ROBERTO RAMOS-PEREA
El RENACIMIENTO
NEGRO PUERTORRIQUEÑO: desde Eleuterio Derkes hasta el HAMILTON de Lin Manuel Miranda.
24 de abril de 2019
Biblioteca Lázaro UPR – Río Piedras, Puerto Rico
NEGRO PUERTORRIQUEÑO: desde Eleuterio Derkes hasta el HAMILTON de Lin Manuel Miranda.
24 de abril de 2019
Biblioteca Lázaro UPR – Río Piedras, Puerto Rico
NEGRO PUERTORRIQUEÑO: desde Eleuterio Derkes hasta el HAMILTON de Lin Manuel Miranda.
Acepto con gran entusiasmo la invitación que me hace la Biblioteca Santana de Palés, el CRA1 Adelaide Barela y la Colección de Referencia y revistas de la Biblioteca Lázaro de esta, mi universidad.
Hablar sobre la intelligentsia negra y su desarrollo en una sociedad represiva del pensamiento como lo fue el Siglo XIX puertorriqueño, hasta las innovaciones artísticas que Lin Manuel Miranda ha realizado en su musical Hamilton en torno a lo negro en el teatro, me obligan a estipular de antemano que el teatro es un foro de ideas, más que un mero entretenimiento.
Cuando hablamos de intelligentsia, es decir, la comunidad de intelectuales que arguye y conflige posturas políticas, sociales, o filosóficas en un contexto histórico especifico, y referenciamos ese concepto a la aparición de los primeros intelectuales puertorriqueños negros que escribieron en la prensa del siglo XIX, nos topamos de inmediato con un cuestionamiento urgente sobre el paradigma de lo que ha dado a llamarse “cultura negra” en Puerto Rico.
Para entender este concepto en una argumentación sociológica y literaria, tenemos que aceptar que se nos ha querido diversificar el campo de expresión de esa cultura con una valoración desigual. Es el entendido social que la “cultura” de los “negros” en Puerto Rico –en su acepción “laica”- esta asociada a expresiones “folclóricas”, noción en extremo racista pero no por eso menos cierta. que adquiere su epítome al remitir lo negro al infamante asunto de la esclavitud.
En muchos periódicos puertorriqueños de comienzos del Siglo XIX aparecen continuamente referencias a la incapacidad de los negros para el pensamiento. Sobre ellas los blancos construyeron una “verdad irrefutable” con la que pretendieron legitimar la esclavitud. “Los negros no piensan”, o “Los negros son para labrar la tierra”, “los negros no tienen seso”, “los negros no son hijos de Dios”, “los negros son brutos” y así por el estilo, se construyeron infinidad de frases, textos o meras referencias rápidas de la incapacidad para el pensamiento de los hijos de África. Sobre ese continuo aserto se crea un paradigma y se consolida un privilegio: “Si ellos no piensan, nosotros pensaremos lo que es mejor para ellos. Y lo que es mejor para ellos, es la esclavitud”.
Así, las relaciones entre la esclavitud y la inteligencia pueden trazarse en Puerto Rico tan lejos como en las últimas décadas del siglo XVI, a la llegada de los
barcos esclavistas portugueses a nuestras costas. Inteligencia que se ha de manifestar prístinamente, en los primeros cuestionamientos a la privación de su libertad.
Será urgente ubicarnos ante la posibilidad de que los hechos infames de la esclavitud, que en muchas ocasiones se citan con un aliento de “morbosidad histórica”, eche sombra sobre la herencia intelectual y cultural que el negro trajo de sus ancestros, o bien desarrolló en estas nuevas tierras y en sus nuevas luchas.
Será inútil, y excesivo –¡tantos libros lo hacen ya!–el redundar sobre las infamias del látigo, el carimbo y la cadena. Tal parece que de lo único que se pudiese hablar de la herencia africana en Puerto Rico, es de lo que sufrieron para sacar el oro de la tierra o los que murieron por ser esclavizados de privilegiados blancos. O peor aún, nos parece una actitud endoracista el que las celebraciones de la herencia africana –las muchas que se hacen en Puerto Rico– no tomen en cuenta los avances intelectuales, literarios, filosóficos y políticos de un centenar o más de ciudadanos puertorriqueños negros que sobresalieron y honraron estos campos del saber humano. Y que en vez de ello se construya todo un discurso de celebración sobre las bases de la comida, la música, el folklore, la sexualidad y el baile. Si bien estos no dejan de ser importantes y dignos de ser continuamente ensalzados, su enseñanza y su celebración han creado un constructo social de lo “negro” que
es sostenida por un abierto prejuicio inverso donde se niega la inteligencia del negro con la misma violencia que lo haría un blanco.
Será porque la inteligencia del negro, el uso de su pensamiento, su reflexión pública sobre las injusticias o la simple memoria de su pasado, son asuntos altamente peligrosos para la estabilidad del privilegio. Por lo que lo menos comprometedor, lo menos peligroso, lo menos conflictivo es entonces la celebración de lo contrario a la inteligencia. El negro siempre será “el otro”, no “nosotros”.
La irresponsabilidad de muchos negros de tomar este rumbo para complacer la morbosa curiosidad blanca convirtieron su naturaleza más íntima y su identidad más legítima, en un asunto “exótico”.
La “exotización” del negro por el blanco a veces nos ha privado de encontrarnos en el camino de las reflexiones iluminadas de Luis Felipe Dessús, las históricas de Shomburg, las profundidades espirituales de “el Negro Vilar” o de Francisca Suárez, o el talento literario del genio Derkes, de los periodistas socialistas negros como Fernando Gómez Acosta, las destrezas dramatúrgicas de Alonso Pizarro, o las revolucionarias de Albizu, o las contemporizadoras de Enrique Laguerre, o el esplendoroso laberinto de la prosa de Yvonne Denis.
Al saber esto, al reconocerlo, podemos abrir la puerta a una nueva historia de los puertorriqueños ne-
gros. A un territorio explorado a rasguños, que lamentablemente no me conforma en lo personal.
Tengo que citar como primera muestra de rebelión e inteligencia negra en nuestro suelo, el proceso de auto de fe en 1591, cuando el Obispo de San Juan, Nicolás Ramos Santos, mandó a arrestar con sus guardias a un grupo de esclavizadas negras que se encontraban en el monte, realizando los rituales de su fe yoruba.
