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CAMbIA LA CONTrASeñA y ACCeDe AL pODer De JeSúS

“¡en el nombre de jesús reClamo…!” “¡te ordeno en el nombre de Cristo…!”. frases Como esta pareCen ser el símbolo de una iglesia triunfadora y llena de poder del señor. es Como que si para aCCeder al poderío de Cristo debiéramos utilizar frases plenas de seguridad y hasta un poCo de arroganCia, reflejando la autoridad que poseemos los hijos del rey.

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por alan perdomo

Para ser honestos, todos en algún momento quisiéramos poseer esta capacidad para echar mano de la infinita potencia de Dios para transformar una indeseada y complicada realidad. En esta ocasión quisiera llevarte a evaluar, reconsiderar e incluso a desvirtuar varias de esas “claves secretas” comúnmente utilizadas para poner al alcance del creyente común el poder de Jesús.

eL NOMbre De JeSúS

El Nombre de Jesús es poderoso. Jesús mismo prometió que “en mi nombre echarán fuera demonios” y otros milagros. Es más, ¿quién no sabe que la oración debe hacerse “en el nombre de Jesús”? ¿No es, entonces, el “nombre de Jesús” una contraseña segura para acceder al poder de Cristo? Considera las siguientes observaciones:

Primero, en la cultura judía, el “nombre” era más que solo una manera de llamar a las personas; significaba la persona misma. Cuando el Antiguo Testamento nos llama a “bendecir el nombre de Jehová” (Sal. 96:2), a “invocar su nombre” (Sal. 116:4) o a “engrandecer el nombre de Jehová” (1 Cr. 17:24), nos está invitando a hacer esas actividades con Dios mismo; no con su “nombre”. En otras palabras, invocar el “nombre del Señor” significa invocar al Señor; y “engrandecer su nombre” significa engrandecerlo a Él.

Segundo, cuando Jesús afirmó que debíamos orar “en su nombre” (Jn. 14:14; 16:24) o que los creyentes “en mi nombre echarán fuera demonios” o cuando el Nuevo Testamento dice que “en el nombre de Jesús se doble toda rodilla” (Fil 2:10), lo hace pensando en la persona de Jesús mismo y no en las cinco letras (J-E-S-U-S) de su nombre. Orar “en el nombre de Jesús” no significa repetir el nombre como una especie de rezo mágico que va a desatar bendiciones de lo alto. Significa orar sabiendo que somos representantes de Aquel que es digno de toda honra; es orar como si Jesús mismo estuviera orando. “En el nombre de Jesús se doble toda rodilla” no significa que se arrodillarán ante un gigantesco cartel que en letras luminosas anuncie un nombre, sino que todas las criaturas reconocerán la majestad y superioridad de la persona de Jesús. El nombre de Jesús no es una contraseña para acceder a su poder, sino representa al mismo Salvador y Señor.

LA SANgre De JeSúS

Una frase muy popular en las iglesias, sobre todo en medio de tanta inseguridad, es “que la sangre de Cristo nos cubra”. La sangre de Cristo es una de las “contraseñas” más habituales, y supuestamente más efectivas, para acceder al poder del Señor. Sin embargo, considera lo siguiente:

Primero, la sangre de Jesús es sangre regular como la de cualquier ser humano. “¿Cómo puedes decir eso?”, quizá dirían algunos de ustedes. Pues sí. Si no fuera sangre común y corriente, entonces el sacrificio de Jesús no hubiese sido el de un auténtico ser humano y, según Anselmo (famoso teólogo medieval) no sería posible aplicar los méritos de ese sacrificio a seres humanos. Si de alguna manera obtuviéramos un poco de sangre auténtica de Cristo, no tendríamos una fuente de poder mágico, simplemente sería sangre humana. El poder de la sangre de Cristo (Heb. 9:14; 1 Jn. 1:7) no está en la sangre como elemento físico.

Segundo, cuando la Biblia habla de la sangre de Jesús está usando una figura literaria llamada “metonimia”, que consiste en referirse al material de lo que está hecho algo para referirse a ese algo. Por ejemplo, cuando decimos que “el púlpito evangélico debe mejorar” no estamos pensando en el púlpito como mueble físico de madera o vidrio, sino a la predicación en las iglesias. De la misma forma, “la sangre de Cristo” en realidad se refiere a la muerte sacrificial de Jesús. Cuando el Nuevo Testamento dice que la sangre de Cristo nos justifica (Rom. 5:9), nos purifica (Heb. 9:14), nos da acceso al Padre (Heb. 10:19) o que nos limpia de todo pecado (1 Jn. 1:7), se refiere al poder purificador y redentor de la obra espiritual efectuada cuando Jesús murió en la cruz. En este sentido, no se puede acceder a los méritos del sacrificio de Jesús repitiendo “la sangre de Jesús nos cubra” o algo así, como si fuera una frase cabalística como “abracadabra”. Por lo tanto, podemos decir que esta tampoco es una contraseña secreta para desatar el poder del Señor.

LOS MeDIOS VerDADerOS

Técnicamente no hay “contraseñas” o claves secretas para alcanzar el poder de Cristo. La Biblia habla de al menos cuatro hechos acerca del poder divino:

Primero, el poder es de Dios y no está a la venta o en subasta y no es sujeto de manipulación al antojo de nadie. Solo Él es digno “de recibir la gloria, la honra y el poder” (Ap. 4:11) y su poder es infinito (Sal. 89:8). Simón el mago quiso comprar parte de ese poder y Pedro le respondió: “que tu dinero perezca contigo”.

Segundo, la Palabra de Dios afirma que Él ha decidido compartir parte de su poder. Por ejemplo, el evangelio –las buenas nuevas de salvación– es poder de Dios (Rom. 1:16) y Él, usando distintos medios, capacitó con poder a Sansón y otros líderes para hacer portentos y hacer cumplir Su voluntad soberana. Los cristianos hemos recibido poder para testificar a todas las naciones acerca de Jesús y la salvación (Hch. 1:8).

Tercero, el poder de Jesús no fue compartido para hacer una especie de circo mediático espectacular y sobrenatural. Aunque Dios sigue haciendo milagros y maravillas, la Biblia dice que ese poder nos acompaña para: 1) predicar y autenticar el evangelio (Hch. 1:8; 4:3; Rom. 15:19); 2) vivir fortalecidos en la santidad (Col. 1:10-11); 3) soportar los sufrimientos y dificultades (Fil. 4:13; 2 Cor. 12:9; Fil. 3:10).

Cuarto, la forma adecuada de recibir el poder de Jesús es poniendo nuestra fe y confianza en el sacrificio de Cristo y depender de los méritos de esa obra redentora a nuestro favor. Este acto se efectúa de manera decisiva en el momento de la salvación, pero debe ser experimentado diariamente por del creyente. Por eso, si eres un hijo de Dios, en lugar de buscar claves secretas para obtener el poder del Señor, celebra que el poder de su sangre (Su sacrificio) y de su nombre (la persona de Jesús) ya están en tu vida. Luego, experimenta ese poder a través de tu testimonio de Cristo a otras personas, de identificar la bondad y la gracia del Señor en tu vida y de depender del Señor para tomar decisiones diarias, pequeñas o grandes. ¡Así accederás al infinito poder del Señor!

Alan Perdomo:

Originario de Honduras. Reconocido maestro de Teología e Historia. Por muchos años trabajó como Profesor en el Seminario Teológico Centroamericano –SETECA- en Guatemala. Autor del libro para jóvenes ¿Y tú, qué

crees?

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