Las Ferias de Adviento Comentario a las lecturas de las misas 05/09/2011 Ildefonso Fernรกndez Caballero
EL ADVIENTO DÍA A DÍA Salvados en la esperanza Ildefonso Fernández Caballero Primera semana: Estad en vela. .... “Aparece también como elemento distintivo de los cristianos el hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente. De este modo, podemos decir ahora: el cristianismo no era solamente una « buena noticia », una comunicación de contenidos desconocidos hasta aquel momento. En nuestro lenguaje se diría: el mensaje cristiano no era sólo « informativo », sino « performativo ». Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva.” (Spe salvi, 2) Lunes: La unidad rehecha. Reunión de los pueblos en la paz (Is 2, 1-5) Vamos alegres a la casa del Señor. (Sal 121). Vendrán de Oriente y de Occidente (Mt 8, 5-11) El espíritu de esta semana está orientado hacia la etapa final de la historia de la salvación y a la vuelta de Cristo en el último día para instaurar esa etapa definitiva. Nos llama a contemplar la unidad del mundo restablecido y salvado. Orientación cristiana fundamental: restablecer la unidad. Unidad en nosotros mismos, unidad con los demás, unidad con los elementos del mundo, y sobre todo, unidad con Dios. ¿Cómo concebir la salvación si el mundo entero no es reconstruido en la unidad? Nuestra esperanza es, pues, esencialmente misionera. La preocupación por nuestra salvación es incompleta e ilegítima sin la preocupación por la salvación del mundo. Sión, la nueva Jerusalén, se convierte en el centro del mundo reconstruido en la unidad según los primeros planes de Dios. Dios triunfa sobre el mal del mundo. El Adviento aparece como excelente escuela de formación del cristiano y fundamento para adquirir amplitud de miras en la perspectiva de Dios Salvador. Cristo en el Evangelio utiliza la imagen del festín del reino prefigurado en la Eucaristía. La Eucaristía es signo del banquete escatológico que ya celebramos ahora en la alegría. Es también signo eficaz de la reunión del último día. Martes: Revelación del Padre en el Hijo por el Espíritu. El Espíritu del Señor sobre él (Is 11, 1-10) Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente. (Sal 71). Revelación del Padre en el Hijo (Lc 10, 21-24)
El evangelio del primer martes de Adviento es, sin duda, uno de los más aptos para hacernos entrar en los misterios del Reino que viene a nosotros: Dios ama al mundo hasta el extremo de enviar a su Hijo para salvarle; el Espíritu traza en nosotros la imagen del Hijo que nos revela al Padre. Así, cada vez que el Padre nos mira encuentra en nosotros al Hijo, y cada vez que entramos en contacto con el Hijo, descubrimos al Padre. Esta es fundamentalmente la participación en el Reino que ya ha comenzado. La oración de hoy insiste en ello: “...que la presencia de tu Hijo, ya cercano, nos renueve y nos de ánimos”. El ritual de la Confirmación utiliza el texto de Isaías que hemos proclamado en el momento de la imposición de manos. Estamos, pues, consagrados para trabajar en este mundo en la realización del reino definitivo en el que viviremos en unión del Padre, del Hijo y del Espíritu, participando, con toda la humanidad redimida, en la vida trinitaria. En la fe de la gente sencilla somos ya capaces de conocer al Padre, pues el Hijo nos lo revela en el Espíritu. Y en la comunión eucarística, unidos al Padre, por Cristo, en el Espíritu, avanzamos hacia un mundo nuevo, sin violencia y en paz, lleno de la ciencia del Señor. Miércoles: Comer con el Señor en la alegría. Alegría en la mesa del Señor (Is 25, 6-10) Habitaré en la casa del Señor por años sin término. (Sal 22) Curaciones y multiplicación de los panes (Mt 15, 29-37) La insistencia en la multiplicación de los panes y la comida con el Señor se inscribe en la consideración del fin de los tiempos, iniciada en el domingo pasado y continuada en toda esta primera semana del Adviento. La oración de la misa subraya este aspecto del banquete en el Reino consumado: “para que cuando llegue Jesucristo, tu Hijo, nos encuentre dignos del festín eterno y merezcamos recibir de sus manos, como celeste alimento, la recompensa de su gloria”. La característica de este festín de la vida eterna será la alegría. El Señor arrancará el velo que cubría a todas las naciones..., enjugará las lágrimas de todos los rostros. Ahí encontramos también el verdadero objeto de nuestra esperanza: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvará; celebremos y gocemos con su salvación”. El salmo 22 sirve admirablemente como respuesta: preparas una mesa ante mí...mi copa rebosa. Curación de enfermos, multiplicación de los panes, festín con el Señor son los signos del reino ya presente y que llega. Toda la obra caritativa de la Iglesia es signo y anticipación del Reino. También la Eucaristía celebrada en la Iglesia debe tener la dimensión de esperanza:... “Sagrado convite en el cual... se nos da una prenda de la gloria futura”. Las comidas comunitarias participan en cierto sentido de la comida más fraternal que tenemos en la Iglesia. Jueves: hacer la voluntad del Padre. Que entre el pueblo justo que observa la lealtad. (Is 26, 1-6)
