Una oportunidad para preparar el maĂąana de todos
Por: Pbro. Lic. HĂŠctor Colunga RodrĂguez
colunga46561@hotmail.com
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¡Pónganse en camino!
Celebrando al Señor
Discípulos misioneros
El camino pascual de los discípulos de Emaús Parte II
El sacerdocio común de los fieles en la Sagrada Escritura
(Primera Parte)
L
os textos del Nuevo Testamento revelan con claridad la existencia de un sacerdocio común a todos los fieles. Tal sacerdocio no es presentado por los textos sagrados en sentido metafórico sino real, y jamás en competencia con aquél de los presbíteros. Esto es, en cambio, una realidad espi-ritual en el sentido de ser una realidad del Espíritu que Cristo Sacerdote comunica a todos los creyentes por medio del bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía, sacramentos que en los textos del Nuevo Testamento no se presentan jamás desunidos, sino estrechamente unidos, tanto que en la vida cristiana tiene origen por medio del bautismo y encuentra después su plena realización en la Eucaristía, sa-cramento por el cual los fieles, sobre el ejemplo de Cristo Sacerdote y víctima, aprenden a hacer de la propia existencia un sacrificio espiritual agradable a Dios. El principio común y básico del cual parten todos los textos del Nuevo Testamento considerados para presentar la realidad sacerdotal de los fieles cristianos es aquél de la participación a la vida y a la misión de Cristo. En la primera carta de Pedro, el apóstol, inspirándose particularmente en el libro del Éxodo (19,6) y utilizando un complejo de imágenes y de afirmaciones relativas describe no solo las ventajas espirituales que los fieles han obtenido por medio del Bautismo sino también los títulos que expresan su identidad cristiana. Ellos, acercándose a Cristo,
P. Pedro Mexquitic Arredondo no solo vienen hechos partícipes de su ser “Piedra viva”, convirtién-dose en “piedras vivas”, y de su ser “templo”, siendo constituidos “edificio espiritual”, pero de una manera del todo particular, son hechos partícipes también de su Sacerdocio, convirtiéndose en un “sacerdocio santo” con el fin de ofrecer con su existencia “sa-crificios espirituales gratos a Dios”. El valor, el significado y la novedad de este sacerdocio que Cristo ha participado a los fieles son, sin embargo, explicados por el apóstol, evidenciando el aspecto social y común de su realidad. En efecto, mientras recuerda que los bautizados son la “estirpe elegida, nación santa y pueblo de su propiedad”, lo define también con el apelativo de “sacerdocio real”, y que su sa-cerdocio debe ser ejercitado junto a los otros bautizados y en la unidad de la Iglesia. También el libro del Apocalipsis re-conoce la existencia y la validez del sacerdocio bautismal y su necesidad para la difusión del Reino de Dios. El Apóstol Juan, refiriéndose en la misma promesa del Antiguo Testamento de la primera carta de Pedro o Éxodo (19,6) ve en los cristianos el nuevo Pueblo de Israel y lo invita a reconocer que gracias a la sangre de Cristo han sido hechos “un reino y sacerdotes para su Dios y Padre” (cfr. 1,6; y también 5,10). El Apóstol revela además la razón por la cual los “hombres de toda lengua, pueblo y nación” han sido constituidos por Cristo reyes y sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él” (20,6).
(Lc 24, 13-35)
Pbro. Rafael Quintá
La raíz de su decepción Hasta que llegan a la raíz de su decepción: “Sin embargo nosotros esperábamos que Él sería quien redimiera a Israel”. Por eso dicen: “Pero, con todo, es ya el tercer día desde que han pasado estas cosas. Bien es verdad que algunas mujeres de las que están con nosotros nos han sobresaltado, porque fueron al sepulcro de madrugada y, al no encontrar el cuerpo, vinieron diciendo que habían tenido una visión de ángeles, los cuales les dijeron que está vivo. Después fueron algunos de los nuestros al sepulcro y lo ha-llaron tal como dijeron las mujeres, pero a él no le vieron”. La reacción del forastero a estas explicaciones es rotunda: “¡Oh necios y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas”. Cleofás y su compañero se debieron detener al oír estas palabras. Aquel desconocido les llamaba ignorantes y testarudos, duros de corazón. Pero no pueden enfadarse con aquel hombre que les increpa sin querer humillarles: lo perciben en su voz; lo ven en su gesto y en aquella mirada llena de cariño. Entonces escuchan las palabras de aquel peregrino “¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria? Y comenzando por todos los Profetas les interpretaba en todas las Escrituras lo que se refería a Él”. La exposición debió ser más larga, pero hay algo que no es fácil captar por la letra escrita: es el tono de la conversación. De hecho los de Emaús se dicen entre ellos cuando Jesús desaparece: “¿No es verdad que ardía muestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Jesús los entusiasma, poco a poco ha ido elevando la temperatura espiritual, y la luz se va haciendo en sus mentes mientras vuelve el fuego a sus corazones. Jesús empieza por los libros atribuidos a Moisés, después continúa con los salmos que hablaban del Mesías, se detendría en los profetas; pero, sobre todo, el calor de sus palabras se haría más intenso al recordar a Isaías cuyas descripciones del Siervo de Yahvé daban la impresión de ser las de un espectador de la Pasión. La invitación Al hilo de la conversación llegaron a Emaús por la bien preparada calzada romana; es entonces cuando Jesús tiene un detalle revelador de cómo Nuestro Dios respeta la libertad del hombre: “Llegaron cerca de la aldea a donde iban, y él hizo ademán de continuar adelante”. Jesús no impone ni su compañía ni su doctrina. Si hubiesen estado disconformes o irritados con aquel forastero nada más fácil que una despedida, y nunca más sus vidas volverían a encontrarse; pero las palabras de Jesús han sembrado de luz el alma de aquellos hombres, y la esperanza comenzaba a aflorar de nuevo. Están a gusto con el desconocido, y se lamentan de que hubiesen llegado tan pronto a la meta de su caminar. Saben estar a la altura de las circunstancias, pues le dicen a Jesús: “Quédate con nosotros, porque ya está anocheciendo y va a caer el día”; es una de las súplicas más conmovedoras del Evangelio, oscurece (¿quién ha de tener miedo a la oscuridad, los de Emaús o su compañero misterioso?), y después de aquel coloquio ambulante, ahora que todo son sombras, lo necesitan. El pan Jesús se queda. Cuando Cristo parte el pan; Y estando juntos en la mesa tomó el pan, lo bendijo, lo partió, y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su presencia. (...) Y al instante se levantaron y regresaron a Jerusalén, y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaban lo que les había pasado por el camino, y cómo le habían reconocido en la fracción del pan”(Lc). Luz Ya no hay oscuridad, ya no hay tristeza, todo es luz. Por fin ven claro. Jesús ha resucitado y les quiere, les perdona, les explica lo que ha pasado y ellos no podían ver. Y exultan de gozo en la nueva vida de Jesús que ya es vida para ellos en sus almas.
José Ricardo García López Investigador en retiro de la Facultad de Derecho de la UASLP.
P. David Grimaldo
Fil. Rafael Gรณmez M.