Alejandro Tapia y Rivera
TEXTOS BREVES
Y DESCONOCIDOS
SELECCIÓN Y NOTAS DE ROBERTO RAMOS-PEREA del Instituto Alejandro Tapia y Rivera
Todos los textos de Alejandro Tapia y Rivera se encuentran en el dominio público. Las notas y textos informativos sobre Alejandro Tapia y Rivera escritos por Roberto Ramos Perea incluidos en este libro, están completamente protegidos bajo la Ley de Derechos de Autor, en Puerto Rico, Estados Unidos y países con relaciones recíprocas. Queda totalmente prohibida su reproducción por medios mecánicos, electrónicos, cibernéticos y/ o fotográficos. Los derechos son de absoluta propiedad de su autor y/o sus sucesores directos o depositarios autorizados y están sujetos a regalías.
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Ramos-Perea Roberto; Alejandro Tapia y Rivera: Textos breves y desconocidos. San Juan de Puerto Rico: Editorial EDP University, 2015.
© Roberto Ramos-Perea 2015 Derechos Reservados conforme a la Ley
© Derechos de la Primera Edición concedidos a Editorial EDP University, 2015.
ISBN: 978 1 942392 18 1
EDP University, Inc. Ave. Ponce de León 560 Hato Rey P.R. PO Box 192303 San Juan, P.R. 00919-2303 www.edpuniversity.ed
Prólogo Tapiano
Los textos breves y desconocidos que aquí se incluyen son de la pluma de Don Alejandro Tapia y Rivera, Padre de las Letras y la Identidad Nacional. Son a su vez hijos de la mente del fundador del Ateneo Puertorriqueño, fruto del Primer Dramaturgo de la Nación y Padre de nuestro Teatro Puertorriqueño, así como producto de la mente creativa más privilegiada que tuvo el Siglo XIX en Puerto Rico.
Amador de lo novedoso, perseguidor de lo desconocido, filósofo, exégeta, poeta, intelectual consumado y devoto de su Patria, sus textos más importantes han sido profusamente publicados en sus varias versiones a raíz de su muerte en 1882.
Pero existe una breve camada de textos breves, nacidos y muertos en el olvido de la fragmentada prensa nacional, publicados por él mismo en su revista La Azucena, o bien publicados en La Habana durante su estancia de 9 años en la Cuba esclavista, que nos muestran a otro Tapia, o a desconocidas variaciones del fantástico genio que ya conocemos. Este Tapia joven, rebelde, apasionado, fogoso, a la misma vez meditabundo, incierto y lúbrico, digno hijo de la tropa de “duendes” románticos que dio inicio a nuestra letras patrias, escribió textos fundacionales que se perdieron en las mínimas ediciones de El Bardo de Guamaní y que hoy recogemos. Ejemplo de ello será el pionero texto Un alma en pena, texto que inicia la literatura gótica puertorriqueña.
Presente está además el Tapia fascinado con la tecnología, el abierto a lo nuevo como esperanza, el crítico iracundo de lo obsoleto, el viajero del futuro… de él también incluimos varios textos encontrados gracias a
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la suerte y a la paciencia en los que Tapia se nos muestra fascinado por la modernidad. Y no puede faltar el esteta, el severo crítico, el implacable ideólogo de la belleza que se jugó la salud y la vida en aras de un arte perfecto.
Dejamos de lado los muchos textos breves suyos publicados en La Azucena, puesto que acaba de ser publicada una versión facsímil íntegra de ella, la más importante revista literaria de nuestro siglo XIX, por el Instituto de Literatura Puertorriqueña que preside el tapiano Ramón Luis Acevedo. En ella se recoge la gran mayoría de sus trabajos inaccesibles.
Los que aquí recogemos no fueron incluidos por Tapia en La Azucena, por eso es menester que se recoja la mayoría de ellos, y aún así siempre hemos dejado algunos textos náufragos en la inmensidad de la prensa decimonónica, como es el caso de las cartas de “La Tertulia y el Velador”, publicadas sin firma pero suyosen la revista literaria y femenina La Guirnalda de 1856. De los textos aquí publicados, incluimos la fuente de origen al final del texto.
Otros textos breves que no se incluyen aquí, serán publicados en el tratado biográfico Tapia, el primer puertorriqueño, escrito por el que suscribe, que será publicado a fines de este año.
Esperamos que esta breve selección que se nos ha invitado a realizar, añada más fuentes valorativas de la inmensa y maravillosa aportación intelectual y creativa que Alejandro Tapia y Rivera le hizo a nuestra nación puertorriqueña.
Roberto Ramos Perea Instituto Alejandro Tapia y Rivera 2015CRONOLOGÍA MÍNIMA DE LA VIDA Y LA OBRA DE ALEJANDRO TAPIA Y RIVERA
por ROBERTO RAMOS-PEREA1816: El militar español doceañista, natural de Murcia, Capitán Alejandro Tapia y Zapata, destinado al Regimiento Fijo de Granada establecido en San Juan, llega a Puerto Rico. Queda al mando de una de las guarniciones del Morro.
1824. 22 de febrero. Casa con Catalina de Rivera, dama manatieña, sobrina del Alcalde de Arecibo y forman hogar en la Calle San Francisco.
1825: Tapia y Zapata está al mando de la Guarnición que pasa por las armas al Pirata Roberto Cofresí.
1826: 16 de Septiembre. Se suscita un intrigante asunto económico entre Alejandro Tapia y Zapata y una mujer de nombre Micaela de la Encarnación Lezcano.
12 de noviembre. Nace en San Juan de Puerto Rico Alejandro María Tapia y Rivera.
1829: Nace su hermana Mercedes.
1831: 21 de febrero. El padre abandona a su familia, bajo justificación de salud, y se regresa a Málaga. A mediados de año, Catalina y sus hijos se mudan de la respetable casa de la Calle San Francisco, a una populosa vecindad en la Calle de la Cruz número 27. Marzo: Tiene cinco años. Comienza su vida de estudiante con la Maestra de Primeras Letras Juana Polanco.
1833. Mayo o junio. Escuela de Rafael Carpegna. Octubre o noviembre: Estudia sus primeras letras con el Maestro Rafael Cordero en su Escuela de la Calle Luna.
1834: noviembre. Viaja a Málaga con su familia. Su padre es asignado a las guerras carlistas. Entra en contacto con el teatro español. Catalina enferma de graves tensiones menstruales tras el vergonzoso asesinato del General Juan Saint Just, amigo de su esposo, en la Plaza de Málaga.
1835: 16 de septiembre. Separación definitiva de sus padres.
Noviembre: Tapia 9 años cumplidos regresa a Puerto Rico y pasa una larga temporada en la hacienda de su tía Juliana, en Monte Edén en Guaynabo.
1836. febrero. En la Escuela de Basilio Nuñez inicia amistad con José Julián Acosta, amistad que durará toda su vida.
1843: Entra como alumno del Seminario de San Ildefonso para iniciar carrera de letras. La estrechez económica de su familia le impide continuar. Abandona el Seminario y estudia principios de contabilidad, con los
que su padre, a través de conocidos en el Ministerio de Hacienda, le consigue una plaza de Meritorio con sus respectivos ascensos.
Este año se publica el Aguinaldo Puertorriqueño. Merodea en el grupo de “duendes” románticos de Ignacio Guasp e inicia su estrecha amistad con “Jacobo”, el poeta Francisco Pastrana y el hijo del librero Francisco Márquez, a quien llamará cariñosamente “Frank”.
Inicia relaciones amorosas con la jovencita criolla María Salomé Vizcarrondo y Martínez de Andino, nieta de conspiradores. Las relaciones son vigiladas por el celo materno.
1846: Junto a alguno de sus amigos funda La Filarmónica, primer grupo de artes de la representación del país. Rompimiento con Salomé, por la madre de ésta sentenciar que Tapia era un joven “sin futuro”. Nuevos ascensos en el Ministerio de Hacienda. Publica su primera narración en la Revista del Boletín Mercantil, un cuento fantástico y de horror titulado “Una visión”.
1847: Continúa la publicación de poemas breves en los álbumes de las señoritas y se consolida su entrada al Grupo de Guasp, como “romántico a la europea”.
1848: Escribe su primera obra de teatro Roberto D’vreux, destinada a inaugurar el pequeño teatro de La Filarmónica en la Calle de la Cruz. La obra fue censurada por Francisco Vasallo y Forés, Censor del Reino, de Teatros, Periódicos e Imprentas, bajo la espúrea acusación de que la obra “humaniza a los reyes”.
1849: Tapia se envuelve en una tormentosa relación con una joven viuda, de nombre Elena, cuyos padres se oponen a los encuentros. Tapia viajará cuatro largas
horas a caballo desde la capital hasta Gurabo para sostener sus encuentros fortuitos, que culminan en la separación dolorosa. En esta misma época Tapia es vigilado por el régimen militar por ser un “líder” de las juventudes capitalinas y según parece, acusado de ser “mala influencia” en los demás.
Tapia formará parte del grupo de jóvenes “intocables” del Intendente Manuel Nuñez, quien descubre los desfalcos y robos a la Caja del Ejército por parte de subalternos del Gobernador Juan de la Pezuela, Conde de Cheste.
Se redacta un expediente de sus actividades “sediciosas”, entre las que se incluye una escaramuza a golpes con el Tesorero del Ejército y una garata con el Contable de Hacienda. En el mismo expediente es burlado por el abandono paterno. Pezuela lo persigue con inquina personal instigada por su Secretario, José Estevan. Los funcionarios del Gobierno provocan las causas para un duelo con el capitán de artillería Manuel de Tapia y Ruano. Tapia no cede el paso de una acera y es retado a pistolas. Del lance, sale con una herida de bala en el brazo. En diciembre de ese año es expulsado a España y vive con su padre una temporada.
1850 1852: Tapia vive en Madrid con los estudiantes puertorriqueños José Julián Acosta y Román Baldorioty de Castro, y forma parte de la Sociedad Recolectora de Documentos Históricos fundada por Baldorioty, los que posteriormente se publicarán en la Biblioteca Histórica de Puerto Rico. Es en este momento que Tapia absorbe todo el furor del teatro romántico español. Escribe la novela indigenista La Palma del Cacique. A finales de año regresa a Puerto Rico para encontrar a su hermana y a su madre en indigencia y enfermedad. Decide asumir el rol de jefe de familia.
1854: Publica Vida del pintor Campeche, comisionada por la Junta de Fomento.
1856: Estrena la segunda versión de Roberto D'vreux y escribe artículos para La Guirnalda, revista de Ignacio Guasp y Federico Asenjo.
1857: Estrena Bernardo de Palissy. Los ingresos de ambos estrenos estabilizan en el algo su precaria situación. En junio de ese año se marcha a Cuba, a trabajar tras un escritorio de contable en la empresa tabacalera de los Susini. Publica versos y se envuelve en negocios de papelería y cultivo del gusano de seda que fracasan. Viaja a España y a Italia donde recoge la inspiración para su novela La Antigua Sirena..
1862: Publica el grueso volumen El Bardo de Guamaní, donde recoge poesía, cuento y teatro que había publicado ya en la prensa. Publica La antigua sirena, extensa novela que escribe sobre su viaje a Italia en 1857.
1863: Muere su madre y su hermana se casa. El trabajo se vuelve tedioso y tras una decepción amorosa, al parecer grave con una joven a la que llama “la satánica Eva”, renuncia a las empresas Susini. Funda su propia librería y se mantiene vendiendo efectos escolares y libros académicos. Mantiene contactos con los abolicionistas y reformistas cubanos y colabora en el Periódico El Siglo y en varias revistas literarias. Se acerca al socialismo obrero.
1866: Decide regresar a Puerto Rico y en otoño de ese año se embarca junto a José Julián Acosta a Europa. Viaja brevemente por las capitales europeas, ve teatro,
discute en las tertulias y presenta sus obras ante la Sociedad Abolicionista Española. Elabora el manuscrito de La Cuarterona. A finales de ese año lee La Cuarterona en una velada en la casa del abolicionista Julio Vizcarrondo. Se involucra en los procesos y discusiones de la Junta de Información de 1866 en contra de la esclavitud.
1867: En febrero se publica en Madrid La Cuarterona. Escribe la primera versión de Camoens y la publicará un año más tarde.
1869: Contrae nupcias con la malagueña Rosario Díaz y Espiau, quien lo instiga a la militancia feminista.
1870-1873: Tras su regreso a Puerto Rico a finales de 1869, Tapia debe salir del ojo público, pues sus amigos abolicionistas han sido perseguidos y acusados. Se va a Ponce, donde en noviembre de 1870, funda una revista para mujeres llamada La Azucena. La revista será mucho más que un divertimiento femenino y se convertirá en la revista literaria de más prestigio del siglo XIX. Por estrechez económica, la revista cierra en 1871. Publica y estrena Hero y Camoens por la compañía Robreño y estrecha sus relaciones amistosas con Adelita Robreño, la que será la actriz principal de casi todas sus obras y por la que Tapia sentía profundo afecto y gran admiración.
Para balancear sus ingresos, los esposos Tapia son contratados como maestros de primeras letras en la Escuela de Ramón Marín. Forma parte del Gabinete de Lectura Ponceño. Nace su primera hija, Catalina. Publica su drama Vasco Nuñez de Balboa y entra en calladas pugnas hegemónicas con el joven dramaturgo Salvador Brau. Viaja a España a resolver asuntos de herencias de
Rosario y suyos y se empadrona en Madrid. En 1872 publica su novela Póstumo el transmigrado.
1874: Regresa a San Juan y trabaja en la Hacienda Pública y la Aduana. Inicia la Segunda época de La Azucena. Publica la novela La leyenda de los veinte años.
1876: Publica su novela Cofresí. Funda junto a Manuel Elzaburu y José Julián Acosta el Ateneo Puertorriqueño, institución destinada a defender los valores puertorriqueños, vigente y en pie en la actualidad.
1877: Acepta un cargo de Intendencia en Arroyo, desde San Juan. Pero viaja al pueblo costero con alguna frecuencia. Conoce a Eleuterio Derkes, dramaturgo negro con quien lo unirá amistad. La Azucena se convierte en su trinchera personal de batalla contra los que se oponían a sus teorías hegelianas de la literatura.
1878: Publica la segunda versión de Camoens. Estrena La Cuarterona en el Teatro Moratín.
1879: Ocupa la Presidencia del Ateneo Puertorriqueño y funda las Cátedras de Declamación, primera escuela de Arte Dramático del país. Comienza a escribir sus Memorias que quedarán inconclusas.
1880: A principios de año escribe la segunda parte del Póstumo, Póstumo el envirginiado. Tapia se convierte en el primer dramaturgo subvencionado de Puerto Rico. Pues el Ayuntamiento Municipal paga la puesta en escena de su obra La Parte del León, que estrena con ruidoso éxito. Comienza a ser visible un padecimiento nervioso cuyos síntomas son la momentánea confusión,
el temblor de sus manos y algunos accesos de furia. Se dedica con ahínco al desarrollo del gusto musical entre los jóvenes y junto al compositor Fermín Toledo crea la Sociedad de Conciertos.
1881: Ofrece en el Ateneo sus Conferencias sobre Estética y Literatura. Disminuye su vida pública y sus amigos le hacen homenajes y veladas en su honor. Corrige todas sus obras para un proyecto de obras completas. Comienza una nueva novela que deja inconclusa.
1882. El 19 de julio muere de un ataque cerebral, que le estalla en medio de una agria y violenta discusión con varios intelectuales entre los que se encontraba Calixto Romero, Salvador Brau, y Gabriel Ferrer y Hernández en los salones del Ateneo Puertorriqueño. Deja huérfanos a tres hijas y un hijo, y a una esposa en la indigencia.
Textos breves y desconocidos de Alejandro Tapia y Rivera
UNA VISIÓN
CUENTO FANTÁSTICO
Es el dormitorio de Elena. Sobre la mesa una lámpara de plata con pantalla verde, esparce su luz suave por la elegante alcoba. Varios sillones exquisitos, un lecho con magnificas cortinas blancas, y varios retratos de familia que decoran las pintadas paredes, componen el adorno de este templo de la hermosura.
Sentada con blanda molicie en un dorado sillón, un brazo de nieve sobre la mesa, en la cual hai un vaso azul lleno de flores, cuyo aroma se confunde con el fragante hálito de Elena; y reclinada dulcemente en el espaldar de su poltrona; la bella joven sueña de amores. Su rostro de hada revela los vehementes transportes que dominan su corazón. En hebras de oro su perfumada cabellera cae ondulante por ambos lados de su cuello de nácar, permitiendo ver un seno sobre humano que se ajita, que arrebata, y que el lijero traje blanco puede apenas encubrir. Dos labios deliciosos alagados por un sonreir de cielo se entreabren dulcemente buscando al parecer otros labios que recojan su ardorosa lava. Una de sus manos hechiceras, realzaba su hermosura
por una espléndida sortija, tendida al acaso parece abandonada a los fogosos delirios de un amante…
Algunos instantes breves como la vida han pasado ya… Abrese una puerta y se presenta Enrique. La turbación se junta en su semblante, en sus ojos la inquietud. Llega sordos pasos. Contempla un momento a Elena con espresión indefinible: Una terrible lucha pasa en el interior del engañado esposo… A este tiempo la hermosura deja escapar tiernas palabras… Enrique escucha con avidez… Un nombre amado sale de los labios de Elena: no es el de Enrique… Palidece este horriblemente, convulso de furor saca un puñal… vá a herir… Contiénese de súbito y lanza y lanza un ahogado jemido de rabia… Los celos le despedazan!... Da dos pasos atrás y permanece inmóvil y frio como una estatua de mármol, con los brazos cruzados sobre el pecho…
Esta escena me tortura horriblemente. Elena culpable esta ante su indignado esposo! Desesperado quiero acudir a su socorro… imposible! No puedo moverme. Lleno de terror quiero apartar mi visita de un cuadro tan horrendo; pero mis ojos están fijos: este cuadro ejerce sobre mi un poder magnético que fascina… Mi vista se turba. Solo veo semblantes de muerte y sombras horrorosas!... Va oscureciéndose la habitación hasta quedar sumerjida en espantosa tiniebla. Las paredes están como enlutadas… aquí y allí lúgubres fantasmas se mueven según se ajita la casi muerta luz de la bujia. Los lirios y jazminez antes blancos se ponen a veces cenicientos… Los retratos de la habitación se animan y quieren descolgarse de sus sitios…
Enrique lívido, con las facciones espantosamente contraídas echa fuego por los ojos. En sus manos brilla el acerado puñal; parece devorar con su vista à la culpable joven, que aun duerme…
Un ajeno movimiento de esta, deja ver a Enrique la sortija, contiene una cifra enrojecida como un ascua: Apodérase de la mano adultera y la comprime con furor
hasta ponerla de color de sangre. Despierta la culpable, arroja un grito de sorpresa y terror, y sus ojos pavorosos no pueden bajarse: quedan clavados en los de Enrique que despiden llama…De repente suelta la mano, levanta el puñal va a dar el golpe! Elena macilenta y álida cae convulsa a los pies de su agraviado esposo; y con espresión indefinible de agonía parece suplicante… Hai un momento de silencio, tétrico como el de la tumba… Elena tiembla! Enrique inmóvil no la vé: parece que reflecciona… ella aguarda: él delibera…
Un peso enorme agobia mí cabeza; procuro hacer un último esfuerzo para arrojarme entre el asesino y la víctima… un brazo poderoso me contiene a mi pesar…
Repentinamente Enrique lanza una Mirada de tigre sobre la trémula Elena; una sonrisa feroz contrae sus labios, los cabellos se le erizan. Su fisonomía revela venganza; deja escapar un rujido semejante al de una hiena; precipítace sobre su esposa y le atraviesa el corazón… jime la víctima y se arrastra a los pies de su verdugo. Su sangre palpitante salpica mi frente helándose al correr sobre mi rostro. Una mano de hierro que me oprime el corazón; muere en mis labios un grito, y desfallezco…
Me hallé en mi cama: latíame el pecho con violencia y un sudor de nieve bañaba mis sienes…
La visión había desaparecido…
A. de Tapia
Revista Literaria de El Boletín Mercantil. 1846. (Se ha conservado la ortografía del original)
EL HELIOTROPO
A mi amigo Eduardo AcostaDespertó alegre una alborada hermosa y a la tarde durmió en el ataúd. Espronceda I
Es el crepúsculo de una mañana de Abril. En oriente asoman los albores del día, tan hermosos como el primer ensueño de la vida. El cielo está teñido de un ligero color amarillento, ni una nubecilla empaña su risueño confín: el ruiseñor canta sus amores: abre su cáliz la rosa; saltan de flor en flor las mariposillas ostentando su ropaje de mil tintes; que no de otro modo vaga el alma de ilusión en ilusión en la deliciosa mañana del amor primero.