Bendito el que viene en nombre del Señor.(Salmo 117) El que hace la voluntad del Padre entrará en el Reino de los cielos (Mt 11, 11-5) La espera del Adviento no puede quedarse en una simple contemplación pasiva. Es vigilante y activa. Se trata de realizar la voluntad del Padre. La oración del día subraya el aspecto social de la salvación del que somos responsables: ... “mueve nuestros corazones; que tu amor y tu perdón apresuren la salvación que retardan nuestros pecados”. Pocas veces pensamos que nuestras apatías y deficiencias retardan la salvación. El Señor es capaz de abrir las puertas de su reino a los justos y darles la victoria y la salvación. La apertura de las puertas del Reino está condicionada al cumplimiento fiel de la voluntad del Padre. Hay que edificar la casa sobre roca. Jesús nos pide que cumplamos la voluntad del Padre que está en los cielos. La actividad de la espera del Adviento es hacer la voluntad de Dios. Viernes: Curados por la fe Aquel día verán los ojos de los ciegos (Is 29, 17-24) El Señor es mi luz y mi salvación (Salmo 26) Curación de dos ciegos que creen en Jesús (Mt 9, 27-31) El Adviento es el tiempo de la fe y de la curación. La ceguera física es imagen elocuente de la ceguera espiritual. Por una parte, la luz, el “conocimiento” diríamos nosotros, provoca la fe. Algunas “luces” que nos da el Señor a través de la Escritura, de los hombres, de los acontecimientos, de la evolución de nuestro pensamiento y de la experiencia de la vida, nos pueden abrir a la fe, hacer que crezcamos en ella y que acojamos mejor el don de Dios. Ver y juzgar, prestar más atención a las personas y a las cosas, a las circunstancias y a los acontecimientos desde una óptica espiritual, puede proporcionar una insospechada amplitud a nuestra fe. La espera del último día debe incitarnos a renovar nuestra sensibilidad para descubrir a Dios en el espesor de la vida. “El Señor viene ahora a nuestro encuentro, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino” decimos en el prefacio III de Adviento. Por otra parte, el don de la fe provoca nuestra luz. Porque creemos comprendemos mejor y nuestra visión del contexto de la vida en que estamos situados adquiere una orientación que es propia de los creyentes y que es difícil de comunicar a los que no creen. La realidad tiene siempre una lectura creyente. El Adviento nos anima a caminar a la luz de la fe; una fe provocada por la luz que Dios nos da a través de la Escritura, de los hombres y de los acontecimientos -lectura creyente de la Escritura y de la realidad- que nos permite juzgar los acontecimientos con los mismos ojos de Dios. Los ciegos, al salir, hablaron de Cristo por toda la comarca. El encuentro con Cristo, sobre todo en la Eucaristía, tiene siempre una dimensión misionera. Sábado: La compasión del Señor. El Señor oye nuestros gemidos (Is 30, 18-21; 23-26)
Dichosos los que esperan en el Señor (Sal 146) Jesús se compadece de la gente (Mt 9, 35;-10, 1. 6-8) El Señor viene “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”. El Señor busca él mismo al pecador e intenta convertirle y curarle respondiendo a sus primera llamadas. Sólo nos señala una condición: seremos perdonados si perdonamos. El tiempo del Adviento ayuda a comprender: - que la compasión del Señor es más grande que mis deficiencias, pequeñas o grandes. Se extiende al mundo entero y sólo puede comprenderse en función de una nueva creación que debe ser acabada. El Señor se dirige a todo un pueblo cuando oye su grito; el Señor indica el camino a todo un pueblo y, finalmente vendará su herida y curará su llaga. Dios se compadece del mundo y de mí como parte de su pueblo; - no hay que reducir la misericordia del Señor a nuestras inquietudes personales. Se ocupa de ellas, en cuanto que estamos insertados en las grandes tareas del proyecto de Dios de reconstruir el mundo; - el Reino de Dios viene. Jesús se compadece de la gente. Envía a sus discípulos