La ciudad, modo de empleo

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La ciudad, manual de instrucciones François Barré, 25.05.2010

El espacio de los sujetos Joseph Stiglitz, el premio Nobel de economía declaraba en 2009: “Es hora de que nuestro sistema estadístico haga más hincapié en la evaluación del bien estar de la población que en la de la producción económica”. Es hora de que se deje de evaluar la condición humana tomando como elemento de medida el PIB (Producto Interior Bruto) y una visión sesgada, meramente cuantitativa del mundo. Un ejemplo de ello: “Los problemas de tráfico pueden incrementar el PIB a raíz del aumento del consumo de gasolina” sin acarrear sin embargo, una mejora de la calidad de vida. Hay que hacer uso de nuevos indicadores que tomen en cuenta las “maneras de vivir” y concretamente las actividades que no sean mercantiles (trabajos domésticos, voluntariado, custodia de niños por ejemplo), las condiciones de vida materiales (ingresos en función de la categoría social), la sanidad, la seguridad y la inseguridad ciudadanas o el medio ambiente, reflejando, a la vez, las desigualdades sociales, generacionales, sexuales o que provienen del origen cultural sin limitarse, por tanto, a las que dan lugar a una remuneración. Hoy en día, se valora el crecimiento y no el bien estar. El economista indio Amartya propuso, en el marco del Programa de Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD), la definición de un nuevo índice: el índice de desarrollo humano (IDH). Es un indicador heterogéneo del bienestar de la población que recoge la evaluación de la esperanza de vida, la alfabetización, la escolarización y del PIB por habitante. Diseñado para 182 países y territorios, se trata de la cobertura más amplia que se haya calculado jamás, permite observar que, a pesar de los progresos registrados en numerosos campos estos últimos 25 años, las disparidades entre países ricos y pobres en lo que a bienestar se refiere siguen siendo importantes, pero también que la clasificación de los países


en función de este índice difiere considerablemente respecto a las clasificaciones de los países establecida únicamente en función del cálculo del PIB. Así es como vemos que, entre los 20 países que tienen del mejor IDH, las tres primeras plazas están ocupadas por Noruega (rango 23 en lo que al PIB se refiere), Australia (rango 13 en lo que al PIB se refiere) e Islandia (rango 16 en lo que al PIB se refiere); Francia ocupa el rango 8, Estados Unidos el 12 y España el 15.Claro es que se podría nhacer los mismos cálculos (no dejan de ser muy relativos) para las ciudades. Un sicólogo americano, Tim Kasser, hizo un gráfico que demuestra lo siguiente: la curva que indica los ingresos per cápita no deja de subir desde hace 40 años mientras que, durante el mismo período, la curva de las personas que se consideran) “muy felices” permanece igual. Lo explica Kasser por el sentimiento que incita a consumir en exceso. La gente, al experimentar un creciente sentimiento de inseguridad, tiende a volverse materialista. Lo que importa no es lo que se cobra sino la diferencia, la comparación con lo que cobran los demás y la posibilidad, la esperanza, de cobrar más en el marco de la imposición de una competencia agotadora y constante que convierte más al otro en un competidor que en un compañero de trabajo. Ocurre lo mismo con las ciudades que se lanzan a una competencia similar que les obliga a buscar seducciones y éxitos mediáticos y económicos. ˜*˜ La ciudad está experimentando transformaciones. Se alarga, se fragmenta, se extiende y se esparce. Ahora los nuevos parámetros para evaluarla son el paisaje, el territorio, la gran escala, la ruptura. La movilidad da lugar a constelaciones improbables y los conjuntos borrosos parecen más reales que las piezas urbanas de antaño. El magma urbano en fusión y confuso está buscando sus nuevas formas. Ya hemos entrado en ese tiempo intermedio. Los objetos encontrados de la modernidad de los que habló Bruno Zevi han caído del cielo para estirar el territorio. Su tempo es distinto, la disyunción modifica a la fuerza el espacio, ya no se busca la porosidad que permitía la cohesión, el vacío estructura, los