-¡Elina! Aquí, a tu lado; en las orillas de este arroyo que murmura; entre estas rosas y jazmines que embalsaman el aire que respiramos; bajo ese cielo transparente que corona nuestro amor, soy feliz. Te juro que te amaré eternamente.
Edgardo. Sí, te adoro, Elina mía. Toma: he aquí el emblema
de mi amor. Esta flor es apasionada como mi alma y melancólica como mi existencia. Hela aquí. Dulce calandria de estos valles, tómala: ¡yo te amo!
Calló Edgardo. Tomó la flor Elina. Es de un perfume delicioso. Cuando se mece en su tallo, se vuelve de continuo hacia el sol, cuyos fuegos bebe con ternura; parece decirle: Astro del día, yo te amo.
Aspírala Elina. Palidece... se agita su pecho... una llama dulcísima corre por sus venas conmoviendo su corazón.
¡Ah! prorrumpe , vos me amáis. Sí, te amo.
¡Ah! yo os amo también. ¡Sí, yo os amo! dice y llena de encantadora turbación cae en los brazos de Edgardo.
Sonó un beso, el primero de amor: primer capullo de la rosa temprana; ruido armonioso que estremeció las flores, que resonó en los valles y que los valles comprendieron, porque los valles fueron la mansión de Laura y de Petrarca, de Julia y de San Preux; porque la naturaleza ama todo lo que es hermoso y puro como ella, porque es tierna como el amor y sensible como los amantes.
¡Partió! ¡No le queda más que su amor! Él ha conmovido pues aquel corazón y se ha enseñoreado de aquella existencia, pura como el aura de primavera, tierna como el arrullo de una tórtola. No sabía Elina lo que era amar. Se deslizaba su vida pacíficamente como un riachuelo por el prado: ahora ama, y este prado se cubre de flores que perfuman su alma, y el riachuelo resbala dulcemente por una senda de encantos.
Se abandona de continuo a ese sentimiento vago, dulce, inefable; a ese sentimiento, tesoro de un corazón
virginal, delicioso Edén de las almas sensibles.
Conserva aún la flor que la dio Edgardo. Recuerda sin cesar aquellas palabras seductoras que fueron a buscar un suspiro hasta el fondo de su alma. Así la voz del torrente va a encontrar un eco en la espesura de las selvas.
En aquel pecho se alimenta la más hermosa de las pasiones. Ardiendo allí noche y día, respira muda y solitaria como una lámpara en el santuario.
Aquella flor que la conmovió, que la dio la vida; aquella flor, símbolo de su ternura, constituye su más delicioso encanto. Tiene para ella su esencia un hechizo inexplicable. Cree a veces que la flor le habla, que la dice algo dulce, misterioso, que trastorna su mente y hace palpitar su corazón. Parécele que entre sus hojas se encubre una declaración apasionada, un yo os amo; estallido del volcán que arde en el pecho de los amantes. ¡Oh! le conmueve el alma. Si aspira su perfume, el perfume la mata. Es feliz envuelta en el raudal de tan hechiceras sensaciones.
¡Ay! pero la flor se marchita, su aroma se extingue como la voz de un agonizante. La flor es el esqueleto de una ilusión, la sombra de una memoria, un recuerdo del perdido bien; son las cenizas de un volcán cuya erupción ha pasado; la lava fría del corazón que ardió. Aquella flor, imagen de la pasión de Edgardo, se agosta, se destruye como el placer ahuyentado por la furia del dolor. Solo contiene recuerdos. Y ¿qué son los recuerdos, sino la huella del pasado, la tortura del presente, el desconfiar del porvenir? El corazón angustiado, no encontrando felicidad en lo presente, se refugia en lo que fue y nada espera en lo futuro.
III
El verdadero amor es melancólico. Su felicidad es demasiado grande para que pueda conformarse con el
ámbito del mundo. Anhela otro menos mezquino, más ideal para desenvolverse y dejar al corazón que hable aquel idioma que los ángeles comprenden; y estos anhelos causan su melancolía.
El placer y el dolor tienen un mismo acento: los suspiros.
El alma comprende más la pasión desgraciada que la feliz, porque hasta las desgracias en el amor son seductoras, y la muerte misma es dulce y aceptable.
Un voto, una palabra de pasión pronunciada en la agonía penetran más el corazón. Los amantes verdaderos y las personas delicadas prefieren oír una historia dolorosa aunque tengan que llorarla. Su llanto entonces es suave como el aura de la mañana; refresca las heridas que causaron las desgracias y llena por instantes el lúgubre vacío que el corazón insaciable siente toda la vida.
Más quiere el amor quejas que halagos.
Los momentos de goce completo pueden dejar huella en el alma; pero los de esa felicidad melancólica y ardiente que embriagados llamamos suprema, quedan grabados para siempre.
Los primeros conmueven los sentidos; los segundos embriagan el alma; aquellos constituyen un goce voluptuoso, terreno; estos un encanto puro, celestial. Lo primero se llama deleite: lo segundo felicidad.
IV
Han transcurrido tres años. Ni un recuerdo tan solo ha debido a su amante la enamorada Elina. Su pasión crece cada día más, y la consunción destruye aquel pecho sensitivo. Mientras más crece su amor más pierde en vida, tal como el árbol que crece lozano a costa de la tierra que lo sustenta. Violenta lucha entre el amor y la muerte, entre la felicidad y la vida; lucha ventajosa para la muerte más potente que la vida; esfuerzo de la naturaleza por contener
el espíritu que se evapora. ¡Ay! el huracán es más poderoso que la azucena de los campos.
Son las cinco de la tarde. Un joven de gallardo porte acaba de llegar a la aldea. Viene de un largo viaje. Está cubierto de polvo su elegante vestido. El robusto caballo jadea y arroja espuma por la boca.
Dirígese el joven a una pobre cabaña vieja como el que la habita.
Dios os guarde, buen hombre.
El anciano se pone de pie y sale a recibirle.
Bien venido, caballero.
-Es este el camino que conduce a la quinta de N...
-El mismo.
Gracias.
Iba a continuar su marcha y se detiene.
-¿Habéis visto pasar mucha gente en dirección a la quinta?
Mucha; como que hoy van a celebrarse las bodas del noble heredero del condado.
Ya me esperan allí, murmuro el joven.
Oíd. ¿Vive aún un viejo llamado A...?
-Hele aquí.
-¿Vos? Sí.
¿Y vuestra hija?
-¡Allí está! -exclama el anciano señalando el cielo.
-¡Ha muerto! -dice el joven palideciendo-. ¿Cuánto tiempo hace? añade con voz trémula.
Quince días.
¡Adiós!
Dijo aquel y partió como un relámpago.
Por una senda que atraviesa la espaciosa llanura, camina un joven a gran escape en un fogoso bridón.
-¡Adelante, caro compañero! ¡Oh! ¡demasiado has andado, volador mío! Un poco más... y nada luego.
Hunde sin cesar la plateada espuela en los ijares del corcel. Tendido el cuello, la crin alzada, abierta la nariz, brotado el ojo; ganando espacio las herradas manos y tendida la ondulante cola cual rastro de luminosa exhalación; el frenético potro vuela por la llanura dejando atrás al viento...
Ni una letra, ni una memoria para la infeliz joven... Mi permanencia en la corte me ha sido muy fatal... ¡Tres años!... ¡Adelante, corcel mío!... Tres años de ausencia... ¡qué, ingrato!... Débil para amar, y luego mis orgullosos padres... quieren casarme!... tiranos... ¡Qué me importan las riquezas... si está vacío mi corazón!... En mis brazos una mujer que no amo... mientras que la que tanto amaba... ¡El hielo baña mi frente!... ¡Camina, vuela, bridón mío! ¡Oh! ¡presto veré su tumba! Creía haberla olvidado, y su muerte ha rasgado mi alma. Arrebátame caballo, como el aquilón la hoja... arrebátame y derrúmbame por un precipicio... ¡Ah! ¡si hubiera con que estrellarme en la carrera! Vuela, compañero de mis fatigas. No escuches mis ayes... ¡Ay! la fiebre me mata. Mi vista se turba... parécenme espectros los árboles... el sol, lo veo eclipsado... el viento revienta mis oídos... ¡Ah! mi corazón quiere romperme el pecho... me falta el aliento...
La inhumana espuela destroza los ijares del caballo; brotan sangre. La febril conmoción del jinete es excesiva...
¡Oh! ¡he allí su tumba!...
Ha llegado a una altura y se detiene para tomar aliento. Está pálido como la muerte, convulso como la agonía. Sus ojos están secos y quieren salirse de sus órbitas.
La fatiga lo ahoga y el dolor lo mata.
¡Si pudiese llorar!
Divísase a lo lejos el cementerio de la aldea.
¡Pobre Elina! El sol de otoño va a trasmontar. Su luz es débil como el mirar de un moribundo. La brisa vespertina arrulla los cipreses de un cementerio, pobre pero solemne; no contiene marmóreos sepulcros, estatuas pomposas, ni ruidosos epitafios que traigan a los vivos la vanidosa idea de los que fueron; no se desfigura allí la gravedad de la muerte con el ridículo aparato de necedad mundanal; pero en cambio se presenta tal como es, lúgubre, terrible, silenciosa. Parece que los muertos reposan más tranquilos cuando tienen por única compañía la soledad, y por únicos adornos los atavíos del dolor: la tristeza y el llanto.
La cristiana cruz se eleva en cada sepultura como para mostrar su soberanía en la eternidad.
Apartada de todas las fosas existe una con su cruz también. Junto a ella hay un sauce verde pero fúnebre. Sus ramas flexibles y caídas parecen agobiadas por el dolor; y cuando el viento de la noche conmueve sus hojas se creería que llora.
No hay losa en esta sepultura. Una flor brota de su tierra bendecida, como si el cadáver que duerme en ella hubiese dejado algo en el mundo a quien amar y para quien vivir. ¡Es tan triste morir cuando se ama!
La flor está casi seca; parece carecer de vigor la tierra en que la plantaron: semejante a una pasión efímera que no habiendo en el corazón que la sintiera energía bastante para sustentarla, pierde su lozanía y deja solo en la mente la aridez de una memoria.
Acaba de desmontarse un joven de su caballo negro que cae muerto de fatiga. Mira el joven con tristeza al muerto animal, y entra en el cementerio. ¿Habrá allí alguna tumba que le demande un suspiro? ¿Tendrá algún espacio de tierra que humedecer con sus lágrimas?
Vagando entre las sepulturas busca con avidez la de un objeto querido. Pintada está en su rostro la amargura, y sus miradas y movimientos son el lenguaje de la consternación.
¡Aquí está! exclama por fin.
Había llegado a la tumba inmediata al sauce.
Contempla en doloroso silencio la flor algunos instantes. Arrodíllase, la besa, y la flor rejuveneció cual si estuviese en su más dulce primavera. Su perfume le llegó al alma y aun le parece que escuchó un suspiro.
¡Ay! un suspiro dulce, triste, eco de la melancolía, suave rayo del eclipsado sol del corazón: el suspiro del ave que llora su consorte; el desahogo de mi alma que pide a Dios: no devorante, desgarrador, ni fatídico; tierno, suave y purísimo. No como del corazón que se ahoga, que grita, sino como del corazón que llora, que pide. Aquel suspiro no lastimaba, enternecía. ¡Oh! al oírlo era menester suspirar también, llorar con el llanto suave que no ensangrienta las mejillas; con lágrimas de dulce compasión.
Levantose el joven después de un rato de postración, y la huella de dos lágrimas estaba marcada en sus mejillas: las mismas que como dos perlas brillaron en la corola de la flor.
A la desesperación ha sucedido la más profunda tristeza.
¡Pobre Elina! dice Edgardo con amargura. Contempla algunos momentos más la tumba de su amada.
-¡Pobre Elina! -exclama otra vez, y sentándose junto
al sauce, recostó en su mano trémula su cabeza desmelenada. Está desfigurado su rostro, su mirada está fija... Ni un gemido brota de aquel corazón despedazado.
Dolores del presente, recuerdos del bien que ya no existe, venid: encubrid con vuestras negras alas la sombra de una pasión que fue un encanto: despedazad con vuestras garras el corazón del que sufre... pero no, antes arrancad, por compasión, de aquel pecho una existencia que tan amarga es.
IX
Pasaron algunos instantes. El manto de la noche cubrió aquellos fúnebres lugares. Oyose entonces un tristísimo acento que decía:
«¡Cuán corta y desdichada fue su vida! Llevó al sepulcro su ilusión querida.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Ay! ¡infeliz de la naciente rosa Que arrancó de su tallo el aquilón!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
De ángel tenía la sonrisa hermosa Y de tierna paloma el corazón».
Apareció la luna en el horizonte y bañó de luz aquellos sitios.
Edgardo había desaparecido. Brillaban dos lágrimas en los senos del Heliotropo. ¡Oh, rocío de amor!... Desde entonces esta es la flor que más quieren los amantes.
(Puerto Rico, 1848.)
Tomado de El Bardo de Guamaní, Ensayos Literarios. La Habana, Cuba: Imprenta El Tiempo, 1862, p.581 587.
Prólogo a El Bardo de Guamaní
En 1813, llegó á Puerto Rico D. Alejandro Ramírez á hacerse cargo de la intendencia, cuyo cometido Labia estado hasta entonces á cargo de la Capitanía general. Su venida desde Guatemala en donde se hallaba empleado se debió á la fama de sus talentos y virtudes cívicas, cualidades que conocidas por el benemérito Puerto Riqueño D. Ramón Power diputado por aquella isla en las cortes de Cádiz y Vice Presidente en las mismas, no vaciló en pedirlo al gobierno de la Metrópoli como el llamado para el caso.
Su mando financiero en Puerto Rico duró poco; sin embargo organizó la administración, creó la riqueza, amortizando el funesto papel moneda que mataba el crédito público, abrió puertos al comercio, facilitó la inmigración extranjera y fundó instituciones provechosas que aun subsisten. Estableció un "Diario Económico" destinado á esparcir los conocimientos en el ramo y que no sobrevivió por desgracia á su partida de allí para esta isla de Cuba, y con mejor éxito, la Sociedad Económica de Amigos del Páis por la cual se fueron después instituyendo cátedras de francés, inglés, dibujo y matemáticas, así como hoy las cuenta de cosmografía y botánica. La grata memoria de aquel varón ilustre será inmortal en estos paises.
Sobre 1830, fundó el dign Obispo de aquella provincia D. Pedro Gutiérrez de Cos, el Seminario
Conciliar de San Ildefonso que hoy existe, y organizó en él los estudios eclesiásticos que se habían hecho basta entonces en los conventos dominico y franciscano.
En 1833 ó 34 abrió allá el Conde de Carpegna un colegio que hubo de limitarse á la primera enseñanza, atendido el estado del país donde no se conocía otra superior que la seminarista, siendo su sucesor esmerado en el mismo, D. Basilio Nuñez. También en este tiempo el docto dominicano padre Bobadilla, esparcía en la juventud la semilla de la buena enseñanza.
Ya para entonces el benemérito maestro Rafael Cordero, de humilde condición, se dedicaba á la instrucción de los pobres y aun de algunos niños acomodados y de las principales familias del país que llevaba á su escuela puramente primaria, su respetable conducta y la bondad experimentada de su manera de enseñanza. Negábase este maestro á fijar estipendio por su trabajo admitiendo no sin resistencia donativos particulares que no fuesen los simplemente necesarios á ayudar á su subsistencia, pues de los pobres, solemnemente tales, ó nada admitía ó solo lo que buenamente le llevaban. Puede decirse que había hecho y aún continúa haciendo á pesar de su avanzada edad, un sacerdocio de la enseñanza, obedeciendo sin duda á la poderosa vocación que le impulsa á difundir las pocas luces que logró alcanzar en lo atrasado de sus tiempos y en lo humilde de su clase. Deseosos algunos buenos patricios de que se premiase ó correspondiese á los generosos esfuerzos de este maestro, cuya respetabilidad consta en general, propusieron en 4 de mayo de 1856 por boca de un apreciable amigo del país* á la Sociedad Económica alguna muestra en este sentido. Se ignora el resultado No dista mucho de la tumba el pobre anciano: justo sería que llevase á ella una prueba de que en este mundo, aunque pozo de
* Don Julio Vizcarrondo.