a curar. Estas curaciones anuncian que el Reino de Dios está ahí La oración de la misa de hoy añade una nueva perspectiva: “concede a los que esperamos con devoción su venida, el premio de la libertad verdadera para amarte”. La liberación se nos da para que, liberados en la Iglesia y en el mundo seamos capaces de amar a Dios. Segunda semana: Preparar los caminos. Lunes: Fuerza para los cansados. El Señor viene en persona a salvarnos (Is 35, 1-10) Nuestro Dios viene y nos salvará (Sal 84) Hoy hemos visto cosas admirables (Lc 5,17-26) La espera es larga, aunque la vida sea breve, ya que está teñida de sufrimientos y contradicciones. Así es para cada uno de nosotros y para el mundo hasta el momento del encuentro definitivo en el último día. Es difícil escapar de este cansancio, tanto en la vida diaria como en la actividad apostólica. Parece normal, al formar parte de la existencia humana y estar unido a ella como una sombra. La fe nos ayuda a caminar con perseverancia aunque la marcha sea a menudo desagradable. Los textos de esta semana segunda están atentos a la presencia de Dios a nuestro lado en el camino en días a veces grises. El Señor viene a salvarnos: Sed fuertes, no temáis. Nuestros sufrimientos no habrán sido en balde. El salmo que hemos recitado expresa la alegría en la fe de una esperanza serena, y el canto del aleluya nos da ánimos: Muestranos tu rostro y seremos salvados. Además, el Señor no escatima sus prodigios. Las curaciones que realiza están unidas a la remisión de los pecados. Posee la fuerza de Dios. El paralítico, limpio de pecado, vuelve a caminar. “Hoy hemos visto cosas admirables”. Este grito no es algo pasado. Puede y debe ser nuestro grito de
hoy. ¿Qué cristiano verdaderamente creyente no ha visto en la fe cosas extraordinarias? Perseverancia de tantos fieles, profundas transformaciones, progreso de los niños, milagros de la amistad con Dios, amor a los desheredados, entrega de tantas vidas a Cristo y a los demás. Son las alegrías de la vida de fe. Signos del reino ya presente que debemos descubrir con ojos de creyentes, que nos ayudan a levantarnos y seguir caminando. Martes: (Solemnidad de la Inmaculada Concepción). Textos litúrgicos de la feria de Adviento: El Señor es el camino. Lleva en brazos los corderos (Is 40, 1-11) Nuestro Dios llega con poder (Sal 95) Dios no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños (Mt 28, 12-14) Dios, que viene para renovar el mundo, no quiere que se pierdan sus pequeños, los cuida y los guía siempre como un pastor. El Adviento invita a revisar y mejorar toda la acción pastoral de la Iglesia. Es la proyección sobre el mundo de hoy de la imagen de Dios como buen pastor que lleva en brazos los corderos y hace recostar a las madres. “¿Cómo ha podido desarrollarse la idea de que el mensaje de Jesús es estrictamente individualista y dirigido sólo al individuo? ¿Cómo se ha llegado a interpretar la « salvación del alma » como huida de la responsabilidad respecto a las cosas en su conjunto y, por consiguiente, a considerar el programa del cristianismo como búsqueda egoísta de la salvación que se niega a servir a los demás?” (Spe Salvi 16) Miércoles: Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas. El Señor fuerza de los cansados (Is 40, 25-31) Bendice alma mía al Señor (sal 102) Venid a mi todos los que estáis cansados (Mt 11, 28-30) "....Aun siendo plenamente conscientes de la « plusvalía » del cielo, sigue siendo siempre verdad que nuestro obrar no es indiferente ante Dios y, por tanto, tampoco es indiferente para el desarrollo de la historia. Podemos abrirnos nosotros mismos y abrir el mundo para que entre Dios: la verdad, el amor y el bien. Es lo que han hecho los santos que, como « colaboradores de Dios », han contribuido a la salvación del mundo (cf. 1 Co 3,9; 1 Ts 3,2). Podemos liberar nuestra vida y el mundo de las intoxicaciones y contaminaciones que podrían destruir el presente y el futuro. Podemos descubrir y tener limpias las fuentes de la creación y así, junto con la creación que nos precede como don, hacer lo que es justo, teniendo en cuenta sus propias exigencias y su finalidad. Eso sigue teniendo sentido aunque en apariencia no tengamos éxito o nos veamos impotentes ante la superioridad de fuerzas hostiles. Así, por un lado, de nuestro obrar brota esperanza para nosotros y para los demás; pero al mismo tiempo, lo que nos da ánimos y orienta nuestra actividad, tanto en los momentos buenos como en los malos, es la gran esperanza fundada en las promesas de Dios” (Spe salvi 35).
