IATR: BIBLIOTECA DRAMÁTICA PUERTORRIQUEÑA S.XIX: 1887: "El Bastardo" de Gabriel Ferrer y Hernández.

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EL BASTARDO. Drama en tres actos y en prosa, original del Dr. Don Gabriel Ferrer y Hernández

Estrenado en el Teatro Municipal de San Juan en agosto de 1887 por la Compañía Pildaín.

PERSONAS. Beatriz, condesa de… Leonor. María. Armando, después Fray Bartolomé. Godofredo, conde de Albioni. Pascual, escudero. Sebastián. Antonio. Fray Jacobo, prior. Frailes franciscanos. El Acto Primero en Madrid; Segundo y Tercero en Nápoles. Fines del siglo XV y principios del siglo XVI.

San Juan de Puerto Rico

Manuscrito definitivo según las versiones consolidadas del 9 y el 15 de marzo de 1885, escenas del libreto actoral de 1887 y las escenas sueltas sin fecha ni paginación. Reconstruido y restaurado por el Prof. Roberto Ramos-Perea, Presidente del Instituto Alejandro Tapia y Rivera. Diciembre de 2007.

Para querer a un rico, que es un necio por pobre me entregaste al abandono. Si ha sido por codicia te desprecio; si ha sido por amor… ¡te lo perdono! Campoamor.


2 ACTO PRIMERO Sala amueblada sin lujo; pero tampoco revelando pobreza. Puerta al foro, y gabinetes laterales a derecha e izquierda en segundo y tercer términos. Por derecha é izquierda entiéndase las del actor. ESCENA 1ª MARÍA, ANTONIO. Aquella sentada junto a una mesa a la izquierda primer término. Antonio de pié mirándola con compasión. ANTONIO: ¡Que no pueda sacarte de tus trece! María, tu temeridad es absurda, y más que absurda infundada, sin pizca de razón. Si no, vamos a ver. ¿Qué motivos tienes para pensar de ese modo? ¿No conoces mejor que yo el carácter de Sebastián? Que es díscolo, desaplicado, iracundo… pues ya lo sé. Pero estas malas cualidades que le reconozco, bien a mi pesar, no son ni pueden ser nunca motivos bastantes a justificar esa profunda melancolía que acabará por destruir tu salud. Además, si tú con tus exageraciones de madre no hubieses fomentado las inconveniencias de nuestro hijo, de seguro que a estas horas, otra fuera nuestra suerte y muy distinta su situación. MARÍA: ¡De modo que yo, pobre de mí, tengo la culpa de las desgracias de Sebastián! ¡Válgame Dios! Siempre hemos de ser las mujeres las causantes de todo. ANTONIO: No diré tanto, pero tampoco te juzgo exenta de responsabilidad. A los hijos es preciso no soltarles mucho la rienda, porque como los potros no domados, se suelen desbocar. MARÍA: ¿Pero a qué viene todo eso? Si estoy afligida, si hace ya algunos meses que el día me sorprende sin haber podido conciliar el sueño, no es sólo debido a los defectos que ya conoces de Sebastián. Mi principal disgusto se debe hoy, a que en la conducta de nuestro hijo respecto de

Armando, he sorprendido, hace ya algún tiempo, un profundo odio que en vano trata de ocultar. La venganza, Antonio querido, se abriga en el corazón de Sebastián, y ese odio, esa venganza que a su hermano profesa, ha de dar, en días no lejanos, horribles, espantosas consecuencias. ANTONIO: Consecuencias, lo que solamente es fruto de una pequeña mortificación. ¡Vaya! si pareces una chiquilla razonando. Si Sebastián envidia a su hermano porque éste ha concluido su carrera y aquel no lleva trazas de terminarla, habrás de convenir conmigo, en que no hay motivos para alarmarte, ni menos para augurar desgracias que están muy lejos de suceder. Y disto tanto de pensar como tú, que hasta me alegro de esa pequeña rivalidad. MARÍA: ¿Esto más? ANTONIO: Sí, María; la envidia es un defecto que no siempre produce fatales resultados, y esta vez, me atrevería a jurarlo, ha de darse la excepción. ¿Quién quita que por no verse supeditado Sebastián por el que supone hermano suyo, logre al fin una carrera? Y por cierto que si tal no sucediese, de nada nos podría censurar. Si hubiera cumplido su deber, gozaría como el otro del cariño de sus amigos, y lo que es más aún, de la consideración de las personas ilustradas. “Armando es un joven de talento y aprovechado,” me dijo antes de ayer uno de sus reputados maestros, y aquella noticia me llenó de satisfacción. Si vieras cuánto gozo cuando alabanzas como esas llegan a mis oídos, comprenderías lo orgulloso que estoy de ser llamado padre de tan excelente joven. MARÍA: ¡Y si tú, como yo, oyeses frecuentemente los cargos que Sebastián nos hace, comprenderías también cuántos motivos tengo para llorar! Pobre hijo mío, que no se entere nunca de la historia de su hermano, porque la desgracia de éste, se convertiría para aquel en la mayor de las satisfacciones. La ambición desmedida de nuestro desventurado hijo, el juego que lo arrastra al precipicio, y sobre todo la antipatía que a su hermano tiene, quiera el cielo que no


3 traigan sobre esta casa el infortunio y la muercidas, al sufrimiento, a la muerte tal vez? te. Si a costa de mi sangre pudiera comprar su ¿Cómo ha de tener sentimientos la que sin forfelicidad, la diera toda gustosa por salvarle, taleza para luchar contra la adversidad sacrifihijo del alma mía, toda por separarle del camicó al inocente niño pretendiendo ocultar un no de la perdición. (Se enjuga las lágrimas.) deshonor? ¿Puede tener corazón ni llamarse ANTONIO: Vuelta a tus caprichos y vuelta a mornunca madre, la que más ingrata que las salvatificarme con tus funestos presagios que jamás jes fieras de nuestras montañas, pagó las dulces se realizarán. ¿Quieres acibarar también mi caricias del desvalido infante arrojándolo del existencia con tu porfiada temeridad? Cuando materno hogar? ¡Si esas mujeres no son como te digo que Sebastián no odia a su hermano, nosotros, si esos engendros de perversidad, cuando te auguro que todo eso no puede traer más criminales que los odiosos parricidas, son consecuencias, ¿insistes todavía en torturar tu la maldición de la sociedad! Cuando consideimaginación? Pero hay más aún; tus principaro que por la vida de mis hijos sufriría los más les temores se refieren a que la historia que horrorosos martirios; cuando pienso que fuera sólo nosotros conocemos, sea averiguada a su capaz de cometer mil crímenes, de destrozar vez por Sebastián, y esto como tú comprendes, con estas débiles manos al que intentara lasties un delirio, una cosa que jamás puede sucemar a esos pedazos del corazón, un sentimiender. to de caridad se sofoca en mi pecho y no enMARÍA: ¡Ah!, mañana justamente se cumplen cuentro palabras con que maldecir bastante a veintitrés años de aquella inolvidable noche, esos monstruos de la perversidad. en que el infeliz Armando, expuesto a nuestras ANTONIO: Yo como tú aborrezco a esas madres puertas, fue recibido por nosotros con pena en desventuradas que sacrifican sin miramiento a el alma, pero con inmensa caridad. sus inocentes hijos. Pero, ¿á qué insistir en lo ANTONIO: Noche que nunca olvidaré. que no podemos remediar? Hemos cumplido MARÍA: El desamparado niño, comprendiendo sin nuestro deber, no omitiendo gastos en la edududa su desgracia, lo recuerdo perfectamente, cación de Armando; lo queremos con delirio exhalaba prolongados ayes, quejidos lastimesin diferenciarlo en nada de Sebastián, y esto ros que me destrozaban el corazón. ¡Cómo se basta claramente a nuestra tranquilidad y sarenuevan en mi pecho las tristes sensaciones tisfacción. Olvidemos, pues, tristes sucesos, de entonces! ¡Nuestro hijo contaba a la sazón que sólo sirven para mortificar nuestro espíridiez y ocho meses, permitiéndome esta cirtu, y tengamos presente que el desvalido que cunstancia nutrir con la sangre de mis pechos, imploró nuestro socorro es un hombre de proal que solo y sin amparo, demandaba de nosovecho, y que nuestro hijo lo será también estitros el amor que le negaban sus padres, los cuimulado por la conducta de su hermano. El oridados de que tanto había menester! gen de éste, y cuanto con él se relaciona, tamANTONIO: Aquella noche, por demás lejana, depoco debe preocuparnos gran cosa. Al fin y al bemos entregarla al olvido. La madre que en cabo jamás lo conocerá. veintitrés años no se acuerda una sola vez de su MARÍA: ¿Y cómo poderlo impedir? La carta que hijo, o ha debido morir sin poder comunicar a en la cuna acompañaba al niño, dice todo lo nadie su secreto, o no tuvo jamás corazón. contrario, y a nosotros nos toca obedecer. MARÍA: (Poniéndose en pie. Esta frase con energía ANTONIO: Veo con pena, querida esposa, que tu creciente.) ¡Corazón! ¿Cómo pudo tenerlo memoria languidece a medida que tus temores quien por aparentar una honra que un vergonse multiplican. En esa carta, si algo se nos ordezoso amor hizo pedazos, se separó del hijo de na, es el sigilo; nunca la declaración que suposus entrañas para entregarlo a manos desconones y de la que nos debemos guardar.


4 MARÍA: Tus recuerdos son equivocados, y debo sacarte del error. Espera, espera un momento. ANTONIO: (interrumpiéndola.) Conozco su contenido. MARÍA: Sí, deseo que te convenzas por ti mismo de tu sin razón. (Vase a 2° término izquierda.) ANTONIO: ¡Pobre María! ¡Cuántos motivos tienes para abrigar los temores que te asaltan! Pero, ¿qué he de hacer, sino alejarte del camino de la verdad, para disminuir tus muchos sufrimientos? MARÍA: (Con la carta.) Aquí está la carta; toma, lee con presteza no llegue alguno de los dos y vayamos a ser descubiertos. ANTONIO: (Toma la carta y lee.) “Piadosa señora: la fama de su bondad y la honradez conocida de su esposo, me deciden a entregarle para su cuidado a ese infeliz niño, de quien me separo con infinito dolor.” MARÍA: ¡Madre sin entrañas! ANTONIO: “La ceguedad de un amor inmundo me hizo olvidar mis deberes, y entregar mi querida honra en manos de un hombre, que si de baja estirpe, era noble por sus sentimientos, por su generoso proceder. Dispuesta, señora, a romper con las consideraciones que a mi linaje debo y con las leyes del honor que tanto nos enaltecen, me disponían a no ser de otro que del hombre a quien ciegamente adoré, cuando murió este dejándome por recuerdo su grata memoria y el fruto de mi liviandad...” Con dureza se trata. (Dirigiéndose a María.) MARÍA: La conciencia es justo juez. ANTONIO: “En esta situación, señora, ¿Qué había yo de hacer sino ocultar la mancha de mi deshonor, y entregaros mi hijo para preservarme del escarnio social”. MARÍA: Siempre el necio orgullo dominando la virtud. ANTONIO: “Soy noble, señora; desciendo directamente de Reyes y oculto mi apellido por temor a una imprudencia. Deseo que mi hijo lleve por nombre Armando, que sea educado con todo esmero, y que nada sepa de su origen, a no ser que fallezcáis, (aquí se detiene algo.) o que

él, hombre ya, se quisiese emancipar. Marcharé muy pronto a Italia donde me llevan por tiempo no preciso, con el fin de restablecer mi quebrantada salud. Para cubrir las primeras atenciones de la subsistencia y educación del niño, encontraréis en el fondo de la cuna en que os lo envío, una bolsa conteniendo quinientas doblas, que os ruego aceptéis sin repugnancia. Pasado algún tiempo pondré nuevamente a vuestra disposición lo que fuere preciso.” MARÍA: ¡Cuánta pobreza de espíritu! ¡Le ofrece riquezas y le niega su amor maternal! ANTONIO: “Si alguna vez, cosa que no juzgo fácil, sospecharais de mí, no insistáis en reconocerme. Adiós, señora, que el cielo bendiga vuestro proceder. La Condesa de P. -Sevilla…” Sigue la fecha. Nada, ni una palabra que nos ayude a salir de este verdadero laberinto; porque eso del viaje y el sitio en que está fechada la carta, son indudablemente pretextos para desorientarnos más. Sin embargo; si yo contrariando su mandato, podría tratar de averiguar… MARÍA: De ninguna manera. Se nos ruega especialmente que no tratemos de descubrir el secreto, y nuestro deber es cumplir su orden sin vacilación. (Al terminar la última palabra se presenta por el foro Sebastián quien al ver a sus padres se detiene a escuchar.) Vamos, dame esa carta, no vayamos a ser descubiertos. ¡Si Sebastián nos sorprendiese!… (Antonio le entrega la carta que María oculta con presteza. Vase segundo término izquierda. Al retirarse María, Sebastián debe evitar ser visto. Tan pronto como desaparece aquella, entra Sebastián sin perderla de vista.) ESCENA 2ª SEBASTIÁN, ANTONIO. SEBASTIÁN: (Asombrado. Aparte.) ¡Si yo me enterase! Algo se trama contra mí, y he de averiguarlo muy pronto. Procuraré hacerme de esa carta. (Adelanta hasta ver donde guarda la carta


5 María. Después de un momento, dice aparte.) Ya sé donde está. (Vase a primer término. Durante estos apartes Antonio esta absorbido por sus pensamientos. Al marcharse María, debe sentarse.) Buenos días, padre, ¿cómo por aquí a estas horas? ¿Ocurre alguna novedad en casa? ANTONIO: (indiferente.) No; creí poder ir como de costumbre a nuestra quinta, pero como la mañana era tan desagradable, varié de modo de pensar. SEBASTIÁN: Efectivamente, era muy desapacible. Mejor estaba para guardar cama que para cabalgar una hora recibiendo nieve y agua si Dios tenía que mandar. ANTONIO: Esto no obstante, te retiraste anoche como de costumbre muy tarde, para muy temprano volver a salir. ¿No te sientes estropeado de tanta agitación? SEBASTIÁN: No, no señor. Ya sabéis que tengo una naturaleza privilegiada. ANTONIO: Para todo, menos para cumplir tus sagrados deberes. Continuando de esa manera, no será extraño que concluyas con la vida de tu madre, y tal vez con mi paciencia. SEBASTIÁN: Si fuese Armando, de fijo que no le reñiríais. Ya se ve, como él es un joven ilustrado y yo un mal estudiante que dilapido vuestra fortuna y perjudico con mis vicios los intereses de mi hermano… ANTONIO: Si comprendieras, hijo mío, el daño que me hacen tus palabras y esa marcada ojeriza que tienes al que en nada te ofendió, seguramente que no persistirías en mortificarme. Pero ya que estamos solos y que nadie nos puede escuchar, respóndeme… (Sebastián hace un gesto de disgusto.) No, si me has de decir el por qué de tu resentimiento. ¿Qué te ha podido hacer tu hermano para que tan mal le quieras? SEBASTIÁN: (Con indiferencia.) ¿A mí? nada, absolutamente nada que yo tenga presente. ANTONIO: Pues no me hablaste hace muy poco de no sé qué dilapidaciones, de perjuicios y… SEBASTIÁN: Sí, sí, señor, ya recuerdo. ¿Pero a qué repetir lo dicho?

ANTONIO: (Poniéndose de pie.) Para saber a qué atenerme. Si Armando ha sido estudioso, si se hace querer de cuantas personas le tratan, ¿crees tú que hay motivos en esto para que te resientas? Acaso no te hemos proporcionado como a él todo lo necesario a tu bienestar e ilustración? SEBASTIÁN: ¿Me quejo yo por ventura? Por lo único que no estoy contento es por esa predilección tan marcada que vos y mi madre tenéis por Armando. Es verdad que no adulo a nadie como él, ni busco las oportunidades de singularizarme con falsas apariencias de mentido afecto. Mi carácter franco y leal está reñido con la adulación que abomino, y con esa despreciable farsa de mi hermano. Por lo demás, tenéis mucha razón, de nada puedo quejarme, no me quejo en realidad. Si el único hijo que adoráis es mi ilustradísimo hermano, (con mucho énfasis.) tanto mejor para quien tanta fortuna tiene y tantos beneficios merece. ANTONIO: ¡Y dices todavía que estás satisfecho, cuando tus palabras respiran odiosidad, injustificable encono! ¡Ah, Sebastián, Sebastián! Cómo han sido inútiles para ti, nuestros consejos; cómo las malas compañías han extraviado tus buenas inclinaciones y pervertido tu corazón. ¿Por qué no tomas otra vez el camino del bien y te alejas para siempre de la senda que te conducirá al deshonor? SEBASTIÁN: (Aparte.) ¡Siempre lo mismo! Echarme al rostro mis defectos, avergonzarme y… Como llegue el día de satisfacer mi justa venganza… (A su padre.) No niego lo que aseguráis, ni me sorprenden vuestras reconvenciones; pero eso de estarme repitiendo mi madre y vos incesantemente lo mismo, revela más que deseos de corregirme, intención de humillarme en su presencia. Y esto, padre, por mucho que proceda de vos, es intolerable y fastidioso. ANTONIO: Hijo, si el respeto que me debes no es bastante a moderar tu atrevido lenguaje, séanlo las canas de un anciano, las lágrimas de un viejo que te habla en nombre de Dios. (con


6 tono profético.) ARMANDO: ¡Pues entonces un abrazo, y brindeSEBASTIÁN: Puesto que le causa tanto enojo y mos por las glorias de la patria! no estoy, por otra parte, dispuesto a sufrir in- ANTONIO: ¿Y a qué viene todo esto? justas humillaciones me marcharé. (Medio mu- ARMANDO: A poco de haber salido de aquí, hará tis. Aparte.) ¡Oh! Yo he de cobrar con creces a como tres horas, discurría yo por la plaza de mi hermano el precio de su iniquidad. Oriente, sin objeto fijo que llamara mi atenANTONIO: La Providencia se apiade de ti. ción, cuando el sonido de los clarines y las arSEBASTIÁN: (Aparte.) El infierno aliente mi renmonías de las músicas militares llegaron a mis cor. (Vase por el fondo.) oídos haciéndome detener, y averiguar la causa del júbilo que se retrataba en todos los semESCENA 3ª blantes. ANTONIO: ¿Y motivaba esa alegría...? ANTONIO. ARMANDO: Que nuestros soldados a las órdenes Se deja caer en una silla, abrumado por el pesar. del Gran Gonzalo de Córdoba, han obligado a los franceses ambiciosos de la corona de Ná¡Se marcha dejándome la muerte en el corapoles, a evacuar la Calabria1 , y que nada se rezón! ¡Ah! ¿Quién me había de decir que ese siste ya al valor e intrepidez de nuestros bravos hijo de mi alma, el único que tiene en su sangre tercios. Las glorias de la patria, padre, me llela mía, labrase mi infelicidad. (Incorporándose nan de entusiasmo; el honor de mi noble tiea medias con verdadera amargura.) ¡Cuando no rra, que como el sol resplandeciente brilla en tengo en mi presencia a ese desventurado, me estos instantes sobre las montañas calabresas, siento con bríos para dominar su altivez; pero despiertan en mi corazón un legítimo orgullo, estando junto a mí, el cariño me vence, la comy si padres no tuviera, si vos y mi anciana mapasión me domina y sólo tengo lágrimas que dre no necesitaran de mis cuidados, yo, como derramar! ¡Pobre esposa mía! ¡Cuán justas son mis indómitos paisanos, partiría también a Itatus penas, cuán legítimo tu dolor! (Vuelve a lia, a morir por la gloria de mi noble España, a caer en la silla, quedando triste y pensativo.) quien adoro más que a mi propia existencia, ¡que si el vestir la honrosa toga, eleva y enalteESCENA 4ª ce al hombre, el dar su sangre por la patria, lo sublima! DICHO, ARMANDO, por el foro. ANTONIO: Ven a mis brazos, hijo mío, y que nunca se apaguen en tu corazón esos generoARMANDO: (Poniéndole cariñosamente las manos sos sentimientos. Los hombres que como tú sobre el hombro.) ¡Padre, querido padre, vos saben sentir y tanto como tú merecen, son digtriste y pensativo, cuando yo estoy lleno de fenos de una corona condal. (Con intención.) licidad! ARMANDO: ¡Qué más corona que el amor infiniANTONIO: (Haciendo esfuerzos por aparentar to que me tenéis y el de mi santa madre? ¡Hijo alegría.) ¿Yo afligido? Pues no faltaba más. Si soy del pueblo como vosotros, como vosotros nunca mi alegría fue mayor. (Aparte.) Forzoso pertenezco a esa clase de hombres que son es que disimule. (A Armando.) Cuando te veo todo lealtad y corazón, y como ellos pienso, contento, Armando mío, no hay padre más diNota del Restaurador: Francisco Gonzalo de Córdova, (1453choso que yo. 1515), el “Gran Capitán”, en 1495 encabezó el ejército armado por el ARMANDO: ¿De modo que no me engañáis? Galcerán de Requesens a enfrentar a las tropas del General MontpenANTONIO: ¿A qué conduciría ocultarte la ver- sier, que se dirigían a conquistar Nápoles. Ante el avance de el “gran Capitán”, las tropas francesas iniciaron su retiro. Poco después de dad? 1

varias batallas, Nápoles cae en poder de los españoles.


7 como ellos amo el trabajo y tengo como ellos compasivamente: adelanta hasta el primer térmimi sangre a la disposición de la patria y pronto no. a verterla toda por la santa libertad! ANTONIO: ¿Y alientas esperanzas de que el ARMANDO: ¿Por qué no se alegra ya ese rostro, triunfo sea decisivo? madre mía, como en época no lejana? Mis láARMANDO: Tan completas como es justa nuesgrimas y mis suplicas os son indiferentes? ¿En tra intervención en esa guerra. Humillada la qué he podido ofenderos, que de algún tiempo ambición de Carlos VIII, y reconocidos por sus a esta parte os encuentro siempre triste, siemadeptos los derechos de Fernando de Nápoles, pre llena de pesar? Cuando hace cuatro años, no lo dudéis, D. Fabrique heredará a su padre no pudiendo vos sufrir nuestra separación os en el trono y los franceses irán a ocultar su vertrasladasteis a esta Corte, el contento, la dicha 2 güenza a sus primitivos dominios. Pero dejadalegraron nuevamente vuestro abatido espírime comunicar tan gratas nuevas a mi querida tu y vuestra casa volvió a ser como antes, la madre, que quien como ella sabe sentir, no mansión de la felicidad. Pero hace más de un puede ser indiferente a las glorias de nuestra año, desde que yo estaba próximo a terminar nación. (Medio mutis.) mis estudios, que el sueño no repara vuestras ANTONIO: El cielo bendiga tu noble proceder. fuerzas, ni la dulce calma de pasados tiempos ARMANDO: Que Dios escuche mis ruegos. (Vase se alberga en ese corazón. ¿Será que yo, sin sa2° término izquierda.) berlo, soy el causante de vuestra infelicidad? ¿Habré perdido vuestro cariño, madre, por alESCENA 5ª guna falta que cometí? MARÍA: Si pesarosa estuviese por tu causa, ¿cómo ANTONIO. no alegrarme con tus palabras, que como benéfico rocío, alientan y rejuvenecen mi cora¡Qué diferencia de sentimientos! ¡El uno envizón? ¡Que no te quiero como antes! Si mi caridioso, áspero, indomable; el otro leal, franco y ño hacia ti se entibiase, ¡ay, Armando mío, sumiso! ¡Cuánta razón tiene mi pobre María! cuánto fuera mi padecer! No, no eres tú, hijo Con las emociones que en tan corto tiempo de mi vida, el motivo de mi quebranto, el móvil llevo experimentadas, parece que me falta el de mi aflicción. aire y que mi cabeza va a estallar. Necesito ale- ARMANDO: ¿Y no podría yo saber el por qué de jarme de este sitio para distraerme, para que vuestras angustias? mi esposa no comprenda la intensidad de mi MARÍA: ¿Qué lograrías conociéndolo, si nada podolor. Volveré cuando pueda ocultarle mis pedrías remediar? nas. (Vase por el foro.) ARMANDO: Nada hay imposible en el mundo cuando se lucha con empeño, con incansable Escena 6ª voluntad. MARÍA: Contra mis males no existen humanos reMARÍA Y ARMANDO. medios, sólo Dios me los podría conceder! ARMANDO: ¿Tan espantoso es el motivo de Salen de 2° término izquierda. Armando vuestra desgracia que no lo penetra mi razón? echado sobre el hombro de aquella y mirándola MARÍA: ¿Que no lo penetra tu razón, teniéndolo tan cerca de ti? Nota del Restaurador: Los intentos de Carlos VIII de conquistar ARMANDO: ¿Cerca de mí decís? ¿Es por ventura Nápoles se frustran con la derrota de la flota francesa y la muerte de mi padre? Montpensier, víctima de la peste, en la Batalla de Gaeta. El autor habla de acontecimientos que ocurrieron tres años después de la ya ciMARÍA: ¿Y por qué no Sebastián? 2

tada Batalla de Calabria.


8 ARMANDO: ¡Sebastián! ¿Cómo puede mi hermano haceros sufrir de ese modo, cuando es un niño en su proceder? Vamos, tranquilizaos, que por mucho que Sebastián haya hecho, nunca será tanto que no se pueda remediar. MARÍA: De modo que su reprensible conducta, las faltas de respeto hacia nosotros que se repiten sin cesar, ¿nada valen para ti? ¿Pretendes defenderle también? ¿Su desmedida ambición, el juego que le arrastra al precipicio, el abandono completo de sus estudios, nada significan tampoco, todo te parece baladí? ARMANDO: Seguramente que no. Pero sí creo con fundamento que no es empresa extraordinaria la de corregir a Sebastián. (Al terminar esta frase se presenta Sebastián en el foro, oyéndola distintamente.) SEBASTIÁN: (Aparte.) Se ocupan de mí; ganemos tiempo y busquemos esa carta. (Entra en el gabinete, 2° término izquierda.) ARMANDO: Su carácter es de tal naturaleza que no gusta de la contrariedad. El cariño y el convencimiento, son los grandes recursos que hay que ejercitar para atraerle, y yo me encargo de su arrepentimiento desde hoy. MARÍA: (Aparte.) ¡Pobre hijo! ¡Si supiera lo que le aborrece! (A Armando.) Tienes razón; hasta ahora las reprensiones de tu padre le han exasperado, y yo por mi parte confieso que no pocas veces le traté con demasiada severidad. Si tú lograras captarte su afecto. (Aparte.) ¡Qué imprudencia! ARMANDO: ¡Su afecto! ¡Buena es esa! ¿Acaso ha dejado de quererme alguna vez? Cuando conmigo se ha molestado, cosa muy rara en verdad, puede que no le haya faltado razón. Pero aunque así no hubiera sido, ¿creéis que había yo de dudar por esa fruslería del afecto que me profesa? Comprendo que no siempre le agrada mi compañía, y que los aplausos que recibo de mis amigos le suelen mortificar. Mas todo eso no vale la pena, y ya veréis, ya veréis como al fin acabará por ser un modelo de virtud y sensatez. Conque basta de lágrimas y a empezar nueva vida.