terrenos baldíos se multiplican y son obras abiertas. Hemos pasado del lleno al vacío, del objeto al espacio, del proyecto al trayecto, de lo continuo a lo discontinuo, de la unidad al fragmento, del intramuros al territorio y al paisaje. La democracia urbana conlleva una inteligibilidad de los objetivos del desarrollo, un dominio de la relación entre territorios, un equilibrio de los poderes de decisión, de concepción y usos, un reparto de los riesgos, una gestión que conjuga autoridad y ciudadanía. La oferta y la demanda tienen que reequilibrarse y la demanda por parte de los ciudadanos tiene que ocupar el sitio que le corresponde. En la ciudad de hoy, ¿pueden tener los ciudadanos la posibilidad de expresarse y ser atendidos como actores, negociar y arbitrar? ¿El valor de cambio no sigue constituyendo un imperativo? Una vez pasado el tiempo (que aún no ha acabado) de la relación ambigua de la ley del mercado y de la planificación urbana, viene el de la toma de conciencia del peligro ecológico y de la urgencia de plantearse lo urbano tomando como referencia el gran espacio de los territorios metropolitanos y de la proximidad, del desarrollo sostenible y de una ciudadanía activa, una ciudadanía de sujetos. Henri Lefebvre ha sido el primero que ha intentado entender en qué consiste este derecho a la ciudad, planteado como una práctica de la ciudadanía y de la gestión conjunta. El espacio del usuario no se representa (no se plantea) sino que se vive. Respecto al espacio abstracto de las competencias (arquitectos, urbanistas, planificadores), el espacio de las hazañas diarias de las que son capaces los ciudadanos es un espacio concreto. Lo que significa subjetivo. Es un espacio de sujetos y no de cálculos. Nos gustaría abordar esta mutación., esta aparición del uso como regla del espacio. Ciudad negociada, dominio de uso, democracia participativa, iniciativas conjuntas, poder local, poderes y contrapoderes, parcelización,


cotidianeidad, estéticas diferenciadas, sociedad conmutativa de la movilidad y de lo digital (las muchedumbres inteligentes) y situaciones construidas son y serán elementos constitutivos de las ciudades habitables. Pierre Rosenvallon diferencia dos clases de utopía: las utopías de organización concebidas desde arriba como normas para la sociedad y por consiguiente permanentes y que tienen que imponerse por todas partes como modelos preestablecidos como totalidad por una parte y por otra parte las utopías que estriban en una deliberación colectiva, utopías de usos, impermanentes y evolutivas que proceden desde abajo. Con un planteamiento distinto, Alberto Magnaghi llega a las mismas conclusiones al recomendar lo que él llama “El proyecto local”, la globalización desde la base. El gran planteamiento de Rosenvallon consiste en enseñar la manera de construir una sociedad de iguales, es decir una sociedad de la redistribución, una sociedad de la deliberación y ya no en la ciudad igual que en el corazón de los estados una sociedad concedida, de delegación de poderes sino una sociedad de actores y de responsabilidad ciudadana. El sujeto múltiple Vivimos una época de fragmentación de nuestra relación con el mundo y con sus componentes tradicionales: clases sociales y posicionamiento social, categorías socio profesionales, familias, grupos constituidos y convivencia con personas afines, por aquí y por allá o los dos a la vez, ayer y hoy o los dos a la vez, tanto a nivel individual como colectivo y formamos parte de varios estratos materiales y virtuales: pensamiento, trabajo, sociabilidad, ocupación del espacio y del tiempo, interrelaciones de lo público y de lo privado, de lo íntimo y de lo colectivo. Estas evoluciones que están relacionadas con el incremento y la individualización de los medios de expresión parcelan y pixelan la capa constituida por el orden establecido de las territorialidades, de las gobernanzas y de las pertenencias. Tal y como lo ha analizado François


Ascher, el hombre contemporáneo no es un hombre hecho trizas sino un actor múltiple de una democracia cognitiva y conmutativa. Esta fragmentación activa hace por supuesto más difícil la gobernanza más o menos instituida y la representación de los usuarios/ciudadanos. Éstos no se reconocen obligatoriamente en las instancias y cuerpos constituidos de la democracia representativa ni en los cuerpos intermedios institucionales como lo son los partidos o los sindicatos. Y tampoco pueden invocar las vanguardias que se referirían y encarnarían en el devenir de grandes relatos y en el advenimiento de nuevos imaginarios. Cuando Sieyès al principio de la Revolución francesa se preguntaba en 1789: “¿Qué es el Tercer Estado?” y contestaba a ello: “Lo es todo.”, luego proseguía su reflexión: “¿Qué papel ha desempeñado hasta ahora en el orden público? ; contestaba que nada. Con ello quería decir que se debía reconocer una parte unitaria y homogénea de la nación. Hoy en día estamos muy lejos de este unitarismo del cuerpo social y de sus espacios y en una reconfiguración plural y rizomático. Se reivindican menos los referentes tradicionales tales como los estados naciones o las clases sociales que una triple pertenencia reivindicada al territorio de las ciudades, al espacio global de la globalización y al contacto cotidiano con cuerpos intermedios múltiples. Éstos, relacionados con situaciones y momentos tanto de proximidad geográfica de lo local como de proximidad numérica de lo afinitario ya no se inscriben en la co-presencia tangible de los cuerpos sino en unos archipiélagos urbanos y planetarios. En estas constelaciones de habitantes y de viviendas, puesto que de ello se trata, Europa desdibujará en su debido momento el nuevo contorno de un territorio cultural reivindicado. Las cuestiones de la solidaridad y de la mezcla social cambian de contenido en esta sociedad hibridada. Cada uno es, si puedo expresarme así, solidario con las distintas partes de sí mismo y con su presencia entre los demás, en unas configuraciones que pueden ser dispares.

