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HÉROE DE LA FE

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Creadora de alrededor de nueve mil himnos, Fanny Crosby propició que millones de personas alabaran al Creador. Pese a su temprana ceguera compuso más cánticos de esperanza que cualquier otro ser humano. Fue preponderante en la divulgación de la sana doctrina por intermedio de la música congregacional.

HENRY HALL

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POEMAS DESDE LA OSCURIDAD

Fanny Crosby ocupa un lugar preferencial en la predicación de la Palabra de Dios a través de la música. Sus poesías, estimadas en alrededor de nueve mil, han reconfortado los corazones de millones de creyentes y suscitado una inspiración que perdura más allá de su muerte. Portavoz del Evangelio, en vida realizó un aporte valioso para la expansión de las buenas nuevas. Fue impulsora del canto congregacional moderno y una de las más reconocidas escritoras de himnos del siglo XIX.

Hija de John y Mercy Crosby, la sierva Fanny nació en el condado de Putnam, situado en la parte sureste del estado de Nueva York, el 24 de marzo de 1820. Su progenitor era descendiente de Enoch Crosby, un patriota norteamericano, quien participó en la guerra de la Independencia de los Estados Unidos. Desde sus primeros años de existencia, escuchó a menudo historias y relatos sobre el coraje y el heroísmo de su célebre ancestro. Además, se familiarizó con la sana doctrina.

A las seis semanas de edad sufrió una desgracia que determinó el curso de su estancia terrenal. Aquejada de

una inflamación en sus ojos, fue atendida por un médico inexperto de su localidad que la sometió a un insólito tratamiento, centrado en la colocación de cataplasmas de mostaza, el cual le arruinó su visión y la condenó a padecer una ceguera prematura. Al crecer, aceptó su destino como parte de la voluntad del Creador para, desde la oscuridad, entonar sus alabanzas.

En su infancia, envuelta por el consuelo divino, escuchó no solo un gran número de episodios bíblicos, sino también una serie de cánticos evangélicos que la conmovieron y la impactaron. Con la audición acrecentada, distinguió cada palabra que llegó a sus oídos mientras prestaba atención a las melodías cristianas. Entonces, se preguntó quién hacía esas composiciones dedicadas al Salvador y reflexionó sobre la idea de hacer una obra que la gente interpretara para honrar a Jehová. Huérfana de padre desde noviembre de 1820, gracias a su madre y su abuela materna fue formada bajo las normas de la Biblia. A los ocho años, escribió su primer poema en el que abordó su invidencia. En 1829, se mudó al pueblo de Ridgefield, ubicado en el estado de Connecticut, donde profundizó su predilección por el mensaje de Dios. Un año después, llegó a recitar los libros de Génesis, Éxodo, Levítico, Números y los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan sin ningún error.

SOSTENIDA POR LA FE En su niñez, habida de conocimiento, oró al Señor para escapar de la ignorancia. El 3 de marzo de 1835, el Redentor escuchó sus imploraciones y la envió al Instituto de Nueva York para la Educación de Ciegos, fundado por el benefactor Samuel Wood, el médico Samuel Akerly y el filántropo John Dennison Russ, donde fue admitida y recibió una educación especializada. Hábil para los memorización, en esta institución aprendió gramática inglesa y a tocar el órgano, la guitarra y el piano.

Profesora sobresaliente, que despertaba admiración por sus dotes poéticas. Su intervención más destacada ocurrió el 24 de enero de 1844 cuando se presentó ante el Senado y la Cámara de Representantes de los Estados Unidos y maravilló con un formidable poema.

En 1842 fue designada como una de las maestras habituales de la fundación educativa para impartir lecciones de retórica e historia. Este reconocimiento a su capacidad fue de hecho un acontecimiento feliz e importante en su carrera pedagógica. Que ella era digna de la distinción, no se

puede cuestionar. Descolló por el afecto que prodigó a sus estudiantes con quienes construyó una relación estrecha. Su influencia como docente fue atestiguada con gratitud por más de uno de sus discípulos.