Jueves: Juan Bautista, el que tenía que venir. Transformaré el desierto (Is 41, 13-20) El Señor es clemente y misericordioso (Sal 144) No ha nacido uno más grande que Juan Bautista (Mt 11, 11-15) Las lecturas de este tiempo de Adviento nos van poniendo en contacto con Isaías, el profeta que infunde a su pueblo ánimos, alentando la esperanza en su Dios, y este día oímos a Jesús presentar a Juan Bautista como el último y mas grande entre los profetas de Israel. A la Iglesia de hoy, tantas veces asustada y descorazonada ante las dificultades de la hora presente, Isaías dice de parte de Dios: no temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio, tu Redentor es el Santo de Israel: La Iglesia es el signo del reino de Dios e instrumento de su implantación en el mundo. La eficacia del instrumento proviene de la mano de Dios que lo maneja: trillo aguzado, nuevo, dentado. Lo que parece desierto y yermo se convierte en vergel porque se alumbran manantiales y ríos, y vuelven a brotar, con las fuentes, cedros y acacias, mirtos y olivos. Y tú te alegrarás con el Señor, te gloriarás del Santo de Israel. No somos nosotros los que lo hacemos, sino la mano del Señor. En la aridez del desierto aparece el más grande entre los nacidos de mujer. Su grandeza deriva de la misión de ser precursor inmediato de Cristo. Pero, advierte Jesús, el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él. La grandeza del discípulo de Jesús radica en anunciar su presencia en el mundo con palabras y con hechos. Con la conciencia de sólo de Dios es la gloria de su Reinado, como cantamos en el salmo, el Señor nos pide, al mismo tiempo el esfuerzo, porque el Reino de los cielos hace fuerza y los esforzados se apoderan de él. Hemos pedido a Dios que mueva nuestros corazones a prepara en nosotros y en el mundo los caminos de su Hijo. Pediremos al final que la celebración de estos sacramentos fructifique en nosotros para descubrir cada día el valor de los bienes eternos y poner en ellos nuestro corazón. Viernes: Los mandamientos, obra de amor y construcción del mundo y del hombre Si hubieras atendido a mis mandatos (Is 48, 17-19) El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida (Sal 1) No escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre (Mt 11, 16-19) Los hechos dan la razón a la sabiduría de Dios. Una persona o sociedad que se aparta del camino de los mandamientos se destruye a sí misma. Violencia de género, terrorismo, conductas sexuales aberrantes y destructivas, corrupción política, injusticia social... Para entender las cuestiones planteadas por Dios y responder a ellas hay que seguir un sencillo pero difícil camino: estar atentos a los mandamientos. Con un cúmulo de pretextos es más fácil rechazar a los
enviados de Dios y los planteamientos que nos presentan, No reconocemos la venida de Elías en la persona de Juan Bautista. Tampoco se reconoce al Hijo. Intereses inmediatos crean un muro defensivo ante las interpelaciones que Dios nos hace en su Hijo Jesucristo. Pero hemos de reconocer que no siempre sabemos presentar los mandamientos de Dios como obra de amor y fundamento de la construcción del mundo y del hombre. Con el ejemplo de nuestra vida y nuestras actitudes hemos de acreditar la eficacia de los mandamientos como fuente de felicidad y alegría. Y en nuestra actividad apostólica y pastoral hacer un esfuerzo de reflexión para presentar los mandamientos como camino de felicidad personal y de paz social. Que en este día penitencial el Señor nos ayude a sopesar el verdadero sentido de los bienes de la tierra amando intensamente los del cielo.
