La ciudad, manual de instrucciones François Barré, 25.05.2010
El espacio de los sujetos Joseph Stiglitz, el premio Nobel de economía declaraba en 2009: “Es hora de que nuestro sistema estadístico haga más hincapié en la evaluación del bien estar de la población que en la de la producción económica”. Es hora de que se deje de evaluar la condición humana tomando como elemento de medida el PIB (Producto Interior Bruto) y una visión sesgada, meramente cuantitativa del mundo. Un ejemplo de ello: “Los problemas de tráfico pueden incrementar el PIB a raíz del aumento del consumo de gasolina” sin acarrear sin embargo, una mejora de la calidad de vida. Hay que hacer uso de nuevos indicadores que tomen en cuenta las “maneras de vivir” y concretamente las actividades que no sean mercantiles (trabajos domésticos, voluntariado, custodia de niños por ejemplo), las condiciones de vida materiales (ingresos en función de la categoría social), la sanidad, la seguridad y la inseguridad ciudadanas o el medio ambiente, reflejando, a la vez, las desigualdades sociales, generacionales, sexuales o que provienen del origen cultural sin limitarse, por tanto, a las que dan lugar a una remuneración. Hoy en día, se valora el crecimiento y no el bien estar. El economista indio Amartya propuso, en el marco del Programa de Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD), la definición de un nuevo índice: el índice de desarrollo humano (IDH). Es un indicador heterogéneo del bienestar de la población que recoge la evaluación de la esperanza de vida, la alfabetización, la escolarización y del PIB por habitante. Diseñado para 182 países y territorios, se trata de la cobertura más amplia que se haya calculado jamás, permite observar que, a pesar de los progresos registrados en numerosos campos estos últimos 25 años, las disparidades entre países ricos y pobres en lo que a bienestar se refiere siguen siendo importantes, pero también que la clasificación de los países