Un pensamiento del espacio


Si estáis seguros de no haberlo olvidado, vuestro objeto tal vez es complicado pero para nada complejo. En efecto, podemos especificar y describir detalladamente la estructura y el funcionamiento de lo complicado pero sólo tenemos una percepción global de lo complejo que, aunque lo observamos y lo manipulamos, nos resulta imperfectamente conocido, cercado por una especie de “misterio”. “La complejidad es un orden cuyo código ignoramos”, puntualiza Henri Atlan después de Edgar Morin. El espacio se hace cada vez más complejo. Curiosamente la filosofía se ha interesado poco por el espacio como parte de nosotros mismos. Peter Sloterdijk es uno de los primeros que intenta establecer una filosofía del “estar en el espacio”. Escribe en Sphères: “A través de la palabra sociedad, entendemos un agregado de microesferas de distintos formatos (parejas, hogares, empresas, asociaciones) contiguos que son como burbujas en una montaña de espuma […] sin que se puedan alcanzar ni separar”. Este análisis de un espacio unitario en la solidaridad frágil de su celularidad esboza nuestro universo fragmentado e incluye el hipervínculo de Internet pero no toma en cuenta lo que el etnogeógrafo Michel Lussault describe como la espacialidad, es decir la acción espacial de los operadores sociales. Pero hoy en día, en la era de ciudades inhabitables, decamillonarias y sin urbanidad, situadas fuera de Europa, en la era “del mundo acabado” anunciada por Valéry ya desde 1945 (“Siento nostalgia por la amplitud del mundo”, dice Paul Virilio) y caracterizada por una urgencia de protección del planeta, sin duda tenemos que volver a leer Las Tres ecologías de Félix Guattari que nos alertaba y escribía en 1989 sobre la necesidad de “pensar la ecología medioambiental de una sola pieza con la ecología social y la ecología mental, a través de una ecosofía de índole ético-política.” . En otros términos, se refiere a una redefinición de lo político que implica la instauración de los niveles local, personal y colectivo por una parte y de los niveles social, económico y estético por otra parte; en este caso, la estética se ha de entender como “la producción de sí mismo como sujeto”. “Hemos tomado conciencia del medioambiente, añadía, por culpa de las catástrofes y de la contaminación. Pero existe una contaminación mental y


una contaminación social que son igual de amenazadoras. .[…] Los objetivos de ecología social y mental son igual de urgentes, y a lo mejor más urgentes porque están relacionados con los problemas de ecología medioambiental.”. Esta complejidad reconocida y reclamada requiere intervenciones que ya no obedecerían al registro binario de la verdad y de su imposición. El urbanismo contemporáneo ya no puede ser predictivo. Según Rem Koolhaas, consiste en una puesta en escena de nuestras incertidumbres. Esta actitud práctica y algo pesimista está a la vez más cerca de lo real y de la creación. Hace falta un urbanismo pragmático y contextual con tal de no cambiar la mano de hierro del planificador por la mano invisible de Adam Smith y del mercado. Si el ideólogo de los grandes relatos y el experto de los modelos universales aplicables a todos parecen rechazados, no tiene que redundar en provecho del beneficio y de los “mercados” únicamente. Estamos viviendo una situación peligrosa en la que el peligro estribaría en la disolución insensible de la repartición y de la sociabilidad, frente a los valores de lo cuantitativo y del reino de lo individual. ¿Puede el consumidor sustituir al ciudadano? ¿Puede el mercado sustituir a la democracia? No se trata de soñar sino de afirmar el poder de la cultura y del proyecto, es decir de la transformación por la vía deliberativa.

Las formas urbanas Elie Düring ha hablado de una “Defensa de un arte esparcido” y Julien Gracq del “vértigo de metamorfosis de las ciudades”. Estamos viviendo este vértigo y tenemos que encontrar una coherencia territorial a unos proyectos conexos fuera de una continuidad física. Esta posición no resulta incómoda y no merma para nada la realidad colectiva y sensible de un territorio urbano. Las artes plásticas o la música conocen esta ciencia de la relación que juega con lo vacío y lo lleno, con el silencio y el sonido. Refiriéndose a sus obras, Braque decía: No importan las cosas sino la relación entre ellas. En la actualidad, nos hace entrar en una sociedad de la