MARÍA: Procuraré complacerte, aunque no ha de pasar mucho tiempo sin que me des la razón. Voy a preparar un pequeño equipo a tu padre que debe marchar muy pronto a nuestra casa de campo, y después nos volveremos a ver. Tú, a descansar un rato, que harto lo necesitas, y cuidado con ponerte a estudiar. ARMANDO: Tengo tan pocas ganas de dormir. MARÍA: (Llevándolo a un gabinete primer término izquierda.) El sueño se busca y se encuentra. ARMANDO: Puesto que lo deseáis… (Vase por izquierda.) MARÍA: (Viéndole entrar.) ¡Pobre Armando! (Vase 2° derecha.) ESCENA 7ª SEBASTIÁN. Sale sigilosamente del gabinete trayendo la carta en la mano. Sus primeras frases las dice a la salida después de convencerse de que nadie lo ve. Esta es, sí; esta es la carta a que se referían. Sin la ayuda del punzón que pude conseguir, imposible me hubiera sido descerrajar ese maldito mueble en que estaba guardada. Algo muy importante debe revelar este papel cuando es objeto de tantos cuidados y tanto lo ocultan de mí. ¡Ah!, si fuese escrito por mi hermano para indisponerme con mis padres; si esta carta encerrare una infamia que fuese en desdoro de mi honor, no sé qué haría para vengarme de su miserable proceder. Salgamos de incertidumbres. (Abre la carta y lee con avidez. Se frota los ojos cual si se hallara víctima de un error. Una vez enterado de ella, un gesto, algo que revele una alegría satánica debe seguir a la averiguación del contenido de aquella.) ¿Qué es lo que miran mis ojos? ¿Qué extraña casualidad ha hecho llegar este documento a mis manos, más preciado que todos los tesoros del mundo, que el más codiciado poder? Es esto ilusión de mis guardados odios, o hermosa, gratísima realidad? (Pausa.) Sí, bien claro lo dicen estos caracteres


9 que el tiempo no ha podido destruir. (Leyendo.) “La ceguedad de un amor inmenso me hizo olvidar mis deberes y entregar mi honra a un hombre, que si de baja estirpe, era noble y por sus sentimientos, por su generoso proceder. Soy noble, señora, desciendo directamente de reyes, y oculto mi nombre por temor a una imprudencia”. Yo revelaré tu secreto, yo procuraré, señora, que la vergüenza ahogue el orgullo de mi pretencioso hermano. Pero, ¿qué digo? ¿Hermano mío quien no tiene honra ni conoce siquiera su despreciable ascendencia? Antes que unir a mi apellido su nombre, destrozaría con mis propias manos este corazón. “Deseo que mi hijo sea educado con todo esmero, y que nada sepa de su origen”. ¿Para qué necesito saber más? Y yo, ¡imbécil de mí!, que llegué a querer en mis primeros años de mi juventud al que me robó el amor de mis padres, al que usurpaba mi legítima herencia, al que tantas veces me humilló con su petulante altivez. Ha sonado por fin la hora de la venganza, ¡Armando; ha llegado, oh, dicha inmensa, el día de tu humillación! No desconocerás tu origen, (Con mucha ironía.) hermano mío; sabrás que eres noble ¡pero de qué nobleza tan particular! La prostitución, tu cuna, el criminal deseo, la causa de tu nacimiento. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Pero cómo me voy a reír de mi ilustradísimo hermano, cuando se sorprenda del título que le daré. Si la satisfacción no me cabe dentro del pecho. ¡Si el placer parece que me va a matar! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!

esta sala? SEBASTIÁN: (Viéndole al terminar la frase su hermano que aún esta a la puerta de su gabinete.) ¡Ah! ¡Eres tú! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ARMANDO: Yo, que al escuchar tus carcajadas me levanté creyendo encontrar un loco en esta estancia. SEBASTIÁN: ¡Un loco!… ¿eh? Pues nunca he estado más cuerdo. ARMANDO: ¿Y se puede saber la causa de tu inmensa alegría? SEBASTIÁN: Pues ya lo creo que la conocerá el señor Conde, el de noble abolengo, el…!Ja! ¡Ja! ¡Ja! ARMANDO: (Aparte.) Risas, palabras incoherentes, miradas que me desgarran el corazón. ¿Estará realmente loco? (A él.) Tranquilízate, Sebastián. ¿Qué te ha sucedido? Vamos, siéntate, (arrastra una silla), reposa un instante. ¡Oh! Si supieras cuánto me haces sufrir (Aparte.) Señor, hasta cuándo durarán las desgracias de este pobre hermano mío. SEBASTIÁN: No se moleste vuestra merced. Los nobles no deben ocuparse jamás de los plebeyos. ¡Pues no faltaba más! ARMANDO: (Aparte.) Decididamente ha perdido la razón. ¡Pobre madre mía! ¡Cómo vas a sufrir, cuando veas a tu desventurado hijo! (A Sebastián.) ¿Te sientes mal? ¿Quieres que envíe por un facultativo? SEBASTIÁN: ¿Y para qué? Basta ya de preguntas que a nada conducen, y suprimid en adelante el llamarme hermano vuestro. Yo no tengo hermanos bastardos, ni mis padres más hijos ESCENA 8ª que Sebastián. ARMANDO: Pero, ¡por Dios! ¿A qué viene todo DICHO Y ARMANDO esto? (Aparte.) Llamaré a mi madre, aunque le destroce el corazón. (Llamándola.) ¡Madre, ...que aparece como asombrado a la puerta de su madre mía! ¡Madre mía! (Sale María y se gabinete primer término izquierda a medio vestir, abrazan.) Prometedme ante todo que tendréis esto es con jubón puesto, pero camisa desabrochavalor. da y corbata suelta. El éxito de esta escena depen- MARÍA: ¿Qué ocurre? ¿Qué sucede, hijos míos? de del talento de los actores. Hablad por Dios, hablad. ARMANDO: (Aparte. a María.) Que Sebastián ARMANDO: ¿Quién ríe tan estrepitosamente en está demente. Sus actitudes, su desordenada


10 risa y sus palabras que no comprendo, no me permiten ya dudar. ¡Oh, madre! No os desconsoléis, todo será una indisposición pasajera… Acercaos sin temor, procurad tranquilizarle y… (Estas últimas palabras las oye Sebastián.) SEBASTIÁN: ¿Por qué me ha de tranquilizar y temer? ¿Soy acaso alguna fiera a quien mi madre no se puede acercar? MARÍA: ¡Hijo de mis entrañas! ¿Por qué te exaltas así? Soy tu madre, tu buena madre, que desea tu felicidad. SEBASTIÁN: ¿Mi felicidad y me la habéis venido quitando durante veinticinco años, para entregársela a un usurpador? ¿A qué rara influencia se ha debido, que una madre como vos haya robado el afecto a su verdadero hijo, para ofrecerlo todo a un hombre que no tiene padres, o que si los tuvo, ocultaron su nombre por vergüenza, por aparentar una honra falaz? MARÍA: Si loco no estás, como presumo, te mando que guardes silencio, que obedezcas a la que te ha dado el ser. ARMANDO: (Ap. a María.) ¿Por qué tratarlo tan duramente? Si no sabe lo que dice, ¿a qué, madre, excitarle más? (Las últimas palabras las oye Sebastián.) SEBASTIÁN: No necesito de vuestras conmiseraciones, ni tolero que me las ofrezcáis. ARMANDO: Puesto que cuanto oigo te desagrada… MARÍA: Cuando llegue tu padre nos entenderemos los tres. Basta ya de consideraciones con quien no las merece. SEBASTIÁN: Ni las ruego, ni las…

tuas? Vamos, contestad. ARMANDO: Es que Sebastián se halla algún tanto indispuesto y le aconsejábamos que se recogiese. SEBASTIÁN: Basta ya de engaños y que la verdad sea conocida de todos. MARÍA: Cuando esta puede envolver a una familia entera en la desgracia, es preciso ocultarla para siempre, es necesario callar. Y ¡ay! de aquel que se goza en el mal de su hermano, porque será maldecido hasta la quinta generación. SEBASTIÁN: ¡Cuando el hermano es sangre de nuestra sangre y hueso de nuestros huesos, lo comprendo; pero si aquel se introduce furtivamente y entre las sombras del misterio en el hogar de una familia honrada, para usurpar derechos que ni Dios ni la naturaleza le concedieron, entonces ni el supuesto hermano merece consideraciones ni inspira otra cosa que desprecio! Armando es un intruso en esta casa, bien lo sabéis, y yo a nombre de la justicia y de mi propio decoro, declaro públicamente que no tengo más pariente que mi padre y vos. (A María.) ANTONIO: ¿Y quién te ha autorizado para asegurar lo que se puede desmentir? SEBASTIÁN: ¿Quién? (Saca la carta.) Este papel. (Los tres quieren arrebatarla de sus manos, pero Sebastián retrocede y la oculta.) Esta carta solamente la entregaré a su legítimo dueño. (Se la entrega a Armando.) MARÍA: ¡Ah! ANTONIO: (Cogiendo por el brazo a Sebastián, con ira reconcentrada.) ¡Miserable! ARMANDO: (Toma la carta y lee para sí con rapiESCENA 9ª dez. La transformación que debe Armando experimentar al averiguar su origen se recomienda a la DICHOS. ANTONIO. penetración del actor.) ¡Oh! ¿Quién ha escrito esta infernal impostura? ¿Quién pretende de Por el foro. Al entrar éste, quedan como petrieste modo mancillar mi honor? (A Sebastián.) ficados, menos Sebastián que se muestra altanero. Habla, habla pronto, infame impostor, si no Antonio se adelanta después de un momento de quieres que te arranque la lengua de raíz. silencio. SEBASTIÁN: Preguntádselo a mis padres. ARMANDO: Contestad, padres míos, contestad ANTONIO: ¿Por qué os encontráis como estapor Dios. (Ambos bajan la cabeza.) ¡Con que el


11 silencio sella vuestros labios! ¡Con que es verdad que no sois mi padre, padre mío! ¡Ni vos mi madre, madre de mi corazón! ¿Con que es cierto que soy hijo del crimen, que los hambrientos jaguares son más afortunados que yo? ¡Ah! ¡Qué me importa ya la vida si entre la muerte nací! ¿Qué me importa ya el honor si la deshonra es mi herencia, la triste realidad de mi porvenir? ¿Qué participación tomé en mi desgracia para ser castigado con tanta crueldad? MARÍA: ¡Hijo mío! SEBASTIÁN: (Aparte.) ¡Que padezca como yo padecí! ANTONIO: ¡Voy a morir de dolor! ARMANDO: Sí, padres míos, sin vuestro puro afecto, sin poderme recrear repitiendo tan gratos nombres, ¿para qué quiero vivir? Allá en Italia, en donde mis compatriotas exhalan el último aliento por el honor de nuestra bandera, allá volaré yo también a llorar mis desventuras, a ocultar mi vergüenza y mi deshonor. Y tú, Caín, que con tu perversidad has aniquilado en un momento mis más caras ilusiones; tú que con instintos perversos has labrado mi eterna desventura, gózate, gózate en mi desesperación. (Cogiéndolo del brazo.) Toma, aquí está mi pecho, hiere; saca este torrente de sangre impura que me alienta; pero antes, que la maldición del Cielo caiga sobre ti. (Vase rápidamente por el foro.) MARÍA: ¡Hijo del alma! ARMANDO: (Desde dentro.) Adiós. ANTONIO: ¡Armando! (Corriendo tras él.) ¡Armando! (Disposición del cuadro. Mientras Armando sale precipitadamente por el foro y Antonio tras él dando voces, María cae de rodillas implorando piedad del Cielo, y Sebastián de pie, ve partir, con júbilo satánico, a su hermano.) FIN DEL ACTO PRIMERO

ACTO SEGUNDO Salón de un castillo feudal. Intercolumnios al fondo y desde el rompimiento. A través de la puerta del foro debe distinguirse un pasillo a la derecha. Dos gabinetes a la derecha y dos a la izquierda. Panoplias al fondo derecha é izquierda. Escena 1ª. GODOFREDO, PASCUAL. Éste aparece sentado junto a la panoplia de la derecha, limpiando una de sus armas. Aquel sentado cerca del proscenio. GODOFREDO: Está la gente contenta y satisfechos nuestros compatriotas, ¿no es esto? PASCUAL: (Dejando un momento su ocupación.) Tan contentos, señor, de nuestro triunfo, que no es posible mayor felicidad. La gloriosa entrada del Gran Capitán en Nápoles hará época en los anales de nuestra historia patria. GODOFREDO: ¡También quedarán en ella estampadas con letras de fuego, la debilidad de los napolitanos y la impotencia de nuestra Nación! En esa maldita batalla de Ceriñola3 , en que la fortuna tanto protegió al ejército aliado, más que motivos de orgullo, tuvimos causa de deshonor. PASCUAL: Pues el triunfo fue completo. GODOFREDO: Extraordinario para Austria, y sobre todo para España y su Gran Capitán. Pero la gloria de ese caudillo, ¿no comprendes cuánto envilece a nuestro ejército? PASCUAL: Ahora que llamáis mi atención, paréceme que en vuestras razones encuentro mucho de verdad. Sin embargo, como vuestras palabras no se llevan bien con vuestras obras… Nota del Restaurador:28 de abril de 1503. El Gran Capitán vence al ejército francés del duque de Nemours en la aldea de Ceriñola. Los muertos franceses llegaron a 3,700, mientras las bajas españolas no llegaron al centenar. 3


12 GODOFREDO: (Acercándose a Pascual y hablándole confiadamente.) Sabes que hace mucho años que te quiero, que no tengo secretos para ti, y que tu lealtad me es conocida. PASCUAL: Nunca dudé de vuestra bondad. GODOFREDO: Entonces a qué hablar con rodeos. ¿Qué me quieres decir? PASCUAL: Que mal se avienen vuestro arrojo, vuestra intrepidez en aquella campaña, con las teorías que os escucho por primera vez. GODOFREDO: La nacionalidad de mi esposa y deberes de caballerosidad me obligaron a combatir. De otra manera… PASCUAL: ¿Recordáis como yo, el peligro inminente que corristeis en aquella tarde memorable? GODOFREDO: ¿Cómo poderlo olvidar? Cuando los escuadrones de Gonzalo de Córdoba cargaron contra los de los príncipes de Salerno y Melfi, recibí un lanzazo tan formidable que cayendo del corcel, privado de conocimiento, estuve a punto de morir. PASCUAL: Al denuedo del Capitán Armando debisteis vuestra salvación. GODOFREDO: Salvación que maldigo, que no le quisiera merecer. Ese joven, que desde algunos días después de su entrada en el castillo me tiene inquieto, desazonado y llena el alma de inmenso pesar, es un soldado temerario en cuya pasada vida algo debe existir de misterioso que él mismo oculta, y que yo averiguaré. PASCUAL: Eso no obstante, preciso es convenir en que Armando es un valiente que no retrocede jamás. A su intrepidez y a la fortaleza de su brazo debe solamente los honores que en el campo del combate le otorgara el Gran Gonzalo de Córdoba, quien como sabéis es justiciero y amigo de recompensar el valor. Es verdad que el capitán de que hablamos busca la muerte con insistencia, según dice, aunque nunca la ha podido encontrar. Pero de todos modos… GODOFREDO: A punto estuvo de perecer en Ceriñola a poco de salvarme. Los mandobles que le asestó el adversario le hicieron en el hombro

y en la mano izquierda, y si pronto no se hubiera defendido… PASCUAL: La daga que en el cinto llevaba le salvó. Con rabia sobrehumana levantóse del suelo en que yacía; blandió el mortal acero en el cual un momento reflejóse el sol, y un grito acompañado de un torrente de sangre salieron a la vez del cuerpo de su contendiente, que, como árbol desgajado, rodó por tierra sin vida y sin acción. GODOFREDO: Lo que prueba evidentemente que no tanto ambiciona morir. PASCUAL: Necedades de la juventud… Si tuviese mis sesenta y cuatro… GODOFREDO: (Acercándose más a Pascual.) Díme, Pascual, ¿eres mi amigo? PASCUAL: Leal. GODOFREDO: ¿Aprecias mi honor? PASCUAL: Más que a mi ser. GODOFREDO: La reserva es precisa. PASCUAL: Sabré callar. GODOFREDO: ¿No me engañarás? PASCUAL: Lo juro por mi fe. GODOFREDO: Pues entonces contesta sin dilación. ¿No te admiras, como yo, de que Armando sólo Armando se llame? PASCUAL: Mucho que sí. GODOFREDO: ¿Le juzgas capaz de una vileza? PASCUAL: No tengo por qué. GODOFREDO: ¿Dudas de la lealtad de Beatriz? PASCUAL: Antes de Dios. GODOFREDO: ¿Nada has visto ni oído en el castillo que atente contra mi honra? PASCUAL: Mi espada responda por mí. (Acariciando el fierro.) GODOFREDO: Pues entonces hablar es perecer. PASCUAL: (Viendo a Beatriz que aparece seguido término izquierda.) La Condesa. GODOFREDO: Te puedes retirar. PASCUAL: (Aparte.) ¿Qué habrá querido decir? (Sale por el fondo, haciendo antes un saludo.) ESCENA 2ª. BEATRIZ. GODOFREDO.


13 GODOFREDO: (Aparte.) Yo lo averiguaré. (A Beatriz.) ¿Me esperabais? BEATRIZ: No por cierto. Os creía muy ocupado en los asuntos de la guerra que muy pronto, según me habéis dicho, debe continuar, y suponía con fundamento, no volveros a ver hasta la caída de la tarde. GODOFREDO: Y nos os faltaba razón. Esta campaña que no lleva trazas de terminar, me va aburriendo, y no sería extraño que todo lo abandonase para ocuparme algo más de vos y de mi quebrantada salud. Gonzalo de Córdoba, envanecido con sus triunfos, piensa batir a los franceses hasta el Rosellón, y yo, que no envidio su renombre, tampoco quiero abandonar por más tiempo mi familia para contribuir con mi persona a su exagerado engrandecimiento. Además, cansadas ya las tropas y avanzando el invierno, continuar la campaña en estas condiciones es más que valor, temeridad, desconocimiento del arte de la guerra. BEATRIZ: No somos del mismo parecer. Gonzalo no desconoce que la prosperidad afloja a los combatientes, por cuya circunstancia las victorias suelen ser vísperas de espantosos desastres, y he ahí por qué juzgo muy plausible su resolución GODOFREDO: La fortuna es tornadiza y conviene no extremar sus favores. BEATRIZ: Mientras los hijos de mi patria tengan sangre y aliente el Gran Capitán, la fortuna será una esclava suya que al fustigarla obedecerá como manso lebrel. GODOFREDO: (Aparte.) ¿Esto más? Los celos y el despecho me harán perder la calma de que tanto necesito hoy. BEATRIZ: ¿Decíais, mi buen Godofredo? GODOFREDO: Nada; cavilaciones que me asaltan frecuentemente sin que mi voluntad las pueda evitar. BEATRIZ: Teméis al infortunio. GODOFREDO: ¡Qué sé yo! A veces la esperanza me alienta, pero no pocas me niega su favor. BEATRIZ: Hace días que la tristeza se revela en

vuestro semblante. ¿Qué tenéis? ¿Por qué me ocultáis vuestras penas? GODOFREDO: (Aparte.) Pretende justificarse ante mí: averiguaré a mi vez. (A Beatriz.) ¿Sabéis si Armando se encuentra dispuesto a partir? BEATRIZ: Fueron tan graves sus heridas, que su completo restablecimiento mucho se hace esperar. GODOFREDO: (Aparte.) Desea que su presencia se prolongue en el castillo. (A Beatriz.) No niego lo que decís, pero vuestra afirmación no responde a mi pregunta. BEATRIZ: Pues entonces os contestaré, que a juzgar por lo que presumo, está muy lejos de abandonar por ahora la ciudad. GODOFREDO: Muy fuerte sois en todo cuanto le interesa. BEATRIZ: ¿Por qué lo decís? GODOFREDO: (Aparte.) Se sobrecoge (A Beatriz.) Por nada. Caprichos, necedades mías, si queréis; pero es preciso que ese Capitán se aleje de esta casa cuanto antes, y mi mandato no admite dilación. BEATRIZ: Vuestros deseos son órdenes para mí, y a vuestra voluntad no me he de oponer. Mas declaro ingenuamente que no se me alcanza el motivo de vuestra inesperada determinación. GODOFREDO: Puede que le conozcáis más que yo. BEATRIZ: (Aparte.) ¿Qué querrá decir? GODOFREDO: Si la gratitud me obligó a traer a mi casa a ese joven por cuya vida tanto me interesé, razones que me reservo, me ordenan hoy alejarlo de esta casa. Responded, ¿está el Capitán en su gabinete? BEATRIZ: Ha salido hace un momento, más no tardará en llegar. ¿Queréis hablarle? GODOFREDO: Quizás. (Aparte.) Mis sospechas se acentúan cada vez más, y no he de cejar hasta que la verdad se esclarezca. BEATRIZ: Si gustáis le comunicaré en llegando vuestra determinación GODOFREDO: (Después de meditar un poco.) No, no os precipitéis. Lo he pensado mejor y me


14 decido por que se prolongue algún tiempo más su estancia en el castillo. ¿No os alegráis? BEATRIZ: Confieso con entera franqueza que con pena he de verle partir. Mi corazón sabe agradecer favores y yo estimo en lo que valen los que a Armando le debéis. GODOFREDO: (Aparte.) Con apariencias de gratitud trata de cubrir su liviandad. ¡Oh! Yo la espiaré todos los instantes y como me convenza de que mis temores son fundados… (A Beatriz.) He sido injusto, lo comprendo, y por lo mismo he variado de modo de pensar. (Aparte.) Encargándole a ella misma el sigilo, me juzgará desconocedor de sus descansos. (A Beatriz.) Os suplico que nada de cuanto hemos hablado le digáis. Es tan susceptible… BEATRIZ: (Aparte.) Qué extraña volubilidad. GODOFREDO: Voy, mi querida Beatriz, a ocuparme detenidamente de un plano cuyo estudio debo esta misma noche terminar, y tan luego lo haya concluido para entregarlo al Consejo, nos volvemos a ver. (Vase segundo término derecha.) BEATRIZ: Encuentro tal inconexión en las palabras de mi esposo, que no sé qué pensar de él. ¿Qué nueva desgracia se prepara contra mí? ESCENA 3ª BEATRIZ, ARMANDO ...por el foro con la mano izquierda vendada. BEATRIZ: Buenos días, señor Capitán, mucho habéis madrugado hoy a pesar de vuestra quebrantada salud, y por ello, permitidme esta franqueza; me tenéis algún tanto disgustada. Pero si me dais palabra de que en adelante os habéis de ocupar algo más de vuestra salud, cesará desde luego mi enojo para con vos. (Esta frase con dulzura.) ARMANDO: ¡Ah! Cuán buena sois, señora, y cuánto os agradezco vuestro maternal cariño. Pero ¿qué queréis? Cuando el cuerpo padece y

el alma no cesa de sufrir, ¿quién piensa en sustraerse al dolor? Es, señora, tan aciaga la vida para los que como yo, no conocen la felicidad, que más que ambicionarla, la aborrezco por tirana y cruel. BEATRIZ: (Aparte.) ¿Porqué me hace daño su desesperación? (A Armando.) Y siendo joven aún, sin haber tenido tiempo para apurar la copa del remordimiento, ¿os juzgáis desdichado? ARMANDO: Es que nunca he sido feliz por que la desgracia me acompaña desde mi nacimiento. BEATRIZ: (Aparte.) Mis incertidumbres aumentan de día en día y es forzoso que yo me convenza de la realidad. (A Armando.) La juventud exagera los pesares y, ya lo sabéis, a los veintisiete años no se piensa con madurez. ARMANDO: Cuando se vive en medio de la dicha, mas no cuando despierta la razón al llamamiento de los valores y de la orfandad. BEATRIZ: Vuestro semblante sin embargo, no revela la intensa amargura de que habláis. ARMANDO: Bajo la superficie de un mar tranquilo puede también rugir la tempestad. Ser feliz en apariencias no es ser vicioso, señora, es llevar el tormento en el alma sin que lo podamos evitar. BEATRIZ: Muy grandes deben ser vuestras desdichas cuando tanto las encarecéis. ARMANDO: ¡Grandes! tan inmensas que no parecen posibles en un humano corazón. BEATRIZ: (Aparte.) Si conociese las mías. (A Armando.) ¿Tenéis padres vivos? ARMANDO: Creo haberos hablado de mi orfandad. BEATRIZ: (Aparte.) ¡Virgen Santa, si este Armando fuera mi hijo! (A Armando.) ¿Habéis tenido hermanos? ARMANDO: (Aparte.) Debo ocultar la verdad. (A Beatriz.) Sí, señora, dos, que murieron al nacer y otro a quien debo mi educación. BEATRIZ: (Aparte.) ¡Gracias al Cielo que ya puedo estar tranquila! (A Armando.) Entonces habéis de convenir conmigo en que exageráis vuestras penas y acrecentáis vuestro dolor. ARMANDO: No es mi ánimo contrariaros. Pero si


15 he de ser ingenuo, os aseguro que estáis muy distante de la realidad. En el mundo, señora, como antes he dicho, las apariencias suelen ser engañosas, y he aquí por qué no dais crédito a lo que afirmo sin vacilación. Que se ocultan tantas cosas que se debieron saber y se publican otras tantas que se debieron callar, que si alguien asegurara que el contrasentido y la mentira son dos grandes vicios que a la sociedad degradan, no estaría muy lejos de que yo le diese la razón. BEATRIZ: ¿Qué me queréis decir? ARMANDO: Si me otorgáis permiso, quizás me comprendierais mejor. Se trata de una historia que hace algunos años me refirieron y que demuestra evidentemente hasta donde las apariencias suelen engañar. BEATRIZ: Ya escucho. ARMANDO: Pues figuraos una dama que a consecuencia de bastardos amoríos, tiene un hijo que separa de su lado al nacer por aparentar un honor que perdió. BEATRIZ: ¡Ah! (Cubriéndose la cara con las manos; después mira a todos lados.) ARMANDO: ¿Os encontráis indispuesta? (Aparte.) ¡Qué desasosiego! BEATRIZ: No, no, podéis continuar. Es que vuestro relato es tan triste… tan… ARMANDO: No me sorprende vuestra angustia, no me admira vuestra inquietud. Las que son buenas madres como vos, ¿cómo no han de sobrecogerse ante tamaña maldad? BEATRIZ: (Aparte.) ¿Habrá martirio más cruel? ARMANDO: Pues decía que os imaginaseis… BEATRIZ: Sí, sí… lo comprendo perfectamente. (Aparte.) ¡Oh! Este hombre conoce mi historia y quiere hacer público mi deshonor. ARMANDO: Que supusiereis, repito, que era madre sin alma para sentir y sin corazón para amar, no sólo abandone a su hijo sino que jamás se acuerde de él. BEATRIZ: (Aparte.) ¿Hasta cuándo me atormentará? ARMANDO: Admitido todo esto, si esa señora la encontrareis alguna vez en vuestras mismas re-

uniones y gozando de la pública estimación, ¿qué diríais? BEATRIZ: Diría… (Aparte.) ¡Dios mío, qué va a ser de mí! (A Armando.) Diría lo que vos decís, lo que… (En este momento se presenta Leonor a la puerta de su gabinete, primer término izquierda. Al verla Beatriz, y como si en ella viese su salvación, corre hacia ella llena de espanto y la abraza.) ¡Leonor! (Pausa.) ESCENA 4ª LEONOR. ARMANDO. Beatriz como aterrada se aleja, acompañándola Leonor hasta la puerta del gabinete, segundo término izquierda. ARMANDO: (Pensativo.) ¡Extraño temor! ¿Si habré lastimado con mis imprudentes palabras la susceptibilidad de la Condesa, antes afectuosa conmigo y siempre interesada por mi bienestar? (Vuelve a quedar pensativo.) LEONOR: (Viniendo del gabinete a cuya puerta dejó a Beatriz.) Buen modo de recibir a la que sólo piensa en ti. ARMANDO: (Saliendo de su estupor.) ¡Ah! Eres tú, mi queridísima Leonor? LEONOR: ¿Tanto he variado desde ayer que te cuesta trabajo reconocerme hoy? ARMANDO: Cuando me sorprenden mis amargos recuerdos, perdóname, encanto de mi alma, paréceme que el vértigo me arrastra al precipicio, que las sombras de la noche me envuelven en su oscuridad. LEONOR: Desde que llegaste herido a este castillo donde mi madre y yo cuidamos incesantemente de tu salud, lo sabes mejor que yo, nunca me has tratado con tanto desvío. ARMANDO: ¿Porqué me martirizas así? LEONOR: Porque tu conducta me destroza el alma y me sumerge en un abismo de pesar. Si has olvidado las promesas que me hiciste, si mi cariño no llena las aspiraciones de tu corazón, ¿por qué, Armando querido, me oculta tus de-


16 signios? ¿Por qué no me hablas con ingenuidad? Sé tú feliz si mi amor no te satisface, aunque mis ojos no cesen de llorar. ARMANDO: (Cogiéndole una mano.) Si el alma que aquí siento no fuera toda tuya, si ingrata a tus cuidados se olvidara un momento de ti, por perjura la expulsaría de mi pecho y por desagradecida la arrancara de mi corazón. LEONOR: Gracias al cielo que te vuelvo a conocer. ARMANDO: Más fácil sería que la aurora apareciere por el ocaso y que el sol dejara de alumbrar, que yo olvidarme del ídolo que venero, de la esperanza de mi salvación. LEONOR: Tus dulces palabras me llenan de felicidad. ARMANDO: Si tú me amares como yo te adoro, si no fuese mentira que la vida es bello paraíso para dos almas que se quieren bien, a los ángeles no envidiaría su celeste ventura, porque la mía fuera mayor. LEONOR: Entonces, regocíjate, Armando querido, porque en adorarte cifro toda mi felicidad. El que como tú, salvó a mi padre de segura muerte y me ama con tanto frenesí, bien merece que le consagre mi vida, que una mi destino al suyo, que le idolatre eternamente. ARMANDO: ¡Oh! ¡Cuán dichoso soy! LEONOR: Pero es necesario que mi padre no ignore por más tiempo nuestros amores, para que no sepa por extraño conducto lo que tú mismo le debes participar. Conviértanse en halagüeñas realidades las gratas ilusiones de vuestros puros afectos y habite para siempre la calma en vuestro amante corazón. ARMANDO: ¿Tienes el convencimiento de que complacerá al Conde la noticia de nuestro enlace? LEONOR: Quien sabe estimar beneficios como mi padre y nada tiene que rechazar de ti, ha de sentirse orgulloso de llamarte su hijo, de otorgarnos su bendición. ARMANDO: (Aparte.) ¡Que nada puede rechazar de mí! (A Leonor.) Mucho temo, sin embargo, su negativa. La desgracia me persigue desde mi

nacimiento y esta vez como siempre la fortuna me negará su favor. LEONOR: El desesperar de la suerte cuando no se tienen motivos justificados de su contrariedad, vale tanto como tocar a las puertas de la desgracia. Si cuentas con un nombre ilustre que tanto como la cuna enaltecieron tu valor y tu noble proceder, ¿qué más tienes que pedir a la prosperidad? ARMANDO: Y si mi nombre perdido entre las sombras del misterio me diferenciase tanto de ti, ¿corresponderás a mi amor? LEONOR: La nobleza de la sangre se presiente, se hace notar por sus hechos; y los tuyos, Armando querido, son tu mejor ejecutoria. Tu suposición es, pues, inadmisible y acerca de ella no podemos discutir. ARMANDO: ¿De modo que si así no fuese? LEONOR: Si apellido no tuvieras, si me asegurases que la deshonra con su impúdica mano había hecho jirones los pañales en que te envolvieron al nacer, tu desgracia me alentaría, tu soledad despertara la conmiseración en mi pecho, y mi vida la vendiera a precio de tu amor. ARMANDO: (Aparte.) ¡Oh! ¿Por qué me hace daño tanta felicidad? LEONOR: Y pretendías, ingrato, presentarte a mis ojos como un villano, cuando la nobleza brilla en tus palabras y en tu recto proceder. Has querido, tratándote sin compasión, convencerte de la seguridad de mi cariño, y ya ves, he resistido a la prueba. ¿Dudarás en adelante de mí? ARMANDO: (Tomándole las manos.) Oh, virgen de mis ensueños, deja que de rodillas (Cayendo a sus pies.) contemple tu hermosura, que adore tu celestial bondad. ESCENA 5ª DICHOS. BEATRIZ, segundo término izquierda. ARMANDO: La Condesa. (Poniéndose de pie con cierto temor.)


17 LEONOR: ¡Mi madre! (Va hacia ella.) ¡Madre de mi alma! (Esta la rechaza dulcemente.) HAY PALABRAS MUY PEQUEÑAS BEATRIZ: Señor Armando, entiendo que las leyes del honor y de la hospitalidad no deben ser nunca olvidadas por un caballero, y vos habéis dado prueba de que poco, en muy poco las estimáis. ARMANDO: (Bajando la cabeza.) ¡Señora! LEONOR: ¡Madre mía! BEATRIZ: (A Armando.) En tanto comunico a mi esposo lo que acabo de presenciar, podéis retiraros. ARMANDO: Si porque adoro a vuestra hija con toda la efusión de mi alma, he merecido vuestra reprobación, lo sentiré, señora, vivamente, pero no desistiré. El amor que a Leonor profeso es puro como el cariño de una buena madre, y este sentimiento que aquí crece, (Llevándose la mano al pecho.) no lo puedo dominar. LEONOR: Yo os prometo que nada ocultaré. BEATRIZ: (Hace una señal a Armando para que se retire, este lo hace primer término derecha.) ESCENA 6ª

vuestro enojo merece compasión. BEATRIZ: Pronto saldrá tu padre de su gabinete y entonces cumplirá su deber. LEONOR: Por la virgen del Cielo, madre mía, os suplico que nada le digáis. Si comprendierais mi sufrimiento, si no hubieseis olvidado como se quiere al hombre de quien esperamos la felicidad, ¡Ah! madre querida, accederías gustosa a mi petición. ¿No es cierto, madre, que nada le diréis? BEATRIZ: (Aparte.) ¡Pobre hija mía! LEONOR: Yo os prometo que Armando dejará mañana mismo este castillo; yo os juro que satisfará mis deseos, que pronto, muy pronto, aunque llore eternamente mi sacrificio, nos separaremos los dos. BEATRIZ: ¿Si el Capitán cumpliese lo que acabas de augurar?… LEONOR: ¡Oh! No lo dudéis. Ahora mismo voy a escribirle una carta que haré llegar a sus manos inmediatamente, y mañana… BEATRIZ: ¿El plazo no se puede prolongar? LEONOR: Permitid que os estreche contra mi corazón. (Se abrazan. Vase Leonor primer término izquierda. Los criados traen luces.)

BEATRIZ. LEONOR.

ESCENA 7ª

LEONOR: ¡Madre! (Se arroja llorando en brazos de Beatriz.) BEATRIZ: Lágrimas tardías, lágrimas que revelan el conocimiento de tu falta y lo censurable de tu proceder. LEONOR: Si no hubiese temido vuestros enojos, nunca os hubiera ocultado la verdad. Pero ya que todo lo sabéis os juro por el cariño que os profeso, que de nada me debo sonrojar. BEATRIZ: Si tal no creyere, ¿estarías en mis brazos? LEONOR: ¡Ah! Madre de mi alma, ¡cuán bondadosa sois! BEATRIZ: Si tus pocos años aminoran tu ligereza, aumentan de Armando el atrevimiento, que no estoy dispuesta a perdonar. LEONOR: Su amor es tan intenso, que más que

BEATRIZ. ¡Cuántas lágrimas han brotado en un sólo día de mis ojos! ¡Cuántas inquietudes me han sobrecogido! ¡Cuántas angustias me torturan sin cesar! El nombre de ese valiente soldado, su juventud y la historia que me refirió, todo sí, todo me recuerda al infortunado hijo de mi vida a quien tanto más adoro cuanto más me infunde temor. Pero no, ese Capitán a quien cuidé con maternal solicitud y por cuyas desgracias sufro sin poderme la causa explicar, no es, no puede ser mí Armando, el hijo de mi corazón. (Pausa.) Mi conciencia, mi negra conciencia que no duerme, que despiadada me martiriza sin darle punto de reposo, ella, ella es quien me tortura con esos horribles fantasmas,


18 que en mi cerebro nacen, crecen, se multiplican, me rodean, me amenazan, me aturden con sus gritos de infame delación. ¡Ah, si fuesen verdad mis presentimientos, si esa inexplicable angustia que me devora no fuese hija de mi crimen que se empeña; cruel, en aumentar mi dolor, a la desnuda realidad prefería la muerte; a mi pública deshonra, la perpetua noche del remordimiento con su infinito padecer! Pero esto es un absurdo, los muertos no resucitan; el espíritu que alienta al miserable cuerpo, se esclaviza tras el misterio de la tumba; el imposible no cabe ni en la mente de Dios. Y que Armando ha muerto no lo puedo dudar: de otra manera, ¿cómo aquellos honrados campesinos, a pesar de mis advertencias y súplicas, no hubieran practicado diligencias para reconocerme o hacer llegar a mi lado al pobre hijo que abandoné? (Meditando.) Pero, ¿y la historia que ese joven me ha narrado? Historia que no sé cómo apreciar. ¡Oh! Yo me voy a volver loca si no tomo pronto una resolución. Sí; es fuerza que salve a mi hija al mismo tiempo que me salve yo. Mañana a las primeras horas debe Armando partir accediendo a mí exigencia y a las súplicas de Leonor, y mi determinación no se puede prorrogar. Le escribiré ahora mismo dándole una cita, le contaré mi desgracia, rogándole que me declare la verdad, y que el Cielo decida después. (Se sienta a escribir. Godofredo sale de su gabinete, Segundo término derecha y al verla se detiene.) ESCENA 8ª BEATRIZ, GODOFREDO GODOFREDO: ¡Sola! Siempre meditabunda, gozándose tal vez en mi deshonor. Los celos me asesinan y la sangre me quiere sofocar. Si ese miserable a quien aborrezco, amare, como presumo, a Beatriz el corazón le atravesara mil veces con este acero...(Acariciando el pomo de la espada.) hasta los brazos de su cruz. (Durante el parlamento aparte ha venido acercándose a Beatriz, que continúa escribiendo.) ¡Cielos! ¡Una

carta! (Mira por sobre el hombro de Beatriz lo que esta escribe.) ¡Una carta! ¡Oh! (Lleva la mano a la daga que tiene al cinto con intención de matar a Beatriz. Un momento de reflexión.) ¡Qué iba yo a hacer! Matarla a ella sola… no: necesito arrancaros la vida a entrambos juntos; pero lenta, muy lentamente. ¡Quiero antes presenciar vuestras caricias, escuchar vuestros suspiros, estremecerme con el silbar de vuestros besos, veros confundidos en un solo abrazo y después… después apagar la luz de esos infames ojos, que complacientes se miraron, mutilar vuestros miembros, reírme de vuestros ayes y gozarme en tanto con placer de hiena en vuestra gratísima desesperación! A media noche nos veremos, a esa media noche que tanto tarda en llegar. (Medio mutis.) BEATRIZ: (Estrujando la carta.) No puede ser; invitarle a una cita por medio de esta carta fuera una gran imprudencia; sería hacer público mi deshonor. No puede ser, primero la muerte. (Godofredo sigue hacia el foro. Al sentir sus pasos se sorprende Beatriz y guarda la carta.) ¿Quién va? (Al ver a Godofredo que se detiene un momento para volver al primer término.) ¡Ah, sois vos? GODOFREDO: (Con mal contenido disimulo.) Mucho os habéis sorprendido y por cierto que no me lo alcanzo a explicar. BEATRIZ: (Haciendo esfuerzos por aparentar tranquilidad.) Pues… no tengo motivos… para… GODOFREDO: Concluir. BEATRIZ: (Aparte.) ¿Habrá sospechado? (A Godofredo.) Decía que la causa de mi zozobra fue solamente hija de la pena que me causa vuestra separación. GODOFREDO: Mala memoria tenéis según presumo, pues si mal no recuerdo, esta mañana os dije que a la guerra no partiría, porque ya me iban cansando las glorias del Gran Capitán. Recorred pues el archivo de vuestros pensamientos y buscad en él otra causa, que seguramente la encontraréis. BEATRIZ: (Aparte.) ¡Dios mío! (A Godofredo con dignidad.) ¿Desde cuándo los caballeros du-


19 dan de las palabras de las damas? no en mi memoria. A poco después de mi perGODOFREDO: (Aparte.) No demos lugar a sosmanencia en esta ciudad estuve a punto de pepechas. (A Beatriz.) Disimulad, señora, si inadrecer. vertidamente os mortifiqué, porque de ello no PASCUAL: Como que llegasteis muy enferma y tuve intención. Os dejo hasta el nuevo día; los médicos os pronosticaron un fin fatal. asuntos importantes que se relacionan con la BEATRIZ: Pero tan grave fue su error, que a los guerra me obligan a partir por esta noche, y tres años de residir en este país, el Conde fue sólo os suplico que a mi regreso se haya calmami esposo y mi hija Leonor vino a hacerme do completamente vuestra ansiedad. más llevadera la inmensa desgracia que tuve de BEATRIZ: (Sentándose.) ¡Que el Cielo os proteja! perder a mis queridos padres. Desde su muerte GODOFREDO: (Aparte.) La noche ha cerrado ya mi corazón no ha vuelto a ser dichoso. (Se eny la hora de la justicia se acerca. (A Beatriz.) juga las lágrimas.) ¡Guárdeos Dios! (Vase por el foro: oscurece. Al PASCUAL: En mal hora llegué hasta este lugar y irse Godofredo, aparece Pascual en el fondo. en peor todavía cometí la torpeza de evocar Aquel habla con éste confidencialmente.) los recuerdos que causan vuestra aflicción. Perdonadme, señora, por esta vez, que en lo Escena 9ª sucesivo prometo no despegar estos labios, que por imprudentes son dignos de ejemplar BEATRIZ. PASCUAL. castigo. (Aparte.) Y dice el señor Conde… ¡Vaya! que no lo puedo creer. PASCUAL: (Desde el fondo aparte) Todo esto me BEATRIZ: De nada debes arrepentirte. Tengo tan parece mentira, ficciones infundadas que nunpresente mi infortunio que no necesito del reca se realizarán. En 27 años que soy escudero cuerdo para que me martirice sin cesar. (Dan del Conde, y que veo a la Condesa diariamenlas doce.) te, ni una palabra, ni un hecho, nada he oído ni PASCUAL: Las doce. visto que abone la opinión de mi señor. Pero se BEATRIZ: El sueño cierra mis párpados con imme ha ordenado que vigile y vigilaré. (Por pertinente obstinación. Adiós, mi buen PasBeatriz.) Me ha visto. Procuremos justificar mi cual, que no te apesadumbren mis lágrimas, y presencia en este sitio. (Acercándose respetuoso que feliz contemples el nuevo día. (Vase por el a la Condesa.) Señora… segundo término a la izquierda.) BEATRIZ: ¿A qué debo tu inesperada visita? PASCUAL: Me despide: ¿si será verdad? Saldré un PASCUAL: Al salir el Conde me manifestó que se momento para que la servidumbre no se aperalejaba del Castillo por esta noche, y he venido ciba de mi permanencia en este salón, y entraré a ponerme a vuestras órdenes. Ya sabéis que mi después sigilosamente. (Vase por el fondo. Los mayor gloria es serviros. criados apagan las luces.) BEATRIZ: Tu lealtad me es conocida y no ignoras que sé agradecer. Por mí entraste al servicio Escena 10ª del Conde hace ya algunos años, y por cierto que nunca me he arrepentido de hablar en tu ARMANDO. favor. PASCUAL: Ni yo de bendeciros como a mi Provi(Desde la puerta de un gabinete levanta sigilosadencia. Desde el memorable día que llegasteis mente la cortina.) Las doce han dado hace poco, a Nápoles con vuestros padres, empezó mi gratodos duermen tranquilamente. Y sin embargo titud. no aparece Leonor. Si faltara a su promesa. Si BEATRIZ: El recuerdo de aquella fecha será eterel nuevo día me sorprendiese sin despedirme


