Cincuentena Pascual (Ferias)

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2011 Ildefonso Fernández Caballero

[FERIAS DE LA CINCUENTENA PASCUAL] Comentario a las lecturas de las misas feriales del Tiempo de Pascua

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CINCUENTENA PASCUAL Ferias de la primera semana de Pascua.

En los días entre semana del tiempo pascual, la primera lectura está tomada de los Hechos de los Apóstoles, en lectura semicontinua, desde el capítulo 2 al 28. Estas lecturas permiten hacer una catequesis sobre la Iglesia, unida a Cristo resucitado en el Espíritu, como comunión y como misión. Las lecturas evangélicas de los primeros días de este tiempo se seleccionan teniendo en cuenta las distintas apariciones del Señor resucitado a diversos testigos. A partir del martes de la segunda semana se hace una lectura semicontinua del evangelio según San Juan desde el capítulo 3 al 21. Es sabido que el cuarto evangelio contiene una profunda reflexión acerca del misterio de la persona de Jesús. Quienes se vean encontrando con él, lo reconocen como Señor, Profeta, Mesías, Salvador del mundo, Hijo de Dios. Él es el camino, la verdad, la vida, el buen pastor, la resurrección. Las lecturas evangélicas nos permiten, pues, encontrarnos con Jesús resucitado, presente siempre en su Iglesia sobre todo en la acción litúrgica (cf SC 7). Fuera de la primera semana y lunes de la segunda, días en que los evangelios están seleccionados en función de las apariciones de Jesús resucitado, no hay que buscar correspondencia entre las dos lecturas de cada día, sino leer ambos textos a la luz de la Pascua. Si toda la cincuentena pascual ha de ser celebrada como si se tratara de un “gran domingo”, la octava viene a ser, con el domingo de Pascua, un solo y único día festivo.

LUNES.

Primera lectura: Hech 2, 14. 22-23.

Desde el primer momento, la Iglesia aparece como una comunidad de creyentes en Jesús de Nazaret, al que Dios resucitó de entre los muertos. Una comunidad que sigue los pasos de Jesús en su vida y en su enseñanza, por el camino de la cruz para participar ya, desde ahora, en la novedad de su vida de resucitado. Es una comunidad que da testimonio colectivo de Cristo: “De ello somos testigos todos nosotros”. Pedro comienza su discurso refiriéndose a la presencia de los demás apóstoles, y terminado el discurso, el autor de los Hechos toma nota del crecimiento de la comunidad

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Respuesta al salmo: Protégeme, Dios mio, que me refugio en ti.

Evangelio: Mt 28, 8-15.

En el evangelio de hoy se subrayan dos actitudes contrapuestas ante el hecho de la resurrección de Jesús. Por una parte, Cristo se muestra a las mujeres y las constituye en testigos veraces de la resurrección ante los hermanos. Por el contrario, los hombres que custodian el sepulcro inician un camino de falsedad y contratestimonio, juntamente con los sacerdotes y los ancianos. La exhortación Evangelii Nuntiandi (n 22) relaciona el testimonio con la evangelización: “El más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado -lo que Pedro llamaba “dar razón de vuestra esperanza”- 1 Pe 3, 15) explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús. La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret hijo de Dios”. La encíclica “Redemptoris missio” afirma que el testimonio de la vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión” (n. 42). Mientras los varones, guardias, sacerdotes y ancianos, son los primeros testigos que falsean el hecho de la resurrección, las mujeres, desde los comienzos de la Iglesia, son testigos veraces y anunciadoras del Evangelio.

MARTES.

Primera lectura: Hech 2, 36-41.

La respuesta al discurso de Pedro sobre que “al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías”, incluye los siguientes aspectos: disposición sincera a cambiar de vida, hacerlo en la dirección marcada por la vida del crucificado creyendo en él, y sellar la conversión y la fe con el bautismo que incorpora a Cristo y a la comunidad cristiana. La fe, la conversión y el bautismo entrañan un compromiso ético: escapar de la maldad de esta generación perversa. “La verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos, con la novedad del bautismo y de la vida según el evangelio. La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una sola palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y

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colectiva de los hombres, la actividad en que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos” (Pablo VI, EN. 18). El bautizado se hace testigo, “mártir”, de Cristo en medio del mundo cuando se compromete públicamente con la fe que profesa, arriesgándose a sufrir e incluso a morir por no traicionar su testimonio.

Respuesta al salmo: La misericordia del Señor llena la tierra.

Evangelio: Jn 20, 11-18.

En el evangelio según san Juan, María aparece ahora, ella sola, en un encuentro privilegiado con Jesús. María, carente de fe, busca el cadáver de Jesús; Jesús la llama por su nombre y la conduce al reconocimiento creyente. Sin fe no es posible el encuentro con Jesús resucitado. Y la fe de quien reconoce a Jesús resucitado le convierte en testigo y evangelizador: “María fue y anunció”; “He visto al Señor y ha dicho esto”. La fe del testigo abarca el conocimiento de unos hechos: cuando recitamos el Credo manifestamos la adhesión al símbolo de la fe. Lo visto y oído es indisociable de lo creído, testificado y anunciado.

MIÉRCOLES.

Primera lectura: Hch 3, 1-10

Jesús dio testimonio de su misión con palabras y con hechos. La actividad de los apóstoles continúa la misión de Jesús anunciándolo también con palabras y con hechos; las curaciones que realizan son semejantes a las realizadas por Jesús que dio testimonio del reinado de Dios dando de comer a los hambrientos, sentándose a la mesa con los marginados, compartiendo bienes y liberando de esclavitudes, pecados y enfermedades. Como ocurrió a Jesús, la curación realizada por Pedro y el correspondiente discurso ilustrativo provocan, al mismo tiempo, entusiasmo y esperanza en la gente y rechazo por parte de los jefes de Israel.

Respuesta al salmo: La misericordia del Señor llena la tierra.

Evangelio: Lc. 24, 13-35.

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El episodio de la aparición de Jesús resucitado a los dos discípulos que caminan hacia Emaús es toda una catequesis sobre la forma de presencia de Jesús en medio de la Iglesia peregrina. Jesús está presente en su palabra: “empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas les explicó lo que decían de él las Escrituras”. Jesús está presente en los desconocidos de la historia humana a quienes sirvió y con quienes se identíficó, de modo que lo que hacemos a ellos a Jesús mismo lo hacemos. Jesús está presente sobre todo al partir el pan; entonces lo reconocieron plenamente los discípulos de Emaús. En el tiempo de la Iglesia, los cristianos han de reconocer a Jesús resucitado en la Palabra, la Eucaristía y el servicio a los necesitados, y abandonando definitivamente la nostalgia del Mesías poderoso y triunfador que entristecía a los defraudados caminantes a Emaús. (Acerca de las formas de presencia del Señor resucitado en la celebración eucarística se puede ver, en la Introducción General del Misal Romano el número 27 y también los números 3.29.50.55 y 60)

JUEVES.

Primera Lectura: Hch 3, 11-26.

La resurrección de Jesús es el dato cierto sobre el que se asienta no sólo la fe de los creyentes, sino también la historia de los hombres. El discurso de Pedro explicando la curación del paralítico destaca la necesidad y urgencia de conversión para acoger la oferta de salvación que Dios ya anunció en Moisés y los profetas, y ha cumplido ahora resucitando a su siervo Jesús. Hacia este punto se dirigen los demás elementos del discurso: rechazo de Jesús por parte de los hombres y glorificación por parte del Padre; una cierta excusa de la actuación de quienes rechazaron a Jesús, atribuyéndola más a ignorancia que a malicia; y la oportunidad nueva y definitiva de acogerse a la gracia y bendición que se abre para Israel y para el mundo. El discurso de Pedro es modelo de testimonio de la resurrección: parte del hecho concreto de la sanación y liberación del paralítico, juntamente con la admiración y los interrogantes que este acontecimiento ha suscitado; orienta la mirada de todos hacia la trascendencia, al Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, al Dios de los padres, como instancia última de la historia; anuncia a Jesús como fuente de salvación y de vida, e interpela a los contemporáneos para denunciar, excusar y llamar a la esperanza.

Respuesta al salmo: ¡Señor, Dios nuestro, que admirable es tu nombre en toda la tierra!

Evangelio: Lc 24, 35-48.

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El Evangelio de hoy es una llamada al testimonio y la misión universal de la Iglesia: “se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos”, “vosotros sois testigos de esto”. En todos los evangelios sinópticos aparece Jesús resucitado pidiendo a sus discípulos que sigan difundiendo su mensaje a todos, en el tiempo y en el espacio. Entre los evangelistas, Lucas pone el énfasis en que el testimonio y la predicación corresponden no sólo a los Once sino a todos los discípulos, incluidas las mujeres; y en que el alcance de la misión son los pueblos todos de la tierra, comenzando por Jerusalén. Todo el plan de Dios contenido en la Escritura -en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmosse ha cumplido: el sufrimiento del siervo Jesús, su resurrección y la proclamación del perdón de los pecados a los pueblos. Los seguidores de Jesús han ido ganando en comprensión del plan de Dios y de la nueva forma de existencia de Jesús en medio de ellos. Ahora, ante la despedida hasta su retorno, todos los discípulos se hacen responsables de su causa y de la propagación de su mensaje.

VIERNES.

Primera lectura: Hch 4, 1-12.

Lucas introduce en el ciclo que dedica a Pedro y Juan un episodio de persecución: es la prolongación en la Iglesia de la persecución a la que fue sometido Jesús. La predicación de los apóstoles sobre Jesús provocó la reacción de los mismos representantes de los poderes que le condenaron: el religioso, el económico, el teológico, el social y el político. El sanedrín que sometió a Jesús a juicio y condena se encuentra ahora acusado por su crimen y descalificado, porque Dios ha acreditado a Jesús resucitándolo y lo ha constituido piedra angular del edificio cuyo autor es Dios mismo. Los predicadores ponen a los poderosos de este mundo en situación embarazosa, y estos reaccionan prolongando la misma persecución a que habían sometido a Jesús. El mensaje que el texto transmite es claro: la oposición a la predicación sobre Jesús no debe ser recibida con temor ni imponer silencio, sino que tiene que ser un acicate para proclamar el nombre y el poder de Cristo con mayor firmeza y audacia. Son este nombre y este poder la causa de salvación del paralítico y la única mediación entre los hombres y Dios. A los chantajes y amenazas, los mensajeros de Jesús tienen que responder obedeciendo a Dios antes que a los hombres, si bien la confianza básica de la fe no exime del enfrentamiento con los poderes de este mundo y de persecución por parte de éstos.

Respuesta al salmo: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.

Evangelio: Jn 21, 1-14.

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La pesca en alta mar adquiere todo su sentido contemplada desde la orilla donde se encuentra ahora el Señor resucitado. Ahora, como entonces, pescar en alta mar no es tarea fácil. Estamos situados en una sociedad plural y democrática en la que es necesario hacer una presentación renovada del mensaje evangélico y afrontar el reto de facilitar el encuentro con Dios en este momento de la historia. Es preciso proponer el mensaje evangélico respetando las conciencias, y trabajar por la paz sin renunciar a la lucha en favor de la justicia. Cada momento histórico ofrece unas posibilidades y plantea dificultades peculiares a la evangelización, y hay que seguir echando las redes para pescar. La pesca milagrosa simboliza la forma de ejercicio de la misión de la Iglesia: el éxito no depende en primer término del esfuerzo humano sino de la presencia del Señor y de la obediencia a sus indicaciones. La presencia de Jesús y su palabra causan la pesca abundante, pero él esta ahora presente de un modo nuevo: no se mezcla directamente en la tarea apostólica sino que, desde la otra orilla orienta la tarea apostólica y deja a Pedro y a la Iglesia la prosecución de la faena. Para reparar fuerzas hay un alimento preparado por el mismo Jesús: “Se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado” . La referencia a la Eucaristía, cumbre y fuente de la vida y la actividad de la Iglesia es evidente. Con este signo, los discípulos se van habituando a pasar en la fe desde la convivencia física con Jesús a la comunión sacramental con él.

SÁBADO.

Primera lectura: Hch 4, 13-21

Las lecturas de la semana han estado centradas en la resurrección de Jesús, en los testigos y en la proclamación que éstos hacen como una llamada a la conversión. Las de hoy sábado son como una síntesis y recapitulación de las de los días precedentes. El poder de Cristo resucitado sigue curando como lo hacía durante su vida terrena. Los apóstoles prosiguen en nombre del Señor su actividad salvadora, y provocan en la gente la misma reacción de reconocimiento de Dios y de alabanza. Los hechos de misericordia y la admiración que suscitan son la preparación del ambiente para anunciar la resurrección y el mensaje de Jesús.

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Los títulos con que Cristo es anunciado -Siervo, Santo, Justo-, proclaman el misterio pascual: el camino de la humillación y el servicio condujo a Jesús a la resurrección y lo constituyó como causa de salvación para todos los hombres y pueblos. El anuncio de esta Buena Nueva no puede ser impedida por prohibiciones, amenazas y persecuciones de los poderosos de este mundo. Lo que puede impedir la difusión del mensaje cristiano es la falta de signos que lo hagan creíble y la falta de entrega y valentía de los testigos.

Respuesta al salmo: Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste.

Evangelio: Mc 16, 9-15.

El misterio de la pascua no afecta únicamente a Jesús. La muerte y resurrección de Jesús afectan también directamente a la comunidad cristiana en un doble sentido: inauguran para los creyentes una vida nueva y eterna y comienzan una etapa distinta de su actividad para la salvación del mundo. Los que por la fe y el bautismo se van incorporando a la comunidad, se revisten de Cristo y, renovados por los sacramentos de vida eterna, esperan también la resurrección gloriosa (Antífona de la comunión y oración siguiente). Jesús, el crucificado resucitado, envía en misión. El final del evangelio según san Marcos muestra cómo progresivamente el Señor libera a los suyos de la ceguera de la incredulidad. Los que antes se mostraban reacios a seguir a Jesús por el camino de la cruz, se muestran ahora recelosos a acogerlo resucitado. La vida cristiana conlleva una lucha permanente contra la ceguera de la incredulidad. Sólo la comunión eucarística con Cristo, muerto y resucitado y la entrega a la misión dan la victoria que vence al mundo: la victoria de la fe.

FERIAS DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA.

En la segunda semana de pascua prosigue la lectura continuada de los Hechos desde el capítulo 4, 23 a 6,7; y del evangelio según san Juan 3,1 a 6, 21. No hay que buscar estricta correspondencia entre las dos lecturas de cada día. Lo que da unidad al conjunto es la posibilidad de adentrarnos en la comprensión del misterio de la pascua: en la contemplación de Cristo por una parte, y de la Iglesia por otra.

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LUNES.

Primera lectura: Hch 4, 23-31.

Jesús puso en marcha un grupo de discípulos, hombres y mujeres que, atraídos por la fuerza de su palabra y de su vida, continúan compartiendo, después de su muerte y resurrección, su misma vida y misión en el mundo. La predicación de Pedro y Juan y las persecuciones de que son objeto no son asunto exclusivo de los apóstoles sino que conciernen a toda la comunidad. Así aparece en esta lectura cuando se hace notar que Pedro y Juan, después de predicar y ser encarcelados, vuelven al grupo de los suyos y les cuentan todo lo que les había dicho los sumos sacerdotes y los senadores. La comunidad entera se une en los mismos sentimientos y la misma oración. La estructura de esta oración es modelo de oración cristiana: está dirigida al Padre, creador del mundo; está en continuidad con la oración de Jesús y en unión con él en su pasión, de la cual participa la pasión de la Iglesia. En diálogo con Dios, que dirige la historia por caminos de salvación, suplica que venga a nosotros su reino mediante el anuncio valiente de la Palabra, por el nombre y la acción de Jesús. Tal como Jesús predijo, lo que se pidió en su nombre fue escuchado: la efusión del Espíritu fortaleció a todos para anunciar con valentía la palabra de Dios.

Respuesta al salmo: Dichosos los que se refugian en el Señor.

Evangelio: Jn 3, 1-8.

Nicodemo, que representa al judaísmo oficial, representa además a los cristianos que no se atreven a hacer pública su fe cuando ésta no coincide con la mentalidad dominante; cuando ser conocido como cristiano puede perjudicar intereses económicos, sociales o políticos. En el diálogo de Jesús con Nicodemo se descubren tres etapas en el proceso de éste en el desarrollo de la fe. En una primera etapa Nicodemo aprecia a Jesús por su enseñanza, como maestro, y por sus signos. Jesús se ha situado al lado de los pobres y oprimidos y ha denunciado la injusticia; ha fustigado también los abusos religiosos del templo. Nicodemo reconoce a Jesús como maestro de justicia y reformador del culto. Jesús le manifiesta que reconocerle por su doctrina o sus signos no es suficiente; lo esencial no es abrirse a una experiencia fruto del saber humano sino a un don que viene de más alto. Lo esencial de la fe es aceptar a Jesús como revelador del Padre y de su reino.

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En una segunda etapa Jesús le anuncia un nuevo nacimiento, como obra del Espíritu y del bautismo. La entrada en la comunidad de los que reconocen a Jesús como único revelador del Padre porque viene de lo alto es condición indispensable para el nuevo nacimiento. La tercera etapa consiste en acoger el don del Espíritu como principio de la vida nueva. Del Espíritu procede la valentía necesaria para salir de la clandestinidad y anunciar públicamente la palabra de Dios.

MARTES.

Primera lectura: Hch 4, 32-37.

El segundo compendio del libro de los Hechos describe la vida de la comunidad cristiana como fruto del Espíritu. Lo esencial es la convivencia en el amor. La forma de vida comunitaria es consecuencia de la enseñanza de Jesús sobre la confianza en la providencia del Padre, del mandamiento nuevo que ha de distinguir a los discípulos, y de continuar la experiencia vivida junto a Jesús. La comunión a que debe aspirar todo grupo de discípulos de Jesús puede tener diversas modalidades pero no reducirse a una concepción meramente espiritualista de la vida en el Espíritu. Tener un solo corazón y una sola alma en el Espíritu ha de repercutir de alguna forma hasta en las relaciones económicas de los cristianos entre sí, y con los pobres todos. La comunicación cristiana de bienes de la Iglesia debe adelantarse a las expresiones de relación económica y social de la sociedad en cada momento histórico. La dimensión social y caritativa de la acción pastoral es tan importante como la dimensión profética y litúrgica. La comunicación cristiana de bienes no es aportar algo de lo que sobra sino que es continuidad del gesto del Señor que, siendo rico, por nosotros se hizo pobre.

Respuesta al salmo: El Señor reina, vestido de majestad.

Evangelio:

En las perspectiva de la Pascua, Jesús levantado en alto aparece como promesa de vida: “Tiene que ser elevado el Hijo del hombre para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. Según el símbolo de la fe, el Hijo se encarnó por nosotros los hombres y por nuestra salvación y por nuestra causa fue crucificado, muerto y sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras. Por nosotros, por nuestra salvación, por nuestra causa. Según la expresión tantas veces repetida de Ireneo de Lión, la gloria de Dios es que el hombre viva. Si Dios quiso que Jesús volviera no a la vida terrena sino a una vida plena, fue para que todo hombre viva. La resurrección es, pues, la victoria de la vida sobre la muerte; todo lo que le ha ocurrido a Jesús, desde la encarnación a la resurrección ha sido “por nosotros”. La resurrección de Jesús es promesa y

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anticipo de la nuestra; es también Misterio o sacramento, en el sentido de signo y causa de lo que nosotros estamos llamados a ser. La vida eterna es vivir en Dios, ya desde ahora y para siempre, de la vida que se manifiesta en Jesús; su destino es nuestro destino. Lo que Jesús había anunciado: el reino de Dios entre los hombres; lo que Jesús había vivido, lo que hizo realidad de una manera todavía precaria cuando curaba a los enfermos, perdonaba a los pecadores y compartía el pan, se nos da ahora acogiéndolo en la fe. Todo el que cree en él tiene vida eterna. La muerte ya ha sido vencida en quien se ha puesto al frente de la humanidad para conducirla hacia la resurrección de los últimos tiempos. La fuerza de la resurrección se manifiesta en todos los que, con Cristo y como Cristo elevado en la cruz, tienen la generosidad de dar la propia vida a los otros en la búsqueda de la verdad, la justicia y el bien.

MIÉRCOLES.

Primera lectura: Hch 5, 17-26.

Se hace más urgente la tarea evangelizadora de la comunidad cristiana en el momento actual, cuando disminuye la influencia de la Iglesia en el ámbito social, retrocede ostensiblemente la práctica religiosa de los cristianos y se debilita el sentido moral en la conciencia de creyentes y no creyentes. Es necesario un mayor esfuerzo para continuar integrando la fe en los hombres de nuestro mundo. “La obra de la evangelización -afirma el Vaticano II- es deber fundamental del pueblo de Dios, puesto que toda la Iglesia es misionera” (AG 35). Y la exhortación apostólica de Pablo VI, Evangelii nuntiandi, dice: “La tarea de la evangelización de todos los hombres constutuye la misión esencial de la Iglesia” (n. 14). La comunidad apostólica que aparece en la lectura de hoy es comunidad misionera: en el templo, centro religioso y social del pueblo israelita, los apóstoles explican al pueblo el modo cristiano de vida, a pesar de las crecientes dificultades y contradicciones que experimenta la joven comunidad. La confrontación con las autoridades se manifiesta en progresión creciente: primero les prohíben formalmente hablar, y ahora mandan prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común. Al mismo tiempo que se acrecientan las dificultades crece también la energía y la libertad de los evangelizadores en su obediencia a Dios antes que a los hombres. La oposición humana pone de relieve la realidad sobrehumana del mensaje, su fuerza que no puede ser detenida por los poderes de este mundo y, al mismo tiempo, el dinamismo de la comunidad de testigos. El Padre, Jesucristo y el Espíritu están en el origen de la potencia evangelizadora de la comunidad cristiana.

Respuesta al salmo: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

Evangelio: Jn 3, 16-21.

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El evangelio de hoy ofrece una síntesis de la vida cristiana. La iniciativa de la acción salvadora procede del amor universal de Dios: “Tanto amó Dios al mundo...”, es decir, al género humano, que es lo que significa en este contexto la palabra mundo. Ese amor de Dios es gratuito y lo precede todo, incluso la entera aventura del Hijo, cuya entrega es la prueba del amor gratuito y universal de Dios; la iniciativa de Dios se realiza por medio de su Hijo, que ha venido de su parte y vuelve a él por la cruz y la exaltación; Jesús es el supremo don de Dios al mundo, y todo el que lo acoge se libra de la perdición y obtiene la vida eterna. El hombre, por su parte, se apropia de la iniciativa de Dios o la rechaza, según acepte o rechace al Enviado. Por el don de su Hijo, Dios ha puesto al mundo en una alternativa: creer en la luz haciendo la verdad y salvarse, o preferir las tinieblas, hacer la maldad y rechazar la salvación. Contar con que Dios ama sin límites e incondicionalmente no exime al hombre de su responsabilidad, sino que la incrementa, y urge respuesta sin demora. Con la opción personal de acoger el amor de Dios manifestado en Jesús decide el hombre pasar a la vida nueva del resucitado.

JUEVES.

Primera Lectura: Hch 5, 27-33.

“Vosotros matasteis a Jesús colgándolo de un madreo”. La muerte de Jesús es el supremo martirio o testimonio, consecuencia de su tenor de vida: defendió a los pobres y a los pecadores, no se dejó atrapar por partidismos, sino que se entregó exclusivamente al reino de Dios y su justicia en obediencia y amor absoluto al Padre y, también, por voluntad de redimir y salvar al hombre. En el interrogatorio de Pilato había afirmado Jesús: “mi misión consiste en dar testimonio de la verdad. Precisamente para eso nací y para eso vine al mundo” (Jn 18, 37). Por esa causa el servidor sufre, el justo es perseguido, el profeta inocente es condenado; los hombres trataron de desacreditar su misión y testimonio. Por el contrario, Dios que es verdad y vida lo acreditó en la resurrección; la diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador como consecuencia de haber aceptado la muerte en cruz a favor de la vida: “Para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados”. Jesús vino al mundo como testigo del amor del Padre y el Padre da testimonio acreditando a Jesús con la resurrección. La comunidad cristiana, a su vez, da testimonio de todo esto obedeciendo a Dios antes que a los hombres. Decía el papa Pio XII, ya en 1947: “Hoy más que nunca, y como en los primeros tiempos de su existencia, la Iglesia tiene más necesidad de testigos que de apologistas: de testigos que, a través de toda su vida, hagan resplandecer el verdadero rostro de Cristo y de la Iglesia a los ojos del mundo paganizado que los circunda”. Y más recientemente, en la encíclica Redemptoris missio escribió Juan Pablo II” el hombre contemporáneo cre más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y en los hechos que en la teoría” (n. 32).

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Respuesta al salmo: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

Evangelio: Jn 3, 31-36

El concepto de testimonio incluye un aspecto jurídico, en el sentido de que suele darse dentro de un proceso o de una acción de justicia en favor o en contra de alguien con el fin de esclarecer su inocencia o su culpabilidad. En este caso el testigo no es un mero espectador de acontecimientos sino un colaborador con la justicia. El concepto de testimonio en la Biblia incluye algo más: es acción religiosa de un oyente de Dios que transmite con fidelidad a los hombres lo que ha escuchado, con el fin de que estos orienten su vida en conformidad con la voluntad de Dios. El que habla en nombre de Dios, el testigo-profeta, corre el riesgo de no ser entendido y ser rechazado. Jesús aparece en el evangelio de hoy como testigo. Pero no en el sentido jurídico: no es un hombre de la tierra que atestigua sobre realidades terrenas. Tampoco exactamente el el sentido bíblico: no es un hombre que ha oído palabras de Dios y habla con fidelidad en su nombre. Su testimonio es de otro orden. Jesús viene de lo alto, viene del cielo; y no sólo ha oído, sino que ha visto a Aquel cuyo rostro nadie vio jamás, ni siquiera Moisés; por eso está por encima de todos. Más que testigo es el Revelador. A los profetas que habían recibido el Espíritu se les había otorgado ocasionalmente para una misión determinada. A Jesús se le ha dado la plenitud del Espíritu de forma permanente y él puede, a su vez, otorgarlo sin medida. Sin embargo, Jesús también corre el riesgo, como los otros profetas, de ser mal interpretado, rechazado, perseguido y eliminado. El que acepta el testimonio de Jesús con fe, entra en una relación tal con Dios que le permite participar de su vida; quien, por el contrario, desprecia la oferta de Jesús se cierra el camino de la vida y no necesita quien le juzgue, porque se juzga a sí mismo indigno de ella.

VIERNES.

Primera lectura: Hch 5, 34-42.

Jesús anuncia lo que ha visto y ha oído; su testimonio es una oferta de salvación, sin imposiciones ni coacciones. Ante esta oferta hubo quienes creyeron y quienes rechazaron. Lo que ocurrió a Jesús ocurrió también a sus primeros seguidores. Junto a los éxitos de la predicación apostólica aparece también el rechazo de los jefes, que se manifiesta en progresión creciente. Primero prohíben hablar en nombre de “ese”, luego encarcelan, y ahora azotan y ultrajan.

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Los que así persiguen están luchando contra Dios mismo; y los perseguidos, lejos de desanimarse y retroceder cuentan con que pueden ser ultrajados por el nombre de Jesús, se alegran de sufrir por su causa, y continúan impertérritos anunciando y enseñando el evangelio en el templo y por las casas. La lectura de hoy refleja realismo y sentido común. Los hay en el fariseo Gamaliel: apelando a los acontecimientos de su tiempo, recuerda el fracaso de los pretendientes a Mesías e invita al Consejo a no luchar contra Dios. Hay realismo en los evangelizadores que, conociendo el trato recibido por Jesús, no se admiran del rechazo y persecución que ellos reciben sino que los estiman como parte de su misión. De donde se deduce que los evangelizadores actuales han de ser también realistas, confiando en la fuerza de Dios a la que no pueden hacer frente lo poderes de este mundo y no intimidándose ante las contradicciones y el rechazo. Si el evangelio no encuentra oposición, se puede sospechar que no se predica como se debe. No porque la persecución sea imprescindible y, menos aún, deseable, sino porque la presentación del evangelio, cuando se hace con incidencia en la vida, provocará el rechazo de la injusticia y el pecado del mundo.

Respuesta al salmo: Una cosa pido al Señor: habitar en su casa.

Evangelio:

En el domingo anterior, las multitudes aparecían hambrientas de la palabra de Jesús. Él se compadeció de ellos...y se puso a enseñarles con calma

Hoy se muestran hambrientas de pan. Han visto los signos que hacía con los enfermos. Y recurren a él. Constituye el centro de su interés. Pero su búsqueda es interesada. No reconocen en sus signos al que viene como Palabra y Pan de vida. Si algo esperan de él es que soluciones sus problemas económicos o sus necesidades materiales. Por eso acabarán buscándolo para hacerlo Rey, es decir, para que siga produciendo pan. La huida de Jesús a la montaña deja al descubierto todas nuestras concepciones egoístas de la relación religiosa con Dios.

El hambre de las multitudes no deja indiferente a Jesús. El signo de la multiplicación de los panes será siempre una llamada a la aportación de soluciones a las grandes carencias de los hombres. Cuando hay muchedumbres enteras que mueren de hambre, el culto a Dios no exime de responsabilidades sociales.

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La actitud de Felipe es, las más de las veces, la nuestra; una respuesta evasiva y, subjetivamente, tranquilizadora: “nosotros no podemos hacer nada; para alimentar a tanta gente hacen falta grandes recursos económicos, y estos no están en nuestras manos; que resuelvan los que tienen la responsabilidad y los medios para ello”. Felipe es el prototipo de los que analizan los problemas humanos desde los parámetros de la ciencia económica.

La visión de Jesús es distinta. Está convencido de que la realidad social únicamente puede ser modificada si cada uno asume su propia responsabilidad y pone a disposición de los demás lo que es y lo que tiene. No desconoce la necesidad de las aportaciones de la ciencia y la política económica, pero sus parámetros son otros: los de la vida entregada al servicio de los hermanos.

En esta misma perspectiva hay que situar la actitud del profeta Eliseo, que expresa toda una concepción del culto a Dios y del uso de los bienes de este mundo: la ofrenda a Dios de las primicias de la tierra, que recuerda que a él pertenecen todos los bienes que nos llegan de su mano, alcanza su plenitud de sentido cuando se pone al servicio del pobre, de la viuda, del huérfano. El Dios que actuó en favor de un pueblo desheredado y le dio una tierra en posesión, no consiente el acaparamiento egoísta de sus frutos ni acepta unas ofrendas que no tengan al hermano como su destinatario último. “Misericordia quiero y no sacrificio”

Jesús, Pan partido y compartido, crea unidad y solidaridad. Los que comparten como él, multiplicando los bienes en favor de los demás, son los que actúan como pide la vocación a la que hemos sido convocados.

SÁBADO.

Primera lectura: Hch 6,1-7.

En toda comunidad humana surgen problemas de convivencia que hay que plantear con claridad y resolver con tacto. La Iglesia nacida de la Pascua también tuvo que plantearse problemas en todas sus dimensiones, juzgarlos a la la luz del Evangelio y resolverlos en fidelidad a las exigencias de éste. El problema de la comunidad cristiana de Jerusalén surge por razón de diversidad de lenguas: unos eran de lengua aramea, otros de lengua griega; era también cuestión de diversidad de procedencia geográfica: unos cristianos eran palestinos, otros procedentes de distintas naciones de la diáspora. Estas diferencias repercutieron en el aspecto más sensible de la convivencia de unos cristianos: el de la atención

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a los más débiles; las viudas eran las personas más desvalidas en la sociedad de entonces, y todo lo que tuviera que ver con los más débiles era muy tomado a pecho por la comunidad cristiana. El descuido en la atención a las viudas de lengua griega pudo ser motivado en parte por la diferencia de lengua y procedencia, pero quizá también por falta de afecto. La murmuración entre los cristianos elenistas tenía un serio fundamento que la opinión pública de aquella Iglesia puso al descubierto. Los criterios para enjuiciar el hecho no podían ser otros que los del evangelio y, después de una autocrítica ejemplar, se buscó y encontró una solución: sustituir a los hebreos encargados de la comunicación cristiana de bienes que atendían a las viudas de lengua griega por otros responsables de su misma lengua. La elección de los nuevos responsables se hizo democráticamente, aunque la decisión última fue de los apóstoles, que los constituyeron imponiendoles las manos. La incumbencia principal de los consagrados era ciertamente la de “servir a la mesas”, pero cualquier servicio en la Iglesia no puede desvincularse del ministerio litúrgico y del ministerio de la palabra. De hecho, el recién elegido Esteban se dedicó con tal dedicación al ministerio de la palabra que dejó en él su vida. La simple narración de estos hechos arroja gran luz sobre conflictos y soluciones de la pastoral en nuestros días.

Respuesta al salmo: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. Evangelio: Jn 6, 16-21.

En el sábado de la segunda semana de pascua, el episodio del evangelio describe la marcha de la Iglesia a través del mundo. La escena presenta la imagen de una Iglesia amenazada que, en la mente del evangelista Juan tiene que ver con la situación de orfandad de las primeras comunidades cristianas. Cuando los discípulos se acercan solos al lago está oscureciendo; cuando cuando se adentran en él sin Jesús -que se define en el cuarto evangelio como luz del mundo- es noche cerrada. En plena oscuridad el lago se encrespa, el viento sopla fuerte y las olas se precipitan sobre la barca. En ese momento, la necesidad de ayuda acrecienta el deseo de la presencia de Jesús. Sin embargo, la marcha de Jesús sobre las aguas no se justifica en este evangelio por la necesidad de salvar a los discípulos sino que es una manifestación del poder divino de Jesús sobre las aguas y los acontecimientos. Es esta manifestación de poder divino lo que causa el temor de los discípulos ante la presencia de lo sagrado. La afirmación “Soy yo”, característica de la divinidad, permite captar el misterio de aquella persona que camina sobre las aguas; además, sólo la presencia y la palabra de Jesús, sin necesidad de que esté dentro de la barca, hizo que esta llegara al puerto.

Con este relato se describe poéticamente la necesidad objetiva que la Iglesia tiene de Jesús y cómo esa necesidad debe ser subjetivamente sentida y deseada; es una una afirmación del poder sobrenatural de Jesús, presentado como presencia de Dios mismo, en particular en la Iglesia y, en general en el mundo. Se

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expresa además cómo sólo gracias a la acción poderosa de Jesús la Iglesia puede llevar a buen puerto su misión en el mundo.

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FERIAS DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA.

En la tercera semana de pascua prosigue la lectura continuada de los Hechos desde el capítulo 6, 8 a 9,42; y del evangelio según san Juan, capítulo 6, 22 a 6, 70. Los evangelios de esta semana nos iluminan acerca de la nueva vida en Cristo resucitado. Ya, desde ahora, la presencia y la acción de Cristo, sobre todo en la Eucaristía, aseguran y alimentan la vida que proviene de él. Viviendo ahora en el Espíritu tendemos ya a la plenitud propia de la eternidad. La vida nueva es expansiva. Los Hechos muestran cómo la Iglesia da testimonio de Cristo y evangeliza. “La tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia” (EN 14)

LUNES.

Primera lectura: Hch 6, 8-15.

Etimológicamente, mártir es igual que testigo. Y, en realidad, la misión de ser testigos de Cristo puede llegar hasta dar la vida por él. Desde el comienzo de la Iglesia, el testimonio y la evangelización se hacen en medio de dificultades tan graves en algunos casos que, como en el de Esteban, conducen a la muerte. La predicación de Esteban encuentra oposición entre los oyentes, igual que ocurrió con la predicación de Jesús. Las causas de la oposición son también las mismas en ambos casos: los oyentes no son capaces de admitir que el culto del templo ha sido superado, y que la ley de Moisés ha sido llevada por Cristo a su plenitud. Acusan a Esteban de que “le hemos oído decir que ese Jesús destruirá el templo y cambiará las tradiciones que recibimos de Moisés”. Estas acusaciones llevan a un desenlace semejante al que llevó al Maestro a la cruz, de manera que Esteban aparece como el primer discípulo mártir y prototipo de evangelizador comprometido. Su muerte se asemeja a la de Jesús en el perdón de los perseguidores y en la oración por ellos. La apariencia angélica del rostro de Esteban parece aludir a que era superior en luminosidad al rostro de Moisés, cuya ley ya ha sido superada y llevada a plenitud. Hoy, también entre dificultades, “será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante su testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y despego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderosos del mundo, en una palabra, de santidad” (EN 41).

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Respuesta al salmo: Dichoso el que camina con vida intachable.

Evangelio: 6, 22-29

Antes de transmitir las importantes manifestaciones de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, el evangelista describe el movimiento de la gente que, por tierra y mar, busca a Jesús. Éste no se siente impresionado por la afluencia de las masas, sino que inquiere y analiza la motivación de la búsqueda. La gente le busca porque habían recibido el beneficio del pan; buscaban, en verdad, no a Jesús sino a sí mismos. Jesús pone al descubierto las intenciones más profundas de los que le buscan: quieren tener asegurado el pan material; quieren instrumentalizarlo en favor de los intereses propios. No le reconocen como dador de otro pan que alimenta la vida verdadera y eterna y que debe ser compartido sin egoísmos En su tiempo ya decía San Agustín: Unos por unos motivos y otros por otros, llenan todos los días la iglesia. Apenas se busca a Jesús por Jesús... Me buscáis por algo que no es lo que yo soy; buscadme por mí mismo” (Tratado 25, 10). ¿Qué diría hoy el santo obispo de Hipona viendo tantos intentos de instrumentalizar las manifestaciones religiosas en beneficio de intereses de afirmación personal o familiar, de mantenimiento de peculiaridades regionales o locales, de rentabilidad económica o de prestigio político? Jesús observa que, entre sus oyentes, había quienes pensaban que ocuparse de los trabajos que Dios quiere era cumplir minuciosamente la ley. Jesús les dice que es imposible hacer lo que Dios quiere sin centrar la atención en su Enviado. La verdadera raíz de donde brotan las obras de Dios es la fe en su Hijo. No se trata de hacer muchas cosas sino de empezar aceptando a la persona de Jesús como enviado del Padre; esta es la obra que asegura el pan de vida. También hoy aparece, incluso entre cristianos, la tentación de un activismo social o político sin fundamento en la persona de Cristo.

MARTES.

Primera lectura: Hch 7, 51-59.

Es fácil y humanamente rentable el halago. Es difícil y costoso decir la verdad con claridad y con caridad. Esteban hizo esto último en su discurso, que es, ciertamente, un duro alegato. Ve la historia de Israel, con ojos propios de un profeta, como una sucesión de pecado y de desobediencia como respuesta a la gracia y elección divinas. La culminación de esta historia es el rechazo a los planes de Dios resistiendo al Enviado y al Espíritu.

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En su discurso, Esteban se defiende de la doble acusación que se le hace: haber blasfemado contra el templo y contra la ley de Moisés. La tesis de Esteban de que el templo judío es caduco se funda en los antiguos profetas: “No fiéis en palabras de mentiras que dicen `el templo de Yahvé, el templo de Yahvé, el templo de Yahvé es éste´” (Jr 7, 4). Dios puede aceptar un templo construido en su honor, pero no por ello se vincula con el edificio construido. Lo que verdaderamente importa no es el templo sino la adoración a Dios en espíritu y en verdad; el pensamiento de Esteban coincide con el de los profetas y con el de su Maestro. En cuanto a la ley de Moisés, también decían los profetas que estaba destinada a ser superada por otra: “Pondré mi ley en su interior; la escribiré en su corazón” (Jr 31,33). No basta cumplir la letra de la ley, es necesaria su interiorización. También en esto Esteban coincidía con los profetas y con Jesús; no había blasfemia en sus afirmaciones. Pero el orgullo religioso de una parte de Israel no toleraba ni la más mínima invitación a penetrar en el verdadero significado del templo y de la ley, tan ligados a la historia nacional. Plebe, ancianos y letrados, como un solo hombre, se abalanzaron contra Esteban y lo apedrearon. El relato de la muerte del primer mártir cristiano ofrece claras similitudes con las actitudes de Jesús en su crucifixión. La presencia, en la escena del martirio de Esteban, del joven Saulo introduce a éste en el libro de los Hechos como enemigo y perseguidor de los cristianos, en contraste con su ingente obra evangelizadora. La valentía evangélica del mártir que da la vida perdonando, contrasta, a su vez, con la cerrazón integrista y el apego a las exterioridades nacionalistas, fruto del orgullo religioso de los perseguidores.

Respuesta al salmo: A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

Evangelio: Jn 6, 30-35.

Jesús experimentó, antes que Esteban, la cerrazón y las consecuencias trágicas del orgullo nacionalreligioso de algunos judíos: ¿Quién puede ser superior a Moisés? ¿Qué signo del cielo más grande que el maná? ¿Qué alimento superior al de la ley, que era la delicia cotidiana del pueblo? ¿Quién puede atreverse, sin presentar el aval de señales prodigiosas, a cambiar las tradiciones de los padres? La incomprensión de los oyentes se sitúa no ya en identificar a Jesús como el dador de pan celeste, sino en relación con la naturaleza de este pan verdadero. Piensan que, como el pan que dio Moisés, el pan que Jesús ofrece va a bajar de las regiones superiores de este mundo, ha de ser comido cada día para mantener la vida terrenal. Esta incomprensión de los oyentes, obliga a Jesús a una mayor clarificación de sus palabras: cuando dice “yo soy el pan de vida”, Jesús se manifiesta como la respuesta a las aspiraciones y esperanzas últimas del ser humano y no como proveedor de alimentación temporal. Por primera vez, aparece en el evangelio de Juan la fórmula “yo soy”, análoga a las que Dios utiliza en el Antiguo Testamento para afirmar su voluntad salvadora. La aceptación del “yo soy” introduce en el ámbito de la revelación y de la vida; para ello la única condición que se impone al hombre es la acogida en la fe.

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La fe en Jesús pone al creyente en movimiento hacia él: “el que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí nunca pasará sed”; creer en Jesús es igual a ir hacia él. Y la verdadera vida, que el pan y el agua no logran saciar y sostener, siempre, radica en Jesús.

MIÉRCOLES.

Primera lectura: Hch 8, 1-8.

Difícilmente se puede describir con mayor concisión y eficacia una situación adversa a la difusión del evangelio: “se desató una violenta persecución contra la Iglesia”, “todos, menos los apóstoles se dispersaron”, “enterraron a Esteban e hicieron gran duelo por él”, “Saulo se ensañaba con la Iglesia; penetraba en las casas y arrastraba a la cárcel a hombres y mujeres”. Y, sin embargo, esa hora difícil era también un tiempo de gracia, una gran oportunidad para evangelizar. La persecución en Jerusalén y consiguiente dispersión de muchos miembros de la comunidad cristiana da ocasión a la primera expansión del cristianismo fuera de las murallas cerradas de Jerusalén: “Al ir de un lugar a otro, los prófugos iban difundiendo la buena noticia”, el diácono Felipe predica en Samaria, lugar intermedio entre judíos y paganos, a gentes tradicionalmente enemistadas con los judíos. La salvación no tiene fronteras cuando el objeto de la predicación es Cristo. Los oyentes que acogen la predicación perciben los mismos efectos salvadores que los que recibieron la predicación del mismo Jesús: sanación integral de todo el hombre. El gran duelo de la comunidad de Jerusalén contrasta con la alegría que llenó la capital de Samaria. Como consecuencia de circunstancias aparentemente adversas, el evangelio comienza su andadura por los caminos que indicó el Señor. “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8)

Respuesta al salmo: Aclama al Señor, tierra entera.

Evangelio: Jn 6, 35-40.

El evangelio que hoy se proclama ofrece una síntesis del misterio de la salvación. El plan y la iniciativa son de Dios: “Esta es la voluntad del Padre”, “Esta es la voluntad del que me ha enviado”, “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad el que me ha enviado”. Incluso la fe del creyente es, antes que un acto del hombre, un don del Padre. Los que llegan a Cristo en la fe son también un don que el Padre confía a Jesús.

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La iniciativa de Dios se realiza en su Hijo. Al plan de Dios corresponde la mediación de su Enviado: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”. La iniciativa y el proyecto de Dios que se realiza en su Hijo es de salvación para el hombre: el Hijo está comprometido, por voluntad del Padre que le envió, a “no echar fuera”, “no dejar perecer”, “resucitar en el último día”, “que tengan vida eterna”. El proyecto de Dios se acoge y se hace eficaz gracias a la fe: el hombre puede hace suya la salvación o rechazarla mediante la fe o la incredulidad en el Enviado; porque creer en Jesús, e ir a él es gracia concedida por el Padre, aunque no deje de ser también libre quehacer humano. El acto de fe es algo más que “ver” a Jesús: quien piensa conocer la patria de Jesús, quien lo estima como “el hijo de José” o lo aprecia por sus valores puramente humanos no alcanza a tener la fe que requiere acogerle en su origen y filiación divinos; lo ve, pero no cree en él. Dice San Agustín: “No vamos a Cristo corriendo sino creyendo; no se acerca uno a Cristo por el movimiento del cuerpo, sino por el afecto del corazón...Al alma la atrae el amor” (Tratado 26, 4.5).

JUEVES.

Primera Lectura: Hch 8, 26-40.

Desde los comienzos, la fe no se identifica con la cultura y es independiente con respecto a todas las culturas. (cf EN 20) El diácono Felipe evangeliza a un pagano etíope simpatizante del judaísmo; así el evangelio va alcanzando ambientes cada vez más distanciados del judaísmo étnico y oficial. Después de los samaritanos, recibe la semilla evangélica alguien que no es judío, que viene de lejos y la difundirá lejos. Este relato, en que son protagonistas Felipe y el etíope, recuerda la aparición de Jesús a los discípulos de Emaús: hay en ambas escenas un camino, hay un encuentro, aparece la Escritura como medio de conocimiento de Jesús; y, finalmente, una acción sacramental, en este caso el bautismo, sella el reconocimiento de Cristo en la fe. El Espíritu Santo interviene desde el primer momento impulsando la acción evangelizadora y poniendo a Felipe en contacto con el evangelizado. El etíope está confuso porque le repugna aceptar la idea de un Mesías que sufre y muere a causa de sus enemigos. De aquí que el etíope dude sobre si Isaías profetizaba acerca “de él mismo o de otro”. Felipe parte de los interrogantes del etíope y le demuestra, apoyándose en la Escritura, que Jesús es el Mesías aunque haya sido sometido a la pasión y a la muerte; a la luz del texto de Isaías, es un justo que sufre injustamente; más aún, por su muerte se ha hecho solidario de sus hermanos que sufren, llegando, por intervención del Padre, a la resurrección: esta es la Buena noticia de Jesús.

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El etíope pide espontáneamente el bautismo, lo que indica que había sido catequizado acerca de su necesidad y efectos: recibir el perdón de los pecados y ser agregado a la comunidad de los creyentes. El itinerario del etíope es modelo del que recorre cada persona que se encuentra con Cristo resucitado por la predicación de la Iglesia y el Bautismo: el hombre, como el eunuco estéril y desorientado antes del encuentro con Cristo, se transforma en alguien gozoso y fértil por el agua del bautismo.

Respuesta al salmo: Aclama al señor, tierra entera.

Evangelio: Jn 6, 44-52.

Las afirmaciones de Jesús: “Yo soy el pan de vida”, “He bajado del cielo” y “Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”, son de tal naturaleza que, para acogerlas sin escándalo, hay que situarlas en el contexto de la vida de Jesús, de su predicación, y de los signos que las avalan. De lo contrario suenan a blasfemia. Los que se atienen sólo al conocimiento que creen tener acerca del origen humano de Jesús, se encuentran con un obstáculo insalvable para acceder a la fe. En el evangelio de hoy, Jesús trata de hacer reflexionar a sus oyentes, y a nosotros mismos, sobre la condiciones necesarias para dar el paso desde “ver” a “creer”. La primera es no rechazar de antemano el don del Padre: “Nadie viene a mí si no lo trae el Padre que me ha enviado”. Jesús es un don de Dios al mundo, su revelación definitiva. Sólo a quien Dios atrae y se deja atraer camina hacia su Enviado; ha de hacerlo en una actitud receptiva y de apertura en la oración. La fe se adquiere, se sostiene y alimenta en la orientación a Dios de toda la vida del discípulo. La segunda es la docilidad a Dios: “Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí”. Jesús aduce una cita de Isaías: “Serán todos discípulos de Dios”; esto indica que ha llegado la etapa de la nueva alianza esponsal en la que Dios es el único Maestro de su pueblo, y Jesús el contenido de la enseñanza. ¿Qué significa aprender del Padre sino oír al Padre? ¿Qué significa oír al Padre sino recibir la Palabra del Padre, es decir, a Jesús mismo? Aprende de Dios en su escuela quien llega hasta Cristo; no hay fe cristiana sin docilidad al Padre. La tercera es, pues, estar a la escucha del Padre: de la enseñanza interior del Padre y de la adhesión a su Palabra, que es Cristo, surge la fe obediente del que cree. El maná del desierto no salvó de la muerte. Jesús, en cambio, es el pan de vida que salva a quien lo come; a quien lo come por la fe y a quien come su carne, que él dará sacramentalmente en la Eucaristía.

VIERNES.

Primera lectura: Hch 9, 1-20.

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Haciendo una aplicación del evangelio de ayer a este relato de la conversión de San Pablo, se advierte que en el origen de dicha conversión hay un don del Padre. El mismo Pablo, en su carta a los Gálatas (1, 15-16), la narra en términos de vocación profética: “Dios, que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por pura benevolencia...”. Pablo es un sincero buscador de Dios; errado ciertamente en su búsqueda, pretende destruir un grupo que él, cumplidor de la ley, considera inaceptable. Pero no se cierra al don de Dios que tuvo a bien revelarle a su Hijo. Desde el momento de su encuentro con Jesús, es dócil a sus indicaciones como signo de su docilidad a Dios mismo: se levantó, entró en Damasco e inició un proceso que le llevó al bautismo. Después de aprender en la escuela de Dios que es Cristo, se hizo mensajero de éste entre los judíos y los paganos. En Pablo se ejemplifica el camino de todo creyente que, atraído por el Padre viene a Cristo, pan de vida. La misma comida posbautismal que alimenta a Pablo después de su ayuno sugiere la comida eucarística donde Jesús es fortaleza para los suyos: Pan para comer (Jn 6, 51) y carne que Jesús da para la vida del mundo.

Respuesta al salmo: Id a todo el mundo a predicar el evangelio.

Evangelio: Jn 6, 53-60.

Todo lo que expuso Jesús “enseñando en la sinagoga de Cafarnaún” versa sustancialmente sobre la revelación gradual del misterio de su persona y de su vida. Ahora insiste con vigor en uno de los aspectos de este misterio, el de la dimensión eucarística: “Si no coméis la carne del Hijo de hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. Jesús reitera que ha bajado del cielo “no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”. Y que es “voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día”. La encarnación del Hijo tiene, pues, un objetivo que ahora se desvela: la redención por la muerte; Jesús manifiesta la voluntad salvadora del Padre cuando dé la propia existencia para que el mundo viva. En contraste con el carácter metafórico de la parte del discurso donde Jesús se presenta como pan bajado del cielo que hay que comer mediante la fe, destaca el realismo sacramental eucarístico de esta última parte: es necesario comer la carne y beber la sangre del Hijo del hombre. Ignacio de Antioquía afirma que en su tiempo había “quienes no confiesan que la eucaristía es la carne del Señor”. Por el contrario, el evangelio pone de relieve la necesidad de participar de la eucaristía para comulgar en la vida de Cristo. Esta comunión se expresa mediante la fórmula de la permanencia mutua: el que me come permanece en mi y yo en él. Esta permanencia alcanza no

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sólo a la comunión eucarística sino a toda la vida del cristiano: el discípulo se define por la unión permanente con Cristo.

SÁBADO.

Primera lectura: Hch 9, 31-42.

A principio de los años 40, el maniático emperador Calígula había ordenado al legado de Siria, Petronio, que erigiese en el templo de Jerusalén una estatua en honor del emperador. La situación política en Palestina era muy complicada. Petronio, conocedor de las extravagancias del emperador y de la sensibilidad religiosa de los judíos, hizo una incursión militar en Palestina, pero dio largas a la ejecución de la orden recibida sobre la entronización de su estatua. En esta coyuntura, las autoridades judías no estaban en condiciones de ocuparse de asuntos menores, y dejaban a los cristianos vivir en paz. Así, como dice el libro de los Hechos, la Iglesia se construía en una doble dirección: hacia dentro, progresando en fidelidad al Señor, y hacia fuera, creciendo en número de creyentes y en expansión por toda la zona palestinense de Lida, Sarón y Jafa. Pedro aparece ya como visitador apostólico de los fieles y sus comunidades. Éstas manifiestan una incipiente estructura organizativa para el ejercicio de la caridad con una clase especial estable de viudas. Tabita (Gacela) pertenecía a esta clase y preparaba en su taller prendas de vestir para la beneficencia. Hombres y mujeres asumen sus responsabilidades en la comunidad: los discípulos enviaron a Lido emisarios que rogaran a Pedro acercarse hasta Jafa sin tardar. Las viudas , al llegar Pedro, intercedían por Tabita muerta, presentándole los mantos y las prendas que hacía para los pobres cuando estaba con ellas. Con el delicado retrato que hace de Tabita, Lucas mantiene su tendencia a ensalzar a la mujer y su tarea en la Iglesia, afirmando su dignidad frente al concepto que se tenía de aquella en la sociedad pagana de su tiempo. El Señor resucitado continúa presente entre los suyos, y actúa mediante la autoridad apostólica. Pedro, que había dicho al paralítico Eneas: “Jesucristo te da la salud, levántate y haz la cama”, después de orar levantó a Tabita. Los que creyeron movidos por las acciones prodigiosas de Pedro, creyeron en Jesús en cuyo nombre actuaba Pedro. Aquellas primeras comunidades cristianas evangelizan con hechos y palabras: comienzan por dar signos de curación, que son testimonio de que la salvación cristiana ha llegado a un lugar, y las palabras ilustran los signos de manera que los hombres perciben que Dios, en Cristo, está a su favor.

Respuesta al salmo: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?

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Evangelio: Jn 6, 61-70

Después de la consagración, el celebrante proclama en la misa: “Este es el sacramento de nuestra fe”. Es el sacramento de la fe de la Iglesia que continúa diciendo por boca de Pedro: “Señor ¿a quien vamos a acudir? Tu tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”. Con estas palabras de Pedro, que son las de la comunidad de los creyentes, termina la lectura litúrgica del discurso de Jesús sobre el pan de vida en la sinagoga de Cafarnaún. La dificultad para creer que manifiestan los oyentes no es sólo la de reconocer en el hombre Jesús al enviado del cielo, sino también la de aceptar que la vida eterna se alcanza alimentándose de la carne de Jesús. Donde tropieza la incredulidad de los judíos en general, es puesta a prueba también la fidelidad de los discípulos. Hasta a los más allegados les resulta duro, ofensivo incluso, “este discurso”. La crisis del grupo de los discípulos tiene relación con una forma antiespiritual de comprender la eucaristía. La indicación de Jesús, sobre qué dirán los vacilantes si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes, se refiere con seguridad a su retorno al Padre después de entregar su vida para la vida del mundo. Entonces reconocerán los discípulos la presencia real de Jesús en el sacramento de su cuerpo entregado y de su sangre derramada. Para aceptar las palabras de Jesús sobre el pan de vida hay que tener el don del Espíritu de vida. Juan menciona aquí por primera vez en su evangelio a “los Doce”, cuando Jesús trata de ayudarles a permanecer fieles. Unos pocos discípulos, al menos, obtuvieron de Dios el don de la fe. También hoy, la comunión con Jesús como pan de vida en la eucaristía es criterio de discernimiento de fe cristiana auténtica. El Decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos, nº 15, del Vaticano II, dice : “Corresponde a los Obispos, sucesores de los apóstoles, esforzarse constantemente para que los fieles de Cristo conozcan y vivan de manera más íntima, por la Eucaristía, el misterio pascual”. Este tiempo litúrgico de Pascua es apto para profundizar en la relación que existe entre el misterio pascual y el misterio eucarístico.

FERIAS DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA.

En esta cuarta semana de Pascua, la lectura del Libro de los Hechos abarca desde el capítulo 11, 1 al 13, 52. El Evangelio según San Juan desde el capítulo 10, 1 al 14, 6. “Quede bien claro que Jesús se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar”. Esta afirmación de San Pedro es el mejor resumen del mensaje de las lecturas evangélicas. Cristo es el único Buen Pastor que nos conduce al Padre, el camino, la verdad y la vida.

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Las lecturas de los Hechos presentan a la Iglesia anunciando este mensaje, no sólo entre los judíos sino también entre los gentiles; mientras la comunidad cristiana se organiza internamente, se estructura también para abrirse a la expansión misionera.

LUNES.

Primera lectura: Hch 11, 1-18.

La fe está siempre revestida de unas formas culturales determinadas. No puede ser de otro modo, porque la fe es una actitud del ser humano, que no puede vivir sino inmerso en una cultura. La fe cristiana apareció inculturada en las tradiciones religiosas y sociales del judaísmo, aunque desde sus orígenes tuvo viva conciencia de su vocación universal. Es la misma conciencia que se expresa hoy en la Constitución pastoral sobre el mundo moderno, del Vaticano II. “La Iglesia, enviada a todos los pueblos sin distinción de épocas ni regiones, no está ligada de manera exclusiva e indisoluble a raza o nación alguna, o a algún sistema particular de vida, a costumbre alguna reciente...; puede entrar en comunión con las diversas formas de cultura” (n 58). La inculturación fecunda es, pues, una tarea permanente en todo tiempo y momento de la fe cristiana. El episodio de la conversión de Cornelio y su familia, y su admisión en la Iglesia con el rito oficial del bautismo, acentúa la universalidad de la salvación traída por Cristo, sin distinción de personas, razas, ni pueblos. Pedro da testimonio, con la simple narración de los acontecimientos, de que su modo de actuar ha sido conforme a la guía del Espíritu; ante las reticencias que muestran algunos miembros de la comunidad de Jerusalén no se impone autoritariamente, sino que aparece firme, al mismo tiempo que dialogante y humilde. La comunidad de Jerusalén, después de considerar el asunto, termina dando por buena la forma de actuar de Pedro, acepta sus motivos como procedentes de Dios, y ratifica y confirma la apertura del evangelio a otros campos y personas distintos del judaísmo. Hoy, como en los comienzos, debemos estar abiertos a nuevas formas de vivir el único mensaje del Evangelio.

Respuesta al salmo: Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.

Evangelio: Jn 10, 1-10

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La expulsión de la sinagoga, a causa de su fe, del ciego curado por Jesús, dejó a aquel aislado religiosa y socialmente y dio a éste ocasión para el discurso simbólico y enigmático sobre el Buen Pastor. Los fariseos expulsan y aíslan a la gente sometida a su gobierno. Jesús trata de manera bien distinta a los que creen en él; así se pone de manifiesto que con él las ovejas pueden estar seguras. El verdadero pastor entra por la puerta a plena luz del día; su voz es familiar para las ovejas, conoce sus nombres; va por delante de su rebaño y establece con cada una de las ovejas la relación de intimidad que caracteriza al pastor legítimo. El ladrón, bandido, extraño, deja a las ovejas en desamparo, exponiéndolas a la soledad y a la muerte. La puerta del redil, que aparecía como criterio para distinguir al buen pastor del salteador, pasa a significar ahora al mismo Jesús, Buen Pastor: es vía de acceso a la vida. Al presentarse como puerta, Jesús asegura el futuro de los suyos y se ofrece como medio y condición de la salvación: quienes entran por él están a salvo; quienes por él salen, llegan a la vida. Como la puerta accesible y segura, el pastor es auténtico en la medida que pone en riesgo su propia vida para asegurar la vida del rebaño. Aunque no esté expresada directamente, hay en este evangelio una advertencia seria a todos los líderes cristianos: su posición en la comunidad no es de dominación, sino de servicio; no constituye un privilegio sobre los demás sino que es un título de pertenencia a Cristo en su consideración de pastor y puerta del rebaño.

MARTES.

Primera lectura: Hch 11, 19-26.

Como consecuencia de la dispersión de los cristianos de Jerusalén en la persecución por lo de Esteban, el evangelio sigue dos vías distintas de difusión: una de carácter territorial, pero limitada al mundo judío de la diáspora, y otra, que comienza en Antioquía, en la que la Buena Noticia del Señor Jesús se anuncia también a los griegos. En sentido étnico-religioso se entiende a los judíos como adoradores del Dios verdadero, mientras que los griegos se contraponen a los anteriores como idólatras. La valentía de los predicadores que anunciaron el evangelio a los griegos, aún teniendo el precedente de la conversión anterior de Cornelio, fue grande, tanto como las consecuencias que el hecho tuvo para la difusión del cristianismo en el mundo. Los progresos de esta nueva forma de evangelización fueron rapidísimos: “Se convirtieron muchos”, “una multitud considerable se adhirió al Señor. Del mismo modo que en la conversión de Cornelio el Espíritu llevó la iniciativa y abrió caminos y Pedro actuó valientemente, ahora los evangelizadores antioquenos secundaron con prudencia y energía la obra de “la mano del Señor”. La novedad del caso, que entrañaba gran cantidad de problemas rituales, organizativos y de convivencia, requería la intervención de la Iglesia madre, de Jerusalén. Ésta manifiesta su cuidado solícito enviando a Bernabé, “un hombre de bien, lleno del Espíritu Santo y de fe”. El acierto de esta decisión

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añadía a la iniciativa de “la mano del Señor” las cualidades humanas y espirituales del enviado. Éste tuvo, además, la perspicacia de traer desde Tarso a Pablo, especialmente dotado para configurar una nueva comunidad religiosa con creyentes que procedían del judaísmo y del paganismo, a los que por primera vez se les dio el nombre nuevo de “cristianos”. Las características de esta forma de evangelización son un modelo para la que la Iglesia tiene que plantearse en los comienzos del tercer milenio. Porque en este tiempo la fe cristina tendrá que continuar descentrándose de la cultura de Occidente y proseguir la difusión en las culturas asiáticas y africanas. Nuestra mentalidad debe abrirse a nuevas formas de inculturación, reconociendo los valores de otros interlocutores y aceptando en la práctica las nuevas consecuencias de la universalidad de la Iglesia.

Respuesta al salmo: Alabad al Señor todas las naciones.

Evangelio: Jn 10, 22-30

Toda la vida de Jesús, sus obras y actitudes, son el nuevo lugar del encuentro de los hombres con Dios Padre. En el mismo Templo de Jerusalén, Jesús cuestiona la función primera de este edificio sagrado al proclamar que él mismo es quien, en adelante, hace presente en el mundo la acción salvadora de Dios; el nuevo templo de la Alianza nueva. Las obras que Jesús hace en nombre del Padre dan testimonio de esta nueva realidad y son el reflejo de la iniciativa paterna. Las obras que Jesús realiza son las que corresponden al Buen Pastor, enumeradas en el evangelio del domingo pasado: buscar a las ovejas, conocerlas, reunirlas, apacentarlas, exponer y dar la vida por ellas para librarlas de la muerte y darles la plenitud de la vida. En el evangelio de hoy, los judíos rodean a Jesús y, casi acosándolo, le instan a que declare con valentía cual es su identidad. La identificación que ha hecho de sí mismo como Buen Pastor no les basta, y en esto mismo se muestra que ellos tampoco se identifican como ovejas de su rebaño: “vosotros no creéis porque no sois ovejas mías”. Quienes no reconocen al Pastor ni creen en él no pertenecen a su redil. Para captar el sentido de las obras del Buen Pastor es necesario corresponder a la relación de confianza que él mismo establece con sus ovejas: sólo quien se sabe custodiado por el Buen Pastor le conoce, se le confía, oye su voz y está dispuesto a seguirlo. Quien le siga no se perderá; nadie podrá arrebatarlo de su mano. Entre el Pastor y las ovejas hay una relación personal, un conocimiento mutuo semejante al que se da entre el Padre y el Hijo: de amor, de confianza y de obediencia; una relación que tiende a la unidad como la que Jesús proclama cuando dice. “Yo y el Padre somos uno”. Los judíos acosan a Jesús pidiéndole que se identifique. Pero si no lo reconocen como Buen Pastor y entran por el camino de la fe, que se traduce en el seguimiento, cualquier otra identificación que Jesús haga de sí mismo será inútil

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MIÉRCOLES.

Primera lectura: Hch 12, 24-13,15.

El Señor Jesús “llamó a sí a los que él quiso y designó a doce que le acompañaran y para enviarlos a predicar” (Mc 3,13). Los apóstoles fueron la semilla del nuevo pueblo de Israel, a la vez que el origen de la Jerarquía sagrada. Del mandato del Señor proviene el deber de la Iglesia de propagar la fe y la salvación. De otra parte, en virtud de la vida que a sus miembros infunde Cristo, todo el cuerpo unido a él “crece y se fortalece en la caridad”(Ef 4,16). Éste es el origen del deber que toda la Iglesia tiene de difundir la verdad y la salvación de Cristo (cf AG 3). La lectura de hoy sobre la comunidad cristiana de Antioquía, centro de operaciones de la actividad misionera de la Iglesia y de difusión de la verdad y la salvación de Cristo, comienza dando testimonio de la comunicación cristiana de bienes que existía en la Iglesia no sólo entre las personas sino también entre las comunidades. Saulo y Bernabé regresan a Antioquía desde Jerusalén, a donde habían ido a llevar el socorro de los cristianos antioquenos para los hermanos de Judea (cf Hch 11, 29-30). La comunidad de Antioquía se organiza internamente: en ella hay profetas y maestros que constituyen el colegio directivo de aquella Iglesia. Aunque Lucas no lo diga aquí de manera explícita, también esta estructura interna de la comunidad es un fruto del Espíritu para el bien común, es decir, tiene carácter carismático, no es de distinta naturaleza de los otros carismas. El mismo Espíritu, que dota de una forma de jerarquía a la comunidad, aparece tomando también la iniciativa para la misión. El encargo a Saulo y Bernabé, sin embargo, no se hace mediante la inspiración personal del Espíritu a los misioneros, sino a través de los miembros de la comunidad. Éstos intervienen expresando la corresponsabilidad de todos los cristianos en el planteamiento y solución de los problemas importantes para la vida y la misión de la Iglesia. En virtud de la actuación del Espíritu, Saulo y Bernabé reciben la imposición de manos de los dirigentes como mandato de misión otorgado por la comunidad. Se inicia, pues, la primera etapa de la evangelización en Chipre y Asia Menor, que, aunque tiene por protagonistas a Bernabé y Saulo, es obra de toda la Iglesia, tanto la de Antioquía como la de Jerusalén que la respaldaba.

Respuesta al salmo: ¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

Evangelio: Jn 12, 44-50.

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El Padre vuelve a aparecer en el evangelio como origen de la vida y fuente de la misión. El Padre envía y Jesús es el Enviado. Éste refleja netamente el rostro de quien lo envía, pronuncia las palabras que el Padre le ha ordenado, y difunde en el mundo la luz que proviene del Padre. El objeto del envío es transmitir la vida. La misión debería ser acogida por los hombres: éstos habrían de reconocer en Jesús el rostro del Padre, salir de las tinieblas iluminados por su luz, oír sus palabras y cumplirlas; en definitiva, entrar en la vida nueva y eterna que transmite. Contra lo que debería ser, muchos no creen. Esta realidad, inquietante y dolorosa para Jesús, afectó también al cristianismo primitivo (cf Rom 9,1- 11,36), como afecta a los evangelizadores de todo tiempo. El último párrafo del capítulo 12 del evangelio según San Juan, que comprende los versículos hoy proclamados, cierra la parte dedicada a los signos realizados por Jesús, y trata de responder a la pregunta inquietante, de entonces y de ahora: ¿Por qué Jesús no fue, no es, aceptado? “A pesar de que Jesús había hecho tanto signos, no creían en él” (12,37). El evangelista adelanta tres razones para explicar la incredulidad. La primera, (12, 37-41), es el respeto de Dios a la libertad humana; la increencia está ya prevista en la Escritura. La segunda es la existencia de una forma de fe, tan débil y vacilante que los que la tienen no se atreven a arrostrar las consecuencias de profesarla públicamente: “para ellos contaba más la buena reputación ante la gente que ante Dios” (12,43). La tercera, de la que tratan especialmente los versículos del evangelio de hoy, es la dificultad que lleva consigo aceptar el rostro de Dios en el rostro humano de Jesús, dejarse iluminar por Dios en la luz que Jesús refleja, recibir como palabra de Dios su palabra humana, identificarse con la vida de un crucificado como fuente de vida eterna. Jesús mismo es consciente de esta dificultad objetiva para creer en él y estimula a dar el paso a la fe porque, en el plan de salvación previsto por el Padre, él es el camino y la verdad y la vida. Él está enteramente al servicio de ese plan. “No ha venido a condenar el mundo sino a salvarlo” (12, 47).

JUEVES.

Primera Lectura: Hch 13, 13-25

Saulo, Bernabé y Juan Marcos realizaron la primera etapa de su viaje misionero evangelizando la isla de Chipre, patria de Bernabé. A partir de esta etapa, el autor de los Hechos se refiere a Saulo con el nombre romano de Pablo, y le otorga la iniciativa en la misión, que antes ostentó Bernabé. Así indica cómo el apóstol Pablo fue quien amplió los horizontes evangelizadores de la Iglesia naciente. Desde Pafos, en Chipre, navegaron hasta Perge, en el sur de la provincia de Anatolia y, por tierra, caminando hacia el norte, llegaron a Antioquía de Pisidia, centro de operaciones de la primera misión paulina. En Antioquía de Pisidia, Pablo anuncia el evangelio dirigiéndose primero a los judíos, y luego a los

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gentiles. El anuncio a los judíos está recogido en las primeras lecturas de hoy y de mañana (Hch 13,13-25 y 13, 26-33). En este único discurso de Pablo dirigido a un auditorio judío que consigna el libro de los Hechos, el apóstol hace una lectura cristiana del Antiguo Testamento. De esta forma prosigue el mismo método de lectura iniciado por Jesús cuando “empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas”, explicó a los discípulos de Emaús “lo que decían de él las Escrituras” (Lc 24, 27); y cuando, en la aparición a los otros discípulos reunidos “les abrió la inteligencia para que comprendieran las Escrituras” (Lc 24,45). En la primera parte de su discurso, que hoy hemos proclamado, Pablo resume la historia de Israel, desde la cautividad de Egipto hasta la llegada de Juan Bautista, como una historia de acciones y promesas salvadoras de Dios en el tiempo, destacando algunos hitos principales. Entre ellos sobresale la realeza de David, porque, de acuerdo con su compromiso, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel, Jesús. También pone de relieve la figura de Juan Bautista contemplada, dentro del Antiguo Testamento, como último eslabón de la cadena de acciones de Dios en la historia para preparar la venida del Salvador. Así, Juan Bautista, “cuando estaba para acabar su vida decía: Yo no soy quien pensáis; viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las sandalias” (13,25). La promesa de salvación, mantenida y garantizada por la palabra de Dios en la historia, es el centro del anuncio de Pablo: en Jesús se cumple la promesa de salvación, él es la palabra de salvación contenida en las Escrituras. El mismo Jesús, como antes indicábamos, había iniciado la explicación de su persona y de su obra a la luz de las Escrituras. Después, los evangelistas muestran cómo en la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús se cumplen las Escrituras. Así lo hace también Pablo en este discurso a los judíos. También la comunidad cristiana primitiva fue esclareciendo paulatinamente la identidad de Jesús a la luz de las Escrituras. Con toda autoridad el Concilio Vaticano II afirma: “Los libros del Antiguo Testamento incorporados a la predicación evangélica, alcanzan su plenitud de sentido en el Nuevo Testamento, y a su vez lo iluminan y lo explican” (DV 16).

Respuesta al salmo: Anunciaré tu fidelidad por toda las edades.

Evangelio: Jn 13, 16-20.

Jesús lava los pies a los discípulos que posteriormente van a ser enviados para continuar su misión. Con este gesto les deja un modelo de entrega y servicio: el Maestro y Señor realiza un trabajo propio de esclavos, prefigurando así el don de sí mismo hasta la muerte, y muerte de cruz. A la luz de la Pascua, este gesto alcanza la plenitud de su significado. Ni siquiera Pedro lo entenderá hasta aquel momento en todas sus dimensiones.

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También a la luz de la Pascua, el lavatorio de la última cena ilumina lo que es el bautismo cristiano: “Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados por él en la muerte para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rom 6, 3-4). Lavarse, bautizarse, pués, es hacerse partícipe de toda la vida, muerte y resurrección de Cristo. El lavatorio es una acción que afecta ante todo a Jesús como símbolo de servicio supremo prestado por el siervo de Dios por excelencia; pero afecta también a todos los lavados-bautizados en cuanto que el Maestro actúa con la intención de dejar un ejemplo que todos sus discípulos deben imitar: unos deben servir a los otros, como hizo el Señor que quiso servir a todos. El lavatorio de los pies, como el bautismo al cual anticipa y simboliza, es una acción salvadora que únicamente Jesús puede y tiene que hacer: “Si no te lavo los pies no podrás contarte entre los míos” (13,8). Pero, después de realizada por Jesús, es también una acción que han de realizar los discípulos entre sí. El evangelio de hoy, en el contexto del tiempo pascual, tiene un sentido eminentemente pastoral: Jesús es el Señor que envía, los discípulos son los criados enviados; si el amo que envía se hace servidor de todos, los criados que él envía deben aprender la lección (“puesto que sabéis esto”), y ponerla en práctica (“dichosos vosotros si lo ponéis en práctica”). La misión de Cristo se orienta a crear un discipulado de amor entre los hombres. La purificación que Jesús realiza con su lavatorio de pies es limpiarles de todo aquello que se opone al amor, urgiendo a los discípulos a entregarse a los demás como él lo hizo. Los bautizados, especialmente si ostentan un puesto de responsabilidad en la comunidad, no tienen excusa para no servir a los otros. Es la identificación con Jesús en el servicio la que hace que quien recibe al enviado por Jesús, reciba a Jesús mismo.

VIERNES.

Primera lectura: Hch 13, 22-23.

La resurrección de Jesús es el centro del discurso de Pablo a los judíos en la sinagoga de Antioquía de Pisidia. Con numerosas citas del Antiguo Testamento anuncia la Buena noticia de que en Jesús, concretamente en su resurrección, se cumplen las promesas divinas. “Los habitantes de Jerusalén y sus autoridades, no reconocieron a Jesús”. Sí que lo conocieron, creían conocer su origen, pero no llegaron a reconocerle como portador y contenido, a la vez, del mensaje de salvación. Esta ignorancia tenía como precedente y origen la falta de inteligencia de las Escrituras; las conocían en su literalidad, como conocían a Jesús en su temporalidad, pero no comprendieron lo que en los textos sagrados se refería a él como Mesías. “Hasta el día de hoy, en efecto, afirma en otro lugar San Pablo, siempre que leen a Moisés permanece el velo sobre sus corazones” (2 Cor 3, 15). En su discurso, el apóstol atribuye a los miembros del sanedrín la inducción de la muerte de Cristo, y a Pilato haber sido intermediario de su ejecución, en contraste con la actuación de Dios “que lo resucitó

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de entre los muertos”. Jesús, injustamente condenado por los hombres, ha sido acreditado por Dios al resucitarlo, en su vida, en su palabra y en su misión. A pesar del rechazo de los habitantes, judíos y gentiles, de Jerusalén, Dios lo despertó de entre los muertos. Dios es lo suficientemente fuerte para vencer el mal que los hombres, aun los más poderosos, son capaces de causar. En la resurrección de Jesucristo se cumplen todas las promesas de salvación:”la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús” (13,13). La resurrección de Jesús no le afecta a él sólo, sino que es salvación y vida para todos los hombres. Toda la cercanía de Dios con los hombres a lo largo de la historia de la salvación, desde la creación misma, se realiza en plenitud al resucitar a Jesús. La resurrección de Cristo es la suprema actuación de Dios en la historia.. Aunque el discurso de Pablo continúa en una tercera parte exhortativa, la lectura litúrgica termina con lo que es el mensaje central del discurso de Pablo y de la Iglesia entera: “Nosotros os anunciamos que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús” (13, 32-33). “La evangelización debe contener siempre -como base, centro y a la vez culmen de su dinamismouna clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios. (EN 27).

Respuesta al salmo: Tu eres mi hijo: Yo te he engendrado hoy.

Evangelio: Jn 14, 1-6.

Jesús, antes de su muerte, ya interpreta ésta como un camino de ida hacia el Padre. Igualmente, después de la resurrección, cuando dice a María Magdalena: “Subo a mi Padre, que es vuestro Padre; a mi Dios, que es vuestro Dios” (Jn 20,17). Jesús hace, primero y solo, este camino y, al recorrerlo, se constituye para todos en camino y acceso único hacia Dios. Se avecina, pues, para los discípulos el tiempo de una soledad que pasará por distintas experiencias: la soledad en que quedan las ovejas cuando hieran al Pastor y, después de la Pascua, la soledad que excluye la relación física, espacial y temporal con el Maestro. En esta última situación comienza un nuevo tipo de relación sacramental, de mayor intimidad. Esta nueva forma de relación se expresa en la fórmula, tan querida para el evangelista San Juan, de la inmanencia mutua: “Yo en vosotros, y vosotros en mí”. En uno y otro caso, los discípulos han de recorrer estas etapas de soledad con confianza: “No perdáis la calma”. En medio de un mundo hostil, han de mantener una fe idéntica a la que tienen en Dios; aunque no pueden seguir aún a Jesús, pueden apoyarse en él con la misma certeza que les merece Dios.

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La soledad del discípulo en el mundo no es definitiva. La ausencia de Jesús es un paso doloroso, pero necesario (“os conviene que yo me vaya”) para adquirir una nueva casa, un hogar nuevo con Dios, en el que hay muchas moradas. Mientras tanto, los discípulos, que permanecen en el mundo sin ser del mundo, tienen la fe como apoyo y como tarea. Sólo en la fe pueden entender que la partida de Jesús sea beneficiosa para ellos. Jesús les manifiesta el término de su camino: va a la casa del Padre con una finalidad salvífica; va no tanto por él mismo sino por nosotros y por nuestra salvación: “Voy a prepararos sitio. Una vez alcanzado el destino, “volveré y os llevará conmigo para que donde estoy yo, estéis también vosotros”. Aquí, a la fe y la confianza en el Padre y en Jesús, se añade la esperanza como actitud de los discípulos que permanecen en el mundo. La pregunta de Tomás introduce una enseñanza que no es sólo para él, sino que todo el mundo tiene que escuchar: Jesús, que hace el camino de ida hacia Dios, es, para nosotros, el camino y la meta, la vía y el acceso, el medio y el fin. En cuanto camino, es el mediador exclusivo del encuentro con el Padre, es la verdad definitiva y, acogido como tal, se hace vida nuestra.

SÁBADO.

Primera lectura: Hch 13, 44-52.

La gran novedad del discurso de Pablo a los judíos se expresa en los versículos 38 y 39: “Sabed, pues, hermanos, que por él -por Cristo a quien Dios resucitó- se os anuncia el perdón de los pecados. La salvación que no habéis podido lograr con la ley de Moisés, la logra a través de él todo el que cree”. Era natural que los judíos se sintieran concernidos por esta nueva doctrina; si la ley de Moisés no trae consigo la justificación, y si mediante la fe en Jesucristo tienen idéntico valor un judío y un griego, un bárbaro o un escita, ya sean hombre o mujer, quedaban minadas en su base las prerrogativas de carácter racial y religioso que llenaban de orgullo a los judíos. Por eso el asunto concitó enorme interés en el auditorio, y rogaban a Pablo y Bernabé que continuaran hablando sobre el mismo tema el sábado siguiente. Y “muchos judíos y prosélitos practicantes siguieron a Pablo y Bernabé” (13,43). La lectura de hoy narra lo ocurrido en el sábado siguiente: el interés despertado desbordó los límites étnicos de los judíos, y casi toda la ciudad acudió a oír la palabra de Dios. El engreimiento, a que alude la cita profética del versículo 41, ya hizo que muchos judíos llevaran el ánimo mal dispuesto, y que luego les diera mucha envidia ver tan gran gentío compuesto, en gran parte, de gentiles incircuncisos: “A los judíos les dio mucha envidia y respondieron con insultos a las palabras de Pablo” (13,45). Los misioneros se habían mostrado siempre muy respetuosos con el orden de prelación establecido por el mismo Jesús en su predicación: dirigirse primero a los judíos y luego a los gentiles. Pero, a la vista de que los judíos se juzgaban únicos destinatarios del reino de las esperanzas mesiánicas, y rechazaban a Jesús como camino de

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salvación universal, rechazaban en él no sólo al Mesías y su reino, sino también la vida eterna que les ofrecía. Conforme al mandato de Jesús, que no es sólo gloria de su pueblo Israel sino también luz de los gentiles, Pablo y Bernabé no acomodan su predicación a las pretensiones exclusivistas de los judíos, de las señoras distinguidas y devotas, y de los principales de la ciudad. No faltaron judíos bien dispuestos, y muchos gentiles con las actitudes propias de quienes “estaban destinados a la vida eterna”; otros judíos y paganos no se hallaban bien dispuestos y no creyeron. La misma predicación produjo encono y envidia en éstos y acogida alegría y alabanza a Dios en aquellos. Las dificultades, rechazos e incluso persecuciones no desalentaron a los evangelizadores y creyentes, pues contaban de antemano con ellos. Al contrario, les llenaba de alegría y de Espíritu Santo que “la palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región”.

Respuesta al salmo: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Evangelio: Jn 14, 7-14.

En la lectura evangélica de ayer, la pregunta de Tomás dio lugar a la manifestación-revelación de Jesús: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Así Jesús dice que el Padre es la meta última. Hoy es Felipe quien da ocasión a Jesús para revelarnos cual es su relación con el Padre. Felipe expresa la necesidad de los creyentes de todos los tiempos: “ver a Dios”; esta es la suprema aspiración de los que lo buscan. Felipe no ha comprendido la relación de Jesús con el Padre, por eso pide a Jesús que le manifieste al Padre, y quedará satisfecho. Jesús se lamenta de la ignorancia de Felipe: después de tanto tiempo de convivencia, debería haber reconocido, en la palabra y obras de su Maestro, la palabra y las obras del Padre; en su autoridad personal, en su amor y entrega sin reservas, debería haber reconocido la autoridad y el amor del Padre. Jesús desautoriza la vana esperanza de ver ahora directamente al Padre y hace un llamamiento a la fe: quien lo ve a él ve al Padre. Jesús es la definitiva manifestación de Dios, su única definición. La fe que ve a Jesús como Hijo de Dios hace ver al Padre en él; quien acepta al Hijo acepta al Padre, aunque no lo vea directamente; quien está en la presencia del Hijo, está en la presencia de Dios. Jesús es la última y definitiva Palabra del Padre, la Palabra hecha carne (Jn 1,14); revela la vida interior de Dios de manera exhaustiva, pues “nos ha dado a conocer todo lo que ha oído al Padre” (Jn 15,15); revelándose a sí mismo, poniendo al descubierto el misterio de su persona, manifiesta y revela al Padre; al conocerle a él, conocemos también al Padre (Jn 8, 19). Jesús fundamenta su afirmación en la relación de mutua inmanencia que existe entre él y el Padre: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mí”; así, lo que Jesús dice son palabras del Padre, lo que hace Jesús son

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acciones de Dios; si no bastara la palabra de Jesús, que, al menos, valgan las obras que el Padre hace por él y en él; si no fuera suficiente la afirmación que Jesús hace de su unidad con el Padre, la acredita la unidad de acción que mantiene con él. Durante la ausencia física de Jesús, la continuidad de la actuación salvadora de Jesús en el mundo queda garantizada por la acción de los discípulos que él envía; porque creen en él, harán las obras que él hace y aún mayores; el poder de intercesión de Jesús se prolonga en la oración de los suyos; la predicación de Jesús y su llamada a la conversión proseguirá en la predicación y en la acción de sus discípulos, para que todos los hombres puedan tener acceso a la comunión con él y con el Padre. FERIAS DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA.

En los días de esta quinta semana del tiempo pascual continúa la lectura de libro de los Hechos, desde el capítulo 14,5 al 16,10, y del evangelio según san Juan, desde el capítulo 14, 21 a 15, 21. En una y otra lecturas se destacan aspectos del crecimiento de la Iglesia. En los Hechos predomina el crecimiento exterior: aumenta el número de los cristianos procedentes del judaísmo y de la gentilidad, se plantean y resuelven nuevos problemas derivados la conversión de los paganos y y de la relación de estos con la ley mosaica y las costumbres judías, la relación con las prácticas idolátricas, la organización de viajes misioneros, etc. En las lecturas evangélicas predomina el crecimiento interior de la Iglesia: permanecer en Cristo para fructificar, vivir el mandamiento nuevo, dejarse conducir por el Espíritu en la paz y la alegría.

LUNES.

Primera lectura: Hch 14, 5-17.

La evangelización de Pablo y Bernabé avanza adentrándose en territorio de paganos. Después de algunos meses de trabajo apostólico en Antioquía de Pisidia y la región circundante, la persecución obliga a los apóstoles a desplazarse unos 150 kilómetros hasta la ciudad de Iconio. Al llegar allí, siguen la norma habitual de dirigirse primero a los judíos y luego a los gentiles. Poco tiempo después se reproduce la situación de hostilidad que habían experimentado en Antioquía, y tienen que escapar a Listra y luego a Derbe. Lo novedoso del relato es que en Listra, a falta de vecinos judíos, Pablo dirige su atención desde el principio a los licaonios habitantes del lugar, que eran politeístas y poco cultivados culturalmente, hablándoles al aire libre.

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La evangelización de los lugareños comienza con hechos: los apóstoles se interesan por los que sufren. Pablo fijó en un paralítico su mirada y encendió en su corazón, necesitado de felicidad, la esperanza de participar en la salvación traída por Cristo. Cuando Pablo vio fe en él, realizó su curación. Después de este hecho de misericordia, la predicación se acomoda a la situación de los oyentes: Dios, autor de la naturaleza, ha de ser reconocido a través de ésta; sin embargo las generaciones pasadas no le conocieron, aunque habían sido beneficiarios de sus dones. Los apóstoles rechazan con energía el culto idolátrico que intentan tributarles y no rehuyen la tarea de purificar aquellas expresiones de religiosidad popular en lo que tienen de fetichismo y superstición; y se oponen a cualquier forma de culto a la personalidad, por parte de los que pretenden festejarlos y agasajarlos: “Nosotros somos mortales igual que vosotros”. Así manifiestan paladinamente su plena humanidad y su condición no de dueños sino de mediadores y servidores de la Buena Noticia.

Respuesta al salmo: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.

Evangelio: Jn 12, 21-26.

En la última fase de la historia de la salvación puedan distinguirse dos épocas a las que se refiere el evangelio de hoy: la de Cristo y la de la Iglesia. En la despedida de la última cena, la época de Jesús está a punto de terminar; la partida de Jesús significa su ocultamiento para los discípulos y para el mundo. Para los discípulos, la ausencia física de Jesús no significa orfandad, pues da paso a una forma nueva de presencia permanente entre ellos; Jesús promete que se mostrará al que sabe sus mandamientos y los guarda; al que lo ama “lo amará mi Padre y lo amaré yo, y me mostraré a él”. Jesús desaparecerá físicamente del mundo , pero no a los ojos de la fe de los suyos. Los suyos, que saben sus mandamientos y los guardan, que están unidos a él con un amor operativo, lo perciben vivo después de su resurrección y participan de su vida de resucitado. La ausencia física de Jesús no deja a los suyos en abandono, porque la nueva forma de presencia del Resucitado se prolonga hasta el hoy de su comunidad: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo” (Mt 28,20). La presencia nueva de Jesús resucitado permitirá a los discípulos reconocer plenamente la unidad vital que existe entre él y el Padre, unidad en la que podrá participar quien le sea fiel; entonces comprenderán que Jesús está en el Padre y ellos pueden formar parte de esa unidad. En relación con el mundo, la ausencia física de Jesús constituye una nueva oportunidad de gracia universal; cualquiera pude hacerse, a la vez, obediente y beneficiario del amor del Padre y del Hijo. No se debe esperar ahora una manifestación pública del Mesías, que siembre miedo entre los enemigos del pueblo de Israel y alegría entre sus miembros. Judas expresa a Jesús unos deseos tan equivocados como bienintencionados; Jesús purifica las aspiraciones de Judas insistiendo en que lo decisivo es la acogida de su

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palabra, que lo es también del Padre, en la fe y el amor. Esta es la nueva oportunidad de gracia que se ofrece a los hombres del mundo en todos los tiempos; no hay por qué esperar una demostración ostentosa del poder de Jesús. Comienza también la etapa de la Iglesia, signo e instrumento de salvación para todos los hombres y todos los pueblos. Para ser sacramento de salvación universal, la Iglesia cuenta con la asistencia del Paráclito “que enviará el Padre en mi nombre”. El Paráclito será para los discípulos lo que fue para Jesús mismo: ayudante, maestro, pedagogo... A él atribuye una novedad en el campo de la enseñanza: poder captar en todo momento, profundizar y actualizar lo dicho y hecho por Jesús; novedad sobre la base de lo vivido por los discípulos en compañía de Jesús; proclamación actual de su palabra sobre la base de lo enseñado autorizadamente por él; actualización de las formas de vida cristiana sobre la base de la tradición fiel y viva. El Paráclito, el Espíritu Santo, dará en cada momento una actualizada comprensión de lo dicho y hecho por Jesús.

MARTES.

Primera lectura: Hch 14, 18-27.

Durante un tiempo considerable, Pablo y Bernabé evangelizaron en Listra y sus cercanías. Llegó la noticia a Antioquía de Pisidia e Iconio, y los judíos de allí, que conservaban sus resentimientos contra los apóstoles, fueron a Listra y soliviantaron a la gente hasta el punto de que apedrearon a Pablo, lo arrastraron fuera de la ciudad y lo dejaron en el campo dándolo por muerto. Cuando, enterados de la trágica noticia, los discípulos van de noche a hacerse cargo del cadáver lo encuentran todavía vivo y en tales condiciones que, pasada aquella noche, puede salir, acompañado de Bernabé, camino de Derbe. Lucas no habla de milagro de curación, pero suministra al lector los datos suficientes sobre lo ocurrido para que éste juzgue por sí mismo. El joven discípulo Timoteo, cuya madre y abuela habían dado alojamiento a Pablo en Listra, quedaría impresionado por la intrepidez de Pablo, al que más tarde acompañó en sus viajes apostólicos. También Pablo conservó siempre vivo el recuerdo del terrible episodio y lo menciona en sus cartas. (2 Cor 11, 25; cf. 2 Tim 3, 11). En Derbe, Pablo y Bernabé permanecieron el tiempo suficiente para “ganar bastantes discípulos” y para que se calmaran los ánimos y cambiaran las circunstancias en las ciudades donde antes habían sido agredidos. Pudieron regresar por el camino que les había llevado hasta Derbe, visitando de nuevo Listra, Iconio y Antioquía de Pisidia. Cumplido su objetivo, continuaron viaje de vuelta atravesando las regiones de Pisidia y Panfilia hasta llegar otra vez a la ciudad de Perge, donde no se habían detenido antes, predicaron allí y luego bajaron al próximo puerto de Atalía. Aquí embarcaron rumbo a Antioquía de Siria para encontrarse nuevamente con la comunidad que los había enviado. En este primer viaje de Pablo y Bernabé encontramos las características de la actividad evangelizadora. El origen de la misión es el mismo Dios; él da el encargo o mandato portador de salvación: los misioneros “contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos”; los discípulos que reciben dicha

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información son aquellos que “los habían enviado con la gracia de Dios a la misión que acababan de cumplir”. El contenido de la misión incluye “predicar el evangelio” (14,21): “Evangelizar es, ante todo, dar testimonio de una manera sencilla y directa de Dios revelado por Jesucristo, mediante el Espíritu Santo (EN 26); incluye también una llamada a la adhesión personal a Cristo: “ganar discípulos... animándolos y exhortándolos a perseverar en la fe”. El fin es la implantación de la Iglesia, signo e instrumento del Reino, mediante el bautismo y los demás sacramentos: “En cada iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor en quien había creído”. El destino de la evangelización es, por mandato del mismo Señor (Mc 16, 15) una universalidad sin fronteras: el Señor “había abierto a los gentiles las puertas de la fe”. Requisito indispensable es la participación del evangelizador y de los evangelizados en los padecimientos de Cristo: “Hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios”.

Respuesta al salmo: Tus amigos, Señor, anunciarán la gloria de tu Reino.

Evangelio: Jn 14, 27-31a.

Al anochecer del día de la resurrección, primero de la semana, “estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros”. Esta forma de saludo se corresponde dialécticamente con las palabras que cierran el discurso de despedida de Jesús en la noche de la última cena. En él, Jesús ha tratado de su partida y su retorno, de su relación como Hijo con el Padre y de la introducción del creyente en esa relacion mediante la fe; y termina con la perícopa que hoy se proclama. “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo” (14, 27). La paz que ofrece el mundo es la seguridad económica que se procura mediante la acumulación de bienes, o la que pretende ofrecer el llamado “estado de bienestar; la paz política que resulta de la quietud impuesta por las dictaduras, por la victoria en las guerras, por la difícil, frágil y ordenada convivencia en la libertad y la justicia que pretenden establecer los regímenes verdaderamente democráticos; la serenidad psicológica que se busca con los métodos de relajación. En boca de Jesús, la paz no es expresión de un mero buen deseo; se trata de la comunicación real del don de la paz tal como la entiende la Biblia, es decir, la satisfacción de las más profundas aspiraciones del hombre, que engloba y trasciende la definitiva respuesta a las necesidades temporales. La paz otorgada por Jesús es su gracia aceptada en la fe; la bondad misericordiosa de Dios participada por el hombre; todo aquello a lo que el hombre legítimamente tiende y aspira: la bendición de Dios creadora de justicia, de un estado de bienestar material y espiritual, salud completa, relación amistosa con Dios y con los hombres y de los hombres entre sí basada en la verdad, la libertad, la justicia y el amor. Este mundo no puede dar la paz que ofrece Jesús y tampoco puede ponerla en peligro. Jesús, consciente de que deja a los suyos en un mundo hostil, donde se acerca el Príncipe de las fuerzas del mal, les garantiza la paz de su definitiva victoria sobre él. El Príncipe de este mundo no tiene poder sobre Jesús ni sobre los suyos.

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Para los que aman a Jesús, su despedida debe ser motivo de alegría. Jesús vuelve al Padre y ese retorno es la garantía divina de la victoria definitiva sobre el poder del mal. En este tiempo de Pascua recordamos el anuncio de Jesús antes de su partida. “mi paz os dejo, mi paz os doy”. Y recordamos también que en la primera de las apariciones a los discípulos reunidos ratificó su don diciéndoles: “Paz a vosotros”.

MIÉRCOLES.

Primera lectura: Hch 15, 1-6.

Pablo y Bernabé, llegados a Antioquía de Siria “de donde los habían enviado”, contaron a la comunidad reunida “lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles las puertas de la fe”. No duró mucho tiempo la alegría, porque “unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban como manda la ley de Moisés, no podían salvarse”; echaron un jarro de agua fría sobre el entusiasmo aperturista suscitado por las informaciones de Pablo y Bernabé. Aparece en la primitiva Iglesia una corriente fundamentalista. Los cristianos procedentes del judaísmo pensaban que negarse a aceptar las leyes de Moisés y las formas de cultura que habían generado históricamente era tanto como anular la ley divina, lo que equivalía a blasfemia. No querían arriesgar nuevas vías y campos para el evangelio y pretendían obligar a los demás a someterse a lo que ellos estimaban su identidad nacional vinculada a la seguridad religiosa; confundían la devoción al pasado con la fidelidad a lo eterno. Para ellos no era motivo de alegría la “apertura de puertas” a los gentiles. Los paganos podían seguir a Jesús Mesías, pero tenían que pasar por la puerta de la nación escogida por Dios aceptando la circuncisión y las demás prescripciones de la ley mosaica. Los antioquenos y los judíos elenistas, con Pablo y Bernabé sostenían que imponer a los paganos las prescripciones judías como condición esencial para participar en la salvación cristiana era anular la fuerza salvadora de la gracia de Cristo. Se planteaba una cuestión de la que dependía en gran medida el presente y el futuro de la Iglesia; entraba también en juego la unidad de ésta y su paz. No debía renunciarse a ninguno de los valores que entraban en conflicto; tampoco había que llegar a la ruptura entre las partes contendientes, ni podían prolongarse indefinidamente los altercados y violentas discusiones surgidos en la comunidad. Todos convinieron como primera medida de solución en que “Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia”. Los enviados fueron recibidos en Jerusalén con particular deferencia por la iglesia regida por los apóstoles y los ancianos. Contaron a todos “lo que habían hecho con la ayuda de Dios”;pero cuando expusieron el motivo de su subida a Jerusalén, algunos fariseos que habían abrazado la fe intervinieron diciendo:- Hay que circuncidarlos y exigirles que guarden la ley de Moisés; y comenzó una serie de reuniones para “examinar el asunto” que desembocaron en el llamado Concilio de Jerusalén.

Respuesta al salmo: Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”.

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Evangelio: Jn 15, 1-8.

Jesús se ha ido manifestado progresivamente aplicándose la bíblica expresión epifánica “Yo soy”, como el pan de la vida, la luz del mundo, el buen pastor, la puerta de acceso al Padre, la resurrección y la vida, el camino, la verdad y la vida. Jesús es todo esto. Ahora bien, según él ¿cómo debe ser su auténtico discípulo? La respuesta a esta pregunta tiene dos partes: la primera de ellas abarca la lectura de hoy, la segunda la de mañana. En la alegoría de la vid y los sarmientos, el auténtico discípulo se define por su relación con Jesús, como el sarmiento se define por su inserción en la vid. Jesús no es sólo la vid, sino la vid auténtica, la vid verdadera. ¿En qué consiste esa autenticidad? La vid es él mismo y su Padre es el labrador que la cuida. Es la vid verdadera porque es la única vid que no defraudó al Padre, el viñador. La autenticidad de Jesús consiste, pues, en su correspondencia a los deseos del Padre, en la obediencia a sus designios, en la respuesta fiel a sus expectativas. La viña de Israel no había dado los frutos esperados por el Padre en tiempo oportuno; Jesús, en cambio, pertenece al Padre, responde a sus cuidados y produce los frutos correspondientes a sus desvelos; es la vid verdadera. De la fidelidad y autenticidad de Jesús se sigue su capacidad de infundir las mismas actitudes en los sarmientos, en sus discípulos. Por eso, el discípulo verdadero, el auténtico, se define por su inserción en Jesús, la vid verdadera. El vocablo clave que define la relación del discípulo con Jesús es el de la permanencia recíproca. Y, más en concreto, la permanencia del discípulo en la palabra de Jesús, o en Jesús en cuanto Palabra: “Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros”. Además de estar en él limpios por haber aceptado su palabra, la permanencia debe ser fructuosa: “El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante”. Por otra parte, no es posible que un sarmiento desgajado de la vid fructifique; la fertilidad del discípulo depende de su inserción en Cristo; la capacidad de dar fruto, de la permanencia del discípulo en él: “Sin mí no podéis hacer nada”. La separación de Cristo causa la infertilidad y corrupción del discípulo; la alternativa a permanecer y dar fruto es secarse: “luego los recogen y los echan al fuego y arden”. En resumen: la permanencia en Jesús y su palabra hace que la oración de los discípulos tenga la eficacia de la de Jesús; la permanencia en Jesús es condición para dar fruto abundante; de la permanencia en Jesús depende que el discípulo pueda continuar la obra de la salvación de los hombres, que es gloria del Padre. Verdadero discípulo de Jesús es el que permanece en él.

JUEVES.

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Primera Lectura: Hch 15, 7-21

En la Iglesia ha comenzado un proceso de universalización con la incorporación de los gentiles en plano de igualdad con los judíos cristianos. Necesariamente unos y otros manifestaban sensibilidades religiosas y culturales diferentes. Sin embargo, esas diferencias no pueden dar lugar a rupturas de la convivencia en una comunidad que tiene viva conciencia de que todos sus miembros son uno en Cristo Jesús. Para conjugar la unidad con el respeto a la variedad, es necesario que los planteamientos sean sinceros y abiertos, tanto en el análisis de los hechos como en la reflexión teológica. La intransigencia radical de algunos fariseos cristianos, que se manifestaba en la lectura de ayer: “Hay que circuncidarlos y exigirles que guarden la ley de Moisés”, hubiera dado al traste con la universalidad de la Iglesia, con su unidad, o con las dos a la vez. La deliberación que se abrió, a partir de la postura de los intransigentes fue larga, profunda y apasionada. Lucas describe sucintamente el desarrollo general de los acontecimientos, pero del análisis del texto puede deducirse que hubo en Jerusalén, además de las discusiones que hoy llamaríamos de pasillo, tres reuniones: una pública, para recibir a los enviados que venían de Antioquía (15, 7), otra privada, de los apóstoles con los ancianos de la comunidad (15,6), y la que refleja la lectura de hoy, de carácter público, donde se tomaron decisiones. El discurso de Pedro contempla la realidad con una mirada creyente: la evangelización de los gentiles no es una novedad; la había comenzado él mismo cuando recibió en la Iglesia a Cornelio; judíos y gentiles habían recibido igualmente el Espíritu Santo; si la ley mosaica era un yugo insoportable para los mismos judíos, cuánto más para los gentiles. Por su parte, Pablo y Bernabé también partieron de los hechos de la propia experiencia, contando los signos y prodigios que habían hecho entre los gentiles con la ayuda de Dios. Estas realidades fueron luego iluminadas por la reflexión teológica: los judíos y los gentiles son iguales en el orden de la fe: “Dios - dice Pedro -, me escogió para que los gentiles oyeran de mi boca el mensaje del evangelio y creyeran”; judíos y gentiles son iguales en el orden de la gracia: “creemos que lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús”. En la reunión se alcanza un acuerdo en lo fundamental: no se puede imponer a los gentiles la ley judía; sólo Cristo basta. La intervención de Santiago plantea, sin embargo, la cuestión de la observancia de la legislación mosaica en aquel nivel mínimo necesario para evitar confrontaciones entre cristianos judíos y gentiles en la convivencia diaria. Superadas estas cuestiones, graves en su momento, el valor actual de este texto radica en que una cosa son ciertas formas de religiosidad, que pueden quedar obsoletas y otra el núcleo del culto y la vida cristiana con vigencia permanente; nos enseña, además, la necesidad de actitudes de audacia, energía e

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imaginación para afrontar los problemas, discutirlos abiertamente, y libertad para revisar lo accesorio en beneficio de lo permanente.

Respuesta al salmo: Contad a los pueblos la gloria del Señor.

Evangelio: Jn 15, 9-11.

En el Evangelio según San Juan, Jesús, en cuanto Hijo, Enviado y revelador, mantiene una triple relación con el Padre: relación de igualdad y unidad, expresada en la frase: “El Padre y yo somos uno” (11,30); relación de amor: “El Padre me ama”, “Yo permanezco en su amor” (15, 9-10); relación de obediencia y sumisión:”Yo he observado los mandamientos de mi Padre” (ib) La unión del Hijo con el Padre se manifiesta en la obediencia del hombre Jesús. Así como se destaca en el evangelio de hoy la relación del Hijo con el Padre, se pone de relieve también la relación entre el Revelador y el creyente, el Redentor y el redimido; esa relación es la propia de un organismo “espiritual” donde hay también unidad de vida, intercambio de amor y actitud de obediencia y sumisión. La unidad con Cristo, a semejanza de la unidad de los sarmientos con la vid, `por ser de orden no biológico sino espiritual, no opera de modo mágico: “Queremos unas cosas por estar unidos a Cristo y queremos otras por estar aún en este mundo...sólo entonces permanecen en nosotros sus palabras, cuando cumplimos sus preceptos y vamos en pos de sus promesas. Pero cuando sus palabras están sólo en la memoria, sin reflejarse en nuestro modo de vivir, somos como el sarmiento fuera de la vid, que no recibe la savia de la raíz” (Agustín. Tratado 81, 4). El amor entre Padre e Hijo es el modelo para la relación de amor entre Jesús y sus discípulos; más aún, el amor del Padre a Cristo es la fuente del amor de éste por los suyos, y el amor con que Cristo se siente amado por el Padre se proyecta en el amor de Cristo por los suyos. La obediencia, que es la expresión concreta del amor de los discípulos a Jesús, tiene su modelo en la obediencia de Cristo al Padre. Cristo permanece en el amor del Padre porque ha guardado sus mandamientos; es decir, en Cristo, la permanencia en el amor del Padre y la obediencia a sus mandamientos es una meta ya conseguida, mientras para el cristiano, la permanencia en el amor obediente y sumiso a Cristo es una meta a lograr, con el ejemplo, la ayuda y el amor del mismo Cristo: “Permaneced en mi amor” (15,9). Podemos preguntarnos todavía con San Agustín: “¿Es el amor a Cristo el que hace observar sus preceptos o es la observancia de sus preceptos la que genera el amor? Pero ¿quien duda que precede el amor? El que no ama no tiene motivos para observar los preceptos. Luego al decir “si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor”, quiere indicar no la causa del amor sino cómo el amor se manifiesta... No guardamos antes sus preceptos para que él nos ame, porque, si él no nos ama, no podemos nosotros guardar sus mandatos” (Tratado 82,3).

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VIERNES.

Primera lectura: Hch 15, 22-31.

La resolución de la asamblea de Jerusalén quedó plasmada en un texto escrito y, además, en el nombramiento de representantes imparciales de la Iglesia de Jerusalén, con autoridad para exponer oralmente el alcance del decreto. Estos representantes imparciales, elegidos y enviados juntamente con Pablo y Bernabé, eran Judas Barsabas de Jerusalén, cristiano de primera hora, probablemente hermano del Apóstol Matías y, por tanto, miembro de una familia que conoció a Jesús, y Silas o Silvano, con un nombres judío y otro latino, originario de la diáspora, de la corriente helenista. y con derecho de ciudadanía romana como Pablo. La composición del grupo fue muy cuidada para expresar la unidad y asegurar una interpretación equilibrada del documento escrito. Este documento se presenta como fruto, resumen y conclusión del concilio. Es de destacar la afirmación. “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros”; los Apóstoles habían logrado sacar la discusión de un asunto tan importante para la vida de la Iglesia, de los estrechos límites de miras e intereses humanos, elevándola a un nivel superior donde podía operar el Espíritu. Al fin, la decisión se debe a la actividad humana de quienes han puesto en juego lo mejor de sí mismos pero de tal manera dóciles a la acción del Espíritu que éste puede aparecer con toda verdad como autor de aquella. La decisión, pues, de abrir definitivamente y con toda plenitud la puerta de la fe a los gentiles, que es el contenido fundamental de la carta, aparece como obra plenamente humana y también como obra del Espíritu y avalada por él. A la decisión principal se añaden algunas otras normas de comportamiento que facilitan la convivencia entre judíos y gentiles en las comunidades cristianas, sobre todo al participar en una misma mesa. La solución a la crisis planteada en aquellas primeras comunidades sirve hoy como modelo para resolver los conflictos que la historia sigue planteando en las demás comunidades cristinas. Tanto la dinámica humana como la energía del Espíritu impulsan a abrir siempre caminos de futuro hacia nuevos horizontes, con fidelidad al depósito permanente de la fe y el mantenimiento de la unidad orgánica de la Iglesia y su sustancial continuidad. En el texto de la carta, la Iglesia se reconoce a sí misma como abierta a todos, es decir católica; apostólica por su fundamentación en la doctrina y autoridad de los apóstoles; santa en la renuncia a los cultos idolátricos y a todas las formas de comportamiento que se dan en una sociedad corrompida; una en la fe, la obediencia y en el amor que se manifiesta en la comunicación cristiana de bienes.

Respuesta al salmo: Te daré gracias ante los pueblos, Señor.

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Evangelio: Jn 15, 12-17.

Verdadero discípulo de Jesús es el que permanece en él; sólo permanece en él quien permanece en su amor; y sólo permanece en su amor quien obedece sus mandamientos. Permanencia, pues, equivale a amar y obedecer. Obediencia debida al Señor y amor a él se corresponden. Finalmente, el amor al Señor es inseparable del amor al hermano. En el evangelio de hoy Jesús desarrolla el encargo de permanecer en su amor, que hacía a sus discípulos en el evangelio de ayer. Los “mandamientos” de Jesús expresan la obligación general de cumplir su palabra, acogida en la fe. Hoy los “mandamientos”, en plural, se concretan en un mandamiento, el del amor fraterno: “Este es mi mandamiento” (15,12); “Esto os mando: que os améis los unos a los otros” 15,17). En este amor encuentran todos los mandamientos de Jesús su centro y su marca de contraste, la señal del verdadero discipulado, el signo inequívoco de la autenticidad cristiana. Se trata aquí explícitamente del amor de Jesús a los suyos y de los discípulos entre sí. El amor mutuo o fraterno tiene su campo operativo inmediato en la comunidad cristiana; pero no se reduce al círculo de los hermanos sino que se expande al conjunto de los hombres, siguiendo el modelo del amor de Jesús. La nueva alianza en el amor se sella con la sangre derramada ciertamente “por vosotros” (Lc 22,20), pero no de manera exclusiva, sino inclusiva; es “la sangre que se derrama por todos” (Mt 26, 27; Mc 14,24). La prueba suprema del amor es la entrega de la vida, como hizo Jesús; y la medida del amor fraterno no está al arbitrio del cristiano, sino que tiene en el amor de Cristo su norma y dimensión: “como yo os he amado”. Esto denota también que el amor cristiano se mueve en nivel distinto al de los sentimientos, porque se orienta a hacer el bien y entregar la vida siguiendo a Jesús Cuando Jesús declara “Ya no os llamo siervos... a vosotros os llamo amigos”, establece unas relaciones especiales entre los discípulos y su Señor. El siervo recibe órdenes, el amigo intimidad. Por eso los discípulos conocen las intenciones de su Señor y su programa, participan en sus planes, comparten sus confidencias. Esta forma de relaciones es tanto más digna de aprecio y gratitud cuanto se basa no en la igualdad natural o en en la elección a iniciativa de los propios discípulos sino en la iniciativa gratuita del Señor. La correspondencia al amor generoso del Señor es la generosidad de los discípulos en el cumplimiento de la misión que él les confía: “que vayáis, y deis fruto, y vuestro fruto dure”.

SÁBADO.

Primera lectura: Hch 16, 1-10

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Dos acontecimientos destacan en la lectura de hoy: la vocación misionera de Timoteo y la entrada de Pablo en Europa. Llegó la época del año propicia para emprender un nuevo viaje misionero. Pablo sale de Antioquía, acompañado esta vez por Silas, miembro de la Iglesia de Jerusalén, muy vinculado a Pedro. (cf 1 Pe 5, 12). El primer objetivo era visitar y fortalecer las comunidades del norte de Siria y recorrer luego las comunidades de Asia Menor que Pablo y Bernabé habían fundado en el viaje anterior. Cuando llegaron a la región de Cilicia entraron en primer lugar en Derbe, donde fueron calurosamente acogidos. De allí pasaron a Listra y fueron a casa de la familia formada por Loida, su hija Eunice, y el hijo de ésta, Timoteo. Esta casa de fervientes convertidos en el primer viaje fue el primer lugar de reunión para la comunidad cristiana de la ciudad. Timoteo, casi adolescente en la primera visita de Pablo, era ya un hombre joven, culto, que hablaba y escribía en griego como en su lengua materna, cristiano maduro, conocedor del Antiguo Testamento hasta saberlo casi de memoria. Timoteo sintió la llamada al apostolado y se unió al grupo de Pablo. En este tiempo de escasez de vocaciones, conforta hacer memoria de la de Timoteo, del cual dice el Apóstol: “No tengo a nadie que comparta tan íntima y sinceramente como él mis sentimientos y preocupaciones por vosotros ...conocéis su probada fidelidad y el servicio que ha prestado al evangelio, colaborando conmigo como un hijo que ayuda a su padre”(Flp 2, 20-22). Pablo intuía la necesidad de personas capaces de continuar su obra y encontró, entre otros, a Timoteo. Hoy, como entonces, se presenta a la Iglesia la necesidad de vocaciones que aseguren el relevo generacional. Después de visitar las iglesias del sureste de Asia Menor, Pablo y Silas, acompañados ya por Timoteo, emprenden camino hacia el noroeste. El Espíritu lleva la iniciativa marcando el rumbo hacia Europa. Llegan a Troade, desde cuyo puerto pueden divisar la isla europea de Samotracia, y se encuentran allí con Lucas, cristiano, viajero infatigable, a quien Pablo conoció en la comunidad de Antioquía de Siria. Lucas, que conocía bien la región de Macedonia, habló a Pablo de las posibilidades que ésta ofrecía a la difusión del evangelio. La visión del macedonio que le rogaba: “Ven a Macedonia y ayúdanos” era el grito de Europa demandando el cristianismo y la señal clara de la llamada de Dios a fecundar las culturas con la semilla del evangelio. Dos milenios después de la tarea evangelizadora,“de hecho Europa ha pasado a formar parte de aquellos lugares tradicionalmente cristianos en los que, además de una nueva evangelización, se impone,en ciertos casos una primera evangelización”. “Europa reclama evangelizadores creíbles en cuya vida, en comunión con la cruz y la resurrección de Cristo, resplandezca la belleza del Evangelio” (Juan Pablo II, Iglesia en Europa 46 y 48).

Respuesta al salmo: Aclamad al Señor, tierra entera.

Evangelio: Jn 15, 18-21.

Este mundo, tal como aparece en el evangelio según san Juan, no es malo en su origen y permanece siendo, en cuanto mundo de los hombres, objeto del amor de Dios: “Tanto amó Dios al mundo

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que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en el no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Este mundo, pues, objeto del amor de Dios, está necesitado de salvación y es capaz de recibirla; pero es también capaz de rechazarla y, en cuanto que se cierra voluntariamente a la fe y al amor, se carga de odio. Hasta ahora, el capítulo 15 ha descrito las características de los verdaderos discípulos de Jesús. A partir de este momento se detiene en describir la índole del mundo alejado de Dios y las relaciones con él de los verdaderos discípulos. Así como el amor es la característica y prerrogativa que permite conocer al verdadero discípulo, el odio define al mundo alejado de Dios. El amor que, siguiendo el modelo del amor de Cristo, los discípulos han de profesarse mutuamente, está en agudo contraste con el egoísmo de un mundo que no ama más que lo suyo, lo que le pertenece; un mundo cerrado en sí mismo, un mundo que odia lo que no domina. Los discípulos no son del mundo porque Jesús los ha escogido y sacado del ámbito de la incredulidad y los ha trasladado al de la fe y el amor. De aquí que la confrontación de la comunidad cristiana con el mundo que rechaza a Dios resulta inevitable. El rechazo de ese mundo a los discípulos está en continuidad con el rechazo experimentado por el mismo Jesús: “Sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros”; “ Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”. El rechazo del mundo a los cristianos de que habla Jesús no es el que pueda producirse por razones humanas, sociales o políticas o, menos aún, por falta de autenticidad de los discípulos sino el que se produce “a causa mi nombre, porque no conocen al que me envió”. Lo que dice Jesús en este discurso vale para sus discípulos de todos los tiempos. Lo dice no sólo para prevenirlos antes de que suceda y consolarlos cuando ocurra; ni siquiera para robustecerlos en la fe, sino con el fin de alentarlos en la tarea misionera y en el testimonio que han de dar valientemente en medio del mundo. Los discípulos han de continuar la tarea salvadora de Jesús y han de recorrer en el mundo su mismo camino. Antes que ellos, Jesús ya ha experimentado la dificultad de la tarea y ha sido víctima del odio que el mundo tiene a lo que no es suyo, pero como Jesús, los discípulos no pueden ceder a la tentación de huir del mundo, abandonándolo a su suerte. También los discípulos han de recorrer con Jesús el camino para la salvación del mundo que pasa por la cruz: “No es el siervo más que su amo”.

FERIAS DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA.

En los días de esta sexta semana del tiempo pascual continúa la lectura de libro de los Hechos, desde el capítulo 16,11 al 18,28, y del evangelio según san Juan, desde el capítulo 15, 26 al 16,28. En esta y en la siguiente semana, la atención de los textos evangélicos se centra en la partida de Jesús y en el envío del Espíritu. Para que venga el Espíritu, y acompañe con su luz, su fuerza y su alegría a los discípulos, es necesario que Jesús vuelva al Padre. El Espíritu dará testimonio de Jesús y guiará

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a los discípulos a la verdad plena. La comunidad cristiana, siguiendo a Jesús y sostenida por el Espíritu tiene abierto el acceso al Padre, que la ama porque ha acogido y amado a Jesús. En la continuación de los Hechos, el Espíritu de Jesús da testimonio de éste mediante la comunidad que le anuncia, predica su resurrección y su mensaje, sufre persecución y crece y se extiende por toda la tierra. La Iglesia se dispone, con las dos series de lecturas, para la celebración de Pentecostés.

LUNES.

Primera lectura: Hch 16, 11-15.

El día y la hora en que San Pablo, acompañado por Silas, Timoteo y Lucas, puso pie en Macedonia, territorio europeo del inmenso imperio romano, fueron históricos para el viejo continente y para la nueva Iglesia. Aunque probablemente el evangelio ya había llegado a Europa por otros caminos, ahora entra con Pablo y se asienta en Filipos, colonia romana en la región del norte de Grecia. Es de destacar en este relato de los Hechos que las primeras personas oyentes de la predicación de Pablo son mujeres. Juan Pablo II, en la Carta apostólica “Mulieris dignitatem” recuerda que “desde el principio de la misión de Cristo, la mujer demuestra hacia él y hacia su misterio una sensibilidad especial que corresponde a una característica de su femineidad” particularmente “en relación con el misterio pascual, no sólo en el momento de la crucifixión sino también el día de la resurrección” (nº 16). En Filipos, el Señor abrió el corazón de Lidia para que aceptara la palabra de Pablo, y se bautizó con toda su familia. Se la conocía por el nombre de su origen, la Lidia del Asia Menor, donde se asentaba Tiatira, ciudad de su nacimiento. Era mujer empresaria, del comercio de telas de púrpura, con un próspero negocio. Tanto insistió, que los misioneros se albergaron en su casa, y allí mismo acogió a la primera Iglesia cristiana filipense, tan querida del Apóstol. Lidia, y luego Evodia y Síntique fueron pioneras en Filipos de tantas mujeres cristianas que han asumido en Europa el papel que les corresponde en la Iglesia y en el mundo. “Las vicisitudes de la comunidad cristiana muestran que las mujeres han tenido siempre un lugar relevante en el testimonio del Evangelio. Se debe recordar todo lo que han hecho, a menudo en silencio y con discreción, acogiendo el don de Dios, bien mediante la maternidad física y espiritual, la actividad educativa, la catequesis, y la realización de grandes obras de caridad, bien por la vida de oración y contemplación, las experiencias místicas y por escritos ricos de sabiduría evangélica...hay aspectos de la sociedad europea contemporánea que son un reto a la capacidad que tienen las mujeres” (Juan Pablo II, La Iglesia en Europa nº 42).

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Antes, el Vaticano II, en el mensaje dirigido a las mujeres el 8-12- 1965, había dicho: “Llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora. Por eso en este momento en que la humanidad conoce una mutación profunda, las mujeres llenas de espíritu del evangelio pueden ayudar mucho a que la humanidad no decaiga”.

Respuesta al salmo: El Señor ama a su pueblo.

Evangelio: Jn 15,26-16,4ª.

A medida que avanza el tiempo pascual hacia Pentecostés, se acrecienta la presencia del Espíritu Santo en las lecturas de la misa. En el evangelio según san Juan, Jesús había prometido anteriormente dos veces el envío del Espíritu (14, 16-26; 15, 26). En la lectura del evangelio de hoy se contiene un tercer anuncio: Jesús envía el Paráclito, procedente del Padre. Este tercer anuncio pone de relieve la relación que existe entre el Espíritu de la verdad y un triple testimonio en favor de Jesús: el testimonio del Padre que envía el Espíritu, el testimonio que da también el mismo Espíritu, y el testimonio que, sostenidos por él, dan también los discípulos, sobre todo en medio de la persecución. Cuando se afirma que el Paráclito procede del Padre quiere decirse que viene enviado por él. Que “procede del Padre” y “que es enviado por el Padre” son dos formas de expresar el mismo significado. Con ello se subraya, en primer lugar, que el Espíritu procede de la esfera de lo divino; su origen está en el cielo, de ahí su poder y su energía que superan todas las capacidades y expectativas humanas; pero también, en segundo lugar, que, de acuerdo con el plan de Dios, el Espíritu se hace presente en la Historia en el acontecer de nuestra vida y nuestra sociedad, en el desenvolvimiento de los pueblos y de las culturas, nunca lejos de los gozos y las esperanzas, las alegrías y las tristezas de las personas. El Espíritu es enviado, sobre todo, para dar testimonio en favor de Jesús; lo ungió para “dar la buena noticia a los pobres”, para “anunciar la liberación y poner en libertad a los oprimidos”, “dar vista a los ciegos” y “proclamar el año de gracia del Señor”. El Espíritu se hace presente en vistas a aliviar el sufrimiento de los más débiles de este mundo. El Espíritu, que procede del Padre y del Hijo, alienta y sostiene a la Iglesia -como venimos viendo en las lecturas de los Hechos- en el testimonio que ésta da también a favor de Jesús. Aliviar el sufrimiento de los débiles, frecuentemente causado por otros hombres mas fuertes y poderosos, suele acarrear problemas; por eso es necesaria a la Iglesia la presencia y la acción del Espíritu como fuente de valentía y fortaleza en la persecución. La historia violenta de esta última etapa, sin ir más lejos, está llena de hechos y nombres propios que manifiestan en las persecuciones la asistencia del Espíritu a los testigos de Jesús.

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MARTES.

Primera lectura: Hch 16, 22-34.

En Filipos, San Pablo tuvo que enfrentarse con dos fuerzas poderosas: las fuerza oscura del culto idolátrico y la fuerza del dinero, que en este caso iban unidas. El Apóstol curó a una muchacha que en aquella época era considerada como víctima de posesión diabólica, y que, además, ejercía como adivina procurando a sus amos saneados ingresos. “Sus amos, al ver que habían desaparecido sus expectativas de lucro, echaron mano a Pablo y a Silas y los llevaron a la plaza pública ante las autoridades” (16, 16-21). Después de vejados y afrentados fueron a parar a la cárcel. Pablo y Silas contentos, como los apóstoles en Jerusalén, de haber podido padecer por causa del nombre de Jesús (Hch 5, 40-41), oraban cantando himnos a Dios. La liberación milagrosa de la cárcel es también semejante a la que experimentaron los apóstoles (5, 23). El centro de este relato es la conversión del carcelero, donde se describe el proceso de incorporación de un pagano a la comunidad cristiana. El carcelero y los suyos han vivido una honda conmoción religiosa: vieron llegar a unos prisioneros abatidos y destrozados, pero serenos, entonando himnos religiosos; sufrieron luego el pánico que siempre produce un terremoto; se asustaron pensando en las consecuencias de una fuga de los presos y fueron tranquilizados por éstos con palabras llenas de afecto. En otros casos el proceso de acercamiento a Dios tiene diferentes características pero, al final, coinciden en la fe explícita en el Señor Jesús y la pública profesión de la misma fe. Sin fe cristiana no hay verdadera incorporación a la Iglesia: “La evangelización debe contener siempre -como base, centro y a la vez culmen de su dinamismouna clara proclamación de que en Jesucristo, hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres como don de la gracia y de la misericordia de Dios” (Pablo VI, EN 27).. Pablo y Silas no bautizaban sin preparación y catequesis, pero tampoco se ataban a un esquema rígido de instrucción doctrinal; sabían calibrar las disposiciones de quienes pedían el bautismo. En este caso concreto, a la salida del sol se celebró el bautismo del carcelero y de toda su familia. Aún teniendo en cuenta la diversidad de época y de mentalidad sigue siendo verdad que “la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia” (EN 71). Después de la conversión y el bautismo, la familia del carcelero ejercita la caridad fraterna, expresión ineludible de la fe cristiana, ofreciendo a los heridos hospitalidad y cuidados. Y, aunque no se diga explícitamente, se deja entender que hubo un banquete eucarístico porque el banquete que se celebró fue de fiesta en familia por haber creído en Dios. “En el dinamismo de la evangelización, aquel que acoge el evangelio como Palabra que lo salva lo traduce normalmente en estos gestos sacramentales: adhesión a la Iglesia y acogida de los sacramentos que manifiestan y sostienen esta adhesión, por la gracia que confieren” (EN 23).

Respuesta al salmo: Señor, tu derecha me salva.

Evangelio: Jn 16, 5b-11.

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Este cuarto anuncio del Paráclito es el más extenso de todos. Los discípulos durante la cena se muestran doblemente entristecidos: por la partida de Jesús y por el odio que les tiene el mundo: “por haberos dicho esto” (me voy) “la tristeza os ha llenado el corazón”. Jesús anima a los suyos a superar la tristeza por su partida descubriendoles los aspectos positivos que ésta tiene. En primer término en relación con él mismo: que Jesús vuelva “al que me envió” significa que la misión que recibió del Padre está cumplida; que se va porque vuelve a su morada permanente. En segundo lugar en relación con los discípulos: Jesús va al Padre con el fin de prepararles una morada definitiva y además porque su partida es condición indispensable para que venga a ellos el Espíritu Paráclito: “lo que os digo es la verdad, os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito”. No hay, pues, lugar para la tristeza por razón de la partida de Jesús. La tristeza que produce a los discípulos el odio del mundo también debe ser superada. El envío del Espíritu es victoria sobre el odio del mundo. El Espíritu viene como Paráclito o abogado: “dejará convicto al mundo”, es decir demostrará que el mundo se equivocó rechazando a Jesús; si también continuara rechazando al Espíritu, el mundo perdería su última oportunidad de salvación. Cuando venga el Espíritu, pondrá en evidencia la culpabilidad del mundo y su pecado de incredulidad y cerrada oposición a la revelación de Dios en Jesús. La presencia del Espíritu cambia el curso del proceso que el mundo tiene entablado contra Cristo y los cristianos: los acusados se convierten en acusadores, restableciéndose la justicia. Cristo crucificado por el mundo asciende victorioso del sepulcro y regresa al Padre; aunque invisible a los ojos del mundo, los discípulos saben, ya desde la noche de la cena, que comparte la gloria de Dios. En cambio, quienes lo condenan y se cierran a él se condenan a sí mismos; el Espíritu certifica que las pretensiones, los proyectos, las actitudes y la persona de Jesús estaban y siguen estando justificados.

MIÉRCOLES.

Primera lectura: Hch 17, 15. 22-18,1.

La estancia de Pablo y sus compañeros en Filipos tuvo un final feliz, aunque hubiera persecución y dificultades, como siempre que se proclama el evangelio con autenticidad. Después de salir de Filipos, los misioneros pasaron a Tesalónica y Berea (17, 1-15). En Berea permanecieron Silas y Timoteo, mientras algunos otros hermanos acompañaron a Pablo en su viaje por mar hasta Atenas, por razones de seguridad. Los acompañantes regresaron con una vehemente recomendación de Pablo: “Decid a Timoteo y a Silas que vengan lo más pronto posible”.

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San Pablo quedó solo en la ciudad de Atenas, que se consideraba capital religiosa del mundo pagano, así como su centro intelectual y artístico. Los primeros sábados acudió a la sinagoga obteniendo escasos resultados. Un día se presentó en el Areopago y pronunció un discurso confrontando el cristianismo con la cultura y la vida pagana griegas. Reconoce los valores que puede poseer la religiosidad natural, en la que se encuentran semillas del evangelio. Proclama a Dios como creador y Señor de la historia, que trasciende y desborda templos y ritos y que, al mismo tiempo, está próximo e íntimo a la realidad humana, pues “en él vivimos, nos movemos y existimos”. Sin embargo, el nivel de la religiosidad natural debe ser superado como perteneciente “a los tiempos de la ignorancia”. Esto mismo es lo que afirma Pablo VI cuando dice que las culturas “deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva. Pero este encuentro no se llevará a cabo si la Buena nueva no es proclamada” (EN 20). Así lo hizo Pablo en el Areópago: anunció la salvación definitiva ofrecida por Dios, cuyo núcleo es Cristo resucitado. Dios, juez universal, ha otorgado la potestad de juzgar a un hombre designado por él. Prueba de esa designación y de que tiene otorgada la potestad de juzgar es que lo ha resucitado de entre los muertos. Llegados a este punto cada hombre ha de decidirse y comprometerse en relación con Jesús, el Cristo, crucificado y resucitado de entre los muertos. Del Areópago salió Pablo decepcionado, con la sensación de fracaso que tantas veces experimentan los evangelizadores. Sin embargo, pronto advirtió que le seguían Dionisio, venerable areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos más. Con ellos se inició la comunidad cristiana de Atenas, no numerosa pero escogida. Aquella culta ciudad afianzó la experiencia que Pablo expresa en la carta segunda a los tesalonicenses: “la fe no es de todos”.

Respuesta al salmo: Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

Evangelio: Jn 16, 12-15.

La lectura de hoy contiene el quinto y último anuncio del paráclito. La llegada del Espíritu no es el final de la historia de la salvación sino una nueva etapa de ella, que comprende desde la desaparición física de Jesús hasta su segunda venida. En esta etapa, que es el tiempo de la Iglesia, Jesús describe la acción del Espíritu en relación con la comunidad de sus discípulos, después de haber expuesto anteriormente la actividad de éste en relación con el mundo. Ambos aspectos están estrechamente relacionados, porque el Paráclito acusa, convence y juzga al mundo mediante la comunidad de los discípulos de Jesús, y ésta, para cumplir la misión que le compete en el mundo, necesita tener fe en el Paráclito y contar con su apoyo.

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La marcha de Jesús y la venida del Paráclito se presentan metafóricamente como si se tratara de la sustitución de dos personas, tanto en relación con el mundo como en relación con la comunidad de discípulos. Jesús se va y el Paráclito viene. Viene para dejar convicto al mundo; viene como el maestro espiritual que recordará a los discípulos todo cuanto Jesús les ha dicho. El Paráclito no oscurece ni modifica la posición reveladora de Jesús; sólo toma y transmite lo que le escucha a él. Pero no es mero intérprete, sino también continuador y prolongador de la revelación cristiana, a tenor de las mismas palabras de Jesús cuando afirma que tiene todavía muchas cosas que decir a los discípulos, aún cuando no se las dice de momento porque no las pueden sobrellevar. En la larga marcha de la Iglesia por la historia se presentarán situaciones nuevas que requieren nuevas aplicaciones de las palabras de Jesús; los discípulos de la primera hora o de una época determinada no tienen capacidad para comprender las palabras del Maestro en todas las posibles situaciones existenciales. En un futuro siempre abierto, en que la revelación alcanza sentidos actuales y nuevos, el Paráclito, a la luz de la enseñanza de Jesús, abrirá a la comunidad de los discípulos el sentido de su existencia en el mundo, según la época en que le toque vivir. Jesús denomina al Paráclito explícitamente “Espíritu de la verdad”, porque guiará a los discípulos a la verdad completa. Expresa así su actividad sobre cada discípulo y sobre toda la comunidad. La “verdad a la que el Espíritu guía es, a la luz del cuarto evangelio, la revelación que promete la vida traída por Jesucristo. Se trata de una comprensión en profundidad del contenido de la revelación, juntamente con el acierto en su aplicación concreta a la vida del discípulo y de la comunidad en medio del mundo y de la historia: “lo que está por venir”. Mediante la asistencia del Espíritu, se abre a la Iglesia en cada momento la verdad del evangelio, y recibe nueva fuerza para vivirlo y para proclamarlo.

JUEVES.

Primera Lectura: Hch 18, 1-8

San Pablo proyectaba como un buen estratega cada una de las operaciones de su empresa evangelizadora. Atenas era en su época lo que sería una ciudad universitaria de la época medieval. Corinto, en cambio, era un puerto abierto a dos mares, comunicado con Oriente y occidente, con una población numerosa y cosmopolita, capital de la provincia romana de Acaya. Todas las corrientes de opinión se cruzaban allí. Si el Evangelio prendía en Corinto, su difusión en toda el área estaba asegurada. Perdido y abatido, caminaba san Pablo por las callejas del barrio judío de Corinto cuando vino a dar con el matrimonio de Aquila y Priscila. Aquila, nacido en el Ponto se había establecido en Roma con su industria de fabricación de tiendas de campaña. Allí conoció a Priscila (también llamada Prisca), y se casó con ella. Los dos tuvieron que salir de Roma cuando Claudio decretó la expulsión de los judíos en el año 49, y se establecieron en Corinto. En su casa y taller dieron a Pablo hospedaje y trabajo, puesto que eran expertos en el mismo oficio. Lo más sorprendente para Pablo fue descubrir que Aquila y Priscila eran ya cristianos. Su alegría y acción de gracias a Dios por este encuentro y descubrimiento aparece en las cartas

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de Pablo cada vez que menciona a este Matrimonio. Priscila fue una de las mujeres más influyentes en el cristianismo primitivo. A ambos se les encuentra apoyando la evangelización en Roma, Corinto, Éfeso y nuevamente en Roma. Pablo comenzó en Corinto simultaneando el trabajo manual con la predicación a Judíos y griegos. Pero cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, San Pablo se dedicó exclusivamente a la predicación y vio crecer la comunidad cristiana formada por judíos prosélitos y gentiles. Entre ellos, Estéfanas, rico prosélito, y toda su familia, Fortunato y Acacio, bautizados personalmente por San Pablo, cosa que no era habitual, y Ticio Justo, miembro eminente de la colonia romana. Éste, cuando san Pablo se vio obligado a abandonar la casa de Aquila y Priscila por la animosidad de los judíos del barrio, lo acogió en su casa, donde se fundó la primera comunidad de cristianos procedentes del paganismo. La actividad evangelizadora en Corinto, que hoy recordamos, pone de relieve la importancia de los seglares, juntamente con Pablo, en la vida y la misión de la Iglesia. En efecto, “los seglares, cuya tarea específica los coloca en el corazón del mundo y a la guía de las más variadas tareas temporales, deben ejercer por lo mismo una forma singular de evangelización. La tarea primera e inmediata...es poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas, en las cosas del mundo...Cuantos más seglares haya impregnados del evangelio, responsables de estas realidades y claramente comprometidos con ellas...tanto más estas realidades...estarán al servicio de la edificación del Reino de Dios y, por consiguiente, de la salvación en Cristo Jesús” (Pablo VI EN 70).

Respuesta al salmo: El Señor revela a alas naciones su victoria.

Evangelio: Jn 16, 16-20.

San Pablo cita la alegría en la enumeración de las obras del Espíritu Santo. En contraposición a las obras de la carne que, como procedentes de una raíz de egoísmo, ofenden al hermano y dañan la convivencia, los dones del espíritu proceden del amor, construyen la fraternidad y se conceden con vistas a la edificación de la comunidad. Entre esos dones está el de la alegría, vinculada con la escucha y con la práctica del mensaje de amor del evangelio (Jn 15, 10-11); se produce en el encuentro con Cristo Jn 16, 2223); es uno de los componentes de la participación en el Reino de Dios (Rom 14, 17). Al quinto anuncio del Paraclito que Jesús hace en el evangelio proclamado hoy, va unida una invitación a la alegría permanente, aún en medio de las dificultades, luchas y angustias de este mundo, porque su victoria sobre el mal, que surge de la cruz, es ya definitiva. En la cena, los discípulos están alegres “un poco” de tiempo, es decir el que les queda de estar con Jesús antes de su muerte; la brutalidad de la crucifixión hará que los discípulos pierdan la alegría, estén tristes y lloren y giman. Esta hora de tristeza para los discípulos coincide con la de la alegría del mundo, que piensa haber conseguido sus fines eliminando a Jesús; pero “otro poco” más -el tiempo que falta hasta el

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encuentro con Jesús resucitado- y los discípulos volverán a recuperar la alegría plena y permanente, que nadie les podrá arrebatar. En el cuarto evangelio, la definitiva venida de Jesús comienza ya en la cruz, continúa en su resurrección y manifestación gloriosa, y culmina en el envío o donación del Espíritu Santo. La alegría, como fruto de la nueva presencia de Jesús y de su Espíritu, es inherente a la existencia cristiana, es decir al encuentro con Cristo en su palabra y en los sacramentos, a la práctica personal y comunitaria del mandamiento del amor, y a continuar unidos a él en la edificación del Reino de Dios, que “consiste en la fuerza salvadora y en la paz y la alegría procedentes del Espíritu Santo” Rom 14, 17). El tiempo pascual es el signo litúrgico de la alegría permanente de la Iglesia por la presencia indefectible del Señor y de su Espíritu.

VIERNES.

Primera lectura: Hch 18, 9-18.

Los acontecimientos que relata la lectura de hoy permiten determinar la fecha más segura de todo el Nuevo Testamento. Pablo se encuentra, dispuesto a tomar la palabra, ante un español de la Bética, cordobés de nacimiento, el proconsul Galión, hermano de L. A. Séneca, que ejerció su mandato en Corinto en los años 51 y 52 de nuestra era. Como fruto de la tarea evangelizadora de Pablo en Corinto, pidió el bautismo Crespo, judío presidente de la sinagoga; otro día se convirtió Erasto, tesorero de la ciudad; Sóstenes, Zenas y Cloe, todos ellos procedentes de clases acomodadas. También se hicieron cristianos Tercero y Cuarto, de origen latino como sus nombres, pertenecientes a la clase llana; la mayor parte de la comunidad estaba formada por libertos pobres, artesanos y esclavos. El Apóstol logró que gentes de tan diversa extracción social y religiosa, étnica e incluso moral convivieran y participaran en la mesa común. La palabras que dirige el Señor a Pablo están inscritas en el corazón de la Iglesia como programa constitucional: revelar a Jesucristo y su Evangelio a los que no lo conocen. Por complejas que puedan parecer las situaciones “hay muchos que llegarán a formar parte de mi pueblo”. Los cristianos de Corinto, además de formar comunidad entre sí, iban experimentando su vinculación fraterna con las comunidades de Filipos y Tesalónica, y con todas las demás comunidades de las regiones de Macedonia y Acaya; con las de Asia Menor y Siria, con la de Jerusalén y otras palestinenses. La Iglesia, mientras crecía en extensión, se iba despertando en las almas. “Los primeros cristianos manifestaban gustosamente su fe profunda en la Iglesia, entendiéndola como extendida a todo el universo. Tenían plena conciencia de pertenecer a una gran comunidad que ni el espacio ni el tiempo podía limitar” (Pablo VI, EN 61).

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“Hombres perversos y malvados” (2 Tes 3,2), iban acumulando su envidia y resentimiento por los éxitos de Pablo, y llegó un día en que lo atacaron y lo arrastraron tumultuariamente ante el tribunal de Galión. Pablo se disponía a hablar en su defensa, pero Galión apenas le prestó atención y mandó despejar la sala de acusadores vociferantes; el cordobés no quería problemas con judíos.

Respuesta al salmo: Dios es el Rey del mundo.

Evangelio: Jn 16, 20-23a. Juan 16, 20-23

Frente a la fe, el mundo muestra un sentimiento de superioridad que le hace mirarla despectivamente por encima del hombro y equipararla poco más o menos con la ingenuidad y la escasez de luces. También con eso deben contar los creyentes. Pero - y esto es en definitiva lo determinante- la fe no está sola frente los ataques que recibe: tiene una promesa indeficiente: «Vuestra tristeza se convertirá en alegría» (20,20). Ciertamente, los ataques, la tribulación y la tristeza son circunstancias inherentes a la presencia de los creyentes en el mundo, con las que ya siempre habrán de contar. Pero en tal situación tienen la promesa de que la tristeza se trocará en alegría. La comparación de la situación de los discípulos ( v . 2 1 ) c o n la de una mujer en trance de dar a luz, que siente «tristeza», o mejor dolores, antes de nacer el hijo, pero que después del alumbramiento se alegra por el recién nacido, enlaza con una experiencia universal: el gozo de la nueva vida hace olvidar la tribulación que le antecede. El judaísmo usa también esta comparación en referencia a «los dolores mesiánicos» como el tiempo de tribulación inmediatamente anterior al fin. Una sentencia del rabino Yizhak (ha.300 d.C.) suena así: «El año en que el Rey, el Mesías, se manifestará, todos los reyes de los pueblos del mundo se levantarán unos contra otros (para la lucha)... Y todos los pueblos del mundo, víctimas de la ofuscación y el desvarío caerán sobre su rostro y lanzarán gritos como los gritos de una parturienta. También los israelitas caen en la confusión y la perplejidad y dicen: ¿Adónde iremos y adónde podremos llegar? Y Dios les dirá entonces: Hijos míos, no temáis, todo cuanto yo he hecho lo he hecho por vosotros. ¿Por qué teméis? No temáis; éste es el tiempo de vuestra redención». En esta sentencia rabínica se habla y consuela a los israelitas de modo similar a como Jesús habla a los discípulos en Juan. La experiencia de los discípulos en el mundo se entiende desde la pasión de Cristo. Pero sigue de inmediato la promesa: «Yo volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y esa alegría nadie os la quitará.» Aquí sorprende ante todo que sea Jesús mismo el que toma la iniciativa de mostrarse a los discípulos. Entonces no tendrán ya razones para la desilusión y desesperanza; su alegría estará al abrigo de cualquier peligro de duda; recuperando al Señor y la conciencia de estar en su presencia “otra vez os veré y se alegrará vuestro corazón” (16, 22), el gozo será su estado permanente.

SÁBADO.

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Primera lectura: Hch 18 23-28.

El procónsul Galión no mostró interés en escuchar la predicación de Pablo, pero lo libró de las manos de sus enemigos y garantizó la libertad de la Iglesia en Corinto. Antes del encuentro con Galión, Pablo llevaba dieciocho meses en la ciudad. Después prolongó su estancia unas semanas y determinó emprender un viaje de peregrinación a Jerusalén. Salió hacia Éfeso acompañado por Silas, Timoteo y el matrimonio de Aquilas y Priscila. Llegaron a esta gran ciudad del Asia Menor, Aquila y Priscila permanecieron allí y los demás continuaron viaje a Jerusalén. Aquila y Priscila dispusieron lo necesario para que Pablo pudiera hacer de la ciudad, al regreso de Jerusalén, su nuevo campo de operaciones. Mientras tanto, aparece Apolo en la comunidad cristiana de Éfeso. Esta comunidad cristiana era incipiente y variopinta: unos no tenían conocimiento del Espíritu Santo y de sus dones; otros no celebraban sacramentos; había, además, relacionados con los cristianos, un grupo de discípulos de Juan Bautista que se ocupaban en oraciones y ayuno conforme a la enseñanza de su maestro; no había vínculos con las Iglesias apostólicas o paulinas. Apolo era un judío de Alejandría, descrito en la lectura de hoy con trazos rápidos y certeros. Con él se incorpora al pensamiento de la Iglesia naciente la cultura alejandrina, que algo más tarde ofrecerá un importante método a la interpretación de la Escritura y a la defensa de la fe cristiana. En cuanto lo escucharon en la sinagoga Priscila y Aquila (nótese que aquí el libro de los Hechos cambia el orden de los nombres situando el de la mujer en primer término), se dieron cuenta de que Apolo estaba bien informado acerca de la historia de Jesús y proclamaba su mesianidad y su naturaleza divina, pero tenía importantes lagunas en el conocimiento de la doctrina y la práctica de la vida cristiana. Priscila y su marido completaron la formación cristiana de Apolo, y éste decidió pasar a Grecia para conocer de cerca las Iglesias fundadas por Pablo. Llevó a estas comunidades la aportación de sus conocimientos bíblicos y recibió de ellas la riqueza del conocimiento de los discípulos de San Pablo acerca del misterio de Cristo. Ninguna aplicación práctica mejor de esta lectura a la situación actual que transcribir el número 13 de la Exhortación Evangelii Nuntiandi, de Pablo VI: “Quienes acogen con sinceridad la Buena Nueva, mediante tal acogida y la participación en la fe, se reúnen pues en el nombre de Jesús para buscar juntos el Reino, construirlo, vivirlo. Ellos constituyen una comunidad que es a la vez evangelizadora. La orden dada a los doce: `Id y proclamad la vida nueva´ vale también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. Por esto Pedro los define `pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable´ (1 Pe 2,9). Estas son las maravillas que cada uno ha podido escuchar en su propia lengua (cf. Hch 2, 11). Por lo demás la Buena Nueva del reino que llega y que ya ha comenzado es para todos los hombres de todos los tiempos. Aquellos que ya la han recibido y que están reunidos en la comunidad de salvación, pueden y deben comunicarla y difundirla”.

Respuesta al salmo: Dios es el Rey del mundo

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Evangelio: Jn 16, 23-28.

La alegría de los discípulos en su reencuentro con Jesús resucitado, vencedor del mundo y de la muerte, tiene dos apoyaturas: la oración - “Si pedís algo al Padre en mi nombre os lo dará”- y el conocimiento más pleno de los misterios de la fe: “os hablaré del Padre claramente”. La oración: el tema de la oración que es atendida ha aparecido ya dos veces anteriormente (14, 1213; 15, 16); aparece, pues, ahora por tercera vez. El cristiano puede ya pedir cualquier cosa en nombre de Cristo. Jesús, en tono solemne hace a los suyos una promesa: sus peticiones serán escuchadas por el Padre. De esta forma, los discípulos son remitidos en su oración directamente al Padre; él les otorgará “en el nombre de Jesús” las cosas que le pidan, relacionadas con su condición de creyentes. Esto quiere decir que los escuchará en consideración a que pertenecen a Jesús, e incluso, si nos atenemos al contexto, porque están en el mundo “en lugar de Jesús”. Pedir al Padre en nombre de Jesús implica que los orantes reconocen en la fe que éste procede del Padre y comparte con el Padre la divinidad. El cristiano podrá (“si pidiereis”) y deberá (“pedid”) hacer oración. En los versículos 26 y 27 se recoge la recomendación de pedir en nombre de Jesús no ya por la promesa de que la oración será escuchada, sino por razón de que los discípulos tienen acceso directo al Padre: Jesús ya no tiene necesidad de interceder ante el Padre en favor de los discípulos, porque el Padre mismo les ama. Estos oran “en nombre de Jesús” en el sentido de que están en comunión con él, le reconocen como enviado de parte del Padre, y le aman. La alegría plena se sustenta en la oración. El conocimiento de los misterios de Dios: Los amigos se conocen; Jesús revela consoladoramente que está cercano el tiempo en que hablará de forma más clara. La hora de su glorificación pondrá en evidencia que él manifiesta claramente al Padre, así como las relaciones amistosas que el Padre tiene con los discípulos por su causa. Jesús los llama ya no siervos sino amigos, porque les comunica en todo momento cuanto oyó al Padre; ahora la personal amistad de los discípulos con Jesús se amplía hasta alcanzar la amistad directa con Dios. En razón de esta amistad Jesús ha tenido la confianza de hacerles partícipes del conocimiento que él tiene del Padre. El último versículo condensa la teología propia del evangelio según san Juan: Dios ama al mundo; por eso el Hijo sale de Dios y vuelve a él pasando por el mundo. El Padre es el origen y la meta y el mundo es el destino del Hijo una vez que este ha cumplido su misión. El mundo es también el lugar de donde Jesús vuelve al Padre, su verdadera patria,. La patria de Jesús es también la de la comunidad cristiana, su última meta. Este conocimiento sustenta también la plena alegría de los cristianos.

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FERIAS DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA.

En esta séptima semana del tiempo pascual, continúa la lectura de libro de los Hechos, desde el capítulo 19,1 al 28,31, y del evangelio según san Juan, desde el capítulo 16,29 al 21,25. La atención de los textos evangélicos se centra en el final de la actividad de Jesús en este mundo donde permanecen sus discípulos. La oración sacerdotal de Jesús es una meditación profunda sobre su obra, y las implicaciones de la misma, para él y para los creyentes. La glorificación de Jesús tiene como finalidad la gloria del Padre y la vida eterna de los que el Padre le confió. Mientras los discípulos permanecen en el mundo, no deben tener ningún temor, ningún pesimismo: Cristo ha vencido al mundo.

Los Hechos siguen narrando la actividad interna y misionera de las comunidades cristianas. Pablo continúa su actividad evangelizadora y sacramental: predica, bautiza y confiere el Espíritu Santo; no cesa de dar testimonio de Cristo resucitado, centro de la fe del cristiano. Recibe la orden de ir hasta Roma. Como él mismo afirma en Éfeso, Dios tiene poder para construir el edificio a su gloria y dar parte en su herencia. Preparándonos a la fiesta de Pentecostés, celebramos al Espíritu como vínculo de comunión e impulso de misión en la Iglesia.

LUNES.

Primera lectura: Hch 19, 1-8.

En su viaje a Jerusalén, San Pablo desembarcó en Cesarea y desde allí subió a visitar la Iglesia de la Ciudad santa. Cumplido este deseo, bajó a Antioquía de Siria, pasó allí algún tiempo, y salió para visitar las Iglesias de las regiones de Galacia y Frigia, “fortaleciendo a todos los discípulos en la fe” (18, 22-23). Tras recorrer las zonas montañosas de Asia Menor, llegó nuevamente a Éfeso. Esta gran ciudad era, con Atenas y Jerusalén, una de las tres consideradas más santas de la antigüedad, centro de los cultos y misterios del Oriente. Allí estaba el santuario de Artemisa o Diana, una de las siete maravillas del mundo, centro también de operaciones financieras; detrás de la imagen de la diosa se custodiaba el erario de la provincia romana de Asia. Cuando Pablo entró en la ciudad, quizá en abril del año 54, ya Aquila y Priscíla le tenían dispuesto alojamiento en su casa.

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Su primera tarea apostólica fue completar la iniciación cristiana de doce hombres que habían recibido el bautismo de Juan y a quienes el autor de los Hechos presenta como cristianos inmaduros: ni siquiera habían oído hablar del Espíritu Santo. La preocupación de Lucas al narrar este hecho es mostrar que no puede haber auténtica comunidad ni vida cristiana sin el aliento del Espíritu. La señal distintiva del discípulo de Jesús es precisamente la presencia del Espíritu Santo, don de los últimos tiempos. Por eso, en la iniciación cristiana, Bautismo y Confirmación, aún en el caso de que se reciban separadamente, están teológicamente enlazados entre sí. Ambos sacramentos significan la unidad del misterio pascual y, en este misterio, el vínculo que existe entre la misión del Hijo, su muerte y resurrección, y la efusión del Espíritu Santo. La conexión de ambos sacramentos es el signo de que el Hijo y el Espíritu Santo, juntamente con el Padre, hacen morada en el bautizado. Los bautizados, marcados luego en la Confirmación por el don del Espíritu, son más perfectamente configurados al Señor y llenos del Espíritu Santo a fin de que, dando testimonio de él en el mundo, cooperen a la expansión y dilatación del Cuerpo de Cristo para llevarlos cuanto antes a su plenitud (cf. RICA, Observaciones previas, nn 2 y 34).

Respuesta al salmo: Reyes de la tierra, cantad a Dios.

Evangelio: Jn 16, 29-33.

La madurez de la vida cristiana no queda asegurada suficientemente con un buen comienzo. Conviene que esto lo tengan en cuenta aquellos que en Pascua se han incorporado a la Iglesia mediante el bautismo, y también los que,llevando ya un tiempo más o menos largo de inserción en Cristo, renovaron en la Vigilia sus compromisos. El progreso en la vida de fe exige continua vigilancia y cuidado permanente para no ser víctima del propio engaño. En el evangelio de hoy, los discípulos piensan entender a Jesús:“Ahora hablas abiertamente”; se muestran seguros de haber captado definitivamente su origen divino:”Ahora conocemos que saliste de Dios” (16,29) Sin embargo, en sus mismas palabras están mostrando no haber comprendido todavía que su fe está sometida a un proceso de crecimiento; que deben superar la prueba de la cruz, a la espera de las manifestaciones pascuales de Jesús. Las expresiones bienintencionadas de los discípulos, que, seguros de sí mismos, manifiestan su fe en Jesús, encubren no haber alcanzado todavía la plena inteligencia de la fe. El evangelista, maestro en la utilización de la ironía, presenta a unos discípulos que se glorían de entender a Jesús y, al mismo tiempo, corrigen la promesa que éste les hace de revelaciones futuras. La lección para los lectores u oyentes del evangelio es clara: es cierto que deben imitar a los discípulos en su convicción de que Jesús lo sabe todo y que salió de Dios”; pero deben también evitar falsas seguridades personales, y la tentación de pensar que ya lo saben todo acerca de él. Jesús termina su despedida anunciando con tristeza una próxima infidelidad de sus discípulos, en la que todos serán solidarios. La inminente huida de todos ellos pondrá de manifiesto la inmadurez de su fe y

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de su adhesión a él. El abandono de los que huyen forma parte del camino doloroso que tiene que recorrer Jesús; sin embargo no se queda sólo porque el Padre está siempre con él, hasta en la hora más tenebrosa. La seguridad de los cristianos, pues, no debe basarse en ellos mismos sino en la confianza en Jesús; situándose en el espacio vital de la oración y la vida sacramental, están al abrigo de las tentaciones y tribulaciones del mundo. Sólo en Jesús los discípulos vivirán en la alegría (v 22), y encontrarán la paz (v 30). La comunidad cristiana permanece en el mundo y tendrá que enfrentarse con los criterios vigentes en el mundo; la última palabra de Jesús a los discípulos es de ánimo y confianza, no en sí mismos ni en sus propias fuerzas sino en él: “Yo he vencido al mundo”.

MARTES.

Primera lectura: Hch 20, 17-27.

Durante dos años, San Pablo realizó en Éfeso una eficaz campaña evangelizadora; trabajaba hasta mediodía en el taller y dedicaba la tarde entera al apostolado personal y comunitario. Cuando la casa de Aquila y Priscila se hizo insuficiente, alquiló unas horas diarias el local de la escuela de gramática de Tirano y recibía allí un público muy variado; daba catequesis, atendía a la organización de la vida comunitaria, recibía a los emisarios de las Iglesias de otros lugares y trataba con ellos, dándoles orientaciones y resolviendo problemas. Las conversiones al cristianismo eran tantas que el platero Demetrio y todo el gremio de artesanos vieron peligrar su oficio dependiente del culto a Artemisa. Soliviantaron a la gente diciendo: “Ese Pablo ha logrado convencer a muchos, no sólo en Éfeso, sino en casi toda la provincia de Asia, de que no son dioses los que se fabrican con las manos” (Hch 19,26). El canciller de la ciudad logró calmar a la multitud enfurecida, porque pensaban que le quitaban su religión. Se apaciguaron los ánimos y, después de algún tiempo, Pablo se despidió de los discípulos de Éfeso, les dio ánimos y emprendió viaje a Macedonia y las regiones de Grecia. Desde allí, navegando otra vez camino de Jerusalén, se detuvo en el puerto de Mileto y allí convocó a los responsables de la Iglesia de Éfeso. El “discurso de despedida”, que recoge el libro de los Hechos, tiene el estilo del discurso de despedida de Jesús y de otros discursos bíblicos del mismo género literario. Aspectos especialmente importantes del discurso de Pablo son: que el Espíritu aparece como actor principal de toda la tarea evangelizadora y misionera; que el Espíritu de Pentecostés ha desbordado las barreras del antiguo judaísmo y que ya, desde ahora, en esta etapa de la historia, empuja a la misión a todas las naciones de la tierra. Algunos judeocristianos de Jerusalén confesaban a Jesús como Señor; pero se oponían a admitir a los gentiles, pensando que a la difusión de la fe a otros pueblos debía preceder la conversión de Israel y la manifestación gloriosa del Mesías. Pablo en cambio, siguiendo la enseñanza de

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Jesús y el impulso del Espíritu, ha tratado sin demora “de convencer a judíos y griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en Jesús nuestro Señor”. Esta actividad de alcance universal se ha de realizar mediante el servicio a la predicación y el testimonio en favor del evangelio, que es buena noticia para todos, pero singularmente para los pobres. El Espíritu que ungió a Jesús impulsa también a la Iglesia no por el camino del triunfalismo, sino del servicio -“He servido al Señor con toda humildad”- , y por el de la donación gratuita:”no me importa la vida” , “nunca me he reservado nada”.

Respuesta al salmo: Reyes de la tierra, cantad a Dios.

Evangelio: Jn 17, 1-11a.

Comienza la llamada “oración sacerdotal”. Jesús aparece en el evangelio de hoy como el sacerdote que recurre a la oración de intercesión en favor de los suyos, estando próximo el momento de su ofrecimiento sacerdotal. El evangelista nos brinda en esta oración una meditación profunda sobre la obra de Jesús y sus implicaciones. Utilizando términos litúrgicos, cabría decir que esta oración es como el “Prefacio” y el “Acuerdate, Señor, o Intercesión” en el gran sacrificio que va a realizarse. En ellos expresa el Sumo Sacerdote sus intenciones y deseos. El fragmento que se proclama hoy tiene dos partes: en la primera, Jesús ruega por sí mismo (1-5), y en la segunda, por los discípulos (6-11a). El evangelista comienza destacando el gesto sacerdotal de Jesús “levantando los ojos al cielo”. En un mundo como el nuestro donde los ojos de los hombres están puestos en las cuestiones del trabajo, del dinero, del modo cómo organizar la sociedad y el ejercicio y el reparto del poder y en el que la religión va perdiendo la centralidad de la vida, se hace más necesaria la lección del movimiento de ojos de Jesús. Él invita a mirar al cielo, a recuperar el sentido de Dios en un proceso de purificación y profundización de la vida religiosa. Sólo buscando más sinceramente los bienes de arriba podremos ejercer más libremente la crítica del materialismo imperante y la defensa de los débiles, oprimidos por él, como hizo Jesús. Con los ojos elevados al cielo, Jesús es el Hijo que ora dirigiéndose a su Padre; cuando va a volver a él, ruega por sí mismo. En la hora decisiva de su muerte lo que pide es su glorificación: “Glorifica a tu Hijo”, no como un fin en sí mismo, sino como un medio para la gloria del Padre -”para que tu Hijo te glorifique”-, y para la vida del mundo: “dé la vida eterna a los que le confiaste”. “Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios...Cristo, el Señor, la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión”, dice el Vaticano II (SC 5). Jesús ora también por la comunidad de los discípulos que ha de ser modelo de fe y amor, base y fundamento de toda comunidad futura de creyentes que, permaneciendo en en el mundo, está abierta a todos los hombres y a la historia, de modo que, mediante ella, pueda llegar la salvación de Dios “a toda carne”. Pide Jesús que pueda comunicarle “la vida eterna”, que consiste en “que te conozcan a ti, único

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Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo”. Nunca se asegurará la conquista del corazón si no se conquista la cabeza. Jesús pide para los suyos que lleguen al conocimiento del Padre conociéndole a él mismo, su persona, sus enseñanzas y sus criterios, como base sólida para participar en sus más íntimos sentimientos, en la santidad de su vida, y para seguir el camino que él siguió, continuando en el mundo la obra que el Padre le encomendó. Al proclamar hoy este primer fragmento de la oración sacerdotal, no podemos menos de recordar la eficacia de la participación litúrgica para la fortaleza de los cristianos “que viven en el mundo”. La liturgia “por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia”. (SC 7).

