Edición 583

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No tenemos que volver a la vida de antes



La Iglesia y la familia

Una mirada a los Pastores

¡No tengan miedo!

Domingo 07 de junio de 2020

P. Juan José Torres Galván

S

omos un pueblo bendecido por la primera evangelización y por la presencia de Santa María de Guadalupe. No es posible entender a México, su historia y su identidad, sin la presencia evangelizadora e inculturada de la Virgen de Guadalupe, Reina de México y Patrona de nuestra libertad. El encuentro y diálogo de Santa María con el indígena Juan Diego, sigue siendo una fuente de luz y de gracia. El lenguaje utilizado en el encuentro del Tepeyac constituyó un itinerario espi-ritual, al conjugar palabras y gestos, acción y contemplación, imágenes y símbolos… esa novedad propia del Evangelio que reconcilia y crea la comunión, que dignifica a la mujer, que convierte al “macehual” en hijo y a todos nos hace hermanos. Nos sentimos agradecidos con Dios por la entrega de tantos pastores que han edificado a lo largo de estos siglos la Iglesia de Cristo en nuestro país: Bartolomé de las Casas, “Tata Vasco”, San Rafael Guízar, e innumerables obispos que han sido verdaderos padres para sus iglesias. Los obispos mexicanos reconocen que no han respondido con generosidad al valor esencial de la comunión, especialmente en la colegialidad entre sí. El Concilio Vaticano II nos ha recordado que cada uno de los Obispos es puesto al frente de una Iglesia particular… pero como sucesores de los Apóstoles, todos y cada uno, están obligados a tener por las demás iglesias aquella solicitud que, contribuye, en gran manera al desarrollo de la Iglesia universal (ver LG 23). Nuestro Pueblo reclama un mayor acompañamiento espiritual y profético frente a las circunstancias actuales, basado en el testimonio humilde, la vida sencilla y la cercanía habitual al Pueblo de Dios. Pastores que tengan una particular cercanía con los pobres, que sepan escucharlos y ofrecerles el consuelo de Dios, especialmente a quienes han sido víctimas de la violencia, que tanto dolor han provocado a nuestras familias. El Obispo ha de tratar de comportarse siempre con sus sacerdotes como padre y hermano que los quiere, escucha, acoge, corrige, conforta, pide su colaboración y hace todo lo posible por su bienestar humano, espiritual, ministerial y económico. El pueblo valora la persona y el trabajo de los presbíteros, como principales colaboradores del obispo en su misión de enseñar, santificar y guiar a la Iglesia. Uno de los desafíos más importantes del ministerio episcopal ha de ser el acompañamiento y la formación permanente de los presbíteros. Son muchos los testimonios de sacerdotes que, lejos de los reflectores, ejercen de manera callada, generosa y fiel su ministerio. Vivimos con mucho dolor y tristeza el sufrimiento de las víctimas del abuso sexual de menores por parte de presbíteros. La Iglesia es la primera institución que ha de promover el res-peto por la ley para que, los transgresores sean llevados hasta las autoridades correspondientes. Como Iglesia hemos de comprometernos para erradicar este mal: atendiendo los daños de los afectados y de sus familiares en todos los aspectos; fortaleciendo la cultura de la denuncia; siendo más cuidadosos en la idoneidad y la formación para los candidatos al sacerdocio. (Proyecto Global de Pastoral, 64-71)

El Espíritu Santo en la vida de la familia

Queridas familias y amables lectores de nuestro Semanario La Red.