†
La Real Junta de Fomento creó tambien allí una clase de pilotaje y de comercio que regentea con aceptación D. Claudio Grandí.
miserias, suele tener la común ingratitud, algunas honrosas escepciones.
Sobre 1837, algunos PP. Escolapios con su instituto "Liceo de San Juan y el "Museo de la Juventud," que en manos de profesores particulares siguió á aquel, dieron algún ensanche, aunque corto, en la Capital de la isla á la segunda enseñanza, mereciendo mención también el colegio que con el nombre de "Liceo de Mayagüez" fundaron poco después los primeros en aquella floreciente villa, así como el que con favorable crédito estableció y dirigía en Humacao el Sr. Roig.
Bastaban todos estos esfuerzos á probar la necesidad de organizar aquellos estudios, y la Sociedad Económica en la década siguiente comprendió que era la llamada á ejecutar este beneficio, movida por beneméritos socios, cuyos nombres dignísimos, que no se mencionan aquí por evitar alguna injusta omisión, figuran en las actas de sesiones destinadas á aquel objeto y que recordará siempre la isla con gratitud.
Para esta época había llegado ya á Puerto Rico desde la Península, su patria, uno de esos hombres benéficos por instinto y por reflexión, que aman las luces como hijas de un Dios que no ha hecho al hombre para la miseria ni la ignorancia. Educado en los santos preceptos del Evangelio de que era digno sacerdote, soñaba, se desvivía con el afán de ser útil á los hombres. El fué quien introdujo en el país, el primero, aunque reducido laboratorio de física química. Tenía el convencimiento de que aquellas ciencias son la verdadera base de la prosperidad pública llevando al hombre hacia Dios y la verdad. Hacia Dios porque sus aplicaciones, favoreciendo el trabajo del hombre y haciéndole por consiguiente laborioso le encaminan á lo bueno; hacia la verdad porque siendo esta Dios y aquellas el medio de todas las investigaciones positivas de la inteligencia, debe encontrársele al buscarla; así es que cuando mas tarde la
referida Sociedad Económica en uno de aquellos períodos de movimiento, de lucidez, en que duermen las pequeñeces materiales y la inteligencia desplega sus alas llenando el espacio con su aliento de grandeza, quiso, por los años de 1845, levantar al país del marasmo intelectual en que hasta entonces había estado y llevarlo á la vida del progreso en que de justicia debía entrar, encontró en el modesto sacerdote mencionado, el cooperador mas eficaz, el cooperador necesario. Tiempo es ya de nombrar al sabio y virtuoso arcediano á quien basta lo dicho para dar á reconocer por los amantes de las luces y el bien en Puerto Rico. ¿Quién no conoció allí por sus benéficas obras, por sus laudables esfuerzos en pro de la instrucción pública al buen sacerdote Dr. D. Manuel Rufo Fernández?
En efecto, gobernaba la Isla D. Rafael de Aristegui, conde de Mirasol, quien no desconocía las ventajas que tanto la misma como la Metrópoli podrían reportar del desarrollo de la instrucción pública y comprendiendo aquella creciente necesidad, se prestó gustoso é ilustrado á los deseos de la benemérita Económica accediendo á que se propusiese á S. M. la creación de un buen colegio central en el que tuviese cabida la instrucción en todos los ramos del saber humano, con especialidad los conocimientos de aplicación para las carreras industriales y titulares ó académicas, armonizando los estadios preparatorios con los de la Península en donde hasta entonces era admitida con trabajo la validez de aquellos estudios, en los muchos escolares que llegaban allí á continuar su carrera.
De sentirse es no tener la precisa fecha ni los detalles de las interesantes sesiones de la Sociedad Económica referentes á este proyecto, entre cuyos pormenores debe sin duda relucir el entusiasmo con que fué acojido por los habitantes de la isla, quienes se prestaron inmediatamente á contribuir á él con generosos donativos que se hicieron inútiles y hubieron de serles devueltos á fines de 1848, tristísimos días en que, con la muerte
repentina del proyecto, recibió la isla un daño de que con dificultad podrá reponerse: con semejante golpe murió allí para la ciencia más de una generación. Pero hay movimientos fecundos en la vida de las sociedades humanas y en que parece acumularse todo para acrecentar aquel movimiento y aquella fecundidad. Tal fué el que hemos mencionado en la concepción de aquel malogrado colegio, muerto antes de nacer, pues dictado el pensamiento de su creación por la mas ilustrada y generosa iniciativa, por la necesidad patente ó sed de ciencia que iba desarrollándose en el país y por la cooperación general del mismo, dió su mano á otros proyectos igualmente provechosos que con aquel debían enlazarse. El Colegio babia menester profesores; se escojieron por la Económica para que fuesen á Madrid y al extranjero, á costa de la misma, á ampliar sus estudios y á formarse en el profesorado superior, dos jóvenes de los mas recomendables por sus adelantamientos, aplicación, luces naturales y honrosa conducta. Entonces fué cuando el sabio D. Rufo (así le llamaban todos) propuso que se añadiesen otros dos cuyo sostenimiento costearía él de su cuenta por poco que ellos se ayudasen para el viaje, embarcándose él para la Península en uso de real licencia, vista su quebrantada salud, con unos y otros en la vía de acompañarlos y dirigirlos. Así se hizo y el país vió con regocijo á este noble sacerdote encaminarse con sus alumnos en pos del saber, cuya senda había abierto para Puerto Rico. Aquellos eran los jóvenes inapreciables Micault, Nuñez, Castro y Acosta. La contajiosa viruela arrebató en Madrid en una sola semana á los dos primeros y quedaron los dos últimos como únicos para llenar la noble empresa á que estaban llamados, si bien todo ello lo desorganizó la terminación repentina del proyecto primitivo. Pero el primer paso en la vía del adelantamiento estaba dado y aún cuando todavía se resiente la instrucción pública allí del golpe mortal dado al
gran colegio, aquellos distinguidos jóvenes Roman Baldorioti de Castro y José Julián de Acosta, devueltos á su país, previa su graduación como licenciados en la facultad de filosofía, sección de ciencias físico matemáticas y colmados no solo de aquellos conocimientos superiores que para la dicha facultad se requieren, sino desarrolladas sus clarísimas inteligencias en las dulas de Francia y Alemania, con vastos conocimientos generales, están dando al país el fruto mas precioso, ora en luminosos informes á la administración respecto á todos sus planes de fomento en aquella antilla hermana, ora en sus escritos literarios á que consagran el corto resto de un tiempo que en su mayor parte tienen que dedicar á sus atenciones de familia, ora en fin y principalmente en las tareas de la enseñanza á que se dedican en las cátedras de química agrícola y cosmografía que desempeña Acosta y en las de botánica y preparación al pilotaje que desempeña Castro; † habiéndose visto precisadas la Real Junta de Fomento y la Sociedad Económica á crearlas no tanto para llenar las imperiosas necesidades de la isla cuanto para utilizar los estudios de aquellos dos jóvenes profesores, que hubiesen dado grandes resultados en una enseñanza organizada como la que se pensaba establecer en el Colegio Central.
Fruto y efecto también del movimiento inteligente de 1844 á 47 fueron los primeros pasos que las letras dieron en Puerto Rico en aquella que puede llamarse aurora literaria cuya manifestación se verificó por medio de los aguinaldos, especie de concursos anuales en que la juventud hizo sus primeros ensayos; alardes de su culto hacia la Musa Puerto Riqueña á que hubo de contestar la juventud de la isla estudiante en Barcelona con el Albúm Puerto Riqueño y el Cancionero de Borinquen (nombre indígena de la isla). Los nombres de Jacobo y Cabrera,
†
La Real Junta de Fomento creó tambien allí una clase de pilotaje y de comercio que regentea con aceptación D. Claudio Grandí.
Guasp, Hernando y Alejandrina Benítez, la primera de su sexo que hermoseó aquel naciente Parnaso, mostraron que la elegancia en la forma así como el sentimiento y la fantasía poética no eran plantas exóticas en el país; que los buenos modelos comenzaban á conocerse y á estimarse y cuanto por último, podría esperarse de aquellos ensayos á que también añadieron su nombre, Travieso, Pereda y el con justicia celebrado escritor peninsular D. Eduardo González. Pedroso bajo el seudónimo de Mario Kolman. Así como estos mostraron su entusiasmo por las nacientes letras en los aguinaldos de 1844 y 46, no lo revelaron ménos por aquellos años en el Album y Cancionero citados, Vasallo, Alonso, Carpégna, Saez, Yidarte (Juan) y el malogrado cuanto nunca bien sentido Santiago Vidarte hermano de aquel, y joven de risueñas esperanzas cuanto brillantes prendas para la poesía‡.
Desde esta época data la literatura aunque asaz desmedrada, en Puerto Rico; comenzó como debía: por la canción y el romance, en una palabra: por las composiciones furtivas ó ligeras. Y si mas tarde Alonso hizo en su Jíbaro un libro que caracteriza la localidad para que fué escrito, y Hernando § , despojándose de este seudónimo, consagró con su musa el recuerdo de la hazaña histórica contra loa holandeses en aquella isla por los años de 1625; todo esto como lo que ha seguido después, debe mirarse como una continuación del lúcido período de 1843 á 47 sin otras consecuencias hasta después de 1852, época en que con el gobierno del general D. Fernando de
‡ Sentiría haber omitido algún nombre merecedor; pero escribo de memoria y solo por mis recuerdos, careciendo de los suficientes datos á la vista. También siento no poseer en la actualidad alguna de las varias, agradables y bellas composiciones que mi amigo D. Eduardo Eugenio Acosta publicó por aquellos tiempos en los periódicos de mi ciudad natal, y que por desidia del mismo no figuran hoy en colección alguna.
§ D. Juan Manuel Echevarría.
Norzagaray se promovió de nuevo la instrucción pública y se crearon las cátedras mencionadas que debían regentear Castro y Acosta ya vueltos al país, se inauguraron las exposiciones públicas de agricultura, industria y bellas artes, y comenzó á dar señales de nueva vida la Sociedad Económica medio muerta casi á la par del gran colegio proyectado.
Algún tiempo después empezó de nuevo la publicación anual de aguinaldos en que continúa poniéndose en concurrencia á los amantes de las letras en la isla y entre los cuales, aunque todos merecedores", no debe quedar sin especial mención el entusiasta Marín, cuyo mérito literario deslustran de una manera lastimosa las censurables incorrecciones con que por incomprensible desidia, pues son sobrado notables, empaña el espontáneo estro de su musa, ni el estudioso Comas que desde su modesto retiro de Cabo Rojo sueña con la gloria literaria y dió en sus Preludios del harpa muestras de felices disposiciones y bellísimos deseos, así como de inexperiencia, que obligaría á calificar las producciones de aquella publicación, no ya las de hoy, de un tanto prematuras.
Por lo que atañe al humilde autor de estos apuntes, hijo también del noble ejemplo que hubieron de darle las nacientes letras en el período á que antes se ha referido, se juzga deudor á aquella época, de su persistencia en un campo abandonado por casi todos y á que (acaso por su desgracia) le llevó una vocación incorrejible.
En 1847, comenzó á publicar de vez en cuando algunas fantasías juveniles en prosa, cuya mayor parte no menciona hoy, pero que habiendo obtenido una amistosa aceptación desde la primera) en la generalidad del país, se vio asaz estimulado á estudiar y á escribir.
Durante su residencia en Madrid desde principios de 1850 á fines de 1852, aleccionado y alentado por el distinguido e inolvidable D. Domingo Delmonte, así como
por el no menos digno de memoria, bondadoso Padre Baranda, erudito bibliotecario de la Real Academia de la historia, dió á luz una leyenda y algunas otras composiciones y preparó la publicación de una Biblioteca histórica de Puerto Rico, que verificó después á su retorno á aquella isla.
Una vez allí, escribió en 1854 por elección y con subvención de la Junta de Fomento la Noticia sobre la vida y obras del notable pintor Puerto Riqueño, José Campeche, que figura en la colección que sigue á estos renglones, y por último fueron escritos y representados sus dramas Roberto D'Evreux y Bernardo de Palissy, lo primero del género allí, y que quizás por esta circunstancia fueron recibidos por sus espectadores y por la prensa toda de la isla con ese simpático y bondadoso aplauso que llena el corazón de estímulo y agradecimiento.
En la Habana, las tareas mercantiles á que hubo de dedicarse para ganar la vida no han sido omnipotentes á quebrantar sus invencibles inclinaciones literarias y por eso han visto la luz en estos papeles públicos algunos de sus trabajos que hoy forman parte de esta colección.
Al publicarla y hacer por este medio su presentación formal ante lectores cuyas simpatías, si bien se las promete bondadosas, no habrán de dispensarse á la luz de apreciaciones locales y de circunstancias puramente relativas, como le aconteció sin duda en su país natal; no ha dejado de ocurrírsele que acaso le hubiera convenido encabezar el libro con un prólogo apadrinador según costumbre, puesto por algún celebrado escritor habanero; pero luego ha reflecsionado que no será este el primer libro desprovisto de aquella circunstancia y ha decidido presentarse absolutamente solo; esto no es orgullo ciertamente; es.... soledad.
Tomado de El Bardo de Guamaní, Ensayos Literarios. La Habana, Cuba: Imprenta El Tiempo, 1862, p.5 10
UN ALMA EN PENA
Cuento Fantástico
- I -
Alfredo había cumplido los 33 años; edad que el Dante llamó il mezzo del cammin di nostra vita y en que el rey de los mártires apuró en el Gólgota, la copa envenenada, que ofrece el mundo a los que pretenden su bien. Alfredo no era rico y esto es ya un desengaño en ciertos mundos. Es verdad que tenía lo que debiera ser una riqueza: un alma; pero este es valor que no se descuenta en muchos bancos.
La tarde comienza a dejar su puesto a la noche. Es la hora las sombras.
Mob, la ninfa del sepulcro, envuelta en blanco sudario, presenta a Alfredo la copa envenenada.
Se oye el rumor de música agradable, pero en lontananza, como un eco perdido, como un dulce pasado que no volverá.
Susana. Yo fui tu primer amor, la azucena de tu infancia, la rosa de tu adolescencia. Grata y festiva, te di sueños deliciosos que no has podido olvidar . La impresión de mi diestra juguetona conmueve aun los rizos de tu
cabellera; alguna cana los matiza ya, es la ceniza del volcán que ardió y cuya lava era deliciosa. Lo presente, lo porvenir para nosotros es... la nada ¡adiós, triste amigo, adiós!
Julia. (Ataviada con la guirnalda de la fiesta, hermosa y brillante como en otro tiempo.) Yo fui el amor de tu vanidad. Te amaste en mí; era un tributo que debías rendirme. Yo sigo amando y amada como entonces. Cierto es que la decadencia comienza ya a alborear en mi hermosura, pero la verdadera hermosura tarda en marchitarse. ¡Ah! ¡Cuán gratas resuenan aun en mis oídos tus lisonjeras palabras! En una fiesta al son de la bulliciosa música, ceñidos en dulce abrazo nos deslizábamos por espacioso salón. La luz brillaba en nuestros ojos; nuestro ardiente hálito se confundía, tú, embriagado con mi belleza, aspirabas con ansia, con delicia, con el éxtasis de un paraíso, el jazmín de mi rubia cabellera... Desde entonces un rizo de la blonda beldad te transfigura y te muestra visiones inefables. -Amado Alfredo, yo poseo tu primera juventud. Tu más hermosa y hechicera memoria te da un adiós eterno. Tal vez nos encontremos de nuevo por la vida, pero ya no seremos el uno para el otro lo que en aquellos días. Vendrá la primavera, pero las flores del pasado año no vendrán a saludarla.
Elvira. Yo soy aquella que te inspiró el amor heroico; yo fui la Judith de tu Biblia, la Corday de tu fantasía, la Eleonora de tu corazón, la Eloísa que no sabe olvidar, la Julieta que sabe morir. Los huracanes de la vida doblegaron los robles de la selva...
Sombras de mugeres que aparta el océano del mundo y que uno ve pasar desde la ribera. Dejan en prenda una sonrisa melancólica, un suspiro abrasador.
La voz de Ulrico. Amigo mío, los bravos compañeros de la juventud te aguardan, ¡ay! De los que hayan envejecido y sean sordos a nuestro reclamo. La ambición de ofrece a nuestra vista. Busquemos la gloria.
La voz de Mundo. No, el oro es mejor. La gloria es humo.
Ulrico. Es humo, pero es bella y embriaga nuestras almas, es más hermosa que el oro. ¡Atrás! Mundo miserable. -Alfredo y Ulrico son jóvenes aún, viven de su alma, aun no es llegado el tiempo en que el mundo sea su Dios.
La voz de Mundo. Seguid y ya veréis.
Ulrico. Amamos el placer, las fiestas, las mujeres, es verdad, pero el manjar que hinche y apoltrono, preferimos el vino que bulle, emblema de nuestra sangre y que presta imágenes encantadoras; preferimos el festín del sibarita, el que finge mundo desconocidos; preferimos a la mujer positiva, la que nos hace soñar con paraísos y con amores sin límites. -Hoy llamamos humo las ilusiones de los primeros años: pero nuestra mente no se aviene sin ilusiones, busquemos pues las menos frívolas: patria, gloria, humanidad. Nosotros haremos de la tierra una mansión de hermanos. Surcaremos los mares en pos de regiones ignoradas, alzaremos templos al saber, predicaremos la virtud, combatiremos por ella, por el bien de todos los hombres. Si el martirio nos ataja, sucumbiremos, pero con gloria.
La voz de un anciano. Hermosos corazones engañados: ¡Viva nuestra fe! -Mi labio os bendice anegado en lágrimas... Si queréis el Gólgota... bien está... andad... andad... ya lo hallareis.
Uno de vuelta. Allá no hay nada. El sacrificio será un escarnio de vuestra sangre. Las espinas de vuestras sienes os atormentarán demasiado, infructuosamente.
Ulrico. Aun soy tu amigo, aun hay amigos; sígueme.
Un joven desencantado. La época es árida y espinosa; gocemos y vivamos.
Otro ídem. La eternidad es todo o es nada. Si es nada, es descanso; si es todo, muramos.
Alfredo. (Desfallecido.) ¡Dios mío! ¿qué hacer?
Mob. (En traje de tumba, presentándole una copa ornada de flores.) ¡Beber y morir!
II -En el horizonte se presenta la luz de la esperanza. No es sol, es pálido lucero.
El rayo de esperanza tomó forma: Era Amelia.
