CUENTOS DE LA SIERRA DE JOSE MIGUEL AULAR

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JosĂŠ Miguel Aular Quiroz

Cuentos de La Sierra



Arco de Taguanes, es un monumento que conmemora la Batalla de Taguanes, en la ciudad de Tinaquillo, en Cojedes Venezuela, se trató de un enfrentamiento protagonizado por lanceros comandados por los generales Atanasio Girardot, Fernando Figueredo y Rafael Urdaneta, quienes alcanzan en las sabanas de Taguanes al Coronel Julian Izquierdo comandante del ejercito español y le causan la derrota en esta árida llanura, donde el entonces sargento José Laurencio Silva cumple hazañas de valor.


El Sistema de Editoriales Regionales (SER) es el brazo ejecutor del Ministerio del Poder Popular para la Cultura para la producción editorial en las regiones, y está adscrito a la Fundación Editorial El Perro y la Rana. Este Sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una editorial-escuela regional que garantiza la publicación de autoras y autores que no gozan de publicaciones por las grandes empresas editoriales, ni de procesos formativos en el área de literatura, promoción de lectura, gestión editorial y aspectos comunicacionales y técnicos relacionados con la difusión de contenidos. El SER les brinda estos y otros beneficios gracias a su personal capacitado para la edición, impresión y promoción del libro, la lectura y el estímulo a la escritura. Y le acompaña un cuerpo voluntario denominado Consejo Editorial Popular, co-gestionado junto con el Especialista del Libro del Gabinete Cultural estadal y promotores de literatura de la región.


JosĂŠ Miguel Aular Quiroz

Cuentos de La Sierra


Cuentos de la sierra Edición digital 2020 © José Miguel Aular Quiroz © Fundación Editorial el perro y la rana, 2020 Ministerio del Poder Popular para la Cultura G-20007541-4 Centro Simón Bolívar, Torre Norte, Piso 21, El Silencio, Caracas – Venezuela 1010 Telfs.: (0212) 377.2811 / 808.4986 http://www.elperroylarana.gob.ve coordinaciondels.e.r@gmail.com @perroyranalibro Fundación Editorial Escuela El perro y la rana Sistema de Editoriales Regionales-SER, Cojedes Calle Sucre, entre Manrique y Libertad, Edif. Manrique 1er. Piso. Cojedes – Venezuela cojedes.ser.fepr@gmail.com @SNICojedes Editorial Cojedes

Diseño y diagramación Deibi Diaz Portada ©Alejandro López Técnica: Dibujo sobre papel Tamaño: 15cm x 23cm Depósito Legal:DC2020000741 ISBN: 978-980-14-4692-7


JosĂŠ Miguel Aular Quiroz

Cuentos de La Sierra


Dedicatoria Al pueblo de La Sierra y Cerro Azul, mágico lugar por su historia y poesía llanera. Al Sr. Celso Castillo, vaquiano y acompañante de esas andanzas por Cerro Azul.

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INTRODUCCIÓN Cuentos de La Sierra, es la recopilación del acervo mágico cultural, comentado y/ o “vivenciado” por moradores, labriegos y transeúntes de las montañas de La Sierra y Cerro Azul; zona geográfica que abarca la Parroquia Juan Ángel Bravo, del Municipio San Carlos del Estado Cojedes (extremo norte). A manera de información es bueno resaltar que esta zona fue declarada Parque Nacional Tirgua General “Manuel Manrique”, bajo decreto N° 2.346 en Gaceta Oficial N° 4.548 de fecha 26-03-93, con una extensión de 90.900 Has., de las cuales el 70% corresponde al Estado Cojedes y el otro 30% al Estado Yaracuy. Para efectos del trabajo, el área de influencia es La Sierra y sectores aledaños (Berreblén, Tucuraguas, Cogollito, Tamboral, Las Tres Personas, La Concepción, La Amarilla, entre otros), por su cercanía a las montañas de Cerro Azul, donde se concentra el mayor porcentaje de la investigación. La geográfica de la zona se caracteriza por tener una topografía muy irregular, con fuertes pendientes y escasas superficies planas. La actividad económica más importante es la agricultura, bajo la modalidad de rozas y conucos, 11


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destacándose cultivos como ñame, café, maíz, lechosa, tomate, aguacate, quinchoncho, entre otros; faenas realizadas en forma de cayapas y/o entre familias. Existen dos vías de acceso principales para llegar a la zona, una ruta que parte de San CarlosManrique-La Sierra, con una distancia aproximada de cuarenta y cinco kilómetros (45 Km.). Y otra vía alterna que corresponde al tramo San Carlos-El Cacao-La Sierra, con aproximadamente sesenta y cinco kilómetros (65 Km.) de recorrido; en ambos casos, carreteras en malas condiciones con pendientes pronunciadas. Bajo esta realidad situacional los habitantes de La Sierra-Cerro Azul, han convivido durante años con costumbres que forman parte de su idiosincrasia, enraizadas de generación en generación, mitificado en grandes extensiones montañosas, que se destacan por su exuberante vegetación y belleza, cuya exótica penumbra asemeja cual “paraíso fantasmal” y su reflejo azul, nos lleva a la imaginación de ser un lugar destinado para los dioses y misterios espirituales, generando entre sus pobladores numerosos relatos y leyendas, tales como: El Espíritu de la Montaña, El Caballero Fantasma, El Sogueador o Gritón, La Casona Embrujada, La Cruz Pascualera, La Laguna Encantada, entre otros. 12


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Estos elementos definen la vida de un pueblo, sus creencias y su sentir, de apreciar su propio grupo social, dándole el justo valor a sus peculiares formas de hacer y pensar dentro de su localidad. Este trabajo viene siendo desarrollado bajo la Coordinación Regional del Programa de Formación de Grado Gestión Social del Desarrollo Local de la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV-Eje Geopolítico José Félix Ribas), en el Estado Cojedes, contemplado dentro de la Línea de Investigación Socio Cultural. Para ello se estudia la cultura material, socio económica y espiritual o ideológica del hombre del llano cojedeño que conforman su legado histórico; y que a través de un estudio etnográfico, se pretende conocer costumbres y valores, tradiciones, relatos y leyendas, que definen su identidad; tomando en cuenta el Principio Vinculante del Documento Rector de la UBV que establece en el ámbito de la formación: “Lograr la valoración del conocimiento histórico para el análisis y comprensión global de situaciones y problemas en las nuevas condiciones histórico-sociales que reclaman la creación de conciencia acerca de 13


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la condición común y diversa de los individuos, los pueblos, las culturas así como de nuestro arraigo como ciudadanos de la tierra ”... (Documento Rector UBV-2.003). Así que los invito a conocer la historia fantasmal de La Sierra y Cerro Azul, en un mágico recorrido por sus costumbres, personajes y relatos, que harán de este cuento una lectura amena y entretenida, y sin duda alguna, una oportunidad para seguir investigando e incursionando en esas montañas prodigiosas de la cordillera norte del estado Cojedes.

El Autor

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CUENTOS, RELATOS Y LEYENDAS DE LA SIERRA- CERRO AZUL PARROQUIA JUAN ANGEL BRAVO ESTADO COJEDES

Cerro Azul de Tucuragua

Fig. 1-Punto de señalización Cerro Azul de Tucuragua Cojedes. (Aular-2012)

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El Espíritu de la Montaña “Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra estaba desierta y sin nada (...) mientras el espíritu...aleteaba sobre la superficie de las aguas ”... (Génesis 1)

La naturaleza ha dotado a los seres vivos de una serie de privilegios no solo para satisfacer sus necesidades orgánicas y biológicas, sino también para vivir en armonía con los demás seres que lo rodean. Es allí donde se hace presente el Espíritu Protector de la Naturaleza, que desde la creación del mundo manifiesta su presencia cósmica para acompañar y proteger a todos los representantes del universo.

Fig. 2- Montañas de Cerro Azul. (Aular-2012)

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Dicen por eso, lo moradores y labriegos de las montañas de Cerro Azul, que antes de hacer uso de una las bondades de la naturaleza (para cortar una rama, tomar agua, labrar la tierra, coger algún fruto), hay que pedir permiso a este espíritu para que conceda el privilegio de tal gozo y la faena se desarrolle con toda normalidad, en búsqueda de prosperidad y abundancia; además dicen que este espíritu es “visible” al observar por ejemplo, un árbol fijamente, llega un momento en el que se puede apreciar alrededor del árbol, el trasluz de una figura semejante a un duende de larga cabellera y abundante barba. Esta aparición es señal de que el espíritu concede tal petición; así mismo, este espíritu se puede negar y aún cuando el hombre abusa irracionalmente contra la naturaleza, el espíritu llora y se enfurece, manifestando su cólera a través de relámpagos, lluvias y tempestades.

San Juan de Los Chichones Espíritu Protector de la Montaña Para incursionar en Cerro Azul, hay que pedirle permiso a “San Juan de Los Chichones”, espíritu protector y guardián de la montaña. Este permiso se pide de rodillas, cerca de una quebrada, 17


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haciendo una ofrenda con aguardiente, tabaco o comida, para que este guardián conceda el visto bueno de caminar y gozar de los beneficios de la montaña. De no ser así, los transeúntes corren el riesgo de ser hostigados por este espíritu, es decir, el camino se hace más difícil, mayores riegos de perderse, sentir mayor cansancio, persecución y desespero, que los obliga a salirse de inmediato de la montaña, asombrados por estas sensaciones sobre naturales.

Fig. 3- Solicitud de permiso al Espíritu de la Montaña (Aular-2012)

“Para andar por tus montañas, te lo encomendamos ahora, San Juan de los Chichones, Hijo de Maria Lionza"

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Cómo nace este Espíritu? A finales del siglo pasado un campesino de La Sierra de nombre Aurelio Riera, se interna en la montaña de Cerro Azul; se dice que en busca de cacería y riqueza o un buen lugar para establecer un conuco. Hombre que se caracterizaba por su afán de tener y de poder, quería gozar de muchos privilegios para ser la excepción de los demás habitantes de la zona. Algún día seré millonario y poderoso, les decía a todos. Tres hijos por mantener y una mujer a punto de alumbramiento, casa de palma y bahareque, un buen solar con sembradíos de maíz, yuca, quinchoncho, lo suficiente para subsistir. Una vez en la montaña hace una invocación para establecer contacto con el espíritu, a quien le pide prosperidad y riqueza. Éste se le aparece diciéndole que cumpliría sus peticiones, pero a cambio de su alma o la de cualquiera de su familia. Don Aurelio compromete al hijo, que aún no ha nacido, sabiendo que Doña Consuelo de Riera, su esposa, daría a luz de un momento a otro. En su defecto el espíritu le hace entrega de una botija repleta de granos de maíz amarillo. Y le encarga el siguiente compromiso: “ tu esposa dará a luz un niño a quien pondrás por 19


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nombre Juan y lo entregarás en honor a mí ”...

Fig. 4-Entrega de ofrendas al Espíritu de la Montaña (Aular-2012)

“De todos los frutos comerás y de mis aguas te saciarás para entrar en la montaña plegarias ofrendaras" Al llegar a la casa, después de tres días interno en la montaña, Don Aurelio lo primero que hace es buscar a su mujer, empieza a atenderla, ofreciéndole todos los cuidados de 20


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rigor, cosa que la sorprende, ya que no era su habitual común. Por otro lado, en un rincón de su cuarto o dormitorio, esconde la botija entregada por el espíritu, lo más oculto posible para que nadie se diera cuenta. Lo curioso es que cuando Don Aurelio metía la mano en esta botija llena de maíz, se transformaba su contenido en abundantes y preciosas morocotas. Empezó a comprar de todo, tierras, ganado, cosechas; construyó una nueva casa, una nueva hacienda. Su perfil de campesino, conuquero, de alpargata y en burro, pasó a ser (de la noche a la mañana, dijeran los mismos pobladores de La Sierra), el amo, dueño y señor del caserío. Montado en un caballo blanco, con estirpe recia, en sombrero y con espuelas doradas, cosa que era exclusiva a los grandes hacendados de la época. Se convirtió en el cacique del pueblo. Doña Consuelo está por dar a luz, momento en que Don Aurelio ordena que las mejores comadronas del lugar para que atiendan el parto; efectivamente tres mujeres expertas en esta tarea comienzan a preparar el alumbramiento. Al oír los primeros llantos del niño, Don Aurelio entra al cuarto, agarra al niño, lo levanta y como si estuviese haciendo una ofrenda lo asoma a la ventana y dice en voz alta: “ Ha nacido tu hijo... y se 21


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llamará Juan ”... Y como si el espíritu oyera aquel ruego, un relámpago sucumbe aquel pueblo, acompañado del impresionante ruido de un trueno, ante la extrañeza y el asombro de todos. El niño crecía y se desarrollaba con toda normalidad; es cuando Don Aurelio decide mandarlo a San Carlos, para que inicie sus estudios. Tenía el pequeño Juan siete años. Fue inscrito en el mejor colegio de la ciudad, al cuidado de unas tías. Don Aurelio cubría todos los gastos. Rico, poderoso, amo y señor, Don Aurelio no salía del asombro de aquella abundancia misteriosa y un presentimiento de codicia lo embarga. Pensó en hacerle una jugarreta al espíritu a cambio de no devolverle nada. Mandó a sus peones a que adornaran el pueblo con cruces de palma, a celebrar misas, velorios; las fiestas patrimoniales eran vistosas y las peticiones, exigidas por Don Aurelio tendrían que estar orientadas para alejar cualquier maleficio que lo afectara. Por otro lado, una vez concluida la preparatoria de Juan, regresa al caserío y se dice que desde el primer momento que entra en el pueblo, cae en un adormecimiento misterioso, del cual no reaccionaba de ninguna manera. Es cuando Don Aurelio manda a buscar los mejores curanderos e iluminados, para atender aquel maleficio. Los 22


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curanderos sorprendidos ante aquel mal tan extraño, le preguntan a Don Aurelio qué hizo con su vida, con su familia, con su pueblo, ya que todos sospechaban de que se trataba de un pacto con el más allá. Don Aurelio arrepentido confesó que ofreció su hijo al espíritu de la montaña, a cambio de su prosperidad. Inmediatamente los curanderos le exigen que retire aquel conjuro y se dirigen al sitio donde éste inició aquel ritual de ofrecimiento: Cerro Azul. Al llegar a la montaña, los curanderos que eran siete en total, hacen un círculo tomados de la mano, rodeando a Juan que estaba en el centro de ellos. Comienzan a pronunciar augurios y rezos en voz alta. Es cuando Don Aurelio invoca al espíritu y se dice que una fuerte brisa ensordecedora cae sobre ellos, moviendo los árboles estrepitosamente. Los curanderos hacen más ligero aquellos ruegos ante extrañas apariciones de nubes, remolinos y descargas eléctricas. En ese momento Juan que estaba acostado, sorpresivamente se pone en pié y sin hacer caso al llamado de Don Aurelio y a los gritos de los curanderos, se dirige hacia una hondonada, desapareciendo misteriosamente ante la vista de todos; del mismo modo en que los ruidos y movimientos, ya no se oyen, todo aparentemente vuelve a la normalidad. Sollozos 23


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los curanderos y Don Aurelio, se miran unos a otros, sin saber qué decir, ni qué pensar ante aquella manifestación espectral. Al llegar al caserío, cuentan lo sucedido y Don Aurelio cae en una melancolía misteriosa al ver que la botija ya no existe y siente que la miseria lo envuelve poco a poco; todo desaparece, comienza a vender tierras, ganado, casa, en virtud a la recuperación de su malestar. Vuelve a ser el mismo Don Aurelio de antes, hasta que muere. Es por eso que los pobladores de La SierraCerro Azul, dicen que Juan pasa a ser el espíritu protector de la montaña, hijo de Marialionza y Don Aurelio, se deja oír, cual alma en pena, en las noches de invierno cuando sienten el tropel de un caballo y ruidos de armadura chirriante por las calles de La Sierra, la sombra de un jinete que ven desaparecer en la lejanía.

El Caballero Fantasma En las frías noches del invierno de mayo, se deja oír en la calle real de La Sierra, el tropel a caballo de un personaje misterioso, el caballero fantasma. Dicen los que lo han visto y oído, que se trata de un porte de hombre, montado en un caballo blanco, con hermosa vestimenta, sombrero que 24


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cubre su rostro y destacadas espuelas doradas. Lo curioso es que cada vez que oyen este fantasma, al día siguiente aparece alguien que ha muerto en el caserío de La Sierra. De allí que cada vez que se deja oír, ya la gente lo asocia inmediatamente con la muerte. Dicen que pasa corriendo comenzando desde la calle arriba y termina abajo, justo donde se encuentra el cementerio, desapareciendo allí misteriosamente. Algunos creen que es el ánima en pena de Don Aurelio Riera, aquel hombre que ofreció su familia al espíritu de la montaña a cambio de riqueza y prosperidad; y que éste al tratar de zafarse de aquel compromiso, el espíritu se lo cobra, hasta condenarlo en ánima que en pena, aparece en las noches de invierno produciendo un estruendoso ruido con el trote de su caballo. Hay quienes le encienden velas, pidiendo por su alma para que descanse en paz; pero hasta ahora se deja oír en las noches frías y solitarias de La Sierra

La Casona Embrujada

En lo alto de Cerro Azul, casi limitando con las serranías de Nirgua, se encuentra ubicada una Casona, cuyas características y aspecto 25


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colonial, con paredes de barro, bases de piedra, amplias puertas y ventanales, sótanos y corredizos, da la impresión de haber sido un centro de operaciones para las labores de acopio de café y control de esclavos durante la época colonial. Así lo demuestran restos de cadena y argollas localizadas, lo que supone señales de esclavitud, típico de esa época. Ha sido señalada por los moradores de la zona como una casa para el descanso de los espíritus y las almas de los hombres esclavos que allí murieron.

Fig. 5- La casa de San Francisco o Casona Embrujada (Aular-2012)

Actualmente se encuentra deshabitada y en ocasiones sirve de estadía para los transeúntes que recorren Cerro Azul; pero los campesinos de la zona recomiendan no hacer uso de ella, pues a muchos ha sorprendido. Su tenebrosa 26


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apariencia y su extraño silencio no es sino signo de presencia fantasmal. Aun en ruinas, puede divisarse desde lejos. Y sus paredes, así como sus cuartos principales, se mantienen intactos a pesar de la inclemencia del tiempo, la lluvia y los vientos fuertes, muy frecuentes en esa zona. Al entrar, su interior es frío, parajes oscuros y un silencio profundo, cuyos ecos se expanden perdiéndose en las penumbras. Dicen haber oído gritos y ruidos, como señales de tortura, voces de mando, labores de corte y repique, lo que hace “asombrar” y alejar a los que transitan por allí. Oros alegan que la sola presencia de la casa, aun sin entrar en ella, hace que algunos visitantes entren en colapso, pues se han visto casos de mareos y extraños escalofríos. Alrededor de la casona existen frutales como guayaba, naranja, piña, caña de azúcar. Los campesinos alegan que la presencia o producción permanente de estos frutos, es señal de “encanto”, pues nadie los cuida o los produce; por lo tanto no se puede tocar ni comer. De lo contrario, molestarían a los espíritus, que en venganza por la intromisión, por ejemplo, harían llover, el camino se pondría más difícil, pérdida de la orientación. Esto se solventaría, devolviendo nuevamente los productos a su sitio original. 27


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Fig. 6- Fachada de la casa de San Francisco o Casona Embrujada (Aular-2012)

El Sogueador o Gritón En el sector conocido como el paso de la mula de Cerro Azul, dicen haber oído al sogueador o gritón. Un espíritu maligno, que portando una enorme soga sobre su cuello, deambula en los parajes solitarios de esta montaña. Al parecer 28


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emite unos gritos de alerta y el transeúnte al creer que se trata de alguien que va por allí, le responde confiadamente y es cuando este espíritu lo persigue hasta encerrarlo con su envoltura. Por eso se dice que cuando alguien pasa por este sector de Cerro Azul, debe hacerlo en silencio, pues cualquier palabra que se diga puede ser oída por este espíritu, quien responderá inmediatamente tratando de encantar a esa persona, envolviéndolo en su misterioso eco, además de condenarlo a una soga gruesa y ardiente, hasta desaparecerlo por completo.

Fig. 7- Paraje de Cerro Azul donde se ha oído al Sogueador o Gritón (Aular-2012)

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La Laguna Encantada En algún lugar de Cerro Azul, siempre emergiendo inesperadamente, hace su presencia la laguna encantada. Es un espejo de agua en lo alto de la montaña, que en forma inexplicable y misteriosa aparece y desaparece. Hay quienes han insistido en ubicarla donde otros ya la han visto, pero no ha sido posible su presencia. Es decir, quien la busca no la encuentra, pero inesperadamente se le presenta al menos precavido. Dicen quienes han sido testigo de su presencia, que sus aguas son de una claridad mágica, tan vistosa y trasparente que hace tentar a cualquiera a sumergirse en ella. Que no pasará de un metro de profundidad y diez metros de largo. Al tratarse de un encanto, los campesinos de la zona, al encontrarse con ella, le hacen ofrendas como hacer caer sobre la misma, sorbos de aguardiente, tabaco o chimó. Alrededor de la laguna se pueden observarse algunos frutales como naranja y cambur. Se dice que es parte del encanto y si por casualidad se hace uso de ellos, se corre el riesgo de perder el camino, de verse azotado por inesperadas lluvias y relámpagos. Esto se evitaría, regresando 30


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nuevamente los frutos despojados de la laguna. En esta laguna también han visto salir de sus aguas a una enorme serpiente de siete cabezas, que al ver interrumpido su descanso azota a los transeúntes, alejándolos de allí inmediatamente.

. 8- La Laguna Encantada de Cerro Azul (Aular-2012)

La Cruz Pascualera En lo alto de la montaña, en un sector conocido como La Raya de Cerro Azul, se encuentra ubicada la Cruz Pascualera. Es el entierro de una señora llamada Manuela Pinto, personaje de La Sierra que curiosamente portaba un gallito debajo del brazo. Siempre se dirigía por el camino real de Cerro Azul hacia Nirgua, en visita de familiares y allegados. Dicen 31


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los pobladores que tenia cierto aire de locura, pues aventurarse por esas montañas de noche o de madrigada, no era cosa de cualquier mortal.

Fig. 9- Sitio donde se localiza La Cruz Pascualera en Cerro Azul (Aular-2012) Un buen día el señor Antonio Felipe, hijo de Dimas Felipe de La Sierra, la consigue tirada en un lado del camino, muerta por el paramo de esa montaña. Su gallito asfixiado debajo de su brazo. Dan parte a las autoridades de Nirgua para el trámite del sepelio, pero al perecer la remiten a La Sierra, pues de allí es oriunda. Las autoridades de La Sierra a su vez, dicen que debe ser enterrada en Nirgua, donde fue encontrado su cuerpo. Así es que se establece un pleito judicial de ambas 32


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jurisdicciones. Hasta que por fin, deciden los mismos campesinos de la zona, enterrarla allí mismo en el sitio donde fue localizado su cuerpo. A partir de allí, los mismos habitantes de La Sierra, cada vez que pasan por ese entierro, le ofrecen peticiones como si se tratara de algún espíritu bondadoso para el acompañamiento en las travesías de Cerro Azul. Se hizo un altar alusivo a la misma, conocido hasta hoy como el paso de la cruz pascualera, a la cual hay que colocarle una piedra del camino en señal de ofrenda y respeto por el eterno descanso de su alma.

