍSA.
Padre, padre, ¿no oís? E l bronce duro de las campanas atolondra al viento; mil voces y otras mil cruzan el aire; " ¡ m u e r a ! " dicen; oíd como el estruendo se escucha de las armas! (abriendo las ventanas") D e las teas al pálido fulgor combaten fieros. V e d l o s . . . Padre, decid ¿porqué combaten? Pregúntalo á las furias del infierno. ¡ Q u é noche de dolor y de congojas
murDe ora
144 PALISSY. ELOÍSA. PALISSY. ELOÍSA. PALISSY.
no en vano tuve »¡ay Dios! presentimientos. ¡Malhadada confianza! (con sobresalto) ¡Cómo lidian! ¡ A y Señor! — E l que h u y e . . . (mirando por la ventana) (apoyándose en una silla) ¡Desfallezco! D e las antorchas á la luz s i n i e s t r a . . . entre las sombras su figura veo se parece á G u y o n . . . ¡cuál arrebata al contrario feroz el duro acero y su mano redobla los f u r o r e s ! . . . Corre á a y u d a r l e . . . pero no, que p r e s t o . . . . parte y a libre, s í . . . su fuerte mano cortó de su contrario el torpe aliento. Mas. . .
ELOÍSA.
(cercana
detonación
PALISSY.
ELOÍSA. PALISSY.
ELOÍSA, PALISSY.
arcabuz)
¡Murió! que el arcabuz maligno de su noble victoria ha sido el premio. ¿Sangre queréis aun] D e la venganza la que en mí corre emponzoñada tengo. (Vá hacia la puerta, y Eloísa le detiene) ¡Padre mió, señor! ¡ S Í , y a olvidaba que el ser padre es á veces un tormento! ¿No son los hugonotes los que buscan] V o y á darles también mi triste pecho. D i o s es grande, señor. L a vida un soplo; y D i o s y la justicia son eternos. ESCENA
Dichos,
de un
¡Ah!
IX.
A L B E R T O que sale precipitado nación.
ALBERTO.
ELOÍSA. PALISSY. ALBERTO.
conster-
Señor, señor
PALISSY. ELOÍSA. ALBERTO.
y en la mayor
N
,
„
¿Que e s ] . . . . ¡Noche de sangre! La muerte esgrime cruel su duro hierro. ¡Oh!
D í m e , ¿qué sucede] ¡Duelo y sangre! Os contaré dejad que tome aliento. (Breve
pausa)
A l tornar hacia aquí, la cruenta lucha que baña de París el pavimento, furiosa comenzó ¡cuadro terrible! inmortal para mí será el recuerdo.
PALISSY. ALBERTO. PALISSY. A LHERTO.
145 Bandadas de frenéticos, por calles llevaban confusión de extremo á extremo, en tanto que feroces repetían '•Los hugonotes mueran, son perversos, " d e la fe y de los Guisas enemigos. •'No haya piedad: que mueran todos ellos!" L a grita sin cesar; el bronce herido; el ruido de arcabuces; el estruendo de las armas; el vago, maldiciente rumor de imprecaciones; los denuestos; el gemir de las víctimas y heridos, en mitad de la lucha sucumbiendo; los semblantes de fieros matadores, de sangre y luto y lágrimas sedientos, que al fulgor de las pálidas antorchas semejaban abortos del averno; todo, todo alredor de mí bullía alterando mi ser y pensamiento.— V a g a b a sin saber, como aturdido, la muerte ó salvación clamando al cielo, cuando al pasar por junto á la morada del bravo Ooligny, su noble cuerpo lanzado desde arriba, moribundo daba al aire, al caer, su último aliento. Asesinos feroces, que aun en tierra, cual si hubiese mil vidas en su cuerpo, pugnaban de una vez por arrancárselas cebando en él su furibundo hierro. Convulso de terror, convulso de ira, volé de aquel lugar; mas ¡oh tormento! ¡inaudito dolor! U n hugonote blandiendo con valor un fuerte acero á sus verdugos crueles perseguía que en alas del pavor iban h u y e n d o . . . . ¡Oh triste galardón! rápida bala ia muerte le dejó dentro del pecho. Y . . . quién e r a ? . . . por fin... d i m e . . . ¿quién era? E r a . . . el noble Guyon. ¡Oh! tuve acierto. Pensando en libertar su cuerpo frió de las furias del mal, ya que viviendo no pude socorrerle, sepultura afanoso busqué; frió, sereno, insensible al dolor, el turbio Sena cruzaba por allí; mis brazos presto confiaron ¡ay! á las serenas aguas de vuestro amigo el generoso cuerpo: no le encontré otra t u m b a . . . Y tiempo era que el rumor de las hordas oí de nuevo. Sin armas, solitario, os recordaba,
19
146 y lánceme á morir al lado vuestro. PALISSY. (en ademan de imprecación) ¿No le escucháis, Señor? pido venganza. (Se oye sordo rumor de voces por el interior) A L B E R T O . Y ¿qué r u m o r ? . - . . . PALISSY. E n nuestra p u e r t a ! . . . . ELOÍSA.
¡Cielos!
' (Palissy se dirije á la del ¿Qué intentáis, por Dios? ALBEIÍTO.
ELOÍSA. PALISSY.
fondo)
V e d que asesinos
son, señor. (queriendo detenerle) (con decisión)
, ¡Padre mió! Y o lo quiero.
(Vdse por la puerta del fondo tomando se supone ser la salida á la calle).
hacia la derecha
que
ESCENA X . Dichos, ALBERTO.
menos
PALISSY.
Y ¿qué le hemos de hacer si de paz hombres, ni espadas ni arcabuces poseemos? Pero no; que mis manos, aunque solas, me habrán de defender: sí, lo prometo.
ESCENA XI. PALISSY.
(con sarcasmo compasivo á la turba que viene guiéndole) Desdichados, entrad: los que buscáis á morir como veis están resueltos.
ESCENA XII. RAÚL, PALISSY.
RAÚL. PALISSY. ELOÍSA. RAÚL.
PALISSY. RAÚL.
(entrando)
¡Palissy! ¡Caballero!
(á la tiorba) A la Bastilla llevadles, que del R e y es el decreto. (sorprendido) Qué nos decís? (del mismo modo) ¡Raúl! (llevándolos á un lado) Venid conmigo. N o temáis, y contad con que os defiendo. E s precaución no mas: en la Bastilla seguros estaréis: los turbulentos el baluarte respetan del Estado. ¿ Y sumirme queréis en duro encierro? D e allí saldréis en breve: los que veis
si-
PALISSY. RAÚL. ALBERTO. RAÚL. PALISSY. RAÚL. ALBERTO. PALISSY. RAÚL. ELOÍSA. PALISSY.
147 son gentes de mi casa y de mis deudos. Venid pues con nosotros. Vamos todos, y el martirio ¡ay de mí! tenga comienzo. Pero aguardad: ¿no oís? Turba de gentes. Dejémosla que pase. ¡Qué avarientos de sangre de hugonotes van los tigres! Vamos ya, Palissy; vamos, Alberto. Por Dios, que la Bastilla E S dura estancia. Pero en ella, hay agora menos riesgo. ¡Padre del corazón! Se llaman hombres, y viven como lobos carniceros! ¡Refugio en una cárcel! Irrisorio cambio, que no por cruel es menos cierto: ¡Busque amparo en prisión el inocente, ya que el crimen feroz camina suelto! Vamos pues; que aunque víctima inmolada, por triunfantes verdugos no me trueco! (Vánsepor el fondo)
FIN DEL
ACTO
TERCERO.
ACTO CUARTO.
Prisión de Palissy, en la Bastilla.—A la derecha del actor y hacia el fondo, la puerta que comunica con el exterior: ala izquierda del actor y en segundo término, otra puerta que conduce al dormitorio: una mesa con varios libros, una botella ó jarra, un vaso: y por una y-otra parte, algunas piezas cerámicas que recuerdan la profesión de Palissy.—Este sentado en una poltrona: Eloisa á su lado, de pié.
E S Ü E N A
PALISSY, PALISSY.
Y O que
amé
la luz
I.
ELOÍSA. del
cielo,
y las nubes bonancibles, y los aires apacibles, y los primores del suelo; yo que del ave envidié el atrevido volar, y los espacios cruzar cual las aves anhelé; en triste prisión sumido, morir de pesar me siento, y en vano ¡ay de mí! lamento lo para siempre perdido. Y a no os miro, luz y flores, nubéculas bonancibles, soledades apacibles y campesinos primores. Para siempre me robaron, con la dulce libertad, aquella felicidad que mis anhelos buscaron. ELOÍSA.
V O S que con dura entereza en lidia de tantos años, vencisteis los desengaños de la fé con la firmeza;
PALISSY. ELOÍSA.
PALISSY.
149 tales cosas olvidad, que os hacéis mas infeliz: la desdicha es el tamiz que acendra vuestra bondad. Ñ o hace mucho que pasó la noche de cruel matanza Noche de sangre y venganza de que el cielo nos libró. Y á no ser por estos muros dó encontramos un asilo, de nuestro vivir el hilo no contara dias futuros. Y sin embargo, parece
,
que ha pasado época larga por mi ser: en lid amarga mi desaliento se acrece. Para el trabajo y la ciencia muerto hace tiempo; apartado de mis hijos; veo anulado el caudal de mi experiencia. E s o s libros que escribí, en los cuales glorias fundo, van á correr por el mundo; pero al mundo van si mí. Fuego que arder aquí siento,
ELOÍSA.
PALISSY.
ELOÍSA. PALISSY. ELOÍSA.
PALISSY.
(Indicando la frente) que el pesar continuo atiza, ¿serás inerte ceniza que se lleve al fin el viento? Pero aun vive la esperanza en mi pecho: un nuevo R e y traerá acaso nueva ley tras el mal tiempo hay bonanza. ¿Juzgas que Enrique Tercero mas que Carlos sea clemente con nosotros? E n mi mente h a y augurio lisonjero. ¿Y cuál es? Montmorency goza en pleno de la gracia del R e y nuevo. Y o en desgracia
del R e y Carlos no le vi;
ELOÍSA.
y sin e m b a r g o . . . . ¿qué pudo? ¿ó qué alcanzónos á hacer? Quizá le sobra el querer mas y a del bien harto dudo. Con la venia del monarca suele Raul visitarnos;
PALISSY.
ELOÍSA.
PALISSY. ELOÍSA. PALISSY. ELOÍSA. PALISSY.
ELOÍSA. PALISSY.
ELOÍSA.
PALISSY.
ELOÍSA.
PALISSY.
150 acaso venga á librarnos. ¡Quizá antes venga la parca! E n las bondades del cielo tengo, Eloisa, gran fé; pero en los hombres confié, y vi fallido mi anhelo. Qué q u e r é i s . . . . si no os e n o j a . . . . no me atrevo á desconfiar . E s tan penoso el dudar, que el esperar se me antoja. Raúl Raúl! (como recordando) ¿Qué pensáis? ' ¡Recuerdo á tu pobre madre! N O temáis, querido padre: hija indigna no contais. S Í , Raúl es caballero, y su conducta benigna con nosotros, es muy digna: no le juzgo traicionero. D e insultar la desventura es incapaz. ¡Oh!
lo
sé.
Fío en tí como en mi fé: estoy tranquilo: eres pura. E l con intentos humanos podrá recabar del R e y que, á pesar de inicua grey, os traigan á mis hermanos. E l hacerlo está en su mente. ¿Tardará mucho en venir? ¿ T e ha dicho cuándo? Seguir tu opinión es conveniente. N O ha dicho cuándo vendría, pero no se hará esperar: no suele desamparar á sus amigos. Querría
hablarle. ¡Qué mal me siento! estoy cansado molido ELOÍSA. Anoche no habéis dormido. PALISSY. Tienes razón, ni un momento. Insomnio es mal enemigo. ELOÍSA. Llevad al labio el calmante. (Dándole de beber en un vaso parte del licor que jarra ó botella.) PALISSY. Veré pues si un solo instante mi cruel dolencia mitigo. ELOÍSA. N O extraño que no durmáis en la noche. PALISSY.
Ya
se v é
contiene
la
151 por mis achaques. ELOÍSA.
PALISSY. ELOÍSA. PALISSY.
N O , á fe.
Y o no duermo: ¿lo extrañáis? A tu edad es increíble. ¿Estás enferma? ¿Qué m a l ? . . . Cavilaciones...
ELOÍSA.
PALISSY.
N O tal.
Nuestras p e n a s . . .
ELOÍSA.
N O . . .
PALISSY.
ELOÍSA.
PALSISY. 'ELOÍSA.
PALISSY.
ELOÍSA.
Imposible!
Los pesares que encontré en la senda de la vida, siento despierta y d o r m i d a . . . pero no es e s o . . . Pues ¿qué? ¿Quizá olvidados sus nombres, no existen aquí en prisión seres en separación de la luz y de los hombres? Y harto mas desesperados que nosotros: su esperanza tan solo á la tumba alcanza, refugio de desgraciados. Prodigios el vulgo cuenta de aquesta oscura Bastilla. Y esos seres en que brilla un vivir que se atormenta, pedirán como favor la muerte entre lloro y quejas, y lanzarán por las rejas maldiciones de dolor?
PALISSY.
A s í será.
ELOÍSA.
¡Cielos santos! Cuando paso da al sonido el silencio entristecido de la noche, sus quebrantos, en ayes que el aura llenan y que turban mi contento, dan las víctimas al viento.
PALISSY. ELOÍSA.
(Aun en mi oido resuenan). Viene á mí con duro ceño dominándome el dolor; truécase luego en terror y se aleja de mí el sueño. (Acontéceme lo mismo). T u sentir es ilusión; entre una y otra prisión existe acaso un abismo. ¿Oyes tú? Falso contemplo
PALISSY.
(bostezando)
152 lo que c u e n t a s . . . menester es burlar el p a d e c e r . . . voy á darte y o . . - el ejemplo.
ESCENA ELOÍSA,
II. sola.
Duerme y sueña, padre mió, que al soñar, bella fulgura una luz del cielo pura que desvanece el sombrío nubarrón de la tristura. E l sueño es del alma mundo; es región de idealidad. ¡Cuan bello es la inmensidad recorrer de tan fecundo campo de inmortalidad! Que si delirio es por cierto el soñar, no sé decir qué debiera preferir, si el delirio del despierto, 6 el delirio del dormir. Sumido en bonda prisión vé pasar hora tras hora sin que alguna halagadora le traiga por compasión la libertad bienhechora. Ángel que guardas su sueño con espada celestial, dale soñar halagüeño y que olvide el crudo mal en la embriaguez de un ensueño: que es pobre y doliente anciano, de alma triste, no vencida al rigor de mal insano: poco le queda en la vida . endúlzale el fin cercano. E s tan grato disfrutar de ese dulce desvarío que adormece el s u s p i r a r ! . . . . Duerme y sueña, padre mió, y dilata el despertar.
(se
duerme)
1/53
ESCENA III. P A L I S S Y , dormido. ELOÍSA.
ELOÍSA,
y R A Ú L que sale jwr
el
fondo.
¡Oh! ¡Raúl!
RAÚL.
ELOÍSA.
RAÚL.
Siempre mis pasos van hacia vos, mi deidad, nacidos de voluntad que los tiraniza. H a y casos en que alejarme quisiera, pues me dais harto dolor; pero embriagado de amólos sigo por donde quiera. {interrumpiéndole é indicándole á su Cuidad, que muy alto habláis; mirad que le despertáis. A l nacer un nuevo dia ha "> fuerte juramento de olvidaros vano intento que redobla el ansia mia. E n la vigilia, en el sueño, en todas partes os miro; á todas horas suspiro por vos, mi tirano dueño. Vuestra imágeu tan querida va conmigo, siempre amable, unida á mí, inseparable, cual mi sombra, cual mi vida. Cuidad, que muy alto habláis mirad que le despertáis. S Í , OS lo digo, debéis ser de mi ser lu grata sombra; sin querer mi labio os nombra, y os persigo sin querer. Empero estoy decidido á renunciar á mi nombre: ¡ah! que jamás amó un hombre cual os amo, ángel querido! E n vano pugnáis osado: no es igual nuestra creencia Margarita, en mi presencia, con el Bearnes se ha enlazado: opuestos en religión eran también; mas, m e afano y lucho, señora, en vano por vencer vuestra razón. Debéis, señor, suspender vuestras quejas es justicia:
padre)
fe
;
ELOÍSA. RAÚL.
ELOÍSA. RAÚL.
ELOÍSA.
20
154 á hija triste, la delicia benigno vais á volver. D e Francia Enrique Tercero, hoy de Carlos sucesor, rige el solio: su favor disfrutáis, señor, entero. M a s que nunca necesito de vuestro amparo y nobleza: de mi padre la tristeza augura mal infinito, (^indicándole
RAÚL.
ELOÍSA.
RAÚL.
á
Y a le veis enfermo, triste de sus años la corriente llega á su fin inclemente. ¿Por qué de llanto se viste vuestra faz? Aquese llanto, Eloísa, es prematuro. N o lloréis y un cielo puro anubléis con negro manto. Acaso por compasión aquí me dejan morar temperando el malestar inherente á su prisión. Sus hijos, á vos merced y á otros hombres generosos, viven acaso dichosos en París. Tal
lo creed.
ELOÍSA.
Ellos se llegan á veces con Alberto á esta Bastilla; y entonces un rayo brilla de ventura; mas con creces se aumenta-la enfermedad de mi buen padre: ¿le v e i s ? — . ¿Lograr, señor, no podréis que vengan, por caridad? Ellos acaso templaran las angustias del anciano; quizá el dia tan cercano sus caricias retardaran. A estos recintos oscuros, del sol que ilumina el dia venga un rayo, y la alegría renazca en aquestos muros,
RAÚL.
A l R e y Enrique veré; sí, tendréis lo que pedís: y así el duelo que sufrís en delicia trocaré. Mas no quiero que al mandarme que hable al monarca, penséis que á serviros me movéis
Palissy) (llora)
ELOÍSA.
RAÚL. ELOÍSA RAÚL.
ELOÍSA. RAÚL. ELOÍSA. PALISSY. RAÚL. PALISSY. ELOÍSA.
155 por obligaros á amarme. Fuera tal vez profanar una afección cual la vuestra: mi alma en sufrir es diestra y sabrá disimular. Pero la oscura aficcion de una joven desdichada, ¿qué os sirviera? (con exaltación) Afortunada la hiciera mi corazón. Cuidad, que muy alto habláis mirad que le despertáis. ¡Adiós!...
¿ O S vais con tristeza?.. ¡Cuándo el mármol se ablandara! (Al percibir un movimiento de su padre) ¡Silencio! (soñando y con angustia) ¡Ah! ¡Qué estrañara ver al hado sin fiereza! (soñando y con desesperación) ¡ T e n e o s ! . . . . ¿dó los l l e v á i s ? . . . . A l cabo, le despertáis.
ESCENA
IV.
Dichos y P A L I S S Y , que medio despierto y después de forcejear en el sillón, como si fuerzas superiores le contuviesen, se incorpora, se levanta á manera de sonámbulo y se dirige con furia hacia los que están en la esetna. PALISSY. (Reconoce
Dejadme, sí: mis hijos, ay, volvedme! ¡Crueles! á Raúl y Eloísa, y despertando del todo diceí) ¡Ah! sois v o s o t r o s ? . . . . nada, nada! ( Vuelve al sillón como fatigado) E l sueño mis cadenas habia roto y de estos muros á mi Edén volaba.— Era tarde de paz, tarde riente, serena cual, memoria de la infancia. Hálleme en mi jardín: ¿no lo habéis visto? E s ilusión no mas que el pedio gnnrda. Y o lo planté: labores de mis manos exornan la mansión; allí mil plantas toman vida del sol; sus alimentos les brindan los arroyos que derraman en los aires vapores; pajarillos con voz alegre su ventura cantan: son ecos de la dicha que allí mora,
156 pues vive allí la paz, impera el alma. Entre perfumes, cantos y murmullos el sol hacia el ocaso caminaba. Sentado estaba y o bajo los olmos que dan sombra al dintel de mi cabana: tú, Eloisa, mis hijos y otros niños escuchaban con gozo mi palabra: virtud, amor, saber daban mis labios, porque el Sumo Hacedor los inspiraba. Imposible, diréis, que aquel silencio y aquella grata y deleitosa estancia el rumor, las pasiones y los odios que hierven en el mundo no turbaran! Era el cielo en la tierra, era SÍT templo! Fruto de mi trabajo la cabana, ornaban sus paredes caprichosas figuras de las flores y las plantas; relieves de animales, que de vivos el arte les prestó la semejanza. U n mastín sobre todo que de arcilla labré como guardián de la morada, estaba tan al vivo que gañirle solieron los demás de la comarca. Allí el esmalte brillador que un tiempo alcanzó fatigosa mi constancia esparció tal hechizo, que arrobado me quedaba al mirar belleza tanta. " H i j o s del corazón, os repetía, ved del trabajo el fruto; él os depara entre espinas las flores aromosas que al ocio niega la natura sabia. Hasta al insecto que en la tierra mora el Supremo querer deberes marca; ¡y el hombre, superior en los vivientes, ociosa para el bien la vida gasta! Si es sin igual tesoro en la natura la humilde yerbecita despreciada, ¿qué fuera el hombre aun si el bien qu siei Sumido en tales hechiceras pláticas despedime del sol M a s de repente, con las sombras terribles, en la estancia penetró de los hombres la cruel mano, y trocóse la paz en hora infausta. ¡Vision horrible fué! Los malhechores, con su diestra feroz ensangrentada los brazos me ceñían; sobre los ojos una venda infernal me colocaban. r
Pugné por desasirme ¡qué cadenas! ¡Imposible lograr el quebrantarlas!... E n fin mi voz llamó, llamó á mis h i j o s . .
157
ELOÍSA. PALISSY. RAÚL. ELOÍSA. PALISSY.
un silencio mortal siguió á mi habla.... Oí lastimeros gritos ¡cuan lejanos! los crueles á mis hijos se llevaban! Grité, me retorcí, pero era en vano: á romper mis cadenas no bastaba Gritó, me retorcí y luego rotas quedaron mis cadenas ¡cruda farsa! Sueño horrible por Dios ¡Qué lisonjero comenzó, con imágenes tan gratas! U n sueño fué no mas, cual humo huyóse Descansad, caro padre (sentándose) ¡Hora menguada!
ESCENA Dichos ELOÍSA, PALL-SY. GOBERN.
RAUL.
El
V.
G O B E R N A D O R de la
Bastilla.
Alguien llega, ¿Quién] E l R e y dispone, al ver que resistís á su ley alta continuando hugonote empedernido, con mengua, Palissy, de vuestra fama, se os estreche en prisión, y quedéis solo: dispóngome á cumplir lo que el R e y manda. Cómo! el Rey! Qué decís? Ah!
PALISSY. ELOÍSA.
PALISSY.
Vuestra conmigo ha de venir, pues va confiada á mi digna muger: es dama y noble; con nobleza y honor sabrá estimarla. Qué, s e ñ o r ? . . . . (á su padre) Qué mi hija! loco estáis
RAUL.
El Rey
GOBERIV.
ELOÍSA.
PALISSY. GOBERN. PALISSY. ELOÍSA. PALISSY.
Su majestad
. A s í lo manda. Pero el R e y ¡ah! ¡mi hija! ¡cruel ensueño! Cielos, cielos, qué oí! N o les bastaba sumirme en la prisión; nuevas cadenas me forjan aun f e r o c e s . . . . U n a espada al costado ceñís: aquí en mi seno, por piedad, por piedad, señor, clavadla. Herid dentro del pecho el inaudito aspérrimo dolor que me maltrata y acabe de una v e z . . ¿porqué tan lenta queréis hacer mi muerte? ¡terminadla!
158 E l R e y lo ignora, sí, el R e y no sabe que en aquesta mansión tan solitaria aislarme es, a y , matarme poco á poco! si mi muerte queréis, liacedla rápida: verdugos hay aun y aun hay cadalsos, termine de una vez tanta desgracia: que venga y a el verdugo, yo le llamo le perdono mi sangre derramada; como besa á la esposa esposo tierno, yo besaré los filos de su hacha.
t
ELOÍSA. PALISSY.
ELOÍSA. PALISSY.
ELOÍSA.
RAÚL. G-OBERN.
RAÚL. GOBERN.
RAÚL. GOBERN.
RAÚL.
GOBER.
RAÚL. GOBERN.
Le bendigo también . venga el verdugo que corte de una vez mi yida amarga! Nos quieren apartar (á Eloísa) (arrojándose en sus brazos) No, no, imposible! Con las tuyas se mezclen estas lágrimas; raudales al correr son de amargura. Y o que tiempos habia no lloraba, llorar hoy de dolor . yo que creia que tiempos mas serenos se acercaran! Si es un valle de lágrimas la vida quién alcanzó á vivir sin derramarlas? Y O contaba las horas á tu lado como en grato esperar; yo que anhelaba, de mis hijos en brazos, los momentos prolongar de la v i d a ! . . . . H u y ó esperanza. (Pausa breve) D ó está el R e y me decid; padre, es matarnos! llevadme y besaré las reales plantas. A l R e y han sorprendido, (al Gobernador) Y o lo ignoro.
Suspended su mandato. Nada iguala mi obediencia, señor; soy caballero, y el consejo, por Dios, harto me agravia. Perdonad, caballero; m a s . . . . N O en balde
este alcázar el R e y confió á mi guarda, Su ley acato, m a s . . . . ¿no se pudiera, en tanto que su alteza soberana os manda suspender. E s imposible.
¿Orden regia queréis? V o y á buscarla. Como gustéis, señor; mi brazo es débil á contener la fuerza soberana.
(vasa)
159
ESCENA VI. Dichos, GOBERN. ELOÍSA. PALISSY.
ELOÍSA. PALISSY. GOBERN.
menos R A Ú L .
Venid conmigo pues.
(á
Eloísa)
Padre adorado! E S fuerza obedecer: contra el alcázar que soberbio domina ¿qué pudiera la brisa débil, apacible, mansa? Adiós, s e ñ o r . . . (con desesperación) A d i ó s . . . él te acompañe. Pobre gente! Me aflige su desgracia.
Vánse el Gobernador
y Eloísa.
Oyese
luego
el toque de un
ESCENA VII. PALISSY.
R A Ú L , entrando
con
precipitación.
RAUX.
¡Palissy, P a l i s s y , el R e y !
PALISSY.
¡Qué escucho! ¿No oísteis del clarin la regia marcha? La levadiza puente en s u s cadenas ante Enrique Tercero se levanta. ¿Qué me decís, señor? A c a s o venga á esta prisión, y entonces la desgracia que os acuita, señor, le contaréis. Me marcho á recibirle. ¡Dios le traiga!
RAÚL.
PALISSY. RAÚL.
PALISSY.
ESCENA PALISSY,
VIII. solo.
Y a escucho los rumores, y a se acercan, y a pisan los umbrales de esta estancia ¡Cuál late el corazón! Padre del cielo, del Señor de la tierra el pecho ablanda! .
ESCENA IX.
P A L I S S Y , E N R I U U E III, G O B R N A D O R y
E L REY. PALISSY.
cortesanos.
Decid, ¿quién sois? Señor, u n desdichado:
clarin.)
E L REY.
PALISSY.
EL
REY:
PALISSY,
EL
REY.
160 me llamo Palissy. Notoria fama vuestro ingenio logró; muy á bastanza á mi madre servísteis y á mi hermano; provechos y gran prez dieron á Francia vuestras obras y numen; vos vivisteis en medio de los fuegos y matanzas reacio á conversión: os toleramos. M a s el pueblo y los Guisas os reclaman y oblíganme á entregaros.. Convertios si libraros queréis de su honda saña. Mi vida es del Señor; Rey, escuchadme: D e dulce libertad yo disfrutaba, el trabajo y el bien eran mis glorias y tranquila vejez me presagiaban. U n a dura prisión burló mi gozo y en males convirtió mi bienandanza; yo todo lo sufrí porque una hija, semejando del sol la luz amada, moraba junto á mí, me la han robado, pero vos no ordenasteis tal hazaña. N o es cierto, mi s e ñ o r ^ E r a inhumano al náufrago arrancar la única tabla que su vida amparó. Mis tiernos hijos devolvedme, señor; feliz mi alma os dará en galardón mil bendiciones, si de anciano infeliz son estimadas por altecido R e y : de bendiciones, aunque humildes, señor, vive un monarca. Sois rebelde, por Dios! •
En
mas
oscuras
prisiones me sumid; queden privadas mis pupilas de luz; empero escuche de mis hijos amados la voz grata. Convertios.
Sé morir. (cruzándose de bra Mísero viejo, que hablas con el R e y . EL REY. Dejad: sus canas su impotencia y dolor amparo logran. Y a que sabe morir, hágole gracia: poco tiempo tendrá que agradecerla. PALISSY. Señor, g r a c i a s . , . . mis hijos . señor. E L R E Y . (yéndose y sin quererle oir) Basta. PALISSY. GOBERN.
161
ESCENA X. Dichos,
RAÚL,
ELOÍSA, A L B E R T O ,
y
al encuentro del Rey, postrándose
los dos
á sus
¡ v i j í o s , que salen
pies.
RAÚL.
Señor
ELOÍSA.
¡Tened piedad! V e d á sus hijos (conmovido) Para siempre que vivan á su lado!
RAÚL. EL
RIÍY.
(Yáse con, la
corte).
ESCENA XI. Dichos,
menos el RtíV y la corte.
E L O Í S A , (á Palias y que ha estado en la mayor ansiedad y que parle hacia ella y los niños con la poca prontitud que le permite su creciente decadencia). ALBERTO. PALISSY. ELOÍSA. PALISSY.
¡Padre! (abrazándole) ¡Maestro mió! ¡Hijos del alma! ¡Raúl! (con ternura) ¡Mi bienhechor! (abrazándole) (abrazando á sus hijos) ¡Objetos caros! pero es sumo el placer y no resisto. Lo conducen á un ¡ilion
ELOÍSA. PALISSY.
ALBERTO, PALISSY.
ELOÍSA. PALISSY.
RAÚL.
A l cabo sois feliz. A b ! con vosotros el cáliz del morir no será amargo. (al ver la postración del alfarero)
¿A qué la m u e r t e ' ? . . . . ¡Oh Dios! Tarde llegasteis, infortunio su obra ha consumado, y m u e r o . . . de la dicha. (con desesperación) ¡Padre m i ó ! . . . . ¡Oh Dios! ¡oh! ¿Qué tenéis? — (con muestras de agonía) A d i ó s . . . . a m a d o s . . . . Que triunfe y a el amor; que si el destino muestra empeño en hacerme desdichado, al nombre infausto que heredé en la cuna renuncio desde hoy. (arroja la espada)
ELOÍSA.
¡Ah!
Vuestro rango
PALISSY.
RAÚL. (Indicando
Aquí lo noble está. el pecho y lanzándose á los pies de
Palissy)
Yo vuestro hijo seré también si me otorgáis su mano.
21
162 PALISSY.
ALBERTO. PALISSY. ELOÍSA. PALISSY.
T o m a d l a . . . os la encomiendo, que mi v i d a se apaga como a n t o r c h a . . . ¡Criador sabio! á tí dejo mis h i j o s . . - Buen Alberto! ¡Señor! (conmovido) Mi b e n d i c i ó n . . . (á los hijos) ¡Padre! YO parto á veros... volveré...
(Muere conservando una mano sobre la cabeza de uno de los niños que están arrodillados en ademan de recibir su bendición.) ELOÍSA. A h ! (cayendo en brazos de Raúl que se apresura á recibirla) RAÚL. (sosteniéndola) ¡Mi Eloísa! A L B E R T O . (Con entusiasmo doloroso)
¡Héroe de la virtud y del trabajo!
FIN
DEL
BIODEAMA.
NOTA.
H é aquí la popular canción francesa cuya traducción canta to en este drama:
Alber-
Si le Roi m'avait donné Paris, sa grand'ville E t qii'il me fallût quitter L'amour de ma mie, Je dirais au Roi Henri: Reprenez vôtre Paris, J'aime mieux ma mie, ó guc! J'aime mieux ma mie. E s notable la semejanza que guarda con el siguiente canto popular veneciano: Bela, te vói donar cinque citàe: L a prima che te dono la sia Roma; Venezia bela fabricata in mare, Bermago, Bressa, e la bela Verona. E lo Gran-Turco m'à manda a chiamare, Aciò che te abandona, anema mia. N o te abandonaría, Nina mia cara. S'el me donasse tuta la Turchia. Se i me donasse Pranza co Parigi, E l nobile castel de Mont' Albano, L a rica chiesa de Santo Luigi, E tuto l'oro de lo Veneziano. Se i me donasse una barcheta e un toro, Pelo per pelo una pezza de pano; E che i me dasse cento scudi d'oro, L a Zeca, l'Arsenal e'1 Bucintoro, Y con este otro: S ' el Papa me donasse 'tuta Roma, E n eh' el disesse: cedime Mariana; Mi ghe diria de nó, Sacra-Corona.
BIBLIOGRAFÍA, (i) BERNARDO
DE
PALISSY,
ó
EL HEROÍSMO DEL TRABAJO,
Biodrama original, en dos partes y cuatro actos, por Alejandro Tapia y Rivera. Tenemos una satisfacción grande y pura al anunciar al público puerto-riqueño esta brillante producción de la pluma de nuestro distinguido amigo y compatriota D . Alejandro Tapia y Rivera. N o es nuestro ánimo juzgar literariamente esta producción: para nosotros, todos los trabajos del Sr. Tapia llevan el sello incontestable del talento, de la aplicación y del buen gusto. E l presente, sobre todos tiene caracteres de alta moralidad que lo recomiendan eficazmente: su destino inmediato es estimular la clase obrera, rehabilitándola á sus propios ojos, mediante un grande y noble ejemplo: su fin trascendental es divulgar en la escena una gran verdad desconocida ó desdeñada en el mundo, esto es, que la verdadera grandeza humana no está en la condición social, sino en el carácter. A s í descuella Bernardo de Palissy en medio de sus interlocutores, sean del vulgo, de la nobleza ó reyes tanquam viburno, cupresd. 1
E n efecto, Palissy, triste alfarero de un pueblecillo de Francia, siente en su alma la pasión ardiente del trabajo que inspira el genio: la naturaleza le enamora con sus encantos, la voz secreta y poderosa del arte le impulsa con fuerza á la imitación de las maravillas de la creación que le rodean; pero el oficio lo sujeta al taller con las cadenas de la necesidad: sueña con los vasos divinos que entrevé en su imaginación riquísima, y despierta un día y otro dia con las manos enlodadas en la oscura arcilla. Su vida es un suspiro, una aspiración, una pesadilla: la pobreza que lo abruma le disputa la gloria que lo exalta. Pero la fé es la fuerza incontestable del genio; la miseria, los d i s - ' gustos domésticos, el descrédito que el vulgo se complace en derramar sobre los hombres superiores, todo cede ante la constancia y el estudio. Palissy viaja con el bastón del obrero en la mano, recorre (1) Juicio crítico publicado en " E l Mercurio" de Puerto-Rico al recibirse allí la edición de la pieza hecha en la Habana.
165 la cima altanera de los montes gigantescos que lo cercan, dilata su espíritu en la contemplación activa y minuciosa de la naturaleza animada ó inanimada, penetra en sus misterios, y se eleva hasta las fuentes inagotables del consuelo y del saber, hasta Dios, resumen inmenso de toda verdad, de toda belleza y de toda virtud. La Biblia es su tesoro, su literatura, su consuelo: ella presta á sus labios raudales de elocuencia, y á la vez que ensancha en su imaginación el vasto cuadro de sus magníficas concepciones artísticas, robustece su corazón contra los engañosos halagos de la fortuna, y le prepara una victoria segura en los días amargos de la persecución y del infortunio. ¡Hombre sublime que aparece en la oscuridad de un taller mezquino, que brilla por la gloria del arte, y acaba por el heroísmo de la virtud, dejando al hombre que vive del sudor de su frente un noble y puro ejemplo, y al mundo entero una lección grave y un remordimiento profundo! ¡
T a l es Bernardo de Palissy según la historia: tal es también, sin desmentirse á sí mismo ni un solo instante, bajo la inspiración feliz del señor Tapia. Y nótese que no hay en todo el drama una sola escena, una sola frase, ni siquiera una palabra que pertenezca á las exageraciones de la escuela moderna: tan distante del romanticismo salvaje que reniega de la virtud y maldice á la sociedad, porque esta adolece de males profundos, como de ese vano aparato teatral de nuestros dias que atruena los oidos, deslumhra la vista y corrompe la conciencia íntima del pueblo; el Sr. Tapia ha sabido conservar toda la grandeza moral de Palissy, sin sacarlo violentamente de su esfera. Y es que el Sr. Tapia ha encontrado el verdadero resorte de este gran carácter, y lo ha hecho como él era, eminentemente religioso, eminentemente cristiano, y por lo tanto eminentemente filósofo. N o de otro modo, las quejas amargas que arranca el dolor al hombre que lo sufre sin merecerlo, pueden tomar ese tinte suave de melancolía y conformidad, esa elevación hacia Dios, esa profundidad sublime de razonamiento, que lejos de maldecir, compadece, lejos de poseerse de la ira reflexiona con tristeza y dolor; lejos de aterrarse y envilecerse ante la sombra lúgubre de. la muerte, nos eleva hasta recibirla con entereza y con dignidad. Diríase al considerar la serenidad de alma, la sencillez y grandeza de espresion, y la profundidad de los pensamientos que brillan en esta obra, que el Sr. Tapia, á pesar de su juventud, ha sufrido mucho, ha pensado mucho, y ha perdonado mucho. Siempre llevan los partos del ingenio caracteres indelebles del alma de sus autores. Y como pruebas palpables de esta unción cristiana, de esta filosofía sublime y pura que brilla en todo el drama, véanse las esenas críticas, las peripecias principales de este héroe verdadero del trabajo y la virtud: en todas le encontrareis igualmente bello, igualmente superior, igualmente religioso. Si resuelto á arrancar el velo profundo que cubre á sus ojos el sscreto de las artes cerámicas, se decide á arrojar en el hogar voraz de su horno las últimas reliquias de su pobreza, no á los hombres, no á su genio, no á la vanidad mundana encomienda sus sacrificios:
16C
una oración, una plegaria simple, tierna y fervorosa vuela de sus labios á los pies del Omnipotente en demanda de auxilio y protección: oidle: Palissy.
H a menester fortaleza ese fuego: á invertir voy en la leña para hoy los restos de mi pobreza.
(Poniéndose,
de rodillas
con su biblia
en la
mano).
Oh Señor! vos derramáis en el sol vuestra mirada, y de la noche enlutada las tinieblas disipáis. V o s fuisteis y vos seréis, como sois eternamente, sol hermoso de la mente que el error desvanecéis. Vuestra mirada es amor, vuestra mirada es la vida. Criatura por vos nacida demando vuestro favor. Compadecedine, Señor. (Cierra
el libro y continúa
como
inspirado).
E n el mundo'triste obrero, á trabajar destinado, vuestro decreto adorado obedecí placentero. Con afanes investigo de la tierra los arcanos: de mis tormentos insanos sois, mi Dios, mudo testigo. A l hombre amando cual vos me desvelo por Ser útil; haced pues que no sea inútil, tal fatiga mi buen Dios. Si al trabajar noche y dia me juzgué vuestro elejido; si pequé de orgullecido, penad la soberbia mia. Pero vos sois el amor, vuestra mirada es la vida yo criatura agradecida demando vuestro favor, Misericordia, Señor. D e aquella voz poderosa con que el Jiat lux pronunciasteis
167 y en los mundos derramasteis esa luz radiante, hermosa; dad á mi boea sencilla un destello soberano, y el tosco barro en mi mano se convierta en maravilla. H o y mi ser ó mi no ser en solo un ensayo estriba, haced que el arte reciba vuestro supremo querer. E l duro afán y el quebranto bendecid del triste obrero: solo soy un alfarero.. - . mas vos, Señor, podéis tanto! Vuestra mirada es amor, vuestra mirada es la vida; yo criatura entristecida espero vuestro favor. Prestadme ayuda, Señor. Si mas tarde, en París, llamado por los Reyes lleva el arte al apogeode la belleza, y recibe el homenaje que el talento arranca siempre á los hombres: si su pluma traza con los rasgos de la elocuencia y la poesía sus dolores, sus progresos, sus delirios divinos: si el pueblo y la corte, los propios y los estraños le exaltan y le coronan de gloria, su corazón no se hincha de vanidad, ni su razón pierde su aplomo; antes se fortifica en sus sentimientos, se depura y eleva, como si un secreto instinto le mandara recoger y concentrar todas sus grandes facultades, para triunfar con ellas de los poderes mas grandes de la tierra. Núblase en efecto su brillante estrella, y en medio de los puros placeres de su gloria, se desencadena sobre su frente la tempestad. Ni sus dolores pasados, ni su dicha perdida, ni la cruel injusticia que amenaza su vida, nada es bastante á arrancarle esos alaridos de la pasión, que anulan al hombre moral, y que de ordinario se alaban en los dramas como el límite mas alto de lo sublime. L a Bastilla, prisión de listado, terror del pueblo, sepultará sus dias en el silencio de sus oscuras bóvedas: como por una burla mas de la fortuna, aquella horrible mansión será para él un asilo protector contra sus enemigos, á quienes quizás no conocia y á quienes ciertamente nunca habia hecho mal alguno. Palissy mide con una sola mirada toda la profundidad de su desgracia, y verdaderamente grande en su dolor, esclama: Se llaman hombres y viven como lobos carniceros! ¡Refugio en una cárcel! Irrisorio cambio, que no por cruel es menos cierto: ¡Busque amparo en prisión el inocente, Y a que el crimen feroz camina suelto!
168 Vamos pues; que aunque víctima inmolada, por triunfantes verdugos no me trueco! N o era ya expiación de su gloria: no era la envidia la que, como al gran Colon, le sumergía en la desgracia. Eran los cálculos de una política sórdida, era el fanatismo feroz los que le imponían la expiación de su fé, que lo había sostenido en el áspero camino de su .vida, y que habia templado, embellecido, santificado sus dolores. E l l a lo habia conducido á la cima de la gloria en las artes: ella iba á darle la fuerza necesaria para merecer la palma sublime de los mártires, y para dejar en este mundo la memoria de un grande hombre. En efecto, aquí el poeta es sublime como su héroe. E l Rey penetra en la estancia del prisionero sin crimen, del anciano encanecido, debilitado, próximo á dejar este mundo: cambian algunas palabras y el Rey le dice. "Convertios." Palissy'.—Sé
morir!
A q u í no hay exageración, no hay vano alarde. Esta sola frase lo dice todo y es sublime, porque hay en ella grandeza moral y resignación cristiana: fé pura y firmeza incontrastable. A s í fué en realidad Pallissy, y el poeta ha tenido la severidad necesaria para no sacrificar la verdad á la imaginación, la historia al efecto teatral. ¿Qué mayor efecto'pudiera haber conseguido á los ojos de los hombres serios, que el efecto que produce esta gran palabra terrífica, grandiosa y ejemplar á un.mismo tiempo? Pero si el señor Tapia ha tenido el buen sentido y la fuerza de voluntad necesaria para no sacrificar en lo mas mínimo el carácter de Palissy en aras de otras seducciones escenarias: si ha sabido conservarnos el tipo histórico con su poesía propia, sin prestarle ni disminuirle cualidades; no se crea, sin embargo, que no ha ejercitado sus brillantes facultades poéticas en la formación y en la ejecución de su obra. Todo lo contrario, el cuadro de la vida de Palissy tiene su segundo término, sus accesorios y su lontananza: él es digno de ser trasladado al lienzo por la diestra hábil de un pintor profundo: ni caracteres, ni pasiones, ni claro oscuro, ni contrastes le faltan. La familia del alfarero- la sociedad del artista, la prisión del héroe, todo tiene su atractivo, su vida y sus colores, y sin perder la perfecta, unidad de su fondo sobra la variedad para emplear con gusto, con arte y con verdad los colores. Bajo otro punto de vista todavía adquiere mas gravedad, mas trascendencia el conjunto poético imaginado por el Sr. Tapia: en efecto, no es preciso un grande esfuerzo de ingenio, para descubrir en él un pensamiento filosófico La esposa de Palissy caracteriza perfectamente á nuestros ojos, y deja comprender muy bien al lector, el símbolo de todas las prevenciones vulgares, perpetuamente desconfiadas del genio, perpetuamente asidas á la rutina, perpetuamente opuestas al progreso, temorosas de lo extraordinario, vengativas é implacables
169 en la desgracia del talento, Mas, desdeñosas y mordaces. Eloísa, hija de entrambos es por el contrario, el ángel de Palissy, el bálsamo de sus heridas morales, el lirismo sensible y animado del drama: es la personificación del buen genio que alienta siempre y contra el torrente de las preocupaciones reinantes, al hombre que elabora un pensamiento, una obra nueva. Alberto representa esa parte sana del pueblo que no discute, pero siente: que no alaba, pero admira y que en el momento de la necesidad suprema pone manos á la obra y presta su brazo al desvalido. Raúl es el instrumento de la Providencia que, aun en medio de las mas grandes pruebas á que somete sus escogidos, templa siempre el rigor de sus golpes. L a obra pues del Sr. Tapia merece las simpatías del hombre jusr to, porque respira toda la grandeza y todo el perfume de la virtud, de la moral mas pura: merece las simpatías del literato concienzudo porque respeta la tradición y la historia: merece en fin las simpatías del poeta, porque espresa y pinta la verdad en versos puros y armoniosos, con todas las galas de una fantasía rica y mesurada. Bernardo de Palissy goza además de una cualidad rara en los dramas de nuestros dias: él puede estar en la mano de la joven inocente así como en las del hombre de gravedad. A la una enseñará á sacrificar sus vanos caprichos, y aun sentimientos profundos en aras del deber: al otro presenta un gran ejemplo, una lección sublime para luchar con la desgracia y salvar el honor en los casos mas arduos de la vida. ¡Plegué á Dios que la'juventud de toda la isla sepa estimar el trabajo bello y puro de un compatriota ausente que consagra sus vigilias al estudio, y que se desvela por honrar á fuerza de laboriosidad y de talento el pais en que nacimos! Román
Baldar iot.y de
Castro.
22
LA PALMA DEL CACIQUE. •(*> L E Y E N D A H I S T Ó R I C A D E P U E R T O RICO.
I. Era el año de 1511, y gobernaba la isla de Puerto Rico D. Juan Ponce de León, por otro nombre el capitán del Higüey, que tan luego como obtuvo del monarca su reposición, envió á España, acusándoles de escesos, á su antecesor Juan Cerón y al alguacil mayor Miguel Diaz. Habían formado los nuevos pobladores, junto á Quebrada Margarita en la comarca del hoy llamado Pueblo Viejo, la villa de Caparra, cuyos restos se ven en la actualidad entre malezas, y que debieran conservarse con esquisito esmero, por ser la primera piedra, que en aquel lejano pais, asentó nuestra raza. Una iglesia de manipostería de ignorada arquitectura, alguna que otra casucha de barro y cañas, semejantes á las que en el dia se ven en la conocida aldea de Cangrejos, (2) y otras varias, basadas sobre gruesos troncos, con piso y paredes de palma y techo de yaguas, iguales en un todo á muchas de las que hoy existen en los campos de aquel pais, componían el caserío de la villa. Habia además una plaza en medio, y sus calles un si no es rectas, estaban entapizadas de lozana yerba. En la plaza, veíase la morada del gobernador Ponce, la mas ventajosa en capacidad (1) Esta leyenda fué dedicada á D . José J . Vargas, eu tesíjimonjo de amistad.—Madrid y Febrero de 185-¿. (2) Cercana á la ciudad de Puerto Rico.
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por ser casa del rey y consistorial al propio tiempo, ostentando en dias festivos el estandarte castellano. En igual estilo, si bien con menos proporciones, habíase fundado, no lejos del pueblo de la Aguada y hacia el Nordeste de la isla, la villa de Sotomayor, en cuyas inmediaciones, ocurrieron algunos de los sucesos que van á referirse. El gobernador Ponce, continuando el sistema establecido en la isla Española, habia procedido al repartimiento de los indios de Borinquen (1) en encomiendas. Consistían estas, en poner cierto número de indios al cuidado de cada uno de los conquistadores y pobladores según sus hechos é influencia, reservando algunos al rey, pero este sistema sobre ser muy perjudicial á los naturales, arruinó con el tiempo la población y cultivo de los campos, por lo que el monarca, en mas de una ocasión, trató de modificar y aun de abolir, este sistema de repartimientos, tan debatido, y que á causa de los opuestos intereses y pasiones inconciliables, ha sido la cuestión de mas importancia, durante la primera época de la historia moderna de aquel pais. Esta institución como su nombre lo indica, imponía tanto al encomendero como al encomendado, deberes mutuos que jamás se cumplieron por parte de aquel, que estaba obligado á alimentar á sus indios, cuidando de su salud y de su educación civil y religiosa; al paso que el último debia ayudar á su señor en las tareas y labores de sus cultivos y grangerias; pero el poblador exigía demasiado de las fuerzas del indio, olvidando su doctrina y su alimento, y este exasperado ó temeroso, se alzaba contra el encomendero, ó le abandonaba refugiándose en la aspereza de las montañas; sin que las repetidas instrucciones del monarca, ni las evangélicas amonestaciones de los religiosos, bastasen á contener tamaño mal, traspasando por una y otra parte, los límites que la institución de encomiendas prefijaba, con daño notorio de la nueva colonia. Andaban con tal sistema muy descontentos los indios, y los alarmantes síntomas que cundían por todas partes, (1)
Nombre indígena de la isla.
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anunciaban una lucha, en que si bien los conquistadores lograron la victoria, no dejó de sufrir gran menoscabo, la prosperidad inmediata, que la natural fertilidad y riqueza del pais les ofrecía. Tales eran las circunstancias de la isla de Borinquen al comenzar los sucesos que van á contarse en esta leyenda. II. En un sereno dia del mes de julio, el sol derramaba su luz sobre la faz de la tierra, y la brisa tropical templaba un tanto su ardoroso fuego. En las cercanías de Sofcornayor se laboreaba una rica mina de oro, de cuya existencia no quedan vestigios, si bien la tradición la sitúa no lejos de la villa, en la vertiente de varias colinas. Veíanse en sus lomas entre otros árboles, el castaño de América, el medicinal jigüero, el mamey de sabroso fruto, y la palma de yaguas con su espada verde y aguda, que descuella sobre sus elegantes ramas, sirviendo su punta de asiento á las canoras avecillas, y el plátano cuyas anchas, sonantes y lánguidas ramas se mecen suavemente doradas, por la luz del dia; todo esto en medio de pastos frescos y abundosos en que se veían pacer algunas vacas mientras retozaban sus terneras. —Pobre Naguao! decia un indio, contemplando el cadáver de un camarada tendido en tierra. —Mas valiera á ese infeliz, respondía otro, el haber huido á los bosques! No se acordó de que el pez está mas seguro lejos do las redes, y hele ahí aplastado por un peñasco en esas odiosas minas. —Qué importa! La tierra, amigo Taboa, no da de balde esas riquezas que guarda en sus entrañas. —Por lo que á mi hace, tornó á decir este, tan luego como pueda burlar la vigilancia, haré por dar seguro á mi vida entre los árboles del bosque; allí con mi arco y mis flechas, mataré aves para mi alimento, y cuando no, los árboles dan fruto y yo tengo brazos para alcanzarlos. — Y el infeliz Yoboan! Cuánto llorará al saber que el mas querido de los suyos, el único que quedaba de su familia, el último de sus hermanos, su Naguao, ha empren-
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dido el viage á la otra tierra, dejándole solo y triste como una roca en el mar. —Dichoso él, replicó Taboa, acabando de romper contra una piedra una enorme nuez de coco, y después de haber apurado todo su sabroso líquido. Va á vivir en esa tierra lozana y de muchas frutas y floi'es, en donde no se trabaja, y se pasa la vida sin fatigas ni dolencias, en donde no se envejece, ni alcanza el poderío del mal genio.... Y quién sabe lo que acá nos aguarda! Trabajos, fatigas, cansancio.... y todo esto solo por ese oro, buscado con tanto afán y que no sirve mas que para adornar el pecho de un cacique ó las orejas de alguna muger en dia de areyto ( 1 ) . A tal punto llegaba el diálogo, cuando el chasquido del látigo y la estentórea voz del mayoral, llamaban á las tareas álos mineros. Comenzaron estas, y cada cual emprendió con actividad su faena. Entre los que cavaban la. tierra en pos de la vena metálica, habia uno, cuyo rostro inundado de sudor expresaba profunda tristeza. De vez en cuando brillaba en sus ojos una mirada siniestra, semejante al roj o fulgor de un volcan en noche oscura. Cuatro indios conducían el cadáver de Naguao á una sepultura abierta al pié de-un guanábano silvestre, que con sus verdes hojas le servia de dosel. El cráneo del minero estaba hecho pedazos, y su rostro desfigurado; sin embargo, el indio que cavaba, que no era otro que su hermano Yoboan, le reconoció cuando le pasaron junto á él, y la dolorosa sorpresa se mostró en su semblante. Dejó caer el azadón, cruzó los brazos y su mirada extática siguió el cadáver de su pobre hermano. Cruel fué este momento para Yoboan, sus pies no pudieron dar un solo paso, sus brazos no pudieron articular un movimiento, su pecho no pudo lanzar una sola queja, y únicamente sus ojos, frios como un espectro, dieron salida á una lágrima. Pero el látigo que hería su espalda, sacó á Yoboan de éxtasis profundo, y volviendo la faz sorprendido, mi. fl)
Baile,
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ró con ira al que así le castigaba. Entonces el mayoral levantó el látigo por segunda vez, pero antes de que hubiese podido descargarle, el indio lo arrancó de su mano y lo arrojó de sí una buena pieza. Ya estás vencido, cristiano, exclamó con desden.Entonces el mayoral se lanzó sobre el insolente, que así ultrajaba su autoridad, y momentánea, si bien esforzada lucha, sucedió á lo que acabamos de contar. No podía ser dudoso el éxito, atendida la corpulenta contextura del salvaje, que parecía un Hércules. Cayeron ambos por tierra y la lucha continuaba. Parecía Yoboan uno de aquellos toros fieros de las dehesas de Castilla, que se ceban en la víctima palpitante aun, y que ya moribunda, tan solo opone la débil expresión de su agonía, el temblor nervioso que conmueve hasta la última fibra, y que revela los postreros instantes de la existencia. Alzóse al cabo Yoboan: acababa de ahogar á su enemigo entre SUS' brazos. III
Observaban los indios mineros esta escena con muda admiración. A ellos! gritó un mayoral que corría, aunque tarde, en ayuda de su camarada. Y oida esta voz de alarma acudían todos en tropel gritando, ¡venganza! Los indios, al presenciar el triunfo de su camarada Yoboan, habían cobrado bríos, y armados de los picos y azadas de sus labores, caian sobre sus contrarios dando suelta á su rencor. Terrible era la pelea. Las armas se chocaban y herían, y ancha brecha daba paso á la caliente sangre. Un gozoso clamoreo anunció la llegada del valiente (xuarionex, que armado de su macana daba recios golpes Era regular y apuesta su figura; su edad juvenil.— Su piel cobriza estaba, como la de los demás indios, ornada con diversas figuras, y decoraba su frente la diadema de los caciques. Pendía de su espalda la aljaba
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provista de agudas flechas, sobre la cual podia verse el flexible arco; y su trenzada cabellera estaba realzada por vistosas plumas. A la llegada de este campeón sucedió la del valiente Salazar, cuyo mortal acero abria con cada mandoble una tumba. De elevada estatura y robustos miembros, moreno el rostro, á cuyas abultadas facciones daban expresión unos ojos de mirada firme, negros como su cabello y espesa barba, ofrecía en su conjunto, el exterior del hombre fuerte y animoso, cuya marcial energía, revelaba al intrépido conquistador del nuevo mundo. Vestía Diego de Salazar almilla de velarte con calzón de lo mismo, listadas calzas y botín de piel, completando su arreo el enorme sombrero, el escudo y la tizona fiera. A vista de tan terrible adalid, la multitud huia pavorosa, y no era extraño que su presencia infundiese tal terror, puesto que ya los indígenas conocían su esfuerzo, y á su brazo se debió en mucho la conquista y pacificación de Puerto-Rico, porque á semejanza del Cid, ganaba batallas con solo su nombre. Guarionex se las habia con Salazar, acosado por este, que le acometía armado de superior manera, se batía en retirada: atento no solo á los golpes que le iban dirigidos sino á contener con la agilidad de un tigre, la embestida de los contrarios, evitaba de este modo el exterminio de los suyos, que huian temerosos á las vecinas selvas. Hubo un momento en que acometido Guarionex por todas partes, pues era el que ófrecia mas resistencia, estuvo á punto de ser prisionero ó muerto; su macana era inútil contra tantas armas; pero en este instante debilitaron los contrarios el ataque, y tuvo ocasión de ganar en dos saltos la distancia y la espesura, guardando su vida y libertad para otros dias. Preso ó muerto, qué seria de los suyos? A la contienda sucedió el silencio, el cansancio de los vencedores y un lago de sangre cubierto de restos humanos. .
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Entre estos, veíase lleno de heridas el cadáver de Yoboan junto al de su hermano.—Habia dado su vida en cambio de una lágrima consagrada á su memoria. IV. A distancia de un cuarto de legua de Sotomayor, pequeña villa fundada por el capitán del mismo apellido, no lejos de la Aguada, existia un bosque en una extensa llanura; cuadro que merece describirse ya por lo agradable de su conjunto, ya porque en todas y en cada una de sus partes, se mosteaba la naturaleza tropical, con toda la esquisita frescura y la vigorosa lozanía que la distinguen. Circundaba el bosque un riachuelo, cuyos cristales se quebraban sobre menudas guijas. En sus orillas las palmas, cai'gadas de racimos, balanceaban su flexible tronco, al par que sus ramas se mecían resonando; brindaban los naranjos con su fruto de oro, mientras encantaban la vista las floridas hojas del helécho indígena; y sobre el cedro, el collor y el quiebra-hacha, levantábase erguida la orgullosa Seiba. Aquí y allá las flores derramaban sus aromas, al paso que llenahan el aire de armonías, el zumbador enamorado, el melodioso sinsonte, el bullicioso pitirre y la calandria esquiva.—Mansión de los amores, hübiérase Venus regocijado al verla, y en ella fijara su Elíseo, á poder elegirlo á voluntad. Pero incompleto seria semejante cuadro, á no figurar entre sus bellezas, esa alma que presta el hombre á todo cuanto le rodea;, por lo que vamos á ofrecer al lector una de aquellas escenas de la vida, tanto mas propia, cuanto que estarán íntimamente relacionados en ella, el hombre y la naturaleza: esta con todas sus galas, aquel con toda la rudeza y fogosidad de un corazón primitivo. Las doncellas que acompañaban á Loarina, hermana del cacique Agueinaba, complacidas en gran manera de los atractivos del lugar, colocaron sus hamacas de silvestre maguey entre los árboles, á orillas del arroyuelo, que, con su deliciosa frescura, á la dulce somnolencia convidaba.
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Bellas eran las indias que acompañaban á la princesa, pero entre sus encantos y los de su señora, habia la diferencia que existe entre el rosado capullo y las hojas que le rodean. Si en las doncellas de Loarina resplandecían las gracias con todos sus fulgores, en la última se unia al hechizo de estas, la altiva superioridad de una sultana. Contaba apenas quince años, y advertíase ya en su brillante encarnación, el precoz desarrollo de la vida en los países de la zona tórrida. Su cutis, con el color propio de su raza, no estaba destituido de aquella pureza inherente á lo muelle de sus costumbres. Deliciosa era la expresión de sus facciones, negros sus ojos como la noche, y ardientes como el sol que vieron por la vez primera, y su boca conjunto de deleites, parecía, un hermoso ramo en que las rosas de sus labios, circundaban el mato jazmín de sus menudos dientes. Sobre su espalda eaia en perfumadas trenzas su cabello negro, ceñido á la sien por la diadema de oro. De su nariz y orejas pendían argollas del propio metal, y ornaban su garganta nacaradas perlas. Desnudo el seno, ostentaba dos orbes voluptuosos, cubriendo eu parte sus mórbidas formas una especie de (única, que partiendo de la cintura, terminaba en la nunca bien ponderada pierna, cuyos suaves contornos se ofrecían á la vista codiciosa, como se vé al rededor de nube cenicienta, la claridad de la luna. Por último, anillos de oro en que suplía la profusión al arte, adornaban los redondos y pequeños dedos de su mano. Ataviadas con gracia las jóvenes de su séquito, vagaban por el bosque, ocupadas en juegos y danzas, á fin de proporcionar pasatiempo á su pensativa señora. Reclinada esta en su hamaca, y jugueteando una de sus manos con los cristales del riachuelo, abismábase en la suave indolencia que presta un pais abrasado, y balanceándose colgada de los árboles, parecía la imagen de un tierno pensamiento, flotante como una aureola, en la fantasía de alguna virgen. Entregada á cavilaciones, ya risueñas, ya tristes, fijábanse sus ojos en todos los objetos que la rodeaban, sin que su conmovido espíritu 23
m pudiese darse cuenta de ellos. Errante su alma, complacíase ante la imagen del hombre adorado, y su alma fatigada veía solo aridez en todo lo que no fuese su amor; Mas si por desgracia, la idea de un afecto mal pagado enlutaba su corazón, el furor y luego la tristeza empañaban el fulgor de su mirada. Apareció de repente por entre la arboleda, un indio de gallarda estatura; su semblante era agradable en medio de la tristeza que le encubría con su manto enlutado: su mirada era viva y penetrante, y la dulzm^a ó el furor, se expresaban en ella con igual energía. Era Guarionex. Joven y robusto, teníanle por uno de los mas animosos é intrépidos de su tierra, cualidades que habla mostrado de una manera heroica, en las guerras contra los vecinos caribes, perpetuos enemigos de Borinquen; y es fama que al esfuerzo de su brazo, se debió mas de una vez la paz ó la alianza demandadas por aquellos, como una merced, en vista de la fortaleza de tal caudillo. El combate y el amor hallaron á Guarionex siempre pronto. Eran sus pasiones extremadas y violentas; y el amor, el odio, el valor y la amistad generosa, hicieron siempre latir con fuerza, la ardiente fibra de su alma. En la edad media, en aquellos siglos de hierro, en que la manopla del poderoso ahogaba sin piedad al desvalido, y en que destituida la sociedad de todo apoyo en favor del. débil, se creaban como una necesidad, las ilustres y generosas congregaciones, de que hoy, sin objeto, solo queda el vano titulo; Guarionex, trasladado á Europa y educado á la usanza feudal, habría sido, obedeciendo ásu corazón apasionado y valiente, todo un noble y cumplido caballero. Su lenguaje era poético como la naturaleza que le había dado el ser, y sus palabras rudas, contrastaban notoriamente con la belleza y energía del pensamiento; resultando de aquí aquella sencillez en la expresión, que realza las sublimes concepciones de toda imaginación apasionada. Sus ideas no eran el concepto puro, resultado de las especulaciones abstractas, no; eran la emanación inmediata de las impresiones, sin linage alguno de elaboración, espontánea, franca y enérgica.
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No distaban mucho de la villa de Sotomayor los dominios del cacique, y aunque encomendado como sus vasallos, merced á su nacimiento y dignidad, le eran guardadas ciertas consideraciones por parte de los conquistadores, que conociendo su influjo entre los suyos, querían evitar (por la mayor suma de tiempo, puesto que los naturales se mantenían sumisos) el sangriento camino de la guerra. Dotado de gracia y gentileza, y siendo de los mas poderosos señores del pais, habría despertado la simpatía de la cacica mas rebelde; pero perdida de amores su alma por la cruel Loarina, podia aspirar tan solo á la lenta y continua agonía de una existencia triste y solitaria; como el vivir de envejecida seiba, abandonada de los pajarillos que su seno albergó, y que la.festejaban con sus cantos. Hubiérale amado la hermosa india, á no andar malparado su espíritu á causa de la pasión que la inspirái-a cierto joven caballero español, que al mirarla había introducido en su corazón la ponzoña, haciendo en él mas estragos que la flecha de Guarionex en un día de batalla. Tenga presente el lector esto último, por si advierte en el desdeñado indio, el apesarado continente y la tristísima expresión de sus ardientes ojos. Acercóse á Loarina, que saliendo de su enagenacion, se mostró sorprendida. V. —Hermosa, dijo el cacique con alterada al par que respetuosa voz, mi corazón da gracias al Cerní (1) que me permite verte; ojalá que el pobre Guarionex se separe de tí mas feliz de lo que es ahora. El semblante de Loarina expresó cierta turbación, que permitía entrever la lucha que habia en su agitadopecho. —Guarionex, sé bien venido, respondió con mentida calma. Natural era una lucha semejante en el corazón de Loarina, que un tanto sensible en otro tiempo á los halagos (1)
Dios de Boriuqueu.
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del cacique, sentía rubor al conocer que su veleidad la impulsaba á amar á otro; porque la hermosa salvaje no era la culta dama de nuestros tiempos. Tal vez sentía aun inclinación hacia el pobre indio, y al amar á un extrangero, apesarábase de preferir en su corazón al hombre que malquería á los de su raza; pero entre un hombre hermoso, valiente y civilizado, con un prestigio á sus ojos cuasi divino, y el salvaje pretendiente, toda • vacilación se hacia imposible, y su corazón de muger se veia arrastrado por el dulce atractivo que había de llevarla al término cruel de ser infiel é ingrata pai'a con los suyos. Quizá el brillo de conquistador y su tratamiento de amo en vez de hacérsele mas odioso, acrecentaban no poco su amor. Con todo, en nuestro humilde entender, juzgamos existia alguna cosa en su alma, parecida al remordimiento, y por tanto, cada palabra del enamorado Guarionex, debía hacerla sentir su aguijón punzante. Escuchemos, pues, á Guarionex. —Tú eres, Loarina, hermosa y pura como la azucena; pero ingrata con el tierno zumbador que te festeja. ¿Poiqué ha de estar Guarionex privado de tu cariño? Ocho veces ha pasado ya la estación de los truenos y de las lluvias, y en todo este tiempo he administrado justicia á la puerta ele la choza en que nací, bajo el árbol de mis padres, ó he guiado á los mios á la guerra, pues bien, durante todo este tiempo era feliz, porque no te conocía; el dia tenia para mí luz y la noche descanso. Te vi, oh Loarina, y desde entonces me sorprende siempre el alba, sin que mis ojos se hayan cerrado, y al esconderse el sol me deja triste y despierto aun. Yo te amé y te amo, Loarina hermosa; tú en un tiempo me escuchabas con gozo, y yo veia el cielo en tu corazón; ahora huyes de mí, y el mal genio me acompaña.—P/íme, qué hice yo para merecer tanto desvío? Tórtola mia, cual será el dia en que suspiremos juntos? No te conmueve mi lloro? Pronto inundará los valles.—Yo tengo corales y perlas, que mis vasallos han sacado del mar, para tí son, mi bella; las perlas son menos blancas que tus dientes, y los corales menos hechiceros que tus labios. Tú serás
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mi preferida. Tan luego como el himeneo nos una, tendrás carona y esclavas.—Tengo oro y flores con que adornarte, y mis manos pondrán á tus pies las aves cazadas con mi arco.—Di, porqué no me amas? —Cacique, guarda tus perlas y tus flores para otra; no puedo ser tuya.—'Dices que tendré esclavas, ah! yo ya lo soy Dijo, y un suspiro desprendido de su pecho, como un perfume de una flor, fué melancólico preludio de las lágrimas que corrieron por su rostro. No llores, oh bella, esclamó el salvaje, comprendiendo mal la causa del angustioso llanto de su ainada. Lloras? por quién Loarina? Por mí: oh! beldad de los cielos, oh! rosa de los bosques, y arrojándose á sus plantas besaba sus manos y sus pies, llorando también. Las abrasadas lágrimas del cacique, eran otras tantas gotas de sangre que el dolor habia helado en su corazón, y al correr por sus mejillas, dábanle al cabo un instante de ventura, y desahogaban su alma como el trueno á la preñada nube. — A h ! exclamó, antes me sonreían tus labios. Mísero de mí! Habia creido que mi cariño, constante como el carpintero (1) que roe con su pico los árboles para hacer su nido, llegaría al cabo á abrirme paso hasta tu corazón; pero fué vana mi esperanza! —Guarionex, jamás fui desdeñosa contigo, pero mi corazón —Dilo! —Ama á otro apesar mió — A h ! gritó el cacique, amas á otro! Di á. quien; no sé si para aborrecerle ó para amarle Oh! Quién es ese feliz, Loarina? Pero callas Oh! sospecha! El furor se pintó en su faz como el velo de sangre que encubre al sol en dia caluroso. —Guarionex! murmuró la india prorrumpiendo en sollozos. — S í , un extrangero... un cristiano decia el cacique con ahogada voz. (1)
Píijarillo de los trópicos.
isa
—Ah! soy nnry desgraciada, dijo Loarina; dio dos pasos hacia el cacique, miróle con compasiva ternura y se detuvo suplicante. —Eres desgraciada! y yo? Hubo un momento de silencio. Loarina ai par que víctima del amor que el cristiano la inspirara era inocente verdugo del corazón de Guaxionex. Jóvenes y amantes hasta el delirio, eran ambos infelices, porque tan solo experimentaban las amarguras del amor, sin gustar sus delicias.—Ella lánguida y encantadora como una azucena; él fuerte y erguido como un roble. Entrambos lloraban y ninguno de ellos podía enjugar las agenas lágrimas. Loarina se habia dejado caer y-puesta entre las manos su cabeza, sollozaba. Guarionex, de pié y clavado como una estatua la miraba con inflamados ojos. Al fin sacudió sus hombros, bajó la cabeza, y emprendió lentamente su marcha sin volver el rostro una sola vez. Al llegar al fin de la senda, estuvo algunos instantes pensativo, pero erguiendo el cuello, como el que acaba de adoptar una resolución enérgica, se lanzó á la espesura murmurando algunas palabras: quizá una maldición! VI. En las altas horas de la noche paseábase D. Cristóbal de Sotomayor, por las calles de la villa que habia fundado, envuelto en un tosco tabardo, que le ponía á cubierto del rocío, que tan copioso es en las noches de los trópicos. Dormían los habitantes, y la noche serena, parecía guardar su tranquilo sueno: el fresco ambiente susurraba entre los árboles, al paso que la luna plateaba sus copas, y los pajizos techos del caserío; mudos yacían los pajarillos, y de tarde en tarde se percibía el nocturno cantar del gallo, en cuyas intermitencias resonaban los pasos de nuestro personaje, al caminar por la empedrada senda, que á la verde campiña le guiaba. Entregado á dulces meditaciones, á que se prestaba
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lo apacible de la noche, perdíase su alma en los abismos de lo pasado, propensión natural á todo aquel cuyo presente no satisface su corazón. Complacíase su alma en recorrer hoja tras hoja, ese libro que se llama la vida, con el mismo encanto, dulce y melancólico, que el avecilla recorre de uno en otro todos los troncos en que ocultó su nido, pidiéndoles un consuelo, una memoria. Sotomayor sentía desenvolverse ante su vista el cuadro de su juventud primera, que al compás de los latidos de su pecho, le ofrecía el recuerdo de sus amores* el fuego tormentoso al par que deleitable, la felicidad incomprensible, los sinsabores ahuyentados por una sonrisa ó por un beso celestial, aquel llanto que no surca la megilla, porque como el manso arroyuelo, hermosea el prado cual cristalina sierpe, y fecundiza las llores con su agua pura. Aquella fé, aquella idolatría ciega, el prestigio, el poder en la mirada, en el acento de la muger que se adora. Ah! exclamaba, si la vida terminara al disiparse tanto amor! Pensamientos de este género ocupaban á Sotomayor, y al llegar á este punto, la ilusión tomaba cuerpo en una muger, aquella hechicera hija del Bétis, fija en su mente y en su corazón, con sus ojos de fuego, su boca de hurí y su andar de diosa La bendición de un sacerdote los hubiera unido para siempre, á consentir el joven; pero deseaba la posesión de su amada como una corona de gloria que premiase sus adquiridos méritos, y antes que dar su nombre al tierno objeto de sus ansias, quería que este nombre estuviese enlazado á grandes hechos. Estas ideas, por otra parte, eran muy naturales y propias en la juventud distinguida de su época, pues aun estaba en pié el caballeresco edificio que levantó Enrique I de Alemania, y que aun no habia derribado con su implacable pluma, el mas grande y singular de los satíricos. Libre la península ibérica del dominio musulmán con la. toma del baluarte granadino, el espíritu aventurero y belicoso de los españoles, encontraba un nuevo terreno mas vasto á su ejercicio, que el que podia ofrecerles la Flandes y la Italia; así no es de extrañar que la juven-
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tud ardorosa, acudiese en tropel á las tierras nuevamente halladas, en donde mil empresas quiméricas se hacian lugar en las imaginaciones novelescas, con la relación de extrañas aventm'as, de grandes proezas y de doradas regiones, en que los prodigios se mezclaban á lo vasto y desconocido de aquellos países. Nuestro caballero era uno de estos hombres, y en verdad que no era la sed de oro lo que le llevaba tan lejos de su patria. Ex-seoretario del rey, descendiente de ilustre familia, habia sido electo gobernador de la nuera isla, pero gracias al almirante D. Diego Colon, que le habia desatendido, se encontraba entonces en Puerto-Rico, como teniente del gobernador D. Juan Ponce de León, futuro adelantado de la Florida. Era el gentil caballero, de esbelta figura y elegantes maneras; tenia rubio el cabello, terminando en retorcida ¡junta, el bigote juvenil, y al brillo de la luna, podian verse sus ojos azules y expresivos. Un rico jubón de ceniciento vellorí, cuasi encubierto por el tabardo de velarte que le resguardaba, en su cintura la espada guarnecida do plata, bota pajiza con espuela, y por último, un sombrero adornado con vistosas plumas, cuyo broche de diamantes relucía como una estrella, inclinado sobre una de sus sienes, prestaban á su aspecto, el aire del joven y arrogante aventurero de la España de aquella época. No Labia salido aun Sotomayor de la población, cuando sintió que le oprimían fuertemente el hombro. —Cristiano, le dijo una voz, tienes valor? Volvióse admirado de tal pregunta, y llevó su mano á la espada, cual si quisiese dar una prueba por respuesta. Detuvo su brazo el recienvenido, diciéndole al mismo tiempo: —Espera. Observó Sotomayor á su antagonista: en la ruda faz de este se veía pintado el furor. —No te conozco, dijo el caballero. — Y a me conocerás, replicó aquel. Tú amas á Loarina, y yo también la amo. Pudiera desengañarte, indio, pero creerías que te te-
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mo, y mi altivez me ordena guardar silencio, y esperar hasta ver qué exijes de mí. —Ella te ama. también, y esa es para mí una muerte mas terrible que la que dan vuestros truenos ( 1 ) y todas vuestras armas. — Y bien — E s menester que uno de los dos muera, porque no puede haber mas que un sol para una luna, y mal pudieran albergarse en un mismo nido dos pájaros rivales. Pues bien, quiero que me mates, porque es mejor la ausencia eterna que esta vida de agonía. Quiero morir! Lo 03'es? Pero quiero morir contigo, quiero matarte, oh cristiano, porque te aborrezco, y cuando pienso en tí, siento por mis venas correr el fuego del rayo, y quisiera tener su poder para acabar contigo, lo oyes? Maldecida del Comí sea la piragua ( 2 ) que te trajo á esta tierra. Quiero morir ó matarte, odioso cristiano, ven, si tienes valor, ven Cuánto rencor encerraban las palabras de Gruarionex, y cuánta angustia se mezclaba en su pecho á este rencor que le abrasaba! Pudiera muy bien compararse esta mezcla de sentimientos, al gemido del náufrago, que se deja oir por entre el bramido de las ondas, que su vida combaten. El joven Sotomayor habia leido en las palabras del indio todo su infortunio, compadecía su demencia, y á poder evitar honrosamente una lucha á que ningún sentimiento le impulsaba, hubiéralo hecho; empero su conmiseración seria tal vez mal interpretada, y su puntilloso carácter, no le permitía menoscabar en manera alguna, el influjo de los suyos, en regiones tan apartadas. —Indio, aborreces la vida? le dijo. Bien está; aunque no te profeso ni amor ni odio, quiero librarte con mi espada, de unos días que te son tan funestos. Toma una espada y sigúeme. (1) Arcabuces y demás bocas de fuego. (2) Los indígenas usaban tres clases de embarcaciones hechas de un tronco de árbol ahuecad» por el fuego. Las menores llamadas Cayucos, servían para el paso do ríos; las segundas, poco mayores, se llamaban Canoas, y estaban destinadas á la pesca de las costas, y las terceras, de grandes dimensiones y capaces de contener hasta 50 hombres, tenian su uso en la guerra y viages largos y eran conocidas con el nombre de Piraguas.
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—No, mi macana me basta, con ella he peleado en cien batallas, y ha derribado á muchos enemigos, tan fuertes como tú. —Partamos, pues, dijo el caballero, y tomaron ambos la senda, que á las afueras de la villa conducía. VIL Caminabau silenciosos el cacique y el caballero. Las palabras habían hecho lugar á las armas, y la muerte de uno de los contendientes, debía poner término á la causa de la querella. Este duelo por parte de Guarionex era, aunque injusto, consecuente, porque cuando el odio guia el brazo, el homicidio es un resultado criminal, pero lógico. En este duelo no entraba por nada la pueril vanidad, ni un honor mal entendido; por parte del cacique, era la expresión de la cruel antipatía que le inspiraba el hombre que le había despojado de un bien para él mas estimado que su vida; por parte de nuestro joven caballero, era hijo de la necesidad, no solo de defender la suya, sino de conservar puro entre los indígenas aquel buen nombre y reputación de que entre ellos gozaban los conquistadores. Llegado que hubieron á la llanura, desenvainó Sotomayor la espada y aguardó á su contrario. Ño tardaron en cruzarse las armas. La claridad de la noche permitía ver completamente la escena que iba á seguir, y cuyos únicos espectadores, eran el cielo y los árboles de la comarca. lleinaba el silencio, y solo el continuo y monótono cantar de la chicharra y del coqui, ( 1 ) se dejaba oir á través del ruido de las armas. Guarionex peleaba con el furor del hombre que aborrece, y desea acabar con su adversario; Sotomayor cornprendia, que por esquisito que fuese el temple de su acero, y por ejercitado que estuviese su brazo, había menester todo su esfuerzo para resistir á su terrible enemigo, á quien los celos hacían valer por dos. Y en efecto, al (1)
Nombre vulgar de uu insecto que habítalos lugareé pantanosos.
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verle manejar la fuerte macana de collor (1) cual si fuese un junco, y menudear golpes sin interrupción alguna, se convendría forzosamente, en que solo la vehemencia de la pasión, que convierte en volcan el corazón humano, podia inspirar al irritado indio, que aunque diestro en manejar su arma, así se curaba de la defensa como de renunciar á su enojo.—Tan solo atendía al ataque, y cada vez que descargaba el arma parecía que la misma muerte la guiaba. Sus ojos brillaban como los del tigre en la oscuridad de las selvas durante la noche, y á no ser invisible el genio de la tumba, podría verse triste, imponente y silencioso junto á Sotomayor. Peleaba este con bríos y tal vez le ayudaba en sus quites la ceguedad de su contrario; sin embargo, habia instantes en que necesitaba de toda su destreza, para disputar la vida á aquel salvaje, que cual la cortante hoz, pugnaba por segarla en sus mas floridos años. No temía la muerte, si esta era honrosa y daba renombre, empero una muerte oscura, en lucha con un desconocido, con un salvaje, muerte que no era útil al mundo ni á sí mismo, era para él insoportable. De repente la espada de Sotomayor se deslizó á lo largo de la piel del indio, que al sentirse herido, redobló su corage; levantó su macana que descargó con tanta fuerza, que á encontrar la espada hiciérala pedazos, y á caer sobre el caballero, borrara de una vez de su corazón todos los anhelos de futura gloria; sin embargo de que rehuyó el cuerpo, no pudo evitar que le descoyuntara un brazo, que á ser el derecho, pasáralo del todo mal. El dolor le dio nuevo empuje. Cansados estaban ya nuestros valientes é indeciso se hacia el resultado déla contienda, cuando el salvaje ya desesperanzado de morir ó de acabar con un rival odioso, arrojó su macana á luengos pasos, esclamando con desden: —Arma inútil, impotente para matar á un cristiano. Cruzóse de brazos y con aquella indiferencia ante la muerte, caracterísca de los indios de América y propia de un mártir, dijo: (1)
Especie de jalma.
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—Mátame, pues soy tu rival. —No, contestó el caballero tendiéndole una mano, vive y sé mi amigo, valiente indio. —Ya moriré, dijo el indio, sin corresponder á la afectuosa instancia del joven castellano, y& moriré, aunque la muerte mia es un árbol que florece demasiado tarde, y dirigiéndose á Sotomayor le dijo: —No soy tu amigo, extrangero; no olvides que me has robado lo que mas amó mi corazón. Y al terminar estas palabras partióse, dejando al caballero sorprendido de tan extravagante firmeza. VIII. Habíase refugiado en los bosques gran parte de los indios, huyendo de la dureza del trabajo á que les condenaban los encomenderos; y en las intrincadas espesuras disponian el medio de una insurrección, que estallando por partes,.los volviese á su primitivo y feliz estado. No descuidaban los caciques, instigados por Agueinabá y Guarionex, la manera de extinguir en el abatido ánimo de sus vasallos, la fatal preocupación de que los dominadores eran inmortales; por tanto, acordada una convocación general de caciques, se verificó esta en un valle de los dominios de Agueinabá, circundado de altos y lejanos montes, al rayar el alba de un hermoso dia. Presidia la asamblea el valeroso Agueinabá ( l ) . Fuerte de miembros, de presencia venerable y con expresión de firmeza y altivez en su rostro; su aspecto revelaba la inteligencia, aunque inculta, amena y gigante, como las selvas siempre verdes, en que se meció su cuna. Presidia la reunión, como hemos dicho, preferencia que de derecho le tocaba, por ser principal señor de aquella isla. Estaba sentado en una piedra enorme al pié de un árbol añoso y corpulento. A sus lados los caciques, Guarionex, el mas querido, porque mas que otro alguno, poseía una grande alma, y le era propio el mérito de hacer-. (1) L a jurisdicción de este cacique se extendía desde el mar por la parto de Pueblo Viejo, cinco ó seis leguas hacia el Sur.
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se amar; el no menos animoso Broyoan, en cuyos dominios se dio mas tarde la batalla de Yagüeca, y que comprendian las inmediaciones del pueblo de Añasco, á que dio nombre uno de los capitanes de la conquista que así se llamaba; Aimamon, que tenia los suyos en las márgenes del Culebrinas, cerca de la villa de Aguada; el intrépido Mabodamaca, derrotado poco después, en la comarca de Aimaco (1) por Salazar y los suyos después de un reñido combate de mas de tres horas, en las gargantas de la sierra, sin otra luz que la de las estrellas; Slayagoex, en cuyas posesiones se fundó, en 1760, la que en el dia se llama villa de Mayagüez, cuyo estado floreciente la hace aparecer como una de las primeras de la isla; el cacique Humacao, que se mantuvo rebelde por muchos años, y Arezibo ó Arazibo que tenia su cacicazgo en la parte que hoy ocupa la villa, en la embocadura de aquel caudaloso rio (2). A mas de estos habia otros, cuyos nombres no han brillado en la conquista, y que omiten los cronistas de aquella época.— Todos cual príncipes de la primera estirpe, señores de tierras y vasallos, ostentaban en su frente la diadema, y en su pecho el guarim ó plancha de oro, emblema del cacicazgo y requisito indispensable para tener asiento y usar de la palabra en aquel soberano concurso. En el centro, sobre un pedestal de piedra, se elevaba el ídolo de Borinquen. Era de figura humana, si bien bastante imperfecta; adornábanle con profusión las piedras y los metales preciosos. La corona de oro representaba en él la dignidad suprema, el poder; la serpiente enroscada en su cuerpo y ahogada por su amo, la fuerza; la flecha que su diestra esgrimía, el castigo celeste. El temor del castigo en esta vida era la base de su fé, pues, sin embargo de creer en otra posterior; el in(1) No puede saberse á punto fijo el lugar asi llamado, pero debe suponerse que tenia este nombre algún territorio comprendido entre Caparra j Añasco, pues la pequeña división da Mabodamaca era una avanzada del grande ejército que se hallaba en este último punto. Las tropas españolas venian de Caparra, )• la compañía de Salazar iba á la descubierta. (2) E s t e cacique fué encomendado después de la pacificación con doscientos de sus vasallos y naborías ó indios domésticos á L o p e de Conchilles, secretario del rey, según cédula que conserva el autor, fecha ante escribano en Puerto Rico á 13 de marzo do 1515.
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cesto, el hurto, el homicidio, la traición á sus caciques, la irreverencia para con el Cerní, y todas aquellas acciones , que el candof de sus costumbres repugnaba, eran castigadas por su Dios en esta vida, según los indios con penalidades, dolencias y una muerte cruel. Al rededor del altar estaban los buhitis, agoreros y sacerdotes ó. un tiempo; teocracia fuerte, que unida á los caciques, constituían un poder fundado en derecho sobrenatural: pero como los buhitis eran también médicos, es decir, depositarios de la escasa ciencia física de aquel pueblo, y como es fácil hacer creer á una sociedad ignorante, que las dolencias y su remedio son voluntad de sus dioses, así como aquello que depende de leyes naturales como las cosechas, las lluvias y las pestes, ó todo lo que es hijo de las pasiones y los intereses, como las alianzas y las guerras; hé aquí que no dejando el Cerní á las leyes naturales ni á la voluntad del hombre, el uso de ninguno de sus atributos; el indio de Borinquen todo lo esperaba ó lo temia de su ídolo, y por consiguiente la influencia de los Buhitis, era extrema. No lejos del Cerní, estaba la multitud que presenciaba el acto, y aguardaba con avidez el resultado de tan solemne conferencia, que interesante en todas ocasiones, lo era entonces mas, en razón de los nuevos y extraordinarios casos que habían acontecido en su país.—En efecto, algo extraño debía parecer á estos salvajes, que habían vivido luengos siglos sin conocer otros nombres que los de su raza, ver caer sobre su tierra una falange poderosa, que como llovida del cielo, se encontraba señora de la isla, con usos y costumbres enteramente opuestos, con una aureola de semidioses, y de cuya existencia jamás habían tenido ejemplo ni noticia. Acontecimiento de gran tamaño era este, y bien debían impetrar de su dios, una esplicacion de semejante hecho, y aun esperar con ansíala luz que les iluminase en tanta oscuridad, o el terrible decreto que á eterno sufrimiento les condenara. No se ocultaba por otra parte, á los Buhitis y Caciques, que su causa tenia otros enemigos, que sin armas materiales, eran mas temibles que los fuertes castellanos; la funesta preocupación de la multitud que veía en
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estos, otros tantos seres inmortales; su conocida superioridad en las armas y espíritu guerrero; y por último, la antigua profecía de su Dios que les condenaba á ser exterminados algún dia por una gente extraña y poderosa.—Hé aquí porque contaban con el influjo supersticioso del Cerní, y con la eficaz sutileza de los agoreros. Dieron principio las ceremonias religiosas, colocando en el altar algunos haces de leña, y encima, las ofrendas, que se componían de aves recien muertas por los cazadores, y de las primicias de la agricultura; hecho esto, esparcieron en el altar algunas resinas olorosas, y después de derramar el Buhiti varias ditas (1) del mas esquisito vino de las palmas, tomó en sus manos dos maderas secas, y frotándolas una contra otra, dio fuego á la leña del altar.—Una densa y perfumada nube se elevó á los ciclos, cubriendo al ídolo con un manto misterioso. Oyóse entonces un ruido semejante al eco del trueno en la cavidad de las montañas. Un terror supersticioso, se apoderó de la multitud. — E l Cerní va á hablar—gritó con fuerte voz el Buhiti que presidia el sacrificio. Al oír esto, los indios prosternados y trémulos como el cervatillo al escuchar los rujidos del rey de los bosques, aguardaban con ansiedad la palabra de su Dios. —Silencio, hijos de la tierra; gritó una voz que parecia salir de lo profundo de los abismos. —El Cerní (prosigió con profético acento) padre de los dos genios, el del bien y el del mal, está sañudo!! Al cabo de algunos instantes continuó: —Tiempo há que el cielo está cubierto de negras nubes, que vinieron por el camino del sol. El soplo de Agueinaba las ahuyentará!! Un silencio profundo sucedió á estas últimas palabras. "El soplo de Agueinaba las ahuyentara:" murmuraron todos con fanática convicción El Cerní habia hablado. Entonces ocupó su asiento Agueinaba, y dijo con inspirado continente: (i)
T a s a hecha Je la corteza del jigUero.
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—Habéis oido, hijos mios, Jo que ei Gemí os dice; os ordena la guerra. Aun tienen las aves plumas para vuestras flechas, y los árboles madera para vuestras macarías. "Tiempo ha que el cielo está cubierto de negras nubes; el soplo de Agueinaba las ahuyentará." Guerra, guerra!! exclamó todo el concurso. El genio de la muerte, repitió con diabólica alegría estas palabras, por boca de los ecos. Tú Aimanion, continuó Agueinaba. irás á pedir au- ' xilio á nuestros aliados los caribes. Tú, Mabodamaca, formarás con presteza un grueso ejército. Tú Broyoan, sobre Caparra. Tú Guarionex, sobre Sotomayor. Y vosotros todos amados caciques, llamad á vuestros vasallos y reunios conmigo. "El cielo está cubierto de negras nubes, el soplo de Agueinaba las ahuyentara. La multitud olvidando sus terrores, al escuchar de su Cerní, unas palabras que llevaban la esperanza á su yerto corazón, sintió nueva vida en su ser, é impulsada por él decreto sobrenatural que les ordenaba hacer la guerra á los extrangeros, y las palabras fascinadoras del gefe de los caciques, exclamó al oirle: "Agueinaba las ahuyentará," levantando sus brazos, en muestras de confianza y aclamación.
Antes de proseguir la narración, parece oportuno referir un suceso interesante de la vida de Guarionex, que aunque sin relación directa con esta historia, dará á conecer su carácter guerrero, circunstancia apreciable en un pais como el suyo, rodeado de enemigos, y cuya calidad, á falta de otras, bastaría por si sola á darle grande importancia entre aquellos caciques. Pocos años antes de Ja llegada de los españoles á aquel pais, heredaba Guarionex la corona de sus padres, y hallábase accidentalmente en las tierras de Mayagoex, celebrando las bodas de una de sus hermanas con este
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cacique. Las tiestas religiosas; los areytos, el batey (1) las cacerías en que ayudados de los perros mudos del pais, recorrían los bosques, en persecución del ligero jutía (2) y del pequeño corí (3) ocupaban alegremente á los habitantes de la comarca. Estaba situada la población principal del cacicazgo en la embocadura del rio.—Componíase de un centenar de chozas, entre las que descollaba alguna que otra vivienda de mayores dimensiones. Estaban construidas, en su mayor parte, de barro y cañas, y cubiertas con el ramaje de las palmas, formando un círculo, en cuyo centro se elevaba el palacio del cacique, de rústica forma, con torres de la propia materia, y que sobresalía de las demás casas como el pino en el bosque. -Circundaba la población, á la usanza indígena, un doble muro de troncos verticales rodeados de un foso, que era necesario atravesar por puentes de madera. Por ambos lados del lugar, se extendía la costa, cuidadosamente cultivada, y en que la arboleda se ostentaba con profusión, mientras que á la parte de tierra, tomaba, arranque la cordillera, que partiendo del cerro llamado la Mesa, se interna en el pais. Al rededor de la población estaban los jardines, en que las rosas y claveles servían de asiento á la pintada mariposa, cuyos colores resplandecían á La clara luz del dia naciente, mientras que por la noche, revoloteaban en derredor los ligeros cucuyos, cual si fuesen aladas estrellas. En la margen del rio, veíase el baño de la cacica, cu yo recinto estaba encubierto por' una cerca de verde majagua y altos bambúes, que cual una cortina misteriosa, impedían el paso á miradas indiscretas. Sería medio dia, cuando los moradores de la costa divisaron en el horizonte, como una docena de velas; cual blancos cisnes, se deslizaban velozmente por la superficie del mar. Eran los caribes, que se preparaban al asalto. Cundió el alarma en el contorno, y se dispusieron á recibirlos. :
(1) i'i) (3)
Juego de Pelota. Cuadrúpedo parecido al conejo. Gíazapo q » e creo ser el conocido en el pais coa el nombre de
güiro.
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El cacique Mayagoex estaba auseute, y en su defecto Guarionex, después de enviarle un expreso con tan inesperada nueva; reunió la escolta que habia traido de sus estados, y que se componía de mas de cien gandules, (1) escogidos entre los mas valientes y robustos de sus vasallos.—Arengóles, manifestándoles el peligro en que se hallaban, puesto que los voraces y perpetuos enemigos de Borinquen, violando los pactos, rompían las hostilidades, para lanzarse sobre el pais y destruirlo. •'Es necesario, añadió, que los vasallos de Guarionex, "prueben que las flechas enemigas no les arredran, y que •'ellos solos, bastan para vencer á sus contrarios cualquie"ra que sea su número". Después de revistar y arengar de este modo á sus soldados, tomó una posición conveniente, no lejos del rio tras un pequeño cerro, y aguardó á las piraguas caribes, que estaban ya á un tiro de flecha de la costa. El crepúsculo iba á terminar, y el silencio reinaba, cuando saltaron en tierra.—Guarionex salió á su encuentro, y fué saludado con una descarga por parte de los invasores. Algunos de sus soldados cayeron en tierra, heridos por las emponzoñadas flechas de los caribes. Feroces gritos de guerra resonaron por todas partes, y la hueste Borincana, tan veloz como el rayo, se lanzó sobre ellos. La confusión y la muerte reinaban junto á Guarionex, que semejante á un león, tan solo despojos dejaba en su carrera. Atónitos los caribes con tal ataque, sin poder hacer uso de sus mortíferos arcos, se veian obligados á sostener cuerpo á cuerpo, una lucha, en que si bien la ventaja del número estaba de su parte, tenían que combatir con los fuertes y aguerridos soldados de Guarionex, que peleaban, no tanto por amor de gloria, cuanto por no caer en las garras de un enemigo, que condenaba al prisionero á ser víctima de su voracidad. Encontráronse en medio de los combatientes, los caudillos de ambas partes. (I)
ludios de guerra.
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Era Jaureyvo de colosal estatura, y su rostro expresa* ba la estúpida ferocidad de la hiena. Blandía su arma con tal. destreza, y era tan horrible su aspecto, que al verle, huían despavoridos sus contrarios. Viole Guarionex y fuese contra él. Durante algún tiempo dieron y recibieron sendos golpes con igual pujanza.—Pero Guarionex fué desarmado, y entonces uno de los suyos, se lanzó á recibir el temblé- golpe que amenazaba á su señor. Cayó muerto á los pies de Jaureyvo; pero el caudillo de Borinquen recobrando su arma, acometió con tal denuedo-, que presto seria vengada la muerte de su heroico vasallo. Asombrado el caribe en vista de tanto furor, se retiraba paso á paso, mientras que su enemigo le perseguía sin cesar. La contienda estaba suspensa, y la multitud aguardaba, confiada ó temerosa, el resultado de este parcial combate. Llegaron marchando los caciques á la cerca que cubría el baño, ya descrito, y allí Jaureyvo, abriéndose paso con su hercúleo cuerpo, á través de las ramas, que quebraba cual si fuesen menudos hilos, se precipitó en el recinto de la hermosura, no sin que su adversario lo siguiese en breve. Un grito de sorpresa y de susto hirió sus oidos, y las jóvenes indias que se bañaban, corrieron á refugiarse en la opuesta orilla. Una de ellas permaneció en el rio, sin tener fuerzas para huir, parecía una'sirena sorprendida en su cantar; náyade gentil, adormecida en brazos de las aguas: era Loarina.—Guarionex la vio, y sintió en su pecho el fuego de la dicha, y en su brazo el poder de la victoria. X. No esperaba el cacique tal encuentro, puesto que juzgaba, que las jóvenes estarían al abrigo de los muros; pero ellas habían desechado todos sus temores, al pensar en que Guarionex se hallaba allí, y Guarionex era invencible. No fué menor la admiración de Jaureyvo al ver tan
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rica presa, y sus ojos brillaron con impuro fuego. Volvieron en sí ambos contrarios, se acometieron,, y en breve la macana del Borincano 'derribó al caribe, y el doliente -'clamor de los suyos, como un velo fúnebre, cubrió su último instante. Desordenadas las huestes, huían en pos de las piraguas salvadoras. La noche tendía su velo sobre el campo, y las naves bogaban protegidas por las sombras, cuando anunciaron á Guarionex que en aquellas iba una de las cacicas, robada por los caiibes. Guarionex, con un gesto, indicó á los borineanos su mandato, y lanzóse al mar seguido de los suyos. «Nos conocen», decia esgrimiendo su macana con la una mano, mientras que con la otra cortaba las olas, cual si fuese la quilla de un bajel. El instinto del amor le hacia suponer en la joven robada, á Loarina, su amada, la muger por quien diera toda su sangre. El cacique pensaba en ella, cuando sintió en su cuerpo, el áspero y frió contacto del tiburón, y el doloroso grito de uno de los indios, le hizo estremecer. Un av! mas doloroso y débil que el primero, resonó en los oidos de los indios, que al volver los angustiados ojos, vieron á su infeliz compañero, sepultarse en las olas para siempre. El caudillo Imbia menester toda su influencia para alentar álos indios, que no teniendo su temple de alma, ni una Loarina que les inspirase el necesario ánimo, cuasi lloraban de terror, y esperaban con indecible angustia, el instante fatal, en que el monstruo de los mares, pusiese término cruel á su existencia. Por último, llegaron á las piraguas, que le recibieron con descargas de flechas.—Los sollozos de una muger. resonaxon en el corazón del cacique, como un acento amigo, Dirigiéronse los Borineanos á Ja nave de donde aquellos partian, dieron sobre ella, y no tardaron en tomarla, después de una corta resistencia. No era Loarina la robada, pero los esfuerzos de Guarionex no fueron vanos, puesto que su hermana, la reciente esposa de Mayagoex, le recibió en sus brazos. Al llegar á la playa, fueron recibidos con entusiastas aclamaciones, y Mayagoex salió á su encuentro.
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—Entonces el cacique, entregándole su esposa, le dijo: —Toma esta perla, que no está bien fuera de su concha. Mayagoex le dio infinitas gracias, y ambos caudillos se abrazaron. XI. Después de suplicar alguna indulgencia á los críticos rigorosos, por la digresión última, es oportuno que el lector se traslade por segunda vez, al lugar y época de esta historia, para que anudada nuevamente, pueda, si á bien lo tiene, seguirla hasta su fin. Pocos -días habían transcurrido desde que los indios reunidos, decidieron hacer la guerra á los conquistadores. Era media noche, y los habitantes de Sotomayor dormían profundamente, cuando Loarina con angustiado semblante y agitados pasos, penetró en la estancia del joven Sotomayor, y con profunda emoción le dijo: —Cristiano si amas la vida; huye —Huir! respondió el caballero. —Quieren matarte! —Matarme! Sí, un horrendo motín se apresta. Los asesinos acabarán con tu vida y la de los tuyos: los he*oido.—Tiempo es ya de que hacia aqui .se dirijan. La muerte está junto á tí. —Gracias, hermosa india, gracias por tu aviso, pero creo que tu corazón exagera los peligros. —Oh! no lo dudes, Sotomayor, no lo dudes. Acabo de verlos: su saña es horrible. Bien pronto caerán como el rayo sobre la ciudad, y moriréis todos. Su número es inmenso como las hojas de los árboles. Oh! Sotomayor, no seas ingrato, huye yo te lo ruego derodillas. —Levántate, Loarina hermosa; no sabes cuan grato sentimiento me inspira tu interés por mí, y si mi corazón pudiese olvidar al ángel que idolatra, creo que sería tuyo desde este momento; pero ya ves que tu aviso es cuasi inútil, porque un caballero castellano no sabe huir.
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—Ah! ingrato! Y qué será de Loarina si tú mueres? Sí, soy pérfida, soy infiel á los mios, porque te adoro, cristiano, y quiero tu exsisteneia, que es para nú la luz del dia. Mil voces de alarma sucedieron á las últimas palabras de Loarina, y el caballero ciñó la espada, caló el sombrero y se lanzó á la calle. Qué espectáculo se ofreció á sus ojos! Entregada á las llamas la población, ardían sus techos de paja cual si fueran de yesca, y mil lenguas de fuego, oscilaban á impulso de la nocturna brisa. Densas nubes de humo enrojecido se perdían en el firmamento, mientras que las copas de los erguidos árboles, desafiaban al incendio, y dominando estos cráteres ardientes, parecían otros tantos volcanes coronados por la verde primavera. Las campanas, el tumulto, el crujir de las maderas, el estrépito de los techos al caer, y la confusa gritería de los invasores, era gran parte, á aumentar la confusión de los sorprendidos ánimos. Este caía anegado en su propia sangre, aquel defendía con valor sus últimos momentos; uno pasaba de los brazos del sueño, á los de la muerte; y otro huyendo de las llamas, pálido y consternado, tropezaba eu su carrera con el arma homicida. En una de las calles peleaba Sotomayor heroicamente; pero las flechas enemigas habían penetrado en su pecho, y en breve llegaría, al postrer instante de su vida. Su rostro estaba cubierto de sudor y de sangre —Dejadme á Sotomayor, gritaba Guarionex acometiendo al desdichado joven. Te he cumplido mi palabra! añadía con sonrisa feroz. Los esfuerzos del caballero eran impotentes contra tantos enemigos, su brazo se abatía, y la sangre que corría de su9 heridas, agotaba no poco sus fuerzas. La espada cayó de. su mano, y el grito de una muger, detuvo el brazo de Guarionex. Era la enamorada cacica, que cual un ángel, trataba de proteger al caballero con sus alas amorosas. Habia caído en brazos del cacique, y sus ojos suplí-
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cantes se habían cerrado: estaba desmayada. Los de Guarionex expresaban, el amor, la desesperación Entonces -el arma rencorosa y cruel de otro cacique, derribó al caballero: su semblante mostraba el último reflejo de una luz que vá á apagarse, la hermosa y débil agonía del heroísmo. Guarionex era generoso, y apartó la vista de un enemigo, que ya no era temible; arrojó su macana, y tomando en brazos á la débil Loarina, se alejó rápidamente. El humo del incendio le ocultó con su tesoro. XII.
Abatida estaba en verdad la joven Loarina, desde que los brazos del cacique la arrancaron del lugar de la contienda. . Habíanla llevado á una gruta, situada en la ladera de una verde colina.—Daban sombra á su entrada los mameyes y guayabos; la matizada pina con su penacho verde, esparcía sus olores en torno de sí, al paso que, brotando de una pena un raudal de agua pura, corría por el verde césped, é iba á rendir tributo al vecino rio, que despeñándose no lejos de allí, formaba una cascada, cuyo estruendo continuo, despertaba la melancolía y los dulces pensamientos. Sentada la. cacica á la puerta de la. gruta, no respondía una sola palabra, á las respetuosas que le dirijia Tabea, el fiel vasallo de Guarionex. Dos días habían transcurrido, sin que sus labios hubiesen gustado apenas el alimento que solícitas manos la ofrecían; ni sus ojos se habían cerrado á aquel tranquilo y encantado sueño, que hacia su delicia en otro tiempo. En actitud pensativa., la indecisión que reinaba en su espíritu, á causa de ignorar la suerte del hombre á quien amaba mas que á su mísera existencia, la reducía al triste estado de anhelar la muerte, como un bien inapreciable. Guarionex, el cacique fatal que la adoraba, no volvía. —Había muerto, ó tal vez las faenas de la guerra, le impedían consagrarse alas varias y privadas sensaciones,
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de un amor puro y desgraciado.—Quizás un sentimiento generoso, le prohibía turbar con su presencia, un dolor sagrado aunque odioso para él, ó mas bien, los celos, le ponían en el caso de evitar toda revelación por su parte, respecto del sangriento fin del caballero, cuya circunstancia, le obligaría á presenciar con la hiél en el alma, el silencioso correr de lágrimas, vertidas al recuerdo de un rival afortunado. Pero el cacique se ofrece á nuestra vista, y toda conjetura es vana.—Su andar lento y vacilante, revela la timidez, la indecisión. — N o quería verte, cruel, dijo el enamorado con angustiosa voz, acercándose á ella; pero mi corazón me arrastra y no puedo mas. Cuando Loarina está triste y Hora, Guarionex quiere estar á su lado, triste y llorando también. —Por qué me trajiste aquí? dijo la india. —Para que seas mía, respondió el cacique. Hubo un momento de silencio, al cabo del cual preguntó Loarina con voz débil. —Vive Sotomayor? El cacique no respondió. —Ingrato, murmuró en seguida retorciéndose los brazos. Luego prosiguió; no me preguntes por mi rival, poique es matarme; pregúntame si te amo, cruel.—Sí, te responderé, mas que á mi mismo. Y cómo no amarte? Hay algún dia sin sol, ó Loarina no es hermosa? —Basta, basta, Guarionex. Amo á Sotomayor y mi vida es suya: por qué me arrancaste de su lado? Quiero v e r t i r ó vivir con él, lo oyes? ^Jhies bien, muere con él, pérfida, sigúele al sepulcro psique ya no existe, dijo el indio con el acento de 'Faám&gura. , j^-B» muerto! dijo Loarina, con la postración del estupor/.. Dé i;epente dio á correr por la llanura; con su cabello suelto:y agitado por el viento, con su mirada fija, y el temblor convulsivo de sus miembros, semejaba la imagen del delirio, acosada por la hueste de los dolores humanos.
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Guarionex corrió tras ella, y ya iba su amada á lanzarse al torrente, cuando el cacique asiéndola del cabello con mano fuerte, la detuvo á los bordes del abismo; parecía el último esfuerzo de la virtud, arrancando al crimen una víctima. XIII.
La noche empezaba á esparcir sus sombras, y los montes, los valles y los ríos se cubrían con su velo tenebroso.—Eran los últimos momentos de un dia, que al pasar á la nada, llevaba envuelto un acontecimiento interesante para Borinquen. La jornada de Yagüeca, acababa de decidir su porvenir. Desesperado Guarionex, había peleado como un héroe: jamás flecha alguna fué mas certera; jamás su brazo combatió con mas denuedo. Diezmados los suyos por los golpes enemigos, huían despavoi'idos, ó eran víctimas del acero castellano. N e c i o fuera su empeño al oponer sus débiles flechas y macanas, al acerado peto, y al brazo poderoso y ejercitado de los vencedores de Boabdil. El indio de Borinquen tenia valor, pero en la impotencia de su estado, podía ser una víctima no un héroe. La noche era oscura, y solo de vez en cuando el relámpago iluminaba la tierra con su brillo siniestro, m i e n tras que el lejano trueno retumbaba sordamente. Guarionex, herido y fatigado, caminaba al acaso, trepaba cerros, cruzaba rios, ya caía para volverse á leA antar, ya corría cual si huyese de sí propio; en todas partes veía su pesar.—Los campos que le vieron nacer, y en que se habían deslizado las alegres tardes de su infancia, el rumor de la corriente bulliciosa, los árboles que le alimentaron con su fruto, los pajarillos en que probaba la destreza de su arco, la cabana en que moraron sus abuelos: todo le prestaba su voz triste y tormentosa. "Oh graciosos bosquecillos, ya no seréis el asilo misterio"so del amor, ni el recreo de nuestros hijos: y vosotras "cumbres elevadas, en adelante no presenciareis el culto "de nuestro Cerní. La raza de Agueinaba acabó para "siempre! Así decía con triste voz, el afligido cacique; r
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así llegó á sentarse bajo la seiba que decoraba la puerto de su cabana, permaneciendo allí algún tiempo entregado á su aflicción.—En tanto se anubla mas y mas el cielo, oscureciendo cuasi del todo la comarca; el relámpago y el trueno, que redobla sus furores, se disputan el dominio del espacio; los vientos rujen como una manada de leones y la lluvia no viene á calmar su bravura: es la tempestad de un dia caluroso de la zona tórrida. Al ver el dolorido cacique aquella furia de la naturaleza tan en consonancia con el estado de su alma exclamó: Ruge tempestad, si, ruge, tu relámpago siniestro ilumine de mi vida el instante postrimero. De tu trueno el bronco ruido cual la voz de mis lamentos, entre las nubes se pierde que la luz cubren del cielo. Oh! si algunos de tus rayos viniese hacia mí benéfico á convertir en cenizas la existencia que aborrezco! Después de una breve pausa, levantóse y comenzó á alejarse lentamente; detúvose luego y continuó con tristísimo acento su lastimosa endecha.; Risueños, felices prados, donde cual güimo ligero trisqué alegre, placentero en mi festiva niñez, no formaré con tus flores el ramillete querido para ofrecerlo rendido á la ingrata que adoré. Selvas que durante el dia me brindasteis sombra amiga, y en que, alivio mi fatiga en la noche siempre halló; •
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y a
en vuestro
no guardará la
queja
que
un
dulce
mi
tierna y triste
misterio
alma
ardiente
doliente
amor
le
arrancó.
Adiós, oh seiha querida que coronas mi mansión; oh cabana de mis padres, Guarionex te dice adiós, y al dejarte para siempre muerto lleva el corazón; adiós Borinquen preciosa, dulce, tierra de mi amor.... sepúltala, oh mar inmenso! adiós, Borinquen, adiós.
Al llegar á la próxima ladera, lanzó una última mirada, á los objetos de su tierna despedida que quedaban ya envueltos en las tinieblas de la tempestad. Algunos momentos después en la cumbre de gigantesca montaña se dejó ver rodeada de precipicios á la luz de un relámpago su contristada figura, en sus labios brillaba la amarga sonrisa.—Volvió á lucir el relámpago y ya no estaba allí; tan solo iluminó el abismo. XIV. El dia estaba sereno. La montaña, que acabamos de mencionar era gigantesca y coronada de rocas, que ocultaban su ceño bajo la verde enredadera, al paso que un arroyo, procedente de las colinas orientales, venia con majestuoso descenso, á ceñirla como una diadema de plata, para caer en el cercaüo valle, y perderse entre las aguas de un pequeño lago, que servia de espejo al cielo, y de baño á la diosa de la noche. Por la parte del oeste un profundo abismo, en cuyo fondo se veian arbustos, malezas, piedras y juncos, que entrelazadas, formaban un lecho de plano irregular; y finalmente, por la
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parte del norte, traspuestos el valle y el lago, terminaban el cuadro infinidad de montes, cuyas crestas á manera de escalones, se perdian en lontananza besando las nubes. En las cumbres del alto monte de que acabamos de hablar, habia un peñasco enorme, suspendido sobre el abismo, que pronto á precipitarse, guardaba su actitud amenazadora, quizá desde la creación; semejante á la roca suspendida en la puerta del infierno, para servir de tortura y continuo susto, á aquel desdichado rey de la antigüedad. Junto á ella estaba el cadáver del cacique, cubierto de sangre; contemplábanle silenciosos y conternados algunos indios, resto de su poder perdido. Agobiado por la angustia, destrozado en su caida lanzó su alma á otro mundo, arrullada por el trueno. Junto á él, habia una fosa recien abierta, y en ella, algunas frutas y viandas destinadas á su alimento durante ei viaje, según la creencia de estas gentes. Sobre ellas colocaron algunas ramas, formando un verde y mullido lecho, para que la muerte pudiese reclinarse blandamente, y dormir tranquila con ese sueño eterno y sin zozobras. Hecho esto, cubrieron con el manto el cadáver del cacique, y tomándole en brazos, se preparaban á enterrarle.—En su rostro estaba pintado aun el pesar, como si mas poderoso que su vida, hubiera de sobrevivirle! Infeliz Guarionex! Todos los de su raza, bajaron al sepulcro acompañados por la mas amada de sus esposas: quién se prestaría á enterrarse viva con un cacique destronado? A sepultarle iban sus doloridos vasallos, cuando les dutuvo la llegada de Loarina, acompañada del fiel Taboa. —Deteneos, dijo aquella.—Vosotros, fieles vasallos del último de vuestros caciques, obedeced los mandatos de aquella á quien tanto amó! Vengo á cumplir con nuestra antigua costumbre.—No fui su esposa pero fui su amada. Esta vida que me agobia, á él la debo. Durante sus dias fui el sol que los alumbró. Las mugei'es de su casa le han abandonado, y yo debo ocupar su puesto. Solicito el honor de ser enterrada con el mas valiente, con el mas joven y generoso de los caciques.—
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Y tu Ghiarionex, no creas que hago sacrificio alguno; la vida que me salvaste, de nada me sirve.—La tuya fué triste, como un dia nebuloso; el amor que debía endulzarla, la amargó.—Al pié del sepulcro te ofrezco un corazón infiel; no era digno de tí, pero tu lo anhelabas, y yo te lo entrego.—Dijo y los sollozos ahogaron su voz. De rodillas, y abrazando á Guarionex le bañaba con su llanto; hijo de un tardío amor no daba la vida, al que hubiera muerto por verlo derramar. Loarina, en la primavera de sus dias, bella como un astro, estrechaba contra su seno palpitante, el cadáver del hombre que lozano en otro tiempo y marchito ahora, parecía una burla del destino. Poseía al fin aquel amor que anhelaba con vehemencia, y tanta dicha, no era bastante á reanimar su corazón helado.—Cuan indiferente es el sepulcro! Abrazados los dos amantes, bajaron á la tumba; Loarina era el alma de la muerte! Taboa se despidió de sus señores, y la tierra los cubrió para siempre. El sol que salía, presenció el himeneo, y los pajarillos lo celebraron con sus cantos armoniosos Algunos años después nació al pié de la roca una palma que respetó siempre el huracán.—Al ponerse el sol cada día. al tender la noche su velo, se oyen algunas palabras, que parecen salir de su elevado tronco; estas palabras pertenecen á un idioma desconocido.—Las vor ees que las pronuncian, revelan la alternativa de un diálogo en que se percibe la ternura y la tristeza; parecen hijas del dolor de un hombre, y del amor de una muger. Si durante la noche, el viento brama, el relámpago brilla, retumba el trueno, la lluvia cae á torrentes, se oyen de vez en cuando, los acentos de un hombre, que llora su pais natal. Aquel árbol no da fruto: renuévase de continuo: gallardease al suave empuje de las brisas, dominando el contorno; en sus ramas se mece la paloma, y la cotorra indiferente, precursora de la lluvia, desplega al sol S U 3 pintadas alas. Aquel árbol se llama la «Palma del cacique».
la antigua
m m & .
LEYENDA. USA CARTA QUS PUEDE SEIIVÍB I)S -P80LQQO.