relación - cosa que exige justamente el trabajo de rehabilitación, de reconversión, de cambio de uso, de segundo uso- al abandonar cualquier cultura de la autonomía aplicada a una disciplina que resultaría para sí misma su propio ideal. En estos espacios esparcidos, habrá que saber conciliar densidad y fragmento, competitividad (si ésta resulta verdaderamente necesaria) y uso participativo. Existe un nombre (inventado por Cerda) para referirse a las ciencias de la ciudad y de su dominio, el urbanismo; curiosamente no hay ninguna para nombrar lo que constituía hasta una fecha reciente lo esencial del territorio, el campo. Mientras que un 80% de los europeos serán urbanos, resulta preocupante observar esta ausencia lexical, como si lo que no es la ciudad sobrara, sin orden, sin uso ni sitio en una política de desarrollo sostenible. Por consiguiente la ciudad tiene que densificarse y declinar una problemática de las formas urbanas. Esta búsqueda de la forma en unos conjuntos multipolares que alternen bolsas de naturaleza, viviendas esparcidas diversas, ciudades periféricas conlleva estructuras laminares y reordenaciones capaces de mezclar sin fijar y requiere programas evolutivos que se desarrollan dentro de los cinco estratos de las metapolis descritas por François Ascher: la ciudad centro, las afueras periurbanas (clases medias y burgueses-bohemios), el área suburbana (zonas de adosados y coches), la ciudad de los marginados (barriadas pobres de viviendas protegidas). El urbanista italiano Bernardo Secchi se ha dedicado en especial a estudiar la forma de la ciudad desde el punto de vista del habitante y de la democracia. Según él, la ciudad difusa, la Citta diffusa, agrupa cerca de la mitad de la población europea. Sus habitantes viven en ella como urbanos esparcidos y para nada como rurales. Su fragmentación, sus rupturas de configuración respecto a la ciudad constituida expresan social y culturalmente elecciones de vida y diferencias y, en el aspecto espacial, la presencia de lo que podríamos llamar vacíos o reservas, promesas, tierras de proyecto. Lo importante es entender la forma, o más bien volver a entenderla, para que llegue a ser inteligible y por consiguiente perceptible


y que pueda por eso mismo alimentar una reflexión democrática. Comprender es la primera etapa del debate y del proyecto. La forma informa. Pero ¿cómo representar esta forma sin límites, esta extensión a veces sin forma? ¿Y su mismo tamaño puede convocar el imperativo o de manera más modesta el indicativo? Existen formas sin límites y en el campo de las artes plásticas un arte informal. Pero el espacio de la ciudad es más amplio que el de un lienzo y no se engendra como si de una obra se tratara. Por eso volveremos a un arte del esparcimiento y a la definición de escalas territoriales que permitan un dominio de la forma y del detalle. Es lo que el arquitecto y urbanista Bernard Reichen llama el espacio urbanoarquitectónico. La forma urbana es el resultado de un proceso cuyo punto de partida no es la misma forma, analizaba de manera muy acertada Giulio Carlos Argan. Observaremos entonces que la forma, si tiene que ser entendida de otra manera plantea en primer lugar la cuestión de los límites y la cuestión de máxima importancia, la del espacio público. Sin duda el espacio público es, en la historia de las ciudades europeas, el punto focal de cualquier urbanidad, el más sabio y su modelo clásico ya no se puede reproducir. A lo mejor es la “Res publica”, la cosa común que hoy en día hace falta. El ágora y el fórum originaron la ciudad, la polis, la política. Si la crisis del espacio público es la de lo político, también expresa la complexificación de nuestras sociedades y de nuestros seres reunidos en múltiples constelaciones y ya no en torno a un orden central y su celebración. El espacio público traduce en sus evoluciones los cambios en el uso del espacio y en las relaciones sociales. Los halls de exposiciones, los campos de fútbol, los centros multinodales son nuevos espacios públicos. Asimismo las actividades culturales cada vez más numerosas fuera de los lugares institucionales, en cafés, en la calle, fuera, en los terrenos baldíos, también desdibujan nuevas configuraciones de los espacios públicos. Sin embargo la materialidad de estos espacios no es su único elemento constitutivo. La opinión pública, el espacio cruzado por un flujo de ideas que circulan en la sociedad, gracias a la prensa y a la enunciación de sus puntos de vistas por parte de los ciudadanos forman, según Habermas, un espacio público inmaterial, una especie de