Sábado: Elías ha venido pero no le reconocieron. Elías volverá (Eclo 48, 1-4; 9-11) Oh Dios, restauranos, que brille tu rostro y nos salve (Sal 79) Elías ya ha venido y no lo reconocieron (Mt 17, 10-13) En el evangelio del jueves, Cristo decía refiriendose a Juan Bautista: “Él es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis admitirlo”. Las lecturas del sábado son una recapitulación de toda la semana: el evangelio recoge el mismo tema del jueves: Elías ya ha venido, pero no lo reconocieron, igual que no reconocerán en Jesús al Mesías que va a padecer. El libro del Eclesiástico preveía la vuelta de Elías al final de los tiempos con un papel de reunificador: “reconciliar a padres con hijos y restablecer las tribus de Israel”. Esta venida no reconocida es una lección para nosotros en el tiempo de Adviento: a través de personas o de acontecimientos hay venidas de Dios para restaurar el mundo. Reconocer a estos mensajeros de Dios y aceptarlos no es sencillo porque siempre abundan los falsos mensajes y los falsos profetas. Por sus frutos se les puede reconocer: si nos mueven al amor desinteresado hacia los demás, si mueven a la unidad y a la universalidad. El amor de Dios y de los otros, sobre todo los más necesitados, con un sentido de Iglesia, es decir universal, será siempre un signo de verdadero espíritu cristiano. Que en este tiempo de Adviento “amanezca en nuestro corazones tu Unigénito, resplandor de tu gloria, para que su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz. Tercera Semana: Anuncios de la venida del Mesías. Lunes, día 14: Hay que descubrir al Señor. Avanza la constelación de Jacob (Nm. 24,2-7.15-17a) Señor, instrúyeme en tus sendas (Sal 24)
El bautismo de Juan ¿de donde venía?) El Señor está cerca. Hay en el mundo muchas cosas y, sobre todo, muchas personas con las que convivimos y no reparamos en ellas. Hombres y mujeres, con sus alegrías y sus penas, en los que no reparamos porque no los hacemos objeto de nuestro interés. No significan nada para nosotros. Así también, el Señor viene, está cerca, a nuestro lado. El encuentro vital con él es de nuestro mayor interés. Pero hay que descubrirlo, interesarse por él. No permanecer en la oscuridad del desconocimiento. En la oración del día hemos pedido a Dios “que ilumine las tinieblas de nuestro espíritu con la gracia de la venida” de su Hijo. El profeta pagano Balaán, según la primera lectura, divisó al pueblo de Israel acampado por tribus y se le iluminaron los ojos, ojos abiertos, ojos perfectos. Las tiendas de Jacob y las moradas de Israel fueron el signo que le permitió divisar al héroe que se acercaba con la precisión del movimiento de las estrellas y constelaciones. Según el Evangelio del día, los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo tienen ante sí a quien Balaán supo divisar desde lejos y no lo descubren. Un talante inquisitorial les impide reconocer primero a Juan y luego a Jesús. Interesadamente se refugian en el agnosticismo: “No sabemos”. La Iglesia se interroga en el Adviento sobre su condición de signo e instrumento del Reino que llega en Jesús. En el mundo de hoy, la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios acampado por tribus. Tiene como misión suscitar el interés por Cristo. Es su gloria y su responsabilidad. Sin desanimarse porque haya quienes, refugiados en su desinterés o su agnosticismo, eludan preguntas y respuestas decisivas. Martes, día 15: Juan vino y los pecadores le creyeron. Se promete la salvación mesiánica a todos los pobres (So 3,1-2.9-13) Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha (Sal 32) Vino Juan y los publicanos y prostitutas le creyeron (Mt 21,28-32) Para hacer presente a Cristo en el mundo, la Iglesia no tiene que hacerse valer por su poder, su riqueza o su actitud triunfalista. Las épocas de crisis, y el Adviento es una época de crisis y de revisión anual para los cristianos, son una llamada profética a abandonar “las soberbias bravatas”. Ni siquiera podemos gloriarnos porque estemos “asentados en el monte santo”. Lo que Dios quiere de nosotros es que seamos un pueblo pobre y humilde; que no pongamos nuestra confianza en las estrategias de poder de la parte opulenta de la sociedad. No hay otra gloria ni privilegio para nosotros que invocar a Dios con labios puros y servicio unánime. Recordemos que hay fieles de Dios hay más allá de las fronteras de Israel, e incluso más allá de los ríos de Etiopía. Si Jesús aseguró a los sumos sacerdotes y a los ancianos de Israel que los publicanos y las prostitutas se les adelantaban en el camino que conduce al Reino de Dios, esa misma advertencia vale para nosotros. Tanto más cuanto que no sólo Juan sino también Jesús mismo nos ha enseñado ya el camino de la justicia.
