Su esposa murió en ataques de París
Él desafió a ISIS Año 7
Semanario de la Arquidiócesis de San Luis Potosí No. 352
Semana del 29 de noviembre al 05 de diciembre de 2015
“N
o tendrán mi odio”. Así comienza el poderoso mensaje que Antonine Leiris dirigió a los terroristas de ISIS que asesinaron a su esposa en los atentados de París el último viernes. Leiris escribió en su perfil de Facebook un mensaje en honor a su esposa Helene Muyal-Leiris tras recoger sus restos. Helene tenía 35 años de edad. En su publicación, que ha sido compartida más de 110 mil veces, también promete que no permitirá que su pequeño hijo de solo 17 meses de edad crezca con temor ni odio a ISIS. Los atentados de París dejaron al menos 129 muertos. Esta es la traducción del post original: No tendrán mi odio La noche del viernes ustedes robaron la vida de un ser excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero ustedes no tendrán mi odio. No sé quiénes son y tampoco quiero saberlo, ustedes son almas muertas. Si Dios por quien ustedes matan tan ciegamente nos ha hecho a su imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer habrá sido una herida en su corazón. Así que yo no les daré el regalo de odiarlos. Ustedes lo están buscando, pero responder al odio con la cólera sería ceder a la misma ignorancia que hace de ustedes lo que ustedes son. Ustedes quieren que yo tenga miedo, que mire a mis conciudadanos con ojos desconfiados, que sacrifique mi libertad por la seguridad. Perdieron. Sigo siendo el mismo de antes. Yo la he visto esta mañana, finalmente, después de noches y días de espera. Ella estaba tan hermosa como cuando partió el viernes por la noche, tan bella como cuando me enamoré perdidamente de ella hace más de 12 años. Por supuesto que estoy devastado por el dolor, les concedo esa pequeña victoria, pero esta será de corta duración. Sé que ella nos acompañará cada día y que nos volveremos a encontrar en ese paraíso de almas libres al que ustedes jamás tendrán acceso. Nosotros somos dos, mi hijo y yo, pero somos más fuertes que todos los ejércitos del mundo. Y ya no tengo más tiempo para darles, tengo que volver con Melvil que ya ha despertado de su siesta. Tiene apenas 17 meses de edad. Va a comer su merienda como todos los días, después vamos a jugar como siempre y, toda su vida, este pequeño niño les hará frente siendo feliz y libre. Porque no, ustedes no obtendrán su odio.
¡Ven y enciende mi Fe, Señor, para vivir en el amor!
C
omo venimos meditando en estos días, el Adviento es un tiempo privilegiado para compartir y vivir la caridad con aquellos que más nos necesitan. El regalar alimentos a las familias vulnerables, repartir regalos a los niños pobres, son prácticas comunes durante estos días. Pero hay una realidad de la que pocas veces nos hacemos conscientes: la mayor de las miserias no es la material, sino la soledad en la que viven muchas personas, la carencia de afecto, de cariño o la pobreza de amor. Al entender así la pobreza, nos abrimos a un horizonte nuevo de personas que están a nuestro alrededor, incluso más cerca de lo que nos imaginamos, y que a pesar de tener todo lo material para vivir, son pobres, necesitan de compañía, de amistad, de alguien que se preocupe por ellos y sea capaz de hacer el mayor de los actos de caridad: donarse a sí mismo. Es importante que en este tiempo de Adviento que, nos prepara para la Navidad, pensemos en quienes más nos necesitan, y no solo aquellos que viven en las calles, sino en nuestra propia familia. Aquellos que esperan recibir en la noche buena no un gran regalo, sino nuestra compañía, nuestro afecto, regalos que son irremplazables.
Además de estas reflexiones sobre el Adviento, otra idea que resonaba con fuerza en mi cabeza es la conciencia de lo frágiles que somos. Nuestra fuerza, vitalidad, juventud, no será para siempre. Hoy podemos hacer muchas cosas y ayudar a muchas personas que nos necesitan, pero también en un momento de nuestra vida nos encontraremos del lado de los necesitados, de los frágiles, y experimentaremos también esa pobreza que no tiene que ver con lo material. La familia tiene la claridad de que, en un momento de la vida los papeles se intercambian, los padres cuidan a los hijos, pero llega un día en el que necesitan de ellos para hacer todo, y que sin su ayuda son incapaces de hacer nada. En este momento se requiere de corazones nobles y agradecidos, que sepan restituir el cuidado y el cariño sirviendo y amando. En este Adviento regalemos nuestros dones y nuestro sacrificio. Edifiquémonos con el testimonio de amor, de servicio y de entrega y apreciemos el valor del buen ejemplo que se transmite no con palabras sino con verdaderos gestos de nobleza y sacrificio por los demás.