Durante su primer arresto, en los interrogatorios que se dieron en las oscuras mazmorras del Cabildo, se les realizó una indagatoria de las razones de por qué estas esclavizadas, asignadas a la Iglesia, renegaban de la catequesis católica y en su lugar preferían irse al monte a bailar, lanzar sus caracoles, y limpiarse el aura con sus yerbajos. La explicación era muy sencilla, estaban recordando los ritos que daban identidad a sus vidas.
Ramos Santos sin embargo, las acusó de estar haciendo contubernios con el demonio para matarle a él como representante de dios en San Juan.
Las esclavizadas, luego de ser latigadas, fueron encerradas. A los pocos días, éstas volvieron a fugarse al monte a culminar los ritos empezados, alrededor de un cabrito cuya sangre usaron para marcarse la piel como parte de sus rituales antiguos. Tan antiguos o más que la misma fe católica que ahora las perseguía.
Esta vez no fueron encarceladas. Fueron torturadas con fuego en las plantas de los pies, y después de terminar las indagatorias y los juicios en latín, fueron condenadas a ser quemadas vivas en el Charco de las Brujas, en los mangles de lo que hoy serían las murallas del Morro en la Puerta de San Juan. Tenían que ser quemadas lejos, para que el olor a carne ardiendo no asustara a los habitantes de la ciudad.
¿Por qué regresaron al monte a expensas de su vida, a terminar un ritual por el que habían sido castigadas una primera vez? ¿Qué inteligencia, que urgencia racional las llevó a retar el látigo que las castigaba aún a costa de sus vidas?
Sumemos luego las más de 30 rebeliones de esclavizados puertorriqueños negros que se extienden desde el siglo XVI a mediados del siglo XIX. Rebeliones que no fueron simplemente conatos de violencia, sino que traían en si mismos el germen redimido de la libertad. Y el deseo de libertad tiene mucho que ver con inteligencia, tiene que perseguirse a fuerza de conspiraciones, de estrategias, de batallas en las que para la victoria, se necesitaba algo más que ganas, sino también inteligencia.
Esta inteligencia comenzó a expresarse en palabras, en escritos, escasísimos en esa primera mitad del siglo XIX, donde la voz del privilegio blanco asumió la abolición como un apostolado. Pero no debemos dejar de lado la voz rebelde, manifiesta en los tes-
timonios del Procurador de Esclavos, que recogía, a su manera claro está, las querellas, exigencias y rebeliones de aquellos maltratados por sus amos blancos. Si bien estos no hicieron nada por ellos, al menos dejaron escritas aquellas voces que hoy no se escuchan tan lastimeras, sino rebeldes y aguerridas reclamando libertad y justicia.
Intelectuales negros se manifestarán en diversos espacios del arte y la cultura, como José Campeche y posteriormente el Maestro Rafael y Celestina Cordero, que aunque no dejaron nada escrito, en los recuerdos de sus discípulos hay ejemplos de sabiduría, tolerancia y sumisión cristiana que les marcó su pensamiento.
En el año de 1827 nace en San Juan el que será el primer poeta negro puertorriqueño, su nombre era Juan del Carmen Atilano, era enfermero del Hospital Militar y se reporta que dejó publicado en la prensa su poema La esclavitud, que según se dice era “para la redención de sus hermanos”. Lamentablemente no hemos podido dar con estos versos probablemente escritos en 1848. Desde allí llegamos a Eleuterio Derkes.
Comencé mis estudios en la literatura de Derkes en 1981. Era curioso encontrarme con descripciones de su obra –escritas por los académicos del Departamento de Estudios Hispánicos de esta Universidadque no mencionaban su color de piel ni su extracción
social o su altura intelectual. Es obvio que los estudios literarios, para aquella fecha, excluían la sociología del teatro o se les rechazaba por las diferencias formales más que por las similitudes de fondo. La llegada de los métodos críticos de la posmodernidad invalidaron aquellas aportaciones. Sus obras eran encasilladas en las rancias categorías generales del romanticismo, como “obras de poca monta”.
Es importante señalar que el teatro puertorriqueño comienza a ser analizado sociológicamente –y por solo dos académicos y un aspirante (yo)- a mediados de la década del 80, con el impulso de la nueva historiografía. Rubén Dávila Santiago y Socorro Girón habían señalado al teatro como una fuente privilegiada del conocimiento social. Recordemos aquí que el teatro se escribe para representarse, y en una sociedad como la del siglo XIX, donde todo conocimiento social se adquiría mediante la lectura, el teatro resultaba una herramienta de convencimiento inmediato de las realidades y cuestionamientos de sus autores. El público encerrado en una sala, respondía de manera expedita con la expresión de su catarsis, de sus dudas o de su rechazo. Por eso, una obra de teatro como Ernesto Lefebre o el triunfo del talento, que exponía las podridas raíces racistas del privilegio blanco, estrenada en Guayama en el año 1872, causó una inusitada atracción de la crítica hegemónica, atracción que se convirtió rápidamente en reserva y miedo, y de allí nació la terrible conspira-
ción que obligó a Derkes al exilio y luego a ser declarado loco por sus prácticas espiritistas. Y será sorprendente su última obra teatral antes de morir, Tío Fele, en la que un joven negro se casa con una joven blanca en un escenario en 1883, honrando la revolucionaria sentencia dicha entonces en su texto: “el amor todo lo iguala” la que colocará a Derkes en el pináculo de su inteligencia.
Derkes será un visionario, un revolucionario, un rebelde que tuvo que hacer innumerables estrategias para insertarse en la hegemonía literaria blanca. Nuestro primer intelectual negro cosechó amistades que le respetaban como el propio Tapia y Fernández Juncos, quienes reconocieron su talento y le publicaron poesías. Claro, siempre se escondía el diablillo de la piedad, cuando se publicaba la frase: “a pesar de su condición, ha podido levantarse”, etc..