Milán-
de
de
Acabo de llegar de la ciudad de laa góndolas á esta belia, eosona de Lombardía. Heme ya de vuelta y dispuesto á satisfacer tus deseos: te hablaré pues de Venecia, la que tú no has visto y que quieres conocer por mi rela,tq, llevad'.' de la. misma ilusión y encanto inesplieable que yo también sentía antes, de conocerla. Sucede así. ¡Cuéntase tanto de aquella, ciudad tan singular! Las relaciones poéticas que ha inspirado, su valimiento como república, en la edad media, lo tenebroso de su historia, y hasta la posición topográfica de que disfruta, son gran, parte para que la imaginación de la generalidad^ pronta de suyo á apacentarse en lo novelesco, se pierda en lo infinito de la exageración. De aquí resulta, qflQri&o amigo, que tan luego como me vi en la expresab a ciudad,.... pero- no anticepemos, y déjame comenzar desde buen punto la relación de mi viaje; necesario prólogo de la historia veneciana que voy á contarte, ya que me encargas que preste dicha forma á la narración de mis impresiones. TÚ, como y o , hijo do los trópicos, sueñas con las maravillas, de otros paises, como si bajo el punto de vista de lo natural, tuviese nuestra. Borinquen algo que envidiar á los mas nombrados de otras regiones. Un cielo puro cobijando campos de eternal verdura, corrientes cristalinas, selvas de flores, pintorescas y canoras aves, cé-
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firos que susurran en las palmas, un aol teiaplado por la sombra de guayabos y mameyes, plátanos indolentes y bulliciosos, mangos y cafetos perfumados, naranjos de poma de oro, y por la noche un cielo transparente que alegra con frecuencia nuestra hermosa luna; ¿para qué mas? Y luego la paz de nuestros campos, el grato hogar no turbado por malhechores, la fraternidad de las campesinas gentes, á quienes falta un poeo mas de la actividad de los vascos y á quienes no haria mal un poco menos de la indolencia de nuestros padres acrecentada por el clima. ¿No inspira, díme, no provoca todo esto á fecitar con gozo la Zona Tórrida de Bello, renunciando para siempre á las ciudades? Pero Venecia me llama, y ya voy caminando hacia ella. Son casi las ocho de la noche. La locomotora me lleva con rapidez. Bérgamo en su pintoresca altura, el poético lago de Garda, la ciudad memorable de Romeo y Julieta, la de Pádua célebre jaor sus tiranos y por los milagros de su santo, todo ha quedado atrás, y solo me restan algunos minutos para saludar á la ciudad de tus ilusiones. La luna me hace falta: es la luz necesaria para el cuadro de nuestra Veneeia; voy á contemplarla, y las tinieblas son enemigas de la Venecia que ha forjado nuestra imaginación. En vano entono soiío noce el himno de los Druidas del grato Bellini. Estoy desesperado. Es próximamente la hora en que el astro de la noche debe aparecer. Las ocho... Bus claros por el oriente y nada mas. Nubes oscuras protectoras de su misterio, cubren apiñadas su aparición. ¡Casia diosa! Te llamaría mujer en mi furor; furor de amante burlado. H e m e ya en la calzada monstruo que cual brazo de jigante parece sostener á la ciudad sobre las aguas; empero la luna se deja ver. ¡Oh cuan brillante! Amante yo burlado, á vista de mi amada olvido mis furores y adoro su beldad. Alzase ya: truécanse los nubarrones «n conchas nacaradas, y el paisaje recibe osife bendición del cielo e n for_
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roa de peregrina luz. El silbo de la locomotora anuncia la última parada, la' voz de los conductores nos dice que llegamos , Víme pues en la góndola-ómnibus caminando hacia mi albergo. Tú no has estado allí; pero viajaba por tí y por mí, circunstancia para desear que todo me pareciese agradable; anhelando solo que mi pluma pudiese corresponder luego á la concepción de mis pensamientos. Después de atravesar varios canales, dejóme la góndola junto á la plaza de San Marcos, eseelente modelo de plaza, panorama para visto; pero no vayas k imaginar que pienso trazarte en esta carta un plano poético de la ciudad. Ya llegará la página en que esto deba ser aunque imperfectamente, y hasta entonces ten paciencia. Sorprendióme la media noche en el famoso puente de Rialto, viendo pasar ele vez en cuando y á la luz de la luna, alguna que otra góndola ligeramente impulsada por sus conductores. El ruido de sus remos al caer en las tranquilas aguas; la voz de' "soy primero" emitida en dialecto veneciano por algunos de aquellos al pasar por debajo del puente, con el objeto de evitar el choque con los demás, eran los únicos sones que llegaban á mis oídos. A poco, perdíase, en lontananza el farolillo de una góndola, apareciendo algún otro al mismo tiempo. • Preguntábame yo entonces si era un sueño realizado lo que me sucedía: si aquella era la reina del Adriático, tan bulliciosa en otros tiempos y cuya tradición es un álbum de recuerdos inapreciables. Recordaba entonces aquellas famosas regatas nocturnas por la bahía de nuestra ciudad natal, semejante á un apacible lago y en que al resplandor de la grata luna nos paseábamos en nuestros esquifes, entoldados de verdes y aromáticos arrayanes, al compás de las placenteras danzas de los trópicos, y el eco de aquellos coros en que parecían voces del cielo las de nuestras deliciosas porteñas. ¿Te acuerdas? ¡Qué alegría para nosotros en aquella vida de juventud y de risueños pensamientos! Entonces era cuando impresionados por la tradición romancesca de ciertas ciudades de hermosa localidad, bellas mugeres 6 rumo-
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rosas fiestas, dábamos rienda á nuestro numen pronto á soñar con los lugares de la poesía. Granada, Bizanciq y sobre todo Venecia, eran nuestras ciudades de Europa, en tanto que Lima y la del Hudson nos sonreian en nuestra América. Era la edad, amigo mió; era la fraternidad que solo se encuentra en la juventud; era la presencia cordial de nuestros amigos ¡ay! entre los cuales se contaba aquel á quien la muerte arrebató inesperadamente de nuestros brazos; era también el encanto de aquellas porteñas de miradas y acentos y gracias celestiales,—¿para qué nombrarlas? Entre ellas estaba la que era en aquel tiempo la reina de mi amor, como después ha sido el fantasma de mis ilusiones. Sí, amigo mió, era todo ello loque alteraba nuestras vaporosas cabezas, lo que nos hacía delirar con los viages y la vida bulliciosa ó festiva de otros países. Nuestra aventurera imaginación daba cuerpo entonces á la poética teoría de una reina del Adriático, de la cual, sea dicho de paso, nunca vino á nuestra memoria otra cosa que el ruido tradicional de sus alegres fiestas. Poco pensadores nosotros, no nos deteníamos nunca á uih'ar aquella ciudad por el lado de las torturas, calabozos y misteriosas intrigas con que una oligarquía ambiciosa manchó muchas de las brillantes páginas que contiene su singular historia. ¡Ay, amigo mío! ¡qué triste es haber visto pasar la imprevisión de los dorados años! En estas y otras reflexiones semejantes se ocupaba mi mente al tender la vista sobre la Cartago de la edad media, y al darla mi saludo de viajero desde el puente de Bialto en las altas horas de la noche de mi llegada. La historia estaba ante mis ojos pero volvamos al objeto de esta carta, amigo mió. Una novela para Jacobo, me decia. ¿Novela histórica? Están ya tan manoseados sus mas interesantes episodios! ¿De costumbres quizás? Singulares fueron las de Venecia; pero este género requiere larga detención y estudio, y sobre todo la pluma de un Goldoni. ¿Qué clase de leyenda podrá entonces satisfacer los deseos de mi amigo? Y sobre todo, la que' yo conciba logrará acaso interesarle? Grande apuro por cierto. 27
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Yo que sé poco para enseñar, que conozco la dificultad de divertir, que soy, por otra parte, demasiado orgulloso para tolerar gustosamente que pretensiones exageradas por mi parte autoricen la murmuración de tanto Zoilo, fruta de todas las estaciones y mas abundante de lo que se piensa, ¿para quién y por qué escribo? ¿Poiqué? Escribo porque deseo satisfacer un poderoso instinto; por el propio recreo. ¿Para quién? Para mis amigos.—La gloria legítima, grande y sólida me parece sumamente difícil de adquirir; la pasajera, la aparente y de pura vanidad, aunque á fuer de hombre no me es indiferente, á fuer de cuerdo no me seduce. Escribo para tí; sobre todo esta leyenda, amigo mío. ¿Porqué la publicaré? Por una razón harto sencilla. Porque anhelo ver si por ventura mia, algún destello, no completamente pálido, de mi alma, único tesoro que creo poseer y del que, con franqueza, no estoy descontento, logra conquistarme algún amigo mas, que me rinda en el fondo de su alma aquel tributo de simpatía noble y espontáneo que no me siento con fuerzas para desdeñar. La idea pues de hallar que contarte me preocupó al acostarme; y solo fiado en que al dia siguiente podria pronunciar el deseado "Eureka" logré dormirme soñando con mi Venecia,, y no sin exclamar: acabo de realizar un ensueño de poeta; estoy ó mejor dicho, Jacobo y yo estamos en Venecia. Un deseo realizado es un pedazo de la gloria que prometen las creencias religiosas, porque nada hay bueno ni hermoso si no ha sido deseado. El bienaventurado es aquel que sabe saborear hasta la última gota la miel que se encuentra en la realización de una esperanza vivamente concebida y largo tiempo alimentada. ¡Es tan grato sentarse al llegar á la cumbre, y jadeante y sudado aun contemplar ya vencida la altura que se ha subido! El sol me despertó; tomé el desayuno y me lancé á la calle. Esperaba á Genaro, joven siciliano, mi compañero de viaje que se habia quedado aquí en Milán y que debia llegar aquella noche á Venecia; y por otra, parte, quería visitarla solo, perderme en la ciudad, sin mas
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guia que el lenguaje mudo de sus monumentos y sus costumbres; sin mas pensamientos que los que me inspira su historia que la abandona en lucha con la actualidad que la destruye; sin mas compañía que mis propias impresiones. ¡Cuántos monólogos recité! Pero no, hablaba contigo, ¡oh Jacobo! y ya tenia interlocutor, y harto interesado por cierto. Venecia, la metrópoli poderosa que extendía su cetro comercial y su marina hasta las comarcas de Oriente, la república soberbia que exitó la liga de Cambrai, la amazona fuerte que se desposaba con el mar como el único digno de compartir su famoso imperio, tan solo es un cadáver. En vano invoca el pueblo la tutela del patriciado: el patriciado murió por el abuso de su principio, legándole tan solo los hábitos del pupilaje. Llevado el pueblo á vastas empresas, pero sin propia iniciativa, fué en otro tiempo lo que quisieron sus oligarcas; estos no son hoy mas que un simple nombre, una memoria, un pergamino rugoso que el tiempo y la desventura, dos polillas que todo lo destruyen, se encargan de roer y aniquilar. Colon y Gama acabaron como es sabido, con su comercio: Céres y Flora no tuvieron allí templo; los talleres no tributan á Watt sus holocaustos; las terribles galeras se han convertido en góndolas, y para colmo de desdichas, su vecina Trieste la arranca á florones la corona del Adriático. ¿Qué hacer? Allí, donde cada piedra es un monumento, en donde cada paso revela la memoria de un hombre ó de un hecho notable; aquel panteón glorioso de la paleta, del cincel y de la escuadra, Jordán de las bellas artes, de que no se puede salir sino como regenerado, es tan solo un cadáver. ¿Qué debe hacer la pobre señora, la triste Venecia? Acabar de vender las perlas de sus bodas para pagar su entierro. Y gracias si después, al cabo de algunos siglos el hombre olvidadizo tiene á bien escribir sobre su losa lo que nosotros: "Hermosa muerta, duerme y descansa en paz." Réflecciones tales sugeríame el paseo que daba por las calles de la ciudad.. El palacio del Dux me pareció el templo de una religión sin altares, y en donde vaga tan solo la sombra
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de aquellos ídolos que ya no pueden intrigar ni amibcionar. El arsenal guardaba silencio. Los nuevos patricios no son padres de Venecia, y por consiguiente no hacen nada por él. Cada pueblo tiene en alguna de sus instituciones la fuente ó la fuerza da su vida. Venecia, era su arsenal; toda ella estaba en él, vivía de él, se engrandecía por él. Enmudecido hoy, casi muerto, todo el pueblo participa de su atrofia. Los muelles, toda la ciudad guardaba silencio; la ciudad del jueves santo católico y del domingo protestante.—¡Cuánto extrangero veíase por sus callejuelas silenciosas buscando como yo tal vez alguna impresión, alguna historia que contar á su regreso sobre la hermosa y rara Venecia tan descrita y decantada! Una cosa causábame sorpresa y se me hacía inaceptable, puerilidad ridicula, pero que la cuento porque acaso no será mi caprichosa mente la única por donde semejante puerilidad haya pasado. No podía conformarme con que en la ciudad de las aguas, se pudiese caminar siempre por tierra, ni con que en la patria de lo fantástico y poético se viviese al estilo prosaico del continente. Habíame fingido, como tú lo habrás hecho, para Venecia, una vida extravagante, sin descripción ni paralelo posibles, y completamente extraña á la de las demás ciudades. Todas las venecianas habían de ser hermosas, enamoradas y dadas á las aventuras y galanteos misteriosos. El gondolero era para mí un ser pintoresco y lleno de discreción, testigo de muchas cosas (en esto tal vez no habrá mucho de irrealidad). El canto y la poesía eran inseparables de los canales con todo aquello de trajes vistosos, mascarillas y músicas magníficas. Buscaba, como te he dicho, algún asunto tradicional como mas vulgarizado, y nadie sabia brindarme con alguno que me pareciese apropósito para contener la índole de mis deseos; cuando hé aquí que en la víspera de dejar la ciudad para venir á esta, se me presentó la ocasión de llenar mi objeto. Ya te he dicho que aguardaba á Genaro, mi compañero de viaje. Habia llegado oportunamente y acompañádome á visitar las bellezas de la ciudad. Templos, palacios, canales, nada quedó por ver ni por admirar. Poco
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es el tiempo que se necesita para visitarla como poeta ó como filósofo; empero cuando el artista ó el anticuario abran su cartera á los apuntes y sus ojos á la admiración, los meses enteros serían poco tiempo para saborear los primores de tantos cuadros y estatuas, de tanto trozo de esplendidez y belleza arquitectónicas, de tanta riqueza en pormenores y detalles. Sin conceder á las bellas artes la influencia civilizadora con que en absoluto pretenden agraciarlas muchas personas por lo demás bastantes ilustradas y razonables, puesto que á la verdad, existe en el extremado descogimiento de aquellas, la música por ejemplo, alguna cosa que sensualiza demasiado á los pueblos, llevándolos al culto idólatra de la imaginación con mengua del entendimiento; influencia á que han puesto diques en algunos países el buen sentido y la cultura de las facultades del criterio, verdadero idealismo social; creo, sin embargo, amigo Jacobo, que las dichas bellas artes, las del diseño especialmente, como una manifestación intelectual de que la humanidad no puede prescindir, al menos en su justo límite, ni han podido borrarse de la historia benéfica de la humanidad, ni dejarse á un lado como inútiles cuando se trata del progreso del hombre, ser complexo y mas que otro alguno menesteroso de la armonía en sus facultades. Ahora bien, aunque esta necesaria armonía, que es el bello ideal de la civilización hacia el cual caminamos, no pueda realizarse por la sola influencia de las bellas artes, í-evelaciones meramente sensibles de la idea, no es menos cierto que aquellas deben concurrir siquiera como auxiliares á la grande obra de hallar y conquistar el punto prometido. Pero el imperio del arte ha terminado, porque el trono no era su lugar; si bien el sentimiento del mismo, que, es el de la belleza, alcanza ó recobra su puesto de ciudadano en esa famosa civitas de la humanidad que se llama civilización. Hé aquí porqué el artista hechizado por su arte y que en su fanatismo lo creyó lo único ó lo primero, gime; pero hé aquí también porqué el hombre pensador, sin ahogar en sí el innato sentimiento artístico, lo subordina al igual de las demás facultades de la inteligencia, mundo en
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que solo gobierna como centro de relaciones la ley suprema de la lógica. Hago esta manifestación, amigo mió, para que veas en ella una ratificación de mi juicio ocasionado antes por una vaga creencia, hoy fruto de mis convicciones. Acaso haya cooperado la elección de asuntos, por parte del artista; pero el culto extremado de las bellas artes, el dilettantismo sobre todo, ha contribuido en mi concepto á despertar ese sensualismo que alimenta aun hoy en su postración al pueblo de Italia. No, amigo mió, tú sin presunción de raza, sabes que se ha llamado y preténdese llamar esplritualismo á lo que no ha sido mas que una de sus manifestaciones. Por el culto de la forma hase descuidado el de la idea;'la fantasía ha medrado á costa del entendimiento; la miel ha sido desdeñada por los apreciadores de la cera que la contenia: en una palabra, ha faltado á los seudo-espiritualistas del medio-dia la balanza compensadora, ese buen sentido que debe ser apoyo del hombre, de los pueblos y de las razas si no quieren anular su impulso en la palanca que mueve á la humanidad. Pero torno á mi relación tras estas reflexiones que me ha sugerido mi corta visita á Italia. Como te iba diciendo, en Genaro el siciliano y en mí habia la analogía de gusto, el deseo de ver y la mutua complacencia que tanto contribuyen á hacer agradable y recreativo un viaje. Nos hallábamos una noche, la anterior á nuestra partida, en el teatro de la Fenice, elegante morada del placer, en que no sabíamos que apreciar mas, si el gusto en los adornos ó lo brillante del espectáculo; espectáculo sibarita, compuesto de una ópera y de un baile fantástico interpolados; mosaico de decoraciones, trages, sonidos y piruetas. La inteligencia y la verdadera sensibilidad del corazón habían dejado todo su imperio á la susceptibilidad del sistema nervioso, si bien agitábase éste de una manera suave y bastante placentera. Llenaban el teatro extrangeros como Genaro y yo; ociosos ricos, ganosos de matar como inútil el tiempo en que está cerrada la bolsa; coquetas frivolas, anhelosas de ser miradas; galanes (púbico de anteojos), deseosos de lucir el
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guante y el peinado, ó acaso de encontrar con las suyas las miradas (entre bostezos) de alguna dama fastidiada de un espectáculo á que suele concurrir por lujo, por costumbre ó por la moda; sin que pudiesen contarse como minoría importantes algunos artistas verdaderos iniciados en sus respectivos misterios, y un puñado de seres lastimosamente bien organizados, que buscan con empeño y encuentran rara vez en un espectáculo puramente de expresión ó de forma, algo que hable verdaderamente á su corazón con aprovechamiento de la inteligencia. Nosotros participábamos un poco de cada una de estas fisiologías, y por consiguiente sin sistema exagerado, sin llamar juicios á nuestras impresiones del momento, aunque abandonados á ellas de buena fé, gozábamos lo bastante del espectáculo sin dejar de observar á los espectadores. Hallábase en la concurrencia una dama que fijaba mi atención, y que á juzgar por las apariencias lo habia comprendido. Era hermosa, y voy en lo posible á describirla. Facciones bellas y mas que regulares, de agradable conjunto, tez de nube de bonanza, ojos indefinibles, es decir, un tanto azulosos, un tanto parecidos al color que toma el mar en algunos parajes en que la profundidad no es muy notable, pero que tenían una expresión, un no sé qué hermoso y seductor, parecido á la invitación de la dudosa felicidad; una boca correcta y expresiva, en que parecía vagar una palabra voluptuosa; cabellera negra y suavemente brillante: el artista de su tocado sintió sin duda bajo sus dedos, al aderezar sus cabellos aquella noche, la blanda, flexible y resbaladiza finura del terciopelo, y al colocar sobre ellos la trenza perfumada, debió imaginarse que la cabeza de Venus recibía de sus manos la graciosa diadema de la hermosura. Su talle parecía flexible; su vestir era elegante; su mano que dejaba caer fuera del palco sosteniendo los anteojos, tenia cinceladuras deliciosas, que la olorosa, pajiza cabritilla no podia disimular. Lástima era acaso que bajo aquel guante y aquellas venas corriese una sangre demasiado ardiente para ambicionar; demasiado tibia para
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el desinteresado afecto. Toda ella tenia la apariencia de las diosas que ostenta Venecia en la techumbre ó cieloraso de algunos de sus salones, y que parece que el pintor, no atreviéndose á despojarlas de su morada de nubes, las pintó suspendidas en aquellos sitios para que la tierra no las profanase con su contacto. Habia, con todo, en aquel semblante cierta mezcla de desdeñoso y apasionado, de yerto en medio de la fiebre, de lacrimoso en el contento, de soberbio en la modestia, de hastío en la indiferencia y en el conjunto, que pudiera decirse que el mundo era para ella una morada de inconformidad y de proscripción. Ángel sin duda hubiérase debido llamarla, si no pareciese haber quemado sus alas en el fuego de un infierno; ángel de la soberbia condenado á vivir lejos de la paz y la dulzura de los cielos; empero como todo ángel, aunque participase de las vanidades de la tierra, debia esparcir en torno suyo cierto encanto, cierto halo de paraíso que deslumhrase como relámpago de ventura á todos los que la rodeaban. -—Creo, amigo mió, me dijo Genaro refiriéndose á ella, que merece vuestra contemplación, pero no vuestro amor. — E s muy bella, ciertamente, respondíle y o ; pero la rosa oculta espinas que hacen daño. Tenéis razón, y solo la veo y admiro como á uno de los muchos cuadros que hemos visto hoy, como á una beldad pintada por Correggio ó por Tieiáno. —Sin embargo, replicó Genaro, ella no pensai-á lo mismo respecto de vos; tenéis el aire y fisonomía de extrangero, es decir, que debéis parecer la cosa curiosa y escéntrica. Está según dicen, por las cosas singulares, porque lo normal la mata; conoce qué gustáis de ella, os envolverá en sus miradas y caeréis á sus pies. - N o se gana mi corazón, le contesté, con la belleza física solamente, amigo Genaro; los ojos no son el corazón. —Pero éste vé por ellos, añadió, y vos dais á vuestros ojos un pasto seductor. No es ella quien nos sigue, supongo y o , y sin embargo, la encontramos en todas partes. —Acaso vos le dije sonriendo.
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— V o s sois quien fijáis, se apresuró á replicarme, la dirección de nuestros paseos y espectáculos; vos trazáis el plan de cada dia; yo, por comodidad ó por complacencia, os sigo á donde quiera. A fé que no fui yo quien os condujo antes de anoche al teatro de Apolo, ni anoche al de Malibran, ni esta noche al de la Fenice, y sin embargo, en todos ellos la hemos visto. Reíme entonces de buena fé. — E s pura casualidad, amigo mió, le dije y continué mirando. —¿La conocéis? me preguntó de repente. —No, le respondí; jamás la he hablado ni —Tiene voz de Sirena; bien está que no la oigáis. — Y a esperaba yo, exclamé con buen humor, que el Adriático tendría también sus Sirenas. A fé, á fé que son hermosas. —¿Sabéis cómo se llama? me preguntó. —¿Cómo? añadí yo en el mismo tono. —La "Nueva Sirena." —¡La Nueva Sirena, amigo mió! - —Justamente, compañero, y canta y arruina y mata. —¡Cáspita! prorrumpí, ¿y por qué la nueva? —Porque hay tradición, me respondió mi compañero, de que allá en la antigua Venecia, en tiempos de la república, hubo una Sirena que también cantaba y arruinay mataba. —Tradición, amigo mío, exclamé lleno de gozo; hallé lo que buscaba. No sabéis cuanto hubiera dado por una tradición que como esa parece interesante: contádmela, contádmela. —Os la contaré, pero el acto va á comenzar. Después, en seguida, os referiré lo que he sabido. Hubiera prescindido de buena gana de la ópera y los espectadores y el teatro; pero no era justo privar á Genaro de su recreo, ya que tan complaciente era siempre conmigo, habiendo sobrado tiempo para satisfacer mi curiosidad. Hice sucumbir mis impaciencias y esperé. —Bien, bien, le dije. Presentadme la antica Sirena y os doy palabra de no volver á mirar la nuova. 28
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Aquí comienza la historia, caro Jacobo. Basta ya de introducción, y adiós; que mi narración te plazca. Corrido está el telón; pronto pasa un acto. I. Su
PODEE ES S ü
BELLEZA.
La Venecia de que voy á hablarte, amigo Jacobo, es la esposa qué saborea todavía algunos restos de su luna de miel; es la rival vencedora de Genova, que domina aun en los bordes del Adriático, y cuyas naves llevan su bandera nacional hasta el Oriente. Es la Venecia á quien no puede decirse todavía "Hermosa muerta, duerme y descansa en paz." Desde Lucio Paulo Anafesto, fundador del Dogado popular, hasta Pedro Gradenigo, fundador de la oligarquía, y desde este á Ludovico Manin, último sucesor de dichos príncipes, existen dos períodos notables en la historia de aquel pueblo. Elige pues á cualquiera de los Dux que forman la extensa línea del último período, y estás situado, poco mas ó menos, en la precisa época de la narración con que pienso entretenerte. Si das alguna vez con cualquiera plano topográfico de las islas que en los bordes occidentales del Adriático han formado los limos del Pó, del Brenta, y del Adigio, saltará á tu vista en medio de los pantanos y canales que separados de aquel mar por varias barreras de aluvión constituyen la laguna Véneta, la ciudad singular por su posición y por su historia. Asentada sobre varias islas unidas por infinidad de puentecillos, forma tres grupos principales. El mas considerable de éstos está separado del segundo por el famoso Gran Canal, sobre el cual se eleva el notable puente de Rialto que los abraza á entrambos. Está luego el canal de la Giuclecca, que separa el grupo de este nombre de los dos mencionados, y por último la isla de San Jorge la mayor, que permanece sin comunicación junto á la Giuclecca. Comienzo pues: —Paso á Paolo, camaradas paso al gondolero-rey,
219 exclamaban en una tarde serena del estío varios gondoleros que cruzaban el "Gran Canal" en diversos giros. En efecto, aquel lo atravesaba tomando hacia la " R i va degli Schiavoni", de vuelta del puerto del Lido, en donde acostumbraba pasearse por las tardes siempre que sus tareas lo permitían. El Lido de Palestrina es una lengua de tierra que cerrando parte de la laguna proporciona á esta el famoso puerto ó entrada de su nombre. En el Lido había y aun hay viñedos y huertas y jardinillos; habitándolo pescadores y hortelanos. Allí junto á aquellas playas, entregaba el mancebo que acabo de mencionar, su esquife á merced de las olas apacibles, y su mente á la dulce vaguedad que tanto place á los seres de natural apasionado. Gustaba Paolo de admirar el franco horizonte de la tarde á puestas del sol, cosa tan admirable y poética sobre todo en los pueblos del mediodía. Era joven como de diez y nueve años, de regular estatura y robustos miembros, y en su semblante agraciado sé mostraban con todo el brillo de la juventud, con toda la fuerza varonil y con toda la dulzura de la bondad de alma, los ojos negros propios de su raza. Era menos rudo en sus traheres que los demás hombres de su clase y aunque ignorante y sin otra educación que la que alcanzaba la generalidad del pueblo en sus tiempos y pais, era de ingenio vivo y pensaba y sentía con mas discreción y delicadeza de las que podían esperarse de gente de suyo tosca y de poco pulimento; pudiendo decirse con razón, al ver su mirada inteligente, su frente despejada, la gracia de sus facciones atezadas por el sol y sus maneras menos groseras, como he dicho, que lo imaginable entre sus camaradas, que el ejercicio de su alma luchaba con el ejercicio del cuerpo robustecido por la fatiga. Era famoso y querido entre la generalidad de sus compañeros, así por su vigor y agilidad en el remo, cor mo por la natural viveza de su mente y los arrebatos generosos de su corazón. Cantaba con grata voz las barcarolas populares, ó á veces, aunque llenas de incorrecciones, si bien no desprovistas de sentimiento, las com1
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ponía. El rumor de las olas en las arenas, suave y armonioso, podía compararse á unas y otras al oírselas cantar. Vivía de su trabajo, y con él sustentaba á su desvalida madre, siendo hasta entonces el amor de está la única ambición y felicidad del mancebo. Había dormido hasta entonces su alma en tranquila adolescencia; pero estaba dispuesto que aquella tarde había de ser para él una de las épocas decisivas que hacen cambiar de dirección la ruta del porvenir. Acababa apenas de atracar junto á la Piazzefa, lugar cercano á la plaza y basílica de San Marcos, en donde se alzan el palacio de los D u x y las columnas del León alado de aquel santo y del bienaventurado San Teodoro, patronos de la ciudad, cuando vio venir hacia él una joven harto bella y muy graciosa, que le dijo: —Gondolero, llevadme al Lido, No pudo responder Paolo al escuchar aquella voz agradable cuyo timbre habia percibido al soñar con los ángeles allá en su dulce niñez, y cuya semejanza no había oído jamas. Ayudóla á entrar en su góndola y se apartó del muelle sin poder darse cuenta de las nuevas y gratas emociones que sentía. Había visto y contemplado muchas mugeres bellas, ora fuesen damas ó hijas del pueblo; pero ninguna habíale parecido tan hermosa ni tan llena de gracia y atractivo. A juzgar por lo que sentía en aquel instante, su madre comenzaba á tener rival en su corazón. Desgraciadamente bastaba un momento para que aquel cariño materno tan dulce y desinteresado, tan constante y acreedor al monopolio de la ternura, tuviese un cariño competidor. El impulso afectuoso y repentino que hemos convenido en llamar "simpatía" ha dado harto lugar á discusiones acerca de su mérito y naturaleza. Júzganlo algunos una función del sentimiento de la belleza que tiene su principio al vislumbrar el reflejo de esta en otro ser; quién dice que nace de caracteres opuestos que se armonizan; quién de la afinidad de mutuos instintos é inclinaciones: yo en un tiempo creía que no era otra cosa que un juicio favorable y á priori fundado en antecedentes desconocidos para nuestra conciencia, pero no'pa-
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ra nuestro corazón; hoy creo que existen dos clases de simpatía, una fundada en esta última proposición, otra ciega y caprichosa, fundada solamente en la alucinación de los sentidos. Por lo que hace á la recienvenida, fué para el mancebo esto último, es decir, una alucinación de los sentidos, que en ciertas almas toma desde el momento el carácter y colorido de una pasión. Era aquella una joven del pueblo nacida para seducir con su belleza y para elevarse tal vez á otras regiones distintas de aquella en que la naturaleza, aunque al parecer no muy lógicamente, la había colocado. Asemejábase en extremo á la muger de que he hablado en el prólogo de esta historia, sobre todo en aquellos ojos de indefinibles tintas y de singular y gratísima expresión. En efecto, había imperio y dulzura á la vez en aquella mirada, siendo quizás el mayor atractivo de ésta, la rápida transición de uno á otro de los extremos en aquel contraste. Su cutis era de nieve, su rostro sonrosado, en una palabra, era tan bella, tan espiritual y voluptuosa á un tiempo, que sus formas podían contemplarse como la mas grata concepción del espíritu entregado á los veleidosos giros de lo imaginario. Vestía poco mas ó menos el trage de las floristas venecianas en aquel tiempo, á saber: corpino azul que al caer sobre sus caderas en forma de almilla daba airoso nacimiento á unas faldas de vistosos colores realzados por dobles ó triples guarniciones no suficientes á encubrir la voluptuosa y mullida pierna, ni aquel pié, no tan pequeño como el de las hijas de los trópicos, pero sí gracioso y ligeramente formado, que procuraba ocultar bajo un leve borceguí, y que al asentarse suavemente blandíase bajo la dulce carga de su dueña como si temiese ser gravoso al pavimento, revelando á la simple vista lo firme y aéreo del pisar, lo esquivo y noble de la marcha. Un cuello de menudos encáges blanco se plegaba sobre una graciosa corbatilla roja con dorados broches, y unos puños también del propio encaje engalanaban aquellas manos que el sol había tostado un poco, pero que estaban prontas, según podía suponerse, á recobrar todo su alabastro.
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Caían de sus sienes para ondular graciosamsnte sobre los hombros los rizos de ébano, en tanto que un gorrillo punzó galoneado de pajiza seda, con vuelo ó funda terminando en tapa redonda, dejaba caer sobre su lado izquierdo una juguetona borla de la misma seda. Un canastillo lleno de flores y ramilletes, enganchado en el brazo izquierdo, completaba el atavío de la poética florista, veneciana. Dichoso el mancebo si aquella perspectiva momentánea hubiera sido para él lo que debió ser: un espectáculo indiferente; pero al conducir á la bella recordaba que había visto la luz, y la luz es tan hermosa, que con dificultad puede olvidarse. Antes era el ciego de nacimiento, ahora era el ciego que dejó de ver. Conoció que había espectáculos capaces de. hacerle prescindir del de las olas serenas rielando un sol poniente y perdiéndose en las playas. Pensó que el amor verdadero y expontáneo de un hijo á su.madre no excluye el encanto de amar y ser amado por uno de aquellos ángeles, acaso del infierno, pero bellos como Luzbel y tormentosos como la caída de su cielo. Acababa de contraer cierta fiebre del espíritu, encantadora si se quiere, pero que como todas las enfermedades postra y atormenta. Un nuevo mundo de ilusiones y de temores, de sueños y de vigilias, acababa de abrirse para su alma; nueva creación poblada de flores hermosas, con arroyos de deleites, pero no ajena de ponzoñas y amarguras; nueva creación que cual otro Edén tenía también sus árboles vedados, sus anhelos angustiosos y su serpiente instigadora. No se atrevía Paolo á dirijir la palabra á la joven, que al parecer estaba como absorta en sus pensamientos. Por último y haciendo un esfuerzo: —Habréis vendido muchas flores, murmuró con sumo trabajo y temblando como la hoja en la rama. —Sí, muchas, contestó casi con indiferencia la joven. Cómica era en efecto esta timidez de Paolo ante una hermosa muchacha de su edad, sobre todo cuando estaba poco acostumbrado á mirar con tanta deferencia á una simple florista harta ya de oir bruscos requiebros y quien
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sabe cuantas cosas; pero el amor hace milagros, y quien así lo comprenda no hallará inverosímil que Paolo no supiese qué decir á la hermosa zagaleja que conducía. —Mucho me gustan las flores, añadió el gondolero, y sobre todo las rosas y los lirios. Mi madre cultiva muchas de ellas en nuestro huertecillo. . —¿Y las vende? interrogó la ramilletera, sin otro interés que el de una simple conversación. Paolo se animaba. —Algunas veces, contestó. Si queréis algunas, os llevaré á donde está mi madre. —Gracias, será en otra ocasión: ¿queréis algunas de las mias? dijo la florista dándole un bonito ramillete. Paolo no contestó, porque ni sabía qué, ni podía hacerlo. El corazón parecía venírsele á la garganta. Contentóse con tomar el ramillete iba á llevarlo á sus labios, pero la joven le veía; ruborizóse como una niña y lo guardó en un bolsillo de su pechera. A poco la luna, la poética luz de los amantes, era el faro de aquella escena, quedando muy luego como la única compañera ele Paolo, cuando la doncella poniendo el pié en la playa del Lido, le dejaba como el mísero abandonado en la roca de su naufragio. Una moneda dirigida por la diestra de la joven á las manos de Paolo sorprendió á éste que vaciló al tomarla. —Hermosa, con dinero balbuceó. Oh! si esta moneda, dijo con cierto enfático gracejo; si esta moneda fuese la sortija del Doge y vos fueseis la mar; al arrojarla en ella como lo hago, yo sería el Doge y vos mi esposa. Halagada la bella, sonrióle con encanto, y él con repentina osadía y llevando el ramo á los labios, exclamó cubriéndolo de besos: —Estas son vuestras monedas; hermosa, ya estoy pagado. Y partióse lentamente volviendo de vez en cuando el rostro hacia el sendero por donde la joven se había alejado. Punzante dardo en el corazón llevaba el pobre mozo.
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sin embargo de que hasta entonces suavizaba su herida el bálsamo de la esperanza. ¡Oh sensación primera del primer amor! ¿Quién no habrá sido muy feliz al saborearte? Sin embargo, estaba pensativo, porque su corazón extrañaba la nueva clase de emociones que le agitaban. Era propenso á la melancolía, y buscando la soledad, ó mejor dicho un confidente para sus- penas, dirigióse á su casa en donde ya su madre le aguardaba. La noche alzábase hermosa y apacible. Al contemplar la luna que dormitaba en su tálamo azulado, solo tuvo para ella lo que tantas veces ha inspirado este astro á los corazones tristes ó apasionados: un suspiro. ME
QUEDA
COMO
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HIJO
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QUIEN SU
AMO
FRUTO.
II. Entró el mancebo en su casa, y su madre, joven y agraciada todavía á pesar de algunos padecimientos, salió á recibirle no sin alguna extrañeza á causa de lo inquieto y preocupado que aquel parecía. Diré dos palabras acerca de Anzola, la madre del gondolero: La flor de la belleza habíala dado al nacer todo su perfume y lozanía. De padres pobres y plebeyos, aunque honrados, la orfandad la llevó á ser desde casi niña, camarera de una dama noble y principal. Amábale esta con notable afecto en justo pago de su virtud y de las atenciones con que aquella se ocupaba en su servicio; pero la señora era viuda, y su primogénito voluntarioso y engreído mancebo, aunque no destituido de nobles prendas, era el foco de sus afecciones. Tenía el noble mozo apostura y gallardía en la persona; su talento oscurecido á veces por la vanidad del nacimiento, brillaba generalmente apesar de esta circunstancia, y sus pasiones juveniles y ardientes, hijas acaso de su temperamento alentadas por el poder de la cuna y jamas.contrariadas por la voluntad paterna, se sublevaban á la menor oposición, bastando .esta para que el instinto se
convirtiese en pasión, y entonces nada podía servir de valla al corcel fogoso una vez embravecido por el ardor de la sangre. Anzola era bella como se ha dicho, y sin embargo de que aquel la había visto crecer á su lado sin que despertase en su ánimo pensamiento amoroso de ninguna especie; un dia, fatal por cierto, llegó á advertir como por encanto y de repente la hermosura y gracia de la doncella. Disculpable fué en efecto y ojalá lo hubiera sido siempre como tal dia, porque Anzola se hallaba en la edad de primores para la mujer, que se llama quince años; primavera de la vida femenil, en qué como sucede á las plantas en aquella estación, se desarrolla espléndidamente en la mujer todo el verdor y el aroma de la existencia; rápida y dulce edad en que la copa de los pensamientos conserva su diáfana limpieza y en qué la rosa de la inocencia se abre á los púdicos suspiros del amor y los encantos. El arrogante mancebo conoció que Anzola era bella, poco después le pareció un portento, y por último sintió hacia ella inclinaciones mas decisivas. La inocencia de la joven opuso obstáculos y la sed del vencimiento llegó en el joven hasta el frenesí. Acaso en posiciones iguales sus promesas y juramentos ardorosamente proferidos, no hubieran sido el humo vano que se disipa después de la victoria. La doncella sintió en su corazón el dulce fuego de la correspondencia, pero hay correspondencias que debieran convertirse á buen tiempo en antipáticos odios. No fué así, y aquella planta de amor que crecía con prontitud, dio al cabo el sazonado aunque infelice fruto; harto infeliz, destinado como estaba al abandono de la rama que debiera protegerlo. La señora comprendió las circunstancias, despidió á la joven que pasó los umbrales de su desdicha llevando en brazos al pobre huérfano y en sus manos un pedazo de pan, último salario, último favor de sus señores. Las lágrimas de Anzola corriendo por mucho tiempo de sus ojos, el respetable carácter que le dio la maternidad, las caricias prodigadas á aquel pedazo de su corazón y de sus entrañas y las fatigas inherentes á su es29
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tado miserable, fueron sin duda mas que suficiente expiación de una culpa censurable si se quiere, pero que nada probaba contra la rectitud y natural bondad de su corazón. En cuanto al seductor, la auxilió por algún tiempo con profusión y hasta con delicadeza; recordóla, primero con amor y no sin lástima; después vino la "indiferencia y luego otras pasiones, acaso no menos censurables, empujaron hacia el olvido la memoria de la primera insensata pasión: tal como el viento arrastra con frecuencia hacia el horizonte las nubes de la borrasca para traer en breve celajes nuevos. Y ¿cómo recordar lo que quizás le mortificaba, cómo recordar una falta cuando no se tienen en los ojos lágrimas de amargura, ni llagas de arrepentimiento en las rodillas? Ni tenía que pedir pan para su hijo, ni nadie leía con desden en su frente la sentencia de desventura que había arrojado sobre dos seres que allá en los altos círculos del poder y de la grandeza nadie conocía. No sabemos si alguna vez se presentó á su mente en medio de sus placeres y opulencias el fantasma de una madre llorosa y de un hijo quizás hambriento. Pero vuelvo á mi historia. Anzola participó de la inquietud de su hijo al verle entrar preocupado, como suelen hacerlo las madres, con extremado interés. La fisonomía de un hijo es para ellas un libro abierto cuyas páginas saben de memoria. —Paolo, le dijo, aproximando un tosco taburete de madera y cuero; siéntate aquí á mis pies como sueles hacerlo y acostumbrabas cuando niño; reclina en mi regazo tu cabeza y cuéntame lo que te pasa. Sí, hijo mió, siempre eres niño para mí. Yo no podré darte apoyo con mis brazos, porque aunque jóvén todavía, algunos padecimientos hacen que aquellos se vayan debilitando á medida que los tuyos se van fortaleciendo; pero mi corazón será siempre un apoyo para tí; ó si no, díme ¿quién te ayuda con sus consejos y te consuela en tus aflicciones? ¿quién, si no tu madre? Paolo se sentó á sus pies y reclinó su cabeza en las faldas de Anzola. —Sí, tú, madre mia, tú sola; respondió conmovido.
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—Cuéntame, cuéntame, porque algo te ocupa que debo saber; expresé Anzola. —Madre, dijo Paolo dándola el ramillete que traía en el bolsillo de su camiseta;' tomad esas llores que me han regalado. -—¿Te las han regalado? ¿Y quién? interrogó Anzola. El mancebo pretendía callar; sin embargo había encontrado tanta dulzura y tanta bondad en su madre, que no pudo ocultar el secreto de su nueva afición. —Hámela dado una joven á quien llevé en mi góndola. La dije que gustaba de las flores, ella era florista, llevaba algunas en su canastillo y me dio ese ramo que guardé para vos, pues sé que os placen. —¡Una florista! replicó Anzola: ¿adonde la llevaste? — A l Lido, respondió Paolo. Una florista que se llama no me ha dicho su nombre pero Lo adivina mi corazón, iba á decir; pero era d emasiado contar. —Una joven de buena estatura, tornó á decir aquella, esbelta, muy blanca, hermoso cabello negro, graciosa, ojos muy hermosos de un color así que ni son azules ni negros, ni mucho menos pardos —Sí, sí, exclamó interrumpiéndola su hijo; unos ojos como no los he visto nunca. —Entonces, articuló Anzola, será la qué llaman "La Flor del Lido." —Sí, dijo Paolo, ella debe ser. ¿La conocéis, madre? —Hela visto varias veces, respondió esta. Pero no me dices nada de tus penas. —¡La Flor del Lido! murmuró Paolo. —Cuéntame, prosiguió la madre. — N o me ha sucedido nada que pueda deciros, replicó aquel. Tan solo estaba así, un poco triste ó caviloso pero ya pasó el mal humor. Vamos, vamos, madre, me contareis alguna cosa, alguna de aquellas historias (fue soléis referirme varias noches; porque vos sabéis que eso me divierte mucho, y á mí me gusta oír para saber. Alguna de las consejas ó historias que según me haheis dicho os narraba la señora en cuya casa vivisteis antes
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de yo nacer y en donde pasasteis vuestros primeros años; por cierto que nunca me habéis comunicado el nombre de la señora.. Me habéis dicho que ella os amaba mucho, y es natural que me plazca recordarla. —Qué podré contarte, Paolo; expresó Anzola querien^ do sin duda desviar al mozo del punto interrogado sin satisfacer su pregunta. Ya te he referido cuantas historias sabia. —Vamos, cualquiera que os venga á la memoria; comenzad, dijo abrazándola: ya os escucho. — Y a te he contado varias, prosiguió la madre. La traslación del cuerpo de San Marcos á Venecia desde allá, desde una ciudad de los infieles, el robo de los novios venecianos por' los piratas Narentinos, el milagro de la Custodia en la laguna por hundimiento del puente de Rialto durante la procesión de un clia de Corpus; pero ¡ah! recuerdo ahora una que no te he contado. —Bien, comienza; dijo Paolo cerrando los ojos como para entregar mejor su pensamiento, no precisamente á la narración, sino á la bella Flor del Lido, cuyo aroma inundaba aun su alma. —Según me referia mi señora cuando tu estabas aun distante de nacer, comenzó á decir Anzola ensortijando en sus dedos la rizada cabellera de su hijo; había en la república una ley por la cual todo patricio condenado á muerte podía dejar que cualquiera individuo del pueblo se pusiese voluntariamente en su lugar. —¡Cómo, madre mia! interrumpió Paolo. —Consistía en proclamar la sentencia del patricio en la plaza de San Marcos, y después de pregonada era permitido á la familia del noble poner en un saco mil judías blancas y una sola negra, revolviéndolas bien y llamando á tocios los que quisiesen concurrir á sortear' el puesto del cadalso á qué estaba el primero condenado. Acudían los que se hallaban prontos á correr esta suerte, y metían sus manos cuantas veces querían en el saco, sacando uno ó muchos de aquellos granos que mostraban á los concurrentes y espectadores. Por cada blanco que sacaban recibían de la familia del sentenciado mil zequíes, lo que podía servir á algunos afortunados para en-
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riquecerse; pero el que sacaba el negro recibía la muerte en lugar del patricio, quien solo sufría la pena del destierro. La última vez que se practicó esta costumbre había en Venecia un patricio pero no me escuchas, hijo mió ¿Tanto sueño tienes? —¡Ah! dijo Paolo, abriendo los ojos; no, madre, os escuchaba.—Continuad, continuad, estoy despierto;—pero sus ojos desmentían sus palabras— Decíais —Que la última vez que se practicó la dicha costumbre, continuó la narradora, había en Venecia un patricio perteneciente á una de las familias mas ilustres; á quien por haberle juzgado como conspirador contra la república, condenaron á sufrir la muerte. La familia del noble era opulentísima, pudiendo decirse que contaba los zequíes de renta por instantes, y estaba como era muy natural tan empeñada en salvarle, que se hallaba dispuesta á hacer todos los esfuerzos y sacrificios, posibles. El patricio había tenido cuando joven unos amores secretos con una noble señorita, á quien después había abandonado, no sin que este lance trajese á ambas familias por mucho tiempo rencores y enemistades: la pobre joven abandonada fué obligada por su familia á entrar en un convento en donde pudiese hacer olvidar ó impedir el continuo recuerdo de este suceso. Según se dijo entonces por Venecia, el niño había sido arrebatado á la joven por los parientes de esta y sumido en paradero ignorado. Ya se vé, estos nobles se avergüenzan tanto de sus faltas, que para cubrir su rubor se olvidan de que tienen hijos (y al decir esto Anzola dejó ver en su acento cierta amargura irónica á qué dieron mas relieve la conmoción de su voz y una lágrima que se secó en sus ojos). Hay quien dice que una delación de la irritada familia de la dama era lo que llevaba al cadalso, mas bien que su propio delito, al ya sentenciado patricio; otros dicen que tales voces fueron calumniosas: es lo cierto que aquel estaba condenado y que la familia por salvarlo acudió al recurso del saco de judias. La hora era llegada; la plaza estaba llena de un gentío inmenso; todo el mundo esperaba con ansiedad. De pronto, un mancebo como de diez y ochos á veinte años se presen-
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ta, se dirije al talego de las judías, saca una blan ca. Un aplauso general saludó su suerte, pero impaciente el joven y como apesadumbrado por aquel éxito, tornó á meter la mano en el talego segunda, tercera, cuarta, varias veces recibiendo mil aclamaciones por su buena suerte, que por otro lado no era difícil de obtener en atención á ser una sola judía la que podía condenarle El mancebo sin embargo tenía pintada en su rostro la ansiedad, la impaciencia, casi la agonía. Cualquiera hubiera sospechado que buscaba la muerte; que era grande su deseo de sustituir al noble sentenciado Tornó á poner su mano en el talego; mas esta vez sacó varias entre ellas la negra —¡Ah! dijo Paolo entreabriendo los ojos dificultosa, y momentáneamente, como para corresponder al interés con qus su madre refería esta parte del suceso. —Lleváronle á los jueces el joven estaba conforme y hasta gozoso en aceptar su suerte; todos los presenciales estaban dominados de la emoción mas extraordinaria. ¿Quién podía comprender aquel tedio de la vida en medio de la juventud: aquella persistencia en buscar la mala suerte, y sobre todo la complacencia que parecía acompañarle, cual si hubiese sido un verdadero triunfo merecedor de alegría? En cuanto al tribunal, admitió la sustitución preseripta por la antigua aunque rara práctica (porque no hay práctica que los hombres no adopten por extravagante que sea,) y el noble fué condenado solo al destierro. En cuanto al mancebo Pero qué, Paolo, exclamó Anzola interrumpiéndose; no me escuchas! En efecto, este tenía los ojos cerrados' y según las apariencias acababa de dormirse. —Parece que sueña agradablemente, prosiguió diciendo la madre del gondolero. Su rostro lo dice. ¡Oh! conozco tanto su fisonomía, que sería capaz de leer en ella lo que está soñando. Y la buena madre, temiendo turbarle, callóse, contuvo el aliento y hubiera acallado de buena gana hasta las palpitaciones de su corazón para no interrumpir el grato dormir de su hijo.
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Como un cuarto de hora duró este silencio, al cabo del cual murmuró Paolo: "La Flor del Lido." —Sueña con la muchacha que ha conocido hoy, dijo para sí Anzola: y comprendiendo que su hijo era feliz con la ilusión de aquel momento, hubo de ser tan generosa que no lamentó siquiera la parte de cariño que aquel nuevo conocimiento podía robarle en lo futuro. , — " L a Flor del Lido," tornó á murmurar Paolo, y despertó. Entonces díjole Anzola: —Hijo, vete al lecho, porque, según parece, estás cansado, y mañana debes madrugar como todos los dias. — H e soñado y he hablado, ¿no es verdad, madre? replicó el joven. — N o lo sé; ñero es lo cierto que después de demostrar tú tatito empeño porque te refiera historias acabas por dormirte al rumor de mis palabras; antes eras mas atento conmigo. —Es que son tan dulces vuestras palabras, madre mia, y por otra parte cayó sobre mis párpados un peso tan agradable, tan irresistible! pero os he escuchado. Había en la plaza un gran gentío vamos, proseguid. La historia parece interesante. — N o , repuso la madre; á dormir y hasta mañana. Otro día terminaré mi cuento. El niño acababa de hacerse hombre. Las narraciones de la madre, que en otro tiempo le deleitaban, hacíanle y a dormir. El mancebo no soñaba ya con los héroes de tales historias ó consejas, soñaba con el amor. Fuese á su lecho. Invocó entonces el sueño, y muy luego vino á su mente una idea: La flor del Lido, amaría á alguno? No pudo dormir en toda la noche. Los albores del dia vinieron á presenciar sus inquietudes; tenía ya un tesoro que amar, que guardar, y los avaros del amor, lo mismo que los del oro, no suelen dormir tranquilamente.
III. T E V Í Y H E A M A D O , TE V I Y H E A M A D O .
Paolo amaba por la primera vez en la vida, cuando el corazón de la muger no ha ofrecido sino ese lado celestial que suele inspirarnos la exaltación de la idolatría; cuando arrastrados por la estética del corazón, tomamos el azul del cielo y las nubéculas de nácar y la luz de las estrellas por la realidad de un Edén siempre apacible y venturoso, siendo así que el cielo-azuloso y las nubes nacaradas y las estrellas brillantes, son ¡ay! tan solo una apariencia que las mas leves tempestades desvanecen; cuando al ver unos ojos dulces, una sonrisa candida y unas formas perfectas, suponemos en aquel cuerpo un alma dulce, candida y perfecta: cuando al escuchar la palabra amor creemos en la eternidad, de afectos no siempre verdaderos y que por no ser tales, un simple acontecimiento suele disipar; cuando, en una palabra, el ídolo no nos ha parecido aun de barro, y por consiguiente el incienso que tributamos en sus aras es el de la fé. Levantóse pues con el alba, aparejó su góndola y dirigióse al Lido; preguntó allí por la inorada de la joven, encaminóse á ella y aguailló, esperó Estas dos palabras dicen mas que un volumen, máxime cuando se aguarda y se espera con los ojos y con el alma. Acababa de recibirse con regocijo en la ciudad la nueva de un gran combate naval contra los enemigos de la república, ganado por la flota que mandaba el almirante Honorino Morosini, la que debía entrar en aquel dia con los honores del triunfo. En justa celebración de este acontecimiento y para dar la bienvenida á los laureados combatientes, habíase dispuesto por el Dux para aquella tarde una regata con premios á los gondoleros triunfadores, como solían verificarse desde tiempo inmemorial para celebrar los sucesos de igual naturaleza. Eran tales fiestas y ejercicios una especie de liza en que
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estimuladas la agilidad *y destreza marineras, se disponían aquellos hombres, ya entonces los primeros marineros del mundo, á manejar el remo con poder y prontitud. También habría pirámides, columnas gimnásticas y otros juegos en el Gran Canal, en cuyos ejercicios era también nuestro Paolo bastante ducho; pudiendo comprenderse que tanto en la mañana como en todo eldia,no se hablase de otra cosa éntrelos gondoleros y gente de mar. Hallábase ya á la vista la escuadra y todos se disponian á recibirla. Multitud de gente había dejado el lecho desde muy temprano para vagar en corrillos por la Biva y los muelles. -—Paolo olvidaba las luchas de su profesión para pensar en su hermosa incógnita. Esperaba hacía media hora, .cuando la graciosa presencia de su amada se ofreció á sus ojos. —Flor del Lido, hermosa como él, buenos días, la dijo el gondolero saliéudola al encuentro. —¡Cómo! repuso la doncella; vos tan descuidado cuando vuestros camaradas se aprestan á la regata, ¿acaso no esperáis ó no deseáis conseguir el primer premio? —Pienso alcanzarlo, se apresuró á contestar el gondolero como herido por súbita resolución; pienso alcanzarlo para ofrecéroslo. —Ganadlo pues, le respondió la doncella. —Bien, lo intentaré; añadió Paolo acompañando á la florista hacia la playa. En tanto ¿queréis que os lleve mi góndola? he venido á buscaros para conduciros á la ciudad. —Vamos pues, contestó aquella con afectuosa gracia, y ya que no queréis ser pagado de otro modo, tomad, dijo, y dióle otro ramillete como el del dia anterior. Supongo que el de ayer — L o regalé á mi madre. — ¿ A vuestra madre? interrogó la joven; quisiera conocerla, —Venid á mi casa y la veréis, exclamó con alegría el mancebo al percibir el afectuoso deseo de la florista, del cual se prometía venturas para su corazón.—Os conoce ya, según me ha dicho. yo
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Embarcáronse, y entonces ella dijo á Paolo: —Llevadme á vuestra casa. Y con grandísimo gozo comenzó á remar el mancebo guiandola hacia un arrabal de la ribera opuesta, en donde se hallaba su humilde casa. Llegado que hubieron, salió á recibirles Anzola con sumo contento por la visita. Hubo mutuos cumplimientos y agasajos, prometiendo la joven al terminarse la corta entrevista, venir á cenar con ellos aquella noche y á cantarles algunas de las gratas barcarolas populares á qué sabía dar ella muy deliciosa expresión grangeando tanta fama á su voz y seductor acento. Paolo partióse también en su compañía, prometiéndola ganar el premio de la regata, y á poco de haberla dejado junto al puente de Rialto, que era el punto que ella, había designado aquel dia para comenzar la venta de sus flores, marchó á incorporarse al grupo de camaradas de su barrio que discutían acaloradamente en la Riva sobi'e el hecho del combate y victoria que hacía arder en contento á la metrópoli, lanzando al mismo tiempo sus pronósticos acerca del resultado de la fiesta y regata que se disponían. IV. POR
E L L A AGITO E L
REMO.
Reunidos estaban en la plaza de San Marcos, la Riva degli Schiavoni y otros notables puntos de la ciudad, los gondoleros Castellani y los Nicolotti. Servían de calificación estas denominaciones á los dos partidos locales en qué desde los tiempos de la fundación de Venecia, se dividían los habitantes de la misma.. Habitaban los primeros toda la parte situada hacia la isla de Castello en el oriente de la ciudad, demarcación que-se extiende desde el Rialto por San Marcos hasta los arsenales, comprendiendo en su recinto porsupuesto el palacio del Dux y los de muchos patricios; al paso que los Nicolotti ocupaban toda la parte del Rialto hacia la iglesia de San Nicolás (Nicolo), barrios democráticos, no por-
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que en ellos dejasen de habitar muchos individuos del libro de oro, sino que se consideraban tales por los contrarios á causa de tener estos en su comarca al príncipe del Estado. A su vez llamaban los Nicolotti á los Castellani aristócratas, indemnizándose en los dias de reuniones y fiestas con el diluvio de sátiras y epigramas en qué no ha dejado de ser fecundo el pueblo veneciano. La regata que se disponía y proyectaba tenía algo del in prompíu; semejante premura no permitía que los lidiadores se sometiesen á la clase de vida circunspecta con que para estos casos solían prepararse por algunos dias con el fin de acrecentar su vigor y agilidad, y esto daba mayor incertidumbre al éxito que anhelaban una y otra parte. Semejantes partidos, que nada tenían de políticos, absorbían todo el calor de aquellas naturalezas ardientes y apasionadas. Los triunfos y las derrotas sucesivas eran como habían sido hasta allí, otros tantos motivos de estímulo; cada partido tenía páginas que con tinuar ó que enmendar, y por consiguiente era de suponerse la agitación que debía reinar en los canales y los barrios. Los patricios tomaban también parte'-en la lucha moralmente, inclinándose hacia sus respectivos clientes y protegidos. Ellos elegían los lidiadores,-regalábanlos y estimulábanlos en los dias de preparación para la regata, cuyos premios disputados con indecible ardor por los remeros, eran otros tantos incentivos á su vanidad de patronos. Paolo era de los Nicolotti. La circunstancia de haberse criado entre los barqueros de la isla de Chioggia, punto á que fué á parar Anzola cuando la lanzaron de la casa del patricio á poco de haber nacido aquel, había influido de una manera notable en que el gondolero alcanzara la gran habilidad en el remo que, apesar de sus pocos años le distinguía entre los mas'' afamados de la laguna. Los de Chioggia sobresalían en este ejercicio. Envanecíase el partido Nicolotti con los triunfos que había adquirido en otras regatas, preciándose de remover en el horno de sus casas líipoktita, especie de torta 'de maiz, principal alimento del pueblo, con las astas de
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tantas banderas ganadas en las anteriores justas. Llegado Paolo á la Riva, reveló á sus camaradas del tragheto su intención de tomar parte en la regata. Esto causó tal gozo y animación en sus parciales que poco faltó para que su engreimiento del seguro triunfo los llevase á las manos con los no menos orgullosos Castellani. Voces, altercados, invectivas, denuestos y amenazas surgieron de aquella muchedumbre, y fué necesario que el cañón de los fuertes resonase saludando á las galeras que se acercaban al puerto del Lido, patti que ante el espectáculo triunfal de la patria, terminasen ó se aplazasen las rencillas de los bandos. Todo cedía ante el general contento. Como hasta veinte galeras guarnecidas por hábiles remeros formaban la vanguardia de la flota. Su artillería contestaba briosa al fuego festivo de la metrópoli. Se asegura que los venecianos fueron los primeros de Europa que usaron en sus guerras marítimas esta clase de armas. El pabellón de San Marcos tremolaba en las popas, testigo de los sangrientos esfuerzos de aquellos campeones de la mar. No muy de lejos era seguida aquella vanguardia por el resto de la armada. La galera capitana alzaba el estandarte Morosini, aunque un poco menos elevado que el nacional, como reclamando también para aquella familia una parte, aunque no la primera, que pertenecía á la república, en la gloria de aquel dia. Las ventanas y balcones de la Riva, de la Giudecca y del "Canale Maggiore'' llenos de vistosos damascos y otras telas del Oriente, fruto del comercio y de las victorias, servían de realce á tanto lujoso patricio y á tanta dama hermosa como presenciaban el espectáculo. Las barquetas y góndolas vagaban en diversas direcciones; los navios del comercio se ostentaban empavesados con las banderas del universo; los muelles y los puentes se agoviaban con el pesa de un inmenso gentío que iba, que venía, que se apretaba y que exclamaba ó lloraba de alegría. Salutaciones, vítores, pañuelos agitados, gritos, bravos, palmadas, gozos, detonaciones de artillería, repiques de San Marcos y otros cien campanarios; todo se
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confundía en ruido, en algazara, en tumulto dp placer y de entusiasmo, á la brillante luz de un sol ardiente y que parecía tomar parte en el contento de la tierra que con tan hermosa serenidad estaba alumbrando. Parte de la escuadra surgió frente al palacio ducal, al paso que el resto seguía á situarse en el canal de la Giudecca. Al dar fondo no lejos de la piazzetta la galera almirante, la multitud alborozada saludó con estrepitosos bravos á Honorio Morosini, y con mil exclamaciones de bienvenida á los heroicos triunfadores. Honorio entonces saltó en su esquife, y á la voz magnética de "¡Viva San Marcos!" agitó el estandarte del león alado que acababa de tomar con su propia mano de la popa del esquife, saludando en seguida al Dux que presenciaba el espectáculo desde sus balcones, y que al ver que él almirante se dirigía á palacio, se encaminaba á recibirle seguido de su corte, hacia la escalera de los "Gigantes.'' Aparentaba Honorcio Morosini frisar con los ocho lustros. Gallarda y apuesta su persona, realzábase esta por su inteligente, varonil y simpática fisonomía. Vestía el traje de almirante de la república, ó séase almilla, corbata y brial de brocado, permitiendo percibir los extremos del calzón que, de lo mismo, ajustábase á la rodilla. Partían de esta las calzas de elegante seda, que terminaban en la zapatilla de corte morisco y de negro terciopelo. Lujoso manto que ostentaba en sus forros las divisas de la familia, así como en el exterior los colores favoritos de la misma caía por sus espaldas talarmente, enrollándose parte con garboso donaire en el brazo izquierdo. Lucía en los puños el primoroso vuelo de encajes. La negra melena coronada por un airoso birrete de terciopelo y oro, flotaba rizada sobre sus hombros, así como decoraba su costado izquierdo reposando en vaina de oro y con la preciosa cruz del puño matizada de pedrería, la guerrera espada; bien que todo este arreo se convertía en cota, casco y completa armadura de combate cuando la hora de esta era llegada. Al verle Paolo concibió la idea de pedirle su patrocinio para la regata de la tarde; pero en la imposibilidad de detenerle hubo de ponerse en espera pa-
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ra impetrar en momento oportuno el favor que pretendía. Saltó aquel en tierra y seguido de un grupo de oficiales de su escuadra y de otros patricios que le habían recibido en el muelle, y que previas las salutaciones oportunas, se agregaban á su comitiva; se dirigió al palacio del Dux por en medio de la muchedumbre que le abría paso y le victoreaba con entusiasmo. —Señor, bien por la república! exclamó Morosini al divisar desde el patio la escalera de los Gigantes, en cuyo alto le esperaba el Dux rodeado de algunos consejeros y varios senadores. —Bien por Morosini y sus valientes compañeros! respondía paternalmente el anciano príncipe, cuyo corazón había participado desde su palacio de todas las emociones de aquella lucha tan interesante á su patria, á su solio y á su nombre. —Venid, continuó, viendo que Honorio, haciendo el ligero ademan de doblar la rodilla, besaba el extremo de su manto ducal. Venid a la sala del Consejo, que ya espera impaciente la relación, de la jornada; y contad, caro almirante, añadió abrazándole, que los nobles consejeros piensan desde luego lo mismo que yo: que si el primer lauro corresponde á las armas de la república, el inmediato pertenece á Morosini. —Gracias, señor, dijo Honorio regocijado. —Gracias á Dios y á San Marcos, dijo el Dux. —¡Viva San Marcos! exclamó la multitud. V. . LLEGUÉ,
VÍ,
PERO
También la florista se hallaba en medio del concurso que presenciaba la llegada de las galeras y que recibía con entusiasmo al almirante Honorio. Sentía la mayor emoción al ver al ciudadano que ciñendo la espada del guerrero y la toga del patricio, traía en las sienes coronas para su patria; pero lo que verdaderamente hacía palpitar de envidia su corazón era la sensación del
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aplauso, eran las aclamaciones que sobre él caían á manera de lluvia deliciosa. Tal vez si aquella victoria hubiese pasado sin percibirse y aquellos lauros hubiesen sido celebrados por el pueblo con tibieza, su entusiasmo no hubiera despertado. Era la exterioridad, la vanidad de la gloria lo que tenía mérito á sus ojos; ninguno el bien ni la grandeza moral que aquellos aplausos y laureles pudiesen representar. Quería conocer al hombre que así sabía hacer resonar su nombre y á quien un pueblo entero salía al encuentro proclamándole con la frente descubierta y el júbilo y pasmo en los semblantes, su bravo defensor. Viole, en efecto, y la sed de la ambición tomó en ella todo su diabólico carácter. Ser la esposa de aquel hombre, ser amada, acatada por él; pero ella era una simple hija del pueblo, pobre y desvalida, y cuya hermosura solo podía servir un instante de agradable pasatiempo á todo el que, como Honorio, era.noble, rico, considerado por los demás hombres, y amado, adorado tal vez por las mugeres. Maldijo entonces en un momento de desesperado frenesí, su cuna, su pobreza y hasta aquella hermosura que era impotente para satisfacer su vanidad y sus pasiones. Lágrimas de dolor y de ira contra sí misma y contra el sino funesto de su pobreza asomaron á sus ojos; lágrimas de misericordia que purgaban un tanto de lava ardiente aquel Vesubio que 'se inflamaba en su corazón. Ella pudo decir entonces en el fondo de su alma, aunque con distintas palabras y por distintos motivos respecto de Honorio Morosini, lo que Camila respecto de Roma y de su hermano Horacio. "Venise que je hais parce qu'elle tTionore." En medio de estas oleadas de ira que alteraban la paz de su mente, tropezaron sus ojos con los de un patricio de rostro atezado y no exento de belleza, aunque su palidez tiraba á lo cárdeno, y de complexión d é b ü y al parecer enfermiza, quien la contemplaba con interés y admiración. Ya por ahogar de una'vez su malestar formando de repente una resoluccion de olvido, ya porque llevase secretos fines muy de acuerdo con el carácter que acababa
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de revelarse en ella, la joven se fué hacia el patricio y ofrecióle el mas bonito de los ramos que llevaba en su canastillo. Quedóse aquel mirándola como hechizado. Esta estupefacción hizo que atendiendo mas al rostro y figura de la joven que á la mano que le daba el ramillete, lo dejase caer; y bajándose entonces aquella á recojerlo dio lugar al admirado patricio para salir de su embeleso cobrando de una vez su aspecto de libertino y emprendedor. Brillaron sus labios con una sonrisa de agasajo, y en una de sus manos una pieza de oro, al paso que con la otra y al tomar la flor, tomaba, apretaba y acariciaba la diestra de la joven que sonrosada y bella como nunca, y no desdeñando al parecer aquel modo ele expresarse, hizo fulgurar en los ojos de su admirador la llama del triunfo y de la esperanza. —Hermosa, la dijo en el gracioso dialecto veneciano, ¿cuál de estas flores pudiera ser tan bella como tú? —¿Cuál? La de mi corazón, respondió la joven con suma gracia. (Ya se ha dicho que la muchacha era naturalmente discreta). —Donosa manera de contestar, exclamó el patricio; pero tu corazón como flor tan bella, habrá sido sin duda codiciada por mas de un jardinero. —Es una pobrecilla flor, replicó ella, que solo tiene aroma para mí que soy su única poseedora. — Y si por acaso hubiese cruien deseara yo por ejemplo, dijo, el emprendedor, que su aroma llegase á su alma; tú entonces, graciosa muchacha, añadió bajando la voz y acariciando la mano de la joven y el ramillete á un mismo tiempo: tú entonces no te negarías á una complacencia tan dulce para mí; ¿no es verdad? Ella callaba haciéndose la ruborizada, y, fingida ó verdadera aquella candidez, la grana del pudor se derramaba en sus mejillas. —¿Tu nombre? continuó el patricio. —Sirena, respondió la doncella con una voz que hacía recordar la prodigiosa que atribuyó á estos imaginarios seres la fantasía de los poetas. —¡Sirena! exclamó el interpelante con admiración;
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nombre singular en muger, y significativo sobre todo en tí, porque pareces la mas seductora de todas las sirenas. Pero vamos, dijo cambiando de tono, el dia está hermoso; vaga un aura de felicidad que convida á gozarla. Quiero otras flores como estas, ¿en dónde las cultivas? Vamos á tu casa. ¿Eres sola? ¿tienes padres? Vamos, guíame, que nada prefiero á prolongar los momentos que pueda pasar en tu compañía. —Apenas me conocéis, dijo Sirena bajando la vista con cierta coquetería en tanto que jugueteaba con los ramilletes del canastillo que colgaba de- su siniestro brazo: apenas me conocéis y ya os placen tanto mi trato y mi conversación? Ignorarse podría si tan turbada candidez era ó no puro fingimiento; pero los sucesos posteriores probarán sin duda que la doncella discurría en aquel momento con mas serenidad de la que mostraba. —¿Qué importa? añadió: guíame, guíame. —¿Al Lido? expresó la joven con sorpresa. —Sí, al Lido; presto, una góndola. —Señor, á vuestras órdenes, dijo un gondolero presentando la suya. El patricio aceptó la oferta, hizo entrar á la joven bajo elfelse, y sentóse á su lado. El remo del gondolero apoyado en la fórcola impulsó la embarcación que se alejó de los muelles. Cosme G'randenigo era un opulento patricio conocido por su afición á los placeres. Sus negros y lánguidos ojos se animaban de vez en cuando por una chispa de sensualidad, dando cierta vida á sus facciones que, aunque atezadas, eran regulares y hasta hermosas. La huella de los placeres y los vicios, arado estéril que deja indelebles surcos, se veía en su rostro y en su complexión ya estenuada y solo sostenida por la fiebre del temperamento nervioso locamente desquiciado en él. El insomnio le habia dejado su marchitez y sus arrugas; Baco, la reacción de sus escitaciones; Venus, su languidez y trémulos traheres. Su rostro en qué no brillaba el sol de la vida ya, ni tampoco aparecía¡del todo la noche del sepulcro, como si fuese el crepúsculo de una tarde sombría y 31
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triste, tenía por única luz dos ojos, verdaderas luces de orgía que alumbraban solo despojos del placer. Tal era el hombre que acompañaba á la florista. VI. CON PUES
ELLA
EL
REINA
MAR SOBRE
NO
TEMO,
MI.
Como las cuatro de la tarde serían cuando se disponía, á comenzar la regata de una manera espléndida. El sol se dirigía hacia el occidente saludado por la algazara de un pueblo siempre entusiasta y dispuesto á la alegría. La brisa del mar templaba los rayos moribundos de aquel astro, y al agitar sus alas, llevaba a gran distancia los murmullos del placer. Debía verificarse la mencionada regata, como era de uso, en el Gran Canal, tomando los lidiadores por punto de partida la "Piazzeta," siguiendo todo lo largo hasta el Canareggio, y allí girando al rededor de un gran poste situado ad hoc, volver por el mismo Canute Maggiore hasta el palacio Foscari, en donde se distribuían los premios. Ya se ha dicho que Paolo estaba dispuesto á tomar parte en la fiesta. Llegada la hora atavióse con su mejor bombacho aceituní, con sus calzas y camisa blancas ceñida esta á la cintura por una elegante faja azul (divisa Nicolotti), cuyas graciosas caídas sobre su cadera y muslo izquierdo, aumentaban la sencilla elegancia del traje. Quedaba este redondeado, si así puede decirse, con una corbata de grandes lazos del mismo color azul, y con el gorro veneciano, es decir, casi griego, de color rojo, á que prestaba realce el borlón también azul que caía sobre la izquierda. El color rojo de la corbata, taja y borla, eran los distintivo del opuesto bando Castellani. , Recibió Paolo los abrazos y bendiciones/ de Anzola, y saltando en su ligera góndola y empuñando el poderoso remo hendió las aguas en dirección al palacio Morosini, en donde el almirante Honorio que había consentido desde por la mañana en ser su patrono durante aquella justa, saliendo á recibirle á la esca-
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linata en compañía de sus amigos y familiares, le colgó al cuello las mas primorosas reliquias de San Nicolás y de San Marcos. Después tornó á atravesar el gondolero por en medio de todas aquellas embarcaciones y fuese á tomar su puesto junto á la cuerda que retenía hasta la señal de partida, á los demás remeros lidiadores. Hermoso y brillante era el aspecto que presentaba el Canal Maggiore en aquella tarde. Lo benigno de la hora y la mayor frescura del ambiente contribuían á que pudiera disfrutarse mas agradablemente del espectáculo que se preparaba. Prometía este ser mas vistoso y variado que el que había tenido lugar por la mañana cuando la entrada de las galeras. No era solo el regocijo patrio lo que reinaba en los semblantes, pintábase en ellos también el amor de la fiesta. Toda la ciudad iba á verse allí reunida; damas y galanes, patricios y pueblo, ricos y pobres, viejos y niños. Era toda Venecia que se mostraba: aquello iba á ser la ciudad enloquecida, olvidando en un dia de triunfo y de fiesta lo grave y silencioso de los dias ordinarios; era el bullicioso carácter de las razas del mediodía, entregado á sus propios instintos é inclinaciones; era, en una palabra, el olvido de la recelosa política de sus gobernantes, que no' dejaría por cierto de encontrarse allí tomando parte en las espansiones populares, fingiendo haberse convertido (para los incautos) en deidad casquivana y juguetona. Las damasquinas colgaduras de la mañana continuaban adornando los balcones; pero podía decirse que lucían mas sus vivos y variados colores á causa de la hora: las bellas sonreían á los galanes que pasaban bajo, sus balcones en sus elegantes, vistosas y descubiertas góndolas adornadas con primor y suma riqueza, ó en sus barqudas mas caprichosas todavía, saludándolas y festejándolas. Lloraban de gozo los ancianos, ora por ser una victoria de su querida patria lo que se celebraba aquel dia, ora porque la fiesta, hija de la tradición remota, les recordaba su pasada juventud; los niños gritaban de contento. Los marineros subidos en los mástiles y antenas de los buques allí surtos, se confundían con
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las mil banderolas de todos los países con que aquellos estaban empavesados. > Creo que el lector no habrá pasado por su vista novela, relación de viaje, cuento ni romance sobre Venecia en que no haya tenido que habérselas con la plaza, de San Marcos, lugar famoso, imprescindible en toda narración de aquella ciudad, apegado á ella como la rama al tronco, como la cabeza al cuerpo. Hablar de Venecia sin nombrar aquel hermoso cuadrilongo, bello por los edificios que lo forman, notable por su concurrencia de gentes, importante por su posición céntrica oficial, y que no lo es menos por lo que ha figurado en la historia de dicho pueblo; sería no hablar del rostro al intentar describir el corazón de una persona, sería no hablar de los ojos al pintar la belleza dé una muger. En efecto; ¿qué acontecimiento habrá ocurrido durante la vida de la república de que no haya sido testigo aquella plaza que hoy, salvo escepciones, parece haber trocado, "Voces alegres en silencio mudo?'' Alzanse en ella aun hoy á guisa de elevados mástiles sobre curiosos basamentos de bronce los tres pilares ó columnas emblemas de conquista, cuyos topes tremolaban antes los dias festivos los estandartes de la república, aludiendo á su poder en Chipre, en Candía y en la Morea.—Decórala igualmente con sus primores, presídela solemne la hermosa basílica de su santo no menos famoso, y desde lo alto del antiguo campanario, torreón aislado, percíbense las lagunas con los grandes grupos de edificios que constituyen la ciudad, flotante al parecer sobre los pantanos y cuyas torres erguidas y elegantes cúpulas son el mas arrogante monumento que pudo levantar á la industria huiriana un puñado de pescadores y fugitivos. Desde lo alto de este campanario divísanse los Alpes, cuyas cimas jigantescas son burla á la * distancia y pueden percibirse también los cinco puertos de la laguna, las pintorescas islas ó terruños que los forman y tras ellos el Adriático. Pero aun existe en la metrópoli véneta otro lugar
245 mas hermoso, mas decorado si cabe, mas característico: la Piazzetta. Ligada esta á la gran plaza de San Marcos, parece cuasi una continuación de la misma, participa de su animado movimiento, y en ciertos dias y en ciertas fiestas usurpa á aquella su bullicio y su concurso. En efecto, la Piazzetta es á mi ver el mas elocuente paraje de la metrópoli; plaza y muelle á un tiempo, fórmanla: el Cayiale Maggiore, que es la gran arteria acuática, el bulevar, el broadivay de esta ciudad de las aguas; el palacio del Dux con su mixta arquitectura cuasi árabe que la flanquea por la derecha, contemplada dicha Piazzetta desde el citado Canal, y el hermoso edificio antes biblioteca de la república, en nuestros tiempos palacio real, que la flanquea por la izquierda. Lo pasado cara á cara con lo presente; el dogado antiguo frente á la monarquía moderna; el panteón de una soberanía en espectro, frente al alcázar de una soberanía imperante; el cadáver del león frente al águila negra que lo espía, que vela su sueño de tumba, y que con la garra dispuesta observa cuidadosa aquel letargo, pronta á cebarse en el primer movimiento, en el primer soplo que anunciase una resurrección. La Piazzetta es pues la síntesis municipal, artística y política de Venecia; todo su pasado, todo su presente se muestran allí con lujo de arte y grandeza de recuerdos, escritos, esculpidos, petrificados en aquellos edificios, en aquel paraje. Conságranla ademas, la columna de San Teodoro, patrono originario de las antiguas tribus pescadoras, y la del león alado que les dio después la historia; ambos son como á manera de guardianes de aquel pueblo, el uno representante de la ciudad municipal, el otro de la ciudad conquistadora. Toda la vida de la antigua Venecia pasaba en aquel lugar, teatro, escena de invariable unidad en que la risa de Talía dejaba el puesto al puñal y coturno de Melpómene y v i c e versa. En aquel sitio la fiesta sucedía al verdugo y el verdugo á la fiesta. Ora ocultaba la mascarilla el amartelado rostro de dos amantes; ora el de dos misteriosos con-
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sejeros que mentían ó que tramaban; á la intriga de amor seguía la intriga de odio ó quizás, nada uniforme en la acción aquel misterioso y continuo drama, distraía la atención de los espectadores con la. representación simultánea de variados y sueltos episodios, ¡ah! pero el único espectador posible en este drama de los corazones y rostros encubiertos, era el que todo lo vé y todo debe juzgarlo: el cielo. En la basílica estaba el cuerpo de San Marcos, arca santa de aquel Israel; mas acá el palacio, es decir, el Dux. los' Diez, los Tres, el Senado, el gran consejo; allá los procuradores de San Marcos en vecino edificio; es decir, junto al patrono; legisladores, jueces, gobierno. En aquel palacio se hacían las leyes y se aplicaban. Entre las dos columnas rojas de sus arcadas exteriores hacíanse los pregones, leíanse las sentencias, que los Tres, los Diez, ó el Senado no intentaban ejecutar de oculto; y luego en la misma piazzetta, entre las columnas de los dos patronos, ponía enjuego el verdugo sus sangriento oficio. Por último, para que todo estuviese pronto en los negocios del estado, un poco mas allá, á espaldas del palacio, hallábanse las prisiones de la república en cadenadas á la mansión del Dux y salas judiciales por un puente secreto y misterioso que el vulgo llamó después y todo el mundo conoce hoy con el triste nombre de los suspiros. El juez uncido al reo; el verdugo á la víctima. Supóngase también cuál sería el movimiento y conculco de estos parages, en los dias de recepción de embajadores, de consejo, de audiencia, de acción de gracias; supóngase cual lo sería aquella tarde en que el Gran Canal, su vecino inmediato, hacía un papel tan importante. Realzadas estaban por consiguiente con preciosas colgaduras y adornos las elegantes ojivas, y suntuosos capiteles de la mansión deí Dux, recordando en su breve módulo, en sus moriscos arquitraves y en el colorido de sus jaspeados, la Alhambra granadina; así como también realzaban aquellos adornos las bellas proporciones del edificio Biblioteca, cuyos estantes como tal, se enriquecieron con las donaciones de Petrarca, y
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que por su hermoso exterior hizo decir á Pedro Aretino: "qu il etait au dessus de l'envie." Seguía desde la Biblioteca dando vista á los canales con su fachada mixta de rústico, dórico y jónico, la magnífica casa de moneda, cuya antigüedad fijan en la época de Juan Dándolo (1284) los primeros ducados de oro ó zequíes venecianos que se conocen. En los muelles, el embarque y desembarque, el tropel vistoso y variado de los curiosos prometían nuevo realce al eapectáculo. Al ver la multitud de embarcaciones que se cruzaban y había en el trugheto, hubiera podido decirse con el insigne lírico: "Debajo de las velas desparece la mar;" pero al ver en la piazzeüa, la riva y los muelles el gentío inmenso, el hormigueo humano, aquel enjambre apretado y tumultoso, aquel sembrado de cabezas en que había muchos que permanecían suspensos y en actitud de volar, ó suspirando por hallar la tierra con las puntas de los pies, temerosos de convertirse en otros tantos Quevedos suspendidos; podría decirse perifraseando el dicho del poeta: "Debajo de las testas desparece la tierra." Y ¡qué testas y qué semblantes! En uno se pintaba la ansiedad de ver, en otro se mostraban los síntomas del asfixiado. Y ¡qué actitudes! Este regañaba, aquel juraba. El uno se dejaba empinar, el otro se dejaba impulsar. Allí una pobre muger con rostro avinagrado daba de manotadas y arañazos á un majadero que la había atropellado ó que la había hecho blanco de algún requiebro demasiado expresivo: aquí se tornaba otro amenazante contra el que acababa de mostrarle las estrellas con un formidable pisotón, mas acá un forzudo tunante se complacía en mecerse para ver ondular aquel océano de la multitud; mas allá otro de la misma calaña, al percibir no lejos de sí á alguna mozuela de buen aspecto, metía los codos haciendo esquina contra el pecho de los prójimos ó contra alguna gordota y elástica panza que se le oponía, para acercarse á aquella y poder realizar entonces los dulces empellones por activa y por pasiva de que habla el chistoso Bretón.
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Acullá una vieja rabiaba y apostrofaba á la multitud masculina del dia, que era menos considerada que la de su tiempo, sin duda porque entonces nadie (si era ella de buen palmito) hubiese pensado en empujarla tan bruscamente. En fin, todos se ahogaban, sudaban como en Julio, y sin embargo ninguno, ni aun la vieja maldiciente, abandonaba el campo. La curiosidad triunfa siempre de los apretones. Era cosa magnífica por cierto estar allí prensado, pisado, estrujado, semi-ahogado; y sin embargo todos creían estarse divirtiendo aunque maldijesen y aunque rabiasen. Si siquiera hubiera uno podido disponer de algún balcón en donde ver con alguna comodidad y desahogo! pero esto era para los patricios; el popólo como en todas partes, si quería ver ú oir era menester que se dejase estrujar como la uva, ó entrase en prensa como un periódico. Añádanse por vía de amenidad á estas escenas las voces de apuesta de los Nicolotti y de los Castellani; los dichos y baladronadas de los grupos, las exclamaciones de la multitud, las voces dadas por los barqueros para evitar los choques de tantas embarcaciones que, ora mas lentas, ora mas ligeras, se deslizaban por todas partes. Contendientes y espectadores vagaban, aguardaban, clamoreaban. Susurros de fiestas mas armoniosos que el de los vientos en la enramada de las selvas; gratos para aquella multitud de extranjeros de Oriente y Occidente, que con trajes del patrio uso y distinguidos entre las turbas, admiraban con semblante de gozo y extrañeza tanta brillantez, animación y alegría. Presentábanse á la vista, ya una góndola de todo lujo conduciendo .ricos hombres vestidos deséela y de brocados, ya otra, portadora de curiosos de todo linaje, ora un baballotine impulsado por sus cuatro remos; hora los malghcrottes ufanos con sus seis y ocho remeros, cuyo grandor no escluía la ligereza: aquellos últimos, largos, agudos y mas ágiles que una serpiente que se escapa sobre las yerbas. Veíanse también Jcaikes turcos con gentes ataviadas á esta usanza; aunque esta era mas bien una mascarada para remedar por mofa á los enemigos de la república y de la fé cristiana; figuraban asimismo algu-
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249 ñas navecillas griegas, y por donde quiera mostrábanse los biswms, desde cuyas proras algunos elegantes mancebos del patriciado, ordenaban las filas náuticas, lanzando á los que las alteraban doradas flechas. Máscaras, tropel, murmullos; todo venía á formar un conjunto coronado por la armonía, puesto que todos estaban acordes en un fin, el de la fiesta. Entre las damas que presenciaban el espectáculo había una que por la parte que va á tomar en esta historia merece la atención. Amigo Jacobo, un poquillo de paciencia: sé que siempre has amado á las bellas. Estaba la que acabo de citar, en el palacio Fóscari, propiedad de su familia, lugar destinado para término de la lucha y situación del jurado competente; preferencia que se había dado á aquel palacio en tal ocasión, no tanto por ser un buen punto para el objeto, cuanto porque llamado el almirante Honorio á la designación, eligió este lugar impulsado por las personales simpatías que mas tarde se darán á conocer en estas páginas. Tenía la dama quince años de edad. Sus ojos azules parecían dos auroras; la nariz era en ella una perfección. Su color era blanco como el de la seda levantina; sus dientes eran otras tantas gracias para aquella sonrisa que en lo puro y delicioso parecía cosa del cielo. Su busto y su talle correspondían á su belleza, pudieudo decirse que eran como los de Sirena la florista, y tal es su mayor elogio: sus manos provocaban al agasajo pudoroso. Su trage, seda y oro y elegancia, no había menester aquestas galas para hermosear un cuerpo ya de suyo hermoso y casto como la estatua de Diana. Al ver aquel tipo de ojos azules y cabellos blondos, rara belleza en el mediodía, de Europa, podría decirse ¡oh Jacobo! lo que recordarás que en otro tiempo escribía yo respecto de cierta dama: "Del cielo cual pedazos tus ojos azulados y serenos de amores son regazos, pues de amor y de halagos están llenos. Blanca es tu tez como vellón nevado del algodón preciado;
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y en las rubias madejas tu cabello presta encanto á tu espalda y á tu cuello: risueña toca de oro de tu gracia y beldad rico tesoro. Porque eres, oh mi hermosa, estrella peregrina de las regiones en que habita el hielo, que huyendo de la pálida neblina has venido al azul tórrido cielo." Llamábase Perla la joven veneciana de que venía tratando; y era en efecto la perla mas preciosa de las que visten concha en las entrañas de los mares. Sus ojos se llenaron de alegría sonriendo aun caballero, que dejando su barqueta primorosa, acercábase á ella en los balcones del palacio Fóscari. —Adiós, Honorio, murmuró con gozo mal disimulado. —Perla de las perlas, exclamó este besando con galantería la mano de la joven. Los concurrentes, entre ellos el abuelo de Perla, anciano respetable y que le servía de padre, cruzaron parabienes con Honorio, en cuyo semblante se mostraba aquel regocijo puro de la gloria satisfecha que dando luces de grato prisma á las pupilas, hace que todo sea hermoso en torno de un corazón que abunda en el contento y que idolatra la risueña vida. Cuan feliz era entonces Honorio. Amado y aclamado por miles de corazones, teniendo á la envidia sofocada al pié, á lo menos en aquel dia de ambiente puro, de aclamaciones y de gloria; en aquel dia en que para colmo de venturas veíase amado con el primero, delicado y purísimo amor de una hermosa como Perla. La tierra se confundiría algunas veces con el cielo si esa palpitación, si esos destellos de bienadanza celestial que bajan al corazón del hombre para convertir su sangre en ríos de ventura, fuesen ¡ay! un poco mas duraderos. Honorio, á pesar de algfunas faltas, originadas mas por su educación que por el fondo de su carácter, tenía mucho de noble y generoso y era merecedor de aquella fe-
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licidad, Bien la mostraban sus ojos, su semblante y sus palabras. Reflejo precioso de aquella dicha era el rostro de Perla, cuyo seno palpitaba con aquella ventura, con aquella gloria y con aquel amor. Amor primero de la vida, maravilla desconocida, primera flor de una planta lozana y juvenil. —Estáis mas hermosa que la fiesta, amada mia, y estas horas tan felices para mí, este dia en que calla la tristeza y reina el gozo se parecen en su diáfano ambiente, en su sol suave y. en algo que embriaga y deleita el corazón, á aquel otro dia en que me jurasteis amor eterno. —Único dia á que puede compararse, exclamó con rubor y convicción la doncella. —Profanación sería la duda, repitió Honorio, acerca de nuestro mutuo afecto y correspondencia, y por mi parte juro que si muchas veces en la vida he pronunciado la palabra "té amo," jamas la he dicho con tanta sinceridad, ni con tanto merecimiento dé la persona amada: pero he menester oir continuamente lo que causa mi mayor delicia. ¿Me amas, Perla? ¿Me amarás siempre? Iba á responder la joven con la palabra lo que ya anticipaba su semblante; el labio iba á moverse, cuando el estampido de una pieza de artillería dio la señal de comienzo á la regata, y rota la cuerda que servía de valla á los gondoleros, aquellas navecillas rivales de las peces se deslizaron sobre las aguas. —¡Bravi Castellani! ¡Bravi Nicolotti! gritaban los espectadores á medida que cada remero de uno de ambos partidos se adelantaba respectivamente á sus contrarios. Muy pronto la línea recta convirtióse en ángulos que fueron haciéndose inmediatamente mas agudos hasta formar la completa dispersión de los grupos y los puntos; ni mas ni menos que una bandada de palomas que puso en fuga el tiro del cazador. —¡Bravo, Tomasso! gritaban los Castellani al pasar este robusto y ágil remador por junto á ellos; era el mas famoso campeón de su partido. —¡Bravo Paolo! respondieron á su vez los Nicolotti al ver que este con dos golpes de remo había dejado atrás á sus contrarios.
Eran M\jik Imfearci&cióííésfen - S ü t o a m é n l M é l g a á t á y ligeras qtié él pié del gondolero puesto íu'érá del sitio oportuno era bastante a d'efondarlas. Paolo no llevaba á la regata su góndola de diario; ésta permanecía amarrada á su poste correspondiente, t a que usaba aquella tarde era de lo mas ligero y elegante, como regalo expreso de su patrono él almirante Honorio! Al concederle éste por la mañana la merced de adoptarle por cliente, habíale hecho aquélla donación que dé seguro contribuiría á darle alguna ventaja. Algunas dé las góndolas lidiadoras quedaban ya rezagadas; otras sin embargo corrían, volaban. Paolo pensaba en Sirena, k quién eli Vano había buscado por todas partes. Esto contribuía á que perdiese de vez en cuando un espacio que después podía recobrar de sus duchos adversarios, gracias á su agilidad y conocida naáíla. Pasó y Tépásó el posté dé término. Los aplausos y músicas ensordecían. La victoria estaba harto indecisa aun. Iba poco á poco aumentándose el número de los rezagados. Los mas diestros ó potentes continuaban sin dar en lo general muestras de querer ceder él campo. ' Tomasso tomaba á Paolo un palmo de delantera; esto érá ya bástante y P&dlo, aunque con sumo trabajo, le igualaba y aun tornaba á aventajarle. Nueva porción de contendientes perdía la esperanza abandonando la liza. Entraron dé nuevo Paolo y Tomasso CÍISÍ en la misma línea por el Grran Canal. La multitud suspensa guardó silencio, silenció espontáneo qué cesó al punto á causa de haber vuelto los espectadores á azuzar á los gondoleros respectivos qué- parecían una jauría de vigorosos y ágiles lebreles. Con todo, la lucha había sido demasiado tenaz para que no desmayase él mayor número: así es que solo persistían una media docena de esquifes de que llevaban la delantera Paolo y Tomasso bogando casi á la par. Al divisarse ya del palacio Fóscari, Honorio exclamó agitando su lujoso capacete: —Bien por mi chiozotte!
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—Bravo, bravo, repitieron los concurrentes. Tomasso invocaba al diablo y á la Madona y á San Mareos á un mismo tiempo, rabioso de ver que todas aquellas aclamaciones estaban justificadas por Paolo, que habia logrado ganarle una buena delantera. Era lucha del amor propio, no se diga nada si rabiaría el bueno de Tomasso. Pero no rabiaba menos su contrario Paolo, aunque por distinta causa. — N o la veo, exclamaba casi con angustia. Hubiera sido para él la gloria, el paraiso, el ver a Sirena presenciando su probable triunfo. Ya están cerca, las banderas roja, azul y amarilla aguardan junto al palacio Fóscari, como premios de la jornada, el asalto de los competidores. Solo algún acontecimiento inesperado podrá usurpar al gondolero Nicolotti la victoria que tiene casi ganada. Reina el cansancio. En Paolo hay mas que cansancio, hay angustia; siente helarse el sudor que corre por su frente; jadea de fatiga causada mas que por el esfuerzo por la agonía desesperante que oprime su corazón. Tomasso está también fatigoso, solo el pundonor le obliga á hacer esfuerzos convulsivos que á veces producen efecto. La tirada ha sido larga aun para ellos dos, que son al parecer los mejores remeros: casi todos los contendientes han quedado rezagados á respetable distancia; solo algunos pocos como muestras de las diferentes capacidades se hallan cerca de los dos primeros, pero postergados y con el desaliento de los vencidos. ¡Qué ovación de triunfo para el Nicolotti que aun á pesar de su fatiga podría sacar nuevos recursos nuevas fuerzas de ese estímulo poderoso que se llama amor y que parece ser la base de su existencia. Boga con bríos pero maquinalmente: su pensamiento está en otra parte: los murmullos de aprobación lejos de estimularle, le aturden La casualidad lleva rápidamente sus ojos á una góndola de espectadores que yace á su izquierda descubre á Sirena. Los ojos de esta debían naturalmente seguirle en su carrera y animar-
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le al triunfo: ¡vana ilusión! no le miraban, están fijos en otra parte. Miraban á Honorio Morosini con un anhelo tal que el gondolero rugió de amargura, y levantándose de pronto para ver mejor quedó momentáneamente detenido en sus impulsos; la sangre afluye hirviendo al corazorí del mancebo. Tomasso que habia yaaflojado en sus esfuerzos, como quien comienza á desesperar, trata de recobrar su entusiasmo y la ventaja que es consiguiente. Por desgracia de Paolo, la misma llama que debiera alentarle, contribuye á abatir sus ya casi postradas fuerzas; está celoso, angustiado y la que arde en su seno le desanima, le rinde. Gracias á uo esfuerzo heroico del Castellani, Tomasso, quien á veces siéntese desfallecer, se restablece la igualdad. Ambos bogan á la par; solo sombras á sus ojos son los espectadores y los edificios • Paolo va á quedarse atrás, se desalienta, está casi perdido. —Nicolotte! gritó Honorio con voz de trueno, Sirena, que le vio entonces casi perdido en la lucha, recordó (acaso por vanidad) que aquel era su apasionado, y exclamó: —¡Paolo! Su voz quería decir sorpresa, pesar, animación. El gondolero á pesar de su aturdimiento la oyó, pues el silencio era entonces solemne; comprendió perfectamente su sentido; siente renacer en su corazón la esperanza, una de esas fugitivas impresiones incalificables pero elocuentes para él alma. Aquella exclamación de la muger amada lleva el efecto de un galvanismo inesplicable. Siente el mancebo que el vigor de la voluntad repone el ánimo en su corazón y la energía en su cerebro, siente que sus nervios de acción comunican á sus músculos inaudita fuerza, el remo torna á ser en sus manos lo que había sido siempre, una leve astilla como peso, un apoyo, una potencia irresistible como palanca; dejábase el agua hendir como vencida, abriendo paso á la barquilla, arrollándose a n t e aquel empuje, murmurante y espumosa.
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Tomasso que no duerme, lucha con vigor extraordinario, digno de su buena fama; quema sus últimos cartuchos. Paolo, ya alentado, reconoce que es necesario un esfuerzo, una ventaja cualquiera; esta ventaja que de seguro hará desmayar al contrario, sostenida con menos necesidad de impulso, podrá decidir la victoria El Castellani sin duda reconoce lo propio, A^an á una; peiVPaolo lleva el hálito inspirador de una Sirena en su corazón, su canto ha resonado en sus oidos, .debe dejarse arrastrar, debe lanzarse en pos del escollo aunque en él ,se estrelle Un repentino y furibundo empuje lleva su góndola hasta el pié de las banderas, toma rápido y poderoso impulso en el remo que apoya en- la barquilla y dando un salto en que va el resto de sus fuerzas, con la destreza gimnástica que le es peculiar y conocida, cae junto al estandarte rojo, primer premio de la jornada. Tomasso llegó casi al mismo tiempo; pero era tarde. Los mencionados jueces, después de una ligera discucion motivada por la originalidad del caso, declararon que Paolo había ganado. Proclamóse esta decisión, y las aclamaciones de los Nicolotti sofocaron en los aires las quejas y murmullos de los Castellani. Paolo estaba ya en la gradería del palacio Fóscari recibiendo el primer premio: el segundo fué para Tomasso, quien lo aceptó con pena y'un tanto mollino y amostazado. VIL ¿CÓMO
HE
DE
SER
FELIZ
SÍ
TENGO
CELOS?
Ya se ha dicho que el hijo de Anzola recibía el primer premio de la regata en presencia de Honorio, Perla y la florista. Reducíase aquel á cierta suma de dinero suficiente á remediar por algún tiempo su pobreza, máxime cuando á ella se añadían los regalos que la famiiia Morosini le había hecho á fuer de su patrona en aquel dia. Había pues recibido dinero y plácemes; es decir, todo lo que podía esperar como envidiable en el trascurso de su vida un pobre gondolero. Juzgábase sin embargo in-
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feliz; pudiendó asegurarse que sus penas no emanaban de una imaginación descontentadiza antes bien había motivos, para que aquella copa en que todos veían la transparencia y grato color de un néctar delicioso, tuviese en su fondo algunas gotas de hiél que el infeliz mozo saboreaba al llevar á sus labios. La mirada tenaz, misteriosa, con que la florista se había fijado en Morosini aquella tarde, era un dardo de fuego que no podía arrancar de su corazón; aquella mirada dispensada de una manera singular á un hombre superior á él en ese orbe de apariencias que se llama sociedad, y que le revelaba para el porvenir una lucha en que de seguro le tocaría la menos lisonjera parte, aparecía á sus ojos como una visión horrible, como un panorama de espanto y de muerte. Comenzaba á sentir lo que acaso no podía comprender: que la muger es el mas hermoso de los diamantes; pero que aquella que mas brilla no suele ser la mas preciosa. Acogió pues el mancebo las felicitaciones que se le dirigían, con una tibieza que ninguna de ellas podía desvanecer, contestó los abrazos, dio las gracias por los vivas que se le prodigaban, y después de gran trabajo para desprenderse de sus acalorados camaradas, entregó la bandera de premio á^uno de los gondoleros Nicolotti mas entusiasta, para que entretuviese con aquella reliquia de triunfo á la multitud, y él con presteza y á merced de las sombras que ya comenzaban á cubrir con su manto aquel teatro de lucha y de placer, fuese con cautela hacia la florista, que le buscaba también y le salía al encuentro, dirigiéndose ambos á la morada de Anzola corno habían pactado. Iba el gondolero triste y silencioso. Sirena no le iba en zaga; empero á poco, vuelta esta última de su distracción y alcanzando la causa de la tristeza del mancebo. —Buen Paolo, comenzó á decirle, desagradecido sois con la fortuna. Ella os sonríe, y vos la rechazáis con duro ceño. —¡La fortuna! ¡la fortuna! respondió el mozo con tristeza, ¿en qué consiste? En una bandera y algún dinero; pero ni aquella es bastante á enjugar las lágrimas que
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se lloren, ni este, añadió sacudiendo con desden una preñada bolsa, puede eomprar una paz que huye del corazón. ¿Fortuna la llamáis? Es bien estéril; dijo y contuvo con dificultad una lágrima amarguísima que acudía á sus ojos. —Pobrecillo, exclamó la ramilletera. Vamos, sois muy niño; serenad vuestro semblante para que vuestra madre no tenga inquietud al veros, y decidme la causa do esas penas tan incomprensibles en estos momentos. — V o s , mas que nadie, sabréis si lo son, Sirena; vos no sentís nada en vuestro pecho respecto de mí, y yo siento en el mío un mundo entero de amargura; vos sois de hielo, y yo me abraso como si estuviese en la cima del monte de fuego que llaman Etna. Mira, tú eres muy hermosa, y yo te amo mas que si fueses mi hermana; te amo sí mas que á mi vida. Yo antes no sentía estas cosas; yo sentía solo afectos como el que tengo á mis camaradas, como el que tenía en mi niñez á los demás chicos cuando contentos y alegres retozábamos en las ovillas del trac/hetto; hoy no es de la misma manera, y conozco que el mundo se ha engrandecido á mis ojos, y quiero tantas cosas tantos imposibles pero imposibles que me parecen realizables cuando te veo. ¡Ah! mis labios han olvidado la risa, porque te amo y te quiero mucho, Sirena; sí, te adoro como á la Madona que no es mas bella que tú; pero que tampoco me hace suspirar como tú. Oye, Sirena, díme, ¿me aínas mucho, así como yo á tí? —Paolo, contestó ella con un reposo que contrastaba con el calor del gondolero; si mi cariño disipa los pesares de Paolo, ¿quién ha dicho que Sirena no quiere disiparlos? Regocijábase esta ante la idea de inspirar una, pasión; idea siempre halagüeña para una mugcr, y mucho mas para, ella toda vanidad c instintos imperiosos. — M e ama, expresó el mancebo, y sin embargo mira á otro hombre con unos ojos ¡Ah! si supieras todo lo que sentí esta tarde al ver que mirabas con tanta fijeza, con tanto interés al almirante! —Vuestros ojos os engañaron, amigo mió; respondió la joven con dulzura. ¿Qué pudiera haber de común en 33
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tve un señor de alto linaje y una humilde doncella como yo? Mis miradas eran puramente casuales, ó mas bien, quería saber qué marca imprimía en su rostro vuestra lucha; quería saber por su semblante si su corazón palpitaba tanto como el mío con el deseo de vuestro triunfo. —¡Oh! de veras? gritó Paolo fuera de sí: tal era su gozo. Evaporábase su pena como una gota de agua en presencia del sol. La doncella, como Neptuno, tenía el don de promover y aplacar en él las tempestades.— ¿Me amas mucho, Sirena? continuó aquel, mucho, ¿no es verdad? Y entonces, queriendo la joven eludir sin duda larespuesta, exclamó de pronto y dando nuevo giro á aquella plática. —También me llamaba la atención la dama que estaba junto al patricio Honorio. —Sí, dijo Paolo, obedeciendo á la intención de su interlocutora, es su prometida. —Su prometida es harto bella por cierto; dijo Sirena con una expresión cuya singularidad no comprendió el amartelado gondolero, quien replicó con amoroso entusiasmo: —Muy hermosa no tanto como Sirena. —Pero el almirante la amará...;., entrañablemente, añadió la florista con cierta especie de ira y aun de pena; eoh una expresión parecida á su precedente observación.—La amará entrañablemente, repitió. — L o ignoro, se aprestó á decir el gondolero; pero dejémosles amarse todo lo posible, y no tengamos por nuestra parte envidia de su cariño. Ya estamos á la puerta de casa: es menester comenzar á alegrarse. Tengo grande anhelo de oirte cantar, Sirena; hame dicho mi madre que tienes mucha fama de cantora, que lo haces como un ruiseñor. Vamos, señora mia, entrad; dentro de poco vendré á haceros compañía. Mi madre dispondrá la cena, y en tanto la daréis conversación. Vaya, hasta después, hasta muy presto. — N o tardéis, pronunció la metálica voz de la joven al llamar á la puerta de Anzola.
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El enamorado mancebo caminaba en alas del contento y la esperanza. De Sirena no podría decirse tal vez tanto. Abriéronle y entróse en casa del gondolero, en donde la madre de este que la aguardaba, la recibió gozosa. VIII. —Buenas noches, señora Anzola, expresó la ramilletera del Lido tendiendo sus manos á la madre de Paolo, quien la besó en la frente con ternura. —Buenas noches, amable Sirena, contestó la primera. Paolo añadió como interrogando. —Triunfante en la regata, objetó la doncella; acaba de acompañarme hasta esos umbrales, prometiendo volver muy pronto. . —Sentaos, amiguita raia, dijo Anzola indicándola un taburete que junto á una mesa de tosca madera se encontraba; sentaos allí y aguardad á, que termine de disponer la cena. —¿Queréis mi ayuda? preguntó la doncella prepai'ándose para tomar parte en la doméstica faena. —Acepto, si tal os place, respondió Anzola, con la promesa de que no me riñáis luego por haberos dado tarea estando de visita en mi casa; aunque haréis bien en mirarla como vuestra. —Manos á la obra, dijo la florista, y contad con que estoy en mi casa si se trata de ayudaros. Sabíais, continuó, que vuestro hijo había ganado el primer premio? ¿Por qué no asististeis ala regata? dijo, y comenzó >á aplicar sus graciosas manos á la tarea, abismando aquellos dedos blancos apesar del sol y destinados según parecía, por la naturaleza, á servir de puesto á los diamantes, en la enorme masa de maiz que blanda y dorada convidaba ya al labio con la sabrosa polenta, — S í , respondió Anzola, sabía que mi hijo había ganado el primer premio, porque no faltaron labios generosos que viniesen á traer á la gozosa madre los murmullos de grata aprobación. No quise asistir á la regata, porque ademas de que no acostumbro salir de casa sino
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los domingos muy de mañana, para oir misa en la vecina iglesia, consideré que nunca es apacible para el corazón la lucha en que un hijo expone inciertamente su amor propio ó su fortuna. Tenía por otra parte que disponer la casa y la mesa para recibiros así como á los amigos de mi hijo quienes me anunciaron que en caso de que este ganase, vendrían á cenar con él. —Cuan contenta debéis estar, replicó Sirena, de ver á Paolo rico y celebrado, porque me han dicho que son cuantiosos los regalos que le han hecho los Morosiui, principalmente el almirante. —¿De veras que el almirante ha sido bizarro con él? preguntó Anzola, con voz conmovida. ¡Dios mió! ¡Dios mió! murmuró con un acento que cierta extraña emoción logró hacer ininteligible. Sirena, cuánto os quiere mi buen Paolo, añadió procurando vencer su emoción: os ama como si os hubiese conocido desde hace mucho tiempo; yo por mi parte os trato ya con la confianza y él afecto de una madre. Decidme, ¿el almirante le trató con cordialidad? —Mucho, respondió la interrogada; y en sus facciones se expresaba el gozo que sentía porque su protegido habia alcanzado el primer premio. —Es cierto? interrumpió la afectuosa madre. Vanidad de protector. —Bravo, dicen que.exclamó apretándole las manos, como si ellas no fuesen las encallecidas de un hijo del pueblo.—Bravo: contigo y algunos otros corno tú, el remo veneciano no sufriría la rivalidad. Mancebo, si algún día te gustan mas los altos mares que las lagunas en donde naciste, acuérdate de que hay un almirante que ama á los bravos marineros. Existe alguna cosa en este mozo, dijo volviéndose hacia los que le escuchaban, que despierta la simpatía. Mirad, añadió dirigiéndose á la dama que estaba á su lado, (y aquí tembló un poco la voz de Sirena), mirad, ¡oh! Perla, su triunfo ha aguado mis ojos; acaso como soy tan feliz en este instante, veo con gozo la felicidad de los demás. — A h ! balbuceó Anzola dejando caer los menesteres 1
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que tenia en las manos, y apoyádose en un taburete para no caer ella también. —Cómo, señora, exclamó Sirena acudiendo á sostenerla, ¿qué tenéis? —Nada, nada, respondió la madre del mancebo: es una simple sofocación; la proximidad del fuego la emoción tan propia al saber que mi hijo es atendido y festejado qué se yo —Tomad, tomad, dijo la joven, llevándole un vaso con agua: esto os calmará. En fin, animaos, añadió al oir golpes en la puerta; aquí está vuestro hijo, no le alarméis. —Abrid, madre, exclamó este desde fuera. —Abrid, signora Anzola, dijo una voz. —Aquí estamos todos, añadieron varias. Fué á abrirles Sirena, en tanto que la madre de Paolo reanimando intencionalmente su semblante abrazó á este, saludó á.los demás gondoleros que entraban dándola parabienes por el triunfo de su hijo, y fuese á disponer la mesa, en la cual se vieron presto el risoto humeante y de olor apetitoso, varios peces frescos de la laguna que aun chisporroteaban en las sartenes, la torta de polenta que habia pasado á la lumbre de las preciosas manos de Sirena, y otros manjares de no menos agradable vista y cuyo especioso condimento derramaba en la estancia un gastronómico perfume capaz de curar á un enfermo, ó para expresarse con la hipérbole de alguno de los comensales, capaz ele resucitar á un muerto. Sentáronse todos, y Paolo, no sin poner antes en la mesa algunas botellas ele rico vino de Creta y de Chipre, sentóse también frente á su madre y junto á la ramilletera. Comenzóse en seguida la cena en que debia reinar la alegría,, porque es indudable que para la generalidad de los seres, el paladar y el estómago son dos instrumentos de felicidad; sobre todo cuando en las oopas. bulle un licor que deleita la vista y provoca al labio á derramar en las venas el grato calor que anima el curso de la sangre y agita suavemente, cuando no hay esceso, el cerebro y la imaginación. Y para no parecer mate-
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rializados, diremos que no entraba por poco en ia cordialidad que comenzó á sentirse desde los primeros bocados, por parte de los gondoleros la amistad que profesaban á Paolo, por parte de este el placer de hallarse junto á la muger que adoraba; por parte de la madre el de ver contento á su hijo, su único bien sobre la tierra; y por parte de Sirena pero esta era la que menos caso hacía de los manjares, soliendo distraerse de vez en cuando. Está visto: la cordial ventura no se ha hecho para ciertas personas. Dejémosles entregados á una conversación risueña y bulliciosa por parte de aquellos alegres mozos salgamos un momento de la casa para saber lo que acontece en las inmediaciones. IX. E N T A N T O QUE E N EL H O G A R R E I N A A N I M A D O E L CONTENTO, T Ó R N A S E E L CIELO A
NUBLAR
Y R U G E E N L A S E L V A EL V I E N T O .
Desde el instante en que Paolo y Sirena, á merced de las crecientes tinieblas de la noche habían salido de la multitud después de la regata para dirijirse á la morada del primero, un hombre embozado seguido de cuatro mas de apariencia menos lujosa y distinguida, después de pronunciar en voz baja y en mutua interlocución, como á manera de seña convenida, el nombre de los dos jóvenes, fuéronse tras ellos por puentes y canales. A l llegar á la puerta de Anzola, presenciaron allí la despedida del gondolero y la entrada de Sirena en la casa; apostáronse los cuatro como sombras de no feliz augurio, adelantándose el quinto ó sea el primero, ya que su porte y las revelaciones de su lujoso traje nos obligan á calificarle de tal, á ver y oir por la cerradura de la puerta lo que dentro ocurría. A poco, la vuelta de Paolo con sus camaradas los obligó á esquivarse, no sin volver á su puesto de observación tan luego como la puerta dio paso á los gondoleros recien llegados.
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— L a polenta ha sido amasada por Sirena, dijo Anzola. —Sabrosa está, exclamó uno de los huéspedes. •—Un trago por ella, añadió uno de los gondoleros llamado Fontano, que con la punta de su nariz amoratada-, sus ojos vivos (aunque no revelasen socrática intelijencia), y con otros signos peculiares en su rostro y sus traheres, ofrecía para el ojo práctico, cierto aspecto de frájil incurrente en el pecado de Noé.—Un trago por ella, repitió, y acudiendo á la preñada bota, dióla alivio con el vaso que regaló á su estómago el vaporoso líquido. — E l vino gana, con el trasiego, dicen los vinateros, añadió. —Por eso lo trasiegas á tu estómago, gondolero-cuba, expresó otro de los comensales, que aunque de carácter franco y jovial parecía gozar allí de mejor concepto en punto á lo sobrio. Por lo que hace á Paolo, puedo asegurar, aun sopeña de frivolo, que desde aquel momento le pareció la polenta, aunque no se atrevió á manifestarlo, la mejor, la mas sabrosa de que había gustado en su vida. El corazón humano, sobre todo cuando el amor lo asedia, está lleno de cosas y simplezas de este linaje. Dame Chipre, camarada, profirió uno tendiendo el vaso. —Rico está, dijo otro; bien vale las galeras que nos ha costado. —Buena tierra debe ser la tal Chipre, dijo Fontano, engullendo un trozo que le obligó á terminar con esta exclamación su discurso; y entonces, como para franquear el paso á la tajada, dióle, como suele decirse, con el jarro; continuando en el menudeo en tanto que los demas ó engullían ó platicaban. —Sin duda que con dos sorbos de este vino antes de la regata, añadió un gondolero llamado Bepo, y que tenía la apariencia de ser uno de los Nicolotti mas despavilados, me hubiera llevado todo el tragheto de una remada. No hay mejor fareola que esta, añadió mostrando el vaso lleno de vino, para apoyar el remo. ¿No es verdad, Paolo? dijo terminando esta peroración con la aplicación á la boca del nutrido vaso.
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—Bien, bien, dijeron todos; Griuseppe, un brindis y que cante la Flor del Lido. — E l brindis, prorrumpió uno con la voz y el semblante animados por el rey de los espíritus-. —El brindis y la canción, dijo Paolo. —Vaya primero el brindis, exclamó Sirena. •—El brindis, el brindis, repitieron todos; el brindis de Giuseppe. —¿Por quién queréis que bebamos? preguntó este. —Por Paolo, dijo Sirena. —Por Sirena, dijo Paolo. —Por los dos, objetó un gondolero. •—Por todos, expresó Anzola. — Y por el vino, añadió con voz temblorosa y con ojos enrojecidos y vacilantes el gondolero Fo'ntano. Este Fontano había ganado en la jornada de aquella tarde el último lote, es decir, la bandera amarilla en que estaba pintado un cerdo, satírica burla para el remador que llegaba en cuarto lugar al sitio de los premios; pero era por otra parte mozo alegre y bonachón que remaba sin envidia, y que se daba por satisfecho, ya que no fuese el mas aventajado, con que el triunfo de cualquiera compañero le proporcionase ocasión de yantar alegremente alguna cosa y de engullir algún tvaguillo. Y bien que no fuese lo que se llama un artista copérnico de profesión, sentía por el arte de empinar el codo todos los fervorcillos del distinguido aficionado; siendo muy capaz, así manso y modesto como aparecía, de .haber lucubrado la propiedad fermentiva de la uva, si al comenzar su carrera de hombre,, hubiese encontrado desprovisto el mundo de este ya generalizado descubrimiento. En lo demás- era amigo sincero y hasta entusiasta de Paolo, y lo que podía llamarse un buen camarada del tragheto. —Sí, por el vino, expresó el gondolero sobrio aludiendo á la indicación de Fontano, y por el lechon, añadió refiriéndose también irónicamente al premio de aquel en la regata. — P o r el lechon, sí, por el lechon de Fontano, gritaron los gondoleros á una voz.
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—Juru, jum, dijo remedando á aquel animal uno de ellos que tenía ya en la cabeza nubes de un vino á qué no estaba acostumbrado. —Bravo, por el lechon de Fontano! exclamó Giuseppe. —Vaya pues, por el cerdo! dijo el aludido queriendo darla de hombre corriente, aunque á la verdad no dejaban de producir eco en su amor propio tales indirectas. Vivan los cochinos! añadió con un semblante y maneras en que parecía empezaba á ejercer sus narcóticos influjos el vinillo. Vivan los cochinos! —Viva Fontano! exclamó el sobrio con un coro estrepitoso de carcajadas. —Calla, borrico, respondió Fontano con aire amostazado. ¿Quién mas cerdo que tú? — E l vino, el vino, camaradas, replicó el sobrio, el vino le hace gruñir mas fuerte que de costumbre. Jum, jum, jum, expresó haciéndole muecas y como toreándole. —Si vuelves, gritó ó balbuceó Fontano enarbolando un cuchillo de los que en la mesa estaban. Si vuelves.... á burlarte — A h ! gritó Anzola. —Cómo! exclamaron los demás interponiéndose. —Qué es eso? gritó Paolo. Entre amigos y vaya vaya basta de tontunas, amigo Fontano. —Ja, ja, ja, dijo de pronto este, cambiando de rojo á pálido y viceversa, y dejando caer el cuchillo sobre la mesa. Iba á degollarle; pero se me olvidaba que él y no yo es el verdadero cerdo y que los cerdos deben morir mapzolattos. — E l brindis, el brindis, exclamaron todos después de haber celebrado ruidosamente la baladronada del gondolero. —Vaya pues, atención, dijo uno de los concurrentes viendo á Giuseppe de pié, tazón en mano, fruncido el ceño, en actitud de discurrir é improvisar. —Vino y silencio, dijeron todos llenando sus vasos. Giuseppe prorrumpió del modo siguiente:
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—Grate vino que te cuelas dejando en el labio gozo, tú vuelves al viejo, mozo, y mozas á las abuelas. Tienes un agri-sabroso muy mas grato que el panal: nada puede ser igual á tu aliento generoso. Recibe mi gratitud, digna bebida de un papa; bebamos pues, que se escapa señores á la salud! Mas ¿donde estoy vive Dios? ¿No es esa la flor del Lido? ¿Señores, á donde he ido? ¿Son sus ojos cuatro ó dos? Buen Paolo, ¿qué es de tí? Tú con dos gorros? Visiones! También miro dos lechones; Fontano, aun estás aquí? Grande fué la algazara que siguió al brindis y epigrama de Giuseppe; lo que no pudo percibir bien el aludido Fontano porque dormitaba cabeza en mano y codo en mesa; y gracias si al oirse nombrar abrió los ojos para volver acerrarlos murmurando palabras ininteligibles. —La canción de Rosetina, la canción de Rosetina, dijo Anzola fijándose en Sirena, la que al punto, con gran complacencia y atención de los concurrentes, comenzó á templar una vihuela ó mandolino que por allí había, preparado quizá al efecto, y á cantar de esta manera: Doncellitas mis hermanas, no os rindáis á la pasión, que estas madres son tiranas y persiguen sin razón: Ah! mi madre quiere darme por marido un servidor: á él no puedo yo entregarme, yo soy del primer amor.