Miercoles Día 16, Los signos de la presencia del Mesías. Que brillen los cielos. (Is 45, 6b-8.18.21b-26) Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo. (Salmo 84) Anunciad a Juan lo que habéis visto y oído. (Lc 7, 19-23) Los signos de la presencia de Dios y de su Reino son los que hizo Jesús y quiso que los enviados por el Bautista anunciaran a Juan: “Los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia”. Son signos inquietantes, pues plantean una exigencia: la de interpretarlos y realizarlos hoy en nuestra vida. El Concilio Vaticano II afirma, y Benedicto XVI nos recuerda, que la Iglesia “sin dejar de gozarse con las iniciativas de los demás, reivindica para sí las obras de caridad como deber y derecho propio que no puede enajenar. Por lo cual, la misericordia para con los necesitados y enfermos y las llamadas obras de caridad y de ayuda mútua para aliviar todas las necesidades humanas son consideradas por la Iglesia con singular honor” El mismo Concilio afirma que “para que este ejercicio de la caridad sea verdaderamente irreprochable y aparezca como tal, es necesario (…) cumplir antes que nada las exigencia de la justicia, para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia” (cf A.A. 8). Seremos dichosos si comprendemos y no nos escandalizamos del estilo paradógico con el que Dios actúa en nuestro mundo: no con la fuerza del poder sino mediante la opción por el servicio preferente a los débiles. Son signos fortalecedores, pues anuncian el triunfo definitivo de este modo de actuar. Lo afirma la lectura de Isaías: “Pues yo soy Dios y no hay otro. Yo juro por mi nombre, de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: «Ante mí se doblará toda rodilla, por mi jurará toda lengua». Dirán: «Sólo el Señor tiene la justicia y el poder»”. Los discípulos de Jesús tenemos que seguir sus pasos: poniéndonos de parte de los débiles, los pobres y los oprimidos; tendremos que compartir la experiencia inmediata de la cruz. La resurrección confirmó la validez del método de Jesús para hacer presente en nuestro mundo el reinado de Dios. Jueves Día 17, Jesús Hijo de David. El cetro no se apartará de Judá. (Gn 49, 2.8-10) Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente (Sal 71) Genealogía de Jesucristo, Hijo de David (Mt 1, 1-17) Nada hay más impresionante que esta genealogía de Jesús y la proclamación de su final: “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”. Esta inserción de Dios en el mundo, entre nosotros, como uno de nosotros, es el acontecimiento que domina la historia de los hombres. Pero para entrar en la historia de los hombres, tiene que dominar progresivamente la historia de cada uno de nosotros. Nuestra fe sigue siendo todavía débil y nuestras actitudes necesitan acomodarse a la dignidad que ha adquirido el hombre desde la venida del Hijo en el tiempo. La oración del 17 de
diciembre lo expresa de esta manera: “...Has querido que tu Hijo, Palabra eterna, se encarnase en el seno de María siempre Virgen, escucha nuestras súplicas y que Cristo, tu Unigénito, hecho hombre por nosotros, se digne, a imagen suya, transformarnos en hijos tuyos”. La realeza de Cristo no se impone, sino que se ofrece a cada uno de nosotros y, por medio de la acción de la Iglesia, de la que los cristianos somos responsables, se ofrece también a la sociedad y al mundo. Así, el cetro de la realeza no se apartará de Judá, según la promesa de Dios. Esa realeza no tendrá ya fin. Porque Dios es su fundamento. De Dios arranca y hacia Dios va y se realiza en la voluntad de Dios. Porque su ley es el amor, y el amor permanece. Nos acaba de decir el Papa: sólo el amor construye. Todo reino que se funde en represión, en violencias, en odios, no puede persistir. El reino de Cristo es del amor y por eso será un reino eterno. Y porque su rey es Jesucristo,el eterno viviente. Viviendo y trabajando cada día en su reino, tal como hemos pedido al comienzo de la misa, “que Cristo, Unigénito del Padre, hecho hombre por nosotros, se digne hacernos partícipes de su condición divina”. Viernes: Día 18, Jesús, Enmanuel. Un germen de justicia (Jer 23, 5-8). Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente (Sal 71) Jesús, nacido de María, Hijo de David (Mt 1, 1-17) El evangelio de hoy insiste, como el de ayer, en el nacimiento del Salvador según la carne. No se apartará el cetro de Judá por la continuidad en esa dinastía del que va a nacer como Hijo de David. Su nacimiento es virginal y su misión será “salvar”, como lo indica su nombre: “Jesús”. De este modo se realiza la profecía de Isaías sobre el nacimiento de Enmanuel. El que ha de venir es Hijo de David e Hijo de Dios. Una proclamación de fe cristológica: siendo verdaderamente uno de los nuestros es, también, verdaderamente Dios. Así la salvación que él nos trae no es salvación de orden político: “El hombre, dice el Papa en su Encíclica “Spe salvi”(30-31), tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida. Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá.....”.Y añade: “Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Sin embargo Enmanuel es también el que hará justicia y derecho en la tierra. La esperanza; pues, en una patria definitiva donde reine la justicia no