Ese espacio de visibilidad, minúsculo, secuestrado y controlado por el privilegio blanco, será heredado por Derkes a un discípulo suyo, a un joven zapatero negro, cuya pasión por el teatro le traería tantas glorias como silencios. Manuel Alonso Pizarro, había nacido también en Guayama y entra bajo la tutela de su maestro tan pronto como en su adolescencia. Fracasará en su gremialización y se unirá rápidamente a los cenáculos artesanos de Guayama y Mayagüez, para los que se dio a respetar como dramaturgo de ocasión pero de mucho ingenio. Siete obras de teatro escribió durante
su corta vida, y éstas fueron representadas por la Federación Libre de Trabajadores junto a las de otro dramaturgo negro, Fernando Gómez Acosta, ensayista, critico y apólogo del anarquismo. Alonso Pizarro levará a escena las bases del anarquismo literario nacional. Su obra Cosas del Día es un manifiesto en sí mismo de la necesidad de los obreros de levantarse en armas contra el burgués opresor y contra un sistema que para engordar la propiedad privada, explotaba lo más puro de las clases trabajadoras.
Mas no solo el teatro resultó ser la primera vitrina del pensamiento negro, o de lo que se pudiese catalogar como un renacimiento, un resurgir de lo empezado por Derkes. Esa fue la literatura obrera, la poesía, la novela, el periodismo y más que nada el teatro, el que reclamara un nuevo espacio en la inteligencia dominante.
Atiborrados de las lecturas de Víctor Hugo, Bakunin, Malatesta, Kropotkin, Malato y Tolstoy –es decir románticos sociales todos- intelectuales como José Ferrer y Ferrer, Eduardo Conde, Santiago Valle, Ayala Maura, junto a criollos como Romero Rosa, y españoles como el primer Santiago Iglesias, unieron a sus preocupaciones sociales y laborales, las preocupaciones raciales. Y desde los periódicos que ellos mismos publicaban, lanzaban saetazos de visibilidad que se hombrearon con las polémicas de los periódicos publicados por escritores blancos. Tendremos entonces el
primer periódico diario dirigido por un negro en Puerto Rico con la fundación del Periódico El Territorio en 1899 dirigido enteramente por el músico y poeta negro Carlos Casanova.
En el mundo caótico de entre siglos, se fundarán muchas revistas y periódicos que serán editados por intelectuales negros siguiendo el ejemplo de la revista política Asuntos de Puerto Rico, fundada por Baldorioty en 1869 y El Agricultor, fundado por Derkes en 1881. Este mundo de entre siglos se verá colmado del pensamiento negro y mulato en las voces de Ramón Marín, Eleuterio Lugo, Sotero Figueroa –secretario de José Martí-, Jorge Alonso Fernández, Cecilio Andinoque se hacía llamar “el Diógenes Prieto”- y el trabajo de inmenso mérito literario de José Ramos y Brans.
Así, las pugnas por la autonomía traerán al joven medico recién graduado José Celso Barbosa, a las trincheras de la intelectualidad. Podemos decir muchas cosas sobre la obra de Barbosa, a la luz de haber sido la máxima oposición de Luis Muñoz Rivera en su lucha por el poder de los sectores autonómicos.
Diremos alguna. Una de las primeras estrategias que puso en práctica Barbosa, fue la de aliarse a los sectores más invisibles de la inteligencia negra y ofrecerles una causa –no la liberación del país- sino la disolución de nuestro acervo político en el capitalismo norteamericano. Su odio por España, a quien llamó en muchas ocasiones “Madre Patria” antes del 98, estalló
al día siguiente de la invasión. No pasaron ni 24 horas en los que Barbosa de inmediato anunció su filiación a los Estados Unidos y exigió que Puerto Rico formara parte de esa unión. De la misma Nación que tenía en vigor las racistas y segregacionistas leyes de Jim Crow y que ya para en 1898 había colgado de los árboles como “fruta prohibida” a más de 500 negros en orgías de sangre y odio del supremacismo blanco. Poco a poco, Barbosa empezará a obviar las realidades raciales de la nación a la que quería pertenecer, al punto de que en uno de sus periódicos escribía con sin igual desparpajo que “el prejuicio racial no existía ni existirá jamás en Puerto Rico”.
Quedó claro en su momento que su endoracismo, es decir el odio a sí mismo por motivo de su raza, estaba cimentado sobre una pueril y vulgar preocupación económica. Admitir la dignidad de ser un importante político negro, era pernicioso a la imagen de los nuevos inversionistas que arrasaron la economía puertorriqueña del 1910 al 1920. Había que ser cortés y servil, pero que nadie se diera cuenta. No podíamos darnos el lujo de tener un partido todo de negroscomo en Cuba- que exigiera espacios en la Cámara de Delegados que era la que autorizaba las leyes del mismo comercio que se quería fomentar.
Es un dato conocido que José Celso Barbosa fue uno de los hombres más ricos y poderosos que tuvo San Juan a principios del siglo XX. No por su
oficio como médico, del que no parece haber hecho fortuna, si no porque su solvencia política garantizaba su participación como inversionista en muchas empresas comerciales estadounidenses y locales y por haber sido el poseedor de tres franquicias periodísticas y publicitarias de las que devengaba gran parte de su capital, entiéndase como los dos más poderosos el periódico El País y el periódico El Tiempo.
Muchos de sus más fervientes defensores pertenecían a la clase obrera, eran negros y pobres y desclasados. Sentían que Barbosa representaba un futuro donde predominaría el capital, y que ese capital, dentro del ideal republicano, se repartiría con justicia entre los más necesitados. Barbosa mismo se ocupó de señalar con dedo acusatorio a aquellos que pertenecían a la clase dominante –siendo él parte activa de ella-, tomando a Luis Muñoz Rivera y a José de Diego como los azimutos de su ira. Así se vinculará a los odios del blanco fascineroso José Mauleón, en el surgir de las famosas turbas republicanas que en 1903, tomaron de blanco a los federales de Muñoz y a los socialistas de Santiago Iglesias. Las turbas, comandadas desde la redacción de El País, invadieron la redacción de La Democracia, la destrozaron y amenazaron de muerte a Muñoz Rivera quien tuvo que huir a Estados Unidos para que no lo mataran, mientras a José de Diego se vio obligado a esconderse debajo de su cama porque si no correría igual suerte. Las turbas ultrajaron y vejaron
en plena calle San Sebastián a las dos hijas del líder obrero Ramón Romero Rosa y tiroteaban frecuentemente los ranchones de reunión de la Federación Libre, invadían y prendían fuego a sus pequeños teatros y son culpables de varios asesinatos en plena calle en San Juan.