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Me levanto de mañana antes del sol apuntar, y me asomo á la ventana por ver á mi amor pasar. Infelice! el otro dia morir de duelo pensé, pues mi madre lo impedía y yo verle no logré. Siempre mi madre inhumana me llama diciendo así: Quítate, de la ventan'a cuando pase por ahí. Oh! mamá, cámo no amarle? es él mi primer amor; antes que logre olvidarle sucumbiré de dolor! Cerrad, oh madre, la puerta, que no venga nadie acá, fingiré que me hallo muerta y alguno me llorará. De mil damasquinas rosas una coronita haré y en mis sienes ardorosas al morir me la pondré. Mandaré abrir una fosa en que quepamos los tres, mi padre, mi madre, yo y aquí entre mis brazos él. Junto á ella sembraremos el capullo de una flor; de noche la plantaremos y abrirá al primer albor. Y dirá si el que camina dice: ¿cuya es esta flor? Es la flor de "Rosetina." La triste! murió de amor. (1) (1) L A C A N Z O N DE L A
s
ROSETINA.
Pute care, pute hele no sté a far mai piú l'amor, che ste cague de ste roare
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Grata era la sensación que experimentaban los concurrentes á la cena del premiado gondolero al percibir aquella voz y acento que herían dulcemente sus nervios y penetraban en su alma, con toda la poesía del sonido. no se move a compussion La mia mama me voi daré per marito un servitor; ma mi za noi vogio amare perché amo '1 mio primo amor. Stamatina so'levada prim'assae che leva '1 sol, me so 'trata a la fenestra e go visto lo mio amor L'altro di so' quasi morta no 1' ó visto in tuto '1 di; la- mia mama á fato scorta: sul più bel la m' á tradì. La mia marna sempre chiama; "Rosetina, vien de qua: clic no vogio che ti staga sul balcón che V é passa." Marna mia, lasse che 1' ama, che 1' é sta '1 mio primo amor; e se no volé che 1' ama, morirò dal gran dolor. Marna mia, seré sta porta, che no vegna più nissun: farò finta d' esser morta, farò pianzer qualchedun. Voi far far una ghirlanda tuta rose da maschin vogio meterla da banda finché morta sarò mi. Voi far far' na cassa fonda che ghe stèrno drento in tre; lo mio padre, la mia madre, lo mio Amor in brazzo a me. Poi ai piedi de sta cassa nu ghe pianteremo un fior; E la sera '1 pianteremo, (La) matina'l sarà fiori Tutti quei che passeranno, i dirá: De chi é sto fior? — E l xe '1 fior de Rosetina che xe morta per a m o r : —
'
Tanto este bonito romance como las tres barcarolas que se verán mas adelante, pertenecen á la colección "Canti del popolo veneciano por le prima volta raccolti e ilustrati da Angeló D a l m e d i c o . " — A l poner en verso la traducción del romance citado que debo á la graciosa bondad de una ilustrada y b e lla amiga (c. p. b.) hase preferido conservar en lo posible su natural s e n c i llez de expresión aun ¡i, trueque de descuidar la rigorosa corrección rítmica. Por lo que atañe á las barcarolas ó canciones, he creido conveniente dejarlas en su original dialecto veneciano, no tanto porque su texto será bastante comprensible para los lectores españoles, cuanto para que estos p u e dan saborear su donaire primitivo.
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Seducían, encantaban y rendían los sentidos, encadenando la mente que, á la presión de tan dulces lazos, caía esclavizada en un éxtasis deleitable, embriagador. Ya se ha indicado antes que era por demás encantadora la voz de Sirena. Acaso al escucharla durante su infancia diéronla sus padres aquel nombre que tan bien expresaba el poder mágico con que la naturaleza había dotado su garganta. Imaginaos el salterio, la lira mas melodiosa, la voz de las calandrias y los ruiseñores en las serenas albas de los trópicos, cuando la brisa fresca de la mañana mece los tallos haciendo que de las hojas se desprendan las cristalinas gotas del rocío. Figuraos la voz de aquellas vírgenes de Sion de que nos hablan las bíblicas tradiciones; el rumor de Helicona, la voz de aquellas ninfas del Pindó y de las riberas del Ladon; recordad el canto que hayáis escuchado con mas placer en vuestra juventud, en vuestra vida, al compás de una de aquellas dichas que formen hoy el tesoro de vuestras carísimas memorias; recordad el rumor, la diafanidad de vuestros mas hermosos y serenos dias; si amasteis alguna vez, recordad la voz de vuestra primera esperanza, aquella voz que fué para vuestra alma el fiat lux de la felicidad. Ah! y si alguna vez habéis tornado á la patria después de larga ausencia, pensad ahora en el primer acento, en la primera palabra del ser que os salió al encuentro para abriros la puerta de vuestra infancia y de las primeras ilusiones. Entonces podréis tener una idea de la voz y expresión con que Sirena solía cantar. No sé porqué la naturaleza habrá prodigado sus tesoros físicos caprichosamente, cuando estos tesoros están llamados á egercer tanto imperio en los sentidos; no sé por qué inconsecuencia misteriosa habrá dado algunas notas del Paraíso á seres todo vanidad y miseria terrenal. Oh! naturaleza! no existe en las mitologías la diosa de los caprichos; de haberla querido alzar altares ninguna mas digna que tú de pretenderlos. Vivos aplausos sucedieron al éxtasis cuando aquella Sirena, digna de su nombre, acabó de cantar. Por lo que hace al embozado que espiaba en las afueras de la casa, hubiera de buena gana echado por tierra la puerta que
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le separaba de la cantora, para caer a sns pies y expresarle su entusiasmo ó arrebatarla á hierro y sangre del seno de los que la acompañaban; pero contúvose, tal vez por no atropellar planes de ulterior realidad; y esperó con temor, con deseo y con impaciencia. Por lo que atañe al enamorado Paolo había percibido y sentido, al escucharla, lo indefinible, y pendiente del rostro y de los labios de la bella, á pesar del fuego que le abrasaba, se había sentido "tutto tremar d' un amoroso gelo." La puerta abriéndose daba paso á Sirena, que después de despedirse gozosamente de Anzola, y ebria con su triunfo, salía acompañada de Paolo y sus camaradas, quiénes iban llenos de entusiasmo. Llegaron á uno de los canales; allí Paolo y alguno de sus compañeros se embarcaron con ella en una góndola seguida de otras varias en dirección al Lido, pudiendo verse á cierta distancia el farolillo de una embarcación que con cautela y habiendo partido casi del mismo punto, seguíalos desde lejos; bien que ellos, entregados á su alegre charla, apenas se curaban de esta especie de espionaje. X. Amo,
VISSERE
MÍE,
FELICE
NOTE.
Oscura estaba la noche á pesar de lucir en los espacios el archipiélago de diamante; había en semejante oscuridad un no sé qué de lúgubre y siniestro.—El viento trans-alpino derramaba cierta frialdad desagradable, y de vez en cuando algunas nubes pardas y ligeras recorrían la bóveda celeste dejando su lugar á otras del mismo cariz. Diosa de los misterios era verdaderamente aquella noche, en cuyos altares hubieran podido quemar su incienso los fraudulentos amores y los encapotados crímenes; protectora de la cautela, podría decirse que las sombras de las pasiones vagaban por las calles y parages solitarios de Venecia, dejando un tanto encubrir bajo su siniestro rebozo de tinieblas, los semblantes pálidos.
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las manos temblorosas y lo jadeante del temor y del deseo. Apenas llegaban al Lido, que despedíanse todos los concurrentes á la cena de Anzola. Quedábase Paolo para decir á la ramilletera su última palabra de amor, en aquella orilla, teatro de sus primeras emociones; y aler jábanse ya las góndolas de sus camaradas, oyéndose de vez en cuando la voz de Giuseppe que cantaba. Me vogio maridar-no se co chi a quel che passa ghe darò '1 bon di E ghe darò '1 bon di, la bona note: Adio, vissere mie, felice note— Me vogio mandar, e no só quando; spéto l'amante mio che vegna grando: eh' el vegna grando che 1' e picenino; eh' el vegna rico, che 1' é povarino. ó de alguno otro gondolero que desde su barquilla le contestaba; Anema mia, se sola te trovase ti poi considerar quel che faría. No creder, bela, che morte te dasse: solo un baso d' amor mi te daria. Sospiri miei dolenti quanti siete, partitevi da me, mutate loco: in brazzo del mio ben ve n'anderete da parte mia á reverirlo un poco, y otras cantinelas de este linage entre las cuales podía escucharse la voz trémula y cuasi enronquecida de Fontano, que era el mas rezagado y que cantaba: Bepo, te vogio ben: Bepo te amo; Bepo, te tégno scrito in mezo l'cuore. Co'x la note m'insonio e te chiamo. Bepo, te vogio ben; Bepo te amo.
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Perdiéndose luego poco á poco en-la distancia, cada vez creciente, el canto alternativo y la voz de estos trovadores. Los cantos dejaron de oirse totalmente y el silencio comenzó de nuevo á reinar en el contorno. En tanto la barca de los encubiertos que había seguido la comitiva de la ramilletera á algunas brazas de distancia como en cautelosa observación, apostábase misteriosa en el parage que hubo de parecer conveniente á sus tripulantes.—Apesar de la oscuridad, habían estos sin duda advertido que quedaba en la playa del Lido alguna de las góndolas y no era por consiguiente acertado acercarse sin prevenciones; aproximáronse pues con el paso del tigre que se dispone á dar el salto —Buenas noches! decía á la graciosa ramilletera el hijo de Anzola con aquel acento que quiere expresar: Piensa en mí, adiós, adiós, besos, sueños y amor. Con el almíbar de esta despedida en los labios y con bálsamo de júbilo en el corazón, retirábase el mancebo en su góndola con monótona lentitud; cuando, no sin extrañeza, vio acercarse con rapidez al punto de la playa que acababa de dejar, el bulto de una embarcación y á poco percibió valias sombras como de personas que saltaban en tierra. La voz de una muger, ó mejor dicho, un grito de espanto siguió á lo que había visto. ¿Cómo pintar la terrible sorpresa del mancebo?—Sintió latir con violencia el corazón, convirtióse en hielo su lengua y absorto en doloroso pasmo, preludio, presentimiento de agudos males, permaneció por algunos minutos sin saber qué hacer, ni aun qué pensar. Durante estos cortos instantes la embarcación que tanto mal parecía presagiarle se apartó rápidamente de la playa y tomó dirección pasando á corta distancia de la suya, con una violencia ó velocidad inesperada. No cabía duda en su mente, revelábale su instinto la terrible certeza.—La góndola le había espiado y aprovechando su separación de la funesta playa, habíase dirijido á ella para hacer mal á su adorada, quien habría quedado en la orilla viéndole partir ó encaminándose lenta y tranquilamente hacia su vecina casa.—Matarla! ¿pero quién pudo armar su brazo contraía pobre doncella ino-
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fensiva? Otro pensamiento vino á angustiar mas aun su ánimo; oh! prefería imaginarse lo primero. Decidióse, tornó hacia la playa con la viveza de la resolución Llamó, registró Silencio y nada ah! dijo dándose una palmada en la frente que bañaba helado y copioso sudor. Robada, robada! y entonces desesperado, con aquella agilidad que le era propia, que tan bien podía en tal ocasión servirle, saltó en su góndola, persiguió aunque ya sin esperanza á la barca robadora de su tesoro. Imposible, imposible alcanzarla. El mismo Satanás la daba impulso, ya estaba cuasi en la ciudad, ya desaparecía en aquel laberinto de canales. Paolo, perdida la esperanza, abandonóse á la mas penosa de las amarguras. Sentía agolparse á sus ojos las ardientes lágrimas, ah! pero no 'brotando de ellos irritaban mas y mas su confuso y atormentado cerebro. Sus sienes latían con violencia. Retorcíase las manos, golpeábase lafrente. mesábase con mano convulsa el cabello, parecía hallarse en las puertas de la locura. Puso mano al remo con delirio, con frenesí, impulsó su barquilla sin destino, sin intento fijo; aquella obedecía con una rapidez desusada, parecía tener un alma, una voluntad obediente; semejaba la hoja arrebatada por el vendaval, la vida arrebatada por el destino. En tanto cúbrese el cielo de negras nubes, arrecia el viento, muéstranse los indicios de la próxima borrasca. El gondolero seguía sin dirección, sin conciencia de su camino ni de su cansancio. En las intermitencias de las ráfagas oíase el sordo ruido del remo, ora al oprimir rozando la fareola, ora al caer su paleta entre las aguas. De vez en cuando mezclábase á esto alguna imprecación del desdichado mancebo ó el rumor de su respiración harto fuerte y dolorosa. Un trueno sordo resonó á lo lejos, otro mas cercano respondió cual eco; la lluvia comenzó á caer yerta y ruidosa.-—Un repentino y deslumbrador relámpago alumbró la comarca en que se hallaba el gondolero; estaba cuasi en el puerto de San Nicolás. Las olas del Adriático comenzaban á dejar sentir sus encrespadas lomas; rielaban en ella-siniestramente los relámpagos, con frecuencia se sucedían; la débil góndola comen35
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zaba á balancearse, á bambolear. Hallábase ya en el mar; las olas alzánbanse en brazos del furioso viento, arreciaba este mas y mas, Cual tímida gacela perdida en el desierto trémula y acosada por las voraces fieras, así la frágil navecilla estremecíase al son del rugiente vendaval y de los mares procelosos.—Hecha solo para deslizarse tranquilamente sobre las apacibles linfas de la laguna, débil ante aquellas violentas sacudidas, comenzaba áanegarse; un golpe de mar púsola á punto de zozobrar. El sin ventura joven desafiaba á la muerte próxima, amenazante. Sentía cierta especie de goce ante aquellos relámpagos imagen de su dicha, en el mar embravecido como su suerte, en aquel cielo tempestuoso como su ii*a, terrible como su dolor. La confusión de su espíritu, que parecía buscar la materna fuente de lo infinito, hallaba una vaga esperanza de paz y de olvido en aquel mar que le abría sus brazos para acogerlo como una madre, cual bienhechora tumba. Allá pues, vamos pues, decía su alma, y al verle á la luz de los relámpagos levantarse con su frágil leño sobre aquellas cumbres de agua, con los ojos ávidos del peligro, agitada por el viento la melena y con su sonrisa de amargura y terrible provocación contra el destino, hubiérase dicho que era el ser que ha penetrado el divino secreto, que pasea su mirada sobre los elementos embravecidos y que dice á la naturaleza: tu muerte es la vida, no puedesaniquilarme porque soy tú misma; existes porque existo; eres mi emanación y mi reflejo. ¡Olas enfurecidas, vientos desenfrenados, nubes tenebrosas, relámpagos de luz, truenos y rayos, en nada os temo, me place contemplaros; tornad á vuestra paz.—Cielos, tierra, escuchad: soy el espíritu. Pero en tanto el espíritu estaba encarnado en un débil hombre, y la naturaleza, ya que se doblegase ante aquel, era omnímoda contra este. Una ola altiva como una. montaña se alzó sobre las otras; la pobre góndola suspendida de súbito, acabó de perder el trabajoso equilibrio y sucumbió. A poco apareció el remero cabalgando sobre los tristes despojos de su barca. Agitado al choque de encontradas olas que ora le abismaban, ora le
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llevaban á la altura, parecíase al mastín a quien el toro encumbra ó revuelca por la arena, pero que ni aun así suelta la presa. Habíase hecho pedazos la barquilla á tan furibundos choques, y el infeliz náufrago cansado de su cuerpo y de su alma se entregaba á la muerte placentero. ¿Para qué amar la vida? Esta era el vacío de sus afecciones; el corazón tiene también su horror al vacío. Ah! pero no; el egoísmo no triunfó de aquel corazón en tan supremo instante. Feliz la mente que recuerda! La imagen de Anzola vino á reflejarse en aquella mente; sonreíale con amor materno, con amor que llenaba un tanto el vacío momentáneo de su desolado corazón. La voz del deber resonó como un poderoso eco en aquella conciencia desfallecida; madre, amor, deber: tres palabras de salvación que vinieron á resonar en su alma como tres ayes de queja, de reconvención. Era pues necesario, era pues un deber el vivir, ó á lo menos luchar con aquella muerte tan risueña á los ojos del cansado espíritu. Vivir, vivir, es necesario! exclamó; ah! pero era quizás demasiado tarde.—Buscó la playa En mal hora te alejas ansiada salvación!—¿Cómo encontrarla en medio de las tinieblas?—Entonces, pensó en conservarse asido á los restos de su góndola y esperar allí flotante aunque luchando, la calma ó la venida del dia. Imposible.—El mar le arrebata á pedazos sus amados restos.—Abandonó cansado el último fragmento, era preciso luchar de otro modo; lanzóse á nado ah! ¿pero hacia donde?—Un relámpago iluminó una playa, estaba próxima, al menos lo parecía; nadaba desesperado, agonizante; las fatigas y emociones de aquel dia le habían postrado; las olas, en vez de ayudarle, le arrebataban harto lejos del lugar por qué anhelaba; sentíase desfallecer. —Animo! se decía, mi madre espera!—-Animo -.ah! madona madre mia!.... Ya no era bracear, era desesperarse, volverse loco! ,...De pronto arremolinado por una ola que le hizo sumergirse y tragar buena porción fie agua salada, tocó su planta el fondo suspirado....aquela era la ola de salvación-....pero de repente otra le arrebató era quizá la del destino, la de la muerte.—Zumbábale el oido.con infernal rumor: todo el occéano parecía des-
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bordarse en su cerebro; apagábanse sus ojos, sus brazos eran plomo, sus piernas parecían arrastrarle hacia el abismo tocó tierra otra vez Santa madona, exclamó casi sin sentido, con voz que apenas movió el labio, que casi murió en él Un trueno lejano respondió á esta invocación eco terrífico; ¿era acaso una voz del Cielo? ¿Condenaba ó absolvía? Sintióse desfallecer! perdió casi del todo el uso del sentimiento se entregó sin voluntad á su. destino! XI. E L FILTRO DE LA
SIMPATÍA.
Un mes fecundo en acontecimientos habia transcurrido desde la noche tan rica en emociones y penas para el hijo de Anzola. Aquellas horas de placer que precedieron al rapto de la florista, porque tal había sido el hecho, aquellas horas dulces y agradables como un éxtasis, fueron sin duda el adiós que daba al pobre mancebo la felicidad. Sabido es que esta se despide siempre con su mayor encanto, pudiendo decirse que nunca se halla mas propenso á nublarse el cielo de la fortuna que cuando está mas apacible. Pero dejemos al mísero joven envuelto en el olvido, verdadero sudario de la tumba; ya que ignoramos cual habrá sido su suerte en el doloroso lance que se ha narrado. Una quinta situada en tierra firme y no lejos de las lagunas, fortificada á guisa de castillo feudal, pero no agena á los encantos de la campiña fértil que la rodeaba, servía de mansión á la hermosa ramilletera, robada en la noche referida por su tenaz apasionado Cosme Gradenigo. Lisonjeóse este al principio con que el encierro y las amenazas podrían llevarle al logro de sus intentos; perdida esta esperanza, las complacencias, los cuidados esquisitos reemplazaron los primitivos medios; pero á la par sin fruto. La joven, cada vez mas seductora, manteníase inalterable en su firmeza. Acaba de amanecer y el sol comienza á esparcir la brillante claridad ele un dia sereno. La escena pasa en
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una especie de laboratorio de alquimista, á qué ha señalado local en la- propia quinta el dueño y morador de esta Cosme Gradenigo. Ya conoce sin duda el lector lo que era un laboratorio en la edad-media, mansión que el diablo solía frecuentar con sus honrosas visitas, ora á fuer de respetable docto, ora haciendo «cabriolas y diabluras que terminaban por hacer rabiar al mágico, quien para su castigo ó para recabar de su cornuda esceléncia alguno de sus maléficos favores, daba con él, mediante alguno de aquellos misteriosos conjuros ó exorcismos de la ciencia, en alguna alcuza ó redoma, en donde el infeliz espíritu quedaba recluso ó cojido en sus propios lazos hasta conceder el servicio que se le pedía. Supóngase el lector el indispensable hornillo, los sopletes, retortas, crisoles, tubos y matraces que son consiguientes, así como algunas substancias, bien despojo de animales y de plantas, bien metálicas ó minerales, todo en desorden con mezcla de libros ó diplomas que dejan ver sus caracteres ya orientales, ya simbólicos ó cabalísticos. En un sillón de tosca vaqueta y junto á una mesa está un anciano ocupado en hacer la autopsia y disección de un animal ya cuasi infoimie gracias á sus pinzas y escalpelo, pero que acaba de morir según parece, puesto que aun se ven por donde quiera rastros de su sangre, parte de la cual yace roja todavía en un pequeño matraz que hay en la mesa. Grave es el rostro del anatómico y en su fisonomía muéstrase la inteligencia. Su frente rugosa y despejada revela el ejercicio intelectual al paso que sus ojos vivos y sagaces dan cierta expresión de juventud á su rostro que en vano quiere ataviarse con la blanca barba y cana cabellera que son la corona y mejor ornamento de la edad provecta. La vigilia ésle sin duda familiar, y la aurora parece haberle sorprendido en una velada que atestiguan las bugías que, absorto él en su trabajo, no ha pensado en apagar. Los pergaminos y volúmenes abiertos aun, prueban asimismo en su desorden haber sido objeto de la tarea nocturna. -
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Era el anciano al parecer extrangero. Vestía el trage talar de los pueblos Semíticos, ceñido á la cintura
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dejando apenas ver el pantuflo oriental. Caracterizaba la totalidad del vestido el prolongado, birrete en forma de cono truncado que usan los persas. Era el trage de un khan de aquella región, no siendo otra cosa el anciano. ¿Sería este alguno de los muchos sabios que vagando de academia en academia colegiábanse en el estudio de secretos de universales investigaciones, de boga en aquellos dias, beneficiando en su pro, de paso, la ignorancia y supersticiones del vulgo y potentados de Europa en la edad-media? Ya lo sabremos. Curioso era el monólogo con que acompañaba su operación. —La vida, decía, la vida es una luz que se escapa sin dejar en la pavesa un punto ígneo que pueda servirme. Maldita muerte, veloz como el viento; cuan presto cubres de tinieblas tus despojos. Enc/hreo (1) me ampare, ya que el nada para mi benéfico Ehoro me abandona! Hé aquí un cerebro que aun conserva el calor del instinto, cuyo calor es mudo, mudo para mí, que tanto anhelo su palabra. Nada, muerte y siempre la muerte. Hé aquí unos músculos que eran fuerza y movimiento; completos, cabales, ni un solo átomo falta á su substancia, sus resortes han sido hasta hace un momento tan hábiles como los que mueven en la actualidad esta mi máquina; y sin embargo, la fuerza impulsora ha huido de las fibras de este animal junto con la vida. Ah! quién pudiera sorprenderla en el instante de abandonar el cuerpo? Dijo y desalentado y pensativo dejó caer su frente calva sobre el lado posterior de su antebrazo que i-eclinó á su vez sobre la mesa. En esto abrióse la puerta del laboratorio para dar paso á un personage que ya conocemos: era Cosme Gradenigo. —La ciencia sea con vos y sea en ini ayuda, buen Hafiz, dijo Cosme tomando asiento en un vecino sitial legítimo compañero del que ocupaba el persa. —Bien venido como siempre, respondió este. (1) Ehoro Mezdao genio-bueno y Engkreo gismo ó dogma de Zoroastro.
Memioch,
genio malo del ma-
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• —Mal cuidáis de vos mismo si así persistís en que el dia os sorprenda á menudo en vuestras lucubraciones. — Y trabajar en vano. llame engañado ese maldito hebreo, y una vez mas he pronunciado en vano la sublime fórmula. ¡Oh! lo que es en esta ocasión miente la ciencia, ó miente el sabio mejor dicho, porque la cabala ha sido descifrada por mí: el sentido que he dado al símbolo es evidente: he sorprendido el corazón de la víctima en su último latido, en su postrer movimiento; bajo la pulsación de mis dedos he sentido la breve aunque gradual estincion de ese maldito fluido vital que se escapa á mi tacto como se escapa un espíritu al abrirse la redoma que le aprisionase; en seguida he leido en aquel corazón, he buscado la cifra misteriosa, la clave fecunda en resultados para mis intentos el sabio egipcio, el sacerdote hebreo que parecían de acuerdo han mentido ó se han engañado involuntariamente; la cosa continúa como siempre, inesplicable. —Pero vos no desistiréis, repuso Cosme, os conozco bien y sé que sois perseverante. Además, antes que exasperaros, recordad aquel proverbio de vuestro pais que soléis repetirme para calmarme. "La paciencia es una planta de raíz amarga pero de. fruto muy dulce." Hafiz movió la cabeza como dudando de poder realizar la segunda parte del proverbio con el hallazgo de aquel fruto dulce que prometía por premio á la paciencia. '' —Por lo que hace á mí, continuó Cosme, me encuentro hoy pronto á perder la tal paciencia, y si tu sabiduría no me socorre, buen amigo, me parece que doy al traste con todos tus libros y experimentos.—Ah! sabio Hafiz, tu has prolongado mi vida con. tu ciencia haciendo para conmigo las veces del Criador, por lo que te vivo reconocido. Sin tí, mi ser gastado por algunos escesos hubiera terminado; tu sabiduría en la que me inclino á creer por experiencia propia, ha dado poder á los resortes de esta trabajada máquina conservándola para el bienestar, que es la segunda vida; te estoy agradecí-
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do como he dicho mil veces, y en verdad que DO sé como pagarte. — H e dicho respondió el persa sintiendo renacer su esperanza ante aquel triunfo de su ciencia confesado, evidente y que le recordaba su fé perseverante cuasi siempre, débil solo por momentos; he hecho cuánto he podido en tu servicio y jamas los astros, ni las plantas, ni los elementos mostraron alguna luz á mi inteligencia sin que yo tratase de emplear tan ricos dones en tu bien y pro. LKme, pues, qué has menester ó qué quieres de nuevo, y veamos hasta donde mis fuerzas alcanzan á complacerte. —Sabes, expresó Cosme, que tengo en mi poder una hermosa joven á quien amo; quiero que ella me ame también, que sea mia; sus repulsas, su firme obstinación, incomprensible en una doncella de su clase, acrecienta mi pasión hasta el delirio, haciendo que contemple como una extrema bienandanza la consecución de un bien que nunca hubiera creído llegase á encarecérseme tanto. Jamas fui tan constante en prometer, ni tan firme en deseos de cumplir; dádivas amenazas, todo ha sido infructuoso.—Esa muchacha ha llegado á ocupar mi corazón, no, no os sonriáis con desden: creo que hasta la amo sinceramente, como nunca lo he sentido ni lo hubiera imaginado.—Puedo deciros que pienso en ella con demasía; ella turba mi sueño, me exaspera, hasta me ofende; sin que sea bastante el halago de otros placeres á deponer de mi pensamiento á esa tiranuela de mis sentirlos y acaso de mi corazón.—Amigo mió, creedme, si ella no me ama no sé qué va á ser de mí. — Y qué replicó Hafiz. —Quisiera, repuso el patricio, que tu sabiduría me proporcionase el logro de mis espei*anzas; me has hablado de un filtro cuyo secreto conoces, que facilitaste mas de una vez al monarca de tu pais, y que fué el mismo que, según me has esplicado, sirvió á Francesco de Carrara, para hacerse amar de su esposa: el filtro simpático, como tú lo llamas. —Bien te comprendo, respondió el persa; un filtro que desarrolla la mutua simpatía, pero que fué tan ricamen-
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te administrado á la esposa de Carrara que concluyó por hacerla demasiado simpatizadora; hasta el punto de que el bueno de su esposo, tuvo que preservarse de sus fraudes durante sus ausencias por medio de obstáculos materiales que el decoro no permite mencionar. Sin embargo, sabes que suelo prevenirme para todas las ocasiones y así vislumbrando desde hace días el objeto de tu venida por ciertos indicios que no te ha sido dado ocultarme, tengo aquí cuanto necesitas. Dijo y dirigiéndose á un pequeño armatoste lleno de potes, redomas y algunos enseres de alquimia, tomó un frasquillo que contenía un líquido espeso y de un verde dorado á juzgar por alguna gota que dejó caer sobre un fragmento vegetal que al instante tomó sus tornasoles. —Toma, continuó entregando á Cosme, que le miraba con sumo interés, el frasquillo.—Una corta porción de este líquido, mezclada con mayor cantidad de agua ó de vino puede convenir á tus intenciones. Este es el famoso filtro simpático cuya receta pocos, muy pocos, poseen hoy. Si pasado un dia y duplicada la dosis nada consigues, es harto difícil que logres despertar la simpatía que buscas y que pudiera ser sorda á tu voz.— Soy mas sincero que otros sabios; el licor es eficaz, muy eficaz, pero no es infalible. — Y en este caso preguntó Cosme, no habría otro medio? —Muchos hay, respondió el sabio con convicción.— La ciencia es como esa luz que todo lo ilumina, es como ese fuego verdadera imagen de Zerwan (Dios) que crea y transforma; pero esos dos seres que algunos llaman simplemente agentes y que son una misma cosa, un solo centro en esa inmensidad de circunferencias que ocupan el gran todo, el gran conjunto que se llama creación, encierran en sí el secreto de un autor misterioso iucomensurable cuyas obras son una verdad visible y un enigma á la vez.—La ciencia se encierra pues en este sencillo aforismo: luz y calor. La ciencia es pues todo, inmutable, eterna, infalible; pero el hombre se deslumhra ante la mucha luz, se abrasa en el mucho 'calor: dia vendrá sin duda en que su; pupila resista y descifre ese
2SS grandioso problema que se llama sol, y que á su tacto sea el fuego lo que el agua ó el aire: un fluido palpable é inofensivo. —Bien está, repuso el patricio, pero imagino que no me es boy necesario que el saber y potencia humana vayan tan allá. —Cierto es; repuso Hafiz sintiéndose con pesar detenido en el vuelo fantástico de su imaginación. Pobre gusano es el hombre, gusano racional ó quizás loco á cuya mente prestó alas la naturaleza para que sintiese la necesidad de volar, pero á quien su condición de vil insecto arrastra de continuo hacia el lodo de la tierra. Es verdad, pobre hombre; me olvidaba de que todo tu sueño se cifra en la posesión de una muger. Ese filtro te dará su amor, lo espero; pero de no ser así, no dudes de la ciencia, cree en el que estudia sus secretos, aunque solo como yo, sea también un pobre ser, y humíllate ante la sabiduría de los Zoroastros. Ellos dicen que la ciencia hizo el mundo, anadió Hafiz mostrándole un volumen escrito en la lengua muerta Zend y que era sin duda el Zend-Avesta, koran ó evangelio del magismo. La infinita sabiduría de Zerwan (criador) hizo el mundo y ella lo destruirá cuando sea necesario para formar con sus ruinas otros nuevos; ella dispone á su antojo de la materia y del movimiento; todo lo anima hasta cuando parece inanimar; por él, al soplo de su aliento mágico, á su palabra mística y sagrada, pero inaudible como la idea, como una imagen, como un eco en la región del pensamiento; de un átomo brota un mundo; de una piedra sale un árbol, de una planta sale un hombre. La molécula mas insignificante de un venetio puede á su voluntad morir como veneno y animarse como antídoto. La piel de un leproso puede convertirse en la tez de una joven tan bella corno la que adoras. Confía pues en el saber, y humíllate ante los doctos del Oriente. —Pruebas de mi confianza en tu sabiduría, repuso Cosme, son ta acojida que te he dado en mi casa y la frecuencia con que acudo á tí en mis dudas y aspiraciones. —Sabes parte de mi historia, tornó á decir el persa; debo á tu casa la hospitalidad y L tí los mas afectuosos
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euidados; razones son estas para que me intereses cordialmente en tu bienestar. Quiero por tanto hacerte algunas preguntas. Ella, la joven, ¿ama á algún otro? —Creo que sí, respondió Gradenigo. —Entonces, replicó Hafiz, es difícil que por el momento acceda á tus pretensiones; con todo, es mas conveniente que ame á alguno. —¿Por qué? preguntó con interés el primero. —Porque si ella no sintiese amor á nadie, respondió el sabio, y te rechazase sin embargo, sería prueba de que experimentaba por tí una antipatía que es siempre difícil de disipar en una muger; pero ama, según me dices y eso ya es otra cosa. Es difícil si no imposible hacer que tenga fé el corazón que no está organizado para un sentimiento cualquiera, pero cuando este existe, lo demás es cosa del tiempo; el objeto es secundario, basta con que se sienta la necesidad de amar. Sin germen no hay planta. De un hebreo puede obtenerse un mahometano ó un cristiano, pero difícilmente podría obtenerse una cosa ú otra del que no ha sido nada. Lo primero es refundir; lo segundo, crear: la creación es mas difícil, es un atributo negado al hombre lodavía. Bien está, dijo Cosme; haremos la prueba; y después ,de algunos momentos de reflexión y de una cordial despedida llena de deseos y de esperanzas, dirigióse á otra habitación de la quinta en donde en medio de mil atractivos del lujo y de la molicie, yacía la joven, risueña al parecer, en su tenaz encierro. XII. LA RAPAZA PONE UNA PICA EN FLANDKS.
—Gracias mil debes darme, Sirena hermosa, la dijo Cosme al entrar, por haberte sacado del calabozo en que vacías. — Y quién os ha dicho, respondió ella con una calma singular, ¿quién os ha dicho que este no sea tambieu un calabozo? Gradenigo sin contestar a l a alusión de la doncella
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sentóse á sus pies sobre un cojin puesto allí para el caso, favor que solía ella dispensarle como por pura bondad y en ciertos momentos de condescendencia, acaso sistemática; y después de algunas quejas de amante sobre el triste y desdeñoso pago que daba á sus amores siempre tiernos y ardientes; después de lanzar contra el desvalido gondolero algún desdeñoso epigrama, haciendo paralelos entre la mezquindad que prometía el amor de un pobre muchacho y la afición de un noble y espléndido patricio como él; entre la miserable perspectiva de un matrimonio con un simple gondolero y la que podía ofrecerle en punto á esplendores la honrosa preferencia y el galanteo de un Cosme Gradenigo; comenzó á verificarse una escena semejante á la de Catalina Howard, cuando Etelwood sentado á sus pies, y con el fin de darla el narcótico que ha de librarla de la maligna rivalidad de Enrique V I I I , lapide de beber invitándola á hacerlo previamente; escena y resorte que, sea dicho de paso, no son otra cosa que una magnífica piedra de la gran cantera de Shakespeare, aunque á la verdad ricamente labrada por el poeta francés. —Hermosa, exclamó de pronto Granedigo haciéndose el fatigado, tengo sed. —Tomad, respondió la joven levantándose para alcanzar de un elegante aparador un ánfora llena de esquisito vino, en tanto que Cosme con prontitud y con cautela, aprovechó aquel instante para deponer una parte del filtro de Hafiz en una copa de oro que en la mesa estaba. Llegóse á él la doncella que al parecer no habia advertido la acción de su enamorado, y vertiendo algunos dedos del líquido del ánfora en la copa que,Gradenigo la presentaba, colocó ambas cosas en la mesa, y tornándose á sentar junto á este mueble, dejó que el patricio lo hiciese en el cojin á sus pies, recobrando así entrambos la actitud primera. —Tomad, dijo la florista á Gradenigo dándole la copa. Bebed, ¿qué aguardáis? —Busco en vano, respondióla este, en lo8 bordes de la copa, la huella de tus labios.
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—En vano queréis hallarla, señor, exclamó la joven; no tengo sed. —Sin embargo, repitió el patricio; tú que te precias de ser la bondad misma, debieras complacerme en semejantes pequeneces. — A qué ese empeño no acostumbrado? prorrumpió la doncella con cierta expresión de disgusto y de impaciencia que no pudo disimular. —Por que hoy mas que nunca te amo, hermosa mia; expresó Gradenigo. —Pues bien, sed complaciente á vuestra vez, repuso la primera. Mostradme lo que habéis guardado en vuestra almilla en tanto que yo me apartaba de vos para ir en busca de esa ánfora. Yo, murmuró cuasi turbado el patricio con esta nueva contrariedad y sobre todo al temer que su secreto hubiese sido descubierto. Nada he guardado, Sirena, dijo pretendiendo disimular su temor y su impaciencia. —¿Nada? preguntó la joven aparentando credulidad. Entonces tenéis razón, v o y á complaceros; y esto diciendo, llevó al labio la copa, con los ojos fijos en los de Cosme en los cuales advertíase mal su grado la ansiedad de una terrible esperanza. Tocó aquella el líquido con sus labios y volviéndole la copa; ahora quiero que bebáis vos, le dijo. ' — N o , apenas has bebido, Sirena, y eso es engañarme. '—¿Engañaros? repuso esta, y tomando otra copa de la mesa y abalanzándose al aparador derramó en aquella una buena porción de otro vino. — E l licor que contiene esa copa no sabe bien, tomad este, dijo, y veréis cuan rico es. No vacilo, añadió después de beber un poco, no vacilo en mostraros en esta copa la huella de mis labios. Esta invitación iba hecha por parte de la joven con una sonrisa pródiga de perlas y de rosas. —Mirábala Gradenigo con extrañeza parecida al estupor, y aprovechando ella este momento, arrebatóle de las manos la copa que contenía el, filtro y la arrojó de sí una buena pieza. La astucia de la joven lo había adivinado todo.
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—Basta de engaños ya, dijo amostazado el patricio. Aun me restan medios para conseguir mi triunfo. —Vuestro triunfo, exclamó la doncella con una dulzura que solo ella poseía; el triunfo de vuestra injusticia Tenéis medios para encerrarme de nuevo, .para encadenarme, para maltratarme en fin; pero queréis que os lo diga? Yo no amo al gondolero No os diré, continuó bajando la vista en ademan de ruborosa, si os amo ó no Vuestras obras no son para que me incline á confesároslo; pero de todos modos, solo del que se llame mi esposo podré yo ser. —Sí? pues bien, exclamó Cosme Gradenigo después de un momento de vacilación; adiós vanidad, adiós orgullo, adiós diferencia de patricio y de plebeya; yo te amo y quiero que seas mia, aunque para ello tenga que dar en cara á todo el patricia do, al mismo Dux Un rayo de victoria brilló en los ojos de la-doncella que fué interpetrado por Gradenigo como rayo de amor. —Sí, dijo asiéndola de las manos que oprimió con efusión; serás mia. Y en alborozo tal, quiso abrazarla, empero ella con dulzura que promete y esquivez que aparta un poco, le dijo conteniéndole: cuando sea vuestra esposa Y saliendo Cosme de la estancia con alma gozosa y ademan resuelto, terminóse la escena. XIII. KLl/A
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MATRIMONIO DONAIRE,
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HÁGALO SO E S ALCÁZAR
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DEMONIO, EL AIRE.
El rumor de las bodas del patricio Cosme Gradenigo. cundió por todos los círculos de la opulenta oligarquía, —Con una mozuela del pueblo; acaso con alguna de esas jóvenes perdidas que sin familia y sin hogar, son la degradación de un sexo creado para el pudor; decían aquellas damas que suelen darla de austeras creyendo que solo son tolerables ciertos pecadillos en quien puede abrillantarlos con el oropel del nacimiento y la fortuna. —Una rapaza sin un zequí, añadían los codiciosos.
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—Con una florista, barí! exclamaban los hombres de mundo, queriendo significar con esta interjección lo poco seguro de la clase. —En eso paran los libertinos, discurría algún grave senador. Verificóse la boda con precipitación inusitada, sin estrépito ni pompa, con la sola presencia de algunos amigos ó poco escrupulosos ó bastante aficionados á Gradenigo, para no vacilar en sacrificar la preocupación en aras de la amistad. Sirena hubiera gustado mejor del magestuoso aparato al tratarse de celebrar su ingreso en el mundo de la opulencia que era la aspiración de su vida, cuyo mundo no era. del todo nuevo á su imaginación. Ella que se había oido celebrar como hermosa desde la niñez, que había sentido correr por sus venas el diabólico fuego de la vanidad y la soberbia. ¡Qué triunfo de la suerte! qué giro en la ruta de su existencia! Con todo, comprendió que debía ser modesta ó á lo, menos aparentarlo, y opinó de conformidad con su novio en punto á verificar su enlace, sin aparato y con sencillez de galas. Era una noche serena y despejada en que el cielo aparecía cual techumbre de zafiro con toques dé nácar y chispas de oro. Alzábase la luna, brillante medalla del criador, presente dado á ciertas noches en premio de su belleza. El ambiente estaba suave, embalsamado, como el de las horas felices en que tal vez hemos escuchado juramentos que no siempre se cumplen, pero que jamás se olvidan. La ex-florista estaba hermosa como aquella noche. El traje de la dama había sucedido al de la humilde doncella, y aunque de todas maneras era hermosa; estaba sin embargo eí cuadro de sus atractivos como mas realzado por el marco precioso que lo circuía. Sencilla en aquel atavío para el cual parecía nacida, los que la vieron entonces, atesoraron en sus almas la morbidez delicada de aquel alabastrino cuello, el brillo singular de sus ojos y su fisonomía llena de expresión seductora. Estaba radiante como aquella luna, hermosa como aquel cielo, vaporosa como aquel ambiente, empero en su esplín
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ritu no tenia espacio ni cabida la serenidad de la noche tan bella con que acaba de compararse; porque á pesar de su victoria, sentía en su corazón alguna punzante espina que turbaba su alborozo. Está probado: el contento convulsivo no es siempre la felicidad. Esta no existe sino para ciertas almas que la buscan en los goces puros que no consisten nunca en el triunfo de las malas pasiones. No es dado á todos los ojos perderse en el puro azul ele los cielos vislumbrando á su través, los blandos éxtasis de lo infinito. La boda de la joven suponía el olvido de un pobre ser que la adoraba y á cuya afección y desgracias habia dado pábulo; en este enlace militaba por parte de ella la aspiración á la esfera de las vanidades. La candida tea del amor desinteresado, no iluminaba sino débilmente aquel altar de himeneo, semejante dicha tea á la fosfórica luz, bella pero fatua. En un salón de la quinta de Gradenigo, adornado con los primores del gusto y de la opulencia, una falange poco numerosa de caballeros aguardaba á los novios, quienes entregados todavía á sus mutuos tocadores, no tardarían en presentarse. Advertíase entre los concurrentes, á un mancebo de agradable presencia y en cuya fisonomía podían leerse los síntomas del talento. Llamábase Ruggiero y era un pintor que en los albores de su vida prometía ya á la república una nueva gloria. Protegido por Cosme que le servía de espléndido Mecenas, profesaba á este á fuer de agradecido, toda la estimación de que es capaz un corazón sensible y bueno. Hasta entonces toda la viveza de su imaginación, todo el ardor de su temperamento que otros jóvenes de su edad y profesión dedicaban á las diversiones y placeres con menoscabo de su arte, habíanse consagrado en él á dar vigor á su ingenio y á ilustrarlo en su carrera. Todo él era amor de gloria; pudiendo decirse que las aficiones de la juventud no habían despertado en su alma ó que el ideal del amor identificado en su corazón con el del arte, había hecho para él de este solo; el emblema de todos sus amores. También estaba entre los concurrentes el famoso Ha-
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fiz ya mencionado. Aunque con disimulo por su parte, nada escapaba á su observación inquisidora y minuciosa. Era campo de estudio lo que se ofrecía á sus ávidos ojos, puesto que para ciertos espíritus es la observación no solo instinto sino avara facultad que necesita su continuo pasto. Estaba en lo* pormenores de aquellos sucesos, había visto venir desde gran distancia la tal boda, á pesar de conocer el carácter de Cosme, libertino y poco afecto á enlaces coartadores de libertad; mas no conocía á la joven sin embargo de que gracias á las confidencias entusiastas del patricio, había formado respecto de su hermosura una idea sumamente ventajosa. Comprendía también que no era el empeño de Cosme nacido solo de la virtud de la doncella, sino que debía influir notoriamente en él, atendida su índole, la belleza no común de la misma. Platicaban los concurrentes respecto de las riquezas de Gradenigo, de sus placeres, de su fausto y sobre todo de su enlace, que á decir verdad, no dejaban de celebrar sinceramente, porque, no conociendo la índole de la futura y juzgando su noble conducta nacida de virtud mas bien que de cálculo, auguraban que este capricho de Cosme con todas las trazas de pasión sincera y digna del ara, le curaría de su propensión á los desórdenes y de sus malos hábitos, poniendo en buena higiene su salud y su moral y apartándole, de todo punto, de la senda nociva que"había seguido desde su adolescencia. —Preciosa flor que fija para siempre á tan inquieta mariposa, decía un mancebo con cierta ironía que, por lo pronto, no encontraba eco en la reunión. —Ángel salvador! exclamaba el sacerdote destinado á celebrar aquel consorcio. Y el sabio Hafiz, consultado por todos acerca de aquel accidente singular, salía de su silencio exclamando-: esta será la última locura del mancebo.—Respuesta que todos interpretraban como queriendo decir: se ha enamorado con locura, pero esta locura por sus benéficos' resultados, le impedirá cometer otras. Es lo cierto que todos se entregaban de buena fé á la esperanza y que solo algún extraviado incorregible, condenaba la tontería, tal era su
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expresión, de casarse joven y encadenarse por toda la vida el que nació para gozar libremente de esta primavera de la existencia, tan corta; contestando tan solo como i para capitular en cierto modo con los que censuraban su modo de pensar: hace bien Cosme, realiza un placer, un capricho y basta, pero por mi parte, no apruebo su enlace. Ademas, ¿quién me vuelve á mi amigo, ú mi compañero de correrías y juventud? Creed en los hombres! ¡Cuántas veces, cuando yo me quejaba de nuestra vida turbulenta y sin verdaderas aficiones, me decía Cosme: amigo mío, juremos no casarnos nunca.—¿Te lamentas porque sientes un momento de hastío? ¿En qué vida no los hay? Solo que en la que llevamos puede ese fiero enemigo desaparecer ele un solo golpe.—Los verdes años se agostan pronto y deben pasarse en el olvido del agosto destructor; en último resultado nunca nos faltará una muerte tan dulce como la de aquel sabio que dicen se hizo abrir las venas en un baño delicioso!—Nada, lo dicho; añadió de repente el amigo de Cosme; en adelante me lanzaré solo por esos mundos sin creer en las palabras ni protestas de los hombres. Al terminarse este discurso, anunciaron á los novios, y como ninguno de los convidados conociese á la bella, fijáronse con avidez todas las miradas en la puerta que había de darles paso. Presentáronse por fin, con encanto de los concurrentes. Gradenigo estaba gozoso; ella radiante. Verificóse apoco la ceremonia pronunciando aquel si que los ligaba y que á pesar de las protestas de ventura, que parecía prometer, era verosímil que sirviese de puerta á la desdicha. Fué puesto en manos de los contrayentes el anillo nupcial y pasaron luego aquellos, en compañía de los demás señores, á un salón elegante y espacioso en donde la magnificencia de aquel Lúculo habíales preparado un suntuoso banquete. Ambos esposos bebieron en la misma copa prometiéndose de nuevo la mutua, felicidad, y por lo que atañe á los de la reunión, hubieron de celebrar cordial y alegremente la hermosa perspectiva doméstica que semejante unión desarrollabaTerminóse á su tiempo, tan animado y esquisito ban-
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quete, y luego que despejaron el salón los convidados, acercóse el patricio á Hafiz que yacía pensativo y observador según costumbre, diciéndole: sabio mío, tu filtro cambió de destino; lo he bebido en ese sí amoroso de Sirena, y quedo emponzoñado para siempre. —Ya he dicho, repuso el persa, que esta sería tu última locura. '-—Podéis jurarlo, añadió Gradenigo, apretándole las manos en señal de despedida. XIV. ACÉPTALA, " L I B R O DE O R O , " (1 ) . ' rUB PLEBEYA, ,
PERO ES RICA;
LA RIO.ÜKZA DA DECORO: TIMBRES
EL ORO FABRICA.
Eco produjo en los aristocráticos salones de Venecia el matrimonio Gradenigo.—Todos anhelaban conocer á la nueva esposa si bien murmaraban de ella y aparentaban querer esquivar su trato; pero la prodigalidad de Cosme, sus riquezas por una parte y por otra la belleza y aun la natural discreción délaex-florista, presto acomodada á tan alta esfera, hicieron olvidar poco á poco su cuna y hasta llegaron á admirarse de que la naturaleza no hubiese hecho nacer entre el patriciado antiguo á tan reciente cuanto atractiva señora. Hubo pues que aceptar, aunque no sin la resistencia que era de esperarse, un hecho ya consumado.—Las circunstancias se hicieron paso, porque estas son las reinas del mundo; díganlo si nó tantos héroes de cartelon como se han hecho lugar, corriendo parejas con el viento en este monstruoso hipógrifo de las circunstancias.—Así pues por donde quiera, en festines y en sai'aos era la recien-casada la heroína, escitando de continuo las simpatías y aversiones que eran consiguientes. Seguíala por todas parte Ruggiero, el pintor, tributándole aquellas atenciones respetuosas que debía merecerle la esposa de su Mecenas. Otras veces temeroso de sí mismo, vedábase á sí propio aquel trato halagador; (1)
El " L i b r o de o r o " era en Venecia un Registro del patriciado,
292 poniendo entredichos á sus entrevistas por semanas enteras, al cabo de las cuales, una visita de riguroso cumplido pai'a con su protector, que tal era su deber, daba, en tierra con todos sus propósitos: el amor entra y crece por los ojos.—El pintor era impresionable; .sabido es que aquel es el sentimiento, si no la pasión, de los poetas y de los artistas. Ruggiero no había tenido hasta entonces amoríos, salvo alguna afición ligera; prendado de su arte, este había sido hasta entonces su idolatría; pero ¿quién se libra de alucinaciones?—La ex-florista podría ser muy bien el demonio, pero tenía todo el hechizo de un serafín.—En ella había todo lo que un pintor, un escultor ó un poeta pueden apetecer para dar forma á sus creaciones; gracia, proporciones, armonía y sobre todo el blanco velo de visión celeste que no puede pintarse, que no puede describirse, pero que el poeta ó el artista conciben y trasmiten como si digésemos en espíritu, y como por una especie de intuición entre el autor y lá obra; de la paleta al lienzo, del cincel al mármol, de la mente á la palabra; deliciosa fiebre del alma, que comunica su calor y sus pulsaciones, vitalidad que se trasmite, vaguedad inesplicable que constituye el mayor encanto dé una obra: la expresión. Pero la naturaleza es injusta con el hombre: ¿para qué engañarle? Para qué dar la hermosa apariencia del ángel al simple barro? Sirena era una realización de lo imponderable en punto á belleza, mas aun, en punto á gracia: la gracia es el perfume de la hermosura.—Era la forma en todo su atractivo; por tener apariencias tenia la del ingenio, la del sentimiento, hasta la de la virtud: el pintor corría peligro. Aprovechaba Cosme la ocasión de tales visitas para censurar á Ruggiero su-desvío y apartamiento haciendo que este, por no merecer quejas tan justas, tornase á frecuentar el trato de la bella. En semejantes alternativas su único pasatiempo era el trabajo. Sentía en su ingenio entonces cierta propensión á pintar ora ángeles purísimos, ora deidades voluptuosas; es decir, que vagaba su numen del Paraíso al Olimpo y viceversa. En una palabra: su pincel buscaba
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instintivamente todos aquellos objetos que pudiesen ofrecer analogía con la dama de sus pensamientos y de sus ensueños, ya contemplada bajo el punto de vista de los sentidos, ya bajo el no menos hechicero de las afecciones ideales; fases alternativas de su amor retratadas sucesivamente.—Y gran fuerza tenía que hacerse para que semejante metamorfosis continua, no le vendiese. ¡Cuántas veces hubo de borrar rostros y formas que sobrado parecidas al objeto de aquel amor ideal pudieran pasar por otros tantos retratos de Sirena! Esta parecía no comprender aquella idealidad que tanto debía lisongearla, puesto que siempre se mostró indiferente sin dar pié á Ituggiero para alimentar esperanzas; si bien tratábale de una manera tal, que un observador consumado habría podido comprender que ella no desdeñaba, allá en sus adentros, un culto tan vehemente y reservado. Estaba Gradenigo mas apasionado cada dia de su esposa, y aunque ella no perdía ocasión de complacer su cariño, consagrada enteramente á él, sentía este (acaso influían en mucho los antecedentes de su vida) debilitarse cada vez mas, á pasos ajigantados, sus ya desmedradas fuerzas.—Había todos los días una fiesta ora en la ciudad, ora en el campo, en que Sirena calinosa siempre y pródiga de aparentes afanes y cuidados respecto á la salud y ventura del esposo, procuraba rodear á este, de suyo aficionado á la vida inquieta, de goces y alegría. Habíase convertido la quinta en verdadera mansión de placeres, aliándose en ella el lujo con la gracia seductora. La mesa era esquisita y de continuo concurrida por gente partidaria de Epicuro. Hasta el aire que allí se respiraba estaba embalsamado y propio para enervar el alma y despertar la molicie. Los sentidos estaban continuamente hechizados y suspensos en aquella mansión del embeleso, en aquel harem encantador en que la esposa de Gradenigo, única sultana, multiplicábase para hacer revivir la hechicera fiebre.—Era aquella una prisión de amores en que el patricio sentía deslizarse dulcemente el resto de su vida. Los jardines de la quinta tenían grutas deliciosas y llenas de misterio, fuentes que derramaban nubes de fres-
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cura, frutas que halagaban la vista é incitaban el paladar, flores vistosas y blandamente aromáticas, cascadas cristalinas y bulliciosas, estatuas y grupos de primorosa escultura, sendas y bosquecillos, cantos y murmullos; blandos, verdes y amenos céspedes, tálamos y asientos rústicos que provocaban al grato reposo, á gozar de la dulce sombra y de la tierna y afable confidencia. La esposa de Gradenigo era la diosa de este templo en que todo alzaba su voz para proclamar y celebrar su imperio: el imperio de sus gracias. Desde los primeros dias de su luna de miel habia comprendido el influjo doméstico, que podia egercer el docto Hafiz, médico y absoluto confidente de su esposo. Trabó con él amistad, y el persa sintió á poco el dominio de aquella muger que tanto podía cantando y riendo. Comprendió que su influjo debía compartirse, y en la impotencia de la lucha, resignóse gustoso doblegándose ante aquella Armida de los corazones. Paseábanse juntos con frecuencia.—Hafiz instruía á la esposa de Cosme, que dotada de pasmosa inteligencia, bastábale la simple percepción de una idea, pava enseñorearse de todo el orden á que la misma perteneciera y ensanchar en pocas lecciones el cúmulo de sus conocimientos.—Posesora de una imaginación bastante viva y de una facultad extensa de relación, bastábale naturalmente una analogía para encontrar otras muchas; pero lo que mejor la caracterizaba era el don de poder subordinar fácilmente su fuerte imaginativa al cálculo y yerto raciocinio. Si bien no era este el buen sentido, era sinembargo un talento, un ingenio peculiar y diabólico que la proporcionaba el medio de servir Con su inteligencia á sus pasiones; debiendo advertir que, fuera de cierta vanidad y avidez curiosa de novedades, afectos que, aunque la impulsaban con la mayor vehemencia, sabía dominarlos y guiarlos hacia su satisfacción por caminos especialmente suyos; ei^a fria,'yerta respecto de las demás afecciones ó flaquezas de la muger. Era su temperamento un perfecto equilibrio patológico, por lo que, era ardiente sin ser desordenada, y fria sin poderse llamar linfática.—Y este temperamento con que la naturaleza la habia favo-
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recido, era un nuevo servidor de sus instintos, incapaz aquel de hacerla nunca dar al traste con sus fines y propósitos. Sabía pues, desear y conseguir. No era buena, porque no deseaba el bien; porque era una criatura nacida para amarse; una encarnación, la síntesis del egoismo. Gustaba en gran manera á Hafiz el ingenio de la joven, ingenio que él mejor que otro alguno de aquel círculo podía apreciar; siendo esta una de las causas que mas contribuían á cautivarle. Era fácil imaginar que el tal sabio á pesar de su edad y de su ciencia, buena ó falsa, estaba por intuición mas expuesto que otro alguno á la seducción por parte de un carácter mañoso y de una inteligencia viva como los de Sirena. Pero esta no tenía empeño en seducirle sino hasta cierto punto, y he aquí por qué el persa siempre á raya, dejándose cautivar sin proyectos ulteriores ágenos de su edad y hábitos; complacíase en estudiar á la joven, figura especial en el mundo de acción y que lejos de necesitar en absoluto de algunos fragmentos de su acopiada ciencia, estábale enriqueciendo de continuo con nuevos hechos en la vía de penetrar los secretos de la naturaleza encarnados en el misterioso ser humano. Otra de las amistades que se había propuesto alcanzar la esposa de Gradenigo en el nuevo orbe á que la había llevado su enlace con el patricio, era la de Perla, la joven candida y apreciable por su hermoso corazón. Perla era su contraste, su moral antagonismo. En esto proponíase no solo darse con el trato de aquella, mayor sombra de virtud, sino acercarse á Honorio Morosini el héroe entonces de la república y de la moda, hacerse' ver y admirar de él, penetrar el secreto de sus relaciones con aquella é irla robando con el empleo de todas sus seducciones, el corazón del galán; so color de amistad, por supuesto, y sin violencia conocida.—Era harto difícil semejante victoria, porque Morosini hasta entonces veleidoso en materia de amoríos, estaba al parecer firmemente enamorado de la doncella, sin embargo de que la esposa de Gradenigo presumía, quizá no sin razón, que la voluble mariposa no puede prescindir de sus alas por mucho tiernpo. Por lo pronto había conseguido
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la hermosa taimada el primer paso, puesto que su conocimiento con ambos amantes, habíase verificado sin accidentes ni indicios que pudiesen desesperanzarla en sus deseos. Maquiavelo femenil, sabía por instinto que sus armas debían ser harto peligrosas para la confiada y bondadosa Perla. Pero dejemos para su oportunidad la narración de este episodio, y volvamos á tratar de la ex-florista en sus relaciones amistosas con Hafiz. —Habitaba yo, pues lo sabes, en Ispahan, capital del grande imperio Persa; así decía aquel á Sirena, sentados ambos á la sombra de un bosquecillo de la quinta en una hermosa tarde de otoño; allí había nacido y visto desplegarse los dias de mi juventud.—El estudio habíame llevado á investigar los secretos de la naturaleza en el arte de curar las dolencias y prolongar, en lo posible, la humana vida.—Mi cuna y mis conocimientos lleváronme al alto puesto de consejero y médico del poderoso Shah.—Erase este un hombre, viejo á pesar de su juventud; sus años eran todavía pocos, pero sus vicios habían sido y eran muchos. Marchito en la edad de la lozanía parecíase á esos troncos que heridos del rayo se secan nuevos aun sintiéndose morir en medio de las selvas en que aun desplegan sus verdes copas otros mas añosos, sin que las húmedas bendiciones del cielo, ni los calores del rey de los astros puedan tornarle su perdido verdor. "Viejo era el Shah porque una vida de caprichos y desenfreno habíale traído á semejante extremo: la vida es un corcel que precipita su paso á gusto del ginete quien puede rendirle ó hacerle menos fatigosa la jornada á su placer. Sentía el príncipe dolorosamente su postración y temía el próximo efecto de ella: la muerte. Todos sus afanes giraban al rededor de un punto fijo: el de prolongar la existencia.—En mal hora tuve un dia la debilidad de mencionarle mis estudios y mis ilusiones científicas acerca del hallazgo posible de un elixir que, cual licor de la vida, pudiese dilatarla indefinidamente: este sueño ha sido la pesadilla de tantos sabios! Entonces lo era de todos los que como yo estudiaban. Dividíase, como en estos tiempos, el campo intelectual
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de las academias de oriente y aun de Europa en varias escuelas, que tenían por terreno de estudio la naturaleza física del universo.—Unos examinaban, como hoy aun, la materia bruta, fundiendo metales viles para hallar el secreto del noble oro y de las piedras preciosas ó séase la piedra filosofal.—Otros, como yo, buscaban y buscan en la naturaleza sensible y organizada el secreto de la vida y los medios de prolongarla; otros combinando la cabala con el conocimiento de los astros, inquieren aun la solución de lo porvenir y el hilo imperceptible que une á su carrera el destino de cada mortal sobre la tierra.—Esta ciencia no ocupaba tanto mi ánimo como la que atañe al secreto de la vida, porque en efecto, ¿qué riqueza podría comparársele? Encadenar la naturaleza á la voluntad del hombre, conocedor de su enigma, sería tan importante como crear un mundo. Yo veía, como veo, que el aniquilamiento de los órganos por medio de la acción viva y continua, ó sea el movimiento, es á la postre la verdadera é infalible causa de la muerte. Retardar ese movimiento, en lo posible, tal ha sido el fin de lo que algunos sabios moralistas llaman virtud; pero esto no basta al cabo y es menester que la materia venga al auxilio de la materia. Es menester retardar por medios puramente físicos ese movimiento, y restituir á los órganos de vez en cuando su primitiva fuerza; dado que esté en los órganos y no como voy convenciéndome, en una causa nueva que hace que estos sean un puro instrumento de fuerza ó voluntad desconocida. Estudiaba dia y noche, recorría los campos, observando la vida de todos los seres, ya plantas ya animales, estudiando la organización universal; inquiriendo por qué medio nace, crece y muere la planta, por. qué medio nace, crece y muere el animal, haciendo en la vida de estos mis experiencias, á veces satisfactorias, cuasi siempre oscuras por desgracia en sus resultados.—Oyóme el Shah platicando con otros médicos acerca de mis doctrinas, un dia en qué las experiencias, favorables á mi ver, disipaban el ceño de mi frente. El Shah me llamó á su lado, y pidióme la reYelaciqn del secreto que..
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él, en su impaciencia, suponía ya descubierto por mí.— Neguéme á revelarle lo que solo era suposición mia. Creyó que le ocultaba los frutos de mi ciencia, y delante de su corte ordenó mi suplicio.—Con la ira en el corazón resignóme á aquella injusta voluntad que así disponía de mi existencia, y entonces para vengarme de su estúpido mandato, di á conocer en mis ademanes y'en algunas palabras expresadas con misteriosas reticencias, que el verdugo al separar la cabeza de mi tronco, no haría otra cosa que cortar para siempre el hilo de un secreto importante. El Shah conoció lo estéril de mi muerte, temió por la anhelada prolongación de su vida, y esperando en que yo al fin podría serle mas útil viviendo, mandó suspender la ejecución, no sin que quedase yo obligado por su mandato á presentarle dentro de un término señalado el elíxir vital por qué suspiraba y que esperaba obtener de mis estudios é investigaciones. No dudo, poderoso señor, le dije, llegar al cabo á dar con el grandioso secreto de la vida, pero he menester realizar experiencias que exijen tiempo, tesoros y libertad.—Pues bien, me contestó; dispon de esas tres cosas á medida de tu deseo, mi imperio es tuyo.—Y desde aquel instante quedé libre. Pero temía demasiado la terquedad absoluta del Shah, de aquel joven envejecido que soñaba ardientemente con el medio de parar en su curso la fugitiva existencia; suponiendo yo, quizás con sobrado acierto, que no me sería dado escapar en otra ocasión de aquella furia arrebatada.— Además, yo no podía aclarar tan fácilmente el maravilloso misterio que envuelve el problema de la vida, y era posible que locamente perdiese la mia en las garras de tan injusto príncipe. Amaba mucho á mi patria, pero la ley de conservación era imperiosa.—Un dia en que el Shah me juzgaba mas afanoso y ocupado que nunca en la investigación del objeto de sus ansias, cubríme con un disfraz y me alejé de Ispaham; de aquella ciudad que me vio nacer y que tanto amaba, pero que ingrata á mi cariño, me amenazaba con la muerte.—Algunas monedas que pude sacar conmigo y la protección de una persona adicta y poderosa, ayudáronme á franquear las
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fronteras, dando conmigo en Constantinopla, desde donde me trajo á Veneoia una nave de esta nación que hacía el comercio. Desde entonces, hace ya algunos años, he viajado por los reinos de Europa, y gracias á la hospitalidad de vuestro esposo, habito bajo su techo tiempo ha, asistiéndole en sus dolencias, recibiendo sus ricos presentes, estudiando y esperando. Aquí te he conocido, hermosa estrella de Occidente, y tu amistad es hoy un tesoro apreciable para mí. Ya tienes narrada mi historia, en la cual he omitido referirte para no abusar de tu paciencia mil curiosidades, aunque serían tristes y cansados pormenores. Tú debes consolarme de la pérdida de aquel hermoso cielo de mi patria, y yo te pagaré con la mas sumisa adhesión tales favores. Dijo así el sabio; y tanto él como su interlocutora guardaron silencio por algunos instantes: ambos parecían meditar en lo que acababa de narrarse. Y luego sea que las persecuciones que había sufrido Hafiz despertasen en la esposa de Cosme, el vago instinto de libertad que se revela en el hombre, en presencia de toda coacción sufrida é injusta; sea que absorta en la esfera de sus propios deseos, cruzase por su mente ese anhelo del espacio, que es con frecuencia la resultante de las agotadas fuerzas del corazón; es lo cierto que, levantándose aquella de pronto y fijando su vista en un grupo de palomas que cruzaron rápidas y vagabundas por cima de los árboles, á cuya sombra estaban ella y Hafiz sentados, exclamó: Ah! cuan libres son las aves, y quién fuera como ellas! Al escuchar esta exclamación y ganoso de lograr nuevas noticias, apresuróse Hafiz á interrogarla.—¿Te pesa ya la vida conyugal, señora? — N o por cierto, respondió la joven que había comprendido la intención de la pregunta; antes soy sumamente feliz en mi estado; pero algunas veces, anhelo salir de este mundo para atravesar esos espacios en pos, que sé yo én pos de otra existencia que se encuentre allá, como vos decís, en las estrellas. ¿Queréis que os confiese mi pensamiento? La sed de novedades me consume, y hay momentos, como hace poco, en que al contemplar esas aves tan libres y ese azul tan inmen-
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so, he sentido vivo anhelo de saber, de experimentar, vivo anhelo de que mi alma verifique cuanto antes esa peregrinación de que soléis hablarme.—Sí, cuanto antes porque á la verdad, este mundo, bueno para unos y malo para otros, está ya visto y suele hastiarme. Por lo que hace á mi estado, nunca he sido tan feliz como hoy al verme en aptitud de poder labrar la ventura del esposo que me ha hecho todo lo que soy.—Y ciertamente, lo sé, que una vez terminados estos días de su vida, tan decaídos ya por desgracia y que son para mí el colmo de la felicidad; acaso el nombre suyo, y el recuerdo de una ventura fugitiva sea lo único que me reste de una opulencia que solo me pertenece durante mi actual estado. Entonces el nombre de mi esposo, no me dispensará de volver á la esfera de las privaciones.—La parentela de aquel ha sido contraria á su enlace conmigo, y terminado este para dolor mió, ¿qué haré, pobre de mí, débil muger para contrariar los ambiciosos fines de aquella, si mi esposo no toma en vida tedas las disposiciones convenientes á fin de que las leyes aseguren y amparen á la pobre viuda? Pero, en fin, ¿qué digo? Debo conformarme y no mostrarme exijente.—Además, la pobreza fué una ley para mí desde la cuna, y debo someterme á ella.—La paloma busca el sustento aun á riesgo de las ligas y de la muerte; no me ha dado el cielo menos fuerzas y yo haré lo mismo: tornaré á mi anterior condición y cúmplase la voluntad del Altísimo. Dijo, y tomó el talante de la virtud sencilla y resignada, no sin que dos lágrimas cayesen de sus ojos. —¡Cómo! exclamó Hafiz y pensáis que el esposo abandone así á la esposa querida, que le colma de afa.nes y cuidados y que trata de hacerle gratos, por todos los medios imaginables, los últimos días de su existencia? No, amiga mia. ; El persa comprendió que aquello era una verdadera insinuación,' y que debía prestar á la bella atribulada ,aquel servicio, obligándola por este medio, respecto del porvenir, en la carrera de los mutuos favores.—O acaso se había conmovido sinceramente ante los temores de su amiga, quién á ley de muger orgullosa, debía aflijirse á
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la idea de tener que renunciar, por la muerte de su esposo, á una opulencia que tan bien cuadraba á su carácter y á la que ya se había acostumbrado. Hafiz era hombre de buena fé sin duda, y á fuer de sabio comprendía las flaquezas humanas, siendo acaso con ellas demasiado indulgente.—Es verdad, que para él, espíritu concentrado en las funciones de la inteligencia, la virtud era indiferente, atento solo á considerarla como puramente convencional entre los hombres, y cual nombre vano ante la naturaleza. El exclusivo aprecio de la inteligencia desestima la virtud. Idólatra de aquella, había encontrado en la joven, un intérprete de sus pensamientos, que escuchaba sus lecciones con una atención que encantaba su vanidad de maestro halagando su gusto por la ciencia.—Por otra parte, su discípula tenía^tanto ingenio! érale tan simpática, que mal podría dejar de sentir un vivo interés por la desgracia que la amenazaba. — N o , exclamó; tu orgullo no experimentará, si me es dado evitarlo, tan humillante prueba; no presenciaré indiferente tu recaida en la miseria desde ese cielo de tu fantasía en que fulguras con tan hermosos resplandores; la sonrisa desdeñosa y burlesca de los que hoy te envidian y te adulan, no brillará mientras yo pueda. Cosme reconocerá su estado, tomará sus precauciones, y tu temor desaparecerá ante la seguridad que tu esposo adopte respecto de tu porvenir. — A h ! Hafiz, sois harto bueno para conmigo; agradezco vuestro interés, ¿pero qué? ¿podría yo imaginar que ibais á pretender convertir en hecho una vana queja mía? Os lo he dicho y estoy resignada, os prohibo que hagáis indicación alguna á mi buen esposo. ¿Qué imaginaría él? Oh! jamás desplegaré mis labios para demandarle cosas que puedan hacerle creer que al darle mi mano llevé miras interesadas. Gracias, os doy, buen sabio, por vuestra afectuosa amistad; pero los sentimientos que en un momento de flaqueza os he manifestado, no han tenido en manera alguna por objeto, obligaros á dar pasos en mi favor para con. mi adorado esposo.—Dejadle; el cielo, que no quiere el mal de sus criaturas, le dará
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tiempo para pensar y disponer espontáneamente lo que mejor convenga, —Sí, pero no es cosa de perder tu posición, tu Cortuna; tornar á la pobreza, dar contento á los que hoy te envidian; abandonar estudios á que tanto se presta ese ingenio que me cautiva. Oh! no, debe ser; yo cuidaré de que todo se arregle y pronto. —Contad, repitió la esposa de Cosme con la mayor aparente sinceridad; contad con que nada os he dicho: ¿entendéis? —Bien, bien, dijo Hafiz, comprendo y basta. —Hora es ya, repuso Sirena,, de que mi esposo termine su siesta.—El pobre, bien poco duerme, y solo gracias á vos, á vuestros medios, puede aletargarse. El sabio y la joven se separaron; Julieta, la camarera de Sirena, vino en seguida á decir á esta: —Señora, ya le tenéis ahí. —Ruggiero? —Sí, señora, —Bien está, que pase á mi gabinete. Adelantóse la camarera á cumplir la orden de su ama y á poco esta encontróse frente á frente con el pintor. XV. CON CAPRICHOS N A C Í , N A C Í
MUGER.
Es la belleza en la muger, cualidad inocente y hasta meritoria, si se emplea en realizar en el mundo uno de los mil ensueños de virtud que suele engendrar la mente del hombre, y que por desgracia tiene este que ver desvanecidos con frecuencia, como verdaderos sueños ó como desesperadas aspiraciones á otros mundos de mejor armonía con sus deseos. La belleza en la muger tiene una misión noble y elevada.—Cuando la tristeza, la desesperación ó el egoismo turban el horizonte de la vida y el ánimo se ve á punto de precipitarse en las tinieblas del desencanto; la beldad viene á restablecer con una lágrima, con una caricia, con una mirada, la paz y la fé que habían huido del corazón
del hombre. Ella-enciende la tea de los nobles deseos, alimenta la hoguera de las grandes causas, inspira el aroma de la caridad y hace que el hombre no tenga sino amor y fraternidad para los demás hombres; hace, en una palabra, renacer en el alna, aun cuando el otoño marchite ya la vida, la dulce aurora de la juventud dorada y generosa; y semejante á una mirada de otro mundo, despierta la esperanza, trae consigo el consuelo y acaso hasta la felicidad. Pero la muger heroína de esta historia, Sirena de todos los tiempos, á qué causa servía con su belleza? A la de su propio engrandecimiento, sin duda.—Oh! ya no era la muger hermosa, la Eva del pensamiento y del corazón, pura en medio de sus flaquezas, esencia celeste aunque encerrada en túnica mortal.—No era ella pues la muger hermosa, era una muger hermosa como otras muchas y basta. Sin embargo, infelices mugeres! Los Calígulas y Nerones han podido hacer del hombre un ser abyecto; pero los hombres comunes os han condenado ala mas triste de las abyecciones: la frivolidad.—Aquellas que veis embriagadas del poder de su hermosura, toman por triunfo lo que no es mas que el himno de un día.—Ellas también soñarán acaso con la perpetuidad de los afectos, quizá se consuelen con la ilusión de haber podido ó con la esperanza de poder inspirarlos, lo que es mas, con la creencia de ser capaces de sentirlos. Preguntadles si en todo ello existe otra cosa que un suspiro de desengaño y de deseo, cubierto como punzante espina, bajo la. rosada corola de una vaga, fujitiva y engañosa esperanza! Por mi parte, debo confesar que desde hace algún tiempo, cada vez que celebro la belleza que antes parecíame la mas dulce realidad, mi elogio es un ay! de lástima por ellas y por mí.—Convertido, por desgracia, en uno de los mil Jeremías de este mundo, solo veo en la hermosura de algunas mugeres un dulce engaño, una deliciosa mentira, pero solo una mentira! Al celebrarlas mi labio, mi corazón tergiversa las palabras y todo mi aplauso se reduce en mi pensamiento á estas: Oh! muger, si fueses una verdad! Y ¿cómo pudieras
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tú ser una verdad, pobrecilla flor de un dia, cuyos colores y aroma son tan solo una ilusión que la mente del hombre crea y fomenta! Tú que eres solo una fantasía, una idea que se desnaturaliza al concretarse: maná del desierto, que el pobre israelita encontraba al dia siguiente á su caída, reducido á polvp! Sirena era pues una doble mentira, mentira como hermosa, mentira como abnegación, la segunda y principal belleza de la muger.—No era pues la muger del Cielo, era si la de Edén, una de tantas en que las gracias son puro instrumento de sus miras y para quienes Dios, amor y virtud son tres pasaportes para el logro de sus conveniencias.—Y á pesar de esto, rendíanla tributo nobles almas como la de Ruggiero; amábanla corazones candidos como el de Paolo y se dejaban seducir por ella hombres libertinos y gastados como Cosme Gradenigo. Injusticias misteriosas del corazón humano! Tal vez, á haber sido modesta, hubiese helado el aplauso. ¿Para qué sacrificar el aplauso? Valía mas sacrificar la modestia. Decía yo que la esposa del patricio se halló frente á frente con el pintor.—Los ojos dicen con frecuencia mas que Jos labios; Ruggiero bajó los suyos y pronunció: — M e habéis, señora, ordenado venir. Sí, por cierto, respondió aquella, y en verdad que sin duda habéis hecho algún voto que os obliga á huir de esta casa como peligrosa. Iba Ruggiero á manifestarla que acaso no se equivocaba, pero contúvose porque esto equivalía desde luego á una confesión que él temía mas que á la muerte; así solo respondió: —Señora, qué queréis? Mis muchas ocupaciones artísticas impiden mi frecuente presencia en esta mansión dichosa; pero de ningún modo puede decirse que mi afecto hacia los que en ella habitan, haya podido entibiarse. Antes al contrario, quizás el apartamiento haya con tribuido á acrecentarlo; ved en mi pronta y eficaz venida una prueba de mi aserto.—Ordenad y seréis obedecida, —Creo, expresó Sirena, que mi matrimonio no habrá disminuido en nada el afecto que Cosme os profesaba o orno amigo y como artista ¿no es verdad?
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—Ciertamente, Señora, respondió con rubor el artista. Este rubor es natural si se tiene en cuenta que desde el matrimonio de aquella, la protección mecánica de Gradenigo habíase acrecentado. Por reservada influencia de la esposa, había tenido el pintor notable demanda de cuadros y sumas considerables en pago de los mismos, ya de parte de Cosme, ya de otros patricios. —Os he hecho llamar, continuó la joven, para encargaros una obra digna de vuestro ingenioso pincel. Os recomiendo solamente que pongáis en egercicio todo vuestro númeu, puesto que se trata de una pintura que requiere inventiva y verdad al mismo tiempo.—Es un puro capricho, pero ¿qué queréis? Los amigos deben poner sus habilidades al servicio de la amistad; no es cierto, amigo mió? Añadió con una expresión que derritió el alma del mancebo. — Y qué? se atrevió este á preguntar, después de un breve silencio en que la joven consultaba de antemano la impresión que el capricho de que iba á hablarle podía ir reflejando en el rostro del pintor. Este se hallaba un tanto sorprendido. —¿Conocéis, interrogó ella de pronto, al almirante Honorio Morosini? No sé por qué, pero el pintor sintió por instinto, puesto que no habia antecedente alguno, cierto desagrado al escuchar este nombre en labios de la bella. —Es un caballero lleno de bizarría, no es así,? continuó esta aparentando no haber advertido el movimiento de sorpresa del artista. ¿Quién no conoce al glorioso defensor de la república? Ruggiero venció su primer impulso de repugnancia y contestó:—En efecto, Señora, decís bien: ¿quién no le conoce en Venecia? —Por tanto, repuso la joven; amiga de los héroes, no puedo vivir sin tenerlos á mi lado.—Quiero, pues, que hagáis su retrato en la forma que os esplique. —Cómo! Señora yo — Y porqué nó? replicó ella; me habéis dicho que queríais complacerme. 39
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—Eso no puede ser, exclamó el artista; pedidme la sangre, la vida, pedidme que arrebate al sol la luz y á la noche su misterio para estampardos en el lienzo; pedidme que en el caso de no poder realizarlo, arroje con mengua de pintor, mi paleta á los canales, y seréis obedecida; pero exigirme que —Qué? dijo la esposa del patricio, simulando sorpresa. — N o taladréis mi corazón; murmuró el pintor de una manera casi ininteligible, pero cuyas palabras percibió Sirena. —¿De qué modo? interrogóle haciéndole bajar la vista. — N o me pidáis que haga, replicó confuso el artista por haber dejado traslucir lo que juzgaba que debia ser un secreto, para vuestro recreo el retrato de otro hombre. Ruggiero iba de indiscreción en indiscreción. —Otro hombre, habéis dicho: repuso ella.—Y con qué tono! Cualquiera diría que tenéis celos. El artista palideció. —Pero tal sería locura, expresó la de Gradenigo con cierto enfado y como reconviniéndole.—No creo haberos dado motivo para Vaya, vaya; qué niño sois, añadió sonriendo con burlesca sencillez.—¿Quién os ha dicho que sea puramente para mi recreo? —Señora, no puede ser, repuso el pintor con tono resuelto. —No puede ser! exclamó Sirena.—¿Ignoráis que vuestro pincel me pertenece, que está al servicio de mis caprichos? Esto era para el pobre artista el inauoplazo feudal. —Desde este- instante lo emancipo de vuestros favores, no menos agradecido por su puesto á lo pasado; renuncio para^siempre á la protección de vuestro esposo. Esto era para Sirena la retirada de la plebe romana al monte Aventino. —Desde este instante, continuó Ruggiero, recobro la voluntad que me asiste como de mi propio y único dominio.—Buscaré trabajo, viviré con menos haberes, pe-
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ro no tendré que lamentar que mi habilidad me haya servido contra mí propio es decir: contra mi voluntad. — N o me esplico, dijo la joven, vuestra conducta, pero —Adiós, expresó Ruggiero dirigiéndose á la puerta, de la habitación. La plebe continuaba rebelde; era menester que el senado transigiese so pena de perder el pleito. — N o , no saldréis, exclamó la esposa de Gradenigo, con entereza. El pintor se detuvo en el dintel; aquella voz era el hálito de lá fascinación: parecía encadenarle allí. — N o , no saldréis sin complacerme ó sin esplicar semejante misterio. —Debo callar dijo sordamente el artista.—Había dicho demasiado. — Y qué? expresó Sirena sin darse por advertida de la significación que llevaba en sí tal reticencia. Y con el acento dulce y penetrante que tan bien sabía emplear: ¿me desairáis? añadió. Os negáis á satisfacer una pretensión harto sencilla, y que aseguro, es inocente? Luego acercándose á él, añadió con voz gratamente confidencial: inocente, sí, que en nada ofende á mi esposo, lo oís? — D e veras? exclamó el pintor que sentía la necesidad de darse por vencido. —Ciertamente, respondió ella. —¿Me lo juráis?—preguntó. —¿Qué os lo jure? dijo la joven vacilando... Lo juro, añadió con tono tan firme que desvaneció en un punto el efecto que hubiera podido causar su anterior vacilación. —Pues bien, repuso Ruggiero, seréis complacida Aunque mejor quisiera morir. —Morir! dijo ella riendo. Bobada! La vida es hermosa cuando hay juventud, ingenio y esperanza; lo oís, amigo mió. El pintor estaba vencido. —Está dicho, haré lo que pedís; expresó casi con felicidad.
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—Cuidado, repuso la bella, que vuestra, antipatía" porél, no os haga desnaturalizar sus varoniles y expresivos rasgos. — L o prometo. —Qué queréis...... Con caprichos nací, nací.muger. —¿Quién os resiste? —Quién! Vos; pero no hablemos mas de ello. Ah! creo que mi esposo nada sabrá Es una simpleza. No vayáis á imaginar lo que no estaría bien. Se trata de un plan de diversión que forjo acá en mis adentros, es una sorpresa. En fin, para que veáis que el objeto es inocente, como os he manifestado, y que sois acreedor á mi confianza, os iré instruyendo en los pormenores. Pero disponeos primero á hacer el retrato en la forma que yo os diga y pedidme luego esplicaciones: ah! me olvidaba, hoy comeréis con nosotros. Sirena salió de la pieza; el pintor quedó como muchos, enamorados: cariacontecido, estupefacto. XVI. DETENTE,
SOL D E L A
VIDA.
Llegóse Sirena al cuarto en que yacía postrado su esposo. La consunción caminaba con paso de gigante. Su frente estaba pálida como sus mejillas, las cuales parecían dos fosas cavadas por el vicio. Su respiración era fatigosa. La vida retirándose, aunque con lentitud, de sus miembros, dejaba al próximo esqueleto el principio de su descarnadura. Sus ojos grandes y un tanto lánguidos se mostraban en su semblante como la única señal de vida, como dos llamas del fuego fatuo, que brilla á veces en los cementerios. Al abrirlos; al moverse aquel hombre, parecía un cadáver que se reanimase momentáneamente para dar un nuevo adiós al' mundo, para buscar en él la realización de algún pensamiento atormentador ó para traer á los vivos alguna nueva de la mansión de sueños en que no todos duermen tranquilamente. — A h ! suspiraba roncamente el enfermo en lucha impotente con la decadencia que le abrumaba.
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—Esposo mió, exclamó Sirena besándole en la frente, — A h , repitió Gradenigo, tú aquí —Cómo! replicó ella, siempre junto á vos. —Es verdad, dijo el enfermo. Mis fuerzas se agotan totalmente, expresó levantándose dificultosamente. —Porqué os dejais abatir por la debilidad? añadió la joven; vuestro semblante está aun mejor que ayer. Aquí tenéis, continuó, la bebida que os ha ordenado Hafiz y que tanto bien os hace. —Comienzo á creer, repuso Cosme, que la muerte está cercana. —Porqué semejantes pensamientos? expresó ella, cuando todo anuncia que vuestra salud se restablecerá? Vamos, bebed. „ Hízolo Cosme, y después de algunos momentos, sintió reanimarse poco á poco, hasta poder levantarse gradualmente y aun dar algunos pasos por la habitación. Sus ojos tomaron brillo y sus facciones animáronse un tanto. La postración será luego mayor, dijo el enfermo, como me acontece cada vez que tomo ese licor; pero no importa, con tal que se viva. La confianza vino, como era natural, al recobrarse un tanto las perdidas fuerzas. —Haz que venga Hafiz, añadió; anhelo ver cómo me encuentra en este instante. Salió Sirena y á poco entró el médico. La joven permaneció fuera, aunque, ganosa sin duda de no perder una.palabra de la conferencia que iba á verificarse, situóse detras de una mampara, próxima al sillón en que se hallaba Cosme. Fijáronse los ojos de este en la fisonomía del sabio como los del reo que esperase leer en ella su sentencia. — M e encontráis dijo sin atreverse á terminar la pregunta. —Hafiz movió la cabeza y respondió: Ni bien ni mal; empero como las alegrías traen á veces un reactivo favorable á la salud, alguna noticia satisfatoria á vuestro corazón podría dar á vuestras fibras algún tiempo de vigor y vida. Yo, médico de la materia y del espíritu, busco para vos las alegrías.
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—Cómo! qué queréis decir? expresó el doliente patricio. —Acabo de inquirir una noticia que debe seros placentera. Los indicios no pueden ser mas terminantes. —Contad, amigo mió, exclamó el enfermo, con que mi ansiedad debe ser grande; hablad, qué queréis decirme que pueda, como decís, alegrar tanto mi corazón? —Vuestra esposa, añadió bajando la voz como para dar con el misterio mayor importancia á su revelación, no sin que pudiese oirse desde el sitio en que estaba apostada Sirena, y articulando distintamente: vuestra esposa no es ya la muger infecunda que dá escarnio al esposo y soledad al padre. —Oh! qué decís, Hafiz? Un hijo! exclamó el enfermo con el mas inefable gozo, un hijo de mi nombre y de mi corazón! pero ah! añadió con desesperación, advirtiendo cuan poco tiempo le restaba para gozar de una dicha que tal vez la muerte no le permitiría alcanzar: mi vida pasada! Miserable cuerpo! ¡quién pudiera darte un año, un solo año para besar la frente candida de esa ya idolatrada criatura y luego morir! morir cuando hay pedazos del corazón que adorar en este mundo! Así decía caminando trémulo por la habitación, gracias á las pocas fuerzas de que podía' disponer y que, la desesperante emoción que le agitaba, había aumentado. —Juventud, juventud agostada locamente! ¡quién pudiera tornarte á tu verdor! Yo maldije 41 sol que me alumbraba y el sol me abandona hoy en las tinieblas. No, no; exclamó apoyándose vacilante en el persa y abrazándole con efusión; si aun es tiempo, la vida, la salud, la vida siquiera, un rayo de vida solamente; quiero conocer, amar y ver crecer al hijo de mi corazón. " Así agitado por el remordimiento de sus pasadas locuras, el pobre hombre daba giro á sus pensamientos por un camino nuevo y desconocido. El instinto paternal noble y generoso, había regenerado en un solo instante el alma del ser hasta entonces depravado:'por primera vez comprendió poderosamente que había en la vida algo mas que placeres tan efímeros como miserables. En seguida, cediendo Cosme al cansancio que
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traía consigo aquel trastorno, abismóse en uno de los divanes que ornaban la alcoba y dejó caer la cabeza sobre el pecho en son de caviloso y abatido. El sentimiento de padre despertando en su pecho, aprestaba el alma á una resurrección moral, y el corazón á sus víncuculos naturales para con los demás hombres; el libertino egoísta dejaba de vivir para sí, transformándose en un ser generoso. Gradenigo entraba pues de repente en la vida del hombre, del pensamiento, si bien con el corazón harto aflijido. Como el doctor Fausto de la leyenda que precedió al célebre poema de Goethe, vendida su alma, sentía el pesar de los lazos que le ligaban al Mephistópheles de sus pasados días, y como aquel, veía con dolor desvanecei'se ante sus ojos la Helena de su pensamiento, resucitada en artificio y en aparente cuerpo por el complaciente espíritu de las tinieblas, para servir de gozo á su amor y de madre á un hijo que no debía ver ni abrazar. La Helena de su placer y el hijo de su amor, debían desvanecerse para Cosme ante la realidad de su muerte próxima; y por lo tanto su lamentación era la.del burlado Fausto de la leyenda. Mephistópheles, Belzebú y demás comparsas debían sonreírse burlescamente ante aquella actitud triste y corear grotescamente en los abismos la endecha del esposo y del padre sin esperanza. Desventurado Cosme! , ¿Qué se habían hecho aquellos días de desprecio al bien y al pensamiento, de continuos holocaustos al vicio y la licencia? Dejaron en tu alma el vacío moral, la anarquía de los sentimientos. Desdichado labrador, que dejaste perder las mieses de tu campo! Desventurado ser que abres los ojos á la verdadera existencia y la encuentras ya en el pálido y triste otoño! Cain de tí mismo, ¿por qué demandas los vínculos de amor que en tí mataste? No, no llames á la puerta de la paternidad, árbol estéril que negaste abrigo á las aves inocentes; en vano anhelas dar los dulces frutos! En efecto, ya era sobrado tarde, y el patricio e staba devorado por los remordimientos mas crueles: los tardíos. Comprendió Hafiz que el terreno estaba preparado y que podría ya entrar en materia en la vía de servir los
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intereses de su discípula, insinuando á G-radenigo sus deberes para con los seres queridos que habrían de sobrevivirle; pero sin duda habíase caminado harto de prisa. Presentábase en Cosme la reacción moral con síntomas de serle inmediatamente funesta. Ibánse desfigurando sus facciones, erizándose sus cabellos, palideciendo hasta lo sumo su descarnado rostro, y luego, crispado y convulso cayó por tierra con agonías parecidas á las de la muerte agolpóse á sus labios en seguida y como indicio fatal, á borbotones, la enrojecida sangre. Acudió el médico á los pulsos, y Sirena, al percibir el trágico rumor, entró en la alcoba, en ademan de afligida. Hafiz buscaba en los ojos de la bella una mirada de reconocimiento, siquiera de aprobación; pero ella no los alzó del esposo á quien parecía consagrar todo la solicitud de su cariño. Hubiérase dicho que era por completo extraña al lance y que nada había insinuado, ni escuchado. Ocurrieron al llamamiento los criados, quienes tomando en brazos al infeliz patricio, dieron con él en su lecho, sin voz, ni movimiento. — M i vida, exclamó Sirena con acento que conmovió por su aparente aflicción á los circunstantes: mi vida si es necesaria, y prolongúese, en lo posible, la de mi esposo. —Señora, exclamó Hafiz, con una mirada á que Sirena correspondió con otra, pero fué esta mirada de la joven, tan encubridora del sentimiento que el sabio esperaba leer en ella, que casi dudó este de si habría procedido sin anuencia de la esposa en el paso que, en la creencia de trabajar en obsequio y por insinuación de la misma, acababa él de dar para con Cosme. Señora, repitió mirándola atentamente, ¿te interesa su vida? Haré todo lo posible por complacerte. Santa verdad! En este carnaval del mundo, ¿quién podría distinguirte de la mentira?
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XVII. No hagas de la mnger un 4ngel: recuerda que cayó del Cielo, recuerda que perdió al Edem: ámala, trátala como á muger, (Útilísimo consejo del autor á sí propio.)
Con la venida del otoño y con el fin de atender á la salud de Gradenigo, habían retornado á Venecia los dos consortes. Las fiestas habían cesado y todo estaba silencioso y triste en su inorada. Sirena no abandonaba la alcoba del enfermo; jamás se vio en esposa mayor solicitud. Era prima noche. Sirena acababa de dejar momentáneamente la cabecera del doliente Cosme, ganosa de espaciar un poco el ánimo; detúvose un instante en un peristilo que á guisa de balcón ornaba una de las fachadas de su palacio; entonces, de una góndola que á la luz-de la luna deslizábase á lo largo del canal contiguo, bastante solitario en aquel instante, saliéronlas siguientes estrofas en las cuales percibió ella, no sin conmoverse un tanto, una voz que no le era desconocida. No puedo celebrarte Venecia, patria mia, que ya sin alegría dejóme el fiero amor. ¿A qué cantar tu cielo, tu luna refulgente, si hay otra que inclemente te roba el esplendor? Mas ay! que estotra luna vertiendo luz tan clara tinieblas ay! depara al pobre corazón. Decidla, ondas sonantes, no poco agradecida me dé, si doy la vida, la muerte en galardón. 40
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Que si la llevo alegre sentada aquí en mi góndola y corto con mi remo las cristalinas ondas, los gratos pececillos que mil colores ornan, nos siguen juguetones saltando de placer. Venecia, tus placeres, el sol que en tí destella, no valen cual la bella que amé desque la vi: la llamo "dogaresa," por ella boga el remo, con ella el mar no temo pues reina sobre mí. Por ella riza el céfiro el mar, su dulce canto, su voz es el encanto que ahuyenta al huracán; y cuando pasa altiva las olas son serenas, del Adria las Sirenas tras de su reina van. Que si la llevo alegre &c. Venecia, tus palacios, tus torres altaneras, tu Rialto y tus galeras mi bella oscureció. Tu "Lido" no ha criado mas fresca y pura rosa, ni perla mas hermosa el mar alimentó; empero es soberana alzada cual la luna; y yo en plebeya cuna
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sentíme despertar. Oh cielo! si piadosa cediera en su desvío, la diera el pecho mió que es grande como el mar. Que si la llevo alegre &c.
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La voz de Paolo dejándose oir clara á pesar de la distancia, no dejó duda á Sirena de que aquel conocía; si se atiende al sentido de la cantinela, su nueva posición y acaso su nombre y su morada. Complacióle el ver que aquel amor continuo y no extinguido no se exhalaba contra ella lleno de iras como había imaginado, sino como un melancólico recuerdo, lleno de suspiros, de ternura y de apacible dolor; así es que sin alcanzar á darse cuenta del extraño impulso de su corazón; apenas llegada la misma hora de la noche siguiente, tornó á apostarse en la enunciada galería. Como cosa de pocos momentos habría pasado Sirena en aquel sitio contemplando el estrellado cielo y meditando acerca de los cambios que lleva consigo la fortuna, que desde simple mozuela del pueblo habíala llevado á habitar nobles palacios; cuando la canción de la noche anterior dejábase oir aunque de bastante lejos. , —Pobre mancebo! se decía la dama, vienes á recordarme tu nombre y tu existencia ni mas ni menos que si fueses la sombra de mi pasada vida. ¿Qué esperas de mí? Aquel tiempo que lloras como la época de tu felicidad, fué para mí el de una agonía incesante y dolorosa. No, jamás estuve conforme, ni pude ser feliz bajo el tosco sayal de una doncella de la plebe. El aguijón de la soberbia punza mi pecho, y solo cuento mi vida desde el momento en que mis dotes naturales y mi voluntad me trajeron á la altura en que reposo. Incauto fuiste si pensaste que á mi corazón podía bastar tu amor oscuro Y sin embargo hoy tampoco soy feliz. Lo que poseo es poco para mí; no puedo resignarme á ser simple estrella cuando he visto y veo cerca de mí el sol brillante; rey de luz que no se oculta sin
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que el mundo suspire por sus rayos. Honorio Honorio! Cuasi llegaría á amarte, si mi corazón no se viese también amenazado por la saciedad de tu amor. A tal punto llegaba Sirena en su monólogo cuando advirtió que la voz y la góndola se acercaban y vino de nuevo á sonar en su oido aquello de Te diera el pecho mió que es grande como el mar Versos de la canción en los cuales Paolo, repitiéndolos mas que los demás, parecía exhalar toda su alma con el entusiasmo de una fé sincera y amorosa. A poco la figura del mancebo descubrióse desde el palacio mas cercano, y luego, detenida la góndola no lejos del peristilo, paróse aquel á contemplar la mansión que encerraba como una tumba las cenizas de su pasado. Feliz él si Sirena como la víctima inocente de un hado impío, hubiese muerto antes que serle traidora; su tumba entonces habría tenido por preces los suspiros de un amor creyente y por flores las promesas de una eterna memoria; pero la ingrata había muerto para él, y solo para él, y su corazón al llamarla perjura, como con puñal de dos'filos se hería á sí propio. Si solo un hora de vida te es bastante, oh mi querida, perjura para olvidar, prefiero buscar tus huellas en las distantes estrellas, prefiero romper tu altar: prefiero á tu ingratitud el llorarte en tu ataúd. Natural parecía que Sirena esquivase la presencia de Paolo, quien no podía menos que ser para ella la encarnación de un sarcasmo; pero la esposa de Gradenigo tenía suficiente poder sobro sí misma, contaba bastante con cierta especie de calma que le permitía recrearse en lo que á otra muger hubiera causado indecible pena. An-
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tes al contrario, bien pudo verse su deseo de no evitar un encuentro cuyo fin no sería comprensible para otra, pero que ella no dejaba de entrever y acaso de buscar, toda vez que no solía dar un solo paso sin encaminarse al logro de algún intento. Desde el instante en que percibió al mancebo la noche anterior, había comprendido que este podía ser útil á sus fines de algún modo que ella no se esplicaba pero que entreveía. Un joven de corazón apasionado, que recordaba con ternura, que conservaba en el corazón un destello de la adhesión antigua, era un tesoro para una muger que se propusiera sacar provecho de semejante Seide. Y luego, á mas de ser la constancia de Paolo, á quien juzgaba ya resignado al olvido, garantía bastante de un amor duradero y á prueba de ingratitud ¿no debía tener para ella significación elocuente aquella predestinada salida del mancebo á su encuentro en la tortuosa senda de su vida? . Poco partido podía sacar á sus ojos el gondolero para contemplar á su antojo en medio de las sombras nocturnas á la muger que sin duda quería ver, cuando así rondaba y acechaba con marcada atención aquel palacio. Sirena por su parte ocultábase tras de una de las esbeltas columnas que ornaban aquella galería, y que merced á la verde y perfumada enredadera que las enlazaba, formando á cada lado de la escalinata que decoraba el centro del peristilo, un pequeño y gracioso cenador; podía examinar sin ser vista y á toda su satisfacción lo que en el canal pasaba. Vio cómo el gondolero permanecía en muda observación: y cómo al cabo este, cansado sin duda de esperar ó temiendo que sus miras fuesen descubiertas si permanecía mas tiempo en espectacion, pusiese mano á su remo y se dispusiese á alejarse si bien con la lentitud y desaliento consiguientes; ella entonces abalanzándose de medio cuerpo fuera de la ferrosa baranda que guarnecía el pórtico, como para enviar sus tenues sones á los oidos del triste Paolo, sin que gracias al silencio de la noche, á lo solitario del canal y á la circunstancia de estar cerradas las habitaciones del palacio por aquel lado, pudiese ser oida su voz de los
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que dentro estaban; cantó suavemente la melanc ólica frase de tantos recuerdos Es la flor de Rosetina: La triste, murió de amor. Cuyo acento á manera de ráfaga que viniese del Paraíso, trajo al mancebo el éxtasis de un mundo misterioso de otra vida. Detúvose este como petrificado y acercóse luego mas al palacio sin poder apartar su vista del peristilo, augusto templo de que salía aquella voz de redención para su alma. Ah! pero luego parecióle que semejante voz era el eco de una tumba, la tumba de su juventud y de sus primeras y bien pronto marchitas ilusiones. Resonaron otra vez dulcemente los dos versos, y el gondolero comprendió que á él iban dirijidos; acercóse á la escalinata y detúvose aguisa de observador y como indeciso en adoptar la resoluccion que acababan de sugerirle su imaginación y su deseo. Desde allí, divisó la figura de la dama que, á manera de deleitosa visionde un grato sueño, presentábase á sus ojos velada y vaporosa. Era ella, sí, tal le decíala voz oculta y tormentosa de su corazón. El fantasma permanecía inmóvil y silencioso entre las sombras. Su blanco traje aumentaba su vaguedad. Acercóse mas el gondolero; su corazón parecía un océano agitado: cuanta duda y cuanta agonía! La dama cubría su rostro con negro antifaz. En un momento de resolución, Paolo atracó su góndola y después de amarrada al poste, puso el pié en la escalinata, detúvose en seguida entre conmovido y sobresaltado. ¡Si fuese ella! Y siéndolo, ¿recibiría él de su labio una sentencia de muerte para su corazón? El mancebo permaneció silencioso; pero ella, como para animarle á responder, exclamó en voz baja y sonora aunque no exenta de leve emoción. —Quién sois y á quién buscáis? Sorprendido de la pregunta quedó Paolo: un tanto después, articuló con tristeza. — S o y un hombre que lamenta la pérdida de dias ven-
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turosos; busco, pero ah! vos no sois la que yo busco; porque ella á pesar de su infame olvido, á pesar de haberse casado con otro y de no ser ya la florista del Lido, no me hubiera hecho semejantes preguntas. Ella me hubiera reconocido como yo la he reconocido á pesar de la máscara que cubre su rostro, que es también una bella máscara encubridora de un feo corazón. Sirena respondió: Quejas, reconvenciones y hasta injurias, hé aquí lo que puede esperar de esos labios la muger á quien se juzga feliz y olvidadiza, y que sin embargo, encierra bajo este antifaz la expresión de la pena que siente al veros. Paolo respondió con tono de duda y con sordo acento. —Vos desgraciada, vos inocente de la culpa de olvido que os echo en cara; vos, que no tuvisteis para mí, para el pobre abandonado, mas que una sonrisa engañosa! ¿Porqué al fin me abandonasteis, al fin os casasteis con otro, con un patricio no es verdad? oh! pero un hombre á quien en vano guardan sus servidores y sus bravos La hoja de este puñal que llevo de continuo entre mis ropas, vela noche y dia, inflexible, aterradora, aterradora para él lo oís? Vos, su esposa! Sí, esta hoja es una estrella que me enseña un camino, el camino de la venganza, de la dulce y deseada venganza! Miradla, señora, es. magnífica para mi objeto; oh! esta hoja es inflexible como mi esperanza, que se doblega, pero que no cede, fuerte y punzante como mi deseo. Es la luz, la única luz, la única llama que ilumina esta senda borrascosa de mi vida; ah! también brillaba un dia, pero ¡cuan serena mi juventud! Porqué no me tragaron las olas en aquella noche funesta? Ni la vida pertenece al pobre desdichado que no puede con su dura carga!.... Sí, que se guarde ese maldecido esposo, pero que se guarde bien, porque yo no duermo hace mucho tiempo; que os ame, que os ame; pero que yo no vea con estos ardientes ojos su ventura. Me ha hecho el mas desgraciado de los hombres y yo necesito vengarme, matar ó morir, sí, morir también y pronto! Relámpagos de ira brillaban en los ojos y fisonomía del celoso mancebo: pero la dama le escuchaba con sorpresa y hasta, si hemos
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de decirlo, con cierta especie de placer diabólico. Cuan grato es para un alma vanidosa la satisfacción de inspirar borrascas en el corazón de los que la aman, sobre todo borrascas que Sirena abrigaba la confianza de saber y poder calmar; la dama, repito, contestó al mancebo: —Guardad ese puñal, Paolo, y os prohibo, que hagáis uso de él, os lo prohibo entendéis? expresó quitándose el antifaz y dejando ver al joven aquel rostro hechicero, imperioso y sobre todo tan amado. Ya no es tiempo de remediar los males pasados, porque al fin le hice mi esposo, y si me conserváis un resto de simpatía, debéis respetar su existencia. La violencia no debe precipitar sucesos que el tiempo trae en sus alas. Mi marido está lo bastante enfermo para no necesitar de vuestro puñal. — D e veras! exclamó Paolo. —Venid, díjole Sirena; seguidme pues tenemos que hablar. Y condújole por galería excusada á un gabinete reservado no distante de allí, y que á pesar de no estar grandemente iluminado, mostraba su lujo y elegancia. —Sentaos, dijo al absorto y turbado gondolero, quien al pisar con su rudo calzado las muelles alfombras que ensordecían sus pasos y que él temía lastimar con su grosera planta; al ver duplicarse en los dorados y magníficos espejos su figura y sobre todo, su rostro contristado y sorprendido en tales momentos; al advertir el contraste que formaba su humilde y tosco atavío con aquella mansión espléndida, sintió, conoció, nada filósofo ciertamente, que las prendas de su alma y hasta las de su figura gallarda y juvenil eran oro falso en aquella esfera de magnificencia y de ostentación material. La impresión de sus sentidos ci'a grande, y sentíase casi sin valor para reconvenir á la joven por haber cedido á tales atractivos. Pobre mancebo que no acertaba á comprender todo lo que la soberbia dama y el enfermo patricio tenían que envidiarle. A él pobre y desconsolado entonces, pobre y desconsolado quizás toda su vida! .Desventurado mancebo que ignoraba lo que valía el tesoro de un alma llena de las dulces aunque tormentosas aspiraciones del espacio. Tan cierto es que solo en
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las regiones de la filosofía espansiva y humanitaria puede hallarse la verdadera superioridad del alma que nos consuela de las inferioridades que, en sus mezquinas apariencias, nos hace sufrir el mundo. ¿Qué poder de la tierra puede cortar las alas ni humillar la mirada del pensamiento? Por lo que respecta al gondolero, desdichado actor en la escena de esta historia; como su espíritu, que pudiera ser fuente de sus consuelos, no estaba cultivado, tornábase infecundo. Había vivido hasta que fué abandonado por la muger amada, en la región de su amor y de sus gratos ensueños; roto, por la ambición de la jóveri el dulce equilibrio en que su ser giraba, sus afectos perdieron la plácida armonía, y desquiciados en su propio corazón, entregaron este á la vaguedad é incoherencia de sus extraños elementos. Sentóse la esposa de Gradenigo en uno de los muelles divanes que ornaban el aposento, obligando á hacer lo propio á su antiguo amante, y el silencio de algunos cortos momentos fué interrumpido por la dama, quien comenzó á expresarse de esta manera: —Me culpáis de olvidadiza, me condenáis por habero abandonado para siempre cediendo mi mano á uno que llamáis rival vuestro, y que fué demasiado poderoso y osado para vuestro mal? Escuchadme y me haréis justicia, escuchadme y no llamareis grave falta lo que solo ha sido una flaqueza disculpable. De dónde imagináis que la pobre desvalida joven hubiera podido negarse, hubiera' podido rechazar las ofertas amenazantes del hombre que la aprisionaba? La noche en que dejándome en la playa del Lido os separasteis de allí con el corazón extraño á dolores venideros y cercanos apenas; me hube apartado de vos y de la orilla, cuando algunos hombres enmascarados y con armas se dirigieron á mí que pasmada de terror y de sorpresa, ni aun siquiera acertaba á mirarlos; lanzáronse á mí haciéndome sentir la presión de sus manos poderosas. Un grito de terror, de desesperación, fué la única señal de resistencia que pude expresar; un puñal brillaba sobre mi pecho y un pañuelo á guisa de mordaza ci41
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ño mis labios. Tomáronme en brazos sin que las sacudidas violentas que intentaba, pudiesen producirse de una manera notable; condujéronme á la playa de donde un esquife, que las sombras de la noche protegían, nos apartó de aquella muy en breve. En el esquife encontré á un hombre que apartando su embozo y su antifaz dejó ver una sonrisa malévola de triunfo; aquel rostro no me era desconocido, era el de un caballero á quien el dia anterior ó aquella misma mañana habia yo vendido flores en la riva degli Schiavoni, y acompañado á mi cabana del Lido para mostrarle mis flores no sin haberme visto precisada á rechazar los galanteos y ofensivas proposiciones que me habia hecho. Mi raptor era pues el Sr. Gradenigo, hoy mi esposo. Algunos momentos después pusimos pié en tierra; vendáronme los ojos y fui conducida del mismo modo en algunas horas á una quinta que en forma de fuerte alcázar, se alzaba en tierra firme. Encierro, privaciones, amenazas, nada era ni fué bastante á hacerme faltar á mi inocencia. Pasaron algunos días; perdía la esperanza de volveros á ver, ignoraba vuestro paradero, como vos sin duda y en el tragheto se ignoraba el mió. Ocurrióme vuestra desesperación, la sentí con toda mi alma; veía corno imposible salir de mi prisión, libertarme de las garras de mi tenaz seductor, y hasta temblé por mi vida. Qué queréis? La muger no siempre puede hacer lo que quiere. El era fuerte, yo débil; sin embargo, cansado de porfiar en vano y amenazado con mi perpetua tenacidad, propúsome enlace, y yo entonces, desesperada á mi vez y queriendo librarme de tan terrible y penoso asedio acepté. Desde aquel dia procuré olvidar á mis antiguos pretendientes. Mis deberes me lo ordenaban. Precisada á vivir en un mundo extraño al mió, es decir, á la clase en que nací, sería hoy por mi parte no comprender mi obligación, sería locura violar ni aun con el pensamiento (aquí bajó Sirena sus ojos pudibundizada) mis sagrados juramentos de esposa. Por deber le quiero, ah! pero no vayáis á pensar que olvido nunca que la fuerza me obligó á ligarme con él. Por tanto, sin desear su muerte, Dios lo sabe, aguardo cuasi pesarosa, su último momen-
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to, quizá no lejano, el cual me librará de una cadena que me impusieron el temor y la desesperación. Entonces —Entonces, ah! (expresó Paolo) no volvereis áser la florista del Lido, ni la joven grata y sencilla que amó Paolo y á quien ella — N o , repuso la dama, no dijo jamás que amaba. .—De veras! Santa Madona! exclamó el contristado mancebo golpeándose la frente con la palma de su diestra en ademan de consternado. ¿Conque todo fué mentira? —Todo verdad, repuso la dama; os tuve inclinación, ciertamente, pero no os hice promesa alguna respecto de lo porvenir. — E s verdad, dijo Paolo, dejando caer su cabeza con abatimiento. — N o os desconsoléis, tornó á replicar Sirena, no os desconsoléis. Si es que me habéis tenido afecto, como me veo precisada á creerlo; no por ser la altiva dama del patriciado habré de ser vuestra enemiga. Dijo y levantóse. —Dios mió, Dios mió! exclamó el gondolero como hablando consigo propio. Yo que la quería con el frenesí de un loco, que nada me faltó para morir que hubiera caminado por hallarla hasta el fin de la tierra; que hubiera dado toda mi sangre por una de aquellas sonrisas, que ella mé prodigaba y que el cielo ó el infierno (porque comienzo á creer que el espíritu de los condenados me persigue), me robaron; oh! no, yo no puedo vivir así, no, no puedo; quiero y debo vengarme; la sangre me agrada y es hermosa ante mis ojos; la deseo, quiero verla correr, oh sí, la venganza,, qué dulce, cuan dulce y deliciosa es la A enganza! —Callad Paolo, ó no faltará quien os denuncie y os condene por amenazar la existencia de un patricio. —Cómo! vos denunciarme, vos! > — N o , es solo una vana amenaza por mi parte, respondió la joven. Soy incapaz dejiaceros mal, de hacer mal á quien tan bien me quiere, no es así? Aunque parezca altiva, soy siempre la pobre florista cuya alma está hoy r
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tan solitaria como en otro tiempo Hay aquí, añadió poniendo la mano sobre su corazón; hay aquí una sed que, lo reconozco, no se apagará nunca. No me envidiéis vos, que os llamáis pobre gondolero. He oido hablar de un hombre que moría de hambre en medio de los manjares mas esquisitos; al tal me parezco. Solo soy una pobre muger que quiere siempre lo que no posee. Volved, Paolo, al tragheto, y recordando siempre á la florista, lloradla muerta, empero olvidad á la gran señora. Os admiran y os atormentan mis palabras? pues bien; voy á daros un consejo que podrá entretener y acaso utilizar vuestra energía. El almirante Honorio Morosini (este nombre en otra ocasión hubiera hecho palidecer de inquietud ó rabia á Paolo, pero los celos y temores no podían ya venirle dé aqueste lado) Honorio Morosini, prosiguió Sirena, prepara, por mandado de la Señoría y del Senado, una gran armada para hacerse al mar en pos de los enemigos de la república. Sabéis que aunque esta dificulta al pueblo la senda del patriciado, tales pueden ser los servicios del plebeyo, que le den puesto entre los mas apreciables ciudadanos. El mismo almirante, vuestro protector en la regata, os dijo aquel dia, no lo recordareis, al presenciar vuestra destreza y triunfo, palabras lisonjeras, esperanzas generosas á que debéis hoy acojeros. Id y decidle que queréis llegar á ser uno de sus principales marineros, que queréis distinguiros y llegar á ser un ciudadano digno de su estima y del afecto de la república; acaso os conceda desde luego un puesto entre los suyos, acaso entre sus familiares acercaos de ese modo á él, y á otros que como él brillan, y si no merecéis que vuestro nombre se escriba en el libro de oro, alcanzareis cuando menos un lugar mas cercano á la que conocisteis entre la plebe y hoy se llama la Sra. Gradenigo. Mi propio ejemplo os mostrará lo que son las veleidades de la fortuna y lo que el tiempo y los sucesos pueden dar de sí cuando hay corazón y voluntad. Mientras tanto no me es permitido daros á besar mi mano delante de los mios. Id pues y olvidad que me habéis conocido. Sed circunspecto, silencioso como una tumba respecto de lo pasado
325 y no tendréis de que arrepentiros, si me profesáis, como decís, alguna afición '. Ah! me olvidaba de deciros que os es inútil vuestro puñal y que os prohibo destinarlo á vuestro intento. Dijo y salióse, dejando al golondero sepidtado en un abismo de tinieblas. A poco Julieta, la doncella favorita de Sirena, entró é invitó á salir á Paolo, quien la siguió maquinalmente. Cabizbajo y silencioso desamarró su barquilla, puso mano al remo y alejóse lentamente. Por lo que atañe á la esposa de Gradenigo, murmuró al separarse con la satisfacción de haber iniciado felizmente un proyecto que imaginaba serla útil.—¡Quién sabe! Tal vez se me presente lo que buscaba para Honorio: un silencioso y apasionado espía. ¡Cuántos mundos se crean y se destruyen en la imaginación del "hombre durante los años de su carrera! Cada esperanza es un mundo que sale del caos de su imaginación exaltada, brilla todo primavera y dias serenos, y cuando vamos juzgándolo eterno, hé aquí que de repente el dies ira del desengaño dá con él en la destrucción. Por fortuna estos mundos se suceden unos á otros, y la esperanza, verdadero fénix, renace de aquellas cenizas, cenizas que por desgracia ó por ventura no pueden ser reducidas ala nada. Ah! y mientras tanto, mientras duerme la esperanza? La vida es entonces para el hombre el abismoso caos, y el corazón duerme con el sueño penoso de una muerte en apariencia.—Sí, entonces suspiramos porque suene la trompeta de la resurrección y queremos tornar á vivir, volver á esperar, volver á sufrir de otra manera. El humilde gondolero de que hablamos, suspiraba por la resurrección de la esperanza, por la resurrección de la vida de primavera y dias serenos. ¿Volverá pues, para él, esa creación? A y ! de aquel que permanece por siempre en el sueño de esa tumba, y solo ve su refugio en la muerte verdadera.
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XVIII. ALGUNOS A N T E C E D E N T E S Y CONSECUENTES.
