TREINTA CLAVES
PARA ENTEDER EL
PODER LÉXICO PARA LA NUEVA COMUNICACIÓN POLÍTICA VOL. II
Javier Sánchez Galicia Coordinador
César Cansino Editor
TREINTA CLAVES
PARA ENTEDER EL
PODER LÉXICO PARA LA NUEVA COMUNICACIÓN POLÍTICA VOL. II
Primera edición, 2013 ISBN: 968-7825-46-4 © Javier Sánchez Galicia Piso 15 Editores 14 oriente 2817 Col. Humboldt C.P. 72370 Tel. (01222) 602.76.96 Formación: Piso 15 Editores Diseño de portada: Piso 15 Editores Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico
Índice Prólogo por Fernando Checa Montúfar
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Introducción general por Javier Sánchez Galicia
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Introducción al volumen por César Cansino
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1. Aprobación Gubernamental
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2. Caciquismo 11 3. Calidad Democrática
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4. Campaña Negativa
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5. Clientelismo Político
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6. Comunicación Gubernamental
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7. Comunicación Parlamentaria
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8. Concertación Política
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9. Crisis Política
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10. Debate Electoral
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11. Estado Moderno
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12. Estrategia Política
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13. Homo Twitter
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14. Liderazgo Político
147
15. Mito de Gobierno 157 16. Neuropolítica 165 VII
17. Partidos Políticos
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18. Periodismo Político
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19. Política Simbólica
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20. Populismo 217 21. Prospectiva, Análisis de
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22. Redes, Análisis de
243
23. Redes Sociales, Análisis de
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24. Reputación Online
263
25. Social Media
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26. Sociedad de la Información
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27. Timing Político
301
28. Transfuguismo Político
311
29. Transición Democrática
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30. Violencia Política
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Lista de autores
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Índice temático
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Prólogo En La seducción de las palabras, Álex Grijelmo enfatiza que estas tienen una relación directa con el pensamiento, las palabras que usamos y cómo las usamos develan el cómo pensamos; aún más, Grijelmo afirma que las palabras son una forma de poder y reafirma su polisemia o polivalencia, dice textualmente: “son las palabras los embriones de las ideas, el germen del pensamiento, la estructura de las razones, pero su contenido excede la definición oficial y simple de los diccionarios. En ellos se nos presentan exactas, milimétricas, científicas… Y en esas relaciones frías y alfabéticas no está el interior de cada palabra, sino solamente su pórtico. Nada podrá medir el espacio que ocupa una palabra en nuestra historia”. Desde luego, Grijelmo se refiere al vocabulario del habla cotidiana, pero sin duda son afirmaciones válidas para el vocabulario especializado, aquel donde las palabras no sólo tienen la carga de la historia sino también un espesor teórico, conceptual. Y esto es aún más válido cuando se trata de un campo en estrecha relación con el poder simbólico y el político, visto como imprescindible y con alta facturación (solo piénsese en las cifras millonarias que se gastan en épocas electorales, sin que esto signifique que a este campo lo reduzcamos a ellas), como es el de la Comunicación Política. Por ello, todo esfuerzo que permita sistematizar y establecer el estado del arte; es decir, la base teórica actualizada de los conceptos más significativos o representativos del campo; su historia, desarrollo y situación actual; sus líneas de investigación, autores y debates contemporáneos; todo ese esfuerzo, decíamos, es digno de resaltarse. Desde esta perspectiva, en ciespal nos complace apoyar este libro de autoría colectiva, Treinta claves para entender el poder. Léxico para la nueva comunicación política, que ofrece un valioso estado del arte de 30 importantes conceptos de uso frecuente en el cruce complejo y fértil de la comunicación con la política. Nos complace habernos aliado al Instituto de Comunicación Política IX
(icp) para ser parte de esta muy necesaria iniciativa editorial que es el resultado, como se señala en su introducción, de un “esfuerzo de sistematización y de reflexión sobre las herramientas conceptuales de uso común en el ámbito de la Comunicación Política”. Un esfuerzo sobre todo pedagógico muy útil para el docente, el estudiante, el profesional que se desenvuelve en este campo y para el que tiene algún tipo de relación con él. Es un esfuerzo de precisión para evitar la ambigüedad, la obscuridad, la subjetividad derivadas de la polivalencia (preferirán unos) o la polisemia (preferirán otros) existente no sólo en los términos analizados sino sobre todo en la percepción y lectura que de ellos se hace. En cuanto al Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (ciespal), cabe recordar que es un organismo internacional, de carácter regional, no gubernamental y autónomo, sin fines de lucro y que goza de personería jurídica propia, creado en Quito el 9 de octubre de 1959 por la unesco, la Universidad Central del Ecuador y el gobierno ecuatoriano. El propósito principal de la institución es la promoción del derecho a la comunicación, entendido como un ejercicio fundamental en los procesos de democratización de la sociedad. Desde sus orígenes, y bajo estos principios fundamentales, el ciespal viene ejecutando acciones de capacitación profesional, investigación, documentación, asesoría, producción y difusión de materiales impresos, audiovisuales y digitales; todo esto como un aporte al desarrollo, actualización y democratización del periodismo y la comunicación en América Latina. En cuanto a su línea editorial cabe destacar que en los 53 años de vida ha publicado alrededor de 400 títulos sobre periodismo y comunicación de reconocidos autores de dentro y fuera de nuestra región. También ha editado 140 números de Chasqui, Revista Latinoamericana de Comunicación, que se publica desde 1972 y, por tanto, es la más antigua y que todavía se publica en el continente. Esta importante y prolífica actividad editorial ha sido un aporte para la difusión, el desarrollo, la actualización y el mejoramiento del pensamiento comunicacional latinoamericano.
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Pero todas estas actividades siempre se han potenciado con la gestión y consolidación de alianzas con todas aquellas instituciones nacionales e internacionales que, desde una perspectiva similar a la nuestra, trabajan en el campo de la comunicación y la cultura para fortalecernos en el desarrollo de actividades conjuntas y de mutuo beneficio. Creemos que es importante compartir esfuerzos y experiencias con otros centros de investigación, universidades, observatorios, instituciones y asociaciones académicas, en la perspectiva de construir y consolidar una “comunidad del conocimiento” y aunar esfuerzos en procura de los cambios positivos que buscamos en los medios y en los diferentes procesos comunicacionales. Estos criterios han sustentado nuestra decisión de suscribir un convenio marco de cooperación con el icp con el propósito primordial de conjugar voluntades y potencialidades para concretar actividades de capacitación, investigación y publicaciones en el campo de la comunicación política. Precisamente, la obra que ahora se presenta es una de las primeras actividades compartidas en el marco de este convenio y que augura una relación fructífera. Nos congratula ser parte de esta producción editorial que, sin duda, es un valioso aporte para el especialista en este ámbito de la comunicación y, en particular, para el amante de la palabra y su riqueza histórica y conceptual que, más allá de la seducción, busca su comprensión y uso riguroso. Fernando Checa Montúfar, Director General del ciespal
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Introducción general ¿Para qué un Léxico de la Comunicación Política? ¿Se trata de una nueva e inútil pretensión de “fijar, corregir y dar esplendor” a los conceptos en uso en el ámbito de la Comunicación Política? ¿Se trata de llevar a cabo un propósito tan colosal como superfluo en un medio que se mueve aceleradamente y que no admite más frenos que la eficacia de los propósitos? En la respuesta a esos cuestionamientos abundan las razones para no llevar a cabo el esfuerzo de sistematización y de reflexión sobre las herramientas conceptuales de uso común en el ámbito de la Comunicación Política. Pero, en lugar de ceder a ese impulso, aquí se buscará ofrecer algunas de las razones que no sólo aconsejan la necesidad de una obra como la que se presenta, sino que incluso acentúan su necesidad imperativa e impostergable. Primero, porque la multiplicidad de significados del lenguaje en materia de Comunicación Política se está convirtiendo en un obstáculo tanto para la comprensión del ciudadano común como porque ha dado pie para que sus conclusiones no se acepten ya no se diga en dictámenes legales, sino incluso en foros en donde termina por imponerse la consigna de que en materia de Comunicación Política todo es relativo y cargado de subjetividad. Para nadie es desconocido que ciertos Tribunales Electorales esquivan la responsabilidad del conocimiento pericial de la Comunicación Política negando simplemente el carácter de prueba plena a todo lo consignado en este campo. Esa suerte la corren, por citar unos ejemplos, las encuestas y las determinaciones de la influencia que sobre el votante puede tener una campaña mediática abrumadora. Se cae en ocasiones en el absurdo de penalizar, por ejemplo, las “campañas sucias” pero por el otro no se quieren aceptar pruebas de ese comportamiento porque “no hay forma de acreditarlo”. Si eso fuera cierto, ¿en qué lugar quedan las prestigiosas universidades y los especialistas que han consagrado sus vidas al estudio de la Comunicación Política? ¿Cuál es el verdadero alcance de una actividad que ya extiende facturas por cantidades importantes de dinero como contraprestación de servicios que XIII
sus contratantes no sólo estiman necesarios sino incluso imprescindibles para el éxito de sus actividades? Segundo, porque hay una paradoja, por un lado, entre el avance impresionante en el conocimiento de la Comunicación Política y, por otro lado, la escasa creación de nuevas palabras que contengan las nociones para dar cuenta de ese conocimiento. Por irónico que parezca, la novedad de los conceptos está en la medida en la que se revalúan los conceptos anteriores. Así, al no contar con un concepto que supere lo que ya se conoce, por ejemplo, sobre la Democracia, se recurre a una proliferación de adjetivos como Democracia de Calidad o Democracia de Baja Intensidad. Otro tanto ocurre con una noción que supere a la de Desarrollo, por ello se acude a su recategorización como Desarrollo Humano… y así sucesivamente. A través de esta vía, no sorprende que se impongan la ambigüedad y la oscuridad, que, lejos de potenciar la utilidad del análisis, impone transitar por rodeos y caminos circulares. En efecto, como no pasaba desde la época formadora de Charles Secondat, Barón de Montesquieu, Jean Jacques Rousseau, John Locke, Alexander Hamilton, James Madison, Alexis de Tocqueville, Carlos Marx, Max Weber, Gaetano Mosca, Robert Michels, David Easton, Harold Lasswell y Paul Lazarsfeld, por señalar algunos de los autores canónicos, la etapa que va desde la caída de la Unión Soviética hasta la digitalización ha sido fructífera en la creación y recreación de conceptos y categorías útiles para comprender y trasformar un mundo que, paradójicamente, cada día es más nuevo y antiguo, a la vez. Tercero, porque la noción de Estado del Arte se ha asentado como el paso básico para las tareas de investigación. Treinta claves para entender el poder: Léxico para la nueva comunicación política aspira a convertirse en una referencia en cuanto al Estado del Arte, sino de todos los conceptos en este vasto campo —para lo que se requeriría un equipo de trabajo de grandes dimensiones—, sí al menos de los más significativos. Las anteriores razones justifican plenamente esta apuesta intelectual. Dentro de un escrito académico técnico se denomina Estado del Arte a la base teórica en la que está asentado el escri-
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to, la cual se rebate en el desarrollo posterior en el escrito y forma parte introductoria del mismo. Es una de las primeras etapas que debe desarrollarse dentro de una investigación, puesto que su elaboración, que consiste en “ir tras las huellas” del tema que se pretende investigar, permite determinar cómo ha sido tratado el tema, cómo se encuentra en el momento de realizar la propuesta de investigación y cuáles son las tendencias. Para su elaboración, es recomendable establecer un periodo de acuerdo con los objetivos de la investigación. Y existe una cuarta razón: la de la convicción. No podía faltar en una actividad acusada de “subjetiva” una carga, precisamente, de subjetividad. Pero no de la que falsea la realidad sino de la que refleja y testimonia el compromiso y el afecto por un campo disciplinario. Los que suscribimos esta obra deseamos patentar con ella nuestro agradecimiento a los autores que han hecho avanzar la Comunicación Política con sus trabajos seminales y con sus propuestas de “conocimiento de frontera”. Que sea esta una contribución al conocimiento y apreciación de esas propuestas intelectuales. Ese quizá es el mérito más modesto pero también el más ambicioso de la obra que el lector tiene en sus manos. Con modestia y con todas las proporciones guardadas, se ha buscado delimitar y precisar los grandes hitos, las escuelas de pensamiento, los autores, los desarrollos y los avances del extenso campo de conocimiento de la Comunicación Política. Desde luego que una tarea de esa envergadura no podría aspirar a ser exhaustiva por las siguientes razones: Porque cada día hay innovaciones en una materia tan viva como lo es la comunicación y en la actividad política. Porque de lo que se trata no es de agotar los conceptos de la a a la z en un esfuerzo academicista sino más bien de reconocer las voces más representativas, indispensables para las actividades de investigación y divulgación en el campo de la Comunicación Política. Porque se ha buscado sacrificar la práctica tautológica de la tradición del “diccionario escolar” que tiende a “definir lo defi-
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nido con la definición”, para emprender el camino más arduo que perfilaron figuras señeras como Jean D’Alambert, Robert Dahl o Norberto Bobbio: definir un tema y desarrollarlo en lo que ahora se conoce como un “Estado del Arte”. Quizá, una vez avanzado el texto, los lectores inquieran saber el por qué de algunas voces y otras no. Sobre el particular siempre vale la pena mencionar que en ello influyó la experiencia profesional que indicó la necesidad de abordar más unos temas que otros. Asimismo, la escasa o dispersa información que había sobre algunas temáticas y que hacían indispensable su abordaje desde una perspectiva más académica y rigurosa. Pero también hubo la necesidad de entrar a algunos temas que podrían parecer trillados como las voces “Posicionamiento” o “Lobbying”, por mencionar algunas. En ese caso lo que se impuso fue tratar de llegar a una comprensión sistemática en áreas en donde la sobreabundancia de información redunda, por irónico que parezca, en desconcierto y confusión. También hay algo de aventura al incluir campos de conocimiento que se han desarrollado en forma más espontánea como son las “Redes Sociales” y que por su importancia era indispensable incluir en un Léxico como el que el lector tiene en sus manos. En lo referente al método de exposición en todos los casos se buscó proceder de la siguiente forma: -Palabras Clave -Definición -Historia, Teoría y Crítica -Líneas de Investigación y Debate Contemporáneo -Autores y Escuelas de Pensamiento (cuando así fue posible por la consolidación del campo de conocimiento) -Bibliografía Desde luego que una obra como Treinta claves para entender el poder: Léxico para la nueva comunicación política no puede ser “de la autoría de alguien”. En todo caso, lo sería de los que con su uso se apropian de este léxico y de los que lo empleen en el tra-
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bajo intelectual. No es la aspiración de los que aquí firman como responsables de la obra pretender ni créditos ni recompensas que no sean las de la divulgación y la pasión por el campo del conocimiento de la Comunicación Política. Si algún mérito cabe es el del orgullo legítimo de quien aspira a que su esfuerzo coadyuve al estudio y al aprecio de una disciplina: nuestra disciplina. Javier Sánchez Galicia, Presidente del icp
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Introducción al volumen Este segundo volumen de Treinta claves para entender el poder prosigue el proyecto de reunir en 10 volúmenes los conocimientos más significativos y representativos, a manera de léxico, de la nueva comunicación política. De llevar a feliz puerto este proyecto, al cabo de un tiempo, habremos reunido 300 conceptos y categorías indispensables para quien se mueve de manera profesional en el área de la comunicación política, para los científicos sociales en general y para toda aquella persona interesada en profundizar en estos temas. El impresionante crecimiento de este sector de estudios en unos cuantos años, justifica plenamente un proyecto enciclopédico como éste, pues provee un conjunto de definiciones y reflexiones indispensables para disponer de un mapa orientador de las muchas problemáticas e intereses de la comunicación política, elaborados todos ellos por los especialistas más connotados del campo, que generosamente han aportado sus conocimientos y experiencias de investigación para materializar este esfuerzo colosal. Por lo que respecta a este segundo volumen, el lector encontrará 30 nuevos conceptos de gran actualidad para entender y analizar el fenómeno del poder. En particular, destacan los conceptos vinculados con el rápido crecimiento de las nuevas tecnologías de la información y las redes sociales, y de los que nadie puede sustraerse en la actualidad, como “Homo Twitter”, “Análisis de redes”, “Política simbólica”, “Análisis de redes sociales”, “Reputación online”, “Social Media” y “Sociedad de la información”. Por otra parte, en este volumen se recogen varios conceptos relativos a formas de ejercicio del poder claramente premodernas, pero que siguen vigentes en muchas naciones, tales como “Caciquismo”, “Clientelismo político”, “Populismo” y “Transfuguismo político”. Por otra parte, se incluyen una serie de conceptos más técnicos propios de la comunicación política, tales como “Comunicación gubernamental”, “Comunicación parlamentaria”, “Concertación política”, “Crisis política”, “Estrategia política”, “Neuropolítica”, “Liderazgo político”, “Mito de gobierno”, “Análisis de prospectiva”, “Timing Político”. Finalmente, se XIX
incluyen conceptos indispensables para entender y analizar las democracias modernas, tales como “Aprobación gubernamental”, “Calidad democrática”, “Campaña negativa”, “Debate electoral”, “Estado moderno”, “Partidos políticos”, “Periodismo político”, “Transición democrática” y “Violencia política”. Cabe recordar que el propósito es ofrecer a los interesados tanto las definiciones sobre cada uno de los conceptos abordados como sugerencias metodológicas y bibliográficas para el análisis concreto. Con este objetivo, no dudamos que este segundo volumen de Treinta claves para entender el poder se convertirá al igual que el primero en un referente indispensable para los estudios del poder. César Cansino, Director General del cepcom
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Léxico para la nueva Comunicación Política
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1 Aprobación Gubernamental Palabras clave Gobierno, Encuestas electorales, Opinión pública, Evaluación gubernamental, Sondeos de opinión, Métodos cuantitativos. Definición El ejercicio de gobierno, dado que atañe a una comunidad o nación, siempre ha ido acompañado, en mayor o menor medida, de juicios aprobatorios o reprobatorios por parte de la sociedad. Pero en las democracias modernas la Aprobación Gubernamental (en adelante ag) suele asociarse con el lenguaje demoscópico y su ejercicio periódico. En ese sentido, la evaluación se determina mediante la medición o toma del pulso de la opinión pública sobre su gobierno (ya sea nacional, estatal o municipal) con respecto a sus acciones, políticas públicas, programas específicos o eventos coyunturales en un período determinado. Además, si este ejercicio de medición se realiza de manera periódica o continua se puede llevar a cabo una comparación “histórica” de los índices porcentuales resultantes a lo largo del tiempo de gestión, así como analizar la evolución de la percepción social con respecto a ese gobierno evaluado.
Más específicamente, la ag (o eventual desaprobación gubernamental) es la forma en que los ciudadanos perciben las acciones y el ejercicio personal de un dignatario y su equipo de trabajo de cualquier nivel, a través de mediciones de opinión pública periódicas, para con ello obtener información imprescindible para los mismos y así llevar a cabo una toma de decisiones fundamentada en datos provenientes de la propia sociedad y no sólo en intuiciones no siempre cercanas a la realidad (véase Cea D’Ancona, 2001, cap. 1). La investigación de mercados a través del análisis de la opinión pública es parte de la realidad socioeconómica mundial. Y la investigación y análisis de la opinión pública y las percepciones sociales, a través de metodologías cuantitativas y cualitativas, en el ámbito político, es también un elemento imprescindible de las democracias contemporáneas (véase Ai Camp, 1997).
El ejercicio de gobierno, dado que atañe a una comunidad o nación, siempre ha ido acompañado, en mayor o menor medida, de juicios aprobatorios o reprobatorios por parte de la sociedad. Pero en las democracias modernas la Aprobación Gubernamental suele asociarse con el lenguaje demoscópico y su ejercicio periódico.
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La medición de preferencias electorales es una metodología demoscópica muy empleada desde hace mucho.Y si bien no mide propiamente la Aprobación Gubernamental, sí muestra el grado de aceptación o rechazo de un gobierno, sobre todo cuando los electores anticipan que no volverían a votar por el partido del gobierno por considerar que tuvo un mal desempeño.
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Aprobación Gubernamental
Los estudios cuantitativos, mejor conocidos como encuestas de opinión pública, en el área política son un referente indispensable para medios, analistas y ciudadanos en general, sobre el nivel de desarrollo democrático alcanzado en un sistema político, al grado de que muchos creen que si no hay mediciones demoscópicas de índole electoral o de evaluación gubernamental, no existe participación ciudadana plena y efectiva (véase, por ejemplo, Traugott y Lavrakas, 1997). El debate sobre la certeza de tales estudios o la utilización de mejores o peores metodologías para la práctica de las mediciones demoscópicas está todavía abierto. Obviamente, sus partidarios sostienen que la investigación de la opinión pública es parte de una disciplina científica (la estadística social) y que con muestras correctamente diseñadas sí se pueden obtener resultados confiables sobre las preferencias de una sociedad (véase, por ejemplo, Ritchey, 2008). A continuación se refieren algunas de estas mediciones. Encuestas electorales La medición de preferencias electorales es una metodología demoscópica muy empleada desde hace mucho. Y si bien no mide propiamente la ag, sí muestra el grado de aceptación o rechazo de un gobierno, sobre todo cuando los electores anticipan que no volverían a votar por el partido del gobierno por considerar que tuvo un mal desempeño. Existen diversas formas de medir dichas preferencias
a través de encuestas de opinión. Las más conocidas son: a) Encuesta base. Son aquellas que se realizan para conocer el posicionamiento o nivel de conocimiento real que existe de personajes que aspiran a un cargo de elección popular, con una anticipación real en el tiempo. Sirven para saber qué quiere una sociedad de sus políticos, cuáles son sus principales problemas y preocupaciones, cuáles son las principales cualidades o defectos de los aspirantes a una candidatura, profundización de su imagen, cuál es la preferencia partidista en ese momento, percepciones sobre los partidos o sus ideologías y propuestas, cuáles son los principales medios que influyen en la región, entre otros tópicos. b) Encuestas de preferencia pre-electoral en seguimiento (tracking). Son aquellas que miden la preferencia partidista de los ciudadanos en un momento determinado, antes y durante un proceso electoral. La utilidad de estas encuestas radica no sólo en el conocimiento sobre qué partido o candidato es el que lidera las preferencias de los posibles votantes en un momento específico, sino en observar si esa tendencia se mantiene o cambia. Ese es el fundamento del tracking o seguimiento: observar no solo la “fotografía” del instante en que se levantó la encuesta, sino la “película” de cómo van evolucionando o manteniéndose las preferencias del electorado.
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c) Encuestas de salida (exit polls o encuestas a pie de urna). Son las que se llevan a cabo el día mismo de la elección, a la salida de las casillas electorales, y se aplican a los ciudadanos que ya ejercieron su derecho al voto. Se les cuestiona específicamente por el partido o el candidato por el que acaban de sufragar; es decir, son encuestas que preguntan sobre algo que acaban de hacer los votantes y no sobre lo que posiblemente harán: razón de su voto, razón de su rechazo al otro candidato, cuándo tomó su decisión, en qué se basó para esa decisión, confianza en la autoridad electoral, etcétera. Encuestas de evaluación gubernamental Además de las encuestas electorales están las mediciones de opinión pública para evaluar gobiernos en funciones, o sea las que buscan conocer la opinión de los ciudadanos con respecto a la forma en que los están gobernando. Hay al respecto muchas metodologías, que van desde las calificaciones numéricas que pueden otorgar los ciudadanos a la persona que ejerce el poder ejecutivo (nacional, estatal, municipal o hasta de comunidades más pequeñas), la aprobación o desaprobación del ejercicio de la autoridad, la capacidad de resolver los principales problemas de la población y, desde luego, la ubicación de los principales problemas percibidos por la comunidad, desde servicios públicos hasta preocupaciones personales o familiares.
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Las maneras más comunes de medir la percepción de los ciudadanos sobre su gobierno son: a) Top of mind. Se cuestiona al ciudadano sobre cuál es el principal problema que percibe en su comunidad. La pregunta se debe dejar abierta para que el encuestado tenga la posibilidad de responder en forma natural y espontánea el primer tema que se le venga a la mente. Generalmente, por la propia forma de preguntar (problema de su ciudad), los encuestados responden mencionando la carencia de algún servicio público. Una vez agrupados porcentualmente dichos problemas, se pueden agrupar en alguna nomenclatura genérica: inseguridad, servicios públicos, problemas de gobierno…, y también clasificarlos de acuerdo a su importancia y urgencia, en una matriz de cuadrantes, por ejemplo: problemas importantes-urgentes, no importantes-urgentes, no urgentes-importantes y no urgentes-no importantes. Desde luego, se puede profundizar en las respuestas si se pregunta al ciudadano a qué se refiere específicamente con ese problema o si puede explicar mejor a qué se refiere en particular: por ejemplo, cuando alguien responde “inseguridad”, puede estarse refiriendo a los asaltos en la vía pública o bien a la ineficiencia de los cuerpos policiales. b) Calificación numérica o conceptual del gobernante. Se cuestiona al ciudadano sobre qué calificación (por
Además de las encuestas electorales están las mediciones de opinión pública para evaluar gobiernos en funciones, o sea las que buscan conocer la opinión de los ciudadanos con respecto a la forma en que los están gobernando.
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Aprobación/ desaprobación gubernamental. Es la pregunta que mejor define si una sociedad está de acuerdo o no en la forma cómo la está gobernando su actual autoridad, de cualquier nivel.
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ejemplo, del 0 al 10, en la que 0 es pésimo y 10 es excelente) le otorga a su gobernante (Presidente Municipal o Alcalde, Gobernador o Presidente de la República). Esta calificación puede ser subjetiva (como quizás cualquier calificación), pues no pocas personas están acostumbradas a dar calificaciones numéricas de acuerdo a su muy personal visión. Por ejemplo, hay ciudadanos que le ponen “7” y hasta “8” a un gobernante, queriendo decir con esa calificación que está fallando en algo. En otras palabras, para mucha gente el “7” u “8” es una nota “no buena”, cuando en realidad, en la mayoría de países de América, un promedio de 7 o más es excelente calificación para un gobernante en funciones. Y lo mismo sucede si en lugar de calificación numérica se pregunta al encuestado si su gobernante está ejerciendo su función en forma “excelente”, “buena”, “regular”, “mala” o “muy mala”, pues la mayoría suele responder “regular” y quedamos sin saber si fue buena o mala nota. Esto último se resuelve si se pregunta también la razón de la calificación (numérica o conceptual), y así el encuestado responde los motivos de su nota. Por ejemplo, si dice “8” y señala que el gobernante “no está realizando un buen trabajo” en alguna área específica, en realidad está dándole una calificación negativa. Pero si responde “8” o incluso “7” y señala que “sí está trabajando”, esa calificación es en realidad positiva.
c) Nivel de confianza. Así se denomina la pregunta que tiene por objeto saber cuánta confianza inspira el gobernante en el ciudadano para resolver los problemas de su comunidad. Es una pregunta a futuro, una expectativa, a diferencia de la anterior, que es la calificación en general del gobernante. Se suele preguntar también en la escala del 0 al 10, aunque aclarando al encuestado lo que significa: 0 es nada y 10 es mucha. Por las mismas razones que en la calificación numérica, se puede profundizar la respuesta numérica con las razones que tiene el ciudadano para otorgar ese nivel de confianza y así saber los fundamentos de la confianza o desconfianza ciudadana en su gobernante. d) Aprobación/desaprobación gubernamental. Es la pregunta que mejor define si una sociedad está de acuerdo o no en la forma cómo la está gobernando su actual autoridad, de cualquier nivel. Se cuestiona al ciudadano si, en general, aprueba o desaprueba la forma como está gobernando su actual autoridad nacional, estatal o municipal. Es un cuestionamiento que obliga al encuestado a responder y decidir sobre dos opciones, cosa que no sucede cuando se le pregunta una calificación numérica, la cual puede ser subjetiva o confusa. Por supuesto, al ciudadano no se le plantea una alternativa intermedia (no se le dice la opción “regular” o “más o menos”), pues muchos optarían por ese tipo de respuesta. Se
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deja que el encuestado discierna entre dos opciones: aprobación o desaprobación, aunque se permite la respuesta intermedia pero que sea emitida espontáneamente (al igual que las respuestas “no sabe” o “no contestó”). Por lo anterior, con esta pregunta sí se llega a saber el índice porcentual de aprobación o desaprobación de un gobierno en funciones. Y se pregunta sobre el gobierno en general, no sólo por la persona específica del dignatario, pues eso ya se ha cuestionado antes con las calificaciones personales y el nivel de confianza. También en este caso se debe profundizar en los motivos de la respuesta, preguntando la razón de la aprobación o desaprobación del gobierno en funciones, dejando la respuesta abierta (libre, espontánea) a los encuestados de la muestra. Y ahí es donde se encuentra lo más interesante de esta metodología de evaluación gubernamental: se deja que el encuestado emita libremente sus opiniones para explicar su aprobación o desaprobación. Por razones naturales hay una gran cantidad de respuestas (siempre dependiendo del tamaño de la muestra y qué nivel de confianza y margen de error muestral se quiera alcanzar con el ejercicio), pero las personas capacitadas para el análisis deben saber llevar a cabo las agrupaciones conceptuales pertinentes para que los resultados sean realmente un instrumento que permita observar aciertos y fallas del ejercicio gubernamental.
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e) El seguimiento de la evaluación gubernamental (tracking). La utilidad de la medición de las calificaciones de un gobernante, las motivaciones ciudadanas de esas notas, la aprobación o desaprobación del gobierno en funciones o la ubicación de los principales problemas ciudadanos o demandas sociales es evidente: pocos gobiernos y sus integrantes se arriesgarían hoy a no conocer de primera mano la opinión de sus gobernados y gestionar soluciones a partir de ese valioso instrumento. Finalmente, todo gobierno proviene de un proceso electoral en el que una propuesta partidista logró convencer a la mayoría de la ciudadanía a votar por ella. Y naturalmente, la democracia electoral contemporánea consiste en que ese gobierno busque permanecer en el poder a través de una buena gestión. La decisión final la tienen los ciudadanos a través del ejercicio libre del sufragio. Los datos recabados en una medición pueden resultar interesantes como punto de partida para la toma de decisiones del grupo que ejerce la autoridad en un área determinada. Pero no servirían de mucho si no pueden compararse a lo largo de la misma gestión. Por eso se recomienda que la evaluación gubernamental se realice en un seguimiento (tracking) permanente, para que los resultados de cada área ya expuesta puedan ser comparados periódicamente y observar si se han logrado su-
Pocos gobiernos y sus integrantes se arriesgarían hoy a no conocer de primera mano la opinión de sus gobernados y gestionar soluciones a partir de ese valioso instrumento.
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Obviamente, si el gobernante no sabe cómo lo evalúa la ciudadanía y tiene notas negativas o una desaprobación evidente, seguramente no repetirá en el cargo (donde se permita la reelección) o bien provocará que los electores castiguen a su partido en el próximo proceso comicial.
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perar malas calificaciones, si se han resuelto problemas o demandas sociales y si la aprobación o desaprobación han crecido o se han mantenido. Es muy aleccionador para el gobernante y sus colaboradores observar cómo se modifica su calificación y el por qué de ello, y también constatar si los problemas o demandas ciudadanas van cambiando a lo largo del año o de toda la gestión, para que así puedan incluso prever soluciones. Eso significa gobernar conforme a lo que las demandas ciudadanas indican, con la consabida satisfacción social resultante si esas demandas fueron atendidas. También es cierto que no todas las acciones o decisiones de gobierno se deben tomar con base en lo que dicten los resultados de las mediciones demoscópicas, pues existen temas en los que quizás la mayoría no esté de acuerdo, pero que la visión del gobernante asume que su aplicación traerá más beneficios en el largo plazo. Ciertamente, siempre habrá gobernantes o colaboradores que se nieguen a conocer la realidad y lo que opina verdaderamente la gente sobre ellos. Obviamente, si el gobernante no sabe cómo lo evalúa la ciudadanía y tiene notas negativas o una desaprobación evidente, seguramente no repetirá en el cargo (donde se permita la reelección) o bien provocará que los electores castiguen a su partido en el próximo proceso comicial.
La importancia de la medición de la opinión pública La medición de la opinión pública en los sistemas democráticos actuales es una realidad que fomenta la efectiva participación ciudadana en la toma de decisiones de los políticos. No se podría concebir una sociedad verdaderamente democrática si no existieran empresas o instituciones que investiguen profesionalmente la opinión pública. Las encuestas de evaluación gubernamental dotan a la autoridad en funciones de un instrumento invaluable para que pueda atender demandas ciudadanas y ubicar problemas en cuanto a dotación de servicios públicos, manejo de programas gubernamentales y toma de decisiones en temas que exijan las coyunturas a las que está expuesto cualquier gobernante. La aprobación social de un gobierno en funciones proporciona al dignatario información clave para que pueda resolver las necesidades más sentidas de la población y con ello también provocar que la buena imagen o percepción de su ejercicio redunde en una buena votación para sí mismo si busca una reelección, o para su partido en un siguiente proceso comicial. La búsqueda de una aprobación social efectiva es parte de los objetivos de cualquier gobierno: ningún gobernante desearía como objetivo que la gente lo rechace o que llegue a pedir su dimisión. Para lograr lo contrario —que crezcan los niveles de aprobación y que él o su partido sigan ganando elecciones—
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existen precisamente las mediciones de opinión pública para evaluar gestiones gubernamentales. La metodología de cuestionarios, muestras, manejo estadístico y análisis de resultados puede variar. Lo importante es que se cuente con una base de datos a lo largo del tiempo, para que el gobernante y sus colaboradores puedan atender demandas, solucionar problemas en cuanto a carencias de servicios públicos o dotar a zonas o colonias de programas de apoyo social de acuerdo a un mapeo estratégico resultante del ejercicio demoscópico. Desde luego que los datos de la ag también son un instrumento indispensable para la tarea del consultor político o asesor en el área de comunicación política de un gobierno en funciones, pues le permite analizar el comportamiento de la sociedad ante las decisiones o acciones de la propia autoridad y con ello prever crisis o en su momento, solucionarlas. Una vez que se conozcan datos como punto de partida, se debe realizar un seguimiento periódico para detectar si las tendencias han cambiado, si las calificaciones o la ag ha aumentado o disminuido o si la problemática social y las necesidades ciudadanas han variado en el tiempo. Y esta información, a su vez, puede ser comparada para establecer “ciclos” de menciones de problemas y éstos sean atendidos con antelación. L os habitantes de cualquier entorno urbano del mundo democrático están cada día mejor informados sobre lo que hacen o dejan de hacer sus gobernantes. Los me-
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dios de comunicación se han convertido en auténticos inspectores —justos o injustos, pero cumplen con esa función— para detectar fallas de la autoridad, o sea en foros de expresión de la inconformidad ciudadana. Más aún, hoy existen otras plazas, ágoras modernas o asambleas virtuales de participación natural aún más amplia y de una difusión e influencia verdaderamente insospechada, como las redes sociales, que se han convertido en el ambiente de expresión más libre que pueda haber (véase Paz Pellat, 2009). En las redes sociales los ciudadanos anónimos pero reales y sin ninguna limitante, pueden criticar a los malos gobiernos, quejarse de la mala atención de sus demandas, denunciar a gobiernos o políticos corruptos y mentirosos. Es por ello que el gobernante debe conocer cotidianamente y de primera mano lo que opina la sociedad de su gestión y de su forma personal de ejercer el poder, así como la eficiencia de sus acciones y de sus colaboradores o áreas de trabajo. Los instrumentos ya existen. Las metodologías demoscópicas para evaluar a políticos y gobiernos son indispensables en los estados democráticos contemporáneos, en los que la competencia electoral es cada día mayor. Un gobernante que hoy no quiera saber qué opina la sociedad de su función y cómo podría mejorar la misma, está condenado a perder —él o su partido— la siguiente elección, y ningún político o gobernante desea eso. Al menos no en un sistema democrático.
Una vez que se conozcan datos como punto de partida, se debe realizar un seguimiento periódico para detectar si las tendencias han cambiado, si las calificaciones o la Aprobación Gubernamental ha aumentado o disminuido o si la problemática social y las necesidades ciudadanas han variado en el tiempo.
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2 Caciquismo Palabras clave Caciquismo, Cacique, Clientelismo, Patrimonialismo, Paternalismo, México, Estado, Democracia, Autoritarismo. Definición Es muy difícil definir en abstracto el Caciquismo (en adelante c), pues en cada país donde se manifiesta adopta características particulares. En virtud de ello, en el tratamiento de esta voz se examinarán sus particularidades en referencia a un caso específico, donde el fenómeno no sólo ha sido permanente desde hace siglos sino que en buena medida ha inspirado la propia teoría moderna del c. Obviamente, nos referimos al caso mexicano. Una característica repetitiva en todos los gobiernos mexicanos locales, estatales y federales, que sobrevivió a la Colonia, la Independencia, el siglo xix, la Revolución Mexicana, el priato y la transición política es el cacique. Aún cuando existe competencia y pluralidad política al vivirse la alternancia, el equilibrio de poderes y una tenue transparencia, la democracia y la modernización no se han podido alcanzar por la supervivencia de esta rémora.
El c es un enigma de la cultura política mexicana. No define el autoritarismo en una forma unicausal sino que contribuye a explicarlo en las relaciones sociales de nuestro país. El cacique permanece, se reproduce y adapta; de norte a sur y de este a oeste, en el campo y la ciudad; se ajusta y extiende a espacios que se presentan como modernos y democráticos. Es el ejemplo más claro de la microfísica del poder político. Por ello, probablemente, el mexicano ha logrado construir una filosofía práctica al respecto: la vida es tan difícil que no basta con tener un padre; hay que tener un padrino (Mario Puzo). Sentencia extranjera que tiene completa aplicación a un país huérfano (Octavio Paz). Esta categoría, alimentada por la antropología, los estudios regionales y la sociología, permite comprender la actitud del mexicano frente al poder: de forma más pragmática que moral.
Es muy difícil definir en abstracto el Caciquismo, pues en cada país donde se manifiesta adopta características particulares. En virtud de ello, en el tratamiento de esta voz se examinarán sus particularidades en referencia a un caso específico, donde el fenómeno no sólo ha sido permanente desde hace siglos sino que en buena medida ha inspirado la propia teoría del Caciquismo.
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En América Latina ha habido caciques desde que el término fue introducido por los conquistadores españoles en el siglo xvi. La palabra cacique es una descomposición de kassequea, vocablo arahuaco con que se denominaba a los jefes indígenas.
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El triunfo del pri (Partido Revolucionario Institucional) en las elecciones del 2012 constituye una involución democrática que, además de mostrar los conflictos de la consolidación política mexicana, señala también los elementos supervivientes de la cultura autoritaria que es importante atender para justificar la necesidad del cambio político; o bien, de la resignación. ¿Qué es un cacique: un individuo o una cultura? ¿Por qué ha sobrevivido a lo largo de toda la historia del país? ¿Son necesarios los caciques en un contexto pleno de faccionalismo y debilidad institucional de la autoridad? ¿Puede compararse el despotismo con el c? ¿Desaparece el cacique en una democracia? Desarrollo En América Latina ha habido caciques desde que el término fue introducido por los conquistadores españoles en el siglo xvi. La palabra cacique es una descomposición de kassequea, vocablo arahuaco con que se denominaba a los jefes indígenas (Paré, 1985). Los caciques son personajes que ejercen un dominio informal sobre la economía y la política de determinadas regiones, constituyen un fenómeno recurrente en muchas partes, aunque es crecidamente visible en países con extensas zonas pobres y rurales, donde hay escasez de recursos y un nivel determinante de sobrevivencia. El cacique, como mediador económico e intermediario político, establece relaciones patrimonialistas, clientelares y corporativistas. La fuente de su poder es el dominio indiscutible sobre los recursos y su zona de influencia: tierras, bosques, industria,
etcétera, sustituyendo así a cualquier otra institución laboral, económica, política y social. El c se refiere al dominio político de un individuo o de una camarilla pequeña sobre una comunidad y al control de recursos a los cuales no se tiene libre acceso (Hernández Rodríguez, 1998). El sistema político mexicano necesitó de la intervención de los caciques porque estos podían absorber, canalizar y suavizar las demandas populares. En efecto, los caciques pueden desprender un cierto apoyo popular usando un conjunto complejo de medios: amistades, complicidades, compadrazgos, matrimonios, deudas económicas, religión, carisma y violencia física. El concepto de c incorpora nociones como patronazgo, intermediación, jerarquía, informalidad, violencia, territorio y autoritarismo; pero también liderazgo, legitimidad, consenso, paternalismo y corrupción. El cacique es un híbrido de la tríada weberiana de dominación (Pansters, 2008). El apoyo popular que puedan tener los cacicazgos se desarrolla a partir de crisis que alteran el orden político, social, cultural y económico. El caos es un ambiente fructífero para los líderes ambiciosos cuyos anhelos coinciden con las peticiones de la sociedad para que se restablezca el equilibrio o construir un nuevo orden. La comunidad obtiene quietud y los caciques la oportunidad de gobernar. El cacique es un intermediario entre la estructura informal de la sociedad y las instituciones de un Estado débil o en formación. El c puede llegar a facilitar o crear las condiciones para que el Estado penetre en los dominios locales y regionales. El régimen caciquil se desarrolla en el contexto de
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un Estado débil. Los cacicazgos surgen como una correa de comunicación capaz de bloquear la acción gubernamental o permitirla. El Estado y su gobierno deben negociar con este tipo de particularismos cuando no pueden dominarlos o se hacen indispensables en la relación con la sociedad. Las características para que el c perdure en el Estado son: la fragmentación política, la polarización y las confrontaciones. Al no darse el consenso a nivel democrático, se cae en la generalización del pluralismo —más bien del faccionalismo—, creando un territorio propicio para que los cacicazgos se acomoden a las nuevas circunstancias. Los sistemas electorales y partidistas carecen de fuerza suficiente para reemplazar a los mecanismos representativos del cacicazgo. Sociedades con una elevada fragmentación social, llenas de clivajes o multiculturalismos, son campo exclusivo de estas formas de dominación. Este despotismo se constituye como un liderazgo carismático —formal e informal— que capta y estructura a los principales actores sociales, culturales, económicos y políticos de una región. Aunque la tradición beneficia a los hombres, algunas mujeres también se empoderan mediante este tipo de tiranía. Los “Pedro Páramo” y las “Doña Bárbara” personifican el progreso y la destrucción que han marcado la microhistoria iberoamericana, utilizando cualquier medio para definir su prebostazgo (González, 1973). El cacique es Aquiles y Ulises; impone su voluntad y poder en ocasiones con sabiduría y en otras por la fuerza bruta. Puede ser un caudillo que cohesiona su comunidad o un tirano que domi-
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na en forma arbitraria. El control es la base de la capacidad de los caciques para imponerse. Según Krauze (1994) y Martínez Assad (1990) los caudillos y caciques en México partían del ejercicio de una dominación carismática. Los caudillos seguían el camino que, en teoría, conduciría a la dominación legal y moderna. En cambio, los caciques respaldaban volver a una dominación tradicional. Los caciques (de mentalidad rural) fueron los señores de la política local, funcionando con el apoyo de los caudillos (de mentalidad urbana). No obstante, en el camino, caciques y caudillos se confunden generándose la supremacía del cacique quien también demuestra adaptación en el campo y en la ciudad; en el autoritarismo y la democracia. El c representa una dependencia del Estado hacia el faccionalismo colaborador (Langston, 1995); genera estabilidad, populismo, caudillismo y subdesarrollo (Badie y Hermet, 1993). Como tal, el c se circunscribe a los municipios y familias locales, aunque se conecta con los jefes de facciones o políticos regionales que tienen la posibilidad de alcanzar un cargo público de consideración (Gobernador, Senador, Diputado, Presidente de la República). El c es parte central de sistemas políticos oligárquicos, piramidales, dominados por una élite heterogénea en donde el poder local del cacique es empleado para cumplir con los objetivos de quienes controlan el poder a nivel nacional. Sin embargo, tal alianza es temporal y volátil, ya que se encuentra en función de los incentivos económicos y políticos de los caciques.
El cacique es un intermediario entre la estructura informal de la sociedad y las instituciones de un Estado débil o en formación. El Caciquismo puede llegar a facilitar o crear las condiciones para que el Estado penetre en los dominios locales y regionales.
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Puede hablarse de dos formas de regímenes caciquiles: a) tradicional, personalista, de origen rural, local, informal (redes de parentesco) y fuertemente dependiente de la fuerza militar; y b) moderno, impersonal, más aproximado al Estado.
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Puede hablarse de dos formas de regímenes caciquiles: a) tradicional, personalista, de origen rural, local, informal (redes de parentesco) y fuertemente dependiente de la fuerza militar; y b) moderno, impersonal, más aproximado al Estado. Asimismo, según Knight (2000), se estructuraron a la usanza del régimen postrevolucionario, cinco niveles de cacicazgo en México: nacional, estatal, regional, municipal y local, concatenados de tal manera que le permitían al sistema político mexicano —que va de 1929 al 2000— la orientación de casi todas las decisiones importantes: a) Nacional. Este nivel era ocupado por el Presidente de la República. b) Estatal. Son los “jefes políticos” que, después de dominar una base territorial amplia, se han sometido al poder central para controlar su entidad. De este nivel proviene la información biográfica de los “ismos” y personajes más representativos del cacicazgo mexicano. Debido a que tienen que resolver conflictos subregionales para conservar su cargo, es muy difícil que un cacique tenga la capacidad para expandir su dominio. c) Regional, Municipal y Local. Son los caciques clásicos, permanecen mucho tiempo en el mismo cargo, han tenido un papel importante en la edificación y la subsistencia del sistema político posrevolucionario. Se distinguen por no tener ningún compromiso ideológico o
político y son propensos a mantener su hegemonía territorial bajo cualquier circunstancia. Los caciques locales pueden ocupar diferentes cargos (funcionarios públicos, jueces, policías, maestros, etcétera, e inclusive, en las comunidades indígenas puede ser el anciano, cuya autoridad deriva del sistema de cargos). De acuerdo con el sistema disciplinario que poseía el régimen priista, sus corporaciones y caciques se extendieron en diversos lugares, tratando de obtener militantes, que se transformaban en cuotas de poder, entendidas éstas como gubernaturas, diputaciones locales y federales, senadurías y presidencias municipales (Schmidt y Mendieta, 1995). Acorde con su extensión y grado de control se distribuían las recompensas políticas, instaurándose así un sistema disciplinario que legitimaba el autoritarismo del régimen. Estas relaciones de poder y articulación social generan una serie de caciques dentro de las distintas regiones con gran poder, capacidad de interlocución con el aparato estatal, del cual obtienen prebendas y favores políticos mientras se mantengan fieles al pri, al gobierno en turno y logren que sus comunidades voten por los candidatos oficiales. Esto les ha permitido ejercer todo tipo de delitos y no ser juzgados. Dicha simbiosis encerraba a los caciques en el sistema premio-castigo. El interés de tal relación es, para los caciques, la protección y la posibilidad de generar temor e incrementar el poder económico
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por su capacidad de influencia. El cacique y su grupo manipulan el poder político practicando el fraude y la violencia, se auxilian de la coacción como medio para aplastar a la oposición, facilitando el control, a distancia, de ciertas áreas. De esta manera, la élite en el poder implementa políticas (administrativas, sociales, económicas, etcétera) que son negociadas con los caciques y las corporaciones en proporción a su poder. Dicha transacción supera las estructuras administrativas y partidistas del Estado. La interposición del cacique activa fenómenos como el clientelismo y el corporativismo, que hacen del cacique un sujeto patrimonialista que no considera un sistema de contrapesos y rendición de cuentas; lo único que puede vencer al cacique es otro cacique. El ciclo de vida del c se constituye a través de las siguientes etapas: 1) la construcción del liderazgo y su transformación en cacicazgo; 2) la transformación, reproducción y profundización del c; y 3) La aparición de fuerzas opositoras, el aumento de disputas y el desequilibrio entre facciones y caída del cacicazgo Como partido hegemónico el pri usó a los grupos de poder caciquil como un instrumento de control que la democratización de México no pudo desactivar. El proceso de transición generó una diferencia en la distribución de las prácticas e instituciones políticas, debilitando el poder central y consolidando los poderes regionales. La alternancia en la Presidencia de la República desnacionalizó el poder pero empoderó los autoritarismos subnacionales, que
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encontraron en los estados el escenario propicio para prevalecer. En la actualidad, el escenario de un presidencialismo acotado, permite que los gobernadores sean los actores con veto en el sistema político. La visión más general de este fenómeno se da en la convivencia estatal, donde el Gobernador procede como un señor feudal que interactúa con sus duques, barones y condes. Los gobernadores autoritarios son ejemplo de ese cacicazgo moderno y superviviente. A pesar del anacronismo político que el concepto representa en un contexto democrático, la mayor parte de los actores sociales reconocen la preponderancia del c y pocos pretenden una confrontación con este tipo de poder fáctico. En el proceso de transición a la democracia se crean alianzas temporales, inclusive entre grupos antagónicos. El cacique, antes controlado por el régimen priista, se volvió un agente libre en la transición a la democracia. ¿Quién es el Santo más “milagriento”? Cacicazgo y catolicismo El c es un fenómeno de poder, herencia de la Colonia, que se encuentra en la conformación del Estado y que ha perdurado pese a la alternancia política y la transición democrática. Es una realidad viviente de la mayor parte de los pueblos ibéricos. El historiador alemán Hermann Baumgarten (Carreras, 2000) atribuye al catolicismo el surgimiento de los particularismos y liderazgos informales que inhibieron en el impe-
El Caciquismo es un fenómeno de poder, herencia de la Colonia, que se encuentra en la conformación del Estado y que ha perdurado aún cuando se dio la alternancia política y se culminó la transición democrática. Es una realidad viviente de la mayor parte de los pueblos ibéricos.
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El estudio del Caciquismo es de gran utilidad para entender las redes locales y regionales de poder así como su conexión con los poderes centrales; coadyuva a insistir en el desarrollo del Estado y la cultura democrática.
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rio español la idea de nación, Estado y ciudadanía. Condición que prevalece en todos los países de cultura hispanoamericana. El catolicismo produce un conformismo social distintivo de sociedades peticionarias incapaces de sobredimensionar la parroquia, la familia y el líder de cuerpo. Los santos, santas, vírgenes, etcétera, son los intermediarios a quienes se solicita un “favor” para llevar el prodigio a las más altas cumbres del poder y el sacerdote es el que dispone de las llaves del poder y del indulto seguro. La resultante es la existencia de una dicotomía entre la moral privada, accesible sólo al confesor, y por consiguiente a Dios, y la pública. […] el hecho de que cualquier falta podría redimirse acudiendo al intermediario con humildad y contrición facilita también el divorcio entre los fines y los medios, carentes, estos últimos, de justificativo moral […]. Desde esta perspectiva no podríamos juzgar “irracional” el estilo de acceso y/o mantenimiento del poder caciquil […]. La búsqueda incesante por posiciones de poder, la intolerancia para los disidentes, acompañada de una permisividad excesiva para los errores y defectos de amigos y parientes plasmada en el dicho “para
los amigos todo, aún si están en el error, y para los enemigos nada aún si están en el acierto”; el dualismo entre el comportamiento formal y el comportamiento real (“Obedezco pero no cumplo”) etc. ¿No serían derivaciones de la ética católica, primariamente orientada a privilegiar lo político —y sólo subsidiariamente lo económico— […]? (Allub, 1986, p. 124).
El c evidencia los límites del gobierno nacional y su dependencia de las regiones. Es muestra del multiculturalismo autoritario así como de la debilidad institucional del Estado, la limitación de la gobernabilidad y la falta de ciudadanía. La investigación del fenómeno contribuye a observar las posibilidades de la modernidad en nuestras sociedades. Las nuevas tendencias acerca del c radican en descubrir las formas urbanas del mismo, las representaciones en que, desde las democracias defectuosas o procesos de consolidación, persisten los caciques como formas de actuación política. El estudio del c es de gran utilidad para entender las redes locales y regionales de poder así como su conexión con los poderes centrales; coadyuva a insistir en el desarrollo del Estado y la cultura democrática.
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Xóchitl Patricia Campos López, Diego Martín Velázquez Caballero y César Cansino
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3 Calidad democrática Palabras clave Democracia, Régimen político, Transición democrática, Calidad de la democracia, Rendición de cuentas, Estado de derecho, Responsabilidad, Libertad, Igualdad. Definición Desde su constitución como una disciplina con pretensiones científicas, es decir empírica, demostrativa y rigurosa en el plano metodológico y conceptual, la ciencia política ha estado empeñada en ofrecer una definición empírica de la democracia, o sea una definición no contaminada por ningún tipo de prejuicio valorativo o prescriptivo; una definición objetiva y lo suficientemente precisa como para estudiar científicamente cualquier régimen que se presuma como democrático y establecer comparaciones bien conducidas de diferentes democracias. La pauta fue establecida desde antes de la constitución formal de la ciencia política en la segunda posguerra en Estados Unidos, por un economista austriaco, Joseph Schumpeter, quien en un libro de 1942 (Capitalism, Socialism and Democracy) propuso una definición “realista” de la democracia
distinta a las definiciones idealistas que habían prevalecido hasta entonces. Posteriormente, ya en el seno de la ciencia política, en un libro cuya primera edición data de 1957, Democrazia e definizioni, el politólogo italiano Giovanni Sartori insistió puntualmente en la necesidad de avanzar hacia una definición empírica de la democracia que permitiera conducir investigaciones comparadas y sistemáticas sobre las democracias modernas. Sin embargo, no fue sino hasta la aparición en 1971 del famoso libro Poliarchy. Participation and Opposition, de Robert Dahl, que la ciencia política dispuso de una definición aparentemente confiable y rigurosa de democracia, misma que adquirió gran difusión y aceptación en la creciente comunidad politológica al grado de que aún hoy, cuatro décadas después de formulada, sigue considerándose como la definición
No fue sino hasta la aparición en 1971 del famoso libro Poliarchy. Participation and Opposition, de Robert Dahl, que la ciencia política dispuso de una definición aparentemente confiable y rigurosa de democracia.
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A juzgar por el debate que desde hace una década se ha venido ventilando en el seno de la ciencia política en torno a la así llamada Calidad Democrática o calidad de la democracia, se ha puesto en cuestión la pertinencia de la definición empírica de democracia largamente dominante.
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empírica más autorizada. Como se sabe, Dahl parte de señalar que toda definición de democracia ha contenido siempre un elemento ideal, de deber ser, y otro real, objetivamente perceptible en términos de procedimientos, instituciones y reglas del juego. De ahí que, con el objetivo de distinguir entre ambos niveles, Dahl acuña el concepto de “poliarquía” para referirse exclusivamente a las democracias realmente existentes. Según esta definición una poliarquía es una forma de gobierno caracterizada por la existencia de condiciones reales para la competencia (pluralismo) y la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos (inclusión). Desde esos primeros desarrollos, el interés científico sobre la democracia se ha movido entre distintos tópicos: estudios comparados para medir cuáles democracias son en los hechos más democráticas según indicadores preestablecidos; las transiciones a las democracias o democratizaciones; las crisis de las democracias, el cálculo del consenso, la agregación de intereses, la representación política, etcétera. Sin embargo, la definición empírica de democracia avanzada por la ciencia política parece haberse topado finalmente con una piedra que le impide ir más lejos. En efecto, a juzgar por el debate que desde hace una década se ha venido ventilando en el seno de la ciencia política en torno a la así llamada Calidad Democrática (en adelante cd) o calidad de la democracia, se ha puesto en cuestión la pertinencia de la definición empírica de democracia largamente dominan-
te si de lo que se trata es de evaluar qué tan “buenas” son las democracias realmente existentes o si tienen o no calidad. Entre los principales animadores del debate sobre la cd destacan O’Donnell (2004a y 2004b); Schmitter (2004); Powell (2004); Beetham (2004) y Morlino (2003). El tema de la cd surge entonces, de la necesidad de introducir criterios más pertinentes y realistas para examinar a las democracias contemporáneas, la mayoría de ellas (sobre todo las de América Latina, Europa del Este, África y Asia) muy por debajo de los estándares mínimos de calidad deseables. Por la vía de los hechos, el concepto precedente de “consolidación democrática”, con el que se pretendían establecer parámetros precisos para que una democracia recién instaurada pudiera considerarse firmemente institucionalizada y legitimada, terminó siendo insustancial, pues fueron muy pocas las transiciones que durante la “tercera ola” de democratizaciones, para decirlo en palabras de Huntington (1991), pudieron efectivamente consolidarse. Por el contrario, la mayoría de las democracias recién instauradas, si bien han podido perdurar, lo han hecho en condiciones francamente delicadas y han sido institucionalmente muy frágiles. De ahí que si la constante empírica ha sido más la mera persistencia que la consolidación de las democracias instauradas durante los últimos treinta años, se volvía necesario introducir una serie de criterios más pertinentes para dar cuenta de manera rigurosa de las insuficiencias y los innumerables
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problemas que en la realidad experimentan la mayoría de las democracias en el mundo. En principio, la noción de cd vino a colmar este vacío y hasta ahora sus promotores intelectuales han aportado criterios muy útiles y sugerentes para la investigación empírica. Sin embargo, conforme este enfoque ganaba adeptos entre los politólogos, la ciencia política empírica fue entrando casi imperceptiblemente en un terreno movedizo que hacía tambalear muchos de los presupuestos que trabajosamente había construido desde su constitución en los años cuarenta del siglo pasado en Estados Unidos y que le daban identidad y sentido. Baste señalar que el concepto de cd adopta criterios indiscutiblemente normativos e ideales para evaluar a las democracias existentes, con lo que se trastoca el imperativo de prescindir de conceptos cuya carga valorativa pudiera entorpecer el estudio objetivo de la realidad. Así, por ejemplo, los introductores de este concepto a la jerga de la politología —académicos muy reconocidos, como Morlino, O’Donnell, Schmitter, entre muchos otros—, plantean como criterio para evaluar qué tan buena es una democracia establecer si en los hechos dicha democracia se aproxima a (o se aleja de) los ideales de libertad e igualdad inherentes a la propia democracia. Como se puede observar, al proceder así la ciencia política ha dejado entrar por la ventana aquello que celosamente intentó expulsar desde su constitución, es decir elementos abiertamente normativos y
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prescriptivos. Pero más allá de ponderar lo que esta contradicción supone para la ciencia política, en términos de su congruencia, pertinencia e incluso vigencia (muy en la línea de lo que Sartori planteó en 2004 sobre la crisis actual de la ciencia política). El asunto muestra con toda claridad la imposibilidad de evaluar a las democracias realmente existentes si no es adoptando criterios de deber ser que la politología siempre miró con desdén. Dicho de otra manera, lo que el debate sobre la cd revela es que hoy no se puede decir nada interesante y sugerente sobre la realidad de las democracias si no es recurriendo a una definición ideal o normativa de la democracia que oriente nuestras búsquedas e interrogantes sobre el fenómeno democrático. Tiene mucho sentido para las politólogos que han incursionado en el tema de la cd partir de una nueva definición de democracia, distinta a la que ha prevalecido durante décadas en el seno de la disciplina, más preocupada en los procedimientos electorales que aseguran la circulación de las elites políticas que en aspectos relativos a la afirmación de los ciudadanos en todos sus derechos y obligaciones, y no sólo en lo tocante al sufragio. Así lo entendió hace tiempo Philippe C. Schmitter, quien explícitamente se propuso en un ensayo muy citado ofrecer una definición alternativa: “la democracia es un régimen o sistema de gobierno en el que las acciones de los gobernantes son vigiladas por los ciudadanos que actúan indirectamente a través de la competencia y la cooperación
El tema de la Calidad Democrática surge entonces, de la necesidad de introducir criterios más pertinentes y realistas para examinar a las democracias contemporáneas, la mayoría de ellas (sobre todo las de América Latina, Europa del Este, África y Asia) muy por debajo de los estándares mínimos de calidad deseables.
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Una democracia de calidad o buena es aquella que presenta una estructura institucional estable que hace posible la libertad e igualdad de los ciudadanos mediante el funcionamiento legítimo y correcto de sus instituciones y mecanismos.
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de sus representantes” (Schmitter y Karl, 1993). Con esta definición se abría la puerta a la idea de democracia que hoy comparten muchos politólogos que se han propuesto medir qué tan buenas (o malas) son las democracias realmente existentes. La premisa fuerte de todos estos autores es considerar a la democracia desde el punto de vista del ciudadano; es decir, todos ellos se preguntan qué tanto una democracia respeta, promueve y asegura los derechos del ciudadano en relación con sus gobernantes. Así, entre más una democracia posibilita que los ciudadanos, además de elegir a sus representantes, puedan sancionarlos, vigilarlos, controlarlos y exigirles que tomen decisiones acordes a sus necesidades y demandas, dicha democracia será de mayor calidad, y viceversa. En esa dirección contribuyó sobremanera el concepto de “democracia delegativa” acuñado por el politólogo argentino Guillermo O’Donnell en 1994. Según esta concepción, existen varias democracias en el mundo, como las de América Latina, en las que los ciudadanos carecen de toda posibilidad normativamente establecida para influir en los asuntos públicos más allá de poder elegir a sus representantes periódicamente. Por muchas razones, en estas democracias no maduraron una serie de preceptos jurídicos que aseguraran que los ciudadanos sean siempre el origen y el fin de todas las decisiones políticas que les competen. Más allá de reglas e instituciones electorales, cuestiones como el gobierno de la ley o la rendición de cuentas han sido intermitentes o francamente
inexistentes. De ahí que se trate de democracias delegativas, pues una vez que los ciudadanos eligen a sus representantes, les delegan la función de gobernar por un tiempo determinado, durante el cual no podrán incidir de ninguna manera por carecer de las vías institucionales o jurídicas para hacerlo; es decir, no tienen la oportunidad de verificar y evaluar la labor de sus gobernantes una vez electos. Llegados a este punto, sólo había que juntar los elementos dispersos para dar lugar a una noción de democracia pertinente para los efectos de medir su mayor o menor calidad en casos concretos. La síntesis y la propuesta más acabada elaborada hasta ahora se debe al politólogo italiano Leonardo Morlino (2003), quien con gran atingencia resume en cinco puntos los criterios para medir una democracia de calidad: a) gobierno de la ley (rule of law); b) rendición de cuentas (accountability); c) reciprocidad (responsiveness); d) qué tanto la democracia en cuestión se aproxima al ideal de libertad inherente a la democracia (respeto pleno de los derechos que se extienden al logro de un espectro cada vez mayor de libertades); y e) qué tanto la democracia en cuestión se aproxima al ideal de igualdad inherente a la democracia (implementación progresiva de mayor igualdad política, social y económica). Así, prosigue el autor, “una democracia de calidad o buena es aquella que presenta una estructura institucional estable que hace posible la libertad e igualdad de los ciudadanos mediante el funcionamiento legítimo y correcto de sus instituciones y mecanismos”.
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Fortalezas y debilidades A primera vista, la noción de cd resulta muy sugerente para el análisis de las democracias modernas, a condición de considerarlo como un modelo típico-ideal que anteponer a la realidad siempre imperfecta y llena de contradicciones. Por esta vía, se establecen parámetros de idoneidad cuya consecución puede alentar soluciones y correcciones prácticas, pues no debe olvidarse que el deber ser que alienta las acciones adquiere de algún modo materialidad en el momento mismo en que es incorporado en forma de proyectos o metas deseables o alternativas. Además, por las características de los criterios adoptados en la definición de democracia de calidad, se trata de un modelo abiertamente normativo y prescriptivo que incluso podría emparentarse sin dificultad con la idea de Estado de derecho democrático; es decir, con una noción jurídica que se alimenta de las filosofías liberal y democrática y que se traduce en preceptos para asegurar los derechos individuales y la equidad propia de una sociedad soberana y políticamente responsable. La principal contribución del modelo de cd es ofrecer una serie de criterios mínimos indispensables de carácter normativo para hablar de una democracia efectiva, a saber: gobierno de la ley, rendición de cuentas, reciprocidad, libertad e igualdad. En el seno de la disciplina en la que este modelo surge —la ciencia política—, quizá se desdibuje su potencial explicativo, pues se presupone que las democracias pueden
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contar con alguno o algunos de estos criterios sin dejar de ser democracias, si acaso son democracias imperfectas o en vías de consolidación. Contrariamente a este proceder, nos parece que este modelo puede ser realmente valioso en la medida que no admita gradaciones en el momento de emplearlo para analizar regímenes políticos concretos. Dicho de otro modo, en estricto sentido, si en una democracia no operan todos los preceptos definidos por el modelo u operan de manera parcial no merece el nombre de democracia, por más que a ésta se le añadan distintos adjetivos para establecer sus insuficiencias o limitaciones (democracias “imperfectas”, democracias “inconclusas”, democracias “delegativas”, democracias “en transición”, etcétera). Quizá estemos en presencia de un régimen democrático en lo electoral, pero antidemocrático en todo los demás. No hay por qué temer a los términos. Además, como modelo normativo, el de la cd nos permite ganar en claridad acerca de las condiciones mínimas de carácter legal centradas en el ciudadano, indispensables para calificar de democracia a un determinado régimen. Ganar en claridad en aspectos tales como la rendición de cuentas o el imperio de la ley es una condición para reconocer los déficits que deberán ser colmados tarde o temprano en la perspectiva de mejorar nuestras realidades políticas. Además, se trata de criterios normativos fácilmente reconocibles, ya sea porque deberán estar formalizados claramente en las Constituciones nacionales vigentes a manera
La noción de Calidad Democrática resulta muy sugerente para el análisis de las democracias modernas, a condición de considerarlo como un modelo típico-ideal que anteponer a la realidad siempre imperfecta y llena de contradicciones.
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La principal contribución del modelo de Calidad Democrática es ofrecer una serie de criterios mínimos indispensables de carácter normativo para hablar de una democracia efectiva, a saber: gobierno de la ley, rendición de cuentas, reciprocidad, libertad e igualdad.
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de garantías y derechos para todos los ciudadanos sin distinción; o porque su efectividad se deduce de las propias condiciones de libertad e igualdad existentes en la sociedad en cuestión. Desde este punto de vista, tiene mucho sentido asumir, por ejemplo, que sólo puede hablarse de democracia en sociedades donde las desigualdades extremas o la concentración inequitativa de la riqueza han disminuido de manera efectiva. Tiene sentido, porque la lógica sugiere que una democracia efectiva no puede más que atender las necesidades y las demandas de las mayorías, a las que se deben los gobernantes de turno, por lo que en presencia de desigualdades oprobiosas hay algo que simplemente no está funcionando. Lo mismo vale para la noción de libertad, que en este caso se traduce en derechos cada vez más efectivos y plenos para las minorías en un país. Por todo lo anterior, resulta pertinente en lo general el modelo de cd. Recurrir a él desde América Latina, por ejemplo, constituye una herramienta de primera mano para advertir claramente los muchos déficit que los países de esta región tienen en materia de democracia. Además, este modelo, por el hecho de provenir de una tradición de pensamiento a estas alturas muy arraigada e influyente en Latinoamérica, heredera de la vasta literatura politológica sobre transiciones a la democracia, asegura su fácil incorporación a los esquemas de explicación dominantes entre sus intelectuales y académicos. En suma, su impacto está asegurado aquí porque de manera clara y concisa ilustra sobre
un deber ser de la democracia históricamente ausente en prácticamente toda la región, pero igualmente indispensable para mejorar las reglas e instituciones políticas existentes. En ese sentido, este modelo recuerda otro que en los años ochenta del siglo pasado tuvo gran influencia en América Latina, la definición mínima de democracia propuesta en su momento por el filósofo Norberto Bobbio (1984), pues con ella los latinoamericanos pudimos reconocer sin florituras ni ambages las condiciones mínimas que nos permitían hablar de democracia, en contextos donde el concepto había sufrido todo tipo de usos y abusos a manos de los políticos e ideólogos de turno. Ahora de lo que se trata es de sumar a la definición mínima de democracia otras condiciones de carácter normativo que finalmente hagan las cuentas con el ciudadano, principio y fin de la democracia. No es aventurado anticipar un gran éxito al modelo de la cd en América Latina, pues existe ya en sus países una conciencia muy desarrollada en torno al papel central del ciudadano en la construcción de sus sociedades, papel que fue largamente escamoteado y negado por las elites locales y que explica en parte la escasa atención que ha merecido en los arreglos normativos vigentes en prácticamente toda la región. Con todo, por su origen politológico, este modelo sigue atrapado en los esquemas de democracia real dominantes en la disciplina. En ese sentido, para este enfoque, la democracia es ante toda una forma de gobierno basada en una serie de insti-
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tuciones y procedimientos que regulan la circulación permanente de las elites mediante el sufragio efectivo. Como tal, una democracia puede ser perfectible en la medida que incorpore más derechos y garantías para que los ciudadanos puedan de manera efectiva vigilar, controlar y sancionar a sus autoridades. La adenda es en sí misma valiosa para enriquecer nuestro entendimiento de la democracia, pero ciertamente insuficiente para quien intuye que la democracia es mucho más que una forma de gobierno. Por ello, es menester considerar otros modelos de democracia para los cuales ésta es también una forma de sociedad, una forma de vida. El tránsito a este tipo de posiciones es importante, pues quizá las democracias realmente existentes pueden incorporar en sus arreglos normativos preceptos cada vez más justos y amplios para perfeccionarse, como sugiere el modelo de la cd, pero al mismo tiempo es muy probable que seguirán atrapadas en disputas mezquinas por el poder que por la vía de los hechos supediten nuevamente a los ciudadanos y sus eventuales conquistas. A final de cuentas, el entendimiento del poder en clave realista lleva a reconocer que el peso de los intereses creados no tiene reparos de ningún tipo. De ahí que, aceptando la utilidad que en un primer momento puede tener el concepto y el análisis de la cd, es importante hurgar también en otros modelos de democracia, quizá menos realistas, para identificar la capacidad instituyente de la sociedad en una democracia y según los cuales el que las elites busquen
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siempre imponer sus reglas y condiciones, más que una limitante es una condición de resistencia, subversión o afirmación creativa y participativa de la sociedad. Además, en estricto sentido, el tema de la cd no es nuevo. Es tan viejo como la propia democracia. Quizá cambien los términos y los métodos empleados para estudiarla, pero desde siempre ha existido la inquietud de evaluar la pertinencia de las formas de gobierno: ¿por qué una forma de gobiernos es preferible a otras? Es una pregunta central de la filosofía política, y para responderla se han ofrecido los más diversos argumentos para justificar la superioridad de los valores inherentes a una forma política respecto de los valores de formas políticas alternativas. Y aquí justificar no significa otra cosa más que argumentar qué tan justa es una forma de gobierno en relación a las necesidades y la naturaleza de los seres humanos (la condición humana). En este sentido, la ciencia política que ahora abraza la noción de cd para calificar a las democracias realmente existentes, no hace sino colocarse en la tradición de pensamiento que va desde Platón —quien trató de reconocer las virtudes de la verdadera República, entre el ideal y la realidad— hasta John Rawls (1971) —quien también buscó afanosamente las claves universales de una sociedad justa—, y al hacerlo, esta disciplina pretendidamente científica muestra implícitamente sus propias inconsistencias e insuficiencias, y quizá, su propia decadencia. La ciencia política, que se reclamaba a
La ciencia política, que se reclamaba a sí misma como el saber más riguroso y sistemático de la política, el saber empírico por antonomasia, ha debido ceder finalmente a las tentaciones prescriptivas a la hora de analizar la democracia, pues evaluar su calidad sólo puede hacerse en referencia a un ideal de la misma nunca alcanzado pero siempre deseado.
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La Calidad Democrática nos permite, en teoría, observar, identificar y proponer el mejoramiento integral de los regímenes políticos existentes en la actual reorganización de la moderna democracia representativa; en particular, en la imperiosa obligación de saber cómo dotarla de nuevos atributos y derechos.
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sí misma como el saber más riguroso y sistemático de la política, el saber empírico por antonomasia, ha debido ceder finalmente a las tentaciones prescriptivas a la hora de analizar la democracia, pues evaluar su calidad sólo puede hacerse en referencia a un ideal de la misma nunca alcanzado pero siempre deseado. Posibilidades analíticas La cd quiere ser un modelo cuyo empleo correcto permita establecer en qué punto se encuentran los países en términos del desarrollo institucional y societal de la vida democrática. Es decir, la cd nos permite, en teoría, observar, identificar y proponer el mejoramiento integral de los regímenes políticos existentes en la actual reorganización de la moderna democracia representativa; en particular, en la imperiosa obligación de saber cómo dotarla de nuevos atributos y derechos. Incluso, se puede decir que la noción de “mejoramiento” de la democracia es deudora de la concepción sociológica sobre el Estado y la política, desde el momento en que su preocupación central es preguntarse sobre las condiciones necesarias (sociales, económicas y propiamente políticas) que permiten, en primer lugar, el nacimiento o la recuperación de una democracia posteriores a una experiencia anti-democrática, para abordar posteriormente el problema de sus distintos desarrollos y, por último, su perdurabilidad en el tiempo y/o eventual regreso a una forma autoritaria o de otro tipo anti-democrático.
Ya Bobbio (1955) advertía al respecto la necesidad de profundizar en el conocimiento real de los regímenes políticos y particularmente de la democracia, dado que, insistía, sólo a partir del conocimiento y de la información recabada por medio de distintas técnicas que en ese entonces estaban surgiendo (in primis, la estadística y los estudios de opinión y encuestas) es posible saber: a) la perdurabilidad o no perdurabilidad de un régimen político en el horizonte temporal; b) la posibilidad de orientar o no distintas propuestas que los propios estudiosos pudieran tener para la solución adecuada de los problemas institucionales y de “arraigo” social frente al régimen democrático; y c) el compromiso cívico necesario —aunque el propio Bobbio era escéptico en este punto— para resguardar institucional y socialmente al régimen democrático. Con estas premisas puede resultar ilustrativo aplicar el modelo de cd al estudio de un caso en particular. Para el efecto, proponemos un examen breve sobre las democracias en América Latina. La tesis al respecto es: por los rasgos dominantes de su tradición política configurados desde su etapa independiente, por las características específicas de sus transiciones democráticas en el último cuarto del siglo pasado y por sus procesos inconclusos y truncados de consolidación democrática, la cd —entendida como la culminación de un proceso de mejoramiento institucional y normativo con el tamiz de la ampliación de derechos civiles y políticos de los ciudadanos en relación con sus au-
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toridades— sigue siendo más una aspiración legítima que una realidad constatable en prácticamente todos los países de la región, incluyendo aquellas democracias que han mostrado los mejores avances en lo que a gobernabilidad y legitimidad se refiere. La tesis es dramática, pero al menos tiene en nuestro continente una atenuante nada despreciable: pese a que las condiciones de libertad e igualdad a las que se refiere la noción de cd, se mantienen en nuestros países muy por debajo de las conquistadas en las democracias más avanzadas del mundo, ello no ha sido impedimento para la afirmación de una ciudadanía cada vez más crítica, demandante y participativa, quizá incluso en mayor grado que la existente en aquellos países en los que se han satisfecho muchos de los déficit sentidos en los nuestros. Es claro que las naciones latinoamericanas tienen más desafíos que resolver en este terreno, más anhelos por conquistar, más reclamos por hacer, por lo que la inmovilidad y la apatía pueden marcar la diferencia entre una sociedad avasallada y una en movimiento. Además, si en el pasado autoritario todavía reciente de nuestros países la inexistencia de condiciones mínimas de libertad e igualdad no fue impedimento para la acción y la contestación de muchos ciudadanos, aún a costa de arriesgar su propia integridad, con más razón ahora, en el seno de democracias en construcción, observamos cotidianamente una ciudadanía más involucrada en los asuntos públicos y menos predispuesta a la opacidad a la que quieren reducirla sistemáticamente las elites políticas y oligarquías
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locales, manteniendo edificios normativos endebles, mezquinos y obsoletos en lo que a derechos y garantías ciudadanas se refiere. La apreciación es importante si a los muchos déficit institucionales y normativos que acusan nuestras democracias queremos anteponer algo más que causas justificadas o lugares comunes. La realidad es que la afirmación y la construcción de ciudadanía en América Latina ha debido navegar históricamente a contracorriente, en negativo, sustrayéndola a quienes insisten en negarla sistemáticamente por convenir a sus intereses. Por lo demás, ninguna de las jóvenes democracias de la región califica cuando se miden con el rasero de la cd, por más que se puedan establecer diferencias de grado o magnitud en cada uno de sus indicadores de un país a otro. Más aún, después de dos décadas de vida democrática, el estado de la discusión y de las iniciativas sobre qué democracia deseábamos y cuál podríamos edificar en el corto y el largo plazos, quedaron por desgracia enclaustradas en una concepción tout court de la democracia donde, incluso, se llegó a pensar que ésta sería la llave para resolver todos nuestros males, ya que contemporáneamente se creía que en el momento que cayeran las dictaduras, las imperfecciones de la propia democracia (y que son muchas como ya en reiteradas ocasiones se ha dicho), serían un asunto menor. Lejos de ello, nuestras democracias siguen en espera de nuevos atributos muy distintos a los que impulsaron en su momento los actores partidarios de la democratización. Por ello, y he ahí el valor de la noción de
La realidad es que la afirmación y la construcción de ciudadanía en América Latina ha debido navegar históricamente a contracorriente, en negativo, sustrayéndola a quienes insisten en negarla sistemáticamente por convenir a sus intereses.
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A la vista de los rezagos, las inercias y las asignaturas pendientes que han signado nuestras realidades postransicionales, sólo desde la ingenuidad más rampante se podría afirmar que la democracia en América Latina se encuentra en vías de una franca y segura consolidación.
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cd, resulta fundamental en la actualidad refinar la discusión y sobre todo la perspectiva de democracia que se puede construir en el porvenir. Más aún, cuando en los múltiples sondeos latinoamericanos se corrobora que el grueso de nuestras ciudadanías ha dejado de creer en sus autoridades y representantes. Por lo tanto, preguntarse sobre qué tan buena es la democracia actual en América Latina resulta un ejercicio sensato y oportuno, porque ello puede ser un indicio para saber cuál es la verdadera situación en el que nos encontramos políticamente hablando: ¿confirmación y/o retroceso de la democracia? Al mismo tiempo, con el diagnóstico de su estado de salud, se puede estar en posibilidades de transformar en una categoría más alta y mejor a nuestras democracias realmente existentes. A la vista de los rezagos, las inercias y las asignaturas pendientes que han signado nuestras realidades postransicionales, sólo desde la ingenuidad más rampante se podría afirmar que la democracia en América Latina se encuentra en vías de una franca y segura consolidación. Algo similar se puede decir con respecto a la cd. Así, por ejemplo, sin considerar cuestiones colaterales al modelo de cd pero que siguen mostrando enormes dificultades, como los propios sistemas y prácticas electorales que en algunos de nuestros países no han generado la certidumbre y la confiabilidad mínimas necesarias, o como la arquitectura de sus sistemas de gobierno donde el equilibrio efectivo y dinámico entre los poderes es más una aspiración que un dato de
hecho, son muy pocos los países que han introducido en sus normatividades vigentes mejores y más amplias prerrogativas ciudadanas en materia de rendición de cuentas de las autoridades; o instrumentos legales eficientes para impedir los abusos de autoridad, la corrupción política, la impunidad y la aplicación arbitraria de la ley; o mecanismos normativos que obliguen y comprometan a las autoridades a actuar en correspondencia con las ofertas de campaña que los llevaron al poder. Asimismo, tanto la extensión de la ley para dar cobertura y protección a las garantías y derechos de las minorías de todo tipo, como la disminución de la más que evidente inequidad social que lacera a todas nuestras sociedades, siguen siendo promesas de marinero en nuestras democracias. En otras palabras, ni las transformaciones más visibles y profundas tanto en el largo plazo como en el corto plazo experimentadas por nuestros ordenamientos políticos democráticos desde su propia instauración, alcanzan por sí solas para aproximarnos siquiera mínimamente al modelo de cd o, lo que es lo mismo, al basamento del Estado de derecho democrático. Con todo, el propio modelo nos ilustra y clarifica un camino por recorrer y una meta que alcanzar en la perspectiva de mejorar nuestras pobres realidades democráticas. Por lo demás, es momento de señalar que concebir a la democracia como una forma de sociedad tal y como se propuso antes, es decir como un espacio público político de deliberación en la que los ciudadanos se juegan los valores
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que han de articular a la sociedad, no está reñida con la necesaria y urgente tarea de completar el andamiaje institucional y normativo de corte democrático y que el modelo de cd desnuda claramente en todas sus inconsistencias. Se trata más bien de una tarea muy importante como para dejarla sólo en manos de los políticos profesionales o ingenieros constitucionales. En efecto, sólo la existencia de un auténtico régimen de libertades y derechos individuales ofrece a la ciudadanía su autonomía de acción y su consecuente responsabilidad cívica, semilla de una sociedad con interacciones virtuosas, creativas y constructivas. Por el contrario, una sociedad que no cuenta con auténticos mecanismos de protección de sus derechos, que simula tenerlos o que los inhibe en pos de una supuesta protección superior de los derechos sociales, trae como consecuencia una sociedad desigual, fragmentada, sin solidaridad e interacción cívica elemental. Pero si a alguien compete hacer valer y ampliar sus derechos es precisamente a la propia sociedad. Con todo, para evitar caer en aspiraciones poco realistas, cabe reconocer que al deterioro y la falta de maduración institucional de nuestras incipientes democracias se suma además la persistencia de ominosos factores, tales como: a) una cultura política providencialista dominante en buena parte de nuestras sociedades (o sea que muchos ciudadanos siguen esperando y viendo los avances democráticos como dádivas de los “de arriba”), alimentada en buena medida desde
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el poder político y las posiciones de gobierno; b) actitudes y conductas patrimonialistas de parte de la clase política y de las burocracias partidistas, que siguen, de facto, expropiándoles a los ciudadanos la iniciativa y la capacidad de decisión reales; c) poca o nula transparencia y rendición de cuentas de partidos y gobiernos hacia la ciudadanía y, por ende, retroalimentación del círculo perverso de la corrupción y la ineficiencia gubernamentales; d) prácticas partidistas corporativistas y clientelares, que traducidas en acción gubernamental refuerzan más el rol de súbdito que el de ciudadano activo y responsable; y e) en general, un clima de gran desconfianza y descalificación entre los actores partidistas y gubernamentales, que mina de entrada la posibilidad de la construcción de una cultura del consenso y traba las posibilidades de conformación de mayorías y coaliciones democráticas. Pero volviendo a los indicadores de cd, muchos de los problemas de la democracia en América Latina se originan más que en elecciones turbulentas y poco confiables (pnud, 2004), en la persistencia de Estados ineficientes que perpetúan la exclusión social. En la actualidad, sólo tres países de América Latina han podido establecer el imperio de la ley en un nivel cercano al de las democracias más estables de Europa y Norteamérica: Chile, Costa Rica y Uruguay. Además, están entre las naciones menos corruptas del mundo y cuentan con jueces altamente independientes, como indicadores indiscutibles del imperio de la ley que debe
Sólo la existencia de un auténtico régimen de libertades y derechos individuales ofrece a la ciudadanía su autonomía de acción y su consecuente responsabilidad cívica, semilla de una sociedad con interacciones virtuosas, creativas y constructivas.
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La ilegalidad es pues un obstáculo para la democracia. Muchas razones podrían explicar su larga persistencia en América Latina así como las muchas dificultades existentes para revertirla o conjurarla, desde cuestiones históricas y culturales hasta económicas y políticas.
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prevalecer en todo Estado de derecho. En el extremo opuesto, la mayoría de los países andinos y de Centroamérica tienen serios problemas derivados de la ausencia de gobierno de la ley: los jueces están profundamente politizados y son incapaces de controlar efectivamente la corrupción. Como resultado, sus democracias están permanentemente en crisis. En un nivel intermedio están Argentina, Brasil y México y pocos casos más como Panamá y República Dominicana. En todo caso, lo que esta situación revela es que la inestabilidad política dominante en la región tiene que ver más que con elecciones poco democráticas con la inexistencia de Estados de derecho confiables que desalienten la impunidad, promuevan la rendición de cuentas y la corresponsabilidad de las autoridades para con los ciudadanos y aseguren un efectivo equilibrio entre los poderes mediante controles recíprocos. Lejos de ello, lo que prevalece son legislaturas que no deliberan, cortes que no son imparciales ni independientes, y ejecutivos que abiertamente se colocan por encima de la ley (sobre este tema véase Cameron, 2007). El problema de fondo es entonces la ilegalidad reinante. No es casual que América Latina presente, según Transparencia Internacional, los índices de corrupción política más altos a nivel mundial. Tan grave es el problema que un estudio muy sugerente sobre el tema habla del retorno de los “Estados depredadores” para referirse a varios países de América Latina (Diamond, 2008). Huelga decir que sin un Estado de
derecho democrático, sin instituciones políticas y legales capaces de controlar la corrupción, no sólo se compromete la estabilidad política sino que vuelve inefectiva cualquier política de crecimiento. La ilegalidad es pues un obstáculo para la democracia. Muchas razones podrían explicar su larga persistencia en América Latina así como las muchas dificultades existentes para revertirla o conjurarla, desde cuestiones históricas y culturales hasta económicas y políticas. Así, por ejemplo, la mayoría de las leyes vigentes en nuestros países no necesariamente son leyes legítimas en la medida que las legislaturas que las promulgan con frecuencia son poco representativas de la voluntad popular. Obviamente, esto lleva al constante cuestionamiento de las leyes, a su imposición y acatamiento relativos, según sea el grupo social, político o económico que se sienta protegido o afectado. Por otra parte, el peso de la tradición puede ser más fuerte que otros criterios a la hora de aplicar la ley (v. gr. con frecuencia los actores llegan a acuerdos por fuera de la ley, pero que son tolerados por los beneficios que pueden reportar; las leyes pueden ser muy “permisivas” con los intereses de actores poderosos, en ocasiones se toleran movimientos sociales ilegales para que los gobiernos no aparezcan como represores e intolerantes, etcétera). Pero si el panorama resulta desalentador en América Latina en materia de Estado de derecho, rendición de cuentas y responsabilidad de las autoridades ante los ciu-
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dadanos, los indicadores restantes del modelo de cd —la libertad y la igualdad— salen todavía peor librados. Sobre el primero, ya se han señalado los muchos déficit que existen tanto en el respeto pleno de los derechos individuales como en su ampliación efectiva para cubrir aspectos todavía ausentes, como las garantías a grupos minoritarios de todo tipo. En materia de procuración de justicia, por ejemplo, siguen existiendo privilegios y exclusiones extralegales muy obvios. Esta disfuncionalidad de los sistemas jurídicos deriva del hecho de que en América Latina, a diferencia de lo ocurrido en países industrializados, la expansión de los derechos civiles no se desarrolló como una pieza del sistema jurídico antes del establecimiento de derechos asistenciales o políticos. Por el contrario, el proceso de juridización social de la región (desde mitad del siglo xix) implementó un Estado que en lugar de consolidar la esfera de autonomía individual promovió una supuesta responsabilidad social. En consecuencia, si los derechos civiles o libertades individuales son el soporte fundamental de la pluralidad y la diversidad, entonces el elemento liberal está ausente en las democracias latinoamericanas. Smith y Zingler (2006) clasifican a Bolivia, Honduras y Panamá como democracias iliberales (donde las elecciones son sistemáticamente impugnadas), mientras Costa Rica y Uruguay son liberales, Paraguay y Perú, iliberales, y más recientemente Chile y México han dejado de ser iliberales para convertirse en democracias liberales
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En cuanto a la equidad, o sea la implementación progresiva de mayor igualdad política, social y económica, no queda más remedio que reconocer que América Latina es la región más inequitativa del mundo. En todos nuestros países, donde las mayorías son pobres y tienen escaso acceso a la justicia, la voluntad de la mayoría es permanentemente frustrada por el poder de las minorías —especialmente poderosos grupos económicos—, mientras que los derechos y las libertades fundamentales no se protegen. El dinero y la política ejercen una influencia corrosiva permanente en las instituciones judiciales de la región y las cortes se vuelven instrumentos de control político, manipulación y persecución. Frente a este desolador panorama, la pregunta obvia es qué hacer. Ciertamente la magnitud de los desafíos es tal que puede conducir a la parálisis, pero a final de cuentas lo que el modelo de cd establece no es otra cosa que un conjunto de vacíos legales y normativos en materia de Estado de derecho democrático que pueden subsanarse por los canales institucionales y legislativos establecidos en cada contexto nacional a condición de que exista la voluntad política de los diversos actores para hacerlo. No estamos hablando pues de tramas metafísicas sino de reformas constitucionales ambiciosas pero plausibles. A guisa de ejemplo, considérense las siguientes tareas: reconstruir los sistemas de justicia; perfeccionar los mecanismos de control legislativo; establecer mecanismos eficaces reguladores de los grandes monopo-
El dinero y la política ejercen una influencia corrosiva permanente en las instituciones judiciales de la región y las cortes se vuelven instrumentos de control político, manipulación y persecución.
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lios a fin de que los procesos de privatización y reducción del aparato estatal y las inversiones extranjeras sean verdaderamente el nuevo motor de las economías; suprimir las leyes de excepción del pasado, que cobijan fueros, concentración en exceso del poder político, en la rama ejecutiva,
y del económico en cada vez menos empresarios; redefinir las competencias y los controles horizontales entre los poderes públicos. Obviamente, es deseable que los cambios a las leyes se den con un consenso social amplio, para que tengan proyección y sean incluyentes (Benítez Manaus, 2007).
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Calidad democrática
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César Cansino y Javier Sánchez Galicia
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4 Campaña Negativa Palabras clave Elecciones, Estrategia, Táctica, Ataque/Defensa, Cálculo político. Definición El término “campaña” proviene del vocabulario militar que originalmente estaba ligado con el arte de la guerra, y tiene que ver con el tiempo en que un ejército cumplía ciertos objetivos dentro del campo de batalla, además del periodo en que las tropas permanecerían en el frente y el territorio enemigo. De hecho, las campañas electorales y la guerra persiguen el mismo fin, pero con distintos medios: “ambas pretenden llegar al mismo lugar: constituir la autoridad de un grupo —más o menos homogéneo— de personas, dentro de un territorio delimitado” (Ibinarriaga y Trad, 2009, p. 13). Luego entonces, “la campaña es una batalla entre candidatos y no una mera competición de medios técnicos” (Ortiz Castaño, 1993, p. 21). Desde esta óptica, la estrategia electoral debe ser capaz de constituir una mayoría, atraer el voto hacia un candidato y anular el voto del contrincante, de ahí surge la impor-
tancia de conocer y analizar a fondo la campaña de la oposición: Las campañas no se limitan a ofrecer plataformas y promesas, sino que además nos hablan del candidato, de su personalidad, de su historia, y de la forma y el modo en que piensa gobernar. Pero, sobre todo, factores como el tono, el tipo de campaña que se haya hecho, los argumentos que se esgrimieron, el papel de las campañas de ataque —de denuncia o de franca guerra sucia— o, por el contrario, el tono propositivo y positivo, construirán las bases para el desenvolvimiento posterior de un gobernante y de la sociedad que gobernará (Ibinarriaga y Trad, 2009, p. 9).
Es así que en muchos procesos electorales en la actualidad se utilizan las campañas de ataque como parte de su estrategia. Una Campaña Negativa (en adelante cn) es aquella que más que ocuparse de
Una Campaña Negativa es aquella que más que ocuparse de remarcar las virtudes de un candidato, apunta a resaltar los defectos del adversario, y están dirigidas a socavar la reputación de un candidato u opción política.
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Una campaña a la defensiva tiene que ver con el acto de responder un ataque en un momento de la elección, sin tomar en cuenta cuándo y quién empezó la serie de agresiones.
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remarcar las virtudes de un candidato, apunta a resaltar los defectos del adversario, y están dirigidas a “socavar la reputación de un candidato u opción política, a evocar imágenes y argumentos que degraden las percepciones que del rival se forman los votantes” (García, D’Adamo y Slavinsky, 2005, p. 209). Por otra parte, estas campañas están ligadas a la lógica de la mentira y la denuncia: Su propósito fundamental es utilizar el miedo como conducto de inhibición de la preferencia de un segmento del electorado sobre un candidato, Atacan la psique del ciudadano y le transmiten, en la figura de uno de los contendientes, los miedos y temores que más rechazan (Ibinarriaga y Trad, 2009, p. 12).
Cada vez se recurre más en todas partes a las cn, las cuales son planteadas desde una perspectiva profesional, técnica, pero sobre todo estratégica: Aquellas que tienen dos objetivos específicos: conseguir nuevos votos para nuestro candidato y quitar votos a los adversarios que la estrategia aconseja debilitar. En el caso del gobierno, el ataque debe conseguir nuevos partidarios y quitar respaldo a los opositores que nos conviene que decaigan (Durán y Nieto, 2010, p. 262).
Pero este proceso estratégico también obliga a que los actores políticos se encuentren preparados y tengan la posibilidad de defenderse durante la campaña o su gestión ante
el posible ataque de algún adversario. Una campaña a la defensiva tiene que ver con el “acto de responder un ataque en un momento de la elección, sin tomar en cuenta cuándo y quién empezó la serie de agresiones” (Durán y Nieto, 2010, p. 203). Este tipo de campaña debe tratar de evitar que el candidato que se está apoyando pierda votos o impedir el fortalecimiento de adversarios reales. Por otra parte, “la defensa puede tener como objetivo estratégico impedir el fortalecimiento de nuestros adversarios reales” (Durán y Nieto, 2010, p. 272). Es así como las campañas y las estrategias de ataque y defensa se han convertido en algo fundamental para las elecciones y gestiones de gobierno modernas. Del enemigo único a la niña con la margarita Los pilares de las cn se fundamentan en los distintos modos y formas de la propaganda política: a) La propaganda blanca. Aquella en la que la fuente, o emisor, está correctamente identificada, y el contenido de su mensaje tiende a ser preciso (Pizarroso, 1993, p. 29). b) La propaganda negra. Aquella en la que la fuente emisora está deliberadamente falsificada, independientemente de la falsedad o veracidad del mensaje (Pizarroso, 1993, p. 29). En este tipo de campaña el emisor no aparece o se oculta.
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c) La propaganda gris. Es una forma intermedia que se da “cuando la fuente puede ser o no correctamente identificada y la exactitud de la información es incierta” ( Jowett y O’Donnel, 1986, p. 17, apud. Pizarroso, 1993, p. 29). En este tipo de campaña el emisor se disfraza. Además de la propaganda existe la contra-propaganda, la cual debe “aprovecharse de todo lo que pueda descalificar a la fuente de la propaganda adversa” (Pizarroso, 1993, p. 36). Desde esta visión, al descalificar y ridiculizar al adversario se anulan los efectos persuasivos de su mensaje. Algunas cn dentro de la propaganda nazi estaban basadas en la regla del enemigo único, cuyo objetivo principal era la individualización del adversario: “los nazis transformaban cada escrutinio en un combate contra el último opositor. Los hombres prefieren enfrentar a personas visibles más bien que a fuerzas obscuras” (Domenach, 2005, p. 55). En la forma que los nazis explotaban dentro de su propaganda el sentido y la identificación del enemigo, “había una táctica de una extraordinaria eficacia psicológica y política” (Domenach, 2005, p. 57). Cuando Hitler personalizaba a ultranza a su enemigo, “asignaba a su propaganda una verdadera función de catarsis, de autopurificación por el odio” (Rainwald, apud. Domenach, 2005, p. 57). Otras campañas de propaganda nazi estaban basadas en la regla de la exageración y desfiguración, cuyo objeto era exagerar al máximo
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los elementos negativos de sus adversarios. De tal forma que “la preocupación constante de los propagandistas hitlerianos fue siempre lo burdo […], de ahí la ironía pesada, la burla cínica, las injurias” (Domenach, 2005, p. 58). Es por eso que a Churchill le eran dirigidos muchos adjetivos calificativos sobre sus defectos físicos y su propia personalidad. Algunos años después, durante las elecciones presidenciales en Estados Unidos de 1964, el comunicador político Tony Schwartz creó para la campaña del presidente Johnson un polémico y efectivo spot de una niña con una margarita, la cual iba cortando uno a uno sus pétalos y al llegar al número diez comenzaba una cuenta regresiva que al llegar al cero, aparecía una gran explosión nuclear; el comercial fue pautado una sola vez pero generó una gran controversia, principalmente entre los republicanos, los cuales argumentaban que dicho spot atacaba directamente a su candidato, el senador Goldwater, de ser un amigo de la guerra, aunque en ninguna parte del spot se le mencionaba (Schwartz, 2001, p. 117). El éxito de este spot se debió a que Goldwater había declarado que apoyaría el uso de armas atómicas tácticas, por lo que conectó de inmediato con el sentimiento profundo de muchos sobre las propensiones bélicas de Goldwater: “este recelo no estaba en el spot de la margarita. Estaba en la gente que veía el comercial: los estímulos del filme y del sonido evocaban esos sentimientos y permitían a la gente expresar lo que ellos creían profundamente”
Algunas Campañas Negativas dentro de la propaganda nazi estaban basadas en la regla del enemigo único, cuyo objetivo principal era la individualización del adversario: “los nazis transformaban cada escrutinio en un combate contra el último opositor. Los hombres prefieren enfrentar a personas visibles más bien que a fuerzas obscuras”.
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Además, en dicha elección, el equipo de campaña del presidente Johnson creó también una Campaña Negativa a través de la famosa frase “Bury Barry” (entierren a Barry), que aunada a una serie de errores cometidos por la campaña de Goldwater, terminaron por convertir en realidad la frase, pues sepultaron a dicho candidato en su carrera presidencial.