Era una mujer graciosa y modesta. Derramaba su luz melancólica y vacilante como desconfiada, sobre un cielo de otoño. Parecía que el retraimiento a la que la había condenado un mundo que sólo aprecia lo que lo fascina, había concentrado en su corazón la llama suave de una ternura celestial. Flor un tanto marchita, pálido lirio privado de la rama que era su vida, emblema de un suspiro continuo y ahogado tal vez por el temor a un mundo burlón y desdeñoso, o acaso porque al ser para otro, rayo de esperanza, diese lo que no tenía.
El amor que inspiró a Alfredo no era coreado por la vanidad, nadie exclamaba al verla pasar ¡ahí va ella!
Alfredo confió en que podía sentir, aunque por última vez, una afición que juzgó sincera cuanto desinteresada y perpetua cuanto pura. En ello no había otra vanidad para él que la de haber descubierto un tesoro hasta entonces ignorado. Amelia se presentaba a su corazón como la dulce y generosa, simpatía, pronta a llenar el vacío de su alma, como un ángel de redención, como la virgen del último suspiro. Ella tenía ojos que sabían llorar y que por tanto se hicieron para el amor. Hela allí esbelta y solitaria como la palma en el desierto, con su dulce mirar de gacela, su voz de calandria herida. Su cabellera blonda recuerda los
dorados días que no pueden olvidarse; el azul de sus ojos el risueño celaje de la infancia; su mirada, el sol de la patria para el corazón proscripto.
Alfredo. Los hombres censuran lo que no comprenden. -Elevan hosannas a la virtud y la vilipendian cuando no lleva manto dorado. -El ángel en forma de mujer, se hizo mundano y no sabe apurar la copa de un hermoso martirio.
La voz del alma elevada. Viva el sentimiento, blasonemos de él, por él murió el Dios hombre.
La voz del mundo. Locura, locura.
Ulrico. Ya, lo ves, Alfredo, esa es la voz del mundo.
Venció Iscariote. Eloísa tiene razón: el amor empieza con sonrisas y termina con lágrimas.
Ulrico. Y tendrás que reír Alfredo, pues nada hay mas ridículo que un enamorado quejoso en este siglo. Pasó la época de los Amadeos; sólo Asmodeo reina, y es menester reír, cantar y darla de indiferente y endurecido.
Amelia no se sentía con fuerzas suficientes para sobreponerse al barro mundo.
Estaba preparada para entrar en la alcoba nupcial como una estatua vendida. El aprecio hacia el esposo que la razón de familia ordena, no cubre el pudor de una doncella. -El único cendal de este es el amor. Lo demás es una venta que sólo se diferencia de la almoneda pública, con una legalización que promete a la beldad en cambio de sus más preciosos favores, la duración vitalicia en el contrato y la promesa de algunos bienes materiales. Contrato draconiano en que ella entrega su fe, su ser y hasta sus pensamientos como una perdurable y eterna propiedad. Pero tal es el
mundo y Judas tenía razón: seguir la voz de aquel es lo más cuerdo y conveniente.
Llegábase Amelia al ara con su guirnalda de azucenas, quizá empapada en lágrimas; quizá se decía que puesto que así estaba establecido, ella hacía bien; acaso se felicitaba por su cordura, cuyo aplauso lisonjeaba su amor propio. ¿Qué mujer no quiere pasar por cuerda? ¡La aprobación ajena tiene tanto influjo sobre los espíritus débiles! Además, el matrimonio ha sido siempre para la mujer un santuario desconocido que aviva su curiosidad, un martirio agradable, un triunfo de la vanidad que produce envidia en las que se quedan al pie de la montaña! Era pues necesario que ella se resignase a ser feliz y aun se hiciese de rogar por lo que tanto quizás deseaba.
Está para verificarse la ceremonia del himeneo. La capilla iluminada y suntuosa ha abierto sus puertas A numerosa concurrencia. El sí decisivo que las humanas conveniencias trataban de arrancar, iba a ser pronunciado. La doncella trémula y radiante al mismo tiempo, sostenida y aun exaltada por el heroísmo de la abyección, hijo de la ciega obediencia, alzó sus ojos y vio en un rincón de la capilla, en medio de las sombras, un semblante conocido e inolvidable. Aquel rostro estaba iluminado por unos ojos que en otro tiempo habían sido espejos de felicidad y que ahora eran dos lumbreras de ira, de desdén y de amargura; parecían decir: «no se casa quien puede morir». La doncella no pudo soportar aquella mirada indescriptible y ahogando un gemido en su garganta, cayó muda y desfallecida en los brazos del futuro esposo.
Aquella, noche en lugar de tálamo nupcial había un féretro; en él yacía la interesante, la simpática Amelia.
La muerte venía a salvarla de la profanación de su amor y su himeneo.
Su semblante parecía conservar el rastro de la vida, de aquella vida melancólica y de víctima. La muerte la rehabilitaba.
El ángel había bajado, como en otro tiempo, a remover y purificar las aguas de la piscina Bethsaida, la de los cinco pórticos, y la leprosa sanaba entrando la primera en la, Bethsaida de su alma. Ella precedía a Alfredo en un cielo en donde debía encontrarla y reconocerla... purificada.
Con la toca de virgen, parecía más bella a la luz de los blandones que a la de las antorchas nupciales.
La iglesia estaba sombría. El túmulo enlutado, las negras colgaduras prestaban al rostro de los circunstantes un aspecto triste y fúnebre.
Resonaba en las bóvedas del templo el doliente eco de las preces y salmodias funerales. -Aquel terrible Dies irae nada tenía de espantoso para el ser que, abandonando el desdichado limo, tornaba a su mansión primitiva. Bien podían en un día terrífico y funesto, en el día de la ira y de la justicia, quedar convertidos en pavesas el mundo y los siglos. La voz profética de la sibila de que hablan los divinos salmos, no turbaba aquel espíritu que, si había pagado tributo al mundo, había sin duda lavado con lágrimas una complicidad hija puramente de la materia. El día de ira sería pues para ella un día de justicia y de esplendor. Es verdad que había emponzoñado una existencia; había sido un veneno moral; había impulsado tal vez hacia las tinieblas del escepticismo una moribunda fe que hubiera podido salvar; pero el Señor la perdonaría sin duda, porque ella no sabía lo que había hecho.
Fue conducida la muerta al panteón de su nueva familia.
Alfredo siguió al féretro en compañía de su afectuoso Ulrico, confundidos ambos entre el concurso. Arrojó un puñado de tierra y un pedazo de su corazón sobre aquella tumba y retirose silencioso al mundo, medio muerto en vida.
Era una noche tenebrosa y triste. Las estrellas no presentaban su faz a los pobres habitantes del valle de lágrimas.
Paseábase Alfredo solitario bajo los árboles que rodeaban la que en otro tiempo fue morada de su Amelia. ¡Aquellas paredes silenciosas eran testigos tan elocuentes de algunos días de felicidad! Cerraba sus ojos para recrear los de su alma en la región de los espíritus.
Dieron las doce en la vecina parroquia; de allí había partido aquel día, envuelto en yerto sudario, el tesoro de su existencia.
Parecíale continuamente oír aquellos cantos de muerte que helaban todo su ser y apretaban su corazón con un dogal de amargura. -Creía ver salir de aquella puerta cirios funerales, un féretro, luctuosa comitiva; oía dolientes gemidos mezclados al canto de los clérigos. La puerta permanecía cerrada y muda como el cadáver que había atravesado sus dinteles algunas horas antes.
¡Amelia! exclamaba el doliente joven. ¡Pobre de mí! ¿Por qué has desaparecido de la tierra? ¿Por qué me has abandonado en este Calvario de mi soledad, en esta cruz de mi martirio? Era demasiado dulce la felicidad que lo futuro podía brindarme; la muerte burlona, pero ¿qué digo? ¿no se había convertido aquella gloria en cáliz de amargura?
De pronto rechinó la puerta del templo. La calle continuaba silenciosa.
El sereno lejano cantó las doce que acababan de resonar con lento, grave y sonoro campaneo. -Era la voz quo recordaba a los que tuviesen oídos, que el tiempo marcha mientras duermen descansando los peregrinos de la tierra y se acorta su camino hacia el descanso eterno.
Abrióse la puerta del templo. Su interior yacía en tenebroso crepúsculo... Un bulto sombrío atravesó los umbrales, deslizándose como un fantasma... Venía
caminando hacia Alfredo. Su figura parecía la de un monje cubierto con negra capucha... acercábase lentamente sin ruido, sin rumor alguno, sin agitar el ambiente que le circundaba, como un verdadero fantasma...
Acercóse a Alfredo... mudo como un espectro. Por debajo de la capucha vislumbró aquel un semblante blanquecino como el ampo de la nieve. Su frente y sus ojos permanecían cubiertos bajo aquella aparente mortaja. Alfredo sintió que le circulaba el frío que produce la proximidad de una masa de hielo. El monje le tendió la mano amarilla como la cera, descarnada como la de un esqueleto, contenía un papel a manera de carta. Alfredo se sentía sobrecogido a pesar de la entereza que debía darle su indiferencia, por todo lo que no fuese ya seguir al sepulcro a la que lo acababa de dejar solo en el mundo. -Tomó maquinalmente la carta. El fantasma desapareció.
El joven sintió el frío de la tumba brotar de aquel billete enlutado. Su contacto hizo correr por todo su cuerpo un temblor convulsivo; acudió a su casa, medio transtornado, abrió aquel billete que parecía venir desde muy lejos... leyó:
«Basta de lágrimas, Alfredo. La muerte me ha hecho tuya para siempre.
»El monje portador de esta carta, es un espíritu amigo; tiene una obra que llenar en el mundo y podría servirnos de mensajero en nuestros póstumos amores. -Esta carta encierra un rizo de mis cabellos, de aquellos cabellos que hacían el encanto y que tanto apreciabas. Renueven o finjan ellos en tus manos la perspectiva de algunas horas felices, personifiquen en tu alma la imagen de la pobre mujer cuya presencia has perdido. También va una azucena de mi corona fúnebre, ella es una flor de mi sepulcro; no temas se marchite: el Señor de las misericordias la ha bendito con su eterno soplo y ya es una flor de la vida. Su perfume, te dará dulces ensueños y generosos impulsos, grato a la eternidad 'No se casa quien puede morir', me dijeron tus ojos: El
espíritu piadoso me oyó y me ha enviado el benéfico tránsito de una muerte libertadora. ¡Ay! en el mundo me enseñaron que era modestia y virtud el disimulo y yo cifré en este mi vanagloria; pero esta es la morada de la luz y la sinceridad. No creas, sin embargo que todo es bienandanza. Este no es infierno no es el cielo y se padece porque se suspira por los que se ama, por lo que se ha dejado en el mundo. El Señor ha dicho por boca del hijo «Donde está tu tesoro allí está tu corazón.» Y como mi tesoro quedaba en la tierra, mi corazón no podía entrar en la morada de los bienhadados; sufro pues, estoy en un doliente purgatorio; sufro y peno por ti, mi bien amado, pero cuán dulce es penar por ti. Aquí puedo amarte con todo el cariño de que siempre fue capaz mi alma, te amo en espíritu, y en verdad; padezco por ti, temo por ti y solo tú podrás sacarme de esta misteriosa mansión. Pero ¡ay de ti, si una resolución criminal te cierra estas puertas y después las de una perenne bienandanza! ¡Amor y esperanza pueden libertarme, amor y esperanza pueden salvarnos! Adorado Alfredo en el mundo quedó mi tesoro, allá quedó también mi corazón. Alfredo cuida de él, no avives las llamas de este purgatorio... Adiós.
VI
La luz de una bujía estaba para apagarse. -La habitación de Alfredo iba entrando en la región de las tinieblas...
Alfredo contemplaba el rizo que su amada lo había enviado desde la eternidad. Su alma evocaba otra alma.
Sus ojos fueron dilatándose en la viva contemplación; parecía alucinado.
Sobre su pupitre estaban abiertos varios libros; era cuanto se ha escrito sobre las manifestaciones del mundo invisible.
Alfredo había buscado la verdad, la luz en el caos; quería convencerse de la existencia de lo invisible y su contacto con las pobres formas de la materia. Tenía pruebas
en su mano, carta y prendas de su espíritu querido, buscaba sin embargo una fórmula de evocación ¡ah! hubiera dado toda su existencia por percibir la benéfica visión de la que adoraba; recordaba la posibilidad de la transfiguración descrita por los sabios como un fenómeno positivo.«Sobrenatural» murmuraba, he aquí una palabra, que no debe existir en absoluto; ¿qué podrá vislumbrar el hombre que no quepa dentro de su naturaleza? ¡La realidad infinita! Ese mismo infinito ¿no es también concepción humana? Esa realidad ¿qué es sino un espacio que llama al espíritu a ser ocupado por él? La materia, lo denso, siendo infinito, cabe en la naturaleza, ¿por qué no, lo espiritual, lo sutil? ¡Ah! cuando mi mente la ve en sueños ¿qué es sino lo sobrenatural en lo natural, qué es sino la realidad de un ciclo que cabe y llevo dentro de mi corazón? «Lo que está en lo alto es como lo que está en lo bajo; lo que está encima es como lo que está debajo». La síntesis egipcia, la serpiente que muerde su cola. La antigüedad de este misterioso jeroglífico es su mejor testimonio. -El sólido enlazado al líquido, el líquido al vapor, el vapor al éter, el éter a los mundos diáfanos e invisibles, he ahí la cadena. ¡Dios mío! Que yo la vea, como te veo Señor infinito, ya que has permitido que mi mente te alcance, ya que has querido que te vea en ella, como en tu obra. Que venga a mí atraída a estos ojos de mi cuerpo, por esa cadena impalpable que me une contigo y a ella por los de mi alma. Que pase su ser desde los misterios en que encubres lo eterno, hasta esta realidad tangible, unida a tu realidad por tu esencia interminable. ¿Qué habrá de milagroso en mi demanda si todas tus obras son un perpetuo milagro? -Que la vea, Dios mío, o mi locura es inevitable. La he amado mucho y el Cristo tuvo piedad de los que amaron mucho. Este amor fue una ley tuya. Aun cuando ella hubiese sumido su rostro en el fango de la tierra, aun cuando todos los elementos se hubiesen conjurado contra ella, yo la hubiera siempre levantado en mi corazón, porque la amaba
y la amo mucho, ¿por qué no; siendo ella una de vuestras elegidas, purificándose y purificándome en el fuego de su alma?
De pronto los ojos de Alfredo aparecieron como si quisiesen salirse de sus órbitas; sus cabellos se erizaron, su rostro se puso pálido como la azucena que tenía en sus manos. La lámpara mortecina dio a su semblante el brillo fantástico que presta el fuego del azufre. Un perfume de muerte, el ambiente que dejan los cirios al quemarse en la cerrada bóveda de un templo, inundó la habitación. Parecía que iba a suceder algo extraño allí... Sin duda se acercaba la presencia de lo invisible!...
¡Alfredo! exclamó una voz... Alfredo repitió acercándose... El templo de esta voz era varonil y conocido... Era la de Ulrico que entraba en la habitación.Vas a volverte loco.
Alfredo se puso sorprendido. Todo tornó a su ser acostumbrado. La lámpara volvió a luchar con la oscuridad que casi la absorbía.
Ulrico entró buscando a su amigo. -Éste ocultó con presteza su carta y las prendas que no quería mostrar a los vivientes. Su comercio con el espíritu, hubiera sido llamado locura, y los hombres, aun cuando su opinión tornase para expresarse los labios de un amigo tan sincero como Ulrico, hubiesen profanado un amor que sobrevivía a la muerte.
Alfredo sintió sin embargo junto a sí el rastro de una entidad aérea y simpática, acaso tomó por tal lo que sólo sería efecto de sus nervios susceptibles y excitados por aquel estado visionario en que se hallaba.
Ulrico sintió alguna cosa extraña en el vaho de la habitación, pero atribuyolo a vicio del aire allí encerrado.
Ulrico. Vas a volverte loco, amigo mío; la juventud, el mundo te llaman. Fuerza es salir de ese estado miserable, umbral del infortunio perpetuo y acaso del suicidio. No la olvides, puesto que su recuerdo te es tan grato, pero el mal es irremediable. -¿Quién sabe, además? El mundo tiene
grandes recursos para la juventud, y el olvido no es extraño al hombre. Quizás encuentres otra más amable. ¡Oh! es preciso olvidar amigo mío ya que es forzoso vivir Es preciso consolarse.
La voz del mundo. Necio del que muere viviendo tras un fantasma.
Ulrico. Ven pues, amigo mío; para sentir no es necesario volverse loco. Cierra pues esos libros en donde han consignado sus sueños y sus embustes mil cerebros delirantes y ven al valle de vida que nos espera.
Se oye a lo lejos la música y algazara de una fiesta. Ulrico arrastra a Alfredo que lo sigue automáticamente.
Alfredo sintió a su oído y en su corazón el eco de un suspiro tan tenue que Ulrico, menos excitado, no pudo percibirlo. -¡Ya se ve, venía aquel de tan lejos!
VII **
Hierve el champaña en las copas.
Ulrico. Jacobo, una canción.
Jacobo. Comience Carlos, cuyo vino es más alegre. Ulrico. Vamos, aquí tenemos en Jacobo otro romántico. Eduardo. Yo creía que el spleen era exclusivo de Alfredo.
Este guarda silencio. -Su palidez no cede ni ante el calor que esparce en sus venas el bullente líquido. Sus ojos se fijan de vez en cuando con distracción, sus labios quieren sonreír en vano; su alma no está allí.
Ulrico. Jacobo llora también ausencias, Elena, Elvira, Matilde... ¡qué sé yo! Su corazón parece haberse convertido en colmena; cada una tiene allí su celdilla.
** Conviene advertir al lector que todos los detalles de este capítulo son de circunstancias; sírvase perdonar lo que en ellos le pareciera demasiado peculiar de a aquellas. La trivialidad de los mismos no sería indiferente a algunos amigos del autor. (Nota de Tapia.)
Eduardo. Vamos, Carlos, olvidemos nuestro desencanto al rumor de las botellas. Siempre fuiste un buen camarada para destapar algunas flacas. Estoy por las flacas, suelen ser más espirituales, las botellas, se entiende. (Cantando.)
Bella es la vida; en la abundante mesa se ensancha el corazón, el alma goza. No quiero mas penar; ¡vino, Teresa! Esta es la vida... lo demás es broza.
Carlos. (Recitando.)
Topé yo una mujer con uña y rabo, de estrepitoso y brusco desenfreno, de esas que tienen el hocico ameno y que todo lo toman por el cabo.