Fig. 10- Adoración a la Cruz Pascualera (Aular-2012) 33


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CUENTOS FANTASMALES DE CAMINO REAL I El Desatino Encuentro con el Gritón Juan e Irene, son dos hermanos que habitan en La Sierra. Hijos de Doña Josefina Duarte y Rafael Méndez Silva; éste último perdido sin dejar rastro en las montañas de Cerro Azul. Dicen que fue atrapado por el sogueador o gritón, un espíritu maligno, que simula gritos y voces de ayuda y alguien al responderle se le aparece, atrapándolo con una fuerte soga y desapareciéndolo en el acto. El Sr. Rolando Guerra, vecino de Doña Josefina, pretendía de ésta, tratando de ofrecerle una relación marital y una paternidad, cosa que Juan e Irene, negaban rotundamente. Juan, el hermano mayor, aventurero, arriesgado y muy vivas en las tareas del campo. En cambio Irene, un poco más dócil, soñadora y dedicada a las faenas domesticas. Jóvenes adolescentes, con sus expectativas y necesidades paternales; pues a Juan le afectó sobre manera la desaparición de su padre. 34


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-Tengo que conseguir a mi padre -decía Juan- lo buscaré en las montaña de Cerro Azul, hasta encontrarlo...Lo juro!... Dada la angustia de Juan, el Sr. Rolando Guerra se da cuenta de la insistencia de éste ante la necesidad de conseguir a su padre y un buen día le propone: - Oye Juan…yo te puedo acompañar a la montaña a buscar a tu padre… pues también creo que debe estar vivo todavía… - Usted cree? -le pregunta Juan, exaltado por la emoción- De verdad me llevaría a Cerro Azul a buscar a mi padre?... - Pues claro -le responde el Sr. Rolandoeso sí, que nos acompañe también tu hermana Irene…tu sabes!...para darle la sorpresa completa a tu padre… Detrás de las palabras del Sr. Rolando, sin duda alguna iba una mala intención. Pues éste mantenía el rencor por el desprecio de ser aceptado como padrastro. Nada más oportuno de internarse en la montaña, simular la búsqueda del padre de Juan e Irene y dejarlos perdidos en ese amplio verdor y frialdad de 35


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Cerro Azul, de internarlos en lo más profundo de la misma a fin de que se pierdan y no regresen. Doña Josefina, percibiendo la preocupación de Juan, le plantea que es un viaje arriesgado: - Deje eso así mijo!… Que sea la voluntad de los espíritus de la montaña lo que le haya pasado a su padre… - No mamá –le replica Juan- voy a buscar a mi padre…además, el Sr. Rolando se ofreció a servirnos de guía… - El Sr. Rolando?...-preguntó sorprendida la madre de Juan- cómo es eso?...por qué Rolando se ofreció a llevarlos y con autorización de quién?... -Ay mamá!...-le responde Juan- yo voy a buscar a mi padre…y haría lo que sea para encontrarlo… Aquellas palabras retumbaron en el alma de Doña Josefina. Al ver la sana intención de su hijo, no tuvo otra cosa que aceptar tal petición. Vio con preocupación que el Sr. Rolando pidiese también la compañía de Irene, por lo que mantuvo la duda en todo momento. En el desespero de Juan de internarse en la montaña, se alista con el Sr. Rolando; a lo que Doña Josefina, le entrega a Juan una tapara con ceniza, para que le sirviera de referencia en caso de que 36


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se extravíen. Juan iba dejando el rastro, a partir del cual consiguen el camino de regreso a la casa. El Sr. Rolando, los vuelve a llevar a la montaña, en un sitio más retirado de la casa. Esta vez la madre de Juan le entrega una tapara con maíz tostado, de la cual iba regándolo por todo el camino, sin que el Sr. Rolando se diese cuenta. Las aves aprovechan aquel festín y comienzan a comerse los granos. Irene en su desespero y cansancio, le apetece aquello en virtud del hambre que llevaba, así que se dispone a comer también los granos que van cayendo en el suelo. En un descanso que hicieran en el sector agua fría, ya comenzando a internarse en la montaña, se sientan sobre unas piedras, aprovechando la frescura del agua cristalina que salía de un manantial. El Sr. Rolando en astucia perversa le dice a Juan y a Irene: - Bueno…esperen aquí -les dice- mientras descansan, voy por unas frutas de cobalomba para que comamos… El Sr. Rolando aprovecha tal ocasión para alistarse a correr sin que Juan e Irene se diesen cuenta. A medida que avanzaba en paso ligero y acelerado voltea de vez cuando para 37


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cerciorarse que ya no lo viesen, burlándose en macabra intención, como satisfecho por la acción maquiavélica que estaba realizando. Camina desesperadamente, riéndose en cada parada que hacía para descansar; siente el placer que haber logrado lo que pretendía. Sigue avanzando, esta vez más lentamente y antes de llegar a la Fila del Zamuro, oye unas voces a lo lejos, como quien llama en señal de auxilio. El Sr. Rolando, haciendo caso omiso, sigue adelante, esta vez armando una trama que justificara la perdida de Juan e Irene: - Les diré a todos -se decía en voz alta- que un tigre, grande y feroz nos atacó…y que yo pude salir vivo de vaina, porque supe escapar entre los escondrijos de la montaña…ja!..,ja!..,ja!… No ha terminado de lanzar sus carcajadas al aire, cuando siente que algo o alguien las repite. Pero esta vez en un tono profundo, perdiéndose como un eco en la lejanía. El Sr. Rolando se levanta rápidamente, en una reacción de preocupación y miedo: - Quién anda por ahí? -preguntó un tanto exaltado. 38


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Nadie respondía, sólo el silbido del viento que chocaba entre los matorrales y arbustos de la montaña. Oye nuevamente un sonido como quien emite una señal de alerta: - Quien vive? -vuelve a preguntar- por aquí estoy yo…soy Rolando…Rolando Guerra de La Sierra… Sólo se deja oír el eco de sus últimas palabras. Mira a su alrededor y se fija como las aves revoletean desesperadas, huyendo y perdiéndose en el amplio espesor de la montaña. Siente un zumbido en sus oídos, en el silencio profundo que lo envuelve. - Unjummm -se dice Rolando- por aquí hay alguien que me quiere joder… Se alista nuevamente y continua su marcha, esta vez un tanto precavido y siempre mirando a todos lados. Oye nuevamente aquella voz de alerta, a la que responde cautelosamente: - Ejeee!…Ajaaa!…-en un tono más altopor aquí!… Oye que le repiten, esta vez en un sonido más agudo, ya muy cerca de él: 39


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-

Ejeee!…Ajaaa!…Por aquííí…

Voltea rápidamente, pero no puede distinguir la procedencia de aquellas voces que se repiten una y otra vez. El Sr. Rolando, ya temeroso y preocupado, sube a una rafa de la montaña, como tratando de huir de aquello que no comprendía. Pero aquella voz se repite, ya casi en tono ensordecedor: - Ejeee!…Ajaaa!…Por aquííí… El Sr. Rolando, ya presa del miedo, comienza a gritar: - Quién anda por ahí?...carajo!…déjenme en paz!... En una reacción inmediata, como si tratara de alistarse a una pelea, el Sr. Rolando coge una rama seca del suelo y se arma como pretendiendo atacar a su misterioso oponente. Y es cuando observa que una figura exageradamente alta, con un sombrero extravagante que le ocultaba el rostro y una soga muy gruesa alrededor de su hombro, se le aparece en extraña circunstancia. En un barajuste misterioso, un viento repentino golpea ferozmente las ramas de los arboles. Y entre la 40


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confusión de polvo y hojarascas que revoletean, el Sr. Rolando observa que aquella figura espectral comienza a desenrollar la gruesa soga y en agilidad perfecta lo envuelve, aunado a un torbellino que lo arropa de manera misteriosa. El Sr. Rolando comienza a llorar y proferir gritos de dolor, pues siente que su cuerpo se quema, al mismo tiempo que aquella figura fantasmal ríe a carcajadas y en misteriosa expresión desaparece sin el más mínimo rastro en un remolino que en extraño jaleo va desapareciendo allí muy cerca de la Fila del Zamuro de Cerro Azul. Por su parte, Juan e Irene, continúan descansando en Agua Fría. Sin duda, ya desorientados, pues no consiguen el rastro para el regreso y se pierden en la montaña. Deciden continuar su camino, pues Juan en astucia valentía le propone a Irene que deben seguir su marcha: - Debemos seguir adelante -le dice a Irene- ya me imaginaba que ese Rolando no es sino un bandido y algún día seguramente pagará sus malas intenciones… Continúan en su andar, aprovechando la ruta del camino real de Cerro Azul. En las 41


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condiciones inhóspitas por la inclinación del camino y el frio entumecedor. En la vía que conduce a Nírgua, se consiguen con una casona, guiados por la señas de humo que se desprendía de un viejo fogón. Una casa con buenas señales de construcción, habitada por una vieja, de aspecto grotesco, con una gran verruga en la nariz y sus ojos blanquecinos, tal vez por el exceso de catarata. Vestía un largo atuendo, de antigua apariencia y rasgos harapientos. Los jóvenes llegan a la casona, tocan la puerta y la vieja inmediatamente emite la siguiente exclamación: - Gato!…cómete lo gordo y me dejas un pedazo!… Tal como obedeciendo una orden dada por la vieja, sale un gato negro, que reposaba en un rincón de la casona. De apariencia diabólica, cuyo pelaje da la impresión de haber sido remojado con líquido aceitoso. Maullando de una forma espantosa, emitiendo un sonido escalofriante. Acostumbrado a comer carne humana, pues de esa manera lo crió la vieja bruja. La vieja se asoma y en extravagante alegría, los deja entrar: 42


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- Pasen…pasen mis hijos…pasen adelante!... - Ayúdenos señora -le responde Juanes que estamos perdidos y tenemos mucha hambre. La apariencia de Juan e Irene, era de cansancio, con el ropaje desgarrado por la espesa vegetación, además de tener aspecto raquítico. La vieja bruja vio oportuno el momento para “criarlos” y les ofrece abundante comida; pero los encierra en un sótano de la casona, alimentándolos todos los días. Como estaban encerrados, la vieja bruja cada vez que los visitaba, les decía: - Muéstrenme sus deditos, mis hijos… Al mostrar los dedos por una rendija de la puerta, la vieja bruja los tocaba y aun sintiéndolos raquíticos: - Pobrecito mis hijos!…tengan para que se alimenten bien!… El joven Juan, dándose cuenta de la mala intención de la vieja bruja, mató una rata que con frecuencia los visitaba y le cortó el 43


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rabo. La vieja bruja cuando les decía de nuevo: - Muéstrenme los deditos mis hijos!… Juan entonces sacaba el rabo de la rata que había matado. La vieja bruja al sentirlo: - Pobrecito mis hijos!…tengan comida para que se alimenten!… Y así por varios días, hasta que el rabo de la rata se secó tanto, que ya no servía para nada. El alimento oportuno y diario, robustece a los dos jóvenes, dando señales de buena recuperación. Un buen día, la vieja bruja al decirles de nuevo: - Muéstrenme los deditos mis hijos!… No tuvieron más remedio que señalar sus verdaderos dedos. Al sentirlos completos y encarnecidos, la vieja bruja les dijo muy contenta: - Pero si ya están recuperados mis hijos!… esperen aquí, que ya los voy a sacar de allí... Los saca del sótano de donde están y le ordena a Juan buscar leña, colocándole la hoja filosa de un machete en la garganta; no sin antes y tomándolo del brazo, con una fuerza descomunal, que hace reaccionar a Juan, le dice casi en secreto: 44


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- Iras por leña seca…pero tu hermana se queda conmigo…Ah!...y no pretendas hacer ninguna jugarreta…pues no respondo por lo que pueda pasarle a ella... Juan preocupado, asienta con la cabeza. Y se dirige a los alrededores de la casona a buscar leña, ya casi al atardecer. Pensativo y murmurando se preguntaba sobre cómo salvaría a su hermana de las manos de la vieja bruja, mientras repicaba trozos de leña seca. En ese instante siente un frio profundo que penetra hasta los huesos. Trata de abrigarse con sus brazos y de repente oye una voz a lo lejos que pronuncia su nombre. Juan dirige la mirada hacia todos lados y percibe algo que se acerca, como revoleteando entre los árboles y el verdor de la montaña. Juan sorprendido ante aquella aparición, trata de huir, pero entre su sorpresa y asombro, tropieza varias veces y cae. Es cuando se da cuenta que una figura, con silueta de mujer, cabellos largos y rostro resplandeciente, arropada con un trasluz morado, le habla a Juan: - Juan…Juan…no tengas miedo!… - Usted quién es?…-pregunta Juan, que asustado y tembloroso, no sale de aquel 45


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asombro- cómo sabe mi nombre?... - No tengas miedo -le contesta aquella figura- soy el Espíritu de la Cruz Pascualera… y he visto la bondad en tu corazón… ten cuidado, que la maldad te acecha… El espíritu le hablaba, emitiendo un sonido cuyo eco retumbada en los odios de Juan. Éste asombrado aún, se fijaba que el espíritu flotaba en el aire y en un espectral balanceo, como si una brisa suave la soplara constantemente. De forma curiosa, Juan se dio cuenta que llevaba un gallito de plumaje rojizo debajo de su brazo. - Tu hermana y tú corren peligro -continuó hablándole aquel espíritu- deben tener cuidado con la maldad que habita en la casona… - Pero…de qué me habla?... - Le pregunta Juan- a qué maldad se refiere?... - La persona que los atiende en la casona -le responde el espíritu- es la maldad convertida en ese cuerpo, no es sino el mismo demonio…y pretende comérselos…Ese gato negro son sus ojos… - Y qué podemos hacer?..Oh, bondadoso espíritu!..-le pregunta Juan. 46


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Y el espíritu comienza a narrarle a Juan la intención de la maldad a través de la vieja bruja: - Los va a invitar a bailar alrededor del fuego -le comenta el espíritu- deben tener cuidado, pues no es un simple fogón…es la entrada al mas allá infernal…sobre él han caído hombres y mujeres, buenos y malos…Es una penitencia que tiene la vieja bruja para poder sobrevivir en esta tierra… - Debe comer carne humana para poder mantenerse y atrapar sus espíritus en ese hoyo infernal -continúa narrando el espíritu- pero…ustedes deben salir de allí… - Y cómo saldremos de allí? -le pregunta Juan al espíritu, casi en sollozo- tiene atrapada a mi hermana…y me amenazó que si no llego con la leña, la mataría… - Ella los va a invitar a bailar -le comenta el espíritu- traten de no oír sus cantilenas, pues son sonidos encantados, que aturden y cofunden…haciéndolos obedecer a sus órdenes. Toma esa cruz que tienes a tu lado… En ese instante, aparece como un resplandor brillante, una rama seca en forma de cruz, de la que Juan toma inmediatamente. -

En un descuido de la maldad -prosigue 47


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el espíritu- al tratar de hechizarlos, deberás empujarla con esa cruz, hasta que ella misma caiga en el hoyo infernal. Deberás también tirar la cruz en el hoyo, pues la misma impedirá que salga nunca jamás…Yo me encargaré de eso… - Coge también esa tinaja -le ordena el espíritu- la llenarás con agua, de la gruta que se encuentra donde reposa mi cuerpo…allí en La Raya de la montaña, que está muy cerca de aquí…Verterás sobre el hoyo infernal, en tres momentos el agua que te encomiendo, pronunciando el llamado de Onza, Tigre y León!...que son tres espíritus, de los que la vieja bruja tiene atrapados por muchos años… Estos espíritus te protegerán de por vida… Mientras el espíritu decía estas últimas palabras, se va alejando así como llegó. Juan observa aquella contemplación y mira como desaparece, hasta convertirse en una pequeña luz, parecida al reflejo de una luciérnaga, hasta que no pudo divisarla más. Juan obedece fielmente lo encomendado por el espíritu. Ya con el ánimo y la fortaleza de la protección ofrecida, se dirige a la casona, con el cargamento de leña, la rama 48


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en forma de cruz y la tinaja con agua de la gruta. Ya es de noche. Al llegar, observa que la vieja bruja lo espera impacientemente. La casona de la vieja bruja cuenta con una sala amplia en cuyo centro existe un gran fogón. Comenzó a llenarlo con mucha leña, de la que ya tenía y las recogidas por Juan. Prendió fuego de inmediato y cuando ya estaba a punto de brasa, les dice a los dos jóvenes: - Vengan mis hijos!…vengan que vamos a bailar. Vamos a festejar que están aquí!... Dando saltos y tumbos, comenzó a girar alrededor del fuego, haciendo muecas y señales para que los jóvenes se acercaran a ella. A su lado, el gato negro, que no hacía sino imitar los ademanes de su dueña. Juan percatándose de la mala intención de la vieja bruja, recordando su encuentro con el espíritu, le dice a Irene en secreto: - Ten cuidado, no bailemos alrededor del fuego, pues la bruja nos quiere hechizar para comernos... Irene, inocente aún de la situación se deja persuadir por los cantos de la vieja bruja e invita a bailar a Juan, dejándose 49


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llevar por el maleficio de la misma: - Ven Juan -le dice- bailemos…vamos a divertirnos!... Estaba como hipnotizada. Repitiendo los mismos gestos y expresiones de la vieja. Juan, siempre en alerta, toma a Irene por un brazo, forcejándola y manteniéndola a su lado, mientras la vieja bruja no dejaba de llamarlos. Juan, siempre en astuta cautela, le dice: - Pero cómo vamos a bailar, sino sabemos cómo es? -le manifiesta a la vieja bruja- usted enséñenos…Muéstrenos cómo se baila!… La vieja bruja, casi mal humorada, pero con el deseo vivo de conseguir lo que quiere, comienza a danzar alrededor del fuego: - Vean cómo es –les dice- dando saltos y haciendo piruetas- ustedes bailaran así!… Bailaba, danzando como loca. Ocasión que aprovecha Juan para tomar la rama seca en forma de cruz, que le ofreció el espíritu. - Qué es eso?...qué tienes ahí? –le pregunta la vieja bruja, como preocupada por lo que pretendía hacer Juan. 50


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En ese preciso instante le ordena al gato negro, que le muestre las intenciones de Juan, por lo que el gato salta sobre éste, emitiendo un escalofriante chillido y con las garras abiertas se aproxima para atacarlo; ocasión que aprovecha Juan para armarse con la cruz y golpea con todas sus fuerzas al maléfico gato, cayendo éste sobre el fuego infernal, consumiéndose rápidamente entre las llamas. La vieja bruja comienza a gritar despavoridamente estrujándose los ojos, dando fuertes trancazos como muestra de dolor. De sus ojos se desprendía un líquido negruzco, tal como si se estuviese derritiendo. En un jaleo desordenado, dando zarpazos con los brazos abiertos, de un lado a otro, le dice a Juan: - Maldito!…qué me has hecho?...de dónde sacaste esa fuerza para vencerme?...Te voy atrapar…Allí voy!… Ocasión que aprovecha Juan para acertar su segundo golpe con la cruz y empujar a la vieja bruja. Ésta cae en el fogón ardiente, pronunciando maldiciones y arremetidas mientras el fuego la consumía, hasta quedar solo cenizas vaporizantes y mal olientes. Se 51


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podían apreciar destellos y relámpagos en estruendosa manifestación, en un remolino de masa ardiente de fuego, que se iba disipando entre ruidos y gritos de apariciones espectrales que salían revoleteando de aquel hoyo, como si hubiesen conseguido una salida hacia la libertad. En segundos, todo se vuelve silencio. Irene comienza a reaccionar, como despertando de un extraño sueño y le pregunta a Juan: - Qué paso Juan?...donde está la vieja bruja?...y el gato negro?...qué me había pasado?... Juan le sonríe, acariciándole la mejilla, sorprendido aún ante aquella manifestación. Recuerda lo encomendado por el espíritu, así que toma la tinaja con agua y procede a verterla en tres momentos sobre el hoyo ardiente, pronunciando las frases: - Onza!... Y lanza el primer sorbo de agua de la tinaja. - Tigre!... Lanzando el segundo sorbo de agua. - León!...

Y lanza el tercer sorbo de agua. 52


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El fuego se apaga. Y entre una confusión de humo y hollín, salen tres enormes perros, parecidos a grandes lobos, de pelaje negro y manchas blancas en el pecho. Se sacuden, limpiando de sus cuerpos los restos de cenizas y desechos. De manera simultánea y de una forma mágica, se arrodillan delante de Juan, el cual a su vez, asienta con la cabeza, inclinando también su cuerpo en señal de respeto y aprobación. Recuerda en ese instante las palabras del espíritu sobre estos tres seres, que en lo adelante le garantizarán protección a él y a los suyos.