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Menester es que tu imaginación, Jacobo amigo, se traslade, si es que esta historia ha logrado inspirarte alguna curiosidad, al archipiélago levantino, en donde, merced á la política, á las armas, y mas que todo á su preponderancia comercial, había logrado enseñorearse el pabellón de la serenísima república. Entre aquellas islas, la de Chipre, una de las mas importantes por su posición para el valioso comercio de la Siria y del Egipto, sus ricas producciones, benigno clima, y por su población que en aquellos tiempos se acercaba, si no escedía de los dos millones, ocupaba con ardor la mente de la augusta señoría de San Marcos, anhelosa de llevar á colmo su creciente influjo, y de darle buen resultado con la posesión absoluta de aquel reino entonces bastante codiciado por muchos. Había sin duda llegado la hora de consumar la obra que tantos afanes y vigilias estaba ocasionando á los egregios varones del patriciado. A la caida del imperio romano, perteneció la mencionada Chipre á los príncipes de Constantinopla, quienes eran í'epresentados en ella por duques, uno de los cuales Isaac Commeno, hízola independiente. En 1191 apoderóse de ella el famoso Ricardo primero de Inglaterra, vendiéndola luego á los Templarios.—Estos, volviéronla después á Ricardo, quien la dio á Lusiñan en cambio de los pretendidos derechos de este príncipe al trono de Jerusalen. Sobre catorce Reyes de la familia de Lusiñan tuvo la Isla; hasta que el llamado Juan I I fué hecho prisionero del Sultán de Egipto, quien dióle libertad á condición de quejlereconocieseporsuzerano, yle prestase suhomenaje. Juan III hijo del II tuvo una hija (Carlota) que se casó con Juan de Portugal. Residió este allí con ella hasta que fué envenenado por su suegra. Dicho Juan III tuvo también un hijo natural llamado Santiago que no
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dejaba de inspirar á la referida suegra celos en el mando. Así las cosas, había en Chipre un Veneciano proscripto de la metrópoli á causa de sus desórdenes juveniles, pero que gozaba allí de sumo valimiento por su cuna y riquezas considerables. Llamábase Andrés Cornaro y contaba en Venecia á Catalina, sobrina suya y doncella de interesante y peregrina hermosura. Andrés, que anhelaba despertar la ambición del príncipe Santiago, ya por entonces perteneciente á las altas dignidades del clero, dejóle ver como por casualidad el retrato de la joven; logró su objeto, puesto que el príncipe quedó en un punto prendado de su belleza, viniéndole con esta pasión el deseo de dejar la mitra para casarse con ella. Empero digustábale este deseo en vista de que aun cuando fuese seglar, no podría enlazarse á Catalina por ser él de familia regia. Cornaro desvaneció tales escrúpulos con la referencia que le hizo de algunos ejemplos por los cuales se mostraba que simples nobles venecianas habíanse casado con soberanos. Una doncella de los Morosini, entre otras, había sido llevada por este sacramento al trono de Hungría, y la familia Cornaro no era inferior en lustre ni opulencia á los Morosini. Muerta la reina madre, Juan I I I pudo reconciliarse por intercesión del embajador de Venecia con su bastardo Santiago, permitiéndole hacer renuncia de la mitra coa propósito también de cederle la corona. Hé aquí entablada la rivalidad entre Santiago y Carlota sa hermana. Los parciales de esta casáronla con un hijo del Duque de Saboya, quien muerto el monarca Juan III, envenenado según se piensa, llegó á Chipre y fué reconocido por rey. Imploró entonces Santiago el apoyo del Sultán de Egipto, ofreciéndole reconocerle el tributo, y hubo de alcanzarlo, puesto que á poco desembarcó en la isla con tropas que le dio el referido sultán y secundado por las intrigas de Andrés Cornaro. Los Genoveses, rivales del poder veneciano, hicieron se parciales de Carlota y su marido: al paso que Venecia sostuvo la bandera de Santiago coronando con el triunfo sus esfuerzos.
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Entonces fué cuando Catalina Cornaro, adoptada y dotada por la república, casó con el príncipe á quien esta favorecía, y que acababa de coronarse; arribando aquella á la isla en una escuadra veneciana conductora también de una rica dote que fué al punto hipotecada en Famaugusta y Cerina ciudades de la isla, y sobre las cuales se agenció la república un derecho revertible sobre la corona que su hija adoptiva acababa de adquirir. Poco después murió el rey Santiago dejando á su viuda Catalina en cinta, y tres hijos naturales, dos varones y una hembra. Declaró en su testamento que si la reina daba á luz A aron, este heredaría la corona bajo la tutela de su madre y de su tío Andrés. Los venecianos que so color de hallarse en guerra entonces con los turcos, hacían llegar de vez en cuando á la isla grandes escuadras, apoyaron á Catalina en el gobierno desde el instante en que murió Santiago; robusteciendo este inflnjo con la circunstancia de haber dado á luz poco después la viuda un príncipe, 'de que fué padrino un almirante veneciano á nombre de la Serenísima república. Sin embargo, todos los partidos que había en la isla estaban de acuerdo en detestar el gobierno de los extrangeros, es decir; de Catalina y Andrés Cornaro. Hallábase á la cabeza de la conjuración el arzobispo de Nicosia, que residía en la corte de Ñapóles como embajador de Chipre y que interesó al rey napolitano en su facción proponiéndole casar á su hijo natural Alfonso con la hija natural del rey Santiago, que contaba entonces solo seis años. La conjuración estalló y triunfó aprovechando una corta ausencia de la flota veneciana. Andrés Cornaro fué asesinado con uno de sus parciales llamado Marco Bembo y el médico que fue de Santiago, acusados de haber tenido parte con aquel en la muerte del monarca. Atacado el palacio apoderáronse de Catalina 3' de su hijo los insurgentes, pero no atreviéndose estos á manifestar sus intenciones de destronar al niño, limitáronse á hacer público que su fin era solo el de librar á Catalina del opresivo influjo de su tio Andrés, y al pais de r
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las rapiñas de los extrangeros. Apoderados en seguida de todas las plazas de la isla, anunciaron el matrimonio de la hija natural del difunto rey Santiago con el príncipe Alfonso hijo natural del rey de Ñapóles, que era lo pactado por él con el arzobispo de Nicosía, dando desde luego al príncipe el título de Duque de Galilea, que era con el que se designaba al heredero presuntivo de la corona. Pero hubo de salirles mal la cuenta, puesto que antes que Ñapóles ó el Sultán cuyo apoyo se había impetrado, enviasen sus tropas de auxilio, Mocenigo uno de los generales de Veneciaque se hallaba á la sazón en la Morea, sabedor de la insurrección, acercóse á la isla con todas las fuerzas de su nación que pudo allegar, y venciendo á los sublevados, restableció el orden de cosas primitivo. El hijo de Catalina murió por aquel tiempo, y previsor el senado de Venecias sustrajo de Chipre y condujo á las lagunas á los hijos naturales del difunto Rey Santiago. El Consejo de los Diez tuvo noticia de que un barco napolitano que debía llegar á Venecias so pretesto de cargar allí, llevaba por objeto apoderarse de la prometida al príncipe Alfonso de Ñapóles, y con tal motivo y fiel la Señoría á su acostumbrada previsión, envió la niña á una ciudadela de Pádua en donde murió al poco tiempo. Deseaba pues la cautelosa Señoría terminar de una vez tan peligroso asunto, y hacíase necesaria á sus intereses la adopción de medios definitivos. Resolvió por tanto enviar á Chipre á uno de sus patricios con absolutas atribuciones militares y plenos poderes diplomáticos, á fin de dar cima al negocio en la forma mas propicia á sus intereses presentes y futuros, y en este instante comenzó á disponerse la expedición á que ha aludido la esposa de Gradenigo en el capítulo anterior de esta leyenda. El arsenal parecía colmena laboriosa; tiempos felices para él, en que era la confluencia de la savia nacional. Reparábanse allí los asendereados bajeles, terminábanse y aparejábanse otros nuevos. Cada obrero en su faena formaban en conjunto la falange mas. variada y atracti
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va. Gemía el yunque al golpe del martillo resonante, enrojecíase en las aventadas fraguas el hierro poderoso, ora disponiéndose á trocarse en salvadoras áncoras, oi*a á templarse para llevar en forma de bélicas armas la muerte y el terror por donde quiera. Este labraba el leñoso tronco robado con destructora mano á las dehesas, aquel se complacía en pulimentarlo; encarnábase en el costado de las naves la necesaria estopa; inflamábase bullente la resinosa brea, alzábanse los mástiles, izábanse las velas, tesábanse las cuerdas, todo en fin era rumor activo y laboriosa faena en aquella multitud complexa de trabajadores, verdaderos obreros entonces de la patria; todo era en aquel santuario de Neptuno movimiento y vida, pareciendo que cada cual de aquellos vigorosos marineros comprendía la importancia que habían dado á la república -aquellas quillas atrevidas y hasta entonces venturosas al llevar á los confines del mundo conocido la fama del Albion de la época, por medio de los fardos del comercio y las lanzas de los guerreros. Igual efervescencia que en los diques y astilleros, aunque sorda y por lo bajo, ardía en los altos círculos del gobierno. Cada cual quería un puesto en la nueva, en la gran flota; unos por ambición del corazón, otros por ambición de su egoismo; unos por servir verdaderamente á la república, otros por encadenarla en su servicio y alcanzar con buenos oficios aparentes, posición fuerte para el porvenir. El puesto del gefe que debía mandar la flota era objeto también de controversias, aunque á la verdad, Honorio Morosini era el llamado y cuasi podía decirse el justamente elegido. Sin embargo no hay justicia para los intrigantes, y así no faltaba quien sin otros méritos que su audacia, osase pretender el despojo de su puesto. A decir verdad y para hacer justicia al consejo ó Señoría, y aun td Senado, la mayoría estaba por Honorio. Disponíase pues este á la partida, pero no menos amante de Perla que de su patria, ó queriendo al menos conciliar en su corazón entrambas cosas, habia.se decidido á contraer el anhelado vínculo antes de partir para Levante. Por eso reinaba tanta animación en las moradas de ambas familias. Ora en-
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traban los artífices á ornar de una manera digna el palacio del almirante que debia servir de nacarada concha á aquella perla peregrina: ora los mercaderes y joyeros llegábanse á ofrecer á ambas familias para los regalos mutuos, los opulentos brocados del oriente, las telas finísimas, los bordados primorosos, la plata, el oro, la preciosa pedrería. Perla, sin embargo, melancólica en medio de tanto alborozo y callada en medio de tanto bullicio, deteníase apenas á contemplar los primores que las modistas del mejor gusto y los mercaderes mejor reputados, anhelosos de que semejante ocasión contribuyese á llenar sus respectivas bolsas, presentaban con los mil encomios de costumbre, á su indiferente vista. El abuelo y nodriza de Perla (la orfandad habia venido á hacer mas interesante á este ángel) eran los que parecían mas animados, proponiéndola mil adornos y galas á la vez, secundando el deseo y las ofertas de las modistas y fabricantes; á pesar de que no dejaba de preocuparles la tristeza de la joven, quien por otra parte había dado á conocer tanto en varias ocasiones su extremado afecto al héroe de la proyectada boda. Deseoso Honorio de complacerla, aprovechaba los momentos que el arsenal le dejaba libres para estar á su lado contemplando aquellos ojos, buscando afanoso en los labios de la bella una sonrisa que siempre había para él, es verdad, pero que siempre se ofrecía velada como una triste aurora. Disponíase la boda para la próxima luna, debiendo ser precedida de las magníficas fiestas que eran consiguientes. Perla era sin duda de esos seres á quienes la proximidad de una gran ventura da zozobra. Había llegado á oídos de Sirena por participación del mismo Honorio, la noticia de la próxima boda, lo que no dejó de sorprenderla por que no la esperaba tan cercana, imaginando que tal vez no se verificaría hasta el regreso de aquel de la proyectada campaña. Fundábase acaso en que el amartelado almirante, no querría trocar por las penalidades del mar una luna de miel apetecida, ni dar á la recien desposada el digusto de una au-
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sencia, con mas los sobresaltos inherentes al peligro que debía él correr en una campaña contra los mulsumanes. A mas de esto, creía Sirena haber oido á Honorio expresarse en el sentido de dejar su enlace para cuando establecido algún periodo de paz, no necesitase la república de sus servicios, ó para cuando estos fuesen de colmo tal, que le permitiesen desviarse hacia la vida tranquila del hogar, sin correr el riesgo de apellidarse tibio ni egoísta ciudadano. Esto-último era por lo menos hipocresía de parte de Honorio, porque los ambiciosos nunca encuentran la ocasión de retirarse: las palabras ambición y saciedad se excluyen mutuamente.—Que Honorio Morosini no era modesto en sus aspiraciones, podrá probarlo la continuación de esta historia; por lo tanto, creo, que si no la impaciencia amorosa, aquella melancolía que iba apoderándose del corazón de Perla al sentir acercarse la nueva ausencia de Honorio, ó acaso el estímulo y empeño por parte de las dos familias fué lo que abrevió los plazos que íbase tomando por su cuenta el amoroso enlace. Este enlace no convenía á los proyectos mugeriles de Sirena; debía, quería pues, según sus miras, dar también su golpe y evitarlo. El tiempo y el próximo apartamiento de los novios que hasta entonces se le habían mostrado como auxiliares poderosos, comenzaban á abandonar su alianza-, y era menester que ella se ingeniase. Pensó y halló un plan que no tardó en trazar minuciosamente en su imaginación. Un golpe á lo Veneciano; tenía en sí un ejemplo de lo felices en éxito que solían allí ser para el atrevido ó malvado poderoso, cierta clase de medios y ella estaba dispuesta á adoptar los que su experiencia propia y sus pocos escrúpulos podían sujerirle. Todos eran buenos; sin embargo de que prefería los de puro artificio y que no infiriesen lesión enorme; empero ella no vacilaba en ir hasta la catástrofe y convertir en tragedia el melodrama, con tal de que el resultado correspondiese por algún concepto á sus miras. Recordó pues la playa del Lido en una noche misteriosa, y comprendió que los medios de Cosme habían sido si no buenos, productivos. Fijóse pues en una idea semejante apropiándola á las nuevas circunstan-
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cias; empero necesitaba la ocasión que dificultosamente podrían ofrecerle el retraimiento de Perla y la vigilancia de las dos familias. Una fiesta era lo mas conveniente, y fiesta en su palacio; pero sí la enfermedad de su esposo, la vedaba aceptar invitaciones y asistir á las extrañas, mucho menos debía permitirle darlas en su casa, sin chocar con las ceremonias de la tristeza conyugal cosa que ella tenía gran interés en poner de manifiesto. La crítica dolencia de Cosme era nn obstáculo que ella debía acallar; sin la salud de este, no era posible una fiesta que pudiese traer á su casa y con algún abandono á sus manos aquella joya que apetecía robar al tesoro del almirante. Era también necesario para la fiesta un protesto tal y tan solemne, que Perla no pudiese dejar de asistir, sopeña de violar la rigurosa y cumplida etiqueta reinante entre ciertas poderosas familias del patriciado, y herir en lo mas vivo el afecto de una amiga tan sincera como la esposa del noble y opulento patricio. Cosme Gradenigo continuaba en su grave postración; declarábanlo los médicos próximo al término de la jornada. Sirena no habia dormido la noche anterior. Habíase acostado atormentada por una idea que casi la ocasionaba congojas. Honorio esposo de Perla! Cosme la había servido de escala para trepar á la aristocracia y á la riqueza, estaba en vísperas de vincular en ella aquel nombre y aquella riqueza; pero Honorio era entonces el primer hombre de la república, había en él gloria personal que no reflejaba en el disipado Cosme, esperanzas que este no podía prometer; había ademas lucha estimulante para el amor propio de Sirena, pues tratábase no solo de deshancar en el apasionado corazón de un hombre á la joven de mas alta reputación en Venecia, en punto á calidad, discreción, pureza y hermosura, sino también de realizar, contando para ello con su voluntad y mágicos atractivos, un porvenir, posible si se tiene en cuenta que todo lo era para la ex-florista, ejemplo, viviente de los cambios de la fortuna y testimonio de la locura de los hombres. ¿No podía Honorio, luego que los encantos que ejercían en su ánimo los
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méritos de Perla, perdiesen con la- ausencia, el tiempo ó las intrigas de una muger avezada á ellas, todo su hechizo, caer rendido á la fascinación que "por experiencia podemos decir que ejercía esta última? Ciertamente que ella, temerosa de que se trasluciesen sus malignas intenciones, andábase con gran tiento, prefiriendo no desechar los fáciles medios que á veces presta la naturaleza de las cosas sobre todo cuando se la deja hacer, y reservando el desenvuelto y peligroso crimen para el caso extremo y de necesidad imperiosa; adoptando, ínterin no se hallaba en semejante punto, los resortes mas naturales: podía decirse que estaba por los crímenes suaves y que no trajesen sobre ella el compromiso de la grave sospecha, cosa que hubiera reputado con verdadera indiscreción y necedad.—Ella detestaba á las Borgias y Borgoñas que se valían, como niñas inexpertas, del puñal y veneno materiales, casi á la descubierta, pudiendo disponer de armas menos fuertes y visibles pero quizás mas eficaces.—Amante de hacer las cosas cómodamente, era lo que hubiera podido llamarse, en el deseo de apropiarle alguna calificación, ún criminal sibarita á quien la mano armada y la sangre causaban tedio y náuseas. Su marido Cosme no era. obstáculo á sus planes ó á lo menos la muerte haría pronto y por sí misma que no lo fuese.—Ademas', á su enlace con aquel, debía la posición que ocupaba y que le iba permitiendo, acercarse.para poner su magnética y diabólica mano en el corazón de Honorio. Este amaba bastante á Perla, y era menester por consiguiente caminar, con tiento pues con tal que el matrimonio se retardase, tornaba á ser para Sirena el tiempo un aliado.poderoso. Podían pues conciliarse todas las cosas sin pecar mas que con las intenciones, y si acaso con la forzosa adopción de algunos medios suaves y naturales si Cosme no prometía ser eterno, cosa ya inas que visible, y si Honorio permanecía soltero. Las cosas entonces se harían cuasi por si solas y sin necesidad de recurrir al medio peligroso de que, con tanta mengua para si propias, se valieron las susodichas Borgias y Borgoñas.—Era pues Sirena asaz modesta; pero como todos los sucesos no
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suelen ni pueden salir á medida del deseo de cada cual, la enfermedad ó la demasiado pronta muerte del esposo iba á someterla en aquellos dias de tan necesario trabajo para ella, al luto, á la soledad y por consiguiente á la tediosa inacción respecto de sus planes.—La muerte también sirviente suya, se anticipaba, acaso por equivocación, y venía á contristar á la esposa demasiado pronto.—Era menester pues que Cosme viviese por algún tiempo mas y recobrase, aunque solo fuese en apariencia, la salud por algunos dias.—Era menester que la escelente esposa celebrase tal acontecimiento de una manera ruidosa, y que nadie en el opulento y amnistoso círculo de los Gradenígos dejase de tomar parte en tan plausible hecho.—Era menester que todo el barrio aristocrático de los Castellani tuviese una prueba de aquel amor conyugal que hacía la gloria de la advenediza dama; era menester que admirándola la acabase de perdonar sus antecedentes y atrevidas pretensiones, y que perdonándola, entrase voluntario en el círculo de sus atractivos. Una buena reputación es un arma poderosa para la muger sagaz, porque la fama una vez hecha, permite la comedida y sorda ejecución de muchos planes.—Uno de estos era por entonces el de evitar ó retardar indefinidemente un matrimopio peijudicial á ciertas miras: adelante pues. Que Perla tío se case con Honorio y todo va bien, que viva Cosme por algunos dias, que al fin es ella sobrado astuta para creer en los elíxires vitales y otras farándulas que se pometía hallar el sabio Hafiz su buen maestro. Habíase acostado la joven pues, como hemos dicho, luchando con aquella idea que quería hacer entronizar como resolución en su espíritu; pero á cuyo triunfo se oponían ciertos temores que no por ser ella muger de carácter decidido, de resoluciones enérgicas y absolutas, dejaba de sentir. Pero hacíase forzoso vencer tales temores y por lo tanto luchaba. Es cierto que luchaba contra el miedo de perder la salud y aun la vida, preciosidades que iba á exponer en semejante batalla, pero tratábase de satisfacer su voluntad y llenar su ambicioso intento
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¿y qué era para ella la muerte en presencia de tales intereses? Para ella insaciable siempre, descontenta é inconforme ¿qué era la vida sino un cansancio, cuando esta tenía que conservarse á expensas de la realización de uno de sus mas ardientes deseos? Pero vacilaba porque' temía que su sacrificio fuese infructuoso, temía no por ella sino por su deseo. i
XIX. En un salón de casa de Cosme Gradenigo hallábanse reunidos en consulta los mejores doctores médicos de Venecia. Formaba parte de esta asamblea el sabio Hafiz quien no dejaba de ejercer influjo en los primeros, gracias á su ciencia y á su aspecto grave y estudiado por una parte, y por otra al prestigio que tenia en la casa y sobre todo á su extrangería, cosa ya bastante de suyo poderosa á influir en el ánimo de los hombres por naturaleza un tanto noveleros y amigos de ver, cuando no con oposición sistemática, con ojos sumamente estupefactos, la ciencia que viene de lejos. Entró la esposa con resolución firme, y llamando al persa aparte, le dijo con decisión y con aire afectadamente contristado: —Amigo mió, he oido, acaso á vos mismo, que puede haber y ha habido hombres á quienes mataba la degeneración ó la falta de la sangre y á quienes podría volverse el vigor perdido si se hallase una persona sana, joven y bastante generosa para ofrecerles la suya. Si mi marido está en aquel caso, si se necesita sangre, aquí tenéis la mia. —Cómo! exclamó el persa, admirado, como era natural, al ver tanto cariño de esposa. —Como lo ois, respondió esta con tono y ademan resueltos. Proponedlo á los demás doctores y manos á la obra. Si se trata de la vida de mi caro esposo, no tan solo lo propongo sino que lo mando. Miróla de hito en hito Hafiz sin responderla, y luego dirijiéndose á los doctores, habló al oido al mas cercano. —D§ yeras! murmuró este mirando al persa con sor-
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prendidos ojos; y en seguida pasó de unos en otros la palabra transfusion. —Es admirable, dijeron algunos. —Ella lo quiere, dijo Hafiz; y fijáronse todos en la joven que serena é imperiosa en su actitud y gesto, aguardaba con cierta calma la doctoral resolución. —Es de los últimos y casi puede llamarse uno de esos desusados medios que registra la ciencia entre sus teorías. — L o he leido en los antiguos, repuso otro doctor y creo que el grande Hipócrates nuestro divino maestro, no lo desdeñaría en la práctica. —Helo visto practicar, añadió uno. —Con éxito? preguntó con tono de duda el que había hablado primero. —Con éxito, respondió el interpelado, procurando dar á su palabra todo el acento de la convicción. —Qué resolvéis? exclamó Sirena. — Y o he aplicado el medio propuesto, amigos míos, expresó con gravedad el persa, yo mismo con mi propia mano y con escelente resultado, en mi pais. En Asia no es nuevo ese recurso. Respecto de la señora, añadió dirigiéndose á la dama, dígnese esperar nuestra decision y consejo en la alcoba del enfermo. Salióse Sirena, y quedaron los doctores sumidos en intrincada, erudita y sobre todo misteriosa conferencia. XX. DE COMO NO DEBE J U Z G A R S E POR L A S A P A R I E N C I A S .
—La operación, señora, puede ser provechosa aunque no exenta de peligro para tí; dijo Hafiz á Sirena al •entrar en la alcoba de Cosme, en compañía de los demás doctores. —Estoy resuelta, contestó Sirena; y vos sabéis que no he vacilado nunca al tratarse de la salud de mi muy amado esposo. Sí, esposo mió, añadió dirijiéndose al desventurado enfermo, os supongo harto deseoso de prolongar la vida y de alcanzar la salud, para dudar que acep-
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teis el único medio que, según los señores, se os ofrece para conseguirlo. Además, la persona que puede proporcionaros esa medicina necesaria y prodigiosa, está dispuesta. No es grande sacrificio para ella; antes al contrario lamenta que su vida toda, no sea necesaria para probaros cuanto os quiere. Sorprendido estaba el semi-cadáver Gradenigo al escuchar semejantes palabras que, aunque enigmáticas, probaban cuando menos tres cosas: La gravedad de su situación, la necesidad de un gran remedio, la certeza de que este imponía algún sacrificio á la salud de Sirena. Por lo que hace á los doctores, mirábanse unos á otros para comunicarse con elocuente silencio la interesante admiración que les causaba aquel amor de esposa tan fuera de lo vulgar. Afanábase en tanto Hafiz por resolver en sus adentros la cuestión de si todo aquello era sinceridad ó falsa extratagema de la joven á quien iba juzgando como un poquillo taimada y maestra en el disimulo; pero perdíase en la conjetura y estaba ya cuasi, cuasi engañado. —Comprendo, dijo Gradenigo con voz enronquecida á par que dificultosa; comprendo que se trata de un sacrificio por tu parte, Sirena; pero- no sé si debo aceptarlo tal vez. —¿Queréis morir dentro de pocos dias? le replicó la joven con grave intención. — Y o ! balbuceó Gradenigo como si no pudiese darse cuenta de lo que oía. —Sí, moriréis: tornó á decir aquella. —Pues bien, dijo Cosme ¿de qué se trata? por'que hasta ahora solo tengo presunciones. —¿Habéis oído alguna vez, expresó Sirena, que el hombre en su vejez pudiese regenerarse con la esencia de la juventud y lozanía? —En efecto, añadió el persa, la savia del árbol nuevo puede fecundizar al árbol viejo; las mismas ñores una vez marchitas, pueden tornarse á su frescura por medios que la ciencia conoce. Si la vida es la sangre y el calor, la vida puede transmitirse con estas dos cosas.
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— L o había adivinado, expresó Gradenigo. —Entonces lo queréis, exclamó Sirena Yo lo quiero también: hé aquí mis venas. Y con expresión de firmeza, cuasi sin conmoverse, sin alterar sus colores naturales y con mirada de fuego, mostró la joven aquellos brazos y aquel cuello hermosamente cincelados, blancos como armiño, y en cuya finísima piel se diseñaban, á la manera que las vetas en el mármol, las azuladas venas. Debéis aceptar mi oferta, señor, añadió con tono de cariñosa reconvención. Interesante era aquella escena en que la débil muger ofrecía la fuerza al hombre. La lozana primavera brindando flores al otoño que apenas podía recibirlas sin marchitarlas. El egoísmo tiene tantos móviles en sus acciones! Sus traheres suelen ser, por una extraña cualidad de la naturaleza humana, tan parecidos á los del desinterés, que yo no sé si tenía razón aquel que juzgaba de las acciones por sus autores. La estupidez y la suma sabiduría proceden á veces análogamente. La generosidad y el egoísmo suelen á veces tener igual apariencia. Ejemplo verosímil la heroína de nuestra historia. Sus acciones tenían toda la apariencia del sacrificio y del desinterés. No he querido escribir una novela histórica ni de costumbres; mi leyenda es puramente fantástica, el total revelará mi pensamiento, mi paralelo, mi alegoría. El tipo es pues puramente ideal; pero en el terreno de lo verosímil y aun vulgar no sería tan difícil concederle harta verdad. Que una muger consienta en arriesgar su salud y aun su hermosura por otro móvil que la generosidad que inspira un afecto noble y desinteresado, no es paradoja, es una verdad cuasi común. El egoísmo, que es la religión del yo en ciertas naturalezas, es la mas poderosa de las pasiones, pasa á ser un fanatismo de si propio y cuando llega este caso, abandona su carácter distintivo; la previsión. Todo ser amante suele sacrificarse por él objeto amado; el egoísmo se sacrifica por el egoísmo, máxime cuando el sacrifico se presenta á la vista sin probable corona de espinas.
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Los espadachines, salvo raras escepciones, aman su vida como cualquiera otro, y la exponen porque la aman demasiado y quieren coronarla con la vanidad. Las hermosas de la época del romanticismo tomaban ciertos nocivos ingredientes para parecer pálidas con menoscabo de su salud y aun de su hermosura. ¿Cuántas no han pospuesto hasta su recato, hasta la paz de sus dias y su buen nombre por estrenar un "tocado" que no podían adquirir honestamente, y ser en su concepto las heroínas de una fiesta? Sirena, veneno en vaso de diamantes, jugaba en lo que parecía un capricho, su yo, el yo de su porvenir, su ambición. En una palabra: quería arriesgarlo todo, pues su vida en adelante, ¿qué sería sin la satisfacción de sus pasiones? El enfermo entonces indicó á Hafiz que se acercase y díjole en reserva. —¿Crees, amigo mió, que lo que proponéis vosotros no pudiera afectar el estado de esa generosa mugei? En este caso, nuestra mutua responsabilidad sería, como debes suponerlo, demasiado grande. El persa respondió con tono de grave convicción, tratando de disimular una leve sonrisa que cierta especie de ironía trajo cual relámpago fugaz á su resuelto labio. —Nada temas; todo está previsto. Puedo asegurar que respecto de este punto, debes estar tranquilo. —Sea pues, contestó con resignación, cuasi con gozo, el doliente patricio. Dispúsose la operación. La reina de Alejandría no presentó su brazo al áspid con tanta serenidad ni decisión. A poco, su semblante comenzó á palidecer; la pupila se dilató como una luz que va á apagarse, y reasume por última vez toda su fuei'za, contrayéndose de nuevo; después comenzó á extraviarse hasta que se abismó bajo sus hermosos párpados, con la vaguedad de un éxtasis; perdiendo aquellos su fuerza, cayeron y abrigaron del todo la pupila, como una nube que ocultara el disco del Sol. Todo fué tinieblas para ella.—Copioso sudor frió y grato al mismo tiempo, corrió de su frente inundando su pálida mejilla; sus brazos y demás miembros abandona-
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dos á si propios, aflojáronse con lasitud; alzóse su pecho varias veces como preludio de suave convulsión, y algún suspiro confuso servía de desahogo á su corazón.—La sonrisa que fulguraba en sus labios permitía entrever las suaves y delicadas visiones de su alma cuasi libre de los vínculos mortales que la retenían.—Parecía que recobrando sus alas en vuelo desconocido y grato hacia las auras de lo infinitó, sonreía con las visiones celestiales de la inmortalidad, lamentándose de no haber quebrantado del todo aquellas cadenas terrenales.—Ah! si entonces al vislumbrar aquella alma las bellezas inefables de la. virtud, hubiese purificado su esencia en las gratas lumbres de su celeste origen. ¡Qué distinta misión hubiera sido la suya al tornar á la tierra! En efecto, perciben sus ojos la tenue lumbre de un suave crepúsculo; su ser se diafaniza, se torna aéreo: comienza la doble visión, la lucidez. Un grupo de serafines sonrientes y perfumados llegan cerniéndose á su alrededor; sus semblantes tienen una expresión de contento inefable, aletean sobre su frente derramando en su rostro un tibio soplo embalsamado. Sus brazos la entrelazan sin tocarla apenas, siéntese levantar lijera, vaporosa, como por blandos impulsos invisibles, siéntese luego caer dulcemente... muelle nube sírvela de tálamo que se estremece gratamente al recibirla. El sonido vago de mil arpas misteriosas arrulla sus oidos al compás de aquella dulce armonía percibe palabras de agradable sentido, que va á descifrar, que va á comprender pero que temerosas sin duda de revelar grandes secretos, huyen rápidamente de la memoria, dejando solo en el oído, vago son de murmullos.—Oye por fin la voz de los serafines, la voz de las almas puras; está en la región del amor sin límites; la tierra es entonces á su vista un átomo tenebroso y miserable del cual parece salir un lamento de amargura! Vé que sobre aquel átomo agita el vuelo una paloma que es mil miles de veces mayor que él, y que á veces lo cubre con sus alas; la paloma, al parecer, incansable mensajera, toma de continuo para abandonarlo y volverlo á tomar, el camino de los espacios en cuyo seno se extravía: es el ave de la esperan-
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za. Oye la visionaria que las almas la dicen: "Hermán a querida, solacémonos en las alturas. Ven, ¿porqué te has encenagado en la tierra? ¡Cuan hermosa eras y hoy cuan deforme! Si no fuese por esa aureola que llevaste de entre nosotras, apenas te reconoceríamos. Oh! abre la vista hacia nosotras, porque la tierra es tan ingrata, que hace cegar al que no mira sino á ella. Respira pues un instante el aura que hace temblar de gozo; respira el ambiente que eterniza, abrásate en el fuego que purifica'' Y ella siente entonces que el ambiente la eterniza y siente las llamas deliciosas que abrasan sin quemar, y en su seno la emoción de un amor sin cansancio y sin pesares; sus labios despiden risa de suaves luces; vierte suspiros que se truecan en aromas, caen de sus ojos lágrimas que saben á néctar y las almas puras besan su frente y su mejilla y sus labios y dejan por huella en cada beso una flor mística é incomparable: y se estremece ella de gloria. y en un momento aumentóse la luz del crepúsculo mas no percibió lo que la muerte sola podía revelarle. Ella estaba aun viva y era la muger de barro y humo—era la Sirena que canta para hacer encallar la pobre nave. Habia cesado la operación y era ya tiempo. La convulsión que sucedía á aquel éxtasis, aparecía un tanto dolorosa; lleváronla á su lecho en donde comenzó á mostrarse el estremecimiento de la nerviosa fiebre. Grradenigo por su parte sentía efectos semejantes aunque por distintas causas. Al principio comenzó su cerebro á agitarse; sus ojos se encendieron y se turbaron á la vez; faltóle la respiración, sintióse cuasi ahogado, cerráronse sus ojos; las venas de su rostro y garganta tomaron una robustez y plenitud maravillosa, y sus fibras una tensión estraordinaria, sumióse su ser en la tenaz modorra. Las bienhechoras fricciones, el baño y los suaves calmantes templaron poco á poco aquellos espasmos; y á la suave y tenue claridad de la habitación, pudieron verse abrir algún tanto después, mas normalmente sus ojos. Luego, sintió renacer la calma de la reorganización, si así puede decirse.—El sueño tranquilo que habíale
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abandonado tiempo bacía, vino lentamente, pero con amable solicitud, á agasajar su cuerpo y entregándose á él completamente, durmió sin grandes turbaciones, soñando apaciblemente con la vida y la salud. Hafiz estaba satisfecho con su triunfo. Sirena sentía tal vez que el resultado fuese mas lejos de lo que le convenía. XXI. EN QUE VERÁ EL, LECTOR QUE EL RUIN DE ROMA LUEGO ASOMA.
Habían pasado algunos días. Sirena había dado el coup de femmc que se propuso; todo el círculo del patriciado estaba conmovido y admirado ante la tierna esposa que, esponienclo tenazmente la vida, la salud y aun la hermosura, había verificado en su esposo tan súbita y loable regeneración. Anunciaba la complacida consorte una fiesta en su palacio con objeto de celebrar tan plausible acontecimiento. ¿Quién podría dejar de asistir á festejarla y á admirar sobre todo, en la persona del resucitado Cosme el prodigio que acababa de operarse. Perla sobre todo no faltaría; era un deber de amistad cuyo cumplimiento había exijido Sirena terminantemente. Era de noche. Reunidos hallábanse en casa de Anzola varios gondoleros, de los cuales conocemos á algunos como Cario, Giuseppe y Fontano. Paolo estaba triste y pensativo en tanto que los otros traían una bulla que trascendía desde lejos. Anzola en silencio, les preparaba y servía una cena tan opípara como la que ya presenciamos cuando celebró Paolo su triunfo en la regata. —Cuéntanos, cuéntanos, Paolo, decía Giuseppe. El almirante te recibió con la sonrisa en los labios, con aquel talante que da ganas de arrojarse á sus manos y besárselas, vamos, dinos, dinos, porque aunque ya me lo has referido, no lo has hecho sino con medias palabras y á la verdad, no estoy satisfecho de tu narración; además, estos camaradas saben el hecho por mí, pero ignoran los pormenores; tienen curiosidad de saberlos
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porque son pormenores que conciernen á un compañero tan guapo como tú; cada uno de ellos, lo mismo que yo, toma para sí los beneficios que te dispense la fortuna, porque todos te amamos. —Oh, sí, exclamaron todos. — A la salud de Paolo, dijo Fontano y vació de un trago media jarra de vino. — Y a comienzas, Fontano? exlamó Cario, arrancándole la jarra de las manos. —Vamos, cuenta, cuenta, amigo Paolo, repitió Giuseppe porque á la verdad que hay cosas que me parecen siempre nuevas. Te fuiste á ver á Morosini ¿qué mas? —Sentía, comenzó á decir Paolo, aprovechando el instante en que Anzola salía del cuarto, á causa de sus quehaceres; sentía deseos de morir ó de alcanzar los medios de cambiar de vida; porque á la verdad que hace algún tiempo que solo tristeza veo á mi alrededor. Por otra parte, añadió en voz alta, al ver que Anzola tornaba; comprendía que para que mi madre y yo fuésemos felices, debía dejar el traghetto y buscar una fortuna que alcanzase á mejorar mi posición, halagándome si se quiere la idea de que podía ser útil á la república. Como me ha dicho el buen almirante aquella necesita de , sus hombres mozos y robustos como nosotros. —Sí, añadió Cario, con tono patriótico doctoral, y mirándose á sí mismo y á sus camaradas. El almirante dice bien; la república necesita de sus hombres, y todos nosotros debemos dejar el traghetto y empuñar el remo en las galeras de guerra. —Sí, es cierto; dijo uno. — Y lo haremos; contestaron los demás alternativamente. — A la salud de la república! gritó Fontano vaciando al través de sus fauces el jarro de vino de que había vuelto á apoderarse. —Pues bien, continuó Paolo. Vi al almirante, le recordé su promesa de darme un puesto en sus galeras y acojió mi recuerdo con bondad, miróme con placer, y apretando mis manos aprobó mi resolución de seguir la carrerra de la marina militar. Dentro de tres dias debo
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tomar mi puesto en su galera capitana, y en breve, si place á San Teodoro nuestro buen patrono, á su laclo llegaré á segundo maestre ó quizá á primero. —Bueno, bueno, dijo Giuseppe, bebamos á la salud del almirante; y el jarro circuló dando fin en las manos de Fontano que se reservó el fondo ó el toast. Como diría un bebedor inglés. —Mañana mismo vamos á alistarnos para tomar parte en la próxima campaña; ¿no te parece bien, Giuseppe? dijo Cario. —Ciertamente, respondió elinterrogado,con gravedad. Nuestro glorioso San Marcos necesita de sus hombres. —La república necesita de sus hombres, añadió Fontano con enfática importancia y con los ojos y el semblante enrojecidos por el vino. —La república no quiere borrachos, exclamó Cario reconviniéndole y despojándole segunda vez del jarro ya vacío. Miróle Fontano con sorpresa que parecía estupefacción, pero reconociendo acaso la razón ó sea que quedase cortado con tan brusca arremetida; es lo cierto que no halló otra salida que la de exclamar con desden un si no es filosófico. —Mal hablado! cualquiera creería que no bebe el tio traga-viñas. Y un tanto mohíno, un tanto tenaz púsose á imaginar el modo de dar desalojo á algún otro jarro. En esto llamaron á la puerta y fué Paolo á abrirla. Oh! sorpresa! Una mozuela hermosa, en traje de florista, pasaba los umbrales. —Sirena! murmuró Anzola. —Sirena! repitieron los circunstantes. Solo Paolo no tuvo aliento para articular una palabra. En efecto, era ella: la florista del Lido con el traje y las maneras de antaño; viva y un tanto alegre, aunque su viveza y alegría hubieran parecido á un buen observador algo estudiadas. Tenía asaz pálido el semblante, lo que añadía cierta novedad á su fisonomía siempre «locuente y hermosa. — Y a veis, dijo, como vengo á tomar parte en vuestra cena. Buenas noches, mi cara señora Anzola, dejad 44
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que os dé un abrazo. Vamos no hay que alterarse: dadme espacio en vuestra mesa. La extrañeza era general y grande. Anzola no ignoraba el rapto y matrimonio de Sirena aunque nada sabía de la reciente entrevista de esta con su hijo, cosa que tal vez este no la había contado por no renovar dolores. Parecíale por lo tanto un sueño la visita de la joven; parecíale una visión, un hecho inesplicable. Por lo que respecta á los demás gondoleros extrañaban también como era natural aquella aparición, puesto que conocían por Paolo la transformación de la florista en dama principal, olvidada, por su puesto, de la pasada y popular existencia. • Y el antiguo y desvalido amante, el hijo de Anzola.; ¿cómo podría esplicarse semejante accidente? ¿Sería aquella una alucinación de sus recuerdos, de sus ilusiones, de sus pesares? La joven acabó de probar en breve que no era simple sombra. —Venid Paolo, exclamó, venid, sentaos aquí, á mi lado y haced cuenta que soy la misma de otros tiempos. Paolo obedeció ala indicación. —Vosotros sabéis mi rapto, añadió la joven; mi matrimonio fué una consecuencia del abandono ó separación en que me vi de mis amigos y del encierro y mortificaciones con que se me coartó la voluntad. Muger débil cedí, no á la riqueza, sino al temor; no á la seducción, sino al aislamiento y falta de amparo que me aquejaban. Paolo sabe muy bien todo esto y ha hecho justicia á mi conducta. Mis amigos son sin embargo siempre los mismos; y la prueba mas patente de esta constancia en mis sentimientos, es que yo en una noche como esta en que suponía que debíais reuniros para celebrar el alistamiento de Paolo en la marina del estado, no he querido dejar de venir á haceros compaña y á contribuir con mis plácemes al común contento. La esposa del patricio ha dejado con el mayor gusto su palacio para, buscar la cabana del amigo Paolo; la señora, de Gradenigo, nunca, olvidadiza, ha trocado en esta noche la seda y los brocados por la lana y algodón modesto de la florista del
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Lido. Soy por ahora Sirena, y Sirena simplemente. ¿No es cierto, Anzola? añadió levantándose de pronto y corriendo á abrazarla otra vez. A ver, dadme, decidme en que puedo ayudaros; mis manos están siempre dispuestas. Dijo así mostrándolas; en sus dedos relucían algunos brillantes: siempre había quedado algo de la gran Señora: había quedado un tanto ele su vanidad. ¡Cuan difícil es despojarse de los atavíos del orgullo! El traje palaciego deja siempre algunos broches. —Como queráis, respondió Anzola; pero con dificultad podré dar ocupación á vuestras manos con la confianza que antes; porque al cabo sois siempre la gran Señora y estas faenas no pueden agradaros; eso está bien para una pobre muger como yo. — M i madre tiene razón, dijo Paolo; vos señora, habéis sido harto buena en proporcionarnos la honra de venir á nuestra pobre casa; pero no podremos nunca olvidar que ya no sois la misma. —Claro está, dijo Cario. — A h ! la Señora Sirena es muy generosa, exclamó Fontano; es el pan que viene á rocordar la masa á que pertenece. Sirena trató de ocultar el sonrojo que revelaron á su pesar sus mejillas. — Calla, majadero; replicó Giuseppe. — Y qué, exclamó medio confuso Fontano, ¿he dicho mal? La señora Sirena no puede olvidar que era antes una A aya en esto no hay nada de malo y que no sea verdad Si hubiera nacido noble y rica! Bien que hay otras muchas que no se acuerdan de la madre que las parió: en cuanto son jarro, se olvidan del barro. —Calla otra vez, replico Cario. —Pero si solo he dicho —Una barbaridad, repuso Giuseppe. —Puede que sí; murmuró Fontano en ademan de reflexionar, cómo que ya empiezo á ver estrellitas. —Vamos, replicó Cario, siempre concluirías por echarla á perder. Vaya, cesa de un todo. —Mas vale así, dijo Fontano; porque siempre se me :
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ocurren unas cosas! En fin, no sé lo que digo. Señora, no me hagáis caso; estoy medio...... medio —Ea, dijo Sirena, sin darse por entendida y queriendo terminar aquel pesado incidente con nuevo giro á la conversación. Veamos, dadme el mandolino; nada de encojimiento; viva la alegría. —Sí, sí, á cantar un poco, señora, con esa voz de cielo, exclamaron varios. —Camarada Cario, dijo Paolo, haz lugar á la señora. —Bien, señora, aquí podéis sentaros, expresó Cario, limpiando con su manta un taburete que ofreció á Sirena, gorro en mano. No podían resignarse á ver en ella la joven de los pasados dias á pesar de su aparente llaneza, así es que todos se mantenían descubiertos; y ella templando el instrumento, comenzó á cantar con la voz, bien comparada con la de los ángeles, algunas cantinelas populares por el estilo de las que ya conoce el amigo lector. Ya se ha dicho como cantaba Sirena. Paolo la miraba y la escuchaba, su corazón había olvidado instantáneamente sus penas y sus agonías; una lágrima de singular melancolía había brotado de su alma. Por qué amarla aun, y amarla tanto? ah! porqué no llevar dentro del pecho el Leteo de las pasadas glorias? —Señora, la dijo con voz conmovida; cesad de cantar, cesad de hablarme, que cese yo de veros, porque voy á morir de dolor, de rabia y desesperación. Señora, dejadme para siempre, por que á vuestro lado siento las fiebres del amor y del odio mezclarse y destrozarme. — ¿ A qué tales dolores, repuso con afectuosa sencillez la joven, cuando acaso pienso y me ocupo en vuestra dicha? ¿á qué semejante dureza por parte de Paolo cuando su antigua amiga demanda sus favores? Y estas palabras expresadas por ella con dulcísimo y cariñoso tono llevaron al corazón del mancebo una emoción incalificable. Sintió desvanecerse la fuerza ele su voluntad ante aquel delicioso despotismo y exclamó con melancólico y conmovido acento: —Necesita la dama el favor del infeliz Paolo. ¿Desde cuando el palacio necesita de la cabana? Pero exi-
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gis mi servicio y en vano intentaría resistiros; señora, mandad y seréis obedecida. —Bien, basta, dijo la joven levantándose, acompañadme hasta casa pues tengo que hablaros. Adiós, señora Anzola, añadió dándole las manos. Hasta otra vista que no se hará esperar. Adiós, antiguos amigos mios, adiós. Siempre soy para vosotros la misma.—Dijo, y todos ellos de pié junto á la mesa y suspensos ante sus palabras quisieron acompañarla, pero intimóles ella la permanencia, con gracioso ademan, y partió seguida de Paolo, quien tan absorto y automáticamente iba tras ella, que ni aun se acordó de decir adiós á su madre ni ásus camaradas. Quizá sentía el pobre mozo que hay irresistibles tiranías , que se visten con los coloros del iris y la voz de la magia ó del encanto. No muere en la tenpestad la esperaza de la pronta calma, y así el menor claro que dejan las nubes, la pálida, momentánea luz de estrella solitaria, son mundo de esperaza para el navegante entregado á merced de las olas. El gondolero soñaba aun tenazmente con el risueño disparate de que aquella muger pudiese todavía pertenecería. Cubrióse ella el rostro con el usado antifaz y convidando á Paolo á entrar en una góndola que la esperaba dio principio un diálogo del tenor siguiente: Sirena:—Estáis dispuesto á servirme ¿no es así? Paolo:— No debéis dudarlo, señora cuando me habéis dicho sigúeme y os he seguido. Poco es el tiempo que hemos pasado juntos en este valle de flores para unos y de lágrimas para otros, que se llama la vida; sin embargo, no tendríais razoñ si dijeseis que no ha estado siempre mi voluntad á merced vuestra. Bastó que dijeseis una sola palabra, que la • hubieseis pensado, para ser por mí obedecida: ojalá que esta buena voluntad de mi parte hubiese sido mejor recompensada; • pero si fuese yo á juzgar el mundo por lo que en él me ha pasado, diría que conviene lastimar para hacerse querer, y que nunca se han dispensado mas los bienes que cuando menos se han merecido. A sonrisa de amor ojos huraños. —Basta, Paolo, hacéis mal en quejaros. ¿Dejé yo nun;
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ca de ser vuestra amiga? Tened un poco de paciencia que el dia lucirá. Por lo pronto, conviene á mi tranquilidad, acaso á mi ventura, mi ventura, lo oís? que os prestéis ciegamente á mis deseos. . Llegáronse en esto á una modesta casa. Adelantóse la esposa de Gradenigo y llamó misteriosamente. Abrióse la puerta con cautela y presentóse una vieja que dio paso á la joven, cerrándose en seguida. Paolo quedó apostado á alguna distancia, sin duda como para dar ayuda á aquella en caso necesario. XXII. VED
AQUÍ
PUERTAS PUEDE YA
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— Y qué? preguntó la vieja examinando con ojos escudriñadores á la opaca luz de un ruinoso y mugriento candilejo, y observando hacia el exterior por ver si la joven venía seguida de alguien. Venís sola? —Sola, contestó la interpelada, y entonces comprendiendo que acaso el traje de florista con que iba ataviada podría ser obstáculo á la confianza de la rugosa dueña, mostróle su mano en cuyos dedos brillaba la lujosa pedrería; dando un corte hábil al desden ó desconfianza que pudiera originar su traje de modesta hija del pueblo. Allanáronse en el ánimo de la vieja las graneles dificultades, murmurando entre dientes...... ah! bien lo imaginaba: su traje es un difraz; y luego, como la supuesta florista buscase intencional y silenciosamente al verdadero amo de la casa, añadió la vieja: —Comprendo que no es á mí á quien buscáis. — N o por cierto, expresó Sirena que á pesar ele su habitual serenidad, no podía dominar en aquel instante cierta emoción propia en su sexo al verse sola en semejante casucha á donde su conciencia (no sé como llamrala) la decía que no la llevaban lícitos fines. Por otra parte su imaginación, un tanto inclinada á lo maravilloso, ofrecíale cierto extraño placer al ver que érala protago-
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nista de alguna intriga. Regocijóse, y serena ya en su resoluccion, entró á funcionar en el terreno de la trama que era su teatro. Entonces con el mayor despejo imaginable, como actriz ducha en aquel escenario, empezó á proceder con toda franqueza, dirigiéndose á su interlocutora en esta forma: —Señora, vuestro hijo —Esposo, querréis decir, repuso la vieja. —Ciertamente vuestro esposo repitió la joven. Me dicen que es hombre fuerte, decidido, que sabe ejecutar sin preguntar. —Señora, él os dirá si habéis hallado al hombre que buscáis. —Eso es justamente lo que deseo. — A pesar de vuestro traje, repuso la vieja, vuestra presencia aquí, á estas horas y algunos indicios que no escapan á mi vista, me hacen creer que sois persona que no pierde el tiempo y que podrá dar ocupación y recompensa. — A s í es, dijo con intención Sirena, quien guardaba su rostro velado por el antifaz. —Entonces voy á llamar á Nicolai, mi marido; porque una parroquiana tan noble y resuelta como vos, aunque no es cosa rara, no es tampoco de hallarse todos los dias, sobre todo en estos míseros tiempos que venimos atravesando. Alejóse la vieja por una puerta que daba al interior y sentóse Sirena en un grosero taburete que entre otros allí había. Era la habitación poco mas que un simple chiribitil en lo pequeño y arrinconado. Un grasiento velón derramaba desde la mesa en que estaba situado cierta vacilante luz sobre las sucias paredes, dando al camaranchón una traza poco agradable y que parecía digna morada del tal Nicolai, quien á la verdad debía tener algún renombre de utilidad cuando así venían á solicitarlo las señoras. La esposa de Gradenigo á pesar de su entereza, sea porque todavía sus planes no habían salido del terreno de la simple, aunque intrigante coquetería, sea por que el dintel de las resoluciones extremas tiene alguna cosa
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que hace palpitar el corazón del que lo traspone; sea la incertidumbre, el temor ó acaso todo ello junto, es lo cierto, que la ex-florista necesitó poner en ejercicio su activa voluntad para mostrarse del todo serena. A poco, preséntesele un hombre de fuerte complexión y sospechosa catadura, era un hombre cuyo mérito estaba en la valentía; cuya.gloria se cifraba en la ferocidad. Un hombre necesario en lugares y épocas de fuertes y débiles, en que la astucia y la intriga habían menester de brazos resueltos, adictos y silenciosos. El tal Nicolai era el héroe de cierta fama ó mejor dicho, misterioso rumor que le constituía en una especie de hombre poderoso. El Bravo y Sirena quedaron solos. Digamos antes dos palabras convenientes. No era solo la misteriosa fama del hombre lo que había hecho que la joven le encontrase; habíala Cosme dado, satisfaciendo sus insinuantes aunque al parecer indiferentes sujestiones, tales señas de aquel hombre tan apto para ejecutar como propio para guardar silencio, que ella pudo á poco que quiso,.dar con lSs señas de su morada y demás oportunas circunstancias. Sirena tenía delante de sí al principal de sus robadores en el Lido. Rompió pues el silencio del modo siguiente: —Necesito de vos. El Bravo.—Vuestra venida lo manifiesta; nadie pasa mis umbrales sin eran necesidad. Sirena haciendo ondular su mano con cierta graciosa intención como lo había practicado antes con la vieja y procurando .que la débil y .vacilante luz del velón produjera en el anverso ele su expresada mano mil cambiantes mas elocuentes que sus palabras, añadió: —¿Estáis dispuesto á servirme? El Bravo hondamente persuadido por tan brillantes destellos respondió: — S í , hablad, Señora: Sirena.—Habéis menester de ciertas seguridades El Bravo.—No estarían de mas; aun cuando soy hombre útilísimo en la república, aunque estoy en mis tiempos y lugar, es preciso que cada uno se cubra con su man-
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to: la fortuna es niña menguada, y suele pegársela ásus mejores amigos. Sirena.—Es justo que defendáis vuestro cuello. Él Bravo.—Ni mas ni menos; cada cual defiende aquí el suyo, Señora; añadió indicando á la dama la mascarilla que cubría las facciones de ésta. Todos nos defendemos, unos temiendo, otros haciéndose temer. Yo me he decidido por lo último. Entre lobos y ovejas, lobo; no nací patricio, pero heme hecho Bravo. No pudiendo ser lobo noble, soy lobo plebeyo, oscuro, misterioso, pero de garras no menos fuertes. Los plebeyos, pues, me temen, los nobles me necesitan; saben que soy adicto, resuelto y sobre todo silencioso como la víctima que remata mi puñal. Cuando un Malipieri quiere sacrificarme, un Braggadini me acoje, y utiliza en contra del primero mi reciente miedo, satisfaciendo algún, odio antiguo; cuando un Loredano escribe en su libro de cuentas un cargo contra un Foscari, yo soy mimado por el deudor y el acreedor á la vez y aun suelo aumentar la deuda ó hacer saldar la cuenta, en una palabra; pertenezco en •cierta guisa al libro de oro, puesto que también tengo mis blasones: un puñal y un brazo; un puñal y un brazo que no se sabe cuando deben temerse mas, si cuando están levantados ó cuando yacen ocultos debajo del embozo. Creedme: estoy en mi época, aunque mal pagado. En fin, señora, hablasteis de garantías. Sirena.—Sí, y las tendréis: (dándole un bolsón resonante) esta es la primera y principal. El Bravo.—Ahora falta la que atañe á mi pescuezo. Sirena.—Solo os diré en punto á esto, que tendréis compañía en uno de mis mas adictos criados, quien será si se quiere, el principal agente. Solo se desea vuestra ayuda, por si acaso el compañero desmaya ó por si hay grandes resistencias ó por si se trata de no abandonar la presa, ¿entendéis? Ya veis que uno de mis criados comprometido podría en caso de apuro para vos, mostraros la pista de la que ahora os paga: tenemos pues unos mismos intereses, y ya veis que os doy rehenes. El Bravo.—Se trata pues Sirena.—Ya se os dirá. 45
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El Bravo.—Bien, estoy conforme y á todo me avengo. Me inspiráis confianza; ardo pues en deseos de serviros. Sirena.—Según vuestra solicitud en mi servicio, parece que no tenéis en el dia mucha ocupación. El Bravo.—No falta señora, pero qué queréis? no hay guerra: esta venturosa república está en estos dias polla paz terrestre. Los dálmatas están quejosos y nosotros también. Tan es cierto, que si siguen así las cosas habré de abandonar esta patria para buscar grangería en otros pueblos de Italia ó del mundo, en que no falta. En ellos hay siempre trabajo y no anda uno tan expuesto á que cualquiera dia, por un cambio de viento ó por algún zarpazo de nuestro amable león, vaya uno á dar con su cuerpo en los infiernos. Es verdad que el senado y los Consejos no dejan de darnos ocupación; pero no hay para todos y es menester que los de mi clase vivamos de los trabajillos particulares aunque mas espuestos. Tenía razón el Bravo en celebrar su gentil carrera, aunque no iba fundado en lo de quejarse de inacción. La edad-media época de fuerza y de materialismo por mas que hoy dorarse quiera por algunas fantasías, suponiéndola cierto extemporáneo expiritualismo; á no ser que se pretenda que una época deba llamarse generosa y espiritualista porque un rayo de esta lumbre, común á todos los tiempos, intentara entonces penetrar en la organizada barbarie y descubrir en medio de las tinieblas de la común ignorancia la huella de la verdad y de la justicia; esta época, repito, debía ser mas que otra alguna propicia á los' Bravos, verdaderos gladiadores contra la sociedad, lanzados al camino de la fuerza por las ideas del falso honor y de la falsa gloria, 6 por el vicio de las instituciones. Gloriosa, espiritualista edad-media, y mala pécora de Cervantes! Risueña edad de manoplas y de rejas;, qué mal te hemos comprendido! Tú la reina de la caballería, de lo fantástico, de la no locura! Qué lástima que hayas desaparecido dejando tu puesto en parte al poco caballeresco juicio! Época de caballeros y de Bravos en que unos y otros andabais "andantes," los unos cometiendo con el puñal y en la sombra, los otros con la espada y á
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la luz del dia, los unos desaguisando y cometiendo malandrines entuertos, los otros desfaciendo y enderezando; los unos ayudando á los seductores, los otros defendiendo á las Dulcineas; aquellos sirviendo al juicio de los hombres, estos mostrando con su brazo y sus bridones el juicio de Dios. Terminóse la conferencia cuyo resultado y demás pormenores quedaron envueltos en el secreto; hubo según parece, algunos detalles en el plan y propósito; algunas mutuas promesas, y el oro pagó, como hemos visto, anticipadamente el brazo. Sirena que había tenido aguardando áPaolo, como el hombre de toda su confianza por su intrepidez y adhesión á ella, salió por fin de la casa y se unió á aquel que, arrimado á un poste, cansábase ya de suspirar y de cavilar en vano respecto de la misteriosa conducta de su amada. Caminaron en mutua compañía hasta los muelles departiendo por lo bajo, y al llegar á cierto punto, al parecer determinado en la intención de la joven, se despidieron como pudo percibirse á pesar de las nocturnas sombras. Paolo partió confuso y lleno de incertidumbre hacia su casa, y la dama, entrando en una góndola, se hizo conducir á su palacio. . Hasta mañana! Tales habían sido las únicas palabras que pudieron oírse en su despedida; frase que revelaba su común acuerdo. XXIII. EN QUE SE T R A T A DE U N A
FIESTA Y DE A L G U N A OTRA
COSA.
'^Lás diez de la noche serían cuando los salones del palacio Gradenigo recibían á multitud de damas y patricios. Brillaban aquellas por sus vistosos trajes y lujosa pedrería, al paso que estos no las iban en zaga en punto á magnificencia. Dedicada entonces al comercio la aristocracia veneciana, había logrado atraerse la flor de las lujosas y delica-
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das producciones fabriles del Oriente que supo imitar y aun mejorar en su territorio, gracias á las estimulantes y á veces terribles pragmáticas del Senado. La posición insular de la metrópoli republicana habíala impedido dividirse en señoríos feudales, basados en la rapiña territorial en lo restante del continente. Su origen federal y tribunicio hízola mantener republicana. Su topografía la llevó á la navegación y al comercio, y engrandecida por estos elementos, convirtióse presto en la casi exclusiva comunicadora del Oriente con el Occidente. El comercio es la única base de las talasocracias y en tal concepto, los patricios hubieron de hacerse marinos y comerciarjtes, so pena de abdicar su poderío y dejar al pueblo la palanca del Estado: lo propio hizo Genova y posteriormente Holanda: lo propio ha hecho después la Inglaterra de nuestros dias. Por eso aquellos nobles eran cada vez mas opulentos y por eso podía verse, en un sarao como el de Gradenigo, una admirable muestra de todo lo que en la época podía presentarse, como mas precioso, en materias de galas y ornamento. Elegantes colgaduras, magníficas alfombras y vistosos tapices cuyos hermosos diseños y paisages tan solo Gobelin eclipsaría; relucientes espejos, invención con que Venecia había reemplazado los antiguos de metal pulido, sedas, armiños, flores, luces, todo se mezclaba, se confundía y sin embargo todo se armonizaba en aquellos salones en que la vista estaba halagada con la variedad y los sentidos en general enteramente embriagados con tanta blandura y luz y movimiento. La esposa de Gradenigo estaba radiante de lujo y de belleza. Cosme recibía con semblante un tanto animado, pero en el que no dejaba de advertirse lo artificial de semejante animación, los cumplimientos y plácemes que le dirijían los corteses convidados. Abismado en un cómodo sitial parecía mas bien el hombre de la postración que el de la salud. Su esposa iba y venía, á todos saludaba, á todos atendía, haciendo los honores de la casa con gracia y precisión encantadoras; al uno sonreía con agasajo, al otro con gravedad: á todos prendaba, todos se acercaban ó apartaban de ella
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exclamando para sí ¡cuan hermosa! Rodeábanla los galanes disputándose uno de sus gestos, solicitando una de sus miradas, no tanto por ella misma, cuanto por que con frecuencia los hombres son monos de la moda, y suelen bajar la vista y doblegar la frente ante la apariencia que los deslumhra: bástales con que el asno vaya cargado de reliquias para postrarse y adorar. Sin embargo, si alguna vez mereció disculpas el rendimiento lo fué en este caso, puesto que se trataba de una muger verdaderamente hechicera y que de seguro no hubiera necesitado en absoluto de la posición para cautivar sentidos y aun corazones, cosas que parecen marchar de consuno, confundidas cuasi siempre en nuestra incomprensible humanidad. Por tanto, las señoras la envidiaban, sentíanse inclinadas hacia ella, gustaban de su trato, temíanla al mismo tiempo; inspiraba pues un afecto indeciso, no fácil de esplicar, razón bastante para que su poder fuese mayor: sonreíanla todas con aparente afición y complacencia. Hallábase también entre los concurrentes el pintor Ruggiero, relegado á uno de los apartados ángulos del salón en que hacía Sirena su recibimiento; buscaba en vano allá en su fantasía con qué comparar aquella muger, verdadero genio del atractivo y la seducción; cuando el vago rumor, y las miradas de la concurrencia vinieron á distraerle; anunciaron á Perla Fóscari á quien la señora de la casa adelantóse á recibir. El pintor pudo entonces hallar la comparación que buscaba. En el mundo de la hermosura, Sirena representaba el poder, Perla el candor. Salió como he diccho la primera al encuentro de la segunda, aquella mas que nunca fraternal y cariñosa; Perla contestó á su saludo con temor, con amistad, con inocencia. Todos los concurrentes aplaudieron con una sorda exclamación aquel enlace, aquel "géminis" que derramaba en derredor tantos hechizos. Honorio entró á su vez en el salón saludando á Gradenigo, y luego á la esposa quien le recibió con altiva afectuosidad. —Nos dais, señora, exclamó el primero una fiesta digna del objeto que la motiva. La alegría de una esposa
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como vos, al^celebrar el restablecimiento de su caro consorte, debe retratarse en los objetos que la rodean; por mi parte, trataré de que mi corazón sea consecuente con este pensamiento en esta noche, haciendo por contarla entre las mas felices de mi vida. —Os lo agradezco, Sr., respondió la de Grradenigo dominando fácilmente la emoción que la vista de aquel hombre, tan feliz con el amor de otra muger, le causaba. Os lo agradezco en el alma, y por mi parte haré todo lo posible por que la fiesta no menoscabe en manera alguna esa alegría. Aunque bien pensado, añadió mirando á Perla que sonrió y bajó la vista satisfecha, el hombre que como vos se encuentra en vísperas de realizar un himeneo con la muger bella y amada, lleva todos los éxtasis y todas las venturas dentro del corazón. No, amigo mió, no temo que pueda nada pareceros tedioso ó triste cuando los ojos de la hermosa Perla se abren para miraros. ¿No es cierto, Perla? exclamó Sirena que había comprendido lo que imaginaba la joven. — A s í es, respondió esta cuasi con convicción; pero . sea el mimo natural á la muger que creé deber manifestarse siempre dudosa ó poco contenta, ó sea que lo sintiese realmente, procuró recojer la frase añadiendo: al menos así debiera ser. Honorio respondió con una mirada, y con un beso en la mano de la joven, que en arrebato apasionado sorprendió y que ella no pudo ó no quiso retirar muy pronto. Aquel beso resonó en el corazón de Sirena con el eco de la envidia; no me atrevo á decir de los celos. —Sentaos pues, dijo esta guiándolos á uno de los elegantes y muelles divanes que junto á su esposo estaban. Perdonadme, añadió, si las atenciones que debo á mis convidados me obligan á abandonaros por cortos instantes. Quedaos en compañía del señor de Grradenigo que busca siempre con afán el trato y la plática de sus buenos amigos. Luego vendré por vos, amiga Perla, para haceros compañía, dijo y alejóse con paso de diosa sobre nubes. Comenzó á poco el bullicio de las máscaras y todo fué alegría y agradable confusión. Una grata y armonio-
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sa música dio al aire sus placenteros acordes y el baile dio principio. En uno de los grupos en que figuraban personas de la mas alta suposición, estaba Loredano, miembro del Consejo de los Diez. Madura era su edad, su aspecto mostraba cortesanía y distinción; su traje lujoso y ostentando la famosa "Estola de oro" indicaba su -opulencia y su alto puesto en la república. Su rostro regular y hasta delicado en sus facciones, revelaba sin embargo un tanto de malicia y sagacidad; notábasele cierta reserva en la mirada y en la sonrisa espejos del alma. Sirena le contaba ya entre sus adictos, aunque este á fuer de hombre circunspecto y estudiado, solo sintiese por ella la vanidosa afición que despiertan en la generalidad de los hombres, las gracias de una muger hermosa, un tanto "coqueta" en el trato, y brillante por su elegancia y posición; pero lo que podía caracterizar mejor su m u tua amistad ó relaciones, era la afinidad que une siempre á los que se buscan en este mundo, por analogía de caracteres, para prestarse recíproco apoyo en sus respectivas y á veces comunes miras. El grupo pues de que formaba parte Loredano estaba compuesto de senadores, consejeros y otros patricios, quienes á ley de hombres públicos, no podían olvidar la política, manjar precioso á sus espíritus; departían por lo tanto acerca de los negocios del Estado, y con los ojos fijos de vez en cuando y maquinalinente en algunas de las bellas que junto á ellos pasaban, altercaban con toda gravedad, con seria absorción cual si se hallasen en pleno consejo; transportado su pensamiento ora alas cortes de Europa, ora á las de Oriente. La colonización de Candía les preocupaba, la dominación de la Morea les entretenía, las victorias de los turcos les alarmaban. Una muger enmascarada y de atractivo continente llegóse á Loredano. Venía ataviada in eendado es decir: trage y corpino á la meridional antigua, cobijando la airosa cabeza, el muy donoso rebozillo español de poca anchura, y cuyos extremos prolongados, cruzándose en el pecho graciosamente y ondeando á lo largo de los costados cabe la cintura, llegábanse á formar el nunca
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bien alabado y garboso lazo posterior, cayendo en seguida al desgaire entrambos extremos cuasi hasta la corva ó pantorrilla. Tenía la enmascarada el aspecto, la atmósfera que suele rodear á la muger hermosa cuando para darse mayor realze, oculta su beldad tras el misterio. Acercóse, repito, á Loredano y díjole sin duda secretos tales, que hubo de llamar su grave atención, después su curiosidad, de una manera tan viva al parecer, que daba ya su estado mas indicios de alarma profunda, que de simple deseo de conocer á la elegante máscara. ¿Y qué podía ésta haberle dicho para así despeí'tar sus inquietudes? El botón de fuego en la piel del caballo brioso, no hubiera podido semejarse moralmente á aquel empeño que se apoderó de toda su persona y que en vano trató de disimular. El consejero pasó á ser hombre. Llevóle ó mas bien dejóse perseguir la disfrazada hasta uno de los balcones que daban á los canales, y allí comenzó una conversación tan animada, tan insinuante por parte de la máscara, tan llena de interés por parte de Loredano, que no pudo menos de llamar la atención de los circunstantes. Entonces la máscara escapóse ligera como luminosa exhalación, riente y bulliciosa, y perdióse entre los grupos, desapareciendo de la vista de Loredano, quien difícilmente hubo de contenerse para no ir tras ella y dar al traste con su patricia gravedad. Aquella era la serpiente satánica que no abandona su víctima, sino dejándola en el alma el apetito del fruto de la ciencia ó mejor dicho de la soberbia y de la ambición. Sin duda había abandonado aquel salón-la máscara instigadora, puesto que Loredano la buscó vanamente con la vista, no dejando de responder distraído y discordante á aquellos de sus colegas que, impeturbables en medio de la general animación y algazara, continuaban rumiando en absorvente plática: guerras, intrigas y tratados: las tres pesadillas de los hombres políticos. —Bien, bien; murmuróla traviesa máscara al desaparecer del salón en donde acababa de dejar impaciiente al decenviro; el matrimonio que aumentaría el poder de los Morosini no puede convenirle; ya tengo lo que me fal-
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taba: un aliado, un apoyo entre los Diez
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—Venid, amiga Perla, decía Sirena á la prometida de Honorio, algunos momentos después. Hace aquí en estos salones un calor sufocante. A no ser por las máscaras podríamos creernos bajo el ardor de agosto. Venida ver mi invernadero. Ya veréis como en él no faltan las mas hermosas flores de Italia y de Turquía. Aunque ciertamente comprenderé desde luego que no os inspire admiración, porque á la verdad ¿qué cosa podría tener atractivo á los ojos de una bella que tiene ante sí la perspectiva'de un próximo y venturoso himeneo? ¿Amáis mucho á Honorio, Perla? —Con toda mi alma, respondió esta ruborizándose al hacer tan sencilla y sincera confesión, como si la hubiese hecho ante el mundo entero; y sin embargo nada había mas puro que tal alma y tal amor. —Confiad en mí, la dijo Sirena; hacéis bien en confesarme lo que todo el mundo sabe, pero que en vuestros labios toma el carácter de una confidencia que lisonjea demasiado á mi amistad; oh! cuan grato será para Honorio el oiros repetir esa confesión! Honorio que se desvive por vos, ¿no es cierto? —¿Cómo no creerlo? repuso Perla; ah! existe en sus palabras tanta verdad, que si él mintiese, la mentira sería doblemente aborrecible por que sería mas seductora. Oh/ primero dudaría del Sol. En esto, dejando el invernáculo, sentáronse en uno de los cenadores que ya he descrito al tratar de la entrevis•ta de Paolo con Sirena en los anteriores capítulos: cenadores que la dama había inhabilitado para los concurrentes aquella noche, sin duda con especial idea. Lo numeroso de la reunión hallábase en los salones altos quedando los de la planta baja como puramente de tocador y de descanso. Los ojos de Perla brillantes de amor y de inocencia, los de su amiga con cierto fulgor extraño que no hubiera podido inspirar confianza ni franqueza á oti'a que no iubiese sido la incauta novia. —Gran certidumbre es esa, amiga mia, replicó la es46
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posa de Gradenigo, reanudando la conversación, y á fé que os la envidio, porque si dudaseis, si conocieseis los celos no, no los conozcáis nunca. —Parece que habláis con-el sentimiento de la experiencia, repuso la virgen. — N o , no hay tal, tornó á decir Sirena, no he sentido los celos, pero imagino que deben ser horribles. ¡Hay tantas cosas que se adivinan! Si soñaseis que llevabais á vuestros labios una copa envenenada y que sin poderla retirar de ellos, obligada por una de esas fuerzas sobrenaturales, irresistibles que nos impelen algunas veces cuando soñamos, la apurabais ¿dejaríais acaso de sentir aunque dormida, los dolores, las agonías de una muerte cruel y desesperada? Yo he soñado con los celos y he sentido sin salir de mi letargo, los vértigos rabiosos de la envidia, he sentido entre las mias como ahora tengo las vuestras, la odiosa mano de mi rival, de una rival bella, amada, preferida; heme creído envuelta en su hálito malhechor, que fué fascinación para el ingrato; he sentido derramarse como hielo y fuego alternativamente sobre mis miembros su mirada satisfecha, triunfante; he percibido la humillación con su peso de hierro sobre mis hombros y mi doblegado cuello, he sentido su insulto azotándome la frente y abrasando mis mejillas, la voz helándose de dolor y de ira en mi garganta, la confusión nublando mis ojos, la sangré cual ascua en mis sienes, el frió en mis manos, todo un mundo de odio en mi corazón. Entonces, la he deseado una muerte horrible como mi agonía; me hubiese complacido en arrancar fibra á fibra aquel corazón tan feliz; entonces he deseado que mis manos oprimiendo la suyas, como ahora las vuestras, hubiesen sido de hierro para deshacérselas.. .. he sacudido el peso de mi frente, he alzado mis ojos para abrasarla, devorarla con el fuego que me consumía, para lanzarle en el rostro, con solo mi deseo, todo el tormento, toda la infamia que hubieran podido dar los hombres — A h ! me dais miedo, exclamó Perla, evitando aquella terrible mirada, retirando sus manos. •—Oh! perdonad, añadió Sirena, con nerviosa risa, es
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solo un sueño lo que os he contado, después, una vez despierta, me he reido como ahora. Ya se vé; no hay sueño que no sea un completo disparate: pero de lo que no debe uno reirse es de los celos; porque al fin nadie, vos misma no estaréis exenta de sentirlos alguna vez; todos los dias no son de buen tiempo, hay algunos, muchos, bastante borrascosos. Hoy, por ejemplo, Honorio os ama, vos le amáis; estáis consagrados el uno al otro, soñáis ambos con un dia ese dia de las esperanzas puede no llegar. ¿Quién sabe? Hay tantas remoras de felicidad en la existencia! — N o , señora, exclamó la virgen, no me digáis eso; nuestro amor es puro, grande y. confiado. Nuestro himeneo está próximo y debe realizarse, se realizará. —Se realizará replicó Sirena, con cierta visible duda. —¿Y por qué nó? interrogó Perla. — M u y confiada estáis, añadió la primera sonriendo. —Parece que dudáis, repuso la segunda con temerosa vacilación, y en verdad que no os comprendo. —Antes al contrario, contestó la de Gradenigo, creo que para dicha vuestra y gozo de vuestros amigos, el enlace se verificará. Yo por mi parte, saludaré con la mayor satisfacción á la esposa de Honorio Morosini, dándole en su casta frente, como lo hago ahora, el beso de la mas pura y generosa amistad. No ha sido duda la mia, Perla, ha sido temor. Debéis comprenderlo así. Temor natural por el bien que se desea, hasta verlo realizado. ¿Y quién podría impedir hoy esa unión? Nadie. Os amáis; vuestras familias están Conformes en la alianza que se ofrece como mutuamente ventajosa; solo que, como acabo de deciros, es tan eventual la dicha en el mundo, que no pueden menos de aparecer como fantasmas de mal augurio, las mas ligeras sombras. Tiembla una por todas las horas, por todos los momentos; ya se tiene cojida una punta del manto de la fortuna y aun se teme que sean pocas las propias fuerzas para no dejarla escapar ó que al fin ella se desprenda y parta, dejando al pobre mortal con solo un triste girón del manto asido. ¿No es verdad que tal es, amiga mia?
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es, murmuró Perla, moviendo la cabeza en expresión de pesadumbre. —Por lo que hace á mí, sé deciros, añadió su interlocutora, que no dormía ínterin imaginaba que la nupcial corona con que mis ojos se halagaban, podía serme arrebatada sin el placer de que la ciñese mi frente. Suponed por un instante que Honorio Morosini á quién amáis por sus buenas prendas y por pura simpatía, sin la vanidad que pudiera inspiraros su gloria —Ciertamente, exclamó la grata doncella, á quien el solo nombre de su amante hacía brillar los ojos y sonreír con inefable encanto; ciertamente, señora, tenéis razón: por sus buenas prendas personales y sobre todo por pura simpatía. Hele dicho mil veces que hubiera preferido que ambos naciésemos pobres y oscuros para poder amarnos, sin que él tuviese que compartir su amor con los cuidados de la cosa pública, ni con las aspiraciones ambiciosas de todo hombre que se distingue. Entonces yo no temería como hoy, que cualquiera intriga pudiese arrebatármele, ni que el aura popular que le sonríe, le abandonase mañana causándole un descontento que, acaso todo mi cariño no sería bastante á disipar. Entonces no me encontraría como hoy amagada por una ausencia no libre de peligros el mar, los combates oh! bella será la gloria para los que la buscan con tantos afanes, bello es servir á su patria, pero, como he dicho, prefiriera haberle conocido pobre y sin pretensiones para amarle como hoy, sin los recelos que las circunstancias actuales me ocasionan. Veces hay en que hubiese deseado ser muger del todo fea para que me amase solo por mi alma. —TASÍ
—¿Y creéis que entonces os hubiese amado? apresuróse á preguntarle la esposa de Gradenigo. — D e Honorio, lo creo. — D e Honorio debéis dudarlo como de cuasi todos los hombres.—Estos, aun los menos materiales aman generalmente por la vista, y si vos no hubieseis sido harto bella para distinguiros entre la multitud de damas de Venecia, los ojos del que es hoy vuestro amante, hubiesen pasado por cima de vos sin miraros ni pagaros el
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tributo de cariño que merece vuestro corazón.—La es cepcion hubiera sido lo contrario—y sin tachar á Honorio, puedo permitirme creer que, atendido su caráctergustoso de la brillantez, no sería él' parte de esta escepcion; y vos misma ¿podríais jurar que en vuestro cariño á él ha dejado de entrar como parte inspiradora el atractivo de su posición y de su gloria? Sin estas cualidades hubiéraisle percibido entre la multitud desde vuestra altura? —Oh! sí, replicó Perla; mal juzgáis á, Honorio.—Yo leo en su mirar, en su sonrisa y en su palabra alguna cosa que me hace confiar en que me ama por mi solo corazón—En cuanto á mí, os diré que en cualquiera posición en que hubiese él nacido por triste que fuera, mis ojos le habrían buscado, mis labios habrían suspirado por hallarle, y al hallarle, oh! sí, mi corazón le habría amado como hoy. —Pues bien, tornemos á los celos, repuso Sirena, deseosa de sacar á Perla del terreno de la confiada fé, terreno de las almas puras, y del cual era necesario alejarla para sembrar en su seno las terribles inquietudes.— Es conversación que me place la de los celos, amiga mia: añadió la misma. Suponed que entregado Honorio por el altar á vuestra completa posesión, otra muger acaso menos bella y merecedora que vos, pero que, por algunos de aquellos misterios inesplicables, si bien harto comunes por desgracia, produjese en el ánimo de vuestro esposo la misma impresión que vos le produjisteis la primera vez que os vio, ó que por arte mugeril, (porque vos sabéis que hay mugeres demasiado artificiosas) procurase ganar con el atractivo de la novedad, con el tiempo y con diabólicos giros lo que no pudo ganar en el primer instante Vuestro esposo no cegará en los altares al daros su mano seguramente, y existen tantas bellezas que no se han conocido hoy y que no se sabe los sentimientos que podrían inspirar mañana! Pero en fin, ¿á qué afanarse por expresar mi idea toda vez que es tan clara? Suponed que no hubiese en Venecia una muger capaz de cautivar el afecto de Honorio: ¿estaríais por eso mas libre de rivales? El, como buen patricio, es ambicioso T
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de lauro y de poder; irremisiblemente, luego que el amor á Perla se hubiese entibiado como acontece cuasi siempre con la no disputada posesión, renacería en su alma aquel sentimiento que ahora creéis muerto y que solo se encuentra adormecido; porque en ciertos hombres la ambición es mas poderosa que el amor.—Mas no creáis, queridísima Perla, que mi objeto sea otro que el de manteneros en guardia contra esa confianza y candidez en qu e vivís. Desde el momento en que os conocí os cobré simpatía, vuestro dulce trato ha hecho después mi gozo, pudiendo asegurar que no tenéis hoy mejor amiga, pero trátase de que no seáis incauta, y mi voz es la voz de la verdad y del afecto.—Así la verdad y el afecto me mueven á deciros, amiga mia: preparad vuestras fuerzas á la lucha, si queréis vencer; tenéis una rival poderosa, cuasi incontrastable en el corazón de vuestro futuro esposo: Venecia. A estas palabras que no pudieron menos de producir en Perla cierto disgusto y displicente alarma, sucedió lo que vamos á contar: Habíase ido acercando misteriosamente al cenador en que platicaban las dos bellas, una góndola, permaneciendo como en acecho junto á la escalinata. La placentera música resonaba en los altos salones, y los departamentos bajos del edificio habían quedado solitarios.—De repente, tres hombres enmascarados saltaron de la góndola é introdujéronse en el cenador.—El miedo heló en la garganta de las jóvenes la palabra de socorro; lucían los puñales levantados ante el pecho de entrambas.—A poco, Sirena yacía, maniatada y amordazada con su propio pañuelo.—Medroso desmayo acometiendo á Perla, hizo fácil su transporte á la góndola.—Apartóse esta: sus remos al apoyarse en la "fórcola" forrada de intento para amortiguar el ruido movíanse rápidamente.—En breve fueron cruzados varios canales por aquella embarcación silenciosa cuyo negro "felze" ó cubierta, entre las sombras, le daba la apariencia de un misterioso féretro -
Era ya tiempo que la nueva de este accidente cundiediese en el sarao.—Sea casualidad ó plan, entró Julieta la camarista de Sirena en el cenador, y al verla en aquel
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estado corrió á los salones dando voces de alarma que, atrajeron hacia allí á los concnrrentes.—Gradenigo apoyado en el brazo de uno de sus pages, y seguido de Honorio á quien un presentimiento traía velozmente hacia el invernadero; llegaron; y susorpresa fué mayor todavía al encontrar á aquella reclinada en un diván en la forma que se ha referido. Había algún desorden en los muebles del cenador, en tanto que á los pies de la dama mostraba su brillante hoja un enorme puñal. Desatai'on las doncellas á su señora con la presteza y cuidados que el caso requería, y escapóse de los labios de la cuitada un suspiro doloroso al parecer, única señal ostensible de vida, puesto que sus ojos continuaban cerrados. -—Pronto, el médico, gritó Cosme acercándose á la desmayada y llevando al olfato de la misma un íñco pomo de esencias.—A poco, abriéronse los ojos de la dama, tendiólos en derredor y al hallar los de Gradenigo, —Esposo mió! murmuró y le alargó los hermosos brazos; pero al par que estos iban al cuello de su marido, sus ojos iban al semblante de Honorio á quien distinguió entre la concurrencia y que muy cercano á ella procuraba inquirir con sus miradas el paradero de un objeto querido, por cuya presencia en vano suspiraba su corazón.—Entonces leyó Sirena en la fisonomía de Honorio la mas viva inquietud, y desprendiéndose de los brazos de su esposo, corrió hacia la fenestra dándose una palmada en la frente en ademan de recuerdo. Perla, Perla, gritó fingiendo pesar robada, robada! y al punto y en pocas palabras contó el inesperado suceso dándole todo el colorido conveniente á sus miras, mostrándose agitada y sorprendida. Grande había sido, según ella, el terror de ambas; grande era su pesar por la desaparición de la que llamaba su cara amiga. Pero ¿quién hubiera podido preveer tal accidente?—¿A quién podría atribuirse semejante desacato?^—Extremoso era el sobresalto de la familia Fóscari, extremosa la pena de Honorio como era natural; grande sobre todo la
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curiosidad de las damas y aun de los galanes.—Unos y otros cercaban á Sirena prodigándola cuidados con tal de hacerse repetir de ella la historia del suceso.—Iban y venían los criados, pusiéronse en marcha los gondoleros—¿por dónde buscar á los raptores? Corrió Honorio á su palacio, paso á sus gentes en movimiento hacia todas partes.—Era ya tarde; hízose sin embargo conducir á Lales horas á casa de los principales influentes del Consejo.—La. policía comenzó sus pesquizas.—Inútil fué todo ello al menos por aquella noche, que él y la familia de Perla pasaron como era natural en el mayor desasosiego.—Estará demás decir que el sarao terminó en medio de todas aquellas confusiones de que Gradenigo no se daba cuenta ni comprendía una sola palabra.—Acaso su esposa no estaba tan á oscuras en el enigma.—Loredano y otros consejeros habían desaparecido del sarao. En cuanto á Sirena, fué conducida á su lecho en donde Hafiz, que acudió al llamamiento, la suministró los primeros cuidados en la vía de calmar la agitación que ella sentía, y que era tan consiguiente al suceso,—sobre todo en una muger que, como la que mas y la que menos, tenía un alma dentro de su cuerpo, y sus desmayos y sus nervios. XXIV. EN QUE SE CONTINUA LA MATERIA DEL CAPITULO ANTERIOR.
He dicho que la policía veneciana había prometido poner en juego sus resortes mas eficaces, para averiguar el paradero de Perla y castigar á sus raptores; pero según susurra la tradición, la cual sea dicho de paso, deja en esta parte una laguna de omisiones, parece que Loredano, á quien se tenía entonces por jniembro de la inquisición de estado; influyó para con sus colegas á fin de que sin perjuicio de averiguar lo que en el asunto pudiera corresponder á la seguridad de la oligarquía, se dejase el principal cuidado á las familias Fóscari y Morosini verdaderas interesadas en él.—Esta parte activa que, aunque cautelosamente tomó dicho inquisidor ene
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asunto, no debió pasar sin percibirse por saberse que, si bien con algún disimulo, aquel no era amigo de ninguna de las dos familias, y mucho menos de Honorio, á quien contemplaba antagonista interruptor de su ambiciosa marcha.—¿A qué, si nó, el empeño que según se sospecha, mostró en desviar de la materia la vista perspicaz de la inquisición de estado? Sabido es ademas que este famoso consejo omnímodo, secreto é irresponsable en sus decisiones, se componía solo de tres miembros dos de los cuales podían hasta condenar á muerte á su tercer colega. Sirena parece que no desconocía la enemiga secreta de Loredano para con Morosini, la influencia de aquel en los misterios de la cosa pública, ni su carácter intrigante y ambicioso. Cosme habíala dado gran luz en la materia, y su clara sagacidad no la había sido infructuosa en su trato con el influente decenviro en la vía de conocer su carácter y secretas aspiraciones. De una cosa sobre todo hallábase al corriente, á saber: que el enlace de Honorio cou Perla por llevar consigo la alianza de los Morosini con los Fóscari, dos familias poderosas; y la última sobre todo, enemiga histórica de los Lorodanos, no estaba ni podía convenir á los intereses políticos de estos. Conpréndese desde luego que ganado uno de los tres por otro de los mismos, lo que no era muy difícil á Loredano, asaz temible por ser decano en materias de intriga; el tercero debía adherirse al proyecto de los dos, cualquiera que fuese, por temor de suscitar contra él la animosidad de estos que de común acuerdo, todo lo podían. La sola sospecha de que Loredano tenía cartas en el juego, hízoles sin duda dejarse llevar con colegial complacencia, por aquello de hoy por tí, mañana por mí, que dice el vulgo.—Sea de esto lo que se quiera, pues nadie pueda saber de positivo lo que fué misterio inesplieable; es un hecho que, la policía veneciana tan justamente famosa, ó hizo poco ó no alcanzó á descubrir el paradero de Perla, ni mucho menos rastrear con éxito á los culpables. Por lo que hace á la joven, apenas fué transportada
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á la góndola en brazos de sus raptores, cuando, en tanto que uno de estos que, por su fortaleza y maneras bruscas parecía el mas decidido, se puso con uno de sus compañeros á remar con sigilo y prontitud, es decir, con cierta habilidad adquirida en iguales casos; el otro restante que era el mas joven en apariencia, la depositaba cuidadosa y muellemente en los blandos cojines del estrecho camarín que formaba elfelze, en donde la infeliz desmayada quedó con mas trazas de fardo que de animado cuerpo. Llegó al cabo la embarcación al borde de una plazuela ó campo como allí se llaman, la cual servía de Atrio ó de vestíbulo á una iglesia entonces cerrada por lo avanzado de la hora. Púsose en tierra á la doncella que apenas daba señal de vida, si bien comenzó á poco á agitarse su seno, y su labio murmuró alguna palabra, quizá algún nombre de esos con que sueña de continuo el alma..Entonces el que, como he dicho, parecía el mas joven de los enmascarados, compasivo sin duda, desvendóla los ojos y descubrió su rostro al apacible aire de la noche que un tanto fria á par que serena, fué trayendo la vida á sus facciones. Entreabrió la hermosa sus ojos, y miró á su guardián con sobresalto; la voz enmudeció en su garganta.—Nada temáis, la dijo el encubierto con voz simpática y que revelaba á una persona harto conocida en esta historia; nada temáis. Inútil parece añadir que los demas de la góndola habían desaparecido, pues bogaudo al principio con presteza, salieron muy luego al Canareggio en donde comenzaron á dejarse ir con calma estoica, y como indiferentes á toda persecución, dando á los aires con tranquila voz alguna de las canciones mas comunes en el traghetto. Por lo que hace á la joven, tendió en derredor de sí su atónita mirada, ¡qué mirada de desconsuelo! Qué sobresalto para la infeliz á quien no bastaba lo que veía para poner en hilo sus ideas tan bruscamente interrumpidas por aquel suceso! Ni bastaban tampoco á tranquilizarla las palabras afectuosas y ademanes respetuosos del mancebo que la guardaba. En donde estoy? exclamaba.—¿Decís que no queréis hacerme mal? Entonces por-
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qué me habéis arrebatado al seno de mi familia? vos, quien quiera que seáis, llevadme á mi casa ó temed la cólera de mis deudos. —Nada tengo que temer, señorita, respondió el en' mascarado. Me manda quien todo lo puede sobre mí y obedezco sin vacilar.-—¿Qué me valdría resistir? Todo en el mundo ha llegado á serme indiferente.—La voluntad mia no ha sido bastante para darme fortuna, perezca la voluntad, sea responsable de ella quien la ha avasallado. —No trato, por otra parte, de haceros mal ni tal cosa se me ha ordenado.—Por lo que atañe á mi corazón, siempre se inclina á tratar bien en lo posible, sobre todo á vos que sois una señorita merecedora de mi respeto.— No estoy destinado á causaros daño, he aquí todo lo que puedo repetiros.—Tranquilizaos pues y tened un poco de confianza en mis palabras y en mis intenciones.—Ademas que aunque así no fuese, no me falta un brazo armado para impedir con mi sangre y aun con mi vida que nadie os haga mal, ni que mucho menos se trate de daros ayuda contra lo que me han prevenido; venid pues, señorita. —Adonde queréis llevarme, replicó esta? No, yo no debo seguiros sino á mi casa, á la casa de mis padres.— Lo oís? ah! vos sois bueno, según parece, vuestras palabras y ademanes han sido para conmigo menos duros de lo que hubiera debido esperarse, sí, tenéis buen corazón, ¿no es verdad? Dadme de ello una muestra; llevadme á mi casa; mi pobre familia estará llena de inquietud y pesadumbre. Vos tendréis un padre quizá, anciano como el que de tal me sirve, á quien un lance como este llevaría quizás á la tumba —Padre murmuró el mancebo; no le he conocido, ni joven ni anciano; mi padre ha sido muerto en mi corazón por el misterio; mi único padre es el sol que alumbra también á los que no le tienen; soy un hijo abandonado. —Pero tendréis una madre, alguna muger cariñosa que allá en vuestra niñez os halagaría y que podría morir de angustia al veros apartado de ella por la mano siniestra de unos verdugos; no, perdonad, vos no sois tan
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malo al parecer, y si os llamo verdugo, es por que estoy muy llena de duelo y de terror. Vos debéis ser mejor que los que os han enviado; pero, señor, qué trama inicua y misteriosa! ¿qué quieren hacer de mí? Sin duda me habéis tomado por otra; sin duda os ordenaron que os apoderaseis de una joven de tales ó cuales señas y me habéis equivocado con ella.—-Miradme, creo que no me habéis reconocido: soy Perla Fóscari, que jamás ha hecho daño á nadie.—Venid, añadió conduciéndole al pié de una lámpara que alumbraba el piadoso nicho de una madona.—Venid, venid, miradme; y al decir esto Perla, mostróle el rostro hermosamente pálido y lleno de lágrimas. El incógnito á pesar de no ser insensible, según lo habían manifestado sus palabras y cierta expresión de tristeza^y compasión que se revelaba en su aspecto, miró á la joven con atención, y sin duda hubo de encontrarla muy bella porque hay cosas innegables, pero acaso ocultaba él en sí algún talismán que le permitiese resistir al poder de la belleza; puesto que no cedió á aquel hechizo á que pocos hubieran logrado mostrarse indiferentes; quizá estaba enamorado, fascinado por otra muger, porque solo entonces nos es dable esplicarnos este misterio. —Sin duda, continuó Perla, tendréis algún será quien amar en el mundo; un ser ante quien sintáis conmoverse vuestro corazón.—Suponed que amáis y estáis para ser esposo y que una mano alevosa os aparta, os roba quizá para siempre el dulce objeto de vuentras ansias. . —Callad, callad señora, exclamó el joven con voz entrecortada por la emoción. Quizás habían despertado en su alma semejantes palabras algún recuerdo amargo, puesto que repitió como si no quisiese continuar oyendo la alusión de la joven. —Callad ó voy contra mi deseo á amordazaros otra vez. —Pues bien, repuso Perla, no os hablaré mas de eso ni tampoco os hablaré de lo mucho que os esponeis á que mi familia os descubra y os haga matar por la justicia; soy hija de patricios, de patricios esclarecidos que han dado príncipes á Venecia.
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— L o sé, respondió el incógnito. —Os harían niatar por el verdugo, repitió la joven. —No importa, dijo el enmascarado sonriendo con amargura. ¿Sabéis si amo la vida? ¿Sabéis si antes de ahora he sido despojado de la única felicidad que esperaba y que parecía que nadie debería arrebatarme, á mí que nunca he tenido para los demás sino un corazón cariñoso y un labio sincero?—Cuando la vida es un vacío la muerte lo colma. Ojalá, ojalá viniese ella por sí sola sin que pudiese llamarse suicidio, porque he oido que el que se mata ofende á Dios y á los Santos, pero si me matan en no siendo mi propia mano —Sí, sí, ya veo, dijo la pobre niña con abatimiento, que no teméis la muerte, pero tendréis personas á quienes socorrer, gustareis de las recompensas, es posible que presentándome yo ilesa y ahora mismo á mi familia, sin darle cuenta por supuesto de nada que pudiese comprometeros, me sería dado decirla: padre mió, parientes mios aquí tenéis á mi salvador, al que os vuelve vuestra hija y parienta, haced su fortuna y la harían, no lo dudéis porque lo pueden y lo querrían, y tendríais ademas mis lágrimas de gozo y mis oraciones, á mas de las grandes recompensas. —Recompensas! respondió el enmascarado. Sin duda oro: vosotros los que vivís entre las joyas y el lujo y las grandezas, juzgáis que á todos los que somos pobres, porque lo somos, se nos compra con vuestro oro. El oro! si vos supieseis que hace algún tiempo que tenía yo bastante oro y no pude comprar la felicidad? qué! ni aun evitarme una amargura pero, añadió—como si una idea repentina cambiara su modo de pensar; sin duda no era mucho, no era suficiente á comprar un nombre y un palacio. Oh! si me pudieras brindar la recompensa áque aspiro, entonces podría hacer gustoso el papel de vuestro salvador, como decís, cuando soy un cómplice del que os ha robado, pero no, vos no podéis darme la recompensa á que aspiro.—¿Veis aquellas nubes, mas alto aun, aquellas estrellas? pues bien, es casi tan difícil para mí alcanzar lo que anhelo, como tocarlas con esta mano miserable.
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Todo esto pasaba en un ángulo del atrio á que me he referido, junto al dintel de una puertecilla del templo. Puso en seguida el enmascarado sobre los hombros de la joven una capa que quitó de los suyos, porque la pobrecilla tiritaba á causa de la estación, y deslizándose por entre oscuras y solitarias callejuelas (que casi todas lo son en Venecia) la arrastró consigo silenciosa y sin resistencia. Abismada la joven en su pesar, dejábase conducir maquinalmente. Al cruzar por un puentecillo que unía dos calles vio el incógnito como el bulto de dos personas que hacia allí se dirijían; al sentir sus pasos la joven hizo un movimiento como para pedir socorro, y entonces el mancebo enmascarado, tapando con su mano aquellos labios que el dolor hacía palidecer y temblar, arrastróla al dintel de la puertecilla que la oscuridad velaba diciéndola: —Señora, no he nacido para asesino; quizá no sabría mataros ni aun en el último trance de peligre* para la empresa que me han confiado, empero si chistáis, añadió poniendo en la mano de la joven el mango de un puñal, cerrándola con su callosa diestra y acercando la punta del mismo á su propio pecho; vos misma me asesináis, vos misma manchareis esa mano pura con la sangre de un hombre honrado que nunca pensó en causaros mal. De pronto oyeron el remar de una góndola. —Sin duda nos buscan, murmuró el mancebo, y acudiendo á la la joven que no pudo oponerse á este rápido movimiento, arrastróla consigo en la vía de guarecerse bajo un pórtico que allí cercano estaba; y la infeliz doncella bajando la cabeza en ademan de resignada murmuró estas frases: —Si no he de volver á ver á los mios y si ellos y yo hemos de morir de pesar, cúmplase la voluntad de Dios, él tenga piedad de mí. —Los volvereis á ver, respondió el incógnito, así me lo han prometido y yo haré todo lo posible para que obtengáis la dicha de ser restituida, sin lesión ni daño, á vuestra casa. —¿Pero qué intentáis conmigo, señor? repuso la joven. Mi cabeza se desvanece en un mar de incertidumbres.
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En esto sonó la campana de media noche. — Y a es hora, dijo el mancebo. Seguidme pues con calma y obediencia, y no me obliguéis á usar del terror ni de mis fuerzas contra una débil é inofensiva dama. Al mismo tiempo pasaban junto á ellos dos hombres que se detuvieron en la próxima esquina de la callejuela, pero que hablaban bastante alto para poder ser oidos distintamente por Perla y el enmascarado. —La nieta del anciano Fóscari? decía mostrando extrañeza uno de los dos transeúntes. —Robada esta noche en el sarao de la señora Gradenigo, repuso el otro. Mal podríais imaginaros el trastorno que se armó. Era consiguiente. El uno.—Esto sin duda acontecería á poco de yo haber dejado la fiesta. El otro.—Como algunos minutos después. Es el caso que los Fóscari y los Morosini, dos familias de importancia pondrán en movimiento toda su clientela, y por lo que respecta al león alado, no dejará de escudriñar todo lo posible con sus ojos misteriosos. El uno.—Allá se las entiendan; un rapto no es cosa rara en Venecia. El otro.—Vos siempre indiferente á todo, amigo Ruggiero. Ruggiero.—Qué queréis? Me bastan mis propios pensamientos para estar ocupado, ¿cómo queréis que dé lugar á los de los demás? En esto se acercaron un poco al puente estacionándose allí; la conversación continuó percibiéndose con toda claridad. El uno.—Esperáis aquí vuestra góndola, amigo Ruggiero? Ruggiero.—Sí, aunque tal vez me decida á no aguardarla y os acompañe á pié hasta vuestro barrio. El uno.—Yosimaginaisquienhayapodidoserelraptor? Ruggiero.—La señorita Fóscari tiene bastantes motivos para ser codiciada. El uno.—Ya lo creo: es una perla engarzada en un rico cuerno dogal. Es hermosa, rica y noble: tres bienes condicionales en todas partes.
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Ruggiero.—Sin embargo estaba prometida y próxima á un enlace. Honorio Morosini su novio, estará sin duda para volverse loco. El uno.—Haceos cargo. Verse arrebatar en vísperas de poseerla la joya del patriciado. Sobre todo cuando pudiera esperar que su alianza con los Fóscari sería un buen remo para empujarse hacia el solio de San Marcos. Un movimiento de Perla al oir estas palabras, que sin duda envolvían una revelación dolorosa, fué interpretado por el raptor como atentatorio á sus miras, y acercando sus labios al oido de la joven murmuró para ella sola estas palabras. —Un solo movimiento y la sangre brotará de mi pecho al empuje de mi puñal. Vuestra mano me habrá asesinado. El lector recordará la actitud que el raptor había hecho tomar á Perla. Difícil sería describir lo que pasaba en el corazón de esta. Al principio había callado aterrorizada retrocediendo ante la idea, espantosa para ella, de manchar aunque involuntariamente, su mano con la sangre de su raptor, á quien encontraba un tanto perdonable y cuya generosa abnegación de preferir morir á matarla, habíala conmovido un tanto en medio de su desesperación. Hay corazones de ángel, perdonadores, y quc^ prefieren el papel de víctimas al de verdugo. Perla conocía por instinto que el hombre que en aquel momento la tenía asida al parecer con sobrada violencia, era á pesar de todas las apariencia-, un alma apasionada como la suya, y que tal vez al prestarse á cometer aquel fraude injustificado, solo obedecía á un poder que subyugaba sus sentidos y potencias. La mano ruda de aquel hombre que ardiente y trémula tenía adormecida la delicada suya en fuerza de oprimirla, podía quizá impulsarla á enterrar en un corazón desgraciado el puñal del asesino; aquel hombre aparentaba en sus palabras y gestos cierta energía que daba mucho valor á su resolución, y así la infeliz tímida y buena, comprendió que debía evitar los horrores que traería consigo su menor movimiento, su menor signo de pedir socorro. Contentóse pues con invocar al
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cielo á quien solo encomendaba su defensa y de quien se prometía ya únicamente el salvador auxilio. Pasado luego el pensamiento á otro punto, despertóse su curiosidad al oír pronunciar su nombre y el de su amante por los dos transeúntes á que me acabo de referir. Era natural que quisiese saber todos los pormenores y acaso las causas que habían mediado en un asunto en que, sin embargo de ser la actriz principal, ignoraba tanto. No nos basta generalmente saber por experiencia lo que nos ha pasado, queremos cuasi siempre saber lo que se ha dicho de nosotros ó del acontecimiento en que hemos tomado activa parte. En una palabra: el actor se desvive por saber lo que ha pensado acerca de él el espectador. Su curiosidad se convirtió en ansiedad cuando se tocó en la conversación de Ruggiero y su camarada el asunto de su matrimonio, con aquellas palabras que el mal pensar humano vertía sin saber que iban á herir como con dardo agudo el corazón de una infeliz oyente; pero cuando estuvo á punto de perder el sentido; cuando sintió toda la sangre en sus sienes y bambolear el mundo bajo su planta, fué cuando, proseguida la conversación, oyó lo siguiente: El uno.—¿Y lo dudáis Ruggiero? Qué bueno sois!— Es verdad que Honorio Morosini no necesita alas agenas para volar al solio de Venecia, porque á su edad que apenas frisa con su dorado estío, cuenta con un puesto elevado debido á su mérito, y con un nombre ya esclarecido que deberá serlo mas si cabe, al continuar en la senda de triunfos que tiene ante sus pasos; pero no debéis dejar de contar que haya entrado por mucho en su alma, al pensar en su enlace con una Póscari, la conveniencia inherente á semejante alianza. Ella le acerca á su objeto. Verdad es que siempre ha sido enamorado; pero, enamorado veleidoso; á cuantas no ha querido y á cuantas no lia olvidado! Creedme, le conozco desde hace mucho tiempo y compadezco á la joven que iba á darle su mano; es interesado, no lo dudéis; y el fuego que nunca ha podido apagarse en-su alma ha sido el de la ambición. Podrá amar á su prometida, á esa hermosa Perla á quien encontráis tan interesante y que cierv
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tamente lo es, pero la quiere mas que la ama. Ya se vé! él es de carne y hueso como los demás, el amartelamiento es en su índole un vicio, y claro está que, ante unos ojos bellos, el hombre un tanto ardiente se encuentra inspirado; habla, y sus palabras dictadas por el ardor de un pasagero devaneo, toman á los ojos de la bella, dispuesta candidamente á creer lo que le halaga, la expresión del verdadero y profundo sentimiento. Amará á la hermosa, no lo dudo; pero ama de seguro mucho mas los favores de esa muger terrible, bella y caprichosa que se llama Venecia. Perla vaciló sobre sus pies. Dejemos esto, amigo mió, contestó Ruggiero que, con su alma sincera y honrada, no queria ver sino por el prisma de la buena intención. Dejemos esto; no me agrada pensar mal de los hombres, sobre todo cuando el hecho no nos ha autorizado á ello. En la duda, estoy por el bien. Esas cosas son las que me hacen andar cada dia mas solitario en el mundo; eso es lo que me hizo huir del sarao Gradenigo antes de que se verificase el lance que me habéis contado. Estaba cansado de no encontrar allí como en todas partes mas que histriones y maldicientes de todo género. El otro.—Apropósito, amigo Ruggiero, se dice que andáis un tantillo enamorado. El pintor dio un salto, atrás como si hubiese querido evitar la mordida de una víbora. Yo! exclamó. El otro.—Nada, no os espantéis; no se sabe de quien, pero se sospecha que lo estáis, y por cierto que autoriza á pensarlo ese aspecto y retraimiento que guardáis en todas partes. Ruggiero.—El hastío del mundo ocasionado por lo que acabo de deciros. El otro.—Será así; sin embargo, el hastío en un joven lleno de fuego, de ingenio y esperanzas como vos? Tristezas en la edad de oro y con laureles en las sienes? amor mal pagado. Estaréis enamorado á lo pintor, de alguna de vuestras ninfas ó vuestras vírgenes. Ya se vé, siempre pintando ángeles y diosas! Ruggiero.—¿Y quién os ha dicho que yo pinto hoy?
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El otro.—Cómo! paleta sin ejercicio en un hombre de numen como vos, cuando se sabe que el pincel arrastra al pintor y la lira al poeta? Vamos, estáis enamorado, de fijo; solo que copiareis tal vez objetos tan al natural que mas bien serán retratos que pintaras y cuya semejanza con la dama de vuestros pensamientos os hará ocultarlos por temor de que se descubra vuestro secreto. Nada hubiera podido llegar mas al corazón de Ruggiero que aquellas palabras que parecían fiel traducción de lo que realmente ocurría en su alma hacía algún tiempo. Así es que dudó si tales palabras serían puras deducciones con lógica apariencia de verdad, ó sátiras nacidas del conocimiento positivo de la misma. —Si no fuese tan tarde, continuó el interlocutor de Ruggiero, os referiría, amigo mió, una anécdota de un hombre de vuestra profesión y cierta dama. La conversación mortificaba sobremanera al pintor y así trató de terminarla. —Vamos, estáis muy ocioso, amigo mió, exclamó, y queréis divertiros á mi costa. He resuelto no esperar ya mi góndola; tengo sueño y debo madrugar. Adiós, amigo mió, dijo tendiéndole la mano en ademan de despedida. -r-Bien, sea; replicó el otro, correspondiendo á su saludo. Picaruelo! bien, bien; mañana iré por vuestro estudio y os contaré la historia del pintor. —Bueno: adiós, repuso Ruggiero desprendiéndose con mal disimulada prisa de su imprudente compañero. Lo sospecha, lo sospecha, murmuró con disgusto; ha querido ganar en certidumbre; ah! corazón mío: quién pudiese ahogar tus imprudentes latidos, quién pudiese hacerte insensible. —Piensa mal y acertarás, iba diciendo el otro al pasar por junto á Perla y su raptor, aunque sin verlos. Ja, ja, ya la lleva el pintor dentro del cuerpo. Si creerá el muy pazguato que puede haber nada oculto en estas ma ferias y sobre todo á los ojos de un marrajo como este quisque. Cualquiera que esté en los antecedentes de esta historia habrá reconocido en Ruggiero al único de este nombre que en ella figura; por lo que atañe al compañero,
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preciso es recordar á aquel amigo de Cosme que lamentaba en las bodas de este, un enlace que le privaba de sn cantarada de aventuras y libertinage. Después de haberse alejado del puente ambos individuos por distintos rumbos, dijo el embozado á la doncella: —Vamos, venid, que ya nos esperan. Os repito que nada temáis. Si no se me hubiese asegurado que no se trataba de haceros mal, como así lo espero, de ningún modo me hubiese prestado á esta obra ó á lo menos ya estaría arrepentido de haberla comenzado. Creo que la separación de vuestra casa no será tan larga: venid pues. Dijo y llevó consigo á la joven poco menos que ensus brazos ya que la infeliz dejábase conducir como si de todo punto hubiese renunciado á su voluntad. El golpe que habia recibido su corazón era terrible; no era la primera vez que habia oido hablar como cosa admitida, de la inconstancia de Honorio en materia de amoríos, pero aquella noche parecía reinar para ella un mal genio, puesto' que por dos veces en distintos lugares, y por diferentes labios habia oido enunciarse la misma frase ó cosa equivalente: "Perla Póscari no reina absolutamente en el ambicioso corazón de Honorio." Sea que el accidente de su rapto, sea que cuando el alma está dolorida, una simple sospecha se trueca en lastimadura espina, es lo cierto que aquella era la primera nube que venia á oscurecéis el hasta entonces diáfano y despejado cielo de su existencia. Su imaginación era un campo de fantasínas y confusiones, y su mente parecía haber perdido la facultad de percibir lo que la rodeaba; sentía flaquear sus rodillas y correr el sudor frió de su sien helada. Dióse prisa el enmascarado á terminar su misteriosa peregrinación. Llegado que hubo á una esquina, detúvose para vendar de la mejor manera posible los ojos de la hermosa; tarea inútil; los ojos de la joven no estaban para fijarse en nada; toda su vista, toda la vida de sus sentidos había retrocedido hacia su alma, y ah! su alma veía y sentía lo que era dolorosamente inesplicable. Llegado que hubieron á la fachada posterior de uno
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de los mas notables palacios de la ciudad, abrióse una puerta al parecer bastante excusada en lo ordinario; un silbo suave contestó á otro silbo, y el embozado y su robada tuvieron entrada en un oscuro pasadizo del palacio, en el cual solo percibía aquel un bulto de apariencia humana que, por entre las cuasi profundas tinieblas, cerró la puerta que acababa de darles paso, y tomando del brazo al robador, fuéle guiando con Perla, por escaleras y galerías al parecer secretas, hasta una habitación también oscura, cuya puerta sintieron crujir sobre sus goznes. Entraron allí los dos recienvenidos dejando el embozado á Perla, á quien dijo: Aguardad aquí; espero y confio en que no se os hará mal. Quedó Peída encerrada. El bulto de apariencia humana continuó á tientas su marcha conduciendo al enmascarado, quien, al llegar á la puerta de la calle, sintió que le empujaban hacia fuera suavemente. Entonces advirtió en las suyas el contacto de una mano fina y delicada que se las estrechaba en son de despedida y que llevó á su alma una sensación profunda é inesplicable. Desprendióse recobrando su esquivez aquella mano esquisita, y cerróse tras él silenciosa y rápidamente la puerta por donde habia salido. XXV. UN F A N T A S M A CORONADO.
La luz de la mañana penetró en la habitación de Morosini á través de las góticas ojivas que daban al canal. No podía decirse que esta nueva luz viniese á renovar el recuerdo de las impresiones de la víspera, puesto que sus ojos no se habían cerrado al sueño aquella noche, pintándose en su semblante los efectos de un terrible insomnio causado por las mas tormentosas cavilaciones. Después de haber puesto en movimiento aquella noche sus pages y criados llegó á su morada no sin haber vagado.él mismo en persecución de los raptores de su prenda: entró en su habitación, y sin tocar sus vestidos y esquivando su lecho cual si debiese ser para él un as-
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cua enrojecida, dejóse caer en una de las doradas poltronas de su gabinete, la cual le sirvió de único lugar de reposo durante el resto de la noche. Allí, con la frente entre sus manos en ademan profundo y tristemente reflexivo, habia contado los momentos. De vez en cuando apoderada de su espíritu la inquieta y sombría agitación, paseábase distraído y activamente por la habitación en todos los sentidos posibles. Sentía herido su corazón porque amaba á Perla, pero sentía mas herido su orgullo. Temía por la suerte de la joven; pero temía mas que quedase sonriendo triunfante en las sombras el que había atentado á su nombre y,esperanzas, puesto que era público que Perla estaba para ser su esposa. Acaso, pensaba él, algún émulo de su gloria, algún secreto enemigo que tratase de tenderle un lazo, porque á la verdad aunque amaba á la joven Fóscari y aunque por sí propio y por su familia comprendía todo su valer, no dejaba de reconocer al mismo tiempo que su alianza con una de las familias mas ilustres, ricas é influyentes del patriciado debía ser naturalmente codiciada, suscitándole secretas envidias y rivalidades. Perla, por otra parte, no solo merecía por sí propia la mano de un príncipe, sino que era acreedora al cariño de un gran corazón; él era de natural enamorado y no podía, á pesar de sus treinta y ocho años, emanciparse ni mucho menos ser fácilmente insensible al mérito femenil de una doncella tan hermosa é interesante como su prometida; pero ¿tendría razón esta en comenzar á sospechar que Honorio Morosini obedecía á alguno otro brillo que el de su propio mérito? El dia comenzaba á remontarse por los cielos, y Honorio llamando á su camarero atavióse con su lujoso trage de patricio, ciñendo además las principales divisas de su cargo de almirante, y aparejada que fué su góndola de gala, encaminóse en ella al palacio del Dux en la vía de exponerle su querella y demandarle la debida justicia. No era la hora competente para el caso; llegado que hubo sin embargo, hízose anunciar al príncipe como quien venía á tratarle de perentorio asunto. El anciano, que le' profesaba singular aprecio y que admiraba sinceramente
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sus recientes lauros cívicos, hízole entrar dándole acceso á su propia cámara, en donde le recibió según su costumbre, afectuosamente. —Señor, dijo Honorio besando con reverencia la mano ya cuasi trémula que el noble Dux le presentaba. —Aguardo la venia de V. A. para comenzar á disculparme por mi venida importuna. —Hablad, señor almirante, que disculpado estáis, contestó el príncipe con bondad. Supongo desde luego que vendréis á tratarme de algún urgente negocio de Estado ya que con tal premura y tan de mañana os servís pasar los umbrales de vuestro Dux. —Pues qué, señor, repuso el patricio, ¿no lia llegado á vuestros oidos la nueva del escandaloso atentado de que ha sido anoche víctima una de las familias mas ilustres de nuestra patria? —Atentado, decís?, ¿saberlo yo? acercaos, mi noble amigo; vos añadió el Dux hablando quedo y mirando recelosamente en derredor como si temiese ser escuchado, ¿ignoráis que no es costumbre entre nosotros hace mucho tiempo que el Dux sea el primero en saber lo que pasa en Venecia? Sin embargo el delito, añadió alzando el tono y dejando advertir en su acento cierta amenaza irónica, el delito no quedará impune: la divisa de San Marcos es la imparcial justicia. No dejarán de conocer ya á estas horas el hecho, los que velan noche y día por la salud de esta grandiosa y bienaventurada república; confiad pues en la severa justicia de tan celosos magistrados; ellos son harto vigilantes, harto justos y harto poderosos. —Empero V. A., señor, puede mucho en pro de mi causa ó al menos debe poderlo. No creo que haya en Venecia quien intente dejar impune un atentado como el que es hoy ocasión de mi justísima queja; pero de todos modos el influjo de V. A. debe ser grande como el solio que ocupa; V . A. quesiempre supo mostrarlas mas enérgicas cualidades del carácter, no debe como otros muchos príncipes de Venecia ser un Dux en nombre, un fantasma, una vana sombra de poder; sed pues, Dux, señor, vuestra dignidad lo exige, la justicia lo manda Si
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por acaso se pensare en atentar una vez mas á lo sagrado de vuestros dias —Silencio, exclamó el anciano con algunas muestras de recelo, acordaos de que estamos en Venecia. —Nos hallamos solos, señor. —Os equivocáis, nunca se está solo en ella, siempre hay ojos que ven, siempre hay orejas que escuchan, cada pared es un testigo, cada mueble, el pavimento, hasta nuestro mismo lecho es un espía, á quien se debe tener contento y engañado; hasta el' mismo aire que se respira espía y denuncia. —Pues bien, séase. Hablad, y estas paredes, estos techos, garitas del espionage y de la traición, serán demolidos; hablad y el aire que respiramos no dará la muerte: será puro y libre como lo hizo Dios; hablad y seréis Dux. —Ser Dux! Vana sombra envidiada que no tiene ni aun el derecho de la abdicación; ser Dux! Ya no es el pueblo el que se levanta contra ellos para arrancarles los ojos ni para apedrearlos, cuando abusan del poder; es una nobleza que lo hace peor, que los burla, los tiraniza y los infama, El príncipe con su cetro de caña es menos libre y poderoso que el humilde pescador de las lagunas. Ser Dux! Fóscari, Faliero quisieron serlo. El primero fué escarnecido, el segundo infamado y el pueblo mientras tanto compadece á los Fóscari y á los Faliero, pero repite cual niño incipiente las palabras de escarmiento y de infamia, con que aquellos fueron manchados. Fóscari! Fóscari! ni aun de su cadáver le fué dado disponer. Creedme, almirante, id y pedid justicia á quien todo lo puede. Conozco vuestro causa, aunque no oficialmente; el Dux es un pobre hombre á quien no se le comunican estas cosas; lo supe por un amigo que me cuenta algunas; nunca falta una voz noticiosa al oido de los príncipes, aun cuando solo lo sean en el nombre; pero debo aparentar que lo ignoro, ó mejor dicho debo aparentar que lo sé y lo he olvidado; esta conducta me evita la vergüenza de preguntar lo que se me oculta; ó la vergüenza de la inacción á que me condena la impotencia, en una palabra, no debo saberlo ni ignorarlo, debo ser un cuerpo sin
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alma, lo que quieran que sea los Diez. Recurrid pues al Consejo, ¿qué. queréis? soy una sombra coronada. Adiós, amigo mió. Parece que os habíais olvidado de que sois un patricio veneciano, habíais olvidado hasta los mas primordiales rudimentos de esta máquina admirable que constituye nuestra gloria y nuestro poder. — Y nuestra infamia, dijo Honorio; y después de saludar al Dux en la misma forma que lo hizo al entrar, salió diciendo para sí. —Es verdad. Hace tiempo que los Dux de Venecia solo son una sombra coronada. No sé como lo había olvidado. Ocurramos á los Diez; por aquí debí comenzar; segunda verdad que había olvidado y que á fuer de patricio veneciano debía saber como el alfabeto. El Consejo de los Diez es principio y fin de las cosas; vamos pues hacia él, aunque se esponga uno á tropezar con cualquiera ele sus familiares: el verdugo y el canal Orfano. XXVI. DE COMO
T A M B I É N H A B Í A DUENDES E N
VENECIA.