Mientras esto sucedía por la siniestra mano de Mauleón, Barbosa se tiraba hacia atrás en su silla y apretaba acuerdos comerciales con empresas y el gobierno norteamericano. Estas le señalaron que les era muy difícil hacer tratos con “negros”. Y no podían concebir que hubiese negros en la Cámara de Delegados decidiendo el futuro económico de la Isla. Entre ellos el escritor y agitador político Tomás Carrión
Maduro: “el más negro de entre los negros”.
Barbosa cayó en cuenta de que ser negro no ayudaba al desarrollo de las economías capitalistas que comenzaban a adquirir las tierras de los colonos locales para los trusts americanos, y en las elecciones de la Cámara de Delegados, se dio a la tarea de buscar candidatos blancos, sin importar su compromiso y su solidaridad con el ideal Republicano. Y así dio de codo a los candidatos negros como Carrión Maduro y Luis Felipe Dessus.
Esto causó la furia de Carrión Maduro, quien había, por sus propios méritos, logrado ser el primer negro Delegado de la Cámara. Y de Luis Felipe Dessús quién era uno de los intelectuales negros más
queridos y celebrados por su intelecto, su virilidad y gallardía, su incondicional solidaridad con la clase obrera y los menesterosos, y su magna inteligencia y liderato para trabajar por los derechos de los negros puertorriqueños. Dessús advendrá en estrecha comunicación con W.E.B. Du Bois, co fundador del NAACP, organización a la que se dio cuenta de los desmanes de Barbosa.
En 1910, estos dos puertorriqueños negros iluminados, al renegar de Barbosa y desenmascarar sus racistas intenciones, abandonaron el Partido Republicano tirando la puerta… y lograron llevarse consigo una buena cantidad de barbosistas que luego se unieron al Partido Unión.
Muchos de estos republicanos negros se declararon abiertamente independentistas cuando Barbosa trato de disimular -sin éxito- las atrocidades de las leyes de Jim Crow y los linchamientos de los negros en los estados del sur. Tragedias diarias que Barbosa simplemente llamó “hechos aislados”.
En el fondo era un vulgar asunto de dinero. Los negros al parecer afeaban cualquier negocio con los gringos, porque como bien gritaba su consiglieri José Mauleón en una de sus borracheras, “Barbosa es el único negro decente que tiene Puerto Rico”.
Cuando Carrión y Dessús le reclamaron su racismo a viva voz desde las tribunas unionistas, Barbosa lanzó su famoso discurso que comenzaba dicien-
do: "el prejuicio racial no existe en Puerto Rico". Todos se mearon de la risa. Barbosa murió en la riqueza, y le heredó la lujuria por el dinero a todos los que le siguieron en el ideal de la anexión a Estados Unidos, que era el único lugar en el mundo donde podía birlarse dinero sin hacer mucho esfuerzo.
Pero mientras él hacía genuflexiones a los americanos, los Centros de Estudios Socialistas y obreros eran diezmados por la Policía, no solo por sospechas de sedición, sino por ser abiertamente centro de discusiones entre la intelectualidad interracial. El famoso caso, cruel y salvaje por demás, de la quema del Centro de Estudios Sociales de Caguas, el arresto del filósofo anarquista negro Juan Vilar y del dramaturgo anarquista negro Enrique Plaza quedaron en la historia como dos atrocidades inolvidables y aún sangrientas en nuestra memoria.
Pero la inteligencia negra respondió con voz atronadora en la voz del tiempo que no puede ser más estruendosa. Y aunque mucha de ella fue diezmada en ese momento por las atrocidades del capitalismo naciente, Luis Felipe Dessús salvará buena parte de su voz al fundar en 1920 una de las revistas más importantes que se haya publicado en Puerto Rico, la Revista Pancho Ibero, que fue el vocero independentista de los intelectuales negros, En ella se republicaban artículos del Renacimiento de Harlem, del NAACP y se daba
cuenta del avance que la cultura negra iba desarrollando en EU a pesar del fracaso de la restauración tras la guerra civil.
El nacimiento del Ku Klux Klan en esa época en Estados Unidos, hizo por su parte que esa siniestra organización naciera también en Puerto Rico. Esta sanguinaria institución acostumbraba reunirse en secreto y quemar sus cruces en lo que hoy es el extremo de Punta Las Marías, y asociada a los Caballeros de Colón, dominaron la lucha racial de los años 20.
Con esa coyuntura de conflictos armados pero silenciosos –apenas se daba referencia de ellos-, la sima entre blancos y negros en Puerto Rico era honda, aunque en el mundo de la ídilica y no menos falsa “gran familia Puertorriqueña” fuera invisible. Intelectuales como Enrique Lefebre, José Elías Levis, Pedro Carlos Thimoteé, Celedonio Delgado, Leopoldo Figueroa, Norberto Escabí, cada uno desde sus discursos, dejó sentir su voz en un renacimiento puertorriqueño de la voz del negro que finalmente no pudo ser callada.
En ese entonces, -1925- nos alcanzará la voz relampageante de Arturo Alfonso Schomberg y su escrito inmortal “El negro redescubre su pasado”. Aún cuando Schomberg se consideraba independentista en su juventud, sus miras políticas no se ciñeron únicamente a Puerto Rico. Schomberg abogó por la independencia y la libertad de toda una raza. Su participación en la fundación del Renacimiento de Harlem es
prueba contundente de que su llamado a la revolución por la visibilidad del negro, no se refería únicamente a un presente reprimido por el racismo, sino toda una historia de un pensamiento negro que daría formación a una cultura cuya presencia había sido negada por el poder del látigo y las armas, y que era hora, de que las maneras de ejercer esa presencia, nacieran de la más profunda conciencia de un pasado tan remoto que nos remitiera al origen de la Humanidad misma. Por eso, Dessús, desde su Revista, acuñó para Puerto Rico el hermoso nombre de: “raza negra, raza madre”.