20 de ella, sin decirle nuevamente que la adoro; anda por ahí. (Restregándose los ojos.) sin declararle mi origen encerrado todo en este LEONOR: Quien teme ser descubierto no es duepapel. (Se refiere a la carta que lleva en el pecho.) ño de su deseo. ¡Ah! suerte impía, ¿hasta cuando me persegui- PASCUAL: (Aparte.) Que es mujer la que habla no rás? Esperemos algunos instantes. cabe dudarlo. Yo lo averiguaré. (Adelanta un paso más.) ESCENA 11ª ARMANDO: No hay por qué temer. Acércate, acércate más. En el castillo todos duermen. DICHOS. PASCUAL. LEONOR: Pero la conciencia vela y se resiste al sueño la fatalidad. ¡Si fuésemos descubierPASCUAL: (Desde el foro.) “Como llegues algún tos!… día a revelar mi manifestación”, me dijo el PASCUAL: (Aparte.) ¡Son tan densas las tinieblas Conde con adusto ceño, cuenta con que hay mis sentidos tan torpes!… ¡Reniego de mi brás de callar eternamente. Observa, y que vejez! (Se aproxima algo más.) sepa yo en seguida lo que anhelo conocer. Es- ARMANDO: ¡Oh, esperanza de mi vida! La dicha peraré en el torreón toda la noche, si fuese preque disfruto en esta noche, tal vez postrera de ciso, pero salga yo cuanto antes de mi mortal mi felicidad, es tan inmensa como horrible ansiedad. Si no vigilo yo mismo, no te extrañe, nuestra separación. Si accedo a lo que en tu mi impaciencia todo lo echaría a perder. Puescarta me exiges, es por evitarte lágrimas y no to que él lo ha ordenado, fuerza es respetar su contrariar la voluntad de tu madre a quien decisión. (Pensativo.) Sin embargo, si de la amo como a mi madre infeliz. honra de mi dueño no se tratara, por Belcebú LEONOR: Mi perdurable amor recompensará tu que no me había de prestar a oficio tan ruin. sacrificio. (Pausa.) ¡Bah! basta de reflexiones, manos a la ARMANDO: ¿Y si la muerte nos separa para siemobra y a velar. Procuraré ocultarme, aunque pre? bien pudiera permanecer aquí hasta la consu- LEONOR: Eso es imposible, Armando del alma. mación de los siglos. Al fin y al cabo nadie apa- ARMANDO: Si tu amor es infinito como el mío, recerá. (Se esconde.) ven, estréchate en mis brazos. LEONOR: Mi honor me lo prohibe y te exijo que ESCENA 12ª. respetes mi honor. PASCUAL: (Aparte.) Y habla de honra la villana, DICHOS. LEONOR, ¡quién me lo había de decir! que sale sigilosamente de su gabinete primer término ARMANDO: No he olvidado mis deberes ni tengo izquierda. un ruin corazón. LEONOR: Por caballero te tengo. LEONOR: (A media voz.) ¡Armando! ¡Armando! ARMANDO: Entonces, ¿por qué te alejas de mí? ARMANDO: (Saliendo del gabinete.) ¡Adelante, Ven, encanto de mi vida, que nuestros corazobien mío, nada temas, la oscuridad nos protege nes se sientan mutuamente, aunque después y la soledad vive aquí! me mate el dolor. (La estrecha contra su seno.) PASCUAL: (Atisbando.) Principio mi misión. PASCUAL: En sus brazos, ¡oh, miserable! LlevanLEONOR: (Acercándose y andando a tientas.) ¿Has do la mano a la espada. Habéis manchado la esperado mucho, Armando mío? honra inmaculada del Conde, y con vuestra ARMANDO: Siglos fueron los momentos que sangre la habéis de lavar. (Dando voces y salienhube de aguardar. do precipitadamente por el fondo derecha.) PASCUAL: (Aparte.) O soy muy torpe, o alguien ¡Señor Conde! ¡Señor Conde! ¡Señor Conde!


21 (Esta última voz ya muy lejos.) ESCENA 13ª. DICHOS menos PASCUAL. LEONOR: (Tratando de desprenderse de los brazos de Armando.) ¿No has oído que llaman a mi padre? Huye, déjame partir. ARMANDO: Aberración de tus sentidos. ¿Quién ha de dar voces a estas horas? LEONOR: Déjame, Armando del alma, no me detengas más. ARMANDO: Antes he de revelarte un secreto que debes conocer. LEONOR: Mañana… otro día… ¡Ah, qué tenacidad! ARMANDO: Júrame que siempre serás mía. LEONOR: Sí, lo juro, lo juro. (Se separa de Armando.) ¡Adiós! (Va a correr a su gabinete pero en este momento se presenta Godofredo espada en mano en el fondo adelantando precipitadamente. A poco Pascual también con la espada desnuda y el puñal al cinto: este debe traer una antorcha que levanta para iluminar la estancia, clavándola después en el suelo.) ESCENA 14ª. DICHOS. GODOFREDO. PASCUAL

tú, hija sin entrañas, ¿así recompensas el amor de tus padres, así sonrojas mi vejez? LEONOR: Perdón, padre mío, perdón para los dos. (Cae de rodillas.) GODOFREDO: ¡Para los dos! Si las furias del Averno se opusiesen a mi justa venganza, las furias del Averno fueran poco para dominar mi voluntad. ARMANDO: Amo a Leonor con toda mi alma, y por esposa la pediré. GODOFREDO: ¿Y quién es el infame que a tanto se atreve? ARMANDO: Reparad, Conde, que soy caballero, que si he tolerado hasta el presente vuestra provocación, la paciencia se agota y el sufrimiento se multiplica. Vuestra hija es pura como un ángel y de nada me podéis acusar. LEONOR: ¡Lo juro por el nombre de mi madre! (Godofredo la mira con enojo.) PASCUAL: (Aparte.) Niña infeliz! GODOFREDO: Si tuviera el convencimiento de vuestra hidalguía, a vuestra proposición hubiese contestado con mi acero; pero sois Armando solamente, un miserable que oculta su apellido tal vez por vergüenza, y vais a morir a manos del verdugo. ARMANDO: (Con frase entrecortada por la rabia.) Pensad mucho lo que decís, que la afrenta pide sangre y mi espada no se puede ya contener. Soy tan noble como vos, de corazón más noble que vos, y tened la lengua, Conde, que en adelante nada respetaré. LEONOR: ¡Armando!

GODOFREDO: ¡Deteneos, ladrones de mi honra, y temblad! (Leonor se detiene aterrada.) ARMANDO: (Sacando la espada.) Atrás el imprudente ó mi acero le hará retroceder. (En este ESCENA 15ª. momento se presenta Pascual.) GODOFREDO: (Después de reconocer a su hija y a DICHOS. BEATRIZ, Armando a la luz de la antorcha.) ¡Ah! ¿Con que quien se presenta aterrada en la puerta erais vos la osada que mancillaba mi honor? de un gabinete del segundo LEONOR: ¡Padre mío! término izquierda. GODOFREDO: (A Armando.) Y vos el infame que atropellando las leyes de la hospitalidad y de la LEONOR: (Al ver a Beatriz, abrazándola.) Salvadgratitud arrastráis mi nombre por el lodo? le. (Armando que ha tenido la espada en actitud de GODOFREDO: (A Armando.) Si vuestra cobardía herir, inclina la punta al suelo y baja la cabeza.) Y no miente, probad lo que decís.


22 ARMANDO: ¡Yo cobarde! Sólo vos me lo diríais, Conde, y os repito que moderéis ese lenguaje procaz. GODOFREDO: Las pruebas de vuestra nobleza, pronto, ó ¡ay de vos! ARMANDO: (Saca una carta que entrega a Beatriz diciéndola:) Leed. BEATRIZ: (Reconociendo la carta.) ¡Ah! GODOFREDO: Dadme ese papel. (Se acerca a la antorcha para leer.) ¿Y has dicho, miserable, que eras noble, cuando eres hijo de vergonzante ramera? ¿De una mujer sin pudor? BEATRIZ: (Aparte.) ¡Yo infame ramera! yo… ¡Oh, qué espantosa expiación! ARMANDO: (Fuera de sí arrebatándole el papel.) ¡Dios mío! ¡Dios mío! Mi madre ramera. ¡Oh! ¿Qué habéis dicho, hombre sin alma, ¡espíritu de Satanás! Habéis ultrajado a mi madre, habéis profanado su sagrado nombre, y os defendéis ¡por el infierno ó he de partiros el corazón! GODOFREDO: Batirme yo con un bastardo… ¡ja! ¡ja! ¡ja! BEATRIZ: A costa de mi sangre lo impediré. LEONOR: (A Armando.) Recordad que es mi padre. ARMANDO: Defendeos, Conde, defendeos sin dilación. (Este se cruza de brazos.) Puesto que no queréis, tomad. (Le azota el rostro con la espada.) BEATRIZ: ¡Ah! (Corre a interponerse entre los dos.) LEONOR: ¡Padre! PASCUAL: (Aparte a Godofredo.) Las injurias son insoportables, y si me permitís… GODOFREDO: Has herido a la leona y en sus garras perecerás. (Cruzan los aceros.) ARMANDO: Habéis insultado a mi madre y con la vida me satisfaréis. BEATRIZ: Matadme antes a mí. (Esta por un lado y Leonor por otro quieren evitar la lucha; ambos contendientes las separan.) GODOFREDO: ¡Maldigo la madre que te tuvo en su seno y del padre que te engendró! BEATRIZ: (Queriendo contener a su hijo.) ¡Deteneos, deteneos, caridad!

ARMANDO: (Rechazándola.) ¡No lo habéis de repetir, ira de Dios! GODOFREDO: ¡Mi brazo flaquea! ¡Pascual! (Llamándole. Pascual va sobre Armando con el puñal.) BEATRIZ: (Arrebatando a Pascual el puñal.) ¡Asesino! ARMANDO: ¡Defendeos, miserable! GODOFREDO: ¡Acabemos de una vez! ARMANDO: Habéis maldecido a mi madre, y al que a una madre maldice lo castiga el Cielo así. (Lo hiere.) GODOFREDO: ¡Me han muerto! BEATRIZ: ¡Ah! (Soltando el puñal.) LEONOR: (A Armando.) ¡Maldito seáis (Cayendo de rodillas como su madre junto al cuerpo del Conde.) ¡Padre mío! (Armando quiere ganar la puerta, Pascual trata de cerrarle el paso.) PASCUAL: ¡Atrás! ARMANDO: Paso! PASCUAL: ¡No ha de ser! ARMANDO: ¡Pues morid! (Se baten: madre é hija continúan de rodillas.) FIN DEL ACTO SEGUNDO


23 ACTO TERCERO Monasterio del siglo XV. Toda la mitad derecha hasta el fondo, figuran un claustro que se comunica a la vez con otro colocado detrás. En segundo término y a la derecha también, una escalera ancha que simula una subida a otro claustro alto que no debe aparecer. Al la izquierda y colocado diagonalmente en tercer término, el Pontificio de una Capilla con una pequeña gradería. Al fondo derecha é izquierda, dos balcones que dan a un torrente. Detrás de estos balcones debe distinguirse un arbolado, ó mejor aún, un salto de agua. Al levantarse el telón aparecen doce o catorce frailes franciscanos colocados dos a dos en el claustro bajo, adelantando hasta cruzar el foro y penetrar en la Capilla. A poco de estar en ésta, se oyen sus voces acompañadas del órgano entonando el siguiente versículo “Miserere mei Deus, secumdum magnam misericordiam tuam”. Empezado el canto, descienden por la escalera derecha Fray Jacobo y Armando hasta primer término. ESCENA 1ª. ARMANDO, FRAY JACOBO. FRAY JACOBO: Vuelvan esos armónicos acentos la paz al alma dolorida y conviertan esas preces de misericordia vuestras pasadas amarguras, nuestros humanos desaciertos, en medios de penitencia y salvación. ARMANDO: En la clausura busco, hace siete años, fortaleza para mi espíritu y en vuestros santos consejos fuego religioso a mi perdida fe. Pero la herida fue tan profunda padre mío, que ni la soledad del monasterio, ni las sagradas órdenes que recibí, la han podido cicatrizar. FRAY JACOBO: Tentaciones de Lusbel. Vuestra sabiduría y virtud, orgullo de la comunidad, demuestran claramente que el espíritu de Dios impera en los actos de nuestra vida y en vuestra conciencia sacerdotal.

ARMANDO: Él, que al rayo ilumina y tachonó el cielo de estrellas, sabe si mi arrepentimiento es sincero, si busco con fe ardiente los medios de salvación. Pero Él... (Señalando al Cielo.) como vos, a quien he confesado mis culpas, conoce también que mis tormentos son inexplicables, que es extraordinaria mi desgracia y profundo mi pesar. Mientras el consuelo de recoger el último suspiro de los generosos ancianos que protegieron mi desvalida infancia, me alertó; mientras juzgué posible la rehabilitación de Sebastián, todavía mi martirio era soportable, la esperanza me daba fuerzas para resistir. Pero aquellos muertos, y sumido mi hermano en el lodazal de sus arraigados vicios, ¿qué me resta ya en el mundo, que falta a mi tenebroso aislamiento? FRAY JACOBO: El que protegió vuestra infancia y os libró de la muerte en las batallas, os volverá el reposo, os dará el consuelo que necesitamos. ARMANDO: Privé de la vida a un hombre y el homicidio, padre, es un crimen atroz. FRAY JACOBO: También el que mancha con imprudente frase el santo nombre de nuestra madre, nos enloquece; él que nos insulta sin miramientos cuando no le quisimos ofender, incita el amor propio herido a la venganza, alienta en el pecho más indiferente la rabia y el furor. Y aunque la ira es por el Cielo maldita y el odio pecado mortal, los sentimientos extraviados del hombre son corrientes impetuosas que no siempre se pueden contener. ARMANDO: ¿Y Leonor? FRAY JACOBO: El silicio castigue su memoria. ARMANDO: Imposible, padre mío, imposible lo que me aconsejáis. ¿Cómo hundir en el olvido su recuerdo, cómo desvanecer su visión? FRAY JACOBO: El Pan eucarístico que consagráis diariamente y que redime los pecados de los hombres os preste fortaleza contra vuestra debilidad. (Se vuelve a oír a los frailes que entonan el salmo siguiente: “Fibi soli pecari et malum coram te feci et justificeris in sermoribus tuis et vincat cum judicaris”.) ARMANDO: (De rodillas al escuchar el salmo.) Pa-