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(Schwartz, 2001, p. 117). Cuando la gente hoy en día comenta sobre esta campaña, recuerda lo que dicho spot le provocaba y no de lo que trataba. A la postre, esta cn fue fundamental en el triunfo del presidente Johnson, ya que logró tocar las fibras sensibles del pueblo estadounidense. Además, en dicha elección, el equipo de campaña del presidente Johnson creó también una cn a través de la famosa frase “Bury Barry” (entierren a Barry), que aunada a una serie de errores cometidos por la campaña de Goldwater, terminaron por convertir en realidad la frase, pues sepultaron a dicho candidato en su carrera presidencial. La Escuela del Poder y los efectos de las campañas negativas En la actualidad las campañas políticas son elaboradas a través de estrategias planteadas desde perspectivas funcionalistas y conductivistas, en donde la misma se convierte en algo rígido, frío y cuadrado, principalmente porque sólo se piensa en obtener el poder y conseguir la mayor cantidad de votos. Este tipo de estrategia se basa en la Escuela del Poder, según la cual “el conflicto juega un papel central en la dinámica de la estrategia política, y convierten al poder en el recurso más importante” (Canel, 2005, p. 4). Desde esta perspectiva, las organizaciones políticas sólo se preocupan por obtener la victoria en las urnas, aplastando y descalificando al rival, sin pensar en incrementar el interés y la participación
por parte de la ciudadanía, además de lograr el debate y la discusión de sus propuestas y planes de gobierno. La principal pobreza de esta estrategia parte de que no se toman en cuenta todas aquellas variables cualitativas que tienen que ver con la vida cotidiana y los intereses colectivos de los ciudadanos, funcionarios, periodistas, etcétera Desde la perspectiva de la Escuela del Poder, la estrategia surge cuando una organización tiene una necesidad, busca avanzar con la finalidad de obtener un beneficio, está pensada desde una perspectiva futura. En este tipo de modelo rígido, la estrategia se convierte en un plan, una guía o un patrón de comportamiento, se formula siempre pensando en un propósito, el cual integra, ordena y sistematiza; las decisiones se toman desde una perspectiva de inclusión y exclusión, define y distribuye responsabilidades, además la estrategia puede ser emergente o planificada. Una de las principales pobrezas conceptuales que presenta este tipo de modelo radica en que “los procesos políticos se han alimentado de la Escuela del poder […], la cual parte de que en política se dan diferencias de valores, convicciones, intereses y percepciones” (Canel, 2005, p. 4). De hecho las campañas políticas basadas en este modelo teórico están pensadas en la perspectiva de sólo ganar las elecciones, por lo general las decisiones que se toman están basadas fundamentalmente en la asignación de recursos, el conflicto juega un papel fundamental por la forma en la que se plantea la estrategia, la cual
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termina por convertir al poder como el recurso más importante de toda campaña política y con la premisa de aplastar siempre al oponente sin ninguna contemplación y sin importar las consecuencias: “la comunicación política ya no se emplea en la guerra; sino que es la guerra misma […]. Una sola crónica hábilmente manejada puede causar tanto daño como un ataque militar” (Polanco, 2006, p. 4). Más específicamente: Las elecciones, como la guerra, hacen historia. Marcan el desenvolvimiento posterior a la elección de una sociedad. El tono de una campaña, sobre todo las que suelen ser competitivas, marcará con mucho el tipo de relaciones que la sociedad tendrá después de la contienda (Ibinarriaga y Trad, 2009, p. 10).
Esto se da porque existen campañas que “por su tono dividen irremediablemente a una sociedad y, no sólo eso, también dañan la democracia electoral como un sistema de procedimientos para tomar las decisiones de grandes colectivos” (Ibinarriaga y Trad, 2009, p. 10). Este tipo de fenómenos son frecuentes porque “la campaña electoral es, sobre todo a primera vista, una confrontación de ideas, pero cada vez aparece con más fuerza el aspecto de la lucha por el poder” (Muñoz, 1989, p. 132). Esto hace que muchas veces concentremos toda la atención de las acciones de campaña en los candidatos opositores y perdamos de vista lo más importante de la campaña, el electorado. Es por eso que cuando las
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campañas políticas se convierten en la guerra misma no es posible pensar siquiera en fomentar la negociación y el establecimiento de consensos, pues la guerra nunca admite empates y rara vez se entretiene en componendas, porque cada una de las partes busca la derrota aplastante, definitiva y expedita del oponente, y en la forma más descarada, fascista, dogmática e intolerante, cada una de las partes no encuentra óbice en asegurar que las comunicaciones del enemigo son falsas, embusteras y cínicas, puesto que sólo pretenden manipular a la opinión pública mundial (Polanco, 2006, p. 5). Al respecto hay quien afirma que: En un enfrentamiento o guerra, estoy yo y mis oponentes, yo gano cuando derroto al oponente; en una campaña electoral no importa cuánto daño le hayamos infringido a nuestro oponente, los electores son los que deciden quién pierde o gana —esta es la esencia del mercadeo electoral—. El objetivo de toda campaña es ganar, para lo cual tenemos que captar los electores necesarios, ellos son quienes nos dan el triunfo (Elgarresta, 2002, p. 8).
En la actualidad también se ha desmitificado la imagen del político en parte por la mediatización de su vida privada y porque la política se ha convertido en un show protagonizado por distintos escándalos, peleas, guerras sucias, intrigas y todo un sinnúmero de acciones dignas de toda una telenovela mexicana: “las campañas electorales son principalmente batallas verbales” (Arterton, 1987, p. 135). Asimismo, “la penetración del
“La comunicación política ya no se emplea en la guerra; sino que es la guerra misma […]. Una sola crónica hábilmente manejada puede causar tanto daño como un ataque militar”.
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Cuando las campañas políticas se convierten en la guerra misma no es posible pensar siquiera en fomentar la negociación y el establecimiento de consensos, pues la guerra nunca admite empates y rara vez se entretiene en componendas.
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espectáculo ha sido tan englobante que en la actualidad ha alcanzado también la vida privada y la intimidad” (Roiz, 2002, p. 111). De esa forma se va nutriendo de la realidad, de las vidas cotidianas de la gente, algunas veces de individuos anónimos pero fundamentalmente de aquellos personajes relevantes de la vida pública, principalmente los políticos. Todo esto se da porque “la inclusión de opiniones lacerantes, irónicas o humorísticas contra un adversario concreto o generalizado son de uso corriente en las campañas” (Herreros, 1989, p. 155). En ocasiones, dentro de las campañas “hay acciones que polarizan y enfrentan a grandes segmentos de la sociedad y otras que sólo plantean diferenciaciones sin hacer uso de las confrontaciones” (Ibinarriaga y Trad, 2009, p. 11). Otro de los fenómenos que han incidido en las campañas políticas es la globalización, la cual ha contribuido en la fragmentación de la sociedad. Es ahí donde los medios juegan su propia parte a través de los “videoescándalos, linchamientos, desafueros, bodas imperialistas, cercos informativos” (Aguilar, 2005, p. 10). Por todo ello, las campañas políticas se han convertido en: Una forma muy parecida a las míticas reyertas que antaño tenían lugar en los lavaderos de las vecindades. Chismes, medias verdades, acusaciones (fundadas o infundadas), motes, descalificaciones, y una buena dosis de cinismo, integran el contendido de estos diálogos de sordos (Polanco, 2005, p. 2).
No hay duda de que “el tono y la virulencia de las cn o de guerra sucia dividen y confrontan a la sociedad, afectan su convivencia y dejan grandes resentimientos que sólo el paso del tiempo logra restaurar” (Ibinarriaga y Trad, 2009, p. 12). Toda corriente política tiene, al igual que en los mitos, sus creadores, mártires, prohombres y villanos; sus fechas memorables y, necesariamente, sus heridas históricas. El hecho fundamental a comprender aquí es, por una parte, que la visión que se tenga en la actualidad de dichos personajes y eventos estará dirigida a ubicarlos en el imaginario colectivo como la fuente de los desarrollos contemporáneos; por la otra, que fungirán como una versión prototípica de los valores, ideales, creencias y conducta que habrán de encarnar los líderes o dirigentes políticos actuales. Y de ahí, como emanación o radiación divina, la colectividad (Polanco, 2005, p. 6). Los ataques que predominan en las campañas políticas son los que cuestionan la reputación del adversario, “la cual encuentra su posibilidad de ser en una multiplicidad de factores, tales como la tendencia a la personalización de la política, la lógica que subyace en las decisiones de los medios de comunicación y también la que es característica de la propia psicología humana” (García, D’Adamo y Slavinsky, 2005, p. 235). Esto se debe a que la información negativa es más fácil de recuperar por la memoria, deja mayores impresiones y tiene un mayor impacto en los receptores. El efecto de negatividad es un efecto cognitivo que indica que la
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información negativa recibe mayor consideración y peso relativo que la positiva, cuando las personas evalúan estímulos y situaciones sociales (García, D´Adamo y Slavinsky, 2005, p. 235). Es por eso que cuando en una campaña un candidato ataca las debilidades del carácter de su adversario, estás se convierten en importantes dentro del juicio que sobre dicho candidato elaboran los electores. Existen tres posibles efectos dañinos que han sido identificados por la recurrente utilización de las campañas negativas o de ataque: a) El efecto bumerán. Cuando las cn pueden producir un efecto de rebote o una mayor formación de evaluaciones y sentimientos negativos hacia el atacante que hacia el atacado (Garramone, 1985; Hill, 1989; Shapiro y Rieger, 1992; Merrit, 1984, apud. García, D’Adamo y Slavinsky, 2005, p. 209). b) Síndrome de la víctima. Cuando los votantes perciben una campaña como injusta o deshonesta, por lo que pueden generar sentimientos positivos y hasta empatía hacia el candidato atacado (Garramone, 1985; Robinson, 1981, apud. García, D’Adamo y Slavinsky, 2005, p. 209). c) Doble deterioro. Cuando las campañas evocan un efecto perjudicial tanto hacia el candidato atacado como hacia el que ataca (Merrit, 1984, apud. García, D’Adamo y Slavinsky, 2005, p. 209).
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Puede decirse que hoy las batallas se dan en la mente y los corazones de los electores: El terreno a conquistar es la percepción y el ejército son los simpatizantes y activistas que han depositado su confianza en un proyecto político. A ellos hay que hacerles llegar las armas, nuestro mensaje. Hemos convertido así, las palabras y las imágenes en armas de alto calibre. El botín ya no es botín, hoy es un voto (Ibinarriaga y Trad, 2009, p. 13).
Dentro de las elecciones modernas “los espacios a ocupar no siempre son territoriales, más bien, la mayoría de las veces, se trata de espacios en los medios de comunicación desde donde los candidatos tienen que bombardear a los electores con sus mensajes” (Ibinarriaga y Trad, 2009, p. 13). Es así como las batallas y la guerra se han trasladado a otros campos a través de otros medios: “en la guerra el arma más potente es la fuerza; en las elecciones el mensaje” (Ibinarriaga y Trad, 2009, p. 14). Cuándo atacar La estrategia debe plantearse pensando siempre en los objetivos cuantitativos y cualitativos que se quieren alcanzar durante una campaña. Los objetivos cualitativos son aquellos que: Identifican la imagen de la campaña, los temas prioritarios de campaña, los puntos fuertes que debemos comunicar de nuestro candidato, los puntos
En ocasiones, dentro de las campañas “hay acciones que polarizan y enfrentan a grandes segmentos de la sociedad y otras que sólo plantean diferenciaciones sin hacer uso de las confrontaciones”.
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No hay duda de que “el tono y la virulencia de las Campañas Negativas o de guerra sucia dividen y confrontan a la sociedad, afectan su convivencia y dejan grandes resentimientos que sólo el paso del tiempo logra restaurar”.
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débiles de la oposición, la decisión de atacar o no, la decisión de debatir o no, las alianzas deseadas y la gira del candidato donde debe concentrar sus esfuerzos (Elgarresta, 2002, p. 22).
Al respecto se puede decir que “una campaña puede planificarse mediante la creación de acontecimientos capaces por sí mismos, de constituir noticia, de modo que su interpretación o su comentario persigan la consecución de los objetivos electorales” (Herreros, 1989, p. 153). Es por eso que antes de atacar es fundamental analizar las consecuencias de dicha acción sobre los votantes blandos y posibles: “en la práctica concreta de las campañas electorales es complejo aplicar esta teoría porque a la mayoría de los líderes les cuesta mucho superar las pasiones y actuar con frialdad” (Durán y Nieto, 2010, p. 262). En la mayoría de las campañas lo mejor es comenzar positivo y terminar positivo, y sólo se debe atacar: En aquellas campañas donde la única posibilidad de ganar es lograr que los electores rechacen abrumadoramente al candidato opositor y se reduzca una brecha grande de votos, es que debemos comenzar negativo y terminar negativo/positivo con una carga mayor en lo negativo (Elgarresta, 2002, p. 17).
Si en la estrategia se ha definido utilizar a las cn nunca hay que perder de vista los objetivos de las mismas: “el fin de las cn no es hacer que un elector decida por las opciones en la contienda, sino preci-
samente que no elija una de esas alternativas” (Ibinarriaga y Trad, 2009, p. 12). Al respecto, hay quien sostiene que cuando un candidato tiene estrategia, “debe mantener una postura coherente durante toda la campaña” (Durán y Nieto, 2010, p.187). Para otros, el objetivo de las cn es “conocer suficientemente la campaña del contrincante como para poder desteñir y contrarrestar su mensaje unitario” (Ortiz Castaño, 1993, p. 31). Otros, finalmente, sostienen que el enfrentamiento en una campaña electoral sólo se justifica “cuando está orientado a satisfacer las necesidades, sueños y resentimientos de los electores comunes” (Durán y Nieto, 2010, p. 196). Tácticas de ataque y defensa Las tácticas de las campañas de ataque más utilizadas en las elecciones son: • La apelación a lo emocional y visceral, desde la perspectiva de generar un villano o héroe de la historia. • La identificación del adversario con símbolos, políticas, o personas que los electores evalúan como negativos. • La comparación, que permite a un candidato presentarse como sinónimo de todo lo bueno, al tiempo que transformar a su rival en antónimo de estos valores. Esto se puede dar a través de lo verbal y lo visual. • La asociación, o establecimiento de una gran conexión a gran velocidad entre imágenes previamente inconexas, que invita a la audiencia a realizar una inferencia a pesar de la falta de evidencia que legítimamente una esas imágenes ( Jamie-
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son, 1992, apud. García, D’Adamo y Slavinsky, 2005, p. 215). Al respecto Mario Elgarresta señala que: La estrategia deberá resaltar lo positivo e ignorar lo negativo del candidato y a la vez pudiera resaltar directa o indirectamente lo negativo del oponente. También es parte de la estrategia el vacunar a nuestro aspirante sobre los temas negativos en su campaña para así prevenir posibles ataques durante la operación (Elgarresta, 2002, p. 18).
En cambio, las tácticas más comunes de las campañas de ataque son: • Lograr que el oponente responda. Que siempre vea en la respuesta una medida de triunfo relativa al ataque, y a la vez responda a la respuesta subiendo el tono de la agresión (Elgarresta, 2002, p. 33). Más específicamente, “si tiene un plan bien hecho para aprovecharse de la agresividad de su adversario, suscite intencionalmente el ataque” (Durán y Nieto, 2010, p. 203). • No ataque si está arriba. Una campaña denigratoria o calumniosa no es muy corriente entre partidos con posibilidades de triunfo, porque al figurar claramente identificado el emisor, su agresividad puede provocar en los electores efectos contrarios a los perseguidos, y en relación con el adversario denigrado puede reaccionar con medidas cuyas consecuencias son difíciles de predecir” (Herreros, 1989, p. 155).
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• No ataque por placer. Se ataca cuando se considera necesario para parar el crecimiento de votos de la oposición o para restarle votos a la oposición, pero nunca porque me da un gran placer el ataque (Elgarresta, 2002, p. 18). Existen dos razones válidas para atacar en una campaña política: “ganar votos y que el oponente pierda votos” (Elgarresta, 2002, p. 27). • Ataque a través de medios alternativos y guerrilla. En aquellas campañas en donde “la polarización”, no sólo de los actores directamente inmiscuidos en la contienda sino, en ocasiones, de amplios segmentos de la sociedad es más alta, es en el uso de lo que se denomina guerra sucia que, generalmente, se articula por medio de tácticas por debajo de la línea (pública, de gasto y sin firmas de autor) o btl (Bellow de Line) como se les conoce (Ibinarriaga y Trad, 2009, p. 12). • Ataque con estrategia. Hay que superar los entusiasmos, las pasiones, y hacer un análisis frío de los costos y beneficios del ataque (Durán y Nieto, 2010, p. 175). • Tácticas de desgaste. Cuando tenemos muchos más recursos que la oposición y la podemos poner en aprietos; hacer de un tema que controlamos “el tema de campaña”, como, por ejemplo, ganar con nuestra base de electores cuando éstos son mayoritarios; concentrar el ataque en un punto débil de nuestro oponente que mueva votos (Elgarresta, 2002, p. 18). • Ataque sintonizado con el interés de la gente. Debemos acometer cuando el conflicto nos comunica con los electores, nos identifica con sus
El efecto de negatividad es un efecto cognitivo que indica que la información negativa recibe mayor consideración y peso relativo que la positiva, cuando las personas evalúan estímulos y situaciones sociales.
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Es así como las batallas y la guerra se han trasladado a otros campos a través de otros medios: “en la guerra el arma más potente es la fuerza; en las elecciones el mensaje”.
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problemas, y permite conseguir objetivos analizados y establecidos por la estrategia (Durán y Nieto, 2010, p. 196). Se afirma igualmente que “para que los electores se interesen en un conflicto, debe percibirse como algo que tiene relación con sus necesidades y pasiones” (Durán y Nieto, 2010, p. 199). • Campañas negativas. La exposición directa de lo negativo del oponente es identificada como campaña negativa, y conlleva un riesgo de imagen para nuestro candidato. La exposición indirecta de lo negativo es más delicada pero pudiera no ser identificada y por lo tanto no tendría el efecto deseado por la campaña en el electorado (Elgarresta, 2002, p. 18). • Arma de doble filo: Si el ataque es una forma eficaz de hacer la campaña, también lo es para los adversarios (Ortiz Castaño, 1993, p. 101). • Ataque al oponente, pero halague a todos los electores todo el tiempo (Elgarresta, 2002, p. 34). El ataque en las campañas debe ser un proceso estratégico validado con anterioridad en los estudios de opinión. Un buen ataque es: Una vez que ha atacado, no puede retirarse. Hacerlo sería admitir que el ataque era injusto y eso deja en una mala posición al candidato que lo hizo. Por lo tanto, antes de agredir decida si está dispuesto a ir hasta el final, esto no es fácil, pues casi siempre la gente que más protesta el ataque está entre los propios partidarios del candidato que ataca (Elgarresta, 2002, p. 33).
Entre las tácticas de las campañas de defensa, destacan las siguientes: • El desplazamiento, o la neutralización de una acusación desviándola con una contra acusación respecto de otro tema. • La inoculación, o posibilidad de adelantarse al ataque advirtiendo que en cualquier momento los opositores lo realizarán, así como brindándole los argumentos de apoyo a la posición atacada o los contraargumentos para lo que van a ver u oír, con el propósito que el embate se anule. De esa forma se puede debilitar el ataque, desviar el contenido del mismo, y reducir la posibilidad de que dicho ataque influya en nuestra intención de voto. • Ofenderse y hacerlo saber públicamente mediante declaraciones dramáticas que, aunque sin contener evidencias, muestren ofuscación. • Utilizar el humor, para invitar a los votantes a que tomen distancia y realicen mentalmente una prueba de cuán plausible es aquello de lo que nos han acusado. • Utilizar a un tercero prestigioso o respetado por la comunidad como fuente creíble, que invita a la audiencia a realizar una prueba de plausibilidad. • Capitalizar la credibilidad de la prensa y recordar a los votantes algo negativo que se haya publicado del atacante. • La desasociación o reversión de la asociación realizada por el candidato agresor.
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Para otros analistas, las tácticas de defensa más comunes, son: • Defenderse del ataque del oponente. Si el ataque es bueno para el candidato también lo es para su oponente. Por lo tanto, el aspirante tiene que entender cómo responder —cuando deba responder—. La nueva teoría supone que uno debe responder cualquier ataque, es la hipótesis de “el que calla otorga”. La teoría antigua era, “ignore el ataque”. Mi propuesta es: investigue y decida si debe responder o no y cómo debe hacerlo. Siempre es necesario apoyarse en una encuesta de opinión a los electores, para medir el impacto del ataque y decidir si es necesario responder y cómo debemos responder (Elgarresta, 2002, p. 33). • Ignore al ataque cada vez que pueda. Porque cualquier respuesta es un reconocimiento de que la agresión ha perjudicado y presenta el riesgo que el oponente escale otra embestida en esa misma línea. Si el ataque está perjudicando realmente la campaña tenemos que responder de alguna forma (Elgarresta, 2002, p. 33). Más específicamente, “si un ataque contra el candidato sólo es noticia durante 24 horas, a no ser que reciba muchísima cobertura por parte de los medios de comunicación, se puede casi siempre ignorar” (Ortiz Castaño, 1993, p. 101). • La estrategia de respuesta. Existen dos razones para defenderse: evitar perder votos y evitar que el oponente gane votos (Elgarresta, 2002, p. 27). • Terceros voceros. Del lado negativo de la contienda, el de los ataques y las
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críticas, se harán cargo otros voceros, como puede ser el partido o terceros afines. En este sentido, cuando los adversarios dirigen críticas contra los candidatos, son precisamente los terceros —el partido, los legisladores, gobernadores, alcaldes— quienes responden a los ataques, dejando fuera de la polémica y la confrontación al candidato (Ibinarriaga y Trad, 2009, p. 11). Una regla cardinal es nunca permitir que el candidato responda directamente al inicio del ataque. Es mucho mejor que alguien responda por él, alguien con una imagen impecable y que sea capaz a la vez de expresar indignación por la agresión: “La única vez que el candidato deberá responder es cuando se vea obligado a contestar la pregunta de algún periodista o cuando la campaña lo estime necesario. En situaciones extremas, hasta se puede llegar a solicitar que periodistas amigos nos hagan la pregunta, para responderla y salir del tema” (Elgarresta, 2002, p. 33). • Acepte el hecho. Consiste en aceptar la veracidad de la acusación y proponer al mismo tiempo la rectificación de lo que pudiera haber sido un error (Ortiz Castaño, 1993, p. 101). • Desviar la atención. La persona que dice que lo hice es un pillo (Elgarresta, 2002, p. 33). • Negar tajantemente la acusación (Ortiz Castaño, 1993, p. 101). • Yo no lo hice (Elgarresta, 2002, p. 33). • Matizar y aclarar el hecho de que se acusa al candidato (Ortiz Castaño, 1993, p. 101). • Lo hice, pero no es como ustedes piensan (Elgarresta, 2002, p. 33).
“El fin de las Campañas Negativas no es hacer que un elector decida por las opciones en la contienda, sino precisamente que no elija una de esas alternativas”.
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• Ataque personal al emisor (Ortiz Castaño, 1993, p. 101).
• Lo hice, pero prometo no volver a hacerlo (Elgarresta, 2002, p. 33).
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Alfredo Dávalos López
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5 Clientelismo Político Palabras clave Clientelismo, Dominación, Reciprocidad, Interés, Compra de votos, Patrimonialismo, Solidaridad Definición Cuando un intercambio de recursos, ya sean económicos o políticos, toma lugar entre dos partes, se habla de una relación clientelar. El Clientelismo Político (en adelante cp) se basa en ese intercambio, pero en él se enfatizan las características complejas de dicho vínculo, como la asimetría de poder, la coerción y, a la vez, la solidaridad y el afecto (Roniger, 1994). Dentro del estudio del concepto de clientelismo, la vertiente que elabora una definición desde la perspectiva antropológica y sociológica pone énfasis en el tipo de relación que emerge entre patrón y cliente. De esta forma, se define como una relación personalizada entre dos partes que comparten mutua confianza, lealtad y reciprocidad cuando recurren al intercambio de bienes y servicios (Gordin, 2002). Este tipo de relación genera grandes niveles de compromiso y obligación, a pesar de que comúnmente se conforma con base en entendimientos y mecanismos informales de comuni-
cación. Por esto, una dimensión importante del clientelismo es la creación de expectativas y esperanza, lo cual conduce a una fuerte dependencia del cliente hacia el patrón (Auyero, 1997). Scott (1972) contempla una relación clientelar incluso como una amistad instrumental, donde quien tiene un nivel socioeconómico más alto hace uso de su influencia y recursos para otorgar beneficios y/o protección a quien cuenta con un nivel socioeconómico menor. Por otro lado, existe una vertiente que define al cp como una práctica burocrática que toma lugar dentro de un sistema político, cuyo marco institucional permite este tipo de relación y por ello los puestos administrativos son designados de manera personalizada por un jefe. En dicho caso la relación clientelar es el prerrequisito para ser designado como parte del gobierno en turno (García, 2005). De modo que el sistema está caracterizado por una tendencia al
Existe una vertiente que define al Clientelismo Político como una práctica burocrática que toma lugar dentro de un sistema político, cuyo marco institucional permite este tipo de relación y por ello los puestos administrativos son designados de manera personalizada por un jefe.
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Al clientelismo se lo puede describir como un intercambio de bienes, servicios o promesas entre dos partes con condiciones asimétricas que buscan alcanzar un interés particular, político o económico.
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patrimonialismo y el enriquecimiento personal, donde los líderes ejercen un poder monopólico a favor de sus intereses (y el de los grupos que representa). Los procedimientos para la rendición de cuentas o para el reemplazo del líder son comúnmente irregulares, así como la toma de decisiones que suele llevarse a cabo en secreto o con escasa participación pública. En estas situaciones la sociedad civil se encuentra fragmentada, ya que únicamente los intereses de quienes dan su apoyo al líder o patrón se toman en cuenta (Brinkerhoff y Goldsmith, 2002). Estas características son las que permiten definir al cp como un sistema donde la oferta de empleo público se encuentra limitada a círculos próximos y se otorga a través de una política de concesión, es decir, la oferta está condicionada exclusivamente a la clientela (García, 2005). Cuando un sistema de partidos se organiza de forma clientelar, éstos se adhieren a prácticas que giran alrededor de líderes personalistas. El clientelismo de partidos se genera cuando actores de un partido intercambian recursos públicos a cambio de apoyo dentro y fuera de la misma institución. En estos contextos es más probable que surjan formas de clientelismo electoral, donde la relación entre candidato y electorado y el intercambio material y personal que ocurre entre ambos son determinantes para el desarrollo del voto. En estas situaciones los candidatos distribuyen recursos o realizan promesas a aquellos electores que están dispuestos a entregar su apoyo. Usualmente el apoyo toma forma de
un voto, el mismo que puede corresponder al pago de favores pasados o a un sentimiento de lealtad (Auyero, 1999), pero es necesario comprender que el clientelismo excede el momento electoral y, por lo tanto, no es una mera estrategia de campaña. A partir de las distintas perspectivas que definen al clientelismo se lo puede describir como un intercambio de bienes, servicios o promesas entre dos partes con condiciones asimétricas que buscan alcanzar un interés particular, político o económico. Si bien ese intercambio puede basarse en —y reproducir— prácticas autoritarias y hasta ilegales, en muchas ocasiones se involucran sentimientos de afecto desencadenados de la lealtad y el aprecio que surge de la reciprocidad. Historia del estudio sobre clientelismo político Durante la década de los sesenta del siglo xx emergió el estudio sobre patronazgo y clientelismo dentro de las ciencias sociales (Roniger, 1994). En un inicio, la investigación se concentró en analizar el concepto históricamente, verificando los hábitos de conducta clientelares en la premodernidad. Bobbio, Matteuci y Pasquino (1991) remiten los orígenes del clientelismo a los tiempos de Roma y describen cómo las condiciones sociales, económicas y culturales jugaban un papel importante para el surgimiento de una relación jerárquica y de dominación entre el patrón y el cliente. El primero protegía al segundo, lo defendía en caso de juicios, testificaba a favor de él y le asignaba tierra para su cultivo.
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En retribución, el cliente debía obedecerle, defenderlo en armas y ayudarlo incluso financieramente. De ahí que el clientelismo se fue relacionando con las sociedades tradicionales, con el parentesco ritual (Kenny, 1960), con el sufismo, una doctrina mística y sistema de creencias procedente del Islam (Helminski, 2006; Gilsenan, 1977) y con la era feudal (Kettering, 1988). En la época del feudalismo, la relación clientelar se institucionalizó y formalizó hasta llegar al punto de representar prácticamente un contrato oficial (García, 2005). En un contexto moderno, Romero-Maura (1985) estudia el clientelismo durante la España de la Restauración que tomó lugar entre 1876 y 1923, y describe las relaciones clientelares como distintas a las que se establecían tradicionalmente. Argumenta que en este tiempo el sentido de subordinación se redujo y que en su lugar surgieron sentimientos sinceros de amistad, gratitud y respeto. Este tipo de estudios pretendía, por un lado, cuestionar la idea de que el clientelismo es una herramienta exclusiva de dominación y, por el otro, observar qué otro fundamento existía además de la coerción y el poder. La identificación de otros vínculos, como la amistad y la gratitud, abrió el camino para definir el clientelismo como un proceso de intercambio que, aún en la desigualdad, producía beneficios para todas las partes involucradas. Después de la Segunda Guerra Mundial, dos olas de estudios sobre el cp se han producido en la literatura. La primera, influida por la antropología y la sociología, estudió el fenómeno
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con independencia del régimen político en el que se daba y utilizaba técnicas de investigación cualitativa. La obra más relevante de este período fue la compilación realizada por Schmidt, Scott, Landé y Gausti (1977). La segunda ola, basada en la economía, se interesó por el clientelismo en contextos democráticos y ha tratado de presentar formalizaciones sobre el comportamiento de partidos, políticos y ciudadanos/clientes (Stokes, 2009). Entre las publicaciones de mayor impacto de esta segunda etapa se pueden mencionar Piattoni (2001), Schaffer (2007) y Kitschelt y Wilkinson (2007). Posteriormente, durante los años ochenta, el pensamiento marxista identificó al clientelismo como un mecanismo más de explotación y de dominación política (Günes-Ayata, 1994). Notoriamente, un cambio en la manera de observar las relaciones clientelares se avecinó con el proceso de modernización y el interés teórico y práctico en la relación entre clases que caracterizó las ciencias sociales de los años setenta y ochenta. Estos estudios identificaron un debilitamiento de las redes clientelares basadas en interacciones personalistas (Gordin, 2002) y enfatizaron la importancia del principio de reciprocidad como el vínculo que efectiviza el clientelismo en la modernidad. Así, los aspectos sociales y antropológicos de las relaciones clientelares son clave para entender el intercambio, y complementan la dominación y coerción con principios de entendimiento, confianza e incluso amistad.
En el estudio actual del Clientelismo Político Stokes (2009), define incluso subclases del mismo, como el nuevo patronazgo y la compra de votos. Dicho patronazgo se orienta a la oferta de recursos públicos, especialmente a la oferta de puestos de trabajo en entidades de gobierno por parte de titulares (office holders) a cambio de apoyo en elecciones.
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El Clientelismo Político es una forma de monopolio político que atenta contra la competitividad del sistema de partidos, que aletarga el desarrollo económico y que fomenta la mala distribución de recursos, así como la segmentación arbitraria de la sociedad.
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Una tercera ola de estudios sobre el concepto nace en los años noventa y se extiende hasta la actualidad. Aquí surge una clara distinción entre lo que Hopkin (2006) llama el viejo clientelismo y el nuevo clientelismo. Mientras en el viejo clientelismo la relación es básicamente política (inspirada en la dominación) o social (basada en la solidaridad), en el nuevo la evaluación de costos-beneficios, propio de una visión economicista racional, se convierte en la regla. Como en toda relación económica, este tipo de relación clientelar tiene como protagonistas a individuos cuyo interés es maximizar utilidades. Éstos no contemplan ningún tipo de sentimiento de obligación o identificación entre ellos. En este caso la relación es menos estable y no se puede asegurar que se trate de un intercambio continuo o duradero y menos aún que adopte sentidos de afecto como sucedía con las versiones pre-moderna y moderna de clientelismo. En el estudio actual del cp, Stokes (2009) define incluso subclases del mismo, como el nuevo patronazgo y la compra de votos. Dicho patronazgo se orienta a la oferta de recursos públicos, especialmente a la oferta de puestos de trabajo en entidades de gobierno por parte de titulares (office holders) a cambio de apoyo en elecciones. Por otro lado, la compra de voto se refiere a un concepto más delimitado que el clientelismo común, donde el intercambio de bienes se concentra en beneficios directos y protección al cliente que fue selectivamente escogido para emitir un voto a favor de quien le proporcione dichos bienes. Así, para
Stokes, la transformación disciplinaria en la investigación sobre clientelismo se refleja en el reemplazo de la antropología y en menor medida de la sociología por la economía. Esto, sin embargo, no significa que desde estas áreas del conocimiento —además de la ciencia política o la psicología social— no haya aportes sustantivos en la actualidad. Teniendo en cuenta lo anterior, y la idea de que el clientelismo no es un concepto asociado con una sola etapa histórica en particular o con una única corriente normativa (Banck, 1999), es posible reconstruir las etapas de su estudio, aceptando que se trata de un fenómeno altamente dinámico y con significados cambiantes, según el contexto en el que se sitúa: a) etapa premoderna (1960-1979), protagonizada por historiadores interesados en el clientelismo como forma de dominación; b) etapa moderna (19791990), protagonizada por antropólogos y sociólogos interesados en el clientelismo como reciprocidad; c) actualidad (desde 1990), protagonizada por economistas y politólogos para los que el clientelismo tiene que ver con intereses. Líneas de investigación, autores y debate contemporáneo La falta de acuerdo sobre una definición precisa de cp (Stokes, 2009) impide concebir el estudio actual de este fenómeno como un debate propiamente dicho. Sí, en cambio, pueden observarse varias líneas de investigación que tratan de resaltar diferentes perspectivas del clientelismo.
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Dada la relevancia del tema para la ciencia política, hay una línea politológica que estudia en particular el impacto del cp en la democracia en general y en sus instituciones en particular. Brinkerhoff y Goldsmith (2002) ubican al cp en las antípodas de la democracia, en tanto ésta implica la adherencia a transparencia y a mecanismos legales. En el mismo sentido, Whitehead (1992) asocia el clientelismo a una sociedad civil débil, en tanto mecanismo de agregación de intereses —institucionalizados en partidos y, más recientemente, en organizaciones no gubernamentales— están ausentes o subordinados a prácticas patrimonialistas. Para O’Donnell (1996), el cp lleva al nepotismo, es decir, a una tendencia a favorecer, con empleos públicos y favores a costa del estado, a los miembros de la familia de los políticos y/o funcionarios sobre el resto de la ciudadanía. Máiz (2003) ha resaltado, también con el foco en la democracia, que el cp debilita a los partidos políticos en tanto los lazos —materialmente sostenidos— entre aspirantes a cargos públicos y votantes se personalizan y de ese modo se desechan criterios objetivos y universalistas que deberían informar las políticas públicas de los candidatos electos. En otras palabras, el planteo de Máiz, “el intercambio propio del mecanismo clientelar es directo; los electores intercambian con los políticos votos por recursos materiales en lugar del costoso proceso de agregación de intereses y de decantación de ideología programática” (2003, p. 9).
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Stokes (2004 y 2009) ha sido una de las autoras más críticas en el papel del cp en las democracias, por lo que su planteo merece cierto detalle. Hay al menos tres argumentos en que se destacan. El primero (Stokes y Medina, 2002) indica que el cp es una forma de monopolio político que atenta contra la competitividad del sistema de partidos, que aletarga el desarrollo económico y que fomenta la mala distribución de recursos, así como la segmentación arbitraria de la sociedad. La consecuencia de estos efectos es de tal importancia que los autores ubican al cp como un régimen híbrido a mitad de camino entre el autoritarismo y la democracia (2002, p. 18). El segundo argumento (Stokes, 2009) apunta a los cambios que produce el cp en los partidos, pero sobre todo en la relación entre los partidos y el sistema político en términos de control ciudadano. Así, afirma que: El partido puede usar esta información (acerca de quién votó por quién) para recompensar al votante que ha cooperado y castigar al que no lo ha hecho —puede hacer al votante responsable (accountable) por su voto—. Así, en contraste con la clase de rendición de cuentas (accountability) que es celebrada en la teoría democrática, esta es una “rendición de cuentas perversa” (perverse accountability), en la cual los votantes son responsabilizados por sus acciones por los partidos (Stokes, 2009, p. 613; énfasis en el original, traducción de los autores).
El tercer argumento con el que Stokes (2009) contribuye a la lí-
Los análisis de la reciprocidad exceden la visión simplista de que el Clientelismo Político es solamente un mecanismo electoral para conseguir votos. Dado que se basa en relaciones mantenidas a diario, cara-a-cara, y orientadas a resolver problemas puntuales.
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Los efectos de la credibilidad para el Clientelismo Político no pueden ser desestimados. En primer lugar, esa credibilidad es causa de una evaluación positiva que el vínculo clientelar recibe, a menudo, entre los ciudadanos de los sectores más vulnerables de la población, dada la utilidad del intercambio para resolver problemas cotidianos específicos.
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nea politológica se basa en su intento de buscar los fundamentos del cp. Después de una exhaustiva revisión de la literatura, la autora clasifica los estudios en el tema en dos grandes grupos. Por un lado, están los autores que buscan las razones detrás del fenómeno en normas compartidas. Aun cuando se reconoce la disparidad entre los actores sociales participantes y no se duda en usar términos como dominación y explotación (Kitschelt, 2000, p. 849), hay abundante literatura que hace hincapié en la reciprocidad y la capacidad de ingresar en estas relaciones de forma (más o menos) voluntaria. El foco en las relaciones personales, caraa-cara y basadas en una reciprocidad que, no obstante, podría denominarse instrumental (Brinkerhoff y Goldsmith, 2002), ha sido una característica tanto de los primeros estudios en la materia (Scott, 1972) como de algunos de los más recientes (Auyero, 2001), lo cual demuestra una continuidad en el interés de los microprocesos, esto es, los intercambios específicos que configuran el cp. Por otro lado, varios estudios apuntan a resaltar el papel del miedo y la coerción como fundamentos de la relación clientelar. En un análisis clásico se entiende que la entrega de recursos y la hospitalidad “son medios potentes de controlar a los otros, no debido a las deudas que crea, sino a la dependencia del receptor de la continuidad del vínculo. Un flujo continuo de productos (gifts) crea la necesidad y fomenta la dependencia, y la amenaza de su culminación se transforma en un dispositivo disciplinario poderoso” (Kenny, 1960, p. 77). Más de cuatro
décadas después, Brusco, et al. (2004) también utilizaron un análisis orientado al interés basado en el miedo para explicar el comportamiento de partidos, votantes e intermediarios en elecciones en la Argentina. Una línea socio-antropológica también ha complementado estos estudios sobre el cp, cambiando el enfoque (de macro a micro), cambiando la valoración implícita (de negativa a problemática y multifacética) y cambiando la metodología de análisis (de análisis institucionales y económicos a etnografías). El resultado ha sido una proliferación de estudios que ahondan en la naturaleza, dinámica y significación del acto de reciprocidad que es constitutivo de la relación clientelar. Resaltando la confianza (Roniger, 1990), la solidaridad y esperanzas de futuro (Günes-Ayata, 1994), y la reciprocidad (Gouldner, 1977; Auyero, 2000), esta línea ha buscado explicar fenómenos asociados al cp pero relativamente ignorados en la visión macro de la economía y la ciencia política. Auyero, por ejemplo, ha señalado que las, […] relaciones de dominación clientelística existen en la práctica como relaciones que son útiles desde el punto de vista de los clientes para resolver problemas, obtener protección contra los riesgos de la vida cotidiana, y para hacer amistad con quienes “realmente se preocupan”. Para los miembros del círculo cercano a los intermediarios (brokers), éstos no son los políticos inescrupulosos y corruptos de quienes habla la mayoría de los vecinos. Son útiles (helpful), sacrificantes (sacrifi-
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cing) y buena gente (good people) con quienes aquellos que tienen un problema establecen una relación personal a veces descrita como “amistad” pero siempre como valiosa de preservar (Auyero, 2002, s/p. traducción de los autores).
Los análisis de la reciprocidad exceden la visión simplista de que el cp es solamente un mecanismo electoral para conseguir votos. Dado que se basa en relaciones mantenidas a diario, cara-a-cara, y orientadas a resolver problemas puntuales —en ocasiones de gravedad debido a la situación de vulnerabilidad de amplios sectores de la población— la reciprocidad, para la línea socio-antropológica, es una forma “autorregulada de intercambio interpersonal, cuyo mantenimiento depende del retorno que cada actor espera obtener al otorgar bienes y servicios al otro y que termina una vez que la recompensa esperada no se materializa” (Kaufman, 1974, p. 285, traducción de los autores). Los análisis socio-antropológicos han mostrado también la importancia de ciertos valores y normas en la dinámica clientelar. Brinkerhoff y Goldsmith (2002) han resaltado la lealtad que se crea como resultado de un vínculo cotidiano, mientras que Gordin (2002), siguiendo a Powel (1970), ha señalado que “la relación personalizada entre dos partes basada en la confianza, la lealtad y la reciprocidad en el intercambio de bienes y servicios es una condición necesaria para que exista el clientelismo” (2002, p. 514; traducción de los autores). Además de lealtad y confianza, el valor
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más importante que estructura el cp es la credibilidad. Keefer (2002, p.1) ha señalado que “patrones y clientes están vinculados por su habilidad para hacer acuerdos creíbles entre ellos, en relación al intercambio de favores y productos (gifts)”. Esos acuerdos creíbles están basados, según el autor, en la historia de intercambios personales y la interacción, más o menos constante, entre quien promete y quien recibe la promesa. Por ello concluye que “tres características del clientelismo son evidentes: grandes promesas conllevan a grandes obligaciones, las promesas son personalizadas y la credibilidad es mantenida por el intercambio repetido” (Keefer, 2002, p. 5). Los efectos de la credibilidad para el cp no pueden ser desestimados. En primer lugar, esa credibilidad es causa de una evaluación positiva que el vínculo clientelar recibe, a menudo, entre los ciudadanos de los sectores más vulnerables de la población, dada la utilidad del intercambio para resolver problemas cotidianos específicos (Auyero, 2000). En segundo lugar, la credibilidad está asociada a los recursos intangibles que circulan por las redes clientelares. Máiz ha señalado que: Las redes clientelares constituyen, por este motivo, recursos políticos en sentido estricto, de tal modo que a los recursos de primer orden del intercambio (favores, votos, etcétera), han de añadirse otros “recursos de segundo orden” (conexiones y relaciones personales, amistad instrumental, etcétera), que se convierten en canal obligado para la obtención individualizada de beneficios mutuos (2003, p. 12).
Dado que el Clientelismo Político se suele comprender como una distorsión a la competencia interpartidaria debido a la personalización y materialización de vínculos patrón-cliente, la mercadotecnia política parece ignorar su importancia teórica y práctica a la hora de pensar estrategias de campaña.
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La mirada socioantropológica también ha arrojado luz sobre un elemento que ha sido subestimado —cuando no abiertamente ignorado— por las perspectivas politológicas y económicas: la dimensión material del intercambio clientelar.
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En tercer lugar, la credibilidad de la relación clientelar cumple un papel clave en un contexto que se caracteriza por la informalidad y la ilegalidad (Auyero, 1999, p. 298; Brinkerhoff y Goldsmith, 2002; Hallin y Papathanassopoulos, 2002). La institucionalización que caracteriza la democracia liberal y republicana no da lugar, generalmente, a la comprensión de formas alternativas de estabilización de comportamientos sociales y políticos. O’Donnell (1996) se ha referido a este fenómeno como “otra institucionalización”, una que, en lugar de basarse en el respeto a la ley y al Estado de derecho, se sustenta en vínculos informales, cotidianos, creíbles y repetidos. La credibilidad es, para parafrasear a Elster (1989), el cemento del clientelismo y, a la vez, la razón para escoger entre estrategias de vinculación entre partidos y votantes. Keefer y Vlaicu (2008) han mostrado que en estados con baja credibilidad, la atracción política de las redes de patrones-clientes puede favorecer el bienestar, pero en el largo plazo, retrasa el desarrollo político al desestimular el atractivo directo a los votantes que son esenciales para los partidos de masas creíbles. La mirada socio-antropológica también ha arrojado luz sobre un elemento que ha sido subestimado —cuando no abiertamente ignorado— por las perspectivas politológicas y económicas: la dimensión material del intercambio clientelar. Si bien prácticamente todas las definiciones de cp se refieren a los productos (o servicios) que se intercambian entre patrones y clientes, dichos productos rara vez han sido estudiados con deta-
lle. Scott (1972) había ya señalado que para que el cp funcionara, era necesario ofrecer bienes privados, porque los bienes públicos no serían percibidos por el cliente como un favor personal, sino como una política pública (ver también Keefer, 2002). En este sentido, se puede establecer una diferencia entre, por un lado, bienes públicos que se articulan a través de políticas públicas generales y, por el otro, bienes privados que (re)producen relaciones personales entre patrones y clientes políticos. Así, por ejemplo, entregar un refrigerador o muebles para una casa es preferible a colocar postes de luz en una calle, ya que éstos serán percibidos como bienes para toda la comunidad y no como una contraprestación al voto (apoyo) emitido. Auyero también le ha prestado atención a los productos intercambiados en la relación clientelar y ha afirmado que: El tipo de bien que se distribuye importa. Recursos vitales distribuidos diaria o semanalmente (tales como comida o medicamentos) y favores especiales que requieren mayores habilidades o esfuerzos para ser realizados (tales como trabajos públicos) tienden a generar un diferente tipo de relación entre los intermediarios (brokers) y los clientes prospectivos que los bienes generales (1999, p. 323).
Este foco en lo material ha llevado a Brinkerhoff y Goldsmith (2002, p. 2) a caracterizar el cp como lazos fundados en ventajas materiales mutuas. En el mismo sentido, Hopkin afirma que “estas relaciones incluyen a patrones que proveen a clientes con
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acceso a los medios básicos de subsistencia y los clientes retornan con una combinación de bienes económicos y servicios y actos sociales de reconocimiento y lealtad” (Mason, 1986, p. 489, apud. Hopkin, 2006, p. 2). Máiz considera al cp como un tipo ideal caracterizado por “el intercambio de favores, de beneficios materiales, por votos al político o partido que los suministra” (2003, p. 7). Así, aunque el eje parece estar en lo material y sus consecuencias, es necesaria más investigación todavía sobre la conexión entre el tipo de productos entregados y el tipo de relación que se produce entre patrones y clientes. Clientelismo político y comunicación La relación entre cp y comunicación no ha sido tan explorada como su impacto social, político, económico y antropológico. Hallin y Papathanassopoulos (2002) han estudiado el impacto del cp en los sistemas mediáticos del sur de Europa (Grecia, Italia, España y Portugal) y de América Latina (Brasil, Colombia y México). En esa obra, los autores analizan los sistemas mediáticos a partir de cinco variables: a) nivel de circulación de periódicos, b) tradición de periodismo apologético (advocacy journalism) que generalmente posiciona a los periodistas y los medios en algún punto del espectro político, c) control privado de los medios, d) politización de los medios públicos y regulación de la difusión, y e) desarrollo limitado del periodismo como profesión autóno-
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ma. A partir de allí, y de comprender el cp como un desvío de la democracia en el que el acceso a los recursos sociales es controlado por patrones y entregados a los clientes a cambio de reconocimiento y apoyo (2002, pp. 184-185), los autores concluyen que este fenómeno altera la dinámica periodística. Las razones son que el cp (a) instrumentaliza las noticias en función de los intereses de las autoridades de los medios, (b) compromete la autonomía de la profesión, (c) socava la autoridad racional legal que garantiza la libertad periodística y la libertad de empresa de los propietarios de medios, (d) considera que la información es un recurso privado, (e) invita a los medios a apoyar abiertamente a los políticos y funcionarios, (f ) quiebra la solidaridad entre periodistas y (g) reproduce un periodismo apologético. Aunque el efecto del cp en resultados electorales ha sido estudiado (Szwarcberg, 2011; Vicente y Wantchekon, 2009; Roniger y Günes-Ayata, 1994), su influencia en la mercadotecnia política no ha recibido la misma atención (excepciones son Wang y Kurzman, 2007 y Rigger, 1999). Dado que el cp se suele comprender como una distorsión a la competencia interpartidaria debido a la personalización y materialización de vínculos patróncliente, la mercadotecnia política parece ignorar su importancia teórica y práctica a la hora de pensar estrategias de campaña. Esto se debe, por lo menos, a tres razones. La primera es la preponderancia de la comunicación textual y visual. Los expertos en mercadotecnia política concen-
Los expertos en mercadotecnia política concentran sus análisis y recomendaciones prácticas en el manejo de las palabras e imágenes que los candidatos utilizan y proyectan.
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Esta situación de desarticulación entre la “campaña” y el Clientelismo Político es una situación a estudiar y, en última instancia, a contemplar seriamente en contextos como el latinoamericano, .
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tran sus análisis y recomendaciones prácticas en el manejo de las palabras e imágenes que los candidatos utilizan y proyectan. La segunda razón es que el tema en sí parece un tabú dentro de la política democrática. Hacer referencia siquiera al uso de objetos materiales para intercambios específicos que se traduzcan en votos está prácticamente prohibido en el juego público de la mercadotecnia política. Esto se puede deber a la tercera razón: las estrategias de intercambio funcionan en forma paralela a la mercadotecnia y son reguladas por los partidos más que por los candidatos. Debido a su naturaleza cotidiana y cara-a-cara, el cp es consecuencia de muchísimas prácticas —varias de ellas desconectadas entre sí— que tejen un entramado de relaciones sociales que fungen de arena en la cual la campaña tendrá lugar. Si esta arena, además, se caracteriza por desigualdad y pobreza generalizadas, el cp se vuelve particularmente importante (Weitz-Shapiro, 2011). Esta situación de desarticulación entre la “campaña” y el cp es una situación a estudiar y, en última instancia, a contemplar seriamente en contextos como el latinoamericano,
donde las prácticas clientelares son constitutivas de la política y la percepción que la ciudadanía tiene de ésta. El estudio de este fenómeno debería responder a preguntas clave como ¿de qué manera las campañas responden a —e influyen en— las prácticas clientelares de los partidos?, ¿puede existir una comunicación material (con reglas quizás diferentes) que complemente la textual/visual que es el eje de las campañas en democracia?, ¿qué impacto tiene en votantes indecisos la coexistencia de prácticas clientelares y mensajes electorales anti-clientelares?, ¿qué redes son más efectivas para difundir el mensaje de un candidato, las que se arman alrededor de los caciques —con la reproducción implícita del cp— o las que se constituyen alrededor de formadores de opinión independientes? Ahondar en esta interrelación entre cp y campañas podría ser el aporte de una mercadotecnia política latinoamericana, una escuela que termine de discutir ambos fenómenos desde las teorías, metodologías y presupuestos originados en Estados Unidos y Europa Occidental y haga propuestas originales, rigurosas y comprometidas con su propio entorno social y político.
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Leandro Rodríguez Medina y Adriana Aliaga Larrazábal
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6 Comunicación Gubernamental Palabras clave Gobierno, Comunicación, Rutinas de la comunicación gubernamental, Modos de comunicación gubernamental, Riesgos de gobierno. Definición La Comunicación Gubernamental (en adelante cg) alude a la capacidad de un gobierno de generar apoyos a sus decisiones, informando sobre ellas en un lenguaje claro y persuasivo. Como tal, para lograr estabilidad, la cg necesita un marco teórico de fuerte utilidad aplicativa que dé cuenta de una condición de governmentality (“gubernamentalidad”), entendida como el aporte de técnicas y estrategias para los gobiernos, así como de procedimientos, análisis, reflexiones y cálculos que permiten ejercer en las mejores condiciones posibles el poder gubernamental. Es decir, por gubernamentalidad se entiende las acciones que derivan en nodos transversales que, a modo de recomendación, permeen todas las dimensiones de un gobierno, con el objeto de obtener capacidad institucional y condiciones de gobernabilidad que doten de consenso a las gestiones. La mayor parte de la producción intelectual sobre comuni-
cación política parte de investigaciones, ensayos o referencias que tienen a la comunicación y el comportamiento político electoral como sus guías, asociando sin traslación, o extrapolando irresponsablemente, tópicos, postulados y/o resultados, a la gestión de la cg. Por eso, la gubernamentalidad permite reducir las tensiones irresolubles entre las demandas de la ciudadanía y la posibilidad de respuesta de los gobiernos, al menos desde lo que la comunicación política puede aportar en beneficio de la gestión y, aún más, de los ciudadanos. En virtud de ello, se debe pensar, investigar y ejecutar a la cg como un ejercicio particular de comunicación; es decir, con sus propias características. Cuando se piensa en un sistema político exitoso, se piensa idealmente en uno que resulta de dar cumplimiento a dos funciones de marcada centralidad:
La Comunicación Gubernamental alude a la capacidad de un gobierno de generar apoyos a sus decisiones, informando sobre ellas en un lenguaje claro y persuasivo.
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De ahí que la Comunicación Gubernamental tiene como objetivo generar consenso. Si la Comunicación Gubernamental no actúa bien no hay consenso y si no hay consenso, no hay buena gestión.
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a) La asignación de valores en una sociedad dada. b) El intento de conseguir que la mayoría acepte esa asignación valorativa durante el mayor tiempo posible (Easton, 1979). Ello fundamenta que la racionalización y la justificación que permiten legitimar las acciones de gobierno son un instrumento insustituible, no exento de fuertes controversias, sin el cual el ejercicio del poder podría verse seriamente entorpecido y deslegitimado. De ahí que la cg tiene como objetivo generar consenso. Si la cg no actúa bien no hay consenso y si no hay consenso, no hay buena gestión (Riorda, 2008, p. 27). Aunque no es imposible definir lo que es consenso, es dificultoso llegar a un análisis empírico de sus características, debido a la vaguedad, nivel de abstracción y ambigüedad de creencias efectivas sobre las que éste se basa. Sabiendo que el consenso es una condición determinada del sistema de creencias de una sociedad, existe cuando entre los miembros de una unidad social dada hay acuerdo, acerca de principios, valores, normas y también respecto de la deseabilidad de ciertos objetivos de la comunidad y de los medios aptos para lograrlos (Sani, 1998, p. 315). Si bien podría diferenciarse el consenso relativo a las reglas fundamentales que dirigen el funcionamiento del sistema (rules of the game) del consenso que tiene por objeto ciertos fines o instrumentos particulares
(Sani, 1998, pp. 315-316). Y a pesar de que pueda sostenerse que el primer tipo de consenso es más importante para la supervivencia del sistema político, muchas veces el segundo se convierte en un elemento de acuerdo, ante la inestabilidad (o imposibilidad) del primero. Ello cobra mucho más fuerza aún, al sostener que el consenso es menos visible en la superficie que el nivel de disensión, el que causa mayores niveles de “noticiabilidad”. Así, de una manera casuística, debe entenderse el consenso como contrafuerza frente a las potencialidades de división de intereses y creencias divergentes, y adaptado a cada circunstancia, tiempo y lugar. Entonces, sólo importa aquí entender el consenso como ausencia de disensos inestabilizadores, que aun existiendo sólo para principios generales, sea concebido como un elemento que, a pesar de las tensiones, dote de adaptabilidad y de una considerable resistencia al sistema político. Es decir que el consenso debe contribuir con las funciones de sostén del orden público: con la disminución de las probabilidades del uso de la violencia en la resolución de los desacuerdos; con el aumento de la cooperación no impulsada por el miedo al poder coercitivo del más fuerte; debe contribuir a limitar la intensidad emocional que se expresa en discrepancias y rigideces de la adhesión a los objetivos acerca de los cuales hay desacuerdo; debe impulsar la creación de una actitud favorable a la aceptación de medios pacíficos entre los que tienen cierto sentido de afinidad o identidad mutuas (Shils, 1977, pp. 48-51).
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El consenso es entonces, la búsqueda de acuerdos políticamente operantes centrados en la idea de que, si bien puede haber (y de hecho probablemente siempre existan) grupos en los márgenes del consenso, o bien fuera de éste, las políticas de un gobierno deben ser aceptadas socialmente por la mayor cantidad de personas. Definido el consenso, se define entonces la tarea, esencialmente como acción directa, de la cg, pero estando claro que la generación de consenso para un gobierno no es una empresa sencilla (Riorda 2006; Elizalde, 2006; Fernández Pedemonte, 2006), no está muy claro con qué instrumental argumental cuenta un gobernante para estimular estratégicamente la cg, en especial, la comunicación que haga posible el acompañar y mejorar la eficacia de la gestión del Estado, es decir, el poder proyectar, desarrollar y hacer de modo eficaz y sistemático cierta cantidad de políticas públicas en las mejores condiciones posibles (Elizalde, 2006, p. 146). Supuestos básicos de comprensión de la comunicación gubernamental Son cuatro los supuestos básicos e irrenunciables para hacer posible una comprensión de la cg de modo pleno: 1) Consustancialidad de la política y la comunicación. El estudio de los gobiernos es el estudio de lo que los gobiernos hacen, y hay cada vez más ignorancia sobre ciertas herramientas de los modernos gobiernos, como la comunicación y la importancia que ésta tiene (Rose,
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2000, p. 19). Por ello es necesario afirmar que el marco conceptual de abordaje del presente presupone la consustancialidad de la política y la comunicación. Dicha afirmación entiende que política y comunicación están afectadas en buena parte de las actividades políticas, por lo que la comunicación puede considerarse un aspecto de la política y no una actividad de esta. La comunicación no ha digerido a la política, pues es más bien la política la que en la actualidad se representa en un estilo comunicacional (Wolton, 1995, p. 35). Pero no todas las transacciones políticas son reducibles a términos y categorías de comunicación, aunque muchas de ellas no llegarían a buen puerto sin el recurso de la comunicación. Por ello la comunicación política no es la política, pero la política —o parte considerable de ella— es, o se produce, en la comunicación política (Del Rey, 1996). La política es un proceso de respuestas a problemas públicos que se hace presente en la comunicación (Hahn, 2003, p. 2). 2) Políticas de acceso a la información. Muchas recomendaciones son acciones de gestión pública propiamente dicha, imbricada con acciones de comunicación política, por lo que es impensable sostenerlas sin la existencia paralela de políticas de acceso a la información. Se pretende enfatizar que todo lo que se proponga como cg tiene un correlato paralelo de información, como garantía irrenunciable de veracidad a través de datos fidedignos de ma-
El consenso debe contribuir con las funciones de sostén del orden público: con la disminución de las probabilidades del uso de la violencia en la resolución de los desacuerdos; con el aumento de la cooperación no impulsada por el miedo al poder coercitivo del más fuerte.
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El estudio de los gobiernos es el estudio de lo que los gobiernos hacen, y hay cada vez más ignorancia sobre ciertas herramientas de los modernos gobiernos, como la comunicación y la importancia que esta tiene.
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nera paralela a la comunicación del gobierno, que en su ejercicio mayoritario transcurre a través de la publicidad de gobierno o en declaraciones de los propios gobernantes, y sin las cuales carecería del más mínimo sentido democrático su aplicación.
En esencia, se trata de afirmar la idea resumida en la intención de colaborar con los ciudadanos que votan o evalúan una gestión en particular, muchas veces sin capacidad informativa que garantice un mínimo de veracidad en el conocimiento de los aspectos del desenvolvimiento de la gestión de un gobierno (Riorda, 2004c, p. 132). Pero como el ejercicio de lo retórico, en donde se apoya la comunicación, no tiene exigencia de verdad, sino de verosimilitud, como algo que está en el camino o en cercanías de la verdad (López Eire, 1998, p. 31), este supuesto cobra más fuerza aún. Manin sostiene una doble premisa: por un lado, un ciudadano nunca conocerá todo lo que los gobernantes hacen, y tal vez no lo querría, pero ello no implica que la información deba depender de lo que aquellos quieran que se conozca (Manin, 1988). Como se verá, este primer supuesto será la cláusula de salvaguarda democrática más importante en todo el planteo posterior. 3) Diálogo entre la ética y el pragmatismo. La dimensión valorativa o ético-normativa es, obviamente, responsabilidad del lector, del político o del ciudadano que juzga. Sólo que la toma de posiciones por parte del autor, en cuestiones que impactan o generan polémicas, o
bien la ausencia de señalamientos que desde el sentido común o desde concepciones avaladas socialmente se aceptan como mayoritariamente indiscutibles, se debe a la percepción de que la inexistencia del diálogo en las esferas de la ética y del pragmatismo puede derivar en peligrosos voluntarismos cargados de buenas intenciones. Estos voluntarismos, a su vez, pueden degenerar en dañinas espirales de agravamientos en la rueda de las soluciones esperadas. 4) Atención a las demandas de la ciudadanía. Dado el desarrollo de un sistema omniabarcante de medios de comunicación en las democracias, un gobierno puede atender más o menos a las demandas de la ciudadanía pero no obviarlas. Rutinas de la comunicación gubernamental Las “Rutinas de la cg” (en adelante rcg), están conformadas por cuatro tipo de acciones comunicacionales (ver más adelante) que los gobiernos utilizan habitualmente. Es preciso advertir que la racionalización y justificación que permitan legitimar las acciones de gobierno son un instrumento insustituible, no exento de fuertes controversias, sin el cual el ejercicio del poder en tanto gobierno podría verse seriamente entorpecido (Riorda, 2006, p. 18). Es por ello que aquí se transmite una visión sistémica sobre los efectos del uso de esas prácticas, y deja abierta la posibilidad de estable-
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cer recomendaciones para la acción en aras de aportar a la construcción del consenso de un gobierno. Se intenta que dichas recomendaciones puedan contener los abusos sistémicos y contribuyan democráticamente en las comunicaciones públicas de formación de normas, valores, temas, aportaciones y argumentos que floten en la comunicación política (Habermas, 1999, pp. 16-32). El enfoque es eminentemente institucionalista y no abandona consideraciones académicas profundas, así como el aprendizaje necesario recolectado desde la más pura praxis, por lo que pretende que las ideas de gestión sean diseminadas, compartidas y asumidas como hábitos perdurables en las organizaciones públicas y con una perspectiva dual: 1) enfatizando el abordaje de cuestiones prácticas en la comunicación del sector público; y 2) tratando de comprender lógicas de organización de la comunicación que puedan contribuir al diseño de mensajes amigables en el ambiente en donde la organización desarrolla su actividad (Graber, 2003, p. xii), siempre con la pretenciosa ambición de modelar dicha práctica. Las rcg están conformadas por dos categorías de acciones recomendables y deseables: las acciones de comunicación del gobierno como entidad y las acciones de comunicación de las políticas de un gobierno. Además, las rcg incorporan dos cuñas transversales a las categorías: una con acciones no recomendables ni deseables (aunque éstas constituyan prácticas regulares en el común de los
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gobiernos) más allá de algunas excepciones que las justifican y se podrían recomendar en determinadas situaciones, y otra de acciones recomendables y deseables siempre: la Cuña de desvíos de la comunicación y la Cuña de acceso a la información. Las acciones de comunicación del gobierno como entidad se pueden clasificar en cuatro tipos distintos: 1) Comunicación del gobierno como un todo, o mito de gobierno. Un gobierno es la suma de políticas públicas y debe apuntar a que un ciudadano pueda juzgar al gobierno en general y no a una política en particular. Un gobierno debe gobernar con políticas públicas, las que no están aisladas. Puede ser que una política funcione bien y que tenga impacto social, pero si la gente tiene una mala predisposición para el gobierno en general, quiere decir que se está haciendo una política bien y, tal vez, otra mal, afectando al consenso del gobierno. La comunicación política debe apuntar a sostener al gobierno a través de un proyecto general de gobierno. Éste necesita dar cuenta del norte estratégico, del rumbo de la política general del gobierno que permita a los ciudadanos vislumbrar el futuro deseado, a la vez que comprender los temas clave que están en un horizonte creíble y puedan convertirse en mito de gobierno, como conjunto de buenas razones para creer. Se insiste en que la comunicación aquí no es un vacío, ni una mera burbuja demagógica, sino que comunicar es, en parte, fundar la realidad
Un ciudadano nunca conocerá todo lo que los gobernantes hacen, y tal vez no lo querría, pero ello no implica que la información deba depender de lo que aquellos quieran que se conozca.
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La racionalización y justificación que permitan legitimar las acciones de gobierno son un instrumento insustituible, no exento de fuertes controversias, sin el cual el ejercicio del poder en tanto gobierno podría verse seriamente entorpecido.
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tal cual es, haciéndola propia, modificándola. El trabajo del gobierno consiste entonces en conseguir que su mensaje se perciba como realidad, y su estrategia, la elección de las palabras con las que argumenta para su defensa y su causa. Pero todo gobierno, a la hora de comunicar, debe tener un proyecto general de gobierno, vale decir un modelo de itinerario socialmente aceptado, o por lo menos, debe encargarse de instalarlo para evitar caer en el cortoplacismo y salir así de la trampa de la inmediatez, de las demandas impostergables (normalmente de muy difícil y lenta solución). La expresión más funcional y que trasciende y supera al proyecto general de gobierno es el mito. El mito, en tanto elemento útil como construcción de sentido, tal vez pueda ser entendido en la breve definición de Girardet (1999, p. 11) como “un sistema de creencias coherente y completo”. El mito permite una propaganda de integración (Rose, 2000, p. 27) y se forma tanto de la imagen —como una percepción social— como de la identidad: lo que se es en tanto organización, con su gente, con sus cosas. Y aunque puedan no coincidir en algún momento, a la larga, dichos conceptos se van unificando, y la imagen tiende a reflejar lo que verdaderamente se es (Wheeler, 1994, pp. 15-16). El mito político es parte constitutiva de la comunicación política de un gobernante, y es dable imaginar también que una vez lanzado a lo público, toma vida y existe “in-
dependientemente de sus eventuales usuarios; se les impone mucho más de lo que ellos contribuyen a su elaboración”. Dejan de ser meras amplificaciones distorsionadas de la realidad, sino que guardan relación más o menos directa con el sustrato fáctico, aunque de manera cualitativa muestren una verdadera mutación que desconoce la cronología y relativiza las situaciones y acontecimientos (Girardet, 1999, pp. 49-50). Por ello, es una herramienta de comunicación simbólica que debe ser de uso regular y constante en la construcción de sentido social y político para que se constituya en fuente generadora de consensos. Pero más allá de lo dicho y del alcance persuasivo, el campo de la argumentación no es ilimitado, sino que se circunscribe a los ámbitos de lo verosímil, lo plausible y lo probable. Y en el último caso, sólo en la medida en que eso se considera probable escapa a la certeza del cálculo. Por lo que se deduce que el único requisito para que un mito se constituya como tal, ya sea en acuerdos tácitos o en posturas explícitas y escritas, es la brevedad, puesto que no constituye un compendio exacto de todas las políticas públicas y valores que lo sustentan. Todo el desarrollo comunicacional denominado “imágenes de marca” (brand state), que utilizan los Estados en todos sus niveles y que son motivados por los gobiernos, son ejemplos de mitos cristalizados en fórmulas comunicacionales simplificadoras que dan cuenta de la brevedad aludida.
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2) Comunicación por segmentos o áreas. Hay que tener en cuenta que si a la parte le va bien, las posibilidades de que al todo le vaya bien no están tan claras. Por ello es necesario evitar el egocentrismo que genera una comunicación anclada en las partes que forman un gobierno y que pueden hacer perder de vista la imagen general de aquél. Esto no quiere decir que no puedan comunicarse hechos o acciones del área, pero siempre con la firma —logo— del gobierno central. Salvo en algunas excepciones, no es recomendable que la argumentación de la comunicación quede sujeta a una de las áreas en desmedro del todo y presa del fenómeno de feudalización de las organizaciones públicas; los riesgos que ello conlleva pueden generar una espiral de internismo y competencia comunicacional desmedida. 3) Comunicación de programas o proyectos. La metonimia implica una sucesión y expresa la causa por el efecto (las obras nos definen como gestión en lugar del trabajo realizado en obras públicas); el autor por la obra, la parte por el todo. La metonimia ofrece una reducción de la idea del todo (Rose, 2000. p. 9). Muchos de los programas o proyectos pueden representar las “periferias concéntricas” o los “núcleos protectores” marcados por su mayor dinamismo y flexibilidad, constituidos por programas y actos administrativos
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(Majone, 1997, pp. 191-200), pero además pueden convertirse en verdaderos símbolos de una gestión, como el programa “Hambre Cero” del gobierno de Luis Inacio “Lula” da Silva en Brasil, y es en ese sentido donde la comunicación de gobierno, siempre orientada a dar vida al mito de gobierno, adquiere sentido de ser comunicada insistentemente. De lo contrario, los programas o proyectos pueden generar una fuerte dispersión comunicacional, aunque más allá de eso se reconoce que en determinadas circunstancias, especialmente cuando los programas son financiados por entidades gubernamentales superiores, es necesario hacer foco comunicacional en ellos porque legalmente así se exige desde la entidad financiadora. 4) Dimensión informativa y pedagógica de la comunicación. La dimensión informativa y pedagógica de la cg refiere a la comunicación necesaria para que el goce de los servicios o beneficios que un gobierno realiza pueda llegar efectivamente a concretarse. Informar sobre condiciones para determinadas políticas públicas, las fechas de vencimiento de los impuestos, requisitos para retirar un subsidio, especificaciones para la recolección de residuos, asesoramiento para vacunación infantil, etcétera, son sólo ejemplos de la infinita variedad de acciones comunicativas de esta dimensión. El estilo informativo entiende la “información como cosa” en el sentido de que la información
Puede ser que una política funcione bien y que tenga impacto social, pero si la gente tiene una mala predisposición para el gobierno en general, quiere decir que se está haciendo una política bien y, tal vez, otra mal, afectando al consenso del gobierno.
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La dimensión informativa y pedagógica de la Comunicación Gubernamental refiere a la comunicación necesaria para que el goce de los servicios o beneficios que un gobierno realiza pueda llegar efectivamente a concretarse.
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puede descargarse en la cabeza de los individuos y que corresponde directamente a la realidad, independientemente del observador. En esta concepción hay un mundo ya dado que también es independiente de nosotros (Rakow, 1989, p. 165). Se podría sostener entonces que este argumento legitima el uso de la comunicación. Pero en la publicidad gubernamental, uno de los más razonables argumentos de su uso es que la cg representa una tendencia de democratización, pues a todos les llegan los asuntos que les conciernen (Rose, 2000, p. 209). Es obvio que desde posiciones críticas se sostiene exactamente lo contrario, es decir, que se asiste a una pasividad de la ciudadanía. Se afirma que, al valorizar la cg informativa, se ve al ciudadano como responsable de su destino, como una comunicación que se incorpora a una comunicación cívica; en tanto que una comunicación centrada en lo persuasivo, entiende al Estado como “maestro de ceremonias” y se invierte la responsabilidad: es el Estado el responsable de los ciudadanos en detrimento de la libertad de aquellos (Lavigne, 1998, pp. 258-260). Acciones de comunicación de las políticas de un gobierno Las acciones de comunicación de las políticas de un gobierno se pueden clasificar en seis tipos distintos, que se describen a continuación. 1) Comunicación por valores. El lenguaje es una llave creadora de mundos sociales en la experiencia
de la gente y no una herramienta para describir objetivos de la realidad (Edelman, 1991). Por eso los valores constituyen un verdadero mundo social de comportamientos selectivos, con límites amplios o estrictos, nunca arbitrarios, y con justificaciones que deben realizarse para cada caso en particular, como verdaderas concepciones de lo deseable que sirven de criterio para la selección de la acción (Williams, 1977, pp. 607-608). Los valores tienen una lógica inclusiva, es decir que la atracción o repulsión hacia ellos en una sociedad es mayoritaria, ampliamente compartida en una cultura. Son normalmente tan amplios en su aceptación, que desde ellos se produce la toma de posición sobre un hecho o sobre una persona (Martín Salgado, 2002, pp. 206-208). Además, los valores son generadores de consenso y actúan preferentemente sobre aspectos emocionales y colaboran de manera notable para la construcción o fundamentación de la visión o mito de gobierno. Indefectiblemente, son el corazón de los mensajes persuasivos (Pollay, 1989, pp. 193-194). Son necesariamente emotivos y apelan a la generación de identidad, aun presentándose con altos niveles de abstracción. Lo que permite un sistema político exitoso es aquello que resulta de dar cumplimiento a dos funciones de marcada centralidad: la primera tiene que ver con la tarea de asignación de valores en una sociedad dada; la segunda, con el intento
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de conseguir que la mayoría de dicha sociedad acepte esa asignación valorativa la mayor cantidad del tiempo posible (Easton, 1979). La configuración de valores más o menos coherentes con lo que se ha llamado mito, indica una preferencia operacional vinculada con otras preferencias y también con importantes memorias y pautas de reacción emocional en los individuos que los sostienen. Es imposible comprender la función de un valor aislado, salvo en función del conjunto de valores que forman un todo pertinente. Para ello, es importante, desde la cg, no confundir las imágenes de los valores con los valores mismos, es decir no confundir lo que la gente dice que prefiere, con lo que efectivamente prefiere en los hechos. La otra confusión que debe evitarse es la de caer en la falacia mecanicista, en la que el comportamiento de un sistema puede pronosticarse con base en el comportamiento o la pauta de valores de algunas de sus partes (Deutsch, 1993, p. 203). Estos caminos de confusión son una advertencia de que los mitos, como un sistema de valores, no pueden imponerse fácilmente por el predominio de una parte por sobre el todo. Del mismo modo, tampoco la idealización de las aspiraciones es la única guía para sostenerlo o desarrollarlo. 2) Comunicación de apelaciones conmemorativas. Las campañas comunicacionales de bien público o las campañas basadas en fuertes símbolos de patriotismo o sentimientos nacionalistas generan mucho menos rechazo, y este tipo
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de publicidades suelen verse como no políticas (Rose, 2000, p. 148). Básicamente buscan identificación o la apelación a los regionalismos, localismos o particularismos. Son motores que dan dinamismo a la idea de comunidad y que ayudan a cimentar un proyecto común. Las conmemoraciones pueden asumir la forma del rescate de efemérides y fiestas. Generan lazos y espacios simbólicos de integración. Parten de una exigencia social que hace posible ritualizar relaciones sociales diversas y posibilitan mayor densidad afectiva. 3) Comunicación basada en el humor. Este tipo de comunicaciones son útiles aunque su utilización depende del nivel de aprobación que tiene un gobierno, pues el uso de este recurso comunicacional en un gobierno con bajo nivel de apoyo o en situación de escaso nivel de consenso puede verse como una provocación. No obstante ello, si el gobierno registra altos niveles de consenso, el humor puede aumentar más, o al menos sostener el nivel de apoyo obtenido. Es importante afirmar que el nivel de humor debe ser simple y elemental, no refinado, y las claves del humor deben ser fácilmente interpretables (León, 1993, pp. 65-67). Los mensajes centrados en el humor tienen una eficacia limitada e influye mucho la credibilidad de la fuente emisora. Su riesgo es que el gag humorístico oculte el verdadero mensaje a transmitir y no produzca recorda-
Es importante, desde la Comunicación Gubernamental, no confundir las imágenes de los valores con los valores mismos, es decir no confundir lo que la gente dice que prefiere, con lo que efectivamente prefiere en los hechos.
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La comunicación basada en el temor depende exclusivamente de la credibilidad del gobierno. Muchas veces, lejos de tener un efecto activador, puede registrar un efecto inhibidor..
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ción de la fuente emisora, afectando negativamente la comprensión del mensaje. Es decir, que se recuerde el chiste pero no quién lo dijo. El uso del humor negro depende del nivel de modernización y liberalización de la sociedad receptora. Es importante tener en cuenta lo que se denomina temperamentos nacionales (León, 1993, p. 65). Puede producir un efecto boomerang fuerte y volverse en contra. Algunos de los usos del humor negro están registrados en campañas de tipo preventivas para hacer digerible argumentos o efectos que causan molestias o desagrados. 4) Comunicación negativa y basada en el temor. Los tipos negativos no se recomiendan en la comunicación editada, es decir vía spots —preferentemente—, salvo mínimas excepciones. En cambio, toda la negatividad que se desee transmitir desde un gobierno debe ser realizada por la propia discursividad de los funcionarios. La comunicación basada en el temor depende exclusivamente de la credibilidad del gobierno. Muchas veces, lejos de tener un efecto activador, puede registrar un efecto inhibidor. No obstante, se torna más persuasiva cuando juega con la pérdida de algo que el ciudadano ya tiene, o con la amenaza futura (León, 1993, pp. 61-64). Su efectividad es alta cuando el miedo es experiencial o ha sido vivido. Muchas veces la posible sanción de una comunicación centrada en el temor que proclama un gobierno para con el ciudadano,
es promovida por el temor que no se conoce, por un tipo de temor futuro que hoy no existe. Pero el temor genera acostumbramiento o por lo menos se rutiniza, por lo que estas acciones comunicacionales tienen límites temporales evidentes. Normalmente son las campañas preventivas o las comunicaciones de acciones públicas las que se basan en este tipo comunicacional. Sin perjuicio de que la mayoría de estas acciones caen dentro del Perímetro de Ciudadanía, algunas prácticas exacerbadas pueden romper el límite y no ser recomendables, especialmente cuando dañan la legitimidad del sistema político —en el mediano y largo plazos—, además de que al utilizar la emotividad, ésta pueda confundirse con la falsedad, pudiendo nublar claramente el raciocinio de los ciudadanos. 5) Comunicación agradable, amigable o de estilos de vida. Su idea es acercar gobernante y gobernado, y su estilo, muchas veces informal y con buen ritmo —musical y de imágenes—, lleva el intento de desacralizar la acción comunicativa oficial. Este tipo de comunicación (lifestyle ads) está relacionada íntimamente con la calidad de vida y los valores asociados a ella (Rose, 2000, p. 25). Muchas de estas comunicaciones se ofrecen vía la comunicación de testimonios: apelan a las historias o relatos de vida cotidiana. El mecanismo consiste en transformar las experiencias de vida privada para ser más conciso y directo, mostradas para que se transformen en experiencias públicas o bien en
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experiencias que contribuyan a mostrar una idea de la realidad pública (Rose, 2000, p. 27). La biografía se convierte, aun en relatos mínimos o de desconocidos, en acontecimientos políticos que refuerzan la idea de la acción individual como crucial para entender que los efectos de la política siempre recaen en la gente. Muchas de estas comunicaciones están basadas en la acción, son activadoras y de mucha intensidad, pero denotan en su retórica que se está tomando la opción correcta en tanto la acción no se discute, se ejecuta. 6) Comunicación inventarial contable o centrada en hechos. Es claro que este tipo corresponde a la evidencia empíricamente verificable. La evidencia puede tomar la forma de hechos, tales como números, tablas, gráficos, apelando a la autoridad de otros, etcétera (Rose, 2000, p. 23). Muchas veces se crea un puente entre la evidencia y la afirmación proclamada, los cambios pretendidos, por lo que los datos no alcanzan para sostener dicha evidencia. Desde concepciones administrativistas, este tipo de comunicación se suele denominar de dos maneras: “realismo fáctico concreto”, o bien “comunicación de tipo inventarial contable”. La primera denominación hace alusión a una postura ortodoxa que propone el uso del lenguaje de manera literal y con modos argumentativos barrocos, a manera de
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historias de modo enciclopédico, repletas de perogrulladas (Hood y Jackson, 1997, pp. 294-296). La segunda denominación hace alusión a la idea de asentar o “contabilizar” los logros del gobierno en la mente de los ciudadanos, aunque suele requerir que antes de la significación del hecho éste haya aparecido como noticia para permitir un nivel de conocimiento o goce, si es que se trata de una obra o servicio, que permita una instalación superior en la opinión pública (Noguera, 2002, pp. 94-95). Existe una idea de rendición de cuentas como motivador de los apoyos. A su vez las rcg incorporan dos cuñas transversales a las categorías: a) Cuña de desvíos de la comunicación. La cuña de desvíos de la comunicación son acciones transversales, muy común a los gobiernos, que tienen dos tipos no recomendables ni deseables —aunque constituyan prácticas regulares en el común de los gobiernos— y tres prácticas que, en determinadas circunstancias o excepciones, pueden justificarse o recomendarse: Egocéntricos, no inclusivos. Los mensajes egocéntricos son los cargados de abuso de centralidad gubernamental, no inclusivos para la ciudadanía, útil sólo para los gestores, deformados en la contextualización, con un exacerbado egocentrismo que los motiva. En el intento de construir consenso, lo hacen a costa de generar una ciudadanía explícitamente pasiva.
En esencia, se trata de afirmar la idea resumida en la intención de colaborar con los ciudadanos que votan o evalúan una gestión en particular, muchas veces sin capacidad informativa que garantice un mínimo de veracidad en el conocimiento de los aspectos del desenvolvimiento de la gestión de un gobierno.
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Los gobiernos que comunican temas fundamentales con bajo o alto apoyo, padecen un peligro latente de no poder satisfacer expectativas mayores o menores que la ciudadanía considera urgentes en el corto plazo más estricto.
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Nominales. Los mensajes de tipo nominal son aquellos que confunden, se superponen y se apropian del mensaje de gestión, haciéndolo coincidir con su propio mensaje personal y/o nominal. También se encuentran fuera del “perímetro de ciudadanía”. Van desde la muletilla clásica de los gobernantes de ponerle su propio nombre a las gestiones; hasta excesos de afirmación de autoridad, especialmente pensada para servir en situaciones en las que se formulan cuestionamientos, no sólo al gobierno, sino a una persona o grupo de personas que forman parte del gobierno. Asimismo, estas comunicaciones se utilizan en situaciones de crisis. Llevan implícitas una enorme carga de personalismo, asociada a una necesidad de transmitir sensaciones de decisionismo marcado o amplificado. Richard Nixon usaba el pronombre “yo” más de diez veces en cada discurso (Hahn, 2003, p. 77). No polisémicos, confusos, superpuestos. Estos mensajes gubernamentales se dan cuando se cimientan en textos directos que no representan el uso de la polisemia, encastrando y delimitando rápidamente la vida simbólica de la cg en mensajes que se agotan rápidamente en un tipo de acciones solamente. Los perfiles de los gestores que sólo tienen discurso centrado en la honestidad —incluyendo su eslogan de gestión— son un ejemplo de lo pequeño que resulta el universo de las acciones que se pueden desarrollar asocia-
das a esa sola expresión. Suelen darse también notables superposiciones de mensajes, especialmente cuando no se tiene un proyecto general de gobierno o mito de gobierno muy claro, y entonces se producen acoples de diferentes mensajes, sea por la improvisación, sea por la prueba de mensajes simbólicos a la espera de que alguno sea definitivamente aceptado, sea por la copia o plagio de eslóganes o discursos de otras experiencias que se van ensamblando a los mensajes que se venían utilizando. Su exceso puede hacerlos caer en el subjetivo borde que los excluya de las acciones recomendables, más allá de que no son tan dañinos en sus efectos para con la ciudadanía (en todo caso se vuelven poco efectivos para el gobernante). Confusión de mensaje de gobierno como un todo con áreas. Estos mensajes son frecuentes, en donde, de manera similar al grupo anterior, la inexistencia de un proyecto general de gobierno o mito de gobierno muy claro, hace que muchos mensajes que han dado resultado en alguna de las áreas que han funcionado bien sean trasladados luego como mensajes de todo el gobierno. Las áreas de turismo, que frecuentemente realizan inversiones promocionales, luego suelen invadir comunicacionalmente la imagen del gobierno como un todo, con el consiguiente desacoplamiento de mensajes que fueron pensados para turistas y no para ciudadanos que residen en el lugar.
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Retrospectivos. Los mensajes puramente retrospectivos tienen una función de presente o con vida útil acotada. No se recomiendan porque dan cuenta que el mito de gobierno está ausente en su componente de futuro. Son mensajes facilistas y simples que logran consenso inicial rápido, especialmente si se sucede a una mala gestión. No obstante ello, en el caso de tener un proyecto general del gobierno claro, sí es recomendable una lógica retrospectiva inicial cuando el proyecto de gobierno encuentra fuertes limitaciones por la herencia de la gestión anterior, pero a sabiendas de que sólo será durante una primera etapa. b) Cuña de acceso a la información. La cuña de acceso a la información son acciones recomendables y deseables siempre. Esta cuña es un supuesto o condición de efectiva democraticidad, mas nada tiene ello que ver con la eficacia de la comunicación, que no necesariamente se vería del todo afectada por la ausencia de esta condición. En esencia, se trata de afirmar la idea resumida en la intención de colaborar con los ciudadanos que votan o evalúan una gestión en particular, muchas veces sin capacidad informativa que garantice un mínimo de veracidad en el conocimiento de los aspectos del desenvolvimiento de la gestión de un gobierno (Riorda, 2004, p. 132).
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Modos de comunicación y riesgos del gobierno Podrían tipificarse ciertas categorías que permiten analizar los riesgos de un gobierno, según los modos en que éste comunica, según se ubique sesgada o prioritariamente en temas que sean fundamentales o marginales (al menos hipotéticamente, como criterio analítico), combinados con el nivel de consenso o apoyo con que cuente en la ciudadanía: 1) Aun comunicando con resultados positivos, según corresponda de acuerdo a los niveles de apoyo o consenso obtenidos, se deriva una complicación muy grande para los gobiernos, debido a que, por su nivel total de exposición pública, y al hecho de ser, en última instancia, articuladores finales de todos los conflictos sociales e individuales, son de por sí organizaciones crisispropensas. Las crisis son eventos políticos por excelencia (Rosenthal y Kouzmin, 1997, p. 287). Ello equivale a plantear que el riesgo siempre existe en carácter potencial y ello no necesariamente equivale a asumir una postura pesimista, sino más bien realista, o mejor, de prudencia preventiva. Los gobiernos tienen una buena dosis de incertidumbre volátil, en el sentido de que deben prever situaciones: a) en donde las posibilidades pueden tener una expectativa asociada a la forma de discontinuidades y saltos; b) o bien de ignorancia, en donde existen situaciones de predictibilidad desconocida y no
El riesgo siempre existe en carácter potencial y ello no necesariamente equivale a asumir una postura pesimista, sino más bien realista, o mejor, de prudencia preventiva.
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Los gobiernos que comunican temas marginales con bajo apoyo corren el riesgo de perder rápidamente el consenso, debido a que los temas marginales difícilmente coincidan con las grandes prioridades de la gente.
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existen bases para definir situaciones riesgosas, inciertas o volátiles (Dror, 1993, p. 329). 2) Los gobiernos que comunican temas fundamentales con bajo o alto apoyo, padecen un peligro latente de no poder satisfacer expectativas mayores o menores que la ciudadanía considera urgentes en el corto plazo más estricto. Por lo tanto, el riesgo de incumplimiento de expectativas, dado básicamente por la imposibilidad de dar respuesta a los temas fundamentales en el corto plazo, entra en una proceso cíclico abonado por la comunicación centrada en los temas que no tienen posibilidad de ser resueltos, lo que aumenta el nivel de demanda sobre esos mismos temas sobre los que se comunica. 3) Los gobiernos que comunican temas marginales con bajo apoyo corren el riesgo de perder rápidamente el consenso, debido a que los temas marginales difícilmente coincidan con las grandes priori-
dades de la gente, por lo que estas últimas, asociadas a los temas fundamentales, van quedando fuera de la agenda del propio gobierno. La posibilidad de mantener la iniciativa política en una situación en donde el gobierno está centrado en gestionar y comunicar los temas marginales, lejanos estos a las expectativas que representan los temas fundamentales, es bien escasa. 4) Los gobiernos que comunican temas marginales con alto apoyo pueden seguir gestionando indefinidamente bajo esta modalidad, pero lo que aquí está en juego no es el nivel de apoyo o consenso que pueda llegar a lograrse, sino la opción de llegar al gobierno y gestionar de manera intrascendente sin llegar a ocuparse de los temas fundamentales, que seguramente serán los temas clave y prioritarios para la gente, más allá de que la ciudadanía apruebe en el corto o mediano plazo (incluso en el largo plazo también) esta modalidad de gobierno.
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Mario Riorda
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7 Comunicación Parlamentaria Palabras clave Neutralidad informativa, Concertación mediática, Transparencia informativa, Rendición de cuentas. Definición La Comunicación Parlamentaria (en adelante cp) se ejercita en un contexto democrático. Esto es así porque en regímenes autoritarios la política de comunicación emana del caudillo o líder y todo se pliega a su voluntad. Por oposición, en regímenes democráticos con independencia de poderes estatales (ejecutivo, legislativo y judicial), cada entidad debe afirmar su autonomía mediante una política pública en materia de comunicación que responda a sus propios intereses y objetivos. La cp tiene su centro vital en la difusión de las actividades legislativas y en el balance de poder que se ejerce entre las fuerzas partidistas que integran la legislatura así como en las correas de transmisión que aceitan los engranajes de esta maquinaria, como son los cabilderos o lobbies, los grupos de interés que buscan influir en las decisiones y las disputas en el marco de grupos que manejan un entramado institucional,
como pueden ser federación, estados y municipios, o entre regiones autónomas y dependencias en contextos de gobiernos centralizados. La cp se nutre de, y por tanto representa, la visión de la mayoría legislativa. Ésta puede formarse ya sea por un solo partido político o por una coalición de partidos que formen dicha mayoría. Desarrollo La evolución del parlamentarismo impone la necesidad de un modelo de comunicación que contenga: a) políticas de comunicación, b) estructura operativa de la dirección y c) plan de trabajo. La comunicación de un Parlamento no puede improvisarse ni ser un mero ejercicio de relaciones públicas. De hecho, la comunicación acuerpa, acompaña y retroalimenta la agenda legislativa, misma que se define por la mayoría
La Comunicación Parlamentaria tiene su centro vital en la difusión de las actividades legislativas y en el balance de poder que se ejerce entre las fuerzas partidistas que integran la Legislatura así como en las correas de transmisión que aceitan los engranajes de esta maquinaria.
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La comunicación acuerpa, acompaña y retroalimenta la agenda legislativa, misma que se define por la mayoría legislativa y tiene como columna vertebral el trabajo en el seno de la comisiones legislativas, las discusiones en el pleno de sesiones, las audiencias, la aprobación de las iniciativas de ley.
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Comunicación Parlamentaria
legislativa y tiene como columna vertebral el trabajo en el seno de la comisiones legislativas, las discusiones en el pleno de sesiones, las audiencias, la aprobación de las iniciativas de ley, los informes de los otros poderes de la Unión, la discusión y aprobación de las leyes de carácter económico, como la Ley de Presupuesto Público y la Ley de Ingresos, la deuda pública así como las tareas de chek and balance o de equilibrio, como el examen, discusión y aprobación de los gastos de los otros poderes de la Unión, principalmente del Poder Ejecutivo, es decir, la cuenta pública y las tareas de auditoría de los gastos públicos. Por otra parte, en el contexto de la lucha interpartidista en el seno del Parlamento debe señalarse que comunicar bien no es ni una técnica ni un oficio, sino que se trata más bien de saber reflexionar para poder decidir adecuadamente sobre situaciones que son siempre tensas, arriesgadas y para las que nunca se cuenta con todos los datos y el tiempo que sería deseable. La contingencia se puede abordar de manera estratégica, pero sobre todo se impone una ágil capacidad de respuesta y manejo de la situación: pensar sobre qué hacer bajo condiciones de enorme presión y con el tiempo en contra. Más allá de la política pública institucionalizada debe tenerse en cuenta que por su propia naturaleza la cp tiene mucho de coyuntural y de respuesta inmediata a una probable situación de crisis desatada por la crudeza y la intensidad de los intereses en juego.
Generar consenso El Modelo de cp se constituye en fuente generadora de consensos, pero el campo de la argumentación no es ilimitado, sino que se circunscribe a los ámbitos de lo verosímil, lo plausible y lo probable. Al igual que en el Poder Ejecutivo y en el Judicial, en el Poder Legislativo debe existir la convicción de que para que a la ciudadanía le vaya bien, a los poderes estatales también les debe ir bien y, por ende, su misión es generar consenso. Pero lo anterior no deja de ser un ideal en el marco presente de sociedades complejas porque son diversas las preocupaciones de quienes las integran, porque hay un gran mosaico de intereses y porque muchas veces los intereses no sólo están enfrentados sino que lo que para algunos es un beneficio para otros es un perjuicio. Desde luego que en esta vasta y compleja red existe un interés público definido sin equívocos en las leyes y la normatividad y las instituciones constituidas, como es el caso del Legislativo, se deben a ello. En principio, el interés general debería aglutinar a todos pero es un hecho que ni siquiera en ese rubro hay acuerdos, como se puede observar en decisiones que se transforman en leyes que afectan los privilegios de unos y obligan a pagar más a otros. Otro hecho que acrecienta las dificultades del consenso es que en contextos democráticos, cuando un gobierno gana en las urnas lo hace apoyado en una propuesta gubernamental que beneficiará con
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toda claridad al electorado que votará en función de esa expectativa. Sin embargo, cuando esa propuesta se traduce en leyes no puede hacerlo desde una perspectiva partidista y excluyente porque debe responder ya no a su electorado sino a todos los gobernados y al interés público. Lo ideal es que la propuesta electoral coincida con los intereses de la mayoría de la población y el interés general, pero esto no siempre ocurre. De ahí que se sostenga que la cp deba abocarse a reducir las tensiones entre las demandas de la ciudadanía y la posibilidad de respuesta de las fuerzas parlamentarias, al menos desde lo que la comunicación política puede aportar en beneficio de la gestión y, mucho más aún, de los ciudadanos. Siguiendo este razonamiento, cabe agregar dos respuestas a los planteamientos de aquellos autores críticos de la publicidad parlamentaria. Una es que debieran ser críticos con la política misma, en tanto la comunicación política no es más que una representación de un proyecto mayor del cual ésta es sólo una parte que ayuda a su legitimación. La otra es cuando centran la crítica en los mensajes de gran amplitud que atraviesan un amplio público, con un diverso espectro de significación y valor económico para su implementación y que, orientados a crear una imagen favorable del emisor, deben considerar que muchas acciones de políticas públicas son meros hechos de información, por ejemplo, las campañas para difundir el recuen-
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to de reuniones, audiencias, visitas protocolarias y difusión de textos. No hay parlamento sin comunicación La comunicación afecta la confianza de los ciudadanos en el Parlamento. La comunicación permea todas las facetas del Legislativo. Por eso la estrategia de comunicación se ha convertido en una parte importante y permanente de las operaciones diarias de las instituciones legislativas. En este contexto, las preguntas que debe responder el proceso de la comunicación son las siguientes: ¿comunican algo las instituciones del Legislativo cuando comunican?, ¿a qué responde la espectacularización de la política en el Parlamento?, ¿es conveniente mantener una campaña mediática permanente con tono triunfalista?, ¿puede ser viable una disociación entre la realidad y la imagen? Y derivado de lo anterior, ¿puede haber disociación entre la acción y la dicción, es decir, entre el hacer y el discurso? Asimismo, entre los problemas prácticos de la comunicación de una institución pública también se destacan: la sobrecarga de información, la ausencia del margen para el error, la jerarquía burocrática que puede bloquear, reducir y distorsionar la comunicación, la tecnificación y especialización de las realidades políticas de parlamentos enfrentados y sin mayorías, vale decir con minorías en conflicto permanente, la infravaloración de la comunicación por parte de los legisladores, la
Más allá de la política pública institucionalizada debe tenerse en cuenta que por su propia naturaleza la Comunicación Parlamentaria tiene mucho de coyuntural y de respuesta inmediata a una probable situación de crisis desatada por la crudeza y la intensidad de los intereses en juego.
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El Modelo de Comunicación Parlamentaria se constituye en fuente generadora de consensos, pero el campo de la argumentación no es ilimitado, sino que se circunscribe a los ámbitos de lo verosímil, lo plausible y lo probable.
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Comunicación Parlamentaria
dispersión de la comunicación por parte de los legisladores con agendas marcadas no por sus partidos sino por los cabilderos, la dispersión de las tareas y unidades de comunicación que se enfrentan y descalifican mutuamente. La transparencia informativa Para evitar y sortear buena parte de las amenazas y contradicciones enumeradas en el parágrafo anterior, se ha recurrido a un concepto que viene imponiéndose en los parlamentos de países democráticos: la transparencia informativa y la neutralidad informativa a partir de la rendición de cuentas que ofrecen los legisladores y su organización institucional (el entramado de oficinas, asesores, cuerpo de analistas, así como los contratos de outsorcing y de consultoría profesional). En principio, se sabe que rendir cuentas significa literalmente entregar o dar cuentas ante alguien. De ahí que rendir cuentas sea siempre una acción subsidiaria de una responsabilidad previa, que implica una relación transitiva y que atañe a la manera en que se dio cumplimiento a esa responsabilidad. Así pues, aun en la concepción más elemental de la rendición de cuentas, hay siempre, al menos: a) dos sujetos involucrados; b) un asunto sobre el que se rinden cuentas, relacionado necesariamente con una responsabilidad asumida por el primer sujeto (en el sentido de responder por lo que se ha hecho o dicho); y c) un juicio y/o una sanción emitida por el segundo sujeto.
Se dice que la rendición de cuentas es subsidiaria, en el sentido de que una acción o responsabilidad robustece a otra principal, y por ello carece de todo sentido si es un acto único y aislado de cualquier precedente. En rigor, las cuentas se rinden sobre una acción, una decisión o incluso una omisión previas. De modo que también la forma en que se rinden las cuentas ha de ser consecuente con el contenido sustantivo de esas acciones o decisiones. También se trata de una relación transitiva, en tanto que hay al menos dos sujetos que participan en el proceso de rendición de cuentas, con roles distintos; y aunque parezca obvio, es preciso tener presente que esa relación perdería todo sentido si aquellos que rinden cuentas no están obligados, no se someten a los juicios y no acatan los resultados de las sanciones impuestas de aquellos ante quienes se rinden las cuentas. De aquí que la rendición de cuentas sea, también, un antídoto contra la opacidad informativa. Así, se ha propuesto entender a la transparencia informativa como un proceso pro-activo por medio del cual los legisladores informan, explican y justifican sus planes de acción, su desempeño y sus logros y se sujetan a las críticas y observaciones conducentes. Este concepto supone que la transparencia informativa es un proceso dinámico y pro-activo, donde los legisladores abren a la audiencia su conocimiento sobre las acciones bajo responsabilidad.