¿Y qué decir de las intelectuales negras? Mientras las revistas feministas abogaban por sus causa sufragistas, y por el rol de la mujer en la machista sociedad blanca, varias intelectuales negras comenzaban a enfrentar a la Iglesia Católica con envalentonada furia. Los escritos espiritistas y libre pensadores de Francisca Suárez y de Simplicia Armstrong dejarán para la historia de este renacimiento, textos de suprema valentía, de reto y e irrespeto por el poder religioso católico representado en la complacencia de los obispos católicos puertorriqueños con el nuevo régimen del capital. Estos textos, novelas, ensayos, folletos políticos y poesía aún están por estudiarse a fondo, y cuando se haga, encontraremos en ellos voces más explosivas y retantes que la de los mismos intelectuales negros.
La década del 30 traerá a la inteligenttsia negra la palabra del nuestro primer Maestro de la In-
dependencia: el Maestro Pedro Albizu Campos. Al asumir la presidencia del Partido Nacionalista, asumió no solo la voz de los nuevos independentistas, sino la vieja voz de los negros rebeldes que aún calmaban por justicia. A pesar de su recalcitrante catolicismo, comprensible en el ambiente en que desarrolló sus ideas, la elección de la lucha armada como vía de liberación patriótica, no era solo el producto de la conciencia de años de opresión española y gringa, sino que esa opresión, que pretendía convertirnos en nuevos esclavos, había que deslastrarla de nuestra común utopía. No era consustancial al ser negro el ser un oprimido. El negro, al igual que el blanco nacionalista, se libera de una esclavitud común. Porque hay una causa mayor, la libertad de la conciencia, en la que va implícita también la libertad y el amor de la raza. Muchos intelectuales negros encabezarán los capítulos del nacionalismo insular. La lucha por la independencia no será ajena a la lucha por la redención racial.
En ese justo momento, un intelectual negro, maestro, tempestuoso escritor joven, socialista y rebelde, se sentará frente al atardecer de las centrales y escribirá la más importante novela de la explotación
capitalista: Enrique Laguerre escribirá La llamarada bajo el hechizo de la liberación. Su personaje central será un blanco, pero un blanco en dudas y contradicciones, un blanco que no sabe como darle paz a su conciencia de explotador, y que mira el mundo que le
toca mandar con amplias reservas que esconden su oído por el opresor. Laguerre seguirá escribiendo tras su éxito sin precedentes, en los que logró la aceptación de sus novelas en los más cerrados círculos de la inteligencia académica blanca de la Universidad de Puerto Rico.
Los años 40 traerán otros nombres y otras causas levantadas por los intelectuales negros de entonces. La entrada de Ernesto Ramos Antonini como sombra de Muñoz en la fundación del Partido Liberal, será sombra de buena voluntad y amplia fe en el progreso. Pero Ramos Antonini sufrirá en carne propia el prejuicio de su protector Luis Muñoz Marín, y no verá con buenos ojos muchas de sus prácticas terroristas, pero será callado cómplice de la venta de Puerto Rico al capitalismo de EU a través del ruin Estado Libre Asociado.
En 1950 la revolución nacionalista contará en sus filas con cientos de soldados negros al servicio de las ideas del Maestro, y aunque era visible la intención política de la revolución, no es menos cierto que en ella estaba implícita la orden de un nuevo estado de situación racial.
La cultura e inteligencia negra seguirá manifestándose con amplitud y fuerza en la década del sesenta: nombres como los de José Ferrer Canales, Nilita
Vientós Gastón, Luis Nieves Falcón, Isabelo Zenón y en el teatro el nombre de un alebrestado joven llamado
Luis Rafael Sánchez. En la pintura se susurrará con asombrado silencio el nombre de Cecilia Orta; en la poesía popular el de Fortunato Vizcarrondo y en la música los nombres de Rafael Hernández, Pedro Flores, Don Felo, Tite Curet Alonso, Maelo, Tito Henríquez, Ruth Fernández, y entre otros.
El fin del siglo XX traerá una nueva historiografía. Una nueva manera de ver las contribuciones del negro a la historia y a la cultura, dispersas antes en las obras –algunas de ellas inaccesibles- ahora leídas y estudiadas por la nueva sociología de la literatura y los populares y necesarios ensayos políticos del Grupo CEREP y el Taller de Formación Social.
¿Qué tenemos hoy como la mejor muestra del la inteligencia negra en estos primeros años del siglo XXI? Me inclino ante la novelística y la narrativa de Yvonne Denis. Narrativa inteligente, imaginativa, comprometida. En la obra profusa y diversa de Yolanda Arroyo Pizarro. respeto el trabajo creativo de Mayra Santos Febles y los varios escritores de la comunidad LGBTT cuyos planteamientos de derechos humanos a favor de sus orientaciones, unen fuerzas en el reconocimiento y visibilidad de los derechos del negro en Puerto Rico. Párrafo aparte para los intelectuales públicos negros Sandra Rodríguez Cotto, Roberto Ortiz Feliciano y José E. Muratti, cuya enjundia, profunda visión y asertividad en su análisis político y cultural nos asombra y nos convence.
La pregunta que me lleva a la cortés solicitud de los organizadores de esta conferencia, es cómo, si alguna ha sido, se da la convicción general de que esta conciencia de lo negro como presencia de origen y fundamento, se da en los escritores blancos y cómo se manifiesta desde sus orígenes hasta el estreno de la obra Hamilton de Lin Manuel Miranda, que tanto ha dado de qué hablar en nuestra prensa.
¿Tenía el negro una presencia notable en nuestra literatura antes de La Cuarterona de Alejandro Tapia y Rivera, escritor blanco, espiritista, pobre y perseguido? Tapia tuvo esclavos. Tenía bajo su techo a “un negrito”, de nombre José, que le ayudaba en sus tareas. Mientras su madre tenía a una criada negra de nombre Eulalia. Aceptaba la esclavitud, aunque públicamente la aborreciera y escribiera el texto literario más abolicionista de todo el siglo XIX. La cuarterona se escribe en un viaje en barco desde San Juan a España, donde Tapia, junto a José Julián Acosta, Segundo Ruiz Belvis y Francisco Mariano Quiñones, revolucionarían las Cortes de Madrid con su grito de “libertad para los esclavos, con indemnización o sin ella”. Tapia
escribirá La Cuarterona en abierto reto a la Orden Real de 1865 que impedía que cualquier escritor usara públicamente la palabra “esclavitud”.