contrapeso democrático al ejercicio de cualquier poder institucional. El espacio de Internet y de las redes sociales relacionadas con la circulación digital de las informaciones, los blogs, las redes sociales, twitter, facebook, los teléfonos móviles crean a su vez un nuevo espacio caracterizado por un espacio-tiempo universal y sincrónico. Prolonga de algún modo el análisis de Habermas pero conjuga lo íntimo (en su localización de uso, la mayoría de las veces doméstica) y su difusión ilimitada (a la vez pública y privada). El espacio público ya no es un lugar y un punto materializado por una forma, un tamaño, una escala sino que es una red, un rizoma. Vivir juntos separadamente. La disminución del sentimiento colectivo y la prevalencia del individuo y de su aportación personal han deteriorado el espacio público tradicional. En los años 70, el sociólogo americano Richard Sennet escribía Las Tiranías de la intimidad y culpaba la delicuescencia de la cosa pública que le daba la espalda a la impersonalidad del espacio compartido para progresivamente personalizarlo, es decir, en el sentido simbólico, privatizarlo. La ciudad es el instrumento de la vida impersonal, el crisol en el que la diversidad de los intereses, de los gustos, de los deseos humanos se transforma en experiencia social, escribía. Ahora bien el miedo a la impersonalidad tiende a destruir esta experiencia. Este planteamiento es tan importante como el del límite respecto a la forma. ¿Se puede hablar de espacio público o colectivo si éste no está abierto a todos y por consiguiente configurado para acoger toda la diversidad del mundo pasando por encima de las diferencias? Si no lo consiguiera, ¿no se convertiría en un espacio para unos cuantos y por consiguiente, de algún modo, en un espacio de rechazo y de exclusión? Pero por el contrario, si las prácticas de redes y de comunicación en línea mezclan ahora lo privado y lo público, ¿no estamos asistiendo a una progresiva mutación que hace coexistir en la casa -convertida en productora digital de recepción y difusión- igual que dentro de los espacios públicos otra forma de mezcla social, la de los comportamientos domésticos y colectivos?


El gran reto de la ciudad discontinua y redensificada estriba en la existencia de estos vacíos y de estas partes de la naturaleza que se agregan. El espacio público se ha transformado profundamente y la naturaleza –presente en el espacio metaurbano- a lo mejor se convertirá en un nuevo espacio público, un otra parte de proximidad. La ciudad, una contigüidad de elementos discontinuos que no aparecen como fruto de la casualidad. Ésta es la definición que Roland Barthes daba de la ciudad. Así es como grandes espacios públicos van a nacer según un orden de índole y de usos al instaurar en la ciudad coherencias y escalas a la medida del gran paisaje y de la práctica de ocios, deportes, encuentros o retiradas. Estas dimensiones y estas contigüidades que no instauran un orden edificado y una imagen del poder responderán a una estrategia urbana de los usos y de la democracia.

Vivir en el mundo y lo ordinario Para retomar la reflexión de Sieyés sobre el poder de un tercer estado, lo encontraríamos más bien hoy en día en el tercer paisaje de Gilles Clément, de sus hierbas silvestres y de las polinizaciones que esparcen y fecundan el espacio a merced de los vientos y de las estaciones. El uso de la ciudad se juega en esta diversidad de grupos y de pertenencias donde cada persona tiende a expresarse, ya no con palabras errantes sino con palabras que interpelan. En esta polifonía a veces difícil de oír, resultan esenciales lo ordinario y lo cotidiano. Son testimonio de una nueva etapa de la democracia de la multitud. El desarrollo sostenible y la inestabilidad de la red y de lo digital tejen un relato de los relatos. El mundo, al igual que las ciudades que entran en un orden de los archipiélagos y de las redes, instauran una nueva pertenencia al mundo y a nuestro lugar en el mundo. Nuestro lugar en el mundo, era así como Gaston Bachelard describía la casa. Puesto que se trata de saber vivir en el entramado de socialidades y territorios, una comunidad de las comunidades personales alimentada con un deseo de reconstituir una causa común, un colectivo constituido de cada uno y que no ignora lo que Kant llamaba “la insociable sociabilidad”, en otros términos la tensión permanente que existe en los


seres humanos entre el aspirar a la relación social y el rechazo de ésta (Les Gated communities). En resumen, el espacio es un lugar practicado. Así es como la ciudad definida geométricamente por un urbanismo es transformada en espacio por transeúntes. Asimismo la lectura es el espacio producido por la práctica del lugar que constituye un sistema de signos – un escrito. Así introducía en 1980 Michel de Certeau su libro La invención de lo cotidiano. Esta invención de lo cotidiano sigue siendo en la actualidad nuestra gran preocupación. Lo ordinario debería ser una de las palabras mayores de la arquitectura. Procedentes de la celebración de las arquitecturas bonitas y de los “grandes arquitectos”, un 90% de nuestro entorno edificado es constituido por una arquitectura ordinaria que sin duda alguna es problemática. Claro que resulta esencial poseer monumentos y land marks que cualifican un espacio – a este respecto tengo que expresar mi admiración por las realizaciones excepcionales de Santiago Calatrava en Valencia – pero siempre encontraremos más fácilmente un creador más apto para edificar semejantes marcadores que para construir lo ordinario de un barrio. Tanto desde el punto de vista económico como desde el de la creación, es la cosa más difícil. El arquitecto tiene que aprender a responder a la demanda antes que querer proponer su propio proyecto. La crisis de la arquitectura entra en resonancia con la crisis de la ciudad y forma parte de ella. La cultura del proyecto no debe reducirse a la confrontación de propuestas formales, sin relato, que llevan a cabo en una escala planetaria las “estrellas” de la arquitectura que desdibujan a lo mejor los contornos de una utopía planetaria, un no-lugar universal. Tiene que expresar el arquitecto ocurrencias de vida en el sentido doble de sitio y de situación. La arquitectura es un arte situado tanto en el tiempo como en el espacio y que permite percibir las diferencias de cultura y de época. Si todavía podemos definir el tiempo de nuestras arquitecturas y darles una fecha, ya no sabemos localizarlas. Han perdido sus singularidades de lugares y su aparato simbólico para fundirse en una forma universal. Es