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Los campos de identidad en la comunicación parlamentaria Los periodistas han pasado de ser testigos de la actividad legislativa a actores, a su vez, los legisladores aprenden nuevas técnicas de comunicación y persuasión, las legislaturas deben dar cuenta de sus actos con mayor rapidez y transparencia y los partidos políticos pierden peso en la escena política para dar paso a la popularidad e imagen de sus líderes; el nuevo espacio público, está dominado sin lugar a dudas por la información. Al respecto debe mencionarse la importancia de la tríada: medios-mediación-democracia. La mediatización es el hecho de recurrir a los medios como canal de difusión de la información y es un caso posible de la función más vasta que asegura la mediación. En tanto, la mediación representa un conjunto de herramientas que utilizan los medios en sus informaciones, estas son la transmisión, puesta en escena y comentario. Es así como se provoca una doble identificación: por un lado, entre mediación y mediatización; y por el otro, entre medios y democracia. Con respecto a la mediación y mediatización, existe la hipótesis que señala la no-distinción entre la palabra política y su formulación como mensaje, declarando que no existiría una coproducción del mensaje entre mediador y el político, sino, por el contrario, se distinguen dos modalidades de la puesta en forma “mediológica” del transporte del mensaje y la que realizan los propios produc-
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tores de la palabra política. En el primer caso, se trata de la mediatización o canal de difusión que se encuentra en manos de los medios; y en el segundo, de la argumentación política propio de los legisladores. Además de señalarse una marcada diferencia entre los actores que participan de la comunicación a través de los medios, se explica la importancia de la mediación, que no es sólo transmisión, puesta en escena y comentario del mensaje, sino que además, es utilizada por los medios para reducir la mediación a la mediatización, quebrando el hilo argumentativo propio de lo político para sustituirlo por el “comentario mediático”. Frente a esta situación, se indica que los legisladores tienen dos caminos para asegurar la integridad comunicacional de sus contenidos: el primero es anticipar las condiciones en la que los medios transmitirán, pondrán en escena y comentarán dicho mensaje para mantener su eficacia en la opinión pública, o bien tratar de ahorrarse esta mediatización evitando a los medios y consiguiendo medios de transmisión propios (acción militante o compra de publicidad política). Si bien es cierto que la segunda opción ha probado su eficacia en el tiempo, en cuanto a los periodos legislativos, fuera de ese contexto el problema se presenta para el legislador en la legitimidad que pueda tener para el público un mensaje transmitido por una vía propia, en lugar de utilizar como canal a los medios. En cuanto a los medios y democracia, se postula que el excesivo lugar que ocupan hoy los medios de
De ahí que se sostenga que la Comunicación Parlamentaria deba abocarse a reducir las tensiones entre las demandas de la ciudadanía y la posibilidad de respuesta de las fuerzas parlamentarias.
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La comunicación afecta la confianza de los ciudadanos en el Parlamento. La comunicación permea todas las facetas del Legislativo. Por eso la estrategia de comunicación se ha convertido en una parte importante y permanente de las operaciones diarias de las instituciones legislativas.
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comunicación en detrimento de otros procesos de mediación, ha convertido a estos en héroes del mundo moderno, situándolos en el centro de todo. La sobre-exposición de la prensa idealizada por una ideología de fuertes resonancias utópicas que, aprovechando el debilitamiento actual del discurso político, sumado a la escasez de mediación, obstaculizan la función (mediática) de la política que podría enriquecer la democracia. El valor ideológico-político que se le confiere hoy al trabajo de los medios (mediación), incluso en el seno del mundo político, junto al contexto del progresivo debilitamiento de la producción de las ideas políticas nuevas y su fuerte repercusión en las convicciones del discurso político, han terminado por generar un verdadero abismo entre el ciudadano común y sus legisladores. Los campos de identidad de los legisladores consisten en una serie de significados atribuidos. Ello incluye habitualmente afirmaciones sobre la identidad colectiva del Legislativo y las fracciones parlamentarias aliadas. Generalmente, comprende también una variedad de atribuciones de la identidad individual, tales como las de “protagonistas” del movimiento. Las atribuciones de identidad de los protagonistas están relacionadas con varios procesos de creación de marcos. Los legisladores proceden a crear marcos de diagnóstico para poner de manifiesto lo que desde su punto de vista es la mejor forma de transmitir sus interpretaciones del problema existente. Los legisladores construyen igualmente marcos de pronóstico y mo-
tivación que especifican lo que debe hacerse para resolver ese problema y las razones por las que es necesario actuar al respecto. Estos procesos de creación de marcos representan ideologías emergentes que anticipan el contenido de sus pretensiones de identidad. No obstante, en el transcurso de la creación de determinados marcos de diagnóstico, pronóstico y motivación, los legisladores sitúan sus fracciones y sus opiniones dentro de un campo específico de acción colectiva. Eso implica hacer distinciones sobre quienes están dentro o fuera del grupo, y encasillar a otras fracciones dentro de específicas parcelas o territorios. Esos intentos de situar a la propia fracción legislativa en el espacio y el tiempo con relación a otros grupos, puede considerarse un proceso de creación de marcos delimitadores o marcos que definen fronteras (boundary frames) entre un “nosotros” y un “ellos”. Los campos de identidad de los antagonistas consisten en una serie de atribuciones de identidad a individuos y grupos opuestos a la fracción legislativa. Los estudios sobre las funciones de la cp deben considerar el gatekeeping, la contextualización, el framing, y la jerarquización, priming, de hechos que dichos datos que los medios deciden transformar en noticias y comentarios, han hecho evidente que más allá de reflejar realidades los medios construyen discursos de la realidad. Y lo hacen tanto a partir de criterios profesionales como el discernimiento sobre el valor de las no-
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ticias (news value) como con base en el peso que tienen sus decisiones, la carga de creencias, actitudes, valores, intereses e ideologías (e incluso humores del momento) de los dueños directivos y operadores de las empresas informativas. Los valores de las noticias se otorgan a partir de los códigos profesionales empleados en la selección, construcción, presentación (contextualización y jerarquización) de los relatos o discursos noticiosos en los medios. A su vez, los valores de las noticias dependen operativamente de los criterios utilizados por los periodistas para medir o evaluar y por lo tanto juzgar lo noticiable de los hechos, en consonancia con la forma en que se suele traducir la voz inglesa newsworthiness, y esta operación no es otra cosa que la elaboración del juicio hecha por los profesionales de la información para establecer si un acontecimiento o una declaración o un dato son susceptibles de ser convertidos en noticias. Si las noticias producidas en los medios tienen que ser interesantes o atractivas para las audiencias específicas, el discernimiento de los valores de las noticias y de su condición de noticiables ha permitido restablecer una serie de reglas o principios para decidir lo que una audiencia determinada se interesa en leer, escuchar o ver. Esos valores han sido codificados en diversas épocas y países por los periodistas profesionales que han elaborado listas de atributos que deben tener en cuenta los productos noticiosos como por aca-
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démicos que han sistematizado los criterios con los que tales productos son elaborados, con base en el análisis de los contenidos o en el de presentaciones de los mismos. Consideraciones importantes sobre la comunicación parlamentaria La primera es que debe asumirse a la cp como una política pública y como activo del capital social y la confianza. Así, la cp lejos de ser un adorno que magnifica acciones, se convierte en el eje vertebral del acercamiento del Parlamento con los ciudadanos y con el resto de los poderes estatales. La segunda es que también la comunicación juega un papel clave en la construcción de una determinada cultura política. Se cultiva el rol deseado de los atributos de la ciudadanía y, complementariamente, se crean condiciones materiales y no materiales para sostener esa ciudadanía, a través del desarrollo de símbolos y mitos que configuran elementos de identidad. Ese propósito es también un objetivo explícito de la cp, y aunque no fuese tal, sin duda alguna es una consecuencia directa de su ejercicio. La tercera es revertir la satanización de la comunicación desde el Poder Legislativo, especialmente en lo que hace a la utilización de la televisión y la radio en las campañas de difusión. Satanización que se expresa en las prohibiciones de su uso o en la dificultad para que opere con eficiencia y de acuerdo a las necesidades de los legisladores. En
Entre los problemas prácticos de la comunicación de una institución pública también se destacan: la sobrecarga de información, la ausencia del margen para el error, la jerarquía burocrática que puede bloquear, reducir y distorsionar la comunicación.
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Se ha propuesto entender a la transparencia informativa como un proceso pro-activo por medio del cual los legisladores informan, explican y justifican sus planes de acción, su desempeño y sus logros y se sujetan a las críticas y observaciones conducentes.
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ese ambiente, los medios han asumido el papel tradicional de los partidos en la formación de voluntad política. No siendo lo más apropiado para ello porque sus valores informativos están basados en índices de audiencia y número de lectores. Por ese camino se llega a sistemas políticos, en particular la democracia centrada en los medios. Ésta consiste en la competencia de todos los partidos, gobiernos y actores políticos por capitalizar el poder y el lugar central de los medios, en especial de la televisión, en la vida moderna. La democracia centrada en los medios influye de varias maneras en la forma de las instituciones de los medios de información, políticas y gubernamentales. Aunque el poder de una eficaz utilización de los medios ha resultado muchas veces efímero (los intereses de grupo y de clase son bases más seguras y duraderas de lealtad) la necesidad de mantener la aprobación del público obliga a cultivarla constantemente, por lo tanto utilizar los medios es una necesidad permanente. La cuarta es que aunque los legisladores asumen que la democracia centrada en los medios ha encarecido los costos de las campañas de difusión y ha alterado las prioridades
genuinas de las necesidades sociales, no puede desdeñarse que en el centro de esta dinámica está el potencial de lucha entre los actores políticos y periodistas por el control de la Agenda y por la posibilidad de adaptar o interpretar los acontecimientos y asuntos importantes de actualidad. Este proceso deriva en: a) instituciones informativas más poderosas y b) profesionalización de la cp. Por último, es la “mediocracia” o democracia centrada en los medios de comunicación lo que está revolucionando el mundo de la información y la política. Los medios han intentado descubrir los esfuerzos de manipulación de la información por parte de los políticos, con el fin de hacerla menos efectiva. Estos dos fenómenos han motivado un estilo desdeñoso de la información legislativa. Por otra parte, los periodistas han asumido un papel más agresivo y han hecho valer su independencia controlando la veracidad de las declaraciones de los actores. Uno de los resultados de ese proceso es que la democracia centrada en los medios supone una lucha en continua escalada en la que cada parte busca incesantemente formas nuevas de dominar a la otra.
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Fernando Díaz Montiel
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8 Concertación Política Palabras clave Ámbito público, Armonía, Capacidad de negociación, Concertación, Concierto, Confianza, Habilidades negociadoras, Intercambio, Vinculación política. Definición La Concertación Política (en adelante cp) se refiere a la capacidad de armonizar el trabajo, las propuestas, las riquezas y los aportes de los diferentes actores políticos en un ambiente de confianza. Como tal, la cp es algo más que una mera negociación política, o sea que se relaciona más con la generosidad de la participación que con la satisfacción de las necesidades de los involucrados. Conviene pues, para entrar en materia, definir en primera instancia la negociación política. La capacidad de negociación se ha convertido en una de las más importantes habilidades demandadas para el desarrollo del trabajo político. Es difícil imaginar a un líder democrático, a una personalidad o incluso a alguna autoridad, carente o limitada de sus habilidades negociadoras. Esto sería tanto como ver reducida
su posibilidad de vinculación con personas y grupos y, en consecuencia, ver cuestionada su legitimación social. Por ello, se considera que la negociación es una de las habilidades sustantivas, constitutivas, que definen y pertenecen a los actores políticos contemporáneos. Su trascendencia quedó evidenciada en el pasaje histórico que permitió la independencia política de una de las hoy conocidas potencias emergentes: la India. Años de resistencia con diferentes grados de combinación de fuerza armada, social y civil resultaron insuficientes para retirar el “Protectorado Inglés”. Fue la figura austera, sencilla y firme de Mahatma Gandhi la que pudo vencer al gran Imperio Británico solo con su túnica, una sonrisa y una idea: la mejor negociación no es aquella en que uno gana y otro pierde, la mejor
La Concertación Política se refiere a la capacidad de armonizar el trabajo, las propuestas, las riquezas y los aportes de los diferentes actores políticos en un ambiente de confianza.
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Fue la figura austera, sencilla y firme de Mahatma Gandhi la que pudo vencer al gran Imperio Británico solo con su túnica, una sonrisa y una idea: la mejor negociación no es aquella en que uno gana y otro pierde, la mejor negociación es aquella en que todos ganan. Esto es lo que ha inspirado la propuesta metodológica más difundida en términos de negociación: ganar-ganar.
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negociación es aquella en que todos ganan. Esto es lo que ha inspirado la propuesta metodológica más difundida en términos de negociación: ganar-ganar. Sin embargo, a pesar de contar con la necesidad social, el ejemplo histórico, la experiencia política y la propuesta metodológica, lograr una buena negociación parece ser algo difícil por no decir imposible. Antes bien, el resultado generalizado al término de una negociación es la sensación de haber sido engañado o, en su defecto, de haber actuado con una astucia tal que se guarda el temor de que en el futuro se podría pagar cara la osadía. ¿Por qué? Es probable que algunos de los elementos centrales que puedan contribuir a la respuesta de este cuestionamiento, se encuentren en el concepto mismo de negociación y en la forma como su planteamiento metodológico fue propuesto para las relaciones políticas y sociales. De la negociación a la concertación política En su origen, el concepto de negociación fue un sinónimo de actividad. De hecho, significaba la “negación del ocio”, el cual no tenía nada que ver con la idea generalizada de la “flojera”, más bien se empleaba para hacer ver las actividades propias de la reflexión, la contemplación y la recreación como generadoras de algo profundamente positivo. Así, por ejemplo, en los siglos iv y v de nuestra era, los Obispos eran electos democráticamente mediante la negociación de una propuesta de su-
cesor a la ciudadanía, quien decidía finalmente si la aceptaba o no. San Agustín cita un caso concreto de esta situación en el “Sermón ccxiii; Acta de nombramiento del sucesor” (26ix-426, b.a.c., t. xi b, p. 231 y ss.), cuando señala: Convinisteis conmigo […]. Se hicieron las escrituras de este convenio y las aprobasteis por aclamación […]. Os ruego pues ahora […]. Que me permitáis traspasar esa carga a los hombros de este sacerdote joven, Heraclio, a quien vosotros conocéis, y a quien he designado en nombre de Cristo como mi sucesor en el Obispado. (Aclamaciones del pueblo). Así pues, hermanos, todo cuanto había de venir a mí, os ruego lo llevéis a él. Si necesita de mi consejo, no se lo negaré; eso jamás. Y nadie envidie mi ocio, porque mi ocio lleva un gran negocio, ‘negotium Dómini’, el negocio de Dios (citado por Castellani, 2000, p. 249).
Como se aprecia, la negociación era vista como el acuerdo de una actividad que implicaba un beneficio, lo que la transformaba en algo atractivo, algo de cierto “interés”. Hacer negocios implicaba poner los recursos a trabajar para que generen utilidades, intereses. Hacer negocios, dedicarse a los negocios, significaba establecer relaciones de intercambio para beneficiarse a través de la renta de los recursos. La negociación era considerada como una serie de actividades y como un fin, lo que se encuentra de forma sólida en la idea que hoy tenemos de este concepto. En suma, la negociación se puede definir como el proceso mediante el cual dos o más
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personas buscan llegar a un acuerdo respecto a un asunto determinado. Es un proceso y busca un resultado. Implica ponerse de acuerdo con otro para que los bienes de ambos participen en actividades conjuntas de beneficio, que generen una renta para ambas partes. Ahora bien, al poner en conjunto una serie de bienes, se empieza a desarrollar un intercambio, que se pretende o al menos se anuncia como “equitativo”. Pero, en realidad, no podrá serlo jamás, ya que por definición se intercambian las cosas que son diferentes y, para hacerlo, es necesario acordar un valor “correspondiente” y/o “similar”, lo que produce un proceso de compra-venta, al definir por un lado, la posición de un cliente y, por otro lado, la de un proveedor, donde el primero paga y el segundo cobra. Ante esto no es difícil concluir que el resultado no será igual para ambas partes y de forma sencilla uno será el que pierda y otro el que gane. Aunado a lo anterior, se presenta un importante problema, el planteamiento negociador se desarrolla en dos planos: el estratégico y el táctico. En el primero el significado radica en ser un espacio donde se definen los criterios rectores para la toma de decisiones (individuales o colectivas) y, el segundo, entendido como el lugar donde los criterios se aplican a la realidad cotidiana. En uno se definen las ideas y en el otro su aplicación práctica. Todo esto genera una ruptura. A nivel estratégico el planteamiento pretende ser equitativo, pero a nivel táctico, es decir, acorde con la cotidianeidad, el resultado es diferente. De forma “teórica”
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se diseñará un proceso que pretenda encontrar un resultado positivo para las partes; de forma “práctica”, en cambio, priva el concepto: “compra barato y vende caro”. La mejor negociación es aquella en que una parte obtiene oro mientras que la otra se queda con cuentas de vidrio, pero donde los dos están contentos de haber confundido al otro. Si todo lo anterior tuviera lugar por una sola ocasión, el problema podría no ser tan dramático. Pero, en la vida real, las personas que necesitan o desean negociar no lo hacen por una sola ocasión. Por ello, si el resultado de la negociación no fue el adecuado, la posibilidad de “revancha” hace cada vez más difíciles las negociaciones siguientes. Es decir, se puede creer que se le ha “tomado el pelo” a alguien o sentir que se nos ha “visto la cara”, pero esta sensación no se queda en el vacío, es un elemento integral al inicio de las nuevas negociaciones, dificultando su siguiente desarrollo. Esto podría ayudar a explicar lo que se suponía al principio: ¡por qué esa sensación de desconfianza que no es otra cosa más que la seguridad de haber sido engañado! Por otro lado, si lo anterior sucede en las negociaciones en general, el problema se agudiza cuando lo que se negocia tiene que ver con los asuntos públicos. Ya que tanto los integrantes de la sociedad como sus representantes se encuentran en procesos permanentes de negociación y renegociación, lo que implica a su vez la percepción de las relaciones sociales y políticas en general como
Existe para los actores políticos una habilidad requerida aún más importante que la negociación y es lo que entendemos como concertación.
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Por “concertar” se entiende acordar, pactar, decidir conjuntamente, concordar, combinar u ordenar los elementos de un conjunto en forma que se ajusten, se complementen o armonicen entre sí. Este es el corazón de la concertación: la armonía.
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relaciones de intercambio. Y es aquí precisamente donde consideramos se encuentra el núcleo o corazón del problema: lo que la sociedad requiere son relaciones de compromiso más que de intercambio. El problema social se percibe como la disyuntiva entre ver cómo se adquiere lo que nos falta a cambio de vender lo que nos sobra, cuando en realidad el problema es la respuesta al siguiente cuestionamiento: de qué manera participamos en un trabajo común para la solución de problemas compartidos. Si continuamos viendo a la sociedad como un mercado político, es decir como un espacio de compra-venta, o como una relación entre clienteproveedor es más probable que se deje de depositar paulatinamente la confianza en la persona con la que se negocia para depositarla en el funcionamiento y el resultado del proceso, donde, al final, hay un tonto y un vivo. La ciudadanía lo sabe. Las encuestas relacionadas con la confianza de las sociedades con sus autoridades son impresionantes. Características de la concertación política Una propuesta para la solución del problema sería partir de su análisis en forma diferente. Por ejemplo, iniciar por intentar la consecución de acuerdos entre actores con pesos políticos diferentes y con organizaciones heterogéneas. Esto nos llevaría a un planteamiento: existe para los actores políticos una habilidad requerida aun más importante que la negociación y es lo que entendemos como: concertación. La cp se refiere más a la capaci-
dad de armonización del trabajo, las propuestas, las riquezas y los aportes de los diferentes actores políticos en un ambiente de confianza que a la búsqueda del equilibrio social de los intereses particulares. Es un aspecto más relacionado con la generosidad de la participación que con la satisfacción de la necesidad. El origen de la cp está en el “concierto”, o sea una forma musical usada aproximadamente desde el siglo xvii y se caracteriza por la combinación de diversos instrumentos en la que uno o varios de ellos llevan, en algún momento de la interpretación, la parte principal. Por ello, el contenido de este concierto está relacionado con la idea de un convenio o acuerdo sobre algo; así como con el buen orden y disposición de las cosas. A partir de lo anterior, por “concertar” se entiende acordar, pactar, decidir conjuntamente, concordar, combinar u ordenar los elementos de un conjunto en forma que se ajusten, se complementen o armonicen entre sí. Este es el corazón de la concertación: la armonía. La palabra armonía tiene diversas definiciones. Los griegos empleaban este término para representar el “perfecto equilibrio” en el ser humano tanto en lo referente a su estado físico como intelectual, lo que producía una determinada forma de actuación durante el transcurso de su vida. Más cerca en el tiempo, Luis de Góngora (Córdoba 1561-1627) nos decía: “aún, ante una infame turba de nocturnas aves gimiendo tristes sonidos y volando grave, existe la armonía”, y Leibniz (Leipzig 1646-1716) consideraba que
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“el universo tiene la suficiente armonía, para que todas las especies y elementos que lo forman, puedan existir y coexistir tanto individual como colectivamente con o sin influencias entre ellos”. En general, “armonía” significa equilibrio en las proporciones entre las distintas partes de un todo, y como disciplina estudia la percepción conjunta de los acordes, es decir, de la combinación de elementos diferentes de la realidad que coinciden de forma simultánea o que son percibidas como simultáneas, aunque sean sucesivas (Raso del Molino, 2000). El concepto de armonía ha sido una noción fundamental en la concepción política, social y cultural en el mundo occidental. Desde la Grecia Antigua se le entendía como el resultado de los contrarios, la unicidad de la multiplicidad y el acuerdo entre los discordantes. La armonía es un concepto abstracto que adquiere forma numérica en la proporción matemática que es la forma de hacerlo accesible a la razón. Asimismo, fue entendida como el principio ordenador del cosmos, como una virtud, como un bien universal, como el pilar de la amistad, como el fundamento de la belleza y la salud… También las cuestiones políticas y sociales fueron susceptibles de ser regidas por la armonía. Por ejemplo, Arquitas de Tarento (siglo iv a. c.) explicaba que las buenas leyes regulan armónicamente la vida, y que la armonía es la base de una sociedad justa y próspera, describiendo incluso la democracia, la oligarquía y la tiranía en términos de la proporción matemática: “[…] la aristocracia se basa en la proporción subcontraria
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[…] la democracia en la proporción geométrica […] y la oligarquía y la tiranía en la proporción aritmética […]” (Tomasini, 2006). En el mundo contemporáneo de la globalización y la estandarización parece que nos hemos olvidado de esos conceptos y fundamentos. Hoy en día las posibilidades para la coexistencia humana en sociedad presentan una doble dificultad: por un lado, la búsqueda de la homogeneización de la diversidad que disminuye la riqueza de la variedad en el género humano; y, por otro lado, la generalización de la relatividad que obnubila la observación de la realidad. Ya no es más la objetividad el punto clave para entender lo que estamos viendo. Son los paradigmas, los preconceptos o prejuicios los que rigen nuestro comportamiento. Y, es necesario plantearlo, no es malo tener paradigmas, ni preconceptos o prejuicios. Son necesarios para ver, descubrir y, sobretodo, juzgar lo nuevo. El problema es ser prejuicioso o tener parálisis paradigmática; es decir, anteponer nuestro juicio a la observación de la realidad. Esto es precisamente lo que tiende a pasar en los procesos de negociación política. La falta de credibilidad es el verdadero problema y se encuentra fundada en la idea de que las decisiones están tomadas, antes de que venga el negociador. Por ello se hablaba de los dos niveles de la negociación: el estratégico y el táctico, donde, además de la ruptura entre los niveles, se tiene la certeza del preconcepto y del prejuicio, relacionada con la dirección y la intensión de las negociaciones.
Hablar de concertación social es hablar de algo que no tiene contornos definidos o institucionalizados, que puede referirse de manera indistinta a una variedad de situaciones heterogéneas. Sin embargo, en todas las experiencias que se pueden vincular a la concertación social es posible encontrar algo en común: la vinculación política entre los agentes sociales y el Estado.
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Lo que se necesita es llegar a acuerdos para concertar la integración de los esfuerzos en causas comunes. ¿Está nuestro país, por ejemplo, preparado para dejar de negociar intereses y empezar a armonizar liderazgos? Estamos convencidos que éste es uno de nuestros verdaderos retos.
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¿Es posible la concertación social? y ¿en qué consiste? Hablar de concertación social es hablar de algo que no tiene contornos definidos o institucionalizados, que puede referirse de manera indistinta a una variedad de situaciones heterogéneas. Sin embargo, en todas las experiencias que se pueden vincular a la concertación social es posible encontrar algo en común: la vinculación política entre los agentes sociales y el Estado: La concertación social puede entenderse como un proceso de interrelación o de intercambio político entre Estado y autonomía colectiva. Como respuesta a las exigencias de gobernabilidad de las sociedades complejas. El gobierno a través de este proceso de diálogo y acuerdo con las organizaciones sindicales y empresariales representativas, en torno a los grandes temas de política económica social. Consigue el consenso y la legitimación de la decisión no a través del trámite parlamentario, sin perjuicio que se requiera en ocasiones la traducción legislativa del acuerdo sino directamente sobre el mercado social (Saludas Trigo, 2009).
Pero, ¿existen ejemplos concretos que muestren la posibilidad de esto? El 13 de mayo del 2006 se cumplieron 25 años de la aprobación por las Cortes Generales de España del llamado “Concierto Económico”, que estableció el sistema privativo de relaciones financieras entre Euskadi y el Estado, y constituyó, a su vez, el elemento más singular y decisivo del autogobierno del País Vasco.
Este es posiblemente el acuerdo más importante y significativo de la vida política española posterior a la muerte de Francisco Franco. Los resultados de dicho concierto fueron esenciales para afrontar con éxito la crisis económica de los años ochenta, que afectó de manera particular a los sectores industriales tradicionales y, a pesar de ello, fue posible mantener la prestación de servicios públicos de calidad a la ciudadanía. El periodista Emilio Alfaro en una entrevista realizada a Ignacio Zuribi, Catedrático de Hacienda Pública de la Universidad del País Vasco, analiza lo que ha supuesto la aplicación del Concierto en estos veinticinco años: Es la mayor autonomía fiscal del mundo. No hay otro caso de descentralización fiscal equiparable; ni en Suiza, ni en Canadá, incluyendo su acuerdo con la región de Quebec […]. El único problema que tiene el “Concierto” es delimitar hasta dónde debe llegar la capacidad normativa en aspectos concretos como el del “Impuesto de Sociedades”, que es donde ha habido siempre conflictos, porque hay unos principios de armonización con el Estado y una normativa europea que le afectan. Pero el “Concierto” es mucho más que eso: es un sistema mediante el cual el País Vasco recauda todos los tributos; es un esquema financiero que garantiza que sus recursos dependen de los impuestos que pagan los residentes en esta comunidad y no, como sucede en el territorio de la comunidad, donde priva una cierta definición de
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necesidad […]. Realmente ha sido muy exitoso y beneficioso, por el papel que ha jugado en el desarrollo del País Vasco. En primer lugar, ha aportado una cantidad enorme de recursos. Gracias a él, para financiar las mismas competencias que comunidades como Cataluña o Madrid, Euskadi ha dispuesto de seis puntos más del pib de gasto público, lo que se ha tenido que traducir en un efecto económico sustantivo, porque es mucho dinero. Este efecto financiero ha sido muy importante, porque le ha permitido al País Vasco afrontar la crisis económica de los ochenta mucho mejor que si hubiera tenido los mismos recursos que el resto de las autonomías. Y al poder diseñar sus impuestos, en general, y el de sociedades en particular, le ha permitido desarrollar una política industrial, que fue muy importante en aquellos momentos, al poder incentivar la actividad empresarial cuando estaba deprimida. Además, le ha dado al País Vasco peso para determinar su situación financiera y un papel importante en las clasificaciones internacionales de solvencia o, incluso, en las propias negociaciones intergubernamentales (2006).
Estamos hablando de concertación en materia de finanzas públicas, en materia de “impuestos” y encontramos un ejemplo que ha tenido éxito durante más de un cuarto de siglo entre un Estado y una comunidad autónoma. Y este no es el único ejemplo (véase Arbesú Verduzco, 1991). La concertación es posible, viable y deseable. Pero, partiendo de
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la relatividad, ¿cómo ayudar a mitigar los efectos del relativismo? Las diferencias en términos sociales son un beneficio antes que un problema. La búsqueda de la equidad social a veces da la impresión de ser un intento por lograr en los seres humanos resultados idénticos. Este podría generar consecuencias fatales. Una de las grandes riquezas sociales es la heterogeneidad. Esta relatividad permite, en el caso de México por ejemplo, contar con más de 100 millones de respuestas diferentes a un mismo cuestionamiento: ¿Cómo engrandecer nuestro país? En la medida en que la formación se estandariza, la variedad del planteamiento de las opciones se reduce. Consideraciones importantes Entonces, ¿por dónde empezar? Por poner una empresa en común. Lo que se requiere no es negociar puntos de vista, opiniones, intereses, ambiciones y finalmente egoísmos para culminar con complicidades; esto parece ser el más generalizado de los resultados de las negociaciones. Esto es el relativismo. Lo que necesitan las sociedades contemporáneas es compartir los retos que la realidad propone mediante un conjunto de circunstancias. Se requiere de la confianza para caminar juntos y la generosidad para armonizar y poner lo mejor de nosotros mismos en juego a fin de obtener resultados positivos que brinden beneficios para todos. Se necesitan dos cosas: en primer lugar, la profundización en el conocimiento de nosotros mismos como sociedad a fin de entender, aclarar y compartir el
Lo que necesitan las sociedades contemporáneas es compartir los retos que la realidad propone mediante un conjunto de circunstancias.
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Pero, la negociación no es la dificultad. Los problemas de las sociedades contemporáneas no se reducen solamente a cómo, cuándo y de qué forma negociar.
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significado de nuestra identidad y, en segundo lugar, tener el valor para enfrentar los retos actuales tomando las decisiones necesarias y armonizando los esfuerzos individuales y colectivos de acuerdo con los criterios que se generen a partir de dicha identidad. Esto podría ayudar a solucionar nuestros problemas a partir de la propuesta de los cuestionamientos que efectivamente permitan su solución. Por ejemplo, ante las dificultades que presenta el funcionamiento de nuestro sistema político, la mayoría de los cuestionamientos se centran en ver cómo ha sido resuelto el problema por otras sociedades, y entonces buscamos la solución en la importación de modelos, cuando la solución correcta debería iniciar en otro cuestionamiento: ¿cuál es el mejor sistema político para cada nación? ¿Por qué los actores políticos no parten de cuestionamientos como el anterior? Quizá porque para proponer soluciones políticas es necesario tener experiencia política, y ¿cómo se va a tener experiencia política si no se hace política? Lo que se hace son juegos de representación con dobles o múltiples significados, con acuerdos en corto o “en lo oscuro”, con actores enmascarados o con “doble cara” que solamente inspiran desconfianza o, en el mejor de los casos, seguridad en su falsedad. Esto es lo que en México de manera popular se conoce como la “grilla”, que ha sido el más recurrente resultado de la negociación “política”. Para los clásicos griegos, siguiendo los comentarios que de ellos hicimos anteriormente, la política era el “arte de vivir en la polis”, o sea en comu-
nidad. No todo era político, pero todo tenía una implicación política y estaba relacionado con la política. La política tenía que ver con la defensa de la polis, con su seguridad, la salud, la educación, la organización de los recursos para el hogar (eso es la economía). El reto era armonizar los esfuerzos. Hoy en día la política se ha reducido a la consecución, conservación y engrandecimiento del poder. ¿Para qué? Para imponer mi interés, a veces ni siquiera mi voluntad ya que no profundizo en lo que soy. El último recurso para esto es la violencia; el primero, la negociación. Pero, la negociación no es la dificultad. Los problemas de las sociedades contemporáneas no se reducen solamente a cómo, cuándo y de qué forma negociar. Es importante negociar. Pero sí se reducen, recordemos que las complicidades se acuerdan, los intereses se negocian; la confianza se armoniza, los liderazgos se conciertan. Lo que se necesita es llegar a acuerdos para concertar la integración de los esfuerzos en causas comunes. ¿Está nuestro país, por ejemplo, preparado para dejar de negociar intereses y empezar a armonizar liderazgos? Estamos convencidos que este es uno de nuestros verdaderos retos. No hay que perder de vista que al intentar un cambio en la forma como se ve la política, el primer paso es personal, pues, como se mencionaba antes, el problema de tratar de ser el “astuto” al negociar es que después queda el temor de que la astucia pase factura o, por otro lado, de ser engañado después. Es así que el cambio en la política mexicana debe comenzar en lo que los griegos llamaban “la
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polis” (la comunidad), de manera que cada individuo genere el ambiente de confianza comenzando en lo cotidiano. Para poder confiar necesito primero ser confiable. En la teoría general de los sistemas, el cambio de un sistema se propone a través de la movilización de la energía interna hacia afuera, de esta manera en el “sistema político” lo que hace falta es que cada subsistema se encargue de movilizar su energía interna hacía afuera de manera que fluya con la armonía descrita anteriormente. Ante estas propuestas es fácil sentirse motivado al cambio, pero ¿cómo hacer que ese cambio permanezca y se mantenga? Y ¿cómo no decaer ante los primeros intentos que parecen ser limitados o, incluso erróneos? Lo que puede sostener estos intentos es no concebirse sólo en la búsqueda del cambio, saber y buscar dentro de la sociedad personas que
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estén unidas en este intento, por otro lado hay que mantener en la mira el objetivo, de manera que incluso los errores sean la posibilidad de adquirir nuevos conocimientos que nos acerquen a la meta. Cuando un científico intuye que está cerca de descubrir algo, intenta las veces que sea necesario hasta poder comprobarlo; cada intento fallido le da el conocimiento de una vía por la que no podrá llegar y, por lo tanto, de forma indirecta, este error lo acerca a su objetivo. ¿Qué debe hacer? No desfallecer en los intentos y mantener la motivación inicial de manera que pueda llegar a la verdad que busca. Si además, cuenta con un ambiente que lo apoya (como seres cercanos que confían en su investigación y aportaciones económicas a favor de ésta), él sentirá que tiene recursos para moverse y será más fácil mantenerse en el intento.
Bibliografía Alfaro, E. (2006), El concierto, por su propia definición, obliga al acuerdo, Bilbao. Arbesú Verduzco, L.I. (1991), “Concertación y comunicación política”, en López Buitrón, J.D. (coord.), La concertación en México, México, Asociación Franco-Mexicana de Administradores Públicos. Castellani L. (2000), San Agustín y nosotros, Mendoza, Jauja. Raso del Molino, J. (2000), “La armonía”, Filomúsica. Revista en
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Luís Ignacio Arbesú Verduzco y María de Lourdes Arbesú Barahona
El problema de tratar de ser el “astuto” al negociar es que después queda el temor de que la astucia pase factura o, por otro lado, de ser engañado después.
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9 Crisis Política Palabras clave Régimen político, Equilibrio político, Sistema político, Legitimidad, Gobernabilidad, Eficacia decisional, Estabilidad política. Definición En las teorías del cambio político hablar de Crisis Política (en adelante cp) parte de considerar a los regímenes políticos (v. gr. autoritarismo y democracia) y sus procesos de cambio y adaptación. Sobre la base de algunos problemas abiertos por Linz (1978) y Almond (1973), quien mejor ha teorizado los procesos de cp es Morlino (1980, 1986a y 1986b). En el marco de esta interpretación conviene tener presente algunos puntos de consenso. En primer lugar, por cambio político se entiende cualquier transformación que acontezca en el sistema político y/o en sus componentes. Cuando el cambio político acontece en el nivel del régimen político se está en presencia de transformaciones sensibles en uno o más de sus componentes (valores, normas y estructuras de autoridad). En segundo lugar, el proceso a través del cual actores, institu-
ciones, posiciones de poder y reglas del juego dejan de corresponder a la lógica del régimen anterior sin definirse del todo en una lógica distinta se conoce como transición. Los tipos más comunes de transición son la democrática y la autoritaria. La transición política, dependiendo de sus ritmos y modalidades, puede ser continua o discontinua (en el marco de estructuras formales vigentes o por ruptura violenta), interna o externa (dependiendo del origen de las acciones que la motivan), acelerada o lenta, pacífica o violenta. En tercer lugar, un cambio de régimen político atraviesa por ciertos estados o fases con distintas combinaciones en sus secuencias lógicas. Básicamente: crisis - hundimiento - transición continua - instauración consolidación. Ahora bien, por lo general, la transición política tiene como antecedente una cp del régimen.
La Crisis Política del régimen es un estado inestable, puesto en evidencia por la inexistencia de equilibrio entre: demandas políticas, apoyos, procesos decisionales y outputs o respuestas en el nivel de la relación estructuras de autoridadcomunidad política.
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Las actitudes de legitimidad pueden tener mayor o menor amplitud o intensidad dependiendo de cuestiones como: parte de la población que demuestra tales actitudes; extensión o importancia de los objetivos a los que se refiere la legitimidad (la intensidad varía de menos a más cuando tales actitudes se refieren a las directrices políticas, a las autoridades o a las instituciones del régimen).
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Siguiendo con esta interpretación, tenemos que la cp del régimen es un estado inestable, puesto en evidencia por la inexistencia de equilibrio entre: demandas políticas, apoyos, procesos decisionales y outputs o respuestas en el nivel de la relación estructuras de autoridad-comunidad política. El equilibrio entre estos factores se rompe cuando los múltiples clivajes o divisiones existentes en la sociedad civil y que se transfieren a las estructuras políticas a través de diversos actores, no logran ser conciliados en el nivel de las coaliciones dominantes y fundantes del régimen, propiciando su fractura (la teoría de las fracturas sociales se debe a Lipset y Rokkan, 1967). La coalición o coaliciones de actores políticos son dominantes cuando están en grado de imponer las soluciones por ellas preferidas en virtud de la posesión o del uso consciente de la mayoría de los recursos, los cuales pueden ser: electivos (los detentados por los actores políticos en la arena electoral), no electivos y de influencia (que derivan de ocupar posiciones claves en el régimen, sea de estatus social, riqueza, posesión de información o de conocimientos técnicos en la arena de influencia), coercitivos (que tienen fuerzas militares o grupos con capacidad de movilización o protesta en la arena coercitiva). Hablando de recursos y arenas políticas, una definición y clasificación adicional sumamente útil es la sugerida por Stoppino (1983 y 1986). De acuerdo con esta interpretación, los distintos actores políticos que buscan alcanzar, incrementar o mantener posiciones de poder en un
determinado tiempo o lugar, colocan en juego distintos recursos, sean coercitivos, económicos o ideológicos. Ahora bien, de acuerdo al tipo y características de los actores en juego y de los recursos disponibles y su forma de distribución, se pueden definir dos grandes escenarios de confrontación-acuerdo o arenas políticas. Las arenas políticas son naturales cuando los actores buscan establecer acuerdos beneficiosos en función de sus propios recursos; de existir garantía de conformidad entre los actores, ésta deriva de los propios recursos disponibles. Las arenas políticas son monetarias o institucionales cuando en la búsqueda de conformidad garantizada por parte de los actores interviene un tercer actor especializado en desempeñar tal función: las instituciones políticas tales como el ejército, tribunales, parlamentos, asambleas legislativas, etcétera. Volviendo a nuestro argumento central, se está en presencia de una cp de régimen político cuando hay una fractura de la coalición dominante que rompe el equilibrio relativo, cuestión que pone en peligro la persistencia del régimen que en ese momento deja de ser estable. El desenlace de la cp puede retrasarse indefinidamente o incluso revertirse dependiendo del grado de institucionalización del régimen. Por institucionalización asumimos la conocida definición de Huntington (1968): proceso por el cual organizaciones y procedimientos logran valor (legitimidad) y estabilidad, cuestión que se determina en función de su flexibilidad (capacidad de adap-
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tarse a las circunstancias cambiantes), complejidad (número y variedad de las unidades organizativas), autonomía (independencia respecto a otros reagrupamientos sociales) y coherencia (consenso interno sobre sus confines funcionales). En otras palabras, la institucionalización es un proceso de formación y reforzamiento de las instituciones dentro de un sistema político, entendiendo por institución una organización política o procedimiento pensado para mantener el orden, resolver los litigios, elegir los líderes y promover de este modo una forma de convivencia entre grupos sociales enfrentados. Elementos para el análisis Los factores fundamentales que deben considerarse para explicar la persistencia y estabilidad o el cambio de un determinado régimen son: a) el proceso de actitudes de apoyo o consenso o legitimidad hacia el régimen por parte de la comunidad política en general y de la clase política en particular y b) el proceso que da pie al rendimiento, a la eficacia decisional y a la efectividad. El proceso crucial que por su parte explica la inestabilidad es la movilización política. Por legitimidad se entiende el conjunto de actitudes positivas hacia el sistema político considerado como merecedor de apoyo. La legitimidad supone un consenso activo y no pasivo (pues este último puede implicar coerción más que apoyo). Además del consenso, otros elementos que contribuyen al nacimiento de actitudes positivas de apoyo al régimen son: la
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existencia de tradiciones consolidadas que producen adhesión a ciertas instituciones; la difusión de un sistema de valores y creencias que justifican el modo en que se organiza y se utiliza el poder (ideologías legitimantes). Véase Linz (1978). La legitimidad puede ser específica o difusa. Es específica cuando el conjunto de actitudes de adhesión al régimen y a las autoridades se debe a la satisfacción de determinadas demandas por medio de determinados actores gubernamentales. La legitimidad es difusa cuando el conjunto de actitudes de adhesión al régimen se basa en un sentido de confianza en las instituciones, ya sea por ideologías legitimantes o por su larga tradición. Las actitudes de legitimidad pueden tener mayor o menor amplitud o intensidad dependiendo de cuestiones como: parte de la población que demuestra tales actitudes; extensión o importancia de los objetivos a los que se refiere la legitimidad (la intensidad varía de menos a más cuando tales actitudes se refieren a las directrices políticas, a las autoridades o a las instituciones del régimen). Para el caso de un régimen no democrático, es decir, con pluralismo limitado, donde el proceso de legitimidad puede alcanzar igual relevancia que el proceso de rendimiento o de eficacia decisional, los indicadores más apropiados para medir la legitimidad son: grado de orden civil o de violencia existente en el régimen; presencia de una actividad represiva más o menos relevante por parte de las instancias del régimen; señales de oposición al régimen y/o a las autoridades (manifesta-
En un régimen no democrático las fuentes de la eficacia decisional derivan de: diferenciación estructural, recursos extraídos, habilidad de las élites, presencia de directrices políticas, valores culturales definicionales.
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Para que una movilización política contribuya a acelerar una Crisis Política y/o influya un proceso de cambio de régimen se deben presentar ciertas condiciones: debe tratarse de una movilización conflictiva y no generada desde arriba; debe haber sobrepasado un umbral de intensidad tal que haya producido cambios fundamentales en las demandas políticas, en las coaliciones de apoyo al régimen y, consecuentemente, en la eficacia decisional.
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ciones no violentas, huelgas, mayor o menor participación en elecciones semicompetitivas y manipuladas, adhesión a movimientos, grupos o partidos antirrégimen). Por eficacia decisional se entiende la capacidad que tiene un régimen o, mejor, que tienen las estructuras del mismo, para tomar y ejecutar las decisiones necesarias para superar los retos o desafíos planteados al régimen o las otras medidas destinadas a alcanzar los diversos fines queridos por los gobernantes, el primero de los cuales es, por lo general, el mantenimiento del propio régimen. Aquellas demandas o inputs que constituyen desafíos políticos son relativamente visibles a partir de ciertos parámetros: número de personas que plantean el desafío, intensidad con que se plantea, importancia de la demanda para los grupos sociales políticamente relevantes, etcétera. La eficacia decisional se vuelve más relevante para la persistencia del régimen cuando el grado de legitimidad disminuye, pues tal capacidad del régimen radica en buena medida en restablecer los apoyos y en automantenerse, es decir, en responder a los ataques procurándose recursos para hacer valer sus decisiones (Morlino, 1980 y 1981). En un régimen no democrático las fuentes de la eficacia decisional derivan de: diferenciación estructural, recursos extraídos, habilidad de las élites, presencia de directrices políticas, valores culturales definicionales. Las estrategias más apropiadas para tal análisis son: a) ver si el actor involucrado es de aquellos cuyo apoyo es esencial o importante para el ré-
gimen, b) distinguir el contenido del propio desafío, pues éste puede provocar conflictos de intereses, c) valorar las decisiones adoptadas (adecuación de la respuesta, prontitud con la que ha llegado la decisión, presencia de procesos deliberativos estandarizados). Suele distinguirse, por último, entre eficacia decisional y efectividad decisional, ambos procesos complementarios del rendimiento. Mientras que el primero atañe a las decisiones mismas y a su implementación, el segundo se refiere a los resultados alcanzados. Por lo que respecta al concepto de movilización política, podemos distinguir dos dimensiones complementarias: a) el desplazamiento de uno o más grupos dentro de la comunidad política: de la adhesión a ciertos valores, principios o ideologías se pasa a otros valores, principios o ideologías o bien a la activación e ingreso de nuevos grupos en la comunidad política y el apoyo de éstos a ciertos valores; es decir, el desplazamiento de estos grupos desde la apatía, la indiferencia o la marginación política a la participación activa en favor de ciertas opciones; b) la redistribución de los recursos políticos y/o el ingreso o la activación de nuevos recursos que pueden o no estar en condiciones de modificar las correlaciones de fuerza entre los distintos actores del sistema político. Con el objetivo de diferenciar claramente ambas dimensiones, a la primera suele llamársele movilización política y a la segunda, movilidad política. Las bases y agentes de la movilización se encuentran en la transferencia a la política de líneas de conflicto o de divisiones existentes en la
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sociedad. En este sentido, la movilización política puede ser conflictiva o no conflictiva según que la actividad, el desplazamiento y la redistribución se produzcan en clave antirrégimen o antigubernamental o no. Si se considera la dirección del proceso, la movilización política puede ser desde abajo (v. gr. un movimiento de masas espontáneo del que paulatinamente emergen ciertos grupos o élites dirigentes hasta constituirse en estructuras organizativas superiores, por lo general su contenido es conflictivo); intermedia (v. gr. cuando grupos o partidos ya formados y organizados toman la dirección de un movimiento de masas ya existente o lo crean directamente apoyándose en el descontento, la insatisfacción de sectores de la comunidad política o en forma de apoyo al régimen, su contenido puede ser o no ser conflictivo); desde arriba (cuando los agentes son también estructuras de autoridad del régimen, v. gr. burocracias, partidos o sindicatos creados por el régimen). Para que una movilización política contribuya a acelerar una cp y/o influya un proceso de cambio de régimen se deben presentar ciertas condiciones: debe tratarse de una movilización conflictiva y no generada desde arriba; debe haber sobrepasado un umbral de intensidad tal que haya producido cambios fundamentales en las demandas políticas, en las coaliciones de apoyo al régimen y, consecuentemente, en la eficacia decisional y efectividad del régimen. Adicionalmente, como señala Dobry (1986), debe ser una movilización política en la que convergen diversos sectores e
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intereses y que pone en juego una gran diversidad de recursos de influencia. Por lo que respecta a los indicadores de movilización política en regímenes autoritarios en transición, debe considerarse que la movilización implica un crecimiento sensible de la participación política, cuyas formas más reconocidas son: todo lo que concierne a la participación electoral; la actividad participativa a iniciativa de cada ciudadano, fuera de los períodos electorales; la actividad cooperativa desarrollada dentro de grupos, por ejemplo, en el nivel sindical, las huelgas y demostraciones de diverso tipo. Los indicadores de estas distintas formas de participación pueden ser: frecuencia del voto, participación en reuniones políticas, contribuciones financieras de partidos, inscripciones en grupos políticos, entre otros. Entre la estabilidad y la crisis Para entender mejor la cp de un régimen político deben identificarse las características de una situación estable, o sea no crítica. Suele asociarse la noción de estabilidad política (en adelante ep) a las de consolidación democrática e institucionalización política. Sin embargo, aunque existen puntos de contacto entre los procesos a los que se refieren, es pertinente diferenciarlas si han de emplearse con fines de investigación. En principio de cuentas, mientras que la ep se refiere al ámbito del sistema político en su conjunto, las dos nociones restantes se sitúan fundamentalmente en el ámbito del régimen político u ordenamiento institucional; es decir, en
¿Cómo puede persistir un sistema político en un ambiente donde todo se transforma y coloca innumerables desafíos y amenazas a la continuidad del propio sistema político? La respuesta está en el equilibrio que el sistema logra mantener entre sus componentes.
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En un sistema político compete a las autoridades buscar el equilibrio entre los componentes del sistema. Sin embargo, alcanzar y mantener el equilibrio es sumamente difícil por cuanto el sistema se encuentra permanentemente a prueba.
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uno de los componentes del sistema más general. Así, mientras que la ep se expresa con nociones como equilibrio sistémico, la consolidación se refiere al potencial de persistencia de las estructuras políticas, y la institucionalización, al grado de afirmación y rutinización de esas mismas estructuras. Siguiendo con esta lógica, mientras que el proceso contrario a la ep es el de inestabilidad o desequilibrio, el proceso contrario a la consolidación es la crisis, y a la institucionalización, la desinstitucionalización. No debe pues confundirse el significado de estas nociones. Dado que la ep se refiere al grado de equilibrio entre los componentes del sistema político, conviene esclarecer la noción de sistema político. Por lo general se acepta sin problemas la definición aportada por Easton (1965). De acuerdo con ella, un sistema político es un conjunto interrelacionado de unidades cuya función es la asignación autoritativa (es decir, con autoridad) de los valores en una sociedad. Las unidades o componentes de todo sistema político son: la comunidad política, el régimen político y las autoridades. Por comunidad política debe entenderse un conjunto de personas vistas como un grupo que se mantiene unido por una división política del trabajo. En una acepción más amplia, comunidad política son todos aquellos individuos que a título personal o de manera organizada elevan demandas hacia las estructuras políticas. El régimen político o conjunto de condicionamientos a las interacciones políticas se compone a su vez de valo-
res, normas y estructuras de autoridad o instituciones políticas. Los valores se expresan a través de creencias, principios, ideologías. Las normas involucran al conjunto de reglas formales que rigen en el ordenamiento institucional vigente y se expresan tanto en las cartas constitucionales como en la reglamentación secundaria. Las estructuras de autoridad, finalmente, se refieren al conjunto de instituciones que canalizan la actividad y la autoridad política, incluyendo a estructuras intermediarias como los partidos políticos, en virtud de las cuales se manifiestan los diversos intereses y conflictos de la comunidad política. El tercer componente del sistema político, las autoridades, son concretamente los ocupantes de los roles activos, lo cual permite distinguir entre ejecutantes y los propios roles. Se debe también a Easton la formulación inicial acerca del funcionamiento de los sistemas políticos a partir de las nociones de inputs (demandas y apoyos que entran al sistema político), outputs (decisiones y acciones que salen del sistema político) y feedback (proceso de retroalimentación). Así llegamos a la lógica del equilibrio sistémico como condición de ep o de inestabilidad. El equilibrio de un sistema político se refiere a las interacciones entre los componentes del sistema mediante los procesos de demandas y apoyos, por una parte, y decisiones y acciones, por la otra. Así, al sistema político llegan, como inputs, demandas y apoyos. Las demandas provenientes del ambiente social están basadas en “necesidades” y, más
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exactamente, expectativas, opiniones públicas, motivaciones, ideologías, intereses, preferencias. Convertidas en demandas expresas, las necesidades llegan al sistema político, donde encuentran los mecanismos de regulación y reducción de las demandas. El apoyo, al menos el de los miembros políticamente relevantes del sistema político, es indispensable para transformar las demandas en decisiones (outputs) o para proseguir decisiones ya tomadas. Los objetivos del apoyo son los tres componentes del sistema político: comunidad, régimen y autoridad. Pero la distinción principal está entre apoyo difuso, como confianza en la legitimidad del régimen y de las autoridades, confianza en los intereses comunes y sentido de identificación de los ciudadanos en la comunidad política, y apoyo específico, como resultado de decisiones tomadas por las autoridades. Por lo que respecta a las decisiones o emisiones de todo tipo tomadas por las autoridades, éstas actúan como reguladores del apoyo o como transacciones entre un sistema y su ambiente. El adecuado funcionamiento de la toma de decisiones depende de los procesos de retroalimentación dentro del sistema, pues permiten controlar o regular los disturbios llevados al sistema, mediante el perfeccionamiento permanente de las decisiones en respuesta a las reacciones de los ciudadanos. Cuando este conjunto de elementos se interrelacionan adecuadamente el sistema también funciona y garantiza su propia persistencia. Caso contrario, se rompe el equilibrio y puede desatarse una cp.
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De hecho, la inclusión operada por Easton de la noción de sistema al ámbito de la política marca su objetivo a partir de la siguiente pregunta: ¿cómo puede persistir un sistema político en un ambiente donde todo se transforma y coloca innumerables desafíos y amenazas a la continuidad del propio sistema político? La respuesta está en el equilibrio que el sistema logra mantener entre sus componentes. En el estudio empírico de los sistemas políticos se recurre con frecuencia a las nociones complementarias de legitimidad y gobernabilidad como manifestaciones de la ep de los sistemas. Ambos conceptos expresan el tipo de relación existente entre comunidad política y estructuras de autoridad. La ep supone un grado consistente de legitimidad, pues en ausencia de ésta, pueden emergen manifestaciones de descontento, con distinto grado de radicalidad, que desafían a las estructuras vigentes. Asimismo, supone un grado consistente de gobernabilidad, pues de otra manera las estructuras de autoridad encontrarían dificultades para desempeñar sin interrupciones sus funciones, generándose una espiral creciente de inconformidad así como un incremento de demandas no resueltas con un potencial desestabilizador. En un sistema político compete a las autoridades buscar el equilibrio entre los componentes del sistema. Sin embargo, como ya se señaló, alcanzar y mantener el equilibrio es sumamente difícil por cuanto el sistema se encuentra permanentemente a prueba. Ello en virtud de que
Debe destacarse que una de las consecuencias principales de la pérdida del equilibrio relativo se expresa a través del debilitamiento o fractura de la coalición dominante o coalición de actores sostenedora del régimen existente.
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De hecho, por medio de las respuestas en cuestión, las estructuras políticas deben poseer la capacidad de conciliar esa multiplicidad de intereses y fracturas sociales expresadas en las demandas.
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todo proceso político puede reducirse, en definitiva, al establecimiento de demandas de la comunidad política y de respuestas del aparato estatal. La aparente simplicidad de este esquema, sin embargo, no oculta ni obvia la presencia de múltiples clivajes o líneas de conflicto existentes en la sociedad y que se transfieren a las estructuras políticas a través de los diversos actores incorporados al régimen político. De hecho, por medio de las respuestas en cuestión, las estructuras políticas deben poseer la capacidad de conciliar esa multiplicidad de intereses y fracturas sociales expresadas en las demandas. Cuando la conciliación fracasa y se acentúan las fracturas existentes y/o se abren nuevas se rompe el equilibrio sistémico. Por ello, la cp surge a partir de la inexistencia de equilibrio entre demandas políticas, apoyos y outputs o respuestas en el nivel de la relación estructuras de autoridad-comunidad política, poniéndose en peligro, por tanto, la persistencia del régimen.
Debe destacarse que una de las consecuencias principales de la pérdida del equilibrio relativo se expresa a través del debilitamiento o fractura de la coalición dominante o coalición de actores sostenedora del régimen existente. En efecto, es en el seno de la coalición dominante donde las cp se manifiestan con particular agudeza. Este hecho adquiere de por sí una importancia de primer orden sobre todo en el caso de cp que se suscitan en el interior de regímenes autoritarios debido a que la fuerza de los mismos se encuentra afirmada, precisamente, en la solidez de la coalición dominante. Y es que en el seno de éstas, al igual que en el seno de la sociedad en su conjunto, existen conflictos y tensiones así como también acuerdos y estrategias básicas entre sus diversos actores. En este sentido, las cp pueden ser —y en realidad, frecuentemente los son— la fuente primordial de cambio político.
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Crisis Política
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César Cansino y Javier Sánchez Galicia
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10 Debate Electoral Palabras clave Imagen, Debate, Media Training, Oratoria, Argumentación, Televisión, Mass Media. Definición En un panorama político en que la televisión es depositaria de la mayor parte de la comunicación e inversión, el Debate Electoral (en delante de) se convierte en uno de los momentos culminantes de la campaña. El de transmitido por los medios fue el multiplicador que hizo que la política mirara al televisor definitivamente. Como se puede observar en los procesos electorales, tanto en Estados Unidos como en Hispanoamérica, los de, cuando son anunciados, se convierten en el eje de atención de la ciudadanía. Más allá de los argumentos y los programas, los de por televisión permiten que los ciudadanos midan las cualidades personales de los candidatos. Ningún otro momento dentro de la campaña posibilita que los ciudadanos se acerquen más a la personalidad de los candidatos con tantos matices. Como apuntan Martínez y Salcedo (1999), la necesidad de los
medios y los políticos es recíproca. Contreras (1990) lo expresa como materialización democrática. En este sentido, el de es el punto de encuentro entre el político y la sociedad, representando de forma física el enfrentamiento simbólico que se produce en el ámbito de las ideas y la campaña propiamente dicha. Así, la búsqueda de información política y espectáculo encuentra en los de un producto de alto interés para el espectador. Por otro lado, los ciudadanos pueden ver confrontadas las opciones para elegir o justificar sus elecciones. Si se entiende el Media Training como una disciplina de la comunicación política, los de son un entrenamiento del candidato para intervenir en medios de comunicación y su puesta en escena. Y por otro lado, si se entiende la retórica política como el arte de la elocuencia del político tanto en intervenciones individuales como enfrentadas, los
El Debate Electoral es el punto de encuentro entre el político y la sociedad, representando de forma física el enfrentamiento simbólico que se produce en el ámbito de las ideas y la campaña propiamente dicha.
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El origen de los Debates Electorales hay que buscarlo en el debate parlamentario y, antes de él, en las asambleas. No obstante, los debates individuales son los que marcan de forma directa el comienzo del Debate Electoral como espectáculo social.
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de son el mejor espacio para que los candidatos muestren sus talentos. La suma de la argumentación da los tres pilares sobre los que se sostiene, desde una perspectiva técnica, el de. Los tres elementos son necesarios para acometer con seguridad un de: el dominio del medio, el dominio de la propia comunicación del candidato y el dominio argumentativo y narrativo de los temas del de. Las dudas alrededor de los de presidenciales surgen desde la perspectiva de que un debate con una preselección de temas, a veces sólo uno, con unos tiempos tan marcados, pueda considerarse un debate como indican Bitzer y Rueter (1960). Como quiera que sea, los de han revolucionado la comunicación política. Antecedentes y desarrollo El origen de los de hay que buscarlo en el debate parlamentario y, antes de él, en las asambleas. No obstante, los debates individuales son los que marcan de forma directa el comienzo del de como espectáculo social. Nos centraremos en los que más importancia tienen por su influencia en el desarrollo de este acontecimiento político. Los debates del Senado de Illinois (1885) Son los que marcan el enfoque del de a partir de ese momento. No sólo desde la perspectiva política, también desde la perspectiva formativa los debates Lincoln-Douglas, como explican en la National Center for Policy Analysis, son una referencia que se repite cada año en decenas de universidades de todo el mundo. Los celebra-
ron Abraham Lincoln, congresista de los Estados Unidos por Illinois, y Stephen A. Douglas, Senador. Tuvieron lugar en los siete distritos de Illinois: Ottowa, Freeport, Jonesboro, Charleston, Galesburg, Quincy, Alton. Cada de duró tres horas. El primer candidato hablaba una hora, el segundo una hora y media y el primero replicaba media hora. Se turnaron los comienzos. Los temas que se trataron fueron principalmente La Unión y la esclavitud. Dale Carnegie (1926) cuenta que el Senador Douglas repetía el mismo discurso en todos los lugares a donde iba. Lincoln, sin embargo, reflexionaba diariamente sobre la cuestión y escribía discursos diferentes. Esta preparación dio lugar al discurso de Gettysburg, en el que Lincoln marcó las bases del discurso de valores. En este de se aprecian ya los dos modelos generales de forma de afrontar un debate. Por un lado Douglas, con una argumentación racional, y por el otro Lincoln, con representaciones emocionales y simbólicas. Estos de fueron fundamentales para el futuro político de Lincoln. Dos años más tarde llegó a ser Presidente de Estados Unidos con unos atributos presidenciales y temas fuertes que habían sido definidos durante las argumentaciones en Illinois. Debate de las primarias presidenciales republicanas de Oregón (1948) Se enfrentaron Thomas Dewey, gobernador de Nueva York, y Harold Stassen, exgobernador de Minnesota. Fue el primero que se realizó en un estudio de radio. Se calcula que
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lo escucharon entre 40 y 80 millones de personas. Éste es, por lo tanto, el primer de de gran difusión y el que marca la orientación del de como gran evento social. Cada apertura duraba 20 minutos y las refutaciones, ocho minutos y medio. Frente al Lincoln-Douglas hay un mayor cruce de planteamientos e ideas. El tema que se trató fue declarar ilegal el Partido Comunista, siendo ésta la primera y la última vez que un de presidencial trataba sólo un tema. Debate de las primarias presidenciales demócratas de Florida (1956) Fue el primero que se televisó en la historia, aunque no tuvo la trascendencia del siguiente, dado que no fue presidencial. Se enfrentaron Adlai Stevenson, exgobernador de Illinois, y Estes Kefauver, exsenador. Duró una hora y repartieron el tiempo con ambas aperturas de tres minutos, espacio de preguntas y cierres de cinco minutos. Los temas tratados fueron amplios, dado que se habló de política nacional y exterior. Debates generales presidenciales Kennedy vs. Nixon (1960) Fueron cuatro de, entre el 26 de septiembre y el 21 de octubre. Marcan el comienzo del de tal y como se le conoce en la actualidad. Si el Lincoln-Douglas es el origen del de moderno, el de Dewey-Stassen el primero que llega a millones de personas a través de la radio, Stevenson-Kefauver, el primero en ser televisado, Kennedy-Nixon es el que hace comprender la dimensión de
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la televisión en el proceso de la comunicación política. Es, a la vez, el momento en que el de pasa a ser un elemento con entidad propia dentro de la campaña y al que se dedican numerosos recursos. Los de trataron de diferentes temas y fueron vistos por una media de sesenta y seis millones de personas. La estructura cambió de debate a debate manteniendo la línea de intervenciones cortas marcada en 1958. Gardner (1986) pone la atención en el uso del humor de Kennedy, mientras que a Nixon se le vio más tenso en todas las intervenciones. Esa confianza personal que mostraba Kennedy, Ailes (1988) la considera el elemento fundamental de su carisma. Este último es uno de los puntos que llevaron al futuro desarrollo de las técnicas de Media Training y, como indica Canel (1999), llevó a centrar la atención en las características personales del candidato más que en las del programa o propuestas. La historia ha ido haciendo hincapié en la parte estética del de. Perry (1986) recuerda que las personas que escucharon el de por la radio dieron ganador a Nixon. Sin embargo, más allá de las palabras, el público percibió como más amable y directo a Kennedy, y a Nixon como a alguien artificial e incómodo. Enfoques y perspectivas Debatir o no Alan Schroeder (2011) afirma que es más fácil perder un de que ganarlo. En la actualidad el de se ha convertido no sólo en un hecho político
Los Debates Electorales, como apunta Canel (2008), cambian el ritmo de la campaña, centran la atención del público y los medios, generan expectativas y motivan que, tanto los candidatos como los equipos los tengan como puntos de referencia.
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El Debate Electoral es en sí mismo una historia. El público, desde que conoce a los candidatos presidenciales, establece comparaciones que se encarnan posteriormente en el Debate Electoral.
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sino que es ya una demanda tanto de ciudadanos como de medios. Así, debatir o no, no es sólo una cuestión estratégica, sino también una respuesta a una expectativa popular. Un primer elemento que debe tener en cuenta el candidato es a cuántos contendientes se enfrenta. En el caso de estar en la parte alta de la escalera (Ries, 1993) la decisión tiene que ver con la posición que se ocupa. Así, Sanchis (2009) indica que los de sólo son recomendables cuando hay sólo dos partidos con posibilidades de ocupar el poder. En el caso de ser un partido pequeño, en la parte baja de la escalera, la reivindicación de la realización de un de que de voz a todas las opciones permite ocupar el espacio mediático. Los otros dos elementos que definen la idoneidad de un de es la capacidad dialéctica del candidato y con qué probabilidades de éxito acude a la elección. En el caso de una calidad dialéctica baja, si no se está dispuesto a asumir el coste más personal que económico de prepararse para mejorar la proyección, no es recomendable debatir. Por otro lado, si la posición es claramente preferente en las encuestas en los países en los que no es obligatorio, el candidato beneficiado por los números no suele debatir para evitar introducir elementos nuevos que modifiquen el devenir de la campaña. ¿Deciden el resultado? Los de, como apunta Canel (2008), cambian el ritmo de la campaña, centran la atención del público y los medios, generan expectativas y mo-
tivan que, tanto los candidatos como los equipos, los tengan como puntos de referencia. Esto, desde un punto de vista indirecto, cambia el transcurso de la campaña y por lo tanto se puede inferir los resultados. Sin embargo, estudios como el de Roper (1960) indican que el de Kennedy-Nixon cambió la opción de un 6 por ciento de los espectadores, 4 millones. McKinney y Carlin (1994) afirman que los de han modificado los resultados sobre los indecisos en más de la mitad de los de. Wayne (1992) afirma que ni Kennedy ni Carter habrían ganado sus elecciones sin de. El de para el indeciso se convierte en una herramienta lógica y heurística de comparación de candidatos. Storytelling El de es en sí mismo una historia. El público, desde que conoce a los candidatos presidenciales, establece comparaciones que se encarnan posteriormente en el de. Las posiciones que adoptan, los temas que hacen propios toman la forma de historia en el transcurso de la campaña y de ese modo se trasladan al de. En el caso de los de de 2004 entre Bush y Kerry se apreció de forma especialmente clara el despliegue de los marcos que expone George Lakoff como propios de los Demócratas y Republicanos. Desde la perspectiva de Godin (2005) o Guber (2010) estos marcos se desarrollan en forma de una historia emocional. Vestimenta Barnés (2007) indica que la indumentaria ha de ser conservadora, ni
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llamativa ni escandalosa. Las camisas no han de ser ni negras, ni totalmente blancas. Debe estar conjuntado con el fondo como explica White (1965). No es conveniente usar romas con rayas finas o figuras llamativas dado que se deforman en la pantalla. Navarro (2010) propone que las chaquetas sean de dos botones, pues provoca un efecto de mayor honestidad. Las gafas deben usarse, si se usan siempre, y sólo si es necesario, dado que reflejan la luz de los focos. En definitiva, la vestimenta ha de ser un elemento que no distorsione el mensaje que se quiere transmitir. Ha de estar relacionado con el candidato e incluso, como indica Ailes (1988), debe hacer que se sienta cómodo. Lenguaje El candidato no trata de convencer al oponente. Su labor consiste en convencer o llegar al público que presencia el de. En ese sentido, sus palabras han de estar orientadas a que las ideas que representa estén lo más claras posible en la mente de sus electores. El lenguaje culto será adecuado en tanto que transmitirá autoridad, como señala Cialdini (1984), para los momentos de discusión argumentativa. En los momentos en los que el contacto buscado con el público sea mayor las palabras deberán ser especialmente comprensibles. Como plantea Luntz (2007), las palabras no están desprovistas de carga ideológica, así que se deberá proteger especialmente las palabras propias y evitar las que despierten ideas ajenas no deseadas.
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Gestualidad y mirada Por la configuración de un de se ha de tener especialmente en cuenta la postura, las manos y la mirada. En cuanto a la postura, hay que vigilarla desde antes de entrar en la sala. En parte porque las cámaras en varios países suelen grabar a los candidatos desde mucho antes que empiece el de, también porque la postura es un activador físico y mental. La postura ha de ser recta y relajada, con los hombros atrás. Las manos, aunque en momentos determinados pueden manipular objetos y juntarse, es preferible si se mantienen libres para la adecuada gesticulación. Ésta deberá ser coherente con lo que se esté diciendo y escuchando, y en todo caso comedida, de modo que no perjudique al mensaje. La mirada ha de dirigirse al presentador o moderador y al candidato contrario de modo que se conecte con el público al tiempo que se afronta al oponente. Si los gestos son importantes en la comunicación normal (Petland, 2010), en un de televisado su peso es aún mayor dado que la atención se concentra en el candidato. Ritmo, tono y volumen Gregory y Galeasher (2002), tras analizar los de presidenciales americanos de los que hay documentos de video, determinaron una correlación entre el tono del habla y el ganador de los de. La capacidad de que el tono de uno de los candidatos se sobreponga al otro determinaba la ecuación. El grado de influencia del ritmo, el tono y el volumen deben su especial importancia a que
Casi tan importante como la preparación, dice Rábago (2008), la negociación se convierte en uno de los elementos fundamentales del proceso del Debate Electoral. Los factores que se negocian son los que suelen determinar el desarrollo del Debate Electoral.
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A pesar de que hay grandes oradores entre los políticos, la historia muestra que es preferible prepararse en profundidad tanto en contexto y práctica como en temas.
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no son valorados de forma racional. Forman parte de lo que Merhabian (1971) llamaba comunicación no consciente. Así, el ritmo marca la pauta del de. El ritmo no debe ser ni tan pausado que canse a la audiencia, con el peligro que conlleva que opten por otra oferta televisiva, ni tan fuerte y rápido que no permita seguir con claridad lo que se expone. El volumen ha de cambiar para que el índice de variabilidad sea alto (Petland, 2008). Al candidato ha de poder escuchársele con claridad. Argumentos Como se ha expuesto en el apartado sobre el de Kennedy vs. Nixon, los argumentos no tuvieron la misma importancia en la radio que en la televisión. No obstante, si sabemos que los argumentos han de ser comprensibles y relevantes para la audiencia. La repetición es la herramienta adoptada, que a la vez aporta ritmo, para remarcar los argumentos a lo largo del de. Negociación previa Casi tan importante como la preparación, dice Rábago (2008), la negociación se convierte en uno de los elementos fundamentales del proceso del de. Los factores que se negocian son los que suelen determinar el desarrollo del de. La duración, los turnos y los temas tienen especial relevancia. Todos ellos definen de qué se habla, cómo y cuánto. Por otro lado, los equipos de asesores buscarán que el espacio físico, como sillas, mesas o focos, sea lo más positivo para su candidato.
Elementos más importantes para ganar un debate electoral Schoeder (2011) indica diez principios fundamentales: 1) Que el candidato participe voluntariamente, que se sienta cómodo con la idea es fundamental para que su desempeño sea bueno. 2) A pesar de que hay grandes oradores entre los políticos, la historia muestra que es preferible prepararse en profundidad tanto en contexto y práctica como en temas. 3) Aprovechar las oportunidades. Cada frase, cada momento que se da durante el de puede convertirse en titular o puede cambiar el uso del de. 4) La actitud frente al oponente. La clave está en un punto entre la agresión y la cortesía. Es uno de los factores que más le cuesta dominar a los candidatos. 5) Actitud frente al moderador y las preguntas. Ambos son elementos de conexión con la audiencia. Así, hay que cuidar especialmente la actitud con ellos. Hay que ser amable. 6) Conexión con la audiencia. La actitud amable, la mirada a cámara y la sonrisa son las herramientas fundamentales para ello. 7) Sentido del humor. Ha sido una herramienta fundamental para Kennedy o Clinton. Su uso le ayuda a humanizarse. 8) El de como producción televisiva. Hay que comprender los tiempos y particularidades de la televisión. Hay que entender el lenguaje visual. 9) Espera lo inesperado. El de ha de concebirse como algo vivo. Así,
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no se pueden controlar todas las variables y hay que prepararse para cualquier coyuntura.
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10) Disfrutar la experiencia. El candidato ha de ver el de como una oportunidad, y disfrutar con ella.
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Yago de Marta
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11 Estado Moderno Palabras clave Modernidad, Sociedad política, Sociedad civil, Liberalismo, Democracia, Estado social, Libertad, Igualdad. Definición En su acepción moderna, por Estado se entiende el cuerpo político caracterizado por ser una organización dotada de la capacidad de ejercer y controlar el uso de la fuerza sobre un pueblo determinado y en un territorio dado. Como tal, el Estado se distingue de la sociedad, pues ésta es mucho más que sociedad política, pero también es una realidad social, o sea, vida humano-social de hombres asentados en un territorio, con una organización montada sobre un núcleo de poder, unificada por una suprema unidad de decisión e informada por una idea del Derecho que se realiza en un sistema jurídico. El uso correcto de la palabra Estado debe ver en éste una forma política históricamente determinada y no un concepto universal válido para todo tiempo y lugar. En ese sentido, suele hablarse de Estado Moderno (en adelante em), entendiendo por ello una forma de ordenamiento político surgi-
da originalmente en Europa durante la Edad Media y que de ahí se propagó a todo el mundo civilizado. Este origen histórico particular del Estado le otorga sus rasgos peculiares respecto de otras formas de organización política. Así, por ejemplo, el Estado moderno surgió con la impronta de una progresiva centralización del poder por una instancia cada vez más amplia, que termina por comprender el ámbito entero de las relaciones políticas. Recapitulando, por em podemos entender, según la definición de Hall y Ikenberry: a) un conjunto de instituciones, manejadas por el propio personal estatal, entre las que destaca muy particularmente la que se ocupa de los medios de violencia y coerción; b) un conjunto de instituciones localizadas en un territorio geográficamente delimitado, atribuido generalmente a su sociedad; y c) la instancia que monopoliza el establecimiento de reglas en el in-
En su acepción moderna, por Estado se entiende el cuerpo político caracterizado por ser una organización dotada de la capacidad de ejercer y controlar el uso de la fuerza sobre un pueblo determinado y en un territorio dado.
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El uso correcto de la palabra Estado debe ver en éste una forma política históricamente determinada y no un concepto universal válido para todo tiempo y lugar. En ese sentido, suele hablarse de Estado Moderno.
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terior de su territorio, lo cual tiende a la creación de una cultura política común compartida por todos los ciudadanos. El estudio del Estado moderno El em ha sido objeto de estudio de diversas disciplinas. Desde un punto de vista histórico, un tema largamente discutido ha sido el del origen de esta forma de organización política. Al respecto, hoy sabemos, gracias a historiadores como Anderson, Fédou y Schulze, que las estructuras de las comunidades medievales en Europa eran sumamente complicadas y variables, y no podía hablarse para esa época de soberanía real sobre territorios y gentes y, por consiguiente, de Estados, sino hasta bien entrada la Edad Media. El parteaguas radicó en la afirmación gradual de una estructura feudal jerárquica y ascendente, que permitió dos formas de patrimonio como fundamentos de la autoridad política: al rey le pertenecía el patrimonio de la Corona, que comprendía una porción considerable del territorio, y existía además la propiedad feudal, en la que el rey conservaba la soberanía, pero que se había convertido en propiedad hereditaria del feudatario. Y así se desarrolló a partir del vínculo feudal el Estado de los estamentos: el príncipe y sus feudatarios se repartían el poder sobre la tierra y el suelo. Mientras el rey o el príncipe trataba de consolidar su poder, los otros señores se aliaban con un objetivo común. Por lo que respecta al tratamiento que del em ha hecho la
ciencia del derecho, suele hablarse de una “doctrina general del Estado” para referirse al conjunto de criterios y principios operativos que regulan la actividad, estructura y organización de esta forma política. Se debe a autores como Jellinek y Kelsen las mejores contribuciones en este campo. Ambos se ocuparon del estudio del Estado de derecho, es decir, del Estado concebido principalmente como órgano de producción jurídica y, en su conjunto, como ordenamiento jurídico. Cabe señalar que con la transformación histórica del puro Estado de derecho en Estado social, las teorías meramente jurídicas del Estado, condenadas como formalistas, terminaron siendo abandonadas por los propios juristas, cediendo su lugar a estudios de sociología política que tienen por objeto el Estado como forma compleja de organización social (de los cuales el derecho sólo es uno de los elementos constitutivos). En este último campo, debemos a Weber el estudio más consistente sobre el em. Hasta la fecha, su contribución sigue permeando las discusiones sobre lo político moderno. En principio de cuentas, Weber fue de los primeros en ubicar al Estado en el horizonte de la modernidad capitalista. Asimismo, puso el acento en su condición como monopolio legítimo de la violencia, que como tal siempre es una aspiración más que una realidad. Este monopolio sólo puede ser atributo del em, es decir, de una realidad histórica individualizada, el cual sólo podía cuajar en el marco de la racionalidad capi-
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talista. Por su parte, la legitimidad de la que habla Weber no se refiere a una calidad intrínseca del poder, ni supone una dimensión ético-normativa, sino a la creencia firme de los sometidos en que el poder está justificado, al dar por supuesto que sirve a los intereses de la mayoría, aunque, en realidad, sólo convenga a los que detentan el poder. De ahí también el carácter instrumental del poder y que en Weber se transfiere a la racionalidad que encarna el Estado: el poder no tiene otro fin que el poder mismo. Visión descarnada que lleva a Weber a desmitificar la legitimidad consustancial de las formas democráticas, pues en las condiciones reales de la sociedad moderna, convertida en una verdadera “jaula de hierro” con el despliegue pleno del capitalismo, el pueblo no puede imponer realmente su voluntad. La ciencia política es la última de las disciplinas sociales que por razones lógicas se ha ocupado del estudio especializado del Estado. Sin embargo, la vertiente funcionalista norteamericana optó por sustituir el concepto de Estado por el de “sistema político”, dentro del cual el primero no es más que uno de los elementos que se han de tener en cuenta. Así, autores como Easton y Almond argumentaron en su momento que el concepto de Estado no podía emplearse por una ciencia de la política con pretensiones de cientificidad, por cuanto impedía aprehender empíricamente la realidad de los ordenamientos políticos. Por el contrario, la noción de “sistema político”, afirman, tiene un base em-
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pírica, libre de presupuestos éticos o valorativos, “capaz de viajar” y en esa medida “describir” más objetivamente la “vida política”. Por esta vía, el lugar del Estado era sustituido por una noción según la cual la “asignación autoritativa de los valores en una sociedad” (sistema político) hacía más justicia a la realidad de la política. Este enfoque se ha llevado al extremo en las versiones más recientes de la ciencia política, deudoras de las teorías de la decisión racional, en autores como Buchanan, Tullock y Downs. Todos ellos conciben al sistema político con las pautas cognitivas de los fenómenos mercantiles, y al hacerlo tienden a aminorar la centralidad del Estado. En una posición similar por sus consecuencias, están los trabajos de Luhmann, cuya teoría de los sistemas sociales confiere un lugar marginal al Estado. Según este autor, el Estado ya no constituye la unidad natural de la región sino un aparato que se usa para ordenar políticamente problemas regionales, para maximizar el consenso, minimizar la violencia, para manejar algunos problemas específicos. Las teorías del Estado moderno Si existen diversas disciplinas que se han ocupado del estudio del Estado moderno, es natural que también existan diversas interpretaciones sobre sus características y funciones, desde la concepción liberal del Estado hasta aquellos autores que argumentan en favor de la desestatización de la política, pasando por la concep-
El Estado Moderno ha sido objeto de estudio de diversas disciplinas. Desde un punto de vista histórico, un tema largamente discutido ha sido el del origen de esta forma de organización política.
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Por lo que respecta al tratamiento que del Estado moderno ha hecho la ciencia del derecho, suele hablarse de una “doctrina general del Estado” para referirse al conjunto de criterios y principios operativos que regulan la actividad, estructura y organización de esta forma política.
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ción marxista, la concepción realista, los defensores y los críticos del Estado social, etcétera, que se han venido construyendo y modificando en la medida que el fenómeno estatal también ha venido transformándose. A continuación veremos las principales posiciones de estas teorías del Estado. Si una idea caracteriza a todo el pensamiento liberal desde Locke hasta Rawls es la necesidad de imponer límites al poder político, pues en la medida que se restringe dicho poder aumenta la esfera de libertad del individuo, de sus garantías individuales naturales. A partir de esta premisa, el Estado liberal se concibió desde sus orígenes en el siglo xvii como un Estado mínimo, una suerte de “vigilante nocturno minimalista”, cuya existencia se calificaba como un “mal necesario”. Se debe también a la doctrina liberal la concepción moderna de la política radicada en el iusnaturalismo prevaleciente desde el siglo xvii en Europa. De acuerdo con esta doctrina, la sociedad política es producto de un contrato celebrado por los hombres para preservar sus derechos naturales. En virtud de ello, el Estado viene a ser una suerte de artificio o constructo humano elaborado racionalmente, es decir, con un fin predeterminado. En el caso del liberalismo, este fin era la defensa de las libertades del individuo, aunque supondría renunciar a su capacidad de autogobierno. Posteriormente, cuando tiene lugar el encuentro entre liberalismo y democracia, en el siglo xix, un encuentro calificado por Bobbio
como un “abrazo vital” y a la vez “mortal”, se erige la concepción moderna del Estado democrático. Para esta posición, la forma de gobierno democrática sólo podía prosperar en el liberalismo y como tal es la que mejor se ajusta a sus principios y valores, incluyendo el del libre mercado. Así, una vez afirmado el Estado como Estado de derecho, el siguiente paso fue la afirmación del Estado democrático, es decir, de un Estado donde prevalece el sufragio universal y la representación de los ciudadanos a través de estructuras de intermediación. El argumento de Bobbio al respecto es ambivalente, porque por una parte el encuentro entre liberalismo y democracia permitió afirmar el principio de la participación política y de la capacidad de los ciudadanos de decidir sobre los asuntos políticos; pero, por la otra, supone siempre el riesgo de la mercantilización universal, donde la política y todas las esferas de actividad humana terminan convirtiéndose en mercancía de cambio. En una corriente de opinión contraria a la liberal está la concepción marxista del Estado, misma que llegó a ser muy influyente en varios países, aunque aquella parte proyectiva de la teoría política de Marx nunca llegó a plasmarse en ningún experimento socialista del siglo xx. En principio, el marxismo concibe al Estado capitalista como un instrumento de clase, es decir, un aparato de coerción y administración del cual hace uso una clase burguesa para reproducir y garantizar la explotación de la clase proletaria. En
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esa medida, contrariamente al liberalismo, el Estado nunca puede ser una fuerza neutral representativa del interés general. De ahí que para los artífices de esta doctrina había que transformar las condiciones económicas estructurales del capitalismo para erigir una sociedad sin clases, una sociedad comunista, en la que el Estado tendería a desaparecer para dar lugar a una auténtica autogestión de los individuos. En el horizonte ideológico del marxismo, han prosperado desde Marx y Engels las más diversas concepciones sobre el Estado. Así, por ejemplo, para una visión instrumentalista, representada sobre todo por Miliband, el Estado es un instrumento de dominación pese a la existencia de otros poderes ocupados por individuos particulares. Para Althusser y Poulantzas, por su parte, el Estado se interpretó en términos estructuralistas; es decir, como una estructura con autonomía relativa donde prevalecen varios intereses y sólo una parte de la clase dominante es capaz de establecer su hegemonía sobre los demás. Finalmente, autores como Alvater y Holloway propusieron una teoría derivacionista, la cual parte de la crítica de la economía política para hacer la crítica de la política, y considera al Estado como “el capitalista colectivo ideal”. En una concepción muy distinta a la marxista debemos colocar a un conjunto de autores que podríamos ubicar en una línea que va de Hobbes a Schmitt y que depositan en el Estado una potencia capaz de unificar a sus naciones, ga-
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rantizar la paz interna e imponer el orden y la obediencia. Son célebres al respecto las páginas que Hobbes escribió sobre el Leviatán, figura bíblica y monstruosa con la que el filósofo inglés asoció al Estado; pero son igualmente significativas las obras de Schmitt sobre el Estado total. Como se sabe, este autor encontró en la figura del Leviatán claves para argumentar en favor de una forma de agregación política capaz de unificar a una nación, neutralizar el conflicto consustancial a todos los individuos y permitir el orden y la prosperidad. Al razonar así, Schmitt dejaba vislumbrar una justificación del Estado totalitario tal y como prosperó en Alemania bajo el nazismo. A la par que las transformaciones del Estado, han surgido diversas interpretaciones sobre la naturaleza de estos cambios. Se debe a Keynes la concepción del Estado social o de bienestar que como tal prosperó en el horizonte del mundo capitalista desde los años treinta y hasta los años ochenta. Según este esquema, en tanto existieran profundas desigualdades sociales y económicas, ni siquiera la efectiva igualdad política del Estado democrático alcanzaría para conseguir órdenes políticos-sociales racionales. Para conseguirlo se argumenta en favor de una intervención directa del Estado en el proceso productivo y sobre todo en el distributivo, a fin de garantizar una redistribución más equitativa de la renta. El modelo keynesiano postula dicha intervención del Estado en el ciclo económico con el fin de garantizar tres aspectos necesarios para la prosperidad de las
Debemos a Weber el estudio más consistente sobre el Estado Moderno. Hasta la fecha, su contribución sigue permeando las discusiones sobre lo político moderno. En principio de cuentas, Weber fue de los primeros en ubicar al Estado en el horizonte de la modernidad capitalista.
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La vertiente funcionalista norteamericana optó por sustituir el concepto de Estado por el de “sistema político”, dentro del cual el primero no es más que uno de los elementos que se han de tener en cuenta.
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sociedades capitalistas: el equilibrio económico, el pleno empleo y, como consecuencia, el crecimiento sostenido. Al no cumplirse en los hechos estos postulados, por una incapacidad real del Estado de satisfacer un número creciente de demandas alentadas por la propia concepción social de su actividad, volvió a cobrar fuerza la visión liberal del Estado mínimo, pero ahora en su versión más radical y conservadora, en autores como Hayek y von Mises, a quienes se considera los padres intelectuales del neoliberalismo triunfante desde los años ochenta. Entre los principales estudiosos de la crisis del Estado de bienestar destacan los nombres de Offe, Habermas y O’Connors. Una última línea de argumentación que ha venido cobrando gran importancia en los últimos años es la que postula la desestatización de la política en virtud de las propias transformaciones que ha venido experimentando la cuestión social en las sociedades modernas. En esta tradición confluyen autores como Arendt, Castoriadis, Lefort y, más recientemente, Dubiel y Maestre. Bajo la influencia de estos autores, se ha configurado en Occidente una corriente intelectual que concibe a la democracia como un dispositivo simbólico, una creación histórica de una colectividad consciente de sí misma. Más específicamente, sostiene los siguientes presupuestos: a) considera a la sociedad civil como el espacio público por excelencia, el lugar donde los ciudadanos, en condiciones mínimas de
igualdad y libertad, cuestionan y enfrentan cualquier norma o decisión que no haya tenido su origen o rectificación en ellos mismos; b) coloca en consecuencia a la esfera pública política como el factor determinante de retroalimentación del proceso democrático y como la esencia de la política democrática, y se opone a cualquier concepción que reduzca la política al estrecho ámbito de las instituciones o el Estado; c) en conexión con lo anterior, concibe al poder político como un espacio “vacío”, materialmente de nadie y potencialmente de todos, y que sólo la sociedad civil puede ocupar simbólicamente desde sus propios imaginarios colectivos y a condición de su plena secularización; y d) sostiene, finalmente, que la sociedad civil es por definición autónoma y fuertemente diferenciada, por lo que la democracia se inventa permanentemente desde el conflicto y el debate público. De las muchas definiciones del concepto de democracia conocidas suele descuidarse aquella que en lugar de considerarla como un modelo político, la describe como el imaginario social que permite a una colectividad tomar conciencia de sí misma. Por lo general, la cuestión democrática ha sido encajonada por las ciencias sociales, y en particular por la ciencia política, en la órbita del Estado, con lo cual se pierde de vista que la democracia es, por definición, un asunto que compete en primerísima instancia al “demos”. Esta identificación de la democracia con la esfera estatal ha llevado a privilegiar enfoques institucionalistas
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que la sitúan dentro del marco de las forma de gobierno o en el horizonte de los métodos y procedimientos para la elección de los gobernantes. El discurso en boga de la democracia en los círculos académicos e intelectuales ha logrado sellar una operación paradójica y sorprendente: los problemas de la democracia se han vuelto un asunto que compete en primer lugar a los gobernantes y de manera subsidiaria a los gobernados. Esta expropiación de la política adquiere carta de naturalización en las teorías elitistas de la democracia y, en menor medida, en los enfoques participativos de la misma. Así, por ejemplo, para los elitistas, la democracia se reduce a un juego de minorías que compiten en un mercado político por las preferencias de las mayorías. La política se asemeja al mercado y los ciudadanos devienen en consumidores. Para los enfoques participativos, por el contrario, la cuestión democrática no es un asunto que competa exclusivamente a las élites, pero los mecanismos de participación de las mayorías en los asuntos públicos suelen limitarse a procesos acotados como elecciones o consultas. En el mejor de los casos, las teorías participativas buscan corregir, más no transformar las imperfecciones de las democracias liberales realmente existentes. Frente a estas lecturas de la democracia se ha ido articulando
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desde distintas tradiciones intelectuales un modelo democrático distinto que tiene como eje la desestatización de la política, vale decir, la expropiación de lo político a los profesionales de la política y su recuperación por parte de la sociedad civil. En un momento de euforia y francos excesos retóricos, cuando los neoconservadores proclamaban a los cuatro vientos el triunfo de la “democracia”, entendida como mera transmutación del mercado económico, y cuando las alternativas de corte “bienestarista” perdían credibilidad, pues habían mutilado la iniciativa autónoma de la sociedad civil, se recupera para el debate intelectual una cosmovisión distinta que proclama, a contracorriente, que en cuestión de democracia todo está por inventarse, que el poder no es algo que se conquista de una vez y para siempre, sino un espacio vacío que sólo puede ser ocupado simbólicamente de vez en vez por la sociedad civil. En esta perspectiva, la democracia no sólo es un modelo institucional, sino sobre todo un dispositivo imaginario que presupone la existencia de un espacio público político donde confluye una sociedad civil que ha ganado el derecho a tener derechos. La propuesta final de la argumentación a favor de la democracia es una teoría de la integración política a través del conflicto más que del consenso.
Si una idea caracteriza a todo el pensamiento liberal desde Locke hasta Rawls es la necesidad de imponer límites al poder político, pues en la medida que se restringe dicho poder aumenta la esfera de libertad del individuo, de sus garantías individuales naturales.
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César Cansino y Javier Sánchez Galicia
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12 Estrategia Política Palabras clave Fenómenos, Estrategia, Comunicación política, Paradigmas, Escenarios, Metas, Objetivos, Anticipación, Poder. Definición Hoy es fácil encontrar en los medios de comunicación expresiones como “armas estratégicas”, “jugadas de estrategia”; “estrategias de desarrollo”; “recursos estratégicos”; “planificación estratégica” y cientos de otras permutaciones. Por lo que no sería extraño que pronto se hablase de “estrategias estratégicas”, como apunta, no sin humor, Peter Carroll (1982). Cuando un término se hace tan abarcador que sirve para todo comienza a no servir para nada. Por todo ello es aconsejable deslindar concepciones y término, plurales aquéllas, singular éste, para concretar su significado profesional y científico, pero sobre todo para desentrañar el sentido de esta palabra. Una primera dificultad con la que tropezamos cuando hablamos de estrategia son sus diferentes acepciones. Henry Mintzberg (1992) cita cinco que coinciden en comenzar en inglés por la letra “P”: estrategia como Plan, Ploy, Pattern, Position y Perspective. Por
si seis fueran pocas, yo, por mi parte, en 2001 me permití abrir a ocho dichas acepciones: estrategia como anticipación, decisión, método, posición, marco de referencia, perspectiva, discurso y relación con el entorno. Una segunda dificultad son las dimensiones a las que el término hace referencia: estrategia como capacidad, Estrategia (con mayúscula) como disciplina, “estrategar” como proceso de su concepción, estrategias (con minúscula) como los diferentes cauces conductuales (alternativas) elegidos para alcanzar nuestras metas. Una tercera dificultad añadida es que la “estrategia” tal y como hoy la conocemos, es el resultado de la confluencia de cuatro trayectorias del pensamiento (militar, matemática, acción social/política y comunicación) que si bien viven historias separadas se conectan entre sí en algunos momentos de sus largas vidas (Alberto Pérez, 2001 y 2008). Para complicar más las cosas, la “estrate-
Hoy es fácil encontrar en los medios de comunicación expresiones como “armas estratégicas”, “jugadas de estrategia”; “estrategias de desarrollo”; “recursos estratégicos”; “planificación estratégica” y cientos de otras permutaciones.
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La “estrategia” tal y como hoy la conocemos, es el resultado de la confluencia de cuatro trayectorias del pensamiento (militar, matemática, acción social/ política y comunicación) que si bien viven historias separadas se conectan entre sí en algunos momentos de sus largas vidas.
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gia” ha tenido tres grandes paradigmas (militar, científico-matemático, y económico-managerial), y cada una la ha reconceptualizado. Para los fines de esta voz, nos abocaremos a la Estrategia Política (en adelante ep), previa reconstrucción de la evolución del concepto. Evolución del concepto/el paradigma biologicista Según Maturana y Varela (1984) vivir es “estrategar”. No es una metáfora, para las ciencias de la vida (prefijo 24 de la clasificación de la unesco) las estrategias son las respuestas homeostáticas que los seres vivos dan a las variaciones del medio externo para así restablecer el equilibrio perdido por los cambios del entorno. La vida implica relación con el medio ambiente y cuando un elemento ajeno al organismo provoca un desequilibrio en su estructura que amenaza o favorece su supervivencia, éste genera una respuesta, para compensarlo y restablecer la estabilidad perdida. Esas respuestas no son ciegas. Son conductas por objetivos. A tal fin los seres vivos disponen de mecanismos que les permiten: percibir y detectar discontinuidades en su entorno (vigilia); identificar si esas discontinuidades afectan a su supervivencia (umbral); responder conductualmente (estrategias). Estos procesos operacionales comienzan siendo muy simples pero a medida que subimos en la escala evolutiva las respuestas innatas iniciales van dejando más espacio a otras más sofisticadas (aprendidas, etcétera). Y esto es así porque el
comportamiento adaptativo, al producir cambios morfológicos, posibilita la aparición de nuevas capacidades que se añaden a las anteriores. Para entender este juego evolutivo conviene distinguir entre: 1) el sistema de vigilancia y armonización con el entorno orientado a la gestión de la supervivencia, al que llamaremos Estrategia (con mayúscula); 2) las capacidades que lo integran; 3) los procesos operacionales (a los que llamaremos estrategar); y 4) las respuestas conductuales en que se manifiesta y a las que llamaremos estrategias (con minúscula). En la anterior descripción va implícita la idea de que la estrategia no es una capacidad (en todo caso sería una meta-capacidad) sino un sistema que a su vez integra y acopla diversas capacidades. Con la llegada de lo humano emergen nuevas capacidades: simbólica, hermenéutica, imaginativa, prospectiva, comunicativa, de cálculo, etcétera, que se añaden a las anteriores (cada ser vivo lleva en sí toda la evolución que le ha precedido) y se acoplan en un sistema estratégico diferente. Una diferencia que se concreta en tres rasgos privativos: interpretación, anticipación y elección. Desde su origen, el ser humano utilizó este nuevo sistema estratégico para lograr sus objetivos y sobre-vivir ante una naturaleza muchas veces hostil y plagada de enemigos desconocidos. Pero también, y esta es una de las novedades de lo humano, para mejor-vivir. El humano es un ser intencional tensionado por su futuro. No se conforma con adaptarse al medio: lo
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transforma. Tampoco se conforma con esperar a que los problemas se presenten, los anticipa. Pero a medida que las metas se iban haciendo más difíciles y ambiciosas el hombre fue sintiendo la necesidad de desarrollar algunas reglas, métodos y principios para mejor concordar medios y fines. Evolución del concepto/el paradigma militar Los primeros textos escritos y con ellos las primeras elucubraciones teóricas aparecen en el ámbito militar en China y Grecia en el siglo v a.c., y responden a dos concepciones diferentes de la estrategia. Mientras para Occidente se trataba del uso inteligente de la fuerza (en una confrontación de ejércitos), en Oriente el énfasis se ponía en el uso de la inteligencia para resolver el conflicto (en una confrontación de estrategias). Ambas líneas viven vidas separadas pero coinciden en que la estrategia es un conocimiento reservado exclusivamente al ámbito militar. Desde esos primeros textos muchas cosas han cambiado: las necesidades, las armas, los sistemas de combate/defensa, la figura de quienes están en condiciones de formularlas, las relaciones de los estrategas militares con el poder y la política, los sistemas de información y de desinformación, etcétera. Y esos cambios han generado innovaciones en la estrategia militar. Pero si algo no ha cambiado es la nitidez con que esta concepción de la estrategia acota el fenómeno objeto de su estudio:
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la dirección del conflicto armado y la defensa del Estado. A diferencia de la explicación biológica que concibe a la estrategia como un fenómeno biológico que evolucionó hasta convertirse en sociopolítico, para el paradigma militar que corre del siglo v a.c. hasta la Segunda Guerra Mundial en el siglo xx, la estrategia es un fenómeno militar. Frontinus lo define como: “Todo aquello llevado a cabo por un caudillo que se caracterice por su visión de futuro, ventaja, compromiso o resolución”. Aunque no se puede hablar con propiedad de estrategias de comunicación sino hasta las primeras décadas del siglo xx, la comunicación estratégica ha sido un fenómeno demasiado importante como para haberse sustraído al interés de los poderosos que intuían su gran potencial aplicado a la guerra, la política o la religión. Una idea que expresa con acierto el General Alonso Baquer (2001): La idea de que la estrategia es necesaria para la comunicación no es nueva: desde los primeros actos de propaganda política hasta nuestros días, pasando por la concepción aristotélica de la retórica, los hombres han intentado mejorar su posición relativa utilizando estrategias y métodos de comunicación. De hecho, todos estaríamos de acuerdo en que, sin estrategia, nuestras palabras y demás actos comunicativos perderían gran parte de su eficacia, pues no basta transmitir lo que se piensa, sino también pensar lo que se transmite.
La estrategia no es una capacidad (en todo caso sería una meta-capacidad) sino un sistema que a su vez integra y acopla diversas capacidades. Con la llegada de lo humano emergen nuevas capacidades: simbólica, hermenéutica, imaginativa, prospectiva, comunicativa, de cálculo, etcétera.
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Para el paradigma militar que corre del siglo v a.c. hasta la Segunda Guerra Mundial en el siglo xx, la estrategia es un fenómeno militar. Frontinus lo define como: “Todo aquello llevado a cabo por un caudillo que se caracterice por su visión de futuro, ventaja, compromiso o resolución”.