A Tapia no le importó y leyó su drama en los salones de la Sociedad Abolicionista española. Un drama que dedicó a una esclavizada negra –
probablemente de Luisiana- de nombre “Caddy” con quien desarrolló alguna relación sentimental. El drama La Cuarterona, admitido por los mismos cubanos, será el primer drama caribeño que dará al tema de la esclavitud la seriedad del drama de ideas, en una época en que el negro se representaba en burla, en bufo y en caricatura que hacía reír a las masas pudientes que pagaban los precios de taquilla.
El drama Pobre Sinda, del dramaturgo incondicional aguadillano Ramón Méndez Quiñones, escrito en 1884, presentará al negro latigado, sufrido, calumniado por el capataz blanco. Pero este drama, por el miedo a perder su lugar ganado entre el conservadurismo, será engavetado por su autor. Antonio Cortón escribirá su largo poema a favor de la abolición titulado El negro José, y así por el estilo, el negro formará parte del imaginario cultural puertorriqueño blanco en muchas instancias en el siglo XIX, hasta llegar en el siglo XX a la figura de Luis Palés Matos y sus poemas llamados” negroides” –en ridícula oposición a los “poemas blancoides” del vanguardismo de los años 40. Pero la blancura de Palés, si bien diestra en el oficio de versar, se sometió a la comodidad de lo exótico que mencionaba al principio de esta conferencia. El verso de palabras africanadas, donde el negro se ofrece como objeto de asombro, de exotismo cuyo culipandeo no redime al negro de los prejuicios que lo abaten, sino que le proporciona una alegría conformista, una
aceptación de ser simplemente eso, la morbosidad de una caricatura irredimible que por sonora y extraña, no provoca simpatía o compasión, sino sonrisa fea y hasta mofa y parodia burlona.
Tendrá que llegar Francisco Arriví con su drama Vejigantes, el que abrirá las puertas a una nueva visión del negro en la hegemonía blanca de mediados del siglo XX. Arriví, ciertamente uno de los mejores, sino el mejor dramaturgo de nuestro siglo XX, asumirá el tema del prejuicio racial sin ninguna duda o contradicción. Siendo hijo de una burguesía blanca, militante activo del Partido Popular, económicamente pudiente, de piel blanca, y poseedor de un alto reconocimiento intelectual como poeta y padre del Teatro
Puertorriqueño contemporáneo, Arriví pone en escena un drama que sacudió el conformismo del negro, y provocó iras en la crítica hegemónica blanca de los periódicos. El personaje de Mama Toña resultó ser la heroína de una fractura social esperada. Después de Vejigantes, ojo de cómo se hablaría del negro en los escenarios.
Con nuevos dramas atacando las vísceras del más corrupto prejuicio Arriví se ocupará de mantener vivo el tema, de hablar de él, de jugarse su prestigio entre los suyos por él. No le importó. Vejigantes es hoy un deber cumplido de solidaridad y compromiso de la clase intelectual blanca en la lucha contra los más acérrimos prejuicios del siglo XX en Puerto Rico. Su
ejemplo fue seguido por varios dramaturgos como Julio Marrero Nuñez con su drama Papa Chán y Roberto Ramos-Perea con su drama Gozos de Inquisiciónque narra la historia de las tres esclavizadas yorubas torturadas por el Santo Oficio de San Juan- e Iluminado negro que narra la vida del dramaturgo negro Manuel Alonso Pizarro.
Así llegamos a Hamilton del puertorriqueño Lin Manuel Miranda. Como todos ya sabemos, este musical narra escenas importantes de la vida Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de lo que es hoy Estados Unidos, y que estuviera encargado de toda la organización de la Hacienda Pública del naciente imperio. Este drama que toma como referencia la biografía de Ron Chernow, fue estrenado en el año 2015 en Nueva York y de la noche a la mañana se convirtió en el musical más importante de toda la historia de este género en Estados Unidos.
Para no repetir lo dicho por mí en otros foros, parafrasearé algunas de mis visiones de este drama que viene muy a cuento en el tema que nos hemos propuesto.
Para realizar un breve acercamiento crítico a HAMILTON, es importante recordar los fundamentos sociológicos de la crítica teatral. Para no ser los meros voceros de una desinformada y ambigua opinión, la crítica teatral debe contestar entre otras muchas, las siguientes preguntas: ¿Qué existía antes de la obra cri-
ticada, cuál es su contexto histórico y sus mecanismos de producción? ¿Cuál es su intención y su discurso? ¿El dramaturgo logró lo que se proponía? ¿Cuáles fueron sus grandes fracturas con lo establecido y sus aportaciones al género? ¿Cómo la opinión de su público acertó o desacertó en la consideración y valoración de su propuesta teatral?
Veamos a Hamilton de Lin Manuel Miranda, desde estas perspectivas. Mi primera valoración sería, que sí, que comparto la visión de mucha de la crítica seria de Estados Unidos, de que Hamilton es el musical más significativo, mejor elaborado, más perfectamente construido y más influyente de finales del siglo XX y lo que va del XXI en los Estados Unidos. Aseveración que implica conocer mucho de lo que en Broadway se haya realizado. Hamilton supera en todos los aspectos citados a los cinco musicales más influyentes antes de él: Hair (1968), A Chorus Line (1975), Jesus Christ Super Star (1973), Les Miserables (1980) Phantom of the Opera (1986) y Miss Saigon, (1989) por su importancia política.
En todos ellos hay fracturas profundas de la aceptada tradición: sobre todo en música, coreografía, puesta en escena e ideología. Muchos de ellos basados en novelas clásicas y biografías de personajes históricos destacados o se apoyan en hechos históricos conocidos y se les concede una nueva interpretación.
Entiéndase que el drama histórico y el drama musical histórico, como cualquier texto de historia o documento de archivo es una forma de interpretación. Todos ellos lograron captar la atención de un público de musicales deseoso de novedad, de atrevimiento, y de corte definitivo con la morigerada y antiséptica tradición criada desde Showboat, West Side Story, Cabaret, Chicago o la farandulería ñoña de Dreamgirls, Cats o Mamma Mía. Hamilton es otro ojo y es otra voz. El ojo de un dramaturgo serio, conocedor de la estructura dramática, bailarín, coreógrafo y sobretodo excelente músico, al día con lo que su generación produce. Su discurso y su intención son sinceras y auténticas muestras de la verdad de una psique compleja como la del personaje escogido para este biodrama. Para llegar a ella hace falta arrojo. Lin Manuel Miranda es un dramaturgo rebelde y temerario. Y esto es sin duda su mejor cualidad.