Ulrico. Bravo, bien. Jacobo. Adelante. Eduardo. Que glose. Jacobo. Silencio. Carlos. «Y que todo lo toman por el cabo». Jacobo. Que glose, que glose. Carlos. Al salir de mi casa cierto día pasé de Finisterre por el cabo, Eduardo. ¡Sopla! Jacobo. Silencio, adelante. Carlos. Ninguno de vosotros lo creería topé yo una muger con uña y rabo,
Y con cuernos también, que es muy forzoso la chaveta cubrir cuando hay sereno, y más si la mujer es un coloso de estrepitoso y brusco desenfreno.
Era la dama de gentil quilate de las que pastan la cebada y heno,
que tienen por nariz un disparate, de esas que tienen el hocico ameno.
Espantéme al mirar sus cucamonas, y no penséis de esquivez me alabo, porque era de esas damas retozonas y que todo lo toman por el cabo.
Eduardo. Bravísimo. Ulrico. «Y que todo lo toman por el cabo». Soberbio, soberbio.
Eduardo. A la salud de Carlos. (Beben.) D. Celio Almodóvar. (Viniendo de la mesa vecina en que se juega.) ¡Acabo de perder mi reserva!
Eduardo. ¡Qué lástima!
Jacobo La célebre onza que nunca se perdía.
Eduardo. La que siempre desquitaba.
Almodóvar. Para rescatarla, jugaría hasta mi puesto en la otra vida.
Carlos. ¡Picaron! como estás seguro de que acaso no sea muy bueno.
Almodóvar. Aunque lo fuese. Carlos. (Con sorna.) ¡Blasfemo!
Almodóvar. ¿Qué queréis? Estoy loco. ¡Acabar por perder aquella onza!
Ulrico. ¡Que era la de Almodóvar!
Almodóvar. ¡Y que me prometía con ella labrar algún día esa fortuna cuantiosa con que siempre he soñado!
Eduardo. Vamos a ver D. Celio, siéntese V. y tome un trago de lo hermoso... Ahora platiquemos. -Aquí viene V. otros que desean lo que V. Supóngase el Sr. Almodóvar que el abate Faria resucitase para sólo darle una fortuna rival de la que dio a Dantés. Supóngase que la sombra del bucanero Morgan le llevase a su caverna en la isla de la Mona, para mostrarle lo que todos dicen que guardó allí ¿Qué haría V. con tanto? Todos lo imaginamos, pero
queremos probarle que todo es poco cuando se trata de distribuirlo por gentes como nosotros.
Almodóvar. En primer lugar mandaría construir un lujoso palacio digno de un Encantador, fantástico, excéntrico a mi modo.
Jacobo ¡Para V. solo!
Almodóvar. Para vosotros también, amigos míos; con vosotros quisiera compartir los tesoros de la fábula.
Eduardo. Traeríamos cocineros franceses por supuesto.
Anello. El fondista (metiendo su cuarto a espadas.) Scordasti i macarroni.
Eduardo. Sí, sí, cocineros italianos también; Anello es hombre de gusto.
Ulrico. Olvidábamos que la patria de la poesía y las bellas artes, lo es también de i manggiatori.
Eduardo. Y bien visto, la buena cocina es también una de las bellas artes.
Anello (Sobándose la panza.) Por supuesto; un bel arte, sicurissimo, un bel arte miei signori.
Eduardo. Pero volvamos a lo del Palacio; tendríamos cocheros ingleses, mayordomos alemanes, caballos de todas razas.
Jacobo. Mujeres francesas.
Ulrico. Ya pareció aquello.
Carlos. Circasianas, georgianas, estoy por las bellas esculturas.
Eduardo. No señor; ¿a qué tener que entenderse con mujeres que hablan ruso o turco...?
Almodóvar. No le hace; me agrada la mímica y ya nos entenderíamos.
Eduardo. Disparate, estoy mejor por las francesas.
Ulrico. ¿Hay algo más apasionado que una española, que una italiana?
Carlos. ¿Y a dónde me dejáis los poéticos rostros del Norte, las novelescas britanas, las excéntricas hijas de
Washington? ¿Y qué decís de las incomparables sucesoras de los Incas?
Almodóvar. Vamos, vamos; para que todos estuviesen contentos, traeríamos una de cada nación.
Jacobo. Bravo, magnífico.
Ulrico. ¿Y qué pensáis del pobre Alfredo? Necesita consuelos; nosotros debemos hacer por él todo lo posible, nuestro querido y triste amigo.
Carlos. Le buscaremos algún pálido fantasma de ojos azules que le haga olvidar la pena que le abruma; evocaremos la sombra de Eloísa o iremos a Teruel a buscar los huesos de Isabel de Segura; solo así estará contento este nuevo Marsilla.
Ulrico. Dejemos esta broma, amigos míos; Alfredo lo que ha menester es la cariñosa, solicitud de sus amigos y sobre todo nada de burla sobre su estado.
Jacobo. Nada de eso; a Alfredo se las daremos todas y a más nuestros brazos y nuestro corazón. Todos le abrazan.
Eduardo. Un brindis por Alfredo.
Carlos. Por que torne a su estado la alegría que en él tenía su más vivo espejo.
Todos. (Beben.) Bien, bien.
Almodóvar. Por lo visto, a pesar de ser yo el dueño de la fortuna, me dejaríais sin dama si quedase a vuestra elección.
Letargo. (Despertando.) Vamos, para V. amigo Almodóvar, se queda la mujer con uña y rabo de que habló Carlos hace poco. Vamos no os hagáis el niño, el caso José, pues estamos seguros de que si ella os echara los brazos, no la dejaríais en ellos vuestra capa, como hizo aquel con la mujer de Putifar.
Ulrico. Caballeros, habló De profundis. D. Letargo, por lo visto, comprendió que si continuaba dormido, se quedaría sin parte del botín.
Letargo. Claro está. Con sólo hablar de ellas se volvió esto el puerto de arreba-capas y no quiero que cual camarón
dormido me arrastre la corriente. Para Almodóvar tengo yo una trigueña de los trópicos que ya...
Carlos. Bien, caballero; basta por lo que respecta al harem.
Jacobo. Tendríamos allí jardines que envidiaría Lenôtre, lagos y chalupas, bosques poblados de canoras aves.
Eduardo. Ya tenemos los idilios sólo nos falta Leandra vestida de pastora.
Ulrico. Invitaríamos a Alejandro Dumas, padre, que es todo un buen tercio, a qué pasara un verano con nosotros. Él daría celebridad y realce a nuestro fausto.
Eduardo. Sí, porque el aplauso es la corona de los goces. Veríais que romances haría sobre loa Adanes y las Evas de este nuevo Edén.
Ulrico. Y bien, amigos míos; ¿cuándo esa fortuna tocase a su término?
Carlos. Un festín de despedida nos apartaría de este mundo llevando a cuenta bastante cantidad sobre los tesoros del otro.
Jacobo. ¿Y habéis olvidado que aquí había muchos para quienes la vida no es un Edén de riquezas, sino un valle de lágrimas y cuyas quejas y maldiciones podrían atormentarnos en la tumba?
Almodóvar. Es verdad. -Pero todos estos son por desgracia sueños.
Eduardo. De locos.
Jacobo. Es decir, de hombres.
Ulrico. Por fortuna tenemos algunas perlas de piedad en el alma y esto no deshonra nuestros sueños de riqueza.
Almodóvar. Esto es tan cierto como que trato de ir a rescatar la imponderable. De lo contrario, me suicido con el guijarro que ya sabéis.
Alfredo. No puedo sufrir más! Ulrico déjame, dejadme amigos míos; quiero estar solo, si no, voy morir... dejadme!
Algunos siguen a Alfredo, a poco vuelven todos... se sientan.
Ulrico. ¡Pobre amigo!
Carlos. Es verdad (Llamando.) ¡Jaime, champaña!
Continúa el ruido de las copas, las imprecaciones de los jugadores, los cantos de alegría... o de amargura y despecho disfrazados.
Cae el telón, una de las muchas cortinas de este mundo.
Vagaba Alfredo alrededor de la Iglesia que ya conoce el lector; la puerta no se abría; el monje sombra no se presentaba.
¡Me ha olvidado ya! exclamaba.
¡Ah! ¿por qué no la he seguido? Es imposible que sea una vana alucinación. Aquí, sobre mi corazón está su carta, siento en él la impresión extraña que su contacto produce en mi ser. ¡Ah! indudablemente estoy loco... ¡No se mata quien debe vivir! Y sin embargo, morir sería para mí un consuelo tan grande!
Ahí he dejado a esos amigos que creen vivir pretendiendo embotar en burlas y en sátiras amarguísimas o en sueños de una suspirada ventura, la espina fiera que todo nacido lleva en sus entrañas. -¿Quién no ha visto burlada una esperanza? ¿quién ha podido matar en su alma y para siempre un deseo atormentador? ¡Ah! ¡tu copa, Mob!
Al decir esto sentía hervir su cabeza comprimiéndola entre sus manos como si tratase de ahogar el bullente fuego que devoraba su cerebro. -Paseábase agitado por su habitación, en que acababa de entrar presa de un violento frenesí.
¡Me ha olvidado ya! Hace tres, siete, nueve días, que acudo en vano al lugar de sus citas, a su sepulcro, al templo, a las cercanías de la que fue su morada; el sombrío mensajero no se ofrece a mi anhelante afán.
Desde el día en que aquí mismo estuve a punto de ver su imagen querida, evocada en nombre del cielo y de mis dolores, desde entonces está sorda a mi voz; aquel suspiro desgarra aun mi alma. -Ulrico, celoso de lo que llama mi tranquilidad, vino a buscarme entonces para llevarme a ese mundo que detesto y que es ya para mí un desierto sin límites. Ella se ha olvidado del que sin ella no puede vivir. -¡Amelia, querida Amelia!... Pues bien, yo también la olvidaré, quiero vivir, viviré, haré lo que tantos otros. Aquí, su carta, su rizo... Me dijo que sus cabellos serían en mi mano un talismán poderoso, un verdadero resorte mágico para evocar su sombra. ¡Ah! ¡cuántas veces la he invocado infructuosamente! Destruya el fuego de una vez tan atormentador hechizo.
Aplica la guedeja a la bujía, comienza a quemarse.
El eco de un doliente suspiro hiere su corazón.
Ilumínase la estancia con resplandor siniestro; crece el espacio de aquella ante sus ojos. Aparecen allá en lontananza los objetos antes cercanos; a lo lejos se levanta un túmulo, luces funerales iluminan un féretro... ábrese éste... álzase de él con solemne y medrosa lentitud una sombra, el cadáver de una virgen; su blanco sudario forma un contraste con lo enlutado de las paredes y del túmulo. Es la sombra de Amelia... pálida como su túnica, demacrada como la muerte. -Sus ojos están fijos como los de una estática ¡cuán hermosos, sin embargo! El ligero vidriado que les presta la muerte, sólo ha empañado un poco, aquel diáfano espejo de un alma expresiva y bella; ¡ay! aquellos ojos cuya mirada era una sonrisa o una queja, que tenían todo el brillo vago de un hermoso pensamiento, toda la elocuencia de un tierno corazón; aquellos ojos que sabían llorar y se hicieron para el amor. Su semblante descarnado conservaba aún la dulzura y suavidad de aquellas facciones como el diseño medio borrado, como el iris que va a desaparecer, como el disco de un astro al
través de una nube blanquecina. Estaba triste, ¡ah! traía sobre su ser el padecimiento de la indefinida ausencia, el encanto de una piadosa resignación. Era el rostro de una mártir al subir a la mansión del premio. La corona de azucenas con que se acostó en la tumba, aderezo de sus nupcias funerales estaba cuasi lozana todavía, solo que la incuria del sepulcro había deshojado alguna de sus flores.
Llegose a Alfredo, inmóvil, deslizándose como el ave que se cierne sobre los aires, impulsada por el blando céfiro de regiones ignotas, con la vaguedad de un espíritu... acercose...
Alfredo yacía mudo, doloroso, lleno de pasmo y dominado por terror indescriptible... Quiso hablarla... pero su voz murió antes de ser articulada; sus labios y su seno parecían oprimidos por una masa de hierro.
Acercose más el fantasma; levantó una mano que Alfredo había acariciado tantas veces en dulce arrobamiento, una mano que la muerte había descarnado prestándole el color de amarillenta cera, pero graciosa todavía... Púsola sobre el corazón del joven. -Sintiose éste morir a la impresión de aquel yerto y levísimo contacto; sintió en su frente una impresión más yerta todavía, eran los labios de Amelia, su sensación fue indefinible; sintió el eco en su corazón y cayó desmayado.
IX -
Las antorchas brillan, la música resuena; cien bellas danzan adormecidas en brazos de sus alegres amadores. Reina la fiesta, reina la alegría.
Alfredo. ¡Oh! ¡carga pesada! ¡Por piedad, por piedad, espíritus que me rodeáis, ayudadme a llevar esta pesada cruz de la vida! ¿Por qué, dulce visión mía, al tocar mi corazón con tu mano helada, no me comunicaste, la venturosa muerte? ¿A qué vedarme el morir, ese tránsito que miro como un bien suspirado? ¡Ah! ¡tantos otros que
tienen en este mundo lauros y sonrisas, que suspiran de gozo cuando el sol nace y lloran temerosos de que al ponerse no les deje allí! ¡Tanta madre que gemirá a la cabecera del hijo amado, pidiendo al cielo con dolientes quejas la vida que se extingue! ¡Cuánto anciano temeroso, cuánto joven moribundo no podrían saborear esta vida que es para mí un estorbo y que yo les daría en cambio del sepulcro que les amenaza!
Un máscara. Alfredo, estás esperando una resurrección que no llegará... todavía. ¿A qué apurarte? La trompeta del Juicio tiene su día marcado y en Josafat hay sitio para todos: Allá nos encontraremos. Entre tanto escucha resonar con gozo estas trompetas de la locura, y danza alegre en este torbellino. En él bullen ocultas todas las pasiones que habrá que condenar en Josafat, y hay caras más ridículas que las que allí se verán en aquel día sin sol y sin sombra.
Esto por lo menos, como no es el valle del Juicio, en lo menos que se piensa es en tenerlo o en hacerse justicia. -A la danza pues y hasta entonces, ¡viva la injusticia! Su bondadosa antagonista ha hecho bien en reservarse para otro mundo cuando porque en este la apedrearían.
Otro máscara. Lástima es que no haya otro diluvio universal para ver como nadaban ciertos ánades.
Otro. Alfredo ¿estás triste? Este no es sitio de duelo. A llorar a los cementerios; este es un jardín en que hay bellas flores que dan alegría. Dime, si al bailar con una hermosa como aquella (Indicando a Julia que pasa danzando junto a él.) ¿echarías de menos el paraíso? ¡Oh! que me lo den aquí en la tierra; de seguro que no será tan necio que lo pierda por comer de una manzana... sobre todo cuando hay otras tantas frutas deliciosas.
Alfredo llevaba a su labio la azucena de su amada aquel talismán de los gratos ensueños y de los generosos impulsos.
De pronto oyó pronunciar su nombre. La voz que lo articulaba era una melodía dulce y melancólica, era tenue y grato acento, un eco adorado que penetró en su corazón y sacó de allí dos lágrimas de ternura, de aquellas tanto tiempo detenidas y que en vano había llamado a sus ojos para desahogar la amargura de sus penas.
Volvió la vista; halló junto a sí una misteriosa enmascarada. El corazón lo decía que aquel era su soñado Espíritu. ¡Tenía tantas cosas que decirle! ¡Era tan inesperada su aparición!
En esto resonó un vals, uno de aquellos torrentes armoniosos de Strauss que vierten en la fantasía encantos inefables, cuyas transiciones de lo armonioso a lo melódico semejan ora un despeñado raudal estrepitoso, ora un río apacible y lleno de plácidos rumores; festivos y melancólicos a la vez, invitan ya a la exclamación del contento ya a la queja del dolor. Notas suspiros tan vagos para describirse, cuanto lo son las emociones que ocasionan, encanto del éxtasis, vaguedad del éter. -Strauss es el bardo eufónico de la juventud de nuestros tiempos, entusiasta como las ideas que la inspiran, quejumbrosa al estrellarse contra la roca levantada por el duro y árido positivismo de nuestra época; vagarosa como ese océano de poesía incierta y desconsolada, peculiar de nuestro dudoso siglo; rechazada por do quiera, solo encuentra un cauce en el desierto sin horizontes de su infinito.
A la ruidosa invitación de la orquesta, correspondió un enjambre de parejas que comenzaron a deslizarse como otros tantos torbellinos arrobadores.
La máscara silenciosa apoyó su brazo en el de Alfredo, dejose ceñir por éste la aérea cintura como en ademán de aceptar aquella invitación a la danza, lo que él hizo dejándose llevar maquinalmente.
Un extraño estremecimiento de felicidad desconocida, incalificable, se comunicó a todo su ser; aquel contacto levísimo, imperceptible como un placentero hálito, helaba y
enardecía su alma a un mismo tiempo. Su vista se desvanecía cual si le acometiese un deliquio, un vértigo extraordinario, asediábanle la pena y el contento; en vez de pensamientos, solo tenía imágenes, pero vagas, imperfectas y deliciosas, esquivas a la forma como una emoción, como el sueño de una existencia desconocida, llorosas y risueñas, placenteras y colmadas como la felicidad.
Dejáronse llevar mutuamente en aquel torbellino fugaz, eléctrico, más poderoso que sus fuerzas, más poderoso que su voluntad.
Alfredo sentía escaparse de sus brazos aquel espíritu consolador, impulsábase a asirlo. ¿mas quién podría asegurar entre sus brazos la fantástica sombra de una imagen, de un sueño?
Las espléndidas notas del gran músico alemán, hacían correr por sus venas una lava tibia y grata. -Sus nervios vibraban como las cuerdas de una lira, su cerebro era un panorama en que iban pasando fugaces, al compás de aquella encantadora música, cien y cien visiones celestiales. -Aquellas vagas cadencias retrataban el delicioso extravío de su ser, cada una de ellas era para el alma una ondulación, una vibración divina. Perdíase su alma en los espacios, vela lo invisible, palpaba el éter; en aquella transfiguración hechicera sentía la realidad infinita. -Allí estaba Amelia, la veía, la palpaba, iba con él por aquellos espacios del espíritu en pasmo del alma, en éxtasis beatísimo. Parecíale ir camino de los cielos, vislumbrando allí su encanto, percibiendo sus coros angélicos, al suave impulso, mecido sobre las alas de un arcángel.