24 dre del Cielo a quien tanto con mis locuras ra! ¡Lo que espanta y entristece de mano con ofendí, tiéndeme la mano misericordiosa, conla felicidad! (Refiriéndose a entrambos.) Así son cédeme tu perdon. (Queda de rodillas un los eternos contrastes de la naturaleza; así somomento mientras Fray Jacobo eleva las manos al mos hija del alma, las dos. Tú la floresta perfuCielo implorando perdón para aquel.) mada, la mansa corriente que ofrece encantos FRAY JACOBO: Él ilumine vuestro entendimieny amor; yo la tormenta que destruye, que lleva to y calme vuestro angustioso pesar. (Señala a la muerte en su seno, el exterminio, el luto y la Armando la puerta de la Capilla en la que penetra desolación. ¡Ah! ¡Sí; hermoso cuadro para seguido del Prior. Al empezar Armando la plegacontemplarlo entrambas eternamente; tú feliz ria entran por el fondo derecha Leonor y Beatriz con sus bellezas, yo medrosa apurando mi peen traje de luto. Ésta contempla el torrente por el sar! balcón de la derecha y aquella por la izquierda. El LEONOR: Como se conoce, madre mía, que no torrente debe mugir durante los principios de esta taladran vuestro pecho más que los propios escena.) sinsabores, y que os son indiferentes los de los demás. Si perdisteis al esposo adorado ¿no perESCENA 2ª. dí a mi padre también? Nuestras penas son iguales y sin embargo, cuán poco os apiadáis de BEATRIZ y LEONOR. mi! Esta se separa algo del balcón al empezar su frase, BEATRIZ: (Aparte.) ¡Si conociese mis crímenes! pero sin alejarse mucho del fondo. LEONOR: Además, ¿Cómo me recordáis que idolatro contra mi propio deseo a un hombre, y BEATRIZ: ¡Ese precipicio, el bramido del torrente que ese hombre manchó de sangre nuestro hoque oculta impetuoso, arrastrando cuanto a su gar? ¿Cómo habéis olvidado que quiero todapaso encuentra; el temor y la muerte que parevía al asesino de mi padre, a quien si mucho cen habitar estos contornos, no me infunden adoro, también le aborrezco con todo mi coratanto miedo como el grito de esta conciencia, zón? (Llevándose las manos al pecho.) más negra que BEATRIZ: (Cogiéndole las manos.) Hija del alma, el antro de una salvaje fiera; más terrible que el apiádate de tu madre infeliz! ¡Ah! Ya sé yo que recuerdo de un ajusticiado, más cobarde que las lágrimas han abrazado mis mejillas; bien un asesino venal! ¡Ah! ¿Por qué sacrifiqué a un conozco cuán intenso es tu padecer. Si así no aparente honor, el hijo de mis entrañas? ¡Qué fuese…¡para qué quisiera vivir! castigo a mi liviandad! qué espantos a expia- LEONOR: ¿Qué decís? Ese lúgubre pensamiento ción! que acaba de cruzar por vuestra mente, rechaLEONOR: (Viendo a Beatriz llorosa.) Madre, zadlo, madre, rechazadlo por Dios. Si habéis ¿hasta cuando habéis de llorar y sufrir? venido a buscar consuelo a esta santa casa, (Tomándole la mano y pretendiendo llevarla al ¿por qué, porqué os desesperáis? ¿Queréis que balcón.) Tranquilizaos, venid. ¡Si vieseis como avise a un confesor? el torrente, después de chocar enfurecido con- BEATRIZ: Necesito un momento de reposo; destra los escuetos peñascales, se extiende manso pués te complaceré. y espumoso sobre el verde césped! Es tan bello LEONOR: La caridad y la virtud de estos bondaeste panorama, tan puro el ambiente que aquí dosos franciscanos, no lo dudéis, calmarán se respira, que no me mostrara descontenta de vuestra inquietud. (Aparece Fray Jacobo.) Aquí habitar para siempre en este solitario recinto, a viene un beatífico padre. donde no llega del mundo el rumor. BEATRIZ: ¡Lo terrorífico junto a la plácida ventu-


25 ESCENA 3ª. DICHOS - FRAY JACOBO. FRAY JACOBO: El Señor sea con vosotras. LEONOR: Y también lo sea con vos. BEATRIZ: ¿Sois lego por ventura? FRAY JACOBO: Prior por merced de Dios. BEATRIZ: La fama de santa unción que goza vuestra orden y con especialidad los frailes de este convento, nos ha conducido hasta aquí. FRAY JACOBO: La casa del Señor, abre siempre sus puertas al pecador arrepentido. BEATRIZ: Busco un sacerdote que una a la santidad, el saber. FRAY JACOBO: Vuestras aspiraciones serán satisfechas. BEATRIZ: ¿Y se llama el franciscano de quien me habláis? FRAY JACOBO: Fray Bartolomé; un sacerdote tan digno, que desde siete años que reside en el convento, es modelo de mansedumbre y caridad. BEATRIZ: (Aparte.) El tiempo de mi viudez. (A Fray Jacobo.) ¿Y decís, que es sacerdote desde entonces? FRAY JACOBO: No señora, tres meses sólo han transcurrido desde que consagra el pan de salvación. BEATRIZ: Grandes deben ser sus virtudes cuando así lo encarecéis. FRAY JACOBO: La severidad de sus costumbres y su vasta instrucción, sirven de ejemplo a la comunidad. LEONOR: (A Beatriz.) Dios escuchó vuestros ruegos. BEATRIZ: Gracias sean dadas a Él (A Fray Jacobo.) ¿Pudiera el sacerdote que me recomendáis escucharme en confesión? FRAY JACOBO: La comunidad ha terminado sus oraciones y no tardarán en salir. (Hace a Beatriz señal de espera con la mano. Salen los frailes, cruzan el proscenio y vánse por el claustro bajo.) Entrad, Señora, y que os bendiga como os ben-

digo yo. BEATRIZ: (A Leonor.) Pascual está en el claustro; rogad al Omnipotente por mí. (Vase por la capilla.) ESCENA 4ª. DICHOS. PASCUAL, que viene del claustro derecha. LEONOR: (Mirando hacia el fondo hasta que aparece Pascual.) Parece que dormías a juzgar por tu tardanza y por tus ojos. PASCUAL: Dormir no, pero si descansar. El viaje ha sido largo, penoso y lleno de contratiempos y… ya lo sabéis, a mis años el cuerpo no tiene la fortaleza de la juventud. FRAY JACOBO: Distante debe quedar vuestra residencia cuando así se resiente vuestro vigor. LEONOR: No tanto como suponéis. PASCUAL: Es verdad. De Nápoles, ¿qué distancia puede haber? Bien se conoce que no es lo mismo rodar sobre cómodo carruaje, que correr leguas y leguas domando un fogoso bridón. FRAY JACOBO: (Pensativo.) ¿De Nápoles habéis dicho? PASCUAL: Sino asegura otra cosa vuestra paternidad. ¡El diablo anduvo suelto por aquellos contornos hace algunos años! y ya lo veis, (Refiriéndose a su presencia en el convento.) Estas son las consecuencias. LEONOR: Sella el labio imprudente, y guárdate de proseguir. (Pascual se lleva el dedo a los labios en señal de acabamiento.) Cuando salga mi madre me avisarás. (Pascual hace una señal de aprobación. Vase Leonor por el fondo a contemplar el torrente.) ESCENA 5ª. DICHOS menos LEONOR. FRAY JACOBO: (Aparte.) El gusano de la curiosidad me ha mordido en el seno y… probemos. A deducir por vuestro porte sois el escudero de


26 esa noble dama. (Señalando la Capilla.) PASCUAL: Aunque se me ha ordenado callar, algo no obstante os diré. Al fin no hay misterio en mi relato, ni vos lo habéis de repetir. FRAY JACOBO: Descuidad. PASCUAL: Efectivamente, soy escudero del noble Conde de Albioni, muerto en su propia casa por un tal Armando, que Dios haya confundido y continuaré siéndolo gustoso hasta que la muerte haga presa en mí. FRAY JACOBO: (Aparte.) Es él; averigüemos algo más. (A Pascual.) ¿Y aseguráis que mató al Conde? PASCUAL: Y hasta yo mismo hubiera sucumbido al corte de su acero, a no ser por que la fortuna me favoreció. FRAY JACOBO: No os entiendo. PASCUAL: Oíd. Al salir Armando de la estancia en donde tuvo lugar el duelo, como es natural, quise cortar su fuga; para ello cruzamos los aceros, nos batimos, se defiende, mis fuerzas se agotan, caigo al suelo aturdido por un terrible mandoble que en la cabeza recibí, y cuando al mundo torné, el pájaro había volado, mi rabia había crecido, y el hacha del verdugo quedándose sin cabeza que cortar. FRAY JACOBO: ¿Pero no dijisteis que se batieron? Luego si las leyes del honor fueron cumplidas, ¿á que recordar el verdugo? PASCUAL: El duelo fue en toda regla, tenéis razón. Pero como el lance tuvo lugar en la propia casa del Conde y el otro es un plebeyo. FRAY JACOBO: (Aparte.) ¡Coincidencia fatal! Armando confiesa en estos instantes a la esposa del Conde; ¡y si llega a ser descubierto!… (A Pascual.) Decid, ¿tenéis noticias del matador de vuestro dueño? PASCUAL: Después de las diligencias practicadas con la santa intención de dar con él, presumo que acorralado por el remordimiento se habrá suicidado y hecho entrega de su alma a Satanás. FRAY JACOBO: Rencor le guardáis si he de juzgaros por vuestras palabras, y os recuerdo que el odio es enemigo de la caridad.

PASCUAL: Pues yo os aseguro, a pesar de lo que decís, que si vivo lo cogiera, viejo y todo como me veis, le había duramente de escarmentar. FRAY JACOBO: La joven que acompaña a la Condesa, es hija de vuestro Señor? PASCUAL: Y la única esperanza de su afligida madre. FRAY JACOBO: (Aparte.) Angustiosa situación, (Meditando y para sí.) si esa Señora no conociese a Armando en el confesionario y este escudero lo reconociese al salir. Es necesario alejarle de este lugar. (A Pascual.) Si a mal no lo tenéis, mucho os agradecería que me dejaseis solo por cortos momentos nada más. La Señora Condesa ha de salir muy en breve, y como tengo que revelarle una noticia de vital interés, quisiera que no me lo estorbaseis vos. PASCUAL: ¿Se trata del aborrecido Armando? Si supieseis cuanto daría por averiguar su paradero, ¡Oh! por tenerlo entre mis garras, ofreciera los años que me restan por vivir. FRAY JACOBO: En vano os desesperáis. Después de siete años de silencio, sin nada averiguar, lo probable es que haya muerto, según vos mismo dijisteis, librándose de este modo de vuestro furor. PASCUAL: Pensáis bien; muerto debe estar, por qué sino otra cosa me dijera el corazón. Y puesto que no se trata de Armando… FRAY JACOBO: El secreto es más reservado de lo que creéis. Un penitente al morir, recordándome el sigilo de la confesión, me hizo presente que a la Condesa dejaba una fortuna, cuya noticia le había yo mismo de comunicar, y si he de cumplir mi cometido, no podría hablar a la señora estando vos aquí. PASCUAL: No insisto ya. Si mi presencia estorba… (Medio mutis.) FRAY JACOBO: (Aparte.) Al fin he logrado convencer a este testarudo viejo. PASCUAL: Con vuestro permiso. (Vase por el claustro.) FRAY JACOBO: Ya puede salir. (Por la Condesa.)


27 ESCENA 6ª. ARMANDO, FRAY JACOBO. Aquel sale de la Capilla mirando hacia atrás, como quién está dominado por el terror y teme ser sorprendido. Fray Jacobo al verlo entrar, corre hacia él, le toma de la mano y le trae a primer término. La importancia de esta escena se recomienda a la penetración de los actores.

FRAY JACOBO: El sufrimiento depura las almas, y yo a nombre del que todo lo puede, os invito a que os resignéis. ARMANDO: ¿Resignarme yo! ¡Conocéis los pesares, que me matan! ¿Habéis pensado en lo que me pedís? No, sino os los podéis imaginar! Si es imposible que los hombres me comprendan; ¡si no se puede aquilatar mi dolor! Para que sospechaseis la tortura de mi alma y para qué comprendieseis mi padecer, fuera preciso que bajareis antes a los profundos infiernos, que allí estuvieseis cien millones de siglos privado de la presencia de Dios y que después reencarnarais en mí. Si el tormento que aquí llevo no se concibe, ¿cómo lo habréis de comprender? FRAY JACOBO: Vuestra mente se extravía y os hace falta reposo. (Tomandole las manos.) Venid, la celda está cerca y en ella podréis descansar. ARMANDO: ¡Ah! sí; alejadme cuanto antes de este sitio, aunque sucumba después. (Salen por la escalera derecha.)

FRAY JACOBO: Tranquilizaos. Responded, ¿habéis sido descubierto? FRAY BARTOLOMÉ (ARMANDO): (Escucha al Prior, mirando siempre a la capilla, con exaltación.) Creí que me seguía; pero no; ya puedo sosegarme, puesto que estoy libre de la frustración. He sufrido tanto… he lavado en silencio tantas penas, que en estos momentos, no sé como conservo la vida. ¡Qué horror! Ella, mi madre; ella… la causa de mis infaustas desgracias; de rodillas ante mí, comunicándome sus cuitas y las torturas de su alma!! Si todo esto no es el fruto de una horrible pesadilla… ¡Ah! ESCENA 7ª. ¿Quién podría llamarse infortunado en su presencia? ¿A dónde podré ya volver mis ojos, a BEATRIZ 4 dónde, que no me persiga la fatalidad? FRAY JACOBO: Tened calma y confianza en el Sale de la Capilla asustada de sí misma y temeroHacedor! sa de encontrarse con Armando. ARMANDO: ¡No puede ser! la prueba ha sido espantosa. ¡Oh, sí!, tan horrible, que no os la po- BEATRIZ: Nadie por estos contornos. ¡Siempre déis imaginar. Dejadme, padre, con mi quesola con mis incertidumbres que parecen no branto; dejadme, no me interroguéis. El cumagotarse jamás! Es tan extraño lo que me suceplimiento de mi sagrado ministerio me obliga de, Dios mío, que no sé cómo he podido cona callar, y callaré. Ahora necesito tinieblas, muservar el juicio durante mi larga confesión. A chas tinieblas; ¡tantas, que sofocaran para medida que se descargaba mi conciencia y al siempre esa radiante luz del sol! Quiero que Cielo demandaba caridad, los sollozos, las pame dejéis solo para llorar con mis tristezas; solabras entrecortadas y convulsas de ese digno lo, muy solo, ¡para gemir con mi aflicción! sacerdote llegaban a mis oídos recordándome la voz de mi Armando, que como la historia de 4 Largo parlamento tachado en el libreto actoral que dice: “...habitan mis crímenes, no se aleja un instante de mi meendriagos que devoran el honor, reptiles inmundos que envenenan la moria, de esta despiadada memoria; ¡que no se conciencia, asquerosas pasiones cuyos hábitos de muerte empañan olvida nunca de mi! Al exponerle las circunsla virtud, como el cristal se mancha en revuelto cenagal! Oh! sí! hablad quedo, muy quedo, que los aires son traidores y me pueden tancias que acompañaron el abandono de mi descubrir!!”