II Travesía por el Paso de la Mula y los Matocos Deciden Juan e Irene continuar su aventura, en busqueda de su padre. Se alejan dejando la casona y ahora en compañía de Onza, Tigre y León. Siguen la ruta hacia La Venezolana, en lo alto de la montaña. Al mirar hacia atrás, Juan observa a lo lejos la casona o la que ya queda de ella, pues entre el jaleo del hoyo infernal y la quema de la vieja bruja, no quedan sino sus ruinas y cenizas. 53


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En su recorrido, llegan al Paso de la Mula, un caserío habitado por personas muy extrañas. Pues todos, la mayoría hombres, robustos, de aspecto grotesco y de gran tamaño, de andar torpe y bobalicón, trabajaban en simultánea faena de labores agrícolas, labrando la tierra y crianza de animales. Las casas, construidas de barro y adobe, con enormes puertas y amplios parajes, adecuadas al tamaño de sus habitantes. Enormes chimeneas, cuyo humo fijo y permanente, no dejan de salir de aquellos techos. Con ruidos y golpes metálicos, en perfecta fundición de hierro, como si se alistaran a la construcción de armas para la guerra. Juan e Irene, acompañados de los tres perros, observaban aquella cotidianidad, mientras se adentran en el caserío. A medida que caminan por sus amplias calles, los curiosos no se hacen esperar. Atraídos por la presencia de los enormes perros y la belleza femenina de Irene, algunos de los gigantes, dejan de realizar sus labores, para dirigirse detrás de éstos, en su andar lento y abobado. Juan siempre precavido, observa constantemente y en alerta ante cualquier reacción de aquellos seres que se van acercando detrás de ellos poco a poco. Llegan al final de la calle y se consiguen con una amplia casa, 54


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de donde sale una enorme persona, de gruesa musculatura y amplio rostro, vestía diferente del resto de los demás del caserío, pues portaba un atuendo de larga capa y gruesa lana. Sonriendo, se dirige al encuentro de Juan e Irene y les dice: - Sean bienvenidos al Paso de la Mula!…Hace mucho tiempo no contamos con la presencia de nuevos huéspedes… - Me llamo Lionzo! -prosigue el gigante en su cortés saludo- cabeza de campo de este caserío… Y ustedes de dónde vienen?...A qué se dedican?... Su voz refinada y acento amistoso, hace que Juan pierda un poco el miedo, así que le responde: - Me llamo Juan…somos de La Sierra…y vamos en la ruta de Cerro Azul a buscar a mi padre que se ha perdido en estas montañas… Ah!...ella es mi hermana Irene… y mis tres perros, que son mis guardianes y protección... - Pues pasen adelante -les dice Lionzoesta es su casa…Les garantizaré comida y una buena estadía. Para la señorita -señalando a Irene, extendiéndole su mano- tengo una 55


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habitación especial para ella…Tratándose de la única mujer en tanto tiempo, no se merece sino el mejor de mis aposentos… A Juan le pareció muy extraño aquel saludo. Sin embargo, accedió a tal ofrecimiento. Mantenía la duda del por qué de la inexistencia de mujeres en ese caserío y qué riesgo podía correr Irene, ante tanta servidumbre. Entraron a la casa que les ofreció Lionzo, que hacía las veces de un jerarca, pues ante una señal con su mano, todas las personas que estaban alrededor, regresaron a sus faenas habituales como si no pasara nada. La casa, amplia y de largos pasillos, parecido a un templo medieval. Avanzaban mientras Lionzo en refinada cortesía mostraba los diferentes ambientes y parajes, así como señalando cuadros y piezas antiguas, dando aquel lugar la apariencia de un viejo museo. Juan sorprendido ante tanta vistosidad, se percata que Lionzo va abriendo puertas y puertas, hasta contar la número siete; que al abrirla se consigue con una habitación, adornada con hermosos atuendos y vistosas telas coloridas. Se podía sentir la frescura de la montaña, pues por un enorme ventanal entraba la brisa refrescante de la tarde. 56


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- Aquí dormirá la señorita Irene -dice Lionzo, en señal de autoridad- y esta noche serán mis invitados para la cena que ya mandé a preparar para ustedes… - Para ti Juan -le dice- dormirás en la primera habitación…Tus perros guardianes, allí en la caballeriza… - Estamos agradecidos ante tanta hospitalidad -le responde Juan- con mucho gusto aceptaremos sus ofrecimientos… Lionzo se retira. Ocasión que aprovecha Juan para conversar con Irene y manifestarle su preocupación: - Hay que tener mucho cuidado con todo esto -le dice a Irene- pues tanta amabilidad y generosa atención no hace sino mantenerme más tenso de lo que estoy…Te has dado cuenta que no hay mujeres?...A qué se debe eso?... - Son necedades tuyas Juan -le responde Irene- a mi me parece que exageras un poco… Mas bien, gocemos de lo que nos ofrecen…No seas mal agradecido!… Irene parecía muy segura ante tanta comodidad, pues se sentía como una reina en 57


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una atención que nuca tuvo. Ya de noche, se disponen a la invitación que les ofreciera Lionzo para ir a cenar. Se dirigen a un gran salón, en cuyo centro hay un mesón largo y sobre él, abundante comida en perfecto arreglo y colorido. Lionzo ya sentado en uno de los extremos del mesón, se levanta y saluda a sus invitados: - Adelante señores -les dice- sólo espero por ustedes… - Gracias -le responde Juan- no dejo de agradecer la atención que usted ha tenido con nosotros… - Si -dice Irene- estamos sorprendidos ante tanta vistosidad y lujuria… Lionzo e Irene sonríen al unísono, en una mirada penetrante, cual deseo amoroso de recién enamorados. Juan un poco receloso, se da cuenta de tal expresión y ante la cautela de un hermano mayor que cuida de su hermana, le guiñe el ojo a Irene, como sugiriéndole compostura y disciplina. Entran dos de estos seres extraños, haciendo las veces de mayordomos. Con bandejas en las manos y utensilios de comida 58


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y bebidas. Gentilmente la colocan en la mesa, llenando las copas de los invitados con un líquido verdusco; haciendo gestos de sumisión, se inclinan cortésmente y se retiran. - Bueno -les dice Lionzo- humildemente acepten esto que mandé a preparar… Se levanta nuevamente y tomando la copa dice: - Brindo por ustedes!…Bienvenidos al Paso de la Mula!… - Salud -le responde Juan e Irene- mientras degustaban el vistoso liquido. Irene, después de probar lo que estaba tomando, no pudo simular su sabor y sensación ardiente, así que no se hizo esperar su reacción de tos seca que salía de su garganta. Juan en cambio, arruga la cara y en refrescante expresión le pregunta a Lionzo: - Qué es?... - Es licor de guaco -le responde- nuestra bebida tradicional, además de ser un buen potenciador para las faenas que hacemos en este caserío… Comienzan a comer. Lionzo siempre 59


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atento ante cualquier petición de sus huéspedes. Juan no aguanta la curiosidad y le pregunta: - Hay algo extraño que no entiendo -le dice- la gente de aquí…todos son hombres… claro!...muy trabajadores…pero, dónde están las mujeres?... Lionzo sintió como si lo hubiesen bofeteado; buscando la forma de desviar la atención y simulando la pregunta les dice: - Ah!...por cierto…prueben la carne…es de una cría de cerdos que tenemos aquí… En ese instante entra uno de esos personajes que servían en la mesa. Y algo le comenta en secreto a Lionzo. Éste siempre prestando atención, asienta con la cabeza y le da una orden para que se retire. Luego, sonriente se dirige a Juan: - Mis sirvientes quieren saber si sus guardianes van a comer algo…o mejor dicho… qué pueden comer?… - Ah!...no se preocupe -le responde Juanellos son espirit..! Juan hace un corte violento a sus palabras. Pues seguramente no entenderían de dónde provienen sus perros guardianes. Lionzo lo miraba con profunda atención. Así que se conformó con señalar: 60


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-Quise decir…son especiales…Si!...tienen una dieta especial, que sólo yo puedo dárselas… Ah!...está bien -le responde Lionzoentonces sigan disfrutando de la comida… Cuando ya se disponen abandonar la mesa y satisfecha sus necesidades de alimentación, Lionzo siempre en modesta cortesía le dice a Irene: - La señorita, si es tan amable -entregándole a Irene una caja bien adornada- pudiera aceptar este obsequio…Seria para mí un honor si lo usara… Irene, sorprendida ante inesperado regalo, comienza impacientemente a destaparlo, descubriendo un largo y vistoso vestido, con relumbrantes atuendos y transparente colorido. Sonriente lo moldea sobre su cuerpo, manifestando una feliz aceptación: - Claro, por supuesto -le dice- me lo pondré con todo gusto!… Juan siempre precavido y receloso, comenta: - Se agradece tal obsequio…sin embargo, no tenemos tiempo para adornos…pues mañana continuamos nuestro camino… - Oh no!..-reacciona Lionzo- no pueden irse todavía…son mis invitados…además necesito que usted -dirigiéndose a Juan- pueda 61


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ver lo que aquí se produce…Seguramente su inteligencia y sabios consejos nos ayudaran a mejorar nuestras faenas… Hay un largo silencio. Juan observa los rostros de Lionzo e Irene, como si ambos le pidiesen de manera simultánea una aceptación. Siempre pensativo ante cualquier situación, su duda no se deja esperar; sin embargo, en prudente reconocimiento: - Está bien!…sólo un día más -les dicey mañana iremos temprano a recorrer sus aposentos… Se dirigen a descansar, Juan acompaña a Irene, no sin antes de abrir las siete puertas que conducen a la habitación dispuesta por Lionzo. Juan siempre cauteloso, decide dar un vistazo a sus perros guardianes. Se dirige a una improvisada caballeriza, ubicada detrás de la enorme casa. El frio de la noche que comienza a caer lo envuelve. Al llegar cerca de una compuerta, hecha con troncos de madera, se fija que sus perros descansan tranquilos, durmiendo sobre un lecho de paja que les servía de cama. Los perros al sentir la presencia de Juan y mucho antes de que éste los saludara, reaccionan y se levantan velozmente, como alertas ante cualquier orden esperada por su amo. Éste los saluda y les dice: 62


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- Tranquilos!…descansen!…Mañana continuamos nuestro camino… Juan se despide de sus perros guardianes y al tratar de dirigirse nuevamente a la casa, una sombra lo envuelve entre el trasluz de la luna llena que ya deslumbraba radiante esa noche. La figura de uno de estos extraños seres que se acerca, cargando entre sus brazos enormes troncos de leña. Con voz muy gruesa le ordena a Juan que se aleje de ahí: - Qué hace usted por aquí? -le dice a Juan, como una forma de repudio- no debe andar fuera de la casa…y mucho menos a esta hora… - Quién es usted? -le responde Juan, que asustado no salía del asombro ante la sorpresa inesperada de aquel visitante- de dónde viene?... - Soy el guardián de esta caballeriza -le contesta- y le advierto que no debería estar por aquí… - Y eso por qué? -le responde Juan, en prudente gallardía- qué puede pasarme?... Aquel personaje lo mira de arriba abajo y sin dar respuesta alguna, abre el largo portón. Juan observa cómo este personaje sin el mas mínimo temor se acerca donde están los perros; y éste siempre precavido, reacciona diciéndole 63


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que se aleje inmediatamente de allí. Pero ante sus ojos, Juan no salía de su asombro al ver que aquel personaje se posara al lado de sus perros y la forma cómo éstos respondían ante las caricias y palmadas que éste les daba sobre sus cabezas. - He visto la bondad en tu corazón -le responde el extraño personaje- y estoy dispuesto a alertarte de malas intenciones… Juan en extraña reacción, pareciera haber oído aquellas frases anteriormente. Sorprendido todavía insiste en lo que puede pasarle: - Por qué me alerta -le dice- y de qué quiere que me cuide?... - Juan…Juan..-le responde el extraño personaje- no aprendes de los misterios espirituales de estas montañas de Cerro Azul… Debes estar pendiente de las cosas que hay a tu alrededor… Mientras este extraño personaje le hablaba a Juan, éste observaba cómo los perros guardianes, respondían a todos sus halagos. Juan se preguntaba, cómo era posible aquello, pues el único que podía hacer eso era él. Aquel extraño personaje, continuó hablándole: - Sé que tienes muchas preguntas por hacer -le dijo- nadie podrá respondértelas… 64


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Sólo te puedo advertir de la presencia de los matocos… - De los qué? -pregunta Juan sorprendidoqué cosa es eso?... - Los matocos -le responde el extraño personaje, que se presentó como guardián de la caballeriza- son seres infernales…que aparecen en noche de luna llena…y estamos en luna llena!...comen carne humana…Durante años, los hombres del Paso de la Mula ofrecen en sacrificio a doncellas y mujeres, a fin de aplacar la sed de estos seres… - Y por qué nadie ha enfrentado a estos matocos? -pregunta Juan, impaciente y sorprendido. - Son cientos -le responde el extraño personaje- quizás miles!…que en abundante cacería arremeten contra todo, arrastrando lo que consigan a su paso…Los hombres de aquí, no hacen sino ofrecer en penitencia a sus propias hijas y mujeres… - Pero…no entiendo -pregunta Juan sorprendido- por qué tienen que ser mujeres?... - Los matocos -le responde el extraño personaje- son almas en pena…que añoran la madre que nunca tuvieron…Toman a estas mujeres y en orgía infernal se la llevan a cuestas 65


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hasta desaparecer en la montaña… - Así que -continúa relatando el extraño personaje- te recomiendo que tomes a tu hermana y tus perros guardianes y salgas de inmediato de este lugar… Juan se retira, preocupado por las palabras de aquel extraño. Pero hay cosas que sigue sin entender, así que voltea rápidamente para preguntar: - Pero…usted!...el Sr. Lionzo!… En una reacción rápida, Juan observa y queda como petrificado al ver que ya no hay nadie que le responda. Un silencio se apodera de aquel lugar; los perros duermen tranquilos como si no pasara nada, el portón está cerrado, no se observan leños ni señales de alguien que haya estado por allí. Sólo un viento frio, envuelve la soledad de aquel sitio. Juan contempla el ambiente y admirado no sale de su impresión; siente que su piel se eriza y en una confusión de asombro y misterio regresa a la casa. Lo anima el hecho de que cuenta con sus perros guardianes ante la eventualidad de cualquier circunstancia fatídica contra él y su hermana Irene. Avanza hacia la casa, como embelesado ante lo que acaba de ver. Piensa en Irene, se dirige a la sala principal y comienza abrir las siete puertas 66


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hasta llegar a su cuarto. Ésta aun despierta y tomándolo de la mano le comenta: - Juan…qué te pasa? -le dice- estás un poco pálido y tus manos frías...Estás temblando!… - Tenemos que salir de aquí -le responde Juan- la maldad nos sigue acechando… Ambos se quedan pensativos, mirándose mutuamente. En ese instante y de una forma inesperada se oyen un gritos, tan despavoridos y escalofriantes que se confundían como ecos retumbantes por toda la casa. Juan en prudente alerta: - Quédate aquí -le dice a Irene- no salgas del cuarto y no abras la puerta a nadie, a menos que yo te lo ordene!… Juan sale corriendo, abriendo de un manotazo, cada una de las siete puertas, hasta llegar a la sala principal. Sorpresivamente se encuentra con Lionzo, que entrando a la casa y de manera despavorida le dice: - Los matocos!…vienen los matocos -le comenta a Juan, casi gritando- voy por Irene…la protegeré…No te preocupes!… Lionzo sale corriendo perdiéndose entre las siete puertas en busca de Irene. Llega hasta la última puerta y comienza a tocarla desesperadamente. Irene dentro del cuarto, 67


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responde un poco asustada: - Eres tú Juan -dice Irene- Responde!...mira que oigo mucho ruido afuera… y no sé de qué se trata!... Lionzo, aprovecha la ocasión, pues su deseo por Irene no se hizo esperar desde el primer momento que la vio. Percatándose de la ausencia de Juan, trata de imitar su voz y le responde: - Este!..si, si…soy yo, Juan…Ábreme la puerta Irene… Irene, ante tanto alboroto, entre el miedo y el desespero, sin percatarse de las intenciones de Lionzo, se dejó llevar por la imitación que éste hizo de Juan y abre confiada la puerta de su cuarto. Irene ante inesperada sorpresa cae hacia atrás, no sin antes Lionzo tomarla por la cintura y llevársele al hombro, en una agilidad de corpulenta musculatura y amplias manos. - Te vas conmigo -le dijo- serás el nuevo sacrificio para los matocos!… Ya en la calle, Juan observa en desesperado desorden, cómo aquellas personas extrañas del caserío, chocan entre ellos mismos, corriendo de un lado a otro, como ocultándose de algo y no encontraran dónde ir. Se da cuenta que entre las ramas de los árboles hay un extraño 68


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bullicio y jaleo, que daba la apariencia como si una fuerte brisa tratara de arrancarlas. Sombras que revoletean y se confunden entre el verdor de la montaña y la noche que avanzaba. En su desespero y asombro, Juan mira para todos lados, buscando una explicación ante aquello que no terminaba de entender. Le era difícil percibir entre los árboles que se movían, los fuertes chirridos y movimientos desesperados de bestias sedientas. Se aproxima para ver de cerca aquel bullicio y su mayor sorpresa, al dirigir la mirada hacia arriba, de donde provenían los ruidos, entre el trasluz del reflejo de la luna, la presencia de unos seres pequeños, horribles y de extravagante apariencia, parecidos a unos monos salvajes, de cabeza grande, exagerada dentadura y afilados colmillos. Sobre sus espaldas, dos pequeñas alas parecidas a las de un murciélago, las cuales movían ligeramente cada vez que daban un salto de un lado a otro. Entre ellos mismo se golpeaban, como si reclamaran un espacio para hacer sus fechorías, dando piruetas y ademanes grotescos, atacándose entre sí. Mientras Juan trataba de dar una explicación a aquello que veía, oye nuevamente un grito que provenía de la casa de Lionzo. 69


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Recuerda en ese instante lo que le dijo aquel personaje extraño que se encontró cerca de la caballeriza y llega a su mente la imagen de su hermana Irene. Se dirige velozmente a la casa, abriendo cada una de las siete puertas hasta llegar al cuarto de Irene. No encuentra a nadie, sólo grandes pisadas polvorientas sobre el lustroso piso de la casa. - Lionzo! -se dijo Juan hacia sus adentrosse la ha llevado Lionzo… Efectivamente, Lionzo había saltado por la ventana del cuarto donde reposaba Irene. Corría desesperadamente llevando a Irene a cuesta. Ésta en despavorida algarabía, golpea con sus manos y pies al cuerpo de Lionzo, gritando que la soltara. Lionzo continúa corriendo, haciendo señas a los matocos y gritando desesperado: - Guasimba!...guasimba matocos!... Diciendo esto, sube a lo alto de un árbol y en una de sus puntas coloca el cuerpo de Irene, que casi desmayada no sale de aquel asombro. De manera extraña y curiosa, Lionzo comienza a lamer los pies de Irene. Fue tanta la fricción que éstos empezaron a sangrar. Era como un símbolo inicial del sacrificio para que los matocos atacaran a Irene y se la llevaran de 70


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aquel lugar para desparecer luego en la montaña. Juan al percatarse de aquella situación, se llena de ira y valentía, con todas sus fuerzas invoca a sus guardines, dejándose oír un grito de estruendosa gallardía: - Onza…Tigre…León!... Rápidamente y en mágica aparición se presentan los tres enormes perros, guardianes y protectores de Juan. En simultáneo saludo, se inclinan delante de éste, como esperando una orden de mando. Ante una señal de Juan, siguen el rastro dejado por Lionzo y al llegar cerca de un costado de la montaña de Cerro Azul, observan el estruendoso ruido hecho por los matocos, que cual enjambre de abejas rodean a Irene que se encuentra en lo alto de un árbol. Lionzo, alrededor de ella, tratando de ofrecerla en sacrificio. Juan ordena al perro Tigre que suba hasta donde se encuentra Irene y baje a Lionzo de un zarpazo. Éste efectivamente cae al suelo y sin mediar contemplación alguna Juan les ordena a sus perros: - Onza, Tigre y León…hagan su repartición!... Los perros, en forma feroz y violenta atacan a Lionzo, que buscando defenderse comienza a dar golpes y manotazos 71


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exasperadamente. Pero los perros no le daban oportunidad, así que vorazmente consumían su gruesa carne, entre gritos despavoridos hasta verlo morir. El destello inesperado de un relámpago, no se hizo esperar. El fuerte viento que soplaba esa noche sobre el Paso de la Mula, permanecía como parte del ritual por la presencia de los matocos, los cuales huyen despavoridamente al sentir el reflejo del amanecer que se asoma. El perro Onza en vivas reflejo, sube a uno de los arboles donde se encontraban los matocos, enfrentándolos con sus gruesas uñas y resonantes crujidos. Los matocos, ante inesperada reacción, no pueden enfrentar tal fuerza y comienzan a huir despavoridos, lanzando chirridos de dolor, por los zarpazos de Onza. Los perros guardianes, lanzan un aullido que al unísono se oyó en todo el caserío, en señal de perfecta victoria. Un silencio vuelve a invadir aquel lugar. Irene que yace desmayada en el suelo, rescatada por el perro Tigre, comienza a despertar, entre quejidos dolorosos y mareos inesperados: - Dónde estoy?...qué sucedió? -pregunta, mientras Juan la ayuda a colocarla de pie. Y reaccionando rápidamente, como si despertara de un largo sueño: 72


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- Los matocos…Lionzo…voy a morir!... - Ya, ya…cálmate -le responde Juan- ya pasó todo… El guardián de la cabelleriza me alertó de las malas intenciones de Lionzo… No era sino un falso y un mal hombre… - Guardián de la cabelleriza? -le pregunta Irene sorprendida- de quién hablas?... Juan hace caso omiso a las preguntas de Irene. Se conforma abrazándola y sonriéndole amistosamente. Mira a su alrededor y observa que escurridizos, desde los rincones de las casas, comienzan a salir aquellos personajes extraños del Paso de la Mula. Poco a poco se van acercando donde están Juan, Irene y los tres perros, mientras el día terminaba de aclarar. Murmuraban entre si, como si quisieran comentar algo; temerosos se acusaban unos a otros en torpeza reacción. Hasta que uno de ellos se arriesga a decir: - Queremos agradecer tu apoyo y valentía - le dicen a Juan- y en gratitud a tu esmero con nosotros, te nombramos cabeza de campo y jerarca del Paso de la Mula…Ese será tu aposento - señalando la casa que habitaba Lionzo. - Oh, No…no puedo aceptarlo -responde Juan- les agradezco tal confianza…Pero tenemos que seguir nuestra búsqueda… 73


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- Además -prosigue Juan- debo encontrar a mi padre Rafael Méndez Silva, que se encuentra desaparecido en estas montañas… - Eres bondadoso…oh señor! -le responde aquella persona- acepta entonces esta botija… que sabemos te va a servir de mucha ayuda… Y coloca en las manos de Juan una pequeña bolsa de tela gruesa. Juan al observar su contenido queda admirado al ver que se trata de monedas de oro. Éste las acepta con todo gusto y en señal de agradecimiento les ofrece la mano a todos como un saludo amistoso. Aquel personaje de gran tamaño, que representa ahora al caserío del Paso de la Mula, le comenta a Juan: - Ah, por cierto -le dice- no existen ningún guardián de la caballeriza…y en lo adelante, trabajaremos todos juntos…y la casa será nuestro templo…Tú y los tuyos son bienvenidos cada vez que pasen por aquí… Y sobre tu padre, nunca supimos de él… Y dicho esto, Juan e Irene, terminan de despedirse para continuar su andanza por el camino real de Cerro Azul, junto a sus tres perros guardianes.

