Edición 219

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La herejía de la felicidad

Año 5

No. 219

Semana del 28 de abril al 04 de mayo de 2013

Que nunca se apague su sonrisa, que puedan vivir en paz y miren al futuro con confianza

¡Felicidades niños!

Cada uno de ustedes es un regalo de Dios para México y para el mundo. Su familia, la Iglesia, la escuela y quienes tienen responsabilidad en la sociedad han de trabajar unidos para que ustedes puedan recibir como herencia un mundo mejor, sin envidias ni divisiones.

La historia de Rolando Rivi

Entre los decretos de mártires aprobados el 28 de marzo por el Papa Francisco, figura de forma particular el de Rolando Rivi, un seminarista de 14 años asesinado por odio a la fe en 1945 en Italia, a manos de un grupo de partisanos comunistas. El joven seminarista nació en 1931, en San Valentino (Italia), siendo el segundo hijo de dos granjeros profundamente religiosos, Roberto y Albertina. Apenas a los 11 años, en 1942, Rolando decidió ingresar al seminario de la villa italiana de Marola. El 1 de octubre de ese año tomó la sotana. Según recuerdan sus compañeros por aquellos días, el joven los animaba asegurándoles que “un día, con la ayuda de Dios, seremos sacerdotes. Yo seré misionero. Quiero llevar a Jesús a quienes no le conocen”. Al invadir los alemanes Italia en 1944, y cerrar el seminario donde estudiaba, Rolando vio truncada su formación sin haber recibido siquiera las órdenes menores. A pesar de

esto, el joven no dejó de vestir la sotana durante su apoyo a Acción Católica y catequesis. Sus padres le rogaban que se quitara la sotana, “es mejor que no la utilices”, pues diversos grupos comunistas, dedicados al sabotaje contra los nazis, expresaban también su odio a la Iglesia asesinando a varios sacerdotes en la región. “¿Por qué? ¿Qué mal hago llevándola?”, preguntaba Rolando ante los pedidos de que deje de usar su vestimenta de seminarista. “No tengo ninguna razón para dejar de usarlo. Estudio para ser sacerdote y debo vestirla”, aseguraba, a pesar de haber recibido ya insultos de partisanos comunistas en su pueblo. Sin embargo, Rolando aseguraba que: “No tengo miedo ni estoy asustado. No puedo esconderme”. A pesar del peligro, el joven continuó ayudando en la parroquia de su pueblo junto al párroco, padre Olinto Marzocchini y al padre Alberto Camellini, quienes también sufrieron agresiones de los comunistas.


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