Dejamos á la consorte de Gradenigo poco mas ó menos en su lecho, declarando Hafiz que á pesar de lo grave de la emoción que había sentido la pobre señora y de la cual pudieran haberse originado daños mayores á su salud, á no acudirse á tiempo; merced á esta circunstancia y á los cuidados que pensaba prodigarla su facultad, el mal cesaría en breve, puesto que desde luego había perdido este todo carácter alarmante y quedado reducido á una simple y pasagera alteración nerviosa. Tranquilizóse Gradenigo, quien por su parte tomaba gran interés en la salud de su muy amada esposa; lo que era sobrado justo por que al cabo la debía la existencia. Sirena, tan luego como el médico se alejó de la alcoba, no sin prescribir algunos suaves antiespasmódicos, de aquellos que son propios para curar males de rico, como suele decirse, y no sin dirigir á su cliscípula una mirada maliciosa que ella pareció no advertir; despidió 49
386 á sus criadas so pretesto de que deseaba que descausasen y quedarse tranquila para ver de conciliar el sueño, sin esceptuar tal vez de esta prescripción ni á su camarera favorita Julieta. Después de hacer colocar junto á su cabecera los brevages del doctor, á fuer de sumisa enferma, quedóse sola como hemos referido, llevándose la noche de un solo sueño, según dijeron luego las gentes de la casa, pues á nadie llamó hasta después de- alzado el dia, hora en que su campanilla recordó á Julieta sus camariles obligaciones. Pero no pasemos la noche tan de prisa; sospechamos que la taimada no la pasó de un solo sueño como se ha dicho, pero sin decidir, ni juzgar de ligero en materia tan delicada, esponiéndonos á pensar mal de una muger tan leal y amable como la heroína de esta historia; contentémonos con imaginar que, acaso por efecto de duende, no fué todo silencio durante la noche en la habitación de la enferma, quien sin duda por ser sonámbula salió y tornó á entrar á eso de las doce, hora de las brujas y de los endriagos, sin mas guía que una lámpara sorda, y con paso de fantasma. Pero no para aquí todo ello, según cuenta el magnetizador que refirió sin reserva á mi mencionado amigo Genaro, todos los pormenores de esta leyenda. La madrugada sería, cuando sintió la supuesta enferma abrirse sin ruido una secreta puertecilla, oculta por los tapices á la cabecera de su cama, y que por ella como á guisa de encanto se deslizó una sombra que, por su manera de'andar en la habitación, parecía no conocerla. Sobrecogida un tanto quedó ella al distinguir á la tenue luz de su lámpara un enmascarado. — N o contabais con esa puerta, señora mía, expresó este, cuya voz no era para la dama desconocida. • '• Sorprendida estaba Sirena, pues á la verdad aquella comunicación de su alcoba con algún paso que guiase á la casa inmediata no estaba en sus apuntes, pero había olvidado que se hallaba en la ciudad de las puertas y pasadizos reservados. —Ciertamente, contestó ella porque pensé que siempre seria respetada la alcoba de una dama; nunca imagi-
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né que un noble veneciano estuviese tan reñido con la galantería para abusar de su poder hasta el punto de ejecutar lo que no se atrevería á hacer el hombre mas vulgar, desconocedor de toda ley de decencia; pero teneis poder y queréis mostrarlo, ¿por qué habría de censuraros tal capricho? — A s í es sin duda, expresó el aparecido. —Sed pues un tanto discreto, y retiraos por un momento al vecino cuarto; dijo la sorprendida y no contenta dama. — E l poder no está reñido, como pensáis, con la galantería, repuso el recienvenido, y puesto que no soy un amante que venga á sorprender á su querida, aunque si tal quisiera no me faltarían medios como debéis imaginar por lo que acabáis de ver, pues cual Júpiter me seria dado convertirme en lluvia de oro; esperaré en donde decis á que estéis dispuesta á oirme dos palabras. A poco fué llamado el incógnito y entró encontrando mayor claridad en la habitación y á la dama sentada en un sitial y ataviada con cierta familiar negligencia no desprovista de gracia y de atractivo. Sentóse, el que acababa de entrar y despojándose de su máscara mostró el rostro del que ya Sirena había reconocido por la voz. —Se puede saber, señor Loredano, dijo tendiéndole con abandono la diestra que el consejero besó con galante agasajo, ¿se puede saber por qué el grave magistrado ha escogido la hora de las brujas, para visitar á una pobre amiga que dormía tranquila y aun doliente? —Vos sabéis, respondió el decenviro, como he tenido el honor de manifestarlo en otras ocasiones, que suelo dormir poco. Pasemos pues al asunto puesto que quiero terminar pronto esta entrevista, que siento haya turbado vuestro tranquilo sueño: no me perdonaría jamás que hubiera podido menoscabar vuestra interesante salud. — A l asunto, ya que lo queréis, amigo mió. —Vamos, erais vos, la mascarita de esta noche, no es así? ¿A qué hablarme sin daros á conocer, cuando teníais franqueza.para hacerlo á cara descubierta y con vuestro
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nombre como ahora? Ya veis que entre nosotros existe una franqueza poco común y que me honra demasiado. Me hallo en vuestra alcoba á las cuatro de la mañana; esa es una prueba de confianza que no olvidaré nunca, amiga mia.—¿Quién os ha dicho que puede no convenirme la boda de Morosini con la señorita Fóscari? Sin duda me habréis atribuido el rapto de esta noche. Vamos confesad que sois maliciosa. —¿Qué motivo tendría yo para saberlo? repuso Sirena ¿me habéis por ventura hecho alguna confidencia á ese respecto? —¿Y si os dijese, contestó Loredano, que imagino de donde viene el golpe, y que la Señoría está sumamente empeñada en averiguarlo; y que lo averiguará, y serán castigados los culpables? Tiempo es ya de que en Venecía no haya mas que un solo poder. —Cómo! exclamó Sirena, queriendo disimular cierto sobresalto, con una sonrisa de incredulidad. —Como lo OÍS; pues que, ¿podría yo, en vista del interés que bajo disfraz manifestasteis anoche respecto de los que suponéis mis intereses, permitir quedase impune un esceso que afecta la seguridad de una de vuestras particulares amigas, y que ha expuesto á gran daño vuestra salud? —-Así es, repuso Sirena, comprendiendo perfectamente que Loredano era de su escuela. —Pero vos, añadió este, no queréis aceptar proposiciones, que me han venido de muy alto, porque yo, á fuer de simple decenviro solo soy uno de tantos; proposiciones que podrían ser muy útiles á la república, á vuestro marido y aun á vos misma. No queréis ocuparos en la cosa pública, vos dotada de tan preciosas cualidades para el caso, por vuestro atractivo, por vuestra discreción; vaya, seríais una adquisición preciosa para el Consejo. —¿Qué decis señor? ¡cómo os engaña el afecto y distinción que me profesáis! Yo, una pobre muger, ocuparme en la cosa pública? eso está bien para hombres sagaces como vos; ah! no: la política á nosotras infelices mugeres nos hastía: dejadme pues con mi coquetería como..vos la lia-
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mais; mi úniea política se cifra en conservar la salud y el cariño de mi esposo. Ah! me olvidaba de una cosa importante; se cifra también en captarme el aprecio y cultivar la amistad de los hombres distinguidos y apreciables como vos. —Mil gracias, amable amiga; pero vamos, sed franca. ¿Es vuestro marido la persona que reina en ese delicioso corazón? vamos, ya veis que la familiaridad me autoriza á haceros esa pregunta; aquí á estas horas, en vuestra habitación, solo una afección íntima puede explicar nuestra conferencia. Hablad, hablad, amiga Sirena. —Confianza exigís de mí vos que sois el mismo disimulo, que siempre habéis procurado ocultarme vuestras miras, la extensión de vuestras atribuciones? —Son secretos que no me pertenecen, expresó el consejero, y que sin embargo, vos, por una condescendencia especial mia y por vuestra viva penetración, no desconocéis del todo. Mi posición es evidente: soy decenviro y nada mas-. —Nada mas? replicóla dama; pues bien: ¿queréis que os diga lo que yo he sospechado? —Qué?...:.. —Que sois algo mas, que sois de los señores que lo pueden todo en la república. —Bobada! Algún dia no digo que no; lo que es en la actualidad soy simplemente decenviro. —Sois incomprensible, señor; algunas veces tratáis de amedrentarme dejándome traslucir vuestro inmenso poder y otras os queréis hacer el pequeño como ahora. — Y yo, á pesar de eso, estoy pronta á daros el ejemplo de la confianza, porque á la verdad, quisiera merecer la vuestra. A pesar de que solo pienso en los brillantes tocados y en las hermosas fiestas, me parece que ganaríais con ser algo mas franco para conmigo. Sabed pues, sí, quiero daros ejemplo, quiero ser franca por primera vez en la vida, sea cualquiera el mal que pueda resultarme Confío en vuestra discreción y caballerosidad, sé que sois un hombre de espíritu elevado, de grandes mirus, á quien poco pueden importar las cuitas de una infeliz muger cuyos mayores intereses son los del
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corazón. Sabed que oh! vergüenza para mí, exclamó cubriéndose los ojos pero no, no puedo haceros semejante confesión. —¿Porqué no, amiga mia? repuso el decenviro, ¿dejará de interesarme lo vuestro? —Pues bien oh! esposo mió, perdón, perdón.. .. yo haré por vencer dentro de mi alma, aunque me cueste la vida, este afecto naciente No le veré, le olvidaré. Dios mió! añadió cayendo de rodillas, elevando los ojos hacia una sagrada imagen que junto á su lecho estaba y uniendo las manos en ademan de fervorosa súplica, salvadme, salvadme de esta inclinación que hace mi tormento y aflije mi virtud de esposa Ah! que llegue á serme indiferente Honorio! —¿Qué tal? repuso el consejero; ¿era acaso infundada mi sospecha? —¿Qué puede escapar á vuestra clara perspicacia? expresó Sirena tornándose á sentar, con los ojos bajos como confusa y abatida. —Luego entonces, añadió Loredano, vos sois la que tenéis un vivo interés en que el matrimonio no se verifique, luego vos —Eso no, os lo revelaría con esta franqueza tan rara en una muger que como yo se estima. Sin duda vos pero no importa ¿queréis que os lo confiese? Grande ha sido mi sobresalto esta noche por el rapto de la infeliz Perla, cuya bondad reconozco y á quien amo sinceramente; os admira? He querido imponerme el deber de amar y desear la felicidad de mi rival; no, no he tenido parte alguna en el suceso, perdonad si os lo atribuyo, pero me he alegrado en el fondo de este maldito y traidor corazón. Ah! decidme, si lo sabéis, en donde se encuentra esa joven, haced todo lo posible porque sea restituida á su familia y el enlace se verifique; quiero castigar en mí este mal deseo, esta injusta complacencia de rival. (Oh! no lo hará, estoy segura, decia aparte la buena dama.) Loredano movía la cabeza caviloso. (Bueno sería que yo dejase escapar la Perla, decíase á sí mismo; quien quiera que sea, me ha hecho un gran servicio.)
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— D e veras que ignoráis donde pueda encontrarse la joven? repuso Loredano. —¡Cómo saberlo!—contestó la dama. — L o juráis? —Qué! acaso desconfiáis? exclamó aquella levantando la altiva frente,—-quien acaba de ser tan sincera, podría engañaros? —Juradlo pues, exclamó el decenviro. — L o juro, dijo Sirena con seguridad. Parecía imposible que una muger que tuviese un aire tan leal, pudiese mentir y jurar en falso con tanto aplomo. —Os creo pues, añadió Loredano. —Vamos, ignora el paradero de Perla, se dijo Sirena. —¡Cuánto diera por saber donde se encuentra esa pobre muchacha! expresó el consejero. —Para qué? preguntó sencillamente Sirena. —Para ponerla en libertad. —Mentira, murmuró Sirena, para ponerla todavía mas en seguro. — V o s , tan sincera y franca, y sin embargo la malicia no es extraña á vuestro ser. La máscara de esta noche —Qué, señor, travesura de máscara, malicia de niño, picaresca astucia de mujer nada mas,—cuanto os dije, os lo he repetido después con otras palabras— creedme, la travesura es á ve oes mi terreno, pero sin hiél, sin malignidad soy muger frivola y nada mas; si me dais mas importancia la erráis de medio á medio. —Con todo, vos me anunciabais un suceso que después se verificó; sin duda sabíais algo, expresó Loredano. —Nada mas distante de mi mente que la certeza sobre el particular, replicó la joven. Habréis sin duda experimentado que á veces se imagina, se presiente lo que se desea. Todo, por supuesto, partiendo de una creencia falsa, si se quiere: de que el matrimonio ele Morosini no entraba en vuestras miras, y si nó ¿á qué se redujeron mis palabras? A alimentar vuestra esperanza, á inspiraros en los lances imprevistos cierta confianza que yo no tenía; porque á la verdad, incauta de mí, de dónele podía yo saber ni esperar el rapto? Anhelaba, como os he
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dicho, que los sucesos imprevistos viniesen en mi ayuda, por que solo así podía salvarse mi corazón del golpe que le amenazaba con esa boda; contaba con los lances inesperados, ¿qué queréis? Yo, hija de la imprevisión y elevada por sucesos extraños á mi voluntad, á puestos inmerecidos, he aprendido á tener la idolatría de lo imprevisto á quien todo lo debo.—Qué sé yo, á veces, una tempestad, una peste, un terremoto son grandes ausiliares del que no cuenta con medios propios. —Bien me place creeros, porque al fin esto ordena mejor mis ideas: me gusta tenerlas en orden antes que todo; dijo Loredano, no sabemos si con sinceridad. —Vaya, gracias á Dios; al cabo me hacéis justicia. Así fuerais tan condecesdiente satisfaciendo mi curiosidad de muger. —Respecto de qué, dijo Loredano. —Respecto del arcano insondable de vuestro poder que tanto me ocultáis, dijo Sirena riendo; ¿lo extrañáis? Las mugeres somos tan curiosas! es, porque á la verdad, me dais miedo; eso de imaginar que sois un príncipe tenebroso, añadió con burlesca gracia y hasta con candididez, y no saberlo de cierto. Vamos, dejad vuestra gravedad, amable patricio, dijo con un encanto que si halagó la vanidad no pudo derretir el inflexible hielo del decenviro, quien por otra parte estaba caviloso y ensimismado. —¿Respondéis con el silencio á mi pregunta? expresó la hermosa, jugeteando con el ébano de su cabellera y mostrando aquellos inflexibles cambiantes de su magnética mirada.—Nada me importa al fin, puesto que no tengo pretensiones en la política, saber si sois ó no de los famosos tres. Loredano la miró y hechizado por ella, no pudo menos de dejarse arrebatar de un impulso de hombre; precipitóse sobre aquella blanca mano que besó con efusión, pero volvió en sí y tornó á ser el yerto decenviro. —¿Qué pensáis de mí? dijo. —Pienso que tenéis un gran talento, que sois insensible al halago de la muger, creyendo perdida vuestra re putacion si se comprendiese que habíais cedido á las ca
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ricias de una de ellas. Os acercáis á mí porque os habéis empeñado en hacerme demasiado favor, que no merezco, suponiéndome algo menos frivola que las demás mugeres, pues á todas las reputáis como tales; y en aquel concepto, os imagináis que puedo seros útil. Consecuente con lo que me habéis dicho de que el oro es crisol de la muger, y esta del hombre, temeríais que vuestros colegas, los del gobierno, y en general los patricios, os creyesen susceptible de exponeros á la prueba; en una palabra: preferís que vuestras visitas sean siempre misteriosas como esta. —Bien, Sirena; ya que acabáis de ser conmigo tan franca en todo, os diré, que sois la única muger que me ha comprendido. —Por eso, dijo aquella, os he confiado un secreto que espero no romperá vuestros labios. —Podéis contar con ello, expresó Loredano. —Ahora, señor decenviro, señor inquis iba á llamaros, añadió la joven con tono de chanza, lo que no sois. Contad que habéis venido como un espíritu, es decir, á través de las paredes, y es ya la hora en que los espíritus se retiran á sus cavernas á preparar los maleficios. El sol viene y podrá sorprenderos. Adios Enmascaróse Loredano, registró bien la estancia por si acaso podía ser observado, y desapareció por donde había venido, impidiendo á la dama que le siguiese como lo intentó, sin duda para ver adonde guiaba aquella puerta que apenas pudo ella luego reconocer á tientas. —Bien, bien, señor consejero, murmuró ella después de quedarse sola. ¿Pensareis que necesito de vuestras revelaciones? Ciertamente que desearía saber de su propio labio conocer hasta qué punto podría contar su valía, porque este hombre de todos modos es sobrado importante Quisiera estar tranquila, saber del todo con quien trato Fué luego á un armario y sacó un cuaderno de apuntes. —Mis espías me roban el dinero, sumas enormes. Estoy segura de que mi policía me cuesta relativamente tanto como la de la república. lían seguido sus pasos como sus hombres habrán seguido los míos Nada, ;
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ya se yé: todo el conato de esos señores es el de guardar el misterio. Cuando la palabra sirve para ocultar la verdad, cuando la máscara es mas respetada que el rostro, está una expuesta á que toda su penetración sea inútil; por lo que hace á mi buen amigo Loredano, disimula y miente cuasi tan bien como yo, es todo el honor que puedo hacerle. Oh! es un hombre digno de mí. La verdad sirve también algunas veces para disfrazar la.verdad, me cree enamorada de Honorio; una confidencia me dá el aspecto de sincera y me salva de otras muchas. Vamos á ver como me dan cuenta de la noche; todos mis pesquisidores han debido estar dispuestos, porque tarea no ha faltado; me vendrán á contar algo de lo que sé, algo de Jo que imagino quién sabe si me dicen algo que no sé ni imagino. Dijo y dirigióse aun tapiz que levantó; tocó un resorte, abrióse una puertecilla y salióse guiada por su lámpara sorda; la puerta cerróse tras ella, la habitación quedó á oscuras.
XXVII. PERLA.
Ya dije que esta había quedado sumida en las tinieblas de una habitación completamente desconocida para la infeliz. Allí dejóse caer en tierra, golpeando el yerto mármol con su delicado cuerpo. El abatimento mas profundo dominaba su ánimo y tal estado la privó en su principio de ocuparse en su triste situación. Una frase sola tenían sus labios, un solo pensamiento su mente: "Honorio Morosini ama mucho á Perla Fóscari, pero ama mucho mas el solio de Venecia; pretende casarse por razones de cálculo." El alma candida de la doncella, distante de comprender los mil secretos móviles del corazón humano, no habían nunca pensado en que aquel amante tan sincero en apariencia, pudiese pretenderla con otra idea que no fuese sujerida por un amor completamente desinteresado, Y ¿cómo hubiese podido ella ima-
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ginar, ella tan sin orgullo ni envanecimiento, que un nombre como Honario Morosini que había heredado los favores de la fortuna, á quien eila juzgaba tan envidiable, tan digno de ser estimado por sus brillantes méritos, pudiese amarla de otro modo que como ella amaba, es decir, con toda la fé capaz del sacrificio, con todo el ideal del alma, con toda la pureza del corazón? ¿Y quién, según ella, podría añadir brillo al nombre y posición del laureado almirante en la república? Para Perla, Honorio no era un patricio mezquinamente ambicioso, como por instinto y por relaciones de la voz pública, le parecían muchos de los hijos del libro de oro. Su amante era un patriota desinteresado á quien solo podía lisonjear esa noble gloria de abnegación propia y beneficio ageno que suele hacerse lugar en el alma de los héroes. Había llegado á ser este el prisma de su felicidad; la hora en que tal punto de vista desaparecía de sus ojos, debía ser para la incauta la hora del desencanto. Maldita voz de los murmuradores! Las palabras del mal dejan siempre un rastro de fuego, indeleble como ciertas tintas corrosivas que al caer sobre la piel humana no se extinguen sino con la misma. Honorio! murmuraba con abatimiento; Honorio, mi Honorio! exclamaba con desesperación. Entonces venían á su memoria tantos días venturosos, tantos sueños de esperanza cuasi desvanecidos. Oh! cómo se arrastraba por el suelo, cómo se retorcía los brazos, cómo se perdía en la oscuridad aquel bello radiar de sus madejas de oro al desplomarse en abandono y desorden sobre sus hombros! Ella que al comienzo de aquella misma noche, mas bella que un astro había deslumhrado con su gracioso atavío y su simpática hermosura á tanto galán y á tanta hermosa; ella que había entrado en la malhadada fiesta con su sonrisa de ángel y con la calma de la ventura en el semblante, que había sido saludada al entrar, como Pomona en los jardines al primer resplandor de la mañana; verse ahora abismada en tinieblas, tendida en el pavimento hecha un mar de lágrimas, sin una voz compasiva en sus oidos, sin una esperanza en su corazón, abandonada al parecer, de todos, y lo que es mas, dudando por la primera vez y duv
396 dando del hombre á quien habia levantado un ara en su corazón! —Nessun maggior dolore che ricordarsi del tempo felice nella miseria. Qué noche para la pobre doncella! Llegado el dia, cuyos claros penetraban por altos tragaluces, vióse en un gabinete magníficamente alhajado, pero en el cual no había un solo objeto que pudiese hablar á su corazón con una palabra de reminiscencia! Después, oh sorpresa! vio en una de las paredes el trasunto de un hombre adorado, pero en qué actitud! Honorio Morosini vestido con todas las galas de su empleo, tal como saltó en tierra el dia en que llegó con su escuadra victoriosa, llevando la bandera de San Marcos, pero arrodillado y en, actitud de besar la mano de una muger del pueblo, de una graciosa ramilletera cuyo rostro cubría el antifaz. Este era sin duda el cuadro deRuggiero. Qué triste luz para la desconsolada Perla! Sabia que la señora Gradenigo habia sido en un tiempo ramilletera; pero no, la cuitada joven no podía comprender que la esposa de Gradenigo, tan amable y cariñosa para con ella, tan su amiga sincera su cabeza era una Babel dplorosa. El resto de la noche lo habia pasado en la postración que sigue al cansancio del cuerpo y del espíritu; habíase rendido á ese sueño del abatimiento que es como el reposo del dolor; ahora ni esta postración favorecedora venía en su alivio! el dolor renacía con la nueva actividad de la existencia Desesperóse, pensó en gritar, pero ¿qué alcanzaría si al fin sus carceleros habrían tomado precauciones para que sus ayes no fuesen oidos? Abandonóse pues al lloro silencioso y lloró amargamente. Bendito rocío que calma las borrascas del ánimo disponiéndolo ala triste pero casi indolente resignación.
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XXVIII. PAOLO.
Sin embargo de que este, pues ya le conocería el amigo lector en el compasivo raptor de Perla, había prometido obediencia y secreto, no podia menos de preguntarse á sí mismo, qué objeto llevaría Sirena en la sustracción de la joven. Habíale persuadido aquella de que todo esto lo hacía por servir al gobierno con quien estaba en connivencia, lo que dejaba al gondolero mas en ayunas todavía respecto de la verdad; si bien, acostumbrado á mirar los procedimientos del Estado como infalibles y dignos de respeto, juzgaba en sus cortos alcances que, cuando el Senado ó los terríficos Diez, dictaban alguna medida, no carecerían de razones; puesto que tales cuerpos estaban compuestos de los hombres mas meritorios y mas respetados por sus facultades de toda especie. (1) Por otra parte, habia oido tantas veces confundir la palabra justicia con la de conveniencia del Estado que habia concluido por introducir el desorden en su cabeza, respecto de estas cosas, y sabido es que tras la confusión suele venir para algunos, cierta unidad negativa que equivale al principio del no pensamiento. Con todo, en el hecho de aquella noche, habia algo de tortuoso que repugnaba á su lógica, y así sentía un escozor moral que, agobiando su espíritu, hacía que se dirigiese á su casa después de cometido el rapto, mas caviloso de lo que se había prometido. A mas de esto, la joven robada era tan interesante, tan inofensiva al parecer, que no podía menos de preguntarse qué interés podría tener todo un gran Senado, en sustraer de su casa y mortificar r (1) Si con este motivóse levantusenalgunos murmullos, los autores sean vivamente reprendidos; y esto con apariencia do justicia, puesto que no debe nadie permitirse hablar sobre los asuntos reservados, y se merécela censura cuando se habla inconsideradamente d é l o que no se puede saber. Artículo 43 do los Estatutos secretos de los inquisidores de Estado de Venecia, Párrafo último. (Véase Daru, Historia de esta república.)
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por medio de una misteriosa violencia á una joven inocente; pero ella era noble y "quién sabe" se decía como queriendo terminar su mental soliloquio: estos nobles tienen cosas que solo ellos se las entienden; yo no he sido mas que un instrumento y á la verdad que no la he hecho daño alguno! Pero todo esto no bastaba para tranquilizar su espíritu naturalmente recto, sobre todo en momentos en que la fascinación de aquella muger maléfica no turbaba del todo su buen entendimiento; así pues llegó á su casa y llamó maquinalmente, siendo necesarias la voz y presencia de su madre, la buena Anzola, para sacarle de su distracción. —Estoy resuelto, exclamó al entrar en la casa, no partiré sin que Sirena me explique, en lo posible, este misterio. —Con cuidado estaba, hijo mió, dijo Anzola, recibiendo en la diestra un cariñoso beso de su hijo. A pesar de haberme anunciado que tardarías esta noche en volver porque, tenías que despedirte de los amigos, no he podido estar tranquila. —Qué queréis, madre? Pasado mañana muy temprano saldrá la escuadra, y tuve que ir también abordo esta prima noche; después, como efectivamente os lo había anunciado, me tomaron de su cuenta los camaradas, y por mas que he hecho no he podido separarme de ellos hasta hace poco. De todo había en esta declaración, pero Paolo que no tenia costumbre de mentir gordo, como suele decirse, se ruborizó un poco al decir estas palabras. La crédula madre lo halló todo muy verosímil, y habituada á creerle, no habló mas de su tardanza. —Vamos,no he querido acostarme ínterin no vinieses. Sentáronse. Paolo estaba distraído. —Pasado mañana donde estarás, hijo mió? dijo Anzola rompiendo el silencio que á causa de la cavilación del marinero habían guardado entrambos durante algunos minutos. De seguro que no será junto á tu triste madre, añadió esta queriendo detener en sus ojos una lágrima. —Madre mia, por San Antonio bendito y por Dios y
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su santísima madre, os ruego que no os aflijáis, porque me obligareis á partir desesperado. Ya di el paso de alistarme en las galeras de guerra y á la verdad que no hay ocasión de arrepentirse. Si tanto habíais de sentir mi enganche, por qué no me mostrasteis á tiempo ese semblante lloroso ó me expresasteis terminantemente vuestra negativa voluntad? — Mal hubiera hecho, hijo de mis entrañas, respondió ella, en oponerme á tu vocación manifiesta y á lo que habrá de ser quizás tu suerte. Sí, porque si las oraciones de madre tienen valimiento, yo creo que la Santa Madona habrá de sernos propicia. Yo la pediré de rodillas la ventura de mi hijo y ella me la concederá, me le volverá sano y salvo, y yo entonces seré feliz como lo soy ahora ¿lo ves, hijo mió? Ya estoy consolada, decia, pero sus ojos llorosos la hacían traición. * —Vamos, vamos, señora, ó soy capaz de hacer todavía un disparate, soy capaz de desertar. —Cómo, Paolo! Ya no hay remedio; el cielo cuidará de tí. — ¿ Y por qué no, madre? exclamó el novel marinero. De la guerra salen ilesos la mayor parte de los que van, y yo puedo sacar ¿quién sabe? Todos mis camaradas me dicen: Paolo, serías un majadero en no aceptar la protección del almirante; el mar y la guerra son para la gente joven y quién sabe adonde podría llevarte tu destreza en el remo. —Es verdad, respondió Anzola; ¿quien lo sabe? solo Dios. — A propósito, madre, hablemos alegremente. Ya voló en gran parte la ganancia de la regata, pero me han dado hoy una corta suma á cuenta de mi prest como marinero de la república, aquí la tenéis; ella podrá, con los restos de lo otro, bastaros por algunos meses. Después Dios proveerá. Mi intención, vos la conocéis, es la de ayudaros con menos fatiga de la que he tenido hasta aquí meneando el remo todo el dia para ganar una miseria que apenas basta á nuestras necesidades. Esta campaña de mar durará seis ú ocho meses, en este tiempo, mi continua permanencia abordo me permú r
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tira vivir con alguna economía, y á la vuelta podréis contar con algunos zequíes que alivien vuestros trabajos. Por otra parte, soy mozo, me encuentro robusto, fuerte, con deseos de remover una isla; oh! las lagunas son cosa demasiado monótona y pequeña. —¿Y tu madre? exclamó Anzola involuntariamente. Sí, tenéis razón, vos, mi querida madre. Ah! si supieseis cuanto siento dejaros triste! Yo pensaba que tendríais mas ánimo y qué diablos! á saber yo esto... — T e he dicho que estoy contenta, repuso la infeliz madre. También lo estaba en medio de nuestras miserias, y me creía feliz al verte llegar todas las noches. ¿No era bastante riqueza para una madre estrechar entre sus brazos, como lo hago ahora, á su querido hijo? Hijo mió de mi alma, decía la pobre muger llorando y acariciándole. Dios mió, no es. posible que él me abandone, ni es posible que yo le vea marchar. Dios mió, Dios mió! .presérvale, presérvale pero no, no hay que desanimarse. Las madres tienen siempre unas flaquezas! añadió al ver á Paolo conmovido. El hombre ha de ser hombre. Es menester tener corazón... tantas veces lo has dicho: Es menguado no ser mas que simple gondolero, cuando se puede ser un buen marinero de la república. Los hombres se deben á la tierra en que han nacido; las mugeres debemos acostumbrarnos á ver partir á nuestros hijos, ay! aun cuando sea con el corazón hecho pedazos. Y la madre y el hijo quedaron durante algunos instantes abrazados, cruzándose como era natural, sus pensamientos de tristeza. — N o , dijo de pronto Paolo; esta vez será la última que nos apartemos; tan luego como termine esta campaña, vendré hacia vos para no separarme mas. Vos sois el único ser que me ama en la tierra Madre mia, añadió con cierta resolución, quisiera que contestaseis á una pregunta que os he hecho muchas veces y que siempre ha quedado sin una respuesta satisfactoria. D.L ' Anzola se sorprendió, y adivinando poco mas ó menos el contenido de la tal pregunta; respondió con el tono de quien quisiera evadirse.
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— E n vainas ocasiones os he preguntado, tornó á decir el mancebo, á quien debo el ser á par de vos; si podré algún dia saber su nombre, ya que no conocerle, en una palabra: si debo desear ese dia ó temblar ante él. Ya veis que voy á partir; quisiera saber si dejo tras de mí alguna persona que á mas de mi cariñosa madre, deba recibir de mí, aunque sea en el secreto del corazón, la demanda de una bendición para el pobre hijo que parte de su tierra. —Tu padre respondió Anzola sin saber como forjar una repuesta. La verdad era tan amarga para dicha al infeliz mancebo!.. sin embargo dábale pena el haber de engañarle. — T u padre hijo mió! repitió. — S í , decidlo, oh madre mia, repuso el joven con ansiedad desesperante. —Vive, exclamó Anzola con voz ahogada. — A h ! es cierto, madre mia ¿Porqué no me lo habíais dicho desde un principio? Mi padre vive, vive . . . . . mas ah! sin duda en esta misma ciudad y cuando no ha venido á buscarme para llamarme su hijo, para que yo le abrazase, para que yo le consagrase mi cariño, mi existencia, es porque no quiere á su hijo, porque no me reconoce —Sí, tal es la A erdad, exclamó Anzola con voz transida de pena y anegada en llanto ha muerto para tí. —No digáis mas, pobre madre no quiero oir mas repuso Paolo dejando caer la cabeza sobre el seno de la misma. Perla había tocado sin querer esta llaga en el corazón del mancebo, aquella noche al invocar el amor filial para conmoverle. Sea por esta circunstancia, sea que su próxima partida despertase nuevamente por crisis ele sentimientos, su deseo de saber á quien debía la existencia, deseo que había ya manifestado antes, es lo cierto que la pregunta por esta vez, fué hecha con mayor empeño que nunca y resuelta por parte de Anzola mas definitivamente que en otras ocasiones. Obligada aquella varias veces á responder á las insinuaciones cariñosas de su hijo sobre la materia, había siempre dado fin á r
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ellas con este laconismo "no existe," expresado de un modo, que, sin persuadir al pobre mozo, dejábale suspenso. Paolo por su parte se había hecho el siguiente raciocinio: Mi madre tan afectuosa y buena, tan amante del hijo y no querer hablar del padre? Yo creo que cuando una persona pierde á otra á quien ama, debe recordarla con tristeza, pero con frecuencia y hasta con cierto dulce placer.—Yo siento el deseo de hablar de mi padre, y ella se muestra digustada, aunque quiere ocultarlo, cada vez que se' lo nombro. Aquí hay algún misterio que anhelo saber y que sabré algún dia: y así se estaba en esta resolución hasta que lleno de indiscreción filial, volvía á la carga tan luego como se le presentaba ocasión para ello. —Esta noche, exclamó Paolo reanudando la conversación, oí á una joven hablar con tanto interés del que llamaba su padre. — Y bien, hijo mió, repuso Anzola ¿no te basto yo? — A h ! sí, vos me bastáis, contestó el mancebo y en adelante, si os dá pena, no volveré á hablaros mas de ello. No tengo padre, pero tengo una Anzola que llena mi corazón; no tengo padre, pero tengo un protector. Anzola permanecía silenciosa, Paolo continuó: — U n protector que me habla con llaneza á pesar de su elevada altura; uno que sin ser mi padre, no se avergüenza de tratarme a mí, pobre mancebo, con una afabilidad, que un noble dispensa pocas veces á un hijo del pueblo; un protector que vale tanto como el mas encumbrado porque ya es un bravo almirante y cuando quiera podrá ser hasta Dux. Pero que, madre mia, os ponéis mala? Vamos, estáis muy delicada y yo senth'é que me obliguen á dejaros estando enferma. — S í , sí, hijo mió, dijo Anzola besando su frente; dejemos de hablar de cosas tan tristes, porque estoy expuesta á no tener fuerzas para verte partir. Paolo acompañó á su madre á su humilde alcoba besando su mano en señal de recibir la materna bendición. — L a madre trató de sofocar sus sollozos, y en la vía de ocultar sus lágrimas, entróse de golpe en la habitación.
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El joven volvió á sentarse junto á la mesa, y allí poniendo el codo sobre la misma y la frente sobre la palma derecha, quedó sumido en sus meditaciones. Pobre madre! murmuraba; no puedo, no tendré valor para decirla adiós.—Sí, está resuelto.—Después añadió con sombrío pesar:—Vive un padre y no vive para su hijo!—y luego á través de un suspiro de triste resignación, pasó su mente al campo de sus pensamientos habituales: Sirena Llegó la mañana y apenas sus primeros claros se esparcieron por la tierra, cuando Paolo, que apenas había cerrado sus ojos al benéfico sueño, echó á cuestas su maletín y dando á la morada materna un triste adiós, salióse con cautela y apresuradamente, sin volver la vista, como temiendo quedar encadenado á aquella querida casa. Tomó en seguida su góndola y dirigióse al palacio Gradenigo por ver á la que por su desgracia, se había encargado de traer al estricote su pobre vida. Todo estaba allí cerrado; las ventanas del invernáculo, que era el lugar por donde el gondolero solía hacer sus incursiones en el palacio, estaban cerradas igualmente; la fachada que daba al gran canal era el único parage del edificio que al parecer podía prestarle acceso, ¿pero con qué motivo pretendía ver á la señora?—¿Julieta que era la que de todos los criados podía inspirarle alguna confianza, no se presentaba en los balcones; una seña entonces hubiera bastado para que advirtiese á su ama la presencia del rondador, pero era vano su deseo. Costábale mucho partir de Venecia sin ver á Sirena y sentía á la vez el tormentoso deseo de saber que sería ó habría sido de la joven, á quien, contra su voluntady solo por una complacencia para con aquella muger que encadenó su albedrío, había cooperado á sustraer de su familia.—En esto, decidió acercarse á las gradas del peristilo principal; llegó, ató su esquife á un poste y saltó en la escalera. Una vez en los umbrales, un conserje le salió al encuentro. Paolo.—Vengo á ver á Julieta la camarera de la señora. Conserje.—No puede ser.
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Paolo.—Es asunto de interés, ó mejor dicho, vengo en virtud de orden de la señora. Decid á la muchacha mi nombre y veréis como soy bien recibido. Conserje.—(A un pajecillo que andaba por los portales.) Avisa á Julieta. Corrió el pajecillo y al cabo se asomó la doncella á un balcón. Julieta.—¿Quién? Paolo.—Yo, señorita. —Subid, dijo la doncella y el gondolero trepó como un gamo por los marmóreos escalones, encontrándose á poco en una antesala en donde Julieta le detuvo diciéndole: —¿Qué ocurre? —Creo que mi venida no disgustaría á vuestra ama, respondió el mancebo; tal vez tenga algo que prevenirme puesto que voy á partir ya para abordo. —Aguardad, dijo Julieta cerrando tras de sí una puerta que conducía á las cámaras de su señora. A poco volvió indicando á Paolo la entrada, quien después de seguir á aquella, al través de un salón y corredores privados, llegó al invernadero que ya conoce el lector, en donde Julieta le dejó para ir á dar el aviso conveniente. Al cabo de algunos momentos de espera, abrióse una mampara y entró Sirena, quien dijo en voz baja ala camarera. —Para todos estoy en cama, ¿oyes? mi indisposición me impide recibirlos escepto al señor Gradenigo. —Bueno es decir que ya este y Hafiz la habían hecho su visita matinal, quedando muy contentos de haberla hallado mas aliviada. —¿Y qué, Paolo? añadió sentándose y haciendo á este seña de que lo hiciese frente á ella. — V o y á embarcarme hoy, respondió el interrogado. — N o , pienso que no lo haréis hasta después de media noche. —Cómo! replicó el mancebo. —Es preciso, repuso ella. —La extrañeza se mostró en el semblante de aquel.
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—Os necesito esta noche, añadió Sirena. —Por Dios y su Santa madre, replicó Paolo; renunciad á ocuparme en esas cosas. En verdad, no estoy acostumbrado á dar pasos como el de anoche. Eso me tiene todavía con cierto escozor parecido al remordimiento. La pobre señorita! ¿qué os ha hecho, ni qué perjuicio ha podido ocasionar á nadie? — Y a os he dicho, respondió la dama, con cierta afectada gravedad que para el pobre mancebo pasaba por moneda corriente; que son cosas que atañen al sabio gobierno de San Marcos, y que si me he prestado á tomar parte en este misterio, ha sido por haceros cumplir con un deber que se confió á mi marido y á quien su delicada salud no permite ejecutar la parte que en él le corresponde; siendo harto buen patricio, para negar sus servicios secretos á la república. Ya veis que os lo digo con toda seriedad. Es un asunto importante del cual no puedo informaros. Debía buscar para que me ayudase en su ejecución, un hombre de toda confianza por su valor, de honradez para que no abusase, reservado para que no comprometiese el secreto, y suficientemente adicto á mi persona, para que no me comprometiese. Y qué? vos no poseéis estas cualidades? ¿habré hecho una mala elección que deba reprenderme y expiar? ¿Vos no sois adicto á mi persona, á la que fué y es aun á pesar de su rango, vuestra mas cariñosa amiga? Ni aun creo que haya en el mundo quien pueda ó al menos quien tenga justos motivos para aborrecerme ni para no quererme. A nadie he hecho mal; siempre mis amigos han visto en mí el mismo semblante afectuoso, y han hallado junto á sí la mano de una sincera y constante amiga. Vos mismo, Paolo, dejando aparte mi casamiento ¿tenéis alguna queja de mí? Sabéis las exigencias de conducta que se debe á sí misma una muger honrada, ¿habéis visto en mí otra cosa que la misma Sirena de otros tiempos? (Y añadió tendiéndole una de sus preciosas manos.) No sois ya mi amigo, Paolo? Paolo estrechó con transporte aquella hechicera mano. Estaba turbado, pesaroso. —Tenéis razón, exclamó; pero hay ciertos misterios...
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¿por qué no hacer las cosas claras como el dia? La señorita Fóscari —Os prometí, interrumpió Sirena, que no recibiría mal alguno y hasta la presente no solo se os ha cumplido la promesa, sino que se trata de hacerle bien. Vos sabéis que á pesar de la parte que he tenido en su rapto y que quiero que ella ignore siempre; desde que la conocí, congenié con ella y nadie mejor que yo ha pagado el debido tributo á sus virtudes, tratándola siempre con el mas afectuoso y confidencial cariño. Pues qué ¿vos creeríais que pudiese yo mezclarme en hacer mal, ni á ella ni á persona alguna? ¿Qué concepto tenéis de mí? ¿Me tomáis por una mala muger? Paolo, os perdono esta ofensa, porque nace del corazón de un buen muchacho, pero es menester que me vayáis conociendo y estimando en lo que debe ser. —Pero el almirante repuso el mancebo que parecía no hallarse del todo conforme. — E l almirante, contestó la joven, debe ignorar absolutamente lo que ha pasado, como me lo habéis ofrecido bajo solemne juramento: me parece que no sois persona capaz dé jurar en falso. Sé que le debéis protección y que con tal motivo le profesáis afecto; pero no debéis temer nada por él. Oreedme, puedo aseguraros que lo que se ha hecho por él y por Perla su novia, ha sido dictado por la mejor intención y redundará en su beneficio y bienestar. Ese sol que comienza á alumbrarnos, suele abrasarnos y matarnos con sus rayos, y porque así aparezca, porque no comprendáis el misterio de su luz, dejareis de contemplar en él un bienhechor? Queréis saber mas respecto de Perla y Morosini? pues nada mas puedo deciros; respetad lo que es digno de respeto, y ya que no penséis de ese modo y persistáis en vuestra imprudente curiosidad, id á preguntar al Senado las razones que ha tenido para proceder así. Id, que desde luego os aseguro la posesión perpetua de una estancia en los plomos ó en los posos y desde luego me lleváis á un castigo conveniente á mi sexo y clase. Sirena comprendía, con su admirable instinto, que el mancebo era de esos hombres que, cual aves ganosas de
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libertad, temen mas el encierro que la misma muerte, y mucho mas encierros como los de aquella república, llenos de cierto pavoroso misterio que no dejaba de producir el debido efecto en el supersticioso ánimo de la multitud. —Además, la señorita Fóscari será devuelta á su casa esta noche misma, añadió bajando la voz á pesar de que el tono de la conversación no había dejado de ser hasta allí bastante tenue; cuento para ello con vos, ya que habéis comenzado á trabajar en este asunto. —Imposible, á prima noche debo estar á bordo. — N o importa.—Ahora mismo os dirigís en busca del almirante Honorio.—Os estima desde el dia de la regata, como vos sabéis, y no podrá negaros la pequenez que vais á pedirle: que en virtud de hallarse enferma vuestra madre —Siempre mintiendo, murmuró Paolo. —Es preciso, continuó aquella, con voz que no concedía réplica. ¿Queréis que confíe á otro este secreto y me esponga á una denuncia?—El Consejo de los Diez castiga severamente, como no lo ignoráis, la divulgación de sus secretos, y yo sería castigada ¿queréis que lo sea por vuestra falta de condescendencia? Paolo callaba. —Pedís pues al almirante permiso, prosiguió la joven, para permanecer en tierra hasta el amanecer, una ó dos horas antes de zarpar la escuadi"a.—Si lo conseguís, venís á avisar á Julieta.—Cuidado con decir al almirante una sola palabra respecto de Perla, porque esto equivaldría á decirlo á todo el mundo y Morosini es quien precisamente debe ignorarlo. Este secreto no os pertenece, sois hombre honrado y no abusareis, estoy segura; si tal hicieseis, me perderíais y os aborrecería, mas aun, os despreciaría no me volveríais á ver, entendéis? Recordad que la noche en que fuimos en busca del Bravo, me jurasteis el secreto, para con todos y en especial para con Honorio, por Dios y por la vida de vuestra madre; exigir oslo de nuevo, sería dudar de la fuerza de aquel juramento.—Vaya, adiós, y no perdamos tiempo Hasta la noche.—De todos modos, venid hoy á dar aviso por si fuere necesario modificar mi plan.
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Salió Sirena del aposento, dejando solo al hijo de Anzola, hasta que Julieta vino á conducirle fuera de aquel sitio. Paolo dirigióse á la morada del almirante; dijéronle que este se hallaba en aquel momento- sin duda en casa del Dux; encaminóse á la piazzetta y apostóse frente á la morada del príncipe junto á la puerta llamada della Carta, que era por donde debía salir la persona á quien buscaba, ya que los dos graves Dálmatas que paseándose con sus alabardas terciadas, á guisa de centinelas, no le dejasen pasar adelante. Si hubiese dado algunos pasos por la Biva, hubiese distinguido en el canal que separa las prisiones, del palacio dogal y que cruza por lo alto el puente dei Sospiri, una góndola de reten en cuyo felze estaban grabadas estas cifras C. D. X . Esto quería decir que el Consejo de los Diez estaba reunido. Por lo que hace á Sirena, volvió á su alcoba, acudió á una gabeta de su guarda-ropa, y sacó una cajita que contenía varios pomos harto pequeños á manera de los de botiquín homeopático.—Cada cual tenía su marca; era indudablemente aquello un presente de Hafiz, como producto ele sus retortas y alambiques.—A poderse descifrar aquellos rótulos, hubiésemos admirado allí reunido lo que en pocas horas bastaría para acabar con el género humano.—Semejante cajita era el capricho de un Calígula reducido á forma.—Veamos pues á quien intentaba servir de escanciadora aquel Ganímedes infernal. Después de corta deliberación y examen, apartó uno de los frasquillos y guardando los demás, puso aquel en su seno. —Este es
dijo y se sentó tranquilamente. XXIX. E N T R E LOBOS A N D A E L JUEGO
Efectivamente, el Consejo de los Diez acababa de reunirse. No faltó quien expusiese ante él la escandalosa violencia de que había sido víctima una de las familias mas ilustres y respetables de la metrópoli en la persona
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de la discreta y hermosa Perla Fóseari. Pidióse por los amigos de esta familia y de la de Morosini, que se declarase negocio preferente, y que la república, encargada de velar por la honra de sus nobles hijos, tomase á su cuidado la formación de un proceso indagatorio que trajese en pos de sí el castigo de los culpables y la seguridad de que el Consejo no dormía al tratarse de hacer justicia. Algunos consejeros hablaron sucesivamente y en igual sentido; alguno contradijo, y el debate iba por consiguiente tomando cierto calor, no muy común en aquella corta asamblea, en donde la cautela y reticencia solían estar á la orden del dia. Entonces habló Loredano y lo hizo declarando que, según debía suponerse, ya la respetable inquisición de estado habría dado providencia en el escandaloso expediente y que era fuerza descansar, con alta confianza, en un tribunal que no habia nunca desmerecido en la administración de los asuntos de su peculiar exclusiva competencia. Miráronse al escuchar estas palabras unos á otros la mayor parte de los decenviros y comprendiéronse mutuamente. La inquisición de Estado era la hija mimada de los Diez; lo que aquella hacía estaba bien hecho, debiéndose considerarla como infalible. Pasóse pues á otro asunto, huyendo de un debate que cual ascuas encubiertas, debía abrasar al que intentase removerlo sin las debidas precauciones. La hijita querida se habia hecho ya temible á su propia madre. Además ¿cómo imaginarse que una niña tan celosa no mirase por los intereses de la que le había dado el ser? Anuncióse por un ugier la presencia del almirante Honorio Morosini, quien demandaba al Consejo la venia para presentarse á hacerle la exposición verbal de un asunto importante, y obtenida que fué aquella, introdújose al bravo marino ante la sesión, previos los acatamientos y fórmulas de costumbre. Atento y curioso silencio precedió á las palabras del almirante. Comenzó por manifestar que estaba su ánimo, como'siempre, dispuesto á ejecutar las órdenes de la señoría y del Consejo, sobre todo en la ocasión harto 52
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próxima de hacerse ala mar las escuadras de la república. Rogaba en breves palabras que se le dispensase de mandarlas en aquella campaña, ya que no fuese posible retardar la salida de la expedición, puesto que un deber de honor le obligaba á permanecer inactivo en las jornadas gloriosas que eran de esperarse; lauros á que su corazón sentía tener que renunciar. Expuso entonces oficialmente el suceso de la desaparición de su prometida, poniendo su honor en manos del ilustre Consejo, el cual, según él, no podría permanecer indiferente en lances que como el que refería, eran atentatorios al honor y bienestar de los ciudadanos. ''Suplico al respetable Consejo, concluía, se digne manifestar si un hombre celoso de ambos bienes, puede ausentarse y abandonarlos." Grande fué la alegría que, á su pesar, brilló en el rostro de Loredano al oir la resolución del marino. Rápida fué esta expresión en aquel rostro habitualmente de estatua, pero no tanto que no hubiese permitido descubrir á cualquiera observador atento que alguna esperanza lisonjera, aunque fugaz, había llevado un rayo de su luz á aquel corazón ambicioso é intrigante. —Comprendo, exclamó tratando ,de ahogar perfectamente, como lo consiguió, tal era su hábito, cualquiera síntoma de la indicada emoción; comprendo el proceder que adopta el noble almirante Honorio Morosini. La ofensa ha sido grave y su resentimiento motivado. Su pretensión es justa, y conceptúo al gobierno ele la gloriosa república demasiado celoso de su buena faina, para que tarde en adoptar una providencia que lleve al patriciado, ofendido en la persona de una de sus mas ilustres familias, la reparación que se le debe. "El digno almirante podría cumplir con el llamamiento que hace de él la patria y que debiera esta esperar de tan esclarecido patricio desde el momento en cpie confió á su habilidad,'denuedo'"y patriotismo la gloria de sus naves. El señor Morosini podría partir tranquilo y confiado en que los celosos tribunales de la república cuidarían de reparar sus ofensas; pero comprendo y el muy ilustre Consejo deberá estimarlo en cuenta, el justo y poderoso sentimiento que arrastra al digno almirante has-
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ta consentir en ver zarpar su flota sin acompañarla, haciéndole desoir el llamamiento del mar, sacrificio grande, puesto que el mar es y debe ser el principal amor de un buen marino. Debemos pues hacer justicia á su probado civismo y respetar el sentimiento que le mueve á renunciar, siquiera sea temporalmente, el almirantazgo de la-expedición. El bien afamado Consejo de los Diez no hará injusticia al,que está justificado. Los dias de provecho y gloria que ha dado el patricio Honorio Morosini á nuestro bienaventurado San Marcos, son pruebas de que su adhesión y amor á nuestras cosas públicas han sido, son y serán siempre una llama brillante. El Consejo sin dudar un instante del patriotismo del muy ilustre señor Morosini, debe continuar dispensándole su honorífica consideración, aun cuando para no dejar de proveer á las necesidades de nuestra política y comercio, se viese la señoría en el sensible caso de admitir su renuncia y acordar su reemplazo en el mando de nuestras escuadras." No dejó de leer Honorio en el-semblante de Loredano aquella ráfaga de alegría, á pesar de haber sido reprimida al punto. El discurso de este había sido sin embargo pronunciado de la, manera mas natural. Con todo, Morosini conocía por experiencia las artes de sus nobles compatricios, cuando se trataba de alzarse sobre la ruina de otro. Advirtió que su renuncia sería bien acojida y que el terreno no estaba mal dispuesto para darle inmediato sucesor á poco que él se prestase á ello. No se le ocultaba además, que todas las consideraciones que se le tributaban por parte del pueblo y del gobierno, pasarían como el humo y serían relegadas al olvido, al primer nuevo astro que-se presentase en el cielo de los honores y méritos públicos, y que tal vez el nuevo astro no necesitaba mas que un horizonte para brillar. Había hablado de renuncia temporal, pero una vez desamparado por él y ocupado por otro el puesto, la renuncia podría entenderse absoluta. ¿Sería pues una niñada (en el lenguaje de la ambición) lo que había hecho al venir á entregarse á tanto codicioso de su alto puesto? Pero no le juzguemos tan candido. Sú renuncia tal
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vez no era mas que un plan para despertar en el Consejo el interés hacia su causa, hacia la reparación de su ofensa. Contaba con que su posición y méritos le habrían hecho un tanto importante para el gobierno, y que por consiguiente, este, en cuyo seno juzgaba tener adictos, pondría de su parte algún esfuerzo para no dejarle marchar descontento, activando, en lo posible, el procedimiento inquisitivo. Esto quizás le llevaría á saber si el león alado había tenido alguna parte en la perpetración del rapto, lo que no hubiera sido tampoco un ejemplar nuevo; pero habíase equivocado al creer que el Consejo saldría de su impasibilidad característica para tomar parte desinteresada en sus particulares cuitas. El hombre mas desconfiado suele á veces engreírse respecto de sus merecimientos, y sin duda habíase Honorio equivocado medio á medio, si juzgaba que podia pasar por necesario para con la Señoría y demás poderes venecianos, quienes tenían por norma no concederá ningún ciudadano el mérito de la indispensabilidad. Vamos á referir un ejemplo: Hallábase la república próxima á sucumbir en la» llamada guerra de Chioggia. Cuasi del todo perdidas sus escuadras, sin ejército, atacada en sus propias lagunas por los genoveses, cosa sin ejemplo en sus anales, verdadero terror impertí, despertó, como era natural, todo el vigor patriótico de que era capaz aquel pueblo, fiado hasta entonces en la independencia que le daba su topografía. Encontrábase entonces preso por infundada suspicacia del Senado, el famoso y benemérito almirante Pisani. El bravo y romántico Cario Zeno no era todavía el Nelson de la república. Esperábase con terror indefinible, ver de un momento á otro en la plaza de San Marcos, al amanecer de cualquier dia, al Breno de los genoveses. La situación era crítica, vital; y sin embargo desoíase aún la voz del pueblo que llamaba para su defensa al único hombre de su confianza, en el peligro, á Pisani. Obligado por último el Senado á sacar á este de la prisión; no quiso todavía confiarle sin restricciones el mando de las fuerzas salvadoras. Con semejante ejemplo histórico en la memoria, con
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la observación de algunas miradas, de algunos murmullos y palabras sueltas que, á manera de ardientes chispas, habíahecho brotar de los circunstantes el breve cuanto intencional discurso de Loredano; el almirante conoció su posición no tan inmutable como en su engreimiento la había imaginado, recordó que vivía en Venecia, que estaba entre rivales y envidiosos, y trató por consiguiente de recobrar á escape el terreno perdido. Tomó pues su resoluccion y expresóla del modo siguiente: "Serenísimo Consejo: Mi corazón se complace en anunciar que después de reflexiva y encarnizada, aunque breve lucha, entre mis afecciones pátinas y mis afecciones de familia, han cedido estas el puesto á aquellas: un buen patricio veneciano debe siempre inmolarse por Venecia que es su verdadera familia, su primero y mas legítimo amor: decídome á acupar mi puesto en las escuadras de la república; partiré, partiré mañana mismo, ya que así se me ordena. Un Morosini debiera tener por divisa la de siempre pronto; palabras que hoy pronuncio con alguna emoción, es verdad, porque aún no me ha sido dado ahogar dentro del pecho, el dolor que mis querellas de familia han debido producirme, pero que pronuncio con no menos patriótico y ardiente entusiasmo que en otras ocasiones. He reflexionado y he tenido motivo de comprender, añadió mirando con cierta intenciona Loredano quien le escuchaba cuasi sin poder disimular su asombro; he tenido ocasión de comprender que nunca me hubiera perdonado el abandono voluntario de un puesto en que puedo continuar prestando mis humildes aunque afanosos servicios á la Señoría y al Estado. Confio en que aquella y este velarán por los nobles y caros intereses del patricio que los abandona de todo corazón para ocuparse en los de la república. A ella encomiendo pues por despedida la investigación y castigo del hecho de que ha sido víctima la ilustre dama que iba á llevar mi nombre, y cuya suerte entrego á mis amados y justicieros compatricios. Este discurso fué recibido con asentimiento por la mayoría de los decenviros y con silencio por parte de los demás, quienes sin duda indecisos todavía respecto de una
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sustitución para Morosini, no se atrevieron á ir mas lejos por entonces. Con lo que terminó aquella Sesión en que Loredano vio formarse y desvanecerse la nube de su esperanza. Esto no obstó para que bajase ele su asiento y trocase con el invicto almirante, á semejanza de sus demás colegas, una sonrisa de pláceme, un apretón de manos y quizás un estrecho y. en apariencia cordial abrazo. La república ó sea la emulación, había triunfado de Perla en el corazón de Honorio. ' Pobrecilla! XXX. Volvió la noche. No habían transcurrido en completa soledad para Perla, las horas de tan tristísimo dia. Una muger enmascarada y silenciosa había entrado en la habitación para dejar sobre una mesa una bandeja de oro en que había una copa de vino y algunos bizcochos, único refrigerio que se ofreció á la desgraciada durante aquellas horas. La luz del cielo, que había penetrado en aquel recinto á través de los opacos cristales de colores, desapareció; las sombras de la noche sorprendieron á la llorosa joven en la misma triste y abatida actitud. Sentíase ya desfallecer. Esperó con cierto júbilo el camino que el sepulcro parecía prometerle. Pero el ser ó el no seles verdaderamente un problema, y la candida y desvalida Perla no se sentía con fuerzas para abandonar del todo una leve esperanza de volver á ver á los suyos. No alcanzaba á comprender con qué objeto la tenían encerrada, y daba espacio en su ánimo, si bien por momentos, á las promesas de su raptor. Acercóse á la mesa y aunque ligeramente, llevó á sus labios parte del refrigerio que la habían dejado. Sintióse un tanto reanimada y con las fuerzas relució la esperanza. Apenas había gustado el vino, y por consiguiente quedaba en cierto modo frustrada cualquiera tentativa de sus enemigos, cuya sospecha no dejaría de cruzar por su mente aunque, en la paz de su inofensiva inocencia, la combatiese como inmerecida.
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Con todo, sin duda estaba previsto por aquellos este caso, valiéndose de otros medios, puesto que á poco comenzó ella á sentir en el aire de la habitación cierta suave pesantez que convidaba al letargo, que daba lasitud á sus miembros, que la llevó por fin á ocupar muelle y dulcemente un blando diván, y que por último, cerró sus ojos. El sueño producido por el hatchiz no hubiera sido mas delicioso. Era uno de esos sueños capaces de convertir en tálamo de sultán la dura piedra. La dulce vaguedad dominaba su cerebro, el sopor paralizaba la acción de sus nervios, la grata lenguidez corría por sus venas. Yo sospecho que en esto podía verse la obra de Hafiz, puesto que solo á él podía ocurrirse allí el artificio de aquel sueño oriental. Los magnéticos efluvios con que el opio puede saturar el aire de una estancia, son, según testimonio de ciertas leyendas, medios no desconocidos en las regiones en que la molicie es el mayor de los placeres. Perla se abismó en suave letargo, como hemos dicho, y su espíritu en aquella blanda nube de lasitud, soñó, percibió á sus padres, á su Honorio ay! con placer, sin celos ni tibieza, todo suyo en sus brazos, junto á su casto corazón, junto á sus virginales labios le vio sin turbación, con toda la felicidad que solo es posible en sueños. El ángel malo de Perla se aprovechaba sin duda de aquel extático adormecimiento para beneficiarlo; era el Satán del sublime Milton que se ingiere furtiva y fraudulentamente en el paraíso para ahuyentar la felicidad. Abrióse una puerta pero las sombras eran ya demasiado densas una ó dos figuras penetraron en la estancia la oscuridad no permite conocerlas su silencio es también su cómplice. No sabemos que intentarán. Al lucir el alba penetraban en la iglesia de un silencioso convento de monjas que acababa de abrirse al toque de Ave-María, dos hombres enmascarados que llevavan á cuestas un bulto informe al parecer, pero que podría contener por sus dimensioues un cuerpo humano.
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En lo interior del templo, cerca de la entrada, había una capilla á que daba su tenue luz una sombría lámpara; allí detuviéronse los dos hombres, dejando en tierra y al pié del altar su misteriosa carga; entonces despojado el bulto del manto que lo cubría, pudieron vislumbrarse las formas y rostro de una muger; podía dudarse de si estaba muerta ó dormida. Si respiraba, su aliento era imperceptible; su palidez hacia sospechar que aquel hermoso semblante no era ya reflejo del alma candida y bella que debió lucir en él con los encantos de una risueña vida. Sin embargo, para que la duda persistiese, bastaba observar en aquel mismo rostro la huella de una sonrisa de afecto y de amor, que podia considerarse como señal de vida ó como adiós de cariño sorprendido por la muerte: chispa luminosa que queda por algunqs instantes en la lámpara de que huyó la llama, vislumbre del cielo á que acaba de retornar el alma proscripta. Los enmascarados salieron del templo; uno de ellos puso en manos del otro, aunque con cierta repugnancia, un grueso bolsillo lleno al parecer de oro, y cada cual partió por distinto lado. En cuanto á la muerta, podemos decir que no tardaría en llamar la atención de los devotos que, en pos de la misa matutina, comenzaron á invadir la iglesia. XXXI. Azul, inmenso mar, yo te saludo, y cuando ya no mas hienda tus hondas, salud, desiertos y cavernas hondas Buenas noches y adiós, tierra natal, Childe Iíarold.—Byrou.
Presentábanse ya en el horizonte los radiantes claros del sol próximo á dejar ver su disco de oro, cuando hormigueaba en la Riva cerca de la piazzetta, un inmenso gentío, junto á un magnífico esquife que tremolaba en su prora la bandera de San Marcos. Parecía aguardar á algún gefe ú oficial superior para conducirlo sin duda á la escuadra que se disponía ya á levar sus áncoras. En la popa del esquife podia verse á guisa de patron de
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él á un mancebo muy conocido en esta historia: era Paolo. La embarcación aguardaba al almirante Honorio Morosini, quien no tardó en dejarse ver, saliendo del palacio del Dux, cuya venia acababa de tomar, seguido de algunos otros nobles y oficiales de su armada. En el semblante de Honorio desmentíase la serenidad que intentaba sin duda aparentar. Cierta emoción de tristeza servía de sarcasmo á la sonrisa con que recibía las despedidas. A su lado venía el anciano Póscari, el abuelo de Perla, quien apenas podía dominar las manifestaciones de dolor que le inspiraba la desaparición de la que miraba como su hija querida, como el ídolo de su alma. Podía leerse en aquel semblante lo que estaba escrito como triste lema en su corazón: ancianidad inconsolable. Pronto á saltar en el esquife el almirante, exclamó besando la mano del anciano. —Señor, harto sabéis cuanto hubiese anhelado poder besar en vuestra mano la de un padre. Mi dolor no osa aparecer ante el vuestro con toda su mortal amargura; sus títulos no. son iguales á los del vuestro, según las formas del mundo, pero la verdadera medida del duelo está en el corazón; desde aquí, pues, desde el lugar oculto á que las conveniencias de los hombres lo relegan, ya que por desgracia no puede presentarse con la sanción de los altares, desde aquí, repito, acompaña mi duelo, vuestros suspiros y vuestro llanto. Vos podéis llamarla vuestra hija, y este es un afecto cuya sinceridad todo el mundo concibe, pero el amor de amante, de amigo, ya que no me fué dado llamarla esposa, no es un amor que no pueda mentirse y que mal comprenden los que no lo sienten. ¿Quién, en efecto, podría comprender el amolde un amigo, de un amante que guarda alguna calma en el rostro? Y sin embargo, ni aun es lícito al ciudadano mesarse el cabello, ni crispar los puños, ni magullai-se el rostro, con la hiél y la maldición del alma rebosando en el labio; el ciudadano marino que en presencia de todo un pueblo, pone el pié abordo de la galera que ha de llevarle al combate y defensa de su patria, debe tener sereno y aun alegre el semblante, por temor de que su dolor parezca á los demás, miedo de la muerte Ó pe-
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reza para con la patria. Por consiguiente, no busquéis en mis ojos ni en mi rostro el sentimiento, buscadlo en mi corazón á donde lo ha proscrito el mundo. Para nosotros el rapto de la inolvidable Perla, es cuestión de honra. Si me alejo hoy de estas playas abandonando al parecer lo que idolatra mi corazón, es porque conozco sobrado á los hombres que me rodean, y sé que nada podría remediar quedándome. Perdería el puesto que hoy ocupo, lo ocuparía algún adversario, y si hoy no he logrado hacer reparar la ofensa que se me ha hecho en la persona de la que iba á llevar mi nombre ¿lograría conseguirlo exponiéndome á ser suplantado y perdiendo el escaso poder que cuento hoy en donde solo el poder vale? Verdad es que amo la gloria, pero no es tanto este amor que me haga olvidar otros igualmente caros al corazón. Soy mas franco que ellos hasta en mis defectos; yo pretendería ser león, en tanto que ellos se conforman con el papel de zorros. Ah! si quisiesen venir á mi terreno, añadió mostrando el sable, pero no, la máscara que cubre un rostro que Dios prestó al hombre para reflejar su gracia, les es mas propia; prefieren en vez de espada lo que sienta mejor á sus instintos: el hacha ó la cuerda, que son las armas del verdugo. Sí, venerable y desdichado señor Póscari, llevo el corazón henchido de desencanto y de amargura! Dijo así Honorio, y luego como con especial intento,' exclamó levantando la voz: Confiad, señor, en el Senado de la república, á quien dejo encomendada mi causa. Contad, añadió bajando de nuevo el tono, con vuestra diligencia. Esta es, amigo mió, una patria ingrata; veis esa escuadra que bajo mi enseña ha vencido siempre, ¿veis- ese pueblo que me saluda y parece amarme? veis esta frente que el enemigo no ha humillado, y que ha recibido impasible el soplo de las borrascas? pues nada de esto vale; nada soy en Venecia, para vengar una ofensa hecha á mi amor y á mi familia. Oh! indudablemente, es una patria ingrata. Contad pues con vuestra diligencia. — A h ! exclamó el anciano moviendo la cabeza tristemente; ay de nosotros si prescindimos de esta última condición!
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•—Silencio y adiós, murmuró Honorio. El anciano no pudo articular palabra. Abrazó al almirante, contuvo con esfuerzo varonil, ya superior á su edad, una lágrima que quería brotar de sus ojos y saludó á los oficiales de Morosini, que entraban tras este en el esquife al son de las aclamaciones y vivas de la multitud. Paolo también marchaba triste y pensativo. Llegó el esquife abordo de la Capitana y las galeras empavesadas y flamantes agitaban sus remos, izaban sus velas y doblaban el Lido comenzando á balancearse en el Adriático. Y cuando la marinería terminó su maniobra de salida y aparejóse la flota al viento reinante y toda la chusma saludó desde las entenas y las muras por última vez las torres de Venecia, un mancebo recostado también en la mura contemplaba silencioso las playas que se hundían en el horizonte, recordando los objetos que en ella dejaba su dolorido corazón: era Paolo. En cuanto á Honorio, de pié en la duneta de su capitana y semejante á Childe Harold, parecía decir también desde el fondo de su alma con triste y desdeñosa mirada: Buenas noches y adiós, tierra natal! No era esto todo: en una ventana del palacio del Dux había un hombre que daba también sus despedida á la escuadra. Buen viaje! exclamó al perderla de .vista; sin duda este almirante ci;ece ya demasiado, añadió para sí en voz baja. Era Loredano.
SEGUNDA Y ULTIMA EPOCA. I. Si amases, pobre Fabio, á una m u ger, y es tonta, harás una tontería; si es loca, una locura; si liviana, una liviandad; BÍ endiablada, una diablura; si egoísta.... todo ello junto.
Para que el lector pueda hallar motivados los sucesos que van á contarse en los breves capítulos siguientes, bueno será que tome nota de algunos hechos que reza la historia. Hubo entonces en Chipre, según cuentan los autores, una conspiración para asesinar á Catalina Cornaro y proclamar á Carlota su cuñada, hija de Juan III. de aquel reino y muger de Juan de Portugal. La conspiración fué. reprimida. Exigióse luego por Venecia una renuncia en su favor de parte de Catalina. Púsose en estado de defensa á Chipre y fueron á ella escuadras venecianas so pretestodela guerra que acababa de declararse entre los turcos y el sultán de Egipto suzerano de Chipre. El encargado por el Consejo de los Diez de notificar á Catalina, fué su hermano Jorge Cornaro. Este hizo presente á aquella que estando amenazada de una invasión de Otomanos la isla, los venecianos se 'veían precisados á tomar el reino bajo su inmediata protección. Que estaba en los intereses de ella y sus subditos su abdicación, retirándose luego á Venecia en donde encontraría un alojamiento digno de su clase. Han transcurrido algunos meses desde que la escuacuadra de Honorio Morosini salió de las lagunas con dirección á Chipre en pos, según vagos rumores, de Cata-
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lina Cornaro, en consonancia sin duda con los hechos que se acaban de apuntar. ¡Qué gozo divisar entre las brumas de los mares la sombra del pais natal, ver dibujarse luego las colinas, y avanzando un poco mas, los árboles, los caseríos y el puerto! Y luego buscar allá en el fondo con afanosa mirada entre las torres, los templos y edificios de la ciudad nativa, el humo del hogar doméstico, y percibirlo ó suponerlo en un lugar determinado tras de otros edificios que acaso lo ocultan á nuestros ojos pero no al corazón! Vislumbrar la sonrisa y el saludo, escuchar ya la palabra de la, familia, del amigo que sale á recibiros, que os abre los brazos y con ellos la mansión de vuestros suspiros y de vuestras ilusiones! Pero en seguida y como para turba:- tan dorada fantasía: ¿Qué cambios encontraré? os pieguntais ¿qué tumba espera mis lágrimas? ¡Cuántos semblantes que dejé amigos me recibirán indiferentes! Qué corazón que dejé ardiente se habrá ya helado para mi; qué mano rehusará responder á la cariñosa presión de la mia, qué brazos se negarán á estrecharme entre los suyos! ¿Qué habrá sido de mi amistoso lebrel, qué de las flores de mi parque? Estarán ya frias las cenizas de mis hogares? Ah! si aquel humo que sale de edos habrá sido encendidopor manos extrañas! pobre xecienvenido! ¿porqué partiste si dejabas tras de tí la posibilidad de la muerte y de lo que es peor del olvido? Impresiones tales sentirían muchos de los que retornaban á la ciudad de San Marcos en la mañana de un sereno dia, formando parte de las galeras que volvían de aquella campaña marítima que había tenido por objeto batir á los ture os, defender la isla de Chipre de los ataques de estos, ayudar al sultán de Egipto en su guerra con los mismos y sostener la dinastía de la Cornaro contra las pretensiones de la corte de Ñapóles. Volvía acaso Honorio? Eien es verdad que las galeras que acaba,ban de dar fon lo, no eran ni la mitad de las que componían la gruesa flota que había salido de Venecia al mando de aquel algunos meses antes; habríanla diezmado la mar y los combates?
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Desde uno de los balcones del Canale maggiore entreteníase una hermosa dama, en ver aunque de sobrado lejos, la llegada de la escuadrilla y el desembarco de sus tripulantes. Está vestida de riguroso luto; podrá advertirse en su semblante cierta viva curiosidad que pretende, aunque en vano, encubrir bajo el manto de su helada indiferencia. Escucha ó mejor dicho, déjase arrullar distraída por los halagos, de un pálido mancebo de ojos negros que yace de pié á su lado absorto en amorosa contemplación. Acaso el lector habría conocido ya en la primera á la heroína de esta historia, si no fuese que el luto en que la encuentra, pudiera desorientar un poco sus suposiciones. El galán que la contempla es el pintor Ruggiero; fácil es deducir que el desdichado Cosme Gradenigo obtuvo el fin de sus dolencias con el único remedio que podía curárselas, la muerte, y que el artista ha pretendido en vano resistir al hechizo de la joven y encantadora viuda. El corazón que latía en silencio por pura lealtad, rompió al cabo en palabras, al faltar del mundo el hombre que lo contenía en los límites del respeto. — M i pasión, exclamaba Ruggiero, dormía como las agitas de ese canal, tranquila en apariencia; vuestros ojos la despertaron, y alentóla vuestra conducta haciendo de mi corazón un mundo de sentimientos, ora dulces, ora terribles, según que vuestra sonrisa, cual vara mágica, los impulsa hacia la paz ó hacia la guerra. Ah! no me escuchas, amada mia? Sirena contestóle después de algunos instantes de silencio.—¿Cesaron ya vuestras quejas? ¿Creéis que mi corazón pueda escuchar tranquilo vuestros lamentos? Sois injusto, añadió con dulce acento de reconvención y clavando en él, con ternura extrema, aquellos ojos indefinibles, al través de los cuales sentía el pintor abismarse su alma en un mundo de delicias. — A h ! exclamó este, no me miréis así, si no queréis que muera, ó mas bien, miradme siempre así, porque al cabo es morir dulcemente. Sirena, delicioso tormento de mi vida, ¿por qué fijé en tí mis ojos, por qué escuché tu palabra? Esclavo con cadena de flores, ni oso moverme ahora, temeroso de que juzgues anhelo de libertad el
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mas ligero desvío de mis ojos y oses romper con frialdad mi dulce cadena. Oh! tú no sabes lo que es padecer por amor; mira, tengo miedo de sufrir, no des nunca pábulo á mi desesperación, porque sería horrible; hazme siempre creer como verdad lo que mas desea mi alma: tu amor. Sé siempre el ángel de ternura, deja de ser como algunas veces la muger yerta que asesina el alma. Sé siempre como ahora, ah! soy tan feliz; tú lo eres también ¿no es verdad? Silencio y contemplación cariñosa por parte de la bella. —Me amas como nunca has amado á nadie ¿no es cierto? Tus ojos, tu semblante me lo expresan, pero necesito oírlo con frecuencia de tus labios como necesito para vivir de ese aire que te circunda y que embalsamas con tu aliento perfumado. —Ruggiero, contestó Sirena, todavía es harto pronto para que consienta en pasar adelante y entregarme á esa pasión con que me halagáis de continuo. Aun visto luto, y no quiero ser la esposa que fué al templo de himeneo, con el mismo calzado con que acompañó ala última morada el cadáver del esposo. ¿Qué dirían las gentes? —Qué debe eso importaros? repuso Ruggiero. ¿Vendrían los indiferentes, por ventura, á daros la felicidad si la esperaseis de ellos? Censurar! he ahí toda su ciencia. Pues bien, ellos apenas advierten mis secretas visitas. Nuestro compromiso, secreto también, no será vislumbrado por ellos, podrá llegar un dia mas feliz, en que podamos dejar ver al mundo la grata correspondencia de nuestros ojos y nuestros corazones.^ —Tened paciencia, Ruggiero, replicó la interesante viuda; sois demasiado vivo—cada cosa tiene su tiempo. Ello vendrá, ello vendrá—¿No es mejor esperar así? De qué os quejáis? Dejad que pueda consagrarme á esta agradable simpatía que me inclina hacia vos, pero que se convertiría en punzante remordimiento, desde el instante quo dejase escapar manifestaciones imprudentes.—Quiero creer queme habláis sinceramente y queme amáis. ¿Seríais feliz con espansiones que pudiesen oca-
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sionarme remordimientos, que me expusiesen á pasar por ligera; yo que gusto tanto de la circunspección en las mugeres y que respeto tanto el decir de los demás? —Pues bien, repuso el pintor; confío en que sois leal y buena, vos en quien miro ese raro ideal de la virtud porque siempre he suspirado: una sola palabra de parte de una mujer pura y virtuosa, debe ser poderosa garantía de sinceridad.—Me juzgo amado y soy feliz; amadme pues á vuestro modo con tal de que siempre seáis igualmente cariñosa, y me conformo con que no os entreguéis sin restricciones á esa grata inclinación que me habéis confesado, sino cuando podáis verificarlo sin pesar ni arrepentimiento. —Tenéis, amigo mió, exclamó la bella, penetración suficiente para conocer la verdadera situación de las cosas; pensad lo que queráis con tal de que estéis contento. — A h ! Sirena! expresó el enamorado, cómo tendrías un trono, si lo hubiese para premiar la virtud aquí en la tierra! — L o creéis así Ruggiero? exclamó ella, cuan bueno sois! El corazón del mancebo se anegaba en la ventura. —Mirad, añadió luego Sirena, intentando llevar la conversación á otro punto que era en realidad lo que mas la interesaba. '—Sí, ya han desembarcado los oficiales de la flotilla, dijo el pintor pasando complaciente al nuevo asunto, puesto que su corazón estaba satisfecho en aquellos instantes.—Sabremos, continuó, qué noticias nos traen de Oriente y de Honorio Morosini de quien, según se murmura, no está muy contenta la señoría. —Alguna intriguilla, repuso Sirena. —Tal vez, tornó á decir Ruggiero, pe ro temo no se levante contra él la nube de desconfianza.—Lo de siempre, añadió misteriosamente; no sería la primera vez que los servicios de un distinguido ciudadano, despertasen los celos de los Diez. —Chiton replicó la viuda de Gradenigo.—Pero hasta ahora ¿qué han podido sospechar? Que se hace partido
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entre los naturales de Chipre cuyo dominio indirecto, so color de protección, conviene á la república? Que derrota á los turcos en expléodida batalla marítima, sofocando luego en la isla la rebelión que intentaba destronar á Catalina Cornaro, es decir, la hija de nuestro Senado? ¿Qué hay en esto, que he oido narrar repetidas veces, que no sea Venecia y gloria y bien para Venecia? —Sin embargo, contestó el artista, se cree que trabaja algo en su pro, que tiene pensamientos y miras ocultas respecto de sí mismo, con menoscabo de la cosa pública, que esa inesplicable dilación en Chipre y sus tardías comunicaciones con la metrópoli, no son lo que debía esperarse de un patricio desinteresado. —Calumnia y siempre calumnia! repuso Sirena, ocultando bajo este velo de generosa indignación, cierta inquietud no inmotivada.—Tal vez haya llegado hoy mismo el almirante y venga á desmentir con su presencia tan mezquinos rumores. —No lo creo, repuso el pintor, puesto que no veo su bandera en la nave que figura como capitana. La insignia que en ella se alza, si no mienten mis ojos, es la del contra-almirante Mocenigo. Al terminarse estas palabras, presentóse á los interlocutores la camarista Julieta que venía en solicitud de su señora, á quien manifestó con algún misterio que alguien quería hablarla. Acostumbrada la señora a leer en la fisonomía de su camarera, comprendió que se trataba de alguna cosa interesante y reservada, y dirijiéndose al pintor le dijo con acento cariñoso. —Ruggiero, amigo mió; ¿me permitiréis un instante? —Como gustéis, contestó el artista pronto á. complacerla. —Aguardadme aquí, si queréis, pues no tardaré mucho. — N o , replicó el amartelado; antes bien aprovecharé esta ocasión, para ir á tomar lenguas respecto de las novedades concernientes al asunto de que hablamos, volveré-i, informaros. Las noticias de Oriente deberán ser sobrado interesantes para motivar algunas sabrosas pláticas entre nosotros,—'Dijo y partió. »4
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—Señora, es...*., expresó Julieta terminando la frase al oido de la dama. —¿Sí? exclamó esta; hazle entrar en donde sabes y que aguarde un momento. Le esperaba, dijo luego consultando con rapidez en un espejo, su semblante y aderezando ligeramente su tocado. * II. Mostrad la luz del dia al encarcelado en oscuro y dilatado encierro, y tendréis una idea del deslumbramiento de Paolo al verse cara á cara con Sirena. —Señora, murmuró sentándose, á un ademan agasajador de la dama, ó mas bien dejándose caer, puesto que el temblor de la emoción habíase apoderado de sus miembros. El joven intrépido que algunos meses antes había probado el brioso temple de su alma en los combates, con admiración de propios y de extraños, hasta el punto de merecer parabienes y ascensos de parte de sus gefes á quienes se había hecho notable su bravura desde su humilde plaza de marinero, temblaba como una gacela, conmovido ante la entrevista que iba á verificarse. Lo que prueba que las batallas de amor son las mas temibles para algunas naturalezas. —Apenas, exclamó, he tenido tiempo para abrazar á mi madre; por una parte el deseo de veros y por otra el de haceros una pregunta interesante, me han traído precisamente á estos lugares. • —Gracias por lo primero, buen Paolo; respecto de lo segundo, preguntad. — L a señorita Perla Fóscari; la joven á quien —Qué! acabad — A quien por vuestra orden —Por orden del Senado ¿lo ois? pero de uno ú otro modo no debéis recordar ese lance. Hay ciertas cosas que cuando han pasado, deben borrarse de la memoria. Si no lo olvidáis, no habréis servido bien á quien os empleó. El gobierno de la república no gusta de que se recuerden sus órdenes fuera del instante en que se están ejecutando. La señorita por quien preguntáis, se halla
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aún en el monasterio en donde la dejaron hace algunos meses, en la madrugada de cierto dia. Allí, según se dice, fué bien amparada por las benditas madres del convento, y allí fué á visitarla en breve su familia á quien se dio el aviso correspondiente. Según se cuenta, dicha joven ha resuelto no salir de aquel asilo, y aun se añade que, desengañada del mundo á pesar de sus pocos años, y prendada de la dulce paz que en el claustro se disfruta, está decidida á tomar el velo. Oh! creedme, al ver la perspectiva de tranquilidad que la ofrece semejante retiro, lejos de este mundo de amarguras, téngola envidia y acaso no tardaré algún dia en imitarla. Y parece que la doncella es harto firme en sus decisiones, puesto que nada han valido á hacerla desistir de su propósito las instancias de sus deudos. Estos sin duda han llegado á entrever que su parienta es víctima de la ojeriza de algún poder supremo, cosa que, según me cuentan, no es novedad en nuestra patria, por lo que se han resignado á que aquella permanezca en el monasterio y aun profese; así se librará de tan sorda persecución. La familia Fóscari, por supuesto, temblará de que sus temores lleguen á traslucirse, porque sabe muy bien que, entre nosotros, hay que disimular las palpitaciones un poco fuertes del corazón. La familia Fóscari conoce que desde su Dux Francisco, cuenta émulos terribles y poderosos en el patriciado. Ah! vos con vuestra alma candida y vuestra ignorancia de pueblo, no comprendéis estas cosas; felizmente para vos, no habitáis palacios, ni giráis en círculos brillantes; así os aconsejo que si habéis intervenido de obra ó de palabra en alguna de esas misteriosas intrigas, pongáis en vuestra alma una losa mas fría y silenciosa que la de un sepulcro. Tened siempre la mano en vuestro labio y hasta cuando durmáis, cuidad de que vuestro cabezal no perciba las imágenes de vuestras cavilaciones ni vuestros sueños. Callad por vos y por las personas á quienes améis.. Que calle hasta vuestra mirada, porque ay! de vos, si teniendo algo que ocultar, llegasen á sorprender esos ojos y á leer en ellos, los que en fuerza de ser sagaces, han aprendido á adivinar en la mirada, en el mas leve gesto, al través de la mas impa-
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sible y tranquila frente, lo que quieren saber. Prometedme que olvidareis lo que pasó con aquella joven, juradme que sean cualesquiera las amenazas que se os hagan, los tormentos que se os impongan, no revelareis á nadie absolutamente, los secretos en que yo, vuestra antigua amiga, os di participación. Absorto estaba el mancebo al escuchar este razonamiento. — E s verdad, dijo, no comprendo esas cosas, aunque no dejan de inquietar y entristecer mi alma.—Al escucharos, cuasi me reconcilio con mi posición humilde, y os compadezco por haber salido de la oscura pobreza; porque vos no podéis ser feliz en medio de tanta mentira y de tantas maquinaciones.—Y ni aún asi me he preservado, gracias al dominio que ejercéis en mis acciones, de contribuir á la desgracia de esa infeliz señorita. Sin ser desagradecido por naturaleza, tengo que aparecerlo para con mi generoso protector, el almirante.—No es reconveniros, Sirena, pero desde que os conocí y os amé, comenzó para mí una cadena de males y tormentos; ni cuento ya por uno de mis bienes la tranquilidad de mi conciencia, pues por mas que hago no puedo desoír una voz que me dice: Paolo, tú que sabes lo que es sufrimiento, has contribuido al dolor de una inocente; ay de tí! muchas lágrimas tuyas no bastarán á remediar la amargura de las que has hecho derramar!—Pero no, ya que no me sea dado remediar el mal, trataré de hacer el bien posible.—El almirante me ha confiado una carta para su amada, sí, la entregaré inmediatamente, y aun cuando hubiese de costarme la vida, trataré de ayudarla á libertarse de ese maldito yugo que pesa sobre ella tan injustamente. -—Tenéis carta para Perla?—exclamó Sirena con alguna impaciencia que no le fué dado disimular. —Sí, señora, y supongo que el Senado oo tendrá nada que ver en el asunto: son dos amigos, dos amantes que se escriben. — A h ! qué idea! murmuró Sirena.—Comprendo, buen Paolo, añadió, comprendo y participo de vuestros pesares; pero si os comprometí á tomar parte en el rapto de
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aquella joven, fué para evitar grandes males al Estado y á mí.—Vos no sabéis lo que son esos secretos, y lo menos insignificante puede traer graves compromisos á la república, que á vos ni á mí no es dado apreciar ni prever.—Obedecí á quien puede mas que yo, y al pediros ayuda, me valí del hombre mas discreto, que mas me amaba y de quien nada tenía que temer.—Además, me prometisteis obedecerme y hacéis mal en echarme en cara hoy vuestra obediencia.—Pero no hablemos mas de ello.— A lo hecho pecho, como dice el proverbio.—Aguardadme aquí un instante, entreteneos en mirar las hermosas vistas que se descubren desde esa ventana. Entró Sirena en la pieza contigua escribió, borró, tornó á escribir y por último, dando por confeccionadas dos líneas qne merecieron su aprobación, sobre todo, por que en ellas había hecho desconocida su letra ordinaria, llamó á Julieta, hablóla dos palabras en secreto entregándola el papel cerrado—y tornóse á donde estaba Paolo abismado en penosos pensamientos. De aquel papel cerrado, pudo dar cuenta sin duda á los pocos instantes, alguna de las muchas bocas de bronce situadas en varios puntos déla ciudad. —Buen Paolo: nada me habéis dicho de mi luto; yo también he llorado mucho.—El era tan bueno, tan cariñoso! Ah! pero consuélame, en mi aislamiento, la idea de que cumplí respecto de él hasta su última hora, los deberes de esposa y de amiga.—Sí, sus suntuosos funerales tuvieron para su -ornato los ayes y llanto mío.—Y al decir esto, una lágrima cristalina brilló en los deliciosos ojos de la traidora. Paolo permanecía pensativo. En otro tiempo la idea de que su amada se hallaba libre, hubiese abierto su corazón á la esperanza, pero sea que un secreto instinto le advirtiese que aquella muger no podría ser suya jamás, sea que, como acontece, el propio sufrimiento hubiese agotado para siempre en su alma la fuente de las ilusiones, la sombría indiferencia del mancebo, mostraba la postración moral que llega á convertir el corazón en un autómata y que concluye per secar los ojos y grabar en las ideas el desencanto. Algunas veces el pesar continuo llega á convertir en
430 sombra dolorosa pero amable, cuasi divina, el recuerdo de una ilusión perdida. La viuda de Gradenigo, queriendo reanimar el decaído espíritu del mancebo y llena de curiosidad al mismo tiempo, expresó: — A qué renovar memorias tristes? Contadme, contadme vuestra campaña. Me dijeron que os habíais batido como un bravo, que habíais salvado la vida á vuestro gefe, contad, contad. Entonces Paolo, en la vía de satisfacer su deseo y como si su alma no estuviese del todo mal con el recuerdo de las emociones terribles de los combates, tan propios á distraer su contristado espíritu, exclamó:— Cierto es que la muerte no está donde hay un corazón que la buscaj y una prueba de ello es mi existencia; el arrojo mío en los combates, de que os han hablado, no es debido á otra cosa que á esa indiferencia de la vida que, á pesar de mis pocos años, ha llegado en mí á ser una enfermedad. ¿De qué sirve la gloria, esa palabra que á cada momento he oido pronunciar á todos aquellos valientes en la hora del peligro? Esa palabra, si representa los aplausos de los compatriotas, no ha sido bastante á hacer felices á los que mas la han merecido. Nadie mejor que mi noble almirante pudiera estar orgulloso con esos laureles que nadie mejor que él ha merecido; y sin embargo ¡cuántas veces no he visto su ceño pesaroso, cuántas veces no he leido en su frente el sombrío descontento! Aparecíasenos la aurora de un dia nebuloso en medio del Océano; apenas el crepúsculo nos permitía ver bajo aquel techo sombrío, allá en lejanos horizontes, las velas que habíamos divisado el dia antes al ponerse el sol y que juzgábamos ser la escuadra turca, enemiga de nuestra bandera; no era cosa de rehuir un combate que casi era necesario solicitar, ya que tal fué nuestra orden al salir de Venecia; pero la noche se había presentado con sus sombras cautelosas, y no era propio ni prudente acercarse á buscar el choque ó el combate. Abundando sin duda en la misma intención la escuadra enemiga, se mantuvo á la capa ó sobre sus remos hasta que el ,nuevo dia
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nos saludó en las mismas posiciones poco mas ó menos. Llegó pues la aurora; el mar iba poniéndose por grados tempestuoso, el viento iba acrecentando su fuerza; estábamos á sotavento y había que ganar la ventaja del barlovento; no habíamos dejado de hacer durante la noche alguna tentativa aunque á bulto, para conseguir aquel objeto, pero su resultado infructuoso, nos hizo desistir de un propósito que hubiera podido llegar á ser imprudentísimo. Mediante algunas evoluciones maestras, llegamos á acercarnos á la escuadra enemiga, que hacía esfuerzos por no perder el favor del viento. El combate no debía rehusarse; nuestras fuerzas eran iguales aunque no tuviésemos la ventaja del barlovento; la escuadra enemiga quería cerrarnos el rumbo de Chipre á donde era forzoso llegar cuanto antes; el viento era cada vez mas fuerte; nuestras velas se henchían á reventar ó flameaban estruendosamente, según que la bordada era mas órnenos feliz. Imposible era que lográsemos ganar el barlovento á los contrarios; á la voz de mando, plegáronse las velas y el remo pudo entonces fiar á nuestro brazo la operación. Los turcos y los griegos, sobre todo, reman bien, pero el remo veneciano es el primero del mundo; lo que no pudo la vela lo hizo la palamenta y á las dos horas de infatigable lucha, ora contra mar y viento ora á su favor, logramos tal posición, que los turcos tuvieron que imitarnos para no perder del todo su ventaja, sometiéndose á esperar en lugar de acometernos como pensaban.—Sin tierra en que acoderar ninguna de sus alas, formaron sus líneas y nos esperaron.—Un disparo de cañón contestado por ellos había afirmado en las naves los respectivos pabellones; la bandera nos confirmó en lo que ya nos habían hecho suponer sus evoluciones y la construcción de sus galeras: era la escuadra turca que bloqueaba á Chipre y que, acaso por alguna borrasca, ó por favorecer alguna expedición contra sus enemigos los de Egito había tenido que hacerse á la mar.—Un grito de "¡Viva San Marcos!" fué contestado ruidosamente por las galeras, y el tope de nuestra capitana mostró á aquellas la bandera de sangre en señal de acometer.
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La cufia fué formada, yendo en su punta mas aguda nuestra capitana. El bravo almirante no había querido ceder esto puesto á ninguna de las demás galeras de nuestra escuadra. Recibiéronnos en ala los enemigos; bien pronto nuestra cuña rompió su centro; trabóse el combate de barco á barco. La artillería llenaba los aires con su estruendo y con nubes de humo; á cada momento el crugir de una antena rota era secundado por la exclamación de triunfo de los vencedores ó por el grito de las dolientes víctimas. El cielo se oscurecía, el viento arreciaba ora rugiendo en las olas, ora silbando violentamente en nuestros mástiles. Cada oleada gigantesca parecía sumergirnos respectivamente ó lenvantarnos á una altura desde la cual podía verse, en los espacios que dejaba el humo, la cubierta de la nave vecina. El hombre, olvidando el combatir tenía que atender á la maniobra para evitar que el choque de mástiles, proras y costados, causase el naufragio; á veces la galera próxima encaramada en las olas, mostraba á la vista del contrario hasta su escondida carena. El relámpago y el fogonazo de los cañones daban luz á semblantes cubiertos de sudor y sangre, reflejándose de un modo siniestro en las hachas y chuzos de abordaje. La gritería, el ruido del mar, las voces de maniobra, los ayes, el estallido de la artillería y el silbo del viento, formaban un conjunto horrible: descuidábase el abismo para no acordarse sino del hombre. Flameaban las escotas arrastrando á algún infeliz que caía al mar para luchar en una agonía sin auxilio posible. Desde el principio del abordaje hubiera podido verse al bravo Morosini bocina en mano, en la popa de su capitana, queriendo como el rey del combate y de las ondas, vencer en el uno y resistir la furia de las otras; yo estaba allí; yo le veía, quería imitarle, un fuego desconocido corría por mis venas, mis ojos estaban fijos en su semblante de león, sus labios daban órdenes; contrastaba con los momentos, por su notable serenidad. Todo el fuego del combate estaba en sus ojos que espiaban á todos lados, como si quisiese su vista abarcar todo el cuadro en un solo punto. Yo también me batía hacha en
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mano, mis fuerzas parecían centuplicarse con aquella fiebre de entusiasmo y de horror. El grito de Veneeia me electrizaba. Muchas veces lo había oido pronunciar en las fiestas de nuestra laguna, pero allí, allí era otra cosa; en medio de aquel ruido y aquel choque de armas, resonaba en mis oídos como una música terrible y hechizadora. Ah! entonces comprendí por qué los hombres hacen tantas locuras por lo que se llama la patria. Yo ignoraba hasta qué punto fuese justa aquella guerra y sobre quien echaría Dios la maldición de la sangre que se estaba derramando; pero veía allí á San Marcos en aquella bandera, veía mi casa, mis lagunas, mi infancia, á mi madre y hasta á vos, que á pesar de vuestro olvido, veníais, como el dia de la regata, á darme aquel grito inexplicabe de aliento y de triunfo. No sé si era yo hombre en aquellos momentos, porque mi corazón sentía impulsos sanguinarios, por mí desconocidos hasta entonces, y los que estaban junto á mí me parecían otras tantas fieras, tal era su sed de sangre, tanto su furor. El peligro común hacíame ver en cada véneto un hermano, y en cada enemigo no un hombre, sino un ser odioso, que debía ser muerto sin piedad. Mis nervio s eran otras tantas fibras de rabia, mi cabeza sentía el mareo de la sangre y de la pólvora que me parecían un perfume embriagador, el viento que agitaba mi cabellera, y las chispas de agua que aquel levantaba aplacaban un tanto el fuego que ardía en mi frente. Ya os he dicho que el almirante se hallaba en la popa de la Capitana á pocos pasos de mí. Atrincada estaba nuestra galera con la Capitana enemiga; cada vez que el mar nos alzaba ó nos abatía sucesivamente, el choque de las dos naves era terrible, y la maniobra, abandonada por inútil, no hubiera bastado para evitar el destrozo completo de las velas y palos de ambas. El combate era ya cuerpo a cuerpo. Los turcos derramaban la muerte con sus alfanges, nosotros con nuestras hachas y nuestros chuzos. Trabado en lucha con un turco tenaz, recibí en la frente la herida que veis, leve, porque pude desviar el golpe con ^gereza, abriéndole el cuello con mi
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hacha. Entre Cario, mi valiente compañero, y yo, habíamos logrado arrojar al agua á mas de cuatro antes de que pudiesen afirmar sii pié en nuestra mura. Una de nuestras piezas había abierto brecha en el costado de la Capitana enemiga; íbase á pique. El capitán, turco feroz, lanzóse desesperado en nuestra nave con cuasi todo el resto de su tripulación, con empuje tal, que hubieron de hacerse espacio, igualando con poca diferencia la lucha por ambas partes. No era esto todo, para nuestro mal; otra nave enemiga que llegaba al socorro de su Capitana, . pretendía abordarnos por la banda opuesta con su tripulación de refresco. Estábamos sin duda en gran peligro; sin embargo, a.un cuando no me hallaba en disposición de ver bien lo que pasaba fuera de la cubierta, á juzgar por la fisonomía y las voces de ánimo del almirante, que se defendía en la popa con otros valientos, sin desatender su mando, nuestras cosas no iban tan mal en el resto de la escuadra. Pero llegaba el momento crítico para nosotros, teniendo que atender á entrambas muras, éramos muertos ó prisioneros si no nos socoiTÍan. De repente veo al almirante rodeado por los enemigos; se defendía personalmente como un león en la boca de su caverna; corrimos á él Cario y yo. Todo el que se acercaba al almirante caía á sus pies ó retrocedía; su proximidad era un círculo de espanto y do muerte, su semblante era todo patria; olvidaba sin duda los rencores de sus émulos para no ver mas enemigos que los de la república y los de su persona. Solo un esfuerzo sublime podía disparar tales golpes; sin embargo hubo un momento en que le creí perdido; su planta 'resbaló en la sangre que inundaba la cubierta oscilante con los vaivenes de la embarcación; cayó de espaldas, apoyándose en su sable para levantarse aunque inútilmente. Un grito de terror escapó de mis labios; no sé porqué aquel espectáculo me llenó de espanto. La cimitarra del gefe turco estaba levantada ya sobre su cabeza; mi hacha llegó á tiempo para desviar el golpe que por ir á la cabeza, vino á herirle profundamente en el brazo derecho. El hacha de uno de nuestros oficiales mató al gefe enemigo, al mismo tiempo que sú nave acababa de sumergirse. El último cho-
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que de mástiles por aquel lado desgajó sobre uno de nuestros grupos un trozo de antena; mi buen camarada recibió el golpe en la cabeza quedando enredado en el manojo de cuerdas que aquel accidente había producido. Su vida peligraba. Ya en pié el almirante, llamé á mis camaradas para que acudiesen á Cario en tanto que yo escudaba al amirante, que apenas podía hacer uso de su brazo izquierdo para defenderse: su cota estaba casi desguarnecida por los golpes contrarios. Una falange de turcos nos rodeaba mandada por el gefe de la segunda nave que nos había abordado. El almirante y yo íbamos quedando cuasi solos; tal el era el furor de la muerte junto á nosotros. Una de nuestras naves se nos acercaba, pero llegaría probablemente tarde para librarnos. Nos defendíamos con todo nuestro aliento junto á la mura de popa hasta donde habíamos tenido que retroceder; estábamos casi perdidos. —Bravo, remero mió, me decia el almirante apoyando su brazo herido en mi hombro. Ese mar que está detras de mí, será mi salvación ó mi sepulcro. —Será nuestra salvación ó nuestra tumba, mi almirante. —Bien; bien, antes la muerte que la ignominia de que se les rinda un almirante veneciano. —Sí, antes la muerte, contesté yo como si hubiese tenido parte en aquel honor de gefe marino que él apreciaba mas que la vida. Ah! y en efecto ya iba nuestra tumba á recibirnos, ya estábamos asidos para lanzarnos al mar. Nuestros brazos, ó mejor dicho, el mió, daba los últimos golpes, los del almirante eran dados con el brazo izquierdo y como tales débiles, de pura y ociosa defensa; pero Cario acudía con otros bravos en nuestro socorro, socorro inútil el vocerío de nuestra victoria resonó en las compañeras naves y alguna de ellas se trababa al costado de nuestra próxima enemiga. El combate desde este momento fué decisivo en nuestro favor. Recobramos el espacio perdido y en medio de los gritos de entusiasmo, pude acompañar al almirante que perdía mucha sangre y que ya necesitaba el auxilio de nuestros brazos para
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bajar á su cámara. Desde allí continuó él, pasado un leve desvanecimiento, dando sus órdenes para la persecución de las naves fugitivas. El destrozo fué grande, y todas nuestras galeras habían tenido ocasión de empeñarse seriamente; tal ocupación les impidió darnos mas antes un socorro que acaso nos hubiese librado del gran riesgo que corrimos. Pocos dias después llegamos á Chipre, en donde nuevas acciones reprimieron la insurrección que acababa de estallar contra la reina Catalina y el poder de San Marcos. Yo que desde el combate marítimo que acabo de referir, no había vuelto á separarme del almirante, pude presenciar las muestras de afectuoso interés que le tributaba la reina. Llevóle á su palacio, en donde le asistió mas bien con el afecto de hermana, que como pudiera tratarle una princesa simplemente reconocida, bien es verdad que el almirante pagaba su afecto, pues desde entonces jamás ha pronunciado su nombre sin gratitud y entusiasmo. Pero se me hace tarde, señora, para cumplir el encargo del almirante; debo ir cuanto antes al convento donde decís que se encuentra la señorita Perla. Adiós, señora, vuestras palabras, ese dolox por la muerte de vuestro esposo de que hacéis ostentación, el palacio que habitáis y al que no pensáis renunciar, me prueban que el hijo del pueblo hizo bien en decir adiós á sus locas esperanzas; cúmplase mi destino; dijo y salióse dejando á la dama pensativa. Pocos momentos después llegaba el joven marino al convento; una vez allí, fué recibido por algunos enmascarados que sin duda estaban apostados aguardándole Intimáronle la orden de prisión en nomdre del consejo de los Diez; sin posibilidad ele resistencia, dejóse arrestar y siguió á sus aprensores. La bóveda de una prisión le recibió en seguida. Ignorante de todo; pero abandonado á su destino, quedó esperando sin odio y sin temor, indiferente. Una cosa sin duda le causaba pena, la única: su madre.
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III. Noé salvó en el arca un par de animales de cada especie, macho y hembra por supuesto.—(Monografía del zorro y la zorra, de autor anónimo.)
—Mucho hacéis desear vuestras visitas, amigo mió, exclamó Sirena recibiendo á Loredano en un gabinete que ya conoce el lector, dejándose caer muellemente en un elegante sitial, y tomando en seguida una actitud de efecto; y tenéis razón, si prescindís de las exigencias de vuestro buen corazón, porque el trato de la retirada y llorosa viuda debe ofrecer poco atractivo. — L a buena amistad debe hallarlo en todas las situaciones de la vida, replicó el consejero, y vos, en el fuero de vuestra conciencia, habréis sin duda disculpado mi poca asiduidad, ocasionada por mis muchas ocupaciones. —Ciertamente, y en verdad que ahora mas que nunca debéis hacer de la noche dia, si es positivo lo que se refiere respecto del Oriente. Apropósito de vuestro ministerio, tengo una gracia que pediros; sé que no me negareis esta merced, pues siempre bondadoso con la que os dignáis llamar vuestra aliada, sabéis hacer uso de vuestro poder algunas veces para llenar mis molestas exigencias. Habrá cosa de dos dias que ha desaparecido de su casa y de su galera, pues es marinero, un pobre muchacho llamado Paolo á quien favorece, según tengo entendido su almirante Morosini. Su pobre madre, que sin duda conoce cuanto suelo interesarme por los desvalidos que han menester de la que ellos juzgan gran influencia mía, y que solo es un poco de buena voluntad de parte de algún amigo, como vos; acudió ayer á mí, llorosa, la infeliz muger, suplicándome hiciese que su hijo, á quien se supone preso (son sus palabras) por orden del Consejo de los Diez, fuese tratado con alguna consideración. Mi corazón se conmueve siempre ante las lágrimas del desgraciado. Espero, pues, que seréis bastante bueno para oir mi intercesión. ¿De qué servi-
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ría á la gran república la prisión y acaso la muerte de un pobre marinero? Un marinero que, según se refiere, ha logrado hacerse notable por su pericia en el oficio y por su valor en los combates. Es menester pues, ser un tanto justos, señor patricio; es menester que el pueblo vea que se le ama. La indulgencia es á veces un gran medio, sobre todo, cuando se trata de personas que nunca podrían convertirla en arma de ataque. Es un pobre diablo, le soltareis ¿no es verdad? — U n pobre marinero, decís? Ignoro que habrán tenido que hacer los Diez con ese mozo, por quien caritativamente intercedéis; pero un punto sirve de partida para millares de leguas y acaso ese punto prometa mas de lo que se piense, al tratarse de inquirir noticias importantes. Por lo pronto, vos misma estáis haciendo una indicación que justificaría en las actuales circunstancias la conducta de los Diez. Ese joven es protegido por Morosini, acaso su confidente, acaso uno de esos testigos de quienes suele hacerse demasiado poco caso, respecto de ciertas apariencias. Oh! el Consejo sabe que una simple hormiga puede conducirle al granero. —Tenéis razón, pero ¿no podríais decirme qué empeño habrá en encontrar sospechosa la conducta de Honorio Morosini? Sus relaciones, acaso demasiado afectuosas, según se dice, con la reina de Chipre, podrían calificarse de pura diplomacia por parte del almirante y de gratitud por parte de la princesa hacia la república, representada por su bizarro general. Este, no hay que dudarlo, es un gran ciudadano y un gran patriota. Perdonad si ofendo vuestra noble emulación, en vos no brillan menos ambas cualidades; y en tal concepto, decidme, ¿hubieseis procedido de un modo distinto del de Morosini? —Tenéis razón, señora, y altamente agradecido debería estar el almirante á esos hermosos labios tan calorosos en su defensa; pero el Consejo es sabio y cuerdo y tendrá sin duda sus razones; es harto ducho en conocer hasta donde llega el celo del patricio, del servidor, y donde comienza el del hombre; lo primero suele premiarlo, lo segundo ponerlo á raya.
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—Es verdad que Honorio, exclamó la bella Dios sabe con que intención, ha guardado cierto silencio sospechoso, ségun tengo entendido; cosa que no afirmaré porque según veo rae voy deslizando demasiado en pretender averiguar las altas miras de la república y sobre todo, acaso mortifico al digno consejero, precisándole á tratar sobre materias en que no es permitido á sus nobles fines, ser todo lo franco que la lealtad de su carácter le impulsara, para con una amiga que pretende llamarse también discreta. — N o por cierto, señora mia; vos no cometéis indiscreción alguna, al dejaros llevar de vuestro buen corazón en la defensa de Morosini, y por mi parte puedo alimentar la conversación sobre la materia, sin violar secretos que me fuesen encomendados, y sin salir del círculo de noticias que todos saben en el círculo de nuestra aristocracia. Es decir que puedo hablaros de sospechas; sospechas que la pronta venida del almirante Honorio podría desvanecer. Empero, basta ya de conversación tan grave, amiga mia. Busco á vuestro lado un rato de solaz para mi espíritu cansado de los áridos negocios, un poco de frescura y algunas flores para mi alma, amiga mia; basta ya de aridez. — A ello pues, dijo Sirena, tomando el aire jovial que le convenía y adaptándose al nuevo tono de la conversación. —¿Cuándo pensáis aliviar ese luto que entristece á vuestros amigos. Sirena tomó un aspecto compungido. —Ese luto que si bien realza vuestrabelleza, da un aspecto, sombrío á la que debiera ser toda luz y alegría. ¿Cuándo pensáis honrar y embellecer nuestras fiestas? El retiro no conviene á vuestros admiradores, afanosos de ver y celebrar el encanto de vuestras sonrisas. Es menester, señora, que vuelva atener cetro la hermosura y que cesen de aplaudir vuestra ausencia las hermosas de nuestros salones. —Sois harto lisonjero, amigo mió; y por tal os disimulo que para nada contéis con la tristeza que llena mi corazón.
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—Sin embargo es menester que seáis un poquillo mas pródiga de vos misma, os debéis á los demás. Se dice que con motivo de la venida de la reina de Chipre, el Senado piensa celebrar su arribo con una suntuosa fiesta que hará época; ¿privaríais á esa fiesta de su mas placentero ornato? La noticia era tentadora: Sirena era muger. —Cómo! es la primera noticia que tengo de esa fiesta. ¿Tendría Loredano algún interés en que ella asistiese? —Renunciáis á ella? —Ciertamente, murmuró la joven aunque su tono no revelase un firme propósito. —¿Dejareis que la reina de Chipre, tornó á preguntar el patricio, se lleve la palma de la hermosura? Ved que ella, sin temor de arredraros, á pesar de su edad madura, se conserva, según dicen, en el esplendor de su belleza^ Habremos de confesar que el cetro de Chipre al llevarse á Catalina Cornaro, dejó estériles los pensiles de Venecia? Es menester probar, amiga mia, que si los cetros se dan á las hermosas, aun tenemos aquí con que dotar algún nuevo trono. —Lisonjero está el grave decenviro, exclamó la viuda con una gracia que justificaba los asertos de Loreclano;—Casi, casi voy creyendo, si no fuese porque me lisonjea demasiado y voy á perder mi diploma de modesta, que estáis prendado de mí, j a j á já.—Tentada estoy de abandonar el luto para probar si esa reina de Chipre puede ser tan temible á mi sexo como pensáis pero ah! repuso tomando ele pronto su pesadumbre de circunstancias.—Dejadme, señor Loredano, dejadme, que estoy diciendo locuras; estoy profanando mi luto y mi dolor con estas ligeras chanzas. —Chanzas? — S í por cierto; pues ni vos estáis prenelado de mí, aunque sois bastante bueno para mostrarme vuestra delicada amistad, ni debo tomar de otro modo vuestras palabras; galantería propia en un cortés caballero, favor siempre dispensado atocias las damas á quienes se aprecia. — N o os hagáis la niña incrédula, replicó Loredano;
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ofendéis la discreción que nunca os abandona y ofendéis mi perspicacia que la descubre en vos.—¿Quién, al ver nuestra intimidad, dudaría de que gusto de vos? ¿Quién podría negar que tengo complacencias que relajan un tanto la severidad que se me atribuye como hombre de estado? ¿Quién negaría que habéis avivado en mi corazón aquellos jugos de juventud que ya creía agotados para siempre? Habéis hecho de mí lo que se cuenta de aquella hechicera que con sus miradas, su hálito y sus caricias, logró hacer de un anciano (veis que disto mucho de serlo) un mozo lleno de fuerza, de pasión y de ilusiones.—Vuestras miradas! helas ahí sirviéndome de sol vivificante; vuestro hálito! preguntad á mi ser si no siente su influencia.—Vuestras caricias! ah! es lo único que me falta para que desaparezca de mi rostro la marca de algunos lustros, ¿no es verdad que son solo vuestras caricias lo que me falta?—y así diciendo tomaba y acariciaba las manos de Sirena, que á su vez se desviaba suave y lentamente de aquel atractivo lazo. — N o , amigo mío, estáis demasiado amable, rejmso, y no peco de incauta—cuan bromista sois!— En seguida púsose seria, y el decenviro idem.—Esta era la peripecia final de la entrevista.— Loredano.—Se os suplica que asistáis á la fiesta de la reina de Chipre, de todos modos.—Es necesaria en aquel terreno vuestra fina observación. Sirena.—Adiós, amigo mío, no faltaré. Acordaos de mi petición.—Daréis suelta á ese pobre marinero? Loredano contestó con ademan afirmativo. En seguida ella se sonrió con alguna coquetería. El consejero hizo poco mas ó menos lo mismo y salióse por la puerta falsa, ya conocida del lector. Los dos eran igualmente finos en los arrumacos. ¿Tenía la viuda de Gradenigo planes de amor ó enlace respecto de Loredano? Honorio permanecía aun en el fondo de sus cálculos, de su fantasía, pero su favor y predicamento estaban en peligro; Loredano era un señor sumamente apreciable, no estaría mal para constituir una reserva. Con tal que Honorio permaneciese soltero! pero ya no x
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era Perla: era otra nueva figura la que venía á la escena.—Según sospechas, Catalina Cornaro; pero en este asunto no habría que apurarse, puesto que corría de cuenta del Senado y del Consejo el impedir su consumación. Si se recuerdan las palabras de Sirena en la reciente conferencia con Loredano, respecto de Morosini, se verá qué quería hacer saber, y qué averiguar. IV. UN TRIUNVIRATO.
El Tribunal de los Tres, ó sea la Inquisición de Es tado, síntesis del Consejo de los Diez, no tenía lugar ni horas determinadas pai'a sus sesiones, siempre secretas en sus negocios y resultados. Sus decretos se daban en nombre de aquel consejo; su existencia era invisible, impalpable como el espíritu; estaba sin embargo en todas partes como el espacio ó como la materia; su tiempo, era sin tiempo como el infinito. ESCENA TRIUNVIROS ALFA, BETA Y GAMMA.
Los nombres importan poco; son cantidades generales, algebraicas, cuasi siempre incógnitas. Alfa y Beta tienen birretes negros, Gamma rojo, es decir: los dos primeros son de los Diez, el tercero es de la Señoría ó Consejo del Dux. Oculta su rostro la mascarilla indispensable.
Dése el lector por magnetizado: si es sonámbulo, mejor. Supóngase en el período de lucidez; abra los ojos del alma y verá una sala cuidadosamente cerrada, un limbo misterioso; abra los oidos del alma y escuchará. Las tres incógnitas se hallan ante una mesa de negro tapete. Beta parece presidir. Gamma dá cuenta como
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secretario de turno. Cualquiera otro secretario podría hacer revelaciones á los extraños, lo mejor es servirse á sí propio. Comienza la información: Gamma abriendo un libro que con otros estaba guardado dentro de una caja de madera y hierro.— (Leyendo.) "El patricio Lodi, preso por sospechas de haber tenido entrevistas con el embajador francés, en las cuales se le habrán hecho sugestiones de que él no ha dado cuenta como era, su deber, ha sido preso en los pozos. Decreto.—Aplíquesele tortura según casos idénticos y anótense sus revelaciones. (*) —El secretario Ricci, suspenso en sus funciones y preso por indiscreción en punto á negocios de este supremo tribunal, ha confesado en el potro. Decreto.—Al Canal Orfano. —Francisco Vandremino, ingerido por sus artes en el servicio del embajador de Austria, promete comunicaciones de suma importancia, según él, para la república. Pide que en premio de este y otros buenos servicios, se alce el destierro á su hermano Luiggi. Decreto.—Que se examinen y tasen las comunicaciones que promete y arréglese aellas su petición; tráiganse al proceso los antecedentes y causa del desterrado cuyo indulto se pide. —Circe, la bailarina., pide que por haber terminado con feliz éxito el negocio que se le confió hace algunos meses, se ponga en liberta,d á Giuseppe Fanti reputado su amante, preso por causa ordinaria. La comisión áque alude la exponente era la de mermar la escandalosa riqueza del patricio N** temible ya á la república. Decretó.—Examínese el hecho y acordada la petición. —Averiguación sumaria contra N. Cornaro por haber distribuido Clavarias ocasiones con sospechas cuasi evidentes, según informes, de haber obrado con miras ambiciosas, crecidas sumas de trigo á gentes del pueblo. 1
(*) Algunas Je estas sentencias son rigorosamente históricas, otras arregladas á la verosimilitud con presencia de los Estatutos secretos del Tribunal.