que el poder teme los signos del poder y escasean los encuentros entre el príncipe y el arquitecto que se ayudan mutuamente para hacerle señas a la posteridad. En la actualidad el príncipe es un hombre de negocios o un inversor preocupado por afirmar una potencia financiera al edificar torres cada vez más altas en una competencia marcada según Renzo Piano por una enfermedad que afecta a muchos compañeros suyos: el priapismo. Lo ordinario del uso y de la demanda no tiene poder prescriptivo en un mundo movido por la lucha identitaria entre ciudades que quieren ser éste es el nuevos horizonte – “atractivas”. Lo esencial se sitúa en otro sitio, en el encuentro y el intercambio: “la arquitectura tiene que avanzar tomando como materias situaciones emocionantes antes que formas emocionantes.” reclamaba Guy Debord. Es necesario que una arquitectura empática pueda responder a la multiplicidad de demandas y pueda aprender a interpretarlas sin nauseas. Más que la fachada y la piel, sin duda son la ornamentación, la decoración y el simbolismo los que dan sentido a nuestra manera de habitar el mundo. Nuestra multidimensionalidad se conforma con singularidades procedentes del interior de la casa, de su comodidad y de su consentimiento. Fabricar interioridad en la arquitectura y en la ciudad significa también responder a una demanda, tal y como lo propuso Andrea Branzi, uno de los primeros que se interesó por el desarrollo sostenible para, dice él, anular la diferenciación entre mundo metropolitano y mundo doméstico. Por eso él considera la ciudad (después de Walter Benjamin, Louis Khan o Yona Friedmann) como un interior que hay que amueblar. En cuanto a nuestra sensorialidad, no debe permanecer bajo el único dominio de lo visual sino que también debe encarnarse en el sound lanscape de Murray Schaeffer o en las variaciones de calor, de tactilidad, de kinestesia. La conveniencia no recusa la expresión del otro ni a veces su mal gusto. Existe más diversidad en las urbanizaciones y en los chalets individuales que convierten el territorio en un espacio esparcido y no resultan muy satisfactorias desde el punto de vista de la creación arquitectónica que en las arquitecturas ejemplares vacías de habitantes


tal y como vienen presentadas en las revistas de arquitectura. Lo que puede proporcionar la virtud de un hombre no debe evaluarse a través de sus esfuerzos sino a través de su ordinario, pensaba Pascal. Tenemos que volver a aprender a habitar poéticamente la ciudad fragmentada. Tenemos que volver a aprender a tomar en cuenta lo ordinario del desgaste cotidiano. Así es como Fernand Léger interpelaba a los arquitectos durante el congreso de los CIAM en Atenas en 1933: “Desde una perspectiva artística, os digo “¡Bravo! Habéis creado un hecho arquitectónico absolutamente nuevo. Pero desde una perspectiva urbano social, habéis exagerado por exceso de velocidad. Si queréis dedicaros al urbanismo, creo que debéis olvidaros de que sois artistas. Os convertís en “actores sociales”. Estáis condenados a tratar con “medias” […] Detrás de vosotros y a vuestro lado hay hombres que están esperando algo y resulta necesario que los miréis con más atención. Guardad vuestros planos en vuestros bolsillos, bajad a la calle, escuchadles respirar, debéis tomar contacto, zambulliros en la materia prima, caminar en el mismo barro y el mismo polvo” (La palabra al pintor). Habitar la ciudad también significa preocuparse por la existencia de lo que Jean-Pierre Grunfeld llama los “signos de intensidad débil”. Tanto son marcados materiales (placas de calle, rótulos, señalización, señales de obras) como comportamientos y educación relacional que a la larga constituyen el espacio y la opinión públicos: horarios de apertura de edificios públicos, calidad del trato en la taquilla de una oficina del estado civil, comodidad del acondicionamiento de una salida de colegio… Esta efectividad de la atención diaria a los habitantes puede surtir más efectos que la más mirífica y costosa campaña publicitaria.