1. Yo creo que la pregunta de San Pablo a la comunidad de Éfeso es muy actual para nuestras familias: «Cuando ustedes abrazaron la fe, ¿recibieron el Espíritu Santo?». Ellos le dijeron: «Ni siquiera hemos oído decir que hay un Espíritu Santo» (Hch 19, 2). Así también, considero que muchas de nuestras familias nos responden: «Ni siquiera hemos oído decir que hay un Espíritu Santo». Y esta es una gran verdad que está afectando a muchas de nuestras familias y la causa es porque su fe es muy débil, incapaz de experimentar las promesas de Jesús y de seguirle. Así que, mi propuesta, queridos esposos cristianos que un día unieron sus vidas por medio del Sacramento del Matrimonio: no tengan miedo de vivir su Matrimonio sellado por la presencia viva del Espíritu Santo, y que desde entonces se hace presente en su amor conyugal y lo hace participar de la vida de Cristo, y esto implica la totalidad de su persona y que alcancen a ser uno, es decir, ser una sola alma, ser un solo corazón, y elevarlos hasta ser capaces de donarse y convertirse en cooperadores de Dios, dando así la vida a sus hijos e hijas, que son el reflejo de su amor viviente y también signo permanente de su unión conyugal y, además, una síntesis viva de su amor inseparable de padre y madre, para ser así un signo visible del amor de Dios, de “quien proviene toda paternidad” (FC 13.14.15) y gracia. 2. El Espíritu Santo en su amor El Espíritu es el amor que une la familia en Cristo. El que da el amor con el que la familia misma testimonia creíblemente su pertenencia a Cristo. Para que esta capacidad de amor y de amar no se agote, el Espíritu Santo se derrama continuamente, cada vez que los esposos oran juntos, lo invocan y se entregan con un corazón sincero. La abundancia de bienes celestiales (gracias) que derrama el Espíritu Santo en la Familia día a día, se manifiestan elevándolos a la unidad y coherencia. Creo que su lucha y ejemplo diario llevará a que los hijos crezcan en gracia, sabiduría, y también en virtudes, dones y cualidades que indudablemente les preparan para el mañana de su vida. Por eso, queridos esposos y padres de familia, no dejen de estar atentos a valorar el alcance de su amor conyugal. 3. Los invito a ver: el don del Espíritu Santo es como un mandamiento de vida para ustedes como esposos y en los miembros de su familia,

en cuanto que trae la regeneración del amor sacramental diariamente y permite a los esposos avanzar hacia una comunicación de un amor más pleno, rico y consciente en todos los niveles de su vida: del cuer-po, del carácter, del corazón, de la inteligencia, de la voluntad, del alma, que se reflejará en su vida esponsal y en el ejercicio de su paternidad hacia cada uno de los miembros de su familia. Así que, de la colaboración de los esposos con el Espíritu dependerá el éxito del matrimonio cristiano. ¿Por qué?... Porque los esposos están llamados a expresar la verdad bíblica «los dos serán una sola carne» (Gen 2, 24) al nivel propio de la comunión de las personas mediante las fuerzas sobrenaturales procedentes del Espíritu, a fin de hacer de su amor un signo del Amor de Cristo. Cierto, ¡cuánta belleza no alcanzará el Amor de Cristo en ustedes y en su familia mediante su testimonio de vida ante sus hijos y en la vida de su familia! Finalmente Dejar actuar al Espíritu Santo en el seno del hogar cristiano es vivir en amor comunicado y entregado, es vivir la comunión. ― Vivan sin reservarse nada, sin encerrarse en nada, sin aislarse de nadie. ― No vivan para sí, sino ponerlo todo en común, estar abiertos a todos y a todo. ― Vivan eternamente para los demás. ― Si vivimos los cristianos bajo la acción del Espíritu Santo habrá más familia y menos prejuicios. Más colaboración y menos rivalidad. Más amistad y menos indiferencia. Más perdón y menos condena. Más igualdad y menos diferencias. Más ternura y menos dureza. Queridos papás les invito, ante este grave momento que estamos viviendo como familias potosinas, porque estamos en el punto máximo del Covid-19: guardemos lo siguiente: ― Cuidemos nuestras vidas, la de los nuestros y la de los demás. ― Hagamos caso a nuestras autoridades sanitarias en sus recomendaciones. ― No dejemos de practicar los nuevos hábitos que se nos recomiendan: la sana distancia, lavar nuestras manos, cubrebocas si salimos, etc. Se despide su amigo y hermano

Mons. Jesús Carlos Cabrero Romero Arzobispo de San Luis Potosí



Por: Pbro. Lic. HĂŠctor Colunga RodrĂ­guez

colunga46561@hotmail.com



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Semanario La Red




VeintidĂłs aĂąos otra vez


José Ricardo García López Investigador en retiro de la Facultad de Derecho de la UASLP.





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Educando para el amor

Domingo 07 de junio de 2020

...Lo de Dios a Dios

Una nueva anormalidad P. David Grimaldo

La familia, el corazón de la sociedad Fil. Rafael Gómez M.

A

“la revolución sexual” solo se sigue insatisfacción y desencanto. A su afanosa búsqueda, a través de fármacos, técnicas, permisividad sexual, no se sigue satisfacción plena. Muchas investigaciones lo demuestran. Es un fenómeno que quiere salir de la represión sexual, y termina en “prisión para la libertad”. Nada más engañoso que la promesa de una felicidad sexual que nunca llega pero sí llega una adicción que se agrega con vigor a las ya múltiples y crecientes adicciones de hoy: Adultos y niños permiten que “un aparatito”, que nació para facilitar la movilidad y la comunicación, atrape toda su atención, inhiba su voluntad y predisponga a la diversión. Este contiene una fuerza adictiva al servicio de toda una industria de consumo que somete a la libertad, especialmente en manos del sexo, con muy pocas posibilidades de liberación porque se pone al servicio del esparcimiento, la pornografía, la tecnología, la diversión, la medicina y las leyes que facilitan el aborto, los hoteles, los laboratorios que producen anticonceptivos, los comercios, los espectáculos… que viven a expensas del sexo. Toda esta industria le proporciona a la libertad, el “liberal ejercicio” de los deseos sexuales convertidos en una adicción que rompe el equilibrio del individuo. Retomamos ahora el anterior tema de la “bioética” que nació con los muy nobles fines de pasar por la ética la valoración de la bondad o maldad de los actos humanos sobre la vida humana. En la publicación anterior citamos la obra de V. R. Potter (Bioethics: the science of survival, 1970), cuyo contenido coincide con la inquietud de H. Jonas que escribe sobre “el principio de responsabilidad; una ética para la civilidad tecnológica”, y que nos dan una idea de la inquietud real de los principios de “la ciencia bioética” que apareció como un tema de “sobrevivencia humana” con el uso de la ingeniería genética y para favorecer “el equilibrio de la biósfera y la defensa del medio ambiente en orden al futuro de la humanidad”. Estas inquietudes, pronto acogieron, por obra del “Kennedy Institute”, al tema de la procreación que, justo después de la aparición de la encíclica “Humanae Vitae de Pablo VI”, inició cuestiones relativas a “la contracepción”. Es muy clara la relación de “ésta bioética, en estos términos”, con la avalancha derivada de la anterior “revolución sexual”. Entre la liberalidad sexual de <ésta revolución> y la <pretensión bioética> de inhibir los nacimientos, tenemos un problema de conciencia moral por las ideologías bioéticas que consideran que <solo los hechos, no los valores morales>, son objeto de conocimiento; es decir que el respeto a la vida, que aparece como el fundamental y más objetivo valor humano, no podría considerarse como un absoluto. ¿Cómo es entonces, que se castiga el homicidio como la culpa máxima? Estas ideologías recurren a juegos en el lenguaje; por ejemplo, por el solo hecho de llamarle al aborto, “interrupción del embarazo y evitar llamarle, interrupción de la vida”, debemos suponer que el feto vivo no es vida humana porque, así, interrumpirle la vida, no es homicidio”. ¿Debemos suponer, pues, que es lícito privarle de la vida a un feto humano porque, en un descuido, “podría llegar a ser una tortuguita” y no un ser humano? Con razón se cuidan más los huevos de tortuga, especie protegida; con razón la bioética “ya se ocupa de los derechos de los animales y, por el criterio del estorbo, ignora derechos humanos”: Parece que en la familia ya estorba la presencia del bebé, del anciano, del enfermo; en ella se concentran los problemas más relevantes y delicados de la bioética y, con la propuesta de nuevos modelos de familia, consiguen que a la que llaman “familia tradicional”, deje de ser el lugar del amor y de la vida y, por ende, el corazón de la sociedad. La, familia, que nace del matrimonio en su diferencia complementaria sexuada, permite vivir al hombre y a la mujer una alianza que es imagen “del Dios de la Alianza” y los predispone a desear y acoger, a uno, el cuerpo del otro; a uno, la mente y el corazón del otro… Entre ellos surge la mutua admiración y el deseo de vínculo (Gn 2,23). Ambos participan de sus mutuas debilidades, pero participan también de la gracia por la Cruz de Jesús y por el dinamismo del Espíritu Santo, raíz y alimento de comunión, “que hace de la familia la primera escuela de los afectos, nido del amor del Padre que, en ella, entrega a la sociedad, a través de los hijos, la riqueza que la comunión familiar ha vivido”.