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Decreto.—Al consejo de los Diez proponiéndole su destierro. — E l senador Jácomo Zeno, deudo del famoso almirante de este apellido, ha logrado ayer apaciguar, por su personal influencia, la reyerta ocasionada frente á los arsenales entre algunos marineros de la escuadra recienvenida y muchos hombres del pueblo. Decreto.—Al registro de los sospechosos. —Ambrosio Lucca, desterrado por haber murmurado dos veces de las operaciones de este respetable consejo, se ofrece á matar en Milán donde reside, á Antonio Lulio, hilandero distinguido á quien la República ha llamado en vano para cubrirle con sus alas protectoras. Establecido en aquella ciudad, engrandece la industria de la misma con menoscabo de la nuestra, por cuyo adelanto se desvela cada dia nuestro serenísimo senado; la prisión de sus parientes, moradores de esta ciudad, en uso de lo que previenen nuestros reservados y sabios Estatutos, ni las blandas y aun estimulantes amonestaciones que se han dirigido al tal Lulio, han bastado para devolver su habilidad y laboriosas manos á nuestros talleres, liase hecho acreedor a una muerte secreta que impida que otro pueblo goce de los adelantos de nuestra floreciente industria. Ambrosio Lucca se ofrece á egecutarlo en el silencio con tal de que se le vuelva á Veiiecia y se utilicen sus servicios en un puesto conveniente y remunerativo. Decreto.—Como lo pide. La República tiene un especial placer en premiar los hechos de sus buenos servidores. —Rogerio Bembo, pide que se rehaga su fortuna que ha perdido al servicio de nuestra Señoría en las bancas y garitos del barrio de Castello. Pide asimismo que se le dote de modo que pueda continuar sus observaciones en el Broglio (*) —Nina, dá sus informes diarios. — L a venerable Marieta Corsini, comunica el resultado de sus visitas á los sitios de devoción. (*) Parte de loa soportales de la piazetta y Plaia de San Marcos en donde paseaba tarde y noche la aristocracia.
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Beta.—Basta. Alfa.—Con la facultad que me asiste por nuestros Estatutos y por decreto expedido por mí, en nombre del respetable consejo de los Diez, según práctica, he procedido á la prisión de un sospechoso en virtud de la presente denuncia. Muestra un papel que los demás leen y que él deposita en la cartera. Alfa.—Es un marinero de la escuadrilla que ha llegado recientemente; adicto y protegido de Morosini de quien ha sido, según infiero, confidente. He tenido ocasión de examinar al joven; he comprendido en sus palabras, en su exterior, que es uno de esos hombres para quienes el tormento es nulo y que mueren callando, haciéndose un deber del valor y del sufrimiento. He comprendido que la astucia con sus diferentes giros, la dulzura, la amenaza oportuna, en una palabra que provocada su indiscreción por medio de una plática insidiosa, podría hacer mucho mas de lo que conseguirían otros medios; mi entrevista no ha sido infructuosa; en este pliego está consignado lo que he podido colegir y que confirma en mucho los datos, los informes que nos han trasmitido nuestros observadores de Chipre. Propongo al digno tribunal que se haga comparecer al marinero á nueva plática; yo le hablaré, pues he comenzado á intervenir en este negocio y conozco bastante sus antecedentes; vuestras señorías, ocultos en parage conveniente, oirán y anotarán los particulares de mi nueva conferencia. La carta que ha sido aprehendida y que como podrán ver vuestras señorías; (Alfa la muestra y los demás la leen por turno) es una simple epístola amatoria dirigida por Morosini á la joven Perla Fóscari, que nada dice al Estado. La república no tenía medio aparente para oponerse á este matrimonio; pero como quiera que según el espíritu de nuestras sapientísimas instituciones, no entraba en la mente de la señoría favorecer alianzas que harían una sola de dos familias poderosas y crecidas; el Consejo creyó conveniente aprovechar la ocasión del rapto cuyos ejecutores yacen aun en el misterio, patrocinando
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dicha ocasión sin entorpecer la marcha de sucesos favorables á sus miras, y que retardaban dicho matrimonio; manteniéndose en la cspectativa á fin de sacar partido de las circunstancias que, provechosas al intento, pudiese traer el porvenir. Hoy parece que tales circunstancias se aproximan, no ayudando mucho á la proyectada alianza de las dos familias; debemos pues dejar ir los sucesos por sí solos, atendiendo únicamente á la nueva cuestión en que surge complicado el almirante consabido: Catalina Cornaro. —Por lo tanto, importa que el preso, previa la adquisición délas noticias que de él podamos buenamente obtener en el asunto, sea puesto en libertad, permitiéndole llevar la carta, y solo exigiéndole con toda severidad la absoluta reserva sobre su arresto y demás que pueda convenir. Esto no obstará para que -se sigan de continuo sus pasos asentándole en nuestro libro, de modo que, juzgándose completamente dueño de sus acciones y en plena confianza su ánimo respecto de nosotros, se dé á obrar sin cautela; lo que podrá sernos mas útil En esto cayó el telón sin pito ni campana,, y el teatro quedó silencioso Dos (lias después fué puesto Paolo en libertad. El y su madre vinieron á dar gracias como suelen hacerlo y sentirlo los corazones sencillos y honrados, á Sirena á quien juzgaban la libertadora. Las garras del Consejo soltaban pocas veces la presa, así pues, el servicio que la taimada viuda les habia hecho, era eminente, colmaba la medida del beneficio. En la efusión del agradecimiento del mancebo, supo aquella por inducción, que la carta había sido examinada y devuelta; que el portador había sido bien tratado, permitiéndosele visitar el convento; y que por último se le había impuesto, con severidad, toda reserva sobre lo que ella acababa de saber por inferencia, pues la ilustre dama sabía no perder una palabra, ni un solo gesto de la persona á quien examinase y á quien solía agobiar con diabólicas inquisitivas y posiciones-dignas del mas astuto leguleyo. Pero Perla estaba vencida: l Era enemigo débil, 9
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puesto que abandonaba el campo por sí misma: 2 porque entraba en liza una adversaria que de seguro no se negaría al combate.—Sirena comprendió que las circunstancias se habían modificado y que si bien había dado un buen paso con la denuncia de Paolo á fin de que el famoso triunvirato obtuviese todos los datos posibles, puesto que como es fácil inferir, los intereses de ella y los del consejo eran solidarios qn la nueva cuestión de la reina de Chipre; no por eso dejaba de aplaudirse que Paolo, libre, pudiese juzgarle su libertadora, y encadenarse á sus pies por el agradecimiento, como ya lo estaba por el amor aquella alma generosa, utilizando su involuntario espionaje para con Honorio y Perla y sacando partido de su enérgica adhesión en todos conceptos. Respecto de la carta para la joven Fóscari, declararemos: que si bien Sirena no había hallado medio de despojar de ella á Paolo, porque hubiese sido manifestar un interés demasiado activo é inoportuno; habiéndola leido el insigne triunviro, como ella suponía, y siendo este tan su amigo, sabedor de la pasión que sentía por Honorio ¿dejaría aquel de complacer su triste corazón de rival, manifestándole una copia ó lo esencial del contenido, máxime cuando por ser epístola puramente amatoria en nada envolvía negocios del Estado? Para ahorrar escenas, diré que la viuda, sagaz como todos los picaros, tenía la suerte de alcanzar siempre buenos resultados.—El demonio, que es la eficacia personificada les sirve siempre bien. ?
V. L A REINA DE CinruE.
Catalina Cornaro llegó y fué recibida en público como reina, con ios mil agasajos consiguientes, pero en privado podía considerársela como pobre prisionera, víctima del egoísmo del senado. Honorio fué acojido con estrepitosa alegría por el pueblo, con afecto temeroso por el Dux, con amistad por al-
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gunos nobles, con tibieza por los del Consejo; signo de naciente disfavor. Con la escuadra habia llegado de Chipre un terrible huésped que no tardará en darse á conocer. Los salones del palacio Cornaro, alojamiento provisional de la reina, habían sido dispuestos para una gran fiesta. Lucían á millares las luces que, á través de las elegantes vidrieras de los balcones, rielaban en el canal próximo; sobre sus aguas se deslizaba un centenar de góndolas lujosas, cuyos farolillos, en su ir y venir, daban animación y contento á los ojos en las avenidas del palacio. En el interior de este, advei'tíase el lujo y magnificencia en toda su inmoral esplendidez, pudiendo decirse que si la voz de un Jeremías se hubiese alzado, hubiese sido de seguro para lamentar aquel, pernicioso y exorbitante fausto, preludio de la corrupción y de la inevitable ruina. ¿Qué nuevos Huirnos vendrían sobre aquel imperio que corrompido ya en la política, corrompíase también en las costumbres?
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Ensordecían los pasos de la concurrencia alfombras asiáticas, que parecían haber traído consigo la sibarítica indolencia de aquellos países; los primorosos y ricos muebles deslumhraban; donde quiera que no había preciosos tapices y artesones, ocupaban el espacio magníficos frescos y envidiables esculturas. Las flores esparcidas á cestos, formaban un ambiente halagador cual si mayo las hubiese derramado en aromosa lluvia; jarrones, espejos, metales lucientes, cómodos divanes, todo realzaba en conjunto una mansión que la ingeniosa arquitectura copió en suntuoso y esquisito mármol. El grato y brillante son de una orquesta oculta, daba con el misterio mayor encanto á sus ecos, conmoviendo dulcemente las fibras de los oyentes y haciendo reflejar en los rostros la mas radiante alegría. Por donde quiera, veíanse hileras de hermosas, grupos de galanes y caballeros. Lucían algunas de ellas sus ojos, esos diamantes á que presta reflejos la luz del corazón; sus labios de donde parte en forma de palabra esa lluvia afectuosa del alma que es generalmente el primer hechizo de la mu-
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jer; sus talles esbeltos y mágicamente cincelados que son otros tantos lazos encantadores para los incautos! Allí estaba Perla, la bella mariposa que, tras su reclusión de crisálida, daba al sol'de fiesta sus hermosas galas; encanto por qué había suspirado en vano hacía algún tiempo el risueño pensil de la juventud veneciana. Allí estaba, sí, pensativa como la frente del poeta, pálida y melancólica como el tierno lirio. Tenía el corazón poco menos que trastoi'nado dentro de sí misma, dudaba, presentía dolorosamente. Allí estaba también la heroína de la fiesta la aun hermosa Catalina Cornaro, aquella muger, c u y o simple retrato había hecho de un obispo un seglar, de un apacible príncipe un vasallo ambicioso y un rey triunfante. Frisaba y a con la edad de matrona; el himeneo, la viudez, la maternidad, los cuidados del trono y las zozobras de la política, que había logrado hacer de ella un juguete de su ambiciosa patria, no habían podido deslustrar su belleza florida aun, ni el esplendor de sus atractivos. Era el lucero de la tarde en todo su gratísimo brillar. Sus facciones eran delicadas, armoniosas, expresivas. Su mirada revelaba la dulce vaguedad indefinibTe del pensamiento. Sus ojos negros, como el verdadero tipo greco-latino, tenían el óvalo y grandor de los de las andaluzas, de esas odaliscas de Occidente, monumento vivo, tradición de los serrallos árabes; ojos que disculpan el afeminamiento de los hijos de Tarik, que sugirieron sin duda á Mahoma la concepción de las huríes. Sus ojos, repito, negros como el azabache, sin dejar de tener la fiereza de tales, contaban como p a ra, dulcificar su mirada, la humedad vaporosa, el a s o m o de una lágrima de ternura que parecía ir á escaparse y que las negras, largas y abundosas pestañas, á manera de redes cariñosas, se apresuraban á querer recojer. Dos hermosas cejas, á guisa de arcos triunfales de aquella mirada altiva y afectuosa al mismo tiempo, coronaban sus ojos, dando á su espaciosa frente un aspecto parecido al de la meditación tranquila y magestuosa, y realzando sus facciones que la mejilla levísimamente sonrosada por momentos, de una palidez mate en lo general, contribuía á hacer mas interesantes. Su sonrisa poseía 57
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toda la graciosa magestad que prestan unos labios bien trazados, cuando tienen por costumbre verter palabras de suave imperio y de generoso perdón. Sin embargo, solía torcer la lealtad de aquella sonrisa la necesidad del forzado disimule ó el desden de un penoso sarcasmo; pudiendo decirse que, en aquel rostro y sobre todo en aquellos labios, estaba marcada por momentos la amarga queja ó la forzosa resignación de la víctima que, la política de su patria había coronado, para inmolarla en sus fatales aras. Nunca pudo traerse con mas motivo que entonces á la memoria aquel verso que el inmortal Quintana puso en boca de la desdichada Isabel de Valois. Ay! infeliz de la que nace hermosa! En cuanto á las formas de Catalina, (nombre romanesco de reina y de heroina) podía decirse que, sin dejar de ser esbeltas y elegantes, comenzaban a tener ya un tanto de la redonda morbidez que toman las hermosas cuando entran en el dorado estío de su beldad; con todo, había aun algo de virgen en aquel gracioso talle y airoso continente y en aquellos púdicos traheres; y si el andar magestuoso y la noble presencia pueden llevar propiamente un manto y una corona, Catalina Cornaro, que á su belleza debía el trono ele Chipre, estaba mas que otra alguna llamada á justificar esta elección. Discreta á par que hermosa, derramaba en torno suyo el dulce atractivo de la grata conversación. Por lo que hace al grupo varonil, figuraban los nombres que constituían la historia Véneta. Los Barbarigos, á cuya familia pertenecía el Dux reinante, los Vendramino, los Malipiero, los Coutarini, los Monegario, los Thiepolo, los Urseolo, los Candiano, los Participatio, los Steno, los Justiniani, los Dándolo ilustrados mas que otros algunos por el octogenario conquistador de Constantinopla, los Soranzo, Grimani, Memmo, Donato, Manini, Celsi, y tantos otros acabados en ego, en ato, en ero y en simple i que ostentando la toga de senadores, la estola de Consejeros, ó las insignias ele Procuradores de San Marcos, formaban el rico y poderoso plantel de
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la clase tribunicia. Entre ellos contábase Honorio Morosini, cubierto de lauros guerreros, lleno de ambiciosas inquietudes, de sombrías desazones; hallábase junto á Perla, á quien había traído la ventura de su presencia, pero no la paz del corazón que desde su rapto había huido de él quizás para siempre. En cuanto á Honorio, comenzaba á entrar en el período de su decadencia, no para con el pueblo, justo apreciador de sus servicios patrios, sino para el poder misterioso que miraba con recelo y envidia aquella gloria que se tornaba amenazante; bien sabía él leer en la conducta que con él se tenía, esta desconfianza, y persuadido de que cada nuevo servicio sería una nueva firma puesta al pié de su futura sentencia, pagaba con iguales sentimientos aquella soberana injusticia, vacilando entre su ambición y el temor de la desgracia; resuelto quizás á aprovecharse de la primera coyuntura suficiente á libertarle de los temibles azares. (*) El proceso y prisión de Cario ^eno, el héroe del mar, poético guerrero, defensor glorioso de la república, caído miserablemente, degradado en sus honores y preso por dos años por la malevolencia del senado, presentábase á su memoria. Este estado de cosas había influido un tanto en los amoríos del almirante con Perla de quien no obstante se mostraba aquel apasionado, si bien el observador inteligente hubiera comprendido que en el corazón de Honorio comenzaba á juguetear el demonio de la inconstancia. Llena la joven de temores, pues no habían sido in(*) Para dar una idea de la cautelosa desconfianza del gobierno do la antigua Venecia y de su ingrata política para con sus gobernados, sobre todo si estos eran ciudadanos esclarecidos, creo oportuno copiar un pasage di; la nunca bien alabada historia de Daru, tomo 2? capítulo 3? página 321.—París 182C. "Habíanse hallado entre los papeles del señor de Pádua señales de un pago de 400 ducados de oro, hecho por este príncipe á Cario Zeuo. El carácter de Zeno, quien era ciertamente entonces el mas grande hombre de su nación, debía desvanecer toda sospecha de soborno. La suma de que se trataba no había podido ser en ninguu tiempo de importancia alguna para un patricio enlazado con las mas ilustres familias y en posesión de los primeros puestos del Estado, veinte y cinco años había; pero un gobierno tenebroso cuenta entre sus máximas la de abatir cuidadosamente el orgullo 6 gloria de los subditos que se elevan por sus brillantes servicios. Habíase ya hecho conocer A Zeno que no era bastante mediano para ser Dux. Quería atacarse su consideración personal, y advertir á sus admiradores del peligro que corrían en declararse sus partidarios."
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fructuosas las pérfidas insinuaciones de Sirena, confirmábase en sus dudas respecto de la constancia de su prometido, con el fino tacto que distingue en general á las mugeres, sobre todo cuando aman y tienen un si no es tendencia á los celos. Estas cosas hubieran hecho que otra muger, se precipitase á consagrar la exclusiva posesión, á robustecer sus derechos por medio de la legalidad, contando con que los atractivos de su trato, durante la primavera del matrimonio, fuesen bastantes á hacer olvidar al veleidoso un afecto naciente hacia otra; pero ella, inexperta y candidamente enamorada, solo veía en su situación la triste perspectiva de un corazón que podía alejarse de ella en alas del olvido. El ángel de sus sueños iba á posarse quizás sobre la frente de otra muger, y entonces ay! de sus dulces visiones! La apacible fé era condición indispensable de su existencia, y á falta de esto, el árbol de sus sentimientos perdía sus hojas y su lozanía. Ella era de las que podían exclamar como la hija de Verona: "Nodriza; quién es aquel? Vé á saber su nombre; si pertenece á otra, mi tálamo nupcial será la tumba." Habíase mostrado dulce y tierna con Honorio, sus gratas conferencias habían sido por su parte desconfiadas y silenciosas; sus amorosos suspiros, esos votos del alma, habían sido ahogados en su garganta faltos de ese aire de confianza que les presta alas para salir de sus prisiones; sus quejas ó reconvenciones habían muerto en sus labios sin producir en ellos otra expresión que el cuasi imperceptible movimiento que la tenue brisa produce en la apacible superficie de un lago; sus caricias habían quedado en el tímido i atento, y su mirada habíase velado mas de una vez con una lágrima que el mas tenaz empeño no podía recojer ni mucho menos ocultar. Por pura complacencia para con su Honorio había consentido en abandonar, llegado este, la soledad del claustro, puesto que temía ya un enlace que no podría curar sus zozobras ni hacer su felicidad. Esta tibieza ó lentitud con que Perla parecía caminar hacia el ara, no disgustaba al inquieto Morosini, quien lleno de incertidumbre por los motivos que se han apuntado, no sabía descifrar cuales fuesen sus deseos en aquella épo-
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ca crítica y azarosa para su corazón. Sentado estaba junto ala joven, distraído aunque tratase de disimularlo; esta, sumida en su doloroso arrobamiento, no daba vida á una conversación que Honorio tenía que sustentar por sí solo, y aun había ella creído sorprender alguna mirada furtiva ele aquel ¿hacia quién? Hacia la heroína, cuyo ojos, aunque con cierta reserva habían correspondido. ¿Cierta reserva? Tanto peor; ¿Si iría teniendo razón el cauteloso Senado? A su entrada, habia saludado Perla á la reina de Chipre, quien la había correspondido con cortesía y hasta con interés, si bien no faltó algún copo de nieve en aquel saludo por parte de ambas: el instinto de los enamorados es maravilloso. La reina de Chipre estaba sentada en una especie de solio á la derecha del destinado al Dux: pero ora fuese para distinguir aquel solio de este, cuyos ornamentos eran atributos guerreros, marinos y otras alegorías representativas del poder y grandeza de la república, ora fuese por galantería para con la reina, ora para denotar que ya de ambos cetros solo podía esperar la posesión del primero, es decir, el de la hermosura; estaba ornado su solio con dos grupos de preciosa escultura en que se representaban tres diosas en graciosas actitudes, una de las cuales tenia suspendida una guirnalda que parecía destinada á caer sobre las sienes de Catalina. La heroína del sarao dirigió su vista hacia una de las entradas de aquel salón, imitáronla las damas y los galanes de la concurrencia: todo revelaba la aparición de algún rival temible á las primeras, una muger adorable á los últimos, Sirena. Ataviábase la viuda de Gradenigo con un semi-luto elegante y primoroso á que daba nuevo realce la apariencia de pesar que se pintaba en su rostro y ademanes. Nc había podido soportar su deseo, dijo saludando á Catalina, le concurrir á conocer y celebrar á la justamente afamada reina de Chipre, y á darla el parabién por su vuelta á su afectuosa patria: tomando parte en aquella fiesta, ¡ay! apesar del duelo que aun mantenía abiertas k s heridas de su corazón.
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Tomó asiento, pues, no lejos de Catalina y entre los que vinieron á saludar á Sirena distinguíanse Ruggiero, Loredano y Honorio. Ya en otra ocasión hice yo al comparar á Sirena con Perla la observación de que esta representaba la candidez, y aquella la seducción de la belleza; pues bien, la magestad de la hermosura, era el papel reservado á Catalina Cornáro en esta trilojia femenil.—Y como quiera que la naturaleza tiene sus armonías, Perla, capaz de hacer del afecto una religion, parecía formada para el alma elevada de un Ruggiero; Catalina, por lo brillante de su hermosura, por la altivez entusiasta de su carácter, para un Honorio, y Sirena, por lo seductor de sus gracias y por lo amañoso de su carácter, á un Loredano, pero solo estos dos parecían entenderse, puesto que los dos primeros galanes habían trocado sus papeles.—Sin embargo, como la naturaleza tiende á la expresada armonía, acaso estaban para comprenderse. Ruggiero, en cuyo semblante estaba pintado el mas acerbo pesar, la ironía mas amarga, acercóse á Sirena quien le saludó ceremoniosa y con mentida apariencia ele afecto. ¿Qué habría pasado entre los dos? Dias había que Sirena, acaso porque ya hubiese pensado' en abandonar su reclusivo duelo al primer pretesto que se le presentase, y que por consiguiente cambiando de planes ó caprichos, estorbase á estos el galanteo del artista, había dado en mostrarle frió desamor.—El pintor á quien el fuego de la esperanza había apasionado completamente, empeñado en ver un ángel en el ídolo de barro, recibió con un pesar próximo á la desesperación, este cambio que segaba sus dulces ilusiones.—Estaba pesaroso, resentido de que aquel engaño le hubiese hecho mísera víctima, convirtiendo cuasi en odio aquel inmenso amor; por lo cual meditaba, acariciaba en su febril mente, planes de desesperada resolución. "Qué dolor tan inmenso es olvidar" ha dicho un desgraciado poeta.—Así pues al ver á la que causaba sus dolientes agonías y sus tétricas vigilias, el hombre sentía en su corazón una completa y dolorosa enfermedad. Algún plan traía él aque-
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lia noche á la fiesta á que era invitado porque su genio y aun su familia distinguida, aunque no opulenta, le habían abierto las puertas. Al acercarse Sirena, esta advirtió en el rostro del artista la expresión de las furias, y fiel á su sistema, trató de aplacar la tormenta con alguna de sus palabras halagadoras; pero el pintor no estaba ya para bromas, creía haber tolerado' bastante aquella burla tormentosa, y ya exigía algo mas que un acento ó una apariencia cariñosa. En otra ocasión la viuda de Gradenigo no hubiese vacilado en poner de su parte todo lo posible para satisfacerle, pero esta noche podía estorbarle, podía ser importuno á sus miras aquel afectuoso y constante rendimiento; y en tal concepto no pasó de lo ya dicho.—Estaba allí Honorio de quien no había ella desistido, y si bien habría menester quizás de algún galanteo para no estar desairada, este debía ser algo mas productivo que el del pintor. El de este halagaba su vanidad en ciertas ocasiones, porque la ovación del genio es un culto sublime, y habíala servido de distracción en los días de su retiro; pero el pintor no sería bastanteá despertarla envidia de una reina ni tampoco á aguijonear la vanidad de un Honorio, bastante moroso ciertamente en la vía de rendirle un tributo tan deseado. Y en verdad que era harto desgraciada en sus planes respecto de este, puesto que siempre le había hallado á los pies de otra. Los antecedentes que ya poseía, su fina observación y la melancolía de Perla, acabaron de persuadirla de 'que ya no era esta su mas temible adversaria.—Tenía pues necesidad de un galanteo mas propio á las circunstancias.—Si allí- estaba Loredano, el noble patricio ¿para qué había menester del pobre artista á quien la espansion de sus pasiones agitadas acababa de hacer perder la serenidad'que le hubiese hecho conducirse como hombre de mundo, asegurando entonces mejor su planta en aquel pantano de vanidades é injusticias? Si bien es cierto que Loredano no se avendría en manera alguna á desprestigiar el grave papel de hombre de Estado que se había impuesto, prestándose á devaneos impropios; podía muy bien, ya que aquella era una fiesta oficial ó mejor dicho senatorial, y que se
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trataba de una mujer como la viuda de Gradenigo, grave también y discreta cual ninguna, abandonarse por momentos y sin salir de su matemática seriedad á una escepcion justificable. El pintor, que comprendiólo que ocurría, retiróse á otro extremo de la sala, para ocultar la emoción que podría haberle ridiculizado ante un mundo en que son delitos la sinceridad y el sentimiento. Una vez allí, Honorio que buscaba material para entretener su conversación con la displicente Perla, llegóse á él y tomándole del brazo fué á presentarle á su prometida, poco mas ó menos en esta forma: — H é aquí, hermosa Perla, la gloria de nuestra patria, el rey de los pinceles, como vos sois la reina de la hermosura. El pintor inclinó la frente en señal de modesta cortesía. La joven contestó con una sonrisa afectuosa al par que forzada.—Los ojos del artista se alzaron, vieron los suyos, perdiéronse en la grata y melancólica expresión de aquella pupila de puro azul como el insondable cielo, y creyó entrever en ella la gloria de un paraíso misteriosamente velado; leyó allí un alma, un suspiro por la eternidad; su mente hizo rápida comparación y comprendió que el corazón comete errores graves; pero no había remedio, y el corazón aunque extraviado, se resiste á entrar en el buen camino: Sirena era, á su pesar, su inexplicable pasión, su inesplicable fatalidad. — Y por cierto que esta noche piensa sorprendernos el pintor, según se cuenta, con una hermosa obra, tornó á decir el almirante. —Cómo', esta noche decís? repuso Perla, poco ganosa de hablar. — S í , aquí en el sarao; es una obra que ha regalado hoy mismo á la reina con la condición de que no habrá de-exhibirse hasta una hora convenida. —Buena sorpresa será ella, exclamó tomando parte en la conversación aquel famoso interlocutor de Buggieró en la noche del rapto de Perla, el compañero de correrías del difunto Cosme Gradenigo.—El pintor, que sin
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duda la ha hecho figurar en su cuadro, nos dará con esto, alguna novedad: la de su rendimiento por ella. Pero eso es ser sobrado variable, amigo Ruggiero, porque al fin nadie me negará que vos estabais enamorado de otra no ha mucho tiempo; pero no, hoy está en moda Catalina.—A propósito, oid.—Al entrar aquí esta noche tuve un encuentro que heló mi sangre; oh! si sigue así es cosa de entrar un poquito en cuidado.—Al venir, pues, esta noche pasaron por junto á mí.; á dos cadáveres dos infelices, víctimas, se dice, déla peste que hace algunos dias ha comenzado á pasearse por la ciudad haciendo su colecta entre la gente desvalida Ahí tenéis un buen asunto para un cuadro ¿Sabéis como han dado en llamar á esa enfermedad que si sigue cundiendo no me hará maldita la gracia? La reina de Chipre; dicen que su gente la ha traído, de Levante. —Iba á contestar Honorio sorprendido y colérico, pero comprendió que haría un escandaloso papel, y contentóse con dejar pasar el golpe, no viéndose otra señal de su cólera, que una sonrisa que comprimió su labio inferior contra los dientes cuasi hasta hacerse sangre. En efecto, con la llegada de la escuadra coincidía el desarrollo de un mal contajioso sin duda, puesto que las naves estaban cundidas. Los atacados morían á las pocas horas de la invasión, y si algunos se salvaban después de algunos dias de horribles padecimientos, estaban-expuestos á quedar horrorosos, mas desfigurados que los atacados de la aciaga viruela.—Y no dejaba de guardar analogía con esta, aquella lepra repentina que corrompía en horas la sangre convirtiendo la piel en una llaga.—Así pues, aun cuando todavía no había comenzado á hacer notables estragos, no dejaban de ir produciendo una sorda alarma los casos que se advertían. Había sido la ciudad azotada en otras ocasiones por epidemias del Oriente parecidas á esta; así á la primera noticia, Las madres desde entonces sus hijos á su seno con susto de perderlos estrecharon, 58
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y desde entonces la doncella hermosa tembló de que estragase este veneno su tez de nieve y su color de rosa. (*) Por lo que hace á la fiesta, no dejaban de producir eco en ella, aunque por lo bajo, algunas noticias que llegaban del resto de la ciudad, sobre crecimiento ele la peste; disimulábase el terror que tales nuevas causaban, procurando los jóvenes aturdirse y aun chancear sobre el caso, con esa imprevisión y arrogancia vanidosa de su edad; y por lo que hace á los padres de familia, todo su conato era el de tranquilizar á los suyos ocultándoles, lo mejor posible, las nuevas que llegaban de aquel accidente. Resonó la música, comenzó el baile. La disposición de las figuras, el aire maestoso y brillante de la música, y la£ personas que tomaban parte en aquella danza, mostraban la seria etiqueta que debía presidir en la reunión. Perla, forzada á bailar con Honorio, ah! lo que hacía su delicia inocente en otro tiempo, tenía que figurar con Catalina que bailaba con uno de los Diez; el Dux no había asistido por su estado achacoso ó acaso por gozar algunos instantes de la libertad, en la soledad ó el olvido. —Loredano por especial concesión, y sin egemplar, bailó con Sirena.—Ruggiero observaba ó vagaba de uno á otro lado, víctima de una afección parecida al vértigo. La pobre Perla equivocó varias veces la figura del baile; Catalina danzaba con magestad y graciosa ceremonia;—pero la viuda de Gradenigo, que aparentaba bailar como con disgusto y por pura complacencia, llevaba tras sí las miradas del concurso, haciendo vacilar la admiración entre las tres damas.—Sirena debía ceñirse el lauro, porque la gracia era su imán ,y en las fiestas del mundo, en donde el corazón duerme y lo exterior manda, el cetro es de las Sirenas.—A pesar de esto, Perla no dejaba tampoco de interesar á muchos, de los concurrentes. Ella era para la parte estética de la reunión, un hermoso trozo de Carrara que el supremo escultor había animado (*)
Perífrasis de unos versos del gran Quintana.
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con la expresión del candoroso afecto, alma artística de la muger.—Honorio no estaba arrepentido de haberla llamado su ángel, ángel de la belleza, tal era el nombre que la correspondía; y aun pudiera decirse que una fiesta del mundo no era su lugar, porque en la tierra ¿quién podía disputar á Sirena la palma de las gracias?—Bien mostró Morosini su admiración hacia esta, aquella noche con sus expresivos ojos y rendido acatamiento.—Su felicitación á la dama dejó oirse en obsequiosas razones cuando al pasar por junto á ella figurando en el baile, dirigióla palabras que la seductora viuda no había oído jamás en sus labios. Perla observó esto, pero la señora Gradenigo no la había inspirado nunca desconfianza la creía tan su buena amiga; la creía una dama tan incapaz de pretensiones al indebido galanteo! Acaso contribuyese á esta confianza el no haber visto de parte de Honorio hacia ella otras muestras quedas de la mas fina y desinteresada galantería. Respecto de la Cornaro, era otra cosa. Las voces que circulaban, la tardanza de aquel en Chipre y sobre todo algunas exterioridades, llevaban la celosa imaginación de la joven hacia su nueva competidora.-Cierto es que Catalina tenía un alma escelente y bastante sincera á pesar de la educación mugeril y de la cautelosa posición que la había obligado á tomar la política de su patria; y cierto es también que era una niña incauta en materia de disimulo al lado de Sirena.—Conforme está organizada la sociedad, la muger que mas disimula es la mejor. Terminóse la danza, y Honorio dejando á Perla en su puesto^ detúvose algunos instantes cerca de Sirena, á quien felicitaba por sus invariables atractivos, con un calor tal, que bien podía descubirse la intensidad de este en el semblante de la Reina de Chipre con cuyos ojos, un si no es iracundos, encontráronse mas de una vez los de Honorio, quien comprendiendo lo que pasaba, hubo de cesar en su indiscreta cortesanía para con Sirena. Esta, que vio arruinado el dominio que, con gran placer de su alma, creía ya reinante en Honorio, lanzó á Catalina Cornaro una de aquellas miradas de tempestad que en ella eran indicios de un sueño de venganza.
-460 Honorio no podía ser insensible á las gracias de Sirena; empero la reina de Chipre había logrado interesarle, ocupando, ya que no su corazón, su fantasía. Era hermosa y reina, y esta unión de dos coronas, ejercía un doble imperio en su ánimo, inclinado á todo lo brillante y deslumbrador. •' Acercóse pues á Catalina, y pretendiendo ocultar, tras la apariencia de un simple saludo, la misteriosa afición que los unía, cruzaron con reserva estas palabras. Honorio.—Necesito hablaros. La Reina.—Nos observan. Honorio.—Cansado estoy de tanta reserva; debo poner un término á ese espionaje miserable. Vos estáis oprimida, yo también; ah! cuando pudiéramos ser libres y dichosos! Vos tenéis una lejítima corona, yo un brazo para haceros reina; entrambos tenemos un corazón que ama.. La Reina.—(Con ironía) ¿Os cansa el disimulo? Tanto peor. Disimulad respecto de mí; así podréis prestar mejor vuestros homenages á las Sirenas del Adriático. Cuidado con su canto melodioso que, dicen, arrastra á los escollos al incauto navegante. Me habéis dicho que amabais ó mejor, que ibais á desposaros con esa interesante Perla. ¡Pobrecilla! Honorio.—Pobrecilla! por qué, señora? La Reina.—Por qué? no la veis? Su visible palidez revela sus desconfiados celos, y vos, es preciso confesar que á ley del mas constante de los amadores, haríais su felicidad. Honorio.—No os burléis, Catalina. ¿Acaso pensáis que la galantería sea una falta? Ya os he dicho que Perla ha sido mi encanto. • La Reina.—Ha sido? Honorio.—(Vacilante) Y lo es, pero es un encanto que su carácter escesivamente tímido y desconfiado trueca en encanto triste para el amado de su alma. ¿Es extraño que quiera distraer esta tristeza? La Reina.—Parece que han vuelto á reanimaros las ilusiones que os inspiraba la hija de los Fóscari; en Chipre decíais otra cosa; ya se vé, aquellos voluptuosos ai-
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res adormecen de tal modo la memoria! Qué voluble sois! dijo cuasi con ira y con desden la hermosa. Honorio.—Voluble, señora? necesito esplicaciones, pero nos observan. La Reina.—-Bien está, me alegro; así terminará este diálogo que puede valer en cuanto á verdad, lo mismo que cualquiera de los que tan artificiosamente urdíais en Chipre. Honorio.—Señora, no os he engañado nunca. Os he dicho que amaba á Perla y que los hechizos de su alma pura no podrían serme nunca indiferentes; que estaba dispuesto á cumplir mi palabra respecto de mi proyectado enlace con ella,; pero después os he conocido, hermosa Catalina, y he imaginado que vos cuadrabais mas á mi carácter; que vos erais la simpatía de mi alma y de mi ser. Perla puede hacer la felicidad de un esposo tierno y apacible, pero amante del hogar, de la dulce paz de la familia; vos sois la muger de fuego que inspira el heroísmo, que enciende en el alma el amor y el entusiasmo de la gloria. Vos sois la Porcia de los romanos, sois del temple de aquella muger que libertó á Betulia. ¿Por qué culparme de inconstancia si cuando Y\ y amé á Perla no había conocido aun á la hermosa reina de Chipre? La Reina.—A veces quiero creer en vuestras lisonjeras palabras; no puedo olvidar que os debo la vida, que fuisteis mi bravo defensor contra mis rebeldes subditos. Habían dicho entrambos aquella última parte del diálogo con un calor mal reprimido, que debía llamar precisamente la atención de los que los observaban. —Mirad, exclamó Catalina, y sus ojos indicaron á Perla que pálida como la muerte parecía próxima á desmayarse. Honorio corrió hacia ella. Ni él ni Catalina habían observado otros ojos que pretendían disimular el despecho al través de una sonrisa de coquetería: eran los de Sirena. Loredano que se hallaba entonces junto á ella, había cruzado con la misma palabras misteriosas: referíanse á la conversación del almirante con Catalina.
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Perla recibió á Honorio, con una sonrisa elocuente de dolor, de resignación. VI. LA
VENGANZA
DE
UN
PINTOR.
En esto llegó la hora de la cena, abriéronse las puertas del expléndido ambigú. Invadió su salón espacioso, mucha parte de la concurrencia. La reina de Chipre daba el brazo á un venerable patricio. Perla el suyo á Honorio. La viuda de Gradenigo á Loredano. Seguíanlos en igual forma otras damas y donceles. Servíanse con esmero las esquisitas viandas, los agradables dulces y refrescos. De pronto corrióse un velo que cubría un testero del salón y mostróse el cuadro de Ruggiero. Representaba el paraíso con todo.su explendor, el purgatorio con todas sus penas, y por último, en el extremo inferior, el infierno con todos sus tormentos. (*) Era este cuadro una bien trazada alegoría. Veíase en lo que representaba el Paraíso cristiano, á los pies de la Divina Trinidad á una matrona (Venecia) en actitud de recibir de Honorio Morosini la corona del triunfo. Esta matrona guardaba en su fisonomía y formas un parecido notable con Catalina Cornaro; junto á esta, había un ángel presentando á Venecia la espada de fuego, su rostro era el de Perla. En el purgatorio veíase la fisonomía del pintor en ademan del mas duro sufrimiento; pero lo que contenía una verdad fulgurante, en que parecía haber campeado vigorosa la inspiración del artista, era el infierno en el cual se representaba con talante rencoroso y confundido al ángel de la discordia. Este ángel era Sirena, estaba tan expresiva esta figura que parecía salirse del cuadro, para venir al mundo á comenzar su tarea de maldición. (*) Así existe hoy en el palacio dogal de Venecia, si mal no recuerdo, un cuadro de Parma el joven, en que este ha puesto á su dama, según dicen, en los tres lugares teológicos.
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Imposible sería describir la expresión del rostro de Sirena al advertir su imagen en aquel cuadro en que representaba tan triste papel junto á sus rivales. El veneno de la sierpe que hubiese inyectado sus ojos, y contraído sus facciones, no hubiese podido darle mas singular expresión., Volvió los ojos á Perla; esta también sufría aunque por otro estilo y en otra forma: era el sufrimiento de la pobre tórtola herida y solitaria; pero el semblante de Catalina revelaba la sorpresa agradable del triunfo, oh! en aquel momento estaba á la altura que la hacían representar en el cuadro, era digna de aquel paraíso. Tanto peor para la injuriada viuda de Gradenigo. El pintor dejó ver su semblante desde un ángulo del salón también; estaba entre gozoso y desesperado; al ver el rostro de Sirena tuvo miedo. Comenzaba á decirle su conciencia que acaso había ido mas allá de lo que debía; sintióse doloroso, confuso, cuasi loco. Huyó de aquel salón en que su alma se abrasaba: por lo que hace á Sirena, poco faltó para que muriese de ira, tanto mas dolorosa cuanto que pretendía ocultarla, y hasta dominarla, mostrando impasibilidad, ironía, oh! su papel de resignada hipócrita la hubiese salvado, pero su sangre y nervios estaban rebeldes; ¿cómo poder ser entonces lo que pretendía? Los cuchicheos, las sonrisas, los epigramas propios en una reunión en que impera la malicia, coronaban aquella obra magnífica de un pincel despechado y de una mente enferma; Sirena por la primera vez de su vida se vio vencida por la impotencia. Tenía á su lado á su hombre de mármol, Loredano, que lejos de darla consuelos, acaso se gozaba en una humillación que tal vez podría convenir á sus miras; conocía que Sirena tenía demasiado orgullo y que necesitaba un poco de mella para que su condición se hiciese un tanto mas blanda. Oh! en aquel momento Sirena hubiese querido hallarse en el desierto; hubiese querido que su sangre, que su transpiración fuese un activo veneno para emponzoñar con su hálito á todos los que la rodeaban. Terrible expiación! Nunca había sufrido así. El pintor había adivinado por instinto el papel que debía asignarla; ella había sido el ángel de la discordia, su lugar
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era el infierno, allí estaba ella en aquel momento en cuerpo y alma, sufría, como el condenado, los tormentos que había hecho padecer, solo que sufría una eternidad en un instante. —Disimulo, calma, díjole Loredano al oído. El ridículo será mayor si no le hacéis frente. • Los cuchicheos, epigramas y miradas burlescas continuaban aun; todo ello pretendiendo cubrirse con el velo del buen tono ¡qué placer paralas damas hasta entonces humilladas por una advenediza! Aquel accidente era digna pena de su soberbia y altivas pretensiones; ella,una villana enaltecida, ¿hasta cuando debíaabusar déla paciencia? Sirena sentía ahogarse, abrasarse en el fuego de su amor propio.—Estrechó el brazo del consejero con un movimiento parecido al de la convulsión; su semblanblante, cambiando de rojo á pálido, y la llama de sus ojos, la vendían en su propósito de disimulo. — V o y á morir, dijo á su galán con voz ahogada, si no me sacáis de aquí. Llevóla consigo este, salieron del palacio en donde la galantería y el placer siguieron reinando. Los pasos de la dama eran vacilantes; había sido herida en su única ¡Dasion: la soberbia. A l llegar al peristilo que daba á la laguna, el aire de la noche refrescó un tanto las sienes de la ofendida dama. Entonces con la voz y sonrisa que debió tener .Luzbel al maldecir el sol, exclamó dirigiéndose á su acompañante. —Terrible es la venganza, pero dulce, ¿no es verdad? —Ah!—exclamó Loredano, cuasi espantado aLad^ertir aquel extraño gesto. — V o s decíais, que gustabais de mí, ó al menos pretendíais que yo lo creyese, no es cierto? pues bien, reí cordad que esta noche la oveja se ha vuelto tigre y etigre necesita pero ah! soy una pobre muger, añadió con furor reconcentrado y que, según su costumbre, pretendía disimular aunque en vano. —Calmaos, amiga mia; repuso el consejero que difícilmente perdía los estribos. —Bien, ya lo estoy, contestó; ya soy la misma mu-
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ger de siempre.—Si vale algo este corazón y queréis que sea vuestro, acordaos de que la muger ha sido ultrajada y que ella puede tener tanto amor para vos, como odio para los que la han ofendido. Y al decir esto, acercó su rostro al de Loredano lo bastante para que este se sintiese anegado en aquel ambiente seductor. El estudiado patricio sintió derretirse su calma, y oprimiendo aquella mano que le brindaban, prometió sin saber qué prometía. — A casa! dijo la dama á sus criados, impidiendo que Loredano la acompañase y ocultándose bajo el felze de su góndola. Esta partió rápidamente; sus conductores, harto diestros, habían comprendido que la dama no estaba para lentitudes. —Silencioso quedó el patricio.—A poco murmuró: —Quiere vengarse y me necesita para ello; nos vengaremos; pero mas calma! ¿A qué dejarme arrebatar por una muger? Reflexionemos.—Ella quiere vengarse del pintor; este no vale la pena, aunque bien pudiera enviársele á pintar al Orfano; pero nó, las mugeres prefieren siempre vengarse en las mugeres. Honorio puede ser la prenda del combate.—Ella dice que le ama, y yo creo que se conformaría, en último caso, con que no fuese de ninguna otra.—Será mío entonces, señora Sirena; estamos de acuerdo completamente.—Su animada plática que todos han visto esta noche con la de Chipre, y esa misma alegoría, sin perjuicio de lo demás que ocurra, son cosas que pueden ya ir vistiendo el expediente.—Muy bien! creo, señora Sirena, que estaremos de acuerdo. En seguida el decenviro tomó el talante grave y la mirada inquisidora y fría que le eran habituales y entró en el palacio. Deseoso de evitar las preguntas que los del sarao pudieran hacerle sobre la dama, con quien le habían visto salir, y de cuyo ridículo temía que le cupiese parte, fueai círculo ele sus colegas, del cual había desertado por escepcion aquella noche, gracias á los actractivos de Sirena. 59
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VII. ¿Cómo bajaste despeñado al suelo, astro do la mañana luminoso? Ángel de luz, quién te ai'rojó del Cielo & este valle de lágrimas odioso? Aun ornaba tu frente el blanco velo del serafín, y en ondas fulgoroso rayos al mundo tu esplendor vertía y otro cielo el amor te prometía. Esr-KONCBDA.
Desde muy de mañana recibió Honorio al dia siguiente del baile de la reina, una carta que vaciló en abrir; ¿era sin duda un presentimiento lo que detenía su mano ante aquel sobre misterioso? Honorio; señor: Mi mano tiembla al comenzar estas líneas porque ellas expresan mi resolución, mi adiós de despedida.—Mi corazón está sereno y resignado porque así lo ha dispuesto el Señor, y si una lágrima asoma á mis ojos, no es de tormento, no es una lágrima de que ja, ni de reconvención » es una lágrima que corre á mi pesar y que no sé esplicar por qué la derramo. He soñado esta noche con la Virgen á quien ruego y he rogado siempre porque os haga muy feliz ay! en un tiempo también rezaba porque nos hiciese muy felices—pobre de mí, no comprendía que mi corazón no estaba llamado á ese destino, á esa bienaventuranza de la tierra!—He soñado pues y esta bendita señora, la madre de los mártires, se me ha aparecido, me ha mirado conternuray me ha dicho: "Perla, tú no puedes en el mundo hacer la felicidad ele ese mortal que amas, tú vas á ser para él una corona de espinas, porque unido á tí, tendría que manifestarte lo que no siente, para no hacerte desgraciada."—El sería mas feliz con otra (doloroso me es repetirlo), él será mas feliz con otra muger que no vea con pesar sus aspiraciones de lauros patrios y que no tiemble cuando le suponga en medio de la sangre y de los combates. Ella sabrá sonreirle en el triunfo, y esta sonrisa será para él mas animadora que la tuya, que no sabría sino pedirle retiro, amor y constancia. Tus suspiros de sobresalto le detendrían en su marcha de ambicionadas glorias; débil tú, no podrías
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ayudarle á combatir contra los adversarios de su destino, ni librarle de la pérfida intriga; con tus suspiros y tus lágrimas, siempre celosa, desconfiada de merecer su amor y labrar su ventura, serías un obstáculo que por lástima no apartaría, y que por benevolencia no maldeciría; renuncia pues á él, renuncia á la memoria de los dias pasados entre las rosas de un cariño generoso y á los dias futuros que tú veías en tus inofensivos sueños. Ven, hacia mí, pobre Perla; yo tengo para tí el regazo de las madres y en él podrás verter tus lágrimas y amar su imagen y rogar por él. Tú y yo velaremos por él, por él, que no debe ser ya tu Honorio.—Perdona y bendice á la que ya habrá tal vez cautivado su corazón, perdónalos á entrambos; recuerda que el mártir del Gólgota perdonó á sus enemigos y verdugos, y los labios de que brotaban aquellas dulces y nobles palabras estaban llenos de hiél y vinagre."—Ah! yo la he perdonado y á vos también.—Y qué podría echaros en cara, sino los dias venturosos que me habéis dado? Bien es verdad que semejantes dias no eran tranquilos! Para ciertas almas como la mia, vale mucho una soledad triste, pero dulce como la que me llama.—Ya gusté de ella antes, y he comprendido que os amaba mejor desde allí, porque os amaba sin zozobras, en un dulce abandono inesplicable.—En la mansión en que voy á entrar y á que no me lleva el egoísmo de una salvación eterna, que no sería gloria para mí sin vuestra presencia, podré amaros sin temores; allí, si amáis á otra, no lo veré, pero si lo imagino, me resignaré. A y ! ojalá que ella os ame como yo.—No, repito, no es egoísmo mi retiro; sé que mi destino no es el mundo, pero si para hacer vuestra ventura, fuera necesario que yo viviese en él, si fuese necesario mi sufrimiento; á todo me allanaría; cubriría mi frente de espinas y vertería la sangre de mi costado y bebería la hiél y el vinagre también para haceros venturoso; pero por desgracia mi martirio os sería inútil y doloroso, y aquí puedo, si las súplicas allanan el camino de una felicidad sin límites, llorar y suplicar noche y día por que se verifique en otra parte, ese himeneo que en la tierra no hubiera hecho vuestra ventura.
468 Benditos mil veces sean los que os amen, que vengan á los brazos de mi alma que los esperan abiertos; sí, mil veces, benditos sean—mil veces bendito seas tú, mi Honorio.—Olvidadme si queréis, Honorio: yo os amo ah! mis lágrimas me dicen que os amaré eternamente. Adiós; un suspiro y un recuerdo para la que llamasteis vuestra PERLA. Adiós por última vez; adiós para siempre. Honorio conoció que Perla había adivinado lo que pasaba en su corazón y que, demasiado apasionada para imitarle en su inconstancia y demasiado buena para importunarle con su lloroso afecto, había querido anticiparse á la indiferencia que creía ver llegar de parte de Honorio. Ella no hubiera consentido en desposarse con un hombre, cuyo nombre no la importaba tanto como su corazón; Honorio había sido para ella el resumen de todos los afectos y de todas las ilusiones; solo el cielo, con su amor sin límites, podía indemnizarla. Amábala sin embargo Morosini aunque á su modo, solo que era uno de esos hombres inconstantes y ambiciosos que nunca están satisfechos, y á quienes sin embargo' no sería justo suponer que obran de mala fé, cuando puede decirse en verdad que, si engañan, es comenzando por engañarse á sí mismos. Ya se vé que no era tampoco perdonable condenar á un alma tierna y constante, como la de Perla, á sufrir la veleidad de un corazón tan tempestuoso como el de su amante.—La débil florecilla necesita del aura apacible y la templada luz de los crepúsculos; la brisa fuerte la doblega, el sol la marchita, el vendabal la arranca. No era inútil el ruego de Perla, Honorio consagraba ya una lágrima al sacrificio que estimaba, aunque sin voluntad suficiente para impedirlo; era para él una fatalidad incomprensible.
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VIII. Julieta.—Oh natura! qué fuiste á hacer al infierno, cuando pusiste el alma de un reprobo en aquel cuerpo encantador, en aquel paraíso mortal? Jamás cubierta tan rica encerró un libro mas impuro, ¿es quizá necesario que la impostura habite uu palacio tan espléndido! Romeo y Julieta.—SHAKESPEARE.
Ya se ha dicho que una epidemia horrible comenzaba á llenar de cadáveres los cementerios de Venecia.—En aquella mañana habíase experimentado una recrudecencia alarmante con aumento de terror y de luto. ¡Cuánto no hubiese dado la viuda de Cosme porque el ángel de la Peste confiase á sus rencorosas manos la terrible espada!—Con las noticias que circulaban, no habia quien no suspirase por el temor de perder la propia existencia ó la de algún ser querido.-—Elevábanse las preces al Cielo en demanda de misericordia, acudiendo la multitud al pié de los altares á pedir el perdón de las pasadas culpas y á proponer la futura enmienda; no faltando entre mil almas de buena fé, verdaderamente contritas y temerosas, algún Interminelli (*) que asido con temblorosa mano al manto de la Virgen, tratase de ocultarse, de pasar desapercibido á la espada de exterminio, procurando ver si, con su semblante humilde, podía engañar á Dios como había engañado á los hombres. Hacía días que las clases numerosas y desvalidas, que son generalmente el pasto de estas calamidades, estaban pagando su mortal tributo, ya en aquella mañana había que afanarse para recojer y trasportar á las góndolas fúnebres, los cadáveres que la noche había hacinado en las plazas, en los portales y en las casuchas de los pobres; comenzaba á cebarse el mal en los individuos * Alessio Interminelli de Lucca, despreciable adulador coetáneo del Dante que este coloca en el 8? círculo de su infierno, metido en una cloaca, recibiendo en la cabeza por los siglos de los siglos, la digna é inmunda paga de BUS lisonjas. Parece que á esta fecha ha tenido que agrandarse la infernal cloaca.
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del libro de oro.—Muchos de los que habían concurrido al sarao de la reina de Chipre la noche anterior, gemían desfigurados en el lecho ó amenazaban con el triste duelo á sus familias. ¡Cuántas beldades que habían sido admiración de los ojos en el sarao referido, habían tenido apenas tiempo para despojarse de las flores de su tocado! Quizás porque las terribles sensaciones de la noche la hubiesen predispuesto, la viuda de Gradenig'o dejaba conocer síntomas alarmantes; era también de las invadidas. Desde la madrugada habíase sentido con un notable malestar, que atribuía á su disgusto y á las fatigas del insomnio que aquel la había ocasionado. El aire de la habitación la agoviaba con su peso, sentía aguda opresión en su cerebro; su respiración era dificultosa. Con el deseo de aliviar su desazón, había hecho abrir desde muy temprano una de las ventanas que daban al canal. El dia estaba sereno; parecía un sarcasmo inaudito que aquella naturaleza celebrase vestida de gala y con todos los primores de un hermoso dia, al Exterminador que vagaba por las calles de la ciudad atribulada. Los ojos de Sirena fijáronse en una cercana góndola enlutada; á través de la carroza ó "felze" mostrábanse brazos- y piernas hacinados; los gondoleros remaban silenciosos y coií cierto frió terror en el semblante. Mas allá otra góndola y otra ah! la muerte estaba implacable! El terror la hizo cerrar la ventana y encaminarse al lecho. Había oído contar pormenores horribles respecto de las repugnantes agonías que causaba el mal; estaba desesperada. Hafiz, impasible, había llegado á su llamamiento y al observar los síntomas de una dolencia por él conocida en Oriente, frunció el ceño. —Pea, horrible y sin venganza, exclamó Sirena oh! al menos la muerte es un sueño y un olvido eterno. El paraíso mortal, el cuerpo encantado que daba albergue al alma reproba, iba acaso á tomar sus verdaderas formas. La cubierta del libro impuro estaba quizás para llenarse de gusanos. La impostura no habitaría en adelante sino las ruinas del palacio espléndido!
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IX. Llegó la noche: parecía que los espectros de tantas víctimas vagaban por las silenciosas calles. Ya hería tristemente los aires el gemido de algún infeliz que moría desamparado, ya huían otros despavoridos del que cayó junto á ellos; abríase aquí una puerta para dar paso á algún féretro ó á los alaridos de una familia desconsolada; en otra parte un esquife silencioso, puesto al servicio de la epidemia, recogía con precaución y transportaba entre las sombras los cadáveres ya medio corrompidos por una enfermedad que se anticipaba á la tierra en la obra de destrucción y fetidez. Todos comenzaban á no cuidarse mas que de sí mismos: apenas si había quien atendiese á las faenas domésticas; hasta los ricos y poderosos empezaban á estar tan desvalidos como los pobres. Quand la morí est si prés, Végalité commence. Ni aun se cuidaba la beldad de sus atavíos; por donde quiera silencio triste y rezos y llanto y quejas y repugnante espectáculo; pero aun así no faltaba quien ve lase por los mundanos intereses. Del palacio de la reina de Chipre salía una góndola escoltada por soldados Dalmatas, con dirección al continente: en ella iba Catalina. Los muros de un castillo, so pretesto de que la epidemia la hacía peligrar en la ciudad, y de que el Senado debía ver por la preservación de su hija predilecta, se abrieron para cerrarse tras ella con fuerte custodia. Entraba Paolo á poco en casa de Anzola. —Madre mia, exclamaba. ¡Cuantos horrores! tomad esa reliquia de San Teodoro; acaba de dármela el padre Antonio. Sea ella para vos un preservativo contra la horrible enfermedad. Cansado estoy de trabajar, añadió sentándose; una semana como este diay no habrá enVenecia quien lo cuente. ¿Sabéis á quien acabamos de enterrar? — ¿ A quien, hijo mió? preguntó alarmada Anzola.
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—Oh! no os apuréis, que si esto sigue, creo que no habrá aliento para quejarse ni lágrimas que derramar; muchas madres he visto hoy que lloraban. Oh! ayer era solo en el traghetto, hoy es en todas partes he perdido la cuenta. —¿Pero á quien me decías, hijo mío, que habíais enterrado? — A Tomasso el Castellani, respondió Paolo; el que me disputó el premio en la regata. En mis brazos murió. Dios sabe quien podrá hacerlo con nosotros mañana. Nunca he visto una cosa semejante! y lo peor es que mueren sin confesión porque los padres no dan abasto; pero Dios tendrá misericordia y no se condenarán. — Y tú hijo mió, ten cuidado; ve que vas á contagiarte, exclamó Anzola inspirada por el egoísmo materno. —Qué queréis, madre? No está bien tener asco ni miedo cuando se trata del deber. Por lo mismo que el pobrecillo Tomasso era Castellani y le vencí en la regata, debí ser humano con él; y no es ese al único á quien he asistido: Giuseppe, el de las coplas y los brindis en nuestras cenas, está también muy malo Pero hablando de todo; sabéis, madre, que hay una cosa que me causa suma extrañeza? Al salir hoy de aquí á mediodía, me dirigí á casa de Sirena para saber de su salud, en estos dias en que la salud es un bien tan precioso, porque al fin vos recordareis que á ella debemos el favor de mi libertad, y es justo que uno se entere de cómo le vá: pues bien, me dijeron que había vedado la entrada á todo el mundo, y por mas que hice, nada; no me dejaron pasar de los umbrales.—Fuíme en seguida á casa del almirante á ofrecerle mis servicios como de costumbre, pues así me lo tiene prevenido y supe .pero qué? si no puedo comprenderlo: sus criados Jácomo y Bepo, los únicos que han permanecido allí, estaban desconsolados, había,un misterio en la casa!— Su amo había desaparecido.—Por mas que traté de saber, si podría presumirse el lugar en que debiera darse con él, nada, ni la mas leve noticia; lo peor es que según informes que he tomado, ni ha ido abordo, ni al ar-
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señal, ni á casa de la señorita Perla, quien, sea dicho de paso, se halla de nuevo en el convento desde ayer mañana.—A la verdad que esto me tiene inquieto.—Dícenme solo los criados que anoche salió de casa el almirante á una hora bastante avanzada.—En estos tiempos que corren, yo no puedo parar hasta que no sepa que ha sido de mi buen protector, de mi valiente y querido almirante.—Ah! si ha sido victima de ese maldito mal que Dios confunda, buscaré su cuerpo; sí, le buscaré, y le daré la sepultura que merece.—Tan bravo marino, morir en medio de las tinieblas y víctima de una muerte tan horrible y tan sin gloria!—Al menos si le encuentro, podré hacer que el padre Antonio reze algunas oraciones por su alma y bendiga sus restos.—Oh! deseo que llegue el dia. En esto tocaron á la puerta. —Quién? preguntó Anzola yendo á abrir. —Yo—exclamó Cario, camarada de Paolo. Abriéronle y entró..—Su.semblante mostraba la mas viva inquietud. —Qué traes, Cario, qué acontece? expresaron Anzola y Paolo. —Acabo de saber en este momento, respondió el interrogado, yendo á ver antes si la puerta estaba bien cerrada ó si habría algún extraño que pudiese oirle. —Qué? replicó Paolo con impaciencia. —Que el almirante Honorio ha sido según dicen, preso por el Tribunal de los Diez. — A h ! expresó Anzola con sorpresa. —Bien lo temía yo, repuso Paolo; esos diablos no duermen ni aun cuando media ciudad yace en el sueño de los sepulcros. Era un presentimiento sí, el corazón me decía que algo extraño indicaba su desaparición. Ven, Cario, dijo con rapidez, ven, ó no, quédate acompañando á mi madre, yo voy no puedo soportar mi impaciencia. — A qué, hijo mió? ¿adonde vas? exclamó Anzola con zozobra. — A inquirir, ásaberlo que haya de cierto en esto, á saber qué suerte puede esperar á mi querido gefe. Adiós, adiós.
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—Pero, hijo mió. — E s un deber, madre, tened paciencia, volveré presto. Y al decir esto había ya traspuesto los umbrales. — V é , corre, Cario, acompáñale, guíale, impídele que en su celo por su protector, vaya á comprometerse con algún disparate. „ Cario salió, sin replicar. Anzola quedó sumida en la mayor inquietud. Paolo acaba de volver á su casa. Está pensativo y sombrío. Cuantas diligencias ha practicado, han sido infructuosas. Nadie sabía de Honorio, ni era prudente preguntar á todo el mundo. La ciudad estaba muda como un espectro. La mayor parte de los pudientes habíanse refugiado en la tierra-firme; los establecimientos públicos estaban cerrados; los templos cuasi solitarios, los enfermos morían en las calles ó en las desiertas casas, abandonados hasta de sus parientes; en medio de aquel silencio fúnebre oíase solo el lúgubre y débil gemido de algún enfermo en la agonía, ó los pasos de los que, por pura caridad ó un resto de orden público^ conducían en hombros ó en camillas algún enfermo á los hospitales ó los cadáveres á la huesa. Los criados de Honorio Morosini continuaban ignorando el paradero de este. Vivía tal vez, pero ¿qué importaba la vida en aquellas tumbas, que no eran otra cosa las cárceles de Estado con sus fuertes muros y sus ferradas é inflexibles puertas? Calabozos en que el silencio era acaso precursor de terrible agonía y de ignorada muerte. No quedaba duda á Paolo de que su general estaba próximo á'ser víctima de alguna trama. La conducta que habían tenido para con él y las preguntas que le habían hecho sus misteriosos jueces, eran indicios bastantes á mantenerle en esta sospecha. No podía comprender qué móvil llevaría á aquellos hombres á perseguir á un general ilustre en quien no veía delito, á no ser que se reputase tal, él justo renombre que había alcanzado. El asunto era pues poco diáfano para él; pero por lo tanto, todo lo temía de aquel tenebroso manejo.
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—Madre mia, preguntó á Anzola que contemplaba apesarada su cavilación. Una noche, hace tiempo, comenzasteis á contarme una historia referente á cierto • patricio condenado á muerte y al cual se permitió poner á otro en su lugar, mediante la suerte que había de decidirse en el saco de judías. La plaza de San Marcos estaba llena de gente, me decíais; un joven había probado con tenacidad y por varias veces el expresado azar; el grano negro estaba en sus manos; mostrando aquel grande alegría por que el destino le hubiese dado un medio de morir por el patricio. En esto quedasteis. Fué acaso admitido al reo el cambio? —Sí, repuso Anzola, el joven murió con valor y hasta con el placer, que, según nos cuenta el padre Antonio, brillaba en el rostro de los mártires al morir; el patricio fué solo condenado al destierro. El joven, á quien no conocía, ni conoció nunca el patricio era áu hijo. — A h ! qué luz, qué pensamiento! exclamó Paolo con una consternación febril no fácil de pintar. Aquella historia, cuyo fin acababa de saber, despertaba en su mente una idea que reflejaba sobre la simpatía que, hacia Honorio Morosini, había sentido siempre su corazón. —Madre mía, continuó, por piedad, habladme, tendré valor para escucharos, para saber la verdad. El corazón me dice que mi situación tiene algo que ver con esa historia cuyo fin acabáis de referirme. El almirante está condenado sin duda á muerte; él, mi bondadoso protector, á quien siempre mi alma se ha sentido inclinada. Ah! recuerdo ahora que cuando estuvo á punto de morir en uno de los combates, sentía que una voz interior me decía: ámale, sálvale: vos me habéis dicho que mi padre vive; oh! sí, yo he escuchado que la voz interior me decía: salvaá ese hombre, por que ese hombre es.... tu padre. No es verdad, madre mia, no es verdad? —Sí, exclamó Anzola abrazándole. En vano te ocultaría la verdad; Honorio Morosini es tu padre. Renuncio á contar la enagenacion que produjo esta respuesta en el alma del mancebo.—En qué situación descubría el secreto de su cuna!
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X. Acaba de amanecer.—La fiebre de Sirena ha cesado; la alcoba está envuelta en tenue claridad.—La enferma se siente un tanto despejada.—El médico ha prohibido la entrada allí, pero ¿quién habrá de ejecutar sus órdenes? No queda á Sirena otro criado que la fiel Julieta que, con la abnegación de su sexo, no ha consentido en abandonar á su señora. Hafiz y ella son los únicos que no han muerto, no están postrados ó no han huido de aquella casa al parecer maldita. Paolo, cuan desesperado y lleno de angustiosa ansiedad llega á las puertas del palacio! Nadie le detiene; sigue á los patios, donde hay mas de un cadáver envuelto en sus-fúnebres sudarios; sigue á las salas, á las habitaciones; acaban de salir de ellas dos hombres enmascarados, armados de puñales; llevan consigo algunos objetos -preciosos, huyen al verle: son dos ladrones que benefician la general consternación.—Paolo contiuúa andando á través de los corredores, de los desiertos y saqueados salones; los agonizantes gemidos de algún moribundo le guían en su marcha:—Ha llegado el momento en que la epidemia, como decía Paolo á su madre, ha secado los ojos de los dolientes. La indiferencia, el abandono de la vida comienzan á reinar.—El terror es mudo, cuasi desparece ante el estúpido estpicismo que el gran dolor y la gran zozobra han engendrado. Llegó Paolo á la alcoba de Sirena.—Solo Julieta le había visto, pero ¿cómo impedirle la entrada? El semblante del mancebo mostraba la ansiedad, la resolución. —Señora, exclamó Paolo acercándose al lecho de la enferma;—mi padre está preso, quizá condenado á muerte; ah! vos que podéis tanto con el Senado, ofreced mi sangre, mi vida, y estoy pronto á darlo todo por él. —Vuestro padre! murmuró la dama sorprendida. —Sí, mi padre; el almirante Honorio Morosini es mi padre. —Honorio, vuestro padre; preso, condenado á muer-
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te, decís? exclamó Sirena haciendo un esfuerzo para comprender mejor; sus palabras y gestos tenían una expresión que no era fácil calificar: una expresión que tan bien podía ser de gozo, como de amargura.—Quiso sentarse en el lecho; los dolores mas agudos la rindieron haciéndola dar un alarido espantoso: perdió el conocimiento. En vano Paolo trató de hacerla oir sus palabras; llegó Hafiz á imponerle silencio Salió aquel de la alcoba y de la casa, desesperado. Habían transcurrido algunos días. La peste ya no era tan cruel en sus estragos.—El terror había disminuido un tanto, y el buen orden público y las medidas higiénicas comenzaban á influir en la decadencia del mal. Sirena entraba en convalecencia;—pudo al fin dejar el lecho.—Grande era su afán por conocer qué sería de su desmedrada belleza.—-Un espejo! fué su primera palabra. —Ah! exclamó crispando sus manos, Hafiz, estoy horrible! Su rostro era el despojo de una repugnante Haga que siempre dejaría en aquel su desagradable huella.—La hermosura que había sido el talismán de su poder, se convertía al perderse, en su mayor tormento. —Miserable de mí, exclamó desesperada miserable de mí! prefiero la muerte, el infierno. Hafiz, Hafiz, vos que podéis tanto, añadió con la mas dolorosa agonía, vos que podéis tanto la belleza ó la muerte Ah! os lo pido á vuestras plantas, besando vuestras rodillas Hafiz, no sabes tanto? tu ceño me lo dice miserable! qué se hizo tu ciencia, tu ciencia tan decantada maldita sea Mira mi rostro ¿No es verdad que estoy horrible? Ah! ya no soy aquella. Sí, un año de vida, hermosa como antes y después el infierno. Su dolor, sus convulsiones eran espantosas; su ánimo abatido por la enfermedad, recobraba ahora su energía ¿para qué? para llorar mejor la pérdida de sus encantos. El médico la había hasta entonces engreído, sin duda para traaaquilimrla, con que aquella espantosa lepra des:
478 aparecería dejando solo tal vez imperceptibles marcas, y ahora veia que hasta sus facciones se habían alterado. —Hafiz, mis tesoros, mi alma, todo es tuyo si me tornas lo que he perdido. Hafiz movía la cabeza en ademan de hombre sin fé. — M e has dicho que te ocupabas en hallar un elíxir para conservar eternamente la vida; un elíxir para recobrar la hermosura, y todo lo mió, mis riquezas, mi sangre, mi vida, son tuyas. Un momento de penitencia dicen que alcanzaría la salvación; me propondría alcanzarla arrastrándome al pié de los altares, con tal de vivir hermosa. Dime, ¿no podrías convertir estos diamantes, añadió abriendo una gaveta que contenía tesoros increíbles; no podrías hacer con el polvo de estos diamantes, un bálsamo que volviese mi cutis, ay! á lo que antes era?—Me has contado que una princesa de tu pais recobró su hermosura con un ungüento de diamantes que le dio una maga, ¿no podrías tú hacer lo mismo? ¿no conoces tú ese secreto? —Qué, señora, es un cuento, solo un cuento de mi pais! La hermosura es un bien de este mundo y como tal, perecedero Estoy convenciéndome cada diamas, de que los secretos de la naturaleza son caprichos incomprensibles. Sirena bajó la cabeza con ademan de la mas profunda aflicción. Quedaría horrorosa, no había remedio. La flor se había convertido en asquerosos gusanos.—¿Por qué no había verificado antes la naturaleza esta metamorfosis? Algunos males se habrían evitado; no se hubiera torcido tanto el camino de lo justo. —Hafiz, exclamó de pronto Sirena, dame la muerte Sí, pero una muerte dulce, sin dolores, tú sabes hacerlo En esto entró Julieta, dando un papel á su señora; un hombre enmascarado acababa de entregárselo con expresa condición de ponerlo en sus manos. Sirena abrió y leyó el pliego; contenía solo estas palabras: Un castillo y un convento para ellas; para él, Orfano: estáis vengada. — A h ! exclamó Sirena llena de un gozo igual á su
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amargura—Hafiz, la muerte ce lo entiendes?
pero una muerte dul-
Aquella misma noche hallábase el infeliz Paolo sentado junto á un poste de la Biva junto a las prisiones del Estado que, como el lector sabe, están unidas al palacio Dogal por el famoso puente de los Suspiros. Sus ojos ya sin llanto, habíanse cansado de contemplar aquellos silenciosos muros ¿tras de cuál de ellos gemiría agonizando su infeliz padre? Abismado en su pesadumbre, rendido de cansancio su cuerpo, sumióse su espíritu en una especie de alucinación parecida al sueño. Verdugos, una •víctima, sangre tales eran las imágenes que cruzaban por su mente; oía el lamento de la víctima; era la voz de su padre. intentaba volar en su socorro deteníale el espanto tenía ante sí un lago de sangre que le apartaba de aquel suplicio En esto sintió el peso de una mano que oprimía su hombro. Alzó el infeliz los ojos y vio junto á sí á un gondolero que, con pasos vacilantes, presentaba algunos síntomas de embriaguez. Era Fontano que, siempre inclinado al vino, se había propuesto ahuyentar ó ahogar en espíritu el terror que le causaba.la epidemia. —Paolo, exclamó Fontano, mira, por allí. —Qué! interrogó Paolo sorprendido. —Anoche, respondió, venía yo por el Canal Orfano, de pronto fui detenido por una cuerda que cortaba el paso; daban las estrellas alguna luz, y pude ver que de una góndola arrojaron al agua un bulto, como de cuerpo humano, que al instante se fué á fondo; huí sobrecogido Dicen que en ese canal mas no, silencio! exclamó Fontano dando un grueso traspiés que casi le derribó oh! pobre del que oh! mas vale estar borracho el vino, el vino le impide á uno ver y sentir muchas cosas. —Maldito sea tu vino, exclamó Paolo lloroso y desesperado ah! si no fuese por él podrías servirme ahora Sí; Fontano, amigo mió, te necesito — A mí? —Sí, para que me muestres el lugar en donde fué aho-
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gada esa pobre víctima Sí, porque esa víctima «ra sin duda mi desdichado padre. —Tu padre!... pero n o, no podremos hallar el cuerpo... no recuerdo bien el lugar... se fué á fondo.. .inmediatamente. —Ven, guíame, le buscaremos, le daremos sepultura aunque muera de dolor sobre sus restos. Aunque no sea permitido sondar en el canal Orfano tratemos de hacerlo oh! el corazón me lo manda Sin duda sus diligencias fueron inútiles; Paolo doblegó su frente ante esta nueva certidumbre, ante este nuevo dolor. Llegó la madrugada. Sirena dormía profundamente. A la poca luz que daba una bujía, podía verse su sonrisa casi deleitosa. La asquerosa lepra no había podido borrar aquel rastro de la pasada belleza; sus dientes blancos y hermosos descubríanse á través de sus labios un tanto abiertos y que á pesar de no ser los mismos que en un tiempo ostentó aquella muger, cual poderoso medio de triunfo, conservaban algunas graciosas líneas que hacían mas notorio el contraste con el resto. Una mascarilla cubría lo demás del rostro, pues tal había sido su último encargo á Hafiz. Era la coquetería de la muerte. La orgullosa beldad no quería ser vista, sin duda para conservar hasta en la tumba su reputación de hermosa. La máscara había sido su rostro durante la vida, con máscara debía ser enterrada; así podría continuar engañando hasta á los gusanos de la huesa. Entró el persa, acercóse, examinóla. Vive aun, dijo, pero ya es tiempo Encendió otra bujía procurando dar la mayor posible luz á la dormida. Abrió una cajita que llevaba consigo: sacó una especie de instrumento cortante. Descubrió el seno. —Ah! si pudiera ser, exclamó; si esta vida tan enérgica pudiese ser sorprendida en su actividad? grandiosa luz que la naturaleza oculta ciencia querida, rasga el velo con que cubres tu belleza mira que soy tu mas sumiso adepto; tu mas amante hijo Valor, á ello ay! de vosotros, espíritus diabólicos, ay! de vosotros si llego á conocer vuestro secreto Va-
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lor y á ello! Dijo y sumió el cortante hierro ea aquel seno un dia tan hermoso y que aun palpitaba Un suspiro murió en los labios de la ex-hermosa un suave estertor, una leve contracción revelaron que ella había pasado á ser cadáver. El persa despojó de su seno la membrana vital; de en medio de un lago de sangre, salió entre las manos de Hafiz aquel corazón que tanto había latido con el fuego de la soberbia y de la ambición. Una pequeña urna sirvió de féretro á aquella entraña palpitante aun; teñido el hierro y las manos en sangre todavía humeante y conduciendo aquella urna, salió Hafiz precipitado de la habitación. A poco abrióse la puerta secreta que conocemos; acercóse Loredano al lecho de la muerta, la quitó la mascarilla, aplicó una luz y vio aquel rostro y aquel seno cubiertos dé sangre. —Hé aquí en lo que paran las hermosas! Vamos el mundo suele ser de las Sirenas, pero lo es mucho mas de los Loredanos, dijo y salióse por donde había entrado. E P I L O G O .
Dos horas después de lo ocurrido, una góndola bogaba por uno de los canales que conocerá el lector si recuerda el rapto de Perla. En aquella iba un féretro que contenía el cadáver de uno de los personages que mas se han distinguido en esta historia. El gondolero conductor también es conocido. Su remar es lento; en su fisonomía puede leerse el mas profundo pesar. Va cumpliendo un deber. En un tiempo, con cuan distintos sentimientos había cruzado los mismos canales, expresando su ternura con aquellos gratos versos: Cuando la llevo alegre sentada aquí en mi góndola Ay! los tiempos habían cambiado. El desdichado hijo de Anzola, en una época en que
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cansados los brazos y medrosos los corazones, no era estímulo suficiente el oro para hacer transportar á un cementerio al ser querido que el amigo, el amante, el padre ó el esposo estaban expuestos á ver insepultos; hacía una verdadera obra de caridad. Agradecido á bondades que imaginaba haber recibido y fiel á sus antiguos sentimientos, había dejado su cabana para saber si, la que él creía su bienhechora, estaba fuera de peligro ó necesitaba los últimos auxilios. Sus brazos y su góndola habían recibido aquel cadáver elocuente á su corazón para llevarlo al debido sepulcro. Cuan diferentes estos momentos de aquel dia en que Sirena gozosa y llena de gracia saltaba en su esquife exclamando: Gondolero, llevadme. Al Lido. Ah! si hubiese podido él decirla ahora: flor del Lido, hermosa como él, buenos dias! Llega Paolo con su muerta al convento en cuyo subterráneo debía sepultarse á Sirena, por estar allí el panteón y capilla de los Gradenigo. Allí Paolo y su constante amigo Cario pusieron en tierra el cadáver. La epidemia todavía reinante, aunque no tan poderosa ya, no permitía aun exequias. Las de Sirena, que prometían ser pomposas, quedaban aplazadas para mas serenos dias. La iglesia estaba dispuesta para el oficio divino; algunos devotos la habían escojido como refugio consolador en los azares de la peste. Resonaba el salterio y los cánticos sagrados. La musa del profeta de las lamentaciones llenaba aquellas .bóvedas con sus ayes. La calamidad que temía el profeta había ya caido sobre la Jerusalen corrompida. Entonces aquella multitud cantaba de rodillas el himno de las misericordias. Bastante había pagado el pueblo de David la fatal hermosura de Betsabé. UNA VOZ
Pero ensalzaste, oh Dios, la altiva diestra de crueles enemigos; fué cubierto de ignominia y dolor el siervo tuyo, y abreviaste los años de su tiempo.
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EL CORO. Hasta cuando, Señor te has apartado? tus iras arderán como arde el fuego? Tus antiguas, oh Dios, misericordias adonde, oh buen Señor, adonde fueron? Desde su coro que velaba la menuda celosía, la voz de las madres se mezclaba á este salmo de la abatida gente. Aquel canto parecía decir al Altísimo "Señor, tú que perdonaste á la adúltera y sanaste á los leprosos; perdónala, sánala en tu misericordia. Tú que sufriste la muerte y la ignominia, ella ha muerto también, Señor, mas con la ignominia del pecado. Tú que pediste al Padre que apartase de tus labios aquel cáliz tan amargo; aparta de su alma el cáliz mil veces amargo de la eterna condenación. Perdónala, que no sabe lo que ha hecho; recibe en tus brazos su espíritu: misericordia, Señor, misericordia, Señor." El salterio, la melodía de aquellas voces sagradas, el eco de aquellas dulces palabras de perdon, hacían de aquel templo una mansión inefable; parecía escucharse la voz de los ángeles pidiendo por uno de ellos perdido en las tinieblas del mundo; parecía la voz del corazón solitaria en el desierto,de lamelancolía, entre las ruinas de las ilusiones; parecía que al resonar aquellos himnos en el espacio, este se anonadaba y al través de su nada misteriosa, imaginábase uno oir la voz de un supremo ser de justicia que absolvía y que perdonaba. Un hombre que hasta entonces había estado en un rincón del templo, absorto en aquel cántico celeste, que sin duda llevaba en el corazón el desierto de la melancolía, las ruinas de su fé y de sus ilusiones, un alma de esas que, muertas para el mundo, han dejado solo en él su sombra como testimonio de un dolor eterno; salió por un instante de su arrobo místico arrastrado sin duda por misteriosa curiosidad, para ir á ver el cadáver que acababan de traer. La tapa del ataúd fué levantada para decir el réquiem á la muerta, y el curioso al reco-
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nocerla, lanzó una exclamación de horror; golpeóse la frente, y en ademan desesperado apartó su vista de aquel cadáver. Cuan desfigurado ay! aquel rostro por cuya sonrisa hubiese dado él en otro tiempo hasta su salvación. En esto era cuando decía el coro de las vírgenes: Recibe, Señor, en tus brazos su espíritu; misericordia, Señor; misericordia, Señor, repitió el manoebo con el coro. ¿Pediría para él una parte de aquella misericordia? Infeliz Ruggiero! En este instante alzó los ojos y vio al través de las celosías un rostro de virgen^ cuyo velo parecía una toca de serafín y cuyos ojos azules y llorososseelevaban al cielo, dulces como su voz. Era Perla,— ¿pediría también para sí quizá, para algún ser, misericordia? Ruggiero leyó en aquella dulce mirada una invitación á¡ gozar del amor puro, ideal, que era aspiración esencial de su espíritu, que tanto había ambicionado y que solo podía hallar en un ángel en el cielo. Hafiz, cargado con su urna y con los ricos presentes que de Sirena había recibido, volvió á su patria, en donde ya no tenía que temer á su tirano perseguidor. El Sh^h. que quería perpetuarse, había muerto suspirando por el elíxir de la vida que aun no se ha encontrado. Paolo tornó á remar en sus lagunas; ya no cantaba porque su luto era luto del corazón; eterno. Anzola vivió para su hijo. Se había acostumbrado á no contar con otra cosa en la tierra. Cario, y los demás gondoleros compartían la tristeza de su buen amigo Paolo. Le querían tanto! Entre ellos Eontano, que llegó desgraciadamente al extremo del vicio, la tomaba Con pedir, en sus borracheras, cantos á la Elor del Lido y con hablar á medias de cierta aventura' nocturna del Canal Orfano, á cuyo horrible memoria sentía erizársele el cabello. Catalina Cornaro sufrió mucho con los afanosos y ama¿feí, cuidad os que le prodigaba la Señoría, hasta que anocheció; y no amaneció.
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CONCLUSIÓN. A
JACOBO.
Así acabo la Antigua Sirena del Adriático. Si meditas un poco sobre esta mi leyenda, amigo mió, podrás observar algunas semejanzas que justifiquen la calificación de alegoría, que, según mi intención, debe convenirle. Sirena subió del Lido á las riquezas y al poder gracias á sus condiciones físicas, así salió de una tribu de pescadores á dar la ley al mundo aquella temible oligarquía. Su mañoso ingenio, su invariable astucia mantuvieron en sus manos por siglos aquel cetro poderoso; como esta, abusó, intrigó, despotizó; como esta, después de una serie indisputable de triunfos, nada generosos en sus resultados, y vencedora de sus rivales, murió dejando un recuerdo de belleza, de hipocresía, de misterios, de lauros, de poder, de delitos y de miserias. La peste que ocasionó sus tormentos, puede compararse á la influencia de Chipre y del Oriente que corrompió las costumbres de la república. El egoísmo la aisló dejándola frente á frente, dormida ante su asesino. La muerte voluntaria con que termina cuando ya no la es dado continuar sirviéndose á sí misma, es el digno fin de aquel egoísmo. Así se dejó matar, en indolente marasmo incomprensible, la gran república véneta. Llegó un día en que el sol iluminó esplendoroso, y la astucia se halló petrificada y la hermosa piel se vio llena de repugnante podredumbre. fecHafiz representa en esta leyenda el Asia, el Oriente sirviendo con su industria las miras de Venecia. Y cuando empuña el instrumento para arrancar el corazón á Sirena, es la ciencia de hoy ganosa de estudiar la máquina de aquella gran república; cuando parte para su tierra llevándose aquel corazón, es el Oriente que^'se retira llevándose la vida de Venecia que alimentó por tanto tiempo. Gradenigo representa el sibaritismo de la opulenta oligarquía.
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Honorio, es la gloria, castigada por un civismo que recela hasta de sus propios lauros. Loredano, el genio ambicioso é intrigante, representado en aquellos tribunales terribles y misteriosos. Ruggiero, las bellas artes que florecen sin hacer la felicidad de sus adeptos y que sobreviven hoy, como una hermosa memoria, en obras inmortales. Anzola, la víctima de la diferencia de condiciones en donde parece que no debían existir, atendidos el origen y la historia de la república. Catalina Cornaro, la suspicacia colonial de Venecia. Perla la virtud cívica perseguida y en clausura allí, sobreviviendo con la vista en el cielo en pos de una fé para el porvenir. Y por último, Paolo, el pueblo de Venecia siempre ignorante de las verdaderas causas, sorprendido y silencioso ante los temibles efectos, y confiado sin embargo en que la oligarquía (es decir, Sirena) había sido su bienhechora. Sirena renacerá tal vez en Perla, es decir, regenerada por la cívica virtud; la estética física será entonces el albergue de la estética moral; pero en tanto bien podemos decir á la Sirena del Adriático '-Hermosa muerta, duerme y descansa en paz." Adiós, Jacobo; estaré contento si la leyenda no te ha desagradado. Tuyo de corazón. ALEJANDRO. P. S. Debo recordarte que Catalina Cornaro es el úni'-. co personage realmente histórico que contiene esta leyenda, dama que comenzó á figurar por los años de 1469; los demás son tipos puramente verosímiles, en mi concepto, según la historia de aquella nación. No hacía á mi propósito fijar época histórica á esta leyenda, antes al contrai'io he pretendido darle, en lo posible, un carácter general en punto á tiempos, y así debo hacerte notar que el anacronismo que en el episodio de Catalina Cornaro pudiera advertirse, así como la ficción de las demás particularidades referentes á sus relaciones con Honorio Morosini, han sido del todo intencionales.
VIDA DEL PINTOR PUERTO-ItIQUEÑO JOSÉ
CAMPECHE.
El impulso que movió á Plutarco, á Cornelio Nepote y á Otros de la antigüedad á escribir la vida de los varones que lograron hacerse famosos por sus virtudes, desgracias ó crímenes, ha actuado también en los modernos hasta el punto de no darse manos para trazar las de aquellos, cuyas obras é influencia han continuado hasta nuestros días la historia de la humanidad. El deseo de medir las verdaderas proporciones de tales colosos, ó quizá de reconocer con el escalpelo filosófico el móvil oculto de sus acciones, ó acaso el de presentarlos (idea mas plausible aun) como ejemplo de virtudes ó como padrón de crímenes, ha concurrido á dar á la forma biográfica el espacio que en la historia moral de los pueblos le estaba designado, liase dicho, sin embargo, que la inmortalidad, concedida por los hombres, es vano incienso que desaparece ni mas ni menos que la niebla ante el sol de la mañana, puesto que no logra ni aun conmover siquiera con su aromático perfume al ídolo que duerme sepultado entre los escombros que hacina el tiempo; pero si á primera vista parece justa tan amarga queja, no lo es en realidad cuando se advierte que la fama postuma es la vanidad de los buenos y uno de los grandes estímulos con que puede alentarse á la virtud sobre la tierra. ¡Es tan grata la idea de que nuestro epitafio habrá de ser humedecido con una lágrima de bendición ó de ternura! Es tan imperiosa en algunas almas la aspiración á la eternidad! ¿Qué mucho pues que entonces elevemos al ídolo sobre el sepulcro y tributemos á sus pies las co-
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roñas y el aplauso? Reflexiones tales habrían de llevarnos á escribir la vida de un hombre célebre, si ya no fuese bastante móvil la propia voluntad. Sea pues nuestra misión la de alentar á los que sobreviven en la senda difícil del merecimiento, y sirva de escusa á lo inhábil del escritor la nobleza del asunto. (1) José Campeche es un nombre escasamente conocido, pues la existencia oscura del que lo ennobleció con sus talentos, transcurrió en un pais naciente y bastante apartado aun del orbe de las ciencias y de las artes, siendo solo conocido por los que habitan su antilla natal; no así sus obras, que corren entre los extrangeros con estimación bastante, lo que hace mas sensible que la fama de sus cuadros, anónimos en apariencia, no haya dado al nombre del pintor el puesto de ley entre los artistas del mundo civilizado. ( 2 ) Su mérito es solo relativo, y su influencia no ha sido extraordinaria, pero la relación le es muy favorable; y la oscuridad del nombre, en tiempos en que mas se atiende al nombre que á las obras, no ha sido óbice ala estimación y aprecio de las últimas: ellas muestran en sí mismas el sello del ingenio: y ¿qué es en suma lo demás? Mas es de sentirse, á nuestro ver, que haya quedado en la categoría de presunción lo que hubiera podido ser realidad: es decir: la presunción justificada deque, si José Campeche hubiera puesto en contacto sutalento con las auras benéficas del movimiento artístico de los demás pueblos, su nombre habría descrito, sin du(1) Nuestro amigo el artista Don Franeiosco Goyena y OMaly, como i n d i " viduo del jurado de la Exposición de la industria y bellas ai-tes de 1854, propuso íi la Junta de Fomento déosla Isla que se escribiese la biografía que comenzamos, como premio debido a la memoria del distinguido pintor Puerto-riqucño. A él se debe, pues, tan justísimo pensamiento, y por mi parte lo soy muy deudor, ya por haberme creído capaz de llevarlo á cabo, ya por las noticias preciosas que á sus conocimientos y buen gusto he merecido. Réstame advertir además, por ser notorio, que el recuerdo de Campeche ha subsistido siempre en nuestra Antilla, puesto que eu 1841 un digno miembro do la Sociedad Económica de Amigos del Pais, Don Nicolás Aguayo, pidió á la misma que se honrase su memoria, como podrá verse en su discurso inserto en el apéndice; así como algún tiempo después, nuestro amigo y condiscípulo el Licenciado Don José Julián Acosta, tributó en hermosas frases un recuerdo al famoso artista. Véase el Aguinaldo do P u e r t o - R i c o de 1 8 1 4 . ( 2 ) E u un Diccionario biográfico extrangero, cuyo autor no recordamos en esto instante, hemos visto,«sín embargo, una breve reseña de su vida y obras. 1
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da alguna, un arco mas extenso y luminoso en la esfera gloriosa de las bellas artes; pero la cuna suele decidir del sepulcro, y las condiciones en que aquella se mece, determinan con frecuencia las que deben acompañarnos al segundo: cuántas perlas yacen olvidadas en elfondo del océano, al paso que otras de menor precio esmaltan una diadema^. (1) Nació pues Campeche en la ciudad de Puerto Rico á 6 de enero de 1752, y fué bautizado en la Catedral de la misma por el Presbítero D. Francisco Ruiz. Era su legítimo padre Tomás Campeche, natural de aquella isla y su madre, Muría Jordan, natural de las Canarias; quienes hubieron de su matrimonio dos hijos varones, á mas de José, llamados Miguel é Ignacio, y dos hembras llamadas Lucía, y María Loreto. Estas últimas ocupadas en labores femeniles, solteras hasta la vejez, apacibles en el trato, honradas en la conducta y laboriosas con extremo, permanecieron siempre al amparo y expensas de su hermano José. Criábase nuestro pintor en la casa de su nacimiento, propiedad de sus padres, calle de la Cruz número 47, en cuya casa, testigo de sus pensamientos, angustias y embelesos di) artista, vivió con sus hermanas hasta la hora de su muerte. Sabido es hasta dónde las inclinaciones paternas suelen influir en la suerte de los hombres; trocando á veces y de modo cuasi violento lo porvenir, y desnaturalizando en extremo las innatas vocaciones; afortunadamente en esta parte, no fué nuestro pintor para su familia un hecho contradictorio, puesto que dado su padre á un oficio que estaba'en armonía con la índole de aquel, pudo tan solo aparecer en la morada paterna como continuación, como mejoramiento. Era Tomás Campeche de oficio dorador, adornista y pintor, y si bien poseía dichas cualidades en escala harto pobre, no debe pasar sin percibirse esta circunstancia, que pudo y debió influir sobremanera en el desarrollo intelectual de su hijo.—Y ¿cuántas luchas é inconvenientes no hubieran surgido en el seno doméstico, á nacer aquel último de (1)
Un escritor moderno. 62
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un padre extraño al arte que le llamaba como escojido? Supongámoslo por un instante (como algunos lo han imaginado, vista la humildad de su nacimiento) hijo de un artesano Puerto-Biqueño de aquella época, que bien hallado con su mecánica profesión, llevase á mal la vocación de su hijo por un arte destituido á sus ojos de todo encanto; de un artesano de aquellos tiempos, que positivo tal vez en su miras ó abrumado bajo el peso de cierta ignorancia, que estamos muy distantes de censurar puesto que sería siempre mas hija de su posición que de su culpa, hubiera desconocido el brillante lauro que podía traer á su nombre en lo futuro el cultivo de artes demasiado exóticas, por lo sublime, en un pueblo atrasadísimo entonces en las vías intelectuales*. ¡Cuántos tropiezos, cuántos azares en el seno mismo de la familia que habría de recibir de aquel arte antipático para ella, consideración, fama y riqueza! ¡Cuan infeliz no habría sido después nuestro Campeche si, triunfando tal preocupación, viera agostados los primeros y mas floridos años de su vida en esfuerzos estériles para su inteligencia y sin atractivo alguno para su corazón! Entonces su existencia, digna de lástima, habría transcurrido condenada á las mudas é ignoradas contemplaciones de la mente, á los derretidos arrobos del alma viuda, sin clave para interpetrar sus sueños y sin idioma para expresarlos! Por fortuna no fué así, y el pintor halló al nacer en la propia mansión de su familia el mecanismo de que había menester para revelar su ardiente numen; había allí pinceles y colores, había un maestro, poco hábil es verdad, pero que mostraba la tendencia bienhechora; un preceptor que, harto infeliz en la esfera de las concepciones,era sin embargo el único apoyo que se brindaba á su aislamiento, la única roca que, en el mar de sus deseos, se presentaba á sus ojos, como punto dé contemplación para las lejanas y feraces costas. Aprendió pues nuestro mancebo cuanto podía enseñarle su padre, tan rico en voluntad si pobre en ciencia; y verdadero sacerdote de lo bello, convirtió en santuario lo que antes era tal vez profanación. El arte entraba en quicio, si tal puede decirse, y J o s é Campeche tuvo su primera ventura:
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ventura decimos, porque siempre lo es para el germen el hallazgo de uua mano benigna que le ayude á quebrar la tierra. Corría la infancia de Campeche, y en sus pasatiempos y ocios, si algunos le dejaba el taller de su padre, se consagraba á hacer figuras de barro que merecían la aprobación de sus conocidos, quienes solían comprárselas, destinando él por su parte aquellos reducidos productos á la adquisición de materiales con que poder continuar en sus aficiones. Cuéntase que era tal su habilidad instintiva en el diseño, que tenía por costumbre dibujar con carbones ó con yeso en las aceras de su calle, figuras de santos y retratos de personas muy conocidas en la ciudad, siendo tal la semejanza y la animación de sus contornos, que los que pasaban no podían menos de admirarse, desviándose algunos instintivamente para no profanar con su huella, como decían, las imágenes de aquellos santos que parecían inspirar cierto respeto y veneración Y el dibujante, autor de tales prodigios era tan solo adolescente! Nuestro pintor venía pues al mundo con aquel sentimiento elevado cuya intensidad se desconoce por el mismo que lo lleva en su corazón; traía un alma que rebosaba con el trasporte del deseo, recibía impresiones que quería transmitir, y tenía bellezas que revelar á los demás hombres. Veía sobre su cabeza un cielo que parecía cubrirle con el dosel de la inmensidad, á sus plantas la grandeza de los mares, ante sus ojos la hermosura y fecundidad de los campos, y jnnto á sí otros seres, semejantes á él, que participaban de aquella inmensidad, de aquella grandeza, y de aquella hermosura y fecundidad, que llevaban en sus ojos el fulgor del infinito y en su palabra el eco de una eternidad no tan conocida cuanto amada; sentía entonces en su propio corazón la dulzura de una voz secreta cuyo acento misterioso le decía. "Habla por mí á tus hermanos y manifiéstales mi amor y mi grandeza, habíales con mi palabra, oh! alma escojida! " Y entonces el pintor se mecía en las esferas y su ensueño era sublime como el sueño de Daniel. El alma palpitaba agradecida, pero su creación había menester de la forma material;
492 la palabra sobrehumana había menester de las .sílabas del hombre, el ensueño debía encarnarse, por decirlo así; y entonces era cuando buscaba suspirando aquella fórmula que habían hallado los siglos, aquella cifra que hiciera objetiva y sensible á los demás su pensamiento; . en resumen, buscaba el arte. En tales momentos contrajo indudablemente la costumbre, no interrumpida hasta la vejez, de salir al campo en pos de la naturaleza expresiva y lozana, cuanto cabe, bajo el cielo de los trópicos; allí trepando cerros, y buscando en las cimas la mayor proximidad de las esferas y las vistas mas dilatadas, inquiría con anhelo aquel bello ideal que es la parte sublime de la creación y que es el fin de las bellas artes. El lápiz trazaba en las hojas de su cartera las flores, las yerbas, los arfrustos y los rios, arrancando á la naturaleza el secreto de las formas y la gracia de las proporciones; anotaba con cifras inteligibles para él, el variado colorido de las nubes, el matiz del iris y el diáfano y caasi indefinido tinte de las auroras. Volvía luego á su casa enriquecido con sus bosquejos, eomo el naturalista que regresa de una escursion feliz, y encerrrado con sus tesoros se entregaba á las meditaciones y trabajos. A fuerza de sacrificios había logrado reunir una biblioteca que, á mas de algunas obras didácticas que andaban en boga como las cartas de Mengs y las biografías de Palomino, contenía también otras obras científicas de lo menos raro y luminoso tal vez en otros países, pero que en el de Campeche tendrían sin duda el carácter de joyas inapreciables. Sea de ello lo que se quiera, es el caso que en los libros adquirió nuestro pintor aquellos primeros conocimientos que pudieron llenar en parte el vacío que dejaba forzosamente en su inteligencia la falta de museos y de escuelas; dándole ademas la variada y amena cultura que tanto encantaba á sus amigos y relacionados. El pobre artista vivia de reflejos, puesto que la teoría por si misma ño es otr-a cosa, y el buen gusto, que es en Estética ¿a razón elevada á su última potencia, el buen gusto que, según la expresión un tanto exclusiva del padre de Mengs, era una cosa que solo se aprendía en Roma, no podía ser para Campeche sino la obra de la
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adivinación y del instinto; por tanto, fuerza es concederle la lucidez del genio que suple en parte con la índole, lo que solo pueden dar en su totalidad la experiencia y el estudio de las buenas obras. Toda indulgencia sería pues escasa al tratarse de juzgar á aquellos que no han tenido otro maestro que el ingenio y la buena voluntad. La naturaleza es sin embargo un libro abierto á la razón del hombre (senos dirá) y cuyas páginas encierran la mejor doctrina, máxime cuando solo se trata de imitarla; pero dado el caso, que concedemos, de que algunos hombres tengan el don de leer y traducir sus caracteres ó el de hallar, en una palabra, la idealidad, la última ratio de la naturaleza; existe sin embargo un lenguage convencional en mucha parte de su esencia, existe un mecanismo, una manera, la materialidad del arte, si nos es dado expresarnos de este modo, que no ha sido fruto de una sola inteligencia y que aparte del barniz de las escuelas obedece á una síntesis, á un criterio universal, mas ó menos perfecto en lo conocido, pero cuya perfección absoluta se mira como el término de un camino. Y esta manera que murió con Grecia antigua para renacer mas tarde, esta manera que tardó siglos en formarse y siglos en renacer, no podía ser columbrada con todo su brillo por quien no veia la luz del sol sino reflejada en el astro pálido de la noche, único faro en mitad de sus tinieblas. Aquel que en tales circunstancias sustenta el paralelo con las glorias de las artes, merece sin duda contarse en el número escaso de los escogidos. Para ciar una idea del estado intelectual de la sociedad en que nació yflorecióJosé Campeche, bastaría saber, que en el año de 1765, época á que nos referimos, tenía toda la isla de Puerto-Rico 44,883 habitantes, de los que solo eran libres 39,846, contando la capital solo 3,562 de esta última clase; que en todo el territorio no había mas de dos escuelas de primeras letras, teniéndose ademas como raro, los que sabían leer fuera de la capital y la villa de San Germán, poblaciones principales; que la instrucción primaria se reducía á leer, escribir algo de gramática, muy poco y nada demostrativo de aritmética y la doctrina cristiana muy en compendio; que
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la música y el dibujo no pasaban de la afición en algunos; que la enseñanza superior estaba reducida á latinidad, filosofía puramente escolástica y cánones; que la anatomía y la botánica eran estudios de simple curiosidad, y que, por último, el mercado de libros participando del marasmo en que se hallaba el comercio general del pais, limitado á una exportación anual de 117,376 pesos y á uoa importación fraudulenta al par que escasa, hacía que aquellos fuesen de suma carestía y rareza. (1) Y con todo, á pesar del corto estímulo con que podía brindar semejante estado á la juventud, vemos al pintor asistir en sus mocedades á las cátedras superiores, y abarcar lleno de avidez el poco alimento que podía ofrecerle la instrucción pública, cual cumplía á una inteligencia superior en todo á la esfera en que giraba. Cursaba pues latinidad y filosofía, según los planes y miras de la época en las aulas establecidas en el convento dominico de la ciudad, siendo en ellas, según la expresión del Regente de estudios fray Manuel José Peña, y de los R R . PP. de la misma orden fray Antonio y fray Juan Zavala, fray Bernardino Díaz Cervantes y fray Francisco Recio de León, uno de los jóvenes que mas talento y aplicación mostraban en el estudio. También cursaba anatomía privadamente, como ciencia esencial para el conocimiento y práctica del desnudo en el diseño, cultivando á la par la música, y en especial el oboe, órgano y flauta, ya por pura afición, ya por que había menester tales estudios para llenar la subsistencia." En efecto, vérnosle luego suceder á su padre en la plaza de músico de capilla, por cuyo concepto recibió hasta su muerte pagas del Tesoro público. Por lo que respecta al arte que le ha dado nombre, había llegado Campeche á cierta altura, bastante á merecer de parte de sus compatriotas alguna fama; fama que era preludio de la que había de adquirir mas tarde con fundado motivo, y que había de llevar sus admirables obras con grande estima á los países extrangeros. (1) La mayor parte de estos datos están tomados de una memoria de don Alejandro O-Reilly.—Biblioteca histórica de Puerto-Rico.
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Tenía sin embargo nuestro pintor sobrado entendimiento para tomar al pié de la letra las alabanzas que inspiran la amistad, la comunidad de patria y el extravío del juicio de la multitud, cuando no se halla afianzado por la razón imparcial y competente. Su dibujo, aunque puro y correcto, era todavía amanerado; faltábale aun la habilidad que mostró mas tarde en la gradación de las tintas; dábase á conocer también su poca espontaneidad y atrevimiento en los pinceles, haciéndole rayar en lo que suele llamarse relamido. Y aunque en años posteriores adquirió su pincel mas libertad, aparece con frecuencia un tanto minucioso ó aminiaturado, atribuyendo algunos inteligentes esta circunstancia á la de haberse ejercitado cuasi siempre sus facultades en cuadros de menor escala. Ejemplo de esta primera manera de Campeche, es entre otras obras una Virgen de los Dolores que posee D. Juan Cletos y Noa (1).' Advertíase sin embargo en las obras del artista, según la expresión del insigne dibujante D. Juan Fagundo ( 2 ) , un progreso tal en el diseño, y en las demás facultades que requiere el arte, que revelaba á todas luces un talento prodigioso y una observación y constancia infatigables. La indecisión reinaba empero en sus obras; vagaba su criterio entregado á sí mismo en el proceloso mar de la incertidumbre, efecto de la falta de obras originales y eminentes en que estudiar el camino del acierto: pero brillaba en el horizonte de su vida su segunda ventura, y la luz espirante estaba para recibir nuevo alimento. La desgracia de un hombre se trocaba en fortuna para él: que así mide la racional é inflexible naturaleza de las cosas el bien y el mal de los humanos. Había á la sazón en la corte de España un pintor de Cámara, llamado D. Luis Pared ó Paredes, que habiendo incurrido en la desgracia del Monarca vino desterrado (1) Debemos á la erudita conversación dé este apreciable artista, algunas noticias interesantes respecto del pintor Puerto-Riqueño. (2) D. Juan Fagundo, natural de Cádiz, vino á esta isla por los años de 1811 y murió en la misma en el de 1 8 4 5 , según creemos. Regenteó por muchos aHos la cátedra de dibujo establecida por la Sociedad Económica de Amigos del País, debiéndose á él la formación de algunos jóvenes en el disefio. Su constancia y sus conocimientos le haoen acreedor al título do benemérito en la instrucción pública de la provincia.
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á esta isla por aquel tiempo. Era el tal Paredes, según se deja ver por el retrato que de su persona nos ha legado y de que hablaremos mas adelante, juzgando fisionómicamente, y por lo que hemos oido á algunos que le alcanzaron, hombre de carácter apacible y de buen trato. Oyó sin duda mentar al naciente pintor Puerto-Riqueño ó vio alguna de sus producciones, y solicitándole afanoso, llegó á profesarle una grata y afectuosa amistad, á que hubo de corresponder Campeche, como quien tiene ante sus ojos un Mesías inesperado; pues presentía ya hasta qué punto podrían favorecerle unas relaciones cuyo lazo mas firme era el amor apasionado el arte. ¡Feliz momento para nuestra isla aquel en que el monarca deportó á sus playas al hombre cuyo consejo, erudición y gusto ya formado, habían de traerle la influencia benigna del progreso! Paredes aparecía como Cimabue en las cercanías de Florencia, descubriendo un pintor en el pastorcillo que trazaba con su cayado en la pradera la imagen de su amigo (1). Precioso encadenamiento, feliz unidad la de la inteligencia, que sola no basta como individuo, y que ayudada mutuamente y como especie, podría ilustrar la obra del Altísimo con una nueva creación! Grecia artística civiliza á Roma, y siente luego marchitarse y morir bajo la planta de los bárbaros la flor querida de su belleza; algunos años después Nicolás de Pisa, primera antorcha del renacimiento, esparce en la nueva Italia la semilla que Vitrubio y Besarion su expositor habían guardado, y desde entonces aparecen las flores de Grecia, mas fragantes aun con la esencia inmortal del cristianismo. Así vemos á Bruneslechí destruyendo la barbarie, á Vinci ilustrando á los Médicis, á Ticiano creando los colores, y por último, después de muchos esfuerzos islados é individuales, á Miguel Ángel con la osadía,, á Rafael con la expresión, y (1) Paseábase Ciranbue, artista griego del renacimiento, por las cercanías de Florencia, cuando vio uu rebaño cuyo pastor se entretenía en grabar en la tierra con la punta de su cayado el retrato de otro pastor, amigo suyo. V i o Cimabue la obra del rústico, y prendado do su habilidad, le llevó consigo, se hizo su maestro, y al cabo de algunos años, el pastor figuraba entre los artistas: Era el célebre Giotto. >
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á Correggio con las formas y los tintes, constituyendo aquella trinidad del arte, que cual síntesis de lo bello dijo á la inteligencia lo que Dios al Océano: de aquí no pasarás. Italia se presentaba cual otra Palestina, puesto que de su seno salía redimido aquel arte que debía extenderse luego por el mundo bajo el apostolado glorioso de otros artistas. Así pues advertimos que solo de entidad en entidad y por una serie de progresiones, ha podido elevarse,, el edificio limitado cuanto hermoso de las investigaciones humanas. Cuánta no debiera ser, concretándonos humildemente al pintor que nos ocupa, su fuerza instintiva! Cuántos su estudio y observación para poder formar parte, cuasi sin auxilio extraño, de aquella gloriosa pléyade que brilla con recíproca luz en el cielo precioso de la inteligencia! De cuánta valía é importancia no debió ser para el modesto pintor PuertoRiqueño, el auxilio de un celoso lapidario que diese hermosas luces al diamante condenado á la oscuridad. Ignoramos el tiempo que duró la permanencia de Paredes en esta isla, pero según la data que llevan al pié algunos cuadros de Campeche, y la tradición que se conserva entre algunos conocedores, debió ser bastante á influir en el mejoramiento progresivo y notable que se advierte en las obras del Puerto-Riqueño. Si quisiéramos persuadirnos de la verdad que encierran tales observaciones, no habríamos menester mas que fijar nuestra atención en algunas de sus últimas pinturas. En ellas veríamos aparecer á José Campeche con, un dibujo correctísimo, con mayor atrevimiento en los pinceles, con aquel colorido que le distingue y que tanto se parece al de Correggio, pintor con quien guardaba bastante analogía la modestia y sobriedad de su carácter. Advertiríamos también las medias tintas, que si bien transparentan, azulean un tanto; la hermosura y el pudor de sus vírgenes sobrado parecidas unas á otras, la expresión celestial de las fisonomías, lo sedoso, flotante y aéreo de sus cabelleras, la gracia de las actitudes, la audacia, casi siempre feliz, de sus escorzos, la exactitud harto minuciosa en los ropages, la verdad sorprendente 63
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de los objetos materiales y accesorios (1) y la demasiada corrección en el diseño. Veríamos sus niños ó ángeles tan preciosos como los de Murillo ó acaso tan encantadores como los de Correggio; hallaríamos en algunas de sus piezas la alegría del Verones (2) el todo junto tan recomendado en las artes del diseño, la^situacion y composición de sus grupos y la distribución en las proporciones, el relieve sorprendente de algunas de sus figuras (3), rareza en él como en todos los que adoptan la costumbre de copiar de la estampa, y por último su habilidad fisonómica en los retratos (4) así como la rapidez con que los ejecutaba (5). Solía pintar Campeche en maderas del pais ó en planchas de cobre con preferencia al lienzo. Preparaba de tal modo sus colores, y usaba sin duda de tan buenos ingredientes para barnizar sus cuadros, que algunos han creído con sobrada ligereza, como se creyó de Correggio, que poseía algún procedimiento especial para la confec(1) En el Consistorio de esta ciudad, existe el retrato del E x - G o b e r u a dor de esta isla don Ramón de Castro, de un parecido maravilloso, siendo sumamente notable la verdad de sus accesorios, y en especial la del sombrero que lleva en la diestra el personaje, por cuyo trozo vista la imposibilidad de que se le vendiese el cuadro, ofreció hace algún tiempo gruesas sumas vin pintor que viajaba. (2) Véase un San Juan Bautista que posee el Sr. don José Sanjust, última manera de Campeche, hermoso colorido, escelente dibujo, franco pincel, tono delicado y sobre todo una alegría tau bien expresada por el pintor como propia en el asunto. Parece que el artista soñaba algunas veces con la magia y hermosura del paraíso, Este cuadro sería ademas, entre otros muchos, una muestra de lo que hemos dicho respecto de las cabelleras de Campeche; la del Santo parece agitada por el viento. (3) En una capilla del convento Franciscano de esta ciudad, existe un cuadro de nuestro pintor que representa á la Reina de los Angeles, verdadera Reina del cielo por la belleza de su tipo. En este cuadro, colocado por cierto á muy mala luz, se vé á la grandiosa Trinidad del Cristianismo, rodeada de ángeles qus parecen entonar el bello hosanna y bañada por la luz en resplandores. Tieue á s u s plantas al sublime fraile postrado y reverente, cuya figura, de una expresión bellísima, parece trazada en el aire, tal es la suavidad de sus líneas y la ligereza y reí'eve de sus contornos. Su fisonomía expresa la magestad de la virtud, el pasmo del humilde y el enagenamiento del cristiano. Lástima es ciertamente que este cuadro no sea en todo una muestra del mejor estilo de Campeche, pues es obra, en cuanto á soltura y colorido, de su segunda manera. (4) Notoria es esta circunstancia, y para ello nos remitimos á la multitud de retratos que se conservan en las familias de ett i ciudad como tesoros de verdad fisonómica. (5) Mil anécdotas corren tradicionalmente sobre la rapidez de nuestro artista en la ejecución de retratos, bastándole á veces la simple y momentánea vista de una persona para copiarla de memoria y con la mayor identidad.
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clon de los colores, que su índole egoísta iio le permitió revelar á los demás (1). Verdad es que su firme y valiente colorido parece destinado á sobrevivir al tiempo, pues aunque solo cuentan de vida las tales obras una centuria escasa, tiempo insuficiente para que un cuadro pierda sus matices, la mayor parte de aquellos permanecen hoy como acabados de pintar. Fijeza extraordinaria! Y el vulgo que observa vanamente tal fenómeno, da en achacarlo á causa empírica y misteriosa. Había transcurrido algún tiempo desde la venida de Paredes á esta isla, y ora porque cambiada la situación palaciega, creyese mas posible su retorno á la península, ora porque se le hiciese mas penoso su destierro, comenzó á darse trazas para conseguir su vuelta á España. Fué una de ellas la mas original y que por esta circunstancia debió sin duda influir en el ánimo del monarca, un tanto menos airado ya contra Paredes. Retratóse con el trage del gíbaro ó campesino de esta isla en el siglo pasado, en la forma siguiente: gran sombrero ó pava de empleita, cinta azul con lazo colgante, camisa ó cota muy holgada con las mangas enrolladas en el brazo, ancho calzón de lo que solían llamar carandolí, y desnudo de pié y pierna; en la mano derecha un garrote descansando en el hombro; cuyo extremo posterior sostenía un racimo de gordos, plátanos, y en la izquierda el machete de costumbre (2). Envió Paredes semejante retrato al rey con la súplica competente en que refiriéndose á la pintura, hacía mérito de la situación á que había llegado por su desgracia. Tal ocurrencia hubo de surtir efecto, puesto que á poco recibió Paredes el benéfico despacho de amnistía. Vuelto el pintor á España, no se olvidó de su amigo, dando noticia al rey de su mérito y circunstancias, y aun (1) Olvidando algunos el poder y la gracia del ingenio, han estado siempre dispuestos a formar semejantes juicios, así no debe extrañarse que se hoyan descompuesto trozos de pintura del Correggio y del Ticiano para averigaar el secreto de su colorido, pero los resultados han sido en todas ocasiones m « s curiosos que útiles:—Véase Histoire de la Pinture en Italie par John Coindet. I (2) De este retrato existe una copia hecha por el mismo Paredes en poder del Sr, Latimer, Cónsul de los Estados-Unidos en esta isla. Tiene la fecha en números romanos por desgracia cuasi borrados. Su dibujo es bello y sobresaliente, y su oolorido como de «scuela italiana.
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como se presume, poniéndole de manifiesto alguna muestra de su habilidad. Justo apreciador el monarca del talento y virtudes de su vasallo, llamóle á la corte prometiendo hacerle pintor de su real cámara; pero Campeche lleno de gratitud, rehusó sin embargo una merced que tantos otros habrían aceptado. Ya por aquel tiempo varios extrangeros en distintas ocasiones, y entre otros cierto caballero inglés de harta valía en su país, pero cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros, sabedor del mérito del pintor Puerte-riqueño por haber visto algunas de sus pinturas, entre ellas varios retratos de amigos suyos, le invitó desde Londres por conducto de D. Jaime O'Daly, vecino de esta ciudad, ofreciéndole con toda seguridad una pensión anual de mil guineas, (1) y dejándole tiempo libre para consagrarse á sus obras é inspiraciones particulares; pero tanto en esta ocasión como en las demás, negó su asentimiento á las proporciones que hubiesen de ponerle en el caso de dejar á Puerto-Rico. Ya fuera escesiva modestia ó exagerado amor á su pais natal, ya temor de cruzar los mares, (2) ó lo que es mas creíble, el deseo de no apartarse de sus hermanas, que vivían á su calor y amparo; es lo cierto que Campeche mostró en todas las épocas gran repugnancia en abandonar el pais de sus primeras impresiones, y que la vida sedentaria que hasta entonces había llevado, tuvo siempre grandes atractivos para su alma. Sistema incomprensible en un ser de su temple y ardimiento, modestia mas incomprensible aun en el artista que lleva en su corazón (por la razón de su existencia) la avidez de las emociones, y en quien no debe extrañarse el anhelo de visitar los lugares en que el arte descuella, y ensanchar por este medio los límites de su gloria. Pero volvamos á la relación material de los sucesos. Son los tales de tan poca importancia, son tan escasos los accidentes, que con dificultad pudiera dejar su biografía dos límites de simple noticia, mas allegada á la desnu(.1) 5.145 pesos macuquinos. Conviene advertir que en aquel tiempo no se había desarrollado aun en los ingleses la fama, que gozan hoy tan justamente, i fie pagar con profusión á los artistas. f (2) Un viage en aquella época era todavía un rasgo de audacia para el cual había que prepararse con la confesión y el testamento.