Puntos de vista y usos del mundo La polisemia social y la expresión de los usos de la ciudad deben encontrar una traducción espacial abierta a las evoluciones y variaciones


pragmáticas. Últimamente una exposición organizada conjuntamente en Burdeos por el centro de arquitectura “Arc en Rêve” y el museo contemporáneo “CAPC” se llamaba “Insiders” y con este título quería hacer hincapié en la emergencia de nuevos emisores procedentes del mismo interior de la ciudad. Dichos insiders pretenden contar con sus propias fuerzas, mezclar el proyecto local y la conectividad universal y atenuar los límites entre prácticas profesionales y prácticas de aficionados. Productores de situaciones alternativas, ellos quieren trabajar en red, ejercer y experimentar la arquitectura “con” la gente y ya no “para” la gente. En esta primicia, se relacionan con múltiples instancias que actúan a nivel de una demanda activa y emprendedora al crear solidaridades y los alineamientos de una trama urbana discreta y operativa: asociaciones, comités de barrios, universidades populares, talleres urbanos, comercios alternativos, cooperativas de la tercera edad… y al iniciar procedimientos innovadores: economía paralela, monedas alternativas, Sistemas de Intercambios (SEL en francés), esquats, terrenos baldíos, nuevos territorios del arte (en España, La Albóndiga en Bilbao, la Tabakalera en Donosti, el Matadero en Madrid), agricultura con base comunitaria, AMAP (Asociación para el Mantenimiento de una Agricultura Campesina), jardines compartidos, conducción compartida, reutilización, reciclaje, ocupación de la gente abandonada, activación de las redes de conocimientos compartidos (“open source”, softwares de libre acceso), intercambios de saberes y servicios, contrapoder a través de Internet (peticiones, manifiestos, contra información, fracaso del CPE -Contrato Primera Contratación-, no a Europa). Nuestros insiders se encuentran y se codean con individuos que a título personal practican la ciudad de un modo distinto y utilizan servicios públicos o privados al transformar la naturaleza de los territorios: trabajo a domicilio, compras por Internet, alquiler de bicicletas fomentado por ayuntamientos, wifi, autorepartición, agricultura urbana, espacios públicos y granjas urbanas en los tejados, parques y plazas ajardinadas, ambos cubiertos en invierno, nuevos comanditarios (arte público), culturas urbanas (hip-hop) donde viven los espacios de lo íntimo de distintas formas: pisos compartidos, squats, nomadismos estacionales o permanentes…


Un nuevo modo de actividad cultural forma parte del mismo urbanismo de situaciones y crea una geografía más esparcida que ya no se caracteriza sólo por los “equipamientos especializados”. La casa, el piso, la bodega, los terrenos baldíos, las concentraciones de gente convocada para participar a una rave o a un aperitivo multitudinario o a un flashmob, las fiestas, la fiesta de la música, las noches culturales, los días del patrimonio, los festivales, los espectáculos de calle, el circo… coexisten y/o entran en competencia con la sala de conciertos, el museo, la biblioteca, el teatro… En Francia, según las encuestas más recientes (2009), una proporción importante de este público no acude a los teatros clásicos ni a museos ni visita monumentos. Se trata pues de un público realmente nuevo, de un público “ampliado” que manifiesta un interés real por el espectáculo o el patrimonio pero que desea participar de una manera menos clásica, menos solemne, más amistosa y cercana, más directa, a la vez más independiente y colectiva. La ciudad deja de ser la misma según las estaciones y los días, los días y las noches. El hecho de pasar de lo diurno a lo nocturno corresponde con cambios de uso. Hay ciudades que por la noche se duermen y pierden su vivacidad. Sin embargo nunca se apagan del todo. Una vida nocturna siempre halla sus lugares secretos y los recorridos que confieren al reconocimiento de lo que son los trayectos diurnos una extraña familiaridad. Otras se metamorfosean, visten sus mejores galas para festejar y seducir o se iluminan para eventos festivos. Su aspecto y su imagen se deben a esta alternancia viva y cambiante del día y de la noche. París se está preocupando por una disminución de la intensidad de sus noches. Hace poco las ciudades españolas gracias a “la movida”, de repente, volvieron a vivir el fuego de la noche. Hasta el paisaje varía a merced de los usos y de las miradas y cambia así su valor simbólico y su estatuto. Michel Lussault sugiere que los panoramas, los sitios, los paisajes descritos en las guías de viaje que los señalan como sitios de interés constituyen dispositivos espaciales que


no se salen de lo corriente, que están preparados y se conforman con una expectativa y que los turistas van modificando al transformarse en meros espectadores. A ello podemos añadir los parques temáticos que también forman parte de una respuesta a la demanda de ocupación del tiempo de ocio y de entretenimiento. Viaja así el turista para encontrarse con lo que espera y luego para esperar la vuelta que será el verdadero principio de su viaje, su restitución mediante las imágenes.

