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DEVOCIONAL
“E invocó Jabes al Dios de Israel, diciendo: ¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras del mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios lo que pidió”. 1 Crónicas 4:10
Rev. Luis M. Ortiz
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CON LA AYUDA DEL ALTÍSIMO, NO FALLAREMOS
Acabo de recibir del Dr. Donald A. McGavran,
misiólogo y decano de la facultad de la Escuela de Misión Mundial en el “Seminario Teológico Fuller”, de Pasadena, California, un estudio-investigación realizado por él con relación a la obra misionera, con algunas conclusiones tristes y decepcionantes. He aquí algunas de ellas: 1.- La mayor parte del dinero enviado al extranjero por las Misiones en Estados Unidos es dedicado para realizar obras sociales, con muy poco fruto evangelístico y muy pocas almas salvadas. 2.- Una de estas sociedades misioneras tiene obra en once países. En un país tiene una sola congregación y ésta está experimentando algún crecimiento. En otro país tiene otra congregación con un crecimiento moderado. Pero en los otros nueve países hay mucho trabajo social: escuelas, orfelinatos, distribución de alimentos, dispensarios, clínicas, fomentando la hermandad entre los hombres (humanismo), y la justicia social. 3.- Muchas Misiones en muchas naciones están invirtiendo la mayor parte de su dinero y esfuerzos en trabajo que nunca antes en el pasado, ni nunca en el futuro podrá lograr los resultados y frutos que se esperan de la labor de evangelización de la Gran Comisión de
Cristo a la Iglesia. 4.- Tenemos que reconocer el hecho de que muchas Misiones en todo el mundo están trabajando con muy pocas iglesias (muy poco fruto); y que esta realidad es casi siempre disimulada por el lenguaje promocional que se utiliza al hablar acerca de “el gran trabajo misionero que estamos realizando”. 5.- Si las Misiones (Juntas y Departamentos Misioneros) no atienden más a la obra misionera existente levan-
tándole la visión y la acción hacia la evangelización y el establecimiento de nuevas congregaciones; y si no invierten la mayor parte de sus fondos hacia esas mismas metas, pronto encontrarán que todo lo que están haciendo es gastando su dinero manteniendo iglesias que no han crecido, que no están creciendo y que no crecerán en términos de almas verdaderamente salvadas por causa del tipo de trabajo que realizan.
Estas conclusiones del Dr. McGavran se ajustan estricta y correctamente a las realidades generales del trabajo de las grandes juntas misioneras con sus grandes recursos económicos como también en todos los aspectos.
Este mal uso de fondos misioneros por parte de Misiones y Concilios lo hemos observado, lo hemos presenciado, lo hemos señalado, lo hemos sufrido, lo hemos censurado y rechazado desde el año de 1943, cuando salimos de Puerto Rico por primera vez a la obra misionera al exterior que, dicho sea de paso, salimos por fe, dependiendo enteramente del Señor, como hasta hoy.
Los primeros veinte años que trabajamos en la obra misionera (1943-63), fueron un adiestramiento que el Señor nos dio para esta obra del Movimiento Misionero Mundial. El Señor nos enseñó sobre el terreno muchas cosas que se hacían y que conforme a la Palabra no debían hacerse; y muchas otras cosas que conforme a la Palabra debían hacerse y no se hacían. Y con relación a las conclusiones del Dr. McGavran, damos gracias a Dios que las mismas no son aplicables a esta obra del Movimiento Misionero Mundial. ¡Al Señor sea la gloria!
Muy recientemente, en medio de un culto lleno de la gloria de Dios y del poder y ministerio del Espíritu Santo, el Señor habló a uno de nuestros pastores en el Movimiento Misionero Mundial, y le dijo que Él había entregado a muchos esa gloria, esa bendición, ese poder que allí se experimentaba, pero que con el tiempo ellos se hicieron grandes, y que le fallaron al Señor. Y el Señor le recalcaba al pastor, diciendo: “Pero ustedes no me fallen, no me fallen. Ustedes no me fallen”.
¡Y con la ayuda del Dios Altísimo, NO LE FALLAREMOS!
Con Jabes oramos: “¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras del mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios lo que pidió” (1 Crónicas 4:10). ¡Dios nos ayude! Amén.
* Tomado de la Revista IMPACTO EVANGELÍSTICO, AGOSTO 1986, Edición 308.