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III El Encuentro con “Chiche” en la Lapentera Siguen su ruta por el camino real de Cerro Azul. El andar era lento y fatigado, entre el cansancio y el espeso verdor de la montaña, llegan a un nuevo caserío, llamado La Lapentera, cuyos habitantes en armoniosa faena se dedican al trabajo de campo. Existen pocas casas, separadas distantemente unas de otras, una sola calle que se extendía a lo largo del caserío, cual camino infinito. Casas con estilo antiguo, que daban el aspecto de una escultura colonial. Juan e Irene, junto con sus perros guardianes, en agotado esfuerzo, llegan a una especie de pulpería, que daba la apariencia de ser un sitio de paradero. Sale a su encuentro una persona mayor, de apariencia humilde, usando alpargatas y con un sombrero gamuzado de color marrón, en perfecto desgaste y uso. - De dónde vienen por ahí? -les dijo- hijos de Dios!…siéntense un rato… - Gracias señor -le responde Juan- venimos caminando desde el Paso de la Mula… 75


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- Desde el Paso de la Mula? -le pregunta sorprendido aquella persona- Caramba!… es que han caminado de verdad!… - Mucho gusto señor -le dice Juan, extendiéndole la mano- me llamo Juan y ella es mi hermana Irene…Ah!... y mis guardianes -señalando a los perros. - Yo me llamo Pedro José Linares -le contesta aquella persona- pero cariñosamente me dicen “Chiche”…Dueño de esta humilde bodeguita…Aquí no hay mucha cosa, pero si puede encontrar lo que usted quiera… - Y esos perros? -le pregunta sorpresivamente “Chiche”- parecen más bien unos bichos salvajes… - Vengan…no hay problemas -empieza a gritar “Chiche”, dirigiendo su voz a todos lados, como dando una orden para que otros se acercaran. Comienzan a salir sigilosamente otras personas, cercanas a la bodeguita de “Chiche”. Se asomaban en cauteloso asombro, ante la presencia de aquellos nuevos visitantes. Murmuraban entre ellos, hombres y mujeres que se reencuentran en la única calle de La Lapentera. Portaban en sus manos rastrillos, machetes y palos, como armamentos 76


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de defensa. Se acercaban en cautela caminata grupal, protegiéndose entre ellos. - La gente de aquí -le dice “Chiche” a Juan- son muy miedosos…usted sabe… siempre nos visitan inesperadamente unos gigantes del Paso de la Mula…que vienen y se roban nuestras mujeres…y que pa´calmá la sed de unos espíritus…Ave María purísima!... - Nunca nos hemos podido quitar esa gente de encima -continúa “Chiche” su relato- pues son tan altos y feos, que apenas podemos escondernos cuando llegan…y las mujeres, pues, como son más flojas pa´correr, quedan presa de estos seres misteriosos… - Hay uno de ellos -prosigue “Chiche”, emocionado con su relato- con una larga capa… que pareciera más bien ser el jefe…pues es el que ordena qué mujer se van a llevar…Además… - Ya eso no va a pasar mas -interrumpe Juan a “Chiche”- ya eso se acabó…Fuimos testigos de la desaparición de ese mal hombre…Mis guardianes se encargaron de eso…El Paso de La Mula es ahora un pueblo feliz y tranquilo… El “Chiche” sale al encuentro de sus vecinos. Saltando de emoción, dando trancos largos y agitándose de un lado a otro, haciendo gestos exagerados, moviendo los brazos y manos, 77


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tratando de calmar el desespero de aquel tumulto. Juan observa cómo “Chiche” conversa con sus vecinos y la expresión que éstos manifestaban al calmar un poco los ánimos, sin dejar de ser precavidos. “Chiche” se acerca de nuevo y le dice: - Mis vecinos preguntan -le dice “Chiche” a Juan- cómo es posible que eso sea así, si vienes con una mujer?... Juan, siempre precavido y tratando de conciliar con los vecinos de La Lapentera, se acerca a ellos y en tono amistoso, les dice: - Señores, no se preocupen…vengo en son de paz…Si, es cierto, estuve en el Paso de La Mula…esa mujer -señalando a Irene- es mi hermana…y está viva gracias a mis perros guardianes…que también los ofrezco como protección para ustedes… Sólo vengo por comida, para continuar mi camino…Me imagino que debe alcanzar con esto -mostrando la botija de monedas de oro. Momento que aprovecha “Chiche” para mirar de cerca lo que presenta Juan y sin que la multitud se dé cuenta de ello, toma una de esas monedas y al tenerla en su mano, sus ojos casi desorbitaban y su rostro, en expresión de perfecta avaricia, diciéndose en voz baja: 78


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- Pero sin son morocotas…Morocotas de oro!… - Ando en busca de mi padre Rafael Méndez Silva -continúa hablando Juan- que se ha perdido en estas montañas de Cerro Azul…y por los gigantes del Paso de la Mula, la maldad que habitaba en ellos ha desaparecido…Ahora son hombres de buena fe y muy trabajadores… - Ven…se dan cuenta -grita “Chiche” emocionado- somos ya libres de esos bichos… Eso tenemos que celebrarlo!… Agitado entra a la casa velozmente, guardándose una de las morocotas en su bolsillo e inmediatamente saca una caja de aguardiente, ofreciendo de beber a todos. En entusiasmada alegría los vecinos de La Lapentera responden ante el llamado de “Chiche” y comienzan a celebrar, haciendo ovaciones a Juan e Irene, que sorprendidos no salían de aquella emoción. “Chiche”, cual perfecto anfitrión, saca un cuatro y un violín al ver que unos de sus vecinos se acerca con unas maracas, en lo que inmediatamente comienza el jolgorio musical, en perfecta armonía campesina, en una tonada rápida que estimulaba al canto y al baile. Las mujeres, vestidas con faldas largas y blusas floreadas, comienzan a preparar un mesón y 79


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sobre él colocando frutas, bebidas y comidas, en arreglo perfecto, digno de una fiesta llanera. En inesperada visita, aparece en tropel de caballos un joven alto, de cabellos amarillentos y rizados, de estirpe recia y bien parecido. Llega a la casa de “Chiche” y observa el tumulto en plena faena festiva. - Epa!…adelante -le dice “Chiche”. Lo toma por el hombro y lo lleva donde están Juan e Irene, que ya sentados dentro de la casa, celebran junto con los vecinos de La Lapentera. - Éste es mi hijo…Joaquín -le dice a Juanpero le decimos amistosamente churrusco…no ve cómo tiene sus cabellos…enchurruscao!... - Mucho gusto Joaquín -responde Juanme llamo Juan…y ella es mi hermana Irene… - El gusto es mío -contesta Joaquín, saludando a ambos con la mano- hacía mucho tiempo que este pueblo no celebraba…Así que les agradezco su visita… La voz de Joaquín era suave y aguda. Manifestaba una seguridad en sus palabras. Se desprende de los aperos que llevaba en el hombro, para luego dirigirse al festín. Se une a la compañía de Juan, Irene y su padre, mientras continua conversando sobre sus faenas y 80


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tareas de campo que realiza como arriero en el cuido de animales, propiedad de su padre. - Me imagino que descasarán aquí esta noche -les dice Joaquín- pues ya viene cayendo la tarde y el frio arrecia ya!... - Pues claro! -le increpa “Chiche”- son nuestros invitados!…Además, son como héroes, acabaron con los gigantes del Paso de la Mula… - Oh no -responde Juan- eso no es del todo cierto… - Vamos a brindar -interrumpe “Chiche” alegremente- para nosotros, ustedes son nuestros huéspedes…Así que salud señores!… Todos los invitados se levantan y al unísono alzan sus tarros y vasos, profiriendo buenos deseos a Juan e Irene, a su vez, que entre ellos, en abrazo grupal, todos se anhelan bienestar, cual orgia colectiva, al mismo tiempo que comienza la música y el joropo, entre gritos y aplausos a las parejas que salían a bailar. La casa de “Chiche” era amplia, con largos pasillos y corredores, paredes de barro y adobe, con techo de caña brava, en cuya frescura se refleja el típico olor a casa de campo. Irene, en despejada quietud, se aleja un poco del aquel encuentro musical y se dirige detrás de la casa, observando en sus alrededores, una colorida 81


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vegetación, entre flores y árboles frutales de cafeto, aguacate y naranja, cuyo verdor asemeja cual paraíso colorido. En aquel relajado trance emocional aparece Joaquín y muy cerca de Irene, le comenta casi en el oído: - Contemplando el atardecer? Irene reacciona, ante la inesperada presencia de Joaquín. - Disculpe si la asusté -le dice Joaquínno era mi intención…Sólo que la veo tan sola aquí…se siente mal?...No le gusta la fiesta?... - Oh, no!…no es eso -le responde Irenetodo aquí es tan agradable…Es que pienso en el dolor de mi madre, por la ausencia de mi padre… - Me dice su hermano, que andan en busca de su padre…pero, cómo es que desapareció? le pregunta Joaquín. - Eso fue hace poco tiempo -responde Irene- un buen día salió de La Sierra…y que a buscar unas contras a la montaña de Cerro Azul…Recuerdo que fue un miércoles santo… iba acompañado con otra gente de allí, cerca de la casa…A los dos días, oímos el alboroto en el caserío…La gente se agarraba la cabeza como si una gran tragedia hubiese pasado…Unos hablaban de un león de oro que se les apareció 82


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a todos y los atacó…Otros decían que un tal espíritu sogueador los arropó y los desapareció en la montaña…Desde entonces no hemos hecho sino buscar a mi padre y ya no vemos el día de encontrarlo… Irene comienza a llorar y solloza se refugia en el pecho de Joaquín, el cual a su vez responde abrazándola, en un sentimiento mutuo de novedosa empatía, como si una extraña fuerza amorosa de repente los uniera. Y como si despertaran de un sueño romántico, se separan suavemente, tratando de simular aquel encuentro. - Oh por dios! -dice Irene- soy una tonta… No debí… - No te preocupes -le interrumpe Joaquínyo también sentí lo mismo… Los dos se miran fijamente, en una atracción que rompe lo imaginario y trasciende la realidad. Joaquín sostiene las manos de Irene y en un impulso de amor juvenil, acerca su rostro como incitando el darle un beso. - Irene…Irene -aparece Juan, acompañado de “Chiche”- te buscaba por todos lados…ah..y disculpen, sólo quería saber dónde estabas… Aparece inesperadamente Juan, preocupado por la ausencia momentánea de su 83


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hermana; junto a él está “Chiche” con un vaso de licor en su mano. - Estoy bien -responde Irene- sólo conversaba con Joaquín… Juan observa cautelosamente la situación. Siempre sigiloso manteniendo la duda al ver el rostro triste de su hermana, no hace sino ponerse a la defensiva por si algo malo le estaba ocurriendo. Cual hermano celoso y preocupado, le responde a Irene: - En cuanto puedas regresas a la sala…Te estamos esperando!… Juan dirige la mirada hacia Joaquín, como alertándolo de algo. Se retira junto con “Chiche”, que no ha hecho sino contemplar la escena. De vez en cuando voltea como diciéndole a Irene apresúrate. - Tu hermano es un poco receloso contigo -le dice Joaquín a Irene, en un tono poco amistoso- veo que te protege demasiado... - Si…me sobre protege -responde Irene, dirigiendo la mirada hacia su hermano Juan que lo ve desaparecer por los lados de la sala. Un extraño resentimiento aparece en Irene. Ya se cree en potestad de tomar sus propias decisiones y la reacción de Juan ya le causa una especie de malestar incontrolable. Siente que la 84


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búsqueda de su padre se hace interminable y un cansancio la embarga. Se incorpora en la sala, en compañía de Joaquín. Juan le hace una seña de que se siente a su lado. Irene un poco encarada, rechazando los ofrecimientos de comida y bebida que le hacían, cruzada de brazos, cual niña malcriada. - Ya queremos irnos a reposar -le dice Juan a “Chiche”- te agradezco la atención que puedas darnos… - Claro que si -responde animosamente “Chiche”- vengan por aquí…Les mostraré un cuarto especial que tengo para ustedes… Juan de manera cortes se despide de los presentes, quienes en forma unísona profieren un saludo colectivo de buenas noches, entre el sonido de la música y el zapateo de los bailadores. Irene lo imita y se dirige detrás de él. No sin antes dirigir la mirada de reojo donde se encuentra sentado Joaquín. Éste a su vez le hace una mueca, como queriendo decirle algo en secreto. El “Chiche” avanza velozmente delante de ellos, por un largo pasillo de la casa, con un manojo de llaves en sus manos. Llega a uno de los cuartos y entre varios intentos al querer abrir la puerta: 85


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- Ésta es la llave -dice- pasen…es uno de los mejores cuartos de esta casa…Aquí dormía yo con mi mujer…que en su sana paz descanse! -diciendo esto, el “Chiche” se quita el sombrero y cierra los ojos, como en señal de adoración. - Como verán -sigue explicando “Chiche”hay una cama grande y una pequeña…Ustedes verán… - No te preocupes “Chiche” -le responde Juan- aquí nos las arreglamos…Gracias por esta atención… El “Chiche” se retira, saludando cortésmente quitándose el sombrero, deseándoles las buenas noches. Ya solos en el cuarto, Juan observa con preocupación la actitud de Irene, la cual se sienta en una de las esquinas de la cama, dándole la espalda. - Bueno…ya basta! -reacciona Juan, alzando la voz- me vas a decir qué carajo es lo que te pasa?... - Que ya estoy cansada -le increpa inmediatamente Irene- cansada de todo esto… Esa búsqueda interminable de mi padre…tu entiendes eso?... He estado a punto de morir… nos hemos topado con espíritus, 86


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brujas, duendes, gigantes…y todo eso para qué?... No hemos logrado nada -continúa Irene, ya casi en sollozo- y sabes qué?...quiero regresar a mi casa…si!... Te ordeno que me llevas a mi casa, allá en La Sierra... Juan oye y contempla con extraña preocupación la postura de Irene. Se debate en mil cosas que decir, pero en el fondo siente la validez de aquella reacción. Pero su orgullo no le permite aceptar aquello y se defiende con el compromiso moral que le hizo a su madre: - Acaso olvidaste la promesa que le hicimos a nuestra madre -le responde Juan, tomándola por los hombros- debemos continuar nuestra búsqueda…Además, soy tu hermano mayor y por lo tanto me debes respeto y obediencia… - Nuca te he irrespetado y siempre te he obedecido -le responde Irene, un tanto alteradapero todo tiene su límite… - Qué me quieres decir? -le pregunta Juan, sorprendido- acaso, pretendes abandonarme?... O es que acaso te enamoraste de ese tal churrusco?... - Mira, cállate! -reacciona Irene- lo que yo haga con mi vida no es problema tuyo… En forma violenta se para de la cama y se 87


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dirige hacia afuera en grotesca actitud. Juan la toma de un brazo y le dice: - A dónde vas?... - A donde me sienta mejor -le responde Irene, zafándose de las manos de Juan- donde no me molestes!… - Irene…Irene! -le grita Juan- regresa…Te lo ordeno!… Estas últimas palabras las dijo Juan en un tono elevado. Parado en la puerta del cuarto mientras observa retirarse a Irene, que sale corriendo hacia el otro lado de la casa. Casi en el acto, la música y el baile se detienen. Un silencio inesperado invade la sala, mientras los presentes observan curiosamente el drama que protagonizan los dos hermanos. Juan al darse cuenta del hecho, saluda avergonzado y se introduce de nuevo en el cuarto. Pensativo no hace sino preocuparse por Irene. En esa búsqueda forzada de su padre, que Juan no está dispuesto a abandonar y que seguramente ya Irene no puede aguantar. Considerando además las cosas venideras por la ruta de Cerro Azul, que no concluye todavía y lo inesperado o sorpresivo que se puede presentar. Juan se debatía en estas reflexiones, siente una compasión por la intimidad familiar que lo une 88


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a su hermana; recuerdos de la infancia que van y vienen, se mira junto a su madre y a su padre, allá en La Sierra. Cae rendido en la cama, en un sueño profundo, tal vez parte de los efectos de las bebidas ardientes que “Chiche” le ofreció durante su permanencia en la sala festiva de su casa. Por su parte, Irene se dirige por los corredores de la casa de “Chiche”, justo donde sostuvo su encuentro con Joaquín. Y de una manera sorpresiva, éste aparece, cual encuentro planificado. - Pensé que ya no venias -le dice Joaquín a Irene- ya me tenías preocupado… - Es que mi hermano…y yo -le dice Irenebueno…Eso no importa!… - Irene -dice Joaquín, casi en un ruego amoroso, tomándola de las manos- desde el primer momento que te vi, algo me decía que eres especial…Sabes, estoy dispuesto a ayudarte en lo que sea…de llevarte a La Sierra como tú quieres… - Un momento -le dice sorprendida Ireney cómo sabes que me quiero regresar a La Sierra?...Acaso Joaquín, tú estabas escuchando la discusión que tuve con mi hermano?... - No lo pude evitar -le responde Joaquíntodos nos dimos cuenta…Y es por eso, que tu 89


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situación me une mas a ti…Oh, por favor Irene, acéptame como tu benefactor…Aprenderás a quererme y te respetaré por siempre… Joaquín le ofrece a Irene un vaso con la bebida que todos tomaban en la fiesta. Por un momento Irene se niega, pero Joaquín insiste, cual persistencia obligada por la ocasión. Ambos celebran en un brindis continuo, mientras se deja oír la música y el baile, que fue retomada desde hace rato. Joaquín, ofreciendo villas y castillas, colocando en las manos de Irene prosperidades y bienes, como parte del convencimiento amoroso. Tras una larga estadía de celebración, Joaquín aprovecha la oportunidad para dar su estocada final: - Qué me dices Irene?...Te vienes conmigo?... Un largo silencio interrumpe aquel encuentro. Irene sabe que en las circunstancias en que se encuentra, cualquier decisión que tome en ausencia de su hermano puede ser fatal. Se deja llevar por la reacción egoísta en el conflicto que tuvo con Juan. Un oscuro pensamiento la invade, quiere sentirse libre, sin la atadura paterna de su hermano. No sabe si es su propio pensamiento o el efecto de aquel 90


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licor. Sea como fuere no vacila en determinar: - Tienes que matar a Juan -le dice Irene, en una forma extraña, como si estuviera poseída por algo- Si!…si quieres que me vaya contigo, tienes que desaparecer a mi hermano… Su actitud cambia, cual maldad reflejada en su rostro. Con el seño fruncido y la mirada a lo lejos, asienta con la cabeza. Parece hipnotizada y con una decisión que no está dispuesta a dar marcha atrás. Por su parte, Joaquín sonríe como satisfecho por lo que acaba de oír. Siente que es parte de sus intenciones, a lo que insiste con Irene el cómo llevar a cabo tal petición maquiavélica: - Pero, cómo hacemos? -le dice Joaquín, en una insistencia maliciosa- no será tan fácil, pues tu hermano es ágil y muy astuto…Además, sus perros guardianes… - Yo me encargaré de los perros! -dice Irene, en un tono de absoluta seguridad- tú sólo te encargaras de retar a Juan… Decidida sale Irene en busca de los perros guardianes, quienes reposan detrás de la casa, dispuestos en una especie de corral, techado con palma y bambú; la noche es espesa 91


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en La Lapentera y el frio comienza a sentirse en sus alrededores. Lleva consigo unas mopas de algodón y se dispone a hacer uso de unas largas cadenas, que guindaban en uno de los extremos del corral. Los perros la sienten llegar y asientan su presencia moviendo amistosamente la cola. Irene en extraña postura y reacción, comienza a taponar los oídos de los perros y colocar sobre sus cuellos las largas cadenas, hasta ver que estaban totalmente maniatados. Amanece un nuevo día en La Lapentera. Juan todavía en el cuarto, entre el malestar de cabeza y el recuerdo de su conflicto con Irene, siente que lo llaman. Mira a su alrededor y se da cuenta que Irene no durmió en el cuarto dispuesto para los dos. Escucha una voz a lo lejos que pronuncia insistentemente su nombre. Al ponerse en sí, se levanta y oye unos gritos que vienen de la calle: - Juan…Juan…salga de ahí carajo, que voy a matarlo!... Juan todavía entre aquella confusión, termina de reaccionar para dirigirse a una de las ventanas del cuarto donde reposaba y se da cuenta que Joaquín lo espera afuera, en la calle, en una actitud violenta, pues portaba un machete en una de sus manos y en la otra un 92


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litro de aguardiente, tal vez de la resaca de la noche anterior. Mientras gritaba, se balanceaba de un lado a otro y su rostro, desfigurado por el estrasnocho, dispuesto a retar a Juan. Juan abandona el cuarto y se dispone a enfrentar a Joaquín. El “Chiche”, se le atraviesa en el pasillo y le dice: - No por favor Juan…regrese a su cuarto… Mi muchacho anda como loco…Eso es que el aguardiente se le subió a la cabeza y no sabe lo que hace… - Dónde está mi hermana? -le pregunta Juan a “Chiche”. - Bueno…dónde va estar pues! -le responde “Chiche”- durmiendo con usted en el cuarto… - Aquí están pasando cosas muy raras! increpa Juan, ya malhumorado- mi hermana no durmió en el cuarto…y esa reacción de Joaquín no hace sino ponerme en duda… - Juan…que salga carajo, que voy a matarlo!... Vuelve a que vienen de preocupado, le el otro lado de

oír Juan los gritos de Joaquín la calle. El “Chiche” siempre insiste a Juan que salga por la casa, que dispone de unos 93


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caballos para que se vaya tranquilo. A lo que Juan reacciona bruscamente: - No soy un cobarde!…Y si su hijo lo que quiere es pelea, pues se la voy a dar… Juan empuja furiosamente a “Chiche”, apartándolo a un lado, el cual no hace sino contemplar casi llorando y asustado la reacción de su hijo. Juan llega a la puerta de la sala, que conduce a la calle. Y el panorama no está nada a su favor. Observa la presencia de un hombre que grita retándolo a un duelo y un tumulto como testigo. Ambos hombres se consiguen de frente, en un desafío que en ninguna otra ocasión se había visto en La Lapentera. Joaquín empuña con más fuerza el machete que tiene en la mano, dándose un último sorbo de licor, arrojando la botella vacía hacia un lado. Juan desarmado, contempla sigilosamente, preparado ante cualquier reacción de Joaquín. Un amanecer que llega, a punto de contemplar una de las peores y horrendas tragedias de La Lapentera. Sólo un murmullo de colectiva preocupación se deja oír entre los presentes, hombres y mujeres, que vienen de una celebración amistosa, 94


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a enfrentarse ahora a un encuentro con la muerte. - Vengo a matarlo!…pues es la única forma que tengo para poder casarme con Irene -dice Joaquín en un tono retador. - Quién te mandó? -le responde Juan- por qué haces esto?... - Irene me dijo que te matara -dice Joaquínpara poder irme con ella…Y ni tú ni nadie lo va a impedir… - Irene no es capaz de tal cosa -responde Juan- es mi hermana y jamás consentirá que me hagan daño alguno… - Bueno Juan -increpa Joaquín- defiéndase, pues ahí voy!… Joaquín se lanza encima de Juan, de manera sorpresiva y violenta, alzando su machete, dispuesto a destruir su humanidad. Lanza una primera estocada, a lo que Juan responde de manera ágil, desquitándose de la afilada hoja de aquella herramienta mortal. Gira varias veces por el suelo, dando volteretas en perfecta habilidad, agachándose en cada manotazo que lanzaba Joaquín. Los testigos de aquel encuentro, gritan despavoridos, carrereando de un lado a otro, abriéndose paso ante los movimientos de 95


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aquellos dos seres. Joaquín a pesar de su estado etílico, no pierde su agilidad con el machete, manejándolo hábilmente con sus dos manos. Cosa que complica la defensa de Juan, que aún cuando viene controlando la situación, no está del todo a salvo. De manera sorpresiva, de la multitud salta otra arma filosa, la cual Joaquín toma con rapidez. Juan un tanto contrariado, observa como Joaquín en uno de sus movimientos, se pasa las armas de una mano a otra, en una agilidad impresionante, cual experto acostumbrado maestralmente en esa hazaña mortal. Juan tropieza y siente que ese error fatal casi le cuesta la vida, pues inesperadamente es alcanzado por el filo de una de aquellas armas, a su vez que mira cómo comienza a sangrarle uno de sus brazos, en un giro que hizo inesperadamente. Juan tratando de mediar la situación le dice a Joaquín que considere tal reacción: - Espera Joaquín -le dice Juan- estás ebrio…y no estoy dispuesto a derramar más sangre…Hablemos, pues no me gustaría hacerte daño alguno… Pero Joaquín no está dispuesto a oír las demandas de Juan. Y se lanza nuevamente 96


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encima de éste. Juan ya impaciente, en virtud de lo que había visto, no le queda otra cosa que recurrir a sus perros guardianes, invocándolos inmediatamente: - Onza…Tigre…León!... Sin embargo, Joaquín estaba preparado para esto, en virtud de lo que ya Irene había hecho con los perros. Ríe a carcajadas, sintiéndose victorioso ante el llamado sin respuesta que hacia Juan con los perros. - Onza…Tigre…León!... Grita Juan con más fuerza. Pero sus guardianes no se presentan. Por su mente pasan muchas imágenes y recuerdos, sobre todo lo dicho por el Espíritu de La Cruz Pascualera, a través de la cual consiguió sus guardianes como recompensa: aun cuando la maldad acecha, no pierdas la bondad de tu corazón… Esto lo anima y lanza otro grito de llamado, esta vez con más fuerza y con el ánimo de un guerrero: - Onza…Tigre…León!... El perro León oye el llamado a lo lejos; sacude su cabeza y desprende los tapones de algodón de sus oídos. Lo mismo hace con los otros perros, quienes inmediatamente se incorporan ante el llamado de Juan. Con una 97


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fuerza descomunal, revientan las cadenas que los ataban y se dirigen velozmente ante su presencia. Al llegar, los perros se inclinan delante de su amo, que yace herido en el suelo. Juan, sin consideración alguna: - Onza, Tigre y León…Hagan su repartición!... Los perros guardianes como interpretando la petición de Juan, se lanzan vorazmente sobre Joaquín y éste tratando de defenderse cae ante un primer zarpazo que le diera el perro Tigre. Joaquín cae en el suelo, sangrando su pecho herido, inmovilizada sus extremidades por la fuerza de las patas de los tres perros guardianes. Justo cuando se disponen a devorarlo, sale el “Chiche” gritando, sosteniendo a Irene entre sus brazos: - Basta!…ya está bueno -comienza a gritar- aquí está Irene…la conseguí desmayada en el patio de la casa…Por favor Juan, no mates a mi hijo…Por favor te lo suplico por San Pedro y San Pablo, por San Juan de Los Chichones y todos los espíritu de la montaña…Deje que viva mi muchacho!… Juan siente compasión ante aquel ruego de “Chiche”, el cual arrodillado en el suelo, con Irene entre sus brazos, llora sin contemplación. 98