El uso del tiempo Vivimos en una contracción del tiempo percibido y en una disyunción de la sucesión pasado, presente, futuro. La falta de un gran relato fundador de la historia ha acarreado como elemento sustitutivo el reino de este elemento poco interesante que es la actualidad y ha instaurado un presente continuo que el historiador François Hartog al estudiar “Los Regímenes de historicidad” ha nombrado el presentismo. Este presente eterno constituido por acontecimientos a los que no participa el pueblo (pero sí los famosos) sin duda es un estado transitorio a la espera de días mejores. Los tres tiempos de Fernand Braudel (el tiempo largo de la historia, el tiempo mediano de la coyuntura y el tiempo corto de la actualidad) se confunden o mantienen nuevas relaciones que modifican también la relación con el espacio. Así es como la incertidumbre respecto al porvenir da lugar a cambio a un gusto por la patrimonialización y por las cargas memoriales que pueden dificultar la invención de la ciudad. Nietzsche en las Segundas consideraciones inactuales pone en guardia contra el doble peligro del mito del futuro y del de los orígenes. Pueblos pueden morir por un exceso de historia y conviene evitar que los niños nazcan con el pelo ya canoso, advierte. Un respeto excesivo por las huellas del pasado puede paralizar la creación e impedir en nuestro mundo fragmentado que nazcan relaciones de cercanía que sin embargo son la misma esencia de la ciudad. En varios países de Europa – no conozco la situación en España - , numerosos reglamentos se refieren a la relación entre un edificio antiguo y un edificio nuevo y prohíben lo que llamamos la co-visibilidad. Así es como un perro puede mirar a un obispo pero no


ocurre lo mismo cuando una nueva arquitectura tiene de repente la osadía de querer mirar la del pasado. Proceder del futuro está prohibido en este caso. Los viejos locos a veces están más locos que los jóvenes y los monumentos que veneramos inventaron formas y pusieron en tela de juicio los conservadurismos. Tenemos que seguir lo que emprendieron. Tener cuidado por el presente no tiene por qué expresar obligatoriamente el olvido del tiempo largo de la historia pero, a lo mejor, sí la conciencia de una vida, de una etapa ya no sólo dedicadas a las promesas de grandes relatos borrosos, a los deberes de transmisión y a las únicas urgencias del desarrollo sostenible sino a una crónica de nuestro tiempo vivo. Con Marc Bloch, los historiadores de la Escuela de los Anales convocaron este cambio de punto de vista al pasar de una Historia de los Grandes Hombres, de los Monumentos y de las Fechas a una historia de las historias, de los relatos de vida, del uso y de las personas, del silencio a la palabra, de lo extraordinario a lo ordinario. En el contexto actual, falto de perspectivas pero provisto de más reparto, el tiempo se ha acortado al intensificarse. El acontecimiento se ha convertido en la medida que le da ritmo a lo cotidiano así como la forma programática de nuestras aspiraciones privadas de relatos. Al hablar de un urbanismo de pretexto o de circunstancia, Bernard Reichen ha analizado muy bien los efectos de este fenómeno sobre el urbanismo. Acontecimientos planetarios o de gran alcance han acarreado amplios cambios en la organización de las ciudades que los concejales no habrían sabido imaginar sin los retos de una competencia internacional. Los juegos olímpicos –Montreal, Barcelona, Pekín, Dentro de poco Londres-, las exposiciones internacionales (Shanghái, de manera muy llamativa), los Mundiales de fútbol y l’America’s cup que Valencia obtuvo en vez de Marsella han regido más las grandes evoluciones urbanas que la deliberación común o la afirmación mediante lo político de evoluciones a largo plazo. El tiempo, el uso, el espacio público se confunden en esta iluminación ritualizada de lo cotidiano. Pero esta búsqueda de la oportunidad debida a un evento ya existía en el caso de las grandes


exposiciones universales. Recordémonos París en 1889 (La torre Eiffel) y 1900 (el metro). Sin embargo no hemos pasado en un abrir y cerrar de ojos de la ciudad eterna al “Instant City” pero deseamos ocupar un sitio más importante en nuestras vidas y en nuestras ciudades, estar más presentes en el tiempo y habitarlo. Así es como hoy en día nos encontramos con atenciones urbanísticas que permiten conferir a los espacios que conocen una profunda mutación –los proyectos pueden durar de veinte hasta treinta años- ocupaciones y usos temporales. Un urbanismo transicional de “pequeñas formas urbanas” según la práctica y la expresión de Jean-Pierre Charbonneau, por ejemplo en Copenhague, o de “Obras públicas” según el proyecto llevado a cabo concretamente por Claire Peletin en la periferia parisina introducen en la obra urbana un tiempo intermedio que permite que la espera no se reduzca a un desierto. François Hartog en su estudio del presentismo apunta una de sus características que nombra el “a la vez”. A la vez del mundo y de alguna parte, de nuestro tiempo y de mañana, multipolares y singulares, a la vez Yo y Nosotros, en la comunidad múltiple de los territorios de proyectos. Para pasar, según la expresión de Jeremy Rifkin, de la edad de la propiedad a la del acceso. Para vivir mejor, para cambiar el dinero por el tiempo y el espacio.


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