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dez, que á lo ameno é interesante de otras vidas célebres. No hallaremos por cierto las vicisitudes del escultor Celini, que mortifica en la corte de Francisco I la vanidad mugeril de la duquesa de Stampes su favorita, y que inquieto é impaciente por carácter, viaja y recorre la Europa, dejando en cada punto las huellas ele su gloria; ni las luchas de Rafael con el gobierno de Roma 6 sus amores con la hermosa Fornarina; ni las rivalidades de Buonarotti con Leonardo Vinci; ni los galanteos y aventuras de Van-Deik; ni, en fin, la multitud de anécdotas artísticas que nos ofrecen la existencia y el carácter de otros pintores. Y ¿qué otra cosa que la desnudez y lo incoloro pudiera prestarnos la vida del hombre apacible, feliz en el seno de la familia, artista sin ambición, habitante desde la infancia hasta la muerte de un pais apartado entonces del movimiento político del globo, en una sociedad cuasi patriarcal? ¿De un artista que, sin competidores, ni rivales inmediatos, llega á lo último de sus dias, sin percibir siquiera las vicisitudes que traen consigo la alteración en la hacienda ó en el estado y condición sociales? Y si tal vez se hubieran deslizado hasta nosotros algunas de sus conversaciones íntimas, llegaxíamos á saber las alternativas de su corazón, sus angustias ó placeres, ó el orden y carrera de sus pensamientos; pero el hombre privado se deja conocer muy poco, y gracias á crue el artista nos haya legado obras para que le admiren los profanos y para que puedan imitarle aquellos que lleven en su alma la vocación y los talentos. Sus costumbres eran sin embargo tan puras, que han dado lugar á que alguno de los que le conocieron y cuyas canas venerables dan alto precio al testimonio, haya exclamado oportunamente: "José Campeche era hombre de ingenio, valía mucho como artista, pero valía mucho mas como hombre honrado." Cierto es que su educación, un tanto monacal, influía sobremanera en sus virtudes, llevándolas tal vez hasta las preocupaciones, pero no son sin duda por tal motivo menos apreciables. Hánps quedado, 'en efecto, el cuadro de sus costumbres en que no deja de advertirse aquel carácter, pero que dice tanto en pro del hombre, cuanto
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pudieran decir los pinceles en pro del buen artista. Levantábase de madrugada, oía misa en el convento de los padres dominicos, y dirigiéndose luego á las afueras de la ciudad, permanecía algunas horas en observación de la naturaleza. De vuelta en su casa, pasaba el dia encerrado en su gabinete de trabajo hasta que llegada la tarde comía con su familia y salía á dar otro paseo semejante al de la mañana, no sin haber jugado antes dos mesas de billar, por vía de ejercicio para soltar sus miembros enervados por el mecanismo de la profesión. Al toque de oraciones dirijíase otra vez al convento referido, donde rezaba el rosario, volviendo por último á su casa con el objeto de amenizar una corta, selecta, y ejemplarísima reunión de personas de alguna intimidad, con sus habilidades músicas, en que le ayudaban sus hermanas con el arpa y canto. Y era tal la amenidad y huena fama de estas reuniones, que á pesar de la humilde condición de Campeche y de la apacible medianía de su riqueza, no se desdeñaban de frecuentarlas las personas de mas viso en la ciudad. Nuestro pintor pagaba con estricta y metódica puntualidad tales visitas en los dias festivos, en que por ningún concepto trabajaba; siendo para él de rigorosa observación los preceptos de las fiestas. También solía ocupar aquella parte de los dias de trabajo que le dejaban libres sus tareas obligatorias, en la enseñanza de algunos jóvenes que querían formarse en el diseño, de cuyos estudiantes quedaron algunos, que bien por la falta de perseverancia ó de disposición intelectual, ó por otras causas, hicieron infrucsa la enseñanza de Campeche. Sirva este argumento á disipar los rumores infundadísimos de que aquel era demasiado egoísta ó no tan buen cristiano como quería aparecerlo, puesto que se negaba á la práctica evangélica de enseñar al que no sabe. Notorios son sus esfuerzos para conseguir que sus sobrinos cultivasen la profesión, pues el amor á los suyos no vacilaba en proporcionarles todo el bien posible; pero acaso ninguno de ellos poseía el numen, la voluntad de su tio, y sabido es que mal pueden despertar el entusiasmo del maestro la tibieza ó la incapacidad de los alumnos.
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Por otra parte, Campeche tenía escesivas ocupaciones de cuyo fruto había menester para el socorro y bienestar de su familia: las obras le eran pagadas con suma ' parquedad, así por no ser grandes los recursos del pais, como porque, desinteresado con extremo, jamás tasaba sus obras, dejando á la estimación del parroquiano la fijación del precio y demás condiciones pecunarias. Hánle censurado también en su costumbre de encerrarse para trabajar, como sugerida por la intención poco generosa de ocultar sus procedimientos; pero tales inculpaciones son ridiculas hasta el extremo, y sonlo mucho mas para quien vé tan solo en semejante reserva, un celo racional y muy legítimo. El deseo de sorprender con la obra, y de evitar, con la presencia de los curiosos, los anticipados y muchas veces erróneos juicios de los que presumen sin razón de inteligentes; la modestia del artista, que persuadido de que la opinión no puede ser exacta sino en vista de la obra completa, desdeñaba aquellos elogios prematuros que otros buscan con el fin de que preceda á la obra cierta nombradía, las mas veces exagerada y sin fundamento. Hé aquí motivos muy racionales con que justificar la reserva de Campeche en la ejecución de sus obras. ¿A qué atribuirle otros móviles menos generosos? Pero tanto estos cargos como el de que hemos hablado antes, referente al secreto para preparar sus colores y barnizar sus cuadros, son hijos de la ignorancia repecto de las verdaderas causas, ó de la desesperación que lleva consigo la impotencia. Tales cargos, á no ser contraidos por sí propios, lo serían por la opinión de aquellos que, como discípulos de José Campeche, son testimonio vivo de su conducta en el particular: debiendo quedar desvanecidos, máxime cuando se trata de marchitar con tan notoria injusticia la palma.cívica de Campeche. Conocida es además por algunos amigos nuestros que han sido alumnos de los sobrinos de aquel, la poca semejanza intelectual que guardaban con su tio, y la no mucha de sus hermanos Miguel é Ignacio, que influidos por el contagio doméstico se dieron también á la pintura. Dotados de escaso ingenio, contribuyen solo á real-
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zal el mérito de su hermano José, quien ayudado de los mismos recursos y en las propias circunstancias, supo sin embargo elevarse á grande altura (1). Había llegado José Campeche á la edad de 50 años sin dejar el celibato; circunstancia incalificable en quien, como él, gustaba de que su nombre se perpetuase, y que no ha dejado de suscitar algunos comentarios^ Algunos han atribuido al interés "de no abandonar á sus hermanas, huérfanas y pobres, tal antipatía por los lazos conyugales; otros en vista de sus costumbres, un tanto ascéticas, han juzgado su conducta respecto del particular como nacida de algún voto religioso; y otros por último, han dado otra causa al perpetuo y tenaz celibato de su vida: un amor malogrado. Nosotros que no tenemos la mas ligera revelación de este misterio por boca del pintor, optaremos por la razón que, entre todas las que se ofrecen, nos brinde con la mayor probabilidad. Harta idea tenemos del carácter de nuestro pintor. Su talento, lo afectuoso de su alma, su inclinación á lo doméstico, el deseo de perpetuar su nombre, y hasta su misma religiosidad debían ser móviles poderosos á llevarle á tal estado. Sería pues suficiente á balancear tales impulsos la orfandad de sus hermanas? Juzgamos que no, puesto que aquellas contaban medios en sus labores femeniles para ayudarse, y por otra parte el pintor, infatigable en sus tareas, ganaba lo suficiente para atender á la nueva familia sin desatender á la antigua. ¿Sería pues el imaginado voto? Tampoco nos satisface completamente, porque tal hubiera sido una virtud agena de su estado, suponiéndole nosotros con bastante juicio para privarse sin causa justificada, de vínculos amables y obligatorios en su carácter de buen ciudadano. Réstanos, pues, la última de las causas apuntadas; y en verdad que ya por las vehementísimas sospechas de algunos que le trataron, ya porque ha llegado á nuestro (1) Basta la simple vista para advertir la enorme diferencia que existe entre las obras respectivas. De Ignacio no ha quedado cuadro alguno, y respecto de Miguel puede verse, entre otros, el pobrísimo cuadro del bautismo que se halla en la iglesia de los antiguos padres Franciscanos. También se nos ha dicho que el Presbítero Valdejuli, posee una Concepción del propio Miguel Campeche.
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oído en mas de una ocasión el susurro de tal misterio, ya porque hallamos semejante razón muy verosímil en su carácter, no vacilamos en exponerla, añadiendo modestamente, que la juzgamos la mas poderosa con relación á las anteriores, en la vía de enervar y aun destruir las inclinaciones matrimoniales del pintor, por mas que este, queriendo guardarla en el silencio, diese á su conducta la explicación mas razonable en apariencia: la de la orfandad de sus hermanas. Cuéntase que apasionado desde sus primeros años de una joven de las familias principales del pais, algunas preocupaciones y otros obstáculos que aquellas sugieren, habían contrariado su inclinación, por lo que guardando en su alma aquel afecto y convirtiéndolo en un ídolo sagrado, no consintió jamas en que otro amor de la tierra profanase un altar en que quemaba el incienso de su llanto y esperanzas. Si fué así, ¡qué raro ejemplo de firmeza y de constancia! ¡Digna figura, que no sabemos si llamar desgraciada ó envidiable! ¡Rasgo verosímil en él, como fuera extraño en los demás hombres! Hé aquí explicado su retraimiento respecto del particular; hé aquí explicada también aquella fama de pureza que le abrió la entrada por una no vista escepcion, en la morada de la religión y las virtudes (1). De todos modos cuan enérgica y hermosa es la fisonomía moral de José Campeche! Terminemos pues la relación de su persona y sus costumbres. Era el pintor de buena estatura, un tanto delgado y ágil de miembros, de color sonrosado al par que trigueño, laso el cabello y pardos los ojos. Afable á la vez que serio y formal en su trato, de maneras escelentes, sobrio en sus comidas, enemigo de los licores, y muy afecto á todo lo que fuese honesto y agradable. Vestía, en lo ordinario, calzón corto de hilo, medias largas, charreteras de oro al calzón á usanza de la época, zapatos con hebillas de plata y cañas de oro, corbata blanca ó negra, chaleco, chupa y sombrero de aquel color, tendido este último; en algunos dias capa ó sobretodo color de pasas que llamaban carro de oro; y por lo que respecta á los (1) Fué elegido maestro de música de las monjas Carmelitas de esta ciudad, con libre entrada en aquel oonvento.
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dias clásicos, casaca de paño negro y sombrero apuntado. Réstanos hablar, aunque con brevedad, de aquellas de sus obras que conocemos entre las muchas que nos legaron sus pinceles, y que en su mayor parte residen con grande estimación en las Antillas, España y Venezuela, y otros muchos puntos del extrangero (1); y nada importa que carezcan de la data y nombre del pintor, puesto que son tan conocidas sus maneras, que aun los ojos mas profanos designarían sus obras entre otras muchas, una vez vista cualquiera de ellas; en cuanto á las mejores que conocemos, se cuenta el San Juan Bautista á que nos hemos referido; un San Miguel en lucha con el espíritu de las tinieblas, de bella composición y escelente colorido, última manera del pintor, que posee la familia de Peraza; el retrato de don Ramón de Castro, que hemos citado ya; la galería de retratos de algunos obispos de esta isla, que existe en el palacio episcopal; la Virgen de las Mercedes que se venera en nuestra Iglesia de Santa Ana, cuyo mérito y belleza son tan conocidos de la generalidad; una Virgen del Rosario que posee don Cayetano Oller; un San José de don José Vizcarrondo; un cuadro de Animas, última manera, que se encuentra en el convento de PP. PP. de esta ciudad, cuyo original se halla en poder de don Vicente Sanjurjo; el sitio de esta plaza por los ingleses en 1797, y en cuya defensa se halló Campeche, que se conserva original en el propio convento de Santo Domingo, capilla de Belén; un San Esteban de bella expresión que posee con grande estima el Ldo. don Miguel Cotto (2); los retratos de los reyes Carlos IV, María Luisa y Fernando V I I , ejecutados cuasi de oídas con el objeto de colocarlos en la Real Fortaleza y Casa Consistorial; una sacra familia y una Dolorosa que no hemos visto, pero que se encuentran en • (1) Se le calculan de 400 á 500 pinturas, en su mayor parto copias y retratos." Innumerables fueron las imágenes que ha reproducido, entre ellas la de la Virgen do Belén, puesto que á consecuencia del levantamiento del sitio de los ingleses, atribuido por los devotos á la Virgen de Belén, cada habitante de esta ciudad quería tener en su poder un trasunto de aquella. Virgen, habiéndolos pintado Campeche de todos tamaño" y en distintas formas; los hay hasta del tamaño de una peseta. (2) Doy expresivas gracias á este señor, que ha tenido la bondad de comunicarme algunas noticias interesantes que poseía sobre la existencia del pintor.
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poder de la familia de Sanjust; el retrato de don Francisco Oller, el de su hijo don Bernardo y un Descendimiento que se encuentran en manos de la sucesión del primero. Un San Sebastian, última manera, que tiene doña Simona Peralta; una Virgen del Carmen, de la familia de Moreno, con un cuadro en que se representa la profesión monacal de un joven de aquella casa y un retrato de la misma. Retrato de don Manuel Andino pintado al óleo en una plancha de cobre del tamaño de una peseta; retratos de familia de Pasalagua y Deluque; un SanFelipe Benicio que posee don Martin Travieso (1786) y en el cual se representa la visión que tuvo el Santo Trinitario; esta obra es una de las mas notables de nuestro pintor, pues tiene un colorido precioso con todos los rasgos de su última y mas escelente maoera; un San Felipe Neri que se halla en poder del señor Canónigo Baez, última manera de Campeche, y un Nacimiento del referido Canónigo, que pertenece al segundo estilo de aquel pintor; una Concepción que existe en San Francisco, y una Santa Rita, verdadera imagen de la penitencia que reside también en aquel convento; el naufragio ó salvamento del niño don Ramón Power, que se halla en la capilla de Belén del referido convento de Predicadores, y en el que puede decirse que la mar ondea con el soplo de la tempestad, que el barco se mueve y que los hombres hablan; la Divina Pastora, que con algunas copias de estampas y retratos posee el señor don José Bacener, é infinidad de retratos de las familias Power (1), O'Daly, Andino y Vizcarrondo; sin que echemos en olvido algunos cuadros de que hemos oido hablar, como un San Ildefonso, que posee en España el Dr. Cantero; el que existe, en el Seminario conciliar de esta ciudad, improvisado para una fiesta del Santo; una Virgen de las Mercedes del Presbítero Estarache, algunos qué posee la familia de Carrion; una Virgen del Carmen [en cobre] que tiene según se nos ha dicho, la familia de Larregui; un pre(1) En vida del Sr. D. José Power, antiguo oficial retirado, verídico y apreciable sujeto é íntimo amigo de mi familia, tuve ocasión de saber por su medio algunos pormenores relativos á la vida y obras de Campeche, como coetáneo y amigo que fué de este pintor.
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cioso San Ramón, que poseía un regente de esta Real Audiencia y que debe hallarse en la península; un San Juan, de cuerpo entero, que.debe encontrarse en las antillas danesas, y otros muchos que por incuria de los poseedores que debieron llegarse á nosotros tan luego como tuvieron en los periódicos la nueva de que iba á escribirse sobre el pintor, no conocemos ó no recordamos al presente (1). Pero la pintura que, según los inteligentes, representa el verdadero pincel de nuestro artista, es el Nacimiento que se halla en el convento de San Francisco, cuya obra es un conjunto de belleza y de encantos; la suavidad y blandura de las líneas, la animación del colorido, la expontaneidad y valentía de los toques, el tono delicado á par que enérgico, la expresión mas celestial y la vida artística que rebosa todo el cuadro, se unen á la belleza y fluidez del claro oscuro tan digno del Correggio. En él aparece á imitación de la célebre Noche de aquel artista, una nueva luz que brota con esplendorosos y dulces raudales del niño Dios; en él brilla toda la esplendidez del genio de Campeche. Inmarcesible laurel de un grande artista; cuan rico el que pueda llamarse dueño tuyo! y cuan dichoso el que pueda apreciarte cual mereces! Por lo que respecta á los frescos de nuestro pintor, es lamentable, que el blanqueado moderno haya venido á sepultar la fachada de algunas casas de esta ciudad, que, despojadas del grosero barniz que las encubre, mostrarían aun con toda animación el hermoso trabajo de su mano. Consagróse también Campeche á la arquitectura y al tallado, de cuyos conocimientos nos han quedado sin embargo algunas aunque escasas muestras (2); siendo tal (1) Nadie mas interesado que el poseedor en que su cuadro adquiera Hombradía. Asistíanos el propósito de añadir por vía de apéndice una relación de todos los cuadros del Pueito-riqueño, existentes en la isla, ya porque semejantes catálogos sirven á investigaciones y trabajos ulteriores, ya por aclarar dudas, ya eñ fin por conseguir que la. tradición que se va borrando se afirmase; pero el propósito no ha pasado de tal, sin que por nuestra parte estuviésemos obligados después de los anuncios periodísticos, á caminar de puorta en puerta en solicitud de las pinturas de Campeche. (2) El retablo y cuadro de la iglesia de Hormiguero, (vicaría de San Germán) el altar y e Santa Ana, cuyo diseño existe firmado por él, el retablo del altar mayor de Bayatnon y otras obras. .
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su afición por otra parte á todas las artes de recreo que, según se nos asegura, llegó á sobresalir en la belleza de los fuegos de artificio, con que solían celebrarse en otros tiempos las fiestas religiosas. Tal es pues la relación de la vida y obras del pintor Puerto-riqueño, consagrada la primera á las virtudes privadas y sociales y á un trabajo asiduo á par que glorioso para las artes. Dichoso el hombre que vive para un pensamiento! La vida material es tan corta y vale tan poco cuando no se emplea en el bien, que no puede menos de ocurrírsenos que la única ocupación digna de nuestra mente y de nuestro corazón es aquella que se cifra en el bien de los demás, como fuente del nuestro: ocupación que nos hace felices aun en el seno de la amargura. Murió nuestro pintor en 7 de noviembre de 1809, según consta de su partida de entierro y otros papeles, á la edad de 57 años. Ignoramos con precisión la causa de su muerte, aunque debemos atribuirla á la tisis producida por el olor de las pinturas, por el escesivo trabajo y sobre todo por la predisposición orgánica de su familia. Fué enterrado en el convento de Santo Tomás de Aquino, del orden de predicadores de esta ciudad, como hermano profeso de la venerable orden tercera, de Santo Domingo. Dejó por albaceas testamentarios, en primer lugar al señor Canónigo entonces de esta Santa Iglesia Catedral, Licenciado don Nicolás Alonso Andrade, en 2? y en 3? á sus hermanos Miguel y Lucía, y por únicos y universales herederos de su módica hacienda á sus legítimas hermanas Lucía y María Loreto Campeche, según consta del testamento otorgado por el pintor en 24 de octubre de dicho año, por ante el escribano público D. Gregorio Sandoval. La Gaceta del Gobierno de la Isla hizo su elogio, y sus hermanas, previa información del Ayuntamiento y recomendación del Gobierno susodicho, solicitaron de la Metrópoli una pensión en gracia de su orfandad y de los méritos públicos y privados de su hermano José, cuya merced les fué concedida hasta su muerte, ajuicio y discreción del gobierno de la isla (1). 1
( 1 ) . Véase el apéndice.
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José Campeche vivió pues para ejemplo de la virtud, para encanto de su patria, y para imitación de la posteridad; su nombre representa talento y virtud, verdaderas palmas de la gloria, y su existencia, como artista, es en Puerto-Rico lo que el fecundo oasis en mitad de los desiertos. • Dichoso el que ha trazado, no con la habilidad que quisiera, el breve cuadro de su vida, si logra despertar en la juventud artística el deseo generoso de esparcir en tal desierto la fecundidad y la hermosura del oasis. ( 1 )
(1) Esta Biografía fué escuta en 1864 por orden y con subvención de la Real Junta de Fomento de Puerto-Rico.
APÉNDICE
Pedimento Muy Ilustre cabildo, Justicia y regimiento. Lucía Campeche, de este vecindario, por sí y á nombre de sus demás hermanos y sobrinos á U , S. muy Ilustre con el mas alto respeto dice: Que tanto la exponente como la numerosa familia que en el dia se halla á su cargo y abrigo, han subsistido de muchos años hasta ahora dos meses con corta diferencia, al calor y espensas de José Campeche, hermano legitimo de la representante, quien habiendo abrazado el estado del celibato, invertía el premio de sus infatigables tareas en el arte de la pintura y fisonomía, en la mantención de sus hermanos, que existen en el propio estado, y sobrinos carnales huérfanos y desamparados de otros auxilios, de suerte que nada es mas público y notorio en esta ciudad que el José Campeche, sin ser casado, era un vice-parente amante, liberal y cuidadoso de sus hermanas, sobrinos y demás consanguíneos destituidos de socorros, y que cuanto le producía su constante aplicación lo destinaba sin la menor reserva á aquellos piadosos usos. Murió José Campeche el dia 7 de noviembre último, y este ha sido un golpe que ha derribado 1 os' medios de subsistir de la ocurrente y su dilatada familia, faltándola los auxilios que con tanta generosidad le franqueaba aquel genio benévolo y virtuoso. En semejante desconsuelo intenta la esponen te acojerse á la piedad soberana de la suprema Junta para que en consideración á los méritos del referido José Campeche tenga á bien señalar á la familia que estaba á su cargo alguna pensión en estas Reales cajas, con que pueda subsistir y reemplazar en parte la enorme pérdida que ha sufrido con la muerte de su bienhechor. Para acreditar pues dicho mérito contraído en los servicios que hizo mientras vivió, la ocurrente acude á este muy Ilustre congreso á fin de que se digne certificar sobre los puntos siguientes: Como es cierto que José Campeche no solo era el mejor pintor y único fisonómico que había en esta ciudad é isla sino que se aventajaba notablemente á otros muchos en estas facultades por haberlas ejercido con profundo conocimiento de sus principios elementales, con inteligencia de la historia sagrada y profana, con particular gusto y genio, con admirable propiedad y con asidua aplicación, no tanto en esta isla, sino en todas las antillas y provincias de Caracas, y que de estos lugares lo tenían continuamente empleado en varias obras que le encargaban. Que á pesar, de haber sido sumamente aplicado, de haberle acudido mas obras que las que podía despachar, de haber sido el mas moderado en el porte de su persona y casa y de no habérsele notado el menor desperdicio ó gasto supérfluo, sin embargo, jamás salió de una fortuna mediocre, ni se le ad-
512 virtió otra suerte que la de subsistir decentemente á costa de su trabajo diario. Si este provenía de la mucha equidad con que generalmente locaba sus obras, y en particular las correspondientes al público y Real Erario, las cuales con haber existido casi continuamente empleado en ellas, le dejaban muy poca utilidad, que una las hacia de gracia y otras á ínfimos precios, llevando la principal mira de servir al público y de contribuir con su profesión al beneficio de la Real Hacienda. Que en virtud de este modo de pensar, de su irreprensible conducta y amor á su familia se grangeó el aplauso y común estimación. Que por los mismos principios ha quedado por su muerte su dilatada familia eu un estado indigente, «orno que no la dejó caudal y le ha faltado el agente de su subsistencia; y en esta atención:—A U . S. muy ilustre suplica que habiéndola por presentada se sirva acceder á la certificación propuesta, y mandar que evacuada, se le entregue original páralos fines convenientes ajusticia, que por merced implora déla notoria bondad de U . S. muy Ilustre. Puerto-Rico y enero 2 de 1 8 1 0 . — L u c í a Campeche. Acuerdo.
Sala capitular de Puerto-Rico 8 de enero de 1 8 1 0 . Vista al cab a l l a x¿.Síndico Procurador Gral. D . Francisco Saurí.—Dávila.—Pizarra'.—Hernaiz.—Dr. Torres.—Ldo. Mejía,—Becerra.—Ante mí— Tomás Escalona, secretario de cal»ildo. Representación
del
síndico.
Muy Ilustre Ayuntamiento: el Síndico personero para satisfacer la vista que se le ha conferido de la precedente solicitud instaurada por Lucía y Loreto Campeche, y graduar el mérito de ella, ha tomado los informes que le han parecido,, conducentes para el esclarecimiento ríe todos y de cada uno de los particulares que especifica, y ha resultado la certeza de todos ellos, siendo públicos, notorios y constantes la honradez, asidua aplicación y profundos conocimientos de J o s é Campeche, como también la equidad con que ajustaba sus obras; la numerosa familia-que existía á sus espensas, el desconsuelo en que se deben hallarlas esponentes, y sentimiento que al público ha causado su pérdida, habiendo merecido por lo tanto se hicieran de él varios encomios en las gacetas impresas en esta capital para que llegasen á noticias de todas sus apreciables cualidades, y su ejemplo sirviese de estímulo á otros patricios; eu éste concepto me parece asequible la anterior pretcnsión, dándosele la certificación que se exige. N o obstante U . S. muy ilustre recordará lo que estime por mas justo y arreglado. Puerto-Rico y enero 1-4 de 1 8 1 0 . — F r a n cisco Saurí. Acuerdo.
Sala capitular de P u e r t o - R i c s 2 2 de enero de 1 8 1 0 . Vista la antecedente representación del caballero Síndico procurador General,
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dése á, la suplicante testimonio de este expediente para los usos que le convengan.—Dávila.—Pizarro.—Hernaiz.—Licenciado M e x í a . — D á v i l a . — A n t e raí, Tomas Escalona, Secretario de cabildo. Pedimento. Lucía y María Loreto Campeche, hermanas huérfanas, con el mayor respetóse presentan á V . S. lima, y dicen: Que desde la muerte de su padre Tomás Campeche, ocurrida en 2 5 de Julio de 1 7 S 0 , dependió su subsistencia y conservación ó)e José, su hermano, pintor de profesión y empleado en una de las plazas de músico de oboe, de dotación Real asignadas á esta Santa Iglesia Catedral, que sirvió desde el ] G de diciembre de 1 7 8 3 hasta el 7 de noviembre de 1 8 0 9 en que falleció. Desde el mismo dia se hallan sumergidas en las amarguras de la mas triste soledad y desamparo y amenazadas de una suerte deplorable, procedentes aquellas y esta de la muerte del que pudo contarse en el número de los mejores hermanos, pues que su vida laboriosa les proporcionaba bastantes comodidades en una casa que su habilidad y el proceder honrado y timorato la hacían tan respetable como amable de las personas mas distinguidas de esta ciudad, que la frecuentaban, y del resto de sus habitantes. Parece, limo. Sr., que el mérito y servicios contraidos por José su hermano, quien por tantos años hizo las funciones de padre, pueden servir de apoyo para que la piedad soberana las mire con lástima y conmiseración bastante para obtener de ella que le dispense alguna pensión ó real merced anual que enjugue sus lágrimas y las libre de la mendicidad á que se'presienten expuestas dentro de.pocos años. Sí, limo Sr., José Campeche su hermano adquirió, como V . S-. lima, sabe, muchos conocimientos en la música y mayores en la pintura, con los primeros sirvió al Rey y á su patria con esmero y utilidad sin que le moviese el interés, como lo acreditó constantemente en la Santa Iglesia Catedral y en las demás de los conventos de esta ciudad, principalmente en la de las madres monjas Carmelitas, las que instruyó en los toques del órgano y canto llano con el primor que admiran cuantos oyen sus misas y oficios; con los segundos hizo muy recomendables servicios á S. M. y á esta ciudad. E l ideó los túmulos para las exequias de nuestro rey el Sr. D . Carlos I I I y del Papa Pió V I , formó sus planes de diseños para remitir á la corte y dirigió la ejecución de aquellos. E l trabajó planes distintos, como el de los partidos de Fajardo, Humacao y Loiza encargado por el oidor D . Juan Diaz de Sarabia, Juez comisario í l e a l de tierras en estaisla; el de la casa de pescadería de esta ciudad que le encomendó el regidor D . Félix de la Cruz, comisario por el Superior Gobierno de la misma; y el do los cuarteles de S. M . proyectados en esta plaza. E l pintó los retratos de los Reyes D . Carlos I V , y D . Fernando V I I y Reina D " María Luisa, no solo los que se colocaron en la Real Fortaleza, sino también en la casa consistorial de esta ciudad y la de la villa de la Aguada. E l pintó las figuras de estatuas para^colocarse en la fuente de San Antonio que se le encargaron por don Bartolomé Jamuy, Maestro Mayor arquitecto de estas Reales obras
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514 de fortificación. E l pintó las armas Reales que se hallan en la falúa del Rey, y varios escudos de ellas para sus banderas, para las de los castillos del Morro y San Cristóbal, para la de los buques correos de S. M . y para el arsenal. Y finalmente, él se ocupó en otras innumerables pinturas que le fueron encomendadas por los Illmos. Sres. Obispos de esta Diócesis, por el Superior Gobierno y por los muy Ilustres Cabildo Eclesiástico y Secular, y por todo esto trabajo no percibió sino algunas gratificaciones y á veces ningunas, las que en ningún tiempo reclamaba. E s seguro que jamás exigió de ninguno el interés proporcionado al mérito de sus pinturas, pues que en este arte se elevó con solo su aplicación y estudio privado á un alto grado, particularmente si se pone la vista en sus retratos, tan parecidos á los originales que de ellos puedo decirse que no los falta sino hablar. Resultó de su desinterés y de la equidad suma con que trabajaba todas sus pinturas, que á s u fallecimiento no dejó bienes ningunos, pues la casa que habitan, aunque propia, está empeñada en varias cantidades, y necesitada de repararse en muchas partes porque se declaró contajiosa su última enfermedad. A que se siguió también la pérdida de muchos muebles y de las ropas que usaba. En el pensamiento pues de ocurrir á S. M., como dejan expuesto, en solicitud de algún socorro para reparar sus necesidades á que no puede sufragar su trabajo: Suplicamos á U . S. Illma. que para documentar el recurso se digne despachar un atestado de los buenos servicios que le constare de su difunto hermano José y do la irreprensible conducta que siempre ha observado, en que recibirán especial merced de la acreditada caridad de U . S. Illma. quedando, en virtud de su reconocimiento, obligadas á rogar al Altísimo que prospere su vida por muchos a ñ o s . P u e r t o - R i c o 25 de enero de 1 8 1 0 . — L u c í a Campeche.—María Loreto Campeche. Atestado. La aplicación y ventajas con que desempeñó José Campeche el arte de pintura por toda su vida, reuniendo al mismo tiempo las buenas circunstancias de conducta, desinterés y relijiosidad, le lucieron desde luego digno de una estimación general y laudable; dando pruebas convincentes de estas cualidades, los hechos que especifican sus hermanas en la precedente representación y sirven de monumento para calificar su necesidad pública, y de la dilatada familia que sostuvo. Puerto-Rico 29 de cnuro de 1 8 1 0 . — J u a n , Obispo de Puerto-Rico. Pedimento, Si. Alcalde ordinario—Lucía y María Loreto Campeche, hermanas huérfenas, vecinas de esta ciudad, de estado solteras, ante V . respetuosamente se presentan y dicen: Que para fines que les convienen, necesitan hacer constar el mérito y servicios de su difunto hermano José Campeche, los cuales se contienen en parte en los dos expedientes que acompañan. Por tanto suplican á V. se sirva man-
515 dar que por el Escribano á quien se presenten, se compulsen tres testimonios de cada uno de ellos por separado y se les entreguen con los originales pagando los debidos derechos á que se ofrecen, en que recibirán especial merced del justificado proceder de V . Puerto-Rico 3 de febrero de 1S10.—Lucía Campeche.—María Loreto Campeche.—Auto.—Puerto-Rico 5 de febrero de 1810.—Dénseles los testimonios que piden.—Pizarro.—Ante mí, Manuel de Acosta, Escribano Real. S e ñ o r — L u c í a y María Loreto Campeche, hermanas célibes y vecinas de la ciudad de San Juan de Puerto-Rico, puestas á los reales pies de V . M . representan: Que su .hermano José, también célibe, sirvió á V . M. y á sus augustos padres y abuelos por dilatados años con las artes de su profesión música y pintura, que ejerció con bastante primor y utilidad del Real Erario y de su patria, á que agregó las cualidades apreciables de fiel vasallo, amante de su rey y d é l a nación, temeroso do Dios y vecino honrado, en quien descollaba, entre sus virtudes morales, la de la piedad; pero á pesar de sus servicios, habilidades y demás circunstancias tan recomendables, dej ó á sus hermanas en la constitución de pobres y miserables. En 16 de diciembre de 17S3 fué nombrado por el Gobernador Intendente y Capitán General de esta Isla, para servir una de las plazas de músico de oboe de dotación Real asignada al servicio de esta Santa Iglesia catedral, y suplir la ausencia y enfermedades del organista de ella; en cuyo servicio permaneció constantemente, desempeñándolo con exactitud é inteligencia hasta su muerte, verificada en 7 de noviembre del año próximo pasado, al que se habia prestado antes de obtener la plaza en propiedad cuando lo exigíala necesidad por hallarse impedido alguno de los empleados propietarios, como así es constante de su nombramiento, y que este le fué despachado, tanto por este mérito cuanto por su habilidad acreditada. Con la misma habilidad que adquirió en los toques del órgano, sirvió sin interés en los conventos Reales de Santo Domingo y San Francisco de esta ciudad, siendo frecuente su asistencia al primero cuando era compatible con el desempeño de su plaza. N o fué menos recomendable el servicio que hizo en el convento de las M . M. Monjas Carmelitas de esta ciudad, las que instruidas por él en los toques del órgano y en el canto llano, forman en el dia un coro verdaderamente admirable, y en el arreglo y colocación de las piezas de órgano de la iglesia de la Venerable Orden 3 de San Francisco cuando se trasladó á ella del parageen que se hallaba. Mayor fué su habilidad en el arte de la pintura, y con ella sirvió constantemente á la soberanía y á su patria. E n el expediente que acompaña ee detallan varias obras suyas, ejecutadas con primor, y muchas de ellas sin interés por el solo obsequio á su Rey y á s u patria. Su ingenio fué sin duda escelente en el arte de pintar y mas en el de retratar, para perfeccionarse en uno y otro no tuvo mas maestro que su aplicación y los libros que pudo agenciarse: por aquella tomó en estos, muchos conocimientos de la Arquitectura, Escultura, Geometría, Historia Sagrada y Profana, como así es público y notorio, y por tal se estampó en la Gaceta de Puerto-Rico del sábado 2 de diciembre de a
516 1809 en la que se notició su muerte. N o olvidó Sr., las obligaciones de un fiel vasallo amante de su rey y de la nación: ni sus tareas literarias ni las del ejercicio de sus artes le ocuparon cuando le llamó la preferente atención de servir á su Rey con las armas y defender su patria. Así es que concurrió á la defensa de esta plaza en el año de 1797 cuando los enemigos la sitiaron. Su religiosidad éirreprensible conducta que asientan el Illmo. Sr. Obispo de esta diócesis y el Procurador general de esta ciudad en su atestado y representación, que contiene el expediente, son relevantes pruebas de que fué temeroso de Dios, de que es'ademas buen testigo este público, por haberlo sido de su vida ejemplar y de sus prudentes y humildes modales, con los que ganó los corazones de las personas de todas clases que le trataron. '-Su .muerte (dice la Gaceta citada) que acaeció el dia 7 de noviembre anterior, ha sido justamente sentida de cuantos habitantes tiene esta isla desde los primeros personages, máxime cuando su virtud y acendrado cristianismo le hacían acreedor al general aprecio. Perdió Puerto-Rico uno de sus mas ilustrados hijos, y en su ejercicio uno de los mas emi- » nentes: lloremos la falta como conciudadanos suyos y esperemos que en el cielo habrá tenido la recompensa justa de sus desvelos y de su relijioso mérito." N o son las hermanas las que hacen el digno y verdadero encomio de José su hermano. Desde que murió su padre Tomás en 26 de julio de 17S0 se hizo cargo él solo (tenía otros hermanos, pero casados) de atender á la subsistencia de su madre, difunta en la actualidad, y hermanas á que se agregaron sucesivamente muchos sobrinos y sobrinas, hijos é hijas de otras hermanas difuntas, que se hallaban en la constitución mas deplorable.—Así es que él fué muchos años la cabeza de una numerosa familia, cuya conservación dependía enteramente de su trabajo.—Tampoco dejaba de participar de su bondad difusiva la demás parentela pobre y dilatada: todos los parientes ocurrían á él en sus necesidades, y todos eran socorridos según lo permitían su valimiento y facultades.— D e consiguiente, puede asegurarse que la virtud de la piedad resplandecía en él en un grado mas que común y ordinario. Pudieran creer las hermanas que alguna vez se presentaría á la imaginación de José el estado matrimonial, pero conceptúan que en este caso habrá desvanecido su pensamiento el cuidado y abrigo de la familia de que se encargó con funciones de padre: en la misma moneda le pagaron sus dos hermanas. — P o r lo que aunque fué incesante su trabajo y el de ellas no fué escaso, ningunos bienes pudo adquirir para dejar á sus hermanas, que siempre le acompañaron, con que poder sostener el corto resto de su vida, y cuando ya su edad no le permitía una fatiga continuada, á que también contribuyó, que en los trabajos que hizo por interés fué sumamente equitativo y parco: el Illmo. Sr. Obispo en su atestado y el Procnrador general, en su representación afirman su desinterés y equidad. Murió pobre y dejó pobres á sus hermanas, pues aun la casa que habitan está empeñada en bastantes cantidades, al paso que necesita muchos reparos por haberse declarado' contajiosa á su última enfermedad. E n fin, su subsistencia y la de su familia fueron el único fruto de laescelencia
517 cíe su ingenio y de sus laboriosas tareas en sus artes liberales. Parece, Señor, que su hermano José era digno de alguna merced ó pensión real, no solo en recompensa de su mérito y premio de su aplicación á cultivar el excelente ingenio con que Dios le habia dotado^ de que resultó la utilidad que es notoria al servicio del Rey y de su patria, sino también para estimular a los vasallos de V» M . al estudio y aplicación de las bellas artes. Ninguna merced pidió jamás porque todavía podía trabajar, pero sus hermanas quedaron miserables, y acaso por no parecerles justo separarse de un hombre tan sobresaliente que dio tanto honor á su patria, consideran que pueden optar al grado de sus representantes, y como tales suplican á V . M . que en atención al mérito y servicios de José, su hermano, se digne tener compasión de la miseria en que yacen, mandando consignarles alguna real merced que sea mensualmente abonada por estas Reales Cajas y que pase íntegra á la que sobreviviere de la otra, conforme fuere del soberano agrado de V . M., á cuya Real clemencia se acojen esperando que serán oidos sus clamores mezclados con sus reconcentradas lágrimas.—Puerto-Rico 28 de febrero de 1810.—Señor:—Lucía Campeche.—-María Loreto Campeche.
Real orden. Habiendo dado cuenta al consejo de regencia de España é Indias de la representación de Lucía y María Loreto Campeche que tlirijió V . S. con carta 28 de febrero de este año, en que solicitaban que pollos méritos de su difunto hermano se les asignase algo con que subsistir sobre aquellas Reales Cajas, y compadecido S. A . del infeliz estado en que se hallan, se ha servido resolver que vea V . S. si hay algún fondo de donde socorrerlas, y si se encuentra, las contribuya con la cantidad que le parezca. Lo que participo á V . S. de orden del mismo Supremo Consejo de Regencia, y para su inteligencia, la de las interesadas, y su puntual cumplimiento. Dios guarde á V . S. muchos años. Real Isla de León 2S de Diciembre de 1S10.—Nicolás María de Sierra.—Sr. Gobernador Capitán General de PuertoRico.—Puerto-Rico 28 de febrero de 1811.—Hágase saber á las interesadas la precedente Real resolución y tómese razón.—Melendez. Discurso p)-onunciado por D. Nicolás nómica de Amigos del Pais.
Aguayo
en la Sociedad
Eco-
Tomo la palabra porque no puedo contener mas tiempo el impulso que me mueve á hablar de un asunto propio de la atención de esta Sociedad; asunto en que creo hallar muchas simpatías; y asunto en fin que dará una muestra de nuestro reconocimiento y patriotismo. Para esta sola ocasión quisiera poseer el don de la palabra, pues no estoy conforme con hacer un mezquino y desaliñado discurso cuando el objeto es grande, y digno por tanto de otro orador. L a s circunstancias empero me favorecen ahora que miro á V . S S . llenos de entusiasmo conceder á nuestros ilustres socios los Sres. Andrade y Ochoa un testimonio de aprecio por los servicios que han prestado
518 á la sociedad: cuento con que no harán alto en la expresión ni en el orden de mis ideas y solo notarán la emoción que experimento en este instante. Dos nombres Sres. voy á recordar esta noche, nombres gloriosos y sin embargo casi olvidados. N o creáis que me remonte á los tiem-' pos de la conquista para buscar esos nombres entre nuestros padres que trajeron á este suelo la cruz y la luz, la fé de Cristo y la civilización. Cerca los tenemos, y son D . A l e j a n d r o Ramírez y José Campeche los que quiero traer á vuestra memoria. N o extrañéis que yo junte estos dos nombres: de intento lo hago porque me complazco en recordar juntos al sabio economista á quien debemos lo que somos hoy y seremos con el tiempo; y al célebre artista, al mayor ingenio que ha producido el pais. Vedlos aquí: esta sociedad es hija del uno, y ese retrato es obra del otro, monumentos entrambos de su gloria, pues Campeche se adelantó al tiempo, y Ramírez adelantó el tiempo pava nosotros. T a l vez habrá quien ignore lo que fueron esos sugetos y lo que les debemos. D . Alejandro Ramírez fué Intendente de Puerto-Rico, y entre los benéficos actos de su administración, se cuentan el establecimiento de esta Sociedad, el comercio libre y la Real Cédula de 1 0 de agosto de 1 8 1 5 , llamada generalmente de "gracias" por las muchas que la munificencia soberana concedió en ella á esta isla á propuesta de aquel sabio Jefe. U n a de esas mercedes fué abrir las puertas á los extranjeros industriosos y capitalistas para que pudiesen establecerse entre nosotros. V . S S . saben el influjo de esta providencia. Puerto-Rico antes de eso era pobre, vivía á expensas de Méjico, que la remediaba con un situado ó consignación anual, poique la isla no era mas que un hato, porque éramos criadores y por consiguiente pobres, como lo fueron los pueblos pastores en la infancia de las sociedades. Vinieron los extranjeros con capitales é industrias, demoliéronse los hatos, descuajáronse los montes, empezó el cultivo, y terrenos reputados inútiles hasta por el sabio historiador nuestro el Padre Iñigo, se ven hoy cubiertos de esa planta que constituye la principal riqueza de las Antillas. N o hay que empeñarse en inquirir y adjudicar otras causas al estado actual del pais: es la cédula de gracias, sin la cual, las secundarias y accidentales de la emigración de Costa-Firme y otras que tanto se decantan, poco ó ningún efecto hubieran producido. L a emigración ¿En qué manos están aquí los capitales'? ¿Do quienes son en general los mas pingües establecimientos agrícolas? ¿Quienes nos enseñaron el cultivo de la caña y del café? Los extranjeros llamados por aquella disposición soberana. Ahora somos ricos, ahora no necesitamos de nadie, antes bien socorremos á nuestra madre y hermanos peninsulares. ¿Y dónde está el bronce, dónde el mármol que inmortalice al nombre de D . Alejandro Ramírez? Señores, hemos sido ingratos con nuestro fundador y regenerador. José Campeche es otro sugeto olvidado y casi desconocido. Este cuadro es de Campeche, esa obra es de Campeche, dicen algunos, y ¿quién era Campeche? preguntarán nuestros hijos. Nosotros no sabremos qué responderles de cierto, porque la tradición sola sinmonu-
519 mentos se confunde con la fábula. Algunos le harán flamenco, otros italiano cuando examinen sus obras, y nadie sospechará que era Puerto-riqueño, hijo del genio. Su alma voló hasta el alcázar de nuestros reyes, y si su modestia no hubiera igualado á su mérito, habría sido pintor de Cámara: proporciones tuvo y no quiso aprovecharlas. Empero en el oscuro rincón de su patria gozó de la gloria que gozan siempre los hombres grandes. N o fué obstáculo su condición humilde para ser respetado y considerado de los que el mundo llama grandes, puesto que se elevó por sí propio á la altura de esos grandes de fortuna. ¿Y dónde aprendió Campeche? preguntareis. En Puerto-Rico. ¡Cómo! ¿Quién fué su maestro? La naturaleza. Cuál otro queríais que fuese en aquella época, cuando en esta que alcanzamos mas aventajada, no encontraría otros modelos el discípulo de Apeles? Sí, él estudió la naturaleza, y la copió. Vedlo ahí, ese cuadro delante del cual aquel otro se ruboriza, es obra de sus manos, es parto de su numen (1). Creo, señores, que estamos en el caso y en el mas estrecho deber de pagar un tributo de reconocimiento y estimación á estos dos grandes hombres de un modo patriótico y digno de nosotros para que la posteridad líos juzgue bien. Merecen una columna que inmortalice sus nombres para recuerdo de las generaciones futuras, y estímulo del celo y del ingenio. Pero ya que no alcanzan á tanto nuestros recursos, sea otro el medio de honrarlos: bastará inscribir sus nombres donde los veamos y veneremos constantemente.—Puerto-Rico, 1 8 4 1 . —Nicolás A g u a y o . Informe
de la
comisión.
La Comisión nombrada para proponer el modo de honrar debidamente la memoria de don Alejandro Ramírez, Intendente que fué de esta isla, y la de José Campeche, natural de este suelo, al primero como fundador de la Sociedad Económica y por los inmensos beneficios que su ilustrada y celosa administración produjo al pais; y al segundo por la celebridad que alcanzó en el noble arte de la pintura sin maestros ni modelos siquiera y en fuerza solo de su grande ingenio y aplicación; tropieza con la falta de fondos que tiene la Corporación para costear cualquier monumento que inmortalizara los nombres gloriosos de Ramírez y Campeche, y satisfacer de ese modo la deuda de reconocimiento y estimación que el pais y la sociedad tienen contraída con aquellos distinguidos sugetos. Pero una vez que U . S. quiere añadir á los títulos que tiene para el aprecio del cuerpo patriótico que dignamente dirige, el de proporcionar á su costa el retrato de don Alejandro Ramírez, y el socio señor Aguayo manifestó que podía conseguirse el de Campeche, haciéndole copiar gratuitamente de uno que existe en la familia de este; propone la comisión se coloquen los dos retratos en la sala de sesiones, procurando
(t) El retrato al natural del Gobernador D. Ramón de Castro, colocado >;u la sala d e l ayuntamiento, frente al de D. Miguel d é l a Torre, hecho por un >-xtraugcro.
520 se verifique, si fuere posible, antes de la Junta general del presente año. Mas no cree que esto sea bastante, atendidas las cualidades relevantes de uno y otro sugeto. Si vivieran; está segura que la Sociedad se apresuraría á inscribirlos como socios de mérito y no sería mucho en verdad. T por qué después de muertos no seles ha de conceder este honor tan bien conquistado? Opina por lo mismo la Comisión, que se les confiera ese título, se inscriban así en el catálogo de los socios, y se baga mención de sus nombres cada año en la junta general. Y por último, quisiera también la comisión que, para justificar lo acreedores que son los expresados don Alejandro Ramire/. y José Campeche á la honra que se les acuerde, y para inteligencia y satisfacción de todos los habitantes de esta isla, se inserten en.los papeles públicos el discurso pronunciado en la sesión anterior, relativo á este asunto, por el señor socio don Nicolás Aguayo, el presente dictamen y la resolución que en vista se sirva tomar la Sociedad. Dios guarde á U . S . muchos años.—Puerto-Rico 25 de febrero de 1841.—José de la Pezuela.—José Antonio de Quijano.—Nicolás Aguayo — Sr. Director de la Sociedad Económica de Amigos del Pais. ACTA DE LA
JUNTA.
De la Real Sociedad Económica de Amigos del celebrada el dia 25 de Febrero de 1 8 4 1 .
Pais
"Se abrió la sesión etc.—Seguidamente se leyó el informe de los comisionados para proponer el monumento que debía erigirse á la memoria del señor don Alejandro Ramírez y José Campeche, y la Sociedad oyó con entusiasmo el discurso del socio señor Aguayo,' y i acordó conforme en un todo con lo que propuso dicha Comisión, añadiendo que el acto de colocarse los retratos se haga con la mayor solemnidad, aprovechando á este fin una ocasión oportuna, y que tanto el discurso como el dictamen se inserten ademas de publicarse, en el arta de la sesión de este dia, encargándose la misma Comisión de poner al pié de cada retrato una leyenda sobre el motivo de ellos, pronunciándose el dia de la colocación un discurso análogo á las circunstancias. Y en cumplimiento de esta disposición copio dicho discurso y dictamen que son del tenor siguiente.—Aquí el discurso del Sr. Aguayo y el dictamen de la Comisión.—Y no habiendo mas asuntos de que tratar se levantó la sesión, cuya acta rubricó el señor Director de que yo el infrascrito Secretario sustituto, certifico.—Juan Basilio Nuñez. Asistieron á esta sesión los Sres. socios: Andrade.—Antique.—Fagundo.—Bosch.—Ochoa.—Bermudez.—Quijano.—Aguayo.— Fuertes.—Nuñez ( J . B ) — P e z u e l a y Montenegro.
UN
A L M A EN"
PENA
(CUENTO FANTÁSTICO) I. Alfredo había cumplido los 33 años; edad que el Dante llamó il mezzo delcammin dinostra vita y en que el rey de los mártires apuró en el Gólgota, la copa envenenada que ofrece el mundo á los que pretenden su bien.—Alfredo no era rico y esto es ya un desengaño en ciertos mundos. Es verdad que tenía lo que debiera ser una riqueza: un alma; pero este es valor que no se descuenta en muchos bancos. La tarde comienza á dejar su puesto á la noche. Es la hora de las sombras. Mob, la ninfa del sepulcro, envuelta en blanco sudario, presenta á Alfredo la copa envenenada. Sé oye el rumor de música agradable, pero en lontananza, como un eco perdido, como un dulce pasado que no volverá. Susana.—Yo fui tu primer amor, la azucena de tu infancia, la rosa de tu adolescencia. Grata y festiva, te di sueños deliciosos que no has podido olvidar.—-La impresión de mi diestra juguetona conmueve aun los rizos de tu cabellera; alguna cana los matiza ya, es la cenizadel volcan que ardió y cuya lava era deliciosa.—Lo presente, lo porvenir para nosotros es la nada! adiós, triste amigo, adiós! Julia.—(Ataviada con la guirnalda de la festa, hermosa y brillante como en otro tiempo).—Yo fui el amor de tu vanidad. Te amaste en mí; era un tributo que debías rendirme. Yo sigo amando y amada como entonces. Cierto es que la decadencia comienza ya á alborear en mi hermosura, pero la verdadera hermosura tarda en marchitarse. Ah! cuan gratas resuenan aun en mis oidos tus lisonjeras palabras.!—-En una fiesta al son de la bullicio-
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sa música, ceñidos en dulce abrazo nos deslizábamos por espacioso salón. La luz brillaba en nuestros ojos; nuestro ardiente hálito se confundía, tú, embriagado con mi belleza, aspirabas con ansia, con delicia, con el éxtasis de un paraíso, el jazmín de mi rubia cabellera Desde entonces' un rizo de la blonda beldad te transfigura y te muestra visiones inefables.—Amado Alfredo, yo poseo tu primera juventud.—Tu mas hermosa y hechicera memoria te dá un adiós eterno. Tal vez nos encontremos de nuevo por la vida, pero ya no seremos el uno para el otro lo que en aquellos dias.—Vendrá la primavera, pero las flores del pasado año no vendrán á saludarla. Elvira.—Yo soy aquella que te inspiró el amor heroico; yo fui la Judith de tu Biblia, la.Corday de tu fantasía, la Eleonora de tu corazón, la Eloísa que no sabe olvidar, la Julieta que sabe morir. Los huracanes de la vida doblegaron los robles de la selva Sombras de mugeres que aparta el océano del mundo y que uno vé pasar desde la ribera.—Dejan en prenda una sonrisa melancólica, un suspiro abrasador. La voz de Vírico.—Amigo mió, los bravos compañeros de la juventud te aguardan, ay! de los que hayan envejecido y sean sordos á nuestro reclamo. La ambición se ofrece á nuestra vista.—Busquemos la gloria. La voz del mundo.—No, el oro es mejor. La gloria es humo. Ulrico.—Es humo, pero es bella y embriaga nuestras almas, es mas hermosa que el oro.—Atrás! mundo miserable.—Alfredo y Ulrico son jóvenes aun, viven de su alma, aun no es llegado el tiempo en que el mundo sea su Dios. • La voz del mundo.—Seguid y ya veréis. Ulrico.—Amamos el placer, las fiestas, las mugeres es verdad, pero al manjar que hinche y apoltrona, preferimos el vino que bulle, emblema de nuestra sangre y que presta imágenes encantadoras; preferimos al festín del sibarita, el que finje mundos desconocidos; preferimos á la muger positiva, la que nos hace soñar con pa-
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raisos y con amores sin límites.—Hoy llamamos humo las ilusiones de los primeros años: pero nuestra mente no se aviene sin ilusiones, busquemos pues las menos frivolas: patria, gloria, humanidad.—Nosotros haremos de la tierra una mansión de hermanos. Surcaremos los mares en pos de regiones ignoradas, alzaremos templos al saber, predicaremos la virtud, combatiremos por ella, por el bien de todos los hombres. Si el martirio nos ataja, sucumbiremos, pero con gloria. La voz de un anciano.—Hermosos corazones engañados: Viva vuestra fé!—Mi labio os bendice anegado en lágrimas Si queréis el Gólgota bien está andad andad ya lo hallareis. Uno de vuelta.—Allá no hay nada.—El sacrificio será un escarnio de vuestra sangre. Las espinas de vuestras sienes os atormentarán demasiado, infructuosamente. Vírico.—Aun soy tu amigo, aun hay amigos; sigúeme. Tin joven desencantado.—La época es árida y espinosa; gozemos y vivamos. Otro idem.—La eternidad es todo ó es nada.—Si es nada, es descanso; si es todo, muramos. Alfredo.—(Desfallecido).—Dios mió! ¿qué hacer? Mob.—(En traje de tumba, presentándole una copa ornada de flores).—Beber y morir! II. En el horizonte se presenta la luz de la esperanza. No es sol, es pálido lucero. El rayo de esperanza tomó forma: Era Amelia. Era una muger graciosa y modesta.—Derramaba su luz melancólica y vacilante como desconfiada, sobre un cielo de otoño. Parecía que el retraimiento á que la había condenado un mundo que solo aprecia lo que lo fascina, había concentrado en su corazón la llama suave de una ternura celestial. Flor un tanto marchita, pálido lirio privado de la rama que era su vida, emblema de un suspiro continuo y ahogado tal vez por el temor á un mundo burlón y desdeñoso, ó acaso porque al ser para otrQ, rayo de esperanza, diese lo que no tenía. /
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El amor que inspiró á Alfredo no era coreado por la vanidad, nadie exclamaba al verla pasar ¡abí vá ella! Alfredo confió en que podía sentir, aunque por última vez, una afición que juzgó sincera cuanto desinteresada y perpetua cuanto pura. En ello no había otra vanidad para él que la de haber descubierto un tesoro hasta entonces ignorado. Amelia se presentaba á su corazón como la dulce y generosa simpatía, pronta alienar el vacío de su alma, como un ángel de redención, como la virgen del último suspiro. Ella tenía ojos que sabían llorar y que por tanto se hicieron para el amor.—Hela allí esbelta y solitaria como la palma en el desierto, con su dulce mirar de gacela, su voz de calandria herida. Su cabellera blonda recuerda los dorados dias queno pueden olvidarse; el azul de sus ojos el risueño celaje déla infancia; sumirada, elsol de la patria para el corazón proscripto. Alfredo.—Los hombres censuran lo que no comprenden.—Elevan hosannas á la virtud y la vilipendian cuando no lleva manto dorado.—El ángel en forma de muger se hizo mundano y no sabe apurar la copa de un hermoso martirio. La vos del alma elevada.—Viva el sentimiento, blasonemos de él, por él murió el Dios hombre. La vos del mundo.—Locura, locura. Ulrico.^—YíL lo ves, Alfredo, esa es la voz del mundo. Venció Iscariote. Eloísa tiene razón: el amor empieza con sonrisas y termina con lágrimas. Ulrico.—Y tendrás que reir Alfredo, pues nada hay mas ridículo que un enamorado quejoso en este siglo. Pasó la época de los Amadeos; solo Asmodeo reina, y es menester reir, cantar y darla de indiferente y endurecido. III. Amelia no sé sentía con fuerzas suficientes para sobreponerse al barro mundano. Estaba preparada para entrar en la alcoba nupcial como una estatua vendida. El aprecio hacia el espo-
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so que la razón de familia ordena, no cubre el pudor de una doncella.—El único cendal de este es el amor. Lo demás es una venta que solo se diferencia de la almoneda pública, con una legalización que promete á la beldad en cambio de sus mas preciosos favores, la duración vitalicia en el contrato y la promesa de algunos bienes materiales. Contrato draconiano en que ella entrega su fé, su ser y hasta sus pensamientos como una perdurable y eterna propiedad. Pero tal es el mundo y Judas tenía razón: seguir la voz de aquel es lo mas cuerdo y conveniente. Llegábase Amelia al ara con su guirnalda de azuce.nas, quizá empapada en lágrimas; quizá se decía que puesto que así estaba establecido, ella hacía bien; acaso se felicitaba por su cordura, cuyo aplauso lisonjeaba su amor propio. ¿Qué muger no quiere pasar por cuerda? La aprobación agena tiene tanto influjo sobre los espíritus débiles! Además, él matrimonio ha sido siempre para la muger un santuario desconocido que aviva su curiosidad, un martirio agradable, un triunfo de la vanidad que produce envidia en las que se quedan al pié de la montaña! Era pues necesario que ella se resignase á ser feliz y aun se hiciese de rogar por lo que tanto quizás deseaba. Está para verificarse la ceremonia del himeneo.—La capilla ilumioada y suntuosa ha abierto sus puertas á numerosa concurrencia.—El sí decisivo que las humanas conveniencias trataban de arrancar, iba á ser pronunciado. La doncella trémula y radiante al mismo tiempo, sostenida y aun exaltada por el heroísmo de la abyección, hijo de la ciega obediencia, alzó sus ojos y vio en un rincón de la capilla, en medio de las sombras, un semblante conocido é inolvidable.—Aquel rostro estaba iluminado por unos ojos que en otro tiempo habían sido espejos de felicidad y que ahora eran dos lumbreras de ira, de .desden y de amargura; parecían decir: "no se casa quien puede morir". La doncella no pudo soportar aquella mirada indescriptible y ahogando un gemido en su garganta, cayó muda y desfallecida en los brazos del futuro esposo. 1
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IV. Aquella noche en lugar de tálamo nupcial había un féretro; en él yacía la interesante, la simpática Amelia. La muerte venía á salvarla de la profanación de su amor y su himeneo. Su semblante parecía conservar el rastro de la vida, de aquella vida melancólica y de víctima. La muerte la rehabilitaba. El ángel había bajado, como en otro tiempo, á remover y purificar las aguas de la piscina Bethsaida, la de los cinco pórticos, y la leprosa sanaba entrando la primera en la Bethsaida de su alma.—Ella precedía á Alfredo en un cielo en donde debía encontrarla y reconocerla purificada. Con la toca de virgen, parecía mas bella á la luz de los blandones que á la de las antorchas nupciales. La iglesia estaba sombría.—El túmulo enlutado, las negras colgaduras prestaban al rostro de los circunstantes un aspecto triste y fúnebre. Resonaba en las bóvedas del templo el doliente eco de las preces y salmodias funerales.—Aquel terrible Pies irce nada tenía de espantoso para el ser que, abandonando el desdichado limo, tornaba á su mansión primitiva.—Bien podían en un día terrífico y funesto, en el día de la ira y de la justicia, quedar convertidos en pavesas el mundo y los siglos. La voz profética de la sibila de que hablan los divinos salmos, no turbaba aquel espíritu que, si había pagado tributo al mundo, había sin duda lavado con lágrimas una complicidad hija puramente de la materia. El dia de ira sería pues para ella un dia de justicia y de esplendor. Es verdad que había emponzoñado una existencia; había sido un veneno moral; había impulsado tal vez hacia las tinieblas del escepticismo una moribunda fé que hubiera podido salvar; pero el Señor la perdonaría sin- duda, porque ella no sabía lo que había hecho.
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Fué conducida la muerta al panteón de su nueva familia. Alfredo siguió al féretro en compañía de su afectuoso Ulrico, confundidos ambos entre el concurso.—Arrojó un puñado de tierra y un pedazo de su corazón sobre aquella tumba y retiróse silencioso al mundo, medio muerto en vida. V. Era una noche tenebrosa y triste. Las estrellas no presentaban su faz á los pobres habitantes del valle de lágrimas. Paseábase Alfredo solitario bajo los árboles que rodeaban la que en otro tiempo fué morada de su Amelia. Aquellas paredes silenciosas eran testigos tan elocuentes de algunos dias de felicidad! Cerraba sus ojos para recrear los de su alma en la región de los espíritus. Dieron las doce en la vecina parroquia; de allí había partido aquel dia, envuelto en yerto sudario, el tesoro de su existencia. Parecíale continuamente oir aquellos cantos de muerte que helaban todo su ser y apretaban su corazón con un dogal de amargura.—Creía ver salir de aquella puerta cirios funerales, un féretro, luctuosa comitiva; oía dolientes gemidos mezclados al canto de los clérigos.—La puerta permanecía cerrada y muda como el cadáver que había atravesado sus dinteles alguna,s horas antes. Amelia! exclamaba el doliente joven.—Pobre de mí! Porqué has desaparecido de la tierra? Porqué me has abandonado en este Calvario de mi soledad, en esta cruz de mi martirio? Era demasiado dulce la felicidad que lo futuro podía brindarme; la muerte burlona, pero ¿qué digo? ¿no se había convertido aquella gloria en cáliz de amargura? De pronto rechinó la puerta del templo. La calle continuaba silenciosa. El sereno lejano cantó las doce que acababan de resonar con lento, grave y sonoro campaneo.—Era la voz que recordaba á los que tuviesen oidos, que el tiempo
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marcha mientras duermen descansando los peregrinos de la tierra y se acorta su camino hacia el descanso eterno. Abrióse la puerta del templo.—Su interior yacía en tenebroso crepúsculo Un bulto sombrío atravesó los umbrales, deslizándose como un fantasma Venía caminando hacia Alfredo.—Su figura parecía la de un monje cubierto con negra Capucha acercábase lentamente, sin ruido, sin rumor alguno, sin ajitar el ambiente que le circundaba, como un verdadero fantasma... Acercóse á Alfredo mudo como un espectro. Por debajo de la capucha vislumbró aquel un semblante blanquecino como el ampo de la nieve. Su frente y sus ojos permanecían cubiertos bajo aquella aparente mortaja.—-Alfredo sintió que le circundaba el frió que produce la proximidad de una masa de hielo.—El monje le tendió una mano amarilla como la cera, descarnada como la de un esqueleto, contenía un papel á manera de carta.—Alfredo se sentía sobrecojido á pesar de la entereza que debía darle su indiferencia, por todo lo que no fuese ya seguir al sepulcro á la que lo acababa de dejar solo en el mundo.—Tomó maquinalmente la carta. El fantasma desaparecióEl joven sintió el frío de la tumba brotar de aquel billete enlutado.—Su contacto hizo correr por todo su cuerpo un temblor convulsivo; acudió á su casa, medio trastornado, abrió aquel billete que parecía venir desde muy lejos leyó: "Basta de lágrimas, Alfredo.—La muerte me ha he"cho tuya para siempre. "El monje portador de esta carta, es un espíritu ami"go; tiene una obra que llenar en el mundo y podrá serv i r n o s de mensagero en nuestrospóstumosamores.—Es"ta carta encierra un rizo de mis cabellos, de aquellos "cabellos que hacían tu encanto y que tanto apreciabas. "Renueven ó finjan ellos en tus manos la perspectiva de "algunas horas felices, personifiquen en tu alma la imá"gen de la pobre muger cuya presencia has perdido.— "También va una azucena de mi corona fúnebre, ella es "una flor de mi sepulcro; no temas se marchite: el Señor "de las misericordias la ha bendito con su eterno soplo
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"y ya es una flor de la vida. Su perfume, te dará dul"ces ensueños y generosos impulsos, gratos á la eternid a d . "No se casa quien puede morir," me dijeron tus "ojos: El espíritu piadoso me oyó y me ha enviado el "benéfico tránsito de una muerte libertadora.—Ay! en "el mundo me enseñaron que era modestia y virtud el "disimulo y yo cifré en este mi vanagloria; pero esta "es la morada de la luz y la sinceridad. No creas, sin "embargo que todo es bienandanza. Este no es infierno "pero no es el cielo y se padece porque se suspira por lo "que se ama, por lo que se ha dejado en el mundo.— "El Señor ha dicho por boca del hijo "Donde está tu te"soro allí está tu corazón." Y como mi tesoro quedaba "en la tierra, mi corazón no podía entrar en la morada "de los bienhadados; sufro pues, estoy en un doliente "purgatorio; sufro y peno por tí, mi bien amado, pero "cuan dulce es penar por tí.—Aquí puedo amarte con "todo el cariño de que siempre fué capaz mi alma, te "amo en espíritu y en verdad; padezco por tí, temo por "tí y solo tú podras sacarme de esta misteriosa man"sion. Pero ay! de tí, si una resolución criminal te cier"ra estas puertas y después las de una perenne bienan"danza! Amor y esperanza pueden libertarme, amor y "esperanza pueden salvarnos! Adorado Alfredo en el "mundo qiicdó mi tesoro, allá quedó también mi corazón. "Alfredo cuida de él, no avives las llamas de este purgatorio..—Adiós. VI. La luz de una bujía estaba para apagarse.—La habitación de Alfredo iba entrando en la región de las tinieblas Alfredo contemplaba el rizo que su amada le había enviado desde la eternidad.—Su alma evocaba otra alma. Sus ojos fueron dilatándose en la viva contemplación; parecía alucinado. Sobre su pupitre estaban abiertos varios libros; era cuanto se ha escrito sobre las manifestaciones del mundo invisible. 67
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Alfredo había buscado la verdad, la luz en el caos; quería convencerse de la existencia de lo invisible y su contacto con las pobres formas de la materia. Tenía pruebas en su mano, carta y prendas de su espíritu querido, buscaba sin embargo una fórmula de evocación ah! hubiera dado toda su existencia por percibir la benéfica vision de la que adoraba; recordaba la posibilidad de la transfiguración descrita por los sabios como un fenómeno positivo.—"Sobrenatural" murmuraba, he aquí una palabra que no debe existir en absoluto; ¿qué podrá vislumbrar el hombre que no quepa dentro de su naturaleza? La realidad infinita! Ese mismo infinito ¿no es también concepción humana? Esa realidad ¿qué es sino un espacio que llama al espíritu á ser ocupado por él? La materia, lo denso, siendo infinito, cabe en la naturaleza, por qué nó, lo espiritual, lo sutil? Ah! cuando mi mente la vé en sueños ¿qué es sino lo sobrenatural en lo natural, qué es sino la realidad de un cielo que cabe y llevo dentro de mi corazón? "Lo que está en lo alto es como lo que está en lo bajo; lo que está encima es como lo que está debajo."—La síntesis egipcia, la serpiente que muerde su cola. La antigüedad de este misterioso geroglífico es su mejor testimonio.—El sólido enlazado al líquido, el líquido al vapor, el vapor al éter, el éter á los mundos diáfanos é invisibles, he ahí la cadena. Dios mió! que yo la vea, como te veo Señor infinito, ya que has permitido que mi mente te alcance, ya que has querido que te vea en ella como en tu obra.—Que venga á mí atraída á estos ojos de mi cuerpo, por esa cadena impalpable que me une contigo y á ella por los de mi alma.—Que pase su ser desde los misterios en que encubres lo eterno, hasta esta realidad tangible, unida á tu realidad por tu esencia interminable. Qué habrá de milagroso en mi demanda si todas tus obras son un perpetuo milagro?—Que la vea, Dios mió, ó mi locura es inevitable.—La he amado mucho y el Cristo tuvo piedad de los que amaron mucho.—Este amor fué una ley tuya.—Aun cuando ella hubiese sumido su rostro en el fango de la tierra, aun cuando todos los elementos se hubiesen conjurado contra ella, yo la hubiera siempre
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levantado en mi corazón, porque la amaba y la amo mucho, ¿por qué no; siendo ella una de vuestras elegidas, purificándose y purificándome en el fuego de su alma? De pronto los ojos de Alfredo aparecieron comb si quisiesen salirse de sus órbitas; sus cabellos se erizaron, su rostro se puso pálido como la azucena que tenía en sus manos.-—La lámpara mortecina dio á su semblante el brillo fantástico que presta el fuego del azufre.—Un perfume de muerte, el ambiente que dejan los cirios al quemarse en la cerrada bóveda de un templo, inundó la habitación.—Parecía que iba á suceder algo extraño allí Sin duda se acercaba la presencia de lo invisible! Alfredo! exclamó una voz .:... Alfredo repitió acercándose El temple de esta voz era varonil y conocido Era la de Ulrico que entraba en la habitación. —Vas á volverte loco. Alfredo se puso sorprendido.—Todo tornó á su ser acostumbrado.—La lámpara volvió á luchar con la oscuridad que casi la absorvía. Ulrico entró buscando á su amigo.—Este ocultó con presteza su carta y las prendas que no queria mostrar á los vivientes. Su comercio con el espíritu, hubiera sido llamado locura, y los hombres, aun cuando su opinión tomase para expresarse los labios de un amigo tan sincero como Ulrico, hubiesen profanado un amor que sobrevivía á la muerte. Alfredo sintió sinembargo junto á sí el rastro de una entidad aérea y simpática, acaso tomó por tal lo que solo seria efecto de sus nervios susceptibles y escitados por aquel estado visionario en qué se hallaba. Ulrico sintió alguna cosa extraña en el vaho de la habitación, pero atribuyólo á vicio del aire allí encerrado. Ulrico.—Vas á volverte loco, amigo mió; la juventud, el mundo te llaman. Fuerza es salir de ese estado miserable, umbral del infortunio perpetuo y acaso del suicidio.—No la olvides,' puesto que su recuerdo te es tan grato, pero el mal es irremediable.—Quién sabe, además?—El mundo tiene grandes recursos para la juven-
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tud, y el olvido no es extraño al hombre.—Quizás encuentres otra mas amable.—Oh! es preciso olvidar amigo mió ya que es forzoso vivir Es preciso consolarse. La vos del mundo.—Necio del que muere viviendo tras un fantasma. Vírico.—Ven pues, amigo mió; para sentir no es necesario volverse loco.—Cierra pues esos libros en donde han consignado sus sueños y sus embustes mil cerebros delirantes y ven al valle de vida que nos espera. Se oye á lo lejos la música y algazara de una fiesta.— Ulrico arrastra á Alfredo que le sigue automáticamente. Alfredo sintió á su oido y en su corazón el eco de ün suspiro tan tenue que Ulrico, menos exitado, no pudo percibirlo.—Ya se vé, venía aquel de tan lejos! VII
(*).
Hierve el champaña en las copas. Vírico.—Jacobo,.una canción. Jacobo.—Comience Carlos, cuyo vino es mas alegre. Vírico.—Vamos, aquí tenemos en Jacobo otro romántico. Eduardo.—Yo creía que el spleen era exclusivo de Alfredo. Este guarda silencio.—Su palidez no cede ni ante el calor que esparce en sus venas el bullente líquido. Sus ojos se fijan de vez en cuando con distracción, sus labios quieren sonreír en vano; su alma no está allí. Vírico.—Jacobo llora también ausencias, Elena, Elvira, Matilde que sé yo! Su corazón parece haberse convertido en colmena; cada una tiene allí su celdilla. Eduardo.—Vamos, Carlos, olvidemos nuestro desencanto al rumor de las botellas.—Siempre fuiste un buen eamarada para destapar algunas flacas.—Estoy (*) Conviene advertir al lector que todos los detalles de este capítulo son de circunstancias; sírvase perdonar lo que en ellos le parezca demasiado peculiar á aquellas.—La trivialidad de los miamos no será indiferente á algunos amigos del autor.
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por las flacas, suelen ser mas espirituales, las botellas, se entiende. (Cantando) Bella es la vida; en la abundante mesa se ensancha el corazón, el alma goza. No quiero mas penar; vino, Teresa! Esta es la vida lo demás es broza. (recitando),
Carlos
Topé yo una muger con uña y rabo, de estrepitoso y brusco desenfreno, de esas que tienen el hocico ameno y que todo lo toman por el cabo.
Vírico.—Bravo, bien. Jacobo.—Adelante. Eduardo.—Que glose Jacobo.—Silencio. Carlos.—"Y que todo lo toman por el cabo." Jacobo.—Que glose, que glose. Carlos.— Al salir de mi casa cierto dia pasé de Finisterre por el cabo, Eduardo.—Sopla! Jacobo-—Silencio, adelante. Carlos-— Ninguno de vosotros lo creería topé yo una muger con uña y rabo, Y con cuernos también, que es muy forzoso la chaveta cubrir cuando hay sereno, y mas si la muger es un coloso de estrepitoso y brusco desenfreno. Era la dama de gentil quilate de las que pastan la cebada y heno, que tienen por nariz un disparate, de esas que tienen el hocico ameno. Espánteme al mirar sus cucamonas, y no penséis de esquivez me alabo, porque era de esas clamas retozonas y que todo lo toman por el cabo.
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Eduardo.—Braví sim o. Vírico.—"Y que todo lo toman por el cabo''. Soberbio, soberbio, Eduardo.—A la salud de Carlos. (Beben). D. Celio Almodovar.—(Viniendo de la mesa vecina en que se juega). Acabo-de perder mi reserva! , Eduardo.—Qué lástima! Jacobo.—La célebre onza que nunca se perdía. Eduardo.—La que siempre desquitaba. Almodovar.—Para rescatarla, jugaría hasta mi puesto en la otra vida. Carlos.—Picaron! como estás seguro de que acaso no sea muy bueno. Almodovar.—Aunque lo fuese. Carlos.—(Con sorna). Blasfemo! Almodovar.—Qué queréis? Estoy loco.—Acabar por perder aquella onza! Vírico.—Que era la de Almodovar! Almodovar.—Y que me prometía con ella labrar algún dia esa fortuna cuantiosa con que siempre he soñado! Vírico.—Para derrocharla como siempre. Eduardo.—Vamos á ver D. Celio, siéntese V. y tome un trago de lo hermoso Ahora, platiquemos.—Aquí tiene V. otros que desean lo que V.—Supóngase el Sr. Almodovar que el abate Faria resucitase para solo darle una fortuna rival de la que dio á Dantés. Supóngase que la sombra del bucaniero Morgan le llevase á su caverna en la isla déla Mona, para mostrarle lo que todos dicen que guardó allí—¿Qué haría V. con tanto? Todos lo imaginamos, pero queremos probarle que todo es poco cuando se trata de distribuirlo por gentes como nosotros. Almodovar.—En primer lugar mandaría construir un lujoso palacio digno de un Encantador, fantástico, escéntrico á mi modo. Jacobo.—Para V . solo? Almodovar.—Para vosotros también, amigos mios; con vosotros quisiera compartir los tesoros de la fábula. Eduardo.—Traeríamos cocineros franceses por supuesto.
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—Anello, el fondista (metiendo su cuarto á espadas) Scordasti i macarroni. Eduardo.—Sí, sí, cocineros italianos también; Anello es hombre de gusto. Tflrico.—Olvidábamos que la patria de la poesía y las bellas artes, lo es también de i manggiatori. Eduardo.—-Y bien visto, la buena cocina es también una de las bellas artes. Anello.—(Sobándose la panza). Por supuesto; un bel arte, sicurissimo, un bel arte miei signorL Eduardo.—Pero volvamos á lo del Palacio; tendríamos cocheros ingleses, mayordomos alemanes, caballos de todas razas. Jacobo.—Mujeres francesas. Vírico.—Ya pareció aquello. Garlos.—Circacianas, georgianas, estoy por las bellas esculturas. Eduardo.—No señor; ¿á qué tener que entenderse con mugeres que hablan ruso ó turco ? Almodovar.—No le hace; me agrada la mímica y ya nos entenderíamos. Eduardo.—Disparate, estoy mejor por las francesas. Vírico.—Hay algo mas apasionado que una española, que una italiana? Carlos.—Y á dónde me dejais los poéticos rostros del Norte, las novelescas britanas, las escéntricas hijas de Washington? Y qué decís de las incomparables sucesoras de los Incas? Almodovar.—Vamos, vamos; para que todos estuviesen contentos, traeríamos una de cada nación. Jacobo.—Bravo, magnífico. Vírico.—¿Y qué pensáis del pobre Alfredo? Necesita consuelos; nosotros debemos hacer por él todo lo posible, nuestro querido y triste amigo. Carlos.—Le buscaremos algún pálido fantasma de ojos azules que le haga olvidar la pena que le abruma; evocaremos la sombra de Eloísa ó iremos á Teruel á buscar los huesos de Isabel de Segura; solo así estará contento este nuevo Marsilla. Vírico.—Dejemos esta broma, amigos mios; Alfredo
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lo que ha menester es la cariñosa solicitud de sus amigos y sobre todo nada de burla sobre su estado. Jacobo.—Nada de eso; á Alfredo se las daremos todas y á mas nuestros brazos y nuestro corazón. Todos le abrazan. Eduardo.—Un brindis por Alfredo. Carlos.—Por que torne á su estado la alegría que en él tenía su mas vivo espejo. Todos (beben) bien, bien. Almodovar.-i— Por lo visto, á pesar de ser yo el dueño de la fortuna, me dejaríais sin clama si quedase á vuestra elección. Letargo.—(Despertando). Vamos, para V.'amigo Almodovar, se queda la muger con uña y rabo de que habló Carlos hace poco.—Vamos no os hagáis el niño, el casto José, pues estamos seguros de que si ella os echara los brazos, no la dejaríais en ellos vuestra capa, como hizo aquel con la mujer de Putifar. Ubico.—Caballeros, habló Dc-profundis.—D. Letargo, por lo visto, comprendió que si continuaba dormido, se quedaría sin parte de botín. Letargo.—Claro está.—Con solo hablar de ellas se A olvió esto el puerto de arreba-capas y no quiero que cual camarón dormido me arrastre la corriente.—Para Almodovar tengo yo una trigueña de los trópicos que ya... Carlos.—Bien, caballero; basta por lo que respecta al harem. Jacobo.—Tendríamos allí jardines que envidiaría Lenotre, lagos y chalupas, bosques poblados de canoras aves. Eduardo.—Ya tenemos los idilios—solo nos falta Leandra vestida de pastora. Ulrico.—Invitaríamos á Alejandro D urnas, padre, que es todo un buen tercio, á qué pasara un vei'ano con nosotros. El daría celebridad y realce á nuestro fausto. Eduardo.—Sí, porque el aplauso es la corona de los goces. Veríais que romances haría sobre los Adanes y las Evas de este nuevo Edén. Ubico.—-Y bien, amigos míos; ¿cuándo esa fortuna tocase á su término? Carlos. Un festín de despedida nos apartaría de esr
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te mundo llevando á cuenta bastante cantidad sobre los tesoros del otro. Jacoho.—¿Y habéis olvidado que aquí había muchos para quienes la vida no es un Edén de riquezas, sino un valle de lágrimas y cuyas quejas y maldiciones podrían atormentarnos en la tumba? Almodovar.—Es verdad.—Pero todos estos son por desgracia sueños. Eduardo.-—De locos. Jacobo.—Es decir, de hombres. Ulrico.—Por fortuna tenemos algunas perlas de piedad en el alma y esto no deshonra nuestros sueños de riqueza. Almodovar.—Esto es tan cierto como que trato de ir á rescatar la imponderable.—De lo contrario, me suicido con el guijarro que ya sabéis. Alfredo.—No puedo sufrir mas! Ulrico déjame, dejadme amigos mios; quiero estar solo, si no, voy á morir...... dejadme! Algunos siguen á Alfredo, apoco vuelven todos se sientan. Ulrico.—Pobre amigo! Carlos.—Es verdad (llamando) Jaime, champaña! Continúa el ruido de las copas, las imprecaciones de los jugadores, los cantos de alegría Ó de amargura y despecho disfrazados. . Cae el telón, una de las muchas cortinas de este mundo. VIII. Vagaba Alfredo alrededor de la Iglesia que ya conoce el lector; la puerta no se abría; el monje-sombra no se presentaba. Me ha olvidado ya! exclamaba. Ah! porqué no la he seguido? Es imposible que sea una vana alucinación.—Aquí, sobre mi corazón está su carta, siento en él la impresión extraña que su contacto produce en mi ser. Ah! indudablemente estoy loco...;.. No se mata quien debe vivir! Y sin embargo, morir sería para mí un consuelo tan grande! 68
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Ahí he" dejado á esos amigos que creen vivir pretendiendo embotar en burlas y en sátiras amarguísimas ó en sueños de una suspirada ventura, la espina fiera que todo nacido lleva en sus entrañas.—¿Quién no ha visto burlada una esperanza? ¿quién ha podido matar en su alma y para siempre un deseo atormentador? Ah! tu copa, Mob! Al decir esto sentía hervir su cabeza comprimiéndola entre sus manos como si tratase, de ahogar el bullente fuego que devoraba su cerebro.—Paseábase agitado por su habitación, en que acababa de entrar presa de un violento frenesí. —Me he olvidado ya!—Hace tres, siete, nueve dias que acudo en vano al lugar de sus citas, á su sepulcro, al templo, á las cercanías de la que fué su morada; el sombrío mensagero no se ofrece á mi anhelante afán. Desde el dia en que aquí mismo estuve á punto de ver su imagen querida, evocada en nombre del cielo y de mis dolores, desde entonces está sorda á mi voz; aquel suspiro desgarra aun mi alma.—Ulrico, celoso de lo que llama mi tranquilidad, vino á buscarme entonces para llevarme á ese mundo que detesto y que es ya para mí un desierto sin límites.—Ella se ha olvidado del que sin ella no puede vivir.—Amelia, querida Amelia!.... Pues bien, yo también la olvidaré, quiero vivir, viviré, haré lo que tantos otros.:—Aquí, su carta, su rizo Me dijo que sus cabellos serían en mi mano un talismán poderoso, un verdadero resorte mágico para evocar su sombra.— Ah! cuántas veces la he invocado infructuosamente! Destruya el fuego de una vez tan atormentador hechizo. Aplica la guedeja á la bugía, comienza á quemarse. El eco de un doliente suspiro hiere su corazón. Ilumínase la estancia con resplandor siniestro; crece el espacio de aquella ante sus ojos. Aparecen allá en lontananza los objetos antes cercanos; á lo lejos se levanta un túmulo, luces funerales iluminan un féretro ábrese este álzase dé él con solemne y medrosa lentitud una sombra, el cadáver de una virgen; su blanco sudario forma un contraste con lo enlutado de las paredes y del túmulo. Es la sombra de Amelia pálida co-
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mo su túnica, demacrada como la muerte.—Sus ojos están fijos como los de una estática—cuan hermosos, sin embargo! El ligero vidriado que les presta la muerte, solo ha empañado un poco, aquel diáfano espejo de un alma expresiva y bella; ay! aquellos ojos cuya mirada era una sonrisa ó una queja, que tenían todo el brillo vago de un hermoso pensamiento, toda la elocuencia de un tierno corazón; aquellos ojos que sabían llorar y se hicieron para el amor.—Su semblante descarnado conservaba aun la dulzura y suavidad de.aquellas facciones como el diseño medio borrado, como el iris que va á desaparecer, como el disco de un astro al través de una nube blanquecina.—Estaba triste, ah! traía sobre su ser el padecimiento de la indefinida ausencia, el encanto de una piadosa resignación. Era el rostro de una mártir al subir á la mansión del premio. La corona de azucenas con qué se acostó en la tumba, aderezo de sus nupcias funerales estaba cuasi lozana todavía, solo que la incuria del sepulcro había deshojado alguna de sus flores. Llegóse á Alfredo, inmóvil, deslizándose como el ave que se cierne sobre los aires, impulsada por el blando céfiro de regiones ignotas, con la vaguedad de un espíritu acercóse Alfredo yacía mudo, doloroso, lleno de pasmo y dominado por terror indescriptible Quiso hablarla pero su voz murió antes de ser articulada; sus labios y su seno parecían oprimidos por una masa de hierro. Acercóse mas el fantasma; levantó una mano que Alfredo había acariciado tantas veces en dulce arrobamiento, una mano que la muerte había descarnado prestándole el color de amarillenta cera, pero graciosa todavía Púsola sobre el corazón del joven.—Sintióse este morir á la impresión de aquel yerto y levísimo contacto; sintió en su frente una impresión mas yerta todavía, eran los labios de Amelia su sensación fué indefinible; sintió el eco én su corazón y cayó desmayado.
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IX. Las antorchas brillan, la música resuena; cien bellas danzan adormecidas en brazos de sus alegres amadores. Reina la fiesta, reina la alegría. Alfredo.—Oh! carga pesada! Por piedad, por piedad, espíritus que me rodeáis, ayudadme á llevar esta pesada cruz de la vida! ¿Por qué, dulce visión mia, al tocar mi corazón con tu mano helada,, no me comunicaste, la venturosa muerte?—¿A qué vedarme el morir, ese tránsito que miro como un bien suspirado? Ah! tantos otros que tienen en este mundo lauros y sonrisas, que suspiran de gozo cuando el sol nace y lloran temerosos de que al ponerse no les deje allí!—Tanta madre que gemirá á la cabecera del hijo amado, pidiendo al cielo con dolientes quejas la vida qne se extingue! ¡Cuánto anciano temeroso, cuánto joven moribundo no podrían saborear esta vida que es para mí un estorbo' y que yo les daría en cambio del sepulcro que les amenaza! Un máscara.—Alfredo, estás esperando una resurrección que no llegará todavía. A qué apurarte? La trompeta del Juicio tiene su dia marcado y en Josafat hay sitio para todos: Allá nos encontraremos.— Entre tanto escucha resonar con gozo estas trompetas de la locura, y danza alegre en este torbellino.—En él bullen ocultas todas las pasiones que habrá que condenar en Josafat, y hay caras mas ridiculas que las que allí se verán en aquel dia sin sol y sin sombra. Esto por lo menos; como no es el valle del Juicio, en lo menos que se piensa es en tenerlo ó en hacerse justicia.—A la danza pues y hasta entonces, viva la injusticia! Su bondadosa antagonista ha hecho bien en reservarse para otro mundo porque en este la apedrearían. Otro máscara.—Lástima es que no haya otro diluvio universal para ver como nadaban ciertos ánades. Otro.—Alfredo ¿estás triste? Este no es sitio de duelo. A llorar á los cementerios; este es un jardin en que hay bellas flores que dan alegría.—Díme, si al bailar con una hermosa como aquella (indicando á Julia
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que pasa danzando junto á él) echarías de menos el paraíso? Oh! que me lo den aquí en la tierra; de seguro que no seré tan necio que lo pierda por comer de una manzana sobre todo cuando hay otras tantas frutas deliciosas. Alfredo llevaba á su labio la azucena de su amada, aquel talismán de los gratos ensueños y de los generosos impulsos. De pronto oyó pronunciar su nombre. La voz que ,1o articulaba era una melodía dulce y melancólica, era tenue y grato acento, un eco adorado que penetró en su corazón y sacó de allí dos lágrimas de ternura, de aquellas tanto tiempo detenidas y que en vano había llamado á sus ojos para desahogar la amargura de sus penas. Volvió la vista; halló junto á sí una misteriosa enmascarada. El corazón le decía que aquel era su soñado Espíritu. Tenía tantas cosas que decirle! Era tan inesperada su aparición! En esto resonó un vals, uno de aquellos torrentes armoniosos de Straus que vierten en la fantasía encantos inefables, cuyas transiciones de lo armonioso á lo melódico semejan ora un despeñado raudal estrepitoso, ora un rio apacible y lleno de plácidos rumores; festivos y melancólicos á la vez, invitan ya á la exclamación del contento ya á la queja del dolor. Notas suspiros tan vagos para describirse, cuanto lo son las emociones que ocasionan, encanto del éxtasis, vaguedad del éter.— Straus es el bardo eufónico de la juventud de nuestros tiempos, entusiasta como las ideas que la inspiran, quejumbrosa al estrellarse contra la roca levantada por el duro y árido positivismo dé nuestra época; vagorosa como ese océano de poesía incierta y desconsolada, peculiar de nuestro dudoso siglo; rechazada por do quiera, solo encuentra un cauce en el desierto sin horizontes de su infinito. A la ruidosa invitación de la orquesta, correspondió un emjambre de parejas que comenzaron á deslizarse como otros tantos torbellinos arrobadores. La máscara silenciosa apoyó su brazo en el de Alfre-
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do, dejóse ceñir por éste la aérea cintura como en ademan de aceptar aquella invitación á la danza, lo que él hizo dejándose llevar maquinalmente. Un extraño extremecimiento de felicidad desconocida, incalificable, se comunicó á todo su ser; aquel contacto levísimo, imperceptible como un placentero hálito, helaba y enardecía su alma á un mismo tiempo.—Su vista se desvanecía cual si le acometiese un deliquio, un vértigo extraordinario, asediábanle la pena y el contento; en vez de pensamientos, solo tenía imágenes, pero vagas, imperfectas y deliciosas, esquivas á la forma como una emoción, como el sueño de una existencia desconocida, llorosas y risueñas, placenteras y colmadas como la felicidad. Dejáronse llevar mutuamente en aquel torbellino fugaz, eléctrico, mas poderoso que sus fuerzas, mas poderoso que su voluntad. Alfredo sentía escaparse de sns brazos aquel espíritu consolador, impulsábase á asirlo.—¿mas quién podría asegurar entre sus brazos la fantástica sombra de una imagen, de un sueño? Las espléndidas notas del gran músico alemán, hacían correr por sus venas una lava tibia y grata—Sus nervios vibraban como las cuerdas de una lira, su cerebro era un panorama en que iban pasando fugaces, al compás de aquella encantadora música, cien y cien visiones celestiales—Aquellas vagas cadencias retrataban el delicioso extravío de su ser, cada una de ellas era para el alma una ondulación, una vibración divina. Perdíase su alma en los espacios, veía lo invisible, palpaba el éter; en aquella transfiguración hechicera sentía la realidad infinita.—Allí estaba Amelia, la veía, la palpaba, iba con él por aquellos espacios del espíritu en pasmo del alma, en éxtasis beatísimo.—Parecíale ir camino de los cielos, vislumbrando allá su encanto, percibiendo sus coros angélicos, al suave impulso, mecido sobre las alas de un arcángel. Cuanto hayan imaginado los poetas en sa embriaguez de hermosa inspiración, cuanto hayan soñado los elegidos, allí estaba en su alma, en aquel huracán sin estruen-
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do ni rumores.—El salón huía de su vista, los circunstantes eran otros tantos mundos luminosos que re salían al encuentro, que se deslizaban por su lado, que le amagaban sin tocarle, con sus luminosas cabelleras, aquello era morir, pero morir en brazos de los ángeles en las puertas de un amado, cielo! X. Al volver Alfredo en sí, se encontró en su habitación; los cuidados de Ulrico y demás amigos le mostraban que su accidente había sido harto grave.—No le quedaba duda de que había sido víctima de una terrible alucinación; sinembargo creía recordar que el Espíritu, al deslizarse de sus brazos, dejó en su crispada mano nn girón de su sudario; al volver, había hallado aquella prueba de que su sueño había sido una incomprensible realidad; al comprimir aquel despojo de la tumba, trocóse en polvo y luego en nada; lo que ya era su Amelia para este mundo. El espíritu había murmurado á su oido ó mejor, había escrito en su mente estas palabras: Morir, por el bien del hombre no cierra el cielo; todo hombre puede encontrar un glorioso Calvario y después un paraiso! Estuvo Alfredo gravemente enfermo, no le dejaron sinembargo morir.—El espíritu no vino á verle sin duda por piedad: no era caridad traer al pobre viviente imágenes de un cielo que debía ver escapar. —Ella padece por mí, murmuraba, me aguarda; vivir aquí teniendo mi tesoro en la eternidad! Estar ella en la eternidad teniendo su tesoro en este mundo! La hora es ya llegada! XI. La voz de un héroe llama á un pueblo que se agrupa en torno de su bandera.—Aquella bandera está bendita y es el lábaro de la humanidad. El campamento se agita con los preparativos de la batalla.—El resonar de los clarines y las bélicas músicas
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enardece la sangre y. los espíritus; el entusiasmo de una noble causa se siente bajo aquellos pendones que flamean al matutino soplo; las armas resplandecen y resuenan.—Al acento de los caudillos sucede el silencio momentáneo y solemne de espectacion que precede al combate.—En ese momento de incertidumbre y acaso de ansiedad, cada cual trata de justificar en su conciencia la causa por qué va á derramar su sangre y la de sus contrarios, sangre humana y de hermanos; ninguno espera que caiga sobre su cabeza.—Estos son los momentos del examen de conciencia, del testamento moral; recuerdo de cariño por lo que se deja en el mundo, gemido del alma al ver segada en flor alguna ilusión que aun podía realizarse en la vida Trábase la lucha; retumba el cañón, el humo y el tumulto cubren el aspecto y la voz de los combatientes.—La lucha es encarnizada, aquellos dejairon de ser hombres para ser tigres, es la sublimidad del león, de la fiera que satisface un brutal instinto, pero ay! desgraciadamente los hombres tienen con frecuencia que reñir para obtener,la paz y el bien; toda idea nueva, aun la mas generosa, es cuasi siempre bautizada con sangre. Así está escrito. Allí estaba Alfredo, allí estaba Ulrico cuyo corazón era el de un soldado de la humanidad, esa hasta hoy madrastra descreida que sus hijos tienen que obligar á ser madre á fuerza de lutos y de lágrimas; allí estaban otros jóvenes gastando gustosos la savia de su alma en un combate desinteresado. La voz del mundo.—Allí están algunos jóvenes ilusos que pelean por una palabra, sin mas recompensa que la vanidad de un aplauso.—Pobres mozos! Olvidan que los redentores son siempre ci-ucificados.—¿Qué sacarán de tanto estruendo? Nada para ellos ó lo que es lo mismo un pobre laurel y la necia satisfacción de haber defendido lo que ellos en su juvenil ilusión apellidan "una buena y noble causa." Terminó el combate.
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XII. Tornaron las fuerzas á su campo; es decir, que habían sido rechazados hasta mejor ocasión. En el combate había recibido Alfredo un balazo en el pecho, sin embargo, aun vivía. Ulrico estaba juntó á su lecho de campaña. El dolor físico no era bastante á desvanecer el gozoso encanto que expresaba el semblante del herido. Las sombras eran cada vez mas intensas. El quién vive de un centinela, no correspondido,' fué secundado por un disparo y otra serie de ellos que no lograron detener en su impasible marcha, una aparición de figura humana que se introducía en el campamento y que llegaba á la tienda de Alfredo Era un enlutado monje que venía á escuchar su confesión Alfredo reconoció en él á su fantasma amigo, á su sombrío mensajero. Levantóse Alfredo, ÍJlrico dormitaba rendido de fatiga Siguió aquel al monje. Salieron ambos del campamento.. El silencio mortal les servía de compañero. Alfredo y el monje entraron en una región desconocida. Abrióse una tumba; un cadáver, mejor dicho, una amada sombra recibió á aquel en sus brazos. La mano descarnada del clérigo-fantasma bendijo su unión en nombre del cielo. Apareció en los aires la escala luminosa de Jacob que fué extendiéndose con ellos hasta perderse en las.nubes. El manto ó la mortaja de Amelia cubría la sombra de Alfredo. Ulrico vio en sueño los dinteles de un mundo celestial; percibió allí á su amigo y á su amada que entraban gozosos.—Al son del'arpa gloriosa del rey-profeta, cantaban los querubes el salmo de la bienaventuranza. El Cristo escribía con sangre de su costado sobre aque 69
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lias almas: "Donde esté vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón." Aquella música agradable despertó á Ulrico. Las bandas del campamento ha,cían resonar la alegre diana. Tendió Ulrico la vista sobre el lecho de Alfredo; tan solo halló un cadáver querido que abrazó y anegó en amistosas lágrimas. Que Alfredo murió en aquella batalla es cierto.—Lo demás será un sueño de Ulrico; él es quien todo me lo ha contado.
"ADIÓS AL BUEN TIEMPO.
POESÍAS
Y
MESENIANAS.
A mi QUERIDO AMIGO F R A N K . " L l e g a una edad sin nombre que no es vejez, ni juventud, ni infancia." HERNANDO.
« " E u qué la flor de la ilusión del hombre pierde el matiz y la sutil fragancia." JACOBO.
Edad en qué debiera permanecerse, porque es el punto de intercepción de maduras experiencias que van viniendo, conlasilusiones que se van marchando: encrucijada entre la cunay la tumba, entre la fé y el desencanto. EL
BARDO DE GDAMANÍ.
"La vida es el ruido que hace la muerte para que no se oigan sus pasos" ha dicho un célebre escritor. E n la juventud el ruido es mas intenso; aquellos se oyen menos aun, permítaseme esta adición. En esa edad dorada, el fuego de la vida, que Prometheo robó á los dioses, arde mas activo en los corazones; la vida puede decirse que termina con aquella edad. Lo demás es existir en sombra y en recuerdo. La juventud y el genio son mellizos; ambos viven del entusiasmo: la poesía es el entusiasmo sujeto á ritmo. ¿Qué tiene pues de extraña la afición que ella inspira á la juventud? Los que han recibido de la cuna el don de la forma, de la expresión, serán mejores poetas que esos genios misteriosos, almas poéticas privadas de manifestación, pero no mas poetas: seres cuyo estro permanece subjetivo, que no han sabido formular sus vagas concepciones: palabra sin letras, armonía sin sonido, poesía en éxtasis ó en acción. ¿Quién no ha hecho versos? exclamó Larra ¿quién no lo ha intentado?—Dígalo vuestra particular historia en este mundo, seres amigos que me leéis; preguntadlo á las sensaciones "ele vuestra infancia, á los primeros impulsos amorosos de vuestra juventud. E l amor, que es la poesía en su mas deli- cada forma, es la nodriza de los poetas; el es quien mueve por primera vez las cuerdas de sus liras. Si habéis amado, pues, ¿en qué libro
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hallasteis un idilio mas bello que la sonrisa de vuestra hermosa? ¿dónde elejía mas tierna que su mirada lacrimosa y expresiva? ¿qué arpa mas dulce que su palabra de amor arrobadora? Si vuestro corazón se ha encendido en la noble.hoguera de una patria, en el santo fuego de la humanidad, esa patria hoy de los altos espíritus, de los grandes corazones; ¿en dónde hallasteis poema tan divino? Formulad, rimad esos destellos de un don celeste, y tendréis: creaciones tan placenteras como las campestres de Virgilio, tan amorosas como las de Tasso; tan heroicas como las de Quintana, tan celestiales como las de Milton; poesía misteriosa como lo íntimo del alma, aérea como la luz, vagarosa como el suspiro, muda como el pensamiento; poesía solitaria que, oomo el ave errante, se cierne en los aires, sin que el inhumano cazador que la persigue, alcance á escuchar la dolorida voz de su quebranto. Y o también, amigo Frank, gracias sin duda á la dorada edad, he divagado en espíritu por esos mundos apocalípticos, ideales, heme mecido en las flotantes nubes del misterio, he llegado á llamar á las puertas de lo infinito, he vivido entre las visibles tinieblas, pálido crepúsculo que solo ha servido para mostrarme las sombras de mi alma; como Dante* he amado á Beatriz, he vivido con el espíritu en aquella Florencia que le dio el ser, y al lúgubre sonido de la campana de la tarde, he ido á llorar á un claustro las amarguras de una vida, que hacía mas solitaria la triste y eterna ausencia de la hija de Portinari; hase paseado mi alma por las riberas del A m o , envuelto mi pensamiento en las brumas borrascosas de la edad media, suspendido entre Grecia y Roma, entre el Partenon y el Vaticano, teniendo siempre ante mis ojos la imagen triste, el fantasma de mi Florencia, de aquella " S e r v a di dolore ostello" que se levantaba de vez en cuando en la oscuridad de mi destierro, para arrancarme una lágrima de piedad ó el sarcasmo de la ironía: naye senza nochiero in gran tempesta ne donne di provincie ma bordello! H e comido el lastimero pan de que habla el poeta, aquel "pane altrui qui sa da sale;" heme batido dudoso entre Güelfos y Gibelinos; por último, he llevado en mi corazón toda una cittá dolente, obligadoá dejar ante sus terribles puertas ogni speranza. Y sin embargo, todo esto ha pasado en los abismos de mi yo latente y oscurecido, sin encontrar ni un arpa, ni un salterio melodioso capaz de expresar cuanto he alimentado en mi alma, sepulcro cubierto con la losa de un semblante con frecuencia risueño, pero risueño con esas guirnaldas con qué se adornan las losas de los muertos. H e pecado á mi vez, he escrito versos y heme arrepentido con propósito de una enmienda que ha sido ilusoria. T ú y yo acabamos de dejar la primavera, ese "buen tiempo" para entrar en el abrasado estío; aun conservamos algunas ilusiones; treguas pues al completo desencanto á que nos va llevando la experiencia. Y cuando el encanecimiento, quizá prematuro, llegue para nosotros, sea la nieve de un Soratá que no podrá apagar en mucho tiem-
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po el fuego que arde en nuestras entrañas. Para esto me complazco en recojer algunos de los suspiros y pensamientos que, á manera de hojas secas, ha ido dejando mi alma en su mundana peregrinación. Con estas hojas secas podré atizar un tanto el mortecino hogar de las yertas estaciones, d é l a triste vejez, si allá se llega. Lejos de mí creer que tengan alguna significación para el arte ni para el vasto mundo del pensamiento, estos juguetes con que voy á formar una de tantas colecciones inútiles. Estas composiciones, que solo representan momentos de viveza juvenil, habrán de ser nada significativas para quien busque en ellas mas que un frivolo pasatiempo; ellas solo serán de algún crédito para los amigos del poeta, cuyo induljente cariño puede hacer, de una medianía, un genio Byroniano. Los ojos afectuosos sabrán leer en un alma tierna y vigorosa, y sabiendo leer en este poema ¿cuál les parecerá mas grande? Ellos podrán tenerme presente en esas ausencias que á menudo dispone la rueda del mundo y que son ensayos de la eterna. Por otra parte, las semblanzas y los retratos están en moda—si aceptamos los de los indiferentes, con mas razón deberé yo procurarme el retrato de aquel "buen tiempo" que me es tan querido.—Lo pasado es una religión para los que no son felices, y el recuerdo es la rosa de la poesía.—Por lo que hace á tí, amigo mió, ¿podría mi buen tiempo aspirar á un espacio cariñoso en ese álbum reservado que se llama tu corazón? Acoje pues esta fotografía de mi juventud; en ella figura, á manera de ameno paisaje, alguna memoria consagrada á la tierra en que nacimos, un recuerdo de aquellos campos y aquel cielo de nuestra Borinquen, risueños para nosotros á pesar de nuestra ausencia. T u imaginación hermoseará mis pensamientos, y tu cariño de amigo de la infancia y de compatriota, serán para la palidez del cuadro una luz á que puedan contemplarse sin desagrado. Recuerda que la belleza está en los ojos del que mira. Recibe con esta modesta colección de poesías que titulo mi " A d i ó s al buen tiempo" un apretón de manos y un abrazo de tu invariable ALEJANDRO.
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UNA AUSENCIA. Oh!
cuan triste se queja el alma mia! Si la mañana hermosa con su rosado velo, con plácida armonía me saluda al subir al alto cielo, por mi amante deliro y saluda á la aurora mi suspiro. Si la tarde apacible con su franjado cielo bonancible risueña me corona, y si arrulla mi frente con deleitoso y perfumado ambiente, me contristo también, porque mi alma no halla sin ella la apacible calma. Si la noche serena, de paz y encanto llena, me halaga cariñosa, si luz vierten radiosa los astros que se encumbran, en vano piden luz mis tristes ojos, sus ojos no me alumbran! Cuan dichosos aquellos que en la ausencia del hado hallan clemencia y ven do quiera la muger querida; en tanto que á mi queja dolorida responde soledad muda y eterna! Su imagen pura, su memoria tierna son recuerdo no mas, ilusión vaua Deliciosa mañana, encantadora tarde, noche fría, oh! cuan triste se queja el alma mial
A ELENA. (MADRIGAL)
Columpiase en el valle una azucena tan pura y tan galana como de abril la candida mañana. E l zumbador que la enamora tierno de su pudor y su beldad celoso, no se atreve á libar en su corola el néctar delicioso;
551 del sustento se priva porque lozana y candorosa viva, y muriera contento gozando los perfumes de su aliento: encantadora Elena, yo soy el zumbador, tú la azucena. r
UN RAYO DEL CIELO. T u s ojos me miraron y en bello oriente, un astro me mostraron resplandeciente. Pagó tu labio bello mi amor sumiso, y el astro fué destello del paraíso.
Mas en vano encendiste mi grato anhelo, y á la tierra trajiste la luz del cielo, Si en breve has apagado mi sol querido y en sombras me ha dejado tu yerto olvido.
ÜN AVE ERRANTE. (CANCIÓN.) ¿Hacia donde tu vuelo dirijes, ave triste? ¿Quizá, ay de tí, perdiste la prenda de tu amor? ¿O acaso el árbol bello donde guardaste el nido, el hacha ha destruido ó el fuego abrasador? T u canto que allá un dia sonaba placentero, su acento hoy lastimero al bosque llevará; que solo es el recuerdo de dicha ya perdida, que un eco á voz querida en vano pedirá. Cual tú, también yo cruzo los aires con mi vuelo, cual tú también anhelo é ignoro lo que soy;
también ha muerto el árbol de mis .queridas glorias, de lúgubres memorias huyendo cual tú voy. También lloran mis ojos, y mi palabra ansiosa se pierde dolorosa las nubes al cruzar; mi mente en las tinieblas se pierde del destino, cual tú, yo sin camino me entrego al vago azar. Ah! nuestra noche, ob ave, es triste y solitaria, ¡cuan vaga es la plegaria de nuestra soledad! ¿Y qué será de entrambos en nuestra marcha errante, cuando su voz levante la negra tempestad?
552
LA HOJA DEL YAGRÜMO. (TROVA
PUERTO-RIQUEÑA.)
YO vi los negros ojos de una trigueña, cuando iba M c i a los montes, á cortar leña: ¡ojos de fuego! Sentí que me dejaban de amores ciego. Seguí triste y turbado por mi camino, dejando á mis espaldas perdido el tino; sin pensamiento, como la hoja que lleva volando el viento. Llegado que hube al monte me eché en el suelo, al pié de la arboleda que cubre el cielo, y allí en la calma busqué paz y contento para mi alma. Y era la primer hora de hermoso dia, mil pájaros la daban su melodía, y suspirando vagaban por los aires su amor cantando.
"Escuchad pues la historia que he de contaros, y su ejemplo os enseñe de él alejaros, y con cautela á correr tras la dicha que el alma anhela. " A u n q u e es bella y lozana la flor de amores, tiene crueles espinas cuál otras flores; si tenéis dudas probadlo y sentiréis penas agudas " Q u e la hembra al varón dice y él á la hembra, ¡guay de aquel que en vosotros cariño siembra!— ¡Pobres humanos! se olvidan de que todos nacen hermanos! " H u b o un tiempo, avecillas, que dos amantes en su amor se juraron vivir constantes y de sus almas los votos presenciaron ceibas y palmas.
A la par que un pintado bello sinsonte, risueña flor del aire, cantor del monte, con voz parlera dio comienzo á su trova de esta manera: "Escuchad, pajarillos, que amáis cantando y de arbusto en arbusto cantáis saltando. no en el Yagrumo
poséis el raudo vuelo: su amor es humo.
" P o c o tiempo vivieron los dos amados sin que su ser turbasen fieros cuidados, porque la ausencia muy presto vino á herirles con su inclemencia.
>
"¡Contratiempo maldito! ausencia cruda,
que pensar y aficiones traidora muda! Los dos mudaron y su amor y suspiros pronto olvidaron.
guarda tus negros ojos, trigueña impía. ¡Ojos de fuego! volvedme mis amores que no estoy ciego.
" A m o r por castigarles su falta insana, convirtió en vanos leños su forma humana; y fué el Yagrumo la forma que tomaron, según presumo.
Y á los golpes de mi hacha de esta manera derramaba mis ayes en la pradera; y así cantando llegó la tardecita solaz brindando.
•'Mirad cómo sus hojas el viento leve sin cesar, de continuo las cambia en breve, y el tronco ufano un corazón encierra frágil y vano.
Puse al punto los haces sobre la espalda, y en pos de mi casita trepé una falda. dó hallé muy luego á la hermosa trigueña de ojos de fuego.
" Q u e en los campos reinaba perseverancia, y solo entre los hombres
" L a mujer es Yagrumo cuya hoja aleve el mas ligero soplo la cambia en breve" y así diciendo yo pasé sin mirarla, de amor huyendo.;—
vivía inconstancia, y la trajeron y las plantas y flores la conocieron. "Desconfiad del Yagrumo, que en los amores la confianza muy ciega cuesta dolores; y al soplo leve, del Yagrumo la hoja se cambia en b r e v e . " — Terminó así el sinsonte la trova grata, y alejóse volando de mata en mata; y pensativo á cortar yo mi leña comencé activo. Y á los golpes del hacha — ¡ A y ! repetía,
EL
BARDO.
Mas luego pasó el tiempo y en cierto dia el leñador ¡incauto! ya no la huía; y del sinsonte por no oir los cantares no volvió al monte. La trigueña era hermosa, de ojos de fuego, y él con ciegos amores volvió á estar ciego: no vio que aleve del Yagrumo la hoja se cambia en breve.
70
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A MI NOVIA DE AÑO NUEVO. D (1856.)
ROMANCÉ.
Zagala de estos valles nacida entre las flores, el genio de año nuevo amable sonrióme. Envidia os doy, campiñas, envidia os doy, oh bosques, que es rnia vuestra reina, la reina de las flores.— Zagala venturosa, si por el valle corras, creerán los pastorcillos que tu beldad conocen, que primavera grata ogaño se dispone á derramar festiva su encanto y sus primores. T ¿acaso no le prestan, tu voz gratos rumores, tus ojos luz hermosa, tus labios arreboles? Si en tu cabana alegre te guardas y te escondes ¿qué dejas á los campos zagalas y pastores? E n vez de la zampona que con festivos sones alegra en las majadas las campesinas noches; tan solo-habrá plañidos, tristísimas canciones,
veladas sin encantos y ensueños turbadores. Ah! que el Abril hermoso, zagala, te corone, graciosa novia mia nacida entre las flores. D e l prado los almendros que tu morada esconden, florezcan á tu vista, risueño sol de soles. E n su ramaje verde las avecillas posen, y el himno de tus gracias con voz melífua entonen; y el viento entre sus hojas murmure dulce el nombre del ser que venturoso disfrute tus amores. Yo, bardo de tus gracias, seré feliz si entonces, en medio del encanto de aquel amado nombre, en tu amistoso pecho benigna y dulce acojes la voz que á tí consagra su cantiga harto pobre. Envidia os doy, campiñas, envidia os doy, oh bosques, que es mia vuestra reina, la reina de las flores.
(*) Un a5o después ya no existía.—Himeneo la saludó con ósculo de muerte y era en la edad de su belleza! Las gracias vestían su talle y sus palabras; la dulce inteligencia, esa inteligencia afectuosa d é l a muger, cubría de luz sus simpáticos ojos y florecía en sus labios.—Y sin embargo, la muerte que es un dolor para algunos, fué un éxtasis para ella. Pero si morir es ser olvidado, ella no ha muerto. Yo qne sabía hablar con su alma; cuando me hallo en medio de las tinieblas y la soledad, dejo caer mis párpados y la oigo y allí está, e l l a . — Dé, consuelo á mi miseria y es para mí la imagen de un tiempo que se ha llevado la mitad de mi alma,
555
A GOYITA ENVIANDOLE (TROVA
UNA
PINA.
PUERTO-RIQUEÑA.)
Goyita de mi alma, de tí distante, el dolor atormenta mi pecho amante. Ah! quién pudiera recibir en tus brazos la muerte fiera! Que para mí mas grata ella sería, que lo es de tí ausente la vida mia. E s la ventura el vivir y no verte, dulce hermosura? Buscando aquí un presente que consagrarte, no encuentro nada propio que regalarte; que en mi pradera todo muere Goyita si tú estás fuera. H a y una planta sola verde y lozana, gracias á que la riego tarde y mañana; yo la cultivo porque es de tí memoria, retrato vivo. D á una fruta mas dulce que el pan de abejas, y en lo dulce parece de amor tus quejas;
tu grato aliento remeda su perfume que aroma al viento.— Goyita, es una sola la que te envío, nacida en mis verjeles por el estío. E l sol la dora que es de todas las frutas reina y señora. Su verdor y dorado no es tan hermoso, como aquel de tu labio carmin precioso; y en la campiña no hay fruta mas sabrosa pues e s . . . la pina. ¿Recuerdas aquel dia Goya amorosa, en que pina me daba tu boca hermosa; y sin tú agravio tomaba yo la pina que había en tu labio? N o sé si la que ahora mi amor te envía, habrá de ser tan dulce cual la de un dia, A y ! si pudiera tomarla de tus labios aunque muriera!
HIMNO-SALVE. A LA VIRGEN DE LA
PROVIDENCIA.
CORO.
D i o s te saluda, oh María: trajiste é la tierra amor
y el hombre en su desamparo "Providencia" te llamó.
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Llena estás de eterna gracia, flor preciosa y amorosa que el eterno cultivó; y cuando á la tierra fuiste enviada, perfumada para siempre ella quedó.
Y bendito ha sido el fruto venturoso que amoroso al mundo anunció Gabriel, pues con su sangre querida y su cruz y su luz nos redimió de Luzbel.
E l Señor está contigo: su clemencia y alta esencia te dio, virgen inmortal; bendita entre las mugeres, la mas bella, cual estrella luz y norte celestial..
Si los ángeles te cantan melodías, que alegrías dan á tu egregia mansión; ángeles somos nosotros por tí amados, desterrados! Dano's pues tu bendición.
A MI MADRE. Oh sol de mi niñez, madre querida, que te ocultas en nubes de pesares, los ecos de mi alma entristecida lleve hacia tí la brisa de los mares. N o muevo el arpa á melodioso canto por seguir el fantasma de la gloria, cada son es la gota de este llanto que consagro á tu plácida memoria. Si lleno de pesar mi triste pecho su llanto no vertiera en este dia, á mis penas el alma cauce estrecho en mares de dolor se anegaría. Si yo culpable fui ó si he sembrado de crímenes la tierra que me abriga, ó al cielo en su justicia he provocado ¿porqué, oh madre, porqué cruel te castiga? ¿Porqué sumida en la doliente ausencia te erige sus cadalsos el dolor? T u delito fué darme la existencia, fué tu delito tu materno amor! ¿Quién de tí me apartara, madre mía?, ¿Quién ha turbado tu felice anhelo? el que trueca en desorden la armonía, y la paz ahuyentó del triste suelo.