MIÉRCOLES.

Primera lectura: Hch 20, 28-38.

En esta segunda parte de su discurso de despedida, Pablo se dirige más personalmente a los responsables de la Iglesia de Éfeso y da a sus palabras una estructura de profesión de fe trinitaria: la Iglesia es convocada por Dios Padre y adquirida por él; el precio de la adquisición no es oro ni plata sino “la sangre de su propio Hijo”; y la rige invisiblemente el Espíritu Santo, que ha dado a los pastores puestos por él como responsables inmediatos, el encargo de cuidarla y guardarla. La Iglesia, como en el evangelio, es, en expresión del Apóstol, un rebaño encomendado a la guarda de los buenos pastores. También el Vaticano II dice que “es un redil cuya única y obligada puerta es Cristo (cf. Jn 10,1-10). Es también una grey, de la que el mismo Dios se profetizó Pastor (cf. Is 40, 11; Ez 34, 11 ss), y cuyas ovejas, aunque conducidas ciertamente por pastores humanos, son, no obstante, guiadas y alimentadas continuamente por el mismo Cristo, buen Pastor y Príncipe de los pastores (cf. Jn 10, 11; 2 Pe 5,4), que dio su vida por las ovejas (cf Jn 10, 11-15)”. Los pastores de la Iglesia reciben un encargo general: tener cuidado del rebaño, guardarlo. Juan Pablo II, en la exhortación apostólica “Pastores dabo vobis”,dice refiriéndose los presbíteros que “son en la Iglesia y para la Iglesia una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor, proclaman con autoridad su palabra; renuevan sus gestos de perdón y de ofrecimiento de la salvación, principalmente con el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía; ejercen, hasta el don total de sí mismos, el cuidado amoroso del rebaño, al que congregan en la unidad y conducen al Padre por medio de Cristo en el Espíritu. En una palabra, los presbíteros existen y actúan para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre”. A partir de esta responsabilidad general, más particularmente los pastores han de cuidar de sí mismos y vigilar “día y noche” para librar de peligros al rebaño.

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Finalmente, el Apóstol hace dos recomendaciones a los responsables para construir la Iglesia: que den la primacía a la Palabra. No sólo les confía la Palabra sino que los deja “en manos de Dios y de su palabra que es gracia; y, en segundo lugar, que se entreguen al ejercicio de la caridad: “es nuestro deber trabajar para socorrer a los necesitados”, acordándonos de las palabras del Señor Jesús “mas vale dar que recibir” y “más dichoso es el que da que el que recibe”.

Respuesta al salmo: Reyes de la tierra, cantad a Dios.

Evangelio: Jn 17, 11b-19.

Una vez más, hay que recordar la ambivalencia de la palabra “mundo” en el vocabulario del evangelio según san Juan: indica unas veces el lugar donde se despliega la acción salvadora de Dios por medio de su Espíritu; y otras el lugar donde persiste el eterno conflicto entre el maligno y Jesús. Los discípulos han de permanecer en este mundo ambiguo para continuar en él la obra salvadora de Jesús, pero con la conciencia de que “no pertenecen al mundo como tampoco pertenezco yo” (Jn 17, 16). Jesús ora por ellos en los versículos precedentes de forma general (17, 6-10), y en esta sección de hoy de modo más en particular. Pide que se mantengan en el camino de la salvación en el que él los introdujo (17, 11-13); y luego que sean santificados en la verdad y protegerlos contra la tentación del mal, en medio de un mundo dominado por el odio (17, 14-19). En esta oración de Jesús queda patente la peligrosidad del mundo. El de hoy tiene para los actuales discípulos de Jesús no pocos aspectos positivos: es el mundo de la libertad, de la igualdad, del respeto a todas las opiniones y opciones de vida; pero tiene también especiales dificultades y riesgos: tratan de hacerse normales todas las “transgresiones”, presentar como derechos de las personas lo que son acciones perversas, exhibir como triunfadores a egoístas, explotadores y corruptos, y considerar encantadores a frívolos y mentirosos. Para vivir en el mundo sin ser del mundo, los cristianos han de fomentar la vida comunitaria. El Hijo pide para ellos al Padre “que sean uno como nosotros”. No le basta pedir que los discípulos estén simplemente unidos; quiere y suplica que sean “uno”: unidad de pensamientos y afectos, unidad de criterios e intereses. Esta unidad deberá ser tal, que emule, en lo posible, la unidad esencial que funde en una sola vida al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Unidad de vida, como en la Trinidad, donde también se salvaguarda la identidad propia de cada una de las tres divinas personas. Para vivir en el mundo sin ser del mundo, “yo les he dado tu palabra” (17, 14). Como antídoto al veneno de los criterios, gustos y asechanzas del mundo, los discípulos han acogido la palabra de su Maestro como palabra del Padre, que es criterio supremo de verdad. Esta verdad consagra y santifica, lo cual quiere decir, en un aspecto, que sustrae y aparta del ambiente malsano del mundo y, en otro, que destina y entrega a los discípulos a la misión apostólica de Jesús, el “consagrado” por antonomasia.

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JUEVES.

Primera Lectura: Hch 22,,30; 23,6-11.

En la lectura de ayer dejamos a Pablo embarcando en el puerto de Mileto. A continuación el libro de los Hechos dice que llegaron a la isla de Rodas, donde encontraron una nave que iba y Fenicia y los llevó hasta el puerto de Tiro. Desde aquí navegan a Tolemaida y, ya por tierra, llegan a Cesarea y, finalmente, a Jerusalén. Es la quinta y última vez que Pablo entra en Jerusalén después de su conversión. Los ocho compañeros de Pablo, todos convertidos del paganismo, llevaban ofrendas recaudadas en sus comunidades para los “santos” de Jerusalén. Pablo presentó una relación sobre los resultados misioneros en el mundo pagano. Para quitar toda sospecha de desprecio a la ley de Moisés y procurando, como era su lema, “hacerse todo a todos”, aceptó acompañar a cuatro judíos que iban a celebrar en el templo el ceremonial del voto de nazareno y subvencionar los gastos. Cuando subió con ellos, lo reconocieron judíos de Asia Menor, que habían venido a Jesrusalén a la fiesta de Pentecostés y levantaron una horrible gritería: “¡Ayuda, israelitas! Este es el hombre que va enseñando a todo el mundo y por todas partes doctrinas contra el pueblo, contra la ley y contra este lugar sagrado. Más aún, ha metido a los paganos en el templo y ha profanado este lugar santo. Es que anteriormente habían visto a Pablo en compañía de Trófimo de Efeso y pensaban que lo había metido en el templo” (Hch 21, 27-29). El tumulto fue tal que, si no intervienen el tribuno y la guarnición, lo hubieran matado (cf. Hech 21,1- 22,29). El tribuno condujo a Pablo ante el Sanedrín. A partir de este momento comienza la lectura de hoy. Con bastante probabilidad se puede suponer que el autor de los Hechos, como es frecuente en él, escribe la narración con intencionalidad teológica: en este caso, mostrar al cristianismo, representado por Pablo, en diálogo, por una parte, con el judaísmo y, por otra, con el poder romano. Por lo que se refiere al judaísmo, Lucas, que deja constancia en su obra de la oposición, y aún de la persecución de una parte del judaísmo a la fe cristiana, quiere también mostrar la conexión existente entre ésta y aquel: la fe cristiana hunde en el judaísmo sus raíces, y hay aspectos que son comunes a ambos; entre ellos la fe en la resurrección, que comparten y defienden en esta lectura los fariseos. En cuanto a los romanos, Lucas propone en el relato uno de los temas fundamentales que aparecen en los Hechos: el testimonio apostólico ha de llegar a la capital del imperio, de conformidad con los planes de Dios: “La noche siguiente el Señor se le presentó (a Pablo) y le dijo: ¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio a favor mío en Jerusalén, tienes que darlo en Roma” (23,11). El plan de Dios se cumple a través de estos acontecimientos. Todo lo que sucede obedece a la voluntad de Dios, sin que por ello los factores humanos pierdan densidad histórica: las afinidades y persecuciones por parte judía, y las intervenciones favorables o adversas de los oficiales y autoridades romanas.

Respuesta al salmo: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

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Evangelio: Jn 17, 20-26.

Próximo ya el final del tiempo de Pascua, esta tercera parte de la oración sacerdotal en la última cena tiene relación con las palabras de Jesús resucitado ante las exigencia de Tomás.”¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto” (Jn 20, 29). Jesús ha pedido por sí mismo y por la comunidad de los discípulos presentes; ahora el horizonte se ensancha y la impetración de Jesús abarca a los futuros creyentes, aquellos que oirán el testimonio apostólico y serán dichosos por creer “sin haber visto”. Para estos discípulos pide la unidad en la fe y en el amor durante la vida presente y su en el futuro, contemplando en Él la gloria del Padre. -Jesús pide la unidad en la fe. La Iglesia de todos los tiempos es, antes que nada, una comunidad de creyentes, de discípulos. La fe no es sólo un conjunto de costumbres culturalmente transmitidas ni de adhesiones sentimentales. Los discípulos configurarán su seguimiento de conformidad con la predicación apostólica, que propone los contenidos del mensaje de Jesús Por eso en la comunidad de los creyentes la predicación oral ha de ser la función primordial de los apóstoles, como transmisores autorizados de la enseñanza del Señor y del Padre: “Os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre” (Jn 15, 15). -La unidad de la fe se ha de expresar en la unidad del amor: que todos, sin excepción ni distinción de razas, lenguas, pueblo y naciones, ni de condiciones sociales o culturales, sean uno, con plenitud de unidad, es decir de criterios y de sentimientos, de miras e intereses; unidad de alma y corazón, sin guerras ni discordias, sin envidias ni rivalidades. La unidad es un don que nos obtiene la oración de Jesús, y es también una tarea para todos los tiempos. La unidad de la Iglesia por virtud y a imagen de la Trinidad, constituye un poderoso motivo de credibilidad: “de este modo el mundo podrá creer que tu me has enviado (Jn 17, 21). Jesús expresa la permanencia y la consumación de la unidad en los discípulos mediante la locución “estar en”: La gloria de la comunidad cristiana es vivir, ya en el presente, “estando en” el Hijo, como el Hijo “está en” el Padre. Y pide que, una vez que han vivido en el presente esa unidad, perdure hasta el encuentro definitivo con Él: quiero que “estén conmigo” junto al Padre para que contemplen mi gloria. El Hijo pide para todos los discípulos, presentes y futuros, que gocen definitivamente de la misma relación que él mantiene con el Padre.

VIERNES.

Primera lectura: Hch 25, 13-21.

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Después del tumulto de Jerusalén, Pablo fue conducido a Cesaréa, y allí permaneció en prisión atenuada a la espera de juicio. El forzado descanso físico mejoró su salud, podía tener cerca a los amigos que le acompañaron a Jerusalén y no tenía impedimento para comunicarse con las comunidades cristianas. Lucas, mientras tanto, vivía en Cesarea, atendía a Pablo y se desplazaba por toda la comarca acumulando testimonios y material para la redacción del evangelio y de los Hechos. El año 60, el gobernador Felix, que tenía que juzgar a Pablo, fue sustituido por Porcio Festo. Los judíos de Jerusalén aprovecharon el cambio para pedir al sustituto de Felix que enviara a Pablo ante el Sanedrín. Porcio Festo no les hizo caso y citó a los judíos acusadores a comparecer en Cesarea ante el tribunal civil. Durante la celebración del juicio, Pablo intuyó el riesgo de ser remitido al tribunal judío de Jerusalén, e hizo uso de su ciudadanía romana apelando al Cesar. El tribunal siguió la formalidad procesal acostumbrada y anunció: “Has interpuesto apelación al emperador; irás al emperador”. De esta forma, Pablo podrá dar testimonio de Jesús en Roma, igual que lo dio en Jerusalén. Aquí comienza la lectura de hoy. “En aquellos días, el rey Agripa llegó a Cesarea con Berenice para cumplimentar a Festo y se entretuvieron allí bastantes días”. La llegada de Agripa a Cesarea da ocasión a Lucas para transmitirnos cómo ve Porcio Festo el asunto de Pablo, cómo Pablo se expresa y justifica ante Agripa, judío también de nacimiento, y cómo éste y el gobernador expresan su parecer sobre Pablo. Porcio Festo aprovecha la visita de Herodes Agripa para comunicarle que tiene un preso que ha de enviar al emperador. Tiene que hacer el informe preceptivo, y considera que es inocente de todo delito civil y que se trata de un asunto religioso. Con distancia e indiferencia, refleja a Agripa el testimonio de Pablo sobre la resurrección de Jesús. Herodes Agripa tenía razones para mostrar interés en oír hablar a Pablo acerca de Jesús: “Me gustaría oír a ese hombre”. Su bisabuelo Herodes mandó matar a los inocentes de Belén; un hermano de su abuelo, de nombre Herodes Agripa como él, decapitó al Bautista e hizo burla de Jesús, y su padre Herodes mandó dar muerte a Santiago y persiguió a Pedro. Oyó a Pablo con curiosidad y le dijo: “por poco me convences para que me haga cristiano”. Quizá lo impidiera el género de vida que llevaban él y su hermana Berenice viviendo juntos como rey y reina. El rey judío y el procurador romano coincidieron en considerar inocente a Pablo, comentando entre sí: “Este hombre no ha hecho nada digno de muerte o de prisión”. Agripa dijo a Festo: “Se habría podido dejar en libertad a este hombre si no hubiera apelado al César”. La inocencia, reconocida por la autoridad romana y por el rey Herodes Agripa, abrió a Pablo las puertas de Roma para difundir en el imperio el mensaje evangélico.

Respuesta al salmo: El Señor puso en el cielo su trono.

Evangelio: Jn 21, 15, 19. Para garantizar la unidad de los discípulos y fortalecerla en medio del mundo hace falta un jefe que ocupe visiblemente el puesto de Jesús como pastor del rebaño.

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Jesús resucitado se manifestó a sus discípulos en el ambiente del trabajo diario, le reconocieron en la orilla del lago de Tiberíades, y una vez que aceptaron su invitación a la comida común - “¡Vamos, almorzad!”-, ninguno se atrevía a preguntarle quien era, porque sabían muy bien que era realmente el Señor. Enlazando con la aparición, se narra una importante conversación de Jesús con Pedro. El episodio incluye dos momentos: la imposición de la tarea pastoral (21, 15-17), y el anuncio del martirio 21,18-19). A la imposición de la tarea pastoral precede un coloquio entre Jesús y Pedro según un esquema fijo: por tres veces Jesús pregunta, y por tres veces Pedro responde. Jesús pregunta: “¿Me amas, más que estos?”, “¿Me amas?”, ¿”Me quieres? (21, 15-17). Solo quien ama puede apacentar el rebaño de Cristo, que tiene el amor como ley suprema; y quien va a recibir un amor eminente ha de tener un amor eminente -”Más que estos”. Antes que en cualquiera otra cualidad humana, el ministerio pastoral se basa en una confiada comunión interior con Cristo, y no en relaciones que se establecen sobre el prestigio o el poder. Solamente el amor a Cristo hace fuerte la caridad del pastor, que es la medida y el impulso del amor y del servicio a las ovejas de su rebaño. Esta es la enseñanza explícita de Jesús cuando confía a Pedro el ministerio pastoral. A las preguntas de Jesús sigue la triple respuesta afirmativa de Pedro que, entristecido por el recuerdo de su triple negación anterior, recurre al conocimiento que el Señor tiene de todo -propio de su divinidad- para convencerle de su amor: “Tu lo sabes todo, tu sabes que te amo”. Tras esta confesión, Pedro queda rehabilitado para la misión que se le confía; después, y sólo después de haber proclamado su amor al Señor se concede a Pedro la investidura que le capacita para cuidar de la grey. Amar a Cristo implica siempre responsabilizarse de los cristianos. El rebaño sigue siendo de Jesús, y la suprema autoridad delegada reposa sobre el que más ama. La investidura de Pedro como pastor supremo va unida a predicción de la suprema muestra de amor, el martirio. Quien comparte con Jesús el oficio de Pastor tendrá que compartir también su muerte y su destino.

SÁBADO.

Primera lectura: Hch 28, 16-20.30-31.

Antes de llegar a la lectura de hoy, los capítulos 27 y 28, últimos de los Hechos, nos detallan con impecable estilo literario, el accidentado viaje que lleva a Pablo desde Cesarea a Roma. Ese viaje puede simbolizar la vida del creyente que mantiene y difunde su fe en medio de peligros y dificultades; y en él se manifiesta también la fuerza de la salvación abriéndose camino en el mundo mediante los evangelizadores y la predicación. San Pablo tenía, desde al menos diez años antes, el proyecto de ir a Roma, sin poder realizarlo. Ahora, por fin, puso los pies en Italia. Cuando, viajando por tierra, se aproximaba a Roma, la comunidad

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cristiana de allí envió dos embajadas sucesivas para darle la bienvenida. “Pablo al verlos dio gracias a Dios y cobró ánimos”. El fragmento de hoy comienza con su entrada en Roma, en cuya comunidad cristiana, tenía conocidos, unos de vista y otros de oídas. El régimen penitenciario le permitía alquilar a sus expensas una casa y vivir en ella con un soldado que lo vigilase. Siguiendo la norma que se había impuesto, Pablo se dirigió enseguida a los judíos, invitándoles a su casa. Con esta convocatoria pretendía definir su posición religiosa delante de los compatriotas. Gran parte de los judíos reunidos habían oído hablar de él y tenían interés en juzgarlo por sus propias palabras. La exposición que hace Pablo en este primer encuentro se orienta a justificar su conducta en Jerusalén defendiéndose de los cargos que allí le llevaron al tribunal, explicar que el motivo de su apelación al Cesar no era acusar a su pueblo sino la defensa propia, y mostrarse vinculado con las esperanzas mesiánicas de Israel, precisamente por aquellas cadenas que llevaba. No forman parte de la lectura de hoy los versículos donde se dice que desde la mañana a la tarde también “estuvo exponiéndoles el Reino de Dios y esforzándose por ganarlos para Jesús con argumentos de la ley de Moisés y los profetas”. Algunos judíos se convirtieron y se hicieron cristianos, pero en la mayoría de ellos la recusación se volvió hostilidad irreconciliable. Lucas resume aquí, al final de su libro, la forma de misionar de Pablo: se dirige a los judíos en primer lugar, cuando éstos rechazan el evangelio se dirige a los paganos. Los últimos versículos del libro reflejan una visión optimista del porvenir de la Iglesia cristiana: el mensaje ha llegado a Roma gracias a la acción del Espíritu Santo. Desde allí se expandirá al mundo entero.

Respuesta al salmo: Los buenos verán tu rostro, Señor.

Evangelio: Jn 21, 19b-25.

Con la última feria del tiempo pascual termina la lectura del evangelio según san Juan. El fragmento de este sábado comienza con un mandato imperativo de Jesús a Pedro: “¡Sígueme!”. Ahora es el momento del seguimiento: en la última cena, Pedro se había mostrado dispuesto a seguirle de inmediato, hasta dar su vida por Jesús, pero éste le había asegurado que no era todavía el momento y que iba a negarlo tres veces. Y, no obstante, le dijo: “Algún día lo harás” (Jn 13, 36,38). En la cena, otro discípulo,”al que Jesús tanto quería”, estaba recostado a la mesa sobre el pecho de Jesús” (Jn13,23), más cercano a él que Pedro mismo. A petición de Pedro, el discípulo amado pregunta a Jesús quién es el traidor y Jesús se lo descubre. Queda patente que uno de los discípulos es el que lo va a entregar, mientras otro se perfila como su antítesis: frente al que entrega, el que ama; contra el que abandona, el que sigue inseparablemente.

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Ahora, después de la Pascua, es Jesús quien toma la iniciativa y dice a Pedro: “¡Sígueme!! “Detrás de ellos venía el otro discípulo al que Jesús tanto quería, el mismo que en la última cena estuvo recostado sobre el pecho de Jesús” (Jn 19,20). Los dos le siguen. Van unidos en un mismo seguimiento sin identificar sus respectivos destinos. Pedro manifiesta su amor, triplemente confesado, en el ejercicio del pastoreo universal de la grey. La investidura de Pedro va unida a la predicción de su martirio: quien va a compartir con Cristo el oficio de Pastor, compartirá también su suerte y su destino y sellará así la fidelidad en el seguimiento. El destino del otro discípulo es distinto: su vocación es la de “permanecer”, que, en el vocabulario del evangelista, define también una forma de discipulado auténtico. Así como Jesús predijo a Pedro “la clase de muerte con que daría gloria a Dios” (21,19), también por decisión del Señor el discípulo a quien tanto quería permanecerá entre los suyos para ser su testigo. Jesús no responde a la pregunta de Pedro sobre la suerte del otro discípulo, sino que lo centra en su propia tarea: lo que importa es el seguimiento del Señor, no la forma concreta de hacerlo. Pedro pastoreará y dará su vida en el martirio, mientras que el discípulo amado permanecerá dando testimonio. El seguimiento de uno y de otro dice relación a la comunidad cristiana. La vida de fe de todos los bautizados es la de seguir a Jesús, conforme a su vocación, en el servicio a la comunidad cada uno de ellos es responsable de la Iglesia y en la Iglesia; y realiza la misión que le corresponde promoviendo la comunión de todos sus miembros. No se puede seguir a Jesucristo sin descubrir la propia vocación y misión, buscando la forma eficaz de ser testigos valientes del evangelio en el mundo.

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