Profesora sobresaliente, que despertaba admiración por sus dotes poéticas, fue abanderada de su instituto y contribuyó a facilitar el respaldo de las autoridades estadounidenses para su casa de estudios con emotivas declamaciones en actos solemnes. Su intervención más destacada ocurrió el 24 de enero de 1844 cuando se presentó en la metrópoli de Washington, ante el Senado y la Cámara de Representantes de los Estados Unidos y maravilló a toda la concurrencia con un formidable poema. En 1844, además, con el aval del Instituto de Nueva York para la Educación de Ciegos, se publicó una colección de sus poemas escolares con el título de “La chica ciega, y otros poemas”. Siete años después, apareció una obra, denominada “Monterey y otros poemas”, que abarcó una serie de poesías diversas de su autoría. Posteriormente, en 1858, se editó otro volumen, titulado “Una corona de flores de Columbia”, que incluyó varias historias suyas en prosa. Más adelante, en 1897, se imprimió su libro “Campanas al atardecer y otros versos”. La biografía de la sierva Fanny también tuvo días oscuros y pruebas. En 1849, una pandemia de cólera, que se propagó desde la India y llegó a Europa y América, azotó Nueva York y afectó la tranquilidad de sus jornadas educativas. Sostenida por la fe en Cristo, ayudó a cuidar a las personas que cayeron enfermas de su institución y escapó milagrosamente de la mortal enfermedad. Sin embargo, no pudo evitar presenciar cómo algunos de sus amigos y conocidos sucumbieron ante la peste y dejaron de existir.

PROLÍFICA ESCRITORA ¿Cómo se convirtió la educadora Crosby en la escritora de himnos más prolífica del mundo? Lo suyo fue un crecimiento gradual hacia el poder espiritual y artístico y su desarrollo fue inevitable. Con valentía, en primer término,

Sobre su ceguera señaló que: “No fue un error de Dios. De verdad lo creo. Su propósito fue que viviera mis días en la oscuridad física, para estar mejor preparada para crear sus alabanzas. Si mañana se me ofreciera una perfecta vista terrenal no la aceptaría”.

redactó canciones seculares que se hicieron populares. Recién en 1864 se le presentó la posibilidad de incursionar en la música congregacional tras conocer al compositor William Batchelder Bradbury, un destacado creador de himnos, quien le pidió su colaboración para darle forma a un tema que tenía en mente.

Asimismo, en el citado año, se puso en contacto con el hermano William Howard Doane, escritor de alabanzas, que la ayudó para crear su primer cántico, llamado “No me pases, no me olvides”, el cual tuvo de inmediato una gran repercusión. En 1868, ambos gestaron un tema de alcance mundial: “Salvo en los tiernos brazos”. La producción compartida arrancó cuando Doane llegó a su casa, antes de partir a la ciudad de Cincinnati, y le hizo escuchar una melodía que había ideado. Al instante, ella esbozó una poesía con un hermoso mensaje.

Hasta el día que el Señor la convocó al cielo, se dedicó por completo a la gran obra de su vida: componer poemas dedicados al Altísimo. Del mismo modo, trabajó junto a otras figuras de la música cristiana, como Ira David Sankey, George Coles Stebbins, Philip Phillips, Robert Lowry, Ira Allen Sankey y Phoebe Palmer Knapp, con quienes cooperó para transmitir el Evangelio por intermedio de melodías de fe. Según su propio testimonio, llegó a escribir incluso siete poemas por día.

En algún momento, respecto a la inspiración que canalizó sus creaciones, manifestó que: “Mis himnos han sido dictados por el bendito Espíritu Santo, no tengo ninguna duda”. Sobre su ceguera señaló en una publicación de 1903 que: “No fue un error de Dios. De verdad lo creo. Su propósito fue que viviera mis días en la oscuridad física, para estar mejor preparada para crear sus alabanzas. Si mañana se me ofreciera una perfecta vista terrenal no la aceptaría”.

El 12 de febrero de 1915, al amanecer, Fanny Crosby, quien estaba a cuarenta días de cumplir noventa y cinco años, pereció tranquilamente mientras dormía. Distinguida por sus canciones, apasionada por ayudar a los más pobres y evangelizadora diligente, cosechó los frutos de su extenso ministerio en el que fue una activa predicadora de la Palabra de Dios. Sin ninguna duda, propició que millones de almas adoraran a Jesucristo y creó más cánticos de esperanza que cualquier otro ser humano.

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