E

n el artículo pasado ponía a su juicio personal, estimado lector y lectora, el ejercicio crítico de nuestro ministerio profético. Todos sabemos que por nuestro Bautismo fuimos consagrados y enviados a configurar en nuestra vida y sociedad el triple servicio: Sacerdotal, Profético y Regio. Esto no es otra cosa que vivir la gracia de la santidad sacerdotal, la evangelización y la construcción del Reino de Dios en nuestra vida, familia a mundo. Ante la «nueva anormalidad», ya que todo ha cambiado y sigue cambiando creando un terrible desorden. La normalidad social que traiamos desde antes de la pandemia ya no existe. Ahora la «normalidad» es incertidumbre, caos finaciero, verdades a medias en cuanto al Covid-19, desempleo, crisis política, cultural y económica, miedos por la inseguridad y la enfermedad, el auge de los grupos delincuenciales, el ataque sistemático hacia la esencia de nuestra fe que es la Eucaristía y la vida sacramental, etc., ya todo es anormal. No me gusta, estimados lectores y lectoras, esta frase de «nueva normalidad», por varias razones, entre ellas pongo tres: No puedo asumir como «normal» el que hasta el día de hoy estén subiendo diariamente los contagiados y muertos por el Covid. La epidemia no está aminorando en México, basta comparar el número de contagiados y de muertos del 8 de mayo, donde se nos dijo que era el día en que llegaría al tope la enfermedad en nuestra Patria, hasta el día 3 de junio. El resultado es escalofriante, veamos: el 8 de mayo se contabilizaban 29,619 infectados y 2,961 muertos; el 3 de junio teníamos 97,326 infectados y 10,637 muertos; lo cual nos muestra un aumento de más del 300%. No entiendo en dónde está lo plano de la curva pandémica. No comprendo. Segundo, no es «normal» que se esté en una recesión económica y en una situación de miles de desempleados. Tercero, es anormal que los millones de católicos estemos obligados a encerrarnos y a vivir una espiritualidad doméstica, cuando lo esencial de un pueblo es, además, el culto público y abierto del mismo Dios, Uno y Trino. Decía que nuestro espíritu y misión profética hoy, debe ser más aguda, más contemplativa, orante y crítica. Las características de los profetas en Israel que los distinguían de los falsos profetas es que eran hombres de Dios, hombres de la Palabra y hombres del Espíritu. Esta es la base de su profetismo. De manera que al ejercer su misión profética de anunciar y denunciar, su acción se medía en el crisol del mismo Dios y de su Espiritu. Muchas veces el profeta ante la Palabra dada por el Altísimo, la reflejaba, la configuraba, la vaciaba a la realidad política, social, cultual y económica de Israel y luego daba su mensaje. Una nota del auténtico profeta, es que los oráculos que decía no se cumplían inmediatamente, lo cual le traía mucho rechazo y persecución por el pueblo, sacerdotes y falsos profetas. Los verdaderos profetas de Israel son tratados mal, la mayoría son asesinados. Hoy ante esta «nueva anormalidad» de enfermedad física y espiritual, nuestro profetismo debe de asemejarse a los profetas de Israel. Ser muy agudos en las lecturas de los acontecimientos, le llamamos «signos de los tiempos», ser muy críticos y enormemente contemplativos, porque la realidad que vivimos debe ser leída con o a los ojos de Dios. De ahí el título «hombres y mujeres de Dios». Esto es importantísimo para saber discernir lo que es bueno y lo que es malo, lo que viene de Dios y lo que viene del maligno. También para saber cuándo Dios habla por medio de sus profetas hoy, ya sea un obispo, sacerdote, religioso o un fiel laico, sobre todo de estos últimos. No olvidemos que la mayoría de los profetas de Israel pertenecían al pueblo, no eran de la casta sacerdotal. Y aunque fuesen de familia sacerdotal sufrieron el rechazo como es el caso de Jeremías y Ezequiel. Digo esto porque, desde el siglo pasado, el Señor nuestro Dios está dando mensajes de tipo escatológico, que no contradicen la Sagrada Escritura, a algunos profetas laicos (hombres o mujeres). Si nuestro ser profético está en la consonancia con Dios, su Espíritu y su Palabra sabremos cuándo se da un auténtico mensaje y cuándo no, cuándo el mensajero es auténtico profeta. Actualmente, sobre todo, en estos tiempos de cambios naturales y humanos, el Señor Jesús nos orienta, anima y guía, para protegernos y prevenirnos del mal que está ante nuestros ojos, por medio de sus auténticos profetas. Nuestro espíritu profético debe ser muy agudo, extremadamente crítico, para leer los discursos de los gobernantes, de los movimientos sociales, de los cambios climatológicos, de los avances tecnológicos, de la manipulación social, de las pandemias, de las guerras, del terrorismo, del hambre, de los éxodos que ya inician, y claro, también de la manera como Dios habla hoy por medio de algunos mensajes proféticos, que llamamos «revelaciones privadas», no sea que nos pase como a Gamaliel, aquel Rabí judío de los tiempos de Jesús, que no supo interpretar correctamente la Sagrada Escritura. Gamaliel después de muerto y resucitado Jesús nuestro Señor, se pasó muchos años con el terrible remordimiento por no haber escuchado al Profeta Jesús de Nazaret y rechazar que Él era el Mesías y Redentor del mundo. Al final de su vida, muy anciano y ciego, con la ayuda de la Madre de Dios, se bautizó.




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