28 hijo, al revelarle que por encubrir mi deshonra realicé mi matrimonio sin honor, un gemido profundo se escapó de su garganta, cubriendo mi rostro la vergüenza y dejandome sin bríos para continuar. Desde este espantable momento, la conciencia enfurecida parecía gritarme a voces: “Beatriz, infame Beatriz, ese confesor es tu hijo, ese sacerdote es el Armando, a quien sacrificaste sin compasión!” (Pausa.) Pero no, esas son quimeras forjadas por el delirio, esas son creaciones de mi enemiga imaginación. (Pausa.) Armando, después de matar el Conde, ha debido ocultarse en lejanos países, distantes, muy distantes de aquí. (Pausa.) ¿Pero quién encadena a la fatalidad? ¡Oh! Yo no puedo proseguir navegando en mar de dudas; forzoso es que mis ojos contemplen frente a frente la realidad. Armando en Ciriñola recibió una herida en la mano izquierda y esas cicatrices son indelebles, por ella me convenceré. ¡Prefiero, al martirio de la incertidumbre, los horrores de una funesta verdad! Vayamos en busca del destino, puesto que tarda en venir. (En el momento en que Beatriz va a subir la escalera por donde desapareció Armando, se presenta Leonor por el fondo.) ESCENA 8ª. BEATRIZ. LEONOR. LEONOR: ¿Habíais concluido y no me hicisteis llamar? BEATRIZ: (Aparte.) ¿Por qué no tardó algo más? Acabo ahora mismo de salir, y me disponía a despedirme del Prior. (Aparte.) Si sospechará… (A Leonor.) ¿Se ha marchado Pascual? LEONOR: En este sitio le dejé hace largo rato, encargándole que me avisase a vuestra salida y ya veis. Como tardabais tanto… BEATRIZ: La confesión fue larga y tuve que cumplir la penitencia. LEONOR: ¿Es tan docto y virtuoso. Fray Bartolomé como asegura el prior? BEATRIZ: Tiene la experiencia de la ancianidad,

la mansedumbre de un santo y el saber de un profundo pensador. LEONOR: Supongo que de hoy más, la dicha se retratará en vuestro semblante y viviremos felices las dos. Si hubierais seguido mis consejos, antes hubierais hecho lo que hoy. Pero como os empeñasteis en que nunca os confesarías en Nápoles... BEATRIZ: (Aparte.) Para acrecentar mi desgracia. (A Leonor.) Preocupaciones de mis años y rarezas de mujer. LEONOR: Logrado nuestro deseo nada me importa lo demás. ¡Si supieras cuanto me alegro de vuestra confesión! BEATRIZ: También estoy contenta yo. Los consuelos que nuestra religión nos brinda, son fuentes de donde manan las purísimas aguas que nos regeneran, devolviéndonos la perdida paz. LEONOR: ¿El odio que profesabais al matador de mi padre se ha extinguido ya en vuestro corazón? BEATRIZ: (Aparte.) ¡El odio! ¿Qué madre puede aborrecer al hijo de sus entrañas! LEONOR: ¿Estáis tan preocupada que no me respondéis? BEATRIZ: El arrepentimiento sin el perdón no se concibe, y yo hace tiempo que me arrepentí. ¿Y tú, hija de mi vida, le has perdonado también? LEONOR: Cuando recuerdo mi pasada ventura y el infinito amor que a Armando tuve, al cielo pido por su dicha, porque le conceda, como yo, su perdón. BEATRIZ: (Interrumpiéndola.) Eres un ángel de bondad. LEONOR: Pero si al recuerdo que me alegra, llega a unirse el que me redujo a la desgracia; si la memoria del Armando sin mancilla, se une el Armando, asesino de mi padre, entonces ni el perdón nace en mi pecho, ni tengo más consuelo que maldecirle, que odiarle si fuera posible, por toda una eternidad. BEATRIZ: Tu padre le provocó; es necesario ser justa. Y cuando el honor de una madre se arrastra por el lodo, cuando su santo nombre


29 se escarnece, entonces hija mía, la sangre grita: ¡venganza!, la mente se ofusca, la calma se pierde, y el brazo no se puede contener. LEONOR: El ofensor era mi padre y el amor debió triunfar. BEATRIZ: (Aparte.) ¡Infeliz! (A Leonor.) Cuando el insulto es a una madre, no se recapacita, se hiere, se mata sin premeditación. LEONOR: Por lo mismo que decís, odio a ese hombre con odio inextinguible; por lo mismo que aseguráis, convirtiera mi amor en hierro insano para vengarme de aquel, porque las ofensas a los padres no dan tiempo a los hijos para reflexionar; entonces se hiere, se mata, se asesina con la sonrisa en los labios. (Beatriz le pone la mano en la boca para que calle.) Vos, vos misma me lo habéis enseñado; se mata sin premeditación. BEATRIZ: (Aterrada.) Ah! (rechazándola de sí.)

os puede interesar. ¿Habéis visto al Prior? BEATRIZ: Desde mi entrada en la Capilla, no. PASCUAL: Pues entonces procurad una entrevista con él. Desea hablaros reservadamente. BEATRIZ: (Aparte.) ¿Por qué tiemblo a pesar mío? (A Pascual.) ¿Estás seguro de ello? PASCUAL: Tan seguro como de que soy Pascual. Es lo cierto que Fray Jacobo no me autorizó para hablaros en su nombre. Pero como el asunto es importante. BEATRIZ: No se me ocurre… PASCUAL: Os lo explicaré. Departíamos amigablemente en este mismo sitio el venerable Prior y yo hará una hora, cuando aquel, sospechando que ibais a salir de la Capilla, me dijo casi imperativamente; es necesario que os alejéis de este lugar. Pero todo esto, no sin antes haberme preguntado quienes erais, de donde veníais y hablarme mucho de Armando, cosa que me llamó la atención. ESCENA 9ª BEATRIZ: (Aparte.) ¡Dios mío que va a ser de mí! (A Pascual.) Y después. DICHOS - PASCUAL. PASCUAL: Después y como insistiere yo en haPor el fondo. blarle del matador de vuestro esposo, contestame: “Quién se ocupa de los muertos sino es PASCUAL: Si la Señora Condesa lo ordena, podepara encomendarlos a Dios”. mos desde luego partir. (Truena y relampaguea. BEATRIZ: (Pensativa.) ¿Debe hablarme a solas? El torrente muge fuertemente.) Pero la tempes- PASCUAL: Así lo he creído. Y como quedáis de tad acrece y la lluvia es torrencial. todo impuesta, me alejo hasta que os venga a BEATRIZ: (Aparte.) ¡Hasta la naturaleza conspira avisar. contra mí! (A Pascual.) Aguardaremos algunas BEATRIZ: (Siempre pensativa.) Mucho agradezco horas hasta que el trueno se aleje y partiremos la advertencia. después. PASCUAL: Cumplo como fiel servidor. (Vase por LEONOR: Los bandidos calabreses pueblan las el claustro por donde ya ha desaparecido un montañas y un encuentro con ellos durante la momento antes Leonor.) noche pudiera sernos fatal. BEATRIZ: ¡Ah! Cuán triste se encuentra mi coraPASCUAL: Mientras lleve espada al cinto a nadie zón. El me anuncia una espantosa desgracia. debéis temer. Cumpliré, sin embargo vuestras Pediré fuerzas al Señor. (Vase por la Capilla.) órdenes. (A Beatriz.) BEATRIZ: Cuando lo estimes oportuno, me avisaESCENA 10ª. rás. (Leonor vase hacia el torrente.) PASCUAL: (A la Condesa.) Así lo haré. (Después ARMANDO: FRAY JACOBO. que Leonor se aleja por el fondo, yendo hacia el Ambos bajan por la escalera derecha. torrente.) Puesto que habéis de permanecer algún tiempo más aquí, os daré una noticia que FRAY JACOBO: ¿Por qué habéis querido volver a


30 este sitio? (Golpeándose la cabeza.) que no has sucumbiARMANDO: Porque el abismo me atrae. Porqué do ya! el destino me arrastra y no tengo fuerzas para FRAY JACOBO: (Pretende tranquilizarle y quiere resistir. obligarle a subir la escalera, pero Armando se reFRAY JACOBO: Tranquilizaos; la tormenta va siste mirándole con ojos de ira. Aparte.) Pobre pasando y como ella, pesará vuestra inquietud. joven, la fiebre le hace delirar. (A Armando.) Las penas del hombre son fugaces como la vida Tranquilizaos. que las cría y debéis fijaros en el Cielo para ol- ARMANDO: El infierno se conjura contra mí, la vidar lo terrenal. esperanza ha huido de mi pecho. ¡Dejadme, ARMANDO: Todo es inútil padre, con la muerte dejad que el corazón salte en pedazos, que me tan solo dejaré de sufrir. (Al terminar esta frase aniquilen los dolores, que reniegue de mi suerse presenta Leonor que viene del balcón que da al te fatal! torrente, sin ver, al cruzar al proscenio, a Arman- FRAY JACOBO: Señor, (Mirándole compasivado y Fray Jacobo que están cerca de la escalera. Armente.) compadeceos de él. (Cesa la tempesmando al reconocer a Leonor, queda aterrado y tad.) fuera de sí, hasta que ella termina su frase. Se recomienda esta importante escena al actor.) ESCENA 13ª. ESCENA 11ª.

DICHOS. LEONOR, BEATRIZ, después PASCUAL.

DICHOS. LEONOR Beatriz y Leonor salen de la Capilla, primero Beatriz. Al verlas Armando las mira de hito en hito, como si hubiese perdido la acción. Adelantan ambas y al pasar un momento antes, Beatriz por frente a su hijo le reconoce, corre hacia él, le pone la mano en la frente para mejor observarlo, le toma después la mano izquierda y una vez reconocida la herida le abraza con frenesí. Esta escena muda se recomienda al talento de los actores. ESCENA 12ª. BEATRIZ: ¡Hijo de mi alma! ARMANDO: (Poniéndole ambas manos en la cara DICHOS menos LEONOR mirándola un momento y como fuera de sí.) ¡Ma! ¡Ma! Madre de mi corazón. (Quedan abrazaFRAY JACOBO: ¿Por qué os atemorizáis? dos. La cara del Prior debe revelar asombro. LeoARMANDO: (Fuera de sí y sin escuchar las palabras nor espantada se acerca al grupo.) del Prior. Las miradas de Armando deben dirigir- LEONOR: ¿Vos, hermano mío? (Se separan madre se a la Capilla.) ¡Leonor! ¡Leonor! Ángel de e hijo.) ¡Vos, asesino de mi padre! ¿Queréis luz, esperanza de mi vida, ¿por qué tu imagen también asesinar mi honor? (Volviéndose a su viene a turbar mi reposo, a aumentar mi desesmadre con arrebato.) ¡Madre! ¡Madre! Decid peración? Amante y hermana, sol y tinieblas, cómo y cuándo tuvisteis otro hijo, que nunca a monstruoso conjunto de tormento y felicidad; mi padre se lo oí? ¿Cómo puede ser mi herma¡huye sombra aterradora, huye, apártate de mi! no el que fuera en otro tiempo el ídolo de mí Pero no ven… sí… contempla mis congojas; amor? contempla… ¡Oh, razón que haces, que haces, BEATRIZ: ¡Hija! LEONOR: (Bajando al fondo.) Madre, Pascual, venid. El torrente, enfurecido arranca de cuajo enormes peñascos y árboles seculares y siembra la muerte por do quier. (En estos momentos pasa por delante de los Frailes.) ARMANDO: ¡Cielos!! (Adelanta Leonor buscando a su madre y penetra en la Capilla.)


31 FRAY JACOBO: ¡Pobre Leonor! te.) Y ahora, maldita sociedad que me castigas; LEONOR: ¡Madre! Que me voy a volver loca; que para que tu fallo se cumpla y sea completa tu me mata la vergüenza si pronto no me satisfasatisfacción! ¡Que se abran los abismos de la céis. muerte! que la cólera del Cielo me aniquile; PASCUAL: (Por el fondo.) La tempestad ha desaque mi espíritu aborrezca al Dios que ha de parecido. (Adelantando hasta la derecha del juzgarme; ¡que el infierno me reciba en su sePrior.) no, por toda una eternidad! (Medio mutis.) FRAY JACOBO: ¡Ahora comienza para los tres! “Adiós” (Con los brazos abiertos se lanza al to(Refiriendose a Armando, Beatriz y Leonor.) rrente.) LEONOR: (Viendo a que todos guardan silencio.) BEATRIZ: (Quiere ir tras él, pero cae.) ¡Ah! (Fray ¿Con que es verdad lo que decís? ¿Con que es Jacobo corre intentando detenerle y le absuelve. mi hermano ese parricida infernal? Pascual se queda como petrificado. Leonor revela PASCUAL: (Reconociendo a Armando.) Armando, espanto en la cara.) fraile sin honor y sin conciencia, le reconozco SEBASTIÁN: (Apareciendo en el fondo vestido de en buen hora, y te juro que esta ves no te me ermitaño) ¡Por fin lo sufre! ¡Maldito seas! escaparás. (Tira de la espada para herirle.) FRAY JACOBO: (Agarrándole del brazo.) FIN ¡Deteneos, insensato! ¿Qué intentáis? BEATRIZ: ¡Virgen de los Dolores, tened compasión de mí! ARMANDO: (Retrocediendo y sin dejar de mirar con a Pascual. El grupo se abre en la forma siguiente: en primer término y a la izquierda Leonor: en segundo Beatriz; en primero derecha Pascual, segundo Fray Jacobo. Armando en tercer término cerrando el cuadro. A Pascual.) ¡Cobarde viejo que intentas desafiar mi furor, tú que representas a esa injusta sociedad que me expulsa ignominiosamente de su seno; tú que como ella despreciable, ni tienes entrañas ni perdonas jamás, ¿por qué me odias así? Ven hiere, sacia tu inextinguible sed de venganza. ¿Por qué te detienes? ¿Por qué te detienes? -¡cobarde!si te asiste la razón? (Pausa.) Y tú hermana, ¡no! furias del Averno, que no eres hermana mía, tú mujer sin alma, que has sacado a la vergüenza pública la honra de mi madre, no te acongoje mi parentesco; no has de sonrojarte por mí, ¡que pronto muy pronto me castigaré! (Pausa.) Madre del alma mía, que por ocultar un desliz, labraste para siempre mi desdicha y me sumiste en la desesperación ¡que Dios te perdone, como te perdono yo! BEATRIZ: ¡Hijo de mis entrañas! ARMANDO: (Retrocediendo hasta cerca del torren-


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