Edición 367

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Primer sacerdote de raza negra de Estados Unidos D

urante la guerra de Secesión de Estados Unidos una madre esclava y sus tres pequeños hijos lograron escapar de sus captores tras un viaje de Missouri a Illinois del Norte. Al alcanzar la libertad aquella madre se arrodilló y oró diciendo “Ahora son libres, no se olviden de la bondad del Señor”. Aquel instante marcó la vida de uno de sus hijos, Augustine Tolton, quien más tarde se volvería el primer sacerdote afroamericano de su país. Nació en Missouri en abril 1854 en una familia católica de esclavos. Su padre perdió la vida durante la guerra tras enlistarse en el bando de La Unión. La familia Tolton llegó a un barrio segregado de la ciudad de Quincy (Illinois), donde empezó a asistir a la iglesia. Sin embargo, incluso allí se encontraron con el racismo de algunas congregaciones religiosas del norte que le irritaba la llegada de personas negras del sur. Terminando la Guerra Civil llegó el fin de la esclavitud en los Estados Unidos, la familia consiguió trabajo y el joven Augustine ingresó a laborar en una fábrica de cigarri-llos. Iba con su familia a misa en la parroquia de San Pedro y personalmente sirvió como monaguillo y después como catequista. Un día mientras rezaba en la iglesia, el párroco Brian McGirr le preguntó el motivo de sus oraciones. Augustine le respondió que era por el deseo de ser sacerdote. El P. McGirr decidió ayudarlo, sin embargo, la formalidad para entrar al semina-rio se volvió compleja porque nunca antes había ingresado un chico de color a ningún seminario de América. Durante este periodo solo su madre y el P. McGirr conocían su frustración y tristeza por el rechazo de la Iglesia en su país. Tiempo después sería finalmente aceptado en la Universidad Pontificia en Roma. El 21 de febrero de 1880 viajó a Europa, y por primera vez en su vida vivió en un ambiente libre de discriminación racial. Para su sorpresa, años después de preparación, fue enviado de vuelta a su país en 1886. Las autoridades de Roma no vieron ninguna razón por la que no podía atender a sus feligreses allí, al menos a los de su propia raza. El regreso del ahora P. Tolton causó revuelo. En la estación de Quincy había una larga y ruidosa multitud que le dio la bienvenida. El P. Tolton fue designado a un distrito pobre de Chicago, al sur de la ciudad. Allí empezó a juntar fondos para construir lo que después sería la hermosa Iglesia de Santa Mónica, dedicada al servicio de la población de raza negra que sufre pobreza y mala educación. El P. Augustine vivió pobremente. Nunca se quejó de nada y oró siempre. A la edad de 43, se desplomó y murió como consecuencia de una ola de calor en Chicago el 9 julio de 1897. Su cuerpo fue enterrado en Quincy en una tumba sencilla en la Iglesia de San Pedro. Y si bien en aquel lugar recibió enorme rechazo durante su juventud, él lo eligió porque en este aprendió a amar a Dios y asistir a su Iglesia Católica como mona-guillo y catequista.

Semanario de la Arquidiócesis de San Luis Potosí Año 8

No. 367

Semana del 20 al 26 de marzo de 2016

Seamos instrumentos de la misericordia de Dios

C

ada año, en este día de “Domingo Ramos”, el Papa dirige un mensaje a la juventud. Esta ocasión, como sabemos se llevará a cabo la Jornada Mundial de los Jóvenes en Cracovia, ciudad polaca en la que San Juan Pablo fue Arzobispo y como Papa inauguró estos encuentros mundiales de la juventud. He tomado algunas palabras del mensaje que, el Papa Francisco dirige este año a los jóvenes. Cada año, en su mensaje, el Papa ha venido meditando una bienaventuranza; en esta ocasión, teniendo como marco el “Año de la Misericordia” la inspiración para el mensaje ha sido «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7). En el concepto bíblico de misericordia está incluido lo concreto de un amor que es fiel, gratuito y sabe perdonar. El Nuevo Testamento nos habla de la divina misericordia como síntesis de la obra que Jesús vino a cumplir en el mundo en el nombre del Padre (cfr. Mt 9,13). La misericordia de nuestro Señor se manifiesta sobre todo cuando Él se inclina sobre la miseria humana y demuestra su compasión hacia quien necesita comprensión, curación y perdón. Todo en Jesús habla de misericordia, es más, Él mismo es la misericordia.

En el capítulo 15 del Evangelio de Lucas podemos encontrar las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja perdida, de la moneda perdida y aquélla que conocemos como la del “hijo pródigo”. En estas tres parábolas nos impresiona la alegría de Dios, la alegría que Él siente cuando encuentra de nuevo al pecador y le perdona. Es por ellos que el Papa nos invita a descubrir de nuevo las obras de misericordia corporales: dar de comer a los hambrientos, dar de beber a los sedientos, vestir a los desnudos, acoger al extranjero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: aconsejar a los que dudan, enseñar a los ignorantes, advertir a los pecadores, consolar a los afligidos, perdonar las ofensas, soportar pacientemente a las personas molestas, rezar a Dios por los vivos y los difuntos. Como ven, la misericordia no es “buenismo”, ni un mero sentimentalismo. Aquí se demuestra la autenticidad de nuestro ser discípulos de Jesús, de nuestra credibilidad como cristianos en el mundo de hoy, al ser sus instrumentos de la misericordia.


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