Cuanto hayan imaginado los poetas en su embriaguez de hermosa inspiración, cuanto hayan soñado los elegidos, allí estaba en su alma, en aquel huracán sin estruendo ni rumores. El salón huía de su vista, los circunstantes eran otros tantos mandos luminosos que le salían al encuentro, que se deslizaban por su lado, que le amagaban sin tocarle,
con sus luminosas cabelleras, ¡aquello era morir, pero morir en brazos de los ángeles en las puertas de un amado cielo!...
XAl volver Alfredo en sí, se encontró en su habitación; los cuidados de Ulrico y demás amigos le mostraban que su accidente había sido harto grave. No le quedaba duda de que había sido víctima de una terrible alucinación; sin embargo creía recordar que el Espíritu, al deslizarse de sus brazos, dejó en su crispada mano un girón de su sudario; al volver, había hallado aquella prueba de que su sueño había sido una incomprensible realidad; al comprimir aquel despojo de la tumba, trocose en polvo y luego... en nada; lo que ya era su Amelia para este mundo.
El espíritu había murmurado a su oído o mejor, había escrito en su mente estas palabras: ¡Morir por el bien del hombre no cierra el cielo; todo hombre puede encontrar un glorioso Calvario y después un paraíso!
Estuvo Alfredo gravemente enfermo, no le dejaron sin embargo morir. El espíritu no vino a verle sin duda por piedad: no era caridad traer al pobre viviente imágenes de un cielo que debía ver escapar.
Ella padece por mí, murmuraba, me aguarda; ¡vivir aquí teniendo mi tesoro en la eternidad! ¡Estar ella en la eternidad teniendo su tesoro en este mundo! ¡La hora es ya llegada!
XI -
La voz de un héroe llama a un pueblo que se agrupa en torno de su bandera. Aquella bandera está bendita y es el lábaro de la humanidad.
El campamento se agita con los preparativos de la batalla. El resonar de los clarines y las bélicas músicas enardece la sangre y los espíritus; el entusiasmo de una
noble causa se siente bajo aquellos pendones que flamean al matutino soplo; las armas resplandecen y resuenan. Al acento de los caudillos sucede el silencio momentáneo y solemne de expectación que precede al combate. En ese momento de incertidumbre y acaso de ansiedad, cada cual trata de justificar en su conciencia la causa por qué va a derramar su sangre y la de sus contrarios, sangre humana y de hermanos; ninguno espera que caiga sobre su cabeza. Estos son los momentos del examen de conciencia, del testamento moral; recuerdo de cariño por lo que se deja en el mundo, gemido del alma al ver segada en flor alguna ilusión que aun podía realizarse en la vida...
Trábase la lucha; retumba el cañón, el humo y el tumulto cubren el aspecto y la voz de los combatientes. La lucha es encarnizada, aquellos dejaron de ser hombres para ser tigres, es la sublimidad del león, de la fiera que satisface un brutal instinto, pero ¡ay! desgraciadamente los hombres tienen con frecuencia que reñir para obtener la paz y el bien; toda idea nueva, aun la más generosa, es casi siempre bautizada con sangre. Así está escrito.
Allí estaba Alfredo, allí estaba Ulrico cuyo corazón era el de un soldado de la humanidad, esa hasta hoy madrastra descreída que sus hijos tienen que obligar a ser madre a fuerza de lutos y de lágrimas; allí estaban otros jóvenes gastando gustosos la savia de su alma en un combate desinteresado.
La voz del mundo. Allí están algunos jóvenes ilusos que pelean por una palabra, sin más recompensa que la vanidad de un aplauso. -¡Pobres mozos! Olvidan que los redentores son siempre crucificados. -¿Qué sacarán de tanto estruendo? Nada para ellos o lo que es lo mismo un pobre laurel y la necia satisfacción de haber defendido lo que ellos en su juvenil ilusión apellidan «una buena y noble causa».
Terminó el combate.
Tornaron las fuerzas a su campo; es decir, que habían sido rechazados hasta mejor ocasión.
En el combate había recibido Alfredo un balazo en el pecho, sin embargo, aun vivía.
Ulrico estaba junto a su lecho de campaña.
El dolor físico no era bastante a desvanecer el gozoso encanto que expresaba el semblante del herido.
Las sombras eran cada vez más intensas.
El quién vive de un centinela, no correspondido, fue secundado por un disparo y otra serie de ellos que no lograron detener en su impasible marcha, una aparición de figura humana que se introducía en el campamento y que llegaba a la tienda de Alfredo...
Era un enlutado monje que venía a escuchar su confesión... Alfredo reconoció en él a su fantasma amigo, a su sombrío mensajero.
Levantose Alfredo, Ulrico dormitaba rendido de fatiga...
Siguió aquel al monje.
Salieron ambos del campamento.
El silencio mortal les servía de compañero.
Alfredo y el monje entraron en una región desconocida.
Abriose una tumba; un cadáver, mejor dicho, una amada sombra recibió a aquel en sus brazos.
La mano descarnada del clérigo fantasma bendijo su unión en nombre del cielo.
Apareció en los aires la escala luminosa de Jacob que fue extendiéndose con ellos hasta perderse en las nubes. El manto o la mortaja de Amelia cubría la sombra de Alfredo.
Ulrico vio en sueño los dinteles de un mundo celestial; percibió allí a su amigo y a su amada que entraban gozosos. Al son del arpa gloriosa del rey profeta, cantaban los querubes el salmo de la bienaventuranza.
El Cristo escribía con sangre de su costado sobre aquellas almas: «Donde esté vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón».
Aquella música agradable despertó a Ulrico.
Las bandas del campamento hacían resonar la alegre diana.
Tendió Ulrico la vista sobre el lecho de Alfredo; tan solo halló un cadáver querido que abrazó y anegó en amistosas lágrimas.
Que Alfredo murió en aquella batalla es cierto. Lo demás será un sueño de Ulrico, él es quien todo me lo ha contado.
Tomado de El Bardo de Guamaní, Ensayos Literarios. La Habana, Cuba: Imprenta El Tiempo, 1862, p.519 546.
Industria cigarrera en la Isla de Cuba.
"LA HONRADEZ"
Desde que el general aprecio proclamó al tabaco de la Vuelta Abajo (en la Isla de Cuba) como rey de su especie, comprendiose que este artículo, constituyendo una especialidad de toda escelencia, sería para el consumo y exportación de la perla de las Antillas un verdadero Dorado encontrado á menos costa que el de fabuloso y memorable renombre.
La Agricultura, nodriza de las gentes, como la ha llamado el sabio Andrés Bello, vino á serlo de esta rica planta, abriéndola sus benéficos brazos y brindándola todo el delicado esmero que merecía; la industria llegó también á su turno á favorecerla, y convertida la elaboración de su rama en objeto de útil tráfico, llegó á ser el lujoso recreo de las acomodas clases do Europa, valiendo á los nombres de Cabanas y Carbajal y otros la mas grata celebridad á ley de selectos fabricantes.
Quedaba sin embargo en mantillas una clase de elaboración más apropiada á la generalidad de las fortunas, no menos apreciada y de un estenso consumo en los países españoles de ambos mundos, clase inventada por esta raza desde el descubrimiento y adopción del uso de aquella
planta por los europeos: los cigarros de papel; pero desprovista la Isla de Cuba de comunicaciones con los países hispanos americanos y estancada la fabricación y venta de dicho renglón en la península española, era menester que el aumento de aquellas por medio de las modernas líneas de vapores y que el verdadero espíritu de empresa venciendo los muchos inconvenientes que un país, como la Habana, en la cuna aún en materia de industria general, ofrecía la adopción de los medios hoy entablados en otros países en que la ciencia ha venido á ser Mentor de la industria; trajesen la posibilidad de dar á la cigarrería el debido auge llevando su producción á la vasta escala que merecía. Era menester que esta hábil ejecución llegase á las manos que estaban llamadas á realizarla y así lo fué en efecto cuando, comprendiendo los Sres. Susini todo el desarrollo que podía prestarse á este producto, se decidieron á emplear en su fomento sus capitales, su actividad y su inteligente espíritu de empresa, fundando con este secreto estímulo de la convicción, la fábrica de cigarros que denominaron LA HONRADEZ como lema característico de la producción que se proponían fomentar y que en su concepto, muy justamente pensando, debía ser la legitimidad y buena condición del artefacto, justificado por los hechos, la primera base de su crédito y por lo tanto de su razonable propósito. Desde aquel punto, desde aquella fundación en 1853, data ya un gran paso para esta industria que después ha llegado á un apogeo desconocido en el ramo siendo de honra y beneficio para ellos, de honra y beneficio para la industria española en la Isla de Cuba.
Y bien merece estos encomios la casa que contando por una parte sobre 300 empleados (entre blancos, yucatecos y colonos chinos) solo para las manipulaciones interiores de la fabricación, y mas de mil para la elaboración del cigarro, que trabajan á domicilio respectivamente ó sea fuera del establecimiento, distribuye mensualmente sobre $40.000 en sueldos, salarios y
jornales, y cuya producción en solo cigarros de papel, montando á mas de 800.000 pesos anuales, marcha repartida por el vasto continente americano, las antillas y algunos puntos de Europa arrollando al tabaco indígena en aquel y toda competencia en estos. Beneficio grande para el país productor ó sea la Isla de Cuba, por el renombre que le alcanza, por los brazos que emplea, por los adelantos que enseña, por el ejemplo que muestra de lo que puede el buen uso de la actividad y legítimo espíritu mercantil y por los retornos que proporciona: beneficio para el extrangero, porque, aparte del movimiento comercial que imprime y de las relaciones que promueve y fomenta todo cambio y toda especulación por módica que aparezca en sus proporciones, facilita al consumidor estraño una mercancía de solaz y de buen gusto, habitual é imprescindible yo en la humana especie, al corto precio á que hoy puede darse relativamente y que es, de notorio, preferible á las clases inferiores de tabaco á que antes tenía la muchedumbre que recurrir.
Hállase situada la fábrica referida en la plaza de Santa Clara, de la Habana, llenando con sus costados toda una manzana de la calle del Sol comprendida entre aquella plaza ó sea calle de Cuba y la de San Ignacio, ocupando por este medio cinco casas, tres de ellas espaciosos edificios.
Desde su proximidad se advierte el movimiento material que lleva consigo y caracteriza á un establecimiento fabril de notables proporciones, dejándose sentir ese rumor industrial que es, como si dijésemos, el rumor de nuestro siglo: colmena laboriosa que reasume toda una civilización y á que concurren la madre Tierra con la planta, el hombre con sus brazos, la industria con sus materias accesorias, el genio de la mecánica con su sabia aplicación de fuerzas, Papin con su marmita, Watt con la perfecta reproducción del impulso, Fulton con sus rápidos transportes, Guttemberg con la publicidad y Senefelder con su invención peregrina que hace de la piedra oleosa un
medio hoy perfeccionado de multiplicar rápidamente los ejemplares cromáticos; sin olvidar á Franklin y Morse que también la favorece con las injeniosas aplicaciones de sus grandiosos descubrimientos.
Entremos pues en estos edificios, hagámonos paso por entre la multitud de obreros, en su mayor parte soldados del ejército de Cuba que consagran el espacio que le dejan libres sus faenas militares, á la elaboración del cigarro, y que en horas determinadas, mañana y tarde, acuden en verdadera falange á entregar sus ruedas de cigarros (tareas) y á recibir material para otras nuevas; dejemos á un lado á los especuladores que vienen á proveerse del artefacto; procuremos no ser atropellados, á pesar del discreto orden que allí preside, ya por los acarreadores de bultos de la mencionada manufactura que parten de sus puertas en carretones tirados por lijeras mulas hacia los muelles de la ciudad para el embarque; ya por las elegantes ambulancias que lo llevan en venta desde las principales calles de la misma á las menos concurridas de los caseríos circunvecinos. Sigamos la valiosa provisión de pacas de picadura en rama que acaba de ser introducida para la elaboración y que á la simple vista, al más lijero examen muestran en su color y aroma al mediano inteligente su rica procedencia de la afamada Vuelta Abajo, emporio del mundo para esta planta; sigámosla ora á los amplios almacenes que cuenta el establecimiento en donde espera su turno, ora á uno de los patios de aquel en donde por un fácil aparato de ascensión se la hace trepar á los departamentos superiores. De allí continúa dicha picadura al secadero al aire libre, extensa techumbre metálica en donde el sol de algunas horas la limpia de las humedades inherentes al clima y la purifica de cierto mal gusto contraído en su hacinamiento primitivo en las fábricas de tabacos puros de donde generalmente provienen; descienden después del referido secadero á manos de los escojedores, obreros chinos, yucatecos y europeos, hábiles
en esta manipulación, y que extendiendo á aquella sobre telares ó gruesos cernidores la despojan por este medio de los cuerpos estraños que pudiesen ser nocivos al aparato de cortarla ó al sabor del cigarro. El aventador mecánico movido por vapor y en cuyo recipiente quedan depositados, en virtud de su peso específico, los cuerpos estraños de que acaba de hablarse, que hubiesen pasado desapercibidos á los escojedores, se encarga de purgar del todo aquel material, que pasa entonces á grandes artezas ó redomas en donde humedecido convenientemente y oprimido por la prensa hidráulica va convertido en panes, á ser cortado en hilos para la pipa ó en trozos menudos para el cigarro que es lo más usual.
Una vez cortada la picadura pasa al laboratorio en donde extendida de nuevo en una gran redoma, es saturada por medio de un aparato á propósito á guisa de regadera, con la composición inofensiva que constituye el secreto de la casa y que sin desnaturalizar el tabaco en su esencia y conservando todas sus cualidades aromáticas y combustibles, le presta un sabor y perfume agradable y especial que unido á su buena calidad genérica, ha valido á las picaduras de LA HONRADEZ la justa fama de que gozan. Distribuyénse en seguida en porción proporcionada con el papel correspondiente, á los cigarreros quienes depositan de antemano un fondo ó sea el valor de $4 25 cts. con lo que responden á la casa de dichos materiales; siendo estos reconocidos al recibirse en aquella la tarea elaborada, no pueden ser adulterados ni cambiados atendida la suma habilidad que ya cuentan el capataz y demás receptores de las espresadas tareas. Para este reconocimiento sirve también la circunstancia de estar marcada por vía de contraseña en cada papelillo cortado por máquina para cada un cigarro, una letra determinada, que el fabricante de esta materia prima cuidad de hacer batir en la pasta de la misma, pudiendo verse curiosamente estampados en seco ó sea en blanco en cada pliego, tantos ejemplares de aquella letra
como cuadrilongos habrán de sacarse para los cigarros, cuyo número es muy fácil determinar en cada uno de los referidos pliegos.
Conviene aquí expresar que la fábrica usa varias clases de papel para la elaboración del cigarro, según el gusto del consumidor ó el general en el país á que aquel se destina, tales como cambrai de hilo, corriente, afrecho, anís, arroz, café, hilo puro, malvabisco, orozuz, paja de trigo, pasta de tabaco, salvia, tabaco, the, maiz, mate, medio hilo, pectoral corriente, pectoral de paja de trigo, perfumado, trigo y vegetal; siendo el más usual el llamado corriente, preferido en las Islas de Cuba, Puerto Rico y Santhomás, Venezuela, México y otros puntos por su mayor facilidad en la combustión. De todas estas clases tiene la casa fabricantes especiales fuera del país, teniendo del corriente dos fábricas de Cataluña y dos de Alcoy que consagran toda su producción (elaborando esta clase esclusivamente) á LA HONRADEZ.
La tarea de papel se compone de 5,064 pedazos, cortados de antemano por máquina especial, para otros tantos cigarros, lo que hace que trabajándose sobre 500 tareas diarias se elaboren en igual período 2.532,000 cigarros. En pago de las mismas da LA HONRADEZ una medalla de bronce que se cambia al portador por dinero cuando este lo quiere así y principalmente los sábados que es lo más común, pues algunos, considerando estas medallas como valor garantizado, en virtud del vasto crédito de la casa, no se dan prisa á verificarlo y suelen acumularlas en cantidad de importancia como dinero efectivo que puede realizarse no solo en la caja del establecimiento sino en muchos almacenes de la ciudad en donde aquellas son conocidas y acojidas por su valor nominal de $ 1 20 cts. importe de lo que se llama en la casa una tarea de cigarros. Las hechuras cuestan á esta según se ha dicho sobre $40,000 al mes.
La fábrica usa varias clases de envolturas para las
cajetillas á saber: las cajetillas comunes y las de lujo, las de carterita, las en forma de petacas, de botellitas de Champaña y otras muchas cajitas de fantasía. Las primeras se tiran en la oficina tipográfica que tiene el establecimiento y que trabaja con cuatro prensas, movidas por vapor, tirándose ademas en dicha oficina los prospectos, circulares, documentos para el escritorio de la casa y por último el periódico mensual titulado BOLETÍN DE LA HONRADEZ del cual se imprimen 20,000 ejemplares conteniéndose en él los precios corrientes de la fábrica y demás condiciones de la misma para la contratación de sus productos. Repártese gratis é incluyese en todos los bultos que salen del establecimiento.
Las referidas envolturas se imprimen en hojas de 12 viñetas ó cajetillas habiendo para cada color una clase de viñetas ó accesorio y haciéndose esta distribución por colores para mantener cierto orden de igualdad en la variedad que debe darse á los expresados accesorios. Dos obreros están exclusivamente destinados á cortar por paquetes á máquina estos cuadrados ó viñetas y á reunidos en las porciones convenientes ó séase para formar lo que se denomina una tarea de envoltura
Dos dibujantes se ocupan dentro del establecimiento, en hacer graciosos diseños que impresos luego con tinta de colores por medio de una perfeccionada prensa cromolitográfica, también movida por vapor, forman lo que se designa como envolturas ó papeletas para cajetillas de lujo. De igual modo se imprimen las llamadas carteritas atendida su forma. Esta elegante envoltura está destinada generalmente á contener hasta 25 cigarros de los entrefinos, pues la casa los fabrica de las diferentes vitolas ó tamaños que se clasifican en el Boletín ó periódico que se ha mencionado. Es oportuno advertir que estando hechas las carteritas de cartón, los cigarros se conservan mejor que en las cajetillas de papel; forma usada hasta hoy, de una manera exclusiva, por las cigarrerías, pues la clase de que
ahora se trata es una primorosa novedad introducida por La Honradez. Nada mas vistoso en su especie que las viñetas que cubren en todos sentidos á las dichas carteritas, habiéndolas con un hueco en blanco (y esto también lo tienen las cajetillas de papel de lujo) para poner nombres y dedicatorias á gusto y capricho del comprador. Existe allí así mismo una máquina á propósito y hecha construir expresamente por los Sres. Susini para marcar los dobleces de las carteritas, para cortarlas y otra para plegarlas; todo lo que prueba cuanto partido puede sacarse de una industria que antes hubiera podido parecer de poca monta, cuando se aplican á ella la actividad y el ingenio que requiere un propósito dado. Recibida pues la tarea de cigarros, se entrega con la de envolturas correspondiente al envolvedor. Este taller que se encuentra dentro de la fábrica también, se compone en su mayor parte de colonos chinos, cada uno de los cuales debe entregar envueltas, sobre ocho tareas durante las horas de trabajo obligatorio; muchos de ellos envuelven por la noche hasta seis tareas mas (trabajo que les es pagado aparte del jornal) lo que hace 14 tareas en junto y dan 70,896 cigarros que á 24 en cajetilla que es lo más usual, hacen 2.950 envolturas. Es de notarse que el trabajo del envolvedor y el del cigarrero pueden ser confrontados fácilmente, haciéndose por este medio imposible el fraude en el número de cigarros; lo que dice mucho en pro del buen orden con que están clasificadas y sistematizadas las faenas de la fabricación.