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Durante este largo período la comunicación estratégica ha merecido la atención de la retórica, la propaganda, las investigaciones sobre comunicación persuasiva y de una todavía incipiente publicidad. Y cuanto más estudiamos estos usos implícitos más atrás nos remontamos. Evolución del concepto/el paradigma científico-matemático En 1944 los Jefes del Alto Estado Mayor de medio mundo giraron su mirada hacia la Universidad de Princeton y se preguntaron: ¿qué hacen unos matemáticos hablando de estrategia? Acababa de nacer la teoría de los juegos de estrategia. Aunque se debe a John von Neumann la primera concepción científica de la estrategia, anticipada por él mismo en 1928 con su famoso teorema mínimax, hubo que esperar a la publicación en 1944 de Theory of Games and Economic Behavior escrita con la colaboración de Oskar Morgenstern. La teoría de los juegos ubica la estrategia en el campo de la decisión e intenta abstraer aquellos elementos que son comunes y esenciales a muchas diferentes situaciones conflictivas/competitivas, y estudiarlas con métodos científicos. La estrategia, en su concepción matemática, es la disciplina que ha hecho de las decisiones ante incertidumbre estructurada, su objeto de estudio. Facilita una guía normativa para el comportamiento racional de una sociedad cuyos miembros aspiran a lograr diferentes objetivos. De esta forma, al dar formalización abstracta
al tratamiento de los conflictos del hombre contemporáneo representa un nuevo paradigma desde el que los actores sociales pueden abordar las situaciones conflictivas que se les presenten. El texto fundacional de la teoría de los juegos nace como una obra de economía con la pretensión de dotar a las ciencias económicas de la exactitud matemática de la que carecían. Pero las formulaciones de Neumann desbordan el marco de la economía, para convertirse en una teoría general para la toma de decisiones que sea su objetivo, etcétera. La teoría de los juegos nos aporta el primer concepto científico de estrategia como “el conjunto de las tácticas”. Siendo las tácticas “el conjunto de las decisiones”. Aunque la descripción que más prosperó es la que señala que las estrategias son “el conjunto de las decisiones preparadas de antemano para el logro de un objetivo asignado, teniendo en cuenta todas las posibles reacciones del adversario y/o la naturaleza”. Este último párrafo nos advierte de que no todas las decisiones son estratégicas: una decisión solo es estratégica cuando en el cálculo que hace el decisor —para elegir entre una u otra alternativa de acción— tiene en cuenta la eventual participación de otros agentes (personas, fuerzas o sistemas) que con su intervención pueden modificar el resultado (Habermas, 1973; Alberto Pérez, 2001). La teoría de los juegos aportó instrumentos de alto valor: estrategias dominantes y matrices de juego; puntos Nash o de equilibrio; dilema del prisionero, y la diferencia entre juegos
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de suma cero y de suma distinta de cero, etcétera. En su origen la teoría de los juegos parte de una visión conflictiva. Sus primeros trabajos se centraron en los juegos de suma cero en los que lo que uno gana el otro lo pierde y en la que los actores sociales no perciben los hipotéticos beneficios de cooperar. Sería otro matemático, John Nash, quien demostraría que cualquier juego finito entre dos personas tiene un punto de equilibrio. Y nos enseñaría que no necesariamente la ganancia de uno tiene que ser en detrimento del otro, sino que todos podemos ganar o perder según adoptemos unas u otras decisiones. Pero los grandes logros de la teoría de los juegos no deben ocultar sus limitaciones: su pretensión de exactitud distorsiona la realidad o la limita (las situaciones en las que se presentan estrategias dominantes son escasas en los negocios o la política). La teoría de los juegos ubica la estrategia en la teoría de la decisión y nos aporta el primer concepto científico de estrategia como “el conjunto de las decisiones preparadas de antemano para el logro de un objetivo asignado, teniendo en cuenta todas las posibles reacciones del adversario y/o la naturaleza”. En este esquema la estrategia es el conjunto de las tácticas y las tácticas paquetes de decisiones. La teoría de los juegos no considera a la comunicación —la ignora—, sólo a la información (dilema del prisionero). Pero una vez liberada la estrategia de sus constricciones castrenses, y abierta la puerta por Hopkins en 1923, la estrategia se asocia con la comunicación. Una comuni-
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cación que en 1949, con The Mathematical Theory of Communications de Shannon y Weaver, también recibe una primera concepción científica como “el proceso de transmisión de información”. Eso hace que en principio las estrategias de comunicación adopten un carácter informativo y difusionista. Y la cuestión se desplaza a cómo llegar a las audiencias y a los votantes a través de los medios. Entre las conexiones de estrategia y política merecen destacarse las siguientes: 1) Las elaboraciones llevadas a cabo desde el marxismo, sobre las estrategias de conquista del poder (Lenin, Mao, Gramsci) y su distinción entre estrategia clásica y estrategia revolucionaria. Una dualidad que Occidente hoy día ha sustituido —salvo algunos países que mantienen todavía el lenguaje revolucionario— por otra más inquietante entre estrategias “democráticas” y “estrategias terroristas”. Dentro de las estrategias democráticas merecen una mención aparte las referentes a las campañas electorales y a la consecución del poder por las urnas. 2) Las aplicaciones de la teoría de los juegos a la Guerra Fría. Durante la Segunda Guerra Mundial se llevan a cabo aplicaciones a partir de la investigación operativa desde la Rand Corporation en Santa Mónica en paralelo con sus colegas británicos. La Rand Corporation y sus prestigiosos expertos jugaron un papel primordial en
La teoría de los juegos nos aporta el primer concepto científico de estrategia como “el conjunto de las tácticas”. Siendo las tácticas “el conjunto de las decisiones”.
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La teoría de los Juegos aportó instrumentos de alto valor: estrategias dominantes y matrices de juego; puntos Nash o de equilibrio; dilema del prisionero, y la diferencia entre juegos de suma cero y de suma distinta de cero, etcétera.
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el desarrollo de los misiles balísticos intercontinentales (icbm), así como en el análisis de algunas de las cuestiones “candentes” de la Guerra Fría, como fue la crisis de los misiles de Cuba, en la que aplicaron una variante del dilema del prisionero desarrollada por Bertrand Russell, denominada “juego de la gallina”, inspirada en la película de James Dean, “Rebelde sin Causa”. A finales de los años cincuenta el Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Harvard así como la Universidad de Georgetown toman el relevo. Ese es el caldo de cultivo del que saldrían los trabajos de Thomas C. Schelling sobre las estrategias del conflicto. Evolución del concepto/el paradigma económico-managerial Vamos a ver en tres fases como el management se apropió de la estrategia al punto de que para muchas personas hablar de estrategia hoy significa hablar de negocios. En 1955 los generales y los matemáticos miraron, esta vez juntos, hacia otra Universidad, la de Harvard, y se preguntaron: ¿qué hacen unos economistas hablando de estrategia? La sorpresa estaba justificada: ese año la Harvard Business School dedicó su Twentyfith National Business Conference al tema “Planning the Future Strategy of your Business”. La estrategia entra así en las Business Schools. Una puerta que ya había entreabierto Peter Drucker en 1954 al hablar de “decisiones es-
tratégicas” en The Practice of Management. Aunque habría que ersperar a los años sesenta para que las disciplinas del management cambiasen su rúbrica de “policy” (Foreing Policy, etcétera) por “strategy”. Pero no nos equivoquemos, la estrategia que manejan los economistas es diferente de la de Von Neumann y de la militar. Por “estrategia” los hombres del management entienden una regla para adoptar decisiones. El tema central de estudio de este período es la estrategia corporativa y su proceso de diseño y, en menor medida, la planificación y el crecimiento. En los años setenta se continúa el desarrollo de los conceptos básicos acuñados en la década anterior y aumenta su uso práctico. Este período estuvo marcado por el surgimiento y desarrollo de empresas de consultoría especializadas en estrategia, y por la publicación de revistas especializadas. En ese contexto, la crisis del petróleo de 1973 marcaría un punto de inflexión y a los momentos iniciales de gloria les sucede un período de decepción en las promesas de los nuevos métodos (la matriz crecimiento/participación —símbolo del management de portafolio— y la planificación estratégica, reciben fuertes críticas); y de regreso al pragmatismo empresarial por parte de los expertos que centran ahora su trabajo en las unidades de negocio. Ello no impide que, a lo largo de los setenta, las técnicas de estrategia constituyesen ya una disciplina ascendente en Harvard y otras Business School. De este período destacan algunos textos de Rumelt (1974)
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y Mintzberg (1994). Llegamos así a los ochenta con una teoría que se aleja de los excesos de la planificación e intenta construir sin conseguirlo unas bases teóricas. Para los ochenta llegaría el management estratégico, el cual es abierto por derecho propio por Igor Ansoff en 1979 al rebautizar el management de “estratégico” en su libro Strategic Management. La novedad de esta fase es que la estrategia no sólo penetra en el management sino que se adueña de él y se convierte en su “corazón conceptual”. Luc Boyer y Noël Equilbey harían suya esta idea con una frase definitoria que daría la vuelta a la tortilla: El management es el arte de poner la organización al servicio de la estrategia. Pero si la estrategia se adueña del management, son las Business School las que se adueñan y secuestran la estrategia al punto de que hoy día hablar de estrategia es sinónimo de hablar de negocios. En este período se pueden distinguir dos líneas de innovación. De la mano del management la estrategia había pasado a ocupar un lugar cada vez más destacado en los negocios, la política y la academia. Pero ese momento de gloria no está exento de banalidad. Es sintomático que los libros de estrategia compitan con los de autoayuda en las librerías de los aeropuertos y prometan fórmulas infalibles de éxito. A los profesores se les llama “gurúes” y a Sun Tzu se le convierta en un icono de Hollywood. De ese encuentro entre management y estrategia, ésta recibió un claro sesgo economicista y un
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segundo baño de racionalidad, esta vez cartesiana, que llena la escena estratégica de actores racionales y de analistas estratégicos. Con respecto a la comunicación las cosas no marcharon mucho mejor. El management es cosa de economistas y a estos les interesan los datos, y eso les lleva a la información pero no a la comunicación, cuyas variables cualitativas les hacen sentirse incómodos. Hubo que esperar a los años ochenta para que la comunicación entrase con fuerza en el management de la mano de Itami y Roehl (1986) y sus intangibles. Para completar el cuadro, al mangement tampoco le interesó la política salvo en su versión de administración pública. Es por eso que estrategia, comunicación y política terminan viviendo su vida y sus relaciones en otros ambientes y alimentándose de otras corrientes. Los conceptos de comunicación política y, a fortiori, el de marketing político que hoy manejamos son claros productos de la segunda mitad del siglo xx. Los expertos suelen contar su evolución en tres etapas (Maarek, 1997). El inicio de la primera etapa (1952-1964) está marcado por la campaña de Dwight Eisenhower a la presidencia de Estados Unidos. Unas elecciones que significan el desembarco de las estrategias y la planificación publicitarias. Si Hopkins abrió la puerta sería Roser Reeves (el padre de la usp) quien daría el salto en el año 1952 a las estrategias electorales. Había nacido el marketing político moderno. En esta etapa además de los spots políticos nacen los debates
En 1955 los generales y los matemáticos miraron, esta vez juntos, hacia otra Universidad, la de Harvard, y se preguntaron: ¿qué hacen unos economistas hablando de estrategia?
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De ese encuentro entre management y estrategia, ésta recibió un claro sesgo economicista y un segundo baño de racionalidad, esta vez cartesiana, que llena la escena estratégica de actores racionales y de analistas estratégicos.
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televisivos entre los candidatos (Kennedy vs. Nixon, 1960). En la segunda etapa (1964-1980) se sigue construyendo un corpus teórico apoyado en estudios (Personal Influence, Katz y Lazarsfeld, 1964; The Agenda Setting Funtion of the Press, McCombs y Saw, 1972). Pero si los estudios se apoyan en la sociología y la psicología, los profesionales siguen siendo publicistas y relacionistas públicos mientras la comunicación política se llena de metáforas comerciales: The Selling of the President de Ginnis, The Making of the Presidente de White. Respecto a las relaciones públicas basta citar la creación por parte de Nixon de la Oficina de Comunicación de la Casa Blanca en 1968. Llegamos así a la tercera etapa (1980-1992), que cierra Clinton con su campaña, después de nuevos estudios y textos de interés (Schlesinger, Golding, Lunz, Maarek, Swanson y Nimmo; Luque, etcétera). En este contexto merece citarse un segundo abordaje desde la economía: los análisis de economía política llevados a cabo por la teoría de la elección pública (Public Choice) sobre el consenso, la formación de coaliciones, el logrolling y el voto (Buchanan y Tullock, 1980). Evolución del concepto/ los movimientos refundadores Volvemos al management y lo hacemos para encontrarnos con dos movimientos que denuncian que el problema no se resuelve con parches y cambios puntuales. Y que todos esos cambios lejos de demostrar flexibilidad y capacidad evolutiva como pre-
tenden sus defensores, lo que evidencian es falta de consistencia teórica. Y que la estrategia —tal y como hoy se imparte— va a contrapié de los acontecimientos, cambiando cuando estos ya han ocurrido. Un lujo que no se puede permitir una disciplina que aspira a ayudarnos a adoptar elecciones anticipativas de cara al futuro. Como consecuencia, fisec propone una refundación de la estrategia, mientras hmb, lo que propone es la refundación del management estratégico. La primera vez que se plantea la necesidad de una nueva teoría estratégica es en 2001 en el libro Estrategias de comunicación (Alberto Pérez, 2001): “Necesitamos una teoría estratégica menos geométrica y más hermenéutica, menos racional y más relacional”. Reflexiones parecidas estaban presentes en otros expertos latinoamericanos: en Sandra Massoni: “La comunicación es un espacio estratégico en la dinámica sociocultural” (1990); Jesús Martín-Barbero (2002) al sugerir la “posibilidad de que la comunicación sea un lugar estratégico desde el que pensar la sociedad”; en Marcelo Manucci (2004): “Diseñar estrategia es diseñar significados”. La propuesta conectó con expertos de diferentes países y dio lugar en 2003 al nacimiento del Foro Iberoamericano Sobre Estrategias de Comunicación (fisec), como una asociación sin ánimo de lucro que sirviese de plataforma de intercambio y debate. Actualmente tiene unos 485 miembros de 122 universidades, y de unos 130 medios de comunicación, instituciones y empresas de 17 países de Iberoamérica más Estados Uni-
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dos, Francia, Alemania, Italia y Rusia. Desde entonces, fisec ha realizado nueve encuentros internacionales, elaborando y debatiendo su propuesta: La Nueva Teoría Estratégica (nte), que se concreta en el libro Hacia una teoría general de la estrategia (Alberto Pérez y Massoni, 2009). En 2007 Gary Hamel retoma la reflexión iniciada por él mismo y Prahalad en 1994 (ya citada). Y lo hace en su libro The Future of Management, cuyo primer capítulo lleva por título “El final del Management”. Pero sería en 2008 cuando, reunido en Half Moon Bay con un grupo de expertos, provoca una refundación del management estratégico. La sintetizan en una proclama de 25 puntos (Hamel, 2009). En ellos dan a conocer la gravedad de los fallos y desfases del management. Entre sus miembros hubo coincidencia en el diagnóstico: el modelo de gestión que predomina en las grandes organizaciones está seriamente desfasado. Surgió en el siglo xix para lograr que unos recursos humanos semi-cualificados, haciendo la misma cosa una y otra vez, llegasen a ser más efectivos. Es evidente que ese ya no es el reto para las compañías de hoy. Conscientes de las críticas que iban a provocar se autocalificaron de “renegados”: “A global community of management renegades brought together by Gary Hamel’s Harvard Business Review article”. Hoy día Hamel parece haber suavizado esas posiciones y dice que es el momento para “reiventar el management”, mientras la Harvard Business Review crea una sección de “Reiventing your Business”.
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Lecciones intemporales La primera lección es que siempre puede ocurrir algo que te sorprenda. Y el desplome de las Torres Gemelas fue una de esas malas sorpresas. El siglo xxi traía bajo el brazo problemas y retos de nuevo cuño. La segunda lección es que cualquiera que sea la actividad que uno ejerza, es necesario actualizar los paradigmas con base en los cuales hacemos nuestros cálculos y previsiones. Y eso es lo que nos piden para la estrategia y para el management estos dos movimientos refundadores. Venimos asistiendo a un fuerte desplazamiento semántico y conceptual de la estrategia. Del uso de la fuerza al uso de la inteligencia, de la guerra al conflicto, del conflicto a la competencia. Los juegos de suma distinta de cero abren un espacio para la negociación y la cooperación. Pero es con la llegada de los proyectos refundadores cuando la Estrategia cambia no sólo de sentido sino también de dirección, como señala Galindo Cáceres (2011). De la confrontación (por los mercados, los votos, el éxito, etcétera) a la articulación (con los amigos, los clientes, los stakeholders, los votantes). Por primera vez surge un enfoque —la nte— que concibe la estrategia como la disciplina que nos ayuda a articularnos socialmente (personas, organizaciones, partidos políticos). Una teoría general, abierta a todos los dominios de la acción humana y acorde con los nuevos paradigmas de la ciencia. La estrategia así concebida es la disciplina que asiste
Cualquiera que sea la actividad que uno ejerza, es necesario actualizar los paradigmas con base en los cuales hacemos nuestros cálculos y previsiones.
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Cuando nos asomamos a la ventana de la realidad lo que vemos es una fracción de un mundo al que todos queremos cambiar para que se cumplan nuestras metas. Un mundo que se mueve y se reconfigura constantemente.
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a los hombres y mujeres de acción a reconfigurar la trama relacional y el patrón de conectividad (relaciones/ conexiones/percepciones) de su vida, proyecto, organización, candidato, etcétera, eligiendo aquel camino que supuestamente (cálculo ad futurum) mejor le ayude a alcanzar el futurible que desea (metas) teniendo en cuenta la intervención, real o potencial, de otras fuerzas, seres o sistemas que pueden influir en el resultado. En ese contexto las “estrategias” son “las rutas elegidas”. Todas estas nuevas visiones de la nte y todos estos acoplamientos encuentran su respaldo en los textos de un puñado de autores que viene trabajando desde el inicio del siglo en estas nuevas orientaciones: Alberto Pérez (2001), Manucci (2006 y 2008), Massoni (2006, 2007 y 2008), Salas Nestares (2005), Alberto Pérez y Massoni (2009), Galindo Cáceres (2011), Marchiori (2006), Oliveira y De Paula (2008), Matilla, (2008), entre muchos otros. Cuando nos asomamos a la ventana de la realidad lo que vemos es una fracción de un mundo al que todos queremos cambiar para que se cumplan nuestras metas. Un mundo que se mueve y se reconfigura constantemente. En parte por inercia, en parte por azar y, en otra parte, por la voluntad de todos y cada uno de los que habitamos el planeta. Unos con más poder de transformación que otros. En este momento, en algún lugar, grupos de emigrantes se afanan por conseguir un puesto de trabajo con el que sobrevivir en sus nuevos entornos, mientras, en otros lugares,
hay cirujanos que tratan de “retocar” el corazón dañado de sus pacientes, en un intento desesperado por alargar sus vidas. Y no muy lejos, a esta misma hora, en alguna escuela o universidad hay profesores que intentan motivar a sus alumnos y transmitirles su conocimiento. Tal vez en esa aula haya un letrero que afirme: “La educación es el futuro”. Esos intentos de transformación forman parte de nuestra cotidianidad, pero son más visibles y notorios en la esfera pública, donde los grandes operadores utilizan estrategias fríamente pensadas y planificadas en busca de una mayor eficacia en sus intentos de cambiar sus entornos. El Yearbook of International Organizations (1995), editado por la Union of International Associations (uia), nos habla de 20 mil organizaciones internacionales que implementan anualmente la nada desdeñable cifra de 29,542 estrategias a través de 52,406 programas. Por su parte, el “Informe Bertelsmann” (1999) nos aporta una larga nómina de operadores estratégicos: partidos políticos, tribunales, patronales, sindicatos, instituciones educativas, medios de comunicación, instituciones religiosas, fundaciones, intelectuales, asociaciones a los que hay que añadir varios miles de fabricantes y distribuidores que compiten por sus mercados locales e internacionales, mas las compañías que los trasportan y aseguran. Todas esas intervenciones tienen en común que están orientadas al futuro. En parte es algo inexorable, cada uno de los actos de transformación que hacemos aquí y ahora
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tendrá efectos después. Pero también es algo calculado, son conductas orientadas a metas y resultados futuros. Sabemos que una parte de ese esfuerzo estratégico se canaliza a través de la comunicación. No es una sospecha, hay toda una industria de consultores y agencias dedicada a ello y sus cifras de negocio se publican cada año en las revistas especializadas. Pero para transformar el mundo, antes tenemos que saber en qué mundo estamos y que lo que sabemos de ese mundo cambiante lo sabemos por los telediarios y las noticias de los medios de comunicación, pero esas noticias no son asépticas. Alguien las produjo, formateó, distribuyó, seleccionó y decidió difundirlas. La realidad no nos llega en estado puro sino intermediado en función de los intereses de los grupos de comunicación y sus patrocinadores. Lo cierto es que si miramos a nuestro alrededor hay pocos espacios que estén libres de influencia. Cada uno de nosotros intentamos influir en nuestra pequeña esfera doméstica, para hacerla más propicia. La buena noticia es que hoy se prefiere utilizar estrategias de comunicación que hacer uso de la fuerza. La sociedad nunca ha sido tan dialogante como ahora. Pero este hecho ha merecido diferentes opiniones. Algunos expertos hacen una lectura positiva y consideran que las estrategias de comunicación están llamadas a jugar en el siglo xxi un papel articulador y de pegamento de las fracturas sociales (Alberto Pérez, 2001). Aspiran a que la comunicación sea el motor del cambio social y a que este cambio surja
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conversacionalmente del propio grupo social, de acuerdo a parámetros definidos por ese mismo grupo y no impuestos desde fuera (Massoni, 1990). Es la comunicación participativa para el cambio social de Beltrán (2000) y Gumucio Dragón (2001, 2009), una idea que saldrá reforzada con las nuevas tecnologías y las redes sociales. Pero no todo son lecturas positivas. Un sector crítico enfatiza los aspectos disfuncionales y denuncia que nunca fuimos tan manipulados. Proponen una educación para la comunicación y nos advierten de los peligros de una intermediación mediática que nos “coloca” otros modelos del mundo. Descubrimos así que ni la información ni el entretenimiento son inocentes y que la semiosfera de Lotman (1998) se ha ido convirtiendo en una enorme semio/strateg/sfera (Alberto Pérez, 2001). Tampoco todo son buenas noticias. En 1994 la Encyclopedia of World Problems and Human Potential (uia, 1994) identificó los principales problemas del mundo. Pero en estos 7 años las cosas no han mejorado y el escenario que nos presentan Glenn, Gordon y Florescu en su 2010 State of the Future (2010) es menos deseable si cabe. Vemos así que las comunicaciones estratégicas (incluidas las políticas) forman parte del actual escenario pero se mueven bajo un fuego cruzado: mientras los medios de comunicación nos hablan de problemas que necesitan de una gran capacidad estratégica y de diálogo, los expertos nos dicen que 5 de cada 7 estrategias fracasan y las llamadas
La buena noticia es que hoy se prefiere utilizar estrategias de comunicación que hacer uso de la fuerza. La sociedad nunca ha sido tan dialogante como ahora.
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conversaciones de paz se eternizan mientras las balas (y las piedras) siguen hablando su propio lenguaje. Crece así la sensación de que se desperdicia una parte importante del dinero y del esfuerzo que se dedica a desarrollo y fines sociales. Y algunos expertos nos preguntamos si parte de la culpa de tantos fracasos y del enquistamiento de tantos problemas no la tendrá la propia Academia. Si no estaremos dándoles a los operadores públicos teorías más
propias del xvii que del xxi, y por lo tanto inadecuadas para afrontar los nuevos retos. Es en ese contexto donde surgen los movimientos refundadores. El juego se mueve, la vida continua y queda mucho por hacer. Quisiera pensar que desde estas páginas se han aportado claves que puedan ser de utilidad para la construcción de esos futuros. Claves que sirvan para ayudar a pensar las estrategias desde enfoques más propicios y conciliadores.
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Rafael Alberto Pérez
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13 Homo Twitter Palabras clave Redes sociales, Comunicación, Comunicación política, Medios de comunicación, Democracia, Homo videns, Espacio público, Teledemocracia, Videopolítica. Definición En 1997, el conocido politólogo italiano Giovanni Sartori publicó un libro que cambió para siempre nuestra manera de entender la tv y su impacto en los seres humanos, en especial en la política y la democracia. El libro se llama Homo videns. La sociedad teledirigida, y su tesis central sostiene que la tv llegó muy temprano a la humanidad y se ha vuelto contra ella, no sólo porque marca una involución biológica del Homo sapiens al Homo videns, sino porque alimenta y reproduce la ignorancia y la apatía de una sociedad, lo cual es aprovechado por los políticos profesionales para manipularla de acuerdo a sus propios intereses. A esto Sartori lo llamó “videopolítica” o “teledemocracia”. La involución de la que habla Sartori es resultado de la exposición permanente de ya varias generaciones de televidentes al bombardeo indiscriminado
de imágenes. Por esa vía, el ser humano se ahorra la tarea de la abstracción, pues las imágenes lo hacen por él, con lo cual ve disminuida su capacidad de raciocinio y pensamiento lógico, operadas gracias a la sinapsis. Si la escritura y la lectura permitieron el máximo desarrollo de las facultades del Homo sapiens, la recepción pasiva de imágenes lo involucionan sin remedio. Como era de esperarse, el libro de Sartori generó todo tipo de reacciones. Pero independientemente de las críticas o las adhesiones que concitó, la verdad es que sus tesis han comenzado a ser obsoletas, sobre todo por la irrupción de nuevas tecnologías de la información que cambian radicalmente los referentes de la comunicación humana en las sociedades actuales. Me refiero a las redes sociales, y en particular a Twitter, que ha venido
Twitter restituye a los ciudadanos su centralidad política largamente escamoteada por los políticos profesionales, todo lo cual estimula a la democracia representativa.Y junto con Twitter ha emergido el Homo Twitter.
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Por eso el Homo Twitter puede ser anónimo o no, el resultado siempre es el mismo. Lo que importa es el tweet, la arquitectura del tweet, su mayor o menor capacidad de conectar con los demás.
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a constituirse en la moderna ágora de deliberación y confrontación de ideas y opiniones, en la nueva plaza pública virtual. Como he sostenido en otra voz de este Léxico (véase “Análisis de Redes Sociales”), Twitter restituye a los ciudadanos su centralidad política largamente escamoteada por los políticos profesionales, todo lo cual estimula a la democracia representativa. Y junto con Twitter ha emergido el Homo Twitter (en adelante ht), que como tal está a la espera de ser teorizado de manera persuasiva, pues al igual que el Homo videns sartoriano, es indudable que Twitter marca un parteaguas evolutivo de la mayor trascendencia para la humanidad. Hacia ahí quieren caminar precisamente, las siguientes diez tesis sobre esta nueva etapa evolutiva del ser humano. Bienvenida pues, la era del ht. Diez claves para entender el Homo Twitter 1. El ht no es un ser humano chiflando sino, en sentido metafórico, un pájaro que se cree ser humano. Esta metáfora vuelve a la acción de tuitear el centro de Twitter y al tuitero el producto de sus tweets. El ht existe por sus tweets, por el sonido de sus chiflidos, y no al revés. Por eso el ht puede ser anónimo o no, el resultado siempre es el mismo. Lo que importa es el tweet, la arquitectura del tweet, su mayor o menor capacidad de conectar con los demás. Al igual que un ave es reconocida inmediatamente por otras aves por sus chiflidos, el ht tuitea para ser escuchado por los demás,
quiere ser reconocido, quiere pertenecer a una comunidad, sabe que sólo existe por los demás, por sus chiflidos. El silencio es la muerte del ht. 2. El Homo videns mató al Homo sapiens y el ht mató al Homo videns, o mejor, la imagen sucumbió al tweet. Cuando parecía que el Homo sapiens no tenía salvación, que sucumbiría arrollado por el Homo videns, generando una involución lenta pero irreversible en la capacidad de abstracción y raciocinio de la especie humana, llegó el ht, y con él la posibilidad de nuevos desarrollos evolutivos. El ht no es la salvación o la reposición del Homo sapiens, moribundo por el efecto adormecedor del bombardeo indiscriminado de imágenes; es simplemente un nuevo estadío en la cadena evolutiva, un estadío diferente a todos los precedentes. Sólo el tiempo dirá en que magnitud marcará a la especie humana. Por lo pronto, el ht es síntesis de su tiempo, no renuncia a las imágenes con las que ha crecido pero tampoco a la palabra escrita (talón de Aquiles del Homo videns), entiende la comunicación como la emisión de mensajes breves y concisos, pero al mismo tiempo persuasivos, apoyados con tweetpics, tweetcams y links virtuales que obligan a ampliar la mirada, en un ir y venir permanente entre lo abstracto y lo concreto, entre lo implícito y lo explícito. Por eso, el tweet es imagen, pero es mucho más que imagen, es imagen con un pié de
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imagen, o mejor, es un pié de imagen acompañado de imágenes. Si en la evolución humana el Homo sapiens alcanzó sus máximas facultades con la lectura y la escritura, el ht lo logra en su tentativa de ser elocuente en la brevedad, en el esfuerzo de la síntesis. Ahora es la concisión lo que determina al ser humano, la economía del lenguaje, la ligereza del tweet. Como el Homo videns, el ht también es seducido por el canto de las sirenas de las imágenes, ya no puede abstraerse de sus encantos, su contagio es generacional, pero a diferencia del Homo videns, el ht no renuncia a la interacción, se niega a ser una esponja receptora pasiva de imágenes, por lo que reacciona a todos los estímulos que recibe. Opina, critica, convalida, rechaza, repudia… 3. El ht subvierte la cultura del video y restituye la cultura de la escritura, pero breve y críptica. La cultura de la imagen propalada por el cine y la tv imprimió su sello al siglo xx. Y no obstante que la industria del libro creció como nunca antes, cada vez se lee menos. La lectura es altamente valorada por la sociedad, pero cada vez menos frecuentada. Como la cultura de la imagen, también la literatura terminó por ser efímera, un componente más de las imágenes que los individuos desean proyectar de sí mismos. Muchas veces cuenta más saber de qué se trata un libro someramente para aparentar tener cierta cultura, que leer el libro, al fin que nadie lo ha leído. La industria editorial crea autores fa-
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mosos para vender obras no para que sean leídas. Hoy se escribe más para alimentar egos y aceitar la industria que para formar lectores o generar debates intelectuales. A su modo, la masificación de las computadoras y de internet ha permitido que la sociedad disponga de montañas de información como nunca antes en la historia, pero también ha contribuido a la lectura críptica, cortada, intermitente, superficial. Hoy más que leer, los seres humanos navegan, viajan por internet, saltando de un tema a otro. La cultura del videoclip (100 imágenes por minuto) atrofió en las últimas generaciones la capacidad de la concentración, de la comprensión, de la dedicación a la lectura. De ahí que la navegación les viene bien, pues con ella siempre se está en movimiento, al ritmo del perenne click del mouse, acumulando información sin decodificar. Si en la era digital la lectura se volvió navegación, la escritura se volvió algo accesorio, un vehículo para googlear, para chatear, para hacer trabajos escolares mediante copy paste. Y justo cuando todo parecía perdido, la aparición de las redes sociales restituyó cierto valor a la escritura, a la palabra escrita para comunicar y conectar con los demás. Facebook primero, y luego Twitter, reposicionaron a la escritura en una generación que la desdeñaba. Si las redes sociales proveen un sentido de pertenencia a un grupo o una comunidad es gracias a la palabra escrita, y la escritura ordena las ideas y las opinio-
El Homo videns mató al Homo sapiens y el Homo Twitter mató al Homo videns, o mejor, la imagen sucumbió al tweet.
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Por lo pronto, el Homo Twitter es síntesis de su tiempo, no renuncia a las imágenes con las que ha crecido pero tampoco a la palabra escrita (talón de Aquiles del Homo videns), entiende la comunicación como la emisión de mensajes breves y concisos, pero al mismo tiempo persuasivos,
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nes para que tengan sentido para los demás. Pero la escritura nunca volverá a ser lo que alguna vez fue. La era digital nos acostumbró a los mensajes breves y concisos. Sólo la brevedad asegura receptores. El ht lo asimiló rápidamente e incluso le puso un límite a la escritura: 140 caracteres por tweet, bajo la premisa de que no hay una sola idea o pensamiento que no pueda ser expresada correctamente dentro de esos límites. 4. Si el Homo videns es incapaz de abstraer conceptos, el ht es incapaz de abstraer fárragos, piensa en corto. Si la cultura de la imagen inhibió en los seres humanos la capacidad de abstracción, pues la imagen no exige del espectador ningún esfuerzo mental de deconstrucción, la cultura digital inhibió en los seres humanos la capacidad de concentración y comprensión frente a textos demasiado largos y complejos. De algún modo, ambos aspectos han contribuido a transformar las posibilidades y el potencial del pensamiento humano. El ht, heredero de ambas tendencias, ha dejado las honduras del pensamiento a los iniciados, y prefiere moverse en la superficie, en el pensamiento en corto, inmediato, directo, sin florituras ni barroquismos, ahí se siente seguro; en la simplicidad encuentra su zona de confort. Si la comunicación es posible para el ht es porque no exige grandes elaboraciones, el pensar en corto es lo suyo.
5. Si para el Homo videns la imagen es expresión metafórica, para el ht el tweet es metáfora de la expresión. Si en el Homo videns el pensamiento permanece adormecido, sometido a la tiranía de las imágenes, metáfora cruel de su propia existencia, en el ht expresarse se ha vuelto una metáfora. En efecto, el ht no habla, tuitea; no escribe, tuitea; no lee, sólo escucha los chiflidos de los demás ht. Por efecto de Twitter, la expresión humana se ha vuelto la acción de tuitear. La palabra escrita ha sucumbido al tweet. Las opiniones y las ideas se vuelven expresiones del tweet. Pero el tweet es intangible, efímero, ligero, volátil, sólo vive en la evanescencia. Fuera de Twitter lo que se escucha es ruido, dentro de Twitter, es un silbido queriendo trascender. 6. Si la palabra escrita representa evolución y la imagen, involución, el tweet es revolución a 140 caracteres por minuto. En la era del ht todo es breve y acelerado, no hay lugar para rollos ni tiempo para grandes abstracciones. En ese sentido, el ht es la expresión más evolucionada del Homo Digital, o sea un sujeto conectado virtualmente con el mundo, a la velocidad de los dedos y del mouse. El ht es la materialización de un tiempo, el nuestro, que se percibe veloz, raudo, vertiginoso. Al acercarnos el mundo a una computadora, la era digital nos instaló en la fugacidad de la vida, en la conciencia de que el tiempo vuela y nunca
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será suficiente para nada. Es el tiempo de las metrópolis, acelerado, apresurado, que nos arrolla sin remedio. Hoy hay que correr para llegar, robarle horas al sueño para estar, conjugar actividades para que nos alcance el día. Hoy todo es fast, y entre más fast, mejor. El ht se sabe prisionero del tiempo y se rebela tuiteando. Si el tiempo (o mejor, la ausencia de tiempo) anula, somete, presiona, borra, Twitter libera, aunque sea transitoriamente; es la catarsis efímera de una generación tan vertiginosa como el videoclip. Tuiteo luego existo. 7. Con el Homo videns el ht comparte lo lúdico, pero de manera creativa no pasiva. Si el Homo videns se regodea husmeando en la vida privada de ilustres desconocidos, según la exitosa fórmula de los Reality shows, el ht también disfruta de escudriñar en los tweets ajenos, en los tl (timelines) y los Avatar de otros tuiteros. Pero a diferencia del Homo videns, el ht no sólo es espectador, sino también protagonista de un Reality (un Reality virtual, por contradictorio que parezca); o sea que el tuitero no solo observa a los demás tuiteros, sino que se sabe observado, es más, quiere ser observado; a su modo es un exhibicionista, un hedonista incorregible. En la retroalimentación con otros tuiteros, el ht no sólo encuentra su lugar, sino también placer; no sólo un sentido de pertenencia a algo, sino
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un espacio lúdico, sumamente adictivo. De ahí que el ht se vea obligado a perfeccionar sus tweets, pues entre más creativos sean, más observado será, tendrá más seguidores, imagen equivalente a los fans de la farándula. De hecho, en Twitter también hay Tuitstars, la expresión más revolucionada del ht. 8. Si el Homo videns es manipulable, el ht es un manipulador en potencia, pues el tweet es persuasión. Un tweet que nadie lee es un tweet que nunca existió. Para trascender, un tweet tiene que seducir, persuadir, convencer, motivar… Sólo así destacará de entre millones de tweets que nacen y mueren cada segundo. Un tweet se sabe efímero, por lo que busca afanosamente desafiar su destino; quiere brillar en el mundo de los rt (retweets) y los Favs (favoritos) y así alargar su existencia lo más posible. Por eso, si el Homo videns era un receptor pasivo de imágenes y se dejaba manipular por ellas al encender el televisor, el ht se vuelve un manipulador en potencia. Lo suyo es persuadir con sus chiflidos, para que los demás repitan su tonada, se la aprendan, la reproduzcan, la recomienden… Si un tweet nace para ser escuchado, el ht necesita muchos escuchadores, y entre más mejor. Precisamente por ello, el ht aprende pronto que tuitear no es suficiente, que cualquiera puede hacerlo, por lo que hay que hacerlo bonito, para atraer a
Si el Homo videns es incapaz de abstraer conceptos, el Homo Twitter es incapaz de abstraer fárragos, piensa en corto.
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Por efecto de Twitter, la expresión humana se ha vuelto la acción de tuitear. La palabra escrita ha sucumbido al tweet. Las opiniones y las ideas se vuelven expresiones del tweet.
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otros tuiteros. Quizá por eso, el ht se vuelve exigente, no perdona los tweets salpicados de faltas ortográficas, los tweets ilegibles o incomprensibles. Quién lo iba a decir, el ht ha revalorado el idioma, cualquiera que éste sea; exige respeto a las reglas gramaticales y censura los deslices. 9 El ht sólo se realiza en el espacio público, con-los-demás; es la nueva encarnación del zoon Politikon. Si Twitter es la nueva ágora virtual, el espacio público donde se construye cotidianamente la ciudadanía y se definen los valores sociales, el ht es la nueva representación del sujeto político, del ciudadano que opina de los asuntos públicos y que en conjunto con los demás ht redefine y llena de contenido los valores que han de regir en la sociedad. El ht nos recuerda que la democracia no puede edificarse en el vacío, sino en contacto permanente con la sociedad. Si la representatividad fue la fórmula que permitió que la democracia como forma de gobierno se concretara en sociedades complejas como las modernas, Twitter es el vehículo moderno que restituye a la sociedad su centralidad y protagonismo frente a los déficits de representatividad que acusaba desde hace tiempo. Los políticos profesionales se han dado cuenta por la irrupción de la sociedad en Twitter, que ya no pueden apropiarse arbitrariamente
de la política, pues la política está hoy más que nunca en todas partes. En suma, el ht reivindica al ciudadano, visibiliza a la sociedad. 10. El ht es la síntesis virtuosa del Homo Ludens (lo lúdico) y el zoom Politikon (la acción en libertad). Para el ht todo es politizable, a condición de que sea debatible; sabe que su opinión es parte de un tribunal plural y heterogéneo, pero que a final de cuentas refleja mejor que cualquier otro espacio público el sentir de una comunidad, sus anhelos, sus deseos, sus congojas y frustraciones… El ht hace política, busca incidir en la opinión pública, busca marcar tendencias con sus opiniones, con sus Hashtags (tópicos en Twitter), porque sabe que sus opiniones cuentan, que Twitter se ha convertido en el mejor espejo de lo social. El ht pudo haber definido sus convicciones en múltiples ámbitos sociales, incluidos las propias redes sociales, pero sólo en Twitter encuentra el lugar idóneo para proyectarlas, para socializarlas de regreso a un universo simbólico donde pueden alcanzar resonancia. Si debatir con-los-demás en condiciones de paridad, o sea de manera incluyente y abierta, es la naturaleza de la política, el ht es la expresión moderna (virtual y digital) del zoom Politikon. Con la novedad de que tuitear es mucho más lúdico que vociferar o manotear para hacerse escuchar; y a la larga también es más democrático y efectivo.
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César Cansino
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14 Liderazgo Político Palabras clave Liderazgo, Servicio público, Democracia, Política, Cooperación internacional, Reforzamiento institucional, Capital humano, Cohesión social, Políticas públicas, Gestión pública. Definición Es importante hacer una distinción entre aquel liderazgo que tiene que ver con la responsabilidad de ejercer un cargo público o de elección popular, de aquel liderazgo que tiene que ver con impulsar ideales, proyectos o transformaciones sociales desde un espacio político-social. El primero contempla que el líder tiene funciones mínimas determinadas que cumplir y el segundo no. En virtud de ello, una primera propuesta para definir el liderazgo público formal sería: proceso que ejerce una persona que ha sido electa o designada para un cargo público con objeto de tomar decisiones para representar la visión y los intereses de los ciudadanos con sus valores, proponiendo soluciones a los problemas de sus representados y motivando mediante su influencia a sus seguidores a implementar acciones concretas que provoquen los
cambios que se requieran para el logro medible de los objetivos y políticas públicas adecuadas implementadas. En cambio, para liderazgo público político o social, la definición sería: aquella persona que mediante su carisma motiva y convence a uno o varios segmentos de la sociedad para que le den su apoyo con objeto de alcanzar y mantener el poder para realizar actividades o cambios al modelo establecido que beneficien a las personas o grupos que le otorgan la confianza o el voto. Tipos de liderazgo público a) Liderazgo coercitivo. Es aquel en donde el poder de la persona depende del miedo de sus seguidores. El mejor ejemplo es Adolf Hitler, principal precursor en Alemania del Führerprinzip (princi-
El liderazgo público formal sería: proceso que ejerce una persona que ha sido electa o designada para un cargo público con objeto de tomar decisiones para representar la visión y los intereses de los ciudadanos con sus valores.
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Liderazgo coercitivo. Es aquel en donde el poder de la persona depende del miedo de sus seguidores. El mejor ejemplo es Adolf Hitler, principal precursor en Alemania del Führerprinzip (principio del liderazgo), según el cual el líder es el único responsable de concentrar todos los poderes en su persona, o sea encarnar el Estado y ser jefe del partido único.
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pio del liderazgo), según el cual el líder es el único responsable de concentrar todos los poderes en su persona, o sea encarnar el Estado y ser jefe del partido único. Hitler tenía como objetivo principal crear el “Nuevo Orden” que, entre otras cosas, contempló el intento de exterminar a los judíos, e inició la Segunda Guerra Mundial, con todo lo que ello significó. Si bien su liderazgo estaba fundamentado en principios ideológicos propios de su época, en el tránsito para alcanzarlos se radicalizó y mezcló sus miedos y fobias, llegando hasta el intento por destruir a toda una comunidad por cuestiones religiosas y económicas, el miedo que generó ante sus seguidores fue uno de sus principales sustentos de liderazgo. Otro ejemplo es Joseph Vissarionovich, Stalin, quien tras la muerte de Vladimir Ilyich Ulyanov, Lenin, logró hacerse del poder absoluto en la hoy extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (urss) y del Partido Comunista de la Unión Soviética. Dirigió la construcción del socialismo en la Unión Soviética, que si bien pasó de ser un país rural a una potencia industrial y el nivel de vida de la población se elevó, lo hizo mediante un régimen represivo, caracterizado por campos de trabajo forzado, campañas de represión política y deportaciones. Diversos historiadores estiman que las víctimas del régimen de Stalin fueron miles, o cientos de miles, o millones de muertos, habiendo cierto consenso en que fue mayor a 10 millones
de muertes; se calcula que el número de ciudadanos condenados a trabajos forzados o encerrados en los gulags de Siberia alcanzó la cifra de entre cinco y diez millones. Éste es otro caso de cómo una persona puede ejercer un poder mediante el miedo. Stalin abusó de la fuerza para obligar a las personas a realizar diversas tareas o para evitar contradecir las acciones de un gobierno sustentado en la fuerza y el desprecio por los derechos humanos. Otro ejemplo es el de Augusto Pinochet, dictador chileno quien se hizo del poder mediante un golpe de Estado que derrocó al presidente electo Salvador Allende. Pinochet gobernó Chile entre 1973 y 1990, reprimiendo duramente a la oposición política al prescribir los partidos políticos, disolver el Congreso y restringir los derechos civiles y políticos. Pese a la violación reiterada de los derechos humanos que tuvo lugar bajo su mandato, conservó parte de su poder y privilegios hasta 1998. Este ejemplo es una muestra de cómo un liderazgo fundado en ideales y objetivos de un gran número de seguidores se puede pervertir al grado de utilizar el temor para mantenerlo y afectar negativamente a un mayor número de personas. b) Liderazgo de recompensa. Es aquel donde el poder se basa en la habilidad para prometer o dar algo que sus seguidores desean. Nelson Mandela es un buen ejemplo. Mandela fue un luchador incansable que mantuvo su lucha durante 27 años dentro de la prisión en contra del Aparthied o segregación racial
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en Sudáfrica. En 1994 se convirtió en el primer presidente electo democráticamente, impulsando una política de reconciliación nacional que evitara la lucha civil violenta. Los seguidores deseaban que terminara la segregación racial en su propio país, Mandela encabezó una lucha en donde sus seguidores comenzaron a ver recompensas al diluirse progresivamente la segregación hasta llegar a alcanzar la mayoría de sus derechos políticos y sociales. Otro ejemplo es Franklin D. Roosevelt, quien ha sido el único presidente de Estados Unidos elegido cuatro veces consecutivas. Su programa conocido como el New Deal, fue una respuesta a la gran depresión que vivía Estados Unidos; mediante este programa convirtió al gobierno federal en un instrumento activo de cambio económico y social, en contraste con su tradicional papel pasivo. Durante la Segunda Guerra Mundial llegó a acuerdos con los aliados para derrotar a las potencias del Eje. En el momento que Estados Unidos estaba pasando por una terrible crisis económica, apareció un hombre que fundamentó su liderazgo mediante la promesa de continuar rescatando al país de la depresión y le dio a sus seguidores resultados en la economía mediante el ejercicio de la presidencia. c) Liderazgo de legitimidad. Es aquel donde el poder está con base en el puesto, función personal o nombramiento dentro de una estructura organizacional. Un buen
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ejemplo es Charles de Gaulle, quien durante la Segunda Guerra Mundial se refugió en Londres, lanzando a través de la radio un llamado a los franceses para continuar la resistencia contra Alemania. Aunque carecía de los apoyos tradicionales, fue reconocido por Winston Churchill como representante legítimo de la “Francia libre” ante los aliados. Tras el desembarco de Normandía, de Gaulle se instaló al frente de un gobierno provisional de concentración y procedió rápidamente a afirmar el poder central y depurar a los colaboracionistas. En 1958 logró evitar la guerra civil en Francia y un eminente golpe de Estado. Fue Presidente de 1959 a 1969, si bien recibió un país con serios desequilibrios financieros y en descomposición política y social, recogió los frutos de la victoria aliada, consiguiendo para Francia el tratamiento de gran potencia al obtener una zona de ocupación en Alemania, así como un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la onu. Su liderazgo pasó por varios tipos de legitimidad, desde una función personal, que lo llevó a ostentar un nombramiento en una estructura organizacional, hasta el ejercicio de un cargo público como presidente de Francia. d) Liderazgo de experto. Es aquel donde el poder se basa en la capacidad o conocimientos de la persona. Es el caso de Peter F. Drucker, cuyo liderazgo como autor despega cuando el director de General Motors
Liderazgo de recompensa. Es aquel donde el poder se basa en la habilidad para prometer o dar algo que sus seguidores desean. Nelson Mandela es un buen ejemplo. Mandela fue un luchador incansable que mantuvo su lucha durante 27 años dentro de la prisión en contra del Aparthied o segregación racial en Sudáfrica.
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Liderazgo de legitimidad. Es aquel donde el poder está con base en el puesto, función personal o nombramiento dentro de una estructura organizacional. Un buen ejemplo es Charles de Gaulle, quien durante la Segunda Guerra Mundial se refugió en Londres, lanzando a través de la radio un llamado a los franceses para continuar la resistencia contra Alemania.
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(en aquel momento la corporación más grande del mundo), Alfred Sloan, lo invita a estudiar la empresa, lo que cambia la vida de Drucker para siempre. Mantiene su postura de no trabajar para un solo patrón y se dedica a estudiar las entrañas de las compañías y organizaciones desde fuera. Publica el libro Concept of a Corporation, que hace un retrato de General Motors, como sistema social y organización económica. Henry Ford ii reorganiza la Ford Motor Company sobre el modelo que Drucker creó para General Motors. A partir de ese momento se consolida su reputación como consejero de las grandes corporaciones, y al publicar su libro The Practice of Management ayuda a transformar la dirección en una disciplina. Queda para la posteridad como uno de los gurús del estudio de la administración de empresas o management. En 1984 la Graduate Management School cambia su nombre por Peter F. Drucker Graduate School of Management. Este es un caso que ejemplifica el liderazgo sustentado en una expertise que es reconocida por los seguidores y que genera el liderazgo. Otro ejemplo es Steve Jobs, el mayor inventor desde Thomas Alva Edison, ya que no se podría concebir el mundo sin sus aportaciones a la tecnología y, lo fundamental, el haber logrado poner el mundo en nuestras manos. Quedarán para la historia las transformaciones que realizó, como poner al alcance de las
personas una computadora personal, transformar la producción cinematográfica, con todo lo que representa, al lograr la producción de películas cien por ciento animadas por computadora y, por último, transformar a la industria de la música. Si bien la mayoría de los habitantes del planeta lo seguían por sus productos y servicios tecnológicos, la realidad es que su mayor aportación a la historia de la humanidad es y será haber impulsado la creación de computadoras personales. Su muerte en el 2011 cerró un capítulo fundacional del acceso y utilización del las tecnologías de la información y la comunicación. e) Liderazgo de referencia. Es aquel donde el poder se basa en la identificación de los seguidores con una persona que tiene recursos o características personales deseables. Es el caso de Muhammad Yunus, fundador del Grameen Bank, quien prestó más de 4 mil millones de dólares a gente que no son sujetos de crédito. Se dio a la tarea de “romper el ciclo de pobreza” en su nativa Bangladesh, haciendo préstamos a aldeanos muy pobres, capacitándolos para convertirlos en empresarios económicamente independientes. Prevé un mundo sin pobreza, en el que ya no existirá mercado para su banco. Un mundo, dice, “en el cual todos estaremos orgullosos de vivir”. Se hizo acreedor al Premio Nobel en 2006 por su lucha para alcanzar una economía justa para las clases más pobres mediante los microcréditos. En este caso, el fundador del Grameen Bank creó su liderazgo
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en otros países, como seguidores, mediante la implementación de un modelo económico con una finalidad social que contribuía a dar oportunidades a los más necesitados. Líneas de investigación y debate contemporáneo El liderazgo ha sido identificado, reconocido y analizado formalmente a partir de los estudios y obras del filósofo griego Platón, quien fuera alumno de Sócrates, maestro de Aristóteles y fundador de la Academia de Atenas, desde donde emergieron las líneas fundamentales del pensamiento Occidental. Es un hecho que el concepto de liderazgo ha ido transformándose en su concepción esencial, desde sus primeros antecedentes documentales de estudio entre 387-347 a. c., hasta llegar a lo que hoy se identifica como liderazgo en su concepción moderna y los distintos tipos o clasificaciones que hoy existen para tratar de describir el liderazgo en distintas expresiones y ámbitos. La concepción moderna de liderazgo ha sido determinada por la crisis sufrida, en su concepción antigua de “héroe”, después de las revoluciones verificadas en los siglos xix y xx; movimientos sociales que tuvieron una gran influencia democrática y que iniciaron el fortalecimiento de las instituciones públicas en los sistemas políticos y gobiernos actuales, desde una visión democrática y de eficiencia, lo que también obligó a las instituciones privadas a realizar cambios estructurales en su dinámica interna para ser
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más competitivas mediante la implementación de procesos institucionales y no netamente personales. Definir el liderazgo. A la largo de la historia se han realizado diversos estudios y análisis para determinar qué es el liderazgo, de dónde proviene, si es un atributo personal o una condición circunstancial, si sigue prevaleciendo, en esencia, la concepción antigua de liderazgo o si la modernidad, los medios de comunicación, la tecnología y la permanente transformación democrática, han obligado a que sea transformada su particularidad. El debate contemporáneo sigue dándose, principalmente, entre dos líneas fundamentales, la primera tiene que ver con su origen: el liderazgo se ejerce por la voluntad otorgada por otros o es ejercido por el poder sobre otros. La segunda, con la condición de que el liderazgo sólo puede ser ejercido por una persona con determinados atributos personales o se puede construir un liderazgo independientemente de dichos atributos. El liderazgo moderno debe estar sustentado en valores y principios en los que coincidan los seguidores formales e informales, ya que de otra forma se clasificaría como perversión del ejercicio de un poder formal o de facto que no reúne los requisitos mínimos de liderazgo. Uno de los principales dilemas del liderazgo moderno es definir si en verdad un liderazgo excesivamente carismático es negativo, porque promueve que los seguidores vean en la autoridad el remedio de todos los males, eludiendo la res-
Liderazgo de experto. Es aquel donde el poder se basa en la capacidad o conocimientos de la persona. Es el caso de Peter F. Drucker.
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Es un hecho que el concepto de liderazgo ha ido transformándose en su concepción esencial, desde sus primeros antecedentes documentales de estudio entre 387-347 a. c., hasta llegar a lo que hoy se identifica como liderazgo en su concepción moderna y los distintos tipos o clasificaciones que hoy existen para tratar de describir el liderazgo en distintas expresiones y ámbitos.
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ponsabilidad de todos de aportar soluciones, o si es mejor, pues tiene mayores posibilidades de alcanzar los objetivos que buscan en conjunto el líder y los seguidores. Es inevitable recurrir a las definiciones de liderazgo moderno de aquellos estudiosos que han intentado definirlo, por lo que se analizarán algunas de ellas con la finalidad de encontrar los aspectos coincidentes. Para Maxwell (2008, pp. 359-360) “El liderazgo es influencia… (es decir, la capacidad de obtener seguidores)”. Por otra parte, Villanueva y Villanueva (2007, p. 15) sostienen que “Líder es la persona capaz de influir en los individuos integrantes de un grupo y conseguir, gracias a sus cualidades, que le ayuden a lograr los objetivos deseados por él y aceptados por el grupo”. Para Münch (2011, p. 145) “El liderazgo es la habilidad de inspirar y guiar a los subordinados hacia el logro de los objetivos y de una visión”. Lussier y Achua (2011) señalan que “El liderazgo es el proceso de influencia entre líderes y seguidores para lograr los objetivos organizacionales por medio del cambio”. Después de analizarlas se pueden encontrar 4 ejes fundamentales que debe incluir el liderazgo: a) líder (tiene que ver con la existencia real de una persona física o moral); b) poder (el primer aspecto tiene que ver con poder, con la capacidad de ejercerlo ya sea otorgado de forma institucional o formal, o por la voluntad tácita u obligada de los seguidores); c) seguidores (sería absurdo pensar en un liderazgo sin seguidores, el tema es si dichos seguidores lo son por voluntad propia, por un
mandato legal, por una relación laboral o mediante manipulación, demagogia, coerción, etcétera; d) objetivos (deben existir objetivos, ya sean perfectamente planeados y delimitados por un acuerdo o norma, o ya sean objetivos creados por el propio líder o el colectivo de seguidores que pueden ser concretos o abstractos). Creación de liderazgos. Independientemente de la discusión sobre si el liderazgo es un tema de atributos personalísimos o si se puede crear independientemente de ellos, existen esfuerzos por generar instrumentos de información que pretenden orientar en el fortalecimiento y la creación de liderazgos. Como ejemplo, la Fundación Internacional y para Iberoamérica de Administración y Políticas Públicas (fiiapp) señala que contribuye al desarrollo de nuevos liderazgos políticos que: respeten la pluralidad y la diversidad, no renuncien a la negociación y al diálogo, sean capaces de generar alianzas y realizar pactos o llegar a acuerdos, sean respetados, atiendan al interés general, sean sensibles a las demandas de los ciudadanos, se preocupen por las valoraciones y percepciones de las personas sobre el grado de solidaridad que la sociedad les brinda y asuman la transparencia y la rendición de cuentas. Afirmaciones sobre el liderazgo. “Un líder nace, no se hace”, es falso, se puede desarrollar con estudio, determinación y práctica; “Un líder debe tener cualidades concretas, bien definidas”, es falso, no se puede elabo-
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rar una lista de cualidades analizando a todos los grandes líderes de la historia, aunque algunas de ellas en determinadas situaciones les hayan permitido mayor eficacia, en vez de ello su comportamiento sí es determinante; “Un líder lo es en cualquier circunstancia”, es falso, un individuo que se convierte en líder en una labor determinada puede que no sea tan bueno en una situación distinta; “El liderazgo no mejora con la experiencia”, es verdadero, cada situación se presenta en entornos diferentes, por lo que el enfoque en todas será novedoso, los conocimientos adquiridos y la práctica pasados en la mayoría de las veces ayudan pero mediante una aplicación diferente en cada situación que previamente debe ser analizada. Enfoques para la teoría del liderazgo. Existen tres enfoques de análisis: a) el análisis individual del liderazgo, que lo considera un proceso de influencia recíproca entre el líder y sus seguidores; b) el análisis grupal, que se concentra en las características del grupo de seguidores y la relación que tienen en conjunto con su líder; y c) el análisis organizacional, en donde el líder diseña la asignación de puestos o responsabilidades de acuerdo a las competencias de sus seguidores y proyecta los sistemas y procedimientos que garanticen el buen resultado de los trabajos a desarrollar. Las diez funciones administrativas de Mintzberg. Henry Mintzberg (1973), uno de los más grandes pensadores de la gestión y la estrategia a nivel mundial, invirtió muchos años para observar la realidad del trabajo
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de un directivo, es decir, realizó un estudio a 5 administradores donde los observaba directamente y llevaba un registro de las actividades diarias que hacían los gerentes; de tal manera que escribió un libro titulado La naturaleza del trabajo directivo, en donde describe qué realizan realmente los gerentes, cómo hacen lo que hacen y por qué lo hacen, y cuya síntesis es la siguiente: A. Papeles interpersonales 1. Papel de representación (cumplimiento de deberes ceremoniales y sociales en representación de la organización) 2. Papel de líder 3. Papel de enlace (particularmente con personas e instituciones ajenas a la organización) B. Papeles de información 4. Papel de receptor (recepción de información sobre la operación de una empresa) 5. Papel de difusor (transmisión de información a subordinados) 6. Papel de vocero (transmisión de información a personas ajenas a la organización) C. Papeles de decisión 7. Papel empresarial 8. Papel de encargado del manejo de conflictos 9. Papel de asignador de recursos 10. Papel de negociador (en el trato con varias personas y grupos de personas).
El liderazgo moderno debe estar sustentado en valores y principios en los que coincidan los seguidores formales e informales, ya que de otra forma se clasificaría como perversión del ejercicio de un poder formal o de facto que no reúne los requisitos mínimos de liderazgo.
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Aparte de la discusión sobre si el liderazgo es un tema de atributos personalísimos o si se puede crear sin depender de ellos, existen esfuerzos por generar instrumentos de información que pretenden orientar en el fortalecimiento y la creación de liderazgos.
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Aspecto administrativo del liderazgo público. Para lograr el éxito administrativo un líder público debe: a) crear las instituciones que se requieran para una buena administración pública; b) un servicio civil de carrera que conserve a los profesionales de la administración pública, evitando la rotación de personal por motivos políticos o por amiguismo; c) transparencia y mecanismos de rendición de cuentas y gestión por resultados; d) ética e integridad en el manejo de los recursos; y d) participación ciudadana. Gestión por resultados. La gestión por resultados ha sido definida por la ocde (1995, p. 28) como: Un marco conceptual cuya función es la de facilitar a las organizaciones públicas la dirección efectiva e integrada de su proceso de creación de valor público, a fin de optimizarlo asegurando la máxima eficacia, eficiencia y efectividad de su desempeño, la consecución de los objetivos de gobierno y la mejora continua de sus instituciones.
La mayoría de los países latinoamericanos están poniendo mayor atención a la planeación y control de los procesos presupuestarios, el establecimiento y la evaluación de políticas públicas, los resultados de sus programas y el mejoramiento de los servicios al ciudadano. Con la institucionalización eficaz de sistemas de seguimiento de políticas los servidores públicos disponen de información fehacien-
te para controlar los avances de los objetivos prioritarios de la gestión gubernamental y para corregir las desviaciones desfavorables que se produzcan. Además, la propia ocde presentó un texto de la recomendación para gerenciar la ética en el servicio público con doce puntos: 1) los parámetros éticos par el servicio público deberían ser claros; 2) los parámetros éticos deberían estar reflejados en el marco legal; 3) la orientación ética debería estar a disposición de los funcionarios públicos; 4) los funcionarios públicos deberían conocer sus derechos y obligaciones en caso de que se descubra una actuación incorrecta; 5) el compromiso político con la ética debería reforzar el comportamiento ético de los funcionarios públicos; 6) el proceso de toma de decisiones debería ser transparente y abierto al escrutinio; 7) debería haber lineamientos claros para la interacción entre los sectores público y privado; 8) los gerentes deberían demostrar y promover un comportamiento ético; 9) políticas, procedimientos y prácticas de gerencia deberían promover un comportamiento ético; 10) las condiciones del servicio público y la gerencia de recursos humanos deberían promover una conducta ética; 11) mecanismos adecuados de responsabilidad que deberían instalarse en el seno del servicio público; 12) procedimientos y sanciones apropiadas que deberían existir para manejar las desviaciones en las conductas.
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Bibliografía Bobbio, N., et al. (eds.), (2002), Diccionario de política, México, Siglo xxi. Lussier, R.N. y C.F. Achua (2011), Liderazgo. Teoría, aplicación y desarrollo de habilidades, México, cengage Learning. Maxwell, J.C. (2008), Liderazgo al máximo: Maximice su potencial y capacite a su equipo, Nashville Tennessee, Grupo Nelson. Mintzberg, H. (1973), La naturaleza del trabajo directivo, Nueva York, Harper & Row.
Münch, L. (2011), Liderazgo y dirección: El liderazgo del siglo xxi, México, Trillas. ocde (1995), “Governance in Transition”, paper presentado en el iii Congreso Internacional sobre la Reforma del Estado, Madrid. Villanueva, D. y A. Villanueva (2007), Liderazgo racional y emocional, Puebla, Universidad de las Américas. Yukl, G. (2008), Liderazgo en las organizaciones, Madrid, Pearson Prentice Hall.
David Villanueva Lomelí
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15 Mito de Gobierno Palabras clave Comunicación gubernamental, Visión de gobierno, Cortoplacismo, Campaña permanente, Retórica presidencial, Marca de gestión. Definición Aunque se puede referir como visión general de gobierno, norte estratégico, rumbo gubernamental, grandes lineamientos, el Mito de Gobierno (en adelante mdeg) es ese intento de constituirse o instalarse como un modelo de camino a seguir socialmente aceptado, para evitar caer en el cortoplacismo, y así salir de la trampa de la inmediatez (Riorda, 2006, p. 24). La formulación del mito no es mistificación sino un planteamiento racional que se expresa en un relato capaz de despertar y mantener la esperanza, movilizar las voluntades y conducir los esfuerzos en la consecución de lo que se persigue (Elizalde, Fernández, Pedemonte, Riorda, 2006). El mito es un sistema de creencias, coherente y completo, que da sentido y orientación (Girardet, 1999, p. 11). Tiene principio, desarrollo, pero no fin, y como tal siempre está abierto y en permanente construcción.
El mito es el todo que ofrece la dirección estratégica y expresa el sentido último de la acción de gobierno. A decir de Majone (en Riorda, 2006, pp. 61-86), el mito es la “metapolítica”, el “núcleo”, que es lo que permanece mucho más rígido, con menor variabilidad, mientras que las acciones incrementales, de corto plazo, tienden a representar las “periferias concéntricas” o los “núcleos protectores”, marcados especialmente por su mayor dinamismo y flexibilidad, constituidos por programas y actos administrativos (Majone, 1997, pp. 191-200). Como aporte desde la comunicación política, este concepto ha sido abordado por varios investigadores para superar el fuerte anclaje de aquellos estudios centrados en ciclos cortos, para aproximarse a un abordaje de ciclos largos, una vez que los políticos en los hechos han pasado a “vivir en campaña permanente”.
El Mito de Gobierno es ese intento de constituirse o instalarse como un modelo de camino a seguir socialmente aceptado, para evitar caer en el cortoplacismo, y así salir de la trampa de la inmediatez.
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El mito es un sistema de creencias, coherente y completo, que da sentido y orientación. Tiene principio, desarrollo, pero no fin, y como tal siempre está abierto y en permanente construcción. El mito es el todo que ofrece la dirección estratégica y expresa el sentido último de la acción de gobierno.
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Las tareas de todos los días, las acciones tácticas, no logran por sí mismas dar cuenta del proyecto, por más exitosas que sean. La suma de las partes no constituye el todo y por lo mismo requiere de un envolvente —el mito— que manifiesta de donde se viene y hacia donde se va (Aguilar, 2011). Para clarificar, Riorda afirma que el mdeg no es cualquier ocurrencia, sino que debe representar el ejercicio coherente de lo propuesto discursivamente como contrato de gestión en la faz electoral, y la actualización de lo mejorable o renovable de ese contrato, una vez que el gobierno se constituye como tal. La comunicación presidencio-gubernamental Al igual que Riorda, Canel y Sanders (2010, pp. 7-41) reconocen que los estudios sobre la comunicación gubernamental encuentran un sentido de corto plazo. Si bien Estados Unidos es el país que más ha realizado investigación sobre la comunicación de un gobierno, ésta se ha centrado en la comunicación presidencial, particularmente de la retórica presidencial, sobre cuestiones organizacionales, de la relación con los medios y la “operación de las noticias”. Al hacer una descripción del estado del arte de la comunicación de gobierno, las autoras encuentran una tendencia tanto en Estados Unidos como en Europa y recientemente en América Latina, orientada a tópicos relacionados con la comunicación del
jefe del ejecutivo, tales como la campaña permanente, la publicidad política, los estudios de propaganda y de diplomacia pública. De manera intencionada, dice Dader (2003, pp. 11-54), se ha venido utilizando el barroco término de “comunicación presidencio-gubernamental”, porque la primera tentación de todo líder que alcanza el poder, sobre todo si se trata de un sistema presidencialista, estriba en cuidar la imagen de su propia figura presidencial y dejar a la inspiración de cada cual la actividad de los ministerios y restantes áreas de la administración. Apoyado en una comunicación “hiper-personalista” donde la figura presidencial es el eje central, puede fraguarse así un gran culto a la personalidad del jefe del ejecutivo, marcando una enorme distancia entre sus comparecencias y contacto popular, y la difusión y diversificada actuación del resto del gobierno y la administración. Es por ello que el área de la retórica presidencial es la que más atención ha recibido en Estados Unidos, con el comienzo del paradigmático trabajo de Neustadt titulado Presidencial Power. Pero este “poder presidencial”, explican Canel y Sanders (2010), ha tomado diversas formas: algunos trabajos estudian la retórica presidencial como la relación entre los mensajes y sus audiencias, como relación entre la retórica y el texto, como una actuación en su totalidad, o la retórica como definitoria de la realidad. También reconocen la contribución de las relaciones públicas
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en la búsqueda de las relaciones de largo plazo entre un gobierno y los ciudadanos. De la revisión al estado de la cuestión, Canel y Sanders realizan una lista de temas convergentes: relaciones de los gobiernos con los medios de comunicación; campañas de comunicación gubernamental; comunicación interna en la administración pública; perfiles y habilidades profesionales de los comunicadores gubernamentales; comunicación de crisis de un gobierno ante catástrofes naturales, escándalos y desastres. La campaña permanente Una campaña electoral supone la suma de esfuerzos en un tiempo determinado, con un grupo de personas y un presupuesto limitado, para alcanzar el poder. Y luego, ¿cuándo se alcanza el objetivo deseado?, ¿qué debe hacer el político para mantener la adhesión de su electorado?, ¿cómo sumar a aquellos que no votaron por él?, ¿cómo mantener la confianza y cómo incrementarla durante el mandato?, ¿y si desea postularse para un nuevo cargo de elección popular? Todas estas preguntas encuentran respuesta en una dinámica de trabajo durante la gestión gubernamental, que somete al gobernante bajo un esquema de campaña permanente. De acuerdo con Lilleker (2007), se refiere al uso de los recursos de la oficina, por parte de los individuos u organizaciones electas —gobiernos, partidos en el gobierno, miembros del parlamento, congresistas o cualquier otro represen-
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tante—, para construir y mantener el apoyo o soporte popular. La comunicación política acuña el concepto de “campaña permanente” para referirse a la utilización del cargo por parte de los elegidos, tanto en el poder legislativo como en el ejecutivo, ya sean del ámbito nacional o local, para construir y mantener una amplia y suficiente base de apoyo popular. Para ello, se valen de los nuevos instrumentos de la comunicación política, a fin de abrirle espacios a sus programas, facilitar la victoria de su partido y sus candidatos en la siguiente elección y lograr una permanencia o continuidad del proyecto o grupo político. En la campaña permanente, gobernar se convierte en una campaña perpetua (Blumenthal, 1980) y convierte al gobierno en un instrumento diseñado para sostener la popularidad de un político electo. Morris (2003) es más claro al señalar a la campaña permanente como una necesidad de mantener la mayoría cotidiana. En su expresión teórica el esquema es el siguiente: como los ciudadanos son cada vez más independientes políticamente y ya no hay fidelidad partidaria como antes, la campaña permanente sirve para mantener a la gente de su lado. La promesa de la campaña electoral debe traducirse en la campaña gubernamental permanente, es decir, el mensaje debe responder y atender las necesidades y expectativas básicas del electorado. En estas nuevas democracias, señala Dader (2003), ni siquiera el aluvión de actividades de campaña desplegadas en el periodo electoral
Como aporte desde la comunicación política, este concepto ha sido abordado por varios investigadores para superar el fuerte anclaje de aquellos estudios centrados en ciclos cortos, para aproximarse a un abordaje de ciclos largos, una vez que los políticos en los hechos han pasado a “vivir en campaña permanente”.
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Las tareas de todos los días, las acciones tácticas, no logran por sí mismas dar cuenta del proyecto, por más exitosas que sean. La suma de las partes no constituye el todo y por lo mismo requiere de un envolvente —el mito— que manifiesta de donde se viene y hacia donde se va.
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será ya suficiente para sostener al ejecutivo entrante. Pues, como afirman casi todos los especialistas en el tema, al día siguiente de conquistar el poder se ha de comenzar ya la preparación del próximo refrendo electoral, quedando así instaurada la campaña permanente (Blumenthal, 1980; Canel, 1999 y Noguera, 2002). Es por ello que la nueva democracia ha hecho complejo el avance político de los actores, por lo cual el esquema de campaña permanente se presenta como un instrumento para construir proyectos de largo plazo. Para finales del siglo xx ya había suficiente experiencia. Norman J. Ornstein y Thomas E. Mann (2000) fueron los recopiladores de una obra con una serie de estudios titulada The Permanent Campaign and its Future. En este trabajo los autores señalan: En esta era de campaña permanente, los procesos de proselitismo (campaigning) y de gobierno perdieron cada uno lo que los distinguía. De igual manera, el proceso de proselitismo se convirtió de muchas maneras en el socio dominante de los dos.
En esta misma obra colectiva, Heclo (2000) sugiere seis tendencias que se han convertido en los patrones de comportamiento del ciclo campaña-gobierno y gobierno-campaña: 1) Los papeles cambiantes de los partidos políticos. Son más débiles en su organización, en el reclutamiento de candidatos, en la movilización, y son más fuertes en ideología, peculiaridades sociales y en sus ataques políticos.
2) La expansión de un sistema abierto y extenso de grupos de interés políticos. 3) Las nuevas tecnologías de la comunicación de la política moderna. 4) Las nuevas tecnologías políticas, especialmente las relaciones públicas y el sufragio. 5) La siempre creciente necesidad de financiar la política. 6) Las cada vez más elevadas expectativas para todos los actores, en el activismo del gobierno. En contraparte, los críticos de la campaña permanente surgieron desde que se quiso presentar, sobre todo en Estados Unidos, a los funcionarios públicos como productos comerciales. Quizás esta postura fue más notoria en obras posteriores, al señalar que “Richard Nixon fue empaquetado y vendido como una mercancía” (Rees, 1992; Jamieson, 1996). Por otro lado, Kollmann (2002) afirma que hay muchos especialistas que dicen que esa estrategia tiene rebote, es decir, que las promesas y expectativas no cumplidas crean tarde o temprano la sensación de un gobierno improvisado, incoherente y sin integridad. “La campaña permanente es realmente un programa de escenografía”, agregaría Blumenthal (1980). Mantener el mito de gobierno En cambio el mito, en tanto elemento útil como construcción de sentido, tal vez pueda ser entendido en la breve definición de Girardet: “un sistema de creencias coherente y completo” (1999, p. 11). Según Riorda (2006,
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pp. 61-74), otros autores le confieren al mito el mismo sentido de construccionismo social: lo consideran racional, porque el hombre con su imaginación lo formaliza como relato, como historia o como teoría; lo consideran emoción, porque da sentido, calma la desesperación, atenúa la ansiedad y posibilita el manejo de las contradicciones de lo cotidiano; lo consideran voluntad, porque el mito moviliza, estimula la acción, fortalece las decisiones y justifica las realizaciones (Donoso Torres, 1999, pp. 1114); el mito permite una propaganda de integración (Rose, 2000, p. 27). Es una verdad incuestionable. Los gobernantes requieren de buena aceptación y calificación, de estar siempre en el ánimo ciudadano. En caso de no tener aspiraciones políticas futuras les ayudará a mantener un gobierno con consensos y realizar un cierre de administración transparente e incuestionable. Pero si buscaran en el corto o mediano plazo un nuevo cargo de elección popular, les es imprescindible entregar buenos resultados, cumplir con las expectativas ciudadanas, para que los logros de su gestión sean la mejor carta de presentación para su próxima postulación. Aunque desde los medios de comunicación masivos se pueden crear imágenes positivas del trabajo de las autoridades electas, es imprescindible que ese trabajo se haya realizado adecuadamente en tiempo y forma, con la idea de crear primero un proyecto general de gobierno y a mediano plazo el llamado mdeg. Según Riorda (2006), el mdeg es la comunicación de tipo simbólica que
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tiene la función de generar esperanza y que, una vez instalada, puede alimentarse a sí misma. Vincular al ciudadano con el gobierno y sentirse parte de él, es el logro del mito (Edelman, 1991). Esto ocurre cuando el proyecto general de gobierno ha sido apropiado por la ciudadanía y sentido como tal. Ello es vital para la comprensión del mito, pues la condición de significación, vía el lenguaje, es interaccional, y difícilmente saldrá de la cabeza de un individuo aislado, pues las proposiciones se van estructurando como una creación social. Para que una visión general de gobierno pueda transformarse en mito, debe cumplir con ciertas exigencias y consecuencias (Guerrero, et al., apud. Riorda, 2006, pp. 65-86): • La necesaria existencia de un equilibrio entre corto y largo plazo (la comunión entre incrementalismo y mito de gobierno). • Adecuación entre visiones y programas gubernamentales, puesto que los acuerdos son más viables y operativos cuando son producto de una visión compartida del futuro. • Visiones holísticas y equilibradas que reconcilien la multiplicidad de intereses y retos de la sociedad. • Sostener el proceso en facetas múltiples y con base participativa (particularmente la sociedad organizada), lo que garantiza apoyos explícitos y representativos. • Adecuación a la coyuntura y particularidad de cada lugar
De manera intencionada se ha venido utilizando el barroco término de “comunicación presidenciogubernamental”, porque la primera tentación de todo líder que alcanza el poder, sobre todo si se trata de un sistema presidencialista, estriba en cuidar la imagen de su propia figura presidencial y dejar a la inspiración de cada cual la actividad de los ministerios y restantes áreas de la administración.
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En la campaña permanente, gobernar se convierte en una campaña perpetua y convierte al gobierno en un instrumento diseñado para sostener la popularidad de un político electo.
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y sus actores, descartando los formatos únicos.
• Definición previa de tópicos para promover diálogos sociales exitosos y visualización de posibles compensaciones a actores que puedan sufrir pérdidas en el corto plazo, como modo de ayudar a resolver los conflictos en las negociaciones. • Existencia de políticas de transparencia.
La marca de gestión y el sentido de pertenencia Uno de los requisitos para constituir el mito es la brevedad. No resume todas las políticas públicas y los valores de un gobierno, pero representa la “imagen de marca” o el “Brand Estate” (Riorda, 2008, pp. 2-15) que utilizan los Estados en todos sus niveles para representar todo un desarrollo comunicacional. La marca de gestión suele constituirse en una síntesis creativa y publicitaria del mito. La marca capta la atención: sorprende, no necesita explicaciones. Es promesa, es horizonte de esperanza, incita confianza, es para todos y además implica innovación (Puig, 200, pp. 55-57). El mito se forma tanto de la imagen —como una percepción social— como de la identidad: lo que se es en tanto organización, con su gente, con sus cosas. Y aunque puedan no coincidir en algún momento, a la larga dichos conceptos se van unificando y la imagen tiende a reflejar lo que verdaderamente se es (Wheeler, 1994, pp. 15-16). Pero Riorda explica que
el mito, en caso de confundirse con la identidad, es mucho más que ésta. Y agrega Riorda, acaso uno de los investigadores que más ha profundizado sobre el concepto, el mito no es cualquier ocurrencia. El fin del mito es lograr comunidad desde el campo simbólico, desde una serie de propuestas discursivas que hagan ver la realidad de una determinada manera a la mayor cantidad de personas, con un desarrollo que parte desde el pasado, atravesando el presente (Ruiz Ballesteros, 2000, pp. 101-102). Pero esa transición desde el pasado debe abandonar la comunicación de tipo “inventarial contable” (Noguera, 2002, pp. 91-95) para pasar a una comunicación de tipo simbólica que tenga la función de generar esperanza. Los ciudadanos, desde esta comunicación sensible, se sienten queridos, informados, mimados, implicados. Se sienten parte de la organización, de la marca. Las visiones de largo plazo que plantean estrategias para construir la imagen política de los gobernantes tienen como elemento principal la persuasión, como herramienta adecuada para instalar argumentos que den cuenta del mdeg. Pero los abusos no son de la persuasión, sino de quienes se valen de ella para realizar desvíos éticos desde el gobierno (Riorda, 2006, pp. 21-45): La construcción social de la realidad es una herramienta instrumentalmente útil. El mdeg es indispensable como elemento unificador, como aporte a la estabilidad política y como elemento que dote de consenso y certidumbre a los sistemas políticos inestables.
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Javier Sánchez Galicia
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16 Neuropolítica Palabras clave Neurociencia, Neuroética, Neuroinformación, Neurobiología, Neurología, Neurocognitiva, Neuroinformática, Neurosociedad. Definición Las neurociencias, en particular las cognitivas, estudian el funcionamiento del cerebro humano y sus relaciones con la conciencia. La Neuropolítica (en adelante n) se abre paso como una nueva disciplina de las neurociencias (neurobiología, neurología, neurofisiología, psicología cognitiva…) capaz de comprender, por ejemplo, cómo actúa el cerebro de los seres humanos en su condición de ciudadanos, electores o activistas frente a los estímulos de la comunicación política. Nos permite conocerlo mejor, saber cómo funciona, cómo articula sus imágenes, con qué valores, con qué sentimientos y cómo se canalizan sus decisiones. Esa es una cuestión clave que debe ocupar más tiempo y energías a todos aquellos que reflexionan sobre la política democrática, sus procesos de renovación y mejora y, en general, para todas las personas interesadas en la múltiple gama de registros de la comunicación política.
El artículo de Marco Iacoboni “This is your Brain on Politics”, publicado en The New York Times, abrió un gran debate académico y politólogo sobre los retos éticos y democráticos de la neurociencia aplicada a la política. Como tal, la neuroética es un concepto relativamente reciente que empezó a discutirse en el Congreso “Neuroethics: Mapping The Field”, celebrado en San Francisco en 2002. Desde entonces quedó definida como: “el estudio de las cuestiones éticas, legales y sociales que surgen cuando los descubrimientos científicos acerca del cerebro se llevan a la práctica médica, a las interpretaciones legales y a las políticas sanitarias y sociales”. Hablar hoy de n es hablar, también, de neuroética. Estamos, de lleno, en la “era neurocéntrica” que inauguraba Thomas Willis (padre de la anatomía comparada) hace más de tres siglos
La Neuropolítica se abre paso como una nueva disciplina de las neurociencias (neurobiología, neurología, neurofisiología, psicología cognitiva…) capaz de comprender, por ejemplo, cómo actúa el cerebro de los seres humanos en su condición de ciudadanos, electores o activistas frente a los estímulos de la comunicación política.
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Leyendo las aportaciones de, entre otros, Drew Westen, recogidas en su trabajo El cerebro político, sabemos ya que las razones no siempre dominan la razón. Y que la mejor manera de llegar al cerebro de un elector es a través de su corazón.
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(1621-1675). Ya hemos aprendido la fuerza cognoscitiva del lenguaje en la política, con los trabajos sobre comunicación política de George Lakoff y la fortaleza de los marcos conceptuales que inhiben y condicionan la razón. Estamos explorando el potencial de la “política de las emociones”, la plasticidad (el cerebro es capaz de cambiar su estructura y su función a través de la actividad y el pensamiento), el rol del inconsciente y la redefinición del concepto de memoria en la toma de decisiones. Y leyendo las aportaciones de, entre otros, Drew Westen, recogidas en su trabajo El cerebro político, sabemos ya que las razones no siempre dominan la razón. Y que la mejor manera de llegar al cerebro de un elector es a través de su corazón. El cerebro humano, el gran desconocido Pero, para ello, debemos conocer más y mejor el cerebro de hombres y mujeres, superando algunas reservas y bloqueos a los avances de la ciencia que todavía atemorizan a la política democrática. La desconfianza a lo desconocido se apodera del debate. Y el muro ético, que se eleva como baluarte defensivo a lo nuevo, no siempre nace de la exigencia democrática, sino de la ignorancia. Estamos, por ejemplo, y gracias a las nuevas técnicas de imagen, retratando y monitorizando el cerebro de tal manera que podemos ver ya cualquier alteración de su corteza o de sus amígdalas. Pronto vamos a discutir si aceptaremos como prueba irrefutable
en los tribunales las imágenes de éste mostrándonos cómo se altera con la verdad o la mentira. En algunos casos judiciales concretos ya se han utilizado estas técnicas de neuroimagen para determinar el grado de responsabilidad, ya que se visualiza la estructura y la actividad cerebral de una manera no invasiva, pero teniendo en cuenta que no existen dos cerebros iguales y que no siempre es fácil llegar a conclusiones contundentes… la polémica está servida. Sabemos, por ejemplo, que las mujeres detectan mejor que los hombres los estados emocionales de sus interlocutores porque sus amígdalas funcionan de manera diferente, lo cual explicaría que ellas sean más empáticas que ellos. ¡Y qué decir de la química! Hemos confirmado la intuición y hemos demostrado que el exceso de testosterona de los varones (mayoritarios en los parqués bursátiles del mundo) puede haber jugado un papel decisivo en el riesgo excesivo e imprudente de los gestores de mercados financieros en la actual crisis, como se demostró recientemente en un artículo de Honk, et al. (2011), publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, que confirma que los niveles de testosterona afectan —disminuyéndola— directamente la capacidad empática de las personas. Asimismo, estamos descubriendo poco a poco la íntima relación entre el olfato, el desarrollo de nuestro cerebro y la evolución de la especie humana. Podemos afirmar que es este sentido el que nos hizo humanos, o al menos fue decisivo en la evolución de procesos cognitivos
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como la intuición o la percepción, sin las cuales no seríamos hoy quienes somos. Sabemos, además, que los condicionantes genéticos son determinantes para la evolución de la inteligencia de las personas, que un cerebro puede ir al máximo de sus posibilidades pero no más allá de su capacidad genética. Así como que la plasticidad de éste en los primeros años de formación y crecimiento es decisiva, en su configuración y potencialidad intelectual y relacional. De ahí, la enorme responsabilidad de la educación social, familiar y reglada. Tenemos 100 mil millones de neuronas y, cada una de ellas, mil conexiones que forman un circuito determinado. La neurociencia nos indica que lo importante es la configuración de estas conexiones. Su conocimiento es el que nos permite bloquearlas con las sustancias capaces de alterar un circuito. Así, por ejemplo, si se administra a una persona depresiva un bloqueante de la recaptación de la serotonina, al día siguiente está como nueva. ¿Lo que es legítimo en un enfermo (el individuo depresivo) lo va a ser, también, en una persona melancólica y triste? Nuestra capacidad de cambiar lo enfermo está en la misma línea que nuestra capacidad para cambiar el carácter, las emociones, las percepciones…, y las opiniones. La proximidad de lo aceptable y lo inaceptable se pone en jaque por la posibilidad técnica. Renunciar a lo que no es posible no requiere coraje. Renunciar a lo que es posible es el auténtico desafío.
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En los últimos cinco años se ha descubierto más sobre el funcionamiento del cerebro que en toda la historia de la humanidad. Entender el cerebro es entender el resultado de millones de años de desarrollo evolutivo que, a través de una intensa carga genética, nos hace sentir emociones que nos impulsan a actuar. Cuanto más comprendemos y conocemos nuestro cerebro, más nos comprendemos como individuos y sociedad, y más desafíos —éticos, por ejemplo— se presentan ineludiblemente. Pero no hay vuelta atrás. La política democrática incluso, saldrá fortalecida (al enriquecer la percepción y el conocimiento de cómo se configuran las opiniones sociales por parte de los individuos) cuanto más conozcamos cómo funciona el cerebro de los electores. Es decir, cómo piensan (o toman decisiones) los ciudadanos y ciudadanas. Pienso lo que siento La política y la comunicación política pueden y deben encontrar en la n mejores oportunidades para conectar y hacer más sólida la relación entre la ciudadanía y nuestros sistemas de representación democrática. Algunas veces nos alertan de que un determinado uso de los conocimientos de la n puede tener naturaleza antidemocrática al sustraer la autonomía y la libertad del elector, alimentando sus instintos más subconscientes. Pero quizás deberíamos repensar, mejor, cuál debe ser el papel de las emociones y los sentimientos en la configuración del pensamiento y la acción políticos. Pérez Munera (2011) afirma que:
Tenemos 100 mil millones de neuronas y, cada una de ellas, mil conexiones que forman un circuito determinado. La neurociencia nos indica que lo importante es la configuración de estas conexiones. Su conocimiento es el que nos permite bloquearlas con las sustancias capaces de alterar un circuito.
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En los últimos cinco años se ha descubierto más sobre el funcionamiento del cerebro que en toda la historia de la humanidad. Entender el cerebro es entender el resultado de millones de años de desarrollo evolutivo que, a través de una intensa carga genética, nos hace sentir emociones que nos impulsan a actuar.
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Los consultores políticos necesitamos entender qué elementos activan la conducta del votante y qué les lleva a la acción, tanto para sentir empatía por un candidato, como para motivarlos para ir a las urnas. Y todo eso está en el cerebro […]. El mecanismo más influyente para la toma de decisiones es la empatía. En las contiendas no estamos solos, competimos contra otros partidos muy organizados o frente a candidatos que personalizan la política cada vez más y tenemos que aprender que hay procesos fisiológicos que explican la empatía. Esta es la repuesta a la pregunta de por qué algunos votantes dicen que les gusta el candidato x o y sin tener una razón aparente. Sin embargo, lo difícil no es sólo generar ese vínculo, sino explotarlo para que se convierta en respaldo efectivo.
Pienso sin saberlo. Decido sin pensar Sabemos también que las decisiones “libres” que tomamos en nuestra vida cotidiana tienen que ver en un 80 por ciento con la información subconsciente, de una actividad cerebral “anterior”. Decidimos en función de una gran cantidad de información que tenemos en nuestro cerebro…, y de la que desconocemos su existencia. De ahí la enorme importancia de la lenta pero determinante construcción de la imagen pública. Hemos encontrado que el resultado de una decisión puede ser codificado en actividad cerebral de la corteza prefrontal y parietal hasta 10 segundos antes de hacerse consciente. Esta demora refleja, previsiblemente, el funcionamiento de una
red de zonas de control de alto nivel que empiezan a preparar el inicio de una decisión mucho antes de que se produzca (véase Siong Soon, Brass, et al. (2008). La zona consciente de nuestro cerebro es muy pequeña y la experiencia vital (nuestra escala de valores acumulada) que determina nuestras decisiones (intelectuales, emotivas y racionales) es muy vulnerable a nuestros prejuicios. “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”, decía Albert Einstein. Prejuicios en forma de información previa al juicio, y en forma de juicio previamente instalado antes de enjuiciar una situación. De ahí su importancia. Información que ya estaba antes… que genera juicio previo inconsciente al razonamiento consciente. La impresión de que somos capaces de elegir “libremente” entre diferentes modos posibles de actuar es fundamental para nuestra vida mental (y social). Sin embargo, disponemos de abundantes datos que nos llevan a afirmar que esta experiencia subjetiva de libertad no es más que una ilusión y que nuestras acciones son iniciadas por procesos mentales inconscientes mucho antes de que tomemos consciencia de nuestra intención de actuar. La pregunta decisiva es: ¿cuándo, cómo y por qué disponemos de información previa inconsciente que se activa y decide nuestra manera de actuar? Eduard Punset, en su libro Por qué somos como somos, afirma que en la vida (en nuestras decisiones) recurrimos a intuiciones que requieren mucha menos información de la
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que creemos. Que tomamos decisiones muy serias e importantes con un gran nivel de exposición a la equivocación. Y que incluso “cuando el cerebro percibe una explicación distinta a lo que él cree no sólo la cuestiona, es que corta los circuitos de comunicación para que no penetre. Por eso no cambiamos de voto”. Es lo que se llama disonancias. Es decir, nuestro cerebro bloquea la información racional que podría hacernos cambiar de opinión ya que preferimos las convicciones emocionales o morales a las confirmaciones racionales o epistemológicas. Las personas preferimos escuchar lo que queremos escuchar, leer lo que queremos leer, opinar lo que queremos opinar. Además, nuestros cerebros se resisten a dar crédito a la verdad, asiéndose en el terreno de las convicciones y las emociones como la mejor arquitectura para la toma de decisiones y como bastión irreductible de las opiniones. “Buscar la verdad es complejo, es más sencillo validar una opinión previa”, afirma el consultor político Daniel Eskibel. Nuestro cerebro detesta el conflicto interno, por eso se refugia y valida toda la información anterior que refuerce el apriorismo instalado. A su vez, José Antonio Marina, en su libro La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez, señala cuatro tipos de fracaso de nuestra inteligencia: cognitivos, afectivos, de lenguaje y de la voluntad: Los fracasos cognitivos provienen del empeño que tenemos muchas veces las personas de negar la realidad. Los prejuicios, la superstición,
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el dogmatismo, el fanatismo son formas de pensamiento que niegan la realidad, que evitan la aceptación de las evidencias que se nos presentan.
Algunas de estas creencias son conscientes, pero la mayoría son inconscientes e influyen poderosamente en nuestras emociones y decisiones. Y todavía más. Ted Brader, autor de la “teoría de la inteligencia afectiva”, afirma que: Las emociones tienden a anticiparse para definir las decisiones políticas de las personas, y las emociones positivas liberan el camino para el ingreso de mensajes que confirmen las ideas preconcebidas, mientras que las negativas parecen conducir a la reflexión, aunque no modifiquen el sistema de creencias previas.
Pienso lo que imito Frans de Waal, nombrado por la revista Time como una de las cien personas más influyentes del mundo en 2007, es un profesor e investigador holandés especializado en psicología, primatología y etología. En su libro Nuestro mono interno, examina el comportamiento humano a través de los ojos de un primatólogo, usando el comportamiento de chimpancés y de bonobos comunes como metáforas para la psicología humana. Y concluye destacando que la empatía es un proceso social de relación, imitación e integración en comunidad. Y que los primates cuando detectan algún tipo de inequidad en el grupo no la toleran y reaccionan furiosos.
La política democrática incluso, saldrá fortalecida (al enriquecer la percepción y el conocimiento de cómo se configuran las opiniones sociales por parte de los individuos) cuanto más conozcamos cómo funciona el cerebro de los electores. Es decir, cómo piensan (o toman decisiones) los ciudadanos y ciudadanas.
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La política y la comunicación política pueden y deben encontrar en la Neuropolítica mejores oportunidades para conectar y hacer más sólida la relación entre la ciudadanía y nuestros sistemas de representación democrática.
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Pensar es, pues, una realidad social. Pienso lo que imito, e imito lo mayoritario, lo que me integra: El cerebro que actúa es un cerebro que comprende. Se trata de una comprensión pragmática, preconceptual y prelingüística, pero no por ello menos importante, pues sobre ella descansan muchas de nuestras ponderadas capacidades cognitivas. Desde hace varios decenios, viene imperando la idea de que las zonas motoras de la corteza cerebral estarían destinadas a tareas meramente ejecutivas, carentes de cualquier valencia perceptiva real y, menos aún, cognitiva. Las mayores dificultades a la hora de explicar nuestros comportamientos motores tendrían que ver con la elaboración de los distintos input sensoriales, así como la identificación de los sustratos neurales de los procesos cognitivos ligados a la producción de intenciones, creencias o deseos. Una vez que el cerebro está en condiciones de seleccionar el flujo de informaciones procedente del exterior y de integrarlo con las representaciones mentales generadas de manera más o menos autónoma en su interior, los problemas inherentes al movimiento se resolverían en la mecánica de su ejecución, según el clásico esquema de percepción > cognición > movimiento. Semejante esquema pudo resultar convincente mientras predominó una imagen extremadamente simplificada del sistema motor. Pero hoy esto ya no es así. Hoy sabemos que dicho sistema está formado por un mosaico de zonas frontales y parietales estrechamente relacionadas con las zonas visuales, auditivas y táctiles, y que además és-
tas se hallan dotadas de propiedades funcionales mucho más complejas de cuanto pudiéramos sospechar (Rizzolatti y Sinigaglia, 2006).
Consideraciones finales En lugar de presentar las emociones como un conflicto frontal —y un fracaso de la racionalidad—, la oferta política debería comprender las relaciones de complementariedad entre lo cognitivo, lo emocional, lo vivencial y el aprendizaje como un conjunto inseparable de la naturaleza humana y del cerebro humano. Y de la política. La n no es una amenaza a la política democrática, racional. Amplía lo que entendemos por racional. Esa es la clave. No es opuesto, es complementario. Conocer el cerebro y su funcionamiento debería ser “asignatura” obligada para nuestros representantes políticos. E inexcusable para los consultores y asesores de comunicación. Además, la tecnología social que nos envuelve nos abre nuevas fronteras para la n. La neuroinformación, por ejemplo, busca aportar los conocimientos de las ciencias de la información en técnicas de visualización de datos, recuperación de información, gestión de ficheros, mejora de la calidad y usabilidad de documentos al campo de la neurociencia. Así, por ejemplo, se está demostrado que las personas acceden al conocimiento por asociaciones, y se ve necesario diseñar interfaces y entornos digitales que accedan a la información —que la muestren, la sugieran— de la misma forma.
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El reto es apasionante. Lo que conocemos ya del cerebro es una parte todavía muy pequeña de lo que conoceremos. Pero ya podemos afirmar que existe una íntima relación entre lo que pensamos, sentimos, vivimos e imitamos. Y que no siempre lo sabemos a nivel
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consciente, aunque sea decisivo en el momento de pensar y actuar. El voto, como cualquier otra manifestación de la vida política y pública, debe ser siempre reflexivo. Lo nuevo, o mejor dicho, lo que sabemos ahora a ciencia cierta, es que no hay reflexión sin emoción.
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Antoni Gutiérrez-Rubí
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17 Partidos Políticos Palabras clave Partidos políticos, Pluralismo, Liderazgo, Oposición, Sistema de partidos, Coalición política dominante, Elite política, Democracia, Poliarquía. Definición Las aproximaciones al estudio de los partidos políticos (en adelante pp) han sido realizadas desde perspectivas diversas y con objetivos también diversos. En este sentido, el análisis de los pp ha pecado, desde sus orígenes, de un alto grado de parcialidad, tanto a nivel analítico como a nivel ideológico. Parcialidad analítica, por cuanto cada modelo se ha ocupado únicamente del estudio de una parte del objeto, adecuando su aparato teóricoconceptual a la sección elegida; es decir, las diversas perspectivas que han examinado a los pp (señaladamente la elitista, la sistémica y la organizativa) se han ocupado de analizar los elementos y las relaciones partidistas en función de conceptualizaciones parciales que permiten concebir a los pp en su carácter oligárquico, en su relación con los restantes elementos del sistema político, o en su dinámica organizativa interna. Parcialidad
ideológica, por cuanto la elección de modelos o sistemas de análisis concretos ha sido realizada casi siempre en función de elementos de carácter ideológico. La crítica al sistema democrático planteada desde los trabajos de Michels (1979) o del papel que juegan los pp comunistas en los planteamientos de Sartori (1976) son un buen ejemplo de este prejuicio. Por otro lado, la delimitación conceptual de los pp sigue planteando una serie de problemas de difícil solución. De un lado, existe una imposibilidad real de delimitar estrictamente las fronteras entre los pp y otros tipos de organizaciones políticas; del otro lado, cualquier intento de definición que pretenda abarcar el conjunto de organizaciones que generalmente se conocen con el nombre de pp ha de referirse a un conjunto de aspectos con escasos elementos en común.
Así, entendemos que un partido es una organización política que como resultado de un agregado de roles se conforma como actor político colectivo para incidir en los niveles de decisión del sistema político, con base en el planteamiento de proyectos políticos generales y la presentación de candidatos a las elecciones.
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El pluralismo es un resultado de la diversidad de características en el interior de un país, por lo que en todas partes existen diferencias y conflictos, aunque no siempre el pluralismo se exprese abiertamente.
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En un intento por evitar estos dos problemas, proponemos considerar aquí dos dimensiones fundamentales en los pp: aquella que se refiere a su organización interna (sobre la base del modelo propuesto originalmente por Panebianco) y la que se refiere a las funciones que los pp desempeñan dentro del sistema político (de acuerdo con autores como Blondel, LaPalambora y Almond). De este modo, delimitar conceptualmente a los pp resulta de un intento de caracterización de los mismos con base en el análisis de su estructura organizacional y del papel que desempeñan en las sociedades democráticas modernas. Así, entendemos que un partido es una organización política que como resultado de un agregado de roles se conforma como actor político colectivo para incidir en los niveles de decisión del sistema político, con base en el planteamiento de proyectos políticos generales y la presentación de candidatos a las elecciones. Con base en este planteamiento, nuestra propuesta responde a tres fases que encierran las siguientes proposiciones: 1) Los pp son organizaciones. 2) Los pp son organizaciones que ejercen ciertos roles. 3) Los pp son organizaciones que ejercen ciertos roles en las diversas arenas y niveles del sistema político. El análisis de los partidos políticos De acuerdo con la definición anterior, el estudio de los pp ha de tener en cuenta tres dimensiones o elementos constitutivos:
1) Elementos organizativos a) Fisonomía de la élite. Este aspecto se refiere a las formas y relaciones que adopta la élite del pp así como el grado de concentración o dispersión del poder en torno a la coalición dominante. Es el elemento fundamental en el análisis de la organización del pp por cuanto hace referencia a la estructura organizativa del núcleo del mismo y a las formas que adoptan las relaciones que se establecen entre éste y el resto del partido. En relación con nuestra propuesta de análisis, dos aspectos constituyen los indicadores fundamentales de la fisonomía de la élite: la concentración o dispersión del control sobre las zonas de incertidumbre y la unidad de la élite. b) Modelo originario. Este aspecto se refiere a las formas en que se ha constituido y desarrollado originariamente la organización del partido. Los indicadores fundamentales para su análisis son el modo de desarrollo territorial, la presencia de institución patrocinadora y, por último, un elemento no señalado por Panebianco (1993) pero igualmente importante, la ideología originaria del partido. c) Grado de institucionalización. Este aspecto se refiere al nivel alcanzado en el desarrollo y consolidación organizativa del partido. Sus indicadores básicos están constituidos por el grado de diferenciación organizativa y el grado de despersonalización.
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2) Elementos sistémicos a) Roles generales de los pp. Hablamos de roles generales para referirnos a aquellos roles que los pp desempeñan genéricamente. No se refieren, pues, al estatus concreto de cada pp sino a la existencia genérica de la institución partidista. Existen cuatro tipos de roles generales: • El rol de canalizadores de conflicto. Tanto en su carácter de legitimador del conflicto, como de amortiguador y generador del mismo. • El rol de mediación entre gobernantes y gobernados. Tanto en el sentido de la canalización de demandas y expectativas de los gobernados hacia los gobernantes como en el sentido inverso. • El rol de reclutamiento de la clase política. Tanto en el reclutamiento genérico de los políticos profesionales como en aquél más específico referido al reclutamiento del liderazgo. • El rol de soporte de la clase política. En referencia a su carácter de “maquinaría electoral”, a su contribución a la socialización política de la población y su intervención en los procesos que dan origen a la participación política de los ciudadanos. b) Roles específicos de los pp. Hablamos de roles específicos para referirnos a los roles que cada pp privilegia en relación con el particular contexto situacional en el que se encuentra dentro del sistema político. La distinción entre pp representativos
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y movilizadores da origen a una subdivisión entre este tipo de roles. b-1. Roles representativos: • Party-government. Es el rol que privilegia el pp en el gobierno y que puede ser desempeñado de diversas formas según hablemos de one-party-government o multy-party-government. • Party-opposition. Referido al rol que desempeñan los pp que ocupan posiciones de oposición y se conforman como alternativa de gobierno. • Party-minority. Referido al rol que desempeñan los pp minoritarios cuyo carácter les impide conformarse como alternativas individuales de gobierno. En este sentido, existe una distinción fundamental entre aquellos pp que pueden formar parte de una coalición gobernante o aquéllos que no pueden hacerlo. b-2. Roles movilizadores: • El rol anti-sistema. • El rol movimiento-social. 3) Niveles a) El nivel estatal. b) El nivel regional. c) El nivel local. Antecedentes teóricos Según la definición más aceptada por la ciencia política, la de Robert Dahl (1971), la democracia es una
A nivel político, el tipo de organizaciones relativamente autónomas más importante en los regímenes democráticos son los Partidos Políticos en tanto articuladores, agregadores y transportadores al aparato decisional de los intereses y demandas que emergen de la sociedad.
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El grado de pluralismo existente en un país y en particular la autonomía de los Partidos Políticos y del subsistema partidista, definido como el resultado de las interacciones entre las unidades partidistas que lo componen (Sartori, 1976), puede ser empíricamente verificado.
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forma de gobierno caracterizada por la existencia de un pluralismo político efectivo (la existencia de más de un pp en condiciones reales de contender por el poder político) y la participación garantizada de la sociedad en los asuntos públicos (inclusión plena e ilimitada de los ciudadanos). De acuerdo con esta definición, una parte constitutiva de las democracias modernas es el pluralismo político, que se refiere a los pp. El concepto de pluralismo político ha sido largamente debatido en la literatura especializada, siendo la interpretación de Dahl (1971, 1976 y 1988) la más exhaustiva y autorizada. Para Dahl, el pluralismo político constituye un componente sustancial de las poliarquías o regímenes democráticos, y sólo en este contexto es posible reconocer su contenido. En la democracia pluralista, el término “pluralista” se refiere al pluralismo de las organizaciones, o sea a la existencia de una pluralidad de organizaciones (o subsistemas) relativamente autónomas (independientes) en el interior de un Estado-nación. Dahl no descarta, sin embargo, la existencia de organizaciones autónomas también en algunos regímenes no democráticos. El pluralismo es un resultado de la diversidad de características en el interior de un país, por lo que en todas partes existen diferencias y conflictos, aunque no siempre el pluralismo se exprese abiertamente. Los regímenes no democráticos, a contracorriente de los regímenes poliárquicos, en mayor o menor medida y en función de la cantidad de recursos monopolizados, imponen sanciones
a los opositores y tienden a eliminar todas las formas amenazantes de autonomía organizativa. En estos casos se está en presencia de un pluralismo limitado y no responsable. Se debe a Linz (1975) la mejor caracterización de los regímenes no democráticos a partir de la noción de pluralismo limitado. Conviene agregar que en esta definición el pluralismo limitado se refiere a los actores relevantes dentro de un régimen, sean actores institucionales o actores sociales políticamente activos. En todo caso, se considera que tales actores no son políticamente responsables según el mecanismo típico de las democracias liberales de masa, es decir, a través de elecciones libres, competitivas y correctas. La condición limitada del pluralismo se entiende más en referencia a este último aspecto, que a la existencia o no de más de un actor de élite relevante para el régimen (véase también Morlino, 1986b, pp. 138-141). A nivel político, el tipo de organizaciones relativamente autónomas más importante en los regímenes democráticos son los pp, en tanto articuladores, agregadores y transportadores al aparato decisional de los intereses y demandas que emergen de la sociedad. El grado de pluralismo existente en un país y en particular la autonomía de los pp y del subsistema partidista, definido como el resultado de las interacciones entre las unidades partidistas que lo componen (Sartori, 1976), puede ser empíricamente verificado. Dahl (1976, pp. 423-428) propone para ello una distinción entre pluralismo conflictual y
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pluralismo organizativo. Con el primer término se alude al número y al modelo de fracturas relativamente resistentes que deben ser consideradas para caracterizar los conflictos en un cierto agrupamiento de individuos. Con el segundo término se entiende el número y autonomía de las organizaciones que deben ser consideradas para poder caracterizar los conflictos en el ámbito de un cierto agrupamiento de individuos. El nivel de pluralismo organizativo en un sistema político y, más concretamente, en un país, se puede explicar por: a) cantidad de pluralismo conflictual latente (especificación de las distintas líneas de conflicto o cleavages histórica y culturalmente relevantes), b) naturaleza del orden socioeconómico (medida en la que son descentralizadas las decisiones, es decir, la cantidad de autonomía concedida a determinadas empresas en materia económica), c) naturaleza del régimen político (si un régimen es poliárquico expresará un pluralismo más conflictual y organizativo que si es hegemónico), d) estructura concreta de las instituciones políticas (en un extremo, en algunas poliarquías las normas constitucionales y las praxis políticas favorecen una vasta distribución de la autoridad gubernamental, sea mediante el federalismo que a través de la separación de poderes; en el extremo opuesto, en algunas poliarquías la distribución constitucional es mucho más limitada y facilita una mayor concentración de autoridad gubernamental). Retomando las definiciones anteriores, además del pluralismo limitado y del pluralismo competitivo o democrático puede hablarse de un
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pluralismo liberalizado. Por este concepto se entiende un pluralismo organizativo-relativo y medianamente institucionalizado consentido por y en un régimen autoritario o no democrático, producto de un proceso de ampliación de derechos civiles y políticos restringido e incompleto. Como tal, el pluralismo liberalizado será siempre limitado; es decir, el nivel de autonomía relativa de las organizaciones no será plenamente garantizado. Adicionalmente, el pluralismo liberalizado debe ser entendido como un pluralismo intermedio entre el pluralismo limitado y no responsable propio de los regímenes autoritarios y el pluralismo competitivo de las poliarquías. La condición de pluralismo liberalizado, como veremos más adelante, confiere características distintivas a las organizaciones así consentidas, tal es el caso de los pp (organizaciones sociales que con mayor frecuencia son objeto de liberalización relativa a través de este mecanismo) y de la oposición en general. No está dicho que el pluralismo liberalizado no pueda superar los límites impuestos y coadyuvar a la transición democrática, pero también es cierto que el aumento de la autonomía relativa de las organizaciones (principalmente pp, aunque también organizaciones sindicales), puede ser revertido, a veces drásticamente, cuando alcanza o supera dichos límites. El pluralismo liberalizado es por eso una condición ambivalente e incierta. Resulta pues interesante investigar el proceso a través del cual el pluralismo liberalizado puede convertirse, en circunstancias de persistencia inestable de un régimen autoritario, en
La oposición partidista más característica de los regímenes autoritarios, por cuanto restrictivos, es la antisistema y desleal, su tendencia es hacia la deslegitimación del régimen y su acción se dirige a conseguir ciertos niveles de apoyo por parte de la sociedad y de algunos grupos de influencia.
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Sólo cuando la oposición alcanza cierta fortaleza estructural, aumenta su posibilidad de incidir en la política efectiva y eventualmente presionar hacia acuerdos y pactos que decreten el inicio de una democratización.
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causa o catalizador del agravamiento de la crisis del régimen y/o de un eventual proceso de democratización. La explicación puede encontrarse en un aumento considerable del nivel de pluralismo organizativo (número y autonomía de las organizaciones), ya sea por un incremento de la cantidad de pluralismo conflictual (número y tipo de fracturas resistentes que delimitan a las organizaciones), o por fuertes cambios en el orden socioeconómico, o por modificaciones en las estructuras concretas de las instituciones políticas. Adicionalmente debe cumplirse una segunda condición: que el incremento de pluralismo organizacional sea paralelo, si no mutuamente influyente, a un sensible debilitamiento del régimen hegemónico en términos de fracturas en la coalición fundante, situación que produce cambios en las correlaciones de fuerza entre el gobierno y la oposición. A propósito de la oposición, y en particular la oposición encabezada por los pp, habíamos adelantado que la condición de pluralismo liberalizado determinaba sus rasgos distintivos. Como señala Grilli (1983, pp. 74-75), mientras que en un escenario competitivo la estructura de oportunidades es tal que las oposiciones están en grado de escoger entre varias alternativas con el fin de modificar la eficacia de sus acciones políticas (sobre todo en materia de programación, organización e implementación de su actividad), en un escenario semicompetitivo, propio del pluralismo liberalizado que aquí hemos examinado, por el contrario, el comportamiento de las oposiciones
está estrictamente condicionado por el nivel de competencia consentido en el sistema, con lo que la capacidad de establecer la estructuración de su actividad se reduce notablemente. Ahora bien, si distinguimos entre un pluralismo social y un pluralismo político con base en el lugar donde nace y/o se expresa el conflicto y la oposición (véase Almond, 1966, p. 40 y Linz, 1978, p. 190), observaremos que, cuando menos tendencialmente, los regímenes autoritarios toleran el primero y obstaculizan la expresión del segundo. Es por ello que cuando se está en presencia de un pluralismo liberalizado (político) las oposiciones legales se encuentran con fuertes limitaciones, ya sea formales o de hecho, para su actuación e institucionalización, cuestión que puede ser mayor o menormente relevante dependiendo del grado de tolerancia mostrado por el régimen. Para el análisis empírico de los pp de oposición en condiciones de pluralismo liberalizado es oportuno considerar algunas tipologías de pp y sistemas de partido. Más específicamente, debe determinarse: a) el carácter prosistema o antisistema de cada pp (para el caso de los pp antisistema, o más específicamente antirrégimen, debe observarse la estrategia adoptada: o se actúa conforme a las reglas del juego previstas y en los espacios consentidos, o se mueve hacia la ilegalidad por no aceptar el rito oficial manipulador); b) el carácter desleal, semileal o leal de cada pp según la conocida tipología de Linz (1973 y 1978), que se establece de acuerdo al mayor o menor
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nivel de contestación al régimen; c) clasificación según el tipo de prácticas de cada partido: faccional (que se desarrolla en el interior de la élite), sectorial (de grupos de interés), subversiva (antisistema). Resta decir que la oposición partidista más característica de los regímenes autoritarios, por cuanto restrictivos, es la antisistema y desleal, su tendencia es hacia la deslegitimación del régimen y su acción se dirige a conseguir ciertos niveles de apoyo por parte de la sociedad y de algunos grupos de influencia. Por otra parte, sólo cuando la oposición alcanza cierta fortaleza estructural, aumenta su posibilidad de incidir en la política efectiva y eventualmente presionar hacia acuerdos y pactos que decreten el inicio de una democratización. Los niveles de organización de la oposición pueden calificarse de la siguiente manera: a) protoestructural (típico de grupos y pp de oposición en formación, sin un centro coordinador legitimado y suficientemente autorizado debido a fragmentaciones internas), b) estructuración simple (se refiere al grado de organización alcanzado por grupos de interés persistentes de reciente articulación cuya estructuración da lugar a la conformación de un aparato central políticamente reconocido), c) institucionalización (fase sucesiva a la anterior y a través de la cual las organizaciones y procedimientos conquistan valor y estabilidad). (Más elementos en Grilli, 1983, pp. 85-86 y Panebianco, 1993). No debe olvidarse, por último, que más institucionalizada es una organización cuanto más adaptable, compleja, autónoma y coherente
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(Huntington, 1968). De acuerdo con ello, la oposición propia del pluralismo liberalizado atraviesa distintas fases de organización, pero sólo cuando ha alcanzado el nivel de institucionalización, los pp, de ser el caso, pueden influir cambios en el régimen político. Dadas las limitaciones existentes en el pluralismo liberalizado, la institucionalización política (que va más allá de la mera legalidad o formalización), sólo se alcanza cuando ha sido precedida de una institucionalización social a través de la cual la oposición partidista se legitima. Según una conocida clasificación de Almond y Powell (1966, pp. 119-152), una organización partidista está en grado de incidir en la toma de decisiones o de tener alguna influencia política, cuando además de desempeñar funciones de articulación y agregación de los intereses, está en grado de convertir estas demandas en políticas públicas. Ello sucede cuando las motivaciones de la oposición superan su inicial carácter genérico y ocasional, desarticulado e intermitente, dando lugar a una oposición específica, de motivaciones más concretas y permanentes a nivel de política económica, social, etcétera. Además del seguimiento empírico de la formación, evolución e institucionalización de los pp, el análisis de los proceso de democratización debe considerar las relaciones interpartidistas y aquellas entre pp y grupos de interés. En situaciones de pluralismo liberalizado, el sistema de pp puede mostrar transformaciones sensibles en sus niveles de competitividad y
El grado de autonomía se refiere a la manera como los Partidos Políticos y los grupos adquieren, al igual que las instituciones del régimen, sus propios intereses y activan un fuerte mecanismo de autorreforzamiento y reproducción.
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El tipo de la crisis de los Partidos Políticos puede ser interna o externa o ambos. Es interna cuando el origen de la crisis se debe a la presencia de divisiones irreconciliables en el seno de la organización del partido, lo cual repercute en su imagen al exterior.
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autonomía respecto a la situación autoritaria precedente. El cambio de un sistema no competitivo a un sistema semicompetitivo o competitivo de pp puede examinarse a partir de considerar los siguientes tres factores: a) la orientación política general y predilecciones ideológicas de la población hacia la democracia, hacia el régimen y hacia los pp (y más específicamente, las orientaciones ideológicas de las clases o grupos organizados, considerando los distintos tipos de cleavages o líneas de conflicto latentes en la sociedad y su impacto en la estructura de competición partidista); b) las percepciones, valores, cálculos, estrategias decisionales y desarrollo de las élites políticas, en particular partidistas, para lograr atraer el soporte electoral (formas de acercamiento con los grupos de interés, tipos de movilización que promueven, recursos políticos que acumulan, perfiles ideológicos, etcétera); c) los factores institucionales tales como el tipo de reforma política o acuerdo electoral existente, tipos de representación parlamentaria obtenida, concesiones al pp gubernamental, formas de financiamiento, características de las instituciones que explican la configuración de las relaciones interpartidistas, concesiones y límites de la reforma política y de la ley electoral, estructuras de autoridad vigentes. Por lo que respecta al carácter competitivo o semicompetitivo o no competitivo de los sistemas de pp, coincidimos con Sartori (1976, p. 217; 1970a y 1970b) en que un sistema de pp no es competitivo si y sólo si no permite elecciones disputadas. Claro que lo que importa es la norma real, no la
legal. Cualesquiera que sean las normas legales, la competencia termina y la no competencia comienza cuando a los adversarios y a los oponentes se les priva de la igualdad de derechos, se les ponen impedimentos, se les amenaza, se les aterroriza o incluso se les sanciona por atreverse a decir lo que piensan. En este orden de ideas, una situación semicompetitiva estaría indicada por la presencia formal de garantías políticas para la competencia, así como de oposiciones reconocidas. Sin embargo, también prevalecerían, aunque en menor grado o de manera velada, algunos de los obstáculos referidos previamente. En otros casos, la condición semicompetitiva estaría indicada por la coexistencia de pp de oposición con un pp históricamente hegemónico, cuyas específicas formas de articulación social (corporativas o clientelistas) le garantizan su predominancia sobre los otros pp, aun existiendo algunas garantías reales o formales para la competencia y el pluralismo. ¿Hacen los partidos la diferencia? Como vimos en el inciso anterior, en todo proceso de transición o consolidación democrática, se espera que los pp cumplan un papel activo, por cuanto constituyen los órganos legítimos a través de los cuales la sociedad en general y los grupos de interés en particular verán representados sus intereses. Ahora bien, el nivel de protagonismo de los pp en la toma de decisiones depende en buena medida del grado de autonomía alcanzado por tales organismos, que a su vez descansa en factores institucionales relativos al régimen
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en su conjunto como a la propia institucionalización de los pp en relación con la comunidad política. El grado de autonomía se refiere a la manera como los pp y los grupos adquieren, al igual que las instituciones del régimen, sus propios intereses y activan un fuerte mecanismo de autorreforzamiento y reproducción. A nivel de pp, la autonomización se mide por: la volatibilidad electoral (identificaciones partidistas según las votaciones, la membrecía y la afiliación al partido); la estabilización del liderazgo del partido; la disciplina de voto de los pp en el parlamento durante el proceso de decisión y elaboración de políticas. Pero además de estos indicadores debe considerarse un aspecto crucial en todo régimen democrático o en proceso de transición: las relaciones entre los pp y los grupos de interés. Para alcanzar autonomía, las relaciones entre pp y grupos de interés tienen que ser caracterizadas por un rol de protección, jugado por el sistema de pp hacia los grupos. Si existe tal rol de protección, la autonomía definitivamente se ha alcanzado. Este rol es entonces el que desempeñan los pp preocupados en controlar el acceso de los grupos de interés a las arenas decisionales, de tal manera que estos últimos no tienen acceso. Para los grupos de interés no existe así otra manera de proteger sus intereses si no a través de la intermediación del partido. La institucionalización de la democracia supone un proceso de consolidación a través del cual se afirman en el tiempo un conjunto de estructuras y normas democráticas. Se trata de un proceso de progresiva ampliación de la legitimidad de las estructuras del
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régimen y de autonomía de las estructuras de intermediación. De esta forma, las estructuras de autoridad y los procedimientos democráticos se estabilizan, hasta constituir rutinas. Con ello aumenta la identidad básica del nuevo régimen y se incrementan sus posibilidades de no modificarse en lo sustancial; es decir, crece su potencial de persistencia. De acuerdo con esta definición, puede darse el caso que la institucionalización de algunas estructuras y procedimientos democráticos no corresponda a una legitimación sustancial de las estructuras de intermediación. La debilidad de los pp que ello supone parece ser un patrón dominante no sólo en regímenes en transición sino también en aquellas democracias más persistentes. En ese sentido puede hablarse de una crisis de los pp que como tal tiene un enorme costo en la legitimidad y estabilidad de los sistemas políticos. Las dificultades que tienen los pp para afirmarse y reforzar su capacidad para hacer prevalecer sus propios intereses en la toma efectiva de las decisiones derivan tanto de factores institucionales relativos a los sistemas políticos en que interactúan como a problemas internos a las propias organizaciones partidistas, que les impiden mantener vínculos estables y permanentes con sus clientelas políticas y demás actores relevantes. De acuerdo con lo anterior, existen diversas maneras para hablar de crisis de los pp: crisis de legitimidad, crisis de representación, crisis organizacional, etcétera. Para fines heurísticos pueden fijarse dos
Sólo cuando los Partidos Políticos se han institucionalizado (es decir, cuando han alcanzado legitimidad y estabilidad), cuentan con la capacidad para influir en la toma de decisiones.
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Desde esta perspectiva, entendemos que el liderazgo político se conforma como la capacidad de poder para incidir, directa y decisivamente, en los procesos de toma de decisiones políticas, de tal modo que las decisiones del líder son asumidas por los otros actores políticos en función de factores psicológicos, socioeconómicos y de cultura política.
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criterios de análisis: a) el grado de la crisis y b) el tipo de la crisis. Por lo que respecta al primer criterio se considera básicamente la tendencia de votos para cada pp estudiado en los últimos procesos electorales, así como la tendencia de la membrecía de esos mismos pp en un periodo predeterminado. Así, el grado de la crisis de los pp variará dependiendo de la tendencia de esos indicadores. El grado de la crisis es alto si los dos indicadores muestran una tendencia decreciente (descenso en los votos a favor y descenso en la membrecía del partido), el grado es medio si sólo prevalece la primera tendencia sin perjudicar la membresía, y es baja si sólo se observa una tendencia decreciente en la membrecía más no en la captación de votos. Por su parte, el tipo de la crisis de los pp puede ser interna o externa o ambos. Es interna cuando el origen de la crisis se debe a la presencia de divisiones irreconciliables en el seno de la organización del partido, lo cual repercute en su imagen al exterior. Con frecuencia, la existencia de divisiones internas a nivel del liderazgo del pp se traduce en fracturas y escisiones que debilitan al pp frente a la sociedad y los demás pp. La crisis es externa cuando la pérdida de presencia del pp en cuestión tiene su origen en un cambio en el formato del sistema de pp. Así, por ejemplo, la emergencia de nuevos pp en la arena electoral modifica la correlación de fuerzas y debilita muchas veces la presencia de los pp ya establecidos. El grado de democratización de un régimen político mantiene una
relación directa con el grado de inclusividad de los pp en la toma de decisiones con respecto a otros grupos de interés. Sólo cuando los pp se han institucionalizado (es decir, cuando han alcanzado legitimidad y estabilidad), cuentan con la capacidad para influir en la toma de decisiones. Obviamente, para medir este aspecto debe observarse la actividad de los pp no sólo como maquinarias electorales sino como organismos de intermediación de intereses que buscan influir en la toma de decisiones en la arena institucional parlamentaria. Pero el grado de inclusividad considera básicamente si los pp desempeñan efectivamente un rol de protección con respecto a los grupos de interés; es decir, si los pp llegan a controlar el acceso de los grupos de interés en las arenas decisionales. El liderazgo de los partidos Desde nuestra perspectiva, el liderazgo político se conforma como un fenómeno de poder enmarcado situacionalmente desde posiciones de élite, las cuales inciden decisivamente en los modos en que se presenta el liderazgo. En este sentido, la élite se diferencia del liderazgo en que presenta un carácter posicional mientras el liderazgo presenta un carácter procesual. Es por ello que el análisis de estos aspectos debe considerar las posiciones que la élite ocupa en los pp, mientras que el análisis del liderazgo se refiere exclusivamente al proceso de ejercicio del mismo. 1) Elites y posiciones de elite en los pp La elite está formada por aquellas personas que en una sociedad deter-
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minada detentan niveles de poder (e influencia) que les permite incidir directa o indirectamente en los procesos de decisión política. Con el objeto de delimitar analíticamente este grupo, asumimos que los individuos que conforman la élite ocupan posiciones de poder en las organizaciones e instituciones del sistema político. En el caso de los pp, estas posiciones pueden estar determinadas por las siguientes contraposiciones: • Elite del aparato del pp vs. elites del “party in office”. • Elite de la coalición dominante vs. elite externa a la coalición dominante. • Elite profesional vs. elite técnica. • Elite del pp (formal) vs. elite subsidiaria. 2) Liderazgo político y factores que determinan su conformación El liderazgo es una relación de poder y, como tal, una relación de carácter interpersonal afectada por los motivos de los actores (fundamentalmente en el sentido de que las formas y los recursos de poder del líder han de ser relevantes para los motivos de aquellos sobre los que se ejerce el liderazgo), y referida a los tres niveles fundamentales de los que depende toda relación interpersonal: a) las características personales del líder; b) las características del actor sobre las que se ejerce el liderazgo y c) las características del contexto en el que se desarrolla la relación. Desde esta perspectiva, entendemos que el liderazgo político se conforma como la capacidad de poder para incidir, directa y decisivamente, en los procesos de
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toma de decisiones políticas, de tal modo que las decisiones del líder son asumidas por los otros actores políticos en función de factores psicológicos, socioeconómicos y de cultura política. Generalmente, las características personales del líder están referidas a los factores psicológicos, las características de los actores sobre los que se ejerce el liderazgo están referidas a factores de cultura política, y las características del contexto a factores socio-político-económicos. Los factores psicológicos son expresión de la personalidad de los líderes, los factores socio-económicos están referidos a su eficacia, y los factores de cultura política al conjunto de intereses y orientaciones que dan origen a determinados modelos de percepción del liderazgo. Por otra parte, un análisis del liderazgo debe hacer referencia a dos componentes fundamentales: su centralidad (potencia, fuerza, impacto) y su estilo (autocrático vs. democrático). Los diversos elementos de los pp (organización y roles) inciden de forma diversa en estos dos componentes del liderazgo. Un estudio sistemático del liderazgo de los pp requiere considerar los elementos sistémicos que dan sentido a la intervención de los líderes. Asimismo, sería un error desconocer factores como los roles específicos que el liderazgo de pp desempeña en función de sus características tanto personales como situacionales. Hay mucho aún que dilucidar a fin de contar con los instrumentos idóneos para estudiar sistemáticamente esta cuestión. Sin embargo, este campo de estudio ha visto surgir en los
Sartori emplea dos criterios fundamentales para elaborar su modelística de los sistemas de partido: a) su formato (número de Partidos Políticos relevantes y sus dimensiones) y b) su mecánica (modalidad de relación entre los Partidos Políticos: distancia ideológica, lealtad sistémica, grado de coalicionabilidad, estilos de competición, competitividad, etcétera).
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Los cambios en las relaciones entre los Partidos Políticos corresponden a los cambios que se refieren a una o más de las dimensiones de la estructura sistémica dentro de la que los Partidos Políticos interactúan.
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últimos tiempos una gran cantidad de modelos que seguramente nos aproximarán a una mejor comprensión de los pp. Cambio y continuidad de los sistemas de partidos El estudio de los sistemas de pp se ha realizado básicamente a partir de dos perspectivas de análisis: el enfoque morfológico y el enfoque genético. El principal exponente del primero es Sartori (1976), quien se propone analizar las formas estructurales de los sistemas partidistas como premisa indispensable para la comprensión de la funcionalidad de tal subsistema en el interior del régimen democrático. Por ello, también puede convenir a este enfoque el término “estructuralismo-funcional”. El enfoque genético, por su parte, ha sido perfilado sobre todo por Rokkan (1970) y se ocupa del estudio de la configuración evolutiva de los sistemas partidistas. Ambos enfoques son pertinentes para el estudio de la continuidad-discontinuidad del subsistema partidista. Mientras que el primero se concentra en los mecanismos políticos (institucionales) de los pp y de las relaciones interpartidistas en su complejidad, el segundo se refiere a los elementos históricos que determinan el origen de los pp y la manera en que reflejan las fracturas sociales dominantes. En el marco de este segundo enfoque, el concepto de continuidad se refiere, en primer lugar, a las “alternativas políticas” correspondientes a los diversos cleavages sociales y,
en segundo lugar, a las organizaciones de intermediación de intereses que concentran históricamente tales alternativas. Entre mayor sea tal correspondencia, mayor será la continuidad del sistema partidista. En la misma línea de Rokkan, estudios posteriores han individualizado una serie de elementos cuyas variaciones en el tiempo permiten medir la continuidad-discontinuidad de los sistemas partidistas: la elasticidad (o la diferencia entre los máximos y mínimos resultados obtenidos por un pp en un periodo dado), la persistencia del apoyo partidista, la causalidad de los cambios en los resultados en elecciones sucesivas, etcétera. Estos enfoques, sin embargo, no nos dicen gran cosa sobre el problema de la continuidad-discontinuidad del subsistema partidista en el contexto de una transición democrática. En efecto, si admitimos que a distintos tipos de pp corresponden modalidades diversas de funcionamiento de los sistemas políticos en su conjunto, lo importante entonces es determinar los distintos estados que pueden caracterizar a un sistema de pp. Y es precisamente aquí donde cobra significado el primero de los enfoques señalados, el estructuralfuncional. Pero el paso a un enfoque de este tipo no excluye una contribución del enfoque genético que exige la mayor atención: la idea según la cual los cambios en curso en las relaciones de fuerza entre los pp —los cuales se manifiestan en derrotas electorales, aparición de nuevos pp y crecimiento de otros— tienen un impacto decisivo en la propia funcionalidad de un
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sistema partidista; es decir, sobre los alineamientos políticos y sobre la polarización del sistema. Según lo apuntado hasta aquí, debemos considerar ahora los diversos estados posibles de los sistemas de partido. Para ello resulta particularmente ilustrativo el análisis efectuado por Sartori, que puede definirse como una tentativa de delimitación y clasificación de los diversos sistemas de pp mediante criterios de valoración de las formas que adoptan las relaciones entre los pp. Los modelos de sistemas de pp son, en consecuencia, independientes de las identidades específicas de cada unidad partidista, por lo menos hasta que éstas no se tornen relevantes para la calidad de esas relaciones. El enfoque de Sartori ofrece un esquema de referencia sumamente útil para valorar el significado del cambio del sistema partidista. Sartori emplea dos criterios fundamentales para elaborar su modelística de los sistemas de partido: a) su formato (número de pp relevantes y sus dimensiones) y b) su mecánica (modalidad de relación entre los pp: distancia ideológica, lealtad sistémica, grado de coalicionabilidad, estilos de competición, competitividad, etcétera). De estas dimensiones, las dos primeras se refieren al formato del sistema de pp, mientras que las restantes pueden tener una incidencia indirecta y probabilística sobre su mecánica. En todo caso, cada una de estas dimensiones puede medirse empíricamente y valorarse cualitativamente con un buen nivel de precisión.
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Considerado estas premisas podemos sugerir algunas posibilidades sobre la continuidad y discontinuidad de los sistemas de pp en los procesos de transición democrática continua, según las dimensiones previamente referidas. En primer lugar, un cambio en el número de pp puede ser resultado de una o más de las siguientes posibilidades: a) un pp existente en el régimen autoritario no logra mantenerse durante el proceso democrático; b) pp nuevos han podido afirmarse durante el proceso de democratización; c) uno o más pp han sufrido escisiones durante la transición; d) dos o más pp se han unido durante el proceso. Cabe señalar que de acuerdo con Sartori sólo cuando un cambio en el número de pp alcanza un umbral crítico se traduce en un cambio en el formato del sistema partidista. En segundo lugar, el cambio en las dimensiones de los pp (crecimiento o caída) asume un particular significado para el análisis del formato del sistema partidista en la medida en que influye sobre el número de pp que deben ser considerados relevantes, o bien determina el papel predominante de un partido. De particular importancia es determinar en qué zona del espectro partidista tienen lugar los cambios dimensionales. Si el crecimiento se dirige hacia el centro o hacia los extremos se tendrá también un crecimiento o un descenso de la polarización del sistema partidista. En tercer lugar, un cambio en las identidades políticas de los pp se realiza cuando uno o más pp presentes
Los modelos de sistemas de Partidos Políticos son, en consecuencia, independientes de las identidades específicas de cada unidad partidista, por lo menos hasta que éstas no se tornen relevantes para la calidad de esas relaciones.
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Los cambios en las características de los pp pueden ser muy variados desde aspectos ideológicoestratégicos hasta los modelos organizativos.
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en el régimen autoritario son sustituidos por otros pp durante la transición (v. gr. cuando un pp comunista se reconvierte en un pp socialista). En cuarto lugar, los cambios en las características de los pp pueden ser muy variados desde aspectos ideológico-estratégicos (el grado de radicalismo-moderación, lealtad-deslealtad con respecto al régimen, etcétera) hasta los modelos organizativos (centralismo-policentrismo, estructura de masas-estructura de notables, orientación electoralista-integración social, etcétera). En quinto y último lugar, los cambios en las relaciones entre los pp corresponden a los cambios que se refieren a una o más de las dimensiones de la estructura sistémica dentro de la que los pp interactúan: aumento o disminución en la distancia ideológica entre los pp, cambios en el número de las dimensiones espaciales de competición, pasaje de una situación Bibliografía
tripolar a una bipolar o viceversa, de un espacio unidimensional a uno pluridimensional o viceversa. Presuponemos que una exploración detallada de los componentes del cambio, según los criterios referidos, nos permite establecer empíricamente la magnitud del cambio en un determinado sistema de pp. Pero, ¿qué peso debemos conferir a estos cambios a fin de valorar su magnitud? De acuerdo con Sartori, los cambios en la mecánica del sistema de pp involucran también una transformación de los confines más amplios (formato). Así, por ejemplo, un pasaje del bipartidismo moderado al pluripartidismo moderado es inferior en importancia que un pasaje del pluripartidismo moderado al pluripartidismo polarizado, pues en el primer caso se permanece en el ámbito de los sistemas de pp bipolares, mientras que en el segundo se pasa de un sistema bipolar a uno multipolar.
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César Cansino y Eduardo Zamarrón
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18 Periodismo Político Palabras clave Periodismo, Comunicación, Red, Imprenta, Constitución, Libertad, Representación política, División de poderes, Derechos, Democracia, Ciudadanía, Opinión pública Definición El Periodismo Político (en adelante pp) es una especialización del periodismo de información general. El periodismo especializado ha sido una necesidad a partir de los años sesenta del siglo xx, ante las exigencias de grupos sociales de una mayor profundidad sobre los problemas cotidianos. Los medios y reporteros se vieron en la obligación de tener un mayor conocimiento en áreas específicas, a partir del criterio periodístico de que el reportero necesita conocer a fondo el tema para poder difundirlo. En esa coyuntura surgieron las áreas de especialización periodística: deportes, cultura, ciencia y tecnología, economía, política, relaciones internacionales y derecho, entre otros. La especialización nació del ascenso del periodismo como simple caja de resonancia de la realidad a la asunción de una dinámica propia caracterizada como responsabilidad; es decir, el
tránsito del periodismo como medio acrítico al periodismo como contrapeso del poder. Las definiciones de periodismo son variadas, casi siempre en función de una mayor especialización profesional. Aquí ensayaríamos una definición propia: El periodismo es el conjunto de ciencias y técnicas relacionadas a la información que se utilizan para la difusión de hechos de interés humano que contribuyan a la formación social del individuo. Esta definición contiene los tres elementos fundamentales del periodismo: a) la relación con otras ciencias y técnicas; b) el objetivo de difundir la realidad; y c) el principio de que la difusión de hechos afecta la conducta de las personas y de ahí la necesidad de relacionar el periodismo con la formación social de los ciudadanos.
El periodismo es el conjunto de ciencias y técnicas relacionadas a la información que se utilizan para la difusión de hechos de interés humano que contribuyan a la formación social del individuo.
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El periodismo dejó de ser caja de resonancia cuando comenzó a estudiarse que la difusión de la realidad modificaba la conducta de los lectores. Los primeros experimentos, después de la Primera Guerra Mundial y sobre todo en la Segunda, fueron realizados por Lasswell a través de encuestas para saber si la prensa escrita y luego la radio y la televisión afectaban los comportamientos de los usuarios de la información.
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Asimismo, la definición de periodismo cumple con los requisitos de la fórmula de Harold Lasswell (mejorada, ciertamente, con la retroalimentación): “Quién dice qué a quién por qué vía y con qué reacciones que a su vez construyen una circularidad”. El periodismo dejó de ser caja de resonancia cuando comenzó a estudiarse que la difusión de la realidad modificaba la conducta de los lectores. Los primeros experimentos, después de la Primera Guerra Mundial y sobre todo en la Segunda, fueron realizados por Lasswell a través de encuestas para saber si la prensa escrita y luego la radio y la televisión afectaban los comportamientos de los usuarios de la información. Este modelo conductista tuvo dos utilidades: la comercial, a través de los mensajes para inducir consumos de bienes y servicios como reacción del individuo a mensajes directos; y la social, para utilizar los medios de comunicación como instrumentos de cohesión en situaciones de conflictos bélicos. El periodismo se define por sus funciones pero también por las necesidades del oficiante. El periodismo romántico del caballero andante se ha transformado en el científico y el técnico de la información y las exigencias de conocimiento del lenguaje, de la realidad que lo rodea y del conocimiento racional, así como en el responsable de efectos en la conducta política de la sociedad. Los medios de comunicación han llegado a asumir un papel preponderante en la vida política en función de su capacidad para establecer la agenda política. En situaciones límite, el pa-
pel de los medios tuvo un salto cualitativo en el caso de la prensa norteamericana durante la guerra de Vietnam. Los corresponsales operaban como reproductores acríticos de los boletines del comando de ocupación, hasta que algunos comenzaron primero a verificar si las batallas presuntamente ocurridas y presuntamente ganadas habían existido; luego vino el papel activo de los corresponsales para comenzar a difundir noticias al margen de los canales oficiales y se llegó al caso ejemplar del periodista Seymour Hersh, en noviembre de 1969, al publicar en una agencia de noticias la revelación de la matanza de civiles en el poblado de My Lai (véase Hersh, 1971). Ante ese papel de la prensa como espacio para desmentir al poder, el secretario estadunidense de Estado estalló, en una conferencia de prensa en Saigón: “¿quién votó por ustedes?” (véase Wicker, 1978, p. 19). El periodista era, en palabras de Chesterton, “el hombre que se quedó sin profesión”, lo que “en nuestro lenguaje podría traducirse como aprendiz de todo y oficial de nada” (Buendía, 1985, p. 33). Sin el conocimiento de la información especializada, el periodista no podía profundizar en la difusión de las informaciones. Paulatinamente, periodistas y medios se vieron en la necesidad de ahondar en el conocimiento teórico de las diferentes expresiones de la información: el periodista político hubo de estudiar primero el funcionamiento de las formas de gobierno, de los sistemas representativos, de los sistemas políticos, de los partidos y del origen
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del Estado para poder reportar los comportamientos políticos. El periodista encargado de difundir la información económica, a su vez, tuvo que entender primero cómo funcionaba la economía para después explicar los sucesos de la coyuntura económica en sus variantes: operación de los bancos, marcha de las bolsas de valores, conocimiento de las cuentas públicas, entre muchos temas de la especialización que tiene que ver con la economía de una nación y del mundo. En el pasado era suficiente con la experiencia de cobertura de sucesos políticos para reconocer la especialidad de pp; hoy, en cambio, ante la diversidad de referentes políticos y la obligación de conocer a fondo no sólo las coyunturas sino el origen de la política, el periodismo se ha ido decantando en la especialidad de pp. El periodismo político en un caso particular Cada país tiene una historia que contar sobre la génesis y evolución del pp en su seno, definida por la existencia mayor o menor de derechos y garantías, como la libertad de expresión. Con el fin de ilustrar cómo el pp fue madurando conjuntamente con la ampliación de esos derechos políticos, propongo en lo que sigue examinar un caso particularmente interesante, el caso mexicano. El pp como especialidad nació en México al calor de las exigencias de la sociedad de conocer el funcionamiento de la política, aunque siempre ha estado presente en la vida periodística. En uno de sus primeros ejem-
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plares del periódico Diario de México, en 1805, su editor Carlos María de Bustamante afirmó que su obligación como periodista era “fijar la opinión pública en estas materias (políticas) con la mayor pureza y exactitud posible” (apud. Delgado Carranco, 2010). Inclusive, el 10 de noviembre de 1810 se aprobó en España, en el escenario de las Cortes de Cádiz, la primera ley sobre la libertad de prensa bajo el nombre de Decreto de la Libertad Política de la Imprenta. Diríase así que el periodismo es político desde su reconocimiento oficial. El pp político nació en México aun antes del inicio de la revolución de independencia en su fase autonomista en 1808, justo en la crisis de Bayona cuando los reyes de España fueron arrestados para imponer como rey de España a José Napoleón; esa fase de crisis condujo a la Constitución de Cádiz y en ella nació las libertad política de la imprenta. Se localizan cuando menos cuatro pasos fundamentales: 1) En 1805 el virrey José de Iturrigaray autorizó la edición del primer periódico formal, Diario de México, dirigido por Jacobo de Villaurrutia y Carlos María de Bustamante. El diario se fijó la tarea de “fijar la opinión pública en estas materias (políticas) con la mayor pureza y exactitud posible” (Delgado, 2010). 2) El 10 de noviembre de 1810 en España se emite el Decreto para la Libertad Política de la Imprenta que sería la simiente de los criterios jurídicos para la libertad de prensa.
El periodismo se define por sus funciones pero también por las necesidades del oficiante. El periodismo romántico del caballero andante se ha transformado en el científico y el técnico de la información y las exigencias de conocimiento del lenguaje, de la realidad que lo rodea y del conocimiento racional.
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Ante la diversidad de referentes políticos y la obligación de conocer a fondo no sólo las coyunturas sino el origen de la política, el periodismo se ha ido decantando en la especialidad de Periodismo Político.
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La inclusión del apellido “Política” como función de la libertad le dio sentido concreto a las tareas de la prensa. Y en el considerando del decreto se establece el objetivo político de la prensa en función de su representación social: “atendiendo las Córtes (sic por la ortografía de la época) generales y extraordinarias á que la facultad individual de los ciudadanos de publicar sus pensamientos é ideas políticas es, no solo un freno de las arbitrariedad de los que gobiernan, sino también un medio de ilustrar á la Nación en general, y el único camino para llevar al conocimiento de la verdadera opinión pública”. La prensa serviría, por tanto, como contrapeso al poder del gobierno y como educación política. 3) En 1812 se aplica en la Nueva España, luego de muchas presiones, el Decreto de la Libertad Política de la Imprenta. En su volante Juguetillo, que se editó al tiempo de El Pensador Mexicano, Bustamante —que había ejercido la libertad y que había sido perseguido por ella— saludó el decreto con escepticismo: “¿con que podemos hablar?... ¿Estamos seguros?” (Véase Bustamante, 1987, p. 1). José Joaquín Fernández de Lizardi fue encarcelado por sus opiniones y Bustamante tuvo que escapar de la policía (véase Cruz Barney, 2010, pp. 175-180). El flamante decreto de la Libertad Política de la Imprenta duró apenas sesenta días. 4) En la Constitución de Cádiz de marzo de 1812 se establece, en el Capítulo VII de las facultades de
las Cortes, el mandato: “vigesimocuarta. Proteger la libertad política de la imprenta”. La primera Constitución española, votada con los reyes detenidos en Bayona, también asume la función política de la libertad de la imprenta. A diferencia de otros países, en México y América Latina —quizá por la herencia hispana y la ausencia de un sistema jurídico dominante como en los Estados Unidos—, la prensa o el pp ha jugado un papel fundamental en la tesis fijada por François-Xavier Guerra del espacio público (véase Guerra y Lempériére, 1988). En este contexto, el pp cumplió una triple función: como opinión pública, como espacio electoral y como representación política. La primera tuvo que ver como el teatro de la participación política de la sociedad a través de la prensa, la segunda por la influencia de los medios en los procesos electorales y la tercera —quizá la más importante— por la prensa como espacio de debate político con los periodistas políticos como representantes informales de la sociedad, lo que Francisco Zarco y los liberales como periodistas llamaron a la prensa como el “parlamento de papel”, es decir, un debate fuera de los espacios del congreso y con mayores libertades. La libertad política de imprenta se incluyó en cuando menos once documentos con funciones constitucionales de 1812 a 1857 (véase López Salas, 1988). Asimismo, desde los casos de Lizardi y Bustamante, se detectaron treinta y cuatro casos de censura aplicados con autoritarismo en la primera mitad del siglo xix
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(Reyna, 1976, pp. 15-36). La disputa de la prensa por el espacio público y la aplicación de las leyes como censura o como limitación del ejercicio de la libertad política de la imprenta llegó a las leyes: la restrictiva Ley Lares de 1853, el Reglamento Lafragua de 1846, la Ley Otero de 1848, el Segundo Reglamento Lafragua de 1855 y la Ley Zarco de 1861, además de los debates en 1856 para los artículos 6 y 7 de la Constitución de 1857 (véase McGowan, 1978). El pp ha sido estudiado y citado en función de su papel heroico en las fases autoritarias en la construcción de la república. Pero también tuvo sus etapas oscuras. En sus novelas Cuarto poder y Moneda falsa publicadas en 1888, el novelista, abogado y ensayista político Emilio Rabasa coloca a sus personajes de la literatura costumbrista en el escenario de la prensa en los años ochenta del siglo xix: prensa copada ya por el estilo personal de gobernar de Porfirio Díaz (véase Medina peña, 2007, pp.320-330). En esos años, luego de las experiencias de periódicos como El Siglo xix, los periódicos en general quedaron sometidos a negocios particulares al servicio del poder institucional. La relación sociedad civilopinión pública-esfera pública tiene que ver con la diversidad de espacios públicos fuera del control del Estado: la calle, la plaza, el congreso, el paladio, el café y la imprenta. De la Constitución de 1857 a la Constitución de 1917, el pp pasó por una fase de definiciones de fondo, más allá de las fricciones. Cuando menos se dieron tres debates decisivos:
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1) Prensa y orden público. El debate se mantuvo a lo largo de sesenta años: el acotamiento a la libertad en tanto afectara el “orden público”. Zarco, en la discusión de los artículos sobre libertad de imprenta y libertad de ideas en el Constituyente de 1856-1857, dejó claras tres cosas: sustituir rebelión o desobediencia a la ley por orden público , “la opinión sí puede ser un error (pero) jamás puede ser un delito” y la libertad es un “principio amplio y absoluto” (véase Zarco, 1857). 2) Prensa y fueros. El ejercicio de la libertad de prensa fue siempre un dolor de cabeza para los diferentes gobiernos. El problema fue doble: tipificar el delito y establecer un mecanismo de juicio. Por ello en el siglo xix funcionaron los tribunales populares y los dobles jurados —de juicio y de condena—, hasta que el poder de Porfirio Díaz en 1883 —bajo la presidencia de Manuel González— desapareciera los jurados especiales y los periodistas pudieran ser juzgados en tribunales comunes (véase Flores, 2007, p. 321). En el 2008 el presidente Felipe Calderón despenalizó los delitos de prensa y los pasó de tribunales penales a civiles el 16 de noviembre de 2008 y con ello consolidó una mayor libertad de prensa. 3) Prensa y sociedad. Al asumir a la prensa como una representación política informal, su papel de representante de la sociedad —de una parte o de toda— quedó afianzado en la vida política nacional. De hecho, la prensa política nació con el considerando
El Periodismo Político nació en México aún antes del inicio de la revolución de independencia en su fase autonomista en 1808, justo en la crisis de Bayona cuando los reyes de España fueron arrestados para imponer como rey de España a José Napoleón.
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En este contexto, el Periodismo Político cumplió una triple función: como opinión pública, como espacio electoral y como representación política.
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general del decreto de 1810 en tres criterios: ser un freno de las arbitrariedades del gobierno, contribuir a la educación política y construir vía la prensa una opinión pública organizada. El periodismo mexicano nació como político en 1810 —y aún antes—. Los primeros textos de Diario de México en 1805 inevitablemente derivaron en los asuntos políticos y de gobierno, aunque cada número tenía que ser aprobado por el Virrey antes de imprimirse. En 1812, el Decreto de la Libertad Política de la Imprenta se estrenó con el número 9 de El Pensador Mexicano, pidiendo al virrey Francisco Xavier Venegas el reconocimiento del fuero eclesiástico a los religiosos que estaban luchando con las armas por la independencia de España. Lizardi, cumpliendo con los requisitos, le dedicó el número al Virrey y le pidió su autorización. Sin embargo, el pánico hizo presa de la administración virreinal y evidentemente que no sólo la petición de Lizardi fue rechazada sino que se prohibió el periódico, se encarceló a Lizardi y se creó la Junta Suprema de Censura. La periodización del pp en el Siglo xx, que comenzó con la fundación del periódico Regeneración de los hermanos Flores Magón en agosto de 1900, abarca un largo ciclo: • La lucha contra el porfirismo en la prensa crítica. • La estabilidad autoritaria de la Constitución de 1917. • La reforma política de 1977 que introdujo, aún en términos teóricos
y sin ley reglamentaria, el derecho a la información, es decir, el reconocimiento jurídico a la sociedad a abrir los archivos del gobierno en los temas sensibles. • Casi un cuarto de siglo después, en el 2002, el Congreso Federal aprobó la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental y la creación del Instituto Federal de Acceso a la Información Pública. • En el 2008 el Congreso aprobó la iniciativa presidencial para la despenalización de los delitos de prensa y cerró el círculo de garantías legales para lo que deseaba Zarco en 1856: “libertad como principio amplio y absoluto” y, como lo exigieron los periodistas, sin condicionamientos penales. La periodización histórica del pp tuvo sus estaciones muy claras: • Entre 1917 y 2008 pasaron problemas, represiones, tensiones y rupturas políticas. • De 1917 a 1929, la prensa enfrentó por un periodo de distancia crítica de la realidad, sobre todo por la política existente y por la disputa criminal por el poder político. • De la fundación del Partido Nacional Revolucionario al modelo político de “unidad nacional” de Manuel Ávila Camacho, la prensa fue incorporada como parte sustancial y sustantiva de la conformación de la estructura del sistema político priista; en este periodo, la prensa careció de periodistas militantes o de una prensa exigente.
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• De 1940 a 1976, la prensa política tuvo momentos brillantes como la cobertura crítica de la represión contra el movimiento obrero independiente y revolucionario y disidente, a pesar de los controles severos del Estado. Aunque la mayoría de los medios cerraron sus puertas a los disidentes, hubo momentos concretos: asesinato de Rubén Jaramillo, el movimiento magisterial, las movilizaciones estudiantiles, el movimiento estudiantil del 68, la guerrilla en los setenta. La prensa política, en pequeños espacios pero precisa en sus objetivos, ayudó a minar los pilares del viejo régimen y contribuyó a un espacio de crítica política cuando menos dos de ellos: el pri como el Muro de Berlín del autoritarismo y el presidente de la república como las estatuas de Lenin del régimen piramidal. Los grandes medios tuvieron que buscar cierta legitimidad con aperturas de espacios a la crítica y en la sociedad se dieron espacios de independencia como la revista Política, la revista Siempre y el suplemento La Cultura en México, entre otros. • De 1976 a 1988, la prensa política se desembarazó del control del poder político y lo hizo a costa de conflictos graves: el golpe contra la dirección de la cooperativa Excélsior en julio de 1976 truncó un estilo novedoso de periodismo crítico pero permitió la apertura de nuevos medios fuera de la dominación estatal; de la crisis de 1976 nacieron la revista Proceso y los periódicos unomásuno, La Jornada y El Financiero, entre otros, donde se ampliaron los
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debates de crítica sin controles estatales. En 1988 por primera vez el pp quedó fuera del control autoritario en las elecciones presidenciales y algunos de ellos pudieron ejercer sin problemas serios su disidencia partidista; más aún, el expriista Cuauhtémoc Cárdenas vio cerrados los espacios en la televisión privada y pública —las dos controladas por el Estado— y se refugió en la prensa escrita donde el pri había perdido influencia y páginas. • De la crisis electoral del pri de 1988 a la derrota presidencial del pri en la presidencia de la república en el 2000. En este periodo el pp ejerció la libertad que quiso, aunque a veces sin una orientación política concreta. • Del 2000 a 2011 la prensa comenzó a padecer los efectos negativos de su independencia: la agresión por parte de los poderes oscuros del sistema político, entre ellos los cacicazgos del poder, el crimen organizado y empresarios reacios a aceptar la libertad de prensa: asesinatos, secuestros, amenazas y demandas civiles por daño moral. En el siglo xx el debate sobre el pp se consolidó al ritmo de la modernización política que impusieron los sectores externos al sistema. Hubo espacios generosos de debate político pero también el periodismo domesticado, al servicio del poder. Carlos Fuentes describió el papel de la prensa en el México priista: El vehículo de esta sonriente esquizofrenia es la gran prensa. Un régimen
El Periodismo Político ha sido estudiado y citado en función de su papel heroico en las fases autoritarias en la construcción de la república. Pero también tuvo sus etapas oscuras.
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El periodismo mexicano nació como político en 1810 —y aún antes—. Los primeros textos de Diario de México en 1805 inevitablemente derivaron en los asuntos políticos y de gobierno, aunque cada número tenía que ser aprobado por el Virrey antes de imprimirse.
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clásico precisa cortesanos. La función del cortesano es halagar el oído del monarca y recibir, en cambio, sus favores. Y a la hora del derrumbe, el rey va en su carreta rumbo a la guillotina clamando en contra de los cortesanos que le impidieron ver claro y a tiempo. Los cortesanos supremos del régimen mexicano se llaman periodistas (Fuentes, 1971, p. 74).
El debate se consolidó en las universidades públicas, pero también en el agotamiento paulatino del sistema político cerrado. En el periodo 1972-1985 los grandes diarios tuvieron que crear espacios específicos para la crítica política; aquéllos que no pudieron convertirse en periódicos críticos, convirtieron las columnas políticas en una especie de “periódicos dentro de los periódicos” en donde no operaban las restrictivas políticas editoriales: en Excélsior destacaron el periodista, historiador y escritor Gastón García Cantú y el historiador Daniel Cosío Villegas y en El Día y luego Excélsior el columnista surgido del sector progresista católico del pan Manuel Buendía. La columna política crítica fue el detonador para la apertura de cada vez mayores espacios a la crítica al poder. Después de la alternancia partidista en la presidencia de la república, los centros de educación superior encontraron una veta en las ofertas de diplomados, posgrados y seminarios de actualización sobre la política, la coyuntura y el análisis político: el cide, la unam, la Universidad Iberoamericana, además de que algunas otras universidades reformularon el modelo educativo
tradicional de la ciencia política —el conocimiento para la capacitación de recursos humanos para el Estado y el sistema— hacia un modelo de conocimiento crítico; buena parte de esos programas han sido aprovechados por periodistas en un salto cualitativo al esquema tradicional del periodismo práctico y de experiencia a una fase de periodismo de conocimiento científico. La historia del pp mexicano del siglo xx aún no ha sido procesada. Comenzó en 1896 con la fundación del periódico El Imparcial como el primer periódico moderno y su objetivo fue crear un espacio político para la difusión del porfiriato. Asimismo, el pp también tuvo una simiente en los periodistas/políticos que usaron el estilo periodístico para difundir versiones de la historia; destacan, entre muchos, dos como ejemplos: Martín Luis Guzmán con El águila y la serpiente y Mauricio Magdaleno con Palabras perdidas imponen un género de periodismo con utilización de las técnicas narrativas de la literatura, lo que en los sesenta se fijaría en los Estados Unidos como “nuevo periodismo”. En su vertiente formal de pp se localiza la fecha de 1953 con la fundación de la revista Siempre! del periodista José Pagés Llergo, que inaugura la versión de las revistas de artículos y entre quienes destacaron figuras señeras del pp: Alejandro Gómez Arias, Vicente Lombardo Toledano, Francisco Martínez de la Vega, José Alvarado, Víctor Rico Galán, Antonio Rodríguez, Luis Gutiérrez y González, entre muchos otros. Fue la primera revista sin censura, mucho
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por el estilo de Pagés Llergo pero también por haber nacido de una censura en la revista Mañana. En 1962 nació el periódico El Día con una característica singular: su director fundador fue el político Enrique Ramírez y Ramírez, militante del Partido Comunista Mexicano, más tarde miembro del Partido Popular de Vicente Lombardo Toledano y luego afiliado al pri; por la formación de izquierda de Ramírez y Ramírez, El Día fue un periódico progresista, de la tendencia crítica dentro del sistema priista y del pri y refugio en los setenta de los periodistas y escritores exiliados por las dictaduras militares latinoamericanas. En 1968 entró en la dirección de Excélsior el periodista Julio Scherer García y le imprimió al diario un perfil crítico en sus notas y reportajes pero también en la apertura de sus páginas editoriales a intelectuales y periodistas críticos al sistema. En 1960 nació la revista Política, dirigida por el ingeniero Manuel Marcué Pardiñas, y se convirtió en el espacio por excelencia de la izquierda socialista no militante en el pcm y en la tribuna de defensa de Cuba y del cardenismo revolucionario. Política abrió sus páginas a la información de los primeros grupos guerrilleros y denunció la represión a obreros, campesinos y estudiantes, y en sus páginas colaboraron los principales escritores del momento, entre ellos Carlos Fuentes, Fernando Benítez y politólogos como Enrique González Pedrero y Víctor Flores Olea, quienes habían editado unos cinco números de la revista El Espectador.
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Así, el pp se movió en dos carriles: el del periodismo con sus géneros tradicionales del reportaje, la noticia, el artículo y la columna y el de la cultura como forma de crítica política al poder. En el terreno de la cultura política destacó el suplemento La Cultura en México de la revista Siempre! que había existido como México en la Cultura en el periódico Novedades hasta que una censura del poder presidencial obligó a su director y colaboradores a emigrar a Siempre! en 1962. Fernando Benítez dirigió el suplemento de 1962 a 1972 y luego le entregó la estafeta a Carlos Monsiváis, quien lo dirigió hasta 1987. En La Cultura en México se dio una de las fases más lúcidas y prometedoras del pp con crónicas, análisis y debates entre intelectuales progresistas, incluyendo protestas por la represión obrera, el 68 y el halconazo de 1971. El periódico unomásuno nació el 14 de noviembre de 1977 con un desprendimiento de periodistas e intelectuales que estaban en Proceso y que habían participado activamente en Excélsior. El periódico unomásuno le dio un nuevo impulso al pp con la incorporación como cronistas de varios escritores del grupo de Héctor Aguilar Camín, todos ellos imbuidos por los estilos del nuevo periodismo norteamericano de Norman Mailer y Tom Wolfe; las crónicas políticas con un excelente manejo periodístico de las estructuras literarias refrescó el ambiente en las redacciones y abrió nuevos caminos al estilo de los reporteros. Como aportación adicional, unomásuno circuló el suplemento Sábado, que se movió entre la
En el siglo xx el debate sobre el Periodismo Político se consolidó al ritmo de la modernización política que impusieron los sectores externos al sistema. Hubo espacios generosos de debate político pero también el periodismo domesticado, al servicio del poder.
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La historia del Periodismo Político mexicano del siglo xx aún no ha sido procesada. Comenzó en 1896 con la fundación del periódico El Imparcial como el primer periódico moderno y su objetivo fue crear un espacio político para la difusión del porfiriato.
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cultura y la política, alentado por su director fundador Fernando Benítez. El nacimiento de El Financiero —el 15 de octubre de 1981— y La Jornada —29 de febrero de 1984— cerraron el ciclo de los nuevos impulsos al pp; el primero enfatizó el periodismo de información financiera y bursátil, pero en 1984 le entró de lleno a la crítica desde el enfoque de la economía política y en 1990 abrió su sección política que llegó a conjuntar a lo más importante de la crítica: Raymundo Riva Palacio, Adolfo Aguilar Zínser, Carlos Monsiváis, Sergio Aguayo, Jaime Avilés, José Emilio Pacheco, Federico Reyes Heroles, Jorge Fernández Menéndez, entre muchos otros (véase González, 2006, pp. 119-140). Y La Jornada se abrió a un pp militante de izquierda, sin dobleces, y se convirtió en la base editorial del prd. Líneas temáticas El pp se ha estudiado en los espacios del periodismo de información general. Pero hay algunas variantes poco estudiadas, entre ellas la del columnismo político como un factor de detonación de la reflexión crítica del periodismo y de la necesidad de explorar ya la especialización en temas políticos y del poder. Asimismo, aún no se ha analizado académicamente la renovación del estilo del pp mexicano en los ochenta con los escritores que comenzaron a hacer crónica y reportaje en unomásuno, La Jornada, Proceso y El Financiero, muy en la línea del nuevo periodis-
mo norteamericano del uso de un lenguaje abierto y de estructuras narrativas propias de la literatura. Si el periodismo nació político con el Decreto de la Libertad Política de la Imprenta de 1810, algunos profesionales lo asumieron así. En una conferencia de septiembre de 1979, el entonces innovador de la columna política, Manuel Buendía (1985, p. 17), estableció los criterios de origen: El periodismo es esencialmente información. Por tanto, el periodismo es un instrumento de la comunicación social, y, en consecuencia, el periodismo es parte de la política. Todo el periodismo pertenece a la política. Es la política en acción. Es siempre el periodismo un acto político.
La columna política es el antecedente del pp como especialidad. Pero hablamos de la columna política analítica, de investigación, no la del chisme o de la crónica del día. En la época del periodismo informativo moderno, hasta mediados de los años setenta del siglo xx, la columna política era un espacio casi propiedad de los políticos, de los gobernantes y de los partidos y se usaba como una especie de periódico mural de la clase política donde los contenidos eran recados de una élite a otra. En los setenta, Manuel Buendía le dio a la columna un contenido de investigación, con su columna Para control de usted publicada en el periódico El Día en la primera mitad de los setenta y su texto semanal Concierto político bajo el seudónimo de J. M. Tellezgirón. Por su contenido a fondo,
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la columna fue “un periódico dentro de otro periódico” (véase Granados Chapa, 1981, p. 19), un espacio casi autónomo del periódico donde se trataban temas que no tocaban las páginas informativas del diario. Pero sobre todo, la columna fue un género periodístico subsidiario del pp; es decir, creció en importancia cuando los periódicos destinaban casi la totalidad de los espacios a la información plana, sin juicios de valor y menos de confrontación. Como ese estilo periodístico realmente no generaba interés en los lectores y había ciertos espacios del acontecer político que existían sin fuentes de confirmación, las columnas fueron naciendo como espacios con autonomía relativa, primero para difundir versiones no confirmadas aunque luego como espacios de mensajería política enviados entre políticos con los columnistas como mensajeros. En el periodismo norteamericano las columnas no fueron espacios para la información exclusiva sino para la reflexión política y moral. Hubo en la historia del columnismo moderno algunos ejemplares que marcaron en su momento la negatividad del género. Un caso tipo —que no ha sido estudiado en las escuelas de periodismo y comunicación— fue el del periodista Carlos Denegri, cuya columna fue una sucursal de la Secretaría de Información y Propaganda del pri y se usaba justamente para los juegos de poder del pri. Denegri publicaba su columna Desayuno Político en Excélsior y murió asesinado por su esposa la madrugada de año nuevo de 1970.
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El auge de la columna política como antecedente del pp especializado fue correlativo a la tardanza de los periódicos para entrarle a la crónica, el reportaje y sobre todo los artículos y análisis. La apertura política en los medios impresos, a partir de 1971, llevó a la prensa escrita a abrir los temas de la investigación política especializada. Pero en el momento de esplendor de la columna de pp de investigación Buendía desarrolló el estilo crítico contra la derecha, los empresarios, la cia y la iglesia le dio importancia a su espacio. En 1975 Buendía renunció al cargo público y se dedicó de tiempo completo a su columna “Red Privada” hasta su asesinato en mayo de 1984. A partir de 1981, con el cambio de clase política en la élite dirigente —los economistas sustituyeron a los políticos y no aceptaron la herencia de las viejas redes de poder—, el periodismo comenzó a abrirse en Proceso, unomásuno, El Financiero y La Jornada. El aumento de espacios para el análisis y la crítica al sistema político priista restó un poco de atención a los columnistas y les exigió más esfuerzo en especialización y capacitación. El pp ha dejado abiertas algunas tareas: • Como representación política informal o parlamento de papel. • Como especialización no sólo en práctica profesional sino en formación académica ligada a la ciencia política. • Como asunción del espacio público habermasiano por excelencia para los intereses de la sociedad y
El Periodismo Político se ha estudiado en los espacios del periodismo de información general. Pero hay algunas variantes poco estudiadas, entre ellas la del columnismo político como un factor de detonación de la reflexión crítica del periodismo y de la necesidad de explorar ya la especialización en temas políticos y del poder.
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no exclusivos de la clase política. El espacio público, señala Habermas, es el que se localiza en el debate de los intereses sociales y fuera del control político e institucional del
Estado (Habermas, 1981). • El pp como el espacio natural de la sociedad civil. • Y como parte de la educación política de la sociedad.
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Carlos Ramírez
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19 Política Simbólica Palabras clave Comunicación, Imagen, Legitimación, Lenguaje, Memoria, Percepción, Poder, Política, Realidad, Representación, Signo, Símbolo. Definición En los últimos años, la política se ha convertido en un concepto cuya connotación, es decir, el sentido o valor secundario que adopta en el plano del lenguaje cotidiano, además de verse reducida, tiende a aplicarse cada vez más con un contenido negativo. Hoy en día el sentido de la política es antitético con el del trabajo y el esfuerzo sanos, y se encuentra más próximo a la falsedad, la deshonestidad, la trampa, el arreglo impropio y la mentira. De tal forma que las soluciones políticas a las diferencias son las “menos malas” de las soluciones, donde “es mejor un mal arreglo que un buen pleito”. En este sentido, al tocar el tema, la realidad se presenta como si toda la actividad política se redujera a un “arreglar las situaciones” que culmina, casi siempre, con un arreglarse en función de los intereses de los actores. Por ello, la opinión más generalizada se cen-
tra en considerar a la política como el espacio de las relaciones de poder donde todavía se puede hablar, negociar y acordar, antes de pasar al uso de la fuerza (Toffler, 1996), es decir, como ya se afirmaba desde el siglo xix, “la guerra es la extensión de la política por otros medios” (Von Clausewitz, 1831). En el enfoque contemporáneo, la política se entiende como el espacio donde se generan, desarrollan y culminan las relaciones de poder. ¿Qué es el poder? Al igual que con la política, el poder no ha escapado a una fuerte connotación negativa, pero, a pesar de ello, deseable. Es común escuchar lo siguiente: “poder es lograr que otros hagan lo que se desea o se espera de ellos”; “es imponer la voluntad personal a la voluntad colectiva”; “es la capacidad de una persona por someter a las demás”; etcétera, etcétera. Para efectos prácticos de
En los últimos años, la política se ha convertido en un concepto cuya connotación, es decir, el sentido o valor secundario que adopta en el plano del lenguaje cotidiano, además de verse reducida, tiende a aplicarse cada vez más con un contenido negativo.
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La realidad se presenta como si toda la actividad política se redujera a un “arreglar las situaciones” que culmina, casi siempre, con un arreglarse en función de los intereses de los actores.
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la presente exposición proponemos entender al poder de una forma en la que sea posible contener la mayor parte de posibilidades, entendemos el poder como: la facultad de las personas de influir en las voluntades de los demás. Con base en lo anterior podríamos concluir que en la cultura contemporánea existe, de manera dominante, la idea de que la política es un espacio de negociación en límite con la violencia donde se desarrollan las relaciones de poder. Ahora bien, ¿a qué se refiere lo simbólico? Lo simbólico está relacionado con el ámbito de las representaciones, es decir, con la relación que se da entre objetos que remiten, relacionan, dirigen o vinculan a objetos diferentes. La representación simbólica se refiere a la forma como una sociedad, una población, un grupo o una nación perciben “objetos” que los identifican a sí mismos o los diferencian de otros grupos sociales. En este sentido hay estudios que se centran en el significado o los contenidos que las personas les atribuyen a un determinado objeto representante (Pitkin, 1972). Formas de representación En la segunda mitad del siglo xx se empezaron a generalizar los trabajos relacionados con el estudio de las representaciones y su aplicación y funcionamiento en los ámbitos social y político (Lombardo y Meier, 2011). Así, en términos propios de las representaciones políticas, algunos autores han considerado lo simbólico a partir de la presencia de representación de objetos principales en términos de im-
portancia social, a través de agentes representantes a los que se les atribuye un significado. En este sentido, los agentes o los “objetos” que generan la representación simbólica pueden ser de varios tipos, por ejemplo, de carácter formal, como los ceremoniales, las banderas o los himnos nacionales (Cerulo, 1993); o bien, de carácter estructural, como las instituciones públicas en casos como la “Cruz Roja”, la “Defensa Nacional” o incluso los edificios públicos como la “Casa Rosada”, “Los Pinos”, “El Capitolio” (Edelman, 1976); pueden ser también de carácter histórico, tradicional o cultural, como los monumentos, las estatuas, los espacios públicos o localidades importantes y las capitales (Parkinson, 2009 y Sonne, 2003). Ahora bien, la representación simbólica va mucho más allá de los objetos materiales, también se presenta de manera discursiva y se basa, por ejemplo, en el uso del lenguaje y el discurso político (Bondi, 1997; Lacan y Bourdieu, 1991). Por ello, hemos llegado a un punto donde se requiere categorizar las diferentes formas de representación. De manera general, nos encontramos con tres diferentes formas de representación: la imagen, el signo y el símbolo. La imagen es el objeto cuyos elementos nos remiten de manera directa a otro objeto. Dichos elementos pueden ser muy finos o detallados, como, por ejemplo, una fotografía que nos permite identificar a la persona fotografiada, o bien, generales o burdos, como en el caso de algún logo que con unos cuantos trazos nos define un objeto específi-
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co. Por su parte, el signo es un objeto cuyos elementos nos remiten de manera indirecta a otro objeto, por ejemplo, el humo es un signo de la presencia del fuego; el efecto es signo de la causa; la alta temperatura del cuerpo es signo de infección. Por último, el símbolo es un objeto cuyos elementos nos remiten de manera indirecta a otro objeto a partir de un acuerdo, la cultura se encuentra integrada por infinidad de aspectos simbólicos ya que al ser la forma como una sociedad se vincula con su entorno, las manifestaciones, tradiciones, expresiones y actitudes culturales son, por su naturaleza, simbólicas. Puede entonces afirmarse que la Política Simbólica (en adelante ps) es el resultado de una permanente y cambiante construcción social que en la cultura contemporánea pretende influir y dominar las voluntades. Pero esto no siempre ha sido considerado así, se han presentado momentos en la historia donde la ps ha pretendido más acordar “con” las voluntades, que influir “en” las voluntades. Al menos como propuesta e incluso como un hecho histórico, que desafortunadamente no duro más de una centena de años, en la Grecia clásica y particularmente en la Atenas del siglo v a. c., los seres humanos pudieron proponer una forma original de desenvolvimiento de las relaciones sociales en términos de poder y de autoridad. Aristóteles en su obra titulada La Constitución de Atenas presenta una gran parte de esa propuesta que a las personas del siglo xxi nos resulta a veces difícil de comprender. El autor nos dice que los atenienses, al igual
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que los demás griegos, vivían en polis y aquí se inician nuestras dificultades. Para nosotros en esta época la palabra polis la relacionamos con la “ciudad”, sobre todo por la influencia latina donde el contenido de la ciudad se orienta, en primera instancia, al espacio, ya sea en cuanto a su tamaño o en cuanto a su concepto, donde la ciudad se refiere a lo urbano en contraparte con el campo que se refiere a lo rural. Pero para un ateniense del siglo v a. c. la polis no tenía nada que ver con el espacio, alguien podía haber nacido a 2 mil kilómetros de Atenas e incluso no haber conocido la Acrópolis y ser ateniense y, en contraparte, alguien podía haber nacido a los pies de la estatua de Palas Atenea de Fidias y no ser ateniense. ¿Cuál sería el contenido contemporáneo que más se asemeja al concepto de polis griega?: La comunidad. De hecho el contenido etimológico de polis se refiere a “muchos” o “varios”. En ese sentido, en búsqueda de una unidad común, podría decirse que las relaciones de poder pretendían más armonizar las voluntades que influir en ellas. Para ello, la política se debería entender como “el arte de vivir en comunidad”, donde la ps se construía a partir de las representaciones que permitían el bien decir, el bien hablar que da cohesión a la convivencia. Ahora bien, ¿qué significaba hablar bien para un ateniense del “Siglo de Oro”? Si bien el desarrollo de la oratoria y la retórica, entre otras disciplinas va a ser admirable en esa época y lugar históricos, el hablar bien se basaba en dos conceptos básicos antes que en métodos: formas
En el enfoque contemporáneo, la política se entiende como el espacio donde se generan, desarrollan y culminan las relaciones de poder. ¿Qué es el poder? Al igual que con la política, el poder no ha escapado a una fuerte connotación negativa, pero, a pesar de ello, deseable.
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En la cultura contemporánea existe, de manera dominante, la idea de que la política es un espacio de negociación en límite con la violencia donde se desarrollan las relaciones de poder.
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o disciplinas. Para los integrantes de aquella comunidad hablar bien era hablar con Ethos y con Logos. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define la palabra “etos” como: el “conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad”. Y se entiende como “logos” a la palabra en cuanto meditada, reflexionada o razonada, es decir: “el razonamiento”, “la argumentación” o “el discurso”. Puede concluirse entonces que ethos tiene que ver con el “ser” de las cosas y el logos con su “significado”. Así, la ética y la lógica eran las disciplinas que ayudaban a ser congruente con lo que las cosas son y con su contenido. Visto de esta manera, quizá sería más sencillo y agradable adoptar estas disciplinas desde la formación preuniversitaria, ya que fue precisamente el olvidarse de esto lo que terminó con la “Atenas del Siglo de Oro”. Platón, en su “Apología de Sócrates” muestra como su maestro determina que merece la muerte ya que sus contemporáneos juzgaron que había faltado a estos dos principios. Con base en lo anterior estamos en posibilidad de proponer una definición para nuestro objeto de estudio. Entendemos que la ps es la forma como los individuos de un grupo social influyen en las voluntades de otros a través de las representaciones. Esta propuesta podría funcionar en dos grandes ámbitos: por un lado como un espacio de relaciones de dominio y, por otro lado, como la búsqueda y la construcción de un lugar de convivencia. Hablan-
do ya de manera simbólica, las democracias modernas aspiran a una operación o desarrollo basado en la convivencia, pero, de manera paradójica, funcionan bajo los criterios de dominio. Elementos de la política simbólica La representación se encuentra constituida por una secuencia de imágenes, signos y símbolos, los cuales establecen relaciones entre los integrantes de un grupo social. Este conjunto de relaciones conforma un todo mucho más complejo que entendemos como simbolismo. Para su conocimiento Jacques Berque ha propuesto dos visiones paralelas: una que lo define como “el descubrimiento de lo que se encuentra tras la sensación, la actualización del sello —símbolo—, la noción de las luces, el desprecio de lo cotidiano” (tomado de la opinión de Bishr Farés en la obra Divergence, Mafra Qal-T’uruq, p. 233; Arbesú 1985) y la otra que lo explica como “el acto de transformación de los valores sensibles en valores abstractos y viceversa (según el punto de vista de Jamil Calibá, ibid., p. 232; Arbesú, 1987). En este contexto podemos continuar con la reflexión de la ps, que va mucho más allá de lo que podríamos definir como el simple simbolismo, pues implica la capacidad de influir en las voluntades mediante el empleo de imágenes, signos y símbolos, diciendo que se da en todos los niveles, no solamente en las relaciones entre gobernantes y gobernados. Constituye una manera de actuar, un comportamiento de las personas que componen la
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sociedad frente a los diferentes retos que se les presentan. La ps se compone de cuatro elementos fundamentales: la imagen simbólica, la operación simbólica, la memoria y la comunicación. La imagen simbólica es una representación, es decir, una imagen, un signo o un símbolo, que adquiere valor por si misma más que por los que fueron, han sido o son sus contenidos. La operación simbólica es un movimiento de ruptura y reunificación de contenidos que en un espacio y tiempo específicos se aglutinan en lo que será la imagen simbólica. La memoria es el “almacén” donde una sociedad conserva sus representaciones y contenidos que se evidencian en las tradiciones, manifestaciones, actitudes y comportamientos culturales. La comunicación es el vínculo social que permite el paso de dichos contenidos y representaciones entre los individuos. La relación entre estos cuatro elementos genera, da cohesión o puede culminar con la dinámica social. Para explicar el funcionamiento de la ps se debe analizar a la sociedad bajo un sistema de autorregulación en términos de representación y comunicación dentro de dos diferentes lapsos de tiempo: la crisis y el conflicto. La sociedad, en términos de vinculación entre las representaciones y los contenidos vive en un espacio de tiempo constante definido como “crisis”, donde los significados se encuentran en constante reinterpretación y modificación de contenidos. Aquí es importante desarrollar esfuerzos constantes de definición y redefinición de conceptos que sean
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capaces de adaptarse a las necesidades de cohesión que se presentan en un contexto cambiante y turbulento. Sin embargo y a pesar de los esfuerzos, la sociedad enfrenta momentos en que ningún esfuerzo o dinámica social parece conducir a una estabilidad de la vida política y social y menos aun hacia una superación o transformación generando situaciones de “conflicto”. Es decir, se trata de momentos en que ninguna operación de transmutación de los valores nos hace creer en un cambio, en los cuales los discursos dan la impresión de carecer de significado. En términos de representación, la crisis es constante y permanente, mientras que el conflicto es puntual y específico. La imagen simbólica La única fuerza que le queda al sistema representativo social para mantenerse en estado de equilibrio, el cual no puede partir de supuestos sino de hechos positivos, es la de la imagen simbólica, que considera, reúne y refuerza el modelo vigente. Así, la imagen simbólica es el elemento del mensaje que permite su cohesión y le da significado al mismo; de manera general, son conceptos con fuertes contenidos, como por ejemplo: libertad, seguridad, soberanía, igualdad, federalismo, símbolos patrios, valores sociales, etcétera. Los componentes de la imagen simbólica son una sobreproducción de elementos descriptivos de grandeza, honor, fuerza, prudencia, felicidad; una sobre-simbolización producida por el análisis para remediar los defectos
Lo simbólico está relacionado con el ámbito de las representaciones, es decir, con la relación que se da entre objetos que remiten, relacionan, dirigen o vinculan a objetos diferentes. La representación simbólica se refiere a la forma como una sociedad, una población, un grupo o una nación perciben “objetos” que los identifican a sí mismos o los diferencian de otros grupos sociales.
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De manera general, nos encontramos con tres diferentes formas de representación: la imagen, el signo y el símbolo.
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del símbolo. “La imagen simbólica es el vínculo fortalecido de los contrarios, del pluralismo y del mito” (Sfez, 1978), como sucede en los discursos a lo largo de una contienda electoral sin importar el partido político de que se trate. A partir de aquí podemos empezar a encontrar elementos que nos permitan entender por qué los discursos políticos en general, se caracterizan por la utilización recurrente de un lenguaje superlativo. Pero, ¿cómo surge la imagen simbólica?, ¿a través de qué mecanismo ha llegado a ser aceptada por una población en un lugar y momento dados? Aunque en los momentos de crisis las imágenes simbólicas permiten que el sistema se mantenga y que además sea posible la formación de nuevas imágenes, la imagen simbólica propiamente dicha es el resultado de una operación de rompimiento y reunificación social que denominaremos “operación simbólica”. Por ejemplo, el momento del inicio de la lucha por la independencia, la promulgación de las Leyes de Reforma o el surgimiento del Plan de San Luís en 1910 son ejemplos de situaciones de conflicto que han formado, redefinido o generado imágenes simbólicas. La operación simbólica Las operaciones simbólicas, al surgir dentro del ámbito del conflicto, se manifiestan de forma fragmentada y con poca frecuencia, aunque de manera puntual en la historia. Juegan un papel fundador en un conflicto o amenaza de conflicto violento que
ellas forjan y que las legitima. El conflicto impone cierta destrucción y un orden nuevo, por ello desaparecen en corto tiempo. Los conflictos pueden ser circunstanciales o inducidos, violentos o amenazadores, pero ponen siempre en cuestionamiento la misma “existencia social”. En el conflicto la sociedad es amenazada de vida. ¿Por qué? Porque la operación simbólica tiene lugar en el núcleo del fundamento del estado que es: la seguridad de sus integrantes. Por ejemplo, imágenes relacionadas con la xenofobia en Alemania, el problema del medio ambiente en las grandes ciudades, la guerra por problemas étnicos y de territorios, catástrofes naturales como terremotos, inundaciones, etcétera. De esta manera, las imágenes “aglutinan en una actividad única de palabra y de acción los fragmentos dispersos de una sociedad en descomposición, con el objetivo de fundar de nuevo su unidad. Con este fin, explotan las rupturas y los desacuerdos de la situación, la empujan al máximo en un paroxismo, es decir, en sus síntomas más agudos, de pesimismo y se mueven al encuentro de una imagen fuerte que permitirá, de nuevo, la reunificación y sobrevivencia social” (Sfez, 1978). En esta fase las imágenes se encuentran divididas en dos campos, ya sea en pro o en contra de la operación simbólica, la cual, a su vez, sólo se puede presentar en la medida en que se dé una proliferación de imágenes, es decir, un exceso de elementos cuyo significado representa otras cosas, los cuales son empleados a través de los discursos para mantener una cierta situación de dominio. Estas imágenes no son
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las simbólicas, hay que recordarlo. La imagen simbólica es única y preciada; una campaña política que encuentre y utilice la imagen simbólica apropiada para un grupo social específico en un momento determinado tiene enormes posibilidades de éxito. La dificultad se presenta cuando nos encontramos entre una multitud de signos, de palabras, de conceptos, y las imágenes intentan en vano centrar el sentido en un punto. Así, a fin de detener el desorden, la sociedad encuentra la solución única: montar un conflicto, que no quiere decir hacer una revuelta armada de manera forzosa sino más bien empujar hacia la ruptura, vencer las imágenes adversas y a través de una comunión —con las imágenes favorables— renovar el mito fundador. Un ejemplo de esto puede encontrarse en la situación de Alemania en los años treinta, que permitió el surgimiento del Partido Nacional Socialista, el cual pasó, de manera vertiginosa, de una reunión de unas cuantas personas en una cervecería al control de ese país y de casi toda Europa en muy poco tiempo. Ahí, el nacionalsocialismo se convirtió en la imagen simbólica que aglutinó la tradición, el porvenir, la fuerza, la raza, el trabajo, lo moderno, la justicia, la libertad; en resumen, ¡todo! Por eso Sfez comenta que la operación simbólica es una purga de imágenes. Las somete a una selección severa, asigna un enemigo exterior a combatir, lo que produce una frontera rígida e infranqueable, un bloqueo donde la existencia de un enemigo común no sólo es útil sino que, además, sirve como elemento de catálisis. El conflicto se establece
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cuando el enemigo identificado se vuelve odioso, y cuando la operación simbólica ha transformado al grupo en combatientes y transfigurado el debate de imágenes en lucha por la supervivencia. Este fue el caso de los judíos, los financieros, los comunistas y los extranjeros en la Alemania nazi. La memoria En el juego que se da entre la operación simbólica y las imágenes en el momento del conflicto, habrá algunas que serán olvidadas o excluidas aunque nunca de forma total, ya que siempre están almacenadas en la memoria, mientras que otras serán empleadas con el objeto de poder constituir el orden nuevo y eliminar el anterior. El nuevo orden vivirá, posteriormente, momentos de crisis y, a su vez, finalizará también en otra operación simbólica. Se da, de esta forma, una serie de movimientos recurrentes y sucesivos. Véase, por ejemplo, lo ocurrido en los países de Europa del Este, los cuales al no encontrar una imagen clara y contundente tienden a regresar a los conceptos y principios que durante años les fueron comunes y claros. Por muchas razones esta situación no se ha presentado en Alemania, pero en cuanto a lo que nos ocupa, creemos que gracias a una operación simbólica la imagen del Muro de Berlín, que implicaba físicamente una división, es ahora un elemento de unificación. Sin embargo, la duración de la operación simbólica, en el apogeo de su acción, es muy corta. Además, en la medida en que los movimientos se van
Puede entonces afirmarse que la Política Simbólica es el resultado de una permanente y cambiante construcción social que en la cultura contemporánea pretende influir y dominar las voluntades.
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Entendemos que la Política Simbólica es la forma como los individuos de un grupo social influyen en las voluntades de otros a través de las representaciones.
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sucediendo uno tras otro, se procede al almacenamiento de las imágenes pasadas. Queda una memoria que, en tiempos de crisis, cuando la ps no es transformadora sino simplemente reformadora, ayudará a asegurar la supervivencia del sistema a través de la evocación de las épocas pasadas. Por ejemplo, las ideas de igualdad, fraternidad y libertad existían mucho antes de la Revolución Francesa; sin embargo, al momento de la toma de La Bastilla se transformaron en algo evidente, lo que dio sentido, incluso, a los colores de la bandera francesa, en donde la imagen se transformó en un objeto. Ahora bien, ¿cómo funcionan las imágenes simbólicas cuando son utilizadas como instrumentos de unificación? Mediante su empleo en los tiempos de crisis haciéndolas revivir en la memoria colectiva. Cabe aclarar que en el momento de un conflicto lo anterior no será suficiente para garantizar la existencia de la ps y, en consecuencia, del sistema. En presencia de una operación de ruptura y reunificación, la memoria también permitirá condensar en el conflicto las imágenes difusas que han sido usadas en crisis anteriores. Por ejemplo, el sueño americano en Estados Unidos o el nacionalismo revolucionario en México. Estos son conceptos administrados, manejados y empleados de manera constante por diferentes líderes en las relaciones sociales en el interior de los dos países. Por ello, cuando se habla del mito fundador se hace referencia a operaciones anteriores, de donde
han surgido las imágenes guardadas en la memoria. Estas imágenes sirven de apoyo en los momentos de crisis, e incluso en los conflictos, como arquetipos, es decir, modelos primarios y universales de representación. Además, la operación mítica del símbolo necesita apoyarse en la comunicación, de la que no puede prescindir y en la que debe encontrar una cadena de imágenes, signos y símbolos identificables que alimentará el recuerdo de su presencia. De esta manera, las imágenes simbólicas son formadoras de la memoria selectiva que mantienen, pero son dependientes de la operación que suscitan. Si se intentara buscar una relación causa-efecto entre estos elementos nos encontraríamos frente a un gran problema, ya que es evidente que cada elemento es la causa, pero también, y al mismo tiempo, el efecto de muchos otros en una serie de movimientos recurrentes en forma de espirales, formados por las crisis y los conflictos sociales. La comunicación Pensemos en conceptos manejados universalmente como imágenes simbólicas: la libertad, la soberanía y la justicia. El contenido que cada uno de ellos tiene para nosotros, mexicanos de inicios del siglo xxi, no es el mismo que tuvieron para nuestros abuelos durante la Revolución, ni será el mismo que tengan para nuestros bisnietos. También existen variantes en cuanto al significado que puedan tener en este momento pero en contextos distintos. Imaginemos, sim-
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plemente, cómo podrían ser vistos o entendidos por un hindú, un sudafricano o un asiático. Por otro lado, es difícil determinar dónde empieza la libertad y dónde termina la justicia: ¿se podría ser libre sin justicia?, ¿se podría ser justo sin libertad? Sin embargo, comprender su funcionamiento y su desarrollo, maximizados por el empleo de los medios masivos de comunicación, resulta ser una necesidad primordial para profundizar en este tema, para lo cual es fácil constatar las modificaciones abismales que van desde la democrática Atenas, donde la comunicación estaba en el principio mismo de la sociedad, hasta hoy día, en que cada vez se habla más pero se comprende menos, y donde las grandes figuras simbólicas, como la igualdad, la libertad, la nacionalidad, la justicia, etcétera, aparentemente han ido desapareciendo como instrumentos de integración y movilización, vaciando su contenido social para dejar el espacio vacío a los medios masivos de comunicación. Existe un hecho innegable: todo conocimiento tiene su origen y fundamento en la realidad, pero ésta es tan compleja que no es posible que un individuo aislado pueda ser capaz de descubrirla. Para ello requiere de dos condiciones fundamentales: simplificarla, es decir, hacer maquetas de la realidad como proponen los arquitectos, modelos como dicen los economistas, o paradigmas en opinión de los científicos, y comparar, analizar y enriquecer sus abstracciones particulares con las de los demás. Lo anterior constituye uno de los fundamentos más sólidos de la necesidad
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del ser humano de vivir en sociedad y explica por qué fenómenos como la política y la comunicación se encuentren ligados a la naturaleza misma del hombre. Pero, ¿cómo opera la comunicación en la sociedad?, ¿cómo se relaciona y cómo funciona con la ps? Si bien el lenguaje no abarca la totalidad del proceso de comunicación, es evidente que las palabras son la abstracción más común de la naturaleza humana. De ahí que una de las primeras interpretaciones acerca del hombre se presentó en la cultura griega, que lo definió, precisamente, como un animal provisto de palabra: zoon long ejon. O, como lo señala la tradición judeocristiana en “El Génesis”: “Dios creó a Adán y le dio la potestad de nombrar las cosas, para que todas las cosas tengan el nombre que Adán les dio”. Por ello, para estudiar el fenómeno de la comunicación se ha partido tradicionalmente del análisis del lenguaje o del arte de hablar. En su Retórica, Aristóteles señalaba tres elementos aplicables a la comunicación mediante el lenguaje: quién habla, qué dice y a quién habla. Lo anterior ha sido punto de partida para que una serie de teóricos y estudiosos hayan propuesto, en diferentes momentos, diversos componentes del proceso de comunicación. Por ejemplo: Lasswell consideró como elementos constitutivos del proceso los siguientes: análisis del emisor —quién habla—, del mensaje —qué dice—, del receptor —a quién habla—, con el agregado del estudio del canal por el que se envía el mensaje y los
La Política Simbólica se compone de cuatro elementos fundamentales: la imagen simbólica, la operación simbólica, la memoria y la comunicación.
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Para explicar el funcionamiento de la Política Simbólica se debe analizar a la sociedad bajo un sistema de autorregulación en términos de representación y comunicación dentro de dos diferentes lapsos de tiempo: la crisis y el conflicto.
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efectos que éste produce. Posteriormente, al ampliar las investigaciones de lo que se ha llamado comunicación social, Raymond B. Nixon enriqueció el análisis al estudiar, explícitamente, interrogantes como: ¿quién?, ¿con qué intenciones?, ¿qué dice?, ¿en qué canal o medio?, ¿a quién?, ¿con qué efecto y bajo qué condiciones? En el modelo de Shannon-Weaver se presentan cinco componentes de la comunicación: una fuente, un transmisor, una señal, un receptor y un destino. Aquí, el propósito de la fuente se expresa en el mensaje como una traducción de ideas o de intenciones debidamente codificadas, con lo cual se abren las posibilidades de análisis al estudio del proceso de codificación, que fue incluido en el modelo de David K. Berlo, quien propuso: la fuente de la comunicación, el codificador, el mensaje, el canal, el descodificador y el receptor de la comunicación” (Arbesú, 1987).
Es por ello que el proceso de comunicación es, por sí mismo, complicado, y no resulta extraño que numerosos enfoques, al intentar su simplificación para describirlo, se hayan centrado de manera primordial en sus elementos, y aun aquellos que analizan y cuestionan los efectos que produce encuentran dificultades para su presentación y difusión, ya que los medios, por sus intereses naturales, no los propagan. Por ejemplo, en el primer trimestre de 1996, en protesta por la programación violenta y negativa de las cadenas televisivas, tres millones de familias estadounidenses organizaron un boicot de una semana sin encender los aparatos de
televisión. Esta acción social fue considerable ya que tres millones de familias representan un promedio de 12 millones de personas, lo cual es una cifra nada despreciable. No obstante, los medios masivos de comunicación no le dieron importancia ni cobertura a la noticia. En el caso de la comunicación política existen planteamientos que, para su estudio, han partido, como se ha señalado al principio de esta exposición, desde el punto donde se origina la comunicación: la representación. La mayor parte de los postulados analizados en relación con este problema parten de construcciones socioculturales de la realidad que desembocan necesariamente, en cuanto a la representación, en algo que se conoce como el análisis estructural del mensaje. Cabe destacar que al hablar del mensaje se altera la forma en cómo pensamos y actuamos y la forma en que percibimos el mundo, ya que el mensaje es una abstracción que por su naturaleza limita, restringe o simplifica la realidad. Por ello, autores como McLuhan (1990) consideran que “el mensaje de los medios de información a sus receptores es el drama mismo de la alienación contemporánea”, ya que al constituir un proceso que incluye signos, sonidos, imágenes y palabras, en lugar de simplificar los fenómenos los limitan, e imponen criterios y juicios de valor. Pero el mensaje no es sólo un sistema de signos de entendimiento por medio del cual se comprenden los hombres; es, además, un método de representación que da sentido al mundo en que vivimos; es decir, un
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camino o una forma de ver, entender e interpretar lo que nos rodea. Por ello es resultado y generador de la cultura. Así, sonidos, palabras e imágenes intentan decir lo que las cosas son, pero, en rigor, nunca llegan a expresar con plenitud el ser de las cosas que se encuentra en función de la vida íntegra: razón, sentimiento, emoción, acción. Por eso, el mensaje es un puente temporal de comunicación que nos lleva a traducir a una estructura de signos la concepción de los objetos. De este modo decimos que solamente hay comunicación cuando se comprende el mensaje en el sentido en que el emisor pretende que se entienda. La objetividad en las ciencias de la comunicación no estriba en la identidad de ideas —cosa imposible— entre el emisor y el receptor, sino en la analogía de las ideas mediante el empleo de un código claro para ambas partes, es decir, lo importante ya no es lo “que” se dice sino el “cómo” y el “por qué” se dice. Con base en lo anterior surgen tres interrogantes: ¿es posible subdividir el estudio de este proceso?, ¿podemos hablar de diferentes tipos de comunicación? y, finalmente, ¿con base en qué se puede presentar una tipificación? Si la esencia del análisis estriba en la descomposición del objeto de estudio en sus componentes, la subdivisión del estudio con base en el proceso no sólo es factible sino indispensable. Es así que se propone una división en cuanto a los objetivos y los fines de la comunicación. Por ejemplo, una comunicación social cuyo fin sería analizar las relaciones entre los componentes de una colectividad, o
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bien, para efectos de este trabajo, una comunicación política cuyo objetivo estaría centrado en el estudio de las relaciones de poder dentro de una sociedad, particularmente de las relaciones entre gobernantes y gobernados. Relaciones que, como se mencionó al inicio, pueden ser de dominio o de armonización de voluntades. ¿Cómo entender la comunicación? ¿De qué punto podemos partir para comprender y analizar su funcionamiento? Ante estas interrogantes se presenta un hecho importante: Jamás en la historia del mundo se ha hablado tanto de comunicación. Esta, al parecer, debe regular todos los problemas. La felicidad, la igualdad, el desarrollo de los individuos y los grupos. Mientras que los conflictos y las ideologías se esfuman [...] curiosa y gran convergencia de estos diferentes campos. Consenso transnacional que cree en una nueva ideología, en una nueva religión mundial en formación [...] jamás se habla tanto de comunicación como en una sociedad que ya no se sabe comunicar consigo misma, cuya cohesión está en duda, cuyos valores se desmoronan y cuyos símbolos demasiado usados no logran unificar” (Sfez, 1992).
Lo anterior nos obliga al planteamiento de una pregunta fundamental: ¿dónde iniciar la formación de una idea de lo que este fenómeno es y representa en términos políticos? De la misma manera que para la comunicación en general, la comunicación política ha sido tratada de diversas formas y con diferentes enfoques según el objetivo del análisis desarrollado. A continuación
La única fuerza que le queda al sistema representativo social para mantenerse en estado de equilibrio, el cual no puede partir de supuestos sino de hechos positivos, es la de la imagen simbólica, que considera, reúne y refuerza el modelo vigente.
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Las operaciones simbólicas, al surgir dentro del ámbito del conflicto, se manifiestan de forma fragmentada y con poca frecuencia, aunque de manera puntual en la historia. Juegan un papel fundador en un conflicto o amenaza de conflicto violento que ellas forjan y que las legitima.
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enunciamos brevemente el punto de vista de cuatro teóricos que se sitúan en diversos niveles de análisis: los dos primeros exploran el fenómeno de la comunicación política desde el punto de vista sociológico (Fajen 1966 y Bourdieu 1973), mientras que los dos siguientes estudian el fenómeno mediante el análisis lingüístico de los mensajes políticos (Cotteret 1973 y Guilhaumou 1975). Es decir, los primeros tratan lo relativo a los códigos y los canales o medios de transmisión, mientras que los segundos se centran en el análisis de los mensajes. Por lo que toca a los primeros, para Fagen (1966) el problema del fenómeno de la comunicación política se centra en la buena transmisión de los mensajes —sin tomar en cuenta su sentido o contenido político—, la cual parte de un emisor —generalmente ubicado en un nivel superior— y va dirigida hacia un receptor: la población. El fundamento de su estudio se encuentra en las relaciones entre emisor y receptor. Si la relación es en ambos sentidos y transparente determina un estilo denominado “de tipo democrático”; si, por el contrario, la relación es en un solo sentido —descendente— y además secreta, forma parte de un “estilo despótico”. Lo anterior le permite presentar dos formas de comunicación política: la liberal y la autoritaria. A su vez, este autor subdivide a los regímenes liberales o democráticos en democracias clásicas y democracias comprometidas, y a los regímenes autoritarios en autocracias y totalitarismos. Por su parte, Bourdieu (1973) establece sus planteamientos bajo la tesis de que el
fenómeno de la comunicación política está manipulado con anterioridad, ya que los circuitos de la comunicación están forjados por los códigos de la clase dominante y, no obstante las interrelaciones posibles entre el emisor y el receptor, el código determina los mensajes, mientras que el contenido está a su vez determinado por los aparatos u organizaciones. De esta forma, el emisor —anónimo— es el código mismo, mientras que el receptor, frente al mensaje producido por el código, sólo tendrá una ilusión de respuesta. En cuanto a los que estudian el fenómeno mediante un análisis lingüístico tenemos que para Cotteret (1973) el problema de la relación entre el emisor y el receptor no tiene importancia. Parte del principio según el cual los actores de la escena política son los emisores de la comunicación política. Lo que más le preocupa es la elaboración del mensaje, es decir, su forma, que obedece a ciertas leyes de la comunicación. Lo importante radica en la eficacia del mensaje, la cual estará determinada por lo largo o corto del discurso, por su lentitud o rapidez, por una constelación de términos más o menos rica, por la amplia o escasa introducción de palabras nuevas y por los efectos de redundancia y la utilización de imágenes simbólicas que sean capaces de movilizar a la población en el momento de la contienda electoral. Finalmente, Guilhaumou (1975) procura comprender la relación existente entre el contenido lingüístico del mensaje y las fuerzas sociales, de donde surge la “clase dominante”, es decir, la que impone las condiciones, y la
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“clase dirigente”, la que conduce los cambios y las situaciones. Para ello se apoya en el estudio de la sociología histórica, a la que incorpora una estructura de análisis lingüístico. Los planteamientos anteriores parten de postulados completamente diferentes; podríamos criticar o retomar un fragmento de cada uno de ellos para efecto de presentar nuestro punto de vista en relación con el fenómeno de la comunicación política. Sin embargo, consideramos que en todos los casos hay un elemento clave de este fenómeno que ha quedado fuera del análisis: el problema de la captación y la posible aceptación de los mensajes por parte de las personas que componen el grupo social, lo cual, sólo es posible si el esfuerzo se orienta, como hemos visto, al campo de la ps. De esta forma, si agregamos a lo expuesto en los párrafos anteriores el drama de la sociedad contemporánea —donde la ausencia de una experiencia comunitaria es cada vez más evidente—, presenta la evidente necesidad de recurrir a la representación, la cual se fortalece al ser empleada como un instrumento de simplificación, de abstracción de la realidad y de integración humana. Además, recordemos que la sociedad sostiene actos, hechos, acontecimientos, no solo discursos, de comunicación, que permanecen. Estos actos se dirigen hacia
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una comprensión o hacia un logro, pero la técnica de la comunicación a través de los medios sustituye ampliamente los modos de entendimiento tradicionales, como son el lenguaje cotidiano y las manifestaciones culturas subyacentes. Lo anterior fortalece nuestro comentario, pues nos hace ver de qué manera la puesta en operación y funcionamiento de la ps, a través de los medios de comunicación, influye en los comportamientos y transforma la vida social. La ps en la vida política y social contemporánea se desarrolla por diferentes medios que van desde la comunicación personal directa hasta el empleo de las tecnologías teleinformáticas, pasando por los medios masivos de comunicación que han acelerado la modificación de las condiciones de espacio y tiempo de aquellos que se ponen en contacto. Aquí se produce una nueva relación entre los gobernantes y los gobernados en particular y, entre todos los seres humanos en general ¿Hasta dónde se llegará? Es difícil decirlo, pero estamos seguros que la ps continuara actuando en un marco limitado por dos grandes posibilidades, regidas a su vez, por dos criterios rectores: influir en las voluntades o armonizar las voluntades mediante el empleo de las representaciones, dando por resultado acciones además de discursos.
A fin de detener el desorden, la sociedad encuentra la solución única: montar un conflicto, que no quiere decir hacer una revuelta armada de manera forzosa sino más bien empujar hacia la ruptura, vencer las imágenes adversas y a través de una comunión —con las imágenes favorables— renovar el mito fundador.
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Luis Ignacio Arbesú Verduzco
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20 Populismo Palabras clave Populismo, Populismo premoderno, Populismo posdemocrático, Semántica del populismo, Democracia, Autoritarismo, Liderazgo, Carisma. Definición La frecuencia con la que la etiqueta de “populista” aparece y reaparece en todas partes, es una razón más que suficiente para definirlo puntualmente y examinar sus características. Con este objetivo, se prescindirá a continuación de juicios peyorativos o descalificativos con los que suele asociarse casi siempre al Populismo (en adelante p), para hacer una descripción y clasificación lo más objetiva posible del fenómeno. Con todo, es innegable que el p constituye, por sus excesos retóricos e implicaciones anti-institucionales, una perversión de las democracias modernas y un riesgo para cualquier orden institucional democrático, más aún si éste no ha logrado consolidarse todavía (el tratamiento de esta voz se apoya en Cansino y Covarrubias, 2006). ¿Hasta dónde el p es una invención intelectual y hasta dónde una realidad?, ¿no será que el p
alude a un exceso de “la realidad” que, producido por la teoría, termina excediendo también a esta última?, ¿hasta dónde el p en una especie de coartada intelectual, que los propios intelectuales son incapaces de resolver?, ¿no es sintomático que se aluda frecuentemente al p con expresiones como “espectro”, “fantasma”, etcétera, como si fuera un “espejismo intelectual” más que una realidad clara y contundente? (véase Olvera, 2005, pp. 52 y ss.). Tal parece que el p ha terminado por convertirse en un exceso de la teoría al intentar dar cuenta de un exceso de la realidad. Se trata pues de un concepto tan elusivo como las realidades de las que trata de dar cuenta, tan retórico e ideológico como la propia retórica e ideología que caracterizan a los p en los hechos. De ahí que la recurrencia a la idea de espectro no hace sino intuir
Es innegable que el Populismo constituye, por sus excesos retóricos e implicaciones anti-institucionales, una perversión de las democracias modernas y un riesgo para cualquier orden institucional democrático, más aún si éste no ha logrado consolidarse todavía.
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¿Hasta dónde el Populismo es una invención intelectual y hasta dónde una realidad?, ¿no será que alude a un exceso de “la realidad” que, producido por la teoría, termina excediendo también a esta última?
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y descubrir indirectamente estas inconsistencias analíticas del concepto. A diferencia de otros muchos conceptos de las ciencias sociales, el de p parece siempre cargado de atributos impresos por los propios sujetos más que por la sola realidad, con lo que el sujeto contribuye a construir el p como problema. Pero aun tratándose de una pura ilusión o apariencia, al referirse a datos concretos de la experiencia, es necesario explicar la “ilusión” y la “apariencia” en cuanto tales. Asimismo, dado que el p parece permanecer en el tiempo y se emplea para caracterizar realidades aparentemente muy distintas con muchas décadas de diferencia, habrá que concluir en principio que los p no pueden definirse como simples formas desviadas o corruptas de la democracia o de cualquier otro régimen. El verdadero desafío es reconocer los atributos (ante todo discursivos) constantes del p, y que nos permitan decir qué experiencias aparentemente muy asimétricas entre sí son populistas y cuáles son una equívoca aproximación al fenómeno. Para ir, en un segundo momento, en búsqueda de una explicación plausible y no convencional del fenómeno, para poder comprenderlo y discernirlo en sus múltiples dimensiones y en relación con la democracia. Para comenzar, el p, más que una oposición abierta y desafiante a la democracia, puede utilizar la arquitectura institucional de ésta en modo racional y con miras a alcanzar objetivos de corto plazo. Para ello, hace uso de algunos mecanismos discursivos que, dependiendo de la capacidad de
ponerlos en acción, pueden aproximarnos a la semántica que algunas expresiones políticas toman en cuenta para considerarse como populistas. Por lo tanto, quizá es preferible abordar el tema del p a partir del uso y el abuso de los campos semánticos inherentes a sus formas discursivas, ya que desde esta óptica, su análisis podría volverse plausible e indicar precisamente aquello que cuesta tanto trabajo referir en términos politológicos y sociológicos. De lo contrario, sólo se podría rodear en modo más o menos aproximativo la gramática del p, en cuyo interior abundan, como lo confirma la creciente literatura sobre el tema, más las alegorías e isomorfismos y menos los rasgos constitutivos de su exceso de realidad. La noción de isomorfismo para significarlo es oportuna por dos razones. La primera, porque puede advertir el grado de complejidad y ambigüedad que algunas experiencias políticas tienen y que, en primera instancia, al no tener mejores términos para referirlas, quedan incluidas en las experiencias populistas (por ejemplo, algunos nacionalismos “suaves” tienen este carácter). La segunda, porque advertiría de igual modo la capacidad del p para atraer hacia sí mismo un conjunto de atributos que no necesariamente expresarían la realidad del p, confundiendo y alterando sus encrucijadas y sus consecuencias. En este sentido, un primer elemento semántico es la promoción sistemática de las formas reactivas, o sea el fomento a ubicarse por encima de las instituciones, ocasionan-
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do un fuerte efecto negativo a las piedras angulares de la democracia (en primer lugar, el Estado de derecho). Por ejemplo, la idea de que las elecciones son necesarias siempre y cuando sean concebidas para la propensión a la informalidad de la propia política y, sobre todo, como mecanismo de exaltación de la sociedad por el carisma, el lenguaje, la forma de actuar. En resumidas cuentas, se apuesta por un incremento de la personalización de la política y de las instituciones. Conjuntamente, lo anterior se engarza con un discurso claramente abierto de antipolítica institucional, un discurso antielitista que plantea desde su nacimiento el distanciamiento de la política, concebida como un espacio ocupado por las elites y, en consecuencia, opuesto al pueblo, por lo que propone una política de la antipolítica, recurso retórico que curiosamente, valga decir, no existe en otras tradiciones, como el liberalismo o el socialismo. Un segundo elemento es el apelo a la dualidad del pueblo; es decir, tanto la dualidad como la ambivalencia topológica del enunciador populista respecto del sujeto popular (el pueblo) esconde la idea de que el líder puede estar mucho más cerca de la gente que los demás políticos y las instituciones, porque es parte de ella, con lo que se obnubila la distancia simbólica intrínseca a toda representación, al tiempo que el líder se afirma con la ilusión de que el pueblo sólo podría hablar a través de su líder (“soy como tú” y “no soy como tú”). De hecho, se puede sugerir que el recurso de “descender en el
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campo” es un anhelo del gobernante populista con miras a transformar la relación simbiótica y casi familiar entre líder y movimiento en auténtica institución pública. Además, importa un elemento subterráneo pero fundamental para el populista: ofrecer una imagen desacralizada de sí mismo y de su actuar frente a sus seguidores, pero ocultando una nueva mitología mucho más peligrosa que es la de sustituir el ámbito institucional por otra cosa que no se sabe con certeza qué sea. Aquí, lo que se pone en acción es una concepción esencialista de la política: sin pueblo no hay política. Pero como el pueblo es todo y nada al mismo tiempo, la ambigüedad y la ubicuidad son una constante que más que contribuir a la complejización y diferenciación de la arena pública, la desarticulan, llegando, incluso, en sus casos más graves, a desestructurar al propio Estado. Un tercer elemento es la decisión de fincar todas las esperanzas sobre el espejismo de las masas. En este caso, la intención del líder es identificarse directamente con el pueblo pero destacándose de él en modo claro y preciso; es decir, aquí entraría en juego la lógica acciónreacción entre el líder y el movimiento-sociedad-pueblo, para terminar el líder como una simple “boca del pueblo”. De ahí las constantes acciones de acoso sobre las instituciones por parte de los gobiernos populistas para movilizar a sus seguidores en cualquier momento, en el entendido de que conlleva mayor impacto mediático y político el recurso a la plaza que a los tribunales y/o instituciones
Tal parece que el Populismo ha terminado por convertirse en un exceso de la teoría al intentar dar cuenta de un exceso de la realidad. Se trata pues de un concepto tan elusivo como las realidades de las que trata de dar cuenta, tan retórico e ideológico como la propia retórica e ideología que caracterizan a los Populismos en los hechos.
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A diferencia de otros muchos conceptos de las ciencias sociales, el de Populismo parece siempre cargado de atributos impresos por los propios sujetos más que por la sola realidad, con lo que el sujeto contribuye a construir el Populismo como problema. Pero aun tratándose de una pura ilusión o apariencia, al referirse a datos concretos de la experiencia, es necesario explicar la “ilusión” y la “apariencia” en cuanto tales.
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públicas. Como discurso retórico, el p crea una ilusión, un engaño, pues en el fondo propone un imposible y algo contradictorio con la democracia. Al plantear reponer al pueblo como la verdadera sustancia de la vida democrática, lo hace oponiendo la naturaleza social como algo externo al poder y a la política institucionalizada. Y peor aún, termina sosteniendo que el cuerpo social popular es fundamentalmente no político y que, paradójicamente, sólo podrá adquirir fuerza política en la medida que acceda a un umbral antipolítico, esto es, que exprese su antagonismo respecto de la política (institucionalizada) como aquella esfera engañosa y corrupta de la sociedad. El engaño está en que ni el líder dejará de ser líder por su discurso de proximidad popular, ni el pueblo dejará de ser pueblo al ser convertido en sustancia de un discurso. El peligro está en que el p se vuelve un espejismo y convulsiona a la propia democracia, que como tal supone participación popular, sí, pero también instituciones y representación. En síntesis, puede hablarse propiamente de p cuando la experiencia política analizada comparte los siguientes atributos semánticos, independientemente del tipo de régimen en el que se presenta: a) un pulsión simbólicamente construida que coloca al pueblo, gracias a una simbiosis artificial con su líder, por encima de la institucionalidad existente; b) un recurso a disipar las mediaciones institucionales entre el líder y el pueblo, gracias a una supuesta asimilación del primero al segundo; y c) una perso-
nalización de la política creada por la ilusión de que el pueblo sólo podría hablar a través de su líder. Huelga decir que cada uno de estos atributos implica una carga subversiva antiinstitucional más o menos grave dependiendo de cada caso. Quizá está definición de p por sus atributos semánticos no satisfaga a quienes han intentado vestirlo de muchos afeites y adornos. Con todo, creemos que el p difícilmente puede ser referido en la práctica a partir de una definición más estridente pero al final más distante de sus derivaciones empíricas, como las muchas que se ofertan en la literatura sobre el tema (Cfr. Canovan, 1981; Ionescu y Gellner, 1969; Gemani, 1978; Hermet, 2001; Laclau, 2005). Tipos de populismo Como se ha sugerido, el p en los regímenes políticos contemporáneos está presente como un puro exceso de realidad. Es decir, cuando la marea de los eventos supera casi por completo las capacidades intelectuales para comprender fenómenos aparentemente nuevos, casi por regla regresan al primer plano algunos conceptos y trampas analíticas. Quizá el evento populista es una de las más perfectas creaciones de la desproporción de la realidad, llevada a la práctica bajo una constante teatralidad que exige y frena al mismo tiempo la reflexión y el análisis de “paladar fino”. Son varias las voces que desde distintos espacios hablan del p como una categoría evasiva. La aseveración es correcta. Sin embargo, su polisemia se debe al
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exceso de la realidad sobre el instrumental analítico, y más aún cuando lo que está excediendo a la realidad de todos los días no es la fantasmagoría del líder o del movimiento populista, sino su apariencia tergiversada que ofrece algunas señales y aristas de las nuevas direcciones que han tomando las fenomenologías políticas positivas y/o negativas (¿cuál es la diferencia?) en el interior de los regímenes democráticos. Lo cierto es que los valores de la “fuga” populista y de su teatro posmoderno corresponden en su mayoría a criterios de verosimilitud y jamás de verdad: se sabe que existe por lo menos un elemento de exageración y falsedad en la lógica discursiva del p. De igual modo, se sabe que sus éxitos (siempre en aumento) son el resultado de su capacidad para inventar mitologías que de un solo golpe pretenden llevar a los grupos y la propia vida en sociedad hacia una situación anterior o posterior a la supuesta “perversión” de la modernidad que, bajo cualquiera de sus variantes (modernizadora, desarrollista, neoliberal, etcétera), se queda confinada como pivote desde donde comienza realmente la experiencia populista. En este sentido, pareciera que el p finca sus éxitos y “congruencia” en la posibilidad de movilizar al pueblo-sociedad hacia atrás, recuperando viejas coordenadas de integración y coordinación social pero con una arquitectura discursiva definitivamente “novedosa”. Así pues, por ejemplo, está el uso retórico del factor ideológico nacional con la constante re-codificación de la idea de patria y de Estado-nación (soberanía inclui-
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da), pero sin caer en el nacionalismo exacerbado. Junto a ello, el p insiste y se sostiene en las ideas que la sociedad y su imaginario puedan tener en un determinado tiempo histórico sobre la justicia, los derechos, la igualdad, la legalidad y su excepción, etcétera. Por su parte, el fenómeno se mueve hacia adelante porque la mayoría del tiempo se esconde en una particular idea de futuro: su proyecto de sociedad parte de la interpretación de que esta última alcance sus logros en el futuro inmediato, a pesar de que el presente y sus problemas sean resueltos a golpe de decretos o acciones de urgencia en favor de los grupos sociales subalternos (aunque no es una experiencia exclusiva de dichos grupos). Al final, quizá el objetivo del volcarse hacia el porvenir en la forma antes mencionada sea el de fusionar presente y futuro (estado posterior) para volverlos un solo tiempo histórico y político, una realidad única, con el anhelo de consolidar el sueño de una sociedad débil en términos cívicos y estructurales, y para confirmar una sola cosa: la cancelación casi absoluta de la autonomía de lo social. En cambio, al desplazarse hacia atrás (estado anterior) el objetivo sería revisitar los escombros históricos para hacer resurgir viejos fantasmas (de nuevo la idea recurrente del p como un espectro), pero con una justificación infalible: la historia no está equivocada, el pasado y la memoria son más fuertes que el futuro y las expectativas naturales que este último genera en los sistemas de necesidades sociales. Tenemos así una clave explicativa de la propensión
El verdadero desafío es reconocer los atributos (ante todo discursivos) constantes del Populismo y que nos permitan decir qué experiencias aparentemente muy asimétricas entre sí son populistas y cuáles son una equívoca aproximación al fenómeno.
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El Populismo hace uso de algunos mecanismos discursivos que, dependiendo de la capacidad de ponerlos en acción, pueden aproximarnos a la semántica que algunas expresiones políticas toman en cuenta para considerarse como populistas.
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del p a los monumentos materiales e inmateriales para exaltar a cualquier costo lo propio y particular (yo) frente a lo plural-diferente (otro), cancelando a su modo el mayor número de posibilidades que se tengan de hacer coincidir los opuestos (mediante los mecanismos clásicos de la deliberación, por ejemplo). Por ello, desde esta perspectiva, el fenómeno adopta una lógica abierta de conflicto: la voz del “nosotros” por encima de la libertad y las libertades individuales y colectivas. Luego entonces, el p tiene en su fondo la consolidación de una representación radicalizada por el hecho de que se sabe, por último, que todo lo anterior es real y que su exceso es lo que provoca cierta perplejidad al pensamiento, pero, al mismo tiempo, hay siempre un elemento falso en cada una de sus caras, retratos y experiencias: la fabulación es uno de sus órdenes constitutivos. Por ello la verosimilitud, la lógica de la representación, y no la verdad, ya que esta última jamás será su centro de gravedad. Por su parte, se sabe que el p en las experiencias históricas más recientes expresa, por un lado, una fuerte línea de continuidad con sus pares clásicos y, por otro, no es simplemente el resultado de la corrupción de las democracias contemporáneas. Quizá con ello dejaríamos de lado y de un solo golpe la idea de que el p es una expresión exclusiva de regímenes tradicionales o autoritarios, pues como veremos a continuación, también puede ser efecto de un momento definible tentativamente como posdemocrático. Así pues, para discutir seriamente en la actualidad acerca del p
son necesarias dos precondiciones. La primera, hay que tomar en cuenta que la emergencia del fenómeno evidencia un fuerte componente premoderno, en clara contraposición al núcleo ficticio o precario de la modernidad política (pluralismo de los valores, institucionalización política, secularización cultural, división y especialización del trabajo político, etcétera). La segunda, hay una emergencia del fenómeno que pone en evidencia una situación crítica de la maduración democrática. Por ello, puede definirse también como un fenómeno posdemocrático, en el sentido de que el p surge (en particular, en el contexto europeo de la última década) en un momento posterior a un período de fuerte consolidación y desarrollo de la democracia. En cuanto a los atributos estrictamente premodernos del p, destacan los siguientes: a) Contextos de incipiente democratización o abiertamente autoritarios. Quizá éste sea el rasgo por excelencia de los p premodernos, ya que la alta jerarquización de las instituciones públicas, el estilo personal de gobernar, la tendencia a sofocar los equilibrios entre los poderes (todas características del autoritarismo), quebrantan y provocan que el poder, su concentración y las dinámicas de este último sobre la sociedad sean un recurso exclusivo de control y coerción, volviéndose rutina una concepción estrictamente dicotómica de la sociedad, donde los valores y las prácticas democráticas tienen
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poca o nula efectividad, lo cual es aún más probable en sistemas políticos de corte presidencialista. b) Estrategia discursiva ideológica o pragmática. La organización del discurso populista premoderno es directamente proporcional al contexto histórico en el cual tiene lugar. Es decir, es más factible encontrar una retórica agresiva de recuperación o consolidación de los valores nacionales (p ideológico) en una situación histórica de modernización económica acelerada pero en ausencia de una clara estructuración política, tal y como lo expresan muchos de los p que tuvieron lugar hacia los años cuarenta del siglo pasado en Europa y América Latina. En cambio, el fenómeno se vuelve pragmático (p pragmático) cuando la situación económica es propensa a la independencia del mercado nacional y a la reestructuración del propio Estado en todos sus órdenes (administrativo, ideológico, político, organizacional, etcétera). De aquí pues, que el fenómeno pueda concebir estructuras discursivas modernizadoras y agresivas (en particular, en el terreno económico), pero con el fin de reestructurar su propia premodernidad política y volverla posmoderna o posdemocrática sin necesidad de pasar por los dominios de la llamada modernidad política. En ese sentido, se puede decir que el fenómeno es “oportunista” y poco estructurado ideológicamente, ya que puede cambiar la dirección de su discurso según las necesidades del momento político.
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c) Estructuración de políticas de corte asistencial con un discurso modernizante y de cambio político. La erogación administrativa de los servicios (estructurales y de otro tipo) deja de funcionar bajo una lógica estrictamente racional y estratégica (o sectorial), para dar lugar a una erogación del gasto público de corte paternalista, parasitario y masivo, justificado precisamente en las supuestas necesidades de la población, confundiendo las funciones administrativas con las funciones de gobierno y con las funciones económicas de las instituciones públicas. Aunado a ello, dicha estrategia coincide con una plataforma política de cambio, mejorías sociales y promesas que son mantenidas a costos altísimos para la arquitectura estatal. Además, este atributo expresa la pretensión de desactivar la capacidad crítica y de organización horizontal (entre pares) de la sociedad. d) Dinámica del clientelismo y el corporativismo político. El clientelismo es una función estructural del éxito político del p premoderno. Es decir, se tiene la necesidad de organizar el consenso a partir del mecanismo del intercambio político informal (por ejemplo, votos por favores o dinero por lealtad). De igual modo, la estructuración de la sociedad sólo es posible a partir de la Organización, la Corporación, el Partido (y si es con mayúsculas mejor), con lo que de antemano se cancela cualquier
Aquí, lo que se pone en acción es una concepción esencialista de la política: sin pueblo no hay política. Pero como el pueblo es todo y nada al mismo tiempo, la ambigüedad y la ubicuidad son una constante que más que contribuir a la complejización y diferenciación de la arena pública, la desarticulan, llegando, incluso, en sus casos más graves, a desestructurar al propio Estado.
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Como discurso retórico, el Populismo crea una ilusión, un engaño, pues en el fondo propone un imposible y algo contradictorio con la democracia. Al plantear reponer al pueblo como la verdadera sustancia de la vida democrática, lo hace oponiendo la naturaleza social como algo externo al poder y a la política institucionalizada.
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posibilidad de autonomía social y se reducen sustancialmente las formas sociales que serán consideradas: la unidad mínima es la agrupación, no el individuo. e) Excesiva personalización de la política. La centralidad de la política en la voluntad del líder populista conlleva, por una parte, una concepción individualizada del poder y su ejercicio y, por otra, una supeditación de las instancias del poder político (instituciones, procedimientos, reglas del juego) a la capacidad exclusiva de decisión del líder y sus vértebras personalizadas de dominio. Al final, pareciera que la personalización del poder supone hablar de un giro casi completo de la propia concepción de la política y su organización, ya que en ocasiones (aunque no siempre) el líder se vuelve una suerte de “pequeño tirano”: con parcelas siempre en aumento hasta llegar a la centralización neurálgica del poder (y la consecuente neutralización de las otras instancias que soportan su ejercicio), con lo que la imposición formal e informal de la voluntad del líder se vuelve una realidad cotidiana. f ) Legitimidad carismática y tradicional. La legitimidad carismática y tradicional es una consecuencia lógica de las prerrogativas del p, ya que su apoyo social está fincado en los rasgos extraordinarios que el líder es capaz de ofrecer a su sociedad (que puede ser interpretada, incluso, como una propiedad del líder): elocuencia discursiva, per-
sonalidad aparentemente sensible a las preocupaciones sociales pero que en el fondo encubre un rostro abiertamente autoritario, retórica inclusiva que termina reduciendo la complejidad de la vida política a totalidades antagónicas y peligrosos juegos de suma cero. El componente tradicional abreva indudablemente del imaginario colectivo, el peso de la biografía cultural del país, los mitos fundadores en la construcción de la nación y del país, los valores compartidos, las actitudes, los hábitos, los modos de ser y hacer, etcétera. g) Componente castrense. Es innegable el papel que han jugado las agrupaciones de militares en la consolidación de los p premodernos en el siglo pasado, sobre todo en términos de introducir la férrea disciplina militar para organizar la política, el mecanismo de la conversión (clásico en la organización militar) para lograr adhesión social a los principios que rigen la vida pública, ya que significa la posibilidad de dejarse convencer y volverse parte de una organización sin cuestionar sus fundamentos (por ello, siempre está presente el “chantaje” vía la coerción). En cuanto a los atributos estrictamente posdemocráticos del p, destacan los siguientes: a) Contextos de malestar con la democracia. En estricto sentido, los p posdemocráticos aparecen en un momento de impasse democrático o crisis en la democracia que
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puede claramente contra-distinguirse de los momentos de crisis de la democracia: el primero hace referencia a los problemas inherentes a una determinada forma histórica en un tiempo específico (por ejemplo, los problemas de gobierno en el interior del régimen democrático de los últimos años); el segundo, por el contrario, alude a las situaciones de cambio completo de la democracia (por ejemplo, la experiencia del totalitarismo de derecha en Alemania e Italia como consecuencia de la fragilidad política que en ese entonces tenía la democracia). Al respecto, véase Crouch (2004). b) Estrategia discursiva antipolítica y de regionalismo. La fuerte carga regionalista de los distintos discursos populistas en Europa no es simplemente resultado de una conjunción de fuerzas políticas nuevas (principalmente de derecha), antes bien, reflejan una profunda mutación en la propia estructuración de dichos regímenes democráticos. Inclusive, se ha llegado a denominar el fenómeno como “la Europa de las regiones” que se yuxtapone y, en ocasiones, se contrapone abiertamente a la propia organización de los Estados en los cuales tiene lugar. El auge de este regionalismo, conflictivo y mediatizado, ha tenido un éxito relativo, particularmente por el uso retórico de la llamada antipolítica (Cansino 1997). Pareciera que con dicha acepción se pretende connotar y encerrar en
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un solo tiempo, una situación de desafección real por parte de la ciudadanía con las instituciones democráticas (sobre todo, en el ámbito de las funciones tradicionales de bienestar), pero también con la supuesta asimetría que regula la relación económica entre el centro (lo nacional) y la periferia (lo regional), por lo menos en el sensible ámbito de la recaudación fiscal. De hecho, el tema del federalismo fiscal, por ejemplo, se encuentra a la orden del día en los discursos regionalistas. Además, se puede incluir el componente cultural (clivajes lingüísticos o religiosos) que, en algunos países (Bélgica, Austria, Holanda, Suiza), vuelven conflictiva la propia estructuración democrática —por lo menos en términos sociales—. Aunado a lo anterior, el ascenso de la antipolítica ha tenido su mayor campo de fertilidad en una época marcada por una creciente improductividad social e ideológica. Esto ha permitido la introducción de un modelo distinto de racionalidad política, basado principalmente en la transformación “antropológica” de las sociedades posdemocráticas. Con esta expresión se pretende referir el cambio en Europa de la organización de la sociedad que pasaría de ser una sociedad disciplinada a una sociedad compleja y de ésta hacia una sociedad posconflictiva y quizá, para regocijo de los posmodernos, transparente (véase Vattimo, 1990). Ello fue posible, en particular, por la des-
Quizá el evento populista es una de las más perfectas creaciones de la desproporción de la realidad, llevada a la práctica bajo una constante teatralidad que exige y frena al mismo tiempo la reflexión y el análisis de “paladar fino”.
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El Populismo finca sus éxitos y “congruencia” en la posibilidad de movilizar al pueblosociedad hacia atrás, recuperando viejas coordenadas de integración y coordinación social pero con una arquitectura discursiva definitivamente “novedosa”.
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titución casi completa del otrora poderoso y fatigoso peso de las llamadas organizaciones de clase (con los sindicatos y las grandes centrales obreras europeas), y el peso de la sociedad de militantes (característica clásica de la modernidad política), por una sociedad horizontal, reticular, civil y que, en su expresión política, sería definible como democracias de ciudadanos y no sólo de instituciones. Además, este cambio estrictamente antropológico (por el hecho de involucrar los principales referentes que otorgaban sentido a la organización de la vida en sociedad) importaría una serie de nuevas demandas y necesidades tales como el relajamiento casi completo de las estructuras de coerción moral y social, para dar paso al principio de la diferencia y la imposibilidad de reducir lo uno y lo múltiple a instancias fundacionales. En resumidas cuentas, es quizá ésta la expresión de la necesidad de introducir la dimensión subjetiva de la política en el centro mismo de la organización de los regímenes políticos contemporáneos que, en palabras de un notable autor latinoamericano, tomaría la forma de “los patios interiores de la democracia” (Lechner, 1990). Asimismo, este hecho se cruza inextricablemente con el agotamiento del esquema tradicional de la representación y de los partidos políticos. La evidencia más palpable de ello es la construcción de partidos regionales (recuérdese que la mayoría de
los p europeos contemporáneos han devenido gobierno desde sus partidos creados ad hoc en aquellas regiones que manifestaban sobre todo descontento económico con las instituciones nacionales). Por último, y con ello ya se apuntala el contenido del próximo atributo, la antipolítica y el regionalismo han sabido leer con gran exactitud la relevancia de la interpretación social (sobre todo, en términos de la dimensión “existencial” de la democracia) en la creación, la aceptación y la legitimación de las instituciones públicas. De aquí pues, la necesidad y la exigencia de los líderes populistas regionales para precisar el discurso de la credibilidad de la política y de la acción pública (por ejemplo, la asfixia fiscal a las regiones por parte de los gobiernos centrales). Las consecuencias de ello pueden detectarse en tres vertientes: a) el surgimiento del tema del compromiso; b) el surgimiento del tema de la controversia; y c) el surgimiento de las interrogantes acerca de cómo controlar los problemas de indecisión gubernamental para evitar afectar a los distintos sectores sociales. c) Contractualización estatal y tecnificación de la política. El ascenso de las nuevas funciones estatales —y que sustancialmente incidirían en la estructuración del p posdemocrático— está vinculado en modo estrecho con el pasaje del llamado gran Estado o Estado benefactor al Estado regulador (o neoliberal en su acepción politizada) y de este
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último hacia lo que tentativamente puede ser definido como Estado contractual. En el interior de esta nueva modalidad estatal, una de las transformaciones más acuciosas ha sido la entrada en la arena pública de un mecanismo de policentrismo en la toma de decisiones y en la propia organización, tanto del poder político (en su sentido tradicional) como en la erogación de servicios y la creación de nuevas fuentes de recursos económicos para cumplir las dos funciones anteriores (véase, entre otros, Ferrarese, 2000 y 2002; Rossi, 2003; Strange, 1998; Zolo, 2004). Veamos con mayor detalle el cambio apenas referido. La idea de que el Estado entra en una constante contractualización con distintos actores políticos y sociales, nos lleva casi en modo inmediato a la discusión sobre la creciente dispersión de los poderes públicos, sobre todo por su acelerada y consolidada autonomía y especialización. Es decir, más que un proceso negativo per se, la dispersión de poderes es un elemento central de la dinámica y el control horizontal (entre poderes formales e institucionales, por ejemplo: congresos, ejecutivos, jueces, bancos centrales, etcétera) de las democracias maduras. En particular, porque el Estado contractual permite el desarrollo de la representación privada (in primis, la clase empresarial) en las sedes institucionales al punto de que entra directamente en el proceso de la toma de decisiones, al tiem-
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po que se observa un retiro de la representación pública (partidos políticos) que erróneamente organizaba un conjunto de funciones específicas (en particular, el control y la distribución de los servicios sociales por medio del tutelaje político de la administración pública), dando lugar a la autonomización y sectorialización de los aparatos e instituciones de la propia administración pública (sobre este punto, volveré más adelante). Así pues, por ejemplo, la noción analítica y empírica de la tecnocracia en Europa no alcanza ni siquiera una mínima parte de la retórica peyorativa que en América Latina ha alcanzado en las dos últimas décadas que, por cierto, es uno de los recursos más constantes en la agresiva crítica de líderes populistas al estilo de Hugo Chávez en Venezuela. Es decir, antes que un mal generalizable, los gobiernos de técnicos se han vuelto una necesidad para la estructuración de los nuevos Estados posdemocráticos en Europa. ¿Qué ha causado ello?, ¿qué efectos se pueden vislumbrar? Sería un tema por sí mismo importante para discutir en un ensayo. Sin embargo, quizá el p posdemocrático sea una expresión que nace en el seno de este pasaje estructural de las formas que el Estado ha tenido en los últimos lustros en el continente europeo. Sin obviar ni dejar de lado todo el potencial de sus ausencias y paradojas, el p europeo pareciera, en primera instancia, ser menos agresivo con la democracia
El Populismo tiene en su fondo la consolidación de una representación radicalizada por el hecho de que se sabe, por último, que todo lo anterior es real y que su exceso es lo que provoca cierta perplejidad al pensamiento, pero, al mismo tiempo, hay siempre un elemento falso en cada una de sus caras, retratos y experiencias.
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El Populismo en las experiencias históricas más recientes expresa, por un lado, una fuerte línea de continuidad con sus pares clásicos y, por otro, no es simplemente el resultado de la corrupción de las democracias contemporáneas.
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y sus instituciones (pues jamás usa el apelo al pueblo para agredirlas en modo abierto o descarado como sucede en Latinoamérica), y ello en virtud precisamente del desarrollo de esta nueva modalidad policéntrica en el diseño y puesta en marcha de la acción del gobierno (véase Radaelli, 1999). Consecuencia de la situación anterior es la creación de un sistema político de doble representación: por un lado, garantiza el desarrollo efectivo (recuérdese que estamos hablando de democracias maduras) de la representación político-territorial; por otro, también garantiza (o está obligado a garantizar) el desarrollo de la representación de los intereses en el terreno institucional-público bajo distintas modalidades, y que pueden expresarse en varias formas: van del llamado expertise o tecnócrata en estricto sentido, la figura del lobby, una serie de combinaciones y agrupamientos, cuya finalidad es introducir el primado de los principios del mercado (no en su sentido de concurrencia libre de “prejuicios políticos”) bajo la forma de las alianzas y acuerdos operativos. De tal modo, tenemos una estructuración de regímenes democráticos basados en la distribución territorial de las preferencias políticas, una monopolización de los recursos económicos en manos privadas y una serie de combinaciones en la erogación de los servicios que ya nos permitirían entender tanto el malestar social con las democra-
cias como la estrategia discursiva de los p posdemocráticos hacia el regionalismo (sectorialización de los grupos y de las demandas sociales y de la antipolítica). d) Organización del consenso. La especificidad de los apoyos sociales sobre estas particulares formaciones políticas encuentra su sustento en la focalización del descontento (regional obviamente) y en las propuestas que institucionalmente el partido populista esté en grado de ofrecer para revertir dicha situación. Por ello, con el p posdemocrático encontramos un regreso importante a la concepción tradicional de la política. Es decir, una insistencia sobre el clivaje territorial y no circunscrito únicamente a los votos, sino también con un fuerte apego a los valores, creencias, identidades regionales por encima de los valores compartidos a nivel nacional. e) Excesiva personalización de la política. Si bien es cierto que en el p posdemocrático también podemos encontrar una constante atracción por la personalización de la política, no se puede sostener, por otra parte, la idea de que exista un culto excesivo a la personalidad. Claro está, aquí también se pueden contar sus excepciones o anomalías: por ejemplo, Silvio Berlusconi en Italia, aunque no pueda ser considerado en estricto sentido como un líder populista (pero sí algunos de sus más cercanos colaboradores, por ejemplo,
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Umberto Bossi). Quizá el problema con el control sobre el gusto excesivo por la personalización del poder esté dado por la efectividad de las combinaciones estatales antes mencionadas y por los contrapesos institucionales de las democracias europeas, al no permitir ir “más allá” de los límites institucionales claramente delimitados por las reglas impersonales del juego democrático.
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en la política interna (ni siquiera con relación a temas de seguridad nacional tales como la migración, el crimen organizado, etcétera). Hasta aquí la propuesta teórica para analizar las distintas experiencias populistas pasadas y presentes. Las características más distintivas tanto de los p premodernos como de los posdemocráticos pueden leerse como un continuum de lo premoderno a lo posdemocrático. Con esta clasificación se cuenta con una base precisa para examinar distintos casos de p y ubicarlos en ese continuum. Para ejemplificar dicho ejercicio, consideraré a continuación las distintas experiencias populistas que se han sucedido en América Latina desde los años treinta del siglo pasado hasta el presente, bajo la premisa de que en la realidad no existen tipos puros de p sino híbridos con múltiples combinaciones posibles, aunque al final predominen en cada experiencia los rasgos premodernos o los posdemocráticos. Obviamente, para el caso de América Latina, mi tesis es que han dominando los primeros sobre los segundos, dada la persistencia de muchas características premodernas en nuestras incipientes y contrahechas democracias,
f ) Legitimidad carismática, racional y democrática. Al igual que en el p premoderno, la base de legitimidad del p posdemocrático es de corte carismático, pero con la diferencia que aquí las elecciones no sólo representan el medio por el cual se accede a las instituciones públicas para agredirlas; antes bien, es un mecanismo que ha permitido asumir los costos del resultado del principio de inseguridad democrática (normal en una democracia consolidada) por el hecho de que se parte de una gran confianza en las instituciones políticas y en los poderes neutrales que precisamente equilibran los excesos reales o imaginarios de los líderes populistas. Es decir, el p posdemocrático antes de ser un fenómeno patológico, es una salida o respuesta al aumento de complejidad y contingencia de la democracia contemporánea.
Posibilidades de análisis
g) Liderazgo civil. En cierta medida, es entendible que los liderazgos populistas posdemocráticos sean cívicos, por el hecho simple de no permitir la injerencia de los militares
América Latina ha sido y es un cliente frecuente del fenómeno populista. De hecho, los gobiernos de Lázaro Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil y Juan Domingo Perón en
América Latina ha sido y es un cliente frecuente del fenómeno populista. De hecho, los gobiernos de Lázaro Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil y Juan Domingo Perón en Argentina, y otros casos menos conocidos entre los años treinta y cuarenta del siglo pasado, fueron los referentes históricos a partir de los cuales se definieron las características dominantes de lo que hoy puede ser considerado el Populismo clásico.
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Argentina, y otros casos menos conocidos entre los años treinta y cuarenta del siglo pasado, fueron los referentes históricos a partir de los cuales se definieron las características dominantes de lo que hoy puede ser considerado el p clásico. Desde entonces a la fecha, los p se han multiplicado en la región, aunque con características específicas en cada caso. Así, por ejemplo, el p tuvo reediciones tardías en las décadas de los setenta y ochenta, tales como: Luis Echeverría y José López Portillo en México, Perón, de nuevo, en Argentina, Alan García en Perú, José María Velasco Ibarra en Ecuador y Arnulfo Arias en Panamá. Posteriormente, en los años ochenta y noventa, emergieron líderes populistas ya sea partidarios de neoliberalismo (tales como Carlos Salinas de Gortari en México, Carlos Menem en Argentina, Fernando Collor de Mello en Brasil, Alberto Fujimori en Perú y Abdalá Bucaram en Ecuador) o abiertamente antiliberales (tales como Carlos Palenque y Max Fernández en Bolivia). Finalmente, el p ha visto un renacimiento inusual desde finales de los noventa a la actualidad, sobre todo con Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Este último reposicionamiento populista ha presentado rasgos inéditos respecto de sus antecesores, por lo que muchos analistas se refieren a él como neopopulismo, amén de que sus excesos retóricos han polarizado a nuestras sociedades entre los que apoyan y defienden incondicionalmente a los nuevos líderes populistas hasta los que adoptan posiciones claramen-
te antipopulistas (un estudio sobre el tema puede verse en Cansino, 2010). De acuerdo con esta aproximación inicial al tema, es posible reconocer distintos momentos o fases del p en América Latina: una fase inicial con los p clásicos (que abarca las décadas de los treinta y cuarenta y parte de los cincuenta); una fase de p clásicos pero tardíos (que abarca las décadas de los setenta y ochenta); una fase de p afines o críticos del neoliberalismo emergente (que abarca las décadas de los ochenta y noventa); y una fase más reciente que podemos llamar p contemporáneos o neopopulismos (que arranca a fines de los años noventa y se extiende hasta la actualidad). A continuación intentaré una caracterización general de cada una de estas fases con base en el esquema propuesto arriba. Del recuento de experiencias y líderes populistas en América Latina se pueden extraer varias conclusiones. En primer lugar, todas las experiencias populistas que se han vivido en América Latina sin excepción, desde los p clásicos hasta los neopopulismos, pasando por los p tardíos o los neoliberales, y otros que se perfilan en el futuro, encajan más en lo que he llamado p premoderno que en el p posdemocrático, a pesar de los avances democráticos registrados en la región. De hecho, es precisamente la persistencia de rasgos tradicionales o premodernos en nuestros sistemas políticos los que alientan el surgimiento o resurgimiento permanente de líderes populistas con los costos que ya se señalaron con anterioridad. Entre estos rasgos pre-
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modernos destacan los siguientes: a) escasa focalización o reglamentación de la institución presidencial, que abre la puerta al voluntarismo del líder; b) una cultura política proclive al patrimonialismo, el paternalismo y el victimismo; c) un sistema que fomenta la concentración del poder en el vértice; d) una débil secularización social respecto del Estado; e) ausencia de un Estado de derecho democrático y f ) escasa aceptación del valor de la ley erga omines. En segundo lugar, a pesar de los altibajos y los chantajes de las actuales elites políticas, las distintas estrategias semánticas de los p latinoamericanos han intentado con relativo éxito fundarse en una dirección aparentemente directa (y abierta) con la sociedad y sus sistemas de necesidades. Claro está que los distintos contextos históricos en los cuales ello ha podido tener lugar, imponen un grado elevado de variabilidad en cuanto al impacto, el arraigo y el futuro (tanto en términos históricos como en las experiencias más recientes) que las articulaciones populistas han podido poner en marcha en sus respectivas realidades políticas. Aunado a ello, es imprescindible no descuidar el grado de complejidad para entender el fenómeno impuesto por el fuerte carácter de continuidad política y cultural (en términos de modernización “a medias” en el mejor de los casos) de nuestros sistemas políticos, no así de los regímenes políticos y su democratización. En tercer lugar, es necesario observar y subrayar uno de los problemas de fondo que los p latinoamericanos han expresado a lo largo de
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sus trayectorias: la gran apuesta por el tiempo y, por consiguiente, por la historia política nacional en los momentos más relevantes del siglo pasado y de los últimos años. Habría que recordar que en política el tiempo no es un recurso, antes bien un obstáculo y una deficiencia. Sobre todo, cuando estamos en países que sólo han podido superar fatigosamente sus problemas de legitimidad y confianza en las instituciones. Y ello, a causa de las fuertes inercias que imprimen la premoderna estructuración de las relaciones entre Estado, gobierno y sociedad. Este elemento caracterizante de las vicisitudes públicas (moral incluida), no hace otra cosa sino sugerir que la consolidación de una base cultural democrática mínima es una cuestión que llevará mucho tiempo más para concretarse. En cuarto lugar, pudiera entenderse que el p a medio camino entre la premodernidad y la posdemocracia es un síntoma y una muestra palpable de lo mucho que aún falta para construir un Estado democrático: a veces (o casi siempre) los cambios de elite no se traducen en modo automático en una opción distinta de vida en sociedad. En este sentido, es literalmente imposible pensar en resolver los problemas del país en cuestión cuando la clase dirigente aún los está pensando como antaño, como si la sociedad fuese únicamente una voz del pensamiento, un conjunto homogéneo que posee el mismo sistema de necesidades y las mismas expectativas. Para terminar, la resurrección actual del p manifiesta que en América Latina estamos en pleno
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desarrollo de una crisis de complejidad de la vieja institucionalidad, cuya estructuración estatal obtenía su identidad para reproducirse en modo más o menos uniforme o coherente sólo en la organización de los partidos políticos. Sin embargo, es necesario señalar que hablar de una crisis de complejidad no supone pensar en una crisis compleja de la política y de sus actuales sistemas de referencia, ya que si así fuese, se estaría hablando de la expresión de una banalidad “observable” y “legible” como una crisis complicada. En
el actual escenario de confusiones políticas no es necesario preguntarse en dónde están las potenciales salidas para los p más recientes, porque no estamos frente a un problema de sentido. Más bien, la pregunta es cómo dirigirse hacia otra arena política, cómo poder caminar entre el cinismo y la sinrazón de la parcial ausencia de política democrática en las instituciones en el tiempo presente y futuro. En particular, cuando todo camino de antemano ya espera una recompensa… ¿populista? Quizá.
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César Cansino y Juan Calvillo Barrios
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21 Prospectiva, Análisis de Palabras clave Escenarios, Prospectiva política, Estudios de futuro, Sociedad del Siglo xxi, Actitudes frente al futuro. Definición La prospectiva nos ayuda a explicar los problemas complejos que están entretejidos en las telarañas de las estructuras sistémicas. Descifrar los niveles del análisis, deslindar lenguajes simbólicos, traducir códigos, llegar a los significados profundos para saber lo que realmente dicen los discursos y las estrategias del poder. La prospectiva es política por definición. Jouvenel (2006) habla de libertad para decidir el futuro que quieres y poder para construirlo. Esto es potencialmente revolucionario, es darnos la capacidad de transformar una situación que no es grata y descolonizar el futuro impuesto. Sumergirse en las estructuras visibles para captar las no visibles y saber dónde están las invisibles es una tarea que le compete al pensamiento prospectivo. Pero ello requiere de preparación. El haber dado juego sólo a una parte pequeña del lado izquierdo del cerebro nos ha hecho parecer caballos con anteojeras que durante
muchos miles de años hemos seguido el mismo camino. La prospectiva nos ayuda a ver más allá de donde ven los ojos, se constituye en esas luces que penetran en la incertidumbre y que pueden enfrentar los eventos inesperados. Vivir en la sociedad actual es como manejar en una carretera desconocida a gran velocidad y sin luces que nos permitan ver más lejos. Cada vez es más difícil entender una realidad que ahora está signada por cinco características: compleja, sistémica, multicausal, dinámica con cambio acelerado y caótica (del caos al orden y viceversa). La sociedad se ha vuelto más compleja y más interconectada. Einstein dijo que todo es relativo, la física cuántica descubrió el quantum como energía, la teoría del caos, que la sociedad es un sistema dinámico. Como sistema no lineal tiene la habilidad de procesar e incorporar más información. Las estructuras sisté-
La prospectiva nos ayuda a explicar los problemas complejos que están entretejidos en las telarañas de las estructuras sistémicas. Descifrar los niveles del análisis, deslindar lenguajes simbólicos, traducir códigos, llegar a los significados profundos para saber lo que realmente dicen los discursos y las estrategias del poder.
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Sumergirse en las estructuras visibles para captar las no visibles y saber dónde están las invisibles es una tarea que le compete al pensamiento prospectivo. Pero ello requiere de preparación.
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micas ya no son sólo visibles, sino no visibles e invisibles. Edward Lorenz descubrió que en los sistemas dinámicos no lineales, las cosas nunca pasan de la misma manera, un pequeño cambio en una variable puede afectar a otra y a otra. Este proceso interactivo es lo que se ha llamado el “efecto mariposa”, que describe la imagen de una mariposa batiendo sus alas en Asia y causando un huracán en el Atlántico: metáfora de cómo cambios pequeños pueden causar cambios o eventos con resultados complejos e inesperados, dadas unas condiciones iniciales de un determinado sistema caótico, la más mínima variación en ellas puede provocar que el sistema evolucione en formas completamente diferentes, sucediendo así que, una pequeña perturbación inicial, mediante un proceso de amplificación, podrá generar un efecto considerablemente grande. Desde los años setentas los cambios de la humanidad se dieron de manera vertiginosa y cada vez más acelerada, lo que se identifica con tres conceptos: caos, complejidad y cambio. Si anticipamos el futuro seremos capaces de sobrevivir a un presente ininteligible, tortuoso y difícil. La prospectiva ha cargado la pesada piedra de la ignorancia y la incomprensión, pero es necesario aclarar que no es profecía, no es adivinación, no es futurología, no es ciencia ficción, no es un mero ejercicio, es previsión, es construcción de futuros, es gestión de la incertidumbre. El Análisis de Prospectiva (en adelante adep) es radical en su esencia porque
busca una forma de reflexión colectiva: “una movilización de las mentalidades frente a los cambios del entorno estratégico” (Godet, 1996). Historia, teoría y crítica Los estudios del futuro comienzan en la primera mitad del siglo xx. Se focalizaron en esa época en la organización rand, la cual hacia investigaciones para las fuerzas armadas de Estados Unidos. De ahí surgieron ideas y métodos para explorar posibilidades futuras. Herman Kahn, Peter Schwartz, Pierre Wack, Wendell Bell, James Dator. En Europa los estudios del futuro fueron bautizados como prospectiva (prospiciere, mirar de lejos), por personajes como Bertrand de Jouvenel (1966) y Michel Godet (1993). Posteriormente, algunos autores, como Eleonora Barbieri, le imprimieron su sello interpretativo, como la previsión humana y social. De cualquier modo, el desarrollo de los adep fue lento en la medida en que debería lograr primero el convencimiento de que estudiar el futuro servía para algo. El parteaguas se inició en la década de los setentas del siglo xx cuando vinieron cambios inesperados, porque no alcanzamos a prevenirlos. Ahora sabemos que con nuevas herramientas podríamos cuando menos haberlos imaginado. La sociedad actual del siglo xxi se caracteriza por su complejidad y la penetración en la incertidumbre. Ya nada tiene una certeza, todo cambia y puede hacerlo en un instante, después ya nada es igual.
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¿Por qué el estudio del futuro? Daniel Innerarity (2009) nos hace reflexionar profundamente en ello: Independientemente de lo que hagamos nos encontraremos con el futuro. Es un espacio abierto, complejo y desconocido. La sociedad se moviliza más por la agitación del pasado que por proyectos de futuro. En el reino de los seres vivos el hombre es el único que sabe que hay futuro, pero saberlo no implica que sepa qué hacer. El futuro es cada vez menos visible, pero no menos real. Al futuro hay que situarlo en el ámbito de la imaginación y la creatividad. No se trata de predecir, sino de convertir al futuro en una categoría reflexiva, incluirlo en nuestros horizontes de pensamiento y acción. Lo que hacemos ahora es inmediatista, pero tiene repercusiones de largo plazo. Los problemas no se resuelven, se gestionan. La aceleración del tiempo dificulta su percepción y anticipación. Esta produce la sensación de acercarnos el futuro, en realidad lo elimina en tanto que dimensión estratégicamente configurable. La colonización del futuro se da por la lógica del Just in time surgida del consumo, de la publicidad y de los medios. Vivimos el imperio de la eficacia, el instante, el corto plazo, la satisfacción, la urgencia, la velocidad, la inmediatez, la ligereza y la flexibilidad.
La mayor parte de decisiones políticas que adoptamos tienen impacto sobre generaciones futuras: demografía, cambio climático, salud, agua, pensiones, desempleo. Todo esto corresponde a la justicia intergeneracional. Es necesario articular generacionalmente a la sociedad, actuando en las sombras del futuro con
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criterios de legitimidad y responsabilidad. Requerimos una ética del futuro hacia los prójimos con un principio de responsabilidad orientado al futuro lejano. El actor público no acciona, reacciona. Es posible estar paralizado en movimiento; no hace nada a toda velocidad, moverse sin desplazarse, ser vago muy trabajador. Los actores políticos están continuamente apagando fuegos y no formulan objetivos de largo plazo. Deciden sistemáticamente en favor del corto plazo y en contra del largo, renunciando a la idea de que les corresponde arbitrar entre ambos. Se sobrevalora la respuesta inmediata como antídoto para la incertidumbre. Las falsas urgencias de multiplican y se extiende la presión de actuar inmediatamente. Los padres de la prospectiva decían que teníamos cuatro actitudes frente al futuro: 1) el avestruz, que cierra los ojos ante el futuro; 2) el bombero, que cuando el futuro llega es cuando lo enfrenta, o la historia de “después de niño ahogado, a tapar el pozo”; 3) el vendedor de seguros, actitud preactiva, por la cual tomaremos algunas previsiones ante lo que se viene como inevitable; y 4) el prospectivista proactivo, el audaz, el que va más allá, hacia la construcción de los futuros y toma decisiones sobre aquél que puede parecer mejor. Para millones de personas el futuro llegará demasiado pronto, por lo que, decía Toffler, “[…] encontrarán demasiadas dificultades para adaptarse a ello […], es más, va a pasar enfrente de nosotros […] y estaremos desprovistos para enfrentarlo, si seguimos pensando en lo que
La sociedad se ha vuelto más compleja y más interconectada. Einstein dijo que todo es relativo, la física cuántica descubrió el quantum como energía, la teoría del caos, que la sociedad es un sistema dinámico. Como sistema no lineal tiene la habilidad de procesar e incorporar más información. Las estructuras sistémicas ya no son sólo visibles, sino no visibles e invisibles.
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La prospectiva ha cargado la pesada piedra de la ignorancia y la incomprensión, pero es necesario aclarar que no es profecía, no es adivinación, no es futurología, no es ciencia ficción, no es un mero ejercicio, es previsión, es construcción de futuros, es gestión de la incertidumbre.
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pudo ser y no fue […], si seguimos manejando hacia delante mirando por el espejo retrovisor”. Con el rompimiento de los paradigmas, nuevos cambios se presentan en la vida de la humanidad. Los niveles de comprensión de los problemas son insuficientes con los instrumentos científicos que teníamos anteriormente. Se requieren nuevas formas de ver y de pensar. Pensar en el futuro nos ayuda a comprender y resolver problemáticas complejas, y a prever la manera en que podemos enfrentar los problemas. Prever requiere de un aprendizaje social. Las sociedades abiertas están condenadas al aprendizaje colectivo. El futuro ya está aquí, fragmentado y disperso. Sólo nos falta integrar los pedazos del rompecabezas para entender lo que nos espera. Observar cuidadosamente los signos que vienen del pasado, las tendencias dominantes, los eventos emergentes del ahora y anticipar lo que está en el devenir. La prospectiva trabaja con métodos cuantitativos y cualitativos. La aspiración es integrar ambos y trabajar en conjunto quienes se denominarían modeladores matemáticos con narradores. Métodos cuantitativos Los métodos cuantitativos son los procedimientos formales a través de los cuales se obtiene y analiza la información mediante procesos estadísticos y modelos matemáticos. Ejemplos: pronósticos, proyecciones, series de tiempo, elección racional o teoría de juegos.
Métodos cualitativos Los métodos cualitativos son los procedimientos que se basan en información subjetiva con base en la experiencia y la intuición de los expertos e involucrados directa o indirectamente en el tema de estudio. Dos técnicas principales para la diagnosis prospectiva son las Tendencias dominantes, fuerzas de cambio, interacción entre ellas y los eventos inesperados o Wild cards, que es factible detectarlos a partir de entender las débiles señales y tener un monitoreo del ambiente permanente. El proceso siguiente después de la diagnosis se trabaja mediante el método Delphi o el método de escenarios para saber el abanico de posibilidades por ocurrir. El pensamiento prospectivo tiene tres componentes: a) la creatividad, b) el análisis y c) la capacidad de pensarse en el futuro con libertad y concretar la idea con la acción. De ahí que para pasar de la visión a la acción sea necesario cambiar paradigmas, actitudes, patrones tradicionales. Esto se consigue con el desarrollo de una inteligencia prospectiva, basada en el pensamiento estratégico. Líneas de investigación y debate contemporáneo La previsión concebida por Eleonora Barbieri es una actitud, una postura, un modo de ser, una mentalidad, un modo de concebir la vida, el mundo y los comportamientos sociales e individuales. Una forma de aprendizaje y de anticipación del futuro.
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Uno de los retos más grandes que tiene el adep es nuestra capacidad para descolonizar el futuro y pensarlo desde un espacio libre en el porvenir y poder estructurarlo en el presente de tal manera que pueda construirse un futuro preferido: ¿qué pasaría si nos atrevemos a pensar, si nos atrevemos a creer en que nosotros podemos construir nuestro propio futuro en un entorno de libertad, con poder de decisión y de acción? ¿Por qué lo que ha de suceder tiene que suceder y por qué no puede suceder lo que no ha de suceder? ¿Por qué no descolonizar el futuro que nos han creado? ¿Por qué no podemos ser más fuertes que el destino manifiesto? ¿Por qué no cambiar las profecías que se autocumplen? Esperanza como palabra cargada de nuestros deseos, sentimientos, ideas y emociones. En el sentido de expectativa dinámica de algo inminente que va a pasar y que depende de nosotros. Expectativa, porque es parte de nuestras acciones, revela confianza en lo que hacemos, revela la certeza de que un mundo mejor es posible, pero depende de nosotros. Por ello la esperanza y la utopía son hermanas. La utopía puede ser posible… La cuestión no es qué nos espera, sino qué vamos a hacer. Disculpas ideológicas no, proyectos concretos sí. La realidad de las sociedades es una mezcla de posibilidades e imposibilidades. La esperanza es el sentimiento que regula nuestra relación con el futuro. La esperanza puede ser democrática. Carga la
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suficiente decepción en sus espaldas para no fiarse en las promesas. Peor a la vez esta experiencia no le impide aspirar a lo mejor. En Prospectiva hay dos conceptos fundamentales que le dan su carácter de política: a) libertad para decidir el futuro que queremos y b) poder para actuar sobre la construcción del mismo. Por lo tanto, no es espera, es esperanza… Hay que hacer que las cosas pasen. Cuando pensamos que el futuro se puede construir y pueden en él conciliarse nuestros sueños y nuestras utopías es cuando le damos una nueva significación a la vida y nos sentimos motivados y alertas, porque nosotros estamos construyendo lo que vendrá. Por eso es prospectiva política, porque tiene un inmenso potencial revolucionario y las características de un proyecto político. Aplicaciones de la prospectiva Dado que la prospectiva tiene visión holística y multidisciplinaria, las líneas de investigación se caracterizan por su transversalidad entre disciplinas y su visión integradora. Una línea histórica, porque dio origen a la prospectiva en la región latinoamericana es la prospectiva científica y tecnológica. Muchas áreas desde el equivalente de conacyt en otros países han empujado su crecimiento a través de ellas. Es el caso de Colombia, Perú, Venezuela, y Brasil. Las nuevas tecnologías son las que empujan el futuro, por lo tanto son una línea de preocupación
El Análisis de Prospectiva es radical en su esencia porque busca una forma de reflexión colectiva: “una movilización de las mentalidades frente a los cambios del entorno estratégico”
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En la campaña permanente, gobernar se convierte en una campaña perpetua y convierte al gobierno en un instrumento diseñado para sostener la popularidad de un político electo.
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central, y en particular desde el punto de vista de los Futures Studies. Estas nuevas tecnologías derivan hacia las convergencias tecnológicas, donde interactúan la nanotecnología, la biotecnología, las neurociencias y las ciencias de la información. Otra línea de investigación fundamental es la prospectiva territorial, cuya preocupación central en nuestra época es cómo enfrentar el cambio climático, los desastres naturales y eventos sociorganizativos provocados por el ser humano. En esta parte el trabajo se da en función de diversos niveles de organización social, que van desde la mitigación, la adaptación, hasta la propia seguridad humana y la cohesión social. La seguridad humana en sí misma es una línea de investigación que involucra disciplinas como la psicología, la educación, el desarrollo de las inteligencias múltiples que permitan enfocar el centro vital de la vida y protegerlo para no ser víctimas de daños colaterales. Por lo que respecta a las empresas la línea de preocupación es la planeación prospectiva estratégica para incursionar en la incertidumbre de un mundo donde se puede esperar todo y, por lo tanto, si no podemos saber los eventos que se suceden, al menos podemos imaginarlos y prepararnos ante posibilidades. De ahí que la visión prospectiva tenga dos elementos claves: pensar escenarios y construir escenarios. En la administración pública las líneas principales refieren la conducción de gobierno y la coordinación interinstitucional, la genera-
ción de proyectos de desarrollo que pasen de situaciones desfavorables a favorables y contribuyan con ello al diseño de políticas públicas. La generación de procesos desde los cuales se inicien con la detección de prioridades, se construyan futuros y se concreten estrategias y acciones. Autores y escuelas de pensamiento Los estudios del futuro fueron clasificados por la sociología de la previsión en España con la tipología siguiente: Profecía, Adivinación, Utopía, Ciencia ficción (hoy llamada fantaciencia), Futurología y Prospectiva. Las principales corrientes de la prospectiva son. a) Future studies, norteamericana. Le interesa estudiar el futuro sin afectarlo. b) Prospectiva, europea, para estudiar el futuro hay que transformarlo. La tendencia es hacerlo desde el poder, desde el gobierno. c) Prospectiva crítica, en Oriente y algunos países de América Latina. Nace como respuesta contra la corriente norteamericana. El futuro para transformar la calidad de vida de todos. d) Foresight, en el Reino Unido, Australia y Canadá, involucra redes sociales para elaborar políticas públicas. Autores los hay muy destacados de diferentes generaciones de prospectivistas, una primera oleada fue de autores anglosajones; otra, de jóvenes autores de diver-
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sos países europeos; después, autores asiáticos; y más recientemente, latinoamericanos. Cada autor con una posición que encaja con las mencionadas anteriormente. Aceptemos el desafío de Stephen Duncombe (2007): “El mundo es un lamentable desastre y las mentes cansadas del statu quo no van a hacer nada mejor. Necesitamos ideas radicales e imaginación audaz. Aquí es donde comienza la utopía” Y García Márquez (1982) parece complementar:
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Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.
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Guillermina Baena Paz
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22 Redes, Análisis de Palabras clave Redes, Redes sociales, Redes políticas, Construcción de redes, Métodos matemáticos. Definición El Análisis de Redes (en adelante ader) es un enfoque de estudio de reciente creación y popularización, al grado que cada día son más las disciplinas científicas sociales que lo aplican a su materia de estudio. Su perspectiva especial consiste en el uso de modelos y aplicaciones que consideran en forma relacional a los individuos o instituciones. En un trabajo reciente, Freeman (2012) reporta que si bien se pueden encontrar antecedentes en análisis antiguos, el primer trabajo sobre redes propiamente dicho fue realizado por Almack, profesor de la Universidad de Stanford, y en la década de los treinta se encuentra lo realizado por Moreno con su libro pionero en sociometría. La escuela manchesteriana acuña el término redes sociales en sus estudios de antropología urbana en África, particularmente Mitchell
y algunas de las aportaciones más significativas se encuentran en la formulación matemática de la teoría de gráficas (grafos) y sus aplicaciones realizada por Harary (1969). En la actualidad se ha generado un gran cuerpo de estudios en diversas áreas del conocimiento que cubren desde estudios de mercado, expansión de las enfermedades, relaciones entre países, la influencia en las escuelas para propiciar que se fume, la configuración del poder y ubicar el número de desaparecidos bajo una dictadura militar. Freeman (2012) considera que el ader se establece cuando configura un paradigma que incluye los siguientes componentes: 1) producción de intuiciones de tipo estructural, 2) recolección de información de interacción entre personas, 3) producción de imágenes gráficas de forma estructural, y 4) desarrollo de modelos matemáticos y computacionales.
El Análisis de Redes es un enfoque de estudio de reciente creación y popularización, al grado que cada día son más las disciplinas científicas sociales que lo aplican a su materia de estudio. Su perspectiva especial consiste en el uso de modelos y aplicaciones que consideran en forma relacional a los individuos o instituciones.
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Freeman (2012) considera que el Análisis de Redes se establece cuando configura un paradigma que incluye los siguientes componentes: 1) producción de intuiciones de tipo estructural, 2) recolección de información de interacción entre personas, 3) producción de imágenes gráficas de forma estructural, y 4) desarrollo de modelos matemáticos y computacionales.
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Una red está formada por pares de nodos conectados, donde las conexiones representan relaciones formales e informales (Adler-Lomnitz, 1994), sistémicas y organizacionales (Wasserman y Faust, 1994). La arquitectura de la red muestra el flujo de la información y el patrón de las relaciones. Las redes pueden ser más o menos centralizadas y el ader nos ayuda a identificar grupos, cliques, número de conexiones por nodo y distancias entre nodos. Mientras más centralidad tiene un actor en la red mayor cantidad de recursos es capaz de movilizar. Una red contiene un conjunto de unidades de afiliación que representan puntos de coincidencia y/o pertenencia (escuela, deportes, negocios, participación política, etcétera) o un interés común (poder político). Terminología Existen varios términos y conceptos clave en el ader. Estos son: actor, vinculación relacional, diada, triada, subgrupo, grupo, relación y red. A continuación definiremos estos conceptos clave en este tipo de análisis. Red. Conjunto de individuos que se encuentran relacionados en torno a sus intereses y pertenecen a uno o diversos grupos, algunos autores le llaman “camarilla”. Las relaciones entre individuos definen una red. Subred. Subconjunto de individuos que pertenecen a una red y que por sí mismos constituyen una red.
Actor-nodo. Como hemos dicho arriba, el ader tiene como objetivo estudiar las implicaciones de la vinculación de diversos individuos (corporaciones, sistemas, etcétera) que conforman una red. A las entidades sociales se les denominan actores o nodos. Los actores pueden ser individuos, corporaciones o unidades sociales colectivas. Una red, generalmente, está conformada por el mismo tipo de actores. Diada. En el nivel básico se encuentra la relación que se establece entre dos actores. Este tipo de relación es inherente a una pareja de actores. La diada en sí corresponde a la unidad de análisis de una red. En una red lo primero que uno revisa son las parejas de actores o diadas. Éstas pueden tener relaciones biunívocas o no. Por ejemplo: “Antonio es amigo de Carlos y Adolfo, pero Carlos y Adolfo no se conocen”; “Rosario y Carmen trabajan en la misma oficina”. Triada. En el ader interesa conocer los grupos conformados por tres actores y determinar si las triadas son transitivas, es decir si el actor i es “amigo” del actor j y el i es “amigo” del actor k, si se trata de una triada transitiva, el actor j es “amigo” del actor k y en los tres casos las relaciones son biunivocas. Grupo. El ader no se reduce únicamente al examen de diadas, triadas, y subgrupos. Tiene que ver con la modelación de grupos de actores y sus múltiples relaciones. Para nuestro objetivo, un grupo es la colección de actores que tienen vínculos que
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se pueden medir. Generalmente los grupos que aparecen en la literatura no son muy grandes, pero en casos reales es usual tener grupos de 50 ó 100 individuos, algunos tienen más de mil actores. En el caso de la red que estudiaron Gil y Schmidt (2004), la dimensión es del orden de 16 mil actores, donde el núcleo central es del orden de 300 actores. Los individuos o actores se pueden agrupar por su pertenencia, así tenemos que en un conjunto se pueden asociar porque pertenecen al mismo club, otros porque pertenecen al mismo partido político, otro porque estudiaron en la universidad la misma carrera, otro forma parte del consejo de administración del banco xyz, etcétera. Vínculo relacional, enlace o rama. Los actores crean vínculos entre sí a través de relaciones sociales, el rango y tipo de éstos pueden ser muy amplios y variados. Algunos ejemplos son los siguientes: evaluación de una persona por otra (expresando por ejemplo amistad, respeto, fuerza, inteligencia, etcétera). Transferencia de recursos materiales (por ejemplo, empresas trasnacionales de negocios, préstamos, ayuda, etcétera). Asociación o afiliación (pertenencia a la misma asociación profesional, al mismo club, a la misma escuela, universidad, etcétera). Interacción (platicar, envío de mensajes por correo electrónico, comentar cuestiones académicas, asuntos deportivos o de otro tipo). Trabajo (laborar en el mismo lugar o en diferentes lugares a lo largo de los años). Relaciones formales (autoridad, jerarquía, etcétera). Parentesco (hermano,
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sobrino, tío, padre, madre, hermana, esposa, etcétera). Se trata en general de vínculos tanto permanentes como ocasionales pero que establecen relaciones dentro de un grupo de personas, y tiene significado para el caso que uno está analizando. Aplicaciones Alternativamente los modelos de redes pueden utilizarse para probar teorías de modelos o estructuras relacionales. La característica fundamental de la teoría de redes sociales requiere conceptos, definiciones y procesos en los que las unidades sociales estén ligadas a otras mediante diversas relaciones. Supongamos, por ejemplo, que uno propone que la tendencia a la reciprocidad en apoyo material o en alimentación entre las familias de una comunidad ocurre frecuentemente. Tal hipótesis se puede probar mediante un modelo estadístico, o estudiando empíricamente el comportamiento de la comunidad. Tanto el modelo estadístico como el usado en ciencias sociales requieren de un conjunto de conceptos y procedimientos analíticos que son diferentes de la estadística tradicional y del análisis de datos. Es creciente el número y la variedad de los temas que cubre el ader en las ciencias del comportamiento humano. Muchos de los temas tratados tradicionalmente por los científicos sociales, pueden enseñarse por medio de redes sociales y sus conceptos analíticos. Algunos de los temas estudiados por expertos en redes, son:
La arquitectura de la red muestra el flujo de la información y el patrón de las relaciones. Las redes pueden ser más o menos centralizadas y el Análisis de Redes nos ayuda a identificar grupos, cliques, número de conexiones por nodo y distancias entre nodos. Mientras más centralidad tiene un actor en la red mayor cantidad de recursos es capaz de movilizar.
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Una red contiene un conjunto de unidades de afiliación que representan puntos de coincidencia y/o pertenencia (escuela, deportes, negocios, participación política, etcétera) o un interés común (poder político).
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• El impacto de la urbanización en el individuo • El sistema económico y político mundial • Difusión y adopción de innovaciones • La toma de decisiones por una elite • Solución de problemas en grupo • Estructura de poder en un país • Consenso e influencia social • Formación de coaliciones • Sociología de la ciencia • Movilidad ocupacional • Sociedades secretas • Corporativos • Ayuda social • Intercambio • Sindicatos La diferencia fundamental entre una explicación basada en una red social y otra cuyos conceptos no se fundamentan en la aplicación de modelos matemáticos que buscan relaciones estructurales, es la inclusión de la noción de información sobre las relaciones de las unidades o sujetos bajo estudio. Perspectiva Dada una colección de actores, mediante las herramientas del ader, se puede estudiar la estructura de la red de relaciones entre ellos. La estructura relacional del grupo consiste en el patrón de relaciones entre los actores y el objeto u objetos que fluyen por la red. El concepto de red enfatiza el hecho de que cada individuo tiene ligas, o relaciones, con otros individuos y entre ellos fluye amistad,
influencia, poder, dinero, jerarquía, dependencia, o cualquier otro indicador. El análisis de sus relaciones y su impacto en la sociedad es el objetivo del estudio de las redes sociales. El ader nos provee de una forma precisa para definir conceptos sociales importantes, alternativas teóricas para tratar casos de actores sociales y un marco de referencia para probar nuevas teorías sobre estructuras sociales. Los métodos del ader nos proporcionan definiciones muy claras sobre mediciones de la estructura social que de otra manera solamente podrían usar términos metafóricos. Así tenemos frases o nombres, entre otros, como: tejido social, rol social, posición social, grupo, clique, subgrupo, popularidad, aislamiento, prestigio, prominencias, centralidad. Para cada una hay una definición matemática, de tal suerte que todo se puede operar mediante matrices y su correspondiente álgebra. Construcción de redes Hay una amplia variedad de formas y fuentes a utilizar para lograr construir una red. Entre las principales técnicas, que son las más usadas, en la adquisición de la información base para la construcción de la red se encuentran: • • • • • •
Diarios Archivos Entrevistas Etnología Diccionarios biográficos Anuarios
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• • • •
Cuestionarios Observaciones Literatura en general Reuniones de búsqueda
Cuestionarios Este método de colección de datos es el más usado (especialmente cuando los actores son individuos). El cuestionario, generalmente, contiene preguntas acerca de las relaciones del entrevistado con diversos actores. Las preguntas pueden estar orientadas hacia un objetivo; quiénes son sus principales amigos, a quién respeta, a quién le pide asesoría, etcétera. Hay diversas clases de cuestionarios para estudiar grupos de individuos en una organización, por ejemplo: una oficina, una secretaría de estado, o una corporación. Asimismo, nos podemos cuestionar: ¿qué es mejor?: a) lista vs. preguntas libres, b) preguntas libres vs. selección fija, o c) calificación vs. lugar en la lista. El que se utilice dependerá del tipo de problema que estemos analizando. Supongamos, por ejemplo, que les preguntamos a los alumnos de una clase que califiquen cuál es el grado de amistad que tienen con cada uno de sus compañeros de clase. Supongamos que les damos a escoger tres o cinco niveles de respuestas: “es mi mejor amigo”, “es uno de mis mejores amigos”, “es buen amigo”, “no le tengo mucha confianza”, y “no le tengo confianza”. La otra variante es dejar que los estudiantes califiquen libremente a cada uno de sus compañeros. Esta última tiene la ventaja de ser espontánea, y por lo mismo no
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quedar acotada. La primera está circunscrita a una serie de respuestas fijas, lo que nos asegura la construcción de una red de manera más simple. Dependiendo del tipo de problema que queramos analizar será el tipo de cuestionario a diseñar. En el caso que queramos completar información y si se trata de la construcción de una red del tipo corporativo histórico, deberemos meternos a fondo en una búsqueda bibliográfica, la que complementaremos con informantes (expertos) en el tema. En cualquier caso, lo que hacemos continuamente es mantener y actualizar una base de datos. La base de datos puede estar cerrada a una comunidad o en el caso que se decida dinamizarla deberá crecer continuamente. El complemento a la información formal es de lo más diverso, pero mejora la calidad de la misma. Así, por ejemplo, podemos decir: “x cuando estaba en la Secretaría de w compartía su oficina con y”. “x fue alumno de y cuando estudiaba en la Universidad z”. “x se inició como ayudante del Senador q”.”x está casado con Doña m de la b, sobrina del Obispo w de la b, que fue esposa del Gobernador t”. Las relaciones familiares, de parentesco, de negocios, o puramente sociales enriquecen la información de la red bajo estudio y la hacen más transparente. También se puede mejorar con entrevistas a personas conocedoras del medio.
Alternativamente los modelos de redes pueden utilizarse para probar teorías de modelos o estructuras relacionales. La característica fundamental de la teoría de redes sociales requiere conceptos, definiciones y procesos en los que las unidades sociales estén ligadas a otras mediante diversas relaciones.
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La información documental ofrece muchas ventajas en el estudio de redes. La única desventaja que podríamos encontrar es la abundancia de material a consultar. Una vez construida la red podemos analizarla haciendo uso de herramientas
matemáticas utilizadas en la Teoría de Gráficas, lo que se muestra especialmente enriquecedor toda vez que la visualización de las redes ha avanzado de manera significativa, lo que permite acercarse a la materia de estudio desde distintas ópticas.
Bibliografía Adler-Lomnitz, L. (1994), Redes sociales, cultura y poder: Ensayos de antropología latinoamericana. México, Miguel Ángel Porrúa/ flacso. Alcantara, N. (2000), The Power Network in Mexico (1920-2000). A Network Model of Kinship, Marriage and Loyalty Tied Among the Ruling Elite, Irvine, ca., University of California Irvine, PhD Dissertation. Freeman, L.C. (2012), El desarrollo del análisis de redes sociales. Un estudio de Sociología de la Ciencia, Bloomington, Palibrio. Freeman, L.C. (1979), Centrality in Social Networks: I. Conceptual Clarification, Social Networks 1, pp. 215-239.
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Samuel Schmidt y César Cansino
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23 Redes Sociales, Análisis de Palabras clave Redes sociales, Espacio público, Comunicación política, Democracia, Participación política, Twitter. Definición No es una conjetura ni una ocurrencia, es simplemente la ponderación de un hecho que está esperando por explicaciones persuasivas. Que las Redes Sociales (en adelante rs) se han convertido en el espacio público por excelencia del siglo xxi, en la moderna ágora de deliberación y confrontación de ideas y opiniones, es una realidad incontrovertible. ¿Pero esta condición es suficiente para postular que la democracia en el futuro se jugará de manera decisiva en las rs? La respuesta es un categórico sí, a condición de que concibamos a la democracia como algo más que una forma de gobierno, o sea como una forma de vida en común. Aquí se explica por qué. Para fines de este análisis por rs entenderé el conjunto de interacciones a través de Internet que permite a las personas conectarse entre sí a fin de compartir contenidos, crear comunidades sobre intereses similares, entre muchas otras posibilidades.
¿Qué significa concebir a la democracia como una forma de vida, una forma de sociedad? En principio de cuentas, constituye un ajuste respecto de las concepciones dominantes que nace de la necesidad de (re) colocar a los ciudadanos en el centro de la vida pública, de restituirles su condición de sujetos políticos, sustraída por los políticos profesionales, quienes se abrogan para sí ese monopolio. De lo que se trata es de concebir a la política democrática como el lugar decisivo de la existencia humana, y al espacio público como el lugar de encuentro de los ciudadanos en condiciones mínimas de igualdad y libertad, el espacio natural donde los individuos transparentan (en el sentido de hacer públicos) sus deseos y anhelos, sus frustraciones y congojas, y por esta vía instituyen con sus opiniones y percepciones los valores que han de regir al todo social, incluidos a los políticos profesionales (véase Cansino, 2010)
Que las Redes Sociales se han convertido en el espacio público por excelencia del siglo xxi, en la moderna ágora de deliberación y confrontación de ideas y opiniones, es una realidad incontrovertible. ¿Pero esta condición es suficiente para postular que la democracia en el futuro se jugará de manera decisiva en las Redes Sociales?
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Nada preexiste al momento del encuentro de ciudadanos libres, el momento político por antonomasia, sino que es ahí, en el intercambio dialógico incluyente y abierto, donde se llenan de contenido los valores vinculantes.
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Según esta concepción, nada preexiste al momento del encuentro de ciudadanos libres, el momento político por antonomasia, sino que es ahí, en el intercambio dialógico incluyente y abierto, donde se llenan de contenido los valores vinculantes, sin más guión que la propia indeterminación; o sea, ahí donde se encuentran individuos radicalmente diferentes (como los que integran a cualquier sociedad plural) pueden generarse consensos, pero también acrecentarse las diferencias. Huelga decir que para esta concepción, todo es politizable, a condición de que sea debatible. En suma, según esta noción, los verdaderos sujetos de la política son los ciudadanos desde el momento que externan sus opiniones y fijan sus posiciones sobre todo aquello que les preocupa e inquieta en su entorno cotidiano. Lejos de lo que pudiera pensarse, esta forma de vivir la democracia siempre ha existido en las democracias realmente existentes, desde el momento que sólo este tipo de gobierno puede asegurar condiciones mínimas de igualdad ante la ley y de libertad a los ciudadanos, lo cual resulta indispensable para la expresión espontánea y respetuosa de las ideas. Sin embargo, también es verdad que la esfera del poder institucional suele ser ocupada por gobernantes y representantes que lejos de gobernar en tensión creativa con la sociedad lo hacen en el vacío, generándose un corto circuito entre ellos y la sociedad. La crisis de las democracias representativas contemporáneas tiene su estro en este hecho cada vez más eviden-
te. Desde cierta tradición teórica, el fenómeno ha sido explicado como una colonización de la sociedad por los sistemas instrumentales del poder y el dinero que todo lo avasallan a su paso (Habermas, 1987 y 1988). Otros autores, por su parte, ven en el elitismo de la política profesional, en cualquiera de sus manifestaciones posibles —como la oligarquía o la partidocracia—, el impedimento para que la sociedad sea considerada de manera más incluyente por quienes toman las decisiones en su nombre en una democracia representativa (véase, por ejemplo, Rödel, Frankenberg y Dubiel, 1989).
Pero, independientemente de las explicaciones, lo interesante es señalar que no obstante los factores reales del poder que merman el impacto de la sociedad en la democracia, confinándola casi siempre a legitimar a los políticos profesionales y a los partidos mediante el sufragio, las sociedades nunca han dejado de expresarse, o sea que siempre, en mayor o menor medida, han condicionado el ejercicio del poder, necesitado siempre de legitimidad para conducirse. Es lo que algunos teóricos han denominado la capacidad instituyente de la sociedad desde sus imaginarios colectivos, o sea todo aquello que de manera simbólica construyen las sociedades desde su tradición, su historia, sus percepciones, sus temores y su interacción con otras sociedades (Castoriadis, 1980). Con lo que queda mejor ilustrada la concepción de la democracia como modo de vida en común. El impacto de esa capacidad o su intensidad pueden variar de una
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democracia a otra, pero siempre permanece in nuce, ya sea como acción o reacción, a pesar de lo que muchos políticos profesionales quisieran. Y es precisamente aquí, donde cobra sentido la idea de democracia en la era de las rs, pues pensar lo público-político en la actualidad no puede hacerse sin considerar a las nuevas rs, la moderna ágora virtual de la democracia. Democracia como espacio público-político Si la democracia ha de ser concebida cabalmente como el gobierno del pueblo, como una moderna república (res-pública), y en ese sentido como una forma de sociedad y no sólo de representación política, la idea de espacio público-político resulta crucial. Sin embargo, por muchas razones, la concepción clásica del ágora o la plaza pública fue minada en la modernidad no sólo en la práctica sino incluso semánticamente. Así, lo “público” terminó asociándose con el Estado, o mejor, con el ejercicio del poder, y lo “privado”, con todo aquello que atañe a lo social, incluidas sus preferencias políticas, amén de los consabidos ámbitos de lo familiar, lo mercantil o lo religioso (Cansino, 1999). La inversión conceptual está tan introyectada culturalmente que muchos ciudadanos la asumen a pie juntillas, al grado de concebirse a sí mismos como “apolíticos”, para desmarcarse de los políticos profesionales, los cuales son percibidos casi siempre como una raza aparte de egoístas y cínicos.
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Sin embargo, con la caída del Estado benefactor hace cuatro décadas (que asumía como suyo el deber de procurar bienes y servicios a la sociedad), y con la crisis de la democracia representativa (que se expresa en un malestar creciente de los ciudadanos al sentirnos cada vez menos representados por nuestros gobernantes), las democracias modernas han visto un proceso gradual de activación social que ha venido a restituirle a la sociedad un rol mucho más destacado que al que estaba confinado en el pasado inmediato (véase Rossanvalon, 1998). Sin duda, en ese proceso jugaron un papel decisivo las sociedades en los países comunistas en los años noventa del siglo pasado, que decidieron asaltar las plazas y las calles para demandar las libertades que les negaron sus dictaduras durante décadas. La caída del Muro de Berlín es por ello el símbolo inequívoco no sólo del derrumbe de los regímenes comunistas sino también del resurgimiento de la sociedad en clave postotalitaria. De ahí en adelante, las sociedades en las democracias viejas y nuevas se han venido activando y movilizando con distintas intensidades y modalidades, recuperando para sí un protagonismo político que los inquilinos del poder les habían sustraído arbitrariamente (véase Cansino y Pineda, 2012). Incluso antes del crucial 1989, muchas democracias occidentales experimentaron grandes movilizaciones sociales por reivindicaciones de todo tipo hasta entonces ignoradas o pospuestas en los andamiajes normativos de sus naciones, como los derechos de las mujeres, de
Las sociedades en las democracias viejas y nuevas se han venido activando y movilizando con distintas intensidades y modalidades, recuperando para sí un protagonismo político que los inquilinos del poder les habían sustraído arbitrariamente.
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La esfera del poder institucional suele ser ocupada por gobernantes y representantes que lejos de gobernar en tensión creativa con la sociedad lo hacen en el vacío, generándose un corto circuito entre ellos y la sociedad.
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los homosexuales, de los jóvenes, o por cuestiones ecológicas, entre muchas otras causas. Posteriormente, las sociedades comenzaron a agruparse en organizaciones no gubernamentales (ong’s) para tomar en sus manos la defensa de derechos de todo tipo insuficientemente garantizados por sus Estados o para impulsar proyectos e iniciativas que consideraban necesarios, pero que olímpicamente habían sido desentendidos o ignorados por las autoridades. Al tiempo que este proceso avanzaba en todas partes, aportando una energía social inédita a los ámbitos de decisión vinculantes, y acotando por esa vía al poder ocupado por partidos y gobernantes, emerge un nuevo ingrediente que viene a complementar e incluso a modificar radicalmente el espacio públicopolítico tal y como se conoció hasta entonces: las así llamadas rs. Por efecto de la irrupción de las sociedades democráticas en los asuntos públicos, mediante la deliberación colectiva de todo aquello que les atañe, o incluso mediante la gestión social de bienes colectivos, lo público dejó de ser competencia exclusiva de lo estatal. De hecho, en las democracias modernas cada vez más lo político está contenido en lo social, y las sociedades son cada vez más protagonistas de su historia. Sin embargo, poner las cosas en esos términos ha tenido que enfrentar fuertes resistencias por parte de los enfoques teóricos dominantes en las ciencias sociales y las humanidades, casadas con preconcepciones institucionalistas o estatalistas que le conceden poco espacio o impacto a la cuestión
social. Justo por esas resistencias he tenido que decretar sin miramientos la muerte de la ciencia política en un libro al mismo tiempo premiado y denostado por mis pares intelectuales (Cansino, 2008). Para esas perspectivas cerradas y dogmáticas en el plano empírico, una concepción alternativa como la que he resumido aquí resultaba no sólo incómoda sino incluso “radical”. Puesto en esos términos, su alegato no deja de ser curioso porque en su perspectiva lo radical no es otra cosa que lo que en realidad es consustancial a la democracia y que le había sido negado teóricamente, o sea volver a colocar a la sociedad en el centro de lo público-político. ¿Puede haber algo más básico y elemental que eso? Claro que no, pero las rigideces de los paradigmas cientificistas dominantes les impiden a sus partidarios ver lo evidente. Ciertamente, una perspectiva como la que yo mantengo tiene un componente de radicalidad que asusta a los científicos porque rompe todos sus esquemas y certidumbres: la indeterminación de la democracia. En efecto, concebir a la democracia no sólo como una forma de gobierno sino también como una forma de vida implica asumir sin reservas la total indeterminación de la democracia, desde el instante en que se acepta que nada preexiste al momento de encuentro de individuos libres y radicalmente diferentes, o sea que sólo en el espacio público-político se definen y redefinen permanentemente los valores y los contenidos de esos valores que han de articular al todo social.
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Siguiendo con esta lógica, debemos aceptar que las sociedades no siempre elijen lo mejor para ellas sino con frecuencia optan por retrocesos en sus propias libertades y conquistas. Se trata de un elemento de incertidumbre al que no se puede renunciar si es que realmente nos asumimos como demócratas o si se prefiere como “demócratas radicales”. Cabe recordar que pretender mantener lo social bajo control, en el marco de un guión preconcebido, es un rasgo propio de mentalidades totalitarias. De hecho, como bien nos enseñó la más grande filósofa de todos los tiempos, Hannah Arendt, la única manera de entender a cabalidad la democracia es concibiéndola como el justo opuesto del totalitarismo (véase Arendt, 1974). Ahora bien, adscribirse a esa concepción alternativa de la democracia exige abandonar las perspectivas deterministas, institucionalistas o formalistas largamente dominantes en las ciencias sociales, incapaces de aprehender la dimensión simbólica de la democracia, que no es otra cosa que lo que las sociedades quieren, sus anhelos, sus deseos, sus aspiraciones… Y eso no se registra con sondeos cuantitativos sino simplemente con la experiencia, con la ocupación simbólica, como lo hace cualquier ciudadano, de la calle, la plaza pública y de cualquier otro espacio de interacción social. Obviamente, pensar lo público-político en la actualidad no puede hacerse sin considerar a las nuevas rs, la moderna ágora virtual de la democracia.
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Las redes sociales como la nueva ágora ciudadana ¿Qué hubieran pensado los precursores intelectuales de esta manera alternativa de concebir la democracia, como Castoriadis, Lefort y la propia Arendt, si les hubiera tocado en vida ver y participar de las rs que hoy han irrumpido masivamente en nuestras sociedades? Creo que todos verían cristalizadas en ellas sus principales tesis sobre la democracia como forma de vida. Y es que de algún modo las rs restituyen a los ciudadanos una centralidad simbólica que les había sido escamoteada en la práctica cotidiana de las democracias realmente existentes. Como es sabido, lo que distingue a las democracias de los modernos de las democracias de los antiguos es la representación (la cuestión fue puesta en esos términos por Sartori, 1965). Si en la antigüedad griega los ciudadanos podían dirimir directamente los asuntos de la polis, la complejidad de las sociedades modernas exigía incorporar mecanismos indirectos de representación para encausar la voluntad de los ciudadanos. Los jacobinos se dieron cuenta muy pronto que la voluntad general nacida caóticamente de la Asamblea podía conducir a una nueva tiranía, tan cruel y voraz como la de los monarcas absolutos que se intentaba derrocar: la tiranía de las mayorías. Por eso, después de la malograda experiencia revolucionaria francesa, los primeros experimentos exitosos de democracia —la inglesa y la estadounidense—, tuvieron como
No obstante los factores reales del poder que merman el impacto de la sociedad en la democracia, confinándola casi siempre a legitimar a los políticos profesionales y a los partidos mediante el sufragio, las sociedades nunca han dejado de expresarse, o sea que siempre, en mayor o menor medida, han condicionado el ejercicio del poder, necesitado siempre de legitimidad para conducirse.
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Y es precisamente aquí, donde cobra sentido la idea de democracia en la era de las Redes Sociales, pues pensar lo público-político en la actualidad no puede hacerse sin considerar a las nuevas Redes Sociales, la moderna ágora virtual de la democracia.
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eje la idea moderna de la representatividad. Una fórmula que permitió al mismo tiempo preservar las ideas ilustradas de la soberanía del pueblo y la supremacía de los derechos individuales, y conferir a la sociedad una forma de estructuración política legítima y promisoria. Sin embargo, la representación consintió la afirmación de élites partidistas que con el paso del tiempo terminaron monopolizando el quehacer político, relegando nuevamente a la sociedad a roles accesorios, como la legitimación mediante el sufragio de las propias élites. Por ello, si las democracias modernas estás en crisis es porque los ciudadanos nos sentimos cada vez menos representados por nuestros representantes, o sea es una crisis de representación, caracterizada por un alejamiento o incluso un corto circuito entre representantes y representados (Cansino, 2000, pp. 45-47). Pero como suele suceder, el malestar social se ha abierto paso frente a la ignominia. Primero fueron los movimientos sociales, luego la sociedad volcándose en las plazas públicas, luego organizándose en ong’s, y ahora ocupando las rs, gracias a la masificación de las nuevas tecnologías de la información. En esta perspectiva, las rs constituyen la nueva ágora, el lugar donde se construye cotidianamente la ciudadanía y se definen los valores sociales. Las rs nos recuerdan que la democracia no puede edificarse en el vacío, sino en contacto permanente con la sociedad. Si la representatividad fue la fórmula que permitió que la democracia como forma de gobierno se concretara en sociedades
complejas como las modernas, las rs son el vehículo moderno que restituye a la sociedad su centralidad y protagonismo frente a los déficits de representatividad que acusaba desde hace tiempo. Además, no podía ser de otra manera, pues si las sociedades modernas se han vuelto cada vez más complejas, es decir más pobladas, plurales, activas y heterogéneas, sus formas de expresión no podían limitarse a lo local, sino que para trascender debían irrumpir en el mundo complejo y global de las comunicaciones que sólo las rs pueden ofrecer. Por eso, si en algún lugar se juega hoy la democracia, entendida como el espacio público donde los ciudadanos deliberan desde su radical diferencia sobre todos los asuntos que les atañen, es en las rs, un puente poderoso que pone en contacto en tiempo real a millones de individuos. Huelga decir que la comunicación que fluye en las rs es abierta y libre, pues es un espacio ocupado por los propios usuarios sin más condicionante o límite que su propia capacidad de expresarse. Y no es que las rs vayan a ocupar el lugar que hoy ocupa la representación política, sino que la complementa, la estimula, por cuanto sus mensajes y contenidos ya no pueden ser ignorados por los gobernantes so riesgo de ser exhibidos y enjuiciados públicamente en estos modernos tribunales virtuales. De hecho, los políticos profesionales están cada vez más preocupados por el impacto de las rs, se saben vigilados, observados, y finalmente intuyen que ya no pueden gobernar a espaldas de
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la ciudadanía. Muchos quieren entrar en las rs, congraciarse con sus usuarios, ser populares, pero no saben cómo hacerlo, pues los usuarios de las redes no se dejan engañar fácilmente, la crítica puede ser implacable. De algún modo, las rs llenan de contenido esa idea clásica de que el poder está en vilo, me refiero al poder ocupado por los políticos profesionales, pues su permanencia o caída depende siempre de una sociedad cada vez más crítica, informada y participativa (véase Lefort, 1994). Los políticos profesionales se han dado cuenta por la irrupción de la sociedad en las rs, que ya no pueden apropiarse arbitrariamente de la política, pues la política está hoy más que nunca en todas partes. En suma, las rs reivindican al ciudadano, lo visibilizan frente a la sordina consuetudinaria de los políticos profesionales. ¿Por qué este rol que hoy desempeñan las rs no lo realizaron antes otros medios de comunicación, como la radio y la tv? La pregunta tiene sentido, pues mucho antes que llegaran las rs lo hicieron los medios electrónicos, mismos que nunca pudieron convertirse en un foro auténtico de y para los ciudadanos, pese a que muy pronto invadieron todos los hogares. Ciertamente, tanto los medios tradicionales (la prensa, la radio y la tv), como las rs (Twitter, Facebook y otras), son medios de comunicación, pero sería un error meterlos en el mismo saco. La primera diferencia es que los medios tradicionales siempre han sido ajenos a la sociedad, siempre han respondido a los intereses de sus
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dueños, por lo que la comunicación que emiten es unidireccional, vertical, del medio al receptor, sin posibilidad alguna de interacción o diálogo con la sociedad. La tv y la radio pueden tener públicos cautivos y hasta fieles seguidores o incluso teléfonos en el estudio para retroalimentarse de sus audiencias, pero su razón de ser es comunicar desde los particulares intereses y valores que representan y buscan preservar. Por su parte, las rs surgieron en Internet con la idea de conectar simultáneamente a miles de personas de manera horizontal, desde sus propios intereses y necesidades, sin mayor límite que su creatividad. En ese sentido, aunque Twitter o Facebook tienen dueños y sus acciones cotizan en la bolsa, su éxito reside precisamente en la libertad que aseguran a sus usuarios para comunicarse entre sí, al grado de que son los propios usuarios los que terminan ocupando las rs desde sus propios intereses. Desde cierta perspectiva, si los medios tradicionales se convirtieron en el cuarto poder en la era moderna, dada su enorme penetración social y capacidad de influencia; las rs se han convertido repentinamente en un quinto poder, un poder detentado por la ciudadanía por el simple hecho de ejercer ahí de manera directa y masiva su derecho a expresarse, a opinar de todo aquello que le inquieta. Por eso, si hay un lugar donde hoy se materializa la así llamada “acción comunicativa” que alguna vez vislumbró el filósofo Habermas, o sea la comunicación no interesada, horizontal, dialógica entre pares y libre del dominio de los sistemas
Si la democracia ha de ser concebida cabalmente como el gobierno del pueblo, como una moderna república (res-pública), y en ese sentido como una forma de sociedad y no sólo de representación política, la idea de espacio públicopolítico resulta crucial.
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De ahí en adelante, las sociedades en las democracias viejas y nuevas se han venido activando y movilizando con distintas intensidades y modalidades, recuperando para sí un protagonismo político que los inquilinos del poder les habían sustraído arbitrariamente.
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instrumentales, ese es precisamente el que hoy ocupan las rs (Habermas, 1987), aunque aún están en espera de mayores y mejores teorizaciones como las que han concitado durante décadas los medios tradicionales, sobre todo con respecto a su relación con la política y la democracia. Pero la tarea no es fácil. Ni siquiera tratándose de los medios tradicionales existe todavía consenso sobre la manera que impactan o influyen en la democracia. Para unos, los apocalípticos, como Giovanni Sartori (1997), la tv llegó muy temprano a la humanidad y se ha vuelto contra ella, no sólo porque marca una involución biológica del homo sapiens al homo videns, sino porque alimentan la ignorancia y la apatía de una sociedad, lo cual es aprovechado por los políticos para manipularla de acuerdo a sus propios intereses. Para otros, algunos posmodernos y culturalistas, como Gianni Vattimo (1988), la tv amplió el espectro de la mirada de los ciudadanos, por lo que acercó a los políticos a la sociedad, los volvió más humanos y en consecuencia susceptibles de crítica y juicio, amén de que ofreció a los espectadores nuevos referentes provenientes de otras realidades, lo que les permitió, por simple contrastación, reconocer los límites y deficiencias de la suya. Como quiera que sea, las preocupaciones intelectuales de lo que hoy se conoce como “videopolítica” o “teledemocracia” no son las de las rs. Más aún, estos debates se volverán obsoletos conforme las rs se vayan imponiendo en el gusto y el interés de las sociedades contempo-
ráneas. No digo que los medios tradicionales desaparecerán o dejarán de tener súbitamente el impacto que hoy tienen, pero sí es un hecho que las rs, por sus características intrínsecas asociadas a la libre expresión de las ideas, terminarán impactando y hasta colonizando a los medios tradicionales. De hecho ya lo hacen, con frecuencia éstos aluden a lo que se dice en Twitter o Facebook para tener una idea más precisa de lo que interesa y preocupa a la sociedad, y saben que permanecer al margen de las rs los aislará sin remedio. No olvidemos además, que lo que se dice en los medios tradicionales también es motivo de deliberación pública para las propias rs. Por ello, si hay una problemática a dilucidar asociada con el extraordinario avance de las rs en las democracias modernas, no es si éstas “manipulan” o “desinforman” o no lo hacen, como se discute a propósito de los medios tradicionales, sino hasta qué punto podrán desarrollarse como espejos de la sociedad, como tribunales de la política institucional, antes que los poderes fácticos busquen minimizar su impacto mediante regulaciones y controles de todo tipo. De ese tamaño es el desafío que las rs han abierto casi silenciosamente para los intereses de los poderosos, así como los riesgos que entraña su inusitado crecimiento. Todo es politizable en las redes sociales Llegados a este punto, conviene precisar que no todas las rs existentes en la supercarretera de la información
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están dotadas de las características necesarias para convertirse en lo que aquí he llamado el lugar decisivo de la democracia. Ante todo, tienen que ser populares, pues de lo que se trata es de propiciar la interacción abierta y plural de miles de usuarios en tiempo real. En la actualidad, las únicas dos rs que cumplen este requisito son Twitter y Facebook, y al parecer ninguna otra de las muchas que existen en internet parece amenazar su hegemonía. Ahora bien, no obstante que Facebook llegó primero, ha venido perdiendo adeptos frente al rápido crecimiento de Twitter, y creo no exagerar al decir que sólo es cuestión de tiempo para que Twitter desplace definitivamente a Facebook y se convierta en la red social más popular a nivel mundial. Huelga decir que esta tendencia se debe ante todo a las características intrínsecas de Twitter y de las que adolece Facebook, y que además lo aproximan más a la idea de espacio público que aquí he defendido. En efecto, Facebook nació como un medio para poner en contacto a amigos y conocidos, y en buena medida así se ha mantenido, en cambio Twitter nació para poner en contacto a individuos entre sí simplemente porque resulta interesante o enriquecedor tenerlos como interlocutores. Además, la fórmula de los 140 caracteres por tweet posibilitó la interacción ágil, dinámica y abierta de todos con todos, materializando la idea de un ágora donde todos pueden opinar y ser escuchados. Asimismo, tener la posibilidad de participar de los tt (trending topics o temas que marcan tendencia) y debatir de todo
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aquello que preocupa a la sociedad en tiempo real, generando una suerte de termómetro de los intereses sociales, abona al potencial de Twitter respecto de otras rs. Por estas y muchas otras virtudes es que sostengo que la democracia se jugará cada vez más en Twitter. De hecho, el potencial de Twitter ha quedado ya de manifiesto en las múltiples expresiones de indignación que tuvieron lugar en varias partes del mundo a lo largo de 2011, ya sea convocando a movilizaciones o simplemente repudiando a los tiranos y presionando para derrocarlos. Si Twitter ha contribuido a todo ello, imagínense lo que puede hacer en una elección, exhibiendo las contradicciones de los candidatos, reprobando sus dichos y acciones, o elogiando la sensatez y la capacidad de otros. Se podrá objetar que las rs siguen siendo irrelevantes frente a las poderosas audiencias que aún conservan los medios tradicionales, o que los usuarios de Twitter son todavía un porcentaje muy reducido de la población de un país, lo cual es hasta cierto punto cierto, pero los grandes cambios ocurren cuando hay una masa crítica capaz de impulsarlos, y hoy esa masa crítica reside invariablemente en Twitter. Sin embargo, en un mundo de intereses tan poderosos, las rs pueden ser víctimas de su propio éxito. No es descabellado suponer que tarde o temprano alguien buscará neutralizar su impacto, mediante regulaciones y controles legales de todo tipo, con lo que perderán la frescura y la independencia que hoy disfrutan. De hecho, al estar
Al tiempo que este proceso avanzaba en todas partes, aportando una energía social inédita a los ámbitos de decisión vinculantes, y acotando por esa vía al poder ocupado por partidos y gobernantes, emerge un nuevo ingrediente que viene a complementar e incluso a modificar radicalmente el espacio públicopolítico tal y como se conoció hasta entonces: las así llamadas Redes Sociales.
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Por ello, si las democracias modernas estás en crisis es porque los ciudadanos nos sentimos cada vez menos representados por nuestros representantes, o sea es una crisis de representación, caracterizada por un alejamiento o incluso un corto circuito entre representantes y representados. Pero como suele suceder, el malestar social se ha abierto paso frente a la ignominia.
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inmersas en el mercado, ya existen en Twitter mecanismos velados de censura para modificar los tt por dañar la imagen de un político o un partido. La lógica es simple, si un tt puede comprarse por parte de firmas comerciales para promocionar productos y servicios, también pueden ser comprados por los políticos para los mismos propósitos. Asimismo, si los tt pueden comprarse es lógico que también haya interesados en erogar dinero para que algunos temas desaparezcan del tt cuando afectan a alguien. Este tipo de censura ya se ha desplegado en Twitter, que no por ser una red social ocupada libremente por los usuarios, deja de ser un negocio multimillonario. Sin duda, este tipo de cuestiones minan la credibilidad de Twitter, pero es un riesgo inminente que, paradójicamente, toca a los propios usuarios denunciar, exhibir y hasta castigar con su eventual abandono en casos extremos, lo que amenazaría la propia rentabilidad comercial de Twitter. Además de estas prácticas, han emergido otras igualmente dañinas, como la compra indiscriminada de seguidores virtuales por parte sobre todo de políticos profesionales para mostrarse con ello muy populares, o la creación de bots o réplicas mediante las cuales esos mismos políticos reproducen mensajes de apoyo para sí mismos o críticas a sus adversarios, en un juego perverso de simulaciones que contamina la comunicación en Twitter. Como quiera que sea, parece que los propios usuarios de esta red social han creado sus propias vacunas para denunciar y exhibir este tipo de conductas.
De lo que se desprende que el potencial de las rs como espacios genuinos de deliberación pública depende en buena medida de la responsabilidad con la que se muevan en ellos sus propios usuarios. En esa perspectiva, y dicho a título personal, soy partidario de que los usuarios de Twitter lo hagan con sus nombres y apellidos verdaderos y no de manera anónima, o sea con nombres ficticios o seudónimos, pues en esa medida las opiniones ganan en credibilidad, y el debate se vuelve más transparente y democrático. Suele pensarse que el primero en utilizar a su favor el potencial de algo desconocido hasta entonces marcará una tendencia o un patrón. Sin duda ese fue el caso de la campaña presidencial de Barack Obama, quien supo aprovechar las rs, en particular Facebook, para ganar la presidencia de Estados Unidos en 2008. El caso de Obama ha motivado múltiples estudios y libros al grado de considerarlo un paradigma de éxito de lo que hoy se conoce como “cibercampaña” (véase, por ejemplo, Harfoush, 2010). Ninguna campaña en el mundo antes de ésta fue capaz de aglutinar por internet a tantos simpatizantes, recaudar tanto dinero para la propia campaña, y mantener un contacto tan directo y permanente con los votantes, elementos todos que sin duda redituaron en el contundente triunfo de Obama. Sin embargo, se equivocan rotundamente quienes creen ver en esta experiencia el modelo a seguir para desarrollar campañas exitosas en la nueva era de la información. Y esto es así por una simple razón, las rs
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cambian tan vertiginosamente como las propias tecnologías informáticas. Hoy, por ejemplo, a diferencia de la campaña de Obama, más que apoyarse en Facebook para conectar con sus simpatizantes, un candidato en campaña deberá hacerlo por Twitter si es que realmente quiere trascender. Ello se debe a que Twitter ha desplazado a Facebook en lo que al debate de los asuntos públicos se refiere, y ofrece de inmediato, gracias a los tt que genera permanentemente, un barómetro que mide el impacto de los contendientes. Empero, no hay nada más difícil para un político en campaña que conquistar a los tuiteros, que suelen ser críticos y perspicaces, y que saben o intuyen que sus opiniones trascienden a la sociedad en su conjunto y pueden cambiar el rumbo de una elección, sobre todo en el contexto de comicios con amplios márgenes de indecisos, debido a una pobre oferta política o partidista. Una cosa es cierta, las elecciones en el futuro se jugarán cada vez más en Twitter y cada vez menos en los medios tradicionales o en los mítines o plazas públicas. Hay muchas razones para anticipar que éste será precisamente el caso de las elecciones en el futuro inmediato. He aquí las más importantes: a) en todas las democracias prevalece una franja más o menos extensa de electores indecisos, y de ellos un buen porcentaje son tuiteros en busca de definición; b) el mayor porcentaje de indecisos en una elección es población joven, igual que el 90 por ciento de los tuiteros en el mundo, y casi siempre el voto jo-
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ven decide una elección; c) un buen porcentaje de los tuiteros constituye lo que se conoce como la “masa crítica” de una sociedad, capaz de impulsar y estimular los cambios que el país requiere, amén de que han hecho de Twitter su medio natural de expresión y deliberación pública; d) a diferencia de las elecciones en el pasado inmediato, los medios tradicionales jugarán un papel cada vez menos decisivo, pues las restricciones legales en muchos países les impide hacer proselitismo durante las campañas, mientras que Twitter permanece todavía libre de controles y regulaciones, o sea sólo pertenece a quien lo habita; e) al ser un espacio público abierto y horizontal, la moderna ágora de deliberación ciudadana, Twitter constituye el espejo más veraz de las percepciones sociales; nadie puede abstraerse de lo que ahí se defina, ni los políticos, ni los partidos ni los propios medios tradicionales; f ) ni los políticos que con dinero manipulan los tt podrán imponer su voluntad sobre la de millones de tuiteros; pues éstos han creado sus propios mecanismos para exhibir a los tramposos; g) sólo en Twitter se exhibirán sin censura los claroscuros de los candidatos, sus defectos y virtudes, cuestión que sin duda influirá en las preferencias electorales; h) Twitter se ha convertido en el medio de socialización política más influyente, muy por encima de Facebook, sobre todo entre la población joven y universitaria; i) los medios tradicionales no pueden permanecer indiferentes a Twitter so riesgo de mostrarse parciales y per-
De algún modo, las Redes Sociales llenan de contenido esa idea clásica de que el poder está en vilo, me refiero al poder ocupado por los políticos profesionales, pues su permanencia o caída depende siempre de una sociedad cada vez más crítica, informada y participativa.
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der credibilidad; y j) lo que se dice en Twitter impacta cada vez más a la sociedad e incluso empieza a colonizar a otros medios de comu-
nicación tradicionales, los cuales ya se dieron cuenta que permanecer al margen de Twitter es condenarse al aislamiento y el olvido.
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César Cansino
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24 Reputación Online Palabras clave Huella digital, Reputación distribuida, Gestión de la reputación online, Reputación corporativa, Reputación en internet, Reputación empresarial. Definición Para poder entender el origen del concepto de Reputación Online (en adelante ro), sería necesario retroceder a la explosión de internet, donde ésta podía ser fraguada a nivel macro (medios de comunicación tradicionales: prensa, radio y televisión) o a nivel micro (conversaciones a nivel privado) con un impacto y duración limitado en el tiempo, cuyo acceso al contenido con carácter retrospectivo quedaba limitado a las hemerotecas. La ro en el entorno actual, se caracteriza principalmente por el alto volumen de impactos al que puede llegar (usuarios), su velocidad de transmisión, su permanencia en internet y su efecto multiplicador, teniendo su origen en acciones off line que pueden llevar a cabo las personas, la marca o las empresas, producto de la interacción existente entre sus departamentos de comunicación, recursos humanos, responsabilidad corporati-
va, marketing, atención al cliente, logística, financiero, etcétera. En el entorno actual todos podemos opinar y tenemos plataformas donde esta opinión puede quedar reflejada/publicada, por lo que el alcance y la expansión de ésta es rápido y perdurable en el tiempo. La suma de estas participaciones hace que como usuarios dejemos nuestra huella digital en forma de opiniones, valoraciones y experiencias sobre una persona, producto o marca, y que por tanto, contribuyamos a generar una reputación distribuida, a través de la cual se puede influenciar a otros usuarios. Estas participaciones que como usuarios podemos realizar, pueden ser categorizadas como positivas, negativas o neutras, así como ponderar su poder de influencia, y categorizar temáticamente estas intervenciones en cualquier ámbito (empresarial, político, lúdico, etcétera).
En el entorno actual todos podemos opinar y tenemos plataformas donde esta opinión puede quedar reflejada/ publicada, por lo que el alcance y la expansión de ésta es rápido y perdurable en el tiempo.
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Lo que se refleja dentro de entornos sociales, tiene un fuerte impacto dentro de los resultados de un buscador cuando un usuario realiza una búsqueda. La Reputación Online es un aspecto que en los próximos años se terminará convirtiendo en la piedra angular de cualquier estrategia de marketing on line.
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Si bien es cierto que el concepto de ro está adquiriendo una fuerte evolución en los últimos años (desde el 2004 empieza a surgir en Estados Unidos el término, llegando a sus cotas más altas en 2011 y con una clara tendencia evolutiva en el 2012, en España el término empieza a tener presencia en el 2009), es en los dos últimos cuando empieza a orientarte a lo que se entiende por comunicación y relaciones públicas online en la web social o web 2.0. Sin embargo, para entender el marco de actuación y presencia de la ro, hay que tener presente dos alcances: Online Reputation Management (orm), cuyo campo de actuación es la búsqueda y análisis de la reputación existente en el contenido online y la interactuación, y el Seach Engine Reputation Management (serm), cuya finalidad es aplicar tácticas para proteger de forma proactiva y reactivas a las persona y/o marcas a través de consultas en los Motores de Búsqueda. Ambas deberán ser complementarias en una estrategia de presencia en internet (empresas, marcas, políticos o líderes de opinión), ya que lo que se refleja dentro de entornos sociales, tiene un fuerte impacto dentro de los resultados de un buscador cuando un usuario realiza una búsqueda. La ro es un aspecto que en los próximos años se terminará convirtiendo en la piedra angular de cualquier estrategia de marketing on line (hoy todavía se sigue pensando que si no se habla mal de una marca y/o persona no es necesario llevar a cabo nin-
guna acción), independientemente de sector de actuación, y sobre el que se deberán tener en cuenta claramente dos entornos de actuación: buscadores y plataformas sociales. La disociación de éstos o la falta de estrategia en cualquier de los dos, podrá tener limitaciones posteriores en casos de crisis, por tanto, en un entorno tan cambiante como es internet, en el que el usuario adquiere un papel principal y hay una alta velocidad de transmisión del mensaje, es necesario definir y establecer estrategias de presencia reactivas, tanto dentro de las plataformas sociales como de cara a los resultados de los buscadores. Por último, no hay que olvidar que una ro tiene su origen en una reputación off line previa, y que si bien es necesario trabajar una estrategia reactiva, no siempre es posible prever situaciones de crisis que van a tener un reflejo tanto off line como on line, si bien este último, cuando hay un trabajo de campo previo por parte de las marcas o líderes políticos, la capacidad de reacción es mucho mayor, y las posibilidades de éxito también. Gestión de la reputación en buscadores y plataformas sociales En palabras del Online Consultant Ben Cotton: En la era digital, los contactos profesionales ya no se hacen con un apretón de manos, comienzan con un buscador. Ahora, las primeras impresiones se crean con la huella digital que dejas online, mucho antes de que te encuentres con alguien en persona.
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Actualmente los buscadores se están convirtiendo en gestores de ro, en la medida que son el primer lugar al que la gente acude para encontrar información (un 80 por ciento de los resultados que un usuario encuentra, han sido localizados a través de un buscador), por lo que las técnicas para protegerla, gestionarla y potenciarla, nunca han sido tan importantes. Buscadores. Esto nos obliga a tener que entender de forma básica cómo funciona un buscador, cómo indexa los contenidos, cómo éste presenta los resultados cuando un usuario realiza una búsqueda y qué tipo de resultados presenta. Hay que saber que los buscadores no sólo se circunscriben a páginas web, sino a una gran variedad de tipología documental a través de la cual las empresas, las marcas o los líderes políticos pueden tener presencia. Esta presencia dentro de los resultados naturales de un buscador puede ser reflejada principalmente a través de imágenes, videos, noticias, documentos (en diferentes formatos: ppt, doc, pdf…), reviews realizadas por usuarios (orientadas principalmente a marcas), opiniones en foros, comentarios de blogs, páginas de los perfiles de redes sociales o perfiles en plataformas del estilo de Wikipedia. A la hora de definir y generar la huella digital de una empresa, marca o líder político, hay que saber que la actividad dentro de las diferentes plataformas puede ser indexada por parte de los buscadores y, por tanto, se debería facilitar su visibilidad a los mis-
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mos. Esto último está teniendo cada vez más fuerza, desde que los principales buscadores (Google y Bing) han concentrando sus esfuerzos en la búsqueda social y en cómo ésta tiene presencia en sus resultados. En el caso de Google a través de su red social Google+1 y en el caso de Bing a través de los resultados de Facebook. Plataformas Sociales. Igualmente, habrá que ser consciente que el trabajo de presencia que se haga en las plataformas sociales hará que se tenga mayor exposición y, por tanto, la intervención e interacción con los usuarios deberá responder a unas pautas de actuación. Se tendrá que aprender a escuchar antes de participar, y estar en un constante proceso de aprendizaje, para saber qué tono es el idóneo y cuándo se debe aportar valor. Una de las máximas dentro de las redes sociales pasa por aplicar el sentido común a cada una de las intervenciones, y por supuesto, evitar dogmatizar y no tratar de controlar la conversación, ni imponer el contenido. En palabras de la social media strategist Gaby Castellanos, algunos de los aspectos tácticos que deben considerarse a la hora de tener presencia en entornos sociales, es conocer los procedimientos ante una crisis, siempre el contenido va a ser la moneda de intercambio, trasparencia, evitar reaccionar y no “echar gasolina”, analizar con lógica el tono y el mensaje, y sobre todo, aplicar el principio de precaución. También obliga a que las empresas, marcas o líderes políticos tengan que conocer al consumidor, al troll,
Una Reputación Online tiene su origen en una reputación off line previa, y que si bien es necesario trabajar una estrategia reactiva, no siempre es posible prever situaciones de crisis que van a tener un reflejo tanto off line como on line.
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Actualmente los buscadores se están convirtiendo en gestores de Reputación Online, en la medida que son el primer lugar al que la gente acude para encontrar información (un 80 por ciento de los resultados que un usuario encuentra, han sido localizados a través de un buscador), por lo que las técnicas para protegerla, gestionarla y potenciarla, nunca han sido tan importantes.
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a los grupos de usuarios organizados, a los influencers y sobre todo, saber lo que hace la competencia. Igualmente, va a ser muy importante saber segmentar la masa opinante que se va a dar en estos entornos, la categorización de ésta (usuarios críticos, detractores, exclientes o propios empleados) va a permitir tener una visión más clara de cómo realizar la actuación. Herramientas que trabajan la presencia en Internet Toda estrategia de presencia en internet debe partir con una primera fase de escucha, es decir, investigar sobre qué se habla y quién habla; una segunda fase de monitorización, donde se va viendo la evolución y clima de opiniones por parte de los usuarios, y qué ayudará a la toma de decisiones acertadas; y una tercera fase de intervención y gestión, donde se trabaja la presencia de la persona y/o la marca. A la hora de construir la presencia de una marca, persona o líder político, es muy recomendable crear una herramienta que actúe como columna vertebral de la estrategia de comunicación, con carácter general puede ser un blog y/o página Web. El uso de éstas se debe principalmente a que van a permitir aglutinar un volumen elevado de información, se les confiere un mayor grado de autoridad por parte de los buscadores y permiten al usuario tener una visión global de la información existente sobre la marca, persona o líder político. Si la elección es trabajar con un Blog, he aquí algunas de sus características: son muy dinámicas de
cara a la gestión de actualización de conocimientos, son herramientas fácilmente escalables, permiten un alto grado de interacción con los usuarios, tienden a ser más económicos que la creación de un Sitio Web, excelente plataforma para incorporar espacios publicitarios, rápida indexación de sus contenidos y de posicionamiento natural y permiten convertirnos es referentes sobre una temática/materia. Lo primero que se deberá hacer es llevar a cabo el registro de un dominio vinculado a la persona/ marca y sus variantes de tlds, registrar dominios considerados como “conflictivos” o susceptibles de ser vinculados a la persona/marca, usar plataformas Open Source (ejemplo: Wordpress/Joomla) para la gestión de contenido, dotar de un canal rss (para la suscripción por parte de los usuarios) e informar a través de esta plataforma de la presencia en el resto de plataformas sociales. El uso de estas herramientas debe ir acompañado de una serie de prácticas conocidas como Search Engine Optimization (seo), es decir, optimizar el contenido que se publique en el blog con el objetivo de que éste tenga mayor visibilidad dentro de los resultados de los buscadores. Una vez que se tiene la herramienta que vertebre la comunicación de forma horizontal, es importante trabajar la presencia en otro tipo de plataformas. El trabajo dentro de éstas, debería estar en relación directa con lo analizado en la Fase de Escucha y de la monitorización que se haga dentro de los resultados en los buscadores.
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Por tanto, algunas de las principales plataformas que van a permitir trabajar la ro en ambos entornos (entornos sociales y resultados en los buscadores) son: Wikies y plataformas de biografías. En el caso de las Wikies, es una opción muy buena para dar a conocer una persona y/o marca, la plataforma de referencia sin duda es Wikipedia, por la autoridad que tiene de cara a los buscadores y por el nivel participativo de los usuarios (si se realiza una búsqueda por los principales políticos norteamericanos, todos ellos tienen una página en inglés, en muchos casos también en español), y éstas aparecen dentro del top 5 de los resultados de los buscadores. Las Biografías es una tipología más de sitios sobre el que se puede generar contenido de una persona. Por ejemplo, el portal www.biography.com está orientado a personas reconocidas dentro del sector del ocio, entretenimiento, deporte y política; o el portal www.s9.com, está más orientado a biografías de personas con menor alcance mediático. Plataformas de vídeos. Las plataformas de vídeo se han convertido sin lugar a duda en un soporte necesario para dar a conocer de forma visual los aspectos de una persona y/o marca (son la columna vertebral de muchas estrategias de marketing online). Las principales plataformas (Youtube, Facebook Video o Vimeo) ofrecen la funcionalidad de creación de canales ad hoc, y en éstos se publican los videos (actualmente en España, con motivo de las elecciones gene-
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rales, se ha creado una canal específico para éstas www.youtube.com/elecciones2011, donde pueden compararse los programas electorales). El éxito de la visibilidad de sus contenidos dentro de la propia plataforma y en los resultados de una búsqueda global, pasa por una optimización de aspectos básicos: un título, una descripción y unas palabras clave. En paralelo se ponderarán otros aspectos sociales (puntuar el vídeo con “me gusta” o “no me gusta”, los comentarios de los usuarios y botones sociales) y de viralidad (posibilidad de embeber el vídeo en otras plataformas a través de una url específica). Plataformas de publicación de contenidos. Estas plataformas están adquiriendo un fuerte impacto de cara a la calidad de los contenidos que se publican y sus posibilidades de posicionamiento natural, tanto si se busca por nombre de persona como por palabra clave, dos de las principales plataformas para crear un canal personal o corporativo son: Slideshare y Scribd. Estas plataformas también tienen la funcionalidad de los botones sociales para poder ser votados por los usuarios, así como las posibilidades de viralidad de los documentos publicados a través de la opción de embed y ser seguidos por usuarios interesados en los contenidos publicados Plataformas de Microblogging. Sin duda alguna, Twitter es el máximo exponente de este tipo de herramientas por volumen de usuarios a nivel mundial (a fecha de julio de 2011 registraban más de 200 millones de
Toda estrategia de presencia en internet debe partir con una primera fase de escucha, es decir, investigar sobre qué se habla y quién habla; una segunda fase de monitorización, donde se va viendo la evolución y clima de opiniones por parte de los usuarios, y qué ayudará a la toma de decisiones acertadas.
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A la hora de construir la presencia de una marca, persona o líder político, es muy recomendable crear una herramienta que actúe como columna vertebral de la estrategia de comunicación, con carácter general puede ser un blog y/ o página Web.
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cuentas registradas). Es una muy buena herramienta como bitácora personal para la dinamización y viralidad del contenido a través de un máximo de 140 caracteres. Es necesario conocer las pautas básicas de publicación e interacción con los usuarios, para poder trasladar un mensaje claro y efectivo. Por ejemplo, es una herramienta muy utilizada por los políticos norteamericanos, y en el caso de España, los dos principales candidatos a las elecciones generales del 2011 (Mariano Rajoy y Alfredo Perez Rubalcaba) han habilitado una cuenta para comunicarse con los ciudadanos.
Plataformas profesionales. Las plataformas profesionales son entornos ideales para identificar perfiles y experiencias profesiones específicas muy útiles para procesos de selección, igualmente, son utilizadas para identificar potenciales seguidores de un producto y/o marca, por este motivo, dentro de la plataforma las empresas pueden crear su propia página y hacer referencia a sus productos. Por volumen de usuarios actualmente Linkedin es la plataforma de referencia, sin olvidar Xing y BranchOut sobre la que Facebook está trabajando para ganar terreno.
Plataformas de ocio. Este tipo de plataformas aglutinan millones de usuarios a nivel mundial, por lo que se convierten en objetivo de marcas y líderes políticos a la hora de trasladar el mensaje y trabajar el engagement hacia ellas. Entre éstas habría que destacar a nivel mundial Facebook, la recién lanzada Google+ y Orkut, todas ellas ofrecen a los usuarios la funcionalidad de publicación de contenidos, compartir e integrar otras plataformas dentro de éstas. Por ejemplo, a través de Facebook hay una fuerte demanda para el desarrollo de aplicaciones como parte de la estrategia de captación y branding que realizan las marcas y líderes políticos (para las elecciones del 2012 en Estados Unidos, los candidatos están haciendo uso de éstas con objetivos de captación de votantes, donaciones y difusión del mensaje), asimismo, es una red que permite integrar contenidos procedentes de Youtube, Linkedin y Twitter.
Plataformas de imágenes. Son un medio gráfico excelente para mostrar las características de una marca, empresa o candidato político. Las principales plataformas para trabajar esta presencia son Flickr (Yahoo!) y Picassa (Google), ambas ofrecen las funcionalidades de descripción de los contenidos que son publicados, y en ambos casos ofrecen la funcionalidad de interactuar con los usuarios de la red. Plataformas de reviews de usuarios. Este tipo de plataformas están más orientadas a la comparativa de productos y servicios, y son referentes para los usuarios a la hora de toma de decisiones en el consumo, algunas de las principales plataformas a nivel mundial son Dooyos, Yelp o Ciao. Plataformas de artículos. Son una buena base para generar autoridad dentro de una temática, por ejemplo, la plataforma de artículos
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Knol (Google) permite publicar contenido de cualquier temática, y generar conversación entre los usuarios de la plataforma, así como el voto que éstos le pueden asignar en función del valor que perciben. Plataformas de blogs. El modelo de negocio de algunas redes de blogs es proporcionar contenido y enlaces dentro de su red de blogs. Esto va a permitir poder negociar el patrocinio de posts sobre la persona y/o marca. La visibilidad de éstos, va a depender en gran medida de: la calidad del propio blog y del contenido generado. Si se elige esta opción, en recomendable que el blog tenga unos requerimientos básicos: calidad de la indexación, elevado posicionamiento natural por variedad de palabras clave, tráfico, seguidores, antigüedad, idioma del mercado donde se quiere tener presencia y, en mayor o menor medida, la variable de popularidad utilizada por Google, el PageRank. Sitios Web externos. Son sitios donde no se tiene el control directo sobre el contenido que hace referencia a la persona y/o marca, pero que ofrecen un espacio de calidad y autoridad de cara a usuarios y buscadores. Por ejemplo, tener la biografía de un candidato dentro una web oficial, como es el caso del dominio del Senado de Estados Unidos (www. senate.gov/) que genera presencia de sus senadores a través de subdominios (perfil del senador John Tune en thune.senate.gov). De forma paralela a las acciones que se pueden ejecutar
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en plataformas de terceros, se debe valorar y trabajar acciones dentro de: Campañas de Enlaces Patrocinados (ppc). Las campañas de enlaces patrocinados pueden ser un fuerte respaldo a la ro dentro de los resultados de una búsqueda, ya que una marca puede trabajar su presencia por un grupo de palabras clave específico. A través de éstas, se trabaja un mensaje muy directo y con una página destino (landing page) muy orientada. Sitio web propio. Cualquier persona, marca y partido político debe tener una página web propia desde donde se pueda generar y controlar el contenido que interese trasladar al público en general, una sección que debe ser trabajada con calidad y rigor es la sala de prensa o área de comunicación, desde la cual se pueda trasladar todo el material necesario que el usuario pueda requerir a título informativo, y de cara a los buscadores, que éstos puedan indexar y posteriormente posicionar. Microsites. Pueden ser generados con motivo de una campaña específica. Por ejemplo, dentro del ámbito político, pueden crearse microsites para la recaudación de fondos para una campaña política o para la suscripción de nuevos afiliados; en el caso de las marcas, puede tener como finalidad la generación de bases de datos con los usuarios que se registran, con el objetivo final de venta de un producto y/o servicio.
Es crítico saber qué grado de visibilidad/ autoridad tiene un sitio web/ plataforma de cara a los buscadores antes de realizar una labor de presencia dentro de la plataforma.
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El impacto que puede tener una opinión realizada por un usuario viene dada por la propia plataforma donde es realizada, el peso que tiene ese usuario dentro de la misma y la temática de la interacción.
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Registro de dominios. No todos los dominios que se registren van a ser susceptibles de ser usados, por tanto, su gestión puede pasar por realizar redireccionamientos al dominio principal sobre el que se va a realizar la presencia en internet. Con esta acción de registro, se pueden atajar situaciones conflictivas como el registro por parte de un tercero y tener posteriormente que entrar en acciones de reclamación. Acuerdos con terceros. Se puede gestionar la presencia y generación de contenido en un portal relacionado con la temática de interés, de forma que un área del sitio web puede estar dedicada a potenciar la imagen de la persona y/o marca. Crear tu propia comunidad y foro. Es una excelente forma de poder trabajar la comunicación directa con los usuarios que se acerquen a la persona y/o marca, y resolver de primera mano aquellos aspectos que generan mayor volumen de actividad. Reflejo y variables de medición de la presencia digital en buscadores y plataformas sociales Una vez que es definida, generada y trabajada la presencia on line de la persona y/o marca, hay que tener en cuenta que su visibilidad debe ser analizada desde varios aspectos: Contenidos que indexan los buscadores. Con carácter general, los motores de búsqueda rastrean e indexan todo aquello a lo que no se le
pone límites (principalmente a través de las directivas indicadas en el fichero robots.txt que deben tener los sitios web, y que debe ser ubicado en la raíz del dominio). No todos los sitios que web/ plataformas que indexan los buscadores tienen el mismo grado de autoridad, es decir, a cada uno de ellos se les confiere un peso específico de cara a las posibilidades de que el contenido indexado sea posicionado, junto a esto, hay que tener en cuenta, que cada buscador tiene diferentes variables de ponderación para determinar la autoridad de un sitio web. Por tanto, es crítico saber qué grado de visibilidad/autoridad tiene un sitio web/plataforma de cara a los buscadores antes de realizar una labor de presencia dentro de la plataforma. Las principales variables que van a determinar este grado de visibilidad de una plataforma/contenido son: rapidez con la que los contenidos son indexados; rapidez con la que el perfil creado dentro de la plataforma aparece entre el top 20 dentro de los resultados de un buscador; y capacidad temporal de presencia del contenido dentro de los resultados del buscador. Igualmente, es necesario hacer la valoración de los resultados indexados por los buscadores, esto ayudará a identificar las posibilidades de éxito que supone generar contenido y presencia en diferentes plataformas: antigüedad de los resultados que hacen referencia a la persona y/o marca; tipología de plataforma sobre la que es vertida la opinión; y tipología de comentarios existentes.
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Ambos aspectos son críticos de cara a las posibilidades de tener presencia con los contenidos que se generen, o capacidad para desplazar resultados que son considerados como críticos por parte de las marcas o líderes políticos. Variables que pueden determinan el poder de una interacción realizada por un usuario dentro de una plataforma. La forma de ponderar el impacto que puede tener una opinión realizada por un usuario viene dada por la propia plataforma donde es realizada, el peso que tiene ese usuario dentro de la misma y la temática de la interacción. Actualmente, y por volumen de usuarios que aglutinan determinadas plataformas a nivel mundial, es necesario conocer el comportamiento que tienen estás, las posibilidades que dan, así como las variables que pueden ser medidas dentro de cada plataforma y categorizarlas. Si bien existen multitud de propuestas a la hora de medir el alcance e impacto de las interacciones por parte de los usuarios, me he decantado por la propuesta metodológica realizada por Nate Elliott, et al. (2009) que puede ser aplicada tanto en el ámbito empresarial como político, ya que la categorización de las interacciones así como sus variables de medición son intrínsecas a las características de las plataformas. Esta propuesta recoge una matriz de medición basado en 6 puntos de análisis (objetivos): 1) alcance del usuario (describe lo largo y ancho de la difusión del menaje); 2) impacto del usuario (describe cómo sus esfuerzos pueden hacer cambiar
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las acciones u opiniones en otros consumidores); 3) volumen de participación (describe cómo los usuarios interactúan con sus iniciativas sociales); 4) calidad de la participación (describe la fuerza y profundidad de las interacciones de los usuarios con sus iniciativas sociales); 5) volumen de energía (describe cuántos consumidores hablan sobre su compañía y sus productos); y 6) calidad de la energía (describe la naturaleza de las opiniones expresadas por los consumidores cuando están hablando sobre algo/alguien y su influencia sobre otros consumidores). Cada objetivo tiene un conjunto de indicadores que van a permitir medir su éxito, están estructurados en: 7) Listening (ve la calidad de las conversaciones y entender sobre qué se está hablando); 8) Talking (ve cuántos consumidores reciben los mensajes y cómo hay un cambio en su comportamiento); 9) Energizing (ve quiénes son los consumidores entusiastas y los anima a transmitir el mensaje); 10) Supporting (centrado en la calidad de la participación y el impacto en el consumidor con el objetivo de conocer el punto de vista del consumidor en acciones de respuesta a un problema que haya surgido); 11) Embracing (centrado también en la calidad de la participación, pero desde el punto de vista de modificar aspectos de un producto basado en el feedback recibido por parte de los consumidores). Una vez que se tienen los objetivos e indicadores, es cuando se indican las plataformas donde se dan las interacciones, las métricas y las herramientas susceptibles de apoyar esas
El principal escollo a la hora de medir la presencia e impacto dentro de las plataformas sociales es cómo éstas cuantifican el sentimento de los usuarios, actualmente no hay ninguna herramienta que pueda ponderar de forma automática el valor semántico de las opiniones de los usuarios, es decir, no hay capacidad para procesar el valor semántico del discurso.
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La monitorización que hacen las herramientas orientadas a medir la actividad social está limitada principalmente a valoraciones cuantitativas (datos).
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métricas. Por ejemplo: 1) para el objetivo “Alcance del usuario” (plataforma a seguir: Blogs; métricas: los suscriptores a los feed de blog y los visitantes únicos; herramientas: Feedburne, Omniture); 2) para el objetivo “Impacto del usuario” (plataforma a seguir: foros de ayuda; métricas: volumen de solicitudes que piden apoyo; herramientas: eGain, Kana (proveedores de software para servicios al cliente). Por tanto, como se ha indicado anteriormente, los principales buscadores tienen capacidad para devolver resultados procedentes de las intervenciones que se realizan en foros, comentarios en blogs, perfiles habilitados en plataformas sociales, review de usuario sobre productos y servicios, etcétera, por este motivo, es crítico realizar una labor de intervención de calidad dentro de estos entornos, y ver cómo la medición de éstos ayuda a la percepción del usuario, y por extensión a los resultados que pueden ser presentados en un buscador. El principal escollo a la hora de medir la presencia e impacto dentro de las plataformas sociales es cómo éstas cuantifican el sentimento de los usuarios, actualmente no hay ninguna herramienta que pueda ponderar de forma automática el valor semántico de las opiniones de los usuarios, es decir, no hay capacidad para procesar el valor semántico del discurso. Por tanto, la monitorización que hacen las herramientas orientadas a medir la actividad social está limitada principalmente a valoraciones cuantitativas (datos), si bien hacen un esfuerzo de ponderación automática
sobre el sentimiento de los usuarios, que posteriormente va a requerir un trabajo muy manual para medir las valoraciones cualitativas. Pautas de intervención Una vez que es identificado dónde tiene presencia la marca y/o persona, y se quiere intervenir e interactuar con los usuarios, es importante tener un workflow de interacciones para garantizar y ayudar a una conversación clara con éstos. Este aspecto es crítico, sobre todo para empresas donde pueden intervenir un número importante de departamentos (ejemplo: departamento de atención al cliente, marketing, comunicación) a la hora de dar respuesta a un usuario, este workflow puede ayudar a evitar descoordinación a la hora trasladar el mensaje; en el caso de los partidos políticos, el comportamiento debería ser igual. Otro aspecto crítico es cómo los empleados de una compañía deberían intervenir en plataformas sociales y cómo este contenido es atribuido a la imagen de marca, por tanto, es necesario que una empresa que quiere tener presencia dentro de plataformas sociales desarrolle un protocolo de intervención para sus empleados, esto asegurará en un buen número de casos, no alimentar situaciones de crisis en las que pueda verse inmersa la compañía. Comportamiento similar deberían tener los partidos políticos, organizaciones públicas y privadas, y entidades en general que quieran trabajar su visibilidad dentro del entorno social.
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Esther Checa Gutiérrez
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25 Social Media Palabras clave Social media, Medios sociales, Medios interactivos, Medios participativos, Red participativa, Red social, Web 2.0. Definición Tanto en el ámbito académico como empresarial y político, existen algunas confusiones conceptuales con respecto al término Social Media (en adelante sm), el cual se utiliza ampliamente en su acepción inglesa en detrimento de la versión española, derivadas de su acelerada evolución y de la multiplicidad de sus formas. De acuerdo con Kaplan y Haenlein (2010), los sm son “un grupo de aplicaciones de Internet que constituyen la base ideológica y tecnológica de la web 2.0 y permiten la creación y el intercambio de contenidos generados por los usuarios”. La web 2.0 es la plataforma que da lugar a la evolución de los sm. En otras palabras, los sm involucran un complejo ecosistema de recursos tecnológicos (aplicaciones, plataformas, herramientas) que posibilitan la creación de contenidos por parte de los usuarios, potencian la naturaleza dialógica de la red, la generación de comunidad y la cons-
trucción de inteligencia colectiva. En la era de la revolución digital, los sm constituyen uno de los ámbitos en que se manifiestan las potencialidades de la interacción y articulación de sujetos en red a través de una diversidad de actividades y propósitos: desde los contactos sociales espontáneos y esporádicos, hasta las comunidades académicas y científicas estables, pasando por las multitudes inteligentes (Rheingold, 2002) que reinventan las formas de organización y movilización social, las estrategias de difusión de información, la construcción de vínculos emocionales y la generación de inteligencia colectiva (Lévy, 2004). Si bien es cierto que actualmente los más populares sm son las redes sociales, el complejo ecosistema de sm comprende mucho más que eso. Otro tipo de sm son los mundos virtuales y los juegos sociales (social gaming). Otros tipos de sm involucran una serie de aplicaciones
Los Social Media involucran un complejo ecosistema de recursos tecnológicos (aplicaciones, plataformas, herramientas) que posibilitan la creación de contenidos por parte de los usuarios, potencian la naturaleza dialógica de la red, la generación de comunidad y la construcción de inteligencia colectiva.
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En la era de la revolución digital, los Social Media constituyen uno de los ámbitos en que se manifiestan las potencialidades de la interacción y articulación de sujetos en red a través de una diversidad de actividades y propósitos.
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y formatos que posibilitan compartir, transformar o almacenar contenidos en la nube (file sharing, wikis y repositorios), servicios de transmisión en tiempo real (streaming), herramientas interactivas, de producción, geolocalización, etcétera. Cualquier herramienta, plataforma o aplicación que involucre la participación del usuario en la generación de contenidos a través de tecnologías interactivas y que genera comunidad forma parte de la ecología de los sm. La rapidez de los avances tecnológicos convierte a los sm en un espacio dinámico de permanente actualización. La adopción y la popularidad de los sm se diversifican en función de los contextos culturales y el tipo de usuarios. Historia, teoría y crítica De acuerdo con Kaplan y Henlein (2010) los antecedentes de los sm se pueden remontar a la aparición de Usenet en 1980, un servicio que permitía a los usuarios leer y enviar mensajes (news), a través de una o más categorías (newsgroups). Usenet es el precursor de los foros de internet que se utilizan actualmente. Otro importante hito fue la aparición en 1986 de listserv, el software que inaugura las listas de correos vigentes hasta hoy. Los blogs aparecen a inicios de los noventa y el término weblog es acuñado en 1997. En 1998 surge Open Diary, la primera comunidad global de bloggers y en 1999 surge la plataforma Blogger, que daría el impulso definitivo para la consolidación de los blogs como
espacios de expresión y opinión. Con respecto a los servicios de redes sociales, los autores colocan a Classmates.com (1995) en el origen, mientras que en su recapitulación histórica, Boyd y Ellison (2008) inician la lista con Six Degrees (1997), haciendo énfasis en el tipo de redes sociales que permiten la apertura de perfiles, un formato que va a transformar e impactar profundamente el ecosistema de sm: Friendster (2002), MySpace (2003), Linkedin (2003), Hi5 (2003), Facebook (2004). Los repositorios de contenidos como Flickr (2004) y Youtube (2005) surgen también en esa época. Web 2.0. La historia de los sm está estrechamente relacionada con el desarrollo tecnológico de la capacidad interactiva y participativa de la red y de la posibilidad de generación de contenidos por parte del usuario (user generated content, ugc), funcionalidades que se articulan bajo la denominación de web 2.0, web social o web participativa. El término web 2.0 fue acuñado en 2004 por Tim O’Reilly (2005) y rápidamente adoptado por las comunidades de programadores y usuarios, en el afán de responder a la serie de transformaciones que estaba experimentando la red y a la manera en que los internautas estaban haciendo uso de ella. El concepto de web 2.0 no posee una delimitación estricta, refiere a una serie de principios y prácticas (O’Reilly, 2005) más que a una realidad estable y rígida. Para O’Reilly el sentido de la web 2.0 tiene que ver fundamental-
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mente con el aprovechamiento de la inteligencia colectiva. La inteligencia colectiva, un concepto retomado del trabajo de Piérre Lèvy (2004) que la define como “una inteligencia repartida en todas partes, valorizada constantemente, coordinada en tiempo real, que conduce a una movilización efectiva de las competencias”. La inteligencia colectiva permite desechar un modelo centrado en el individuo para adoptar una postura basada en la riqueza y el poder de la colectividad. La lógica de la inteligencia colectiva permite la consolidación de la web 2.0, que de acuerdo con Kroski (2005) ocurre cuando se alcanza una masa crítica de participación en un sitio web o sistema, permitiendo a los participantes actuar como un filtro de aquello que tiene valor. El valor agregado por el usuario a los contenidos permite la optimización del sistema ininterrumpidamente (lo que se refleja claramente en el caso de Google y Amazon), la red aprende explícita e implícitamente a partir de los datos codificados de manera semántica: La inteligencia colectiva depende de la gestión, comprensión y respuesta a grandes cantidades de datos generados por los usuarios en tiempo real. Los “subsistemas” del sistema operativo emergente de Internet son crecientes subsistemas de datos: la ubicación, la identidad (de personas, productos y lugares), y los entramados de significación que los unen (O’Reilly, 2009).
La web 2.0 es una plataforma cuyos pilares son la confianza en el usuario, la participación, la
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colaboración, la interactividad, la descentralización, el etiquetado (tagging, folksonomía), el valor agregado por los usuarios (recomendaciones, curación de contenidos), el derecho a la transformación de los datos (remix), la sindicación, la optimización de los motores de búsqueda, el movimiento p2p (peer to peer), que en conjunto dan lugar al incremento de la inteligencia colectiva. User Generated Content (ugc). La red social y participativa transforma radicalmente las posibilidades de los sujetos y maximiza su naturaleza creadora. Los sujetos son a la vez productores/creadores, consumidores/usuarios. Para explicar esta condición aparece la categoría de produser, un sujeto generador activo de contenidos en una variedad de entornos virtuales, reformulando el concepto de prosumer propuesto por Toffler (1971). El término produsage (Bruns 2007 y 2008) recalca el proceso de construcción colaborativa y continua, así como la expansión del contenido existente con el propósito de mejorarlo. Nuevas aproximaciones tratan de ampliar esta naturaleza del usuario y lo proponen como gestores o curadores de contenidos, content agents, una función aún más relevante. El sujeto puede generar, compartir y reinventar los contenidos de manera creativa (remix, mashups), pero también gestionar, asignar valor, generar circuitos de distribución de información: son los nuevos gatekeepers o gatewatchers (Bruns, 2005) de la era digital.
Si bien es cierto que actualmente los más populares Social Media son las redes sociales, el complejo ecosistema de Social Media comprende mucho más que eso.
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Los antecedentes de los Social Media se pueden remontar a la aparición de Usenet en 1980, un servicio que permitía a los usuarios leer y enviar mensajes (news), a través de una o más categorías (newsgroups).
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De acuerdo con la ocde (2007) los contenidos generados por los usuarios poseen las siguientes características: en primer lugar, deben ser publicados en un sitio web de acceso público o en un sitio de redes sociales accesibles a un grupo de personas; en segundo lugar, es necesario mostrar una cierta cantidad del esfuerzo creativo y, por último, es necesario que se haya creado fuera de las rutinas y prácticas profesionales. Esta definición excluye en primera instancia los correos o mensajes de texto y, por otra parte, concibe la creatividad de manera limitada, puesto que no se asume como esfuerzo factible de ser realizado en cualquier espacio, sea o no profesional. De esta manera, es recomendable comprender que la generación de contenidos involucra la capacidad de producción de conocimiento y creación en sentido amplio, en cualquiera de sus expresiones y plataformas. Medios sociales. De acuerdo con Rheingold (2008, p. 100) los sm o participativos comparten tres conjuntos de elementos: los técnico-estructurales, los psicológico-sociales y los económico-políticos. En términos técnico-estructurales, permiten compartir información de muchos a muchos, lo que transforma radicalmente la asimetría existente entre el productor y la audiencia propia de la era pre-digital. Para alcanzar este propósito fue necesario desarrollar ciertas funcionalidades para los usuarios, entre las más importantes, están Flash (animación, interactividad); rss (Real Simple Syndication) un web feed
o agregador web que permite la sindicación, es decir, vuelve accesibles las actualizaciones de los sitios a los que nos suscribimos; y ajax, un conjunto de tecnologías que enriquecen la experiencia del usuario a través de la interactividad, el intercambio, la manipulación y la recuperación asíncrona de datos, etcétera (O’Reilly, 2009). En términos psicológico-sociales, la participación activa de muchas personas constituye el fundamento del valor y el poder. El valor y el poder no se derivan estrictamente de la cantidad de personas, sino de su capacidad para establecer redes y crear comunidades. En términos económico-políticos, permiten que las redes humanas, ampliadas por las redes de información y comunicación, coordinen actividades de manera más amplia, más rápida y con menor costo. Kaplan y Heinlein (2010, p. 63) proponen una clasificación de los sm a partir de una matriz que articula dimensiones provenientes de las teorías de la comunicación y de la sociología. Por una parte, la categoría de presencia social que sostiene que los medios difieren en el grado de presencia social (visual, acústica, etcétera) que se puede lograr entre los interlocutores. La presencia social se encuentra determinada por el grado de intimidad de interacción (mediada o presencial) y la inmediatez del medio (asíncrona o sincrónica). La presencia social es menor en las interacciones mediadas (conversación telefónica) que en las presenciales (discusiones cara a cara) y mayor en las interaccio-
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otros se hacen de ellos. Los sujetos se presentan en el ciberespacio a través de la auto-revelación que se produce al ofrecer información personal consistente con la imagen que pretende ofrecer a los otros. De acuerdo con esta tipología, los autores agrupan los sm en tres tipos (ver Esquema 1). Kietzman, Hermkens, McCarthy y Silvestre (2011, p. 243) en otro afán de sistematización de la ecología de los sm, proponen una clasificación de los distintos niveles en los que opera su funcionalidad. De acuerdo con esta tipología, es posible agrupar los sm a través de siete bloques: identidad, conversación, compartir, presencia, relaciones, reputación y grupos. Cada bloque permite examinar una faceta de la experiencia del usuario con las respectivas implicaciones de su adopción. Las funcionalidades pueden integrarse y coexistir. Los autores lo visualizan a manera de panal que aquí simplificamos a través de una tabla (ver Tabla 1):
nes sincrónicas (chat) que las asíncronas (por ejemplo, correo electrónico). Es decir, una menor mediación y una mayor inmediatez dan como resultado una mayor presencia social y cuanto mayor sea la presencia social, mayor será la influencia que se puede ejercer sobre el otro. También utilizan la categoría de riqueza mediática que plantea que el objetivo de la comunicación es la resolución de la ambigüedad y la reducción de la incertidumbre. Los medios difieren en el grado de riqueza que poseen, es decir la cantidad de información que pueden transmitir en un intervalo y, por tanto, ciertos medios resultan más efectivos para la reducción de la ambigüedad y la incertidumbre. Por otra parte, retoman las teorías sobre el interaccionismo simbólico y los procesos de autopresentación y la auto-revelación (self-disclosure) que afirman que en toda interacción los sujetos intentan controlar las impresiones que los Esquema 1 • Tipos de Social Media
Presencia social/riqueza del medio Baja
Media
Alta
Alta
Narrativas (blogs)
Redes sociales (Facebook, Google+, Twitter)
Mundos virtuales (Second Life)
Baja
Proyectos colaborativos (Wikis)
Comunidades de contenidos (YouTube, Flickr)
Juegos virtuales (World of Warcraft)
Auto-presentación Auto-revelación
La historia de los Social Media está estrechamente relacionada con el desarrollo tecnológico de la capacidad interactiva y participativa de la red y de la posibilidad de generación de contenidos por parte del usuario, funcionalidades que se articulan bajo la denominación de web 2.0, web social o web participativa.
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Tabla 1 • Funcionalidad e implicadiones de los Social Media SOCIAL MEDIA
FUNCIONALIDAD
IMPLICACIONES
Identidad
El grado en que los usuarios se revelan a sí mismos
Control de la privacidad de los datos y herramientas para la autopromoción
Conversación
El grado en que los usuarios se comunican con otros.
Frecuencia y contenidos de la conversación, riesgos de participación y adscripción
Compartir
El grado en que los usuarios intercambian, distribuyen y reciben contenidos
Gestión de contenidos y objetos de la socialización (intereses compartidos por los usuarios)
Presencia
El grado de disponibilidad y localización del usuario
Crear y manejar la realidad, la intimidad y la inmediatez del contexto (tiempo real, asíncrono, necesidad de intimidad, visibilidad, etcétera)
Relaciones
El grado de relación de unos usuarios con otros
Manejo de las propiedades estructurales y variables en una red de relaciones.
Reputación
El grado en que los usuarios conocen el estatus de los otros
Monitoreo de la fuerza, la pasión, los sentimientos y el alcance (influencia) del usuario
Grupos
El grado en que el usuario pertenece o construye comunidades
Reglas de pertenencia y protocolos
Esta propuesta permite visibilizar algunas de las variables que determinan las interacciones a través de los sm por su funcionalidad. Algunos medios hacen más énfasis en ciertos aspectos que en otros: por ejemplo, la identidad, la reputación y las relaciones en Linkedin, la presencia en Foursquare; compartir en YouTube; las relaciones en Facebook, etcétera. De esta forma, se muestra la importancia de identificar el propósito de la comunicación y la naturaleza de la interacción para que se canalicen al medio adecuado. Como hemos visto, lo fundamental en la comprensión de los sm es
el papel activo del usuario, las herramientas tecnológicas que permiten su participación, la interacción, las posibilidades de producción de contenidos y la conformación de comunidad. La ecología de los sm comprende los sitios para la creación de contenidos colectivos o wikis; los sitios para compartir fotos, videos y música; los sitios de redes sociales; los marcadores y agregadores sociales; las plataformas para la publicación de blogs; los sitios para almacenar contenidos digitales; los sitios para transmisiones; los foros virtuales y chats; las herramientas o plataformas interactivas y de productividad, los am-
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bientes virtuales y los juegos virtuales, entre otros. Enumeraremos algunos casos como ilustración de las posibilidades que existen en la red para la generación y difusión de contenidos y la construcción de comunidad. Redes sociales. Castells (2000) define las redes como un conjunto de nodos conectados. Lozares (1996, p. 108) plantea que esos nodos son actores —individuales o colectivos, locales o globales— vinculados unos a otros a través de una relación o conjunto de relaciones sociales. Los individuos, grupos, organizaciones, comunidades locales o globales son nodos de mayor o menor intensidad en función del conjunto de relaciones que establezcan. En los estudios clásicos sobre teorías de redes, Wasserman y Faust (1995, p. 20) definen una red social como “un conjunto finito o conjuntos finitos de actores y la relación o relaciones definidas sobre ellos”. Los principales elementos de una red social son los nodos de individuos u organizaciones y las relaciones de diversa índole establecidas entre ellos (interacciones, flujos de valor, poder, consultas etcétera). Las relaciones son equivalentes a vínculos específicos entre los miembros del grupo e incluyen información clave sobre las relaciones mismas, la información relacional, característica que define a la red social como tal (Gandlgruber y Ricaurte, 2011). Las redes sociales en línea funcionan como reflejo y termómetro de las situaciones que se desarrollan en el mundo social: las necesidades de reconocimiento y pertenencia, de construc-
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ción y deconstrucción de identidad, de información, de espacios de expresión, de creación y reforzamiento de lazos afectivos. (Ricaurte, 2011). Algunos estudios (O’Reilly, 2008; Boyd, 2009) revelan que los usuarios utilizan la red porque les permite tener conciencia del entorno (ambient awareness, peripheral awareness). Piscitelli (apud. García, 2010) plantea que a través de las conversaciones es posible identificar las preocupaciones del mundo y de nuestro entorno social en tiempo real, por tanto cumplen la función de un “termómetro social”. Boyd y Ellison (2008, p. 211) realizan una tipología general de los servicios de redes sociales en Internet: por su naturaleza abierta o cerrada (públicos, privados o semiprivados); su propósito (emocionales, profesión o negocios); sus usos (socialidad, entretenimiento, información, organización) que resulta insuficiente para caracterizar la multiplicidad de plataformas existentes en la actualidad. La popularidad de los sitios depende de las características de los grupos poblacionales (edad, estrato socioeconómico, ubicación geográfica, cultura, intereses, etcétera) y por lo tanto su adopción es muy variable de región a región. (Ricaurte 2011a). Blogs. En 1997 surge el término weblog, que en su versión reducida se convirtió en sustantivo (blog) y posteriormente en verbo (to blog). Los blogs inicialmente surgen como diarios en línea y pronto se convierten en espacios de opinión y de expresión creativa. Los blogs se popularizan a partir del lanzamiento de la plataforma Blogger,
De acuerdo con la ocde (2007) los contenidos generados por los usuarios poseen las siguientes características: en primer lugar, deben ser publicados en un sitio web de acceso público o en un sitio de redes sociales accesibles a un grupo de personas, en segundo lugar, es necesario mostrar una cierta cantidad del esfuerzo creativo y, por último, es necesario que se haya creado fuera de las rutinas y prácticas profesionales.
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Una menor mediación y una mayor inmediatez dan como resultado una mayor presencia social y cuanto mayor sea la presencia social, mayor será la influencia que se puede ejercer sobre el otro.
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posteriormente adquirida por Google (2003). En algunas sociedades, como la estadounidense, adquieren relevancia y visibilidad a partir del importante papel que juegan en la construcción de opinión pública. Existen distintas plataformas para la publicación de blogs, entre las más utilizadas se encuentran Wordpress, Tumblr, Posterous, Storify, Blogger. Wikis. El término wiki proviene del hawaiano “rápido”. Los wikis son espacios de colaboración en la nube. Estos espacios de trabajo compartidos facilitan la producción de contenidos en tiempo real o de forma asíncrona, para una comunidad específica de usuarios. Algunos wikis populares son Wikipedia, Wikispaces, Google Docs, Quadpad, Yutzu. Repositorios de contenidos. Los repositorios son plataformas en la nube que permiten almacenar y compartir contenidos de diversa índole: imagen, video, audio. Estos espacios se convierten en medios para conformar comunidades de contenidos: YouTube, Vimeo, Stroom (videos), Flickr, Fotolog y Picasa (fotografías); documentos digitales, presentaciones, libros o textos (Scribd, Slide Share, 4shared, eSnips) Transmisión en línea. Las posibilidades de producción y difusión de contenidos se ha incrementado positivamente a partir de la disponibilidad de servicios que ofrecen transmisiones de video y audio en línea y en tiempo real. Algunos de estos
servicios son Livestream, Ustream, Twitcam, Flip.tv, Spotify, Posterous, Sound Cloud. Marcadores sociales (social bookmarking). Los marcadores sociales permiten la asignación de valor a los contenidos por parte de los usuarios, almacenamiento y distribución entre los miembros de la comunidad. La clasificación, etiquetado (tagging, folksonomías) y evaluación (ranking) de los contenidos permite que se hagan más visibles y disponibles para otros usuarios. Algunos de ellos son Delicious, Digg, Stumble Upon, Diigo, CiteUlike. Otras plataformas que permiten la curación de contenidos por parte de los usuarios y publicarlas en un solo espacio, son los servicios Netvibes, Paper. li, Utopic.me y Scoop.it. Estas plataformas permiten concentrar los intereses de un usuario a partir de tópicos o temas provenientes de los flujos de información que reciben de su comunidad o de agregadores de contenidos. Herramientas interactivas y productivas. Además existen numerosas posibilidades de participación y colaboración a través de las crecientes herramientas interactivas y de productividad que permiten la organización, la comunicación, la transformación de contenidos o la generación de comunidad. Algunas de ellas son Meetup (planeación de encuentros); Google Moderator (debates); Many eyes (infografías); cmap (mapas mentales); Prezi y Slide Rocket (presentaciones en línea); Magisto (edición de video); Visualize.me, About.me (resumé); Dropbox y Fiabee (para
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almacenar y compartir contenidos); Audacity (audio), Blackboard Collaborate (educación). A estas se suman un universo de aplicaciones y posibilidades que permiten la producción de contenidos como videos, podcasts, videocasts, etcétera. Ambientes y juegos virtuales. Entre los sm más complejos se encuentran los mundos virtuales: ambientes simulados en tercera dimensión habitados por avatares, como Second Life (Kaplan y Henlein, 2010) y los juegos sociales (social gaming) del tipo World of Warcraft. Estos universos sofisticados permiten que los usuarios construyan su identidad y creen comunidades virtuales a partir de la interacción con otros en el juego. Por último, no debemos perder de vista que los sm en la mayoría de los casos constituyen una industria emergente y atractiva, asociada a grandes inversiones de capital. Una crítica muy fuerte a los sm es la manera en que las empresas buscan obtener ganancias por la utilización del servicio y por la información de sus usuarios que venden a otras empresas. Existen cuestionamientos graves sobre la privacidad, el destino de los contenidos, la vulnerabilidad de los usuarios que, a cambio de obtener el servicio, se someten a las condiciones de estas empresas establecen. Los usuarios no siempre están conscientes sobre las implicaciones que conlleva no poseer el control real de sus cuentas, perfiles y datos. Por eso es necesario promover las plataformas y códigos abiertos y extremar los controles de seguridad de datos
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personales cada vez que optamos por alguno de estos servicios. Los sm nos presentan la cara amable de la construcción de comunidad, pero a cambio nos exponen en mayor grado a la manipulación comercial. A medida que la red consolide su naturaleza semántica y se integre de manera progresiva e inteligente toda la información recopilada sobre el usuario, más difícil resultará mantenerse al margen de estos servicios y conservar su privacidad e independencia. Desde otras perspectivas, las posibilidades de generación de contenidos por parte de los usuarios resultan asimétricas: en la práctica, la producción de conocimiento se encuentra concentrada por unos pocos en el orbe (Ricaurte, 2011b). Otras problemáticas surgen del uso de sm por parte de los niños y jóvenes, puesto que le dedican una proporción considerable de su tiempo de conexión. Por otro lado, las adicciones, las enfermedades, la disminución de la capacidad de atención, la angustia y ansiedad producidas cuando son separados de la conexión, los dispositivos o de las redes sociales en particular, deben ser estudiadas en profundidad a nivel local y regional. Líneas de investigación y debate contemporáneo La investigación académica sobre los sm se integra en los estudios que analizan las relaciones entre la tecnología y los procesos socio-culturales: principalmente aquellos que intentan responder la pregunta sobre el im-
Lo fundamental en la comprensión de los Social Media es el papel activo del usuario, las herramientas tecnológicas que permiten su participación, la interacción, las posibilidades de producción de contenidos y la conformación de comunidad.
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Wasserman y Faust (1995, p. 20) definen una red social como “un conjunto finito o conjuntos finitos de actores y la relación o relaciones definidas sobre ellos”.
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pacto de los sm en la naturaleza de la sociedad de la información, las comunidades virtuales, los trastornos de la conducta, la construcción de identidad, las formas de interacción, los procesos de enseñanza-aprendizaje, el uso del lenguaje, los medios digitales, la seguridad de la información, el arte, los flujos culturales, los patrones de consumo, los procesos de democratización y la participación ciudadana. Si bien es cierto que en Europa y Estados Unidos se desarrolla investigación empírica de vanguardia en centros y programas especializados, en América Latina existe un déficit de estudios que den cuenta de realidades regionales y locales y de propuestas teóricas que respondan a nuestros contextos y coyunturas particulares. En términos teóricos, el debate se encuentra abierto entre aquellos que defienden una posición tecnológico-determinista y aquellos que consideran que el determinismo tecnológico desempodera a los sujetos y los supedita a la tecnología. En otro sentido, la discusión entre apocalípticos e integrados se traslada a la era digital: los que poseen una visión pesimista acerca del impacto de la tecnología y aquellos que realizan una interpretación benévola del impacto tecnológico en la sociedad. Por su dinamismo, los sm son efímeros e inestables, puesto que las transformaciones tecnológicas son vertiginosas. Sin embargo, es necesario que a pesar de que los formatos y aplicaciones sean reemplazados por otros, es necesario que conozcamos cuáles son las implicaciones de su incorporación y apropiación. Los sm constitu-
yen parte de la nueva economía mundial y poseen un significativo impacto social, cultural, histórico y político. Las coyunturas históricas actuales han demostrado que las herramientas tecnológicas pueden trabajar a favor de la democratización de la sociedad y dar paso a nuevas formas de participación ciudadana, organizaciones y movimientos (Ricaurte, 2011a). Las futuras líneas de investigación se definirán en función del grado de innovación tecnológica que experimentemos en los próximos años. Se espera que se produzcan cambios sustantivos en la red y en los dispositivos móviles, que darán origen a nuevas formas de interacción y posibilidades de creación de comunidades. La realidad aumentada se integrará progresivamente a los diversos espacios de la cotidianidad, no solamente al entretenimiento, sino también a servicios de toda índole y espacios de aprendizaje. El incremento de la conectividad móvil en todo el mundo generará un nuevo escenario en la medida en que los actuales desconectados se incorporen al ciberespacio y perfilen nuevas conversaciones y problemáticas. Con respecto a la llamada web semántica, se realizarán avances hacia la solución de los problemas de interoperabilidad. Autores y escuelas de pensamiento Los autores que han aportado categorías fundamentales para la comprensión de los procesos que ocurren en el ciberespacio son Manuel Castells (sociedad red), Howard Rheingold (multitudes inteligentes y comunidades virtuales), Pierre Lévy (inteligencia
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colectiva). Estos autores resultaron visionarios con respecto a los fenómenos desencadenados en la actualidad a partir de la incorporación de los sm y se ubican en una posición apologética con respecto a las posibilidades de la red como espacio de comunidad y de generación inteligencia colectiva. Por otra parte, desde la ecología de los medios, McLuhan ofrece planteamientos que resultan útiles para explicar la relación que poseemos los sujetos con la tecnología y para analizar la naturaleza de los sm. De acuerdo con Gandlgruber y Ricaurte (2011) La teoría de redes sociales o de análisis de redes sociales se ha establecido como un método de estudio importante en las ciencias sociales en los últimos años, debido a su potencial de visualizar y analizar interacciones que revelan diversas propiedades de las interacciones entre grupos de actores.
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Entre los antecedentes de las teorías de redes sociales contemporáneos mencionan la tesis de los seis grados de separación (Milgram, 1969) y la importancia de los vínculos débiles para la estabilidad de las relaciones sociales (Granovetter, 1973). Desde la sociometría, autores como Wasserman y Faust (1995) y Borgatti (2009) proponen una metodología cuantitativa para el estudio las redes sociales. Christakis y Fowler (2010) desde una perspectiva cognitiva realizan aportaciones nodales sobre cómo la estructura y la naturaleza de nuestra red de relaciones influyen en nuestra conducta. Entre los escépticos del alcance y las posibilidades de los sm en el cambio social se encuentra Malcom Gadwell, que en un ensayo clásico critica el activismo realizado a través de sm y argumenta que las revoluciones no serán twitteadas.
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Paola Ricaurte Quijano
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26 Sociedad de la Información Palabras clave Sociedad del conocimiento, Sociedad red, Sociedad post-industrial, Sociedad digital, Sociedad del saber. Definición Referirse a un concepto abstracto como el de Sociedad de la Información (en adelante si) conlleva el riesgo de la indefinición. Hablar de si implica analizar una red compleja de condiciones y dimensiones que han sido abordadas desde perspectivas teóricas y nociones diversas: sociedad post-industrial, sociedad del conocimiento, sociedad red, etcétera. Masuda (1981), encargado del implementar el Plan para la si en Japón en 1972 y reconocido como uno de los creadores y difusores del término, establece que: El objetivo del plan es la realización de una sociedad que produzca un estado general de florecimiento de la creatividad intelectual en lugar del consumo material desmedido. Si el objetivo de la sociedad industrial está representado por el volumen de consumo de bienes perecederos o el consumo masivo centrado en torno a la motorización, la si puede ser definida como una so-
ciedad con elevada creatividad intelectual donde la gente pueda dibujar su futuro sobre un lienzo invisible, y perseguir y alcanzar vidas que valgan la pena ser vividas (p. 3).
Masuda ofrece una visión idealizada de una si, en la que el individuo puede alcanzar su máxima realización. Otras definiciones, sin embargo, tienden a destacar otros aspectos. Es el caso de la oecd (2011, p. 1) que hace referencia a la si como el cambio de paradigma detonado por las transformaciones asociadas con el conjunto de tecnologías convergentes, conocidas como tecnologías de la información y la comunicación (tic, por sus siglas en inglés). Otras definiciones destacan el lugar prioritario de la información en este cambio de paradigma, como lo menciona Karvalics (2001, p. 23): “la si es una nueva forma de existencia social en la que el almacenamiento, la producción, flujo, de la red de información juega un papel central.”
Hablar de Sociedad de la Información implica analizar una red compleja de condiciones y dimensiones que han sido abordadas desde perspectivas teóricas y nociones diversas: sociedad post-industrial, sociedad del conocimiento, sociedad red, etcétera.
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De acuerdo con la ocde, la complejidad de la Sociedad de la Información debe analizarse en el conjunto de condiciones macro y micro económicas, sociales (exclusión, cohesión, brecha digital), políticas (democracia y gobierno), culturales, históricas, entre otras.
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Las definiciones que enfatizan la centralidad de las tecnologías de la información y la comunicación de manera restrictiva dejan de lado que las raíces de la si deben buscarse en la educación, la ciencia, la innovación, el contenido y la cultura (Karvalics, 2007, p. 7). De acuerdo con la ocde (2011, p. 15), la complejidad de la si debe analizarse en el conjunto de condiciones macro y micro económicas, sociales (exclusión, cohesión, brecha digital), políticas (democracia y gobierno), culturales, históricas, entre otras. Historia, teoría y crítica A principios del siglo xx, las narrativas acerca del advenimiento de una sociedad que estaba transformando sus formas de producción dieron pie a una serie de reflexiones que derivaron en el desarrollo y la consolidación del concepto de si. El término si fue acuñado en el ámbito académico japonés a fines de los sesenta en una serie de textos: en primer lugar, Yonejo Masuda y Konichi Kohyma publican, en 1968, una Introducción a la si; al año siguiente, Yujiro Hayashi publica La si: de la sociedad dura a la sociedad blanda, y en 1971 aparece el Diccionario sobre las Sociedades de la Información (Ito, 1981). En el ámbito anglosajón, las primeras referencias al término se deben también a Masuda, quien propone un modelo de la si que incluye la tecnología de innovación, la estructura socio-económica y los valores fundamentales. Sin embargo, los antecedentes y fundamentos que subyacen a la
noción de la si pueden rastrearse en los planteamientos de varios autores. Algunos antecedentes pueden remontarse hasta inicios del siglo xix en Rusia donde se utiliza el término intelligentsia para designar a la elite intelectual. Young (1958) habla de un gobierno basado en la meritocracia, en donde los puestos y responsabilidades son asignados a los individuos por su inteligencia y aptitudes. Sin embargo es hasta inicios de los años sesenta, donde confluyeron varias categorías que daban cuenta de una nueva economía centrada en el conocimiento. En 1961, Gottman analiza en el texto Megalópolis los intensos procesos de urbanización en Estados Unidos y la creciente sustitución de trabajos de producción por trabajos de servicio (profesional, científico y técnico) que él denomina “revolución de cuello blanco”. En 1962, Fritz Machlup y posteriormente Porat (1977) se refieren a la información como un nuevo tipo de actividad económica o mercancía. El principio que guía a ambos autores es demostrar a través de datos que la industria del conocimiento puede medirse y juega un papel central en la estructura económica. Desde esta perspectiva, proponen la cuantificación de la economía de la información a través de sus industrias como un requisito necesario para la definición de políticas públicas. Machlup llama la atención sobre el hecho de que la concentración de la información y sus circuitos de distribución pueden conducir a desigualdades en el acceso y la distribución de los beneficios de la información (Mansell, 2009, p. 2). Los términos que se utilizan para enfatizar
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la dimensión económica de la información son industria del conocimiento, economía de la información o economía del conocimiento. Peter Drucker plantea, inicialmente como esbozo (The New Society, 1949; Landmarks of tomorrow, 1957) y posteriormente de manera más concreta en su obra subsiguiente, la emergencia de un nuevo tipo de trabajo y de trabajador (knowledge work y knowledge worker) que corresponden a un nuevo orden social cuyo principal capital es el conocimiento. La sociedad post-capitalista o sociedad del conocimiento (knowledge society) se sostiene sobre la base de la innovación y la productividad aplicadas al trabajo (Drucker, 1993, p. 7-8; 2001, p. 291-311). Antes de que el concepto de si se hiciera popular, el término sociedad post-industrial era el más comúnmente utilizado. Dos sociólogos se encuentran asociados a la emergencia de este concepto: Daniel Bell en Estados Unidos y Alain Touraine en Francia. Sin embargo se han rastreado usos del término a principios del siglo xx, con distintas connotaciones. Alain Touraine escribe el texto La société post-industrielle (1969) para probar que existe una transición de las formas de producción materiales a las inmateriales, una preeminencia de los cuellos blancos sobre los azules, para continuar con la metáfora. Touraine llama la atención sobre el peligro que puede constituir para la democracia y la ciudadanía que una sociedad se encuentre amenazada por el surgimiento de una nueva elite de
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especialistas que poseen el control sobre el recurso más preciado: el conocimiento. En el ámbito anglosajón fue el trabajo de Daniel Bell el que tuvo más acogida. En 1973 publica el texto seminal The Coming of the PostIndustrial Society: A Venture in Social Forecasting en donde presenta argumentos para demostrar el tránsito de la sociedad industrial a la post-industrial. Bell desarrolla un modelo que permite explicar de manera sistemática las características de la sociedad post-industrial. En la edición de 1999 recalca que el eje central de la sociedad post-industrial es la codificación del conocimiento teórico y la relación entre ciencia y tecnología. En detrimento del concepto de si y de sociedad del conocimiento, Bell sostiene que es la tecnología el recurso estratégico y el mayor instrumento de cambio social (p. xviii). Algunos de los rasgos de la sociedad post-industrial se reflejan en el paso de la manufactura a los servicios, los cambios ocupacionales, los cambios en las formas de movilidad social, el capital humano como recurso, la infraestructura, una nueva teoría del valor del conocimiento (p. xv-xvii). Otro reconocido teórico de la si es Alvin Toffler, quien en 1980 publica The Third Wave, uno de los libros más ampliamente difundidos sobre la si. En esta obra, Toffler describe la historia a través de tres momentos que marcan rupturas en la forma de organización social y económica: la primera ola, la era de la producción agraria; la segunda ola, la sociedad industrial; y la tercera ola, la sociedad-post-industrial o si.
A principios del siglo xx las narrativas acerca del advenimiento de una sociedad que estaba transformando sus formas de producción dieron pie a una serie de reflexiones que derivaron en el desarrollo y la consolidación del concepto de Sociedad de la Información.
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Antes de que el concepto de Sociedad de la Información se hiciera popular, el término sociedad post-industrial era el más comúnmente utilizado. Dos sociólogos se encuentran asociados a la emergencia de este concepto: Daniel Bell en Estados Unidos y Alain Touraine en Francia.
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Más adelante, en 1996, a través de la categoría de sociedad red, el sociólogo Manuel Castells aporta una nueva visión a la si destacando el carácter interconectado de la economía y de las redes humanas que dan pie a esta etapa histórica. Castells sostiene que hemos entrado a un nuevo paradigma tecnológico, basado en la economía del conocimiento, la microelectrónica y la ingeniería genética, que desplaza al anterior paradigma centrado en la producción energética. Este paradigma tecnológico se encuentra caracterizado por ser informacional, ya que la economía se basa en la producción y circulación de información; global, puesto que responde a un sistema económico capitalista que opera transnacionalmente; e interconectado, puesto que su fundamento son las redes y sus interacciones. Las implicaciones de este nuevo orden se expresan en todas las esferas de la vida social: “puesto que en el procesamiento de información se encuentra la fuente de la vida y la acción social, cada dominio de nuestro ecosistema social se transforma.” (2000, p. 10). Esta nueva estructura social, que él denomina sociedad red, es un espacio global de intercambio simbólico y de relaciones sin precedentes. En el nuevo modo de desarrollo informacional, la fuente de la productividad estriba en la tecnología de la generación del conocimiento, el procesamiento de la información y la comunicación de símbolos. Sin duda, el conocimiento y la información son elementos decisivos en todos los modos de desarrollo, ya que el proceso de producción siempre se basa sobre
cierto grado de conocimiento y en el procesamiento de la información. Sin embargo, lo que es específico del modo de desarrollo informacional es la acción del conocimiento sobre sí mismo como principal fuente de productividad (Castells, 2005, p. 43).
Para Castells, la diferencia entre esta época y otras no radica específicamente en la información, sino en la capacidad de transformarla en conocimiento que se difunde gracias al entramado social. En algunos discursos gubernamentales, institucionales y académicos se ha difundido el término sociedad digital para hacer referencia al conjunto de escenarios sociales en los que se materializa la si: gobierno, administración, política, ciudadanía, comercio, educación, comunicación, infraestructura tecnológica, producción y difusión del conocimiento. En la sociedad digital se hacen efectivos los beneficios que las tecnologías de la información y la comunicación aportan a la vida de una colectividad. Desde una perspectiva simbólica, construye el espacio de intercambio de flujos culturales, bienes y servicios. En términos políticos, la sociedad digital concreta el objetivo más elevado de la si, puesto que permite la consolidación efectiva de la gobernanza y la ciudadanía en un entorno promotor de interacciones y saberes. El desarrollo de la sociedad digital va de la mano del avance en los procesos de democratización y ciudadanía: democracia participativa, deliberativa y directa, transparencia y rendición de cuentas, gobiernos abiertos, conocimiento
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abierto. Un aspecto central es la gobernanza, el ejercicio colectivo en los aspectos políticos, económicos y administrativos de un Estado, la inclusión de la sociedad civil en todos sus niveles, y otro el e-gobierno (World Bank, 2011) entendido como el uso de las nuevas tecnologías para el ejercicio del gobierno de manera eficiente, transparente e incluyente: “hacer de la interacción entre el gobierno y los ciudadanos (g2c), el gobierno y las empresas (g2c), y entre organismos (g2c) más fácil, cómoda, transparente y de bajo costo”. Lograr que la si se cristalice en una realidad tangible, en un contexto específico, implica definir un conjunto de políticas públicas orientadas a resolver, en primera instancia, el problema de la infraestructura técnica y la accesibilidad; en segundo lugar, la estandarización en la generación de bases de datos y sistemas (interoperabilidad sintáctica y semántica); y por último, desarrollar una legislación y cultura de la transparencia y la rendición de cuentas. Algunos autores (Duff, 2000; Webster, 2002; Mansell, 2007) cuestionan la debilidad de las teorías sobre la si que de manera acrítica plantean el advenimiento de un nuevo paradigma histórico, el advenimiento de una nueva era, sin reconocer la continuidad de las formas de producción de conocimiento dentro del sistema capitalista de producción. Para Webster (2004, p. 262) muchos de los rasgos de la posmodernidad deben entenderse como tendencias de procesos acelerados y continuos, por lo tanto el argumento de las
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teorías post-industrialistas, al igual que las teorías postmodernas sobre el inicio de una nueva época completamente distinta a la anterior, no se sostienen. La incapacidad de conectar los procesos sociales contemporáneos con la historia del desarrollo histórico del capitalismo da como resultado una visión fragmentada de la realidad social. Por otra parte, Karvalics (2007, p. 14) recalca el hecho de que muchas regiones de Asia, África o Latinoamérica están lejos de considerarse parte de la si. Si analizamos históricamente el momento en que ciertos países entraron a formar parte de la si y cuántos aún quedan fuera, veremos que dista de ser una realidad para la mayoría. Uno de los principales obstáculos para que la si se convierta en una realidad tiene que ver con el acceso a las tecnologías de la información y la comunicación (tic). De acuerdo con la ocde (2001, p. 5), la brecha digital es la disparidad existente entre “los individuos, hogares, negocios y áreas geográficas en los diferentes niveles socio-económicos con respecto a sus oportunidades de acceso a las tecnologías de la información y la comunicación y a su uso de Internet para una amplia variedad de actividades”. La brecha digital aparece tanto entre países como al interior de cada país. Las principales variables de la brecha digital son el ingreso y el nivel educativo, pero también existen brechas de género, étnicas, lingüísticas, geográficas, generacionales, políticas, culturales. Además de la brecha digital, es necesario mencionar que
En el ámbito anglosajón fue el trabajo de Daniel Bell el que tuvo más acogida. En 1973 publica el texto seminal The Coming of the PostIndustrial Society: A Venture in Social Forecasting en donde presenta argumentos para demostrar el tránsito de la sociedad industrial a la post-industrial.
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Otro reconocido teórico de la Sociedad de la Información es Alvin Toffler, quien en 1980 publica The Third Wave, uno de los libros más ampliamente difundidos sobre el tema. En esta obra, Toffler describe la historia a través de tres momentos que marcan rupturas en la forma de organización social y económica.
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la producción de conocimiento se encuentra localizada principalmente en Europa y Estados Unidos. La gran disparidad geográfica existente en la producción de información y conocimiento en el orbe se revela en un estudio realizado por el Oxford Internet Institute (Graham, Hale y Stephens, 2011) con las cifras referentes al acceso a Internet, a la localización de los más grandes periódicos, el origen de las publicaciones académicas, el monopolio de la industria editorial, la lengua dominante en las publicaciones científicas, el origen de las imágenes publicadas en la red, los artículos en Wikipedia, los contenidos en Google (Ricaurte, 2011). Esta evidencia contribuye a romper el mito del carácter global de la si y recalca las profundas asimetrías existentes entre unas sociedades y otras. La sociedad global de la información requiere romper con la barrera de la brecha digital, con la concentración de la producción del saber en unos pocos centros geográficos, con las deficiencias en infraestructura, con las restricciones políticas, legales, administrativas e impulsar políticas para el desarrollo científico y tecnológico y la cultura democrática. Es imprescindible que la incorporación de las tecnologías de la información y la comunicación sea universal y eficiente en términos de infraestructura técnica, legal, política, cultural y administrativa, de manera que los ciudadanos realmente dispongan de la información y los recursos que requieran para su desarrollo y empoderamiento.
Líneas de investigación y debate contemporáneo Los debates iniciales y actuales alrededor de la si se han centrado en la distinción conceptual entre si y sociedad del conocimiento y la preeminencia o no de la tecnología. Este debate no solamente se presenta en términos académicos o discursivos, sino a partir de las posiciones que los organismos internacionales han tomado al respecto, como la unesco o la ocde. Algunos autores han planteado las distinciones teóricas o epistemológicas entre información y conocimiento. La dificultad de mantener el sentido de un término de manera estable, ha conducido a nuevas formas de interpretación y denominación de estos procesos. Fritz Matchlup en 1962 abre la discusión acerca de la inutilidad de oponer información a conocimiento, puesto que se tratan de dos facetas de una misma cualidad, que hacen referencia a un proceso cognitivo único e indivisible. Para Bell (1973, p. 175): El conocimiento es una serie de informaciones organizadas de hechos o ideas que presentan un juicio razonado o un resultado experimental, que se transmite a los demás mediante algún medio de comunicación en alguna forma sistemática.
El debate sobre la validez de un término sobre otro proyecta las ambigüedades propias de las aproximaciones teóricas. Algunos autores sostienen que la separación entre información y conocimiento es artificial y en algunos casos hasta arbitraria. (Karvalics, 2007, p. 8).
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En términos institucionales, también se reflejan estas disyuntivas conceptuales y evoluciones propias de la naturaleza dinámica de los procesos sociales. Godin (2008, pp. 6-7) plantea que las transformaciones conceptuales de la economía de la información se pueden observar en las posturas que ha asumido la ocde en distintas épocas. De acuerdo con el autor, esta organización ha transitado por tres nociones: la información como conocimiento (información científica y tecnológica), la información como actividad económica o mercancía (información sobre bienes y servicios) e información como tecnología (tecnologías de la información y la comunicación). La unesco adoptó institucionalmente el término sociedad del conocimiento (y en plural) como una decisión teórica y política con una visión más integral que no enfatizara únicamente la dimensión económica. En 2003, Abdul Waheed Khan argumenta la selección del término de “sociedades del conocimiento” frente al de si: La sociedad de la información es la piedra angular de las sociedades del conocimiento. Mientras que yo veo el concepto de “si” como vinculado a la idea de “innovación tecnológica”, el concepto de “sociedades del conocimiento” incorpora una dimensión de transformación social, cultural, económica, política e institucional, y una perspectiva más pluralista y de desarrollo. En mi opinión, el concepto de “sociedades del conocimiento” es preferible al de “si”, ya que capta mejor la complejidad y el
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dinamismo de los cambios que están ocurriendo […]. El conocimiento en cuestión no sólo es importante para el crecimiento económico, sino también para empoderar y desarrollar todos los sectores de la sociedad.
La Cumbre Mundial sobre la si (World Summit on the Information Society, wsis) constituye el encuentro más relevante a nivel internacional para discutir los rumbos de la si en el marco de la onu. En su primera fase, que tuvo lugar en Ginebra en 2003, realizó la Declaración de Principios de Ginebra, donde se refleja la visión adoptada por las Naciones Unidas con respecto a la si: Nosotros, los representantes de los pueblos del mundo […] declaramos nuestro deseo común y nuestro compromiso de construir una si centrada en las personas, incluyente y orientada al desarrollo, donde todos puedan crear, consultar, utilizar y compartir información y conocimiento; donde los individuos, las comunidades y los pueblos puedan desarrollar su pleno potencial en la promoción del desarrollo sostenible y mejorar su calidad de vida de acuerdo con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas, respetando plenamente y defendiendo la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En términos de desarrollo, esta declaración plantea que las tic deben contribuir a resolver los problemas establecidos en los retos del milenio: la erradicación del hambre y la pobreza extremas, educación primaria universal, equidad de género, reducción de la mortandad infantil,
Más adelante, en 1996, a través de la categoría de sociedad red, el sociólogo Manuel Castells aporta una nueva visión a la Sociedad de
la Información destacando el carácter interconectado de la economía y de las redes humanas que dan pie a esta etapa histórica.
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El desarrollo de la sociedad digital va de la mano del avance en los procesos de democratización y ciudadanía: democracia participativa, deliberativa y directa, transparencia y rendición de cuentas, gobiernos abiertos, conocimiento abierto.
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mejora de la salud materna, combate contra el vih/sida y otras enfermedades, garantizar la sustentabilidad medioambiental, con el propósito de alcanzar un mundo más pacífico, justo y próspero. En 2005, la segunda fase de la Cumbre Mundial de la si (wsis) realizada en Túnez definió las prioridades y líneas de acción para la utilización de las tic para el desarrollo: 1) El papel de los gobiernos y de todas las partes interesadas en la promoción de las tic para el desarrollo 2) La infraestructura de la información y la comunicación 3) El acceso a la información y al conocimiento 4) El desarrollo de capacidades 5) La creación de confianza y seguridad en la utilización de las tic 6) El entorno habilitador 7) Las aplicaciones de las tic (gobierno electrónico, negocios electrónicos, aprendizaje electrónico, cibersalud, ciberempleo, ciberecología) Además de estas líneas de acción, la onu ha establecido cuatro diálogos de alto nivel: el derecho a la comunicación; las tic como promotoras del desarrollo; la innovación para la inclusión digital; la seguridad en el ciberespacio. Con respecto a la seguridad, es un tema que refleja las preocupaciones de los gobiernos y las industrias, ya que la si es asumida también como una sociedad de riesgo (Beck, 1992). Desde 1999 la ocde ha establecido índices estandarizados para
medir estadísticamente la si. Estos índices también han sido adoptados por la Comunidad Europea y las Naciones Unidas. Sin embargo, algunos de estos índices muestran criterios que reflejan los intereses de los gobiernos y las industrias y no de los ciudadanos. Algunos de los temas centrales para el estudio de la si son la sociedad global de la información, la seguridad en la si, la sostenibilidad, el control versus la democratización, las ciudades inteligentes, los corpus digitales, el archivo y la memoria colectiva, la creación, y la post-si (Karvalics, 2007, p. 19). Autores y escuelas de pensamiento Es posible identificar entre las diversas propuestas existentes, tres niveles de análisis de la si: el macro-social (teorías macro-sociales: posmodernidad, post-industrialismo, post-capitalismo), el nivel medio (teorías de la comunicación, teorías de la información, teorías de la cultura) y el nivel micro-social (estudios específicos sobre la realidad empírica de la si). La referencia a autores, propuestas teóricas, categorías y escuelas de pensamiento que han contribuido a la noción de si es copiosa. Beringer (1986) realiza un recuento de las aportaciones teóricas vinculadas con la si entre 1950 y 1984, algunas de las cuales han sido mencionadas aquí: meritocracia (Young, 1958), revolución educativa (Drucker, 1959), sociedad post-capitalista (Dahrendorf, 1959), el fin de la ideología (Bell, 1960), sociedad industrial (Aaron, 1961, 1966), economía del conocimiento (Ma-
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chlup,1962; Drucker, 1969), aldea global (Mcluhan, 1964), el hombre unidimensional (Marcuse, 1964), la sociedad tecnológica (Ellul, 1964), la revolución científico-tecnológica (Richta, 1967, Daglish, 1972; Escuela de Praga, 1973), economía dual (Averitt, 1968), neocapitalismo (Gorz, 1968), sociedad posmoderna (Etziioni, 1968, Breed, 1971), tecnocracia (Meynaud, 1968), sociedad post-ideológica (Feuer, 1969), la era de la información (Helvey, 1971), sociedad post-industrial (Touraine, 1969; Bell, 1973), sociedad superindustrial (Toffler, 1971), revolución de la información (Lamberton, 1974), era de la comunicación (Philips, 1975), sociedad tec-
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nológico-industrial (Ionescu, 1976), economía de la información (Porat, 1977), sociedad conectada (Martin, 1978), sociedad telemática (Nora y Minc, 1978; Martin 1981), la tercera ola (Toffler, 1980). En la era contemporánea, el autor más relevante es sin duda el sociólogo Manuel Castells con su trilogía sobre la sociedad red (1996, 1997, 1998). Los estudios sobre la si, surgidos formalmente en la década de los noventa, pueden ubicarse en distintos ámbitos disciplinares, que van desde la informática hasta la filosofía, pasando por la economía, la sociología, la comunicación, los estudios culturales, la ciencia política.
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27 Timing Político Palabras clave Tiempo, Transición democrática, Acción política, Actores políticos, Acuerdos, Conflictos, Crisis política. Definición El Timing Político (en adelante tm) es el uso calculado del ritmo, la velocidad y las pausas en la actividad política con vistas a obtener ciertos resultados. Si la política es un arte más que una técnica, como dicen los clásicos, obtener los resultados esperados requiere por parte de los profesionales de la política mucha sensibilidad e intuición, ya sea para actuar en el momento justo o retirarse a tiempo en situaciones de riesgo. Dada la complejidad del tema, la mejor manera de abordarlo es en relación con procesos políticos específicos, como transiciones de régimen, crisis políticas, instauraciones democráticas, etcétera. Para el caso de esta entrada, el tp se ilustrará en los procesos de transición democrática. La importancia de este tema surge del hecho en sí mismo evidente de que todo acontecimiento político, incluido naturalmente el paso de un régimen a otro, se sitúa en un intervalo temporal, por lo que cualquier descripción, explicación o compren-
sión de un proceso de cambio —sea evolutivo o revolucionario— implica referirse al factor tiempo. Ponderar la variable temporal en política permite considerar en su justa dimensión el carácter dinámico de todo proceso político, en el entendido de que son los actores políticos —con sus decisiones, cálculos y apuestas— más que las estructuras propiamente dichas, quienes ocuparán el centro de atención. Obviamente, desde este punto de vista, el análisis se enriquece al integrar el factor que en los hechos determina la realización y/o la actualización por parte de los actores de una posibilidad por encima de otras —sobre todo en los procesos de transición en donde se define la emergencia, permanencia o caída de un determinado régimen—, a pesar de que cualquier posibilidad podría haberse concretado igualmente. En síntesis, la variable temporal se definiría desde esta perspectiva de
Ponderar la variable temporal en política permite considerar en su justa dimensión el carácter dinámico de todo proceso político, en el entendido de que son los actores políticos —con sus decisiones, cálculos y apuestas— más que las estructuras propiamente dichas, quienes ocuparán el centro de atención.
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La variable temporal se definiría desde esta perspectiva de “corta duración” como la manifestación del instante fugaz, de la elección de los actores, de la definición de posibilidades, del presente momentáneo dentro del continuo y múltiple movimiento de la realidad coyuntural.
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“corta duración” como la manifestación del instante fugaz, de la elección de los actores, de la definición de posibilidades, del presente momentáneo dentro del continuo y múltiple movimiento de la realidad coyuntural. Pero además del “tiempo corto” también existe una temporalidad vinculada a las estructuras o “tiempo largo”. De hecho, estructura y coyuntura son en esta perspectiva, dos procesos a través de los cuales se manifiesta el devenir histórico y que reivindican para sí mismos un distinto tipo de temporalidad, aunque en los hechos se complementan (Blondel, 1986, Ellacuría, 1991). La dimensión temporal en las transiciones democráticas En un estudio pionero sobre el tema, el politólogo estadounidense Huntington (1994) reconoce el valor de los actores dentro de la dinámica particular que adquieren los procesos de cambio político, y realiza un extenso análisis de los posibles desenlaces de una coyuntura de crisis política. Para ese fin, examina la relación de fuerza existente entre el gobierno y la oposición en el momento justo en que surge un impasse. Así, pueden ocurrir los siguientes desenlaces posibles: un reequilibrio del régimen vigente, la creación y aceptación de nuevas reglas del juego, una situación de involución política y, finalmente, tras un período de inestabilidad, un acuerdo forzado a partir de un equilibrio inestable entre el gobierno y la oposición. Cuando una crisis se resuelve a favor de la democracia a través
de un proceso de transición pacífica, el camino seguido pudo configurarse por cualquiera de las tres vías siguientes: las transformaciones, los reemplazos o los traspasos. Las transformaciones ocurren, dice Huntington, cuando las élites en el poder apuestan por la democratización, pensando garantizar el control del proceso y el mantenimiento de importantes cuotas de poder. En este caso, obviamente, se trata de élites dominadas por sectores “blandos” que buscan prevenir su caída y aspiran en el fondo a mantenerse en el poder de manera legitimada. Los reemplazos poseen una lógica inversa, pues suponen la existencia de una oposición fuerte con la suficiente capacidad para imponer el cambio político de acuerdo a sus condiciones, o sea sometiendo a las fuerzas y sectores vinculados al gobierno. Finalmente, el traspaso se articula a partir de una situación intermedia en donde existe más bien un equilibrio de fuerzas entre el gobierno y la oposición, pero que no está claramente definido. Ninguno de los oponentes se encuentra aquí seguro de imponerse a su adversario y, al predominar los moderados en ambos bandos, prefieren pactar las condiciones, los ritmos y la profundidad del proceso de cambio. Con análisis de este tipo se demuestra que la democracia se construye por medios democráticos; es decir, la base del cambio político se encuentra en las negociaciones, los compromisos y los acuerdos gestados por las élites políticas más que en otros posibles mecanismos. Obviamente, el espacio, la profundidad y los ritmos de esos acuerdos y su materialización se encuentran determi-
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nados por las condiciones particulares de cada proceso, pero lo fundamental de los mismos radica en que las fuerzas políticas y los grupos sociales clave son quienes explícita o implícitamente pactan entre sí los términos mínimos para transitar a la democracia. Asimismo, el primer resultado de tal acuerdo básico consiste en la ampliación de la participación política o inclusión legítima de sectores anteriormente excluidos. En segundo lugar, los grupos participantes moderan ostensiblemente sus posturas políticas radicales, facilitando de esta suerte el propio proceso de transición (se trata de un visible desplazamiento de todas las fuerzas políticas hacia posiciones más cercanas al centro político, el cual, curiosamente, adquiere una fascinación irresistible) Al igual que la transición, la consolidación de una democracia recién instaurada depende de múltiples factores y condiciones. Para Huntington, los principales obstáculos a enfrentar surgen tanto del proceso de cambio de régimen (problemas de transición), como de la naturaleza particular de la sociedad sometida al proceso de democratización (problemas contextuales). De hecho, el funcionamiento del mismo sistema democrático suele ofrecer al respecto sus propios problemas específicos (problemas sistémicos). Sin embargo, más allá del interminable número de obstáculos y problemas que permanentemente acosan a un sistema democrático, cabe destacar que su vigencia y consolidación dependerá finalmente de la existencia de una cultura demo-
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crática; es decir, de un acuerdo entre los diversos actores y sectores políticos sobre el valor superior de las normas y los procedimientos de la democracia. Por lo tanto, su supuesto fundamental es de corte cultural y descansa en la afirmación en la conciencia colectiva de la idea según la cual “Las democracias se consolidan cuando el pueblo aprende que la democracia es la solución al problema de la tiranía, pero no necesariamente a todo lo demás” (Huntington, 1994). Por lo menos, no la solución mágica e inmediata. Que la democracia se haya impuesto en el mundo actual como la forma de gobierno más extendida y aceptada significa que existe algo así como un signo de los tiempos o dimensión histórica estructural que la hace preferible a otras formas de gobierno. En virtud de ello, puede pensarse en la hipótesis del tiempo histórico como fundamento último de ese movimiento global hacia la democracia. Es decir, si adoptamos una concepción del tiempo que supere su comprensión como puro lapso y medida extrínseca de lo que ocurre, para concebirlo como desencadenante y posibilitante último de los procesos de la realidad histórica, veremos en la afirmación global de la democracia una tendencia de maduración de condicionamientos históricos concretos. Ciertamente, desde tal perspectiva, el tiempo propiamente histórico manifestaría y configuraría el desarrollo procesual de la estructura de la historia. Dicho en otras palabras, la consideración sobre la naturaleza del tiempo histórico es vital para indicar
De hecho, estructura y coyuntura son en esta perspectiva, dos procesos a través de los cuales se manifiesta el devenir histórico y que reivindican para sí mismos un distinto tipo de temporalidad, aunque en los hechos se complementan.
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Si adoptamos una concepción del tiempo que supere su comprensión como puro lapso y medida extrínseca de lo que ocurre, para concebirlo como desencadenante y posibilitante último de los procesos de la realidad histórica, veremos en la afirmación global de la democracia una tendencia de maduración de condicionamientos históricos concretos.
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el momento de desarrollo en el que se encuentra una determinada sociedad. En el tiempo histórico, por tanto, se define ni más ni menos que la configuración de un específico sistema de creencias e ideas, de instituciones sociales y políticas, de relaciones de producción, etcétera. Dicha configuración surge, pues, de un sistema de posibilidades que posee cierta flexibilidad. Es por ello que de un mismo sistema de posibilidades se puede configurar un tipo u otro de sociedad, v. gr. una sociedad democrática o autoritaria. En definitiva, lo verdaderamente esencial es que desde esta concepción del tiempo, la historia es vista como un conjunto de procesos cada vez más unificados, como un único proceso universal, con fuerzas motrices precisas, que están detrás de los móviles por los cuales los hombres actúan en la historia. Pero lejos de reivindicar visiones deterministas o mecanicistas del devenir histórico, es más razonable considerar que un mismo sistema de posibilidades puede dar paso a diferentes figuras o momentos históricos, y que este sistema de posibilidades puede prolongarse ampliamente a lo largo de la duración histórica. Asimismo, ese devenir no tiene que conducir necesaria y únicamente a estadios superiores de progreso de la humanidad. Huelga decir que esta concepción de temporalidad solamente nos coloca en el plano de lo que Braudel definió como tiempo de larga duración, o sea el tiempo entendido como resultado del desarrollo de la estructura de la historia. Y, como señala Braudel (1986): “Una
estructura es indudablemente un ensamblaje, una arquitectura; pero más aún, una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar”. Por ello, el tiempo de larga duración impone límites, alcances, normatividades, etcétera, a la actividad de los hombres como especie social. La manifestación de esta regularidad suele darse en niveles profundos y poco perceptibles de la historia; es decir, para el observador que se deja dominar por la multiplicidad de acciones e intereses propios de la cotidianeidad. Además, junto al tiempo de larga duración coexiste el tiempo de corta duración, o sea el tiempo del ser individual que se encuentra dominado por la brevedad y finitud de su existencia, así como por el continuo y múltiple movimiento de la realidad coyuntural, y donde debemos ubicar la consideración del tp. El timing político en las transiciones democráticas En los análisis del tiempo largo de las transiciones el factor tiempo aparece como englobante, articulante y posibilitante de un conjunto de desenlaces. Pero incluso en este tipo de enfoques existe un espacio decisivo para la acción de los actores políticos, quienes son los que en definitiva permiten la configuración de la identidad final de un proceso de cambio. Es decir que la variable temporal tiene su mayor impacto y/o presencia en ese nivel de la acción de los actores. Es aquí donde el tp juega un papel crucial y decisivo, no obstante que ha sido poco explo-
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rado y estudiado por los analistas políticos, pues cualquier acción política no surge solamente de la articulación de las variables estructurales, sino del momento concreto en que tiene lugar. Los actores políticos, en efecto, son influenciados por el contexto temporal en el que desarrollan su acción. Así, dependiendo de su particular lectura de ese contexto, los actores decidirán adoptar sus estrategias o maneras de enfrentar determinados desafíos. La dinámica política impone en los actores políticos la consideración del tiempo de manera constante y en un primer plano, pues el momento en que tiene lugar un acontecimiento determina inexorablemente su desenlace. De hecho, como sostiene Linz (1992) en un trabajo seminal sobre el tema, la acción política en términos de elección de tiempos puede clasificarse de la siguiente manera: a) prematura, cuando una iniciativa se toma en momentos en que las condiciones para su éxito no están dadas; b) tempestiva, que es la acción política que, aprovechando las condiciones favorables presentes en una situación determinada, produce los efectos deseados con el costo más bajo para quien la realiza; c) diferida, aquella acción que se hubiese podido realizar en una situación anterior y cuya postergación implica una pérdida de tiempo sin beneficio aparente; d) acto de última hora, que es la acción adoptada de manera súbita como resultado de una toma de conciencia de que el tiempo está pasando y que hay que hacer algo frente a una clara situación de crisis y apremio; e) decisiones superadas por los acontecimientos, que son
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las decisiones tomadas en el último momento, justo antes del epílogo que marca la caída de un régimen; f ) intentos de ganar tiempo, que es, justamente, aquella “falta de acción” basada en la consideración de que hacer tiempo facilitará en un momento posterior la solución de una crisis inminente; y g) cadencia o ritmo, más que a una acción en sí misma, con la categoría anterior se ilustra la importancia de encontrar la “velocidad” apropiada a un proceso de cambio político. En consecuencia, la toma de decisiones políticas se encuentra íntimamente vinculada con la consideración del factor temporal. Las decisiones deben tomarse en el momento oportuno para alcanzar el efecto deseado. El tp se vuelve así el elemento en donde se juega el éxito o el fracaso de las decisiones más allá del contenido objetivo que externen. Una misma medida, en efecto, puede ocasionar resultados contrapuestos en virtud del momento en que se elija para su aplicación. Es el caso, por ejemplo, de las elecciones adelantadas o de otras medidas de naturaleza similar. Obviamente, la toma de decisiones políticas nunca ha sido una empresa fácil, pues en ese proceso interviene una infinidad de variables y condicionantes producto de la complejidad de los procesos políticos modernos. El factor incertidumbre, por lo demás, introduce un elevado grado de ambigüedad al cálculo político. Los actores, en efecto, no poseen normalmente la visión de conjunto y en los casos excepcionales en que podrían tenerla no por ello se garantiza la adopción de la decisión correcta. Sin
La consideración sobre la naturaleza del tiempo histórico es vital para indicar el momento de desarrollo en el que se encuentra una determinada sociedad. En el tiempo histórico, por tanto, se define ni más ni menos que la configuración de un específico sistema de creencias e ideas, de instituciones sociales y políticas, de relaciones de producción, etcétera.
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Además, junto al tiempo de larga duración coexiste el tiempo de corta duración, o sea el tiempo del ser individual que se encuentra dominado por la brevedad y finitud de su existencia, así como por el continuo y múltiple movimiento de la realidad coyuntural, y donde debemos ubicar la consideración del Timing Político.
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duda, la acumulación de experiencias y la política comparada intentan —hasta ahora con relativo éxito— limitar el impacto de la incertidumbre y aconsejar sobre la mejor elección posible dadas unas constantes generales. Aun así, quizá nada pueda ayudar a predecir con absoluta certeza el comportamiento de los actores al calor de la acción política inmediata y la indudable presión del factor temporal coyuntural. Si el tiempo es un componente decisivo en el desempeño de los actores, lo es más todavía cuando se estudia la dinámica global de los procesos de cambio político. Para Linz (1994), ciertamente, el factor tiempo marca la configuración de un proceso de transformación de régimen. Bajo esta perspectiva, el aspecto central del proceso de cambio se decide ante todo en la velocidad de las transformaciones. Esto es, una rapidez o lentitud excesiva pueden desencadenar frustración y desencanto en la oposición, o recelo y actitudes de boicot en sectores tradicionales de poder afectados por las reformas políticas impulsadas. Así, el desafío asumido por los líderes de un proceso de transición formulado desde la variable temporal puede expresarse como el encuentro de la “cadencia o ritmo” adecuado para ejecutar las transformaciones y las acciones exigidas por el proceso. En palabras del propio Linz: A veces pasos pequeños crean una expectativa de cambio con ritmos razonables, y un proceso constante de cambio puede justificar esa expectativa aun en presencia de una reforma en realidad mínima. Un proceso
paso a paso puede atenuar tanto la ansiedad de quien teme al cambio, como la impaciencia de quien auspicia su acontecer inmediato.
Otro aspecto de la importancia de la variable temporal en los procesos de transición se encuentra vinculado al problema de la legitimidad del proceso. Es sabido que la legitimidad en ese tipo de situaciones posee, cuando se obtiene, un carácter condicionado y, efectivamente, temporal. Por lo tanto, los líderes de todo proceso de transición actúan bajo la presión del tiempo. Normalmente se les establece una fecha determinada para concluir el proceso de transición y suele verse con malos ojos cualquier intento de prolongar dicho período bajo la frecuente excusa de que aún no se han creado las estructuras e instituciones del nuevo régimen o, al menos, de que no alcanzan todavía la madurez necesaria para su consolidación. Las diferentes fases del proceso de transición —colapso, instauración y consolidación o recaída— poseen, en consecuencia, una demarcación temporal que, aunque relativamente flexible, no puede ir más allá de ciertos límites. Ello es así debido a que el principio político que fundamenta este aspecto práctico sostiene que: El poder se obtiene sólo pro-tempore, con el objeto de lograr una serie de fines y con el mandato de cederlo a quien posteriormente sea legitimado mediante los procesos constitucionales existentes o por medio de nuevas normas, generalmente emanadas de una asamblea constituyente (Linz, 1990).
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Únicamente de aquí emanará una plena legitimidad para el ejercicio del poder del gobierno en funciones o de la oposición. Si el tp es crucial en las transiciones democráticas no lo es menos en la práctica de la democracia. De hecho, constituye una variable fundamental para medir el grado real de democracia que poseen los procesos políticos. No puede ser de otra manera, pues la democracia se comprende en esta perspectiva como un proceso inherentemente competitivo donde el gobierno se define, precisamente, por su duración limitada. En las democracias la autoridad de los gobernantes está limitada en el tiempo, y ese aspecto transitorio de los gobiernos democráticos es algo a la vez ventajoso y desventajoso, por las consecuencias que desencadena. Entre las principales desventajas reseñadas por Linz (1994) destacan: primero, el hecho de que la no reelección en la mayoría de las democracias presidenciales provoca casi siempre algún tipo de cambio abrupto en las políticas gubernamentales, y ello priva al electorado de la opción de la continuidad. En segundo lugar, los períodos de gobierno cortos y fijos de gran parte de los regímenes presidenciales conllevan un negativo sentido de urgencia e impaciencia, lo cual indudablemente ocasiona frustración tanto entre electores como entre gobernantes. En tercer lugar, y muy relacionado con el punto anterior, los períodos breves inducen normalmente a la tentación opositora de bloquear al gobierno en espera de recuperar
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el poder lo antes posible, así como impulsa la estrategia gubernamental de ampliación del mandato aunque esto ocurra más bien en los regímenes parlamentarios. Sin embargo, la limitación temporal en los regímenes democráticos genera innegables ventajas. Linz destaca con particular énfasis la de incentivar la prudencia y promover una vía reformista más que una revolucionaria en el campo del cambio político. En efecto, Linz parte de la convicción de que los gobiernos democráticos a largo plazo nunca podrán ser reaccionarios o rígidamente conservadores. Ciertamente, en las democracias estables, argumenta Linz, los cambios introducidos suelen encontrar el ritmo apropiado. Las democracias, en este sentido, poseen una tendencia hacia procesos evolutivos graduales, moderados y seculares de cambio político. Y ello acontece de manera constante más que fluctuante. Así, pues, la democracia favorece los cambios y, para ello, “parece requerir que éstos sean acumulativos, graduales y a veces discontinuos” (Linz, 1992). Un aspecto final de la cuestión de la limitación temporal del ejercicio del poder surge de la pregunta: ¿cuál es el tiempo ideal entre elección y elección en un régimen democrático? Al formular dicha cuestión, se considera que ningún gobierno puede estar democráticamente legitimado de manera indefinida. Por el contrario, el mandato otorgado es siempre restrictivo y, en consecuencia, el consenso del que nace debe de regenerarse con nuevas auscultaciones electorales.
La dinámica política impone en los actores políticos la consideración del tiempo de manera constante y en un primer plano, pues el momento en que tiene lugar un acontecimiento determina inexorablemente su desenlace.
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En consecuencia, la toma de decisiones políticas se encuentra íntimamente vinculada con la consideración del factor temporal. Las decisiones deben tomarse en el momento oportuno para alcanzar el efecto deseado. El Timing Político se vuelve así el elemento en donde se juega el éxito o el fracaso de las decisiones más allá del contenido objetivo que externen.
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Naturalmente, se trata de una pregunta de difícil respuesta. Tanto períodos largos como períodos cortos ofrecen al mismo tiempo ventajas y desventajas. Así, por ejemplo, los períodos largos maximizan la eficacia gubernamental, pero sacrifican representatividad; mientras que los períodos cortos maximizan representatividad a costa de la eficacia del gobierno. En consecuencia, no hay una respuesta última a esa cuestión. Sin embargo, no cabe duda de que la duración del intervalo debe ser tal que el gobierno pueda familiarizarse con los problemas de su agenda de acción pública y con la actividad gubernamental, pueda formular las políticas básicas a seguir, pueda preparar y aprobar la legislación correspondiente, esté en condiciones de implementar las políticas y observar los resultados de las mismas, haciendo las correcciones necesarias; y pueda preparar la nueva elección y la campaña electoral. Elementos a considerar En síntesis, el factor temporal juega dos roles fundamentales en los procesos de cambio político. Por una parte, determina y configura el abanico de posibilidades estructurales del cambio; mientras que, por otra, define en virtud de la elección de los actores políticos, la realización específica de una de esas posibilidades. Desde su concepción estructural, el tiempo se manifiesta como el marco englobante en el cual se interrelacionan y maduran los elementos fundamentales de las estructuras
sociohistóricas; es decir, el desarrollo económico, social, político y cultural de una determinada nación adquiere su identidad propia a partir de las posibilidades creadas por su particular desarrollo procesual. El desarrollo se gesta y articula históricamente y manifiesta, en tal sentido, su propio tiempo interno. De esta suerte, por ejemplo, dos naciones con diferente nivel de desarrollo económico y de cultura política, y que gozan de distinta atención e interés por parte de la comunidad internacional, podrían transitar en un período más o menos simultáneo de una régimen autoritario a uno democrático. Pero, indudablemente, sólo la sociedad más desarrollada tendría mejores perspectivas para consolidar y mantener ese proceso de transición. En el plano de la corta duración, a su vez, el tiempo se transforma en un recurso de importancia decisiva con el que cuentan los actores políticos en todo momento. La política práctica e inmediata no puede dejar de prescindir de él. En consecuencia, el tiempo se vuelve el elemento donde se juega la eficacia —éxito o fracaso— de la acción política. Así, una misma acción tendrá un impacto muy diferente si ha sido ejecutada o no de manera oportuna. Será entonces la habilidad o la sensibilidad de los actores para encontrar el momento oportuno para la acción correcta lo que definirá la realización o frustración de un determinado curso de acción. Así, por ejemplo, el impulso de un proceso de liberalización política conducido oportunamente puede reequilibrar los consensos en el interior del grupo dominante de
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un régimen no democrático, mientras que su endurecimiento puede provocar su división interna, el fortalecimiento de la oposición y, finalmente, un estallido revolucionario. Naturalmente, se trata de planos temporales diferentes, ya que los procesos son en sí mismos diferentes. Sin embargo, a pesar de poseer una lógica de comportamiento interna propia, ambos tipos de temporalidad se encuentran íntimamente interrelacionados. En efecto, sin la apertura al futuro de un elenco de posibilidades concretas, producto del desarrollo procesual de las capacidades de una determinada estructura histórica, no puede pensarse, por ejemplo, en procesos de transición a la democracia. A su vez, sin la acción concreta de los actores políticos tampoco puede pensarse en la realización particular de una posibilidad determinada. Sin duda vivimos en una época en que el desarrollo histórico parece configurarse cada vez de manera más clara como un único proceso de alcance universal. Aún así, el
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estudio del cambio político todavía debe concentrarse sobre las particularidades específicas de cada proceso particular. De ahí la importancia que adquiere la consideración de la variable temporal. Por lo demás, su complejidad inherente nos indica que de momento estamos todavía lejos de poder integrarla plenamente en un modelo interpretativo del cambio político de aspiraciones explicativas universales. Más aún, debido a la naturaleza abierta e irresoluble de los procesos de transición y de consolidación, que se enriquecen a cada paso de hechos nuevos y que desplazan a otros, los estudiosos del cambio político han tendido en los últimos tiempos a reformular sus aproximaciones no más en términos deterministas, sino probabilistas. En la actualidad, la mayor parte de los especialistas parecen más o menos convencidos de que su objeto de estudio es parcialmente causal, parcialmente probabilista y parcialmente abierto o, para decirlo con Sartori (1993), “El libro del futuro está más abierto que nunca”.
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César Cansino y Samuel Schmidt
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28 Transfuguismo Político Palabras clave Oportunismo político. Liderazgo, Partidos políticos, Movilidad política, Legitimidad, Credibilidad. Definición La expresión Transfuguismo Político (en adelante tp) más que un concepto especializado acuñado por las ciencias sociales para referirse al fenómeno del paso o el tránsito inmoderado de actores políticos de un partido a otro por razones pragmáticas o por convenir a sus intereses, es un adjetivo que suele emplearse popularmente para señalar y descalificar a ese tipo de políticos por carecer de principios y valores sólidos y moverse oportunistamente de un partido a otro. En ese ámbito de referencia más popular que científico, al tp también se le conoce como “malabarismo político”, “trapecismo político”, “chapulinismo”, expresiones igualmente sarcásticas para referirse a una práctica mal vista socialmente aunque cada vez más frecuente entre los políticos profesionales. Como fenómeno presente en muchas democracias, el tp también ha sido objeto de análisis de las ciencias sociales, aunque con poco éxito. En
uno de los escasos ensayos dedicados al tema se define como “la acción de un militante, adherente, simpatizante o miembro de un partido político de abandonarlo para incorporarse a otro” (Renieu Vilamala, 1996). Según este mismo estudio, el tp es más frecuente en sociedades con poca tradición democrática, aunque también puede ocurrir en democracias maduras. Sin embargo, esta definición es imprecisa, porque si el tp ha de responder a las características con las que suele asociarse popularmente, debe incorporar al menos un elemento: que el político que abandona un partido para integrarse a otro lo hace en la perspectiva de obtener un beneficio personal, como ser postulado como candidato a un cargo de elección popular u ocupar un puesto de dirección en su nuevo partido, cuestiones que en su antigua organización quizá estaban fuera de su alcance. Es decir, el tp tiene un elemento de oportunismo y pragmatismo nacido de un cálculo individual por
La expresión Transfuguismo Político es un adjetivo que suele emplearse popularmente para señalar y descalificar a ese tipo de políticos por carecer de principios y valores sólidos y moverse oportunistamente de un partido a otro.
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Todo Transfuguismo Político supone movilidad política, pero no toda movilidad política supone Transfuguismo Político Por lo demás, el Transfuguismo Político es una práctica exclusiva de regímenes democráticos más o menos maduros, por cuanto sólo en situaciones de pluralismo y competencia cobran sentido los cambios interesados de filiación partidista.
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parte del tránsfuga según el cual podrá mejorar su estatus, sus privilegios, sus intereses, sus posiciones, etcétera, en un ejercicio donde las convicciones o la congruencia ideológica del implicado es lo que menos importa. Por ello, no debe confundirse el tp con la noción más general de “movilidad política”, un concepto mucho más empleado por la ciencia política para referirse al paso de actores políticos y sus respectivos recursos (ya sea económicos, coercitivos o de influencia) desde ciertas posiciones de poder, coaliciones, grupos de influencia o partidos políticos hacia otros distintos (Cansino, 2002). De hecho, el concepto de “movilidad política” suele emplearse para describir este tipo de movimientos como jugadas estratégicas con el objetivo de minar un régimen o impulsar cambios en o del mismo, o sea constituye una variable interviniente en, por ejemplo, procesos de crisis de un régimen autoritario o de transición democrática. Así que mientras los móviles del tránsfuga siempre son personales, pragmáticos y oportunistas, los de la movilidad política pueden ser también ideológicos y/o estratégicos, y muchas veces son la simiente de cambios políticos de mayor envergadura. En suma, todo tp supone movilidad política, pero no toda movilidad política supone tp. Por lo demás, el tp es una práctica exclusiva de regímenes democráticos más o menos maduros, por cuanto sólo en situaciones de pluralismo y competencia cobran sentido los cambios interesados de filiación partidista. Mientras que la movilidad política suele ser consustancial a regímenes en crisis o en transición, donde
los saltos de posición de actores políticos o con capacidad de influir en los ámbitos de poder modifican o alteran la correlación de fuerzas, presionando por pactos o acuerdos inéditos. Ahora bien, no obstante tratarse de decisiones individuales, el tp involucra a partidos políticos (los exportadores y los receptores de los tránsfugas) y, como dijimos, se da en el contexto de una democracia, por lo que siempre tiene consecuencias institucionales o culturales. Es lo que en las ciencias sociales se conoce como “consecuencias no intencionadas de las acciones individuales” (Colomer, 1990). Así, por ejemplo, un crecimiento incontrolable del fenómeno del tp tiene muchas veces el efecto perverso de contribuir al descrédito de la clase política en general y de desalentar la participación política de los electores en las urnas, tendencias ya de por sí alarmantes desde hace tiempo en las democracias modernas, por muchas otras razones. Es decir, el tp no sólo ofende la inteligencia de los ciudadanos por su carga de cinismo inherente, sino que vulnera a las instituciones políticas por la inconsistencia ideológica de quienes ejercen roles de autoridad en las mismas. En virtud de ello, ha surgido recientemente en varios países una corriente de opinión favorable a que se legisle en la materia para poner algún tipo de frenos o controles a esta práctica. Sin embargo, otra corriente de opinión sostiene que pretender legislar el tp es tan pernicioso para la democracia como el tp en sí mismo. Más aún, consideran que sólo se puede normar el
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asunto en detrimento de otros principios y valores de la democracia, lo cual nos coloca en disyuntivas simplemente improcedentes (Cansino, 2012). En suma, las cuestiones importantes a dilucidar sobre el tp son: a) las razones que explican su aparición en las democracias modernas; b) las consecuencias que genera tanto para la democracia como para la ciudadanía; y c) la pertinencia o no de legislar en la materia. Cabe señalar que un estudio empírico del tp en un caso concreto debe preguntarse por varias cosas: ¿cuáles son sus causas?, ¿qué incentivos culturales e institucionales lo fomentan?, ¿qué relaciones tiene con la competitividad y el realineamiento electoral?, ¿qué actores lo protagonizan?, ¿cómo se benefician o perjudican?, ¿con qué discurso lo justifican?, ¿cómo repercute en los sistemas de partidos, electoral y de representación política, y en la democracia en general?, ¿puede contribuir indirectamente a la disminución de otras prácticas perniciosas para la democracia, como el caciquismo, el patrimonialismo y el clientelismo?, ¿cómo lo percibe la sociedad?, ¿debe o no legislarse en la materia? Razones y consecuencias del transfuguismo político Si el tp es el paso o tránsito inmoderado de personajes políticos de un partido a otro por razones pragmáticas o por convenir a sus intereses personales, se trata de una práctica propia de regímenes democráticos, o sea donde el pluralismo político es
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competitivo y está plenamente garantizado, pues la movilidad de los políticos de un partido a otro nace de un cálculo individual sobre cuál de ellos le puede redituar mayores beneficios en sus aspiraciones personales en una eventual contienda electoral. No debe confundirse el tp con la movilidad política. Si bien ambas expresiones aluden a una mudanza o movimiento por parte de un actor o grupo político dentro del sistema político, el primero ocurre exclusivamente en el subsistema partidista, y el segundo, en un ámbito mayor (como puede ser el salto de un actor político desde el respaldo a las élites gobernantes hacia la oposición activa o viceversa). Más específicamente, mientras que la motivación del tránsfuga político es posicionarse mejor en el espectro partidista para apuntalar su carrera política, el que rompe con la élite gobernante para pasar a la oposición o a la disidencia busca exhibir al régimen en sus contradicciones e impulsar cambios que considera necesarios. Obviamente, ni el tránsfuga ni el disidente tienen asegurado el éxito, pues éste depende de muchos otros factores e imponderables. Como quiera que sea, ambos movimientos tienen un ingrediente de traición para quien los encarna, ya sea al partido o a la coalición de origen, aunque sólo el segundo puede apelar a razones superiores y no sólo egoístas para justificarse. De hecho, el elemento traición es destacado por algunos especialistas, quienes sostienen que el tránsfuga es un traidor, un indivi-
Ahora bien, no obstante tratarse de decisiones individuales, el Transfuguismo Político involucra a partidos políticos (los exportadores y los receptores de los tránsfugas) y se da en el contexto de una democracia, por lo que siempre tiene consecuencias institucionales o culturales. Es lo que en las ciencias sociales se conoce como “consecuencias no intencionadas de las acciones individuales”.
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Así, por ejemplo, un crecimiento incontrolable del fenómeno del Transfuguismo Político tiene muchas veces el efecto perverso de contribuir al descrédito de la clase política en general y de desalentar la participación política de los electores en las urnas, tendencias ya de por sí alarmantes desde hace tiempo en las democracias modernas, por muchas otras razones.
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duo que viola la fidelidad para con el poder, para usarlo en beneficio propio (Renieu Vilamala, 1996). Pero si la traición ha de ser considerada en la definición del tp, se impone una consideración adicional, de tipo filosófica. Desde cierta perspectiva vitalista, el tp no sería condenable, pues la existencia humana no puede estar encadenada a nada, o sea es libre y mudable, no puede ser fiel eternamente a una causa o ideal. El cambio, la rebeldía o la deserción son consustanciales a la existencia. De hecho, la traición siempre ha jugado un papel decisivo en la historia de la humanidad. Sin embargo, la traición sólo adopta las connotaciones negativas con las que hoy es asociada por efecto de la divulgación de textos sagrados como la Biblia. En el Antiguo Testamento, por ejemplo, la traición es vista como un fenómeno negativo, un pecado, la violación de la fidelidad debida, un comportamiento ajeno a la dignidad, una de las acciones más destructivas en las relaciones humanas, una falta, un agravio a la amistad, el amor y la honestidad. Pero aún así, la traición es ambigua, a veces se perdona y a veces no. El propio Creador perdona algunas traiciones y otras las castiga cruelmente. Asimismo, hay muchas razones para traicionar: a veces se traiciona por equivocación, a veces hay arrepentimiento, aunque las consecuencias de la traición ahí queden, con sus daños y prejuicios (Bobbio, 1988). También en nombre del bien se puede hacer el mal, piénsese, por ejemplo, en el fanatis-
mo o fundamentalismo de ciertas religiones, o en la inquisición que practicó la Iglesia Católica para imponer su fe a sangre y hierro. Pero la herejía, tan castigada en los tiempos de oscuridad, también fue, paradójicamente, la base de la ciencia y la reflexión libre en Occidente. De hecho, el protestantismo de los siglos xvii y xviii posibilitó la afirmación de los ideales de la tolerancia, la libertad, la igualdad y el gobierno civil. Es decir, las herejías o traiciones han motivado cambios para bien, lo cual habla de la ambigüedad de la traición. De ahí que una conciencia herética no siempre es condenable sino que puede ser la semilla de una nueva fuerza y vitalidad renovadora. Pero esta conciencia herética no aplica para el tránsfuga, al menos en la acepción vista hasta ahora. Si para el tránsfuga no hay principios ni valores que traicionar, pues para él ser fiel a sí mismo, a sus propios intereses personales, desprovistos de convicciones superiores, es lo que realmente cuenta, para los demás su acción siempre será percibida como una traición, al menos para los directamente afectados. En otras palabras, si para una concepción vitalista, el tp no es malo per se, pues el cambio es inherente a la condición humana, para una concepción más terrenal, aunque basada en principios morales muy arraigados en Occidente, cambiar de partido por intereses egoístas sí implica traición, por cuanto la decisión carece de elementos morales o soportes éticos y nace sólo de un cálculo egoísta. Es decir, el tp no tiene nada que ver
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con la rebeldía, la resistencia o la fidelidad a causas superiores, como sí sería el caso de otras formas de movilidad política. Ahora bien, no debe confundirse el tp con la acción de abandonar un partido. Muchas veces un político decide abandonar su partido de origen por intrigas internas, violación de sus derechos políticos o simplemente porque sus principios personales han dejado de ser compatibles con los del partido al que pertenece, independientemente si afecta o no los compromisos contraídos con sus simpatizantes. En estas circunstancias, el político en cuestión valorará si otro partido le resulta ideológicamente compatible para seguir desarrollándose, incluso hay ocasiones que otro partido puede permitirle hacer valer mejor sus compromisos y convicciones. En cambio, el tránsfuga siempre cambia de filiación partidista para obtener prebendas personales, faltando a cualquier compromiso contraído. Como quiera que sea, tanto el que abandona un partido como el tránsfuga se mueven dentro de los límites de su voluntad individual, libre y soberana, sin mayor restricción que la aceptación voluntaria de los principios doctrinarios, programa y estatutos de su nueva organización. Desde una perspectiva más politológica, lo primero a destacar es que el tp tiene lugar en el subsistema de partidos, aunque desde ahí puede motivar cambios en el sistema político más general, sobre todo si los tránsfugas ocupan roles de autoridad relevantes después de saltar de un partido a
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otro, con lo que introduce cambios en el realineamiento electoral de los partidos, entendiendo por ello el cambio de la identificación de preferencias partidistas, la identificación de grupos de apoyo partidario, la continuidad y discontinuidad de etapas electorales, etcétera. Un realineamiento implica un proceso político integral de modificación regional y estadística en las preferencias electorales, es decir, el transformismo puede motivar cambios y adaptaciones en el conjunto de las estructuras del sistema político. Por ello, sistémicamente hablando, puede decirse que el tp es una fuerza social de actores políticos incentivada por las recompensas positivas que ofrecen tanto el sistema electoral como el sistema de gobierno. Según la teoría más aceptada sobre los incentivos, son un componente central en el proceso de institucionalización de los partidos y en la configuración de las coaliciones dominantes. Los incentivos son los elementos materiales y morales que se asignan o retribuyen a quienes participan en el mantenimiento de la organización, y están condicionados por el grado de participación y los intereses que persigue cada miembro del partido (Panebianco, 1990). No sólo desde el punto de vista filosófico pueden encontrarse argumentos para justificar el tp, como el vitalismo, sino también las ciencias sociales han aportado algunos elementos, en particular ciertas perspectivas racionalistas o individualistas metodológicas. Así, apoyado en estos discursos, podría sostenerse que los tránsfugas estarían guiados e identi-
Un estudio empírico del Transfuguismo Político en un caso concreto debe preguntarse por varias cosas: ¿cuáles son sus causas?, ¿qué incentivos culturales e institucionales lo fomentan?, ¿qué relaciones tiene con la competitividad y el realineamiento electoral?, ¿qué actores lo protagonizan?, ¿cómo se benefician o perjudican?
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Desde cierta perspectiva vitalista, el Transfuguismo Político no sería condenable, pues la existencia humana no puede estar encadenada a nada, o sea es libre y mudable, no puede ser fiel eternamente a una causa o ideal. El cambio, la rebeldía o la deserción son consustanciales a la existencia.
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ficados por un pragmatismo, aunado a una férrea defensa de sus derechos individuales, valores fundamentales de una sociedad de libre competencia y mercado político. Desde este punto de vista, el cambio de agrupación política podría interpretarse como un acto racional por el cual se intentaría justificar el alejamiento de la organización a la que se pertenece (Hirschman, 1977). Siguiendo con esta lógica, cuando se deteriora aquello que una empresa, organización o partido provee, la lealtad de sus miembros se siente amenazada. Entonces ellos pueden expresarse a través de una de dos opciones: elegir la salida o usar su voz. Así, el tp, más que una estafa, sería el cambio de convicciones políticas. Más aún, la falta de corrientes políticas organizadas en el interior de los partidos puede tener una incidencia directa y notable en el desarrollo del tp, o sea que si se cierran los canales a la voz, únicamente puede optarse por la salida o la lealtad. Puede entonces considerarse al tp como mera acción crítica resultante de la evolución ideológica del individuo y por tanto exenta de valoración peyorativa. Así, más que un traidor, el tránsfuga sería un actor racional, que evalúa costes y beneficios y selecciona la opción más racional (maximiza sus beneficios y minimiza sus costes) en su comportamiento, que de todas formas contribuye al establecimiento de una libre competencia política. Es decir, aunque el tránsfuga se asemeje en primera instancia a un sujeto egoísta, en realidad su pragmatismo contribuye a la defensa de los derechos individuales y mantiene los cimientos de la sociedad. Pero además,
desde la lógica del individualismo metodológico, el tránsfuga puede aceptar sin problemas su papel de traidor, por cuanto es una especie de free rider (viajero sin boleto) que se beneficia de toda una infraestructura organizativa estatal y partidista que le permite disminuir sus costos notablemente, y sería estúpido no aprovecharlo (Velázquez Caballero, 2005). Obviamente, desde perspectivas racionalistas de este tipo podemos explicar y hasta justificar las acciones del tránsfuga, pero de nueva cuenta nos alejan de las percepciones sociales o populares dominantes, o sea sólo pueden emplearse a costa de violentar el sentido común. Por eso, en este punto como en la vida misma, las ciencias sociales deben ajustarse a las creencias y percepciones socialmente aceptadas y no al revés, como quisieran muchos científicos que habitan en sus torres de marfil sin contacto con la realidad (Cansino, 2008). En suma, que el tp sea una acción racional, nacida de un cálculo interesado motivado por los incentivos que el propio sistema electoral y de representación provee a los tránsfugas, o que la acción del tránsfuga reafirme indirectamente los valores de libertad política consustanciales a una democracia liberal, no supone que el tránsfuga esté exento de valoraciones negativas que califiquen su acción como una traición originada en su falta de compromisos y convicciones ideológicas y políticas, independientemente de que el tránsfuga pueda mantener o no las lealtades de sus seguidores en su nueva agrupación.
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¿Legislar o no legislar? El tp pone en evidencia varias cosas, cuya magnitud y peso depende de cada contexto que se considere: ausencia de un sistema de partidos fuerte, o sea con partidos institucionalizados; crisis de la representación política; ausencia de vías institucionales de comunicación e información entre representantes y representados; escaso desarrollo y fomento de una cultura política basada en el pluralismo y la diferenciación ideológica; escasa cohesión programática e ideológica en las organizaciones partidistas; marcado pragmatismo que lleva a los partidos a convertirse en maquinarias electorales antes que en expresión de la diversidad de intereses sociales; débil arraigo social de los partidos con la consecuente movilidad partidista electoral; y cambios en la oferta electoral donde lo que importa son los candidatos más que los partidos o sus líneas programáticas (Masgo Manco, 2001). A lo anterior hay que sumar las ambigüedades normativas prevalecientes en materia electoral y de partidos, que de algún modo apuntalan el tp, ya sea por ausencia de sanciones rígidas a los partidos que violentan la ley, ya sea porque no existe una ley de partidos que regule pormenorizadamente las actividades y características de los mismos, ya sea porque otorga amplias prerrogativas y privilegios a los partidos, ya sea porque carece de medidas de contrapeso a los partidos o para exigirles que se responsabilicen
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ante la sociedad, como podrían ser la revocación de mandato, la reelección continua, la iniciativa popular y otras formas de democracia directa, entre otras muchas opciones. Pero una cosa es la permisividad de la ley, que alienta indirectamente el tp, con todo y sus consecuencias negativas para la democracia, y otra muy distinta es legislar sobre la materia de manera directa, introduciendo candados y obstáculos al tp, lo cual sería contradictorio con la propia democracia. En efecto, que el tp sea un fenómeno que mine la credibilidad y la legitimidad de la democracia no significa que debe prohibirse o controlarse en automático, pues hacerlo afectaría otros derechos consustanciales a la democracia, como la libertad política o el derecho de reunión y de profesar la ideología que cada quien prefiera. Por este simple hecho, legislar en materia de tp es un despropósito contradictorio incluso con los derechos superiores consagrados en las Constituciones liberales y democráticas. Además, se estaría pecando de paternalismo, al intentar precaver a los ciudadanos de políticos oportunistas que no saben más que acomodarse a lo que más les conviene, sin más fidelidad que a sus intereses personales. Huelga decir que una reforma paternalista termina negando a los ciudadanos su condición de ciudadanos, pues los concibe como sujetos incapaces de opinar y decidir por sí mismos de manera madura. Seguir alimentando este tipo de criterios es incompatible con la democracia. Las sociedades pueden equivocarse, pero
El tránsfuga siempre cambia de filiación partidista para obtener prebendas personales, faltando a cualquier compromiso contraído.
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El Transfuguismo Político tiene lugar en el subsistema de partidos, aunque desde ahí puede motivar cambios en el sistema político más general, sobre todo si los tránsfugas ocupan roles de autoridad relevantes después de saltar de un partido a otro, con lo que introduce cambios en el realineamiento electoral de los partidos.
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eso no supone conculcarles su plena soberanía para decidir en los asuntos públicos. Toca a los ciudadanos y sólo a ellos premiar o castigar desde sus propias escalas de valores los excesos e inconsistencias de sus representantes, como sería el propio tp, votando o no por ellos, como debería ocurrir también con los candidatos en campaña que descalifican a sus contrincantes sin ningún reparo. Sólo desde una concepción que no escamoteé estos derechos a los ciudadanos puede construirse un auténtico Estado de derecho. En suma, legislar para prohibir el tp es una mala idea, una medicina que traería efectos negativos colaterales. ¿Qué hacer entonces? La solución para democracias incipientes o no consolidadas como todas las de América Latina, es avanzar decididamente en reformas institucionales que apuntalen la democracia, restrinjan privilegios a los partidos y otorguen a los ciudadanos más facultades para participar en los asuntos públicos. De hecho, ninguna democracia en el mundo califica hoy como tal en ausencia de un puñado de contenidos elementales, como la reelección de diputados y senadores, alcaldes y gobernadores, las candidaturas independientes, la segunda vuelta electoral, etcétera. Ninguno de estos tópicos debería estar a discusión, simplemente son indispensables. Llenarlos de objeciones y dudas técnicas sólo constituye un ardid para desecharlas. Así, por ejemplo, oponerse hoy en día a la reelección de los representantes políticos sólo puede hacerse
con la intención de asegurar y preservar los caudillismos y los cotos de poder que la no reelección alimenta. La verdad es que la reelección de nuestros representantes es fundamental para conferir a los ciudadanos la capacidad de premiar o castigar a sus autoridades y, en esa medida, estimular a estos últimos a gobernar en tensión creativa con los ciudadanos. Si las cúpulas partidistas se oponen a esta medida es porque les sustrae capacidad para seguir manipulando clientelarmente la asignación de candidatos y curules, según la lógica que sostiene que lo que pierden los partidos lo conquistan los ciudadanos. Pero así como la reelección resulta fundamental para toda democracia, al grado que hoy es difícil encontrar democracias que la proscriban, esta iniciativa es insuficiente si no se introducen paralelamente mecanismos formales para la revocación de mandato y la rendición de cuentas. En una línea similar de preocupaciones, se debe contemplar la iniciativa popular, para que los ciudadanos puedan incidir en los procesos legislativos y proponer puntos en la agenda, una facultad indispensable para cualquier democracia moderna, junto con el referéndum y el plebiscito, instrumentos cada vez más socorridos para garantizar la rendición de cuentas y la reciprocidad. En fin, avanzar en reformas estructurales como las referidas constituye el único camino viable para apuntalar la democracia y conjurar prácticas perversas y dañinas como el tp. Por todo ello, legislar en materia de tp no sólo es contradictorio con los principios y libertades fundamen-
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tales consagrados en una Constitución democrática, sino también inútil, por cuanto sería una reforma cosmética y
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superficial que poco ayudaría a resolver los problemas de fondo o estructurales de las democracias incipientes.
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César Cansino y Diego Martín Velázquez Caballero
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29 Transición Democrática Palabras clave Transición política, Transición democrática, Liberalización política, Democratización, Apertura política, Crisis política, Institucionalización política, Consolidación democrática. Definición En la teoría del cambio político, por “transición política” suele entenderse el intervalo entre un régimen político y otro, asumiendo por régimen político el conjunto de patrones, explícitos o no, que determinan las formas y los canales de acceso a las principales posiciones gubernamentales, las características de los actores que son admitidos y excluidos de este acceso, y los recursos y estrategias que pueden usarse para tener acceso. De esta manera, los momentos de transición están definidos por el cuestionamiento a los arreglos institucionales y a las prácticas políticas; esto es, por la ausencia de consenso hacia ellos y por la lucha hacia la definición y el establecimiento de unos nuevos (en esta definición coinciden autores como O’Donnell y Schmitter, 1986; Linz, 1978; Morlino, 1980). De acuerdo con la premisa anterior, la Transición Democrática
(en adelante td), o transición de un régimen autoritario a uno democrático, es el intervalo durante el cual se pasa de un conjunto de arreglos institucionales y prácticas políticas definidos y controlados discrecionalmente por la élite en el poder, a otro acuerdo en el que la definición y el funcionamiento de las estructuras y las prácticas políticas se someten a la discusión, están garantizadas por la Constitución y respaldadas por la participación ciudadana. Considerando la naturaleza tan peculiar de los procesos de transición, concebimos a la td como una dimensión histórica en la que el régimen autoritario de partida ha perdido algunas de sus características, sin adquirir del todo los nuevos aspectos del régimen democrático de llegada. En ese sentido, la td es una estructura de ambigüedad política, una interacción entre elementos autorita-
Los momentos de transición están definidos por el cuestionamiento a los arreglos institucionales y a las prácticas políticas; esto es, por la ausencia de consenso hacia ellos y por la lucha hacia la definición y el establecimiento de unos nuevos.
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La Transición Democrática, o transición de un régimen autoritario a uno democrático, es el intervalo durante el cual se pasa de un conjunto de arreglos institucionales y prácticas políticas definidos y controlados discrecionalmente por la élite en el poder, a otro acuerdo en el que la definición y el funcionamiento de las estructuras y las prácticas políticas se someten a la discusión, están garantizadas por la Constitución y respaldadas por la participación ciudadana.
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rios y democráticos, en el que están presentes orientaciones normativas, estilos de acción y valores heterogéneos entre sí. La ambigüedad política en la td puede observarse en dos niveles: uno de orden estructural, que concierne a las instituciones de ascendencia diversa y a los nuevos espacios de actuación, tanto de los actores emergentes como de los actores del régimen precedente; y un segundo, que concierne a las conductas de los actores respecto a las normas, valores, programas, ideologías, etcétera. Cabe señalar que la ambigüedad política no es entendida aquí como una propiedad exclusiva de las transiciones en general o de las transiciones democráticas en particular, pues todo sistema político presenta situaciones ambivalentes, y los actores políticos no siguen necesariamente un patrón preestablecido de acción. Con todo, la ambigüedad es el aspecto de mayor evidencia en una td, por cuanto se trata de una fase que muestra múltiples e inciertas alternativas y en la que la nueva sociedad no se ha perfilado plenamente. Se trata de un momento que presenta al mismo tiempo elementos de preinstitucionalización y de desinstitucionalización; es decir, muestra, respectivamente, instituciones y procedimientos democráticos que no han logrado instaurarse plenamente, junto con instituciones y prácticas autoritarias en franco proceso de deslegitimación. Esta concepción alternativa supone, entre otras cosas, que los distintos actores políticos y sociales
poseen características congruentes con la situación de td. Por lo tanto, la apertura o la falta de institucionalización de la situación, junto a la transitoriedad y celeridad del proceso político, se acompañará de formas de organización con similares características. De ahí que todo estudio sobre td requiere individualizar las características de los distintos actores en escena, sean éstos partidos políticos, movimientos sociales, líderes políticos, etcétera, como portadores de múltiples e inciertas alternativas y estrategias de acción. En síntesis, se propone concebir a la td no sólo como una etapa de postautoritarismo o de predemocracia, sino como una situación en la que surgen nuevas características, algunas de poca duración y otras que habrán de consolidarse en el futuro; una situación en la que una parte del régimen autoritario se disuelve, mientras otra se traslada al nuevo régimen; una situación, finalmente, en la que nacen parte de la nueva democracia y parte de los desafíos que deberá resolver. Elementos para el análisis De acuerdo con la definición anterior, el estudio de la td supone, ante todo, delimitar una estrategia de análisis de los principales actores políticos antes, durante y después del proceso. Sin embargo, pueden reconocerse distintas modalidades de td, lo cual determina, a su vez, distintas estrategias de análisis. Una td puede estar definida ya sea por una liberalización política o por una democratización. Dado que
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ambos procesos funcionan con lógicas distintas, el estudio de la td debe contemplar estrategias de análisis específicas para cada caso, tal y como veremos más adelante. El tema de las causas de la td es sumamente complejo y difícilmente puede llegarse a conclusiones definitivas dada la especificidad de cada proceso. Sin embargo, algunos autores han sugerido clasificaciones interesantes. Huntington (1994, pp. 41-44), por ejemplo, reconoce que las causas de la democratización han sido y son variadas y, sobre todo, que su significado a través del tiempo ha sufrido considerables modificaciones. No obstante, este autor identifica cuatro posibles explicaciones del fenómeno estudiado, que por lo demás no pretenden ser exhaustivas, mutuamente excluyentes o necesariamente contradictorias entre sí: a) causas únicas, por ejemplo, la aparición de una nueva potencia en el escenario internacional; b) desarrollo paralelo, que sugiere un nivel similar de desarrollo interno de un grupo determinado de naciones; c) efecto bola de nieve, que no es otro que el efecto de demostración o teoría del dominó en el cual a partir de una causa única de cambio interno, éste puede generalizarse dentro de una nación por imitación y desencadenarse todo un proceso de cambio global con rasgos comunes; y d) la solución que prevalece, que es la existencia de una respuesta común —la democratización o la regresión autoritaria, por ejemplo— a diferentes desafíos o problemas dentro de distintas naciones.
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Este mismo autor reconoce distintas modalidades de td: a) cíclica, en virtud de la cual los propios regímenes —la democracia y el autoritarismo— se han ido alternando en lugar de los partidos políticos; b) segundo intento, que revela la existencia de una experiencia democrática previa, aunque incipiente, en una nación regida por un gobierno autoritario (ello supone que la experiencia democrática habría fracasado, desde sus inicios, por diversas razones —falta de bases sociales, por ejemplo— y que tras un tiempo se vuelve a intentar); c) democracia interrumpida, donde la lógica del proceso de cambio parece ser inversa a la anterior, es decir, en este modelo la democracia existe de manera consolidada y estable en una nación, y se ve interrumpida por el surgimiento de condiciones —polarización, inestabilidad, etcétera— que le ponen fin; d) transición directa, es aquella que, contrariamente a la anterior, se da desde un sistema autoritario estable a un sistema democrático estable; y e) descolonización, que supone la aparición de la experiencia autoritaria tras el retiro de las autoridades coloniales, para dar paso, posteriormente, al ordenamiento institucional democrático. Ahora bien, si se combinan adecuadamente estas causas y modalidades del cambio político, se puede establecer un conjunto de constantes históricas propiamente dichas, las cuales favorecieron la td en distintos países a lo largo de las décadas de los setenta, ochenta y noventa. En los hechos, estas constantes modifica-
Concebimos a la Transición Democrática, como una dimensión histórica en la que el régimen autoritario de partida ha perdido algunas de sus características, sin adquirir del todo los nuevos aspectos del régimen democrático de llegada. En ese sentido, la Transición Democrática es una estructura de ambigüedad política.
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Todo estudio sobre Transición Democrática, requiere individualizar las características de los distintos actores en escena, sean éstos partidos políticos, movimientos sociales, líderes políticos, etcétera, como portadores de múltiples e inciertas alternativas y estrategias de acción.
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ron sustancialmente las variables del cambio democrático. A saber: profundos problemas de legitimidad de los sistemas autoritarios; crecimiento económico mundial sin precedentes; cambios sorprendentes en la doctrina y en las actividades de la Iglesia Católica; cambios en las políticas de los actores externos; y, finalmente, el efecto bola de nieve o efecto demostración apoyado por los medios de comunicación. Por supuesto, la importancia relativa de la combinación de estas causas, vías y constantes generales cambia de una región a otra y de un tipo de sistema autoritario a otro, así como de un país a otro. La td siempre es resultado de una combinación de algunas causas generales con otros factores endémicos. Así, los factores estructurales son condición necesaria pero no suficiente para el cambio de régimen. Hay, por tanto, un reconocimiento del papel desempeñado por los líderes y los actores políticos. Se trata, en efecto, de un papel que finalmente marca la diferencia entre un desenlace u otro en un proceso de crisis política. Esto supone reconocer, por una parte, que la aparición de condiciones sociales, económicas y externas favorables a la democracia nunca es suficiente para producirla. Pero, también, que los líderes políticos no pueden crear una democracia únicamente mediante el deseo y la buena voluntad, si las condiciones para su creación están ausentes. En conclusión, la td se construye por medio de métodos democráticos. Es decir, la base del cambio
político se encuentra en las negociaciones, compromisos y acuerdos gestados por las élites políticas, más que en otros posibles mecanismos. El espacio, profundidad y ritmos de esos acuerdos —así como la profundidad alcanzada en su ejecución— se encuentran determinados, obviamente, por las condiciones particulares de cada proceso; pero lo fundamental de los mismos radica en que las fuerzas políticas y los grupos sociales clave son quienes pactan entre sí —ya sea de manera explícita o implícita— los términos mínimos para transitar a la democracia. Asimismo, el primer resultado de tal acuerdo básico consiste en una considerable ampliación de la participación política en donde se incluyen de manera legítima a sectores anteriormente excluidos. Además, los grupos participantes moderan ostensiblemente sus posturas políticas radicales facilitando, de esta manera, el proceso de td. Se trata de un visible desplazamiento de todas las fuerzas políticas hacia posiciones más cercanas al centro político, el cual, curiosamente, adquiere una fascinación irresistible. Por lo que respecta a los tipos de td, autores como Dahl (1971) y Stepan (1986) coinciden en señalar los siguientes: a) transiciones conducidas por fuerzas externas (intervenciones extranjeras, conquistas, guerras, etcétera); b) transiciones como resultado de intervenciones violentas por parte de ciertas fuerzas sociopolíticas internas (revoluciones, guerras civiles, golpes de Estado, etcétera); c) transiciones continuas o evolutivas iniciadas por una crisis interna del régimen político.
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De estos tipos de td, las transiciones continuas son las más frecuentes. Existe consenso entre varios autores en que éstas se originan dentro de una crisis interna de los regímenes autoritarios. Esta crisis está marcada por una ruptura del consenso entre los actores que controlan o apoyan las decisiones políticas. En términos de O’Donnell y Schmitter (1986, p. 19), la ruptura está ligada a la emergencia de contradicciones entre los conservadores o “duros” y los reformistas o “blandos”. Para los mismos autores, la emergencia de estos conflictos resulta de una modificación en los cálculos y estrategias de un cierto número de actores, los cuales en un momento dado deben juzgar si sus intereses pueden ser mejor conservados manteniéndose el régimen autoritario o mediante una democratización. Como quiera que sea, ello implica que, en buena medida, la td es controlada más por el Estado que por las fuerzas de la sociedad civil, o que las reformas adoptadas durante las transiciones fueron, en los hechos, más o menos controladas “desde arriba”. Por lo que respecta al tipo de compromisos o negociaciones que dan pie a la democratización, por lo general éstos ocurren entre los actores más moderados tanto del régimen como de la oposición. Esta fase de negociación es calificada por O’Donnell y Schmitter como la de institucionalización, que denota el reconocimiento efectivo (evidenciado en la forma de leyes constitucionales) y la aceptación de las nuevas reglas y procedimientos por la mayoría de los grupos de interés.
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Las transiciones democráticas pueden ir acompañadas de un mayor o menor grado de tensión o conflictividad y pueden ser rápidas o lentas. Dependiendo de estos factores, pueden ser continuas o discontinuas. Por lo general, las continuas son procesos en los que se verifica el pasaje entre formas profundamente diversas de organización institucional de una comunidad política, en tiempos más bien concentrados y de manera pacífica. Las discontinuas, por su parte, son procesos de cambio incrementales que también pueden ser profundos, pero que sólo se concretan en el largo plazo y presentan un mayor grado de tensión o conflictividad (véase Morlino, 1980). Asimismo, el carácter continuo o discontinuo de una td influye, sobre todo, en la determinación del mayor o menor protagonismo de los distintos actores inmersos en el proceso. Así, mientras que en las transiciones continuas se espera una mayor intervención de los actores identificados con el régimen autoritario, en las transiciones discontinuas es mucho más relevante el protagonismo de los actores emergentes y, en general, de los identificados con la transformación del ordenamiento institucional. Otro aspecto importante de la variable temporal en los procesos de td se encuentra vinculado al problema de la legitimidad del proceso, es decir, al grado en que éste es percibido, tanto por la sociedad como por los actores políticamente relevantes, como merecedor de apoyo. Como sabemos, la legitimidad en ese tipo de situaciones posee, cuando
Se propone concebir a la Transición Democrática, no sólo como una etapa de postautoritarismo o de predemocracia, sino como una situación en la que surgen nuevas características, algunas de poca duración y otras que habrán de consolidarse en el futuro.
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Una Transición Democrática, puede estar definida ya sea por una liberalización política o por una democratización. Dado que ambos procesos funcionan con lógicas distintas, el estudio de la Transición Democrática, debe contemplar estrategias de análisis específicas para cada caso.
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Transición Democrática
se obtiene, un carácter condicionado y, efectivamente, temporal. Los líderes de todo proceso de td, por tanto, actúan bajo la presión del tiempo. Normalmente se les establece una fecha determinada para concluir con el proceso de transición, y suele verse con malos ojos cualquier intento por prolongar dicho período bajo la frecuente excusa de que aún no se han creado las estructuras e instituciones del nuevo régimen, o, al menos, de que ellas no alcanzan todavía la madurez necesaria para su consolidación (Linz, 1986, p. 41). Las diferentes fases del proceso de transición —colapso, instauración y consolidación o recaída— poseen, en consecuencia, una demarcación temporal que, aunque relativamente flexible, no puede ir más allá de ciertos límites. Ello es así, afirma Linz (1986, p. 39), debido a que el principio político que fundamenta este aspecto práctico sostiene que el poder se obtiene sólo pro-tempore, con el objeto de lograr una serie de fines y con el mandato de cederlo a quien posteriormente sea legitimado mediante los procesos constitucionales existentes o por medio de nuevas normas, generalmente emanadas de una asamblea constituyente. Únicamente de aquí podrá nacer una plena legitimidad para el ejercicio del poder del gobierno en funciones o de la oposición. Un último elemento, necesario para entender la dinámica de las transiciones democráticas, es el relativo a la incertidumbre que caracteriza a todo el proceso. De acuerdo con Przeworski (1986a), la
cuestión central de las transiciones democráticas es si conducen o no a democracias autosostenidas; esto es, a regímenes en los cuales las fuerzas políticamente relevantes: a) sujetan sus valores e intereses al juego incierto de las instituciones democráticas, y b) respetan los resultados de los procesos democráticos. De hecho, la td termina cuando se instaura una democracia autosostenida, es decir, cuando la mayoría de los conflictos son procesados a través de las instituciones democráticas; cuando nadie puede controlar ex post o ex ante los resultados del proceso político. En términos menos abstractos, una td se considera finalizada cuando: a) existe posibilidad real de alternancia partidista, b) cambios en las políticas pueden resultar de la alternancia en el poder, y c) un efectivo control civil sobre los militares ha sido establecido. En síntesis, durante la td se vive una gran incertidumbre entre los actores políticos sobre el rumbo del proceso. Cuando concluye la td, la incertidumbre se referirá, ahora, a los resultados del juego democrático, donde la posibilidad de alternancia es aceptada por todos siempre y cuando existan condiciones de competencia equitativas y debidamente sancionadas. El término acuñado por Przeworski (1986a) para definir el proceso a través del cual se afirma esta condición en un régimen democrático es el de “institucionalización de la incertidumbre”, que, como tal, sólo es posible si se afirma una cierta “certidumbre institucional”, producto del consenso de todos los actores.
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Tipos de transición democrática Como proceso político, la liberalización política (en adelante lp) de un régimen autoritario presenta características peculiares con respecto a los procesos de democratización (en adelante d). En términos generales, el primero es un proceso de apertura gradual y controlada de un régimen autoritario, instrumentado por la propia élite en el poder como respuesta institucional a la emergencia de factores de diversa índole que han puesto en riesgo la estabilidad o la propia continuidad del régimen. A través de este proceso se flexibilizan, en una dirección supuestamente democrática, los límites tradicionales impuestos al pluralismo social y de partidos, y a la competencia política, pero sin extenderse ni reconocerse plenamente sus prerrogativas. La d, por su parte, constituye un proceso de efectiva ampliación de derechos políticos y civiles, producto de acuerdos o negociaciones entre (y reconocimiento de) prácticamente todas las fuerzas políticas actuantes, y cuyo desenlace lógico lo constituye la instauración de un arreglo institucional, normas y valores reconocidamente democráticos. Por definición, todo proceso de lp implica un cambio en los niveles de pluralismo y de competencia políticos consentidos y garantizados por el régimen autoritario en cuestión. En esa medida, el estudio de casos concretos exige considerar el proceso de formación y afirmación de las fuerzas políticas de oposición; su grado de polarización en relación con las estructuras políticas del régimen autoritario
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(principalmente el partido del gobierno o del Estado); las formas y modalidades de confrontación interpartidista que el proceso de lp posibilita, es decir, las transformaciones y las rearticulaciones del sistema de partidos y su impacto en el régimen político; las transformaciones de dicho sistema partidista y el proceso a través del cual se transita de un sistema de partidos no competitivo (o de partido único o hegemónico) a uno semicompetitivo y eventualmente competitivo. Bajo estas premisas, la lógica de competencia como resultado de una lp que se ha tornado disfuncional para el régimen (véase mas adelante), bien puede caracterizarse por dos hechos interrelacionados. Por una parte, los diversos actores (sean políticos, económicos o militares) presentes o influyentes en la coalición política dominante polarizan sus posiciones, generando una creciente movilidad política. Por la otra, la oposición radicaliza su discurso frente al régimen e incrementa sus recursos electivos y/o de influencia, sobre todo en presencia de una activación social que logra encabezar gracias a su gradual institucionalización y/o a su afinidad ideológica con las movilizaciones. En estas condiciones, el colapso y/o la transformación del régimen autoritario es sólo cuestión de tiempo. La persistencia inestable o la crisis autoritaria pueden prolongarse varios años antes del derrumbe definitivo, como sucedió en Brasil, o puede durar unos cuantos meses, como en el caso de España. En ese sentido, la lp desde un régimen au-
La Transición Democrática se construye por medio de métodos democráticos. Es decir, la base del cambio político se encuentra en las negociaciones, compromisos y acuerdos gestados por las élites políticas, más que en otros posibles mecanismos.
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Las transiciones democráticas pueden ir acompañadas de un mayor o menor grado de tensión o conflictividad y pueden ser rápidas o lentas. Dependiendo de estos factores, pueden ser continuas o discontinuas.
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toritario puede constituir la primera fase de una transición democrática. Dicho de manera esquemática, en un proceso de lp puede reconocerse el siguiente conjunto de factores y elementos: 1) Las estructuras de autoridad de un régimen autoritario pueden iniciar un proceso de lp cuando el nivel de legitimidad del régimen muestra una tendencia decreciente y cuando la movilización social conflictiva muestra una tendencia creciente. La lp, empero, es una estrategia adaptativa, que procede con alguna garantía inicial para la continuidad del régimen sólo cuando sus autoridades conservan niveles no críticos de eficacia en la toma de decisiones, por cuanto tal apertura constituye un proceso limitado y controlado por las propias élites políticas con el objetivo de: a) revertir o cuando menos atenuar la tendencia deslegitimadora existente y/o b) llevar al plano institucional, mucho más controlable, el conflicto puesto en evidencia por el ascenso de la movilización social. 2) Cuando el impacto inicial del proceso de lp en la comunidad política es esencialmente positivo en términos del tipo de concesiones que establece y de las posibilidades de acción que se abren, se pueden producir en mayor o menor grado los siguientes efectos: a) la participación política se incrementa (mayor concientización ciudadana), b) la competencia política aumenta
(conformación de una oposición partidista reconocida) y c) el riesgo de desestabilización del régimen autoritario disminuye (neutralización institucional del conflicto). 3) El pluralismo liberalizado, es decir, el pluralismo de partidos que el régimen autoritario promueve bajo un esquema restringido de garantías, puede fluctuar en niveles controlables y no representar un riesgo para la continuidad del régimen autoritario, en tanto el conjunto de actores que integran la coalición política dominante no presente divisiones significativas por no considerar pertinente la apertura del régimen y en tanto las autoridades conserven niveles no críticos de eficacia decisional y de legitimidad (en estas condiciones puede hablarse de “liberalización funcional”). En presencia de transformaciones socioeconómicas sustantivas (crisis económica, movilizaciones populares, etcétera) que repercuten negativamente en la cohesión de dicha coalición (por transferencia de las líneas de conflicto sociales) y en los niveles referidos, la contestación social y el impacto del pluralismo político pueden constituirse en factores de desequilibrio para el régimen (“liberalización disfuncional”). 4) En estas condiciones, el agravamiento de la crisis política del régimen autoritario es más probable. Por una parte, la coalición dominante profundiza sus fracturas internas, circunstancia que beneficia
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a la oposición y, por la otra, ésta última logra mayor penetración y reconocimiento social (mayor institucionalización), alterando la correlación de fuerzas e incrementando sus recursos políticos, al tiempo que incorpora actores políticos provenientes de la propia coalición dominante o de otros grupos de interés (movilidad política), con lo que la fractura de la coalición dominante se profundiza o acelera. Debido a que el pluralismo y la competencia políticos se encuentran mínimamente formalizados por el propio proceso de lp, un indicador de esta fase lo constituye el avance electoral de la oposición y, consecuentemente, el repliegue electoral del partido gubernamental. El subsistema partidista puede sufrir en ese momento considerables transformaciones (mayor autonomía, mayor competitividad, mayor influencia en la toma de decisiones, etcétera). 5) La dinámica de la crisis autoritaria pone entonces en escena, en mayor o menor medida y con distintas combinaciones posibles, los siguientes hechos: una coalición dominante internamente dividida; un régimen atravesado por conflictos políticos abiertos o latentes, y con niveles de legitimidad y de eficacia decisional decrecientes; la emergencia en la arena política institucional de uno o más interlocutores del régimen; un aumento considerable de la movilización social conflictiva. En estas circunstancias, la democratización o cambio de ré-
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gimen comienza a percibirse como un desenlace posible. 6) El agravamiento de la crisis autoritaria puede dar lugar a cualquiera de los siguientes desenlaces: el colapso del régimen, la transición continua (democratización) o la reconstitución de la coalición dominante y la reconsolidación del régimen. El que se camine en una u otra de estas direcciones depende, entre otros factores, de los siguientes: grado de institucionalización tanto del régimen autoritario como de la oposición; fortalecimiento o debilitamiento de la capacidad de presión política de las fuerzas de oposición y sus respectivos liderazgos; disposición al acuerdo y a la negociación por parte de los actores políticos; presiones internacionales. Las estrategias adaptativas, como las lp desde regímenes autoritarios, son prácticas más comunes de lo que normalmente se piensa. En efecto, transiciones democráticas como la española o la brasileña o las transiciones postcomunistas en la mayoría de los países de Europa del Este, tuvieron como antecedente procesos más o menos largos de apertura controlada. Tal parece que este tipo de estrategias buscan dos grandes objetivos en el contexto de una crisis política que amenaza la continuidad del régimen autoritario: a) neutralizar institucionalmente el conflicto puesto en evidencia por una creciente movilización social de naturaleza antirrégimen; y b) buscar legitimidad por la vía de
Las diferentes fases del proceso de transición —colapso, instauración y consolidación o recaída— poseen, en consecuencia, una demarcación temporal que, aunque relativamente flexible, no puede ir más allá de ciertos límites.
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Durante la Transición Democrática, se vive una gran incertidumbre entre los actores políticos sobre el rumbo del proceso. Cuando concluye la Transición Democrática la incertidumbre se referirá, ahora, a los resultados del juego democrático, donde la posibilidad de alternancia es aceptada por todos siempre y cuando existan condiciones de competencia equitativas y debidamente sancionadas.
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la competencia partidista y electoral, aunque controlada. Sin embargo, basta analizar las transiciones de los países referidos para percatarse que los desenlaces reales de tales estrategias casi nunca coinciden con los cálculos de la élite gobernante. En efecto, es muy difícil que una lp permita que un régimen autoritario previamente atravesado por fracturas y desequilibrios recobre legitimidad. Lejos de ellos, la apertura política, que en los hechos se traduce en la concesión de algunos espacios de competencia partidista —el parlamento en algunos casos, y el parlamento y la presidencia, en otros— genera una lógica de competencia y de participación que termina por acelerar el colapso del régimen y/o su transformación en dirección democrática. Entonces, cuando una lp se vuelve disfuncional para el régimen de partida, es decir, no cumple los objetivos para los cuales fue diseñada —en lugar de neutralizar el conflicto, lo propicia, y en lugar de relegitimar al régimen, lo desacredita—, la clase gobernante se ve obligada a modificar su estrategia. Las posibilidades pasan a ser dos: dar marcha atrás a la apertura política mediante soluciones de fuerza, o negociar la transición democrática con las fuerzas emergentes, con el ánimo de conservar algún protagonismo en el nuevo ordenamiento. El que se camine en una u otra dirección depende de muchos factores. Cuando la crisis política se ha traducido en una fractura entre los distintos actores que antes apoya-
ban al régimen autoritario son mayores las probabilidades de la d. Lo mismo puede decirse cuando la crisis política va acompañada de un sensible descenso en la eficacia decisional de las autoridades, lo cual puede reflejarse en una profunda crisis económica y social. Un tercer factor, que puede ser decisivo en el curso de los acontecimientos, es si el régimen de partida logró institucionalizarse en el pasado. De ser el caso, la clase gobernante considera que es factible enfrentar los desafíos del momento, pues apuesta a su capacidad de adaptación en situaciones críticas. Dicho esquemáticamente, esto puede determinarse a partir de los siguientes presupuestos: 1) El nivel de funcionalidad de una lp tiende a disminuir conforme se incrementan las tensiones y conflictos existentes en el interior de la coalición política dominante. Esto es, a mayor incremento de tales tensiones, menor funcionalidad de la lp. 2) El nivel de funcionalidad de una lp tiende a disminuir en la medida en que surjan transformaciones socioeconómicas en condiciones de alterar los clivajes sociales (líneas de conflicto) existentes. Esto es, a mayor presencia significativa de transformaciones socioeconómicas, menor funcionalidad de la lp 3) El nivel de funcionalidad de una lp tiende a disminuir conforme disminuye el grado de eficacia decisional del gobierno (v. gr., para enfrentar los desafíos gene-
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rados por una crisis económica). Esto es, a mayor descenso de la eficacia decisional, menor funcionalidad de la lp. 4) El nivel de funcionalidad de una lp tiende a disminuir conforme se incrementan los niveles de radicalización y de polarización de la oposición con respecto al régimen, producto de la lógica de competencia y de participación generada por la propia lp Esto es, a mayor radicalización y polarización, menor funcionalidad de la lp. 5) El nivel de funcionalidad de una lp tiende a disminuir conforme se incrementa la movilidad política de los diversos actores presentes en la coalición política dominante. Esto es, a mayor incremento de la movilidad política, menor funcionalidad de la lp. 6) El nivel de funcionalidad de una lp tenderá a disminuir en presencia de presiones externas sobre la vida política interna. Esto es, a mayor impacto de tales presiones, menor funcionalidad de la lp. Mientras que la lp indica sólo una apertura que no finaliza necesariamente en una democracia, sino que puede ser orientada a restablecer la situación anterior, el proceso de d sí, Pues connota una ampliación completa y un reconocimiento real de los derechos civiles y políticos, creando las condiciones para el pluralismo y la participación, garantizados previo acuerdo de las distintas fuerzas políticas actuantes.
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El criterio de la negociación o acuerdo en el que se basan ambos procesos ha sido subrayado sobre todo por O’Donnell y Schmitter (1986). Para estos autores, la lp, en contraste con la d. se caracteriza por la ausencia de un compromiso y, en consecuencia, por la puesta en marcha de reformas en vía democrática (tales como el reconocimiento de derechos civiles y políticos, el sufragio universal, el multipartidismo, etcétera) que no son garantizadas plenamente por el Estado ni formalmente aceptadas por los diversos grupos de interés. Por lo mismo, estas reformas tienen siempre un carácter provisional y arbitrario; pueden ser anuladas en cualquier momento por el régimen, sin apelar a recursos legales contra la decisión de la oposición. En términos de Przeworski (1986a y 1986b), mientras que la lp es una estrategia del régimen autoritario, que permite evaluar los riesgos inherentes a un establecimiento o restablecimiento de libertades democráticas, la d es producto de un acuerdo explícito entre los distintos actores en escena. Por otra parte, mientras que la liberalización intenta crear condiciones favorables para un compromiso entre los “duros” y los “blandos”, por un lado, y los blandos y las organizaciones reformistas de la oposición, por otro, la d es la materialización del compromiso. Sin embargo, puesto que resulta poco probable que una liberalización política lleve a una consolidación del autoritarismo, autores como Martins (1986) lo han asociado con una remodelación de la fachada del régimen autoritario más
La dinámica de la crisis autoritaria pone entonces en escena, en mayor o menor medida y con distintas combinaciones posibles, los siguientes hechos: una coalición dominante internamente dividida; un régimen atravesado por conflictos políticos abiertos o latentes, y con niveles de legitimidad y de eficacia decisional decrecientes.
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La consolidación democrática depende, entre otras cosas, del adecuado diseño y aprobación de las normas que han de regular la actividad del nuevo arreglo institucional. En ese sentido, la fase de instauración democrática adquiere una importancia fundamental en los procesos de Democratización.
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que con una fase que permita una evaluación de los costos y posibilidades de la d. Es igualmente interesante el tratamiento que de estos temas realiza Dahl (1971). Para este autor, lp se identifica con la ampliación de la contestación pública, mientras que la d implica la liberalización más el incremento de la inclusividad (o participación). Con ello, Dahl subraya el nexo entre liberalización y pluralismo. En síntesis, para distinguir empíricamente entre un proceso de d y uno de lp deben considerarse, cuando menos, los siguientes indicadores: a) el grado de impredecibilidad que genera su instrumentación a nivel decisional (mientras que la d abre mayores márgenes de impredecibilidad, por cuanto las decisiones políticas involucran una diversidad de actores y proyectos a veces contradictorios, la lp reduce tales márgenes al mínimo porque la toma de decisiones sigue estando monopolizada por una élite política reconocida); b) las modificaciones institucionales que produce a través de reformas electorales, cambios constitucionales sustanciales y demás garantías políticas y civiles (mientras que la d da lugar a un arreglo institucional, normas y valores reconocidamente democráticos, las reformas producto de una liberalización política siguen presentando ambigüedades y parcialidades); c) evidencia o no de acuerdos o negociaciones entre actores políticos identificados con el régimen autoritario precedente y
actores en menor o mayor medida antirrégimen; y d) el nivel de pluralismo político tolerado. Para finalizar, cabe señalar que un proceso de d concluye cuando se instaura el nuevo ordenamiento institucional democrático. La “instauración democrática” y la “consolidación democrática” son, con frecuencia, las fases sucesivas a la td, en un proceso de cambio de un régimen autoritario a uno democrático. Por instauración democrática se entiende, simplemente, el proceso de establecimiento y aprobación de las nuevas reglas del juego y los procedimientos democráticos. Por lo general, esta etapa puede corresponder con la aprobación de una nueva Constitución nacional o con la realización de las primeras elecciones libres y garantizadas. La consolidación democrática, por su parte, es el proceso mediante el cual gobiernos instalados y regímenes establecidos están en condiciones de funcionar y evitar, o cuando menos sobrepasar, su deterioro; es decir, es un proceso multicausal de firme establecimiento y adaptación de las estructuras de ese régimen, así como de sus normas y relaciones con la sociedad civil, por lo que conquista autonomía y legitimidad. La consolidación democrática depende, entre otras cosas, del adecuado diseño y aprobación de las normas que han de regular la actividad del nuevo arreglo institucional. En ese sentido, la fase de instauración democrática adquiere una importancia fundamental en los procesos de d.
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Bibliografía Dahl, R.A. (ed.), (1966), Political Opposition in Western Democracies, New Haven, Yale University Press. Dahl, R.A. (1971), Poliarchy. Participation and Opposition, New Haven, Yale University Press. Huntington, S.P. (1968), Political Order in Changing Societies, New Haven, Yale University Press. Huntington, S.P. (1994), La tercera ola. La democratización a finales del siglo xx, Buenos Aires, Paidós. Linz, J. (1978), “Crisis, Breakdown and Reequilibration”, en J. Linz y A. Stepan (eds.), (1978). Linz, J. (1986), “Il fattore tempo nei mutamenti di regime”, Teoria Politica, Turín, núm. 1, pp. 3-48. Linz, J. y A. Stepan (eds.), (1978), The Breakdown of Democratic Regimes, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 2 vols. Martins, L. (1986), “The Liberalization of the Brazilian Authoritarian Government”, en G. O’Donnell, Ph. Schmitter y L. Whitehead (eds.), (1986).
Morlino, L (1980), Come cambiano i regimi politici?, Milán, Franco Angeli. O’Donnell, G. y P.S. Schmitter (1986), Transition from Authoritarian Rule. Tentative Conclusions about Uncertain Democracies, en O’Donnell, G., P.S. Schmitter y L. Whitehead (eds.), (1986), vol. 4. O’Donnell, G., P.S. Schmitter y L. Whitehead (eds.), (1986), Transition from Authoritarian Rule, Baltimore, The John Hopkins University Press, 4 vols. Przeworski, A. (1986a), “Some Problems in the Study of the Transitions to Democracy”, en O’Donnell, G., P.S. Schmitter y L. Whitehead (eds.), (1986), vol. 3. Przeworski, A. (1986b), “La democracia como resultado contingente de los conflictos”, Zona Abierta, Madrid, núm. 39-40. Stepan, A. (1986), “Paths toward Redemocratization: Theoretical and Comparative Considerations”, en O’Donnell, G., P.S. Schmitter y L. Whitehead (eds.), (1986).
César Cansino y Javier Sánchez Galicia
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30 Violencia Política Palabras clave Violencia, Violencia Política, Estado Moderno, Fuerza, Poder, Liberalismo, Democracia. Definición En términos analíticos la violencia debe distinguirse de los conceptos de fuerza y poder. Donde la fuerza física refiere a la relación entre dos cuerpos y se entiende como la capacidad de uno de ellos de desplazar al otro o bien de resistirlo, la violencia incorpora un elemento de voluntad de una de las partes para establecer una relación de dominación. Esta distinción nos remite a la definición de violencia en un sentido instrumental, esto es, como el uso intencional de la fuerza física para obtener algo de otra persona sin su consentimiento. El recurso de la fuerza puede ir hasta el grado de causar un daño que limite la movilidad y la capacidad de la víctima para la toma de decisiones, de forma temporal o permanente. En un mismo sentido, podría decirse que la Violencia Política (en adelante vp) consiste en la disposición al uso de la fuerza física en la disputa por el poder. Sin embargo, existe una serie de elementos en esta definición que nos enfrenta a la
complejidad del uso analítico de esta categoría. En primer lugar, la violencia no puede reducirse a una serie de hechos objetivos que puede registrarse con independencia de los procesos de subjetivación de quienes participan de ella, pues encontramos como exclusión de la violencia aquellos daños que resultan de un accidente, por ejemplo, donde en ninguno de los involucrados puede presumirse intencionalidad a pesar que los daños resulten irreparables; también existen casos como el de un suicidio asistido que nos enfrenta a un daño absoluto pero consentido, o bien el de quien ejerce de forma expresa y manifiesta un daño contra sí mismo de forma voluntaria que puede llevarlo a la muerte. Los atentados suicidas terroristas implican no la modificación de los términos de una relación de fuerza, sino la voluntad de eliminar toda relación con el otro, y presentan la complejidad de establecer un hecho
En términos analíticos la violencia debe distinguirse de los conceptos de fuerza y poder. Donde la fuerza física refiere a la relación entre dos cuerpos y se entiende como la capacidad de uno de ellos de desplazar al otro o bien de resistirlo, la violencia incorpora un elemento de voluntad de una de las partes para establecer una relación de dominación.
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En un mismo sentido, podría decirse que la Violencia Política consiste en la disposición al uso de la fuerza física en la disputa por el poder. Sin embargo, existen una serie de elementos en esta definición que nos enfrenta a la complejidad del uso analítico de esta categoría.
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de violencia hacia un tercero que implica lo irreparable de quien lo lleva a cabo, pero que al mismo tiempo tiene un carácter instrumental pues busca una redención para sí mediante el sacrificio y el reconocimiento post-mortem de su valor para la comunidad de origen. Por otra parte, en la calificación misma de lo que es infligir un daño a una persona nos enfrentamos a la cuestión de la definición de violencia en términos antropológicos, pues lo que se considera un daño en una cultura puede ser tolerado en otra, es decir, la violencia deviene un hecho cultural donde interviene un tercero como observador y juez con base en una serie de juicios morales y normas culturales ajenos a quienes participan de la relación de fuerza. Un matrimonio arreglado de menores de edad, por ejemplo, representa un acto de violencia para observadores en Occidente al tiempo que los mismos son capaces de negar en su país el derecho que asiste a dos personas adultas del mismo sexo de contraer matrimonio. De igual forma, el uso exclusivo de la fuerza física como medio para asumir que se actúa con violencia es cada vez más cuestionado, pues existen disposiciones de tipo emocional o síquico que pueden ocasionar un daño mayor que el de la sola fuerza. Los ejemplos recientes de las torturas infligidas a los prisioneros de la cárcel estadounidense de Abu Grhaib, durante la guerra en Irak, refieren al grado extremo de violencia que implica negarle al otro su carácter de humano en la forma que se le trata, sin pasar necesariamente por la agresión física.
Por último, en esta primera aproximación a los sentidos atribuidos a la violencia, no podemos dejar de referir la que escapa a los sujetos y la atribuye a estructuras históricas de dominación, la que resulta de la posición de los individuos en clases o estructuras sociales, donde la violencia se ejerce por la posición relativa que ocupa cada uno en ellas y donde la falta de reflexividad sobre esta dominación es resultado de formas de violencia simbólica. En muchas ocasiones la desigualdad extrema en el acceso a los servicios básicos de salud y a la alimentación representa formas de exclusión que no permiten a quienes la sufren participar como sujetos de plena autonomía en las decisiones políticas de su comunidad. En este último caso se aducen formas de violencia estructurales fundamentales que no pasan por el ejercicio directo de la fuerza física, pues no se dan en el término de una relación desigual sino de la exclusión permanente de la comunidad. De igual forma, existen casos de violencia que reprimen la capacidad de un individuo de elegir libremente sus identidades y que constituyen formas de violencia difusa que reprimen la expresión de las diferencias. En un esfuerzo por conservar esta categoría para fines analíticos y evitar que pueda usarse para calificar todo uso de la fuerza física en una relación, o bien todo proceso subjetivo de sentimiento de exclusión, la vp debe considerar en la actualidad tres dimensiones en un proyecto de definición: a) instrumental, debe en-
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tenderse como el empleo intencional de la fuerza física como medio para provocar un daño en un adversario en la disputa por el poder del Estado; b) estructural, que moviliza recursos de carácter simbólico para garantizar la continuidad de una relación de dominación; y c) subjetivante, refiere a todo acto orientado a lastimar en su integridad física o moral a una persona impidiendo su capacidad de devenir sujeto autónomo. El análisis de estas dimensiones de la vp nos permitirá comprender su rol cambiante en la modernidad y la capacidad de este concepto para centrar el análisis de lo político. Violencia y modernidad en la teoría política En la modernidad el rol de la violencia es abordado desde perspectivas contradictorias. Por un lado, la violencia es considerada en un sentido negativo como un estado generalizado en las relaciones entre los hombres caracterizado por la precariedad y el sentimiento de inseguridad del cual sólo se puede salir mediante el uso de la razón y la constitución política de un poder soberano. Este es el desarrollo de las teorías contractualistas que van de Hobbes a Kant y que fundan en la razón la capacidad de construir una sociedad política libre de violencia. El poder político constituido no implica, sin embargo, la solución definitiva a toda violencia. La formación del poder político da lugar a nuevas formas de vp en la relación entre el Estado y los individuos. Para
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Thomas Hobbes, incluso el Estado absoluto no puede actuar contra la vida de sus ciudadanos porque en ese momento se mete en guerra contra ellos, y regresa a la situación de naturaleza previa a toda convención para situarse como uno más en un conflicto permanente. Otra forma de violencia se da en el supuesto de un Estado incapaz de cumplir su finalidad de garantizar la seguridad y la vida de sus ciudadanos, tras lo cual cada uno vuelve a una situación de naturaleza. En la derivación liberal del Estado con John Locke, la salvaguarda ante la vp la encontramos en los derechos que le atribuye a toda persona, previos a toda convención, los cuales el Estado tiene como finalidad proteger y preservar. Por tanto, en el momento que el Estado atenta contra los derechos de cada individuo a su persona y a sus bienes, el fin de la sociedad política pierde sentido. Para Rousseau, la vp consiste en toda dominación con base en una ley de la cual no se es el autor. La vp está referida en todos estos casos hacia la fuente de la autoridad en el ejercicio del poder. La legitimidad del legislador es un primer elemento para conocer si el poder que ejerce debe aceptarse, en tanto poder legítimamente consentido, o rechazarse, en tanto simple hecho de fuerza que, dirá Rousseau, debe tolerarse sólo en tanto se encuentra quien la sufre en condición de rebelarse. La vp, por tanto, no debe considerarse referida al poder exclusivamente en términos instrumentales, sino como un problema de constitución de un poder político le-
En la calificación misma de lo que es infligir un daño a una persona nos enfrentamos a la cuestión de la definición de violencia en términos antropológicos, pues lo que se considera un daño en una cultura puede ser tolerado en otra.
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El uso exclusivo de la fuerza física como medio para asumir que se actúa con violencia es cada vez más cuestionado, pues existen disposiciones de tipo emocional o síquico que pueden ocasionar un daño mayor que el de la sola fuerza.
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gítimo en su origen y en su ejercicio. Por otra parte, la violencia es considerada inherente al propio proceso de liberación del hombre moderno en una dialéctica que le permite emanciparse de toda sujeción. En esta perspectiva, que va de Hegel a Marx, la violencia es revolucionaria y es considerada como “la partera de la historia” que permite reemplazar formas atávicas de dominación en un proceso continuo donde el fin de la violencia viene a significar el fin de la historia, la reconciliación de todas las contradicciones en un estadio ético superior o metapolítico. En el caso del comunismo se constituye una sociedad sin Estado en tanto liberada del reino de la necesidad que fundamenta toda dominación. La violencia adquiere en estas teorías un sentido instrumental que es plenamente enunciado por los partidarios de la acción directa que adoptó diversas formas en el siglo xx, de los atentados terroristas a la guerra de guerrillas, y que consideran que la violencia cumple funciones de propaganda, para difundir de manera espectacular su mensaje político y social, y de polarización, para preparar el estallamiento de la violencia generalizada y definitiva. El contraste con relación a las teorías contractualistas es que toda filosofía revolucionaria considera que después de la revolución la vp resulta innecesaria, salvo la que se dirige hacia los enemigos de la propia revolución. Es la fórmula de Robespierre, para quien “el gobierno de la Revolución es el despotis-
mo de la libertad contra la tiranía”, en su discurso ante la Convención Nacional del 5 de febrero de 1794. El análisis sociológico de la violencia Existen tres dimensiones tradicionales de analizar la violencia desde la perspectiva sociológica. Por un lado, el análisis funcionalista de la violencia como conducta que expresa una crisis de insatisfacción frente a las expectativas no cumplidas de la modernidad. Los procesos de exposición al consumo como sinónimo de libertad y de estructura de la personalidad conllevan una distancia creciente entre quienes participan de él en forma desigual. El resultado es de frustración que encuentra su expresión en diferentes manifestaciones de violencia al parecer sin sentido en los barrios marginales de las grandes ciudades, pero que puede derivar en vp cuando se suma a una estructura de pensamiento que le da refugio en una serie de valores comunitarios o religiosos. En segundo lugar encontramos la teoría de la movilización de recursos que asigna un carácter instrumental y racional a la violencia para perseguir fines que no pueden alcanzarse de otras formas debido a las estructuras de exclusión en un campo específico de lo social. De esta manera, los movimientos sociales encuentran en formas toleradas de violencia el recurso para ejercer presión y ser admitidos en el acceso a bienes o en el reconocimiento de su existencia.
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Una tercera perspectiva es la violencia en tanto cultura. En la perspectiva clásica de Norbert Elias, el proceso de civilización a partir del Renacimiento consigue la regresión de las formas de violencia al educar a los individuos en el dominio de su agresividad. En otros análisis la tolerancia cultural a la violación de la norma permite el desarrollo de culturas de la violencia donde la agresividad o el desarrollo de patrones de conducta fuera del orden son tolerados o incluso exaltados. Una perspectiva aparte del análisis de la violencia lo constituye la sociología del conflicto, pues parte de la tesis que éste estructura la vida social en tanto la vp rompe el tejido social (Wieviorka, 2004). El conflicto es una relación desigual entre dos personas o grupos que se oponen en un mismo espacio donde cada uno tiene por objetivo no el liquidar al adversario y eliminar por tanto el conflicto sino modificar la posición relativa de cada uno. Por tanto conflicto es lo opuesto de violencia que busca la destrucción del enemigo. El conflicto es lo opuesto a la concepción de la política como continuación de la guerra por otros medios que busca eliminar al enemigo. Ciertos conflictos son estructurantes, susceptibles de institucionalizar la relación de los adversarios, instaurando reglas de negociación y el mantenimiento del vínculo entre los adversarios. La violencia, por el contrario, clausura toda posibilidad de diálogo, privilegia la ruptura y adopta la fuerza como método exclusivo de relacionarse con el otro.
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Violencia y globalización Cada vez resulta más evidente que el marco del Estado es insuficiente para dar cuenta de fenómenos y expresiones de la vp en la actualidad. Las grandes migraciones, el terrorismo del fundamentalismo religioso y el crimen organizado son tan sólo algunos de los fenómenos que escapan al análisis nacional de la violencia. Tradicionalmente, sin embargo, el marco de referencia para el análisis de la vp se dio en tres niveles con la centralidad de la categoría de Estado. En el primero, el supranacional, la violencia es el marco de posibilidad de la guerra entre naciones; en el del Estado, la vp es la referida al objetivo instrumental de la conquista del poder del Estado; a nivel societal, la vp es la que se opera en las relaciones sociales privilegiando el método de la fuerza en la resolución de los conflictos. Sin embargo, hoy el marco del Estado nación es insuficiente para pensar la vp en tanto la mundialización económica provoca un cambio en las realidades y estructuras de los conflictos contemporáneos. La guerra fría no estructura más las relaciones y posibilidades de guerra y paz entre las naciones; la mundialización de la economía cambia las relaciones del conflicto en el mundo del trabajo entre obreros y empresarios por multinacionales que no tienen visibilidad o que pueden cambiar físicamente de un día a otro; y a nivel societal tenemos el surgimiento de las identidades que contestan el proceso de civilización como sola vía de aparecer y buscar reconocimiento frente a otros actores.
Los ejemplos recientes de las torturas infligidas a los prisioneros de la cárcel estadounidense de Abu Grhaib, durante la guerra en Irak, refieren al grado extremo de violencia que implica negarle al otro su carácter de humano en la forma que se le trata, sin pasar necesariamente por la agresión física.
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Aparecen pues, nuevas formas de violencia ligadas a identidades étnicas y religiosas; si bien el uso de la identidad puede ser el recurso de movilización para obtener otras metas de tipo económico o cultural, en otros casos pueden ser existenciales y llevar a una violencia absoluta en términos de desaparecer al enemigo que pone en riesgo la continuidad de esta identidad llegando a la masacre o al genocidio.
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Aparecen pues, nuevas formas de violencia ligadas a identidades étnicas y religiosas; si bien el uso de la identidad puede ser el recurso de movilización para obtener otras metas de tipo económico o cultural, en otros casos pueden ser existenciales y llevar a una violencia absoluta en términos de desaparecer al enemigo que pone en riesgo la continuidad de esta identidad llegando a la masacre o al genocidio. Es el origen del terrorismo contemporáneo. Perspectivas y problemas en el estudio de la violencia Las expresiones más relevantes de la vp en las sociedades contemporáneas pasan más por el lado del sujeto que por las explicaciones de la violencia en atención a causas estructurales que buscan reproducir las formas de dominación. La emergencia del sujeto con relación a la violencia es la presencia de las víctimas que confrontan al Estado, en su incapacidad de garantizar su seguridad, interrogan a la sociedad en términos de las identidades ignoradas o destruidas, y formulan un cuestionamiento sobre los obstáculos de la participación del individuo en las promesas de la modernidad compartida. La emergencia de las víctimas ofrece el desafío de pensar la comunidad en términos no políticos, a partir de las figuras del perdón, de la memoria y del olvido, a partir de la socialización del trabajo del duelo necesario que posibilite al sujeto recuperar la dignidad y a la comunidad reconstruirse a partir de
él. Pero esta emergencia del sujeto de la violencia confronta por igual a las ciencias sociales que no disponen de categorías de análisis que le permitan aproximarse al problema de la violencia contemporánea con nuevos paradigmas, sin por ello caer en una sobre significación de la violencia que le limite en su capacidad de interpretar la sociedad contemporánea por perderse en la subjetividad de la experiencia singular. Michel Wieviorka nos ofrece en este sentido una propuesta que busca analizar la vp hoy en día a partir de sus derivaciones de tipo infrapolítco, que se separan de la esfera pública, y metapolítico, que subordinan la política a un principio superior de tipo sagrado. En el primer caso, lo que se busca es tener al Estado a distancia y no buscar el poder del Estado; es el caso de la violencia criminal. Si bien este fenómeno no es nuevo, sí lo son elementos como la privatización de la violencia cuando los instrumentos del Estado para garantizar su uso legítimo (la policía y el ejército) se ponen al servicio de particulares para participar de los beneficios de las ganancias ilegales. Por otra parte, la violencia metapolítica puede encontrar su explicación en las expectativas no cumplidas de la modernidad de hacer partícipes a todos de la herencia de civilización y de sus frutos materiales. Las demandas sociales no satisfechas, llevan a grupos que buscaron participar de la modernidad a radicalizar su posición para no ser víctimas del progreso.
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Bibliografía Elias, N. (1973), La civilisation des moeurs, París, Calmann-Lévi (1939). Michaud, Y. (1978), Violence et politique, París, Gallimard. Ruggiero, V. (2009), La violencia política. Un análisis criminológico, Barcelona, Anthropos/Universidad Autónoma Metropolitana/Universitat de Barcelona.
Sorel, G. (1908), Réflexions sur la violence, París, puf. Tilly, C. (2003), The Politics of Collective Violence, Cambridge, Cambridge University Press. Wieviorka, M. (1989), Sociétés et terrorisme, París, Fayard. Wieviorka, M. (2004), La violence, París, Balland.
Eduardo Zamarrón y César Cansino
Lista de autores Adriana Aliaga Larrazába. Departamento de Relaciones Internacionales y Ciencia Política, Universidad de las Américas. (Clientelismo Político). Rafael Alberto Pérez. Profesor Emérito de la Universidad Complutense. (Estrategia Política). Luis Ignacio Arbesú Verduzco. Doctor en Ciencia Política y Maestro en Estudios Políticos por la Universidad de París. (Concertación Política, Política Simbólica). María de Lourdes Arbesú Barahona. Maestra en Terapia Familiar y de Pareja por la Universidad Complutense de Madrid. (Concertación Política). Guillermina Baena Paz. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. (Análisis de Prospectiva). Xóchitl Patricia Campos López. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. (Caciquismo) Juan Calvillo Barrios. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. (Populismo). César Cansino. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. (Caciquismo, Calidad Democrática, Crisis Política, Estado Moderno, Homo Twitter, Partidos Políticos, Populismo, Análisis de Redes, Redes Sociales, Timing Político,
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Transfuguismo Político, Transición Democrática, Violencia Política). Esther Checa Gutiérrez. t2o Media, Instituto de Economía Digital e Instituto Superior para el Desarrollo de Internet. (Reputación Online). Alfredo Dávalos López. Strategos Red Latinoamericana. (Campaña Negativa). Yago de Marta. Experto Internacional en Oratoria y Media Training. (Debate Electoral). Fernando Díaz Montiel. Instituto de Comunicación Política, sede México. (Comunicación Parlamentaria). Antoni Gutiérrez-Rubí. Consultor político y asesor de comunicación. (Neuropolítica). Carlos Ramírez. Periodista y Maestro en Ciencia Política por la Faculta de Derecho y Ciencias Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. (Periodismo Político). Paola Ricaurte Quijano. Instituto Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México. (Social Media, Sociedad de la Información). Mario Riorda. Consultor en estrategia y comunicación política para gobiernos y partidos en América Latina. (Comunicación Gubernamental). Juan Rodolfo Rivera Pacheco. Director General del Buró de Estrategias y Análisis del Poder, S.C. (Aprobación Gubernamental).
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Leandro Rodríguez Medina. Departamento de Relaciones Internacionales y Ciencia Política, Universidad de las Américas. (Clientelismo Político). Javier Sánchez Galicia. Presidente para América Latina del Instituto de Comunicación Política. (Calidad Democrática, Crisis Política, Estado Moderno, Mito de Gobierno, Transición Democrática) Samuel Schmidt. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. (Análisis de Redes, Timing Político). Diego Martín Velázquez Caballero. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. (Caciquismo, Transfuguismo Político). David Villanueva Lomelí. Doctor en Administración Pública por la Universidad Anáhuac y Maestro en Ciencias Políticas y Gestión Pública por la Escuela Libre de Derecho de Puebla. (Liderazgo Político). Eduardo Zamarrón. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. (Partidos Políticos, Violencia Política).
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Índice temático A Autoritarismo 11, 12, 13, 14, 51, 97, 105, 192, 195, 217 , 222, 323, 331
C Cacique 11, 12, 16, 17, 56 Caciquismo VII, 2, 11, 17, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 28, 29, 30, 32, 36, 38, 47, 49, 50, 61, 62, 63, 64, 65, 66, 67, 68, 69, 70, 71, 72, 73, 74, 75, 78, 92, 118, 121, 122, 144, 148, 149, 154, 157, 164, 240, 249, 250, 251, 252, 254, 255, 290, 292, 293, 296, 302, 303, 307, 308, 314, 315, 323, 326, 327, 331, 338, 344, 345 Calidad de la democracia 19, 32, 33 Clientelismo 15, 48, 49, 50, 53, 57, 58, 223, 313
D Democracia X, 7, 10, 11, 12, 13, 15, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30, 32, 33, 39, 51, 54, 55, 56, 57, 75, 81, 82, 84, 91, 97, 118, 120, 121, 123, 139, 140, 144, 145, 146, 160, 163, 175, 176, 180, 181, 218, 219, 220, 222, 224, 225, 226, 227, 229, 233, 249, 250, 251, 252, 253, 254, 255, 256, 257, 260, 261, 290, 291, 292, 296, 302, 303, 304, 307, 309, 310, 312, 313, 315, 316, 317, 318, 319, 322, 323, 324, 326, 331, 333
E Elecciones 9, 11, 29, 30, 31, 36, 37, 38, 39, 41, 42, 44, 46, 49, 50, 52, 100, 107, 110, 121, 131, 132, 173, 174, 176, 178, 180, 184, 195, 200, 219, 229, 259, 267, 268, 305, 332
Encuestas electorales 3, 4, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 28, 29, 30, 32, 36, 38, 47, 49, 50, 61, 62, 63, 64, 65, 66, 67, 68, 69, 70, 71, 72, 73, 74, 75, 78, 92, 118, 121, 122, 144, 148, 149, 154, 157, 164, 309, 323 Estado VII, XV, XVI, XVII, 2, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 91, 92, 93, 115, 116, 117, 118, 119, 120, 122, 123, 127, 128, 137, 145, 146, 148, 149, 155, 176, 190, 191, 193, 195, 196, 200, 219, 221, 223, 226, 227, 231, 233, 251, 260, 261, 293, 318, 324, 325, 327, 331, 335, 337, 338, 339, 340, 344, 345 Estado de derecho 19, 23, 28, 30, 31, 33, 54, 116, 118, 219, 231, 318 Estrategia 35, 36, 38, 41, 42, 43, 44, 45, 46, 48, 66, 79, 82, 125, 126, 127, 128, 129, 130, 131, 132, 133, 136, 137, 153, 160, 178, 223, 228, 233, 264, 265, 266, 267, 268, 307, 319, 322, 328, 330, 331, 345 Evaluación gubernamental 4, 7, 8
G Gobierno 4, 5, 7, 8, 9, 10, 11, 13, 14, 16, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 28, 29, 30, 32, 36, 38, 47, 49, 50, 61, 62, 63, 64, 65, 66, 67, 68, 69, 70, 71, 72, 73, 74, 75, 77, 78, 84, 92, 118, 121, 122, 144, 148, 149, 151, 154, 157, 158, 159, 160, 161, 162, 163, 164, 175, 176, 178, 190, 192, 194, 196, 201, 223, 225, 226, 228, 231, 240, 249, 250, 251, 252, 254, 255, 290, 292, 293, 296, 302, 303, 307, 308, 314, 315, 323, 326, 327, 331, 338
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I
P
Igualdad 21, 22, 23, 24, 27, 31, 119, 120, 180, 207, 210, 211, 213, 221, 249, 250, 314
Paternalismo 12, 231, 317 Patrimonialismo 11, 47, 48, 231, 313
L Libertad 21, 22, 23, 24, 27, 31, 55, 68, 118, 120, 121, 144, 167, 168, 191, 192, 193, 194, 195, 200, 201, 207, 209, 210, 211, 222, 235, 238, 239, 249, 250, 255, 314, 316, 317, 338
M Métodos cuantitativos 3,238 México X, XII, 10, 11, 13, 14, 15, 17, 30, 32, 33, 55, 57, 58, 75, 93, 94, 96, 113, 122, 123, 145, 146, 155, 163, 187, 188, 191, 192, 193, 194, 195, 196, 197, 200, 201, 202, 210, 216, 229, 230, 232, 233, 248, 260, 286, 287, 297, 298, 309, 310, 319
O Opinión pública 3, 4, 8, 9, 39, 71, 75, 81, 144, 191, 192, 193, 194, 201, 202, 272
R
Régimen político 26, 49, 97, 98, 101, 102, 104, 177, 179, 182, 321, 324, 327 Rendición de cuentas 15, 22, 23, 24, 28, 29, 30, 31, 33, 48, 51, 71, 80, 152, 154, 292, 293, 296, 318 Responsabilidad 29, 31, 33, 64, 68, 80, 147, 151, 154, 166, 167, 189, 237, 241, 258, 263
S Sondeos de opinión 3
T Táctica 35 Transición democrática 15, 177, 184, 185, 301, 312, 327, 328, 330
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Treinta claves para entender el poder. Léxico para la nueva Comunicación Política, vol II Se terminó de imprimir el 15 de enero de 2013 en Piso 15 Editores, 14 Oriente 2827; Puebla, Pue. La edición consta de 5,000 ejemplares