aminora sino que acrecienta el interés y el esfuerzo por el establecimiento de la justicia, ya en este mundo. Sábado: Día 19, El nacimiento del Bautista. El anuncio del nacimiento de Sansón (Ju 13, 2-7. 24-24) Que mi boca esté llena de tu alabanza y cante tu gloria (Sal 70) El anuncio del nacimiento del Bautista (Lc 1, 5-25) El acontecimiento de la natividad del Bautista es importante, y aparece por dos veces en las lecturas de estos últimos días de Adviento. Hoy, el evangelio nos relata el anuncio del nacimiento de Jun Bautista hecho a su padre por el ángel. Es un anuncio como el hecho a María, con la diferencia de que es distintamente recibido; Zacarías recibe el anuncio con falta fe. En esa actitud no estará en condiciones de hablar del niño que va a nacer ni de aquel otro a quien el hijo de Zacarías y de Isabel viene a anunciar. La actitud de fe es el presupuesto indispensable para el anuncio del evangelio. El poder del Señor está muy subrayado en este relato. Dios se sirve de los medios y personas que él elige. La primera lectura, tomada del libro de los jueces, pone en paralelo con el evangelio el anuncio del nacimiento de Sansón, anunciado también por un ángel a una mujer y ésta esterill. El niño será consagrado a Dios desde su concepción hasta el día de su muerte. Cuando el Señor decide salvar, no le detiene ninguna circunstancia. Así canta el salmo 70 como respuesta a la primera lectura: “Sé tú mi roca de refugio - el alcázar donde me salve”. Actitud de fe, confianza en el poder de Dios, fidelidad a la consagración nos preparan a recibir al Salvador que llega y afianzan nuestra consagración a su servicio y a su misión en el mundo. Cuarta semana: Ya llega el Señor. Lunes. Día 21, Viene la madre de mi Señor. El amado viene saltando por los montes (Ct 2, 8-14) Aclamad, justos, al Señor, cantadle un cántico nuevo (Sal 32) La visitación de “la madre de mi Señor” (Lc 1, 39-45) Ya viene mi amado. Levántate, Amada mía, ven a mi. El final del libro del Apocalipsis se estructura en forma de diálogo litúrgico que evoca el diálogo del Cantar de los Cantares. El Espíritu es el alma de la Iglesia, su instinto más profundo; la inspira proféticamente, la sostiene en esta larga noche de la espera, para que, como digna esposa, sepa invocar a su Señor. Ahora el Espíritu es una presencia viva dentro de la Iglesia, y con la Iglesia, juntos como en una sinfonía, hacen la misma oración. El Espíritu y la Iglesia dicen siempre: ¡Maranatha! ¡Ven, Señor! Jesús responde con un sí al anhelo de la comunidad cristiana, y esta, por fin, asiente a la venida del Señor con un Amén. Así la Iglesia va alimentando la esperanza y experimenta que el Señor viene continuamente en la celebración de sus misterios, con una presencia siempre renovada y creciente, hasta que se haga del todo plena al final de los tiempos. Mientras tanto, el Señor viene también en las realidades cotidianas. En el camino de María por las montañas para realizar con presteza una misión de
humilde servicio; en la acogida jubilosa de Isabel; en el reconocimiento mutuo de los dones de Dios; en el clima de fe que envuelve la escena familiar de la visitación. Vida litúrgica y humilde servicio nos disponen para el encuentro temporal y eterno con el Señor. Martes: día 22, Acción de gracias por la salvación. Ana da gracias por el nacimiento de Samuel ( 1 Sam 24-28) Mi corazón se regocija por el Señor, mi salvador ( 1S 2, 1-7) El Señor ha hecho en mi maravillas (Lc 1, 57-66) Ante el éxito del plan de Dios, escondido desde el comienzo, el grito de la Virgen, como el de Ana en el nacimiento de Samuel son un grito de admiración y agradecimiento que proclama la grandeza del Señor. San Ambrosio, en su comentario al Magníficat, dice estas palabras sorprendentes. “Si, según la carne, Cristo tiene una sola madre, según la fe todas las almas engendran a Cristo; cada una, de hecho, acoge en sí al Verbo de Dios”. De este modo, el santo doctor, interpretando las palabras de la misma Virgen , nos invita a ofrecer al Señor una morada en nuestra alma y en nuestra vida. No sólo tenemos que llevarle en el corazón, sino que tenemos que llevarle al mundo, engendrar a Cristo en nuestra época. En el tiempo de Adviento resuena con especiales acentos estos himnos de alabanza, de gratitud y de gloria. Es hoy, 22 de diciembre, cuando la Iglesia lo proclama el Magníficat en el evangelio, como hace cada día en la oración de la tarde. Las antífonas al Magníficat manifiestan la teología del Adviento: la encarnación del Hijo, la redención, la continuación de nuestro rescate hasta el final de los tiempos. Y nos dejan entrever que la celebración del Adviento, como la de la Navidad, se centra en el Misterio Pascual que expresa la obra de nuestra salvación en la muerte y la resurrección de Cristo.