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Aquella imagen le hace recordar a su padre y se siente identificado con aquel ruego paternal de alguien que reclama la vida de sus hijos. Da una orden y los perros regresan a su lado, dejando en paz a Joaquín, que moribundo se encuentra desmayado en el suelo. Ante la aparente tranquilidad, los curiosos se aproximan a auxiliar a Joaquín, atendiendo a los ruegos de “Chiche”. Otros ayudan a Irene, quien es trasladada inmediatamente al dormitorio dispuesto para ella. Por su parte, nadie se acerca a Juan, quien aprieta con su mano la herida que tiene en el brazo. Sus perros alrededor de él, gruñen en desafiante cautela ante cualquier eventualidad violenta de la multitud. - Ya, tranquilos -le dice a sus perros, para tratar de calmarlos- ya paso todo!… Juan incorpora a sus perros en aquel viejo corral, no sin antes agradecerles por su lealtad y apoyo. Es conducido luego al cuarto donde se encuentra Irene, la cual duerme profundamente. Juan es atendido por los vecinos de La Lapentera, los cuales curan su herida. Mientras que Joaquín es asistido por un grupo de curanderos, quienes rezan alrededor de él. 99


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Juan sorprendido le pregunta a “Chiche” sobre lo ocurrido con Joaquín y éste respondiendo un poco asustado le dice: - Algo raro pasó con Joaquín…al parecer se le metió un espíritu maligno…no era él…yo conozco a mi muchacho…y le aseguro que no era él!… Juan pensativo, recuerda lo que le dijo la aparición de La Cruz Pascualera: la maldad acecha… El “Chiche” un tanto avergonzado, se acerca a Juan, pidiéndole disculpas y agradeciendo el respeto a la vida de su hijo: - No sé cómo agradecerle esto -le dice “Chiche” a Juan- mi hijo se vio envuelto en un extraño deseo de matar…cosa que nunca había pasado con él…Eres bondadoso, oh señor…y en recompensa por tu bondad, te quiero obsequiar esto… El “Chiche” le entrega a Juan un bojotico de tela vieja. Éste al destaparlo descubre que es una especie de rosario, con un grueso crucifijo de madera. - Es un viejo escapulario que usaba mi mujer -le dice “Chiche” a Juan- que descanse en la sana paz…Lo usaba y que para espantar las mavitas y malos espíritus…Lo que vi hoy, 100


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no sé cómo explicarlo…Cuando fui a buscar a Irene, iba detrás de un extraño remolino…y ella casi corriendo con los brazos abiertos, como hipnotizada…yo lancé este escapulario y el remolino desapareció en lo inmediato…A veces Juan, hay que creer…yo le digo, hay que creer… Juan queda pensativo, sin responder nada. Sólo miraba el rostro preocupado de “Chiche” cuando siente que éste colgaba sobre su cuello el viejo escapulario al que hacía mención. Observa que un grupo de curiosos entran y salen de la casa. Unos hacían gestos de extraña preocupación, otros salían haciéndose la cruz, persignándose. Mira salir al grupo de rezanderos, quienes desde la puerta de la casa de “Chiche”, hacen señas para que entren. Juan y el “Chiche” se miran sorpresivamente. Entran rápidamente a la casa y se dirigen donde están Irene y Joaquín, quienes ya recuperados, se sientan en medio de la sala. Al entrar Juan, se le acerca Joaquín y delante de todos, de manera inesperada y asombrosa se arrodilla y le dice en sollozo: - Oh Juan!…con toda esta gente de testigo, quiero pedirle perdón…Todavía sigo sin entender qué paso…pero ya no me importa… 101


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quiero agradecerle por su bondad…me dejé llevar por algo que no puedo explicar…sólo quiero su consideración para que me deje estar con Irene, demostrarle mi amor y mi respeto… Irene se coloca de pie y tomando la mano de Joaquín se acerca a éste, cual gesto amoroso que ya no sorprende a todos. Juan no hace sino contemplar la situación. Todos observan esperando una respuesta inmediata. Pero ante su silencio, la expectativa decrece y el ánimo recae. Juan da la espalda por un momento, como tratando de salir de la casa. Observa a lo lejos la ruta que debe seguir por el camino real de Cerro Azul y que ya seguramente Irene no estaría en condiciones de continuar. Después de un largo silencio, hace un giro, inesperado por todos y afirma casi con autoridad: - Está bien…Tienen mi consentimiento y bendición!... El “Chiche” cae de rodillas, levantando los brazos y dando gracias. Todos aplauden, abrazando a Joaquín y a Irene, en un esbozo colectivo de agradable actitud. - Pero eso sí –continúa Juan- deberás protegerla y cuidarla…quererla por siempre jamás!… 102


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Irene y Joaquín se abrazan, en una unión amorosa y juvenil. Joaquín promete desposar a Irene y llevarla de nuevo a La Sierra, al encuentro con su madre. Pero esa es otra historia.

IV La Historia de Buría y el Oráculo Juan continúa su aventura, esta vez sólo con sus perros guardianes. Se dirige en la ruta de Cerro Azul, por el camino real. Piensa en su hermana Irene y lo que le espera ahora en su nueva relación con Joaquín, el hijo de “Chiche”, que acaba de dejar en La Lapentera. El recuerdo de su padre sigue latente y lo anima el hecho de no sentirse tan solo, pues lo anima la ayuda de sus perros guardianes. En una parada que hiciera para descansar, oye el tropel de un arreo de burros y el grito de un hombre marcando el camino de sus bestias. Juan se levanta y atravesándose en medio saluda amistosamente: - Saludos buen hombre!… - Soo!...burros…soo!...-dice aquel arriero, como dando una orden para detener la marcha 103


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de sus animales. - Disculpe que lo detenga buen hombre le dice Juan- no se asuste!…Soy Juan, el hijo de Rafael Méndez Silva, de La Sierra… - Cómo está usted compa! -le responde el arriero, un tanto sorprendido por tan extraña aparición de Juan. - Mucho gusto -le dice el arriero- me llamo Carlos Obispo…y voy por aquí mismo, para La Lapentera…a llevar mercancía…y si me da el tiempo de allí mismo bajo para La Sierra. El arriero, típico campesino de la zona. De sombrero y alpargatas, con pantalones remangados hasta los muslos y camisa desabotonada, dejando su pecho al descubierto. Lleva consigo siete burros de carga, con suficiente productos para la venta, amarrados en aperos de perfecta atadura, que jadeando por el cansancio, aprovechan el descanso para arrancar un poco de pasto que ven en el camino. El sol ya cayendo, en un atardecer fresco de Cerro Azul. Juan invita al arriero a compartir un poco de su avío, un porsiacaso que traía de La Lapentera. - Bueno, es verdad -le dice el arriero a Juande todas maneras, la noche está por llegar… 104


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Ya sentados en una improvisada fogata, que solo alumbraba los rostros de aquellas dos personas, en esa oscura y fría noche de Cerro Azul. Juan siempre a la expectativa de las cosas, comienza a indagar con el arriero: -Mire…y de dónde viene por ahí? -le dice- y a esta hora usted metido en estas montañas?… - Yo soy comerciante -le responde el arriero- y vengo de la Casa de San Francisco… - La Casa de San Francisco? -pregunta muy extrañado Juan, pues no había oído hablar de un lugar así. - Hay que cruzar todo el camino real de Cerro Azul -le dice el arriero- por la vía que conduce a La Venezolana…allí mismito, en lo alto de La Raya. Es una comarca muy grande, de gente muy laboriosa…Ah y por cierto, está gobernada por un comisario… - Dicen que tiene unas hijas -continúa su relato el viejo arriero- que al parecer algo o alguien se las está matando una por una…El pobre comisario no hace sino llorar y sufrir, pues siente una pena muy grande…No le vale tanta riqueza al saber que no puede hacer nada por ellas…Ha ofrecido enormes recompensas para tratar de eliminar todo maleficio, pero al parecer nada ni nadie ha podido destruirlo... 105


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- Pero, qué maleficio es ese? -pregunta extrañado Juan. - La verdad es que eso lo tienen como un secreto -responde el arriero- hay todo un misterio en todo eso…Al parecer cada cierto tiempo va desapareciendo una de estas doncellas y lo que se oye luego es el lamento y el lloriqueo tormentoso en todo el caserío… La brisa sopla de repente y un fuerte viento se consume en la llama de la leña seca que tienen como fogata. Ambos se miran como si un extraño presagio se manifestara. Un largo silencio invade aquel encuentro. Juan observa a su alrededor, sus perros descansan tranquilamente y el viejo arriero en perfecta cautela, observa y cuenta sus burros. Parte de la mercancía reposa en el suelo, protegidas por un lienzo de plástico que tiene como cubierta para el frio y el rocío nocturno. - Mire Juan -le dice el arriero- hay que estar muy alerta por estos caminos de Cerro Azul… uno nunca sabe que se le pueda presentar… yo por eso siempre ando preparado…Si es alguien de carne y hueso, aquí tengo mi peinilla “amolaíta”, que se la recuesto en el lomo a cualquier asomado que me quiera joder…Y si es algo que no conozco, un escupitazo de chimo 106


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que nunca me falta, me hago la cruz, invoco a San Juan de Los Chichones y sigo adelante… Juan ríe ante la extravagancia y simpatía de aquellas palabras. Insiste en la búsqueda de su padre, pidiendo información al arriero sobre su paradero o si alguna vez supo de él. El arriero siempre con su visión honesta, niega y desconoce esa posibilidad; sin embargo, le asoma una mínima esperanza al comentarle sobre un viejo oráculo que existe en la entrada de San Francisco. - Un viejo oráculo? -pregunta Juan extrañado. - En la entrada de San Francisco, antes de llegar a esa comarca -le dice el arriero- hay como un santuario…Es un viejo templo, ya casi en ruinas…que al parecer te dice si puedes entrar o no, si vas en buenas o malas intenciones…o en todo caso, lo que te pueda pasar para bien o para mal… Juan observa extrañado al arriero, confía en lo que le está diciendo, pues su rostro le manifiesta seguridad. - Está bajo el cuidado de una vieja rezandera -continua el arriero- dicen que es la curandera del comisario…Además, es sabia y todo lo adivina…El comisario la tiene como presa en ese sitio, al perecer como castigo por 107


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una petición que no pudo cumplir…Así que vive sola, como un ermitaño pues!… Juan sigue asombrado ante aquellas palabras del arriero. Pensativo no hace sino observar sus movimientos al levantarse alistando los aperos de los burros y arreglando un poco la mercancía que trae. La noche avanza y el frio arrecia. Se dispone a ordenar la fogata y atizar con leños la candela. Juan observa con cautela. Mira que el arriero extrae de un viejo saco un abrigo de gruesa lana y una especie de lona para dormir que la coloca muy cerca del fuego. - Y usted Juan -pregunta el arriero- dónde va a dormir?...acomódese pues!... - Siempre duermo entre el calor que me dan mis perros guardianes -le responde Juanpero esta vez lo acompaño con la fogata… - Y dígame Juan -le pregunta el arriero- y usted qué hace?...De dónde es que viene?... - Esa es una historia muy larga -le responde Juan- prefiero más bien contarle hacia dónde voy y qué quiero hacer… - Dele pues -exclama el arriero- mientras no nos aturde el sueño…Además, échese un trago!... El viejo arriero le pasa a Juan una botella, sin etiqueta. Al perecer algún preparado 108


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ardiente, típico de esa zona. - Es canelita con guaco -le dice- nos ayudará a espantar un poco este frio, que ya me llega hasta los huesos… Juan comienza a narrar, mientras el arriero se arropa acomodándose con el abrigo que lleva puesto. Le comenta sobre la búsqueda de su padre y por todas las hazañas por las que ha pasado en compañía de sus perros guardianes. Hace hincapié en su estadía en La Lapentera, pues es allí donde se dirige el arriero a vender sus mercancías. Así pasan un largo rato conversando, hasta que el sueño los vence y el frio los entumece. Al amanecer Juan se levanta un poco exaltado. Carlos Obispo, el viejo arriero ya despierto desde hace rato, disponiendo a sus burros en perfecta fila, amarrando sus aperos y terminando de montar su mercancía. Apenas comienza a aclarar, con el sol naciente de un nuevo día en Cerro Azul. - Muy buen día -le dice el arriero a Juanyo estoy casi listo para seguir mi marcha a La Lapentera…Tómese un sorbito de café que preparé…Aproveche que todavía está calientico… - Gracias señor Carlos -le responde Juan- y muy buen día…Yo también voy a continuar mi marcha… 109


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- Recuerde lo que le dije -continua el arriero- allí mismito al llegar a La Raya, doblando a La Venezolana…allí se va a encontrar con San Francisco… Ah, por cierto ahí le preparé un bojotico con enseres y algo de comida… - Muchas gracias -responde Juan- fue muy oportuna su compañía y sabios consejos… - De nada mijo -le contesta el arriero, mientras sube a uno de sus burros campanero, marcando la pauta para retomar su marcha. - Ah y recuerde -le dice el arriero- tiene que pasar por el oráculo antes de llegar a San Francisco…Que dios lo bendiga mijo!…y me saluda a su padre cuando lo consiga… Aquellas palabras emocionaron a Juan. Saluda y despide al viejo arriero, mirándolo mientras continúa su camino. Al lado sus perros guardianes. Se siente entusiasmado ante la posibilidad que le acaban de dar si encuentra a su padre. Mientras camina recuerda cada palabra dicha por el arriero aligerando el paso en un camino inclinado por la ruta real de Cerro Azul. Ya casi al mediodía subiendo una pequeña loma, muy cerca de La Raya, Juan observa como se le va apareciendo poco a poco una especie de arco en ruinas y de aspecto tenebroso, cubierto 110


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con abundante vegetación. Entre el cansancio y el jadeo se detiene para observar aquella reliquia colonial. Un portón principal con dos caras de enormes rejas de hierro, abiertas permanentemente. Y en cada lado de la puerta dos figuras monolíticas en forma de serpientes, que se destacan por sus enormes cabezas y grandes colmillos, cuyos ojos de piedra tallada parecieran estar mirando en perfecta malicia y picardía. Los perros guardianes gruñen ante aquello que ven. Juan siempre cauteloso los tranquiliza, pero está más atento que nunca ante la alerta de sus perros. Siente como si algo o alguien los mira y recuerda las palabras del espíritu de La Cruz Pascualera: la maldad acecha. Un escalofrío que le sube en todo el cuerpo lo descontrola, así que camina poco a poco, mirando sigilosamente a su alrededor, apoyándose en el cuello de sus perros guardianes. Va pasando por la enorme puerta y siente que una fuerte brisa golpea su cara. Al observar hacia arriba, entre la espesa vegetación, oye el ruido entre los árboles, de fuertes aleteos de enormes pavas de monte de color negro; algunas salen revoleteando y otras pretenden atacarlo, arrojándose sobre éste. Juan tiene que agacharse en perfecto reflejo cada vez que estas aves se tiran sobre él, lanzando picotazos 111


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en vuelo rasante sobre su cabeza. Recuerda el viejo escapulario de “Chiche” que llevaba sobre su cuello, lo toma y aprieta el crucifijo de madera, previendo tal vez cualquier malicia, esperanzado en una consagrada protección. Sigue avanzando hasta llegar a una vieja casa de barro y adobe, con enredaderas sobre sus paredes. Juan preocupado, siempre en sigilosa gallardía mira a su alrededor y no deja de oír ruidos de diferentes tonos. Le parecía oír rugidos, aullidos, cacareos, relinchos y susurros. Lo curioso es que Juan los sentía, pero no los veía. Alrededor de la casa algunos árboles frutales le daban colorido cuasi hogareño a aquel lugar en ruinas. Un humo blanquecino salía del techo y es cuando Juan se da cuenta que la casa está habitada. Se sigue acercando poco a poco, mirando a todos lados. Busca asomarse sobre la puerta principal que ha permanecido abierta y sorpresivamente oye una voz desde adentro que lo llama: - Adelante Juan…Pase, que lo estaba esperando… Juan detiene su marcha en seco, sorprendido y perplejo no deja de extrañarse ante aquella voz que lo llama, en un tono bajo y quebradizo. Comienza a preguntarse qué lo está llamando, si alguna persona o algún espíritu 112


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de la montaña. Recuerda las palabras del viejo arriero sobre la curandera del comisario y eso lo anima a preguntar: - Buenas…quien está por aquí?...puedo pasar?... - Si…adelante!… Vuelve a oír que lo llaman. Se asoma un poco más a la puerta de la casa. En su entrada una amplia sala con sillones de madera, de aspecto lúgubre y misterioso. Avanza poco a poco, temeroso como quien entra en una cueva oscura y fría. Comienza a mirar a todos lados, observando diferentes utensilios que reposaban sobre largos mesones, dando aquello un aspecto de antiguo laboratorio. Sobre el techo, los laterales y rincones de la casa, amplios soportes donde reposan estas pavas negras, un poco calmadas y con menos alaridos, pero observando los movimientos de Juan. Sigue avanzando con pasos cortos, entre el chirrío del piso de madera y sus perros alrededor, precavidos ante cualquier situación inesperada. Oye como si algo se cocinara, el sonido típico de agua hirviendo y burbujeante y la espalda amplia de una mujer anciana que no deja de dar vueltas a una enorme paleta de madera sobre un caldero negro y oscuro 113


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por el hollín. Con un vestido largo y colorido, sus cabellos un tanto despeinados que casi le llegaban a la cintura. No deja de masajear aquella cocción y aun sin dar la cara le habla a Juan: - Te he estado esperando desde hace tiempo…Necesito saber si eres el elegido!… Mientras decía estas palabras, aquella anciana murmuraba, como preguntándose y respondiéndose al mismo tiempo. Lo hacía en voz baja, rascándose la cabeza. De vez en cuando agregaba brebajes y preparados a aquella cocedura, que agarraba de un estante que tenía muy cerca. Frascos de todos los tamaños y colores, con contenidos seguramente desconocidos para Juan. - Me llamo Juan -se atrevió a decir- hijo de Rafael Méndez Silva, de La Sierra…y lo ando buscando, pues se ha perdido en estas montañas de Cerro Azul…Y usted quién es?... La anciana levanta la mano, como ordenando que Juan callara. Aun de espalda sigue en su extraña tarea, de vez en cuando da dos pasos y toma algún frasco y agrega su contenido al caldero. Pensativa se lleva la mano a la quijada y de repente da un alarido, saltando a buscar otro brebaje, recordando seguramente su ubicación. Hasta que por 114


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fin logra su objetivo y se atreve a exclamar: - Lista!… La poción está lista… En ese instante voltea y al colocarse de frente a Juan, éste no sale del asombro al ver aquel rostro blanquecino, un tanto arrugado por la vejez, pero con una tonalidad facial bien conservada. Una figura bien parecida y de agradable atracción. Juan esperaba tal vez lo horripilante de un ser ermitaño, sucio y extravagante. Sorprendido aún, siente compasión, pues recuerda el rostro de su madre. Sin mediar palabras, aquella anciana toma por el brazo a Juan y casi corriendo lo dirige a una puerta ubicada cerca de un rincón de la casa. Al abrirla, se consiguen con un paraje oscuro con largas escaleras, parecido a un viejo sótano. - Ven -le dice la anciana- acompáñame al oráculo!… Juan se deja llevar. Ordena a sus perros que estén alertas. Viejas antorchas alumbran aquel pasillo, lleno de polvo y hollín. Una travesía larga por un viejo túnel, frio y melancólico. Llegan al final y hay una especie de escultura con dos caras. La anciana, siempre impaciente le dice a Juan: - Dime…qué ves?... Juan observa cautelosamente. Extrañado por aquellas figuras. Una de ellas semejante a 115


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un rostro diabólico, de desagradable apariencia, con ojos saltones y dientes afilados que sobresalían de la boca. El otro rostro, un poco más claro, de delicada contextura, maquillado sus ojos y labios en perfecta belleza. Juan mira curiosamente, pero no se atreve a decir nada. La anciana angustiada, colocándose detrás de Juan, casi susurrándole al oído, le dice: - Tu destino depende de cuál de los rostros te hable y sólo te lo dirán a ti…Sólo tu podrás verlo!…Así que dime, qué ves?... Juan se acerca un poco más y siente una extraña sensación. La anciana queda detrás, sonriente y a la expectativa. Juan comienza a observar que aquellos rostros se mueven, cual ilusión óptica, las figuras zigzaguean hasta dar la forma de una perfecta cara. El primer rostro en abrir los ojos, es el espantoso y aterrador. Pretende decir algo, pero Juan no le entiende. Se da cuenta que se deforma y vuelve a normalizarse. En ese momento el otro rostro, el de apariencia más bella y agradable, abre sus ojos. Juan observa que este rostro se impone sobre el otro, lo ve crecer un poco mas y su belleza refleja frescura y emoción. Oye que le dice: - La maldad acecha…Tú estás llamado a 116


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destruirla…Fuiste escogido para eso!… Juan oye atentamente. Aquella voz profunda retumba en sus oídos. Observa que el otro rostro quiere resaltar entre su horripilación e insistente extravagancia, pero la figura de perfecta belleza, crece y lo arropa, diciéndole a Juan: - Vivirás por muchos años todavía…La bondad de tu corazón destruirá toda maldad circunda…Eres el único en destrozar a la bestia…Usa la espada sagrada y tus espíritus guardianes… Aquellas palabras retumbaron como una orden para Juan. Sorprendido todavía mira a su alrededor y siente que todo está en calma, como si despertara de una extraña pesadilla. Observa que los dos rostros vuelven a su estado normal. La anciana permanece con él todavía, que impaciente no sale de su curiosidad: - Y?…qué te dijo el oráculo?... - Acaso no oyó todo lo que me dijo? pregunta Juan sorprendido. - Claro que no! -le responde la ancianate he dicho que sólo aquel que mira de cerca al oráculo, éste se le manifestará y le dirá lo qué tiene o debe hacer…O es que acaso no pudiste 117


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oír nada?... - Si -responde Juan, todavía confundidome dijo que hay una maldad bestial que acecha… y que sólo yo puedo destruirla…Además que voy a vivir mucho tiempo todavía…No es mi hora para morir… - Si…si…si, lo sabia- salta de emoción la anciana- no me equivoqué…Eres el elegido!… Diciendo esto, se inclina delante de Juan y muy sonriente, en señal de respeto le dice: - Me llamo Buría…antigua curandera del comisario Ignacio, amo y señor de San Francisco… y eres bienvenido oh señor a mi humilde morada… Ambos salen del antiguo sótano, regresando a uno de los salones principales dispuesto como laboratorio de la anciana curandera. Ésta de manera muy activa, comienza a organizar viejos libros, enseres y frascos extraños que posan sobre un mesón. Rápida y ligera, le ofrece una silla a Juan y se dispone a iniciar una larga conversación. Lo mira y ríe como en señal de satisfacción: - Te he estado esperando desde hace tiempo -le dice- algo terrible está pasando en San Francisco… - Y cómo es que sabe de mi? -pregunta 118