Entre las muchas fracturas, precisamente concebidas, está la de romper con la pretensión historicista. En este musical George Washington es interpretado por un actor negro, corpulento, de una voz impresionante, mientras el General Lafayette es un hombre alto, flaco, latino, y de una plasticidad corporal que sirve bien a los cinismos de la obra.
La música R&B, hip hop, rap, en fusiones sabias con arias muy tiernas y hasta sombras de EDM
y punk. La gestualidad juvenil moderna, y hasta un “Rap fight” son parte atrevida e intencionada de esta novedad que trasciende la hueca posmodernidad teatral de la que podría acusársele y que ya ha sido expresada por muchos dramaturgos antes que él. La dirección escénica del espectáculo es una joya de imaginación. Escenarios rotativos, luces vehementes, precisa coreografía de las mutaciones y escaleras no dejan descansar el ojo.
El escogido del personaje central acertó en el contexto político de la presidencia norteamericana de 2015 que aún sigue en discusión. Alexander Hamilton es un inmigrante, soldado independentista que por el favor ganado ante su general Washington, eleva su poder a la Secretaría del Tesoro, desde donde hace importantes aportaciones al desarrollo de la economía de las trece colonias como estados federados. Los aspectos emocionales de la vida íntima de Hamilton se desenvuelven con gran sensibilidad, mostrando ambigüedades y contradicciones típicas de todo político.
El musical logra sus principales objetivos sin gran esfuerzo y soberana inteligencia: entretener, intrigar, cuestionar, analizar, comprender y contaminarnos con la complejidad humana de un inmigrante enfrentado a las mezquindades de su tiempo.
Considero que HAMILTON es teatro puertorriqueño. No solamente porque su autor lo es, sino porque la esencia misma de su drama es la continuidad
de una tradición dramática muy nuestra: la ejemplificación de los valores y contradicciones asumidos por un partícipe de los procesos más cuestionables de su tiempo.
Hamilton es un hombre que desea contribuir desde su naturaleza de inmigrante, a la fundación de lo que él entiende será una nación poderosa e imperialista. Para ello deberá odiar a Inglaterra, mofarse de su rey y decidirse a dar la vida en el campo de batalla. Cosa que hizo, como miles de puertorriqueños desde la misma conquista en contra de dos de los imperios más crueles de la Historia. Hamilton hablará inglés, pero el idioma de sus acciones revolucionarias es universal. Su arrogancia se estrellará con la inquina y la mezquindad política. Será traicionado por su propia gente, engañará a su esposa, será perdonado, será víctima de chantajes, conspiraciones para asesinarlo, sacará pecho y se pondrá en la raya cuando sea necesario, asesinarán a su hijo, será asesinado él, y será olvidado demasiado pronto o sustituido por otro héroe…. ¿no es esta también la ruta del patriota puertorriqueño? La ruta de cualquier patriota en fin.
Podríamos entrar a discutir los elementos extra teatrales de la presentación de la obra en Puerto Rico, pero nos desviaríamos del tema, y como muchos comentaristas de aquí y de allá, de lo menos que estaremos hablando es de la calidad de la obra.
Traigo para finalizar, el acierto de Lin Manuel Miranda de escoger actores negros para interpretar el evidentemente blanco personaje de George Washington y del enemigo de Hamilton, el General Barr. La intención que hay detrás de este hecho es quebrar el paradigma de la legitimidad histórica con que se desvaloriza ésta y otras obras a quien un público no diestro en el teatro condena fogosamente. La presencia de un negro en un escenario es un acto de rebelión contra uno de los mayores consumidores del teatro en Estados Unidos, la burguesía blanca. Esta clase dominante impone roles y modelos de cómo se deben hacer y decir las cosas. Hay una premeditada colonialidad del pensamiento, del saber y del poder que lleva a algunos a exigir al señor Miranda, la veracidad de la historia de Hamilton, y como esta no se produce, es suficiente para que sea rechazada. Se le exige a la obra de teatro que sea “fiel” a la historia. ¡Pero ni siquiera la Historia es fiel a sí misma! ¿Por qué se la exigen al arte? Entonces entra en la discusión de un concepto inverso de lo que es el famoso ‘black face”.
Nos hiere y nos molesta que un actor blanco se pinte el rostro para representar a un negro. Sin embargo, en Hamilton, un actor negro hace de un personaje histórico blanco. Es una paradoja interesante –bien porque por ejemplo, por que el Hamlet se presenta en los estados africanos donde predomina la raza negra, por un actor negro, o en China, Japón o los
demás países del lejano oriente, con los atributos raciales de esos países, completamente opuestos al nórdico Hamlet.
Tenemos que resucitar o agitar dos conceptos fundamentales para entender lo que es “black face”: parodia y libertad de expresión. En el caso el actor negro interpretando a Washington es evidente que no es una parodia, no hay humor ni burla en ello.
La libertad de expresión y la creatividad se imponen. Pero no deja de mostrarnos posibilidades de discusión con respecto al derecho de la libertad creativa cuando de raza se trata. ¿quién decidirá cuando es parodia, burla o libertad de expresión? ¿Los blancos?
¿Los negros? ¿El sentido común?
Pero la verdad es que ciertos sectores de la cultura en Puerto Rico no rechazaron la obra por ese argumento, sino por otros más pueriles. Como por ejemplo, “¿por qué Miranda no escribió una obra sobre Albizu Campos?” “¿Por qué no se dijo que Hamilton tenía esclavos?” “La obra no es fiel a la historia” (como si el teatro tuviese la obligación de serlo).
“¿Porqué apoyar una obra que no tiene que ver nada con Puerto Rico ni nos importa de manera alguna?”
“¿por qué apoyar una obra de un dramaturgo que apoyó a la Junta de Control Fiscal?” (Cosa que realmente no hizo, y de la que de haberlo hecho, renegó después.).