Los cigarros que se reciben en las tareas antes expresadas, ascienden como se ha visto á 2.532,000 diarios los que envueltos, lo mas comúnmente en cajetillas de á 24, emplean 105,500 envolturas comunes, de lujo y carteritas ó sea igual número de cajetillas diarias, entre las cuales las de lujo y carteritas forman una novena parte.
La nombradía de la marca LA HONRADEZ ha hecho que sus propietarios los Sres. Susini, no pierdan ocasión de contraseñar su manufactura con el fin de evitar
que sea admitido con su acreditado nombre lo contra hecho, perjudicando sus justos beneficios y más que todo el crédito extenso de que aquella disfruta. Así pueden verse en sus circulares, boletines y elegantes placas de garantía que reparte entre sus bultos, las advertencias conducentes á librar al consumidor de toda bastardía en la materia. Con este fin no solo hace fabricar un especial papel para sus cajetillas con la marca batida en la pasta, á guisa del de banco, sino que estampa en el mismo papel mediante aparatos ingeniosos que cuenta en la casa las contraseñas en seco que con otras impresas, puedan dificultar aquella falsificación.
Una vez hechas las cajetillas pasan á los envasadores, para lo cual ya la tonelería, otra sección de las en que está dividido el taller general de la casa, provee de los envases necesarios, bien sean barriles y sus fracciones, bien cajas de todos tamaños, bien interiores de hojalata.
Para la barrilería tiene la casa, entre otros enseres y aparatos recomendables, una sierra circular destinada á cortar las duelas del tamaño requerido, máquina para aplanarlas, otra para labrar los bordes haciéndoles las ranuras correspondientes al encaje de los fondos ó tapas y otra para redondear y tallar la circunferencia de aquellos; todo movido, como los demás aparatos del establecimiento, por la gran máquina de vapor arreglada á la última perfección y dirigida por tres hábiles mecánicos encargados exclusivamente de la maquinaria de la casa, la que cuenta toda clase de útiles para reparación de piezas, torno magnífico para metales, aparato para aplanarlos y otro para nivelar y arreglar las piedras litográficas.
Hase mencionado la hojalatería y esta es un accesorio del taller de tonelería, puesto que la fábrica ocupa permanentemente tres obreros empleados solo en confeccionar los fondos que de aquella aleación, guarnecen interiormente las cajas destinadas á algunos puntos con preferencia á los barriles y que también se requieren para la
buena conservación de los tabacos puros que LA HONRADEZ envía por comisión á sus numerosos relacionados.
Junto á este taller hay una especie de prensa de balancín que sirve para imprimir la cifra de fábrica sobre cada bulto que sale de la casa y que por su mecanismo muy sencillo se hace preferible á la marca de hierro candente que se usa en otras fábricas. Pero lo que es una verdadera maravilla es la máquina.
También se dedica LA HONRADEZ á la perfección de paquetes de su escelente picadura bien de la cortada en hebras para la pipa ó en trozos menudos para el cigarro. Aquí la presión hidráulica ejerce la poderosa acción que le es conocida, reduciendo un volumen de 4 decímetros cúbicos de picadura suelta al de una libra á manera de las de chocolate con forma elegante y que puede conservarse en su estado compacto por tiempo indefinido. Igualmente prepara cigarrillos de papel con boquilla de madera ó cartón; artefacto conocido en Europa y que no fue elaborado en esta isla hasta que los Señores Susini se lo propusieron, obteniendo para ello privilegio oficial de introducción y discurriendo curiosos aparatos para fabricar dicha clase con brevedad y abundancia. Esta clase ha sido reconocida como muy apropósito para los estranjeros, quienes, no acostumbrados al cigarrillo español, se privaban de este consumo mas económico que el de los puros, no solo por no saber hacer uso de dicho cigarrillo el cual requiere ser aderezado y preparado antes de fumarse, en la vía de remover la picadura que lo rellena y facilitar la combustión, cuanto porque no sabiendo ponerlo en la boca sino como lo hacen con los puros á que están acostumbrados, se humedece y rompe el papel y se les introduce en la boca y garganta con la aspiración al fumar, la referida picadura; inconvenientes que orilla desde luego el cigarro de boquilla. Estas circunstancias, unidas al mejor aseo que lleva consigo el cigarro de boquilla respecto de
preservar los dedos de las manchas que ocasiona el humo del cigarrillo, hicieron que los Sres. Susini, llenos de amor al progreso y deseosos de dotar á su fábrica de todas las mejoras y variedades que fuesen aceptables, no vacilasen en verificar los adelantos y aventurar los trabajos y costos que trajo consigo esta adopción, la que no ha dejado de ser apreciada por mucha parte del público dentro y fuera de la isla.
Dadas á conocer, en lo posible, las evoluciones de la fabricación que LA HONRADEZ ha llevado á su apogeo por medios ingeniosos, fáciles y rápidos de una manera en que siempre se ha preferido el principio y aplicación científica al empirismo y rutina y que hacen de aquella casa un establecimiento digno de la época por hallarse sintetizados en él todos los medios con que el ingenio humano ha podido favorecer á la industria moderna, en su ramo; será justo y oportuno dar una idea del réjimen interior y general de aquel.
Curioso es en efecto ver la disposición juiciosa en que están distribuidos los dormitorios, guardarropía, etc. En los primeros, dispuestas las camas en forma de literas colocadas en varios órdenes, como en los buques de guerra, se obtiene con la economia de local, no desprovisto de la luz y ventilación necesarias y arreglado á las prevenciones higiénicas que dicta el clima, cuya acertada disposición se puede hacer constar poг el brillante estado sanitario del personal de la casa; toda la facilidad requerible para ejercer una vigilancia provechosa á la buena moral y orden del establecimiento, pues contando la casa entre sus colonos contratados con cerca de 90 asiáticos, gente que de suyo exige dicha vigilancia por la molicie de sus costumbres, por su afición al juego y á la embriaguez del opio, aquella se hace mas indispensable, aun prescindiendo de que nunca es sobrada al tratarse de una reunión de hombres acuartelados cualquiera que sea su índole y educación. Cada uno de dichos colonos cuenta como medida de orden una gabeta
espaciosa en un salón dispuesto al efecto, para la custodia de su ropa y ajuar, disponiendo de su llave y conteniendo aquella en la puerta su nombre por orden alfabético y número correspondiente.
Durante la noche el sereno del establecimiento tiene obligación de recorrer todos los departamentos de la fábrica, cada hora, pudiendo comprobarse su vigilancia por medio del ingenioso aparato de Collin [Paris, rue Monmartre, N5 118], mediante el cual puede verso diariamente si aquella se ha ejercido en todos los lugares prescritos. El incendio, prevenido también por esta vigilancia, podría ser sofocado desde su primer instante, pues teniendo ademas la casa un telégrafo eléctrico acústico que circula y tiene seis respectivas estaciones en cada punto principal de los edificios, la alarma puede ser comunicada rápidamente y una vez puestos en movimiento los numerosos brazos, lograr el beneficioso objeto referido sin necesidad de auxilio exterior ó extraño al establecimiento y con la aplicación inmediata de dos bombas poderosas, una manual y otra de vapor, y de las cubetas y demás útiles que posee aquella para esta desagradable eventualidad, como lo ha demostrado prestando con tales sucesos grandes servicios á la ciudad en casi todos los incendios en los diferentes distritos de la misma contribuyendo muy principalmente á sofocarlos como es notorio. Ademas, la casa espera por momentos una bomba movida por vapor y lo que es mas curioso tiene ya montado en cada uno de sus departamentos un aparato extinguidor de incendio, de tal manera que un solo individuo, el sereno ó vigilante nocturno por ejemplo, al notar el fuego puede extinguirlo en el acto con solo dar vuelta á una llave y dejar así escapar en el departamento un potente chorro de agua mezclada con ácido carbónico, á una presión que puede elevarse hasta seis atmósferas.
Hasta las descargas eléctricas cuentan también con la prevención de seis para-rayos bien montados en los
parajes mas oportunos. Y ya que de electricidad hablamos, diremos que, como si hubiese empeño en utilizar el grandioso descubrimiento de Franklin en todas sus aplicaciones, acaba de establecerse en dicha fábrica la luz eléctrica desarrollada por un aparato nuevo y especial electro-magnético movido por vapor, no solo para los talleres sino que en los días festivos alumbra á giorno la plaza de Santa Clara con solaz de la multitud que acude curiosa á contemplar esta brillante iluminación igual á la que acaba de ser aprobada en Francia por el ministerio de obras públicas.
Por lo que atañe á las recompensas, debe decirse que desde los empleados del escritorio y administración hasta el último obrero ó colono albergan aquella satisfacción que da la confianza en que sus servicios son prestados á gefes y propietarios generosos, dispuesto siempre a estimular la gratitud. Y tan es esto efectivo, que raro es el contratado que no aspira á su reenganche y rarísimo el asiático que aceptaría con gusto el traspaso de su contrata á otro patrono, siendo notorio que hasta hoy no se haya visto en la casa un solo acto de insubordinación, asesinato ni suicidio, accidentes nada extraños al tratarse de los referidos asiáticos. Contentos hasta el entusiasmo, el trabajo en su mayor estímulo y las tareas extraordinarias ó sean las que se hacen fuera de las horas de reglamento y que les son pagadas aparte, se destinan, como premio disputado para recompensar la laboriosidad y buena conducta. Es decir que, contra lo que acontece á muchos proletarios en estos países, el trabajo, mas que penalidad es premio: interés honroso y bien entendido; feliz y fecundo medio que acredita al que ha sabido así guiar á los hombres por los estímulos de mucho provecho y moralidad!
Así pues justificando LA HONRADEZ su lema en todos conceptos, obtiene dentro y fuera de la isla, en donde quiera que se presenta su marca la mas favorable preferencia, y al ver que una mercancía do aspecto sencillo
y destinada solo á un inocente solaz, ha llegado á tal punto de importancia, puede decirse, no sin admiración, que su acojida os obra de justa retribución al trabajo inteligente y al celo que ha sabido poner en la categoría de ingeniosa industria de primer orden, lo que parecía fútil y do proporciones asaz limitadas.
Habana. Alejandro Tapia y Rivera.
¡ESCUELAS, CAMINOS Y BANCOS!
“Elecciones: Todos los documentos que publicamos en las columnas de El Progreso, relativo a los trabajos electorales para la diputación provincial que están llevando a cabo en la isla el Partido Liberal Reformista son dignos de estudio, porque todos ellos dan elocuente testimonio de la bondad de sus doctrinas del espíritu de moderación que la preside y del orden admirable con que se verifican. El ejemplo dado por los reformistas en la primera reunión celebrada en esta capital ha sido felizmente seguido, y nosotros esperamos confiados que en lo futuro sucederá lo mismo. Todos nos aconsejan que perseveremos siempre, constantemente en tan bella conducta. Con ella practicando la verdadera libertad, recojéremos sus óptimos frutos y acabaremos de desarmar a nuestros adversarios, que no cesan de hacer hincapié en los peligros que afectan creer acompañaran las prácticas representativas entre nosotros.
Pero hoy llamamos la atención de nuestros lectores de una manera especial hacia el bellísimo espectáculo que acaba de presentarnos la Villa de Ponce.
Reunidos en su precioso teatro por dos veces un número considerable de electores de nuestro partido,
elijieron libremente en la primera el Comité definitivo y en la segunda a los dos candidatos del distrito para Diputado y Suplente a la Diputación Provincial.
La Isla entera conoce las respetables personas, cuyos nombres se encontrarán mas adelante, y por lo mismo nos creemos dispensados de discutirlos bajo el aspecto político.
Aquí terminaríamos, si no hubiese además otros hechos que reclaman nos fijemos en ellos por su importancia. Tanto en la primera como en la segunda reunión se leyeron y pronunciaron algunos discursos, acontecimiento nuevo entre nosotros.
Sentimos no conocer los discursos allí pronunciados, escepto los del señor Tapia, por haber tenido nuestro amigo la amabilidad de enviárnoslos para su publicación, los que verificamos con el mayor placer.
El país juzgara la improvisación del Sr. Tapia y nos prometemos que, aunque privados sus conceptos de la vida que debieron prestarle la entonación de la voz a la acción para los que las oyeron confirmará los aplausos que alcanzó.
A nosotros nos sorprende agradablemente la improvisación de nuestro amigo, pues sabemos que siendo su imaginación más rápida que su palabra, le ofrece a un tiempo más de una forma para una idea y hasta estas de una manera simultánea, todo lo que constituye un gran obstáculo para elejir rápidamente la más oportuna y exacta. Solo la práctica enseña a armonizar la imaginación con la palabra, dominándolas a entrambas.
En la segunda reunión se acordó por unanimidad la adhesión de los liberales reformistas de Ponce al programa publicado por el Comité consultivo de la Capital en El Progreso del día 30 de Noviembre próximo pasado.
Esta espontánea adhesión no puede menos que ejercer la más saludable influencia en la marcha armónica y en la Constitución de nuestro partido.
Sr. Director de El Progreso.
Dos son la reuniones que los electores del Partido Liberal Reformista de este Distrito han consagrado a la organización de los trabajos para las próximas elecciones de Diputado provincial y suplente.
Convocada la primera por los Sres. Don Rafael Pujals, Don Juan Cortada, Don Guillermo Tirado, Don Alejandro Albizu, Don Carlos Cabrera, Don Guillermo Oppenheimer, Don Antonio E. Molina, Don Diego Texera Piloña, Don Ricardo Renovales, Don José María Arias, Don José A. Renta, Don José A Begoña, Don Bautista Vidarte y Don Alejandro Tapia y Rivera como Secretario de este Comité Provisional.
En dicha primera reunión que se realizó el 4 del actual a la una de la tarde en el precioso teatro de esta villa, quedó elejido por votacion el Comité definitivo compuesto de los Sres. Presidente Don Rafael Pujals Morales, Don Juan Cortada, Don Guillermo Tirado, Don Alejandro Albizu, Don José A. Renta, Don Ricardo Renovales, Don Jose A. Begoña, como Secretario Alejandro Tapia y Rivera.
Verificada esta elección, el Sr. Pujals dio la gracias en nombre de los señores del nuevo Comité por la confianza con que les honraba la reunión, espresó su deseo de que la instrucción fueran las mismas de todos los Buenos liberales reformistas con lo cual podría darse siempre el espectáculo de reuniones tan mesuradas y dignas como la que se estaba verificando. El Sr. Medrano (elector) leyó un estribillo y breve discurso alusivo al acto y el Secretario del Comité Sr. Tapia manifestó en expresivas y aplaudidas palabras su satisfacción por ver el orden con que se había llevado a cabo aquella numerosa reunión la propia al parecer que de bisoños, de liberales consumados que saben bien que la libertad ha de llevar consigo forzosamente el orden sin el cual aquella no es posible. Con esto se cerró el acto por falta de tiempo para más aplazando
para el jueves día 8 la designación del Diputado y Suplente por este distrito.
La segunda reunión tuvo efecto a la una del día prefijado, abriéndose la Sesión con algunas dignas palabras del Sr. Pujals… y algunos otros, entre ellos el Sr. Tapia, Secretario del Comité, que en una improvisación recibida con general sentimiento y grandes aplausos espresó la fe que debemos tener en el progreso…
Ponce, 12 de diciembre de 1870 Varios electores liberales
Sr. Director de “El Progreso.”
Muy Sr. mío:
Ruego a U. la inserción de las dos improvisaciones que tengo el gusto de incluirle y que pronuncié en las reuniones electorales celebradas en el teatro de esta Villa el 4 y 8 del corriente.
Ayudada mi memoria con la de algunos amigos he logrado reconstruir ambos discursos en el mismo orden y casi con las mismas palabras con que las improvise. Subrayo esta última palabra para que al juzgarlas se tenga en cuenta aquella circunstancia.
Mi deseo de que se publiquen obedece al sistema que me impongo de que mis manifestaciones políticas por poco que valgan, sean generalmente conocidas y queden consignadas a raíz de los actos que las motivan, a fuerza de hombre leal y sincero, amo la publicidad en cuanto atañe a la vida pública. La mía es por cierto más modesta y extraña a toda clase de particulares aspiraciones; por cuanto solo se limita a desear que Puerto Rico sea una digna Provincia de la digna España.
De U. affimo. S.S.Q. B. S. M.
Alejandro Tapia y Rivera.
Ponce, Dbre 12 1870
En la reunión electoral del 4 de Dbre. Señores:
El Sr. Pujals, Presidente del Comité que tengo el honor de formar parte, acaba de daros sentidamente las gracias por habernos juzgados dignos de vuestra confianza. A mi vez os repito la expresión de igual gratitud, y quisiera poder explicaros la satisfacción que rebosa en mi alma al ver la mesura y solemnidad con que habéis ejercido este grandioso acto de la vida pública.
Ojalá que nuestros adversarios políticos hubieran querido presenciar la cordura con que os habéis conducido en esta ocasión, como si hubiéseis estado en un templo. Sí, en un templo habéis convertido con vuestra moderación este edificio, y lo es en estos momentos, de nuestra libertad.
Grande es mi alegría al ver a Puerto Rico dar de este modo sus primeros paso en el camino de la vida del derecho; mas que bisoños parecéis experimentados, y creo que hasta Inglaterra, país clásico de las instituciones libres, habría contemplado con asombro tanta cordura y tanta sensatez en la infancia política de un pueblo. Si, vosotros lo sabéis bien: La libertad verdadera lleva consigo forzosamente, el orden, y sin orden no es posible la libertad.
He dicho.
En la reunión electoral del 18 Dbre.