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Juan sorprendido- si nunca antes la había visto?... - Te equivocas -le responde la ancianaven y asómate… La anciana dirige a Juan hacia donde se encuentra el viejo caldero, que constantemente no deja de burbujear. Y en un sorprendente ritual, pasa sus dos manos por encima, a ras de aquel preparado. Para sorpresa de Juan, comienzan a aparecer unas imágenes, que aun borrosas muestran reflejos que hechos y cosas que ya han pasado, pues la anciana comienza a explicar cada situación, dónde y cuándo ocurrió. - Es mi viejo catalejo -le dice la ancianaen él puedo ver lo que ocurre y quiénes me espían o visitan…He visto tus hazañas…y sé de tus buenas intenciones…y creo según lo dicho por el oráculo y lo que me dicen mis brebajes que sólo tú puedes resolverlo… - Pero, qué tengo que resolver? pregunta Juan extrañado- y por qué yo?... Qué tengo que ver con todo esto?... - Hay una maldición en San Francisco se dispone a relatar la anciana- desde hace mucho tiempo, una bestia hace estragos allí, consumiendo todo lo que consigue a su paso, acabando con cosechas, animales, hombres, mujeres y niños…De una forma salvaje y 119


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sangrienta, destruye todo con sus enormes y afilados dientes…Con su solo aliento adormece a la gente y los consume sin piedad… Juan un tanto sorprendido oye aquel relato misterioso, pero preocupado a la vez por ese ser infernal. En una pausa que hiciera la anciana, para ocultar de nuevo el brebaje del caldero, le pregunta: - Pero…esa bestia, de dónde salió?...Dónde se oculta?...Por qué no la han destruido?... - Se dice que es un hechizo que cayó en esa comarca -le contesta la anciana- en una disputa por gobernar San Francisco…El comisario Ignacio, triunfante tomó posesión de todas estas tierras y construyó su enorme casona…Se casó y le nacieron siete hijas, siete hermosas princesas…y todo estaba bien…Al parecer hizo pacto con un espíritu maligno de la montaña a cambio de bienestar y prosperidad…y al querer zafarse de aquel maleficio, una maldición cayó sobre él y sus hijas… La anciana camina hacia el otro lado de la sala y continúa su relato. - Una enorme serpiente de siete cabezas descansa en una laguna encantada que se encuentra ubicada en algún lugar San Francisco…Se dice que cada cabeza de esa 120


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bestia corresponde al sacrifico de cada una de sus hijas como pago al espíritu… Juan se sorprende al ver que aquella anciana comienza a llorar, en sollozo oculta su rostro disimuladamente con sus manos. Pero éste siempre precavido se da cuenta y le interrumpe: - Pero…qué le sucede? -le pregunta Juanestá usted llorando?... La anciana sale caminando cabizbaja al otro lado de la habitación. Abre un enorme ventanal y mirando el sol que ya se oculta rompe a llorar tristemente. Juan un tanto contrariado trata de consolar el dolor que no entiende de aquella anciana. Ésta en una fuerte reacción sale y comienza a buscar entre un viejo ataúd, sacando violentamente piezas de ropas y enseres, hasta que consigue un cofrecito que con mucha alegría muestra a Juan. En una expectativa de mucha curiosidad Juan observa cuando la anciana comienza abrirlo con sumo cuidado y lentitud. Saca de su interior unas hermosas prendas, muy brillantes, una especie de dijes para recién nacidos. Al contarlas Juan se da cuenta que suman casualmente siete. Y no sale de su sorpresa al dirigir su mirada a la vieja anciana y preguntarle: - Y esto?...qué significa?... 121


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La anciana se siente acorralada ante la curiosidad de Juan. Se debate entre una verdad oculta que no quiere revelar. Miles de imágenes se pasean por su mente, recuerdos que van y vienen, como ilusiones tormentosas que no dejan en paz su conciencia. Camina de un lado a otro, llevándose sus manos a la cabeza, en un desespero incontrolado. Juan un tanto ya preocupado y nervioso le pide que se tranquilice. Empiezan a oírse aquellos extraños ruidos de rugidos, cantos y cacareos de las pavas negras, que revoletean despavoridas, como previendo algo malo por suceder. Los perros guardianes que reposaban fuera de la casa, comienzan a emitir unos aullidos horrorizados y escalofriantes. Hasta que la anciana en una reacción incontrolada, grita y da una orden para que todos callen: - Basta ya!…Cállense todos… Cae de rodillas, con sus manos tapando su rostro. De una forma casi mágica, un silencio invade aquel lugar. Solo el sonido del viento y el frio de la tarde que se comienzan a sentir. Juan oye el llanto lastimoso de la anciana y ante una alerta de algo inesperado por suceder, ésta comienza a relatar: - Mis hijas…si, las siete princesas son mis 122


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hijas…El comisario Ignacio es mi prometido y fuimos felices hasta que la maldición acabó con nuestras vidas…El recuerdo de mis niñas han hecho que me mantenga viva…Sólo me queda una, al morir ella, tengo que morir yo también… - Pero…cómo es posible -pregunta Juan sorprendido- y qué hace usted aquí entonces?... La anciana se levanta y se reanima velozmente. Tomando a Juan por los hombros, le dice: - Es una historia muy larga…que estoy dispuesta a contártela…Pues he visto la bondad en tu corazón…y todo coincide…el oráculo, mis brebajes, mis custodios espirituales…sin duda eres el elegido!… Y ante la sorpresa de Juan, comienza la anciana a narrarle su historia. Su relación con el comisario Ignacio y la muy trágica maldición que cayó sobre San Francisco. - Fue hace mucho tiempo -comienza la anciana su relato- la comarca de San Francisco era siempre vista como el centro provincial de Cerro Azul…Sus enormes cafetales y grandes producciones agrícolas, hacían de ella un lugar para el encuentro de viajeros y habitantes de otros caseríos…Se hacían ferias y competencias…y el 123


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ganador siempre se llevaba el mejor premio… que generalmente era un maute o un enorme cerdo, de esos bien criados…Además de ser bien visto por las mozas de la época, que en encanto animado acompañaban a aquel triunfador, que se ganaba el respeto de todos… La anciana hace una pausa mientras Juan confortado con la historia se ubica en un asiento cómodo de la sala. - Y precisamente uno de esos triunfadores -continúa la anciana- era Ignacio…Don José Ignacio Landaeta…hoy el gran comisario Ignacio…Hombre de recia estirpe y de modesta vestimenta…Era muy veloz en su caballo y no había prenda que no la invistiera…Su fama de buen jinete y de tenaz luchador, le hizo ganarse el respeto de todos…Y premio tras premio, fue conquistando tierras, ganado y producción que se disputaba con otros hombres de muy parecido talento…Pero Ignacio era el destacado…nada lo interrumpía…las hazañas mas aguerridas y atrevidas no lo detenían… - Un buen día Juan -le dice la anciana, sonriente- lo recuerdo como si fuera ayer…fue a mi casa, a pedir mi mano a mis taitas…Y se imaginará aquel alboroto, pues muchas jóvenes del pueblo ostentaban tal petición…y al final fui 124


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yo la escogida…Un matrimonio a todo dar… apareció gente de todos lados, con grandes obsequios y hermosos presentes…Ignacio se ganó el respeto de todos…No podía pasar nada que no llevara los consejos o sabias acciones de Ignacio…Su fama y su honor fue creciendo entre la humildad que nos caracterizaba…Y mientras vivíamos aquel encuentro amoroso, nacen nuestras primeras trillizas Junelia, Junay y Junias… - Todo iba bien -prosigue la anciana- hasta que una vez Ignacio se dejó llevar por la ambición de otros que quisieron competir con él a cambio de mejores tierras, mejor ganado, mejores casas…La ambición Juan, es mala compañía… Buscó a otros hombres, amigos y allegados a él y se dirigió a las montañas de Cerro Azul, cerca de agua fría… Y precisamente allí invocó a unos malignos espíritus ofreciendo su familia a cambio de riqueza y prosperidad… Al poco tiempo, Ignacio se convirtió en el apoderado de todo San Francisco, construyó una enorme casona, que casi perece un castillo…Y nos nacen de nuevo otras trillizas, Juliana, Julissa y Julinka…Las primeras trillizas apenas tenían dos años…Ignacio trató de no cumplir aquella promesa que hizo al espíritu y de repente una 125


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extraña humareda cayó sobre la comarca… aquello parecía una peste maldita…Los animales comenzaron a morir, caían en bandadas…y las cosechas comenzaron a secarse…No conforme con eso, aparece en San Francisco, una enorme laguna, extraña y misteriosa… Dicen que quien la busca no la consigue y de repente se le aparece al más inocente…Los que la han encontrado, salen despavoridos, pues aun cuando aparenta ser una agua cristalina y de hermosa apariencia, dentro de ella reposa la bestia mas horripilante y monstruosa que se haya visto jamás…Es parte de la maldición que allí cayó, pues esta serpiente enorme, de siete cabezas, no hace sino devorar a cada una de mis hijas, seis de las cuales han tenido que pagar aquel horrible pacto diabólico… La anciana hace una pausa. Juan siempre alerta y atento ante aquello que estaba oyendo, se atrevió a preguntar: - Y su séptima hija?...Pues entiendo que cada cabeza de la serpiente, corresponde a la muerte de cada hija suya… - Exacto Juan…exacto! -afirma la anciana insistentemente- sólo me queda mi hija Judistan, que habrá cumplido apenas sus diecisiete años…Al saber que es la última que habrá de 126


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consumir la bestia, me imagino el sufrimiento de Ignacio por querer destruir esa condena… - Pero, hay algo que no entiendo pregunta Juan sorprendido- usted que tiene que ver en todo esto?...Por qué está aquí?... - Es parte de la maldición -responde la anciana- cuando dieron por desaparecida nuestra primera hija, fuimos en campaña a buscarla…Ignacio dispuso de sus mejores hombres, pero sólo nos encontramos con una enorme bestia, que se aparecía de la nada en medio de una laguna…el ropaje de nuestra hija flotaba en el agua…Nos dispusimos atacar a la bestia, entre rezos, decimas y oraciones para tratar de espantarla…pero toda era inútil…En mi desespero, recuerdo que salté sobre ella, apoyada en una espada que portaban unos viejos curanderos peregrinos…Recuerdo que le asesté un golpe en su rostro, cerca de su mandíbula…pero su fuerza infernal era tan enorme que de un coletazo me lanzo lejos, que al despertar ya me encontraba postrada en una cama…Al morir nuestra primera hija, me dio una calentura que todavía no se me quita…Y cada vez que me encontraba con Ignacio o abrazaba a mis hijas, no salía de un dolor de cabeza, mareos y vómitos, que casi me volvían loca… 127


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Entendí que tenía que dejarlos, por el bien de ellos y mío…Así que desde hace muchos años vivo sola en este lugar, pagando una condena que se vuelve eterna hasta que muera…Me dedique a la magia y la hechicería, aprendiendo e inventando brebajes, pues me apoyo en los espíritus de la montaña y en las bondades de la naturaleza…Así he intentado inventar o descubrir algo que pueda romper ese hechizo y regresar como la señora del comisario Ignacio y solicitar el perdón a nuestra querida hija… - Pero…intento tras intento -prosigue narrando la anciana- no he podido lograr nada…Ah, pero sólo tú Juan…Si, sólo tú puedes romper ese maleficio… De nuevo sale corriendo hacia la otra habitación y trae de vuelta un objeto largo envuelto en un trapo viejo, amarrado en perfecto tejido. Se lo coloca a Juan en sus manos y le dice: - Con esto destruirás a la serpiente de siete cabezas… Juan, ante la curiosidad que lo embarga, comienza a destapar aquel envoltorio. Tejido tras tejido, fue desatando, hasta encontrarse con algo luminoso que brillaba ante el reflejo de la luz. Una enorme espada, afilada por ambos extremos, 128


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terminando en forma de cruz. Sobre el soporte de su mango, la figura de una serpiente y una especie de collar, del que pendía un enorme colmillo. - La espada sagrada -dice Juan un tanto sorprendido- tal como me lo dijo el oráculo… - Sí, la espada sagrada -le responde la anciana entusiasmada- es una reliquia tradicional, que ha sido usada por los mejores hombres, fuertes y luchadores de Cerro Azul para combatir cualquier maldad o maleficio… - Sabes qué? -continúa la anciana- no todos pueden poseerla…sólo aquel señalado por el oráculo hará uso de ella…Tal vez por eso, no pude destruir a la bestia…Siempre será usada para el bien y una justa causa…Años tras años, han tratado de robarla…hombres mal intencionados y ambiciosos, que se presentan ante el comisario Ignacio a cambio de una promesa que hizo, de quien destruyera la bestia parte de la comarca de San Francisco sería otorgada como premio…Pero uno tras otro, no han podido destruir ese maleficio… - Y esta espada de dónde salió? -pregunta Juan extrañado- cómo llegó hasta aquí?... - Juan…Juan -le responde la ancianatienes mucho que aprender todavía…Los espíritus son bondadosos con los de buen 129


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corazón…y tú has demostrado ser clemente y piadoso…Además a ninguna otra persona le ha brillado esta espada como te ha sido iluminada a ti… - Ah y por cierto -continua la ancianaponte este collar…ya está preparado…Es un colmillo de la bestia que pude desprender cuando la ataque con la espada…Usando mis artificios hice de él un collar de protección… Nada que salga de esa bestia podrá dañarte, sus ruidos o nauseosos crujidos…Así que, ve y continúa tu marcha a San Francisco…Destruye la bestia, acaba con ese maleficio…y lograrás la paz y la tranquilidad que tanto aspiramos vivir… Juan sonríe y se anima. Se abrazan, en un encuentro esperado por ambos. Juan siente por un momento el cariño maternal que en mucho tiempo no tiene. La anciana lo invita a quedarse en la casa y que continúe al siguiente día para que se reanime entre tantas emociones. Consejo tras consejo, lo alerta de las buenas y malas intenciones que puede conseguirse en San Francisco, no sin antes colocar en sus manos viejos amuletos y prendedores para su protección, entre rezos y bendiciones. Así pasan la noche, junto al fogón de la vieja 130


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casa, resguardándose del frio de Cerro Azul. Juan atento siempre a los sabios consejos y experiencias de la anciana. Oye entusiasmado el relato de sus hijas, sobre todo de Judistan, la única que hasta ahora se mantiene viva. Entre risas, lloriqueos y jocosidades se entusiasman en una sola intención, animosa y esperanzadora. La anciana se siente feliz, pues Juan le ha brindado la oportunidad de un encuentro familiar que no sentía.

V Historia de las Doncellas y la Serpiente de Siete Cabezas Juan se levanta muy temprano. Ya la anciana despierta desde hace rato, aún en su tarea como curandera, no pierde sus quehaceres domésticos. Le ofrece un buen café y algo de comer. - Juan…debes continuar tu marcha -le dice entusiasmada- está muy cerca la liberación de San Francisco de esa bestia infernal… Mientras comen, la anciana orienta a Juan sobre cómo llegar lo más rápido a San Francisco y le hace entrega de los siete dijes que tenía en 131


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su viejo cofre. - Te encomiendo esta petición -le diceentregarás esto al comisario Ignacio…él sabrá qué hacer…y además, para que aligeres tu andar, te hago entrega de este hermoso corcel… La anciana da dos palmadas y de entre la espesa montaña, sale dando saltos y relinchos un fastuoso y brioso caballo de color blanco, de magnifico porte y contextura. En majestuoso trote se acerca donde está la anciana, dando cabezazos en armoniosa travesura, como si se tratara de su propio amo. - Se llama Palomo -le dice la anciana a Juanes veloz como el viento…y te lo encomiendo… Te llevará justo a San Francisco, pues esa es su ruta maestra… Juan observa entusiasmado aquel hermoso animal. Todavía sorprendido de su procedencia. Se limitó a no preguntar de dónde salió, pues su imaginación inmediatamente le indicó que se trataba de algún otro espíritu protector de la montaña. La anciana coloca sobre la manos de Juan los siete dijes, abrazándolo cuál protección amorosa y maternal. Le indica el camino a seguir, acompañándolo hasta un largo trecho de La Raya. Juan siente compasión por ésta, pues es la misma reacción que 132


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sentiría su madre por sus hijos. Alrededor sus perros guardianes, siempre sigilosos y atentos. Avanza Juan en una marcha lenta, pareciera no querer despedirse. Voltea y observa a la anciana que se despide saludando con sus manos. En una reacción inesperada, Juan corre y regresa a los brazos de la anciana. - Buría…Buría -le dice casi en sollozotengo miedo!… La anciana lo abraza y ríe en señal de aceptación. Lo anima a seguir, entre bendiciones y ovaciones de buenos presentimientos. - Juan -le dice- eres el elegido…Nada podrá hacerte daño…Sólo debes estar alerta… Recuerda, tienes toda la protección de los espíritus bondadosos de la montaña…Además, entre mis bendiciones y mis preparados que te ofrecí, todo saldrá bien…ya verás Juan…ya verás! Juan se anima a seguir. Esta vez esperanzado por las palabras de la anciana. Avanza cauteloso y pensativo, al ritmo del trote de Palomo. Se siente satisfecho, pues su andar se hace ligero y con mejor oportunidad de llegar lo más rápido a San Francisco. El corcel Palomo, tal como le indicó la anciana, recorre cada paraje, cada cruce del camino por más intrincado que 133


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esté. Avanza vertiginoso, orientado tal vez por algo misterioso que Juan no termina de entender. No siente su cansancio a pesar de lo inclinado del trayecto. Sólo ante una orden de Juan, el corcel se detiene o avanza según el caso. Así andan un largo rato, hasta llegar a una hondonada. Juan se detiene a descansar, aprovechando el agua cristalina que atraviesa una quebrada. Ya siente el frio del atardecer y decide acampar, aprovechando el bastimento que la anciana Buría le ofreciera para el camino. - Bueno…acamparemos aquí -le dice a sus perros guardianes y a su corcel- es necesario descansar, pues no sabemos qué nos espera en San Francisco… Juan se dispone ordenar su estadía. Mira con atención la espada que le ofreciera Buría. Su hoja afilada brilla entre el resplandor del sol del atardecer que ya se oculta. La levanta como en señal de victoria y recuerda lo dicho por el espíritu de la Cruz Pascualera: aunque la maldad aceche, puede más la bondad de tu corazón. - Pase lo que pase -dice en voz altadebemos destruir la maldición de San Francisco y liberar a la hija de Buría… Ya cae la noche y Juan se acomoda en un improvisado rastrojo de hojas y ramas secas 134


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de la montaña. Encomienda a sus perros estar alertas ante cualquier incidente. Al recostarse, observa las estrellas del cielo que esa noche parecían resplandecer por su vistosidad. A su memoria llegan aquellos recuerdos de su hermana y su travesía por las montañas de Cerro Azul. Se pregunta sobre su vida, dónde andará. Cómo le irá con Joaquín, el churrusco. Comienzan a aparecer imágenes sobre su niñez, cuando junto a Irene jugaba en una hermosa pradera del patio de su casa allí en La Sierra. Emocionado cuando su padre lo colocaba en su hombro y corría por toda la casa, simulando ser el caballo que cargaba con su guerrero. Juan ríe y no puede detener una lágrima de amor y dolor. Inmediatamente su madre aparece en su memoria y el recuerdo de su padre, a quien busca incansablemente. - Te lo prometo mamá -se dice en voz baja, quebrantada sus palabras tal vez entre el sueño que lo arrebata y el dolor paternal de su recuerdo- destruiré esa maldición y conseguiré a mi padre…Te lo prometo!… De repente siente que una fuerte brisa lo sacude. Un estruendoso remolino que aparece misteriosamente, devastando todo lo que consigue a su paso. Arrancando los arboles 135


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desde la raíz y alzando pesadas piedras de la montaña. Mira como sus perros y su hermoso corcel flotan por los aires como si se trataran de simples objetos inanimados. Un silbido ensordecedor lo aturde y hace que gire por el suelo, sosteniéndose de las ramas y raíces de los arbustos, que ya casi están a punto de desprenderse. Entre la confusión y el miedo de aquel jaleo misterioso, oye una voz que lo alerta, diciéndole que huya de aquel lugar. Es su padre, Rafael Méndez Silva, el mismo que lleva buscando desde hace tiempo, que en sigilosa habilidad salta y brinca, apartándose de los obstáculos que están a punto de golpearlo. Juan no aguanta aquella presión y mira cómo se hunde en un abismo que lo absorbe violentamente. Justo cuando se desprende y siente que va cayendo, una fuerte mano lo sostiene por el brazo. Se trata de su padre que lo rescata de aquel precipicio. Ambos se miran, en atracción paternal y amorosa. Su padre le sonríe y Juan lo abraza en apasionada afinidad, mientras sale poco a poco de aquel agujero. Los dos lloran entusiasmados por aquel reencuentro, en una realidad imaginaria que pareciera no terminar jamás. Ya no se siente el viento y el bullicio desaparece. Juan quiere hablarle, gritarle, pero no puede, su 136


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emoción lo enmudece. Toda una odisea que se hace recompensa con aquel encuentro. Su padre lo acaricia y arregla los atuendos de su ropaje, sacudiendo los restos de hojarascas y polvo que tiene sobre su cuerpo. Recoge su espada y se la devuelve, así mismo coloca junto a él los perros guardianes y el hermoso corcel Palomo. Lo abraza y da la vuelta despidiéndose. Juan sorprendido niega con su cabeza como diciendo que no puede irse, pero una luz incandescente ciega sus ojos, en lo que se atreve a decir: - Papá…papá, no te vayas…Papá no!… Se despierta llorando y tembloroso. Es allí donde Juan descubre que se trata de un largo y profundo sueño. Todavía no sale de su asombro. Y gemido aun contempla la alborada del nuevo día. Sus perros guardianes y su caballo Palomo están allí atentos, ante la orden de su amo. Juan siente que todo vuelve a la normalidad. Pero esa alucinación que sintió con su padre lo deja muy pensativo. Lo anima el hecho de que aquello debió significar algún encargo que su padre le encomendó. Siente nostalgia, pues le invade la duda de que pudiese estar muerto y aquella aparición no era sino su espíritu alertándolo de toda maldad. Sea como sea, Juan dispuesto a seguir, se 137


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anima ante las cosas que siente y su fortaleza se engrandece al saber que cuenta con el respaldo de muchos que lo han apoyado, además de saber que es el elegido para destruir la maldad que lo circunda. Así que, monta su hermoso corcel y a todo correr se dirige a la Hacienda de San Francisco. Sus perros alrededor de Palomo avanzan velozmente al ritmo del trote del fastuoso caballo. Van corriendo así por un largo rato. Y es cuando Juan decide desacelerar un poco la marcha al darse cuenta que a su alrededor comienzan a verse enormes extensiones de tierra, con sembradíos un tanto resquebrajosos como si estuvieran tostados por el sol. En un trote pausado, el corcel Palomo anticipa su marcha, dando lugar a que Juan distinga cultivos de café, naranjas y aguacates, como si algo enorme y pesado los hubiese arrastrado y se mantienen en pie con la señal vistosa de una sequia. Lo que en algún momento fueron caminerías de ornamentales y senderos de cayenas, ahora es un sendero triste y desolado. Así se encuentra “adornada” la entrada principal de San Francisco. Tal como se lo advirtió Buría, el corcel Palomo lo guiaría hasta allí. A medida que adelanta su paso, Juan observa a 138