Miércoles 23, Juan Bautista, testigo y precursor. Os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor (Ml 3,1-4.2324). Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación. (Sal 24) El nacimiento de Juan Bautista (Lc 1, 57-66) Este momento histórico, a veces calificado de “época de ansiedad”, se caracteriza, entre otras cosas, por una distancia cada vez mayor entre ricos y pobres, por brotes de violencia en todo el mundo, incluso en el seno de la comunidad familiar, por masivos movimientos de inmigrantes de un lugar a otro, por grande corrupción gubernamental, por un materialismo galopante, por actuaciones irresponsables que destruyen el medio ambiente, por una información agobiante, por el individualismo que hace a los hombres “pasar” de los problemas colectivos y, como sustrato de esta situación, por una indiferencia religiosa muy extendida.
El texto del profeta Malaquías, en el contexto de la reconstrucción del segundo templo (segunda mitad del siglo V a. C.) refleja la ansiedad de las personas de corazón sincero que se preguntan: ¿donde está la justicia de nuestro Dios? El profeta anuncia la llegada inminente de “el día grande y terrible” (v. 23) de la venida del Señor. Antes, un mensajero, identificado con el profeta Elías, preparará el camino, realizando una tarea de purificación de la vida religiosa, de las relaciones familiares y de las estructuras sociales. En todo tiempo y lugar hay espacio para la esperanza. Dios es fiel y nunca destruye los puentes de comunicación con la humanidad. Envía sus mensajeros, como Elías y el Bautista, recordándonos que no abandona las riendas que dirigen los avatares humanos. Él siempre reanuda la relación con los hombres con gestos de amor. El Evangelio de Lucas manifiesta la realización de la profesía de Malaquías en la figura del Bautista describiendonos dos episodios: el de su nacimiento que es fuente de alegría para todo el entorno y el de la circuncisión del niño con la imposición del nombre. “Juan es su nombre”. El nombre quiere decir “Dios favorece y actúa con misericordia”. El día del Señor no es el día de la su actuación justiciera sino el del despliegue de su misericordia. El anuncio inminente de la llegada de Cristo es un “evangelio”, una buena noticia. Con mayor intensidad que sentimos la ansiedad por las fuerzas inquietantes de nuestra época, hemos de sentir alegría por el inminente nacimiento de Cristo. Esta alegría es la manifestación de la esperanza activa y el trabajo perseverante de todos los hijos de la Iglesia que preparan en el mundo de hoy la venida de su Reino. Jueves 24. Hoy sabréis que viene el Señor, y mañana contemplaréis su gloria. Tu casa y tu reino subsistirán para siempre ante mi. (2 Samuel 7, 1-5.8b12.14a.16). Cantaré eternamente tus misericordias, Señor (Salmo 88). Nos visitará el sol que nace de lo alto (Lc 1, 67-79). Entre otras imágenes, la Constitución Conciliar del Vaticano II designa a la Iglesia como edificación de Dios. “Esta edificación de Dios recibe diversos nombres: casa de Dios (cf. 1 tim 3,15), en que habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2, 19-22), tienda de Dios entre los hombres (Apoc 21,3) y sobre todo templo santo” (LG 6). El misterio de la Iglesia consiste en que ella es, en Cristo, como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano.
La profecía de Natán a David indica que es el Señor quien toma la iniciativa en la construcción de una casa donde habite definitivamente su gloria, donde brille su luz para siempre, donde nos visite el sol que nace de lo alto. Será una casa no de piedra, no construida por mano de hombres, sino estable y duradera: la estirpe real de David. “Ve y dile a mi siervo David...Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre”. Los hombres nos afanamos laudablemente en la construcción de un mundo habitable y en paz, pero no podemos ilusionarnos con que nuestras construcciones sean estables y definitivas; la salvación no viene de templos de piedra obra de manos humanas sino de edificar en alianza con Dios, al que pertenece el presente y el futuro, la historia y la etenidad. Es deber de la Iglesia “el que todos los hombres, que hoy están más íntimamente unidos por múltiples vínculos sociales, técnicos y culturales, consigan también la unidad completa en Cristo” (LG 1). Cada aurora, en la liturgia de Laudes, la Iglesia recita el himno de Zacarías alabando a Dios porque, por su entrañable misericordia, “nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. En el día que precede inmediatamente al nacimiento del Sol invicto, anunciamos el Evangelio a toda criatura (cf. Mc16,15) iluminando al mundo con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia.