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El cliente tiene la razón
Lolita es abordada por dos individuos que pretenden robarla; sin darse cuenta del peligro, Lolita se imagina que es Bolívar ordenando a sus ejércitos: «¡Ataquen al enemigo!» Los niños uniformados entienden las órdenes de la profesora y sacan en carrera a los asaltantes. Por su arrojo en defensa de los niños, Lolita es condecorada por el rector del colegio, con una medalla al valor.
Lolita es la dueña de un almacén de artesanías turísticas y objetos religiosos. Aspira a encontrar marido entre los clientes del negocio.
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Los clientes habituales son peregrinos, turistas, intelectuales y burgueses. Cada vez que aparece uno de estos clientes, Lolita siente como si fuera el producto que el cliente está pidiendo (en realidad siente como si le estuvieran pidiendo la mano). Y así, Lolita se siente imagen milagrosa ante lo que le pide el peregrino, campesina de trapo ante el turista extranjero y sufriendo «La muerte del pecado» frente al intelectual.
Aparece un día un burgués, pequeño, gordo, peinado hacia atrás, con barbita y bigote, vestido todo de negro, quien solicita la estampa de una Virgen colombiana. De esas no tenemos (al burgués que es un pintor le parece que la Virgen del cuadro está muy flaca). Cuando Lolita le da las gracias por la compra, el pintor la mira y se imagina que puede engordar a la Virgen de la estampa con Lolita como modelo. Cinco años más tarde vemos a Lolita en la sala de su casa, se ha casado con el pintor burgués, tiene tres
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hijos y muchacha del servicio. En una de las paredes está colgado el cuadro de la Virgen gorda. La familia posa y Lolita dice: «¡María, un tinto para el fotógrafo!»