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mucha gente laboriosa, dedicadas a la labranza y al trabajo agrícola. A pesar de aquel desierto, se ven hombres y mujeres cargando canastas con la escasa cosecha, pero en una armoniosa faena colectiva. Algunos de ellos saludan desde lejos, sorprendidos ante aquellos extraños visitantes que hacen su entrada a San Francisco. Comienzan a divisarse pequeñas casas con grandes solares, hombres a caballos que van y vienen, arreos de mulas, mujeres y niños que corren y salen de una casa a otra En fin una actividad combinada, rutinaria pero dinámica de la gran comarca de San Francisco. Juan sobre su corcel y en compañía de sus perros guardianes, adelantan su paso sobre una calle larga y polvorienta. Los curiosos no se hacen esperar, algunos saludan un poco temerosos, otros murmuran entre ellos. Así va avanzando hasta que llega al final del camino. Una fachada principal de una enorme casona que se destaca por su exuberante arquitectura con inmensas columnas tipo colonial. Una monumental puerta de madera se abre y sale un hombre corpulento, de modesta contextura, con un sombrero gamuzado de curiosa apariencia y de color oscuro, con unas botas de altos tacones que producían un 139


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ruido seco y profundo en cada paso que daba. Alrededor de él, varias personas que portaban escopetas, llaneros de faena, parecidos más bien a bravíos guardaespaldas. Juan baja del corcel Palomo y en respetuoso saludo se dirige ante aquel personaje que le dice: - Bienvenido a las tierras de San Francisco…Me llamo José Ignacio Landaeta, el comisario Ignacio…cabeza de campo de esta comarca!… - Mi nombre es Juan -le responde con un apretón de manos- Juan José Silva, hijo de Don Rafael Méndez Silva, de La Sierra…Y estos son mis acompañantes… En inesperada reacción, el comisario Ignacio se acerca al corcel Palomo y ante la sorpresa de Juan por tal inesperado encuentro: - Palomo…no puede ser…eres tu Palomo!… Juan no sale de su asombro al ver que el comisario Ignacio acaricia al hermoso corcel como si ya lo conociera desde hace tiempo. El brioso corcel responde ante los cariños del comisario, relinchando como en una manifestación de aceptación y aprecio. - De dónde lo sacaste? –le pregunta a Juan- cómo lo conseguiste?... 140


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Pero como si de repente algo iluminara su memoria, el comisario Ignacio se responde así mismo en voz alta: - Buría…claro, te conseguiste con Buría antes de llegar aquí…No es así?... Juan asienta con la cabeza. Todavía sorprendido ante todo lo que acaba de ver. - Tenemos mucho de qué hablar -le dice a Juan- pero…un momento…y esos enormes perros?... - Son mis guardianes -le responde rápidamente Juan- y me han acompañado por toda esta travesía para llegar hasta aquí… - Entonces eres bienvenido -le responde el comisario- además, tu valentía ya se hizo historia…pues sabemos de tus andanzas y hazañas por todo Cerro Azul…Tu fama de buen guerrero ha llegado hasta más allá de las fronteras de San Francisco… Y ante una orden dada a sus seguidores autoriza la entrada de Juan, no sin antes dejar las indicaciones para la atención de sus perros guardianes y del corcel Palomo. Ya dentro, Juan se desplaza por una cominería y observa un amplio patio, dispuesto para el secado de café. Curiosamente presta atención a un lugar más alto de la casa, parecida a una 141


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cúpula antigua, con un pequeño ventanal en dirección al este. Su forma espectacular se destaca por un balcón de madera, adornado sus extremos por figuras semicoloniales. Se dirigen a una sala principal. El comisario Ignacio como buen cabecilla no ha dejado de dar los mandatos a su personal sobre el buen manejo de la hacienda. Orientando la conducción de cada faena a hombres y mujeres que se le acercan ante cualquier duda sobre las tareas ejecutadas. En diversidad de labores hay quienes limpian, otros cortan el pastizal, hay quienes arruman mazos de leña y quienes sacan agua de un viejo aljibe. En fin, toda una faena social, orientadas por un hombre excepcional, aun en sus deficiencias productivas. Juan observa cautelosamente cada detalle y se da cuenta del poder y liderazgo de aquel personaje, tal como se lo describiera la anciana Buría. Ya es casi el mediodía. Ambos se sientan en hermosos muebles de madera y cuero que posaban lujosamente sobre la sala. Alrededor piezas antiguas de instrumentos agrícolas y de cocina, que adornaban los esquineros. Amplios corredores en cada lateral de la casa, podían observarse algunas hamacas guindadas en perfecta armonía. Cuadros que engalanan las 142


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paredes y alguna que otra piel de cunaguaro adornando el escenario. Sobre el techo de madera, barro y caña brava, exóticas lámparas con abundantes adornos de vidrio. Grandes tinajeros a lo largo del pasillo, ordenados en atractiva hilera. Llegan a su encuentro dos señoras, cargando unas jarras con agua y jugo de frutas. Ante lo sediento del viaje, Juan no pudo disimular su ofrecimiento y comenzó a degustarse aquello para calmar su sed. - Bien Juan -le dice el comisario Ignacioya estás más descansado…Ven, que tenemos mucho de qué hablar… Se dirigen a una habitación que el comisario Ignacio disponía para asuntos de negocios. Algo más modesto y particular. En el centro un gran mesón con abundantes papeles y enseres de oficina. Ignacio ya sentado en medio del mismo, cual típico jefe detrás de su escritorio. Ordena a sus seguidores que lo dejen solo y que nadie lo interrumpa. - Sólo así podemos a bien conversar -le dice a Juan en entusiasmado secreto- pues, necesitamos aclarar algunas cosas…Además, necesito saber si eres quien debes ser…El corcel Palomo, esa espada que llevas, además de tus perros guardianes…Buría no es tan tonta como 143


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para entregar sus reliquias sagradas a cualquier viajero…Así que dime, quién eres extraño?... Juan queda atónito ante aquella antesala que le diera el comisario Ignacio. Y sin mediar palabras, comienza a relatar paso a paso desde su salida de La Sierra en busca de su padre, hasta su último encuentro con Buría. El comisario Ignacio en respetuoso silencio escucha el bravío relato, atendiendo cada particularidad que Juan en apasionada narración le comentaba. Cada aspecto, cada paraje, cada sueño vivenciado a lo largo de su ruta por Cerro Azul. No hace sino contemplar con vehemente acatamiento todo aquello que va escuchando, además de entusiasmarse pues siente que es la persona que por mucho tiempo anda buscando. Se va fijando aun receloso en cada expresión de Juan, en cada gesto, en cada palabra. En el fondo comienza a creer que es la misma Buría quien lo envió. A lo que se atreve a decir: - Pasaste por el oráculo…qué te dijo?... Juan narra cada detalle y su visión particular de su presencia allí en San Francisco. -Y Buría cómo está? -pregunta todavía con cierta reserva el comisario Ignacio- cómo sigue ella?... Juan continúa describiendo lo ocurrido en su estadía con Buría. Y en un acto reflejo 144


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recuerda el encargo que ésta le encomendó. Comienza a buscar desesperadamente en su viejo bolso, hasta sacar los siete dijes que le fueron entregados, colocándoselo cuidadosamente en las manos del comisario Ignacio. Éste se coloca de pie, sorprendido en una mezcla de alegría y dolor al reconocer aquellas joyas que en muchos años no veía: - Oh, por dios -exclama sorprendido- no puede ser posible!…Estas prendas las mandé a hacer yo mismo a un viejo joyero de Nirgua…Se las regalé a cada una de mis hijas…Pensé que entre la algarabía de la maldición se habían extraviados…Buría nunca me dijo… Y entre cortadas palabras el comisario Ignacio comienza a llorar. Aquel hombre de estirpe recia y gran liderazgo, en sollozo ya no puede decir palabra alguna. El dolor que siente por su esposa e hijas es inaguantable a pesar de su recia función dirigente. Además, toda duda se ha disipado en relación a Juan. Se ha convencido que sin duda alguna es el elegido. A partir de allí comienza el comisario Ignacio a relatar lo que viene sucediendo en San Francisco, su relación con Buría y sus siete hijas. Cómo se vieron involucrados en una maldición que no han podido exterminar, la laguna 145


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encantada con la serpiente de siete cabezas. - Es una historia muy larga Juan -le comenta el comisario Ignacio, ya en más confianza- que estoy dispuesto a contártela… Por ahora te invito a almorzar, pues debes estar exhausto y con hambre… Juan asienta con la cabeza. Ambos salen de la privada habitación de Ignacio. Y ante una orden dada por éste, llegan a su encuentro aquellos llaneros de faena con sus escopetas en el hombro. Ya se siente el agradable olor a comida. Avanzan hacia un pasillo ubicado en uno de los extremos de la casa y entran a un amplio salón en cuyo centro se encuentra un largo mesón, cubierto de manteles de color blanco que casi llegan al piso. Y sobre éste abundante colorido de frutas, sopas, carne asada y lujosas botellas de vino. Juan come hasta saciarse. Uno de los llaneros entra a preguntar que si pueden alimentar a los perros y al corcel, acompañantes de Juan. El mismo comisario Ignacio da la respuesta: - No…a ellos lo atenderemos luego… El comisario mirada de picardía entendiera las cosas Azul. Y Juan a su vez

Ignacio lanza una a Juan, como si ya espirituales de Cerro pareciera recordar que 146


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algo similar ya le ocurrió anteriormente. Después de aquel suculento almuerzo, ambos se retiran a caminar sobre los alrededores de la casona. El comisario Ignacio ya en entusiasmada confianza toma por el hombro a Juan y comienza a narrarle la historia de la serpiente de siete cabezas y la maldición que ha caído en San Francisco: - Toda esta comarca -comienza a relatar Ignacio- que en algún momento estuvo en abundante prosperidad, se ve amenazada por la presencia de una serpiente de siete cabezas, que se sitúa en una laguna encantada ubicada en algún lugar de San Francisco…Muchas han sido las ocasiones en que mis hombres y yo, hemos dedicado día y noche, en buscar esa laguna…y sin embargo, nunca la hemos encontrado… Cuando aparece la serpiente devasta todo lo que consigue a su paso, pues es enorme y con su peso destruye cosechas, aplasta animales y el temor que produce en la gente, no hace sino que muchos emigren y abandonen la hacienda…Se han hecho décimas y rosarios, con los mejores rezanderos y curanderos de la zona, pero no ha sido posible eliminar esa maldición…Lo poco que tenemos para comer, es reservado para las mejores ocasiones… - Por qué se hizo una maldición? -le 147


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pregunta el comisario Ignacio a Juan, antes de que éste haga comentario alguno. - Hace algún tiempo -continúa su relato Ignacio- estas tierras estaban abandonadas… enormes pastizales sin uso y grandes helechales, que años tras años eran quemados por manos inescrupulosas, destruyendo poco a poco la vegetación y la presencia de animales…Pero un buen día me dispuse a recuperar todo esto… Premios tras premios que iba conquistando en las distintas ferias de La Sierra, Tucuraguas y Berreblén…Carreras que ganaba con los mejores jinetes de Nirgua y La Venezolana… Todo Juan, todo lo invertí para recuperar estos lotes de terreno…Me casé con María Hilda Castillo, conocida cariñosamente como Buría… Tuvimos siete hijas, hermosas y espectaculares niñas, que fueron creciendo, entre la ternura y el esplendor de estas montañas…Pero todo este esfuerzo requería de mejores inversiones y yo no daba para eso…Me dirigí a agua fría de Cerro Azul, allí invoqué a los espíritus de la montaña y le ofrecí a mi familia a cambio de riqueza y prosperidad… El comisario Ignacio hace una pausa, como recordando lo frustrado de aquel hecho y su impotencia de no haberlo resuelto. 148


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- Pero la maldad existe Juan -continuaun mal día, una de mis niñas la reportan como desaparecida en las montañas de Cerro Azul…fue vista la ultima vez por Los Troníos… Nos dispusimos en caravana de jinetes a buscar a mi niña…Cuando llegamos al sitio conseguimos los restos de su ropaje…Pensé que algún tigre la había matado, pero para nuestra sorpresa un estruendoso remolino nos arropa…Recuerdo que Buría me acompañaba, junto con mis guardas y curanderos…Y justo en ese momento aparece de entre la nada esa enorme serpiente…Siete cabezas le conté y hablaba como una persona, con voz gruesa y tono infernal…Buría en su desespero se lanza sobre la bestia, pero de un solo coletazo fue golpeada y lanzada lejos, que desde ese día no la he podido tener conmigo jamás, pues de la misma serpiente salía una voz que castigaba aquel hecho de Buría, condenándola a lo que es hoy…Y así, para saciar la mala intención de la serpiente, mis hijas fueron penadas a servir de carnaza a ese ser infernal a cambio de la tranquilidad de toda esta comarca…Una por una ha sido víctima de esa maldad…Sólo Judistan, es la única que hasta ahora se mantiene viva… Juan no hace sino contemplar la 149


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expresión del comisario Ignacio ante tan escalofriante relato. - He pagado fortunas -continúa- son muchos a quienes he ofrecido inclusive parte de esta hacienda en recompensa para destruir a esa maléfica serpiente…Pero todo ha sido inútil…Ningún ser mortal ha podido eliminarla…Y mis hijas una por una han sido víctimas fatales de ese error que he cometido… Así van caminando hasta llegar a uno de los extremos principales de la casa. Suben por unas escaleras de madera a un lugar más elevado. Llegan a donde está ubicado aquel salón en forma de cúpula que Juan observara al entrar a la casona. El comisario Ignacio siempre locuaz en su discurso no ha dejado de narrarle a Juan cada detalle de lo que se vive en San Francisco a partir de la maldición con la serpiente. Tocan a una puerta hermosamente decorada, tras una larga insistencia que ya impacientaba a Juan. El comisario Ignacio sonríe, como queriendo justificar aquel hecho. Hasta que por fin, se siente el crujir de la cerradura y la puerta va cediendo poco a poco, hasta abrirse en su totalidad. Para sorpresa de Juan y ante tan inesperada presencia, queda atónito al ver que se asoma el más hermoso 150


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ser que se había imaginado. Resplandeciente como el amanecer aparece Judistan, cual princesa oriental, ostentando fastuosas prendas en su cuello y en las muñecas de sus manos. Su piel morena, un poco escaldada por el sol montañés de Cerro Azul. Su larga cabellera negra y ojos aguarapados con rasgo indígena. De nariz perfilada y rostro con suave maquillaje. Cubierta con un largo vestido azul, cual doncella escarlata, pero con una mirada de inocente tristeza, como queriendo resolver el encantamiento que la embarga. El comisario Ignacio sonríe e interrumpe el trance amoroso en que se encuentra Juan. - Juan…Juan -le dice- ella es mi hija… Judistan… - Hola, me llamo Juan José Silva…de La Sierra -le dice un poco estremecido- y es un honor para mí conocerla…Y permítame decirle qué hermosa es usted…tal como me la describió Buría… - Buría…mi mamá? -le responde Judistan un tanto exaltada- conociste a mi mamá?... - Si…y prometí liberarte a ti y a tu pueblo de esa horrible maldición -le increpa Juan con mucha autoridad. - Lo supe desde que te vi -le dice el 151


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comisario Ignacio a Juan, un tanto alborozadoeres el elegido…y pondré a disposición de ti todo lo que tengo en propiedad, con tal hagas desaparecer esa maldad que envenena hoy a San Francisco… Ante la benevolencia de Juan, el comisario Ignacio abre el ventanal que daba al frente del gran patio de la casa y desde el balcón, con voz de mando hace un llamado a todos los vecinos y trabajadores de la hacienda de San Francisco: -Oigan todos!…Hoy ha llegado la salvación a esta comarca…Y este hombre, Juan José Silva exclama con autoridad el comisario Ignacio- su historia me ha convencido…sus hazañas no son sino digno de todo buen guerrero…El oráculo no pudo haber elegido mejor hombre…pues no sólo vio la bondad de su corazón, sino su fortaleza y humildad…Por eso declaro que a partir de hoy -dirigiéndose a la multitudhe firmado un acuerdo con este caballero, quien estoy seguro liberará a este pueblo de esa recia maldición en que hemos caído… Todos aplauden en señal de aprobación. Juan se asoma al balcón un tanto sorprendido y junto a él Judistan, que permanece reservada, como en expectativa. Así se mantienen por largo tiempo, 152


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hasta que la oscuridad cubre por completo aquel atardecer de San Francisco. Grandes antorchas y mechurrios alumbran los rostros de la multitud. Se vislumbra una esperanza colectiva, como quienes anhelan en un futuro inmediato la destrucción definitiva de esa maldición. Se oyen comentarios y rumores sobre lo que acontece con el comisario Ignacio y Juan. Uno de los llaneros y guardaespaldas del comisario Ignacio, de nombre Rafael Sequera, a quien apodan maquiavélicamente como “Tranco Largo”, ha permanecido atento a lo que se acaba de proclamar. Junto a varios de sus coterráneos de vigilia, increpa sobre las hazañas de Juan, la oferta que hace el comisario y la belleza de Judistan: - Cualquiera puede matar a esa serpiente -comenta mal intencionado “Tranco Largo”hasta yo mismo puedo ganarme esa ofrenda… - Ja..ja!... no creo que te atrevas -oye decir a uno de sus compañeros de guardia- además, ese Juan se le nota un temple de acero… Imagínate, arriesgarse a destruir esa maldición… - Sí, es mejor que no te metas con eso dice otro de sus compañeros de resguardo de la hacienda- además, tendrías que enfrentarte con espíritus y misteriosas guarrerías… - Cállense!...parecen viejas cotorras 153


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-les responde “Tranco Largo” un poco malhumorado- no olviden que soy adjunto del comisario Ignacio…además, personal de su confianza…Quizás me interese por esa cruzada contra la bestia…Un poco de tierras de esta hacienda, algo de dinero y una chica bien hermosa, no estaría nada mal… Así que cuento con la ayuda de ustedes… Sin simular sus nefastas intenciones, “Tranco Largo” y sus nuevos cómplices ríen como hienas salvajes, en una actitud que demuestra malos designios. Apandillados en sus funestos propósitos se retiran una vez que ven salir al comisario Ignacio, haciéndose muecas y señas como en señal de conspiración.

VI Los Peregrinos de Cerro Azul Llega el amanecer con el nuevo día, aun en su desolación, se siente la frescura y vistosidad de los albores de San Francisco. Su gente laboriosa, atendiendo cada faena desde muy temprano de la madrugada. Ya Juan de pie, atento al nuevo reto que acaba de asumir, esperanzado ante tantas bendiciones. El 154


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comisario Ignacio en su acostumbrada tarea de dirigir el proceso productivo de su hacienda. De manera sorpresiva hace presencia en San Francisco, una cabalgata de hombres en mulas y caballos, vestidos con ropaje blanco y portando sobre sus cuellos enormes rosarios y cruces de exagerado tamaño. Siete hombres avanzando en trote suave, cual caravana medieval. Su vistosidad y extraña apariencia no deja de ser una curiosidad para los habitantes de San Francisco. Llegan al portón principal y los más ancianos de la hacienda, reconocen en algunos de aquellos personajes, viejos rezanderos de La Sierra y de otros sectores de Cerro Azul. El comisario Ignacio sale corriendo ante la presencia de aquellos personajes, un tanto exaltado ante inesperada visita. Detrás de él sus habituales acompañantes de seguridad. Ordena inmediatamente la presencia de Juan, solicitando además el llamado a los mejores curanderos de la comarca. Todos se reúnen en el patio central de la hacienda. El comisario Ignacio le avisa a Juan para que lo acompañe en aquella tertulia. - Son viejos curanderos y rezanderos - le comenta a Juan, mientras caminan apresuradamente al patio central- de vez en 155


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cuando vienen y festejan sus homilías…Son los peregrinos de Cerro Azul…Y todo Juan, todo sea por liberarnos de esa maldición… - Sean bienvenidos señores del cenáculo -les dice el comisario Ignacio, al llegar a su encuentro- como buen anfitrión los saludo…y siéntanse como en su casa… - Quizás no haya tiempo para eso le comenta con autoridad uno de aquellos visitantes- nos hemos reunidos los siete peregrinos de Cerro Azul, para alertarles de las nuevas intenciones de la bestia… - Nuevas intenciones de la bestia? pregunta preocupado el comisario Ignacio- qué otra cosa puede hacernos ese ser infernal?... - Pasamos por el oráculo -responde otro de aquellos personajes, bajando de su caballo- y hemos visto lo que puede ser un terrible preludio para San Francisco…La bestia vendrá con más fuerza que nunca, pues sólo le queda una vida por saldar… - Pero también nos dijo el oráculo -dice otro de los peregrinos- que existe un elegido… y que se encuentra aquí en San Francisco… El comisario Ignacio voltea y entre la multitud toma por el brazo a Juan que se ha mantenido fuera de la conversa. 156


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- Este es Juan -increpa el comisario Ignacio, colocándolo en medio de aquel círculo de ancianos- y estoy seguro que es elegido para esa misión…Su astucia y entereza ha sido demostrada a toda prueba… Además, tiene el consentimiento de Buría… - Si!…ya Buría nos habló de usted -le dice el más anciano de los peregrinos a Juan- y no dudamos de tus facultades… pues, tienes a tu disposición las herramientas para acabar con la maldición de San Francisco…Pero, algo nos dice que no será suficiente si no llevas contigo a la última de las víctimas de esa serpiente maldita…pues su presencia hará posible encontrar a la bestia con mas facilidad… Juan no entendía lo que aquellos ancianos le estaban planteando. Le parecía tan fácil, sólo llegar a la bestia, usando sus perros guardianes para destruirla; pero al parecer algo decía que no. El comisario Ignacio, siempre atento ordena una recepción dentro de su hacienda y les confía a sus criados la atención para aquellos visitantes. Así que deciden entrar a la sala principal, donde fue recibió Juan a su llegada. Los ancianos se sientan en aquellos sillones de madera con piel de ganado en perfecto acabado. En el salón amplio, se 157


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sentía todavía la frescura de la mañana. Las criadas de la hacienda se acercan con tarros de café y les ofrecen a aquellos invitados. El comisario Ignacio toma la palabra, apresurado ante la expectativa de aquella reunión: - Bueno señores!…bienvenidos… Cómo sabrán, en toda esta comarca existe una maldición que ha destruido a mi familia y ha puesto en desgracia a todos los que habitamos San Francisco…Ustedes al llegar aquí traen la esperanza de que todo esto pueda cambiar en algún momento… - No somos nosotros precisamente los que vamos a cambiar esto -increpa el más anciano de los visitantes- ya está aquí aquel que ha de matar a la bestia…Nos los dijo el oráculo…y nosotros como buenos creyentes nos ponemos a sus órdenes y buenas intenciones… - Pero también nos dijo el oráculo dice otro de los ancianos- que deberás llevar contigo a la razón que le queda a la bestia para mantenerse viva y hacerse más fuerte… Juan y el comisario Ignacio se miran repentinamente, como queriendo preguntar al mismo tiempo. Los curiosos se acercan y se ubican alrededor de aquella improvisada reunión. Detrás del comisario Ignacio se encuentra 158


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“Tranco Largo”, uno de aquellos allegados a la seguridad de la hacienda. Su porte de mala intención no hace sino observar con picardía cómo sacar provecho de aquella situación. El comisario Ignacio, preocupado por lo que acaba de oír de los peregrinos, asienta a decir: - Según entiendo -dice en tono preocupado- quieren decir que mi hija debe acompañar a Juan en esa travesía para acabar con la bestia?... - Exacto! -le replica el más viejo de los peregrinos- sólo su presencia hará que la bestia aparezca más rápido y puedan encontrar a la laguna encantada donde se ubica… - Oh gran sabio! -le pregunta Juan al anciano en tono de suplica- háblanos un poco mas de esa laguna y por qué la bestia se ubica allí?... Hay una pausa y un largo silencio. Todos a la expectativa de aquella respuesta. El anciano se coloca de pie, apoyándose de un grueso bastón. Saca de su bolsillo un frasco y toma de él un líquido acuoso parecido a un jarabe, algo así como para aclarar la garganta. Se encrespa, mientras oye al unísono que le dicen: - Salud!... - Para que todos me conozcan -comienza hablar aquel anciano- me llamo José Lamas y 159