Todas estas vaguedades son producto de una pobre conciencia de lo que el teatro y la participación de la Historia aleccionadora, así como de la historia del negro mismo pueden producir a un espectador cautivo. Juzgamos las cosas en ocasiones impulsados por la propaganda, por el que dirán, por lo sobreentendido pero no comprendido. Anteponemos intereses personales ante las intenciones de los autores en menosprecio a la libertad del Arte y puesto que no conocemos la historia somos capaces de asignar a estos eventos el calificativo de reaccionarios, proamericanos o anti-puertorriqueños sin respetar la libertad y el trabajo del que los produce y su intención.
Miranda no es el único dramaturgo en nuestra historia que ha escrito biodramas sobre personajes históricos que no son puertorriqueños. Tapia lo hizo cuatro veces. René Marqués cuatro veces, Roberto Ramos-Perea lo ha hecho seis veces… y todos somos dramaturgos puertorriqueños.
Creo que durante la discusión de Hamilton se anduvo demasiado tiempo por las ramas de lo espurio, sin mirar la enorme contribución al arte teatral que Miranda ha realizado como puertorriqueño y artista universal.
Hemos hablado de un renacer del negro en nuestra cultura creada al amparo de la inteligencia puertorriqueña negra y de la contribución de la blanca a esta necesaria redención. Resta proteger esa visibili-
dad ganada. A que esa presencia no siga siendo escamoteada por intereses ajenos a lo que esta misma redención propone. Si hemos de redimir, como he dicho antes, que sea no solo para el negro y la historia de sus dolores, sino para los horizontes de su iluminada inteligencia.
Gracias por su tiempo.
Nació en Mayagüez, Puerto Rico, el 13 de agosto de 1959. Dramaturgo, guionista, actor, director de escena, historiador y crítico del teatro y el cine Puertorriqueño.
Cursó estudios superiores de Dramaturgia y Actuación en el Instituto Nacional de Bellas Artes de México, D.F.
y prosiguió esos estudios en la Universidad de Puerto Rico. Es Director General del Archivo Nacional de Teatro y Cine del Ateneo Puertorriqueño. Es además Rector del Conservatorio de Arte Dramático del Ateneo, y Presidente del Instituto Alejandro Tapia y Rivera. Fue periodista en los diarios El Reportero, El Vocero, El Mundo, Puerto Rico Ilustrado y la Revista VEA y columnista ocasional de El Nuevo Día. Es además profesor de Historia de la Literatura y el Teatro Puertorriqueño en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe.
Ha estrenado y publicado más de cien obras teatrales en Puerto Rico, y en países como Japón, Estados Unidos, España, la República Checa, Polonia, Brasil, Cuba, Venezuela, Argentina, México, Chile, Santo Domingo y sus obras han sido traducidas al inglés, al francés, al checo, al polaco, al portugués y al japonés. Ha dirigido más de un centenar de puestas en escena en Puerto Rico y en el exterior y ha sido premiado por instituciones nacionales e internacionales como el Ayuntamiento de Sevilla, Casa de las Américas de Cuba, el PEN Club de Puerto Rico, la Fundación Ricardo Alegría, la Medalla Víctor Hugo, el Instituto de Literatura Puertorriqueña y el Ateneo Puertorriqueño.
En diciembre de 1992, el Instituto de Cooperación Iberoamericana de Madrid, España le otorgó el Premio Tirso de Molina a su obra Miénteme más. El Premio Tirso de Molina es el más alto premio que se le ofrece a un dramaturgo de habla hispana en el mundo. La obra se estrenó y se publicó en España. En ese mismo certamen, su obra Morir de Noche, quedó entre las seis finalistas escogidas para el premio.
Ha dirigido y escrito las películas puertorriqueñas Callando amores (1996.), Revolución en el Infierno (2004.), Después de la Muerte (2005.), Iraq en mi (2007.), La llamarada (2015.) y Bienvenido Don Goyito (2017.) así como el largometraje documental Tapia: el primer puertorriqueño (2009.).
Ha publicado el volumen de cuentos Sangre de niño (1976.) y los ensayos Perspectiva de la Nueva Dramaturgia Puertorriqueña (Ateneo, 1989.), Teatro Puertorriqueño Contemporáneo 1982-2003 (Publicaciones Gaviota, 2003.) y 4 ensayos jodidos y una obra de teatro (Ediciones Puerto, 2012.).
Publicaciones Gaviota edita su Teatro Escogido en siete volúmenes. Editions Le
Provincial y Gaviota también publican sus más recientes obras.– Vida de un poeta romántico (2009.), Bruja de Dios (2012.), Puerto Rico Urgente (2013.), La Dama de las Camelias/Marianela (2014.), y sus piezas de teatro histórico Gozos de Inquisición (2014.), La vida en Marte y otras crueles realidades (2015.), Iluminado Negro (2015.), Por Maricón (2016.), La amante del Gobernador (2017.), Tuya siempre, Julita.– los amores de Julia de Burgos y Luis Lloréns Torres, cartas y poemas inéditos.(2018.), La maestra yanqui (2018) y Laura mía (2019). EDP University edita su teatro breve Censurado (2016.).
Trabaja actualmente en el DICCIONARIO DE LA LITERATURA DRAMÁTICA PUERTORRIQUEÑA DEL SIGLO XIX, el DICCIONARIO DEL CINE PUERTORRIQUEÑO.
Ha publicado además, como historiador teatral, Historia de la Nueva Dramaturgia Puertorriqueña (Intermedio de PR, 1987.); Obras Encontradas de Celedonio Luis Nebot de Padilla (Ateneo Puertorriqueño 2008.); Obras Completas de Manuel María Sama (Ateneo Puertorriqueño, 2007.), el amplio estudio Literatura Puertorriqueña Negra del siglo XIX escrita por negros (Publicaciones Gaviota, 2012.), el tratado biográfico Tapia: el primer puertorriqueño (Publicaciones Gaviota, 2016.), y en preparación para prensa los libros “Los negros no piensan”: Historia de la intelligentsia puertorriqueña negra (Publicaciones Gaviota, 2020.), y Clara Lair: la amante del Gobernador. Biografía crítica y obras recogidas de Mercedes Negrón Muñoz (Publicaciones Gaviota, 2020.).
Actualmente vive en San Juan de Puerto Rico, y es aficionado al esoterismo y a la astronomía.