Señores, ¿Por qué estamos aquí reunidos? ¿Qué hemos venido a hacer a este lugar? Hemos venido a ejercer el más precioso derecho del ciudadano en la vida pública, el derecho de elección, el derecho que simboliza la participación de la Provincia. ¡Qué progreso! Señores: y yo que creo en él, me regocijo al verle desarrollarse en este
país; porque señores el progreso es una ley ineludible e inquebrantable de la humanidad.
Nada de extraño tiene que los grandes centros, las grandes agrupaciones de Europa y de América obedezcan aquella ley, pero que un pueblo como Puerto Rico que parece destinado hasta hoy a dormir bajo el silencio de los sepulcros sometido a la ley de la inercia, quebrante la losa de su sepulcro reanimado por la vida del progreso, es una prueba patente de que esta le yes irresistible y que hasta resucita a los muertos.
Nosotros que por dicha nuestra, estamos ligados por vínculos naturales y poderosos a uno de aquellos grandes laboratorios, en donde notables pensadores desenvuelven la vida que a la par de ellos habrá de nutrirlos, debemos aprovechar tales esfuerzos y tener fé en la marcha que hemos emprendido.
Y no debemos quejarnos de lo lento de nuestra marcha, porque hasta la locomotora, cuando comienza a encaminar lo hace con lentitud, como si quisiera crear impulso, como si tuviera que hacer fuerzas para lanzarse después más ligera que el viento, con la rapidez del rayo, en la inmensidad de la distancia.
La pendiente de la civilización es resbaladiza, y una vez en aquella pendiente, no es posible detenerse y mucho menos retroceder.
Y que estamos en esta vía, es indudable; señores, se nos ha devuelto la conciencia, y este es un progreso; se ha roto la mordaza que asfixiaba la prensa y este es otro progreso, y hoy al votar, la Diputación ha de administrar los intereses de nuestra Provincia y mañana al votar los Ayuntamientos populares que han de administrar los intereses de la localidad, estamos realizando y realizaremos otros progresos.
Verdad es que nos falta aún el conocimiento del edificio, nos falta aún vivir bajo el amparo de ese precioso título 1º de esa hermosa Constitución, que encerrando en sí
los derechos individuales, naturales, ilegislables, es la más grandiose conquista de España regenerada.
Nosotros no podemos menos de amar las instituciones libres, porque tales son nuestras verdaderas tradiciones, porque nosotros llevamos en nuestras venas la española sangre de Juan de Padilla. Y porque somos hijos de Juan de Padilla, ¿no es natural que llevemos en nuestro seno sus aspiraciones a la libertad? Ella ha sido en España la tradición conservada en tantos nobles corazones, era la palabra de tantos apóstoles en la sangre, de tantos mártires y al brotar en Alcolea†† la España nueva, era la sombra, era el alma de aquel Padilla que resucitando allí con otra vida ha traído para todos el hálito, la voz y el voto de aquella vida.
Al sucumbir en Villalar los Comuneros, he dicho mal, al morir cívicamente, no, al perder el poderío militar y aquellos héroes, sí, porque después la vida la rindieron aquel Padilla, aquellos Maldonado y Brabo como más tarde un Lanuza, en el calabozo manchado con su sangre, mejor dicho, regando con su sangre aquellos calabozos convertidos entonces en verdaderas aras de sacrificio.
Pues bien, la monarquía de derecho divino que allí sacrificó el derecho popular, creyó que, reduciendo a polvo los cuerpos, podría extinguir también las almas: pero las almas son inmortales, las almas, que no pueden morir van a dar luego a la posterioridad.
La España nueva regenerada por el soplo inmortal de tantos héroes nos tiende los brazos a pesar !ay!, de los que tratan de hallar siempre un pretesto para impedirlo, a pesar de los que quisieran que nos negaran el ósculo de la familia; pero tenemos esperanza, porque tenemos fé y la esperanza es la hija querida de la fé y la fé salva.
††
Se refiere a la Batalla de Alcolea, septiembre de 1868 donde son derrotadas las fuerzas monárquicas y se inicia La Gloriosa. (Nota del editor.)
Y habrá eclipses. ¿Y quién duda que la libertad tiene sus eclipses? Si los tiene la naturaleza física, ¿ no es natural que los tenga el mundo moral? Pero el eclipse no es la noche eternal.
Vosotros, el globo que habitamos ha podido presenciar los eclipses del sol, de ese sol que, que al ver su luz brillante, parece que no debe morir nunca: que al abismarse en Occidente es para alumbrar a otros pueblos, es para volver mañana tan fulgente como volvió ayer. Interponiéndose entre ese sol y el modesto planeta que habitamos, el astro de la noche, cuerpo opaco que intercepta la luz del día. Entonces los espíritus tímidos también, van a refugiarse a su nido alzado en la copa de sus árboles, invitadas al sueño por el silencio que reina en la naturaleza, van aquellos también a dormir o a sonar en un rincón del hogar doméstico, hasta el ave nocturna, tomando por noche verdadera aquella noche artificial, sale de su cueva o de su nido para saciar su hambre, su necesidad. Pero el hombre de fé, que sabe que aquella noche es un fenómeno pasajero, cree y espera. En efecto desinterpónese la luna y con una aurora brillantísima, derrama el sol, más espléndido aún sus magníficos rayos regeneradores. Entonces el que creyó, ve realizada su esperanza. El eclipse ha pasado y ha vuelto el día. Y entonces, como hoy, en nuestra Hermosa Isla de Puerto Rico, volveráse a sentir el regocijo que experimentamos: porque no sé, señores, qué encanto hay en esto; pero la alegría que sentimos hoy al respirar el aura de la libertad, se comunica del orden moral al orden físico, y acaso por ver con ojos de contento la naturaleza hermosa de nuestra isla, nos parece más bella aún ¡como si hubiese algo que pudiese embellecerla más!
Voy ahora a decir algo acerca del programa que juzgo deben adoptar para la Diputación los dignos señores que acabamos de elejir o designar por nuestro partido. A tres solas palabras creo que debe reducirse aquel programa: a tres palabras que pueden llamarse sacramentales por lo
mucho y principal que encierran: ¡Bancos, Caminos, Escuelas! ¡Escuelas, Caminos, Bancos!
Los Bancos, Señores tienen don milagroso de duplicar los valores, ellos duplican los telares, lanzan las naves de una tierra a otra, y la industria el comercio y la vida se duplican al duplicarse la riqueza. Vosotros Señores, sabréis sin duda que una de las grandes influencias que tuvo para el antiguo Continente el descubrimiento del Nuevo Mundo, fué, que con la inmensidad de oro y plata que llevó allí convertida luego en agente de transacciones, se duplicaron, se triplicaron, se centuplicaron los valores y se engrandeció la vida de los pueblos. ¿Queréis realizar en Puerto Rico el descubrimiento de un Nuevo Mundo? ¡pues cread bancos!
¡Caminos! Los caminos, Señores, pueden considerarse bajo dos aspectos. Como viaductos de riqueza, y en este concepto puede decirse que llevan la montaña a la playa convertida en frutos, y así como los bancos son el agua que riega el árbol y este bebiendo, chupando de la tierra aquel líquido bienhechor por medio de sus raíces para llevarlo luego en forma de savia a las ramas, las convierte en doradas esmeraldas, que trocadas luego en flores se convierten después en óptimos frutos; los caminos a su vez hacen valer esta producción tornando en fértil lo que parecía improductivo.
No recuerdo Señores, en este momento, donde he leído que el Océano había sido un gran civilizador del Mundo; porque dejándose surcar por todas las partes, había allanado el camino a grandes consecuencias. En efecto, sin el Océano ¿cuánto no habría tardado el hombre en recorrer el mundo, lleno por do quiera de montañas y obstáculos insuperables? Los caminos son pues, mares que se dejan surcar fácilmente, son mares que penetran a través de las montañas arrancando de allí los Potosíes que deben derramar después sus bienes por todas partes.
Pero los caminos, a más de viaductos de riqueza, son viaductos de civilización. Ellos ponen en contacto al hombre con el hombre y olvidando conocerse las rencillas, las miserables antipatías, fraternizan los corazones, conociendo el deber de amarse y hacerse el bien y el derecho a ese mismo amor y a ese mismo bien.
¡Escuelas! ¿Pero quién no conoce lo que quiere decir la palabra Escuela? En ellas aprende el hombre a conocer y amar lo bueno, lo bello, lo justo, lo verdadero: en ellas de educa la mente para conocer y amar a Dios como fuente de toda justicia, y el corazón para conocer y amar al hombre como base y parte de la humanidad.
Con Bancos, con Caminos y con Escuelas, con esos tres elementos de progreso, la isla de Puerto Rico podrá realizar todos los bienes y para todos habrá. Los que quieran oro, tendrán oro, los que quieran ilustración, tendrán ilustración, los que quieran virtud, tendrán virtud.
Señores ¡Viva España, Viva Puerto Rico. Viva la Revolución de Septiembre y Viva el General Baldrich!
El Progreso, 9 de diciembre de 1870.
A LA MEMORIA DEL MALOGRADO POETA DON JOSÉ GAUTIER Y BENÍTEZ
Non v'accorgete voi che siete vermi nati á formar l'angélica farfalla che vola alla giustizia senza chermi? DANTE.
El ruiseñor canta para los oídos; el poeta, para las almas. El ruiseñor es ave de este mundo, canta y muere en él; el poeta es ave de paso en la tierra, y canta y vive para otro mundo.
Los cantos del poeta son suspiros que buscan un más allá: si un sepulcro detiene su cuerpo, su alma sigue cantando en pos de un ideal eterno.
¿Podría ser de otro modo?
¿Vivir suspirando por lo infinito para quedarse en la tierra convertido en tierra?
¡Imposible!
¡Sería como haber hecho un sol para que no alumbre; un corazón para que no ame; una sensibilidad para no sentir; un entendimiento para no pensar; un infinito para encerrarlo en una tumba!
¿Y tu alma, poeta, qué será de tu alma? ¿Qué habrá sido de aquello que en ti sentía, amaba y pensaba? ¿De aquello que no ha podido convertirse en polvo, porque no lo era? De serlo, hallaríase en tu fosa con tu cuerpo; ¿cómo entonces hallar tu sentimiento, tu pensamiento, tu alma en la esencia de tus obras, en nuestros corazones, en la
naturaleza, a la que, nuevo Creador, devolviste su vida por ti purificada? En ella, mezclados a su luz, a sus colores, a sus sonidos, a todos sus encantos, va el alma que le dio la tuya; y así como el aire no podría desprenderse del sonido en que podríamos decir que se transforma, ni el éter de la luz que le pone en vibración y le da vida, así también la naturaleza no puede desprenderse de tus suspiros, ni de tus ecos, ni de las imágenes con que la vivificaste y la transformaste idealizándola.
Aún resuena en el mundo del alma el canto de amor conque has vitalizado el sentimiento de lo humano; de la tierra que te dio cuna; de la mujer, complemento del alma desterrada, y de los demás nobles sentimientos que son como las raíces que el amor echa en la vida del mundo para ligarla con la vida del cielo.
¿Y qué ha sido de esa alma que partió con su numen y sus ilusiones, dejándonos una lira silenciosa, un mundo poblado de dulces ecos y una amarga pena en el corazón?
¡Ah!, tu alma, GAUTIER, continúa suspirando tras el ideal, en otras regiones más luminosas y sin duda más felices, porque el numen del poeta es hijo del cielo.
Allí tiene otra lira, y canta glorias inefables que no son, ¡ay!, para los que en la tierra hemos quedado. ¡Y aún te compadecemos, cuando debiéramos envidiarte!
Allí, alma, amiga mía, la Voz Eterna habrá exclamado: «Ven y continúa tu canto entre los elegidos, alma elegida: ¿vienes llorando porque allá te lloran? ¡Bastante has dejado a la tierra con tu sombra querida y tu glorioso nombre!»
ALEJANDRO TAPIA y RIVERA.
S.a., Corona literaria en honor de D. José Gautier y Benítez. San Germán, Puerto Rico: Impr. de Ramón González, 1880. 56p.
DOS ESTRENOS
Favorablemente acogidas por el público que asistió la noche del jueves 15 del corriente al coliseo de nuestra ciudad, fueron las producciones de nuestros amigos, los señores Don Manuel Corchado y Don Fernando de Ormaechea.
La prensa les ha tributado los debidos elogios y por nuestra parte no habremos de quedarnos atrás, cuando se trata de justos merecimientos en la esfera de la literatura.
Hablemos por el orden con que las indicadas producciones fueron representadas.
Al borde del sepulcro es el título del interesante y bello cuadro dramático, que debemos al distinguido talento del señor Corchado.
Los últimos momentos de la desdichada reina María Antonieta constituyen el asunto de la obra, materia por demás inspiradora. El autor ha sabido enternecer los corazones con el recuerdo de tanta grandeza arruinada por el torbellino de las pasiones populares. Figura que en si misma encierra un contraste, ante el cual no cabe la indiferencia: contraste de elevación y de infortunio figura suspendida entre el esplendor de un trono y lo sombrío de un cadalso, pero ¡ah!, entre aquello y este había que pasar por el escenario, la calumnia, la más atroz de las calumnias, y por el gran dolor de verse arrebatar un pedazo del alma, un hijo, anticipando con este cruel despojo, en el corazón
de la madre, los tormentos del suplico y el vacío de la tumba.
En este cuadro, cuyo centro y unidad es la infeliz reina, figuran como luz la adicta compasión que alivia con afectuosa palabra la horrible soledad de la prisionera: la adhesión que se expone al peligro por salvarla y por último la presencia de aquel hijo, inocente víctima de su elevado nacimiento; al paso que sirven de sombra al cuadro las pasiones populares enfurecidas y siempre dispuestas al fanatismo, a perder sin saberlo, lo mismo que salvar pretenden decantando libertad, profanándola con la violencia, como si justicia y exterminio no fuesen contradictorios.
La protagonista allí, como figura artística es lo que fue y debió ser en tan angustiosos momentos: reina en la dignidad; cristiana en la resignación y madre en la desesperación y la amargura; así como el autor representa en la elección de este argumento y en la concepción escénica del mismo, ofrecido con fidelidad en punto a los hechos y con verdad artística, la imparcialísima y augusta severidad de la historia que la desdichada protagonista invoca, con fe en los juicios del porvenir.
Parécenos buena ocasión para recordar uno de estos juicios expresados en los siguientes versos de un poema que nos es muy conocido y puestos en boca del no menos desgraciado monarca, esposo de María Antonieta:
‘De los reyes culpáis la tiranía repuso Luis Capeto Los forjaron los pueblos a su modo allá en su día; si algunos a sus pueblos ultrajaron
¿quién sino el pueblo a la opresión servía? ¿Los pueblos tal poder no deificaron?
Variásteis de pensar: vuestra torpeza ¡pagó este pobre rey con su cabeza!’
Nuestro referido amigo ha mostrado una vez más, que a ley de buen obrero de la inteligencia y la verdad, figura con justo título entre los hombres pensadores y entre los dignos sacerdotes del arte: le felicitamos sinceramente.
Toca su turno a otro amigo, el señor Ormaechea, quien por distinta senda cultiva las bellas letras y sirve también con merecimiento a la acción de la inteligencia en este mundo en que la materialidad debe ser combatida para que no traspase los límites de su campo. Nos referimos al chistoso juguete cómico titulado El secreto de un ministro. Juguete le llama modestamente su autor, y como tal revela en éste las facultades para obras de mayores pretensiones. A pesar del citado título, en nuestro concepto el pensamiento de la pieza está objetivado en la siguiente redondilla de la misma:
¿No halló vuecencia eficacia de la audacia en el registro?
¿Se llega acaso a Ministro cuando no se tiene audacia?
Más que ardid de pretendiente, se representa allí la audacia que más o menos limitada, en mayor o menor grado y no siempre con des (roto) mente como primera y a veces como única cualidad para elevarse en el mundo político.
Lo circunscrito en un breve cuadro no permitió sin duda al autor valerse de otros resortes; en obra más extensa nos habría presentado la misma audacia, sirviendo a sus propios fines y sorprendiendo el secreto de un ministro o privado, aunque no tuviese en dicho secreto tan principalísima parte, es decir, dejar más ala audacia que a la suerte, ya que la primera descuella como principal móvil y pensamiento de la obra.
El tipo del protagonista se habría prestado, tal como lo concibe y ha sabido pintarlo el autor, a
desenvolvimientos que no son posibles en cuadro tan pequeño como el que puede encerrarse en un solo acto, con sus tres periodos correspondientes.
El interés, la vis cómica y satírica que este fácil y agradable juguete nos revela, nos autorizan para reconvenir amistosamente al autor, por no emplear su ingenio en obras más extensas y de mayores pretensiones. Le felicitamos y le reconvenimos de corazón.
En cuanto a la parte escénica, fue satisfactoria en ambas obras; en la primera, la señora de Annexy ha debido dejar satisfecho a su autor como satisfizo al público y no menos debe decirse del señor Annexy respecto de la segunda.
A. Tapia y RiveraEl Agente, 17 de abril de 1880
SU NOMBRE
La palabra, ¿será ó no hija de Dios?
El nombre del objeto amado da miel a los labios, música al oído, gloria al corazón. Donde quiera lo oímos sin nadie pronunciarlo; las aves lo cantan, la noche serena lo emite en el silencio para darnos dulces sueños, la mañana lo pronuncia para despertarnos. Cuando articulamos tal nombre, le imprimimos un acento de esperanza y de cariño; cuando lo escuchamos nos conmovemos. Tememos que el aire lo revele a los demás hombres. Tememos y anhelamos oírlo; tememos y queremos pronunciarlo; es en nuestros labios el místico murmullo de una plegaria. ¡Oh! sí: cuando oímos su nombre, cuando lo decimos y sobre todo cuando lo invocamos, bendecimos a Dios y le proclamamos el divino autor de la palabra.
El Bardo de Guamaní
Almanaque Aguinaldo de la Isla de Puerto Rico para el año de 1862. Puerto Rico: Imprenta de Acosta. 1861. p.54
ÍNDICE
Prólogo Tapiano 5
Cronología mínima de la vida y la obra de Alejandro Tapia y Rivera por Roberto Ramos-Perea 7
Una visión. Cuento fantástico 17
El heliotropo 20 Prólogo a El Bardo de Guamaní 30
Un alma en pena. Cuento fantástico 39 Industria cigarrera en la isla de cuba. "LA HONRADEZ" 67
¡Escuelas, caminos y bancos! 81
A la memoria del malogrado poeta Don José Gautier y Benítez 91
Dos estrenos 93
Su nombre 97