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soy de La Sierra…Me piden hablar de la laguna encantada…entonces les voy hablar de la laguna encantada… Aclara su garganta y prosigue con el relato: - Andaba con mis compadres Rafael Mejías, Alberto Guédez y Antonio Laya, de cacería pues!…Y allí mismito en lo alto de Cerro Azul, nos encontramos con aquella laguna…el agua clarita chico!...Tiene como un metro de profundidad y como unos diez metros de largo…Alrededor de esa laguna hay tres naranjos, un paují y una mata de cambur morado, cargaditos todo el tiempo…Recuerdo que era como el medio día y nos ataca aquella hambre compañeros…Nos dispusimos a comer naranjas, maduritas por cierto, bien dulcitas…Mi compadre Alberto, se dispuso a cargar en su bolso algunas de esas naranjas y que para el camino…Y bueno, seguimos nuestra marcha buscando salir a la fila para bajar hasta La Sierra… El anciano hace una pausa, mientras se alisa el grueso bigote blanco. Todos se mantienen atentos ante el desenlace de aquel relato. - Y les cuento que caminamos y caminamos…y a cada vuelta volvíamos otra vez a encontrarnos con la laguna…Ave María 160


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purísima...ese es un encanto!…Les dije yo a mis compadres de viaje…Todos nos miramos como buscando qué hacer ante aquello que se nos aparecía una y otra vez…Pues dábamos vueltas y vueltas y siempre caíamos alrededor de esa laguna…Mi compadre Laya como interpretando aquel misterio, nos preguntó a todos que si habíamos cogido alguna prenda de esa laguna…Y fue cuando nos dimos cuenta que mi compadre Alberto llevaba en su bolso algunas de esas naranjas…Recuerdo que casi gritado mi compadre Laya le dice a Alberto que arroje esas naranjas a la laguna, pues le pertenecen a ese encanto…Y miren, como por arte de magia, ahí mismito conseguimos el camino hasta salir a la fila del zamuro… - Así que -prosigue el viejo peregrino esta vez con voz de autoridad, dirigiéndose a Juan- usted que va por esos lados, no se deje llevar por las sombras y caminos que no conozca de Cerro Azul… - Muchacho! -le dice uno de aquellos ancianos a Juan- ven, acércate!… En una forma simultánea, todos los peregrinos se colocan de pie, haciendo un círculo alrededor de Juan; con las manos alzadas, casi rozando sobre su cabeza, comienzan con una 161


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letanía, parecida a un ritual de sanación, entre frases y palabras piadosas, de ruego y súplicas, que trasmitían sanas y buenas intenciones para la travesía que se le avecinaba a Juan. Con canticos religiosos, aquellos peregrinos invocaban la protección salvadora de los espíritus protectores de la montaña. Los habituales curiosos alrededor de aquel rito, acompañaban con aplausos y ovaciones de caridad ante lo que se venía venir como el futuro de San Francisco. De manera sorpresiva, los aplausos y canticos van disminuyendo, hasta que no se oye nada, pues de manera inesperada aparece Judistan, aquella hermosa doncella y única sobreviviente de la maldición de San Francisco. Todos abren paso, haciendo de su presencia el foco de atracción. El comisario Ignacio se levanta de inmediato, acompañando a su hija, tomándola por la mano. Juan permanece allí, justo en el centro del escenario. Todos ansiosos ante la imprevista presencia de Judistan. El silencio se rompe cuando ésta se coloca al frente de Juan, diciéndole: - He permanecido en silencio por tanto tiempo ante la muerte de mis hermanas… pero hoy me he convencido de tu hazaña…oh valiente guerrero!…Pues he sentido también la 162


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bondad de tu corazón…Y dispuesta me siento para acompañarte hasta el fin del mundo si es necesario, con tal nos libres de esta terrible maldición…Que así quede escrito en las páginas de la historia de San Francisco…Mi vida daría a cambio de la felicidad de este pueblo… Todos permanecen perplejos ante lo que acaban de oír de Judistan. Su voz, cual coro angelical se estremece hasta en lo más recóndito de los sentidos. Entre la dulzura de su rostro y la propiedad con que dice sus palabras hace que genere un sentimiento de infinito amor e inocencia, con el que todos se sienten reflejados. Juan observa atónito, sintiendo como si aquellas palabras son un mandato para él. Se dirige donde está Judistan y como si rindiese honores a una princesa se arrodilla, desenvaina su espada, proclamando cual juramento: - Juro por usted y por su pueblo…por sus hermanas desaparecidas y por toda esta comarca, que acabaré con la bestia y la maldición de San Francisco… No puede haber mejor recompensa para este humilde guerrero el que usted pueda acompañarme en esta travesía…La cuidaré y protegeré hasta con mi vida…Que así sea y tengo como testigo a todos los que me oyen, 163


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desde aquí hasta más allá de Cerro Azul… - Pues así será! –responde Judistan. Todos aplauden en señal de aprobación. Los peregrinos se abrazan entre ellos, la multitud congregada alrededor de aquel espectáculo, emocionada también haciendo ovaciones cual fiesta colectiva. El comisario Ignacio llora emocionado, estupefacto ante aquellas sorpresivas palabras de Judistan. Y sin dejar de perder su autoridad, anuncia en voz alta: - Bien!…que no se diga mas…Pues mañana antes del amanecer partirán mi hija y nuestro querido guerrero Juan José Silva, rumbo a la búsqueda de la bestia y la tan deseada liberación de San Francisco…Así que están todos invitados a celebrar este momento…Porque después de un buen rezo, una buena fiesta para santificar este encuentro…

VII La Partida Después de aquella celebración colectiva ante la nueva hazaña de Juan, el amanecer no se hace esperar. Los peregrinos y algunos curiosos 164


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de la comarca, se mantuvieron despiertos toda la noche en vigilia religiosa; entre canticos y tragos de aguardiente fueron invocando peticiones a favor de la liberación de San Francisco. Entre el barullo de la gente se comentaban unos y otros los distintos relatos de la bestia y si la voluntad de Juan podía destruirla o no. Algunos especulaban sobre la suerte de este hecho, otros comentaban con criterios más pesimistas. De una u otra forma, se hacía de eso la necesidad de liberar a San Francisco de esa maldición. En ese ritual de compadrazgos se disipaban dudas y otras que afloraban nuevamente; hasta que se rompe aquella tertulia, cuando desde la entrada de la hacienda oyen que dicen: - Vengan…vengan todos!…Se inicia la hazaña para acabar con la bestia!... Es el comisario Ignacio, que también en su desvelo se ha mantenido pendiente de cada momento para dar inicio a la travesía de Juan con Judistan. Todos salen corriendo a no perderse de aquel momento, histórico y particular para San Francisco. Aun sin salir el sol, ya Juan y Judistan, montados sobre el corcel Palomo, junto a ellos los perros guardines, dispuestos a adentrarse en esa nueva aventura para destruir a la bestia. En galope rápido 165


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avanza el corcel Palomo, dando partida a lo esperado por todos. Algunos se disponen a correr detrás de ellos, otros aplauden dando señales de bendiciones. El comisario Ignacio llora emocionado al contemplar cómo su hija y Juan se van alejando hasta perderse en la lejanía. Ocasión que aprovecha “Tranco Largo”, para acercarse al comisario Ignacio y hacerle su propuesta, que no lleva sino una intención maquiavélica y despiadada: - Señor…usted sabe que siempre lo acompañaré en las buenas y en las malas… Permítame acompañar a Juan y a su hija en ese recorrido…Usted sabe para garantizarles su protección… - Esa es muy buena idea -le increpa inocentemente el comisario Ignacio- es mas, dispón de dos de tus mejores hombres y sigan de cerca cada acontecimiento de mi hija y de Juan…Mantenme informado de todo lo que suceda… - Así será señor…así será -le responde “Tranco Largo”, emocionado ante sus perversos designios. Se dirige rápidamente ante sus secuaces aliados y sin mediar propósito alguno, compromete a uno de ellos, de nombre 166


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Francisco Tovar, a quien apodan “Pancho”. Fiel a los mandatos de “Tranco Largo”, “Pancho” le sirve como escudero y seguidor de sus nefastas intenciones. - Prepara todo para alistarnos de inmediato -le ordena “Tranco Largo” a “Pancho”- ensilla dos caballos, toma abundantes provisiones…Yo mientras tanto te espero detrás de la hacienda… tu sabes, para no levantar sospechas… - Si jefe, allí estaré -le responde “Pancho” emocionado. Mientras tanto, Juan en su veloz corcel Palomo, sus perros guardianes y ahora con Judistan de compañía, avanzan un buen trecho, subiendo elevadas pendientes en la ruta real de Cerro Azul. Ambos en silencio, sin atreverse a conversar uno del otro. Juan pensativo, con su enorme compromiso que lleva a cuesta. Pendiente de cada detalle de la montaña, garantizando la protección de Judistan; cada sombra, cada ruido, cada soplo del viento, tal como se lo dijeran los peregrinos. Llegan a un camino estrecho y resbaladizo por la humedad de la montaña. Juan decide bajarse del corcel, con lo que aprovecha para decirle a Judistan: - Manténgase sobre Palomo…Yo guiaré esta ruta!… 167


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Juan se coloca delante, tomando las riendasdelbozal de Palomo. Sus perros guardianes le siguen en obediente compañía. Tras la incomodidad del lugar por donde van pasando, el andar se hace lento y fatigado. Así avanzan hasta llegar a una gruta, que emana un agua cristalina, tentadora como para detenerse a calmar su sed. - Descansaremos aquí un rato -le dice Juan a Judistan, con pronunciada autoridad- de todas maneras, cualquier petición suya no dude en solicitarla… Así que se disponen a descansar. Juan un tanto inquieto por Judistan, pues siente que su presencia no es necesaria. Le invade una especie de arrogancia que no puede controlar. Judistan viste ropaje ligero, con atuendos coloridos y un hermoso vestido de color blanco; su cabeza cubierta con una especie de pañoleta de tela transparente, apenas puede verse su rostro. Al ver a Judistan en su condición de delicadez, acostumbrada a estilos y ambientes refinados, no hace sino impacientarse. Cosa que Juan no disimula, ante las reacciones cada vez que se acerca a ella. Tanto así que no duda en preguntarle: - Usted disculpe si la molesto -le dice- pero 168


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se siente bien?...Es que este ambiente…en estas condiciones que usted no merece… - Juan, oh gran guerrero! -le responde Judistan- tenga en cuenta que no vacilaré en tomar su espada si es necesario para combatir a la bestia…No dudes de mi en ningún momento, no te dejes llevar por las apariencias…Pues la bestia no tomara en cuenta ningún detalle de mi condición, sólo acabará con mi vida sino estamos alertas…Lo que está en juego, no es sólo salvarme de esa maldición, sino lo que será de San Francisco y de todo Cerro Azul, si la bestia no es destruida… Así que, no hay tiempo que perder, levántese y sigamos nuestro camino… Ante la bravía respuesta de Judistan, a Juan ya no le quedan dudas de su comportamiento. Pues siente que una mezcla de soberbia y rabia invaden aquel ser, por la situación que está pasando. Con todo y eso, no pierde su ternura y belleza, cosa que ha hecho llevar a Juan a ese trance afectivo por ella. En su andar, esta vez en paso más ligero, llegan a un sitio que Juan reconoce inmediatamente, pues fue su último desvío antes de llegar a San Francisco, después de su despedida con Buría. - Ya casi llegamos a La Raya -le dice a Judistan- si seguimos hacia el sur, encontraremos 169


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la Casa de Buría… Judistan sonríe, un tanto emocionada. Y voltea en busca del señalamiento que le hace Juan. Pero ella sabe que ese no es el trayecto a seguir, pues la laguna encantada siempre ha sido vista hacia el norte de Cerro Azul; porque esa es la ruta que han seguido todas sus hermanas para el sacrifico de la maldición que padecen desde varios años. Entre su barbarie y belleza, Judistan que ha permanecido en silencio, se atreve a decir: Heme aquí…en mi silencio perturbada, En compañía de mi protector, no sé si para vengar a mis hermanas, o para librarnos de la maldición… Buría, Buría, Buría…madre solitaria, como ya sé que existes, tu fuerza y magia me acompañan, acaso no es lo que me dices… Desde el viento oigo tu voz, desde la luz del sol tu mirada, desde el agua cristalina tus pechos, desde el olor de las flores tu fragancia… Aquello entumece más a Juan. Atónito ante lo que acaba de oír, siente como el pecho se le quema. Aquel ser que sufre una maldición de muchos años, no ha perdido su dulzura y la gracia de su corazón 170


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se manifiesta en cada gesto, en cada palabra. Llegan a un recodo, ya cerca de La Raya. La tarde cae y el frio comienza a manifestarse. Ocasión que aprovecha Juan para detener el avance y acampar en un costado de la montaña. Hace uso de las provisiones que trae de San Francisco, portando las indumentarias necesarias para la ocasión. De una forma rápida logra armar una improvisada carpa destinada para Judistan, que una vez concluida no escatima en decirle: - Ya tiene un sitio para dormir…No será muy cómodo o moderno, pero si se ve acogedor… Judistan fiel es sus deseos, obedece la solitud de Juan. Preocupada le comenta: - Y usted Juan…dónde va a dormir?... - Sólo voy a reposar un rato -le responde- recuerde que ya estamos en una zona de potencial peligro para usted… Juan se dispone a armar una fogata, recogiendo trozos de leña seca que consigue a su alrededor. Después de un largo silencio, Judistan que ya se ubica en el interior de la carpa, se atreve a preguntar: - Juan…disculpe usted el atrevimiento…pero, qué lo trajo de tan lejos para llegar hasta aquí?... 171


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- Esa es una historia muy larga -le responde Juan, mirando hacia la carpaque estoy dispuesto a contársela, pues creo que pasaremos un largo rato juntos… Juan se apertrecha entre el pelaje de sus perros guardianes que le ofrecen cobijo y calor. Y comienza a narrarle la historia de su travesía, desde que salió de La Sierra hasta llegar a San Francisco. Cada detalle, cada encuentro con los distintos viajeros y caseríos visitados. Relata la historia de su hermana, de su madre y de su padre que se encuentra perdido. Judistan lo interrumpe al sentir curiosidad por Irene, y se atreve a preguntarle: - Hábleme de Irene…Cómo es ella?… Dónde está ahora? Juan responde, atento a las peticiones de Judistan. Ya se siente en confianza, pues cada pregunta parece asociarse a una identificación de familiaridad. Ambos sonríen ante las jocosidades de Juan con Irene, en las aventuras por su ruta en Cerro Azul. Duda y timidez se va disipando en esa conversa que pareciera no tener fin. Y así prosiguen durante un buen rato de la noche. El frio pareciera no importarles. Aquella conversación, tan amena y vivaz, por un momento se ve perturbada, cuando de 172


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repente oyen un ruido a lo lejos, algo así como un crujido, ronco y profundo, cuya vibración logran sentirla hasta en sus pies. Juan se levanta violentamente y sus perros reaccionan atentos ante aquella alerta misteriosa. Palomo relincha en señal de asombro. Se siente el revoleteo de aves nocturnas, que asustadas parecieran alejarse de aquel eco espectral. Juan sube a una roca en vigilante gallardía, tratando de visualizar entre aquella oscurana y la niebla espesa que caía esa noche sobre Cerro Azul. No logra ver nada, pero lo invade un sentimiento de riesgo y preocupación. Dispone a sus perros Onza, Tigre y León, uno en cada orientación del campamento donde se ubican y él junto a su corcel Palomo, atento en la dirección del norte. Cree tener cubierto todos los flancos ante cualquier amenaza, venga de donde venga. Se hace muchas preguntas y sus dudas crecen cada vez que mira hacia la carpa improvisada donde se encuentra Judistan. Pues ha asumido bajo sus responsabilidad todo lo que pueda sucederle en lo adelante. No ha terminado de responder a sus inquietudes cuando mira que de la carpa sale inesperadamente Judistan. Juan trata de persuadirla para que se mantenga dentro 173


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y protegerla del intenso frio, pero Judistan avanza haciendo caso omiso. Juan reacciona preocupado y ve como Judistan busca perderse entre la oscura noche. Comienza a llamarla y gritarle, pero al ver que no responde corre detrás de ella y es cuando se da cuenta que va como hipnotizada. Atraída tal vez por un llamado diabólico que Juan no logra percibir. Inmediatamente recuerda las palabras de Buría sobre cómo la bestia es capaz en su bajeo, de adormecer a sus víctimas y hacer presa fácil de ellas. Recuerda el collar de protección con el colmillo que pudo arrancarle a la serpiente y tras perseguirla, tratando de detenerla a la fuerza, no logra inmovilizarla hasta que lo coloca sobre su cuello. Judistan cae desmayada; Juan la sostiene, siempre pendiente ante cualquier amenaza. Al reaccionar Judistan comienza a preguntar: - Qué paso?...Qué hago aquí?... - Venga, regrese a su carpa -le responde Juan sonriente- fue adormecida por los crujidos de la bestia…Su poder es tan fuerte que ya sabe que está aquí… Judistan sorprendida aun no sale de su asombro y de lo inexplicable ante lo que acaba de vivir. Le cuesta creer por lo que pasó y siente ahora más necesidad de apoyarse en Juan y 174


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sus fuerzas aliadas que lo acompañan. Esto enorgullece más a Juan, al sentir la confianza sobre el compromiso que está asumiendo y la responsabilidad de salvar a San Francisco de la maldición. Ambos sienten que sus ímpetus se engrandecen y se dan valor al entender que ambos deben apoyarse para enfrentar aquel mal.

VIII

El Encuentro con la Bestia Un nuevo amanecer sobre Cerro Azul. Ya Juan de pie se dispone a alistarse y continuar su travesía para encontrar y destruir a la bestia. Judistan se acomoda, manteniendo su confianza en el amparo que le ofrece Juan. Después de preparar a su corcel Palomo y orientar la protección de sus perros guardianes, le dice a Judistan: - Lista para continuar?... - Sí, lista! -asienta Judistan, un tanto nerviosa- aunque le confieso que estoy un poco confundida… - Confundida? -le pregunta Juan extrañado. - Siento como si algo o alguien me llama -le responde Judistan- pueden mis sentidos 175


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decirme hacia dónde debo ir y dónde llegar… Siento muy de cerca la presencia de la bestia… - Es parte del collar que llevas puesto -le dice Juan- pues Buría se encargó muy bien de preparar ese amuleto… - Y qué debo hacer Juan?...Dime? -le pregunta Judistan preocupada. - Sólo sigue tus instintos -le dice Juannos llevará directo a la bestia…No logrará esconderse, por más que desaparezca… Siempre la encontrarás, pues la maldad no podrá más que la bondad de tu corazón… - Tus palabras sabias, oh gran guerrero, me entusiasma y me hace sentir segura de tus sanas intenciones -le responde Judistan con aquella sinceridad. Así que deciden continuar su marcha. El corcel Palomo marcando la pauta y los perros guardianes dispuestos alrededor de Juan y Judistan, en perfecta protección. En forma curiosa, Juan ve revoletear una bandada de aves y al percatarse bien se da cuenta que son parecidas a aquellas pavas negras de las que se encontró una vez, emitiendo el mismo gorjeo. Al contemplarlas bien, sólo se le vino a la mente un nombre: 176


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- Buría… Judistan que viene muy cerca de él, lo oye y le pregunta curiosamente: - Dijiste algo Juan?... - Oh no…nada!…Sólo que sentí curiosidad por esas aves, que parecen dirigirse hacia donde vamos nosotros… Juan lo pudo entender rápidamente. Ya se imagina a Buría observándolos por aquel viejo caldero mágico que le servía de catalejo. Y las aves no eran sino una guía para orientarlos justo donde se encuentra la laguna encantada y así encontrar a la bestia. Avanzan pausadamente, en aquella cuesta de un camino estrecho, buscando salir a La Raya de Cerro Azul. Es precisamente en ese momento que Judistan comienza a sentir cómo un escalofrío arropa todo su cuerpo. Asustada llama a Juan diciéndole que esté alerta, pues siente una extraña presencia muy cercana de allí. - Juan, Juan…siento que me llaman -le dice Judistan alterada- pero no puedo ver nada ni a nadie… - No te preocupes Judistan -le responde Juan con aquella gentileza- estoy aquí para 177


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resguardarte…Además cuentas con la protección del collar mágico de Buría, mis perros guardianes y esta espada que aplastará la cabeza de esa bestia… - Por allá Juan -le dice Judistan, segura de lo que estaba sintiendo. Juan se apresura, esta vez en un trote ligero. Le ordena al perro Onza que se mantenga cerca de Judistan, mientras él avanza con Tigre, León y su corcel Palomo. No han terminado de subir la cuesta, cuando sienten un estrepitoso crujido y una enorme sombra que revoletea las copas de los árboles y pareciera arroparlos. Judistan cae al suelo, tapándose los oídos. Juan voltea y regresa a socorrerla: - Siento como un zumbido Juan -le dice Judistan- algo que me atormenta… - Son los reflejos de la bestia le responde- ya estamos muy cerca… Ambos se incorporan y siguen avanzando a paso rápido. Entre el miedo y la emoción Judistan sigue dispuesta a acompañar a Juan en aquella batalla contra el mal. Y más aún cuando se siente que es parte de ella. Las pavas negras revoletean como locas, van y vienen en extraña 178


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confusión. Juan trata de interpretar aquella danza salvaje de esas aves, pero su concentración es distraída cuando Judistan profiere un grito de alerta: - Allí está!…la laguna encantada…Allí está!... Tal como se la describieran los peregrinos de Cerro Azul, allí estaba delante de Juan, aquella laguna tan rebuscada por todos. Una lamina de agua que se destaca por su exuberante belleza y una exagerada nitidez, que tentaba a cualquier viajero sumergirse a calmar su sed y saciar un buen descanso. Juan siempre precavido, alista a sus perros guardianes y en una señal le indica a Judistan que se mantenga firme y en espera ante cualquier ataque de la bestia. No se dejaría tentar por aquella vistosidad de la laguna, pues ya sabe que se trata de un encanto, que envuelve a la bestia hasta encubrirla. Juan se acerca sigiloso y observa con atención como de la superficie de la laguna en ondas suaves y ligeras hay como un humo blanquecino, que no puede distinguir si es frio o caluroso. Le hace seña a Judistan para que se mantenga a distancia y ordena a sus perros guardianes cubrir los alrededores de la laguna, previendo cualquier amenaza. Desenvaina su 179


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espada sagrada y la sostiene con fuerza con sus dos manos. Un silencio invade aquel momento, ya no se oyen las pavas que revoleteaban como locas, sólo el silbido del viento y el movimiento suave de las copas de los arboles. Aquella quietud misteriosa pone entredicho a Juan que no se confía ante aquello que parece más bien una amenaza. Se acerca poco a poco, casi contando sus pasos y llega hasta el estrecho de la laguna. Se asoma y puede contemplar la claridad de sus aguas y la poca vegetación que puede observar de su escaza profundidad. Confiado se regresa y guarda su espada creyendo que ya no hay nada por allí; pero luego se da cuenta que aquel error fatal casi le cuesta la vida. Cuando regresa, observa que Judistan está de rodillas con sus manos en los oídos, el corcel Palomo comienza a