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E l oro, sí, fué el oro mercenario que abrojos presta al cabezal del hombre, el oro á la ventura necesario hasta de aquel que aborreció su nombre. Lo buscaré, sí, madre, y la ventura á vivir con nosotros volverá, su tiránica ley, de la natura los vínculos de amor no romperá. E n arras pues de bienhechores tratos van con destino, madre, á tu sustento, de mi primer afán los dones gratos, son muestras de esperanza y de contento. Que no la vanidad ni las grandezas, ni codicias injustas, criminales, me impulsan á soñar con las riquezas, mis fines son, lo juro, celestiales. La paz del corazón, el goce santo de la familia en el honrado gremio, el bien no individual, son el encanto que busca el corazón cual grato premio. A h ! si cual ave que llevó ligera á sus hijos las presas inocentes, en alas de mi amor volar pudiera á darte mis abrazos elocuentes! T ú me diste tu sangre en alimento en la risueña edad de mi lactancia, hoy mi sudor, mi ser, todo mi aliento los cuidados te pagan de la infancia. Y aun yacen en mi pecho enrojecidas por fuego de virtud, las bendiciones que me diste al partir, no desoídas se pierdan tus maternas oraciones. Bendigo, sí, á mi vez, bendigo el oro que así se presta á generoso empleo, lo bendigo también si enjuga el lloro ó redimiendo al infeliz lo veo. Mas, oh madre, qué alcanzo con que vivas « si los aromas de tu amor no alcanzo? ¿qué te importan los dones que recibas si eñ pos de tus caricias no me lanzo?
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Adiós, oh madre, pues, ruégale al cielo que luzca siempre su genial bonanza y nunca el triste y nebuloso velo nos encubra ay! el sol de la esperanza! (Habana 2 4 Junio 1857:)
MALAGA Y GIBRALFARO. ROMANCE DEDICADO AL CÍRCULO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO DE MALAGA. U n tiempo Granada bella E n pebeteros de plata, L o s perfumes deliciosos D e l oriente respiraba; U n a cristiana cautiva T a n hermosa como el alba, D a b a prez con sus hechizos A l harem que la guardaba. Granada, la gran señora, T u v o celos de sus gracias, Y del mar á las orillas Confinóla ¡pobre esclava! Y con razón, que era bella Como el cielo de la Arabia, Y rendíansela esclavos Los que una vez la miraban. Debió llamarse cadena D e los pechos y las almas; Mas sus padres caprichosos L a dieron por nombre.... Málaga. L a Sultana granadina D e su al desterrarla, A un noble adalid morisco La confió para su guarda. Era el morisco gallardo, D e una tribu de gran fama, Venturoso en los amores, Vencedor en las batallas; Y según las tradiciones Que de aquel tiempo se narran, E l mancebo granadino "Gibralfaro" se llamaba. N o os admiréis ¡oh lectores! Si hoy Gibralfaro y Málaga, Una ciudad y un castillo Con tales nombres se llaman: Que hay misterios en la historia
corte
Que el hombre jamás alcanza, Y hoy es piedra y aun es humo L o que antaño fué arrogancia. E l mancebo vencedor E n las justas y batallas Fué vencido por los ojos D e la cautiva cristiana; D e amor suspiró infelice, Dio sus quejas á las auras Que impasibles las llevaron A do va todo: á la nada. E n vano llamóla Hurí Digna del cielo, de Arabia Perla, y luna y sol luciente Y gacela y tigre hircana; E n vano la dio continuos Testimonios de constancia; E n vano á la libertad D e l desierto la invitaba; E n vano llamóla flor Por el profeta sembrada, Oasis grato del desierto, Mirra preciosa del alma; E l l a insensible á la voz D e l mancebo se mostraba, Y al moro trataba siempre Como á un moro una cristiana Mas llegaron otros tiempos Que el mundo todo es mudanzas. Y el guardián y la cautiva Tornaron á suerte varia. Para mal del rey Boabdil, Sus amores dio Granada A Tendilla, bravo conde D e la estirpe castellana, Y el desdeñado Boabdil
Sin diadema y sin amada Llevó su viudez y lloro A las arenas del Á f r i c a ; — Bien que Granada la adúltera A l hacerse castellana Perdió su corona altiva Y en vez de esposa fué dama. Castigóla así la suerte Y dióle por reina á Mantua; Pasando entonces de reina A ser solo una vasalla;— Pero volvamos al hecho, Que al tratar cosas humanas Nada tienen de extrañeza Estos cambios y mudanzas. E l mancebo Gibralfaro A fé renunció y á patria, ( Q u e el amor hace traidores A los que postra en sus aras) Y recibiendo el bautismo Tuvo el amor de su Málaga. Celebraron su himeneo Las gentes de la comarca, Dieron néctar sus viñedos Y mil racimos sus parras
Y mil encantos sus flores Y mil suspiros sus auras, Y un morisco hecho cristiano, Gran prodigio en ciencia gaya, A l son del cairel dio al viento La canción epitalàmica. Sin duda como memoria D e l convertido y la dama Existen en aquel sitio U n Gibralfaro y su Málaga Esto ha dicho un sabidor, Moro insigne á quien las llamas Quemaron como tenaz, Y yo ignoro si es patraña. Oh! Málaga, en tus orillas Discurrieron de mi infancia. Algunas horas felices, Pedazos ay! de mi alma, Conservólas, ciudad bella, Por que el árbol de la infancia Solo una vez reverdece, T a n solo una flor dá al aura.
AL DIGNO Y SABIO INTENDENTE
DON ALEJANDRO R A M Í R E Z .
Triste la hermosa Borinquen gemía arrastrando la mísera pobreza, ella que el don de perenal riqueza en sus campos feraces contenía. E l cielo que amoroso la quería no pudo consentir en su terneza que sufriese tan bárbara dureza, la que el yugo del mal no merecía; D e Power escuchó la alta plegaria (del patriótico amor grato suspiro) y ordenó que á cambiar la era precaria E n rico bienestar, fuese Ramiro Ramiro bienhechor, tu noble historia grabará Puerto-Rico en su memoria.
560
EL ÁNGEL DEL AMOR. Dios hizo el mundo; con su voz divina del caos lo sacó, y admirando su obra peregrina se dice que la amó. Su grandioso querer cumplido estaba magnífico, inmortal; pero amante, colmar aun le faltaba su afecto celestial. Y ante el dulce mirar de su ternura la esfera se extasió, y el ángel de la luz y la hermosura en luna se trocó. Y el grato aroma de su noble aliento lanzó sobre el Abril, y el ángel del perfume en el momento fué rosa del pensil. Y emanando su labio regalado al ángel de la miel, fué emblema de su néctar delicado la dulce abeja fiel. Y formó de su voz la simpatía, un eco seductor, y el ángel de la plácida armonía trocóse en ruiseñor. Empero deseaba el Dios potente formar un nuevo ser; y un ángel de su Edén trajo clemente y fuiste tú, muger. Y te ornó con diadema de hermosura, te alzó como deidad; dio á tus ojos mil perlas de ternura, de gozo y de piedad. Y emblema, oh Celia, del amor divino te quiso el Hacedor consagrar al benéfico destino del ángel del amor.
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AL INSIGNE POETA BUCÓLICO
B E R N A R D O DE BALBUENA, ENTERRADO EM LA CATEDRAL DE LA CIUDAD DE PUERTO-RICO. (*) ROSANIO. ¿Do yace aquel pastor, cara Belisa, que á los sones de agreste caramillo cantó con tono que pasmó á lá brisa tu gracia y hermosura? ¿Aquel que celebró tierno y sencillo la campesina paz, cuya dulzura los bosques y los prados dejó de blanda música poblados? " B a l b u e n a " se llamaba y á una voz las zagalas y pastores que con ardor amaba, su sien ornaron de laurel y flores. Respóndeme, Belisa; tú que fuiste su amable confidenta y afectos sin afrenta te prodigó mi b i e n . . . . BELISA. Ah! ya no existe! su cuerpo duerme en la tranquila fosa de católico templo, & Borinquen sirviendo de alto ejemplo. Su tumba silenciosa con mas gozo yo viera que en 1<>S campos humilde se ofreciera. Entonces á la amada losa fría, al trasmontar el dia, diéramos olorosas diademas de amarantos y de rosas. Sus flautas zalameras (*) Don Manuel José Quintana, trae en su Tesoro del Parnaso español, los datos siguienies acerca de Balbuena." N a c i ó en Valdepeñas en 1568: fué abad de la Jamaica y Obispo de P u e r t o Rico, y murió en esta isla en 1627. Publicó la Grandeza mejicana, el Bernardo, poema ópioo y el Siglo de oro: las demás obras suyas se han perdido." Puede verse la orítica imparcial y justa de las composiciones de Balbuena en la i n troduooion á la Masa épica española del mismo Quintana. El curioso encontrará, tambion mas noticias sobre Balbuena, en la página 4 6 3 de la Biblioteca histórica de Puerto-Rico publicada eii 1854, porolel autor de esta composición.
562 que alegraron los valles y riberas, yacen colgadas de mamey frondoso, y al céfiro quejoso, los blandos ecos v a g o s demandan aquel son que les dio halagos. E L BARDO.
Vuestra voz escuché, pastores mios, mis lágrimas cual rios de mis ojos cayeron, pero á la voz de la verdad cedieron. Pastores, no mas lloro si solo lamentamos su presencia; aun nos vive su esencia aun suena el eco de sus flautas de oro. Por montes y por llanos recuerdan sus cantares el viento en los bananos, el viento en los palmares, la tórtola ligera, la voz de la calandria placentera. E n tí, Rosanio, nos dejó aque7 fino y delicado amor del campesino en la edad que da envidia desque á la paz siguió la eterna lidia; y en tus ojos, Belisa, cariñosos dos versos de los suyos de amor tiernos arrullos, dulcísimos y suaves y ardorosos. Borinquen le inspiró; de sus acentos de sus nobles y gratos pensamientos júzgase acreedora. Si Balbuena querido, en Castilla nacido, su nombre en sus anales atesora; v
su siglo
aquel
dorado
en l a Riqueña paz vio realizado; y al perder de la vida el dulce brillo llena de gratitud su alma afectuosa, á estas selvas dejó su caramillo y á Borinquen su tumba generosa. ROMANCE.
LAS LACRIMAS DEL LOISA. E n la ribera de Himanio que h o y sé llama de Loisa,
con imperio soberano gobernaba una Cacica. Cual la palma era s u tallo, cual la luna su sonrisa,
563 sus ojos de amores perlas
y sus palabras delicias. Basta decir que á una voz los indios que allí vivían, la llamaban entusiastas "La flor del Himanio viva." Era pasado el ardor de la cristiana conquista y moraban castel lanos en las estancias vecinas. Entre todos-un mancebo que apellidaban Mexia, gallardo, bizarro y diestro como el primero, en la liza, incienso en aras de amor quemaba en la noche y dia lanzando suspiros tiernos por la fermosa Cacica. Declaróla sus afanes y mas hermosa que esquiva, dio en galardón sus amores al mancebo de Castilla. II. Viviendo en amor unidos dieron ayes á la brisa, que gozosa al escucharlos suspiraba con envidia. ¡Cuántas veces á la sombra de alguna seiba contigua esquivaron los ardores de la Borincana orilla! ¡Cuántas veces la calandria, y otras dulces avecillas taludaron con sus trinos sus placenteras caricias! ¡Cuántas veces las estrellas, gratas chispas diamantinas, fueron plácidos testigos de su misteriosa dicha! Empero el amante, digno de su creencia divina, alcanzó que ella pidiese el agua que cristianiza. N o narraré minucioso la ceremonia de pila, (1)
Baile.
(2)
Juego d» Pelota.
solo diré que hubo fiestas de mezcla asaz peregrina, pues la justa castellana mezclóse al aréito (1) indígena y jugaron al batey ( 2 ) entrambas gentes unidas. F u é Ponce. el gobernador por los reyes de Castilla, patrono del maridaje de la indiana con Mexía. T o m ó por nombre la indiana, con la sal y agua benditas, el de Luis •, mas cual noble de prosapia distinguida entre los indios, tomó, según la ley que regía, el don que honraba á hijosdalgo y llamóse Doña
Luisa.
F u é ciertamente el placer el que reinó' en las campiñas cuando ante el ara se unieron el Cristiano y la Cacica: E l demostraba arrogancia, ella inspiraba caricias, y entrambos felices eran cuanto es posible en la vida. III.
Mas como el fiero dolor se vela tras de la dicha, muy presto clavó sus garras en la pareja festiva. Llegó la noche traidora que entre las sombras impías lazos oculta y puñales y acciones que son inicuas. Estaban los dos consortes de gozo el alma cautiva, sin curarse de los duelos que á los mortales no olvidan; cuando las voces de alarma resonando repentinas, anunciaron que el Caribe los contornos invadía. Desprendióse el castellano de los brazos de la india
y asiendo espadón y adarga fuese á la turba homicida. Combatió como león, mas ¿quién de morir se libra si despiden las aljabas turba de flechas mortíferas. Con el furor en el pecho á manos de la perfidia cayó como al rudo golpe del hacha la fuerte encina; y arrastrado moribundo á las aguas cristalinas del rio undoso que allí cerca espacioso se tendía; fué el amante sin ventura (que en vano venció en la liza)
564
llevado en fúnebre marcha . á la mar, tumba infinita. IV.
La desposada llorosa sentada en peña vecina, las aguas, ay! de sus ojos mezcló con las claras linfas. Vistióse paños de luto y mirando en triste guisa la corriente, de allí á luego fuese al mar con su Mexía. D e s d e entonces á aquel rio donde vertió la Cacica tantas lágrimas de amor | llamaron todos "El Luisa."
A UNA SEÑORITA (EN SU ALBUM.) I. E l sol de la ventura no ha dado aun á mis ojos tú imájen; mis antojos perciben tu hermosura, perciben en la altura de un ángel el destello, de un hada el rostro bello para llamar feliz mi triste suerte, ángel, hada ó mujjer, anhelo verte. II.
Amor me inspira el ave del aire mensajera, que lleva al alta esfera como celeste nave de amor el canto suave; también amor me inspira la flor que aroma espira, y tal dicha en mi ser tu nombre vierte, que flor, ave 6 muger, muero por verte. III.
N o se si eres lucero que anuncia alegre dia.
565 ó en tempestad umbría ofrece un derrotero al triste marinero; empero ángel ó hada, ó ave ó flor preciada, ó mágico lucero; para amar mas la vida que la muerte, es mi anhelo, señora, conocerte.
LOS OJOS DE ¿Me preguntas, pintor, que como quiero que pintes el mirar y la hermosura de aquellos ojos dó el E d é n fulgura, de aquellos ojos por que vivo y muero? Copia el fulgor de matinal lucero, de gacela apacible la dulzura, de la tórtola amante la ternura, el brillo del diamante lisongero. Los habrás de pintar grandes y vivos donde luzca la antorcha bendecida del noble meditar, muy expresivos, Con dulce vaguedad indefinida; ¿quieres darles aun mas atractivos de apasionado amor dales la vida.
A UN¿, DAMA. (EN SU ÁLBUM.)
Con gozo mi pluma escribe en tu libro de memorias sinceros del alma brotan. Muger bendita del cielo del cielo bendita esposa, mujer que diste por hijas en vez de mugeres, rosas.
Las flores en tu himeneo darte debieron coronas, hicieron tu epitalamio las dulces aves canoras, porque solo así pudieras (tú la mas bella entre todas) dar á natura por hijas en vez de mugeres, rosas.
T ú has debido ser tan bella como la espléndida aurora, mecerse debió tu cuna entre perfumes y aromas, ser debió tu primavera, como ninguna, señora, puesto que has dado por hijas eu v e z de mugeres, rosas.
Que premie el cielo tu unión con el esposo que adoras, que te celebren los genios cual bella madre de hermosas, y natura agradecida al ver que tú, bienhechora con un ramo de primores has ornado su corona, proclame que das por hijas en vez de mugeres, rota*.
estos versos, que aunque humildes,
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GLOSA. Razón que imperas en mí ¿porqué habré de mentir y o diciendo impasible no, cuando el alma dice sil A l mirar tus bellos ojos siento nacer la alegría, porque truecan, vida mia, en encanto, los enojos. A l mirar tus labios rojos donde el amor se atesora mi pecho esclavo te adora, y huyendo del frenesí tengo que exclamar, señora,
¡Oh! no esperes que negarlo pueda el pecho enardecido, no puede estar escondido tan dulce afecto; callarlo es penar y acrecentarlo: que en vano ¡ay Dios! mentiría si al preguntarme algún dia si mi pecho te adoró, yo respondiese, alma mia,
"razón
diciendo impasibie,
que imperas en mí."
Si observas en mi semblante el delirio que me inspiras, si con deleite me miras y en mi seno palpitante percibes el dulce instante que ocasionas á mi alma; ¿qué vale que finja calma? si el fuego que me abrasó obtiene triunfante palma. ¡porqué
habré de mentir
yo?
NO. "
Tanto valiera negar que eres bella y atractiva, que el alba se muestra esquiva si vé tus ojos brillar; tanto valiera eapresar que el que llegó á contemplarte logró vivir y olvidarte, alcance vivir sin tí, si y o dijera NO amarte cuando ti alma dice ai.
SUS OJOS. H a y unos ojos divinos fuente de dicha y dolores, el Cielo les dio colores y el Señor su bendición.
Si miran airados matan, si suplican, enagenan y si mandan, encadenan: que es la gloria su mirar.
P i ó l e s la luna su encanto, la palabra su armonía, el amor su simpatía, su elocuencia el corazón.
Brillan alegres, y es dia la noche: y ¡qué dias bellos son tales ojos si en ellos miro el cariño lucir!
Aunque tiranos me miren si los vela ingrato el sueño, suspiro porque risueño llegue el dulce despertar.
Miran tristes, y suspiro en hondo y amargo duelo; mas si l l o r a n . . - ¡santo cielo! si l l o r a n . . . . quiero morir.
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ASoy el ave, tú la rosa: diz que la rosa constante del ruiseñor es amante y o seré tu ruiseñor.
de la existencia el veneno truecas en miel y en pasión. E n el árido desierto tú la brisa, y o la palma, llega, oh brisa de mi alma, con tu arrullo bienhechor.
Soy el verso, tú la musa: Sin tí el verso no es poesía, sin tí el son no es melodía, ni dá encanto al.corazón. T ú la miel y yo la cera que te guarda; aquí en mi seno
Soy yo la tierra, tú el cielo, brillarne siempre serena, sé mi luna de amor llena, sé mi cielo, y o tu amor.
LA PLEGARIA DE UNA VIRGEN. ELENA..
Solitaria y temerosa pobre nave desvalida, vago en el mar de la vida en combate desigual. ¿Porqué, oh cielo, me robaste el dulce materno amparo? ¿Qué seré sin su amor caro ante el recio vendabal?
Si tú, cielo bondadoso, me niegas la luz del dia, y ocultas en noche umbría la estrella de salvación; del desastroso naufragio ¿podré libertarme, ay triste, cuando el escollo q u e existe es mi propio corazón?
Huérfana triste, del mundo en el piélago desierto,
Oh destino, sé piadoso con la pobre abandonada que sin apoyo, confiada se entrega a merced de tí. D e la tormenta bravia, del escollo misterioso, líbrame, cielo amoroso, líbrame, cielo, de mí.
¿quién en bonanza hacia el puerto
generoso me guiará? ¿Qué piloto entre las rocas que oculta la mar traidora, de su saña malhechora, ay de mí, me salvará?
GUAMANI. A MI B U E N AMIGO A N D R É S (TROVA
¿Conoces la alta cumbre que allá en el suelo
S.
FUERTO-KIQÜBÑA)
de mi Borínquen b e l l a saluda al cielo;
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verde montaña, que corona altanera campos de caña.
tú que desdeñas vanidad cortesana y cual y o sueñas.
E n su cima se elevan las palmas reales, y en sus faldas se mecen los cafetales, cuyos jazmines bosque y prados convierten en cien jardines.
A l l í la fértil zona, del corvo arado esposa virginal, dará colmado en vario fruto de abundante primicia rico tributo.
E l sol allí se asienta, también la aurora así como la luna del sol señora; y musas bellas de aquel frondoso Pindó son las estrellas.
Y el dulcísimo néctar darán mis cañas al brazo del labriego jamás urañas; tacho y molino harán dorado grano y aun argentino.
Llamóla el indio cima de Guamaní, y diz que allí su gloria mostró el Cerní (*) y sus fulgores la comarca trocaron en fruto y flores.
Al paso que esparcidas las mujidoras, sus lácteas fuentes sanas y bienhechoras; el espumante coco rebosarán vivificante.
A tan grata eminencia, del porvenir un blando ensueño unido v a á mi existir; que mi ventura se cifra de los campos en la hermosura.
¡Y ves como se acrecen á la ventura, y su prole amamantan en lá llanura, la aun no tocada, con el belfo buscando, gramínea ansiada.
I
Como templo de dicha en la montaña, alzaré yo.algún dia dulce cabana; y a ser testigo de mi gloria te llamo mi grato amigo.
Salud tendremos salud bendita! riqueza es de la gente que el campo habita, y que sin queja derpierta con el alba y el lecho deja. '
Oh tú que fiel comprendes con tu alma pura que en el ruido del mundo ah! no hay ventura;
A las plantas y arbustos nuestros sudores prodigaremos y ellos nos darán flores;
(*)
El Dios de log indios de Puerto-Rico.
nuestra ternura pagarán con su fruto, con su aura pura. Y cuando el albajasome por su ventana, bendeciremos juntos á la mañana; la fresca rosa cojeré, apenas abra, para mi hermosa. Mira el alba, se ostenta grata y festiva con su manto fulgente de lumbre viva; Marzo en el prado la saluda galante y enamorado.
569 de las alegres selvas dulces cantores, la hacen halagos practicando en las ramas sus giros vagos. Y parece que dicen en su alegría: Despertad, oh natura, que viene el dia; y al grato hosana se muestra ufano el rostro de la mañana.
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A sus pies tiende bello manto precioso, en matutinas perlas rico, abundoso; con verde y flores la forma una guirnalda de luz y amores. Rico dosel la ofrecen las^nacarinas nubes, también las flores mas peregrinas olor ameno la dan dejando el prado de aroma lleno. Entonce atronador ó manso el rio prodígala su estruendo su murmurio; entonce el viento, jugando entre bambúes, la dá contento. Zorzales y pitirres y zumbadores (Habana, 26 Octubre 1 8 6 1 .
Andrés, mi buen amigo, ¿qué habrá mas bello si de amor este cuadro orna un destello? ah! si mi E v a colmando aquestos goces á Edén renueva? j La de dulce mirada l tierna sonrisa, i que en virginal cariño mi vida hechiza, vendrá y las flores esparcirán mas vivos gratos olores. Ella, sí, de mi frente tristes memorias borrará con su imagen, y serán glorias las que á su lado pasaré; de los hombres siempre olvidado. Ven y sigúeme pues cuando á tu puerta te llame; la inorada no es ya desierta cuando dá abrigo á un libro y á una hermosa y á un dulce amigo.
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AL NIÑO ALFREDO DB*H. V RCabe el materno tálamo se mece blanda cuna, los dos amantes cónyuges invocan la fortuna con celestial cariño para el dormido niño: él sueña con los ángeles que acaba de dejar. Del niño el blando éxtasis se vé en el rostro tierno « un voto amante, candido se pinta en el materno; del padre en el sombrío un pensamiento p í o . . . ¡Que quiera Dios benéfico sus votos escuchar! D e aquella el voto místico gratísimo se encierra en dar cual numen célico un ángel á la tierra; del padre el pensamiento agítase violento: que un hombre al mundo mísero ha dado con su amor. A l valle de las lágrimas sé, Alfredo, bienvenido, que sin espinas hórridas, como en jardín florido la vida te sonría, y el sol de la alegría te luzca siempre diáfano v sin nubes de dolor. N o quiero que maléfico te inspire del poeta el genio triste, indómito que anubla su alma inquieta; el numen que su lira con fuego sacro inspira con duelos amarguísimos le enluta el corazón. No quiero que, aunque espléndida
la lumbre de la gloria te arrastre á senda rispida
tras postuma memoria; tan fúljida diadema la sien ardiente quema, y es sed horrible, hidrópica, la sed de la ambición. Que no telncite el mágico lucir de la riqueza; pues la codicia sórdida del alma la belleza deslustra y oscurece, y en ella no florece el árbol que dá vivido la dulce caridad. D e aquella >Pcielo líbrete, letal sabiduría, que al genio dá sacrilego altar de idolatría; no mira en el humano un corazón de hermano y rinde culto al ídolo de ufana vanidad.' Y si la senda plácida de tu preciosa vida de los abrojos ásperos se viese entorpecida; como el acero, en dura se trueque tu alma pura y pueda firme, intrépida, la lucha provocar. N o brilles como un Sócrates ni un Redentor Mesías si el tiempo/lejlos mártires no es dado ya á tus dias; espléndido, divino de aquellos'Tué el destino; mas triste es en im^Gólgota m o r í a . . . - y. no salvar. -
Que.digna^sea|y magnánima hacienda, dulce niño; que brille sin crepúsculos tu corazón de armiño; no seque el pensamiento
la flor del sentimiento y triste el hombre inspírete cariño y compasión. Y cuando el tiempo alígero tras existencia pura
671 te lleve al yerto ámbito de la región oscura, familia, patria y hombre den lauros á tu nombre y clamen los arcángeles: Alfredo, bendición!
( H a b a n a , Noviembre 1S62.)
A MONTE EDEN. ¿Porqué al trepar la colina que de tí fiera me aparta, ¡oh grata mansión! mis ojos se llenan de tristes lágrimas? ¿Será que, ay de mí, no vuelva hacia tí, mansión amada? Quién lo sabe, que la muerte do quier al hombre acompaña, y acaso de este adiós tierno un adiós eterno haga; ó tal vez quieran los cielos, dulce mansión de mi infancia, que allá cuando fiero el tiempo mi cabeza vuelva cana, venga á buscar en tu seno una tumba solitaria. Entonces tú, hogar querido, con tus seibas y tus palmas darás apacible sombra "
á mi fúnebre morada.— O quizás la dura mano de la mísera desgracia te haga pasar de los mios á las manos ay! extrañas, y al volver yo peregrino de mi fatigosa marcha, no encuentre en tí los semblantes que en otra edad me halagaban; quizá el huracán impío ó el tiempo que ruinas ama, te trueque en dolientes ruinas, sin piedad para mi alma. Ah! que entonces quiera el cielo ya que á tu seno me traiga, que tu nuevo posesor ó del huracán la saña, respeten del desterrado los. recuerdos de la infancia.
(Puerto-Rico, 1849.)
A UNA " D A M A DE NOCHE." Oh!
díme qué pesar tu seno encubre, qué triste desencanto en esa tu faz bella, dejó de un amarguísimo quebranto la dolorosa huella? Porqué te hastías en medio de la fiesta rumorosa, en que brindan risueñas alegrías tanto airoso galán y tanta hermosa? D e un placentero amor lloras acaso la pérdida doliente, que fiero se llevó tu fé ó ferviente buscando vas tal vez, astro en.ocáso,
572 el ángel de tus últimos amores? ¿Donde el ingrato mora que enjendra así dolores en el pecho del bien que ya le adora? Inútil fué, por Dios, tu lozanía (talismán ganador de corazones) que emprende ya su vuelo y á la burlona marchitez sombría te lleva sin consuelo. Horrible es tu ansiedad: los aquilones de cada helado invierno te muestran que tu hechizo no fué eterno, y cada primavera que brinda nuevas flores á la tierna beldad, nb lisonjera contigo, te las dá, pero marchitas; cada terrible estío te trae una nueva arruga y con ella un pesar y nuevo hastío. T u s artes multiplicas, torturas tu tocado porque encubra la huella que ominosa te trae con cada sol el tiempo alado; que ya como la luna luces solo en la noche mentirosa, la luna! que durante el claro dia nada, incolora, alumbra, mostrando solo en palidez sombría de su manchado disco la penumbra. A y de tí, desdichada, pues temes que en tal guisa de tu alma el gemelo no reconozca en tu corola ajada la flor hermosa que soñó su anhelo.— ¿Porqué, triste hermosura, si buscas á tu alma desterrada el ángel de su amor, porqué cuitada te arrastras á la fiesta esplendorosa do amor es mariposa? Porqué sigues de.l mundo el vano ruido con esa faz llorosa y el ánimo de penas abatido? ¿Porqué en la dulce soledad modesta no aguardas al rendido amador? Para él molesta cual para tí, quizás es la encantada apariencia del frivolo contento y ama, cual tú, gozoso apartamiento Empero ya comprendo, flor de otoño angustiada,
573 que no te suenan mal ni vano estruendo, ni férvidos placeres, ni fiesta alborozada; ni las májicas perlas que adornan la beldad de otras mujeres fastidio te ocasionan. ¿Suspiras por tenerlas? ¿También cual ellas quieres que se cure en su brillo tu quebranto? ¿Son ellas de tu llanto la causa dolorosa y no la soledad yerta, afanosa de un casto corazón? Á h , sí, deliras por esas mismas perlas, no suspiras por las que brinda amor puro y rendido! Ya! el amor no las dá, las dá.... un marido. (Madrid, 1852.)
UNA LIMOSNA. Ante la puerta dorada de Doña Inés, gran señora que pasa risueña vida entre primores y joyas, un andrajoso mendigo con faz de hambriento llorosa, llamó pidiendo por Dios una mísera limosna. Asomóse á los balcones que sus paredes decoran la doña Inés y al cuitado iba á ahuyentar desdeñosa, cuando vio que ojos testigos de su soberbia, la acosan. Lanzó con desden al pobre áurea pieza que sonora, llevó al labio del mendigo un ah! de sorpresa loca y sensible á gratitud alzando la faz absorta, vio de la bella el desden pintado en ojos y b o c a . — D e los ojos del mendigo de llanto cayó una gota, como el acíbar amarga, como el pesar dolorosa.— Siguió triste su camino hasta que vio que en carroza
j espléndida, y de lacayos ] y pajes en la custodia, i sobre cojines preciosos acercábase Eleonora.— Con buen corazón el cielo, cual la mas brillante joya, á la bella había dotado, haciéndola aun mas valiosa, i A l ver, por tanto, al mendigo, | con piedad y con zozobra \ á uu galano pajecillo que de servirla blasona, i mandó que le diese al punto caritativa limosna. Y aquel, veloz y obediente, de una riquísima bolsa sacó argentina moneda y al mendicante arrojóla.— L a beldad, aunque su pecho ! la humana desdicha toca, | tornó la mirada esquiva i de la miseria asquerosa.— ! Por lo visto, este presente ¡ la pena angustiada y sorda I del mendigo no calmó, • pues su lloro no se acorta.— i Mas por su bien te halló luego I dulce Elvira dadivosa:
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con el ánimo áflijido pero á Dios alzando loa, por el momento felice de hacer bien que te ocasiona.— Intentas darle benéfica el socorro que te implora; mas, ay de tí, que has perdido la caritativa bolsa, y solo queda en tus manos de cobre una pieza sola. Dasla con gozo al mendigo, con ese rostro de aurora, con esos ojos piadosos que humedece la congoja, con esa dulce sonrisa que trueca la tierra en gloria.— D e tu alma conmovida palabras consoladoras brotaron que del mendigo las penas curaron todas. Entonces de sus pupilas cayó una lágrima sola de esas lágrimas de miel que el cielo amoroso forja. Anoche soñé que un ángel os volvía las limosnas que disteis á aquel mendigo, pues Dios devuelve con sobras,
y es prestarle dar al pobre y consolar al que llora.— D e Doña Inés la ganancia en dorada ebúrnea concha, y con primor, se encerraba; yacía la de Eleonora en concha de ébano' y nácar, y la tuya, amiga hermosa, en caja sobrado humilde de cobre sencilla y tosca. Abrió Doña Inés la suya con faz altanera y torva, y halló ser su donativo lodo que al asco provoca; una cristalina perla halló la bella Eleonora, en tanto que tú, divina como el alma que atesoras, hallaste en diamante hermoso convertida tu limosna. A h ! manantial de diamantes es tu alma generosa. E l amor que tu alma dé debe tener el aroma que á tus dones presta el cielo: el corazón que te adora, ay! de tu amor es mendigo: por Dios, bella, una limosna.
ÁNGEL T U — YA N0. U n ángel al Pindó bajó cierto dia, por él una musa de amor suspiró; naciste, oh hermosa, de aquella armonía. Su frente inspirada, su voz de ambrosía, la Musa te dio. T e dio como madre, su forma hechicera, su paso de ninfa, su queja de amor, sus ojos de luna y gentil cabellera; en tanto que el ángel, de célica esfera te dio el resplandor. Sonó en el Olimpo cantar de alegría, entonces doliente el cielo gimió; aquel una virgen gozoso adquiría, un ángel el cielo querido perdía y el mundo aplaudió.
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Y tú ante el aplauso, incauta ¡ay! olvidas que Dios para el cielo el ángel formó. Y o lloro ilusiones, cuan triste, perdidas al ver ya tus alas al mundo v e n d i d a s . . . ¿ángel t ú ? . ' . . . ya no.
EL ULTIMO BORINCANO. " D e la anhelada victoria "perdida ya la esperanza, "podrá tan solo la muerte "aliviar nuestra desgracia. " A l fuego de los cristianos " e s la resistencia vana, " y todo cede ante el filo " d e sus cortantes espadas. " A sus golpes formidables " t a l vez sucumbido haya " e l mas valiente cacique " d e la tierra de Agueinaba; • "sin su aliento poderoso " y sin su brazo, oh desgracia! "¿qué intentaremos nosotros " e n situación tan amarga? " L o s cristianos nunca mueren, "Borinquen su imperio guarda, "ah! nuestra vida ocultemos "en las ásperas montañas." A s í las indianas huestes en su dolor exclamaban, al ver en Yagüeca un dia destruida su arrogancia. Unidos luego al caudillo que fué un tiempo su esperanza, el intrépido Humacao que dio nombre á su comarca, llevaron su duelo triste á la sierra que elevada saluda al sol cuando nace y al Mar del Caribe, guarda. Allí en aquella eminencia el cacique, la pujanza del bravo campeón cristiano resistiera época larga, ora asaltando llanuras ó haciendo de sus gargantas un terrífico baluarte, testigo de cien hazañas.
Allí sucumbió postrero de las huestes borincanas.— Y'cuéntase que su sombra en aquellas cumbres ásperas de tiempo en tiempo se ofrece á las vecinas miradas. Y o imagino que su espíritu fué bañado en la luz santa, con que el cielo en su piedad ilumina allá las almas: que al sucumbir por su ley, á ella fiel aunque pagana, la eterna misericordia tuvo en cuenta su ignorancia. Y desde entonces errante al ver en su tierra alzada la digna cruz redentora, se postra y tierna plegaria eleva desde la altura que fué su glorioso alcázar, porque su tierra querida deba á la cruz bienandanza.— Tales son los ecos tristes que allá en noche solitaria, se escuchan en las alturas de la rispida montaña. T a l la sombra vagabunda que se divisa postrada, en el Yunque gigantesco cuando la luna lo baña.— A l ver la cristiana grey, del cacique la arrogancia, la incansable intrepidez con que lidió por su palria y que loco era su empeño; dio por nombre á la comarca el de Sierra del Loquillo y hora Luquülo se llama.
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Cuando el Dios del Edén imaginó y formó la primera muger, encarnó en ella el grato idealice la belleza, pero la muger perdió su paraíso y no fué ya digna de su autor.— Herido estaba de tristeza el corazón supremo al ver malograda su obra; para su consuelo,, hizo nacer cual nueva luz otra E v a y en ella se miraron sus o j o s . — Y sintiendo el amor de su obra y temeroso de perderla, la destinó á vivir entre los ángeles y la amaron estos con amor del cielo.— E n mi Sion de dolores¿vagaba yo silencioso y solitario; las copas de los árboles habían perdido sus verdes hojas, los céfiros suspiraban y la noche me vestía con sus tristes sombras.—Mis pensamientos eran otrastantas'quejas ,de soledad, mi alma estaba sola y Dios me había^abandonado.—Mis ojos se inclinaban á la tierra con dolor ó se alzaban,iá los cielos con piedad; la bóveda insondable me parecía una eternidad sin esperanza, las estrellas silenciosas me compadecían. Inmortalidad! decía para mí. ¿Nada respondes á mi voz? Porqué no vienes á mostrarme la luz de tu diadema? E l amor de la tierra es incompleto y yo siento el ansia de un amor infinito.—Ah! si el ciclo me enviase en la voz de un ángel una esperanza, si la belleza del cielo tomase forma'para sonreír á mis ojos terrenales! Y he aquí que se abriéronlas puertas de los cielos y en tálamo de nubes se presentó á mis ojos una muger celestial.—Su mirada era radiante como el dia mas feliz de la vida; sus labios parecían revelar el dulce misterio de la gloria; su sonrisa era un bálsamo para curar la desventura.—.Su formas aéreas como el pensamiento, como "un suspiro perdido en las regiones de la esperanza! Y ella derramaban uz y hálito de amores y era la mirra de los pebeteros celestiales; traía para mi ser, la revelación de un éxtasis eterno. Y bajó la muger celeste y hablóme con voz indefinible.—Y yo al oiría sentí el paraíso dentro de mi corazón. Y así me dij o: E n verdad, en verdad te digo que soy la E v a del cielo y compadezco á los que como tú están solos y tienen triste su corazón.— Mírame y a m a . — Díjome y la vi partir.— Y desde entonces la veo entre las sombras do un sueño deleitoso y la veo por donde quiera que vuelvo los ojos. u
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Y suspiro y á todas horas la dirijo mi voz y la d i g o . — E v a mia mi dulce E v a ¿quién como tú, mi deliciosa Eva? Mírame y ama, me dijiste: te vi y he amado. Y desde entonces tengo un cielo en mi alma, y suspiro doliente cuando no te escucho. Y el- cielo que tengo en el alma es digno de tí como obra tuya. Ven hacia mí, E v a . — M i corazón tiene para tí luz y flores y armonía, y un suspiro y una lágrima para tí. E v a mia, E v a mia, y por todas partes y á todas horas y hasta mi última hora, te diré: E v a del cielo, mi dulce y deliciosa E v a , te vi y he amado, te vi y he amado. II. TU
NOMBRE.
L a palabra ¿es emanación de Dios? H a y un nombre que dá miel á mis labios, música á mi oido, gloria á mi corazón.—Las aves lo cantan, la noche lo dice en el silencio: me dá hermosos sueños; la mañana lo emite para despertarme — L o pronuncio con cariño y esperanza; temo que el aire lo revele á los demás; temo y quiero oirlo; temo y quiero pronunciarlo: es en mis labios una p'egaria.—Oh! sí, cuando oigo tu nombre, E v a mia, cuando lo pronuncio y sobre todo, cuando lo invoco bendigo á Dios, le proclamo divino autor de la palabra.
III. TU SONRISA. E l pensamiento es la conciencia de la vida, el sentimiento es la vida: amad y habréis vivido. L a copa del plac«r contiene amargura; el mundo es engañosa realidad; el recordar es triste, el bien instable, lo porvenir incierto; pero cuando me sonríes, todo lo olvido. IV. MIS DÍAS. H a y días serenos, hermosos en que el aire arrebata mi voz y mis snspiros, en que toda la naturaleza es himno silencioso y gratísimo: mis oidos no lo perciben pero sí el corazón.—El alma quiere entonces romper sus ligaduras; busca un infinito de felicidad.—Mi mente sueña y mi sangre corre dulcemente.—Entre el corazón y los ojos se desliza un blando rio de lágrimas.—Las dulces y generosas ideas vienen á mis labios en versos deliciosos.—Esos dias son aquellos en que te veo y das luz á mi tormentosa oscuridad.
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V. UN TRISTE PARAÍSO. Esquivas ay! tus ojos y tu sonrisa, quizás también tu corazón. Una lágrima que escondes, un suspiro que tratas de sufocar. Hasme robado tu fé, mi fé, el tesoro de mi existencia. A l desviarte de mí, has cometido un doble crimen: te has suicidado y me has muerto. Solitarios y tristes hemos quedado: dos aves que se abandonan en el desierto, que vagau sin encontrarse. A h ! desterrado de mi propia alma: la pobre luna ¿dará luz sin ese sol que tan solo brilló un dial Eramos el uno para el otro única palma que nos daba sombra, única gota de aguapara nuestra sed, única mano que enjugaba nuestras frentes. Acaso nuestras miradas y sonrisas son prodigadas á otros seres que no amamos. Si es preciso para merecerlas serte indiferente y debo pagar con tu desvío la simpatía de tu alma, el paraiso que me diste con tu amor Envidio á los indiferentes que disfrutan lo que solo debiera ser mió. Prefiero á un paraiso que has enlutado para mí, el infierno de una menos dolorosa indiferencia. * VI. OCÉANO SIN LÍMITES. T ú podrás ver en mi semblante los síntomas del contento: vana apariencia. T ú habrás visto en medio de la tempestad la luz de algunas estrellas, pero ah! cuan distante el cielo de aquellos dias apacibles que tanto deleitan. Ninguna otra podría arrancarme estas lágrimas quo vierto al contemplarte en poder de otro, ninguna, lo juro por esta maldición de dolor eterno que me abruma, podría ocasionarme el pesar que experimento al verte perdida para mí. Si esta agonía no ha de tener fin, si un hado funesto ha escrito entre nosotros las palabras para siempre; caiga sobre mi de una vez la mano del destino y termine una vida que el dolor está haciendo eterna. VII. FLORES Y ESPINAS. Corazones separados en la tierra- Oh! cielo necesario! T hemos de vagar extraños tú y yo, alma de mi alma, ser de mi ser, como hermanos que se desconocen, acaso como enemigos por la misma causa que debiera unirnos?
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E l interés mundano tan leve ante la eternidad, tan entre los hombres.
insuperable
Miserable mundo, átomo para el espacio, porqué eres todo un mundo para separarnos? E n este apartamiento que no hemos causado, hay otros que nos sacrifican.—Su corazón se apiadaría si probasen la copa de amargura que nos hacen apurar. Y ellos se creen lícitamente felices! A h ! gigantes de ventura para nosotros pobresj gusanos ¡hollados por su planta. E n esta'peregrinación sin límites en que^llevamos; ensangrentado el corazón, existen á mas de las espinas y de [las lágrimas, algunos halagos y algunas flores. Sean para mí las lagrimas, para tí los halagos; para mí las espinas, para tí las flores. VIH. MI CASTIGO. Rie y canta! Eres solo una sombra. E l cadáver de una muger que amó y fué y aun es amada. Mi alma te dio el espíritu, te creó —pero el espíritu huyó y has muerto. Eres pues un cadáver que solo aguarda el reposo de la tumba_ para deshacerse en polvo. T u s padres los fueron solo de tu forma bella, forma necesaria'á un alma que tenía su seno en la mia. Y o cincelé en tí una hermosa estatua y la rompiste: anatema contra mi creación, anatema contra tu obra. ¿Qué hiciste del paraíso que te formé?—Paisa E v a lo perdiste; me has condenado á las penas y á la muerte. H o y existes solo en fantasma para atormentarme. Remordimiento de'amor, de ilusión perdida. Y o fui el Prometheo que animó tu barro con el fuego del Olimpo. M e encadenaste á la roca de tu ser y eres el buitre que devora mis entrañas. H a s hecho de mi alma una maldición. Quise crear un arcángel y solo pude hacer un Satanás que me condena y atormenta. E l cielo ha castigado mi soberbia.
LA PALMA DE JESÜS BEL MONTE. BN EL AI.BOM DE LA SRA. DOÑA M. S. DE A. Cerca de la populosa capital de Cuba y como si la naturaleza hubiese querido dar en cara con su apacible tranquilidad al bullicio y agita-
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don de las ciudades, existe un agradable campo hacia el cual se va extendiendo el caserío de Jesús del Monte. E n la cumbre que domina el caserío se posa una iglesita tanto mas digna y magestuosa, cuanta mas humilde y sencilla en su apariencia. L a soledad deja escuchar mejor las preces que se elevan en sus bóvedas, y el incienso de sus aras encuentra mejor en aquella solitaria y calmosa altura, el camino de las nubes y de los cielos. Desde su atrio que está en la cima del cerro de que hablo, se divisa la ruidosa Habana con su bosque de mástiles y sus castillos imponentes; pero mas cerca de la Iglesia, cuasi en la falda del montecillo, una pradera fértil y de eterna lozanía se presenta á la vista con aquel encanto que habla al alma pensativa y melancólica — A l l í en el sosiego de las tardes de verano, cuando el sol trasmonta llevándose sus ardores, heme detenido á meditar dulcemente, entregando mi espíritu al blando reposo que buscan los corazones expatriados y solo aun en mitad del tumulto. A l l í he pensado en mi pais tan cercano y tan distante! Allí los gratos recuerdos de un hogar y de unos amigos inolvidables han venido á deslizarse en mi memoria como el aura de la noche, es decir: suave, agradable y misteriosamente.— Cuántas veces he derramado allí una lágrima de ternura, una de aquellas lágrimas que se tributan á la memoria del bien que ya no existe: gota de rocío que dejó olvidada en la flor del corazón, la aurora de un dia feliz ya d i s i p a d o . . . A l l í hay una palma que me dice tantas cosas! porque los árboles hablan y pobre de aquel que no ha comprendido nunca las dulces y confidenciales palabras que se encierran en ese que nos parece murmullo de la brisa entre sus hojas. Aquella palma me ha contado su historia; está sola como yo, miraba al cielo como yo lo hacía y como yo cansada de resistir al viento de las tempestades y las desdichas ha concluido por abandonar su ramaje, indiferente, á los empujes del viento veleidoso.—Aquella palma está allí sola y triste, es verdad; sus compañeras residen acampadas lejos de ella. A h ! pero desde que ella conversó conmigo, desde que oyó mis cuitas y la voz de mis tristezas, dejó de contemplarse tan desgraciada y comprendió que aun tenía de quien compadecerse. Ella vive en el suelo en que nació, y el sol que la dora, las aguas que la dan frescura y los céfiros que la mecen, son el sol, las aguas y los céfiros de su pais. Habana 16 de Agosto de 1 8 5 7 .
A LA SEÑORITA MATILDE E. Quince anos! dorada puerta de una vida que se ignora, en qué un ser que el cielo llora entre lirios se (despierta. JACINTO D E S A L A S Y QUIBOOA.
Leonina,—Vengo de un mundo bellísimo; mi viaje ha sido un sueño que se llama infancia.
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. El hombre.—La niñez es la crisálida; de su sueño sale el ser convertido en humana mariposa. E l mundo de donde vienes es indudablemente mejor que el nuestro; todos traen de allá tesoros que aquí pierden. La niña.—Yo traigo perlas en los ojos y auroras en el corazón, El hombre.—Esas perlas serán aquí lágrimas; esas auroras, dias funestos. Acaso, por tu mal, hayas equivocado el camino; alza tu vuelo Ínterin conservas la pureza de tus alas. Aquí no está lo que buscas. La niña. — E s a puerta es tan dorada, tan bella! El hombre.—Mentira, oropel; la puerta es de hierro, cierra una cárcel. La niña.—Al través de esos dinteles ¡cómo brillan la juventud, los encantos! E s una copia del cielo de donde vengo. El hombre.—Pálido remedo, paisaje en lienzo, que muestra su artificio al acercársele. Laniña.—Ahilas mugeres, miradlas ¡cuan bellas! Yo también acabo de tomor su forma; como ellas voy á danzar de gozo, á reír de felicidad. E s cierto que algunas lloran y suspiran melancólicas, pero ¿son por eso menos bailas? Qué rendimiento, que agasajo en sus galanes! oh! cuan felices deben ser! El hombre.—Ese rendimiento es el opio que adormece, que e n v e n e n a . — E l l a s felices! H u y e la dorada puerta - • de una existencia que ignoras, que en este Edén que ya adoras, no entre lirios se despierta. Si en tu candido delirio te place nuestra existencia, nunca sepa tu inocencia que esta vida es el martirio.
EL
HELIOTROPO.
A MI AMIGO E D U A R D O
ACOSTA.
Despertó alegre una alborada hermosa Y á la tarde durmió en el ataúd. EBPRONCEDA.
I. E s el crepúsculo de una mañana de Abril. En oriente asoman los albores del dia, tan hermosos como el primer ensueño de la vida. E l cielo está teñido de.un lijero color amarillento, ni una nubécula empaña su risueño confín: el ruiseñor canta sus amores: abre su cáliz la rosa; saltan de flor en flor las mariposillas ostentando su ropaje de mil tin-
582 tes; que no de otro modo vaga el alma de ilusión en ilusión en la deliciosa mañana del amor primero. — E l i n a ! Aquí, á tu lado; en las orillas de este arroyo que murmura; entre estas rosas y jazmines que embalsaman el aire que respiramos; bajo ese cielo transparente que corona nuestro amor, soy feliz. T e juro que te amaré eternamente. —Edgardo. — S í , te adoro, Elina mia. T o m a : he aquí el emblema de mi amor. Esta flor es apasionada como mi alma y melancólica como mi existencia. Hela aquí. Dulce calandria de estos valles, tómala: yo te amo! Calló Edgardo. T o m ó la flor Elina. E s de un perfume delicioso. Cuando se mece en su tallo, se vuelve de continuo hacia el sol, cuyos fuegos bebe con ternura; parece decirle:Astro del dia, yo te amo. Aspírala Eliua. Palidece se agita su pecho Una llama dulcísima corre por sus venas conmoviendo su corazón. — A h ! prorrumpe,—vos me amáis. — S í , te amo. — A h ! yo os amo también. Sí, yo os amo!—dice y llena de encantadora turbación cae en los brazos de Edgardo. Sonó un beso, el primero de amor: primer capullo de la rosa temprana; ruido armonioso que estremeció las flores, que resonó en los valles y que los valles comprendieron, porque los valles fueron la mansion de Laura y su Petrarca, de Julia y de San Preux; porque la naturaleza ama todo lo que es hermoso y puro como ella, porque es tierna como el amor y sensible como los amantes. II. Partió! N o le queda mas que su amor! E l ha conmovido pues aquel corazón y se ha enseñoreado de aquella existencia, pura como el aura de primavera, tierna como el arrullo de una tórtola. N o sabía Elina lo que era amar. Se deslizaba su vida pacíficamente como un riachuelo por el prado; ahora ama, y este prado se cubre de flores que perfuman su alma, y el riachuelo resbala dulcemente por una senda de encantos. Se abandona de continuo á ese sentimiento vago, dulce, inefable; á ese sentimiento, tesoro de un corazón virginal, delicioso Edén de las almas sensibles. Conserva aun la flor que la dio Edgardo. Recuerda sin cesar aquellas palabras seductoras que fueron á buscar un suspiro hasta el fondo de su alma. A s í la voz del torrente va á encontrar un eco en la'espesura de las selvas. E n aquel pecho se alimenta la mas hermosa de las pasiones. A r diendo allí noche dia, respira muda y solitaria como una lámpara en el santuario. Aquella flor que la conmovió, que la dio la vida; aquella flor, símbolo de su ternura, constituye su mas delicioso encanto. Tiene para ella su esencia un hechizo inexplicable. Cree á veces que la flor le habla, que la dice algo dulce, misterioso, que trastorna su mente y
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hace palpitar su corazón. Parécele que entre sus hojas se encubre una declaración apasionada, un yo os amo; estallido del volcan que arde en el pecho de los amantes. Oh! le conmueve el alma. Si aspira su perfume, el perfume la mata. E s feliz envuelta en el raudal de tan hechiceras sensaciones. A y ! pero la flor se marchita, su aroma se extingue como la voz de un agonizante. La flor es el esqueleto de una ilusión, la sombra de una memoria, un recuerdo del perdido bien; son las cenizas de un volcan cuya erupción ha pasado; la lava fría del corazón que ardió. Aquella flor, imagen de la pasión de Edgardo, se agosta, se destruye como el placer ahuyentado por la furia del dolor. Solo contiene recuerdos. Y ¿qué son los recuerdos, sino la huella del pasado, la tortura del presente, el desconfiar del porvenir? E l corazón angustiado, no encontrando felicidad en lo presente, se refugia en lo que fué y nada espera en lo futuro. III. E l verdadero amor es melancólico. Su felicidad es demasiado grande para que pueda conformarse con el-ámbito del mundo,. Anhela otro menos mezquino, mas ideal para desenvolverse y dejar al corazón que hable aquel idioma que los ángeles comprenden; y estos anhelos causan su melancolía. E l placer y el dolor tienen un mismo acento: los suspiros. E l alma comprende mas la pasión desgraciada que la feliz, porque hasta las desgracias en el amor son seductoras, y la muerte misma es dulce y aceptable. U n voto, una palabra de pasión pronunciada en la agonía penetran mas el corazón. Los amantes verdaderos y las personas delicadas prefieren oir una historia dolorosa aunque tengan que llorarla. Su llanto entonces es suave como el aura de la mañana; refresca las heridas que causaron las desgracias y llena por instantes el lúgubre vacío que el corazón insaciable siente toda la vida. Mas quiere el amor quejas que halagos. Los momentos de goce completo pueden dejar huella en el alma; pero los de esa felicidad melancólica y ardiente que embriagados llamamos suprema, quedan grabados para siempre. Los primeros conmueven los sentidos; los segundos embriagan el alma; aquellos constituyen un goce voluptuoso, terreno; éstos un encanto puro, celestial. L o primero se llama deleite: lo segundo felicidad. 7
IV. Han transcurrido tres años. N i un recuerdo tan solo ha debido á su amante la enamorada Elina. Su pasión crece cada dia mas, y la consunción destruye aquel pecho sensitivo. Mientras mas crece su amor mas pierde en vida, tal como el árbol que crece lozano á costa de la tierra que le sustenta. Violenta lucha entre el amor y la muerte, entre la felicidad y la vida; lucha ventajosa para la muerte mas
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potente que la vida; esfuerzo de la naturaleza por contener el espíritu que se evapora. A y ! el huracán es mas poderoso que la azucena de los campos. V. Son las cinco de la tarde. Un joven de gallardo porte acaba de llegar a la aldea. Viene de un largo viaje. Está cubierto de polvo su elegante vestido. E l robusto caballo jadea y arroja espuma por la boca Diríjese el joven á una pobre cabana vieja como el que la habita. — D i o s os guarde, buen hombre. E l anciano se pone de pié y sale á recibirle. — B i e n venido, caballero. — E s este el camino que conduce á la quinta de N — E l mismo. —Gracias. Iba á continuar su marcha y se detiene. — H a b é i s visto pasar mucha gente en dirección á la quinta] — M u c h a ; como que hoy van á celebrarse las bodas del noble heredero del condado. — Y a me esperan allí, murmuro el joven. — O i d . V i v e aun un viejo llamado A ? — H e l e aquí. —Vos? —Sí. — Y vuestra hija? — A l l í está! exclama el anciano señalando el cielo. — H a muerto! dice el joven palideciendo.—Cuánto tiempo hacel añade con voz trémula. — Q u i n c e dias. — Adiós! Dijo aquel y partió como un relámpago. VI. Por una senda que atraviesa la espaciosa llanura, camina un joven á gran escape en un fogoso bridón. — A d e l a n t e , caro companero! Oh! demasiado has andado, volador mió! Un poco mas y nada luego. Hunde sin cesar la plateada espuela en los hijares del corcel. T e n dido el cuello, la crin alzada, abierta la nariz, brotado el ojo; ganando espacio las herradas manos y tendida la ondulante cola cual rastro de luminosa exhalación; el frenético potro vuela por la llanura dejando atrás al viento " — N i una letra, ni una memoria para la infeliz joven Mi permanencia en la me ha sido muy fatal Tres a ñ o s ! — A d e lante, corcel mió! Tres años de ausencia qué ingrato! Débil para amar, y luego mis orgullosos padres quieren casar*
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me! tiranos Qué me importan las riquezas si está va cío mi corazón! E n mis brazos una muger que no amo mientras que la que tanto amaba E l hielo baña mi frente! Camina, vuela, bridón mió! Oh! presto veré su tumba! Creía haberla olvidado, y su muerte ha rasgado mi alma. Arrebátame caballo, como el aquilón la h o j a . . . . arrebátame y derrúmbame por un precipicio A h ! si hubiera con que estrellarme en la carrera! V u e la, compañero de mis fatigas. N o escuches mis a y e s . . . . A y ! la fiebre me mata. Mi vista se turba parécenme espectros los árboles el sol, lo veo eclipsado el viento revienta mis oidos A h ! mi carazon quiere romperme el p e c h o . . . . me falta el aliento.,.. La inhumana espuela destroza los hijares del caballo; brotan sangre. La febril conmoción del ginete es escesiva — O h ! he allí su tumba! H a llegado á una altura y se detiene para tomar aliento. Está pálido como la muerte, convulso como la agonía. Sus ojos están secos y quieren salirse de sus órbitas. La fatiga le ahoga y el dolor le mata. — S i pudiese llorar! Divísase á lo lejos eí cementerio de la aldea. VII. Pobre Elina! E l sol de otoño va á trasmontar. Su luz es débil como el mirar de un moribundo. La brisa vespertina arrulla los cipreses de un cementerio, pobre pero solemne; no contiene marmóreos sepulcros, estatuas pomposas, ni ruidosos epitafios que traigan á l o s vivos la vanidosa idea de los que fueron; no se desfigura allí la gravedad de la muerte con el ridiculo aparato de necedad mundanal; pero en cambio se presenta tal como es, lúgubre, terrible, silenciosa. Parece que los muertos reposan mas tranquilos cuando tienen por única compañía la soledad, y por únicos adornos los atavíos del dolor: la tristeza y el llanto. La cristiana cruz se eleva en cada sepultura como para mostrar su soberanía en la eternidad. Apartada de todas las fosas existe una con su cruz también. Junto á ella hay un sauce verde pero fúnebre. Sus ramas flexibles y caídas parecen agoviadas por el dolor; y cuando el viento de la noche conmueve sus hojas se creería que llora. N o hay losa en esta sepultura. Una flor brota de su tierra bendecida, como si el cadáver que duerme en ella hubiese dejado algo en el mundo á quien amar y para quien vivir. E s tan triste morir cuando se ama! La flor está casi seca; parece carecer de vigor la tierra en que la plantaron: semejante á una pasión efímera que no habiendo en el corazón que la sintiera energía bastante para sustentarla, pierde su lozanía y deja solo en la mente la aridez de una memoria.
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VIII. Acaba de desmontarse un joven de su caballo negro que cae muerto de fatiga. Mira el joven con tristeza al muerto animal, y entra en el cementerio. Habrá allí alguna tumba que le demande un suspiro? Tendrá algún espacio de tierra que humedecer con sus lágrimas? Vagando entre las sepulturas busca con avidez la de un objeto querido. Pintada está en su rostro la amargura, y sus miradas y movimientos son el lenguaje de la consternación. — A q u í está! exclama por fin. Había llegado á la tumba inmediata al sauce. Contempla en doloroso silencio la flor algunos instantes. Arrodíllase, la besa, y la flor rejuveneció cual si estuviese en su mas dulce primavera. Su perfume le llegó al alma y aun le parece que escuchó un suspiro. A y ! un suspiro dulce, triste, eco de la melancolía, suave rayo del eclipsado sol del corazón: el suspiro del ave que llora su consorte; el desahogo de un alma que pide á Dios: no devorante, desgarrador, ni fatídico; tierno, suave y purísimo. N o como del corazón que se ahoga, que grita, sino como del corazón que llora, que pide. Aquel suspiro no lastimaba, enternecía. Oh! al oirlo era menester suspirar también, llorar con el llanto suave que no ensangrienta las mejillas; con lágrimas de dulce compasión. Levantóse el joven después de un rato de postración, y la huella de dos lágrimas estaba' marcada en sus mejillas: las mismas que como dos perlas brillaron en la corola de la flor. A la desesperación ha sucedido la mas profunda tristeza. —Pobre Elina! dice Edgardo con amargura. |í Contempla algunos momentos mas la tumba de su amada. — P o b r e Elina! exclama otra vez, y sentándose junto al sauce, recostó en su mano trémula su cabeza desmelenada. Está desfigurado su rostro, su mirada_ está fija N i un gemido brota de aquel corazón despedazado. Dolores del presente, recuerdos del bien que ya no existe, venid: encubrid con vuestras negras alas la sombra de una pasión que fué un encanto: despedazad con vuestras garras el corazón del que s u f r e , . . pero no, antes arrancad, por compasión, de aquel pecho una existencia que tan amarga es. IX. Pasaron algunos instantes. E l manto de la noche cubrió aquellos fúnebres lugares. Oyóse entonces un tristísimo acento que decía: " C u a n corta y desdichada fué su vida! Llevó al sepulcro su ilusión querida. A y ! infeliz de la naciente rosa ,Que arrancó de su tallo el aquilón!
587 D e ángel tenía la sonrisa hermosa Y de tierna paloma el corazón." Apareció la luna en el horizonte y bañó de luz aquellos sitios. Edgardo había desaparecido. Brillaban dos lágrimas en los senos del Heliotropo. Oh, rocío de amor! Desde entonces esta es la flor que mas quieren los amantes. (Puerto-Rico, 1848.)
EL APRECIO A LA MUGER ES
BARÓMETRO X>E CIVILIZACIÓN.
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La muger, tema abundoso para el escritor, tan fecundo como lo es ella para la Tierra que habitamos. La diatriva y la apoteosis han encontrado igualmente en este asunto campo en qué plantear sus respectivas tiendas; pero el amor ha sido el ángel salvador de la muger, y los hombres al erigirla altares, llamándola madre, esposa, amada, amiga, han hecho afortunadamente que la apoteosis triunfe siempre y en lo general de la diatriva. A s í hemos visto de continuo al poeta llamándola rosa del pensil humano y robando su canto al ruiseñor para loarla y celebraría; al artista pintándola cual virgen, y al filósofo aceptándola á su vez como complemento necesario á la naturaleza y vida del hombre; en tanto que la sátira ha pugnado vanamente por marchitar la rosa del poeta, por manchar la virgen del artista, ó por profanar la E v a del filósofo. N o daré yo ciertamente este giro á mis palabras; soy hijo y he sido amante; y si bien no faltaría á mis labios una amorosa y aun amarga queja que de seguro no comprendería en su triste halo á todas las mugeres, jamás mi lengua iría hasta el epigrama, puñal de dos filos que al par que hiriese al amable sexo lastimaría también mi corazón. E s menester, es santo conservar en el alma la creencia y las dulces aspiraciones; es menester no suicidarse en el mundo del cariño, verdadero universo del alma; es menester conservar la fó en la belleza y en la virtud. Belleza y virtud: semejante preciosa dualidad es la síntesis de todas las creaciones; presidió y preside en nuestro mundo; es^el espíritu, la esencia y la hechicera forma que preside en la creación de todos esos mundos que á cada instante, á cada soplo, brotan en los espacios al mágico, grandioso y repetido Jiat-lux del H a cedor: belleza y virtud, tal es la fórmula. Ahora bien, donde quiera y cuando quiera que esta dualidad ha obtenido el necesario imperio, allí ha existido una civilización consumada por mas que pudiese acusársela de imperfecta, relativamente, por extrañas causas, remoras sin duda de aquellos dos principios. N o buscaremos por cierto civilización militante ni progresiva en (*) E l presente artículo pertenece á una serie que sobre asuntos análogos he escrito y conservo inéditos.—El Autor.
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aquellos pueblos en que la muger, condenada á servidumbre, se ocupa solo en las duras faenas desdeñadas por el hombre, que allí se reserva para el combate, ó para la holganza, ó para el gobierno, fenómeno que liase verificado en la primitiva edad de casi todos los pueblos, bien hayan vagado en tribus, bien hayanse estacionado en poblaciones, ora en el Asia, ora en las regiones célticas, ora en el nuevo mundo; ni buscaremos tampoco savia progresista en aquellos pueblos índicos, por ejemplo, en que la muger, propiedad exclusiva del hombre, hallábase obligada á sepultarse viva con el difunto esposo, cual viviente sudario, cual lastimera novia de la muerte. E s evidente que, sin que sea ya necesario en nuestra época refutar el exclusivo sistema del filósofo de Ginebra, el mencionado período no puede tampoco llamarse estado natural, puesto que nunca debe juzgarse al hombre mas próximo á su estado natural, que cuando se encuentra mejor aparejado en la vía de civilizarse y perfeccionarse. E l estado de naturaleza que imagina ó establece el citado filósofo, está-en palpable contradicción con la verdad, puesto que el hombre no fué creado para los bosques como los lobos, sino para la civilización que le acerca á la belleza y á la virtud. Y ciertamente que el artista á quien ocurrió pintar al hombre de Rousseau despojándose de sus vestidos para ir á buscar en lo agreste de las selvas la dulce ventura de su estado natural, anduvo acertado, y su ocurrencia fué por demás ingeniosa, apropiada y peregrina. Si en semejante período anti-civilizado de los pueblos buscamos á la muger, la encontraremos bárbara y esclava. Pasemos pues en la continuación de mi propósito á examinar, siquiera sea sobre la marcha, la fisonomía histórica de algunos pueblos cuya civilización relativa se ha consumado en cierto modo, es decir en sus naturales límites, con arreglo á la época y á la civilización activa y general del mundo. Examinemos los pueblos mas conocidos. E l pueblo hebreo, verbi-gracia, que nació con Abraham.para morir á manos de Roma, realizó todas las fases posibles de su-civilización, abstracción hecha de tiempos y lugares respecto de nosotros, porque en la historia no puede haber mas que épocas semejantes, y entre las aspiraciones del pueblo mas culto de otro tiempo y los nuestros hay un abismo de diferencias. E l pueblo hebreo á pesar de ser uno de los mas ignorantes de la tierra, tuvo en su thcismo puro, ó séase en el espiritualismo unitario, su salvación moral respecto de la historia, puesto que por aquella dote escelentísima preparó las épocas modernas emanando al Mesías, redentor divino, salvador de la idea universal. N o puede ofrecerse un problema mejor resuelto ni una civilización mas relativamente consumada en aquel pueblo que produjo gérmenes y savia para engendrar nuevas civilizaciones; porque sea dicho aunque de paso: es necesario comprender que las civilizaciones peculiares de los pueblos y sobre todo las de algunos en los cuales aparece el fenómeno mejor caracterizado, no mueren, porque su espíritu es el espíritu inmortal y como él se transforman, transmigran, se transfiguran. La espiral en sus diversas é infinitas evoluciones, ensancha su diámetro, pero el centro permanece, la espiral es infinita. E l pueblo hebreo consumó su evolución, fué consumadamente civi-
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lizado. ¿Qué papel hizo en esta evolución la muger? Siguió la marcha lógica, y sin perder su carácter local, paso de liberta como R e beca á heroína como Judith, aceptada, querida y estimada, su apoteosis fué la de un salvador. Y adviértase que era tal la dinamia espiritualista de este pueblo, estacionario si se quiere en cierto modo, pero depositario de un arca santa de espíritu y unción, que ni aun la poligamia allí establecida pudo impedir el progreso de la muger ni mucho menos envilecerla. E l tipo purísimo de María no rechaza como precursoras en las virtudes á las Ruth ni á las Susanas. Pasemos á Grecia.—Este pueblo conservó también su arcade alianza, este pueblo vivificó también á la humanidad con la rica savia de su civilización; de su civilización también resuelta, consumada y lo que es mas, como la hebrea, productiva.—Artes, ciencias, virtudes, en una palabra: Minerva, una diosa, es decir, la muger; he aquí la verdad de mi propósito.—Y luego, la Helena que nos ha legado, belleza de todos los tiempos, tipo que, si ocasionó discordias radicales, inspiró cantos homéricos, dio vida á los artistas, creó lo inimitable y morando como perfume celestial en el alma de los griegos y viriendo en ellos como la fórmula de un casto paraíso, hase alzado por último altares en la inteligencia y el sentmiento de todas las generaciones; del mundo entero. Y ¿Penélope? la esposa pura y prudente de todos los.tiempos, la esposa del alma y del corazón? Pero la Grecia! Su nombre solo, es miel como la miel de sus panales; al pronunciarlo, deja dulzura en los labios y descoje ante los ojos la perspectiva de un grato cielo. Y en esta Grecia ¿qué fué la muger? Fué amor casto en Penólope, hermosura en Venus, belleza ideal en Helena, fué artista, fué sabia: Minerva, diosa.—La Grecia fué pues una nación consumadamente civilizada; la muger lo está mostrando: fué allí, hasta diosa. ¿Y qué dirá Roma? ¿Qué dice esa hija de Rómulo y de Numa que crece para producir á los Tiberios y Nerones, que se eleva y domina para despedazarse trágicamente y legar á pueblos bárbaros una civilización griega fecunda; una civilización romana, espúrea, infecunda en bienes? Madre ingrata que no merecía los huesos de sus hijos, meretriz indigna que quería venderse al que la compraba.' También ella resolvió su problema; Ínterin fué vencedora ó mejor dicho colonia de la Grecia, tuvo virtudes, cuando comenzó á ser romana, crímenes. Su primer período produjo las Porcias y las matronas; la esposa de un Catón no era cedida entonces sino por sublime extravagancia, por la grande estima en que la tenía el esposo, empero cayó aquella Roma en mano de los Césares, y sus mugeres fueron Mesalinas. Con un César, marido de todas las mugeres....,.*) debía necesariamente comenzar el desprecio hacia las mismas. H é aquí marcada la decadencia. Los bárbaros y el cristianismo hicieron bien en lanzarla de sus lares; los hijos de los primeros hicieron mal en adoptar su pernicioso ejemplo. L a muerte de Roma dio nacimiento á la edad media. Llega esta á su vez, y en la muger se marca su carácter de lucha, de am(*)
Julio César por Suetonio.
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bigüedad, de inconsecuencia. L a muger no era en la edad media la Mesalina, era la dama del caballero, pero la dama cautiva, el ídolo encadenado en su propio altar y destinado á enmudecer y á aletargarse con el humo de un incienso embriagador. E l feudo de las cien doncellas, el derecho de pernada, el de vida en el marido para castigo del adulterio, la consagración forzosa y absoluta de la muger á los menesteres mecánicos del hogar! su nulidad en el estado, todo prueba que la invocación caballeresca de Dios y mi dama era pura vanidad del caballero, glorificación fútil é ilusoria; pura galantería, no verdadera estimación. Llegan pues las edades modernas. Jerusalem y Atenas se unen; el cristianismo y la filosofía, en fraternal consorcio, llaman á su puesto á la muger. Ñ o es ya crimen que se instruya; su puesto en él estado se quiere ya reconocer como legítimo y valioso; se concede que la madre es la base de la familia, del estado, de la sociedad en general. Atrás! los partidarios de los Atilas, de los Meroveos y de los Ataúlfos: la sociedad consuma su civilización; signo de ello, la emancipación racional de la muger: palabra nueva, dogma fecundo. E n vano la falsa galantería se viste con la esterioridad de un servil afecto, en vano pretende para la dama un trono d'e amor con tal que renuncie á su papel cívico, en vano sonríe burlescamente al contemplarla en lucha con su ignorancia suponiéndola nacida para solo reinar por la galantería y la hermosura, en vano pretende arredrar con el desden á la. que como él nació inteligente y que como tal intenta quebrantar la barrera de las preocupaciones para ilustrarse y pensar y rivalizar con el hombre en el noble palenque de la ciencia y de los derechos. La muger contesta á su sarcasmo con noble empeño y elevándose en alas del ingenio común á la especie humana, marca con el dedo como el mejor agente en esa civilización universal que marcha sin esfuerzo pero inflexible, al pueblo que mejor instruye y hace mas cívica á la muger. L a muger ha pasado por la esfera de las esclavas y de las libertas, ha ocupado el trono de las diosas, ese no es su fin, ese no es su camino, la muger se eleva mas, camina mejor hacia su estado natural haciéndose ciudadana; he aquí uno de los problemas que tiene que resolver el siglo X I X .
LA
SATAFIADA.
GRANDIOSA EPOPEYA DEDICADA AL "PRÍNCIPE DE LAS TIKIEBLAS." РОВ
CBISOIlbO SABDANAPAIO. ADVERTENCIA DEL
EDITOR.
La literatura de nuestro siglo es puramente diablesca ó endiabla da; rara es la novela, drama ó folletín en que но figure el rey del tártaro. A c a s o por ir con la época se habrá escrito el precioso poema de que se van á mostrar algunos fragmentos. E l poeta que lo compuso fué sin duda un tal Crisófilo Sardanápalo muy conocido en las regiones del olvido y harto famoso sin duda en su tiempo (el siglo de oro) para que el cornudo monarca del abismo le conoediese su favor, le sirviese de Mecenas y hasta le encomen dase el canto de su gloria. E s posible que muchos le conozcan pero que le nieguen para no aparecer en manera alguna relacionados con cosas del infierno. E s t o s fragmentos se encontraron en una caverna de los Andee custodiados por una serpiente que tenía el don de la palabra y que por lo visto debió s e r l a del paraíso.—Parece ser que se había entre tenido la muy bribona en comerse lo mej or del poema en compañía de algunos tigres y panteras que venían á hacerle la corte en ratos de ocio. Gran trabaj o ha dado al Editor el haber de restaurar algunas pa labras roídas, lo cual le ha expuesto á interpretaciones extrañas, tra tándose de una obra tan antitética y endemoniada. Las observaciones que se encuentren fuera del texto, respectiva mente, deberán entenderse por el lector como dichas sotto voce y en el seno de la confianza, pues muy mal habría de pasarlo el Editor, si fuesen alcanzadas por el diabólico rey y reputadas por él como ofen sivas á su magestad i m p e r i a l . — V A L E .
(FRAGMENTOS.) CANTO PRIMERO. S U M A R I O . — E l poeta recibe la visita del caballero Lucifer que se le presenta en traje decente á usanza del siglo XIX. Cariñoso discurso del Prí ncipe y su simpatí a para con el poeta.—Lleva consigo aquel á este á su metrópoli ofreciéndole protección.
D e l hombre triste la mortal caida la de su yugo redención felice,
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canten otros en tónica escojida que del arpa las cuerdas divinizo; ' yo contaré una historia no sabida que de pasmo y terror el vello erize: lejos de mí la lira; suene el cuerno, pues canto & Satanás, canto el infierno. Príncipe augusto de mirar sombrío, emperador de la infernal caverna, pues la luz de tus alas te hizo impío lanzándote á mansión de rabia eterna; presta tu inspiración al pecho mió que en tus aras humilde se prosterna y te amaré, si no como á un hermano, cuanto pudiere amarte un buen cristiano. Presta á mi voz también el tono fiero con que al Sol maldijiste en tu caida, ó el dolor del suspiro postrimero que al cielo consagraste en despedida, ó el llanto con que gimen, lastimero, tus víctimas la gloria ya perdida; que en tales tonos modular intento si es qué á ello se presta el instrumento. T u pecho por las llamas devorado y la risa feroz de tu agonía, den á mi voz el eco regalado y calor á mi ardiente fantasía; y lo que vi en tu imperio, no anhelado, volviendo fiel á la memoria mia, me lleve por la mano en esta historia: monumento eternal de-tu alma gloria. La noche con su manto tenebroso en brazos de los sueños dormitaba, en tanto que del céfiro amoroso los besos y caricias disfrutaba; sentado yo en sillón duro y nudoso que potro del insomnio semejaba, con la mente sumida en loco empeño cánseme de pensar, rindióme el sueño. Oh! cuan feliz aquel que en lecho blando se duerme al son de sus talegos graves sin que la voz del Albiones infando hiera su oído en disonantes claves! Feliz aquel que á realidad tornando despierta y cuenta los doblones suaves; en tanto que el que vive desvalido los cuenta solo cuando está dormido! La herencia del poeta es el ensueño, en el soñar tan solo halla ventura, la cruda realidad con torvo ceño desvanece el albor de su dulzura; 1
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si entonces con aquel albor risueño no huye la realidad que le tortura, ¿qué mucho pues que el ente de que hablo su musa celestial consagre al diablo? Soñaba yo que en la encumbrada cima de elevada montaña prodigiosa hallábame asentado; y en la sima que la altura basaba, caudalosa corriente audaz saltando por encima de rispidos peñascos bulliciosa, perdíase en un llano amarillento con sereno y tortuoso movimiento. Era aquel un desierto cuya arena que á lo lejos sin fin se prolongaba, ni al tosco junco, ni á la planta amena el preciso alimento deparaba; á mi espalda la atmósfera serena en encumbrado azul se dilataba y entre los riscos el raudal naciendo atronaba los aires con su estruendo. Formaban la montaña rudas peñas que eran como de oro, aunque harto duras, y las tierras del llano cual las breñas eran también auríferas hechuras, y del propio metal, según las señas, era el raudal naciente en las alturas, ya que .en sus giros, vueltas y cascadas dejaba sus arenas brillantadas. . Era sin duda una región de oro aquella en que se hallaba mi persona, cada piedra valiendo allí un tesoro que pudiera comprar una corona. Era un Dorado aquel do cada poro un surtidor aurífero pregona. Extático me hallaba aun en mi sueño: ¿quién de vencer su asombro fuera dueño? Queriendo persuadirme, alzó la mano, tendíla en derredor, tomé un pedruzco.. Pasmoso relucir! deleite humano! Lanzele, resonó y al choque brusco en mas de cien pedazos rodó al llano. Dichoso parabién; un nuevo Cuzco, Australia, California, un Potosí, risueños se mostraban ante mí. T aun mas esta región es valedora, en aquellas el oro dá quebranto pues la tierra avarienta y guardadora cubre el metal con su negruzco manto, obligando á la gente que allí mora á comprarlo con ansia y con espanto,
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y aquí el hado jugando lisonjero viene á buscar la mano placentero. Oro, indispensable oro, no tu nombre maldecirá injurioso el labio mió, poderoso aguijonares del hombre eres tú la deidad que adora pío; ya con tu brillo al universo asombre el humano soberbio desvarío, ya noble, bienhechor, sublime y santo te riegue gratitud con dulce llanto. T a n luego que me vi señor y dueño de tan loca y espléndida riqueza, ofrecióse á mi mente asaz risueño un panorama de inmortal belleza; mas ay! que aun en mitad de un grato sueño la miseria se brinda en su fiereza: comparé, era forzoso, mi tesoro con mi habitual penuria y falta de oro. Con todo, era feliz porque soñaba pasada y a la desventura horrible que la carencia de oro me causaba: el oro, vencedor de lo imposible! Tantas y cuantas veces suspiraba sumido en la inacción mas insufrible, sirviendo al pensamiento de barrera ese metal, dulcísima quimera. H o y que en el mundo el infernal becerro que iracundo Jehovah derribó un día, eleva sus altares, con cencerro invitando á la ciega idolatría, y el mundo todo en lamentable yerro dobla en sus aras la rodilla impía, y el bien ha de morir si no le ayuda el Dios que en pobres á los ricos muda: H o y que hasta el trono del Señor bendito eleva el hombre la oración profana, ora pidiendo al Dios de lo infinito con metálica voz y sed mundana, y o ante el oro también mi ánimo escito y demando placer y gloria humana ¿qué sirve la virtud en la indigencia? ¿qué vale sin metal la inteligencia? Gloria, placeres, de la incierta vida desvanezcan el tedio y los dolores; que embriagada de amor, de gozo henchida discurra como arroyo entre las flores; que la beldad despótica y querida coronada de mirtos y de amores me adormezca en sus brazos y en tal suerte de sudario me sirva en dulce muerte.
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Que el hombre á su pesar la faz humille ante mi planta altiva y orgullosa; prosternado ante mí se maraville adorando mi magia poderosa; que mi voz ante el caos fúlgida brille y la noche disipe tenebrosa, oro y mas oro con furor anhelo y renuncio por siempre al alto cielo. (•) Oro! sí, lo tendrás, dijo á mi lado una voz argentina y muy sonora.— Desperté, alzé los ojos, admirado de escuchar junto á mí tan á deshora una voz tan extraña, y vi asombrado un hombre de presencia encantadora. Miré ál punto y juzgué al desconocido un cortés caballero asaz cumplido. Llevaba con donaire el fraque airoso, enlutado calzón, botas lucientes, rica pechera de labor precioso do brillaban diamantes esplendentes, gallardo talle'y ademan gracioso, maneras y actitudes sorprendentes dando gracia á su porte lisonjero su traje en lo sencillo harto severo. A pesar de su edad, fruta madura en el árbol frondoso de la vida, la varonil belleza en él fulgura al ideal sublime parecida; era su frente de cincel hechura do inteligencia celestial se anida, y sus ojos azules y harto bellos reflejaban radiantes sus destellos, Cual de Apolo la rubia cabellera su busto de belleza coronaba y su mirada ardiente y altanera tierna y dulce á la vez se dilataba. E n su semblante palidez lijera cual sombra de pesar se aposentaba, nube que de infernal melancolía turbaba de su cielo la alegría. Lo tendrás, repitió, su mano hermosa poniéndome en el hombro y su mirada fija en mis ojos, mágica, ardorosa, •' con fantástico brillo iluminada. Mirábale^yo fijo.... hora penosa!! en la suya mi vista embelesada mirando á mi pesar, magnetizado y en éxtasis extraño^subyugado. (*) B l a s f e m i a muy propia en un hijo del diablo y muy digna de nuestra desoarriada humanidad.
596 Y o Lucifer, me llamo, exclamó luego aquel hombre-visión; yo* palpitante tal nombre al escuchar, con el despego naoido del terror, en el instante repulsivo salté; mas con apego cariñoso hacia mí vino anhelante, junto íi mi se sentó, y lastimera su historia me contó de esta manera: " E n medio á las regiones venturosas " d o reinan celestiales alegrías "donde abundan las flores aromosas " d o lucen siempre deliciosos dias, "donde el son de las arpas melodiosas "derrama placenteras armonía», "nací para mi bien, mas desterrado "suspiro de aquel bien tan apartado. " ¿ A quién que digan mi terrible nombre "logrará penetrar la honda tristeza " q u e nunca pudo comprender el hombre "pues jamás conoció,tanta grandeza? " E l eco de mi voz tal vez asombre " a l universo entero y con dureza " m e maldiga, sin ver que desvalido " m i destino es llorar como nacido. " A l partir de mi Edén idolatrado "traje conmigo, como triste herencia, " d e llanto un manantial nunca agotado; "que la grande y suprema inteligencia " m e dio por ley el mal, y condenado " á lidiar con la férvida conciencia "hago el mal y lo siento y lo deploro " y es fuego de pesar mi ardiente lloro. " E l padre de la luz diome potente, . " d e ángel escelso las doradas alas, " á mis ojos dio luz resplandeciente "ornóme de lo bello con las galas, "fulgorosa diadema dio á mi frente " q u e deslumbre las inmortales salas; " m a s ay! dejó mi natural sumiso " y perdí para siempre el paraíso. '•Desde entonces el mundo es mi morada " y el mal me cerca, fiero lo prodigo " y en lucha desigual, desenfrenada "hago gimiendo el mal y me maldigo. " ¡ C u a n triste es maldecir! E n la alborada '•miro al radiante sol como enemigo, " y en la noche, si brillan las estrellas "las aborrezco mas cuanto mas bellas. " E n ellas solo en ellas quizás mora " e l dulce encanto para mí perdido;
59?
" d e la patria feliz que el alma adora " e l recuerdo me traen entristecido; " l a deleitosa paz que se atesora " e n ellas ay! contemplo enfurecido. " Y ¿porqué no cegar si solo enojos "miran do quiera mis dolientes ojos? " O h mortal que me temes y motejas! "perdona al triste que perdió el contento; " t ú también de dolor alzas tus quejas "pues perdiste un Edén; tu sufrimiento "con maldecirme cruel de tí no alejas; "maldiciones al par demos al viento; - e l mal brota también de esa tu mano: '•criatura de dolor, eres mi hermano." Dijo así Lucifer y yo apenado al pensar que también he recibido la herencia del dolor, que he suspirado porque el destino sordo, empedernido diera á mis ojos el furgor amado; " y o (respondí) también he maldecido " y en la prisión de mi penal tristura " m e juzgo un Lucifer en desventura." Lucifer añadió: " m i simpatía "mereces oh mortal. Si tu deseo "cifras solo en tener grandeza impía; "pronto estoy á saciar tu devaneo, " y a que amable escuchaste la voz mia "que el hombre aborreció. Pobre pigmeo " e s el hombre! Fingiendo detestarme " s e prosterna á mis pies para adorarme. "Bastante me ha cantado el Satan-hombra "bajo apodo de príncipes y grandes. " D e apodos basta ya; bajo mi nombre "quiero cantado ser. Hasta los Andes "desde el Asia su antípoda, renombre "pudo'mas alto haber? N o el tono ablandes; "asorde de los músicos el coro " t u formidable cuerno y tendrás oro, " O r o quieres, lo habrás; qué, vive el cielof "pródigo voy á ser; ya que un amigo •'logré encontrar en el mundano suelo. " E l oro vas á ver; parte conmigo " á la región del inmortal anhelo "donde con oro el sinsabor mitigo; " y si persistes en querer riquezas "los reyes cegarán por tus grandezas;
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CANTO
SEGUNDO.
Satán dá con el poeta en la gran Diablópolis. Breve descripción de esta ciudad.—Discurso del muy alto y sublime emperador de las tinieblas sobre bellas artes y política en que resplandecen su tolerancia, tu amor al orden y su omnímoda sabiduría económica. Satán y el poeta sea por sorprender á los infernales ó por aquella modestia á que Satán se mostró siempre aficionado, entran en Diablópolis en traje de invisibles y dándola de morlacos.
Sentí que de l a tierra me apartaba y un deliquio á la muerte parecido mi existencia tenaz paralizaba aletargando mi vital sentido. Sin duda Satanás, que me llevaba en vuelo hasta su hogar desconocido, velar quiso á mis ojos terrenales de su avérnico imperio los umbrales. Mas luego como el sol que de repente de la nube librándose destella, sentí al latir del corazón ardiente mis nervios revivir y grata y bella la percepción lucir inteligente y el recordar y comparar con ella,saliendo del magnético desmayo electrizóme de la vida el rayo. Hálleme con Luzbel en una altura que se alzaba en mitad de gran desierto.— E l cielo es allí triste; no fulgura del sol brillante luz; vese cubierto su disco de crespón de nube oscura, aletargado allí parece muerto; crepúsculo no mas perenne y triste que de luto y dolor el alma viste. Mostróme allá el Espíritu á lo lejos de una grande ciudad las altaneras torres cien que mezclaban sus bermejos tintes al colorear de mil banderas, que de un lánguido sol á los reflejos semejaban penachos y cimeras: ciudad que se anunciaba magestuosa pareciendo aunque triste, populosa. Aquella capital que se engreía de tan vasto desierto soberana despertó desde luego el ansia mia de mirarla de mí menos lejana. S u nombre adiviné.—"Mi monarquía (expresó Lucifer) allí se ufana:
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"asiento esa ciudad de mi corona "de llamarse Diablópolis blasona. " E n ella reina la progenie clara " d e mi celeste y sin igual origen, " m i s férreas manos con su furia avara " d e ese mi imperio las comarcas rigen; " y al ver que yo á sus quejas vuelvo cara " n o quejas maldiciones me dirijen; " m a s ¿qué importa si envidian mi alma egregia " y obedecen temblando mi ley regia? " C o n tal que el orden por do quier se sienta " e l orden, que es mi ley, siempre se guarde, "quede dentro las almas la sangrienta "guerra feroz que en el averno arde; "pero todo en silencio: grande cuenta "con que la sedición produzca alarde. "Respétese en mi imperio la ley mia " m i sabia ley moral, la simetría. " Y no pienses que yo con inclementes "sañas les prive de ejercer templada " l a dulce discusión; ladren ardientes "con tal que no se falte á mi ley dada, "con tal que mi pensar y los agentes •'•de aquesta augusta voluntad sagrada, " y mis actos pardiez sean respetados, "que discutan y riñan endiablados. " Y á tí propio, mortal, amigo mió, "prohibo el murmurar de mis intentos. " S o n sagrados mis actos y albedrío, "son sagrados mis reales pensamientos; " m i persona inviolable; en torno mió "eslo hasta el aire que me presta alientos: " y si tú murmurases, presuroso " t e expulsara de aquí por sedicioso. " E m p e r o no imagines que corderos "puedan ser mis vasallos, á fé mia, "que por lobos, por ser zorros arteros "vinieron á poblar mi monarquía. " H o y mismo contra mí conspiran fieros "pues su esencia es vivir en la anarquía, " y olvidan ahí que si el castigo entablo " s e las tendrán que haber con todo el diablo. " Y a admirarás la grave arquitectura " d e mi altiva Diablópolis, propicios " á mi real protección, que con usura ''les paga sus grandiosos benefioios, " l a escuadra y el cincel dieron hechura "por encanto á mis regios edificios. "Yo dirijí las obras, que aunque aspecto
"de tal no tenga, soy gran arquitecto.
€00 "Y podrasme negar que el arte bello
" d e Cesáreo albañil no presta gloria " í un monarca quizás? Con tal destello "lucen Augusto y otros en la historia " y hoy con mis ejemplos este sello "pretenden otros dar á su memoria "para poder decir: " D e gloria brillo, " o s dejo mármol lo que hallé ladrillo." ".Verás que bulevares, que paseos; "todo harto digno de mi gran sapiencia. " L o s teatros, las calles rq«é pigmeos "vuestros Césares son á mi escelencia! "Todo sale á nivel de mis deseos "porque aquí en mi cerebro todo es ciencia. "Yo fabricara un m u n d o . . . . Desvarío! " ¡ á qué tal pena si ese vuestro es mió? "Lleguemos ya por fin."—En el infierno entramos invisibles mano á mano. Qué extraña multitud! resuena cuerno y tus sonoros ecos monte y llano atruenen celebrando el triunfo eterno del rey de las grandezas soberano. Vistosa muchedumbre rebullía y las plazas y calles obstruía. E l estético griego allí el romano la túnica & la clámide juntaban el turbante luciendo mahometano el turco y sarraceno se mostraban; el indio soñador y el inhumano tártaro al rico persa se mezclaban y caminaba al par de árabe agreste el muelle y blando subdito celeste. A l l í también se vían cual moradores los que son de la tierra que el buen Gama costeara por el sur, habitadores; entre los cuales, si acertó la fama, sin temer del verano los ardores de Adán viste el varón de E v a la dama: Víanse por fin América y Europa formando parte en la tartárea tropa. Sigue
:
aquí
una enojosa
é ilegible
descripción
de
Y en efecto mezclábanse traidores con halagos y afectos ¡cuan mentidos! todos estos Satanes valedores por el soberbio rey favorecidos; que Luzbel, manteniendo los rencores en l patrias del mundo contraidos, i ,v: por ¡gobernarlos bien ios dividía: a s
/;
lo propio < j u e m el mundo acontecía.
pueblos.
601 Grandioso es el infierno por mi vida, ¡qué casas, qué palacios, qué jardines!
N o impera allí lo humilde, enaltecida impera esplendidez; que en los confines del magnífico averno, el todo y parte se fabrica del diablo por el arte. Diamantes, oro, mármoles y perlas. ¡Qué riquezas do quier! N o intolerable entre tanto opulento á oscurecerlas se escurre la pobreza miserable: riquezas dá Satán, y si á perderlas se llega (protector harto mudable). Trozo ilegible y es lástima, pues sería curioso saber qué acontece á los poderosos del infierno cuando Satán les arrebata su favor y su fortuna. El ocio hidalgo con la noble holganza dan el tono en magníficos salones. Las duchas Celestinas venturanza vierten en los amantes corazones, con el rostro velado en acechanza de zurcir^acopiando los doblones, enardecen de amor férvidas teas en Calixtos y blandas Melibeas. Ostentábanse aquestas ataviadas con gracia y con espléndido ropaje envolviendo sus formas delicadas en seda, gasa ó primoroso encaje; lozaneábanse muelles reclinadas en carrozas do el nácarmaridaje formó con el marfil; y mil donceles " arrendaban fantásticos corceles. Pavimentaban las soberbias vías esmeraldas, topacios y diamantes dando el brillar que se negó á los dias en aquellas mansiones contristantes; ora ofreciendo mil alegorías ó vistosos mosaicos rutilantes. ¡Cuánta infernal escena allí se viera que por copia del mundo se tuviera! Ornando las paredes los primores de^magníficos frescos sin iguales; ostentando relieves y colores muchedumbre de diáfanos cristales; las columnas y estatuas y labores hermoseando palacios sin rivales; todo entre plata y oro y pedrería en Diablópolis regia se ofrecía. 76
602
Las cornisas, columnas, pavimentos, las portadas y techos en conjunto brindaban ¡oh esplendor! tales portentos que parábanse allí de todo punto los ojos y la voz y pensamientos. D e la escuadra los órdenes asunto dieron en el morisco y godo y dórico creación á un orden mixto el infernar ico. J u z g u é entonce á Satán como el mas rico de cuantos en el mundo su oro ostentan. "Sin duda pensarás que oro fabrico "(me dijo el gran Luzbel) ¿acaso cuentan "con que á la vil mecánica me aplico "y la retorta y el crisol consientan "mis manos liberales? Vuestra tierra "todo el metal que necesito encierra. " Y y a te esplicaró, oh amigo caro, "mi grandioso sistema de finanzas "pues soy mas que Law, talento raro; "mas que Smith y otros cien que remembranzas, "merecen á los pueblos; y al preclaro "mi sin igual Malthus, que en esperanzas "mi mente superó, mi divo aliento "inspiró aquel sublime pensamiento. "Oh máxima sapiente, digna solo "de mi numen feliz; hijo querido, "oh Malthus sin rival, á quien Apolo, "el rubio de la lira enardecido, "debiera celebrar de polo á polo! "Tu máxima establece orden debido: "Si al mundano banquete llegas tarde "busca amparo en la tumba, ella te guarde." Sigue aquí una carcomida y borrosa disertación sobre finanzas diabólicas en que expresa Luzbel de donde saca sus recursos pecuniarios.
Cesó á este punto la infernal arenga, y á Lucifer siguiendo silencioso entramos en palacio; al que convenga en tal punto habitar, venga gustoso Yo temblé al traspasar la entrada luenga que del funesto espíritu grandioso al mundo me guió; cese este canto: treguas, lector, á mi infernal espanto.
CANTO
CUARTO.
Arde en fiestas la avérnica morada al claro resplandor de cien mil teas,
603
convirtiendo la noche contristada en las de Olimpo fúlgidas febeas. D e Belzebú la corte entusiasmada ofrece aspecto vario, las preseas, los colorines mil y los turbantes las cotas y cimeras rutilantes. D e las damas el mágico tocado, las vistosas techumbres y tapices que las paredes ornan, el brocado, las alfombras de vividos matices hacen aparecer como encantado aquel lugar; sus huéspedes felices eran en apariencia, y yo que hablo contento hubiera estado sin el diablo. Descripción del traje de este señor, bastante engorrosa por ciertos parece que el poeta agotó aquí todo su caudal de epítetos lisonjero; y laudatorios. Comienza ya el festín, de la brillante eufónica sin par orquesta airosa escúchase el sonar; Beliol triunfante agita la batuta magestuosa. Bompe el coro á su vez; noble talante ostenta Belzebú, con. voz melosa ora piano, ora fuerte ó con bravura dá color á la hermosa tesitura. Resonó de la danza el tono grato y con marcial y airoso continente formáronse con pompa y aparato las cuadrillas, encanto de la gente. Prefirióse aquel baile en que el recato no ocasiona algún lánguido accidente; el padedú donoso, cuyo aspecto sienta bien al pro-hombre circunspecto. Rompió Luzbel llevando por pareja á la de Serpenton, dama juiciosa y circunspecta y grave que no deja que del galán la diestra maliciosa se deslizo jamas; hay quien moteja que por verla danzar grave y airosa dióla gusto rendido Belzebú, prefiriendo al canean él padedú. Entre tantas hermosas descollaba deliciosa beldad con gracia suma; su mirada cual sol reverberaba y atenuando en su faz la triste bruma, de un oculto pesar, dulce argentaba su tez nevada como el alba espuma que el mar borda en sus pliegues; pareoía Venus hermosa que del mar salía.
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Vosotros ¡ay! que despedida tierna dais á la juventud que os abandona, y que juzgasteis primavera eterna aquella edad que la ilusión abona y en que con cetro de oro nos gobierna el dulce amor, y el universo entona en torno nuestro el himno de ventura y en que todo es encanto y galanura; Si recordáis de aquesa edad pasada la grata imprevisión, el abandono con que en sueños el alma coronada alzáis á la ilusión egregio trono, comprendereis con mente embelesada de mi pincel el verdadero tono, y os rendiréis al atractivo grato de la bella, lectores, de que os trato. E s Francesca de Rímini, la hermosa cuya historia, lector, habrás oido, historia sanguinaria y amorosa en que esposo feroz cuanto ofendido con su acero en la diestra criminosa cortó el lazo nupcial; el pecho herido en un punto, la esposa y el amante dejaron de existir en dulce instante. Y ¡cuan caro pagaron aquel beso! D e l éxtasis de amor al de la muerte pasar en solo un ser ¡oh! qué embeleso! ¡Cuánto dulce pensar y anhelo fuerte ay! les condujo al infeliz suceso! Y aquí tu musa, Dante, se despierte para decir: Francesca, triste y pío lamento tu sufrir, tu desvarío. La pobre lo que tantas hizo al cabo, con mas que la casaron con violencia, y yo, aunque el adulterio nunca alabo, no la niego del todo mi indulgencia, que hay tantas otras que de cabo á rabo se casan á placer, á su querencia, y luego mas me callo, que aunque cierto prefiero en la cuestión darme por muerto. Y basta de diabluras: dominado por un tierno, afectuoso sentimiento allegúeme á Francesca; apasionado la expresé mi amoroso pensamiento, empero al prostenarme entusiasmado ante tanta beldad, vi descontento que la ingrata á mi halago se esquivaba y que altiva mis votos desdeñaba. A l verme el diablo con semblante triste la causa me pregunta. " ¿ L a ignoráis,
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" l e repliqué, SeSor, si cuanto existe " c o n tan divo mirar adivináis? "Repúlsame tenaz, fiera resiste " y me mata el amor que presenciáis." " Y o haré, respondió el diablo, que al momento "preste alivio amoroso á tu tormento. " A u n cuando sobre tí guardo otras miras, "caro Criso, á quien dones mil reservo, "cediendo al gran afecto que me inspiras, "no quiero que padezcas mal acerbo. " Y o que goces haré, ya que suspiras "por hermosa muger, que hasta mi siervo "debe ser venturoso, porque vean "que el diablo no es tan malo aunque lo crean. '•Esa muger que ves fué un tiempo muerta •'por hombre á quien no amó; si así lo dice " l a crónica del mundo, es cosa cierta. " ¿ Y la habré de culpar porque infelice "fué solo mas que otras inexperta? " S i natura en su ley no se desdice, " e s propio en la beldad ser voluptuosa "como en la grata flor ser olorosa. " E m p e r o esa beldad triste cediendo " a l caprichoso amor, probar gustara " q u e si a dulces halagos accediendo "fué esposa criminal, fué porque amará "con verdadero amor, así cubriendo " l a falta que á la tumba la arrastrara. " A s í al que amó, con su cariño eterno, " l e sigue siendo fiel en este infierno. "Malatesta, el marido, era harto feo, " y su hermano Paolo era harto hermoso. " S i el mundo la censura un devaneo " l a Estética la absuelve, que el esposo "aunque en mérito esceda aun al deseo "¿quién dice que no es niño caprichoso " y ciego Oupidon? tirad la piedra, "hermosas, si lo injusto no os arredra. "¿Cuándo miró el amor las cualidades, " y cuándo no ocultó las del amado "objeto ferocísimas fealdades? " S u crimen fué de estética y realizado "fué lo bello por todas las edades: "Paolo era mas bello, y mas amado "debió sin duda ser; Mérito calle: " L o exterior no es extraño que avasalle. " T a l es el hombre y tal es ese mundo " q u e debéis njominar también infierno, "cuando do quiera veis que sin segundo "marcha triunfante el mal, hórrido, eterno,
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"y levanta su trono furibundo "la locura falaz. E s t e hondo averno "que ese mundo desdeña en su insolencia "no niega como él su inconsecuencia. "Francesca, pues, pretende con esmero "probarnos que al ceder al tierno encanto "de su liviano amor, fue harto sincero "el culto que rindió, y por lo tanto "cumpliendo mi misión de diablo quiero "(porque toda virtud me pone espanto) "que ella no ostente mugeril jactancia, "ni aun la necia virtud de la constancia. "Que al fin como muger quiero proceda: "yo ayudaré tus dulces pretensiones "pues anhelo que goces; nada veda "al diablo tan alegres diversiones." E s t o al decir Luzbel con risa leda volvióme por la mano á los salones. A l verme con el diablo, fascinada temió ella ser por la imperial mirada. Tornó la vista esquiva y temerosa Fascinador cual ángel esplendente estaba Lucifer.—Ella afanosa pugnaba por mover su continente; empero él persistió; con v o z melosa expresóla al oido: "tú, inclemente, "víctima del amor, y la hermosura "¿desdeñas el amor bella criatura? "¿Desdeñarás el dulce rendimiento "de aquese corazón que en tí se mira? "Observa, es mas hermoso que el que á cruento "martirio te llevó, por tí suspira." A l escuchar tan seductor acento mas dulce en resonar que blanda lira sentí en mi ser un movimiento grato, que pasmo siento aun á su relato. A l sentir esta plácida influencia mis ojos levantó ¡cuan suspendido debí quedar lector! (Yo tu indulgencia por mi fragilidad pido rendido.) A n t e espejo de mágica escelencia vi mi aspecto brillar desconocido: dióle Satán esencia arrobadora con el encanto de celeste aurora. Satanás por hacerme deslumbrante de Francesca al mirar, su galanura de querub de los cielos rutilante prestó gustoso á mi viril figura. Por esquiva que fuese ¿qué hermosura no se rinde á un Luzbel tierno y amante?
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A n t e un hombre cual ángel ataviado ¿qué rival no se vá mas que espantado? E l rostro la beldad bajó encendida, el carmín del pudor tornóla en rosa, delicado perfume de otra vida que, por l e y celestial y misteriosa, buscando forma á que vivir unida tomó la de muger, y ¡cuan hermosa! Perfume era su voz, era su aliento, perfume su mirar, su pensamiento. Y así como la flor se colorea cuando la aurora en el oriente asoma, la miel que el avecilla saborea guarda en su cáliz y derrama aroma; así el pudor en ella se recrea, y en su seno, castísima redoma, con blando anhelo y virginal decoro guarda las mieles, del amor tesoro. Sentóme junto á ella adormecido en sueño de diabólica esperanza; á hablarla comencé: "De pena herido "escuché vuestra triste malandanza; "de vuestra gracias escuché rendido "la grata descripción, la venturanza "envidiando d© aquel rival dichoso "suspiré por morir con vos gozoso. "Oh! cómo juzgo al contemplaros ora "que no fábula fuera ni escedidos "los elogios del bien que se atesora "en vuestro hermoso ser; eñ él prendidos "mis anhelos quedaron, oh, señora: "que se miren por vos favorecidos, "y conmigo en arrobo idolatrado "morid segunda vez, sueño adorado. "Que al ver que tal amor á la criatura "era ya criminosa idolatría "el cielo condenó vuestra hermosura "del ídolo de amor en compañía '•por siempre á idolatrar; vuestra ternura "ha trocado el infierno en alegría, "en Elíseo de amor, de amor infierno, "infierno celestial, edén eterno." Entre pálida y triste y ruborosa mis ansiosos halagos esquivaba pérfida seducción! pero una diosa ¿no disculpa al mortal? A mas, me hallaba del diablo en la mansión, y no era cosa infame allí pecar, cuando pecaba todo un gran Lucifer. ¿Acaso el mundo en indebido amor no fué fecundo?
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Cien v e c e s vino á su rosado labio la palabra de amores, pero ella evitando á su bonor profundo agravio y á su acendrado amor púnica mella (que es de digna muger como del sabio el prudente callar) su labio sella. Yo en mi hechizo diabólico fiado. me aparté y de Satán quedó al cuidado. Continúa erminacion
aquí la descripción de la como era de esperarse.
diabólica
fiesta
y su
Terminada la fiesta en tal espanto, el monarca infernal díjome amable: "Ven á gozar, oh Criso, del encanto "que una bella te ofrece deleitable. "Pasarémoslo juntos hasta tanto "que el hora suene y vaya formidable "á confundir á subditos perversos "á mi alto solio y mi poder adversos. "Ser mas diablos que yo quieren los bobos, "pero al cabo tendrán su merecido, "cuando debieran ver que si son lobos "el diablo no es un manso desvalido. "Infames! darme guerra cuando zobos "están dando á mi imperio desunido "cien contrarios y cien!—Mi real clemencia "censuran, sin mirar que esa es mi ciencia!"' Mi noble conductor rico vestía de Rui Capón, el célebre usurero, el traje; como él se distinguía con aspecto y maneras de banquero. D e un palacio suntuoso á la portada mi augusto protector y y o llegamos. "Es de los Malatesta la morada" al verlo me expresó; nos acercamos. Su llave aplicó Rui, aunque ferrada era la enorme puerta, la vadeamos. La llave de Capón era de oro: que el oro venza al hierro no es desdoro. Los conserjes á guisa de cerberos á quienes bien se regaló la panza, dormitaban; los pasos forasteros al percibir mostraron su asechanza. Rocióles Rui Capón con hechiceros polvos de oro ¡narcótica pujanza! tornaron á quedarse los poltrones tan dormidos cual cerdos comilones. Llegamos sin estrépito á la alcoba templo de la beldad.—La camarera
trágica
609 despierta se alarmó. Su mente arroba ante joya brillante y hechicera que le donó Capón ¿qué fiera loba no se vuelve, pardiez, mansa cordera ante un halago tal? E n la suntuosa estancia entramos de la grata hermosa. Dormitaba la bella reclinada en cómodo diván; su rostro hermoso mostraba muy al vivo retratada la emoción de un ensueño delicioso no exento de inquietud; enamorad* el alma me dejó; con cariñoso ademan, con acento delirante, un nombre pronunció su labio amante. Nuestro gran Lucifer expresó: "En tanto "la que al oro ni pompa cedería "rarísima muger, cede al encanto "de varonil beldad"—No luce el dia con tan vivo de luz radioso manto; en el espejo que ante mí lucía como en el baile, víme decorado cual Lucifer espléndido hermoseado. Contigo sueña, realidad se vea, (añadió) la ilusión que la arrebata. Como arma incendio la ardorosa tea así al beso de amor la hoguera grata incendio es á su vez. La dulce hiblea de su labio gusté; miel ay! que mata: conmovióse su seno, suspirando y con dulce sorpresa despertando. "Soy, exclamé yo, quien mas os ama, "y merced á esta mágica quimera "á vuestro lado mi pasión se inflama; "os doy mi corazón mi vida entera. "Hartos esposos hoy venden la llama "de sus Francescas; no la espada fiera "el adúltero seno horrible hiende; "se doran astas y el amor se vende. Infierno sin penar! célico instante! La de Rímini entonces me decía cubierto el rostro de pudor amante: "Del sueño que mi honor adormecía, "de un ser apasionado y delirante, "así abusar, Señor, no es hidalguía. Arrellanado D o n Satán fumaba y con sorna burlesca DOS miraba. Entonces presentóse, de la puerta en el franco dintel, un caballero. A la vista del cuadro se despierta su celoso furor; cual ruje fiero
610 el tigre amenazante en la desierta etiópica comarca, al rudo acero la diestra él aprestó, sangre respira, sangre á verter en su furor aspira. Pablo! exclamó la bella con pavura. E l es! exclamó y o . Capón en tanto allegóse, la intrépida bravura del celoso á calmar; con brujo encanto me dio el ángel de Pablo la figura: " C e l o s tienes de tí? oh varón s a n t o ! " díjole Satanás, y él asombrado quedó al verme en su imagen transformado. "Retírate Paolo y de tu dama "respeta el blando y amoroso ensueño. " T u imagen en sus brazos te proclama " d e su erótica mente único dueño." Le dijo así Capón y en roja llama envolviendo al galán, de aquel empeño libróme el gran monarca del abismo con su sabio y grandioso magnetismo. Hechizado quedó cuanto gozoso el ternísimo amante, convencido de que hasta en sueño de un Edén glorioso era el solo anhelado y preferido. Salud ¡oh gran Luzbel! rey oficioso, , mediador entre amantes y marido! V e n me dijo: " A l amor hemos burlado á ocuparnos tornemos del E s t a d o . " Siguen otros cantos á cual mas primoroso, pero su restauración será obra del tiempo á causa de lo dificultoso que la hace el estado carcomido y maltratado del manuscrito original.
FIN.
611
LA VIRGEN DE BORINQUEN.
La mucha extensión que ha llegado á tener este libro, que solo ofrecí como de 5 0 0 páginas a l o m a s y escede de 6 0 0 , me priva del gusto de dar á conocer á la generalidad de los puerto-riqueños aficionados á las letras, la preciosa fantasía que lleva aquel título y que recibí anónima de Paris, atribuyéndola, con fundadísimos motivos, al ilustrado joven, hoy residente en Cabo-Rojo de P u e r t o - R i c o su patria, Doctor D o n E . Betances, y cuya traducción prometí en el prospecto de esta colección de mis Ensayos literarios.—No pierdo la esperanza de publicar algún dia mi dicha traducción para que se vea cuanto debemos lamentar que, por la larga ausencia de Betances durante sus primeros años y haberle llegado á ser mas familiar la elegante lengua del Sena que la hermosa de la patria, nos veamos privados de admirar el distinguido talento poético de este Puerto-Riqueño y de apreciar, en sus manifestaciones, una de las almas mas inteligentes y elevadas que por mi parte he encontrado en este mísero mundo.
DECLARACIÓN
JUSTA.
Antes de cerrar estas páginas, debo declarar cuanto sentiría que el apreciable poeta arecibeño Marín, uno de mis mejores amigos y á quien menciono en el Prólogo de. este libro, encontrase mas severo de lo que fué en mi mente el rápido juicio que hago allí de sus agradables composiciones, acusándolas de incorrección voluntaria. Posteriormente he tenido el gusto de leer una nueva composición de aquel, interesantísima y en que no se encuentra en manera alguna semejante defecto; en lo que prueba Marín que mira ciertos amistosos consejos como nacidos de la mejor voluntad para con él y no de la frecuente manía Zoilesca. La corrección no es pedantería sino cuando en ella se cifra el único mérito, pero era lástima ver que un joven de talento como aquel y cuyas composiciones muestran una espontaneidad gratísima, se viesen deslustradas por verdaderos descuidos.—Creo de justicia esta rectificación y hubiera sentido en extremo ver llegar sin ella á manos del público el presente libro. A.
Tapia.
ÍNDICE.
tAOlUÁS,
Prólogo -
5
Roberto D ' E v r e u x (drama) Dedicatoria del mismo Prefacio de idem, A c t o primero A c t o segundo A c t o tercero A c t o cuarto Juicio crítico del mismo idem idem Contestación (Alpúblico) Bernardo de Palissy (drama) Dedicatoria A c t o primero A c t o segundo A c t o tercero , A c t o cuarto Juicio crítico del mismo La P a l m a del Cacique (Leyenda
-
•
histórica de Puerto-Rico)..
La Antigua Sirena (Leyenda Veneciana) Prólogo Capítulo 1?—Su poder es su belleza „ 2?—Me queda un hijo á quien amo 3 ? — T e v i y he amado „ 4?—Por ella agito el remo „ 5?—Llegué, vi, pero „ 6?—Con ella el mar no temo „ 7?—¿Como h e de ser feliz „ 8?—Buenas noches . „ 9 — E n tanto que en el hogar „ 1 0 , — A d í o , vissere mié 11.—Elfilf.ro de la simpatía „ 1 2 . — L a rapaza pone una pica en F l a n d e s „ 1 3 . — E l l a v é que el matrimonio ', 1 4 . — A c é p t a l a libro de oro „ 15.—Con caprichos nací „ 1 6 . — D e t e n t e , sol de la vida " 1 7 . — N o hagas de l a m u g e r u n ángel " 1 8 . — A l g u n o s antecedentes y consecuentes
170
o
.
1 9 , — E n un salón
11 13 15 25 38 48 62 73 84 85 91 93 95 11-0 133 148 164
-
206 206 218 224 232 234 238 242 255 259 262 270 276 283 286 291 302 308 313 326 336
613 2 0 . — D e cómo no debe juzgarse por apariencias.. 3 3 7 2 1 . — E l ruin de Koma luego asoma 343 2 2 . — V e d aquí mi talismán 350 2 3 . — E n que se t r a t a d o una fiesta y a l g u n a ) ^55 otra cosa j „ 24.—Continuación de lo anterior.-. 368 „ 2 5 . — U n fantasma coronado 381 „ 2 6 . — D e cómo había duendes en V e n e c i a . ". 3 8 5 27.—Perla 394 28.—Paolo 397 „ 2 9 . — E n t r e lobos anda el juego 408 „ 3 0 . — V o l v i ó la noche, 414 „ 3 1 . — A z u l , inmenso mar , 416 Segunda época.—Capítulo 1? 420 Capítulo 2?—Mostrad el dia al encarcelado 426 3? — N o é salvó un par de animales de cada especie. " 4 3 7 4 ? — U n triunvirato 442 5 ? — L a reina de Chipre 447 6 ? — L a venganza de un pintor 462 7?—Como bajaste despeñado al suelo 466 8 ? — O h ! natura ¿qué fuiste á hacer al i n f i e r n o . . . . 469 9?-r> 471 1 0 ? — A c a b a de amanecer. 476 Epílogo 481 Conclusión (á Jacobo) 485 Vida del Pintor Campeche 487 Apéndice á la misma 509 U n alma en pena (Cuento) 519 Adiós al "buen tiempo" ' 547 P o e s í a s . — U n a ausencia 550 A E l e n a (Madrigal) « U n rayo del cielo 551 U n ave errante » La hoja del Yagrumo 552 A mi novia de año nuevo 554 A Goyita (trova Puerto-Riqueña) 555 Himno-salve »> A mi madre 556 Málaga y Gibralfaro 558 A D o n Alejandro Ramírez 559 E l ángel del amor 560 A l insigne poeta Balbuena 561 Las lágrimas del L o i s a . - 562 A una Señorita (en su álbum) 564 Los ojos de 565 A una dama ,» Glosa 66 S u s ojos » A 667 L a plegaria de una virgen „ „ „ „ „
i
5
614
Guamaiií ^> A l niño Alfredo de H . y R AMonte-Eden A una "dama de noche" TJnalimosna 1 Ángel tú ya nó El último Borincano Mesenianas.—A mi Eva • La palma de Jesús del Monte A la Señorita Matilde R El Heliotropo El aprecio á la muger es barómetro de civilización La Sataniada (fragmentos)
F I N D E L INDICE.
567 570 571 „ 573 574 575 576 - ^579 5S0 581 5S7 591
615
ALGUNAS ERRATAS -QUÍ SE HAN ADVERTIDO. En el drama Roberto PAG.
LÍN.
40 „ 65 68
18 32 36 2
D'Evreux.
DICE.
LEASE.
que el de patria presicion. muy grato él de en su alma
que el de mi patria. precisión. muy grato de en su alma la piedad
En el juicio del mismo por don J. J. Acosta. 80
49
antiguo continente
altivo continente
En el drama Remando
de
Pálissy.
97
33
tornando en París
104
17
imitarme si queréis
. tornando á París
107
5
113
46
¿Te sentastes? ¿Te sentaste? , , ' ,. , í T u vuelo ala altura tiende Tuvueloalaaturatiende, {
124
23
no indeferente
126
24
134
3
imitadme si queréis
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3 26 38 20 5 17 22 30 41 35 20
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35 34 3 10 5
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Cacique." menores proporciones otro, haber de su éxtasis
Seiba
seiba
melancólico, que por partes guarim amo Conchilles Pocos años antes oh! si algunos
melancólico, con que por todas partes
En la Antigua 208 210 211 „ 212
a
habriendo En la "Palma
171 172 173 176 183 188 189
e
no indiferente
el eco sudado me inspira exitó da su vida
guanin mano Conchillos Pocos meses antes oh! si alguno Sirena. al eco sudando me inspirase esoitó de su vida
616 PAG.
»1
33 10 33 17 30 "25 10 22
213 214 216 224 227 244 246 262 270 284 309 315 316 318 321 322
12 folios 16 5 8 13 17 33 5
í
LEASE.
DICE.
LÍN.
Venecia
^ Venecias
346 350 354 361 373 375 394 445 479
17 21 35 35 39 36 33 40 33 29 32
489
8
500 503 504
11 17 29 18
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24 29
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329
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en esta ciudad natural de esta á las proposiciones contrariados Alta idea Poesías.
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Campeche.
oro pidiendo, fulgor, asechanza en mugeril jactancia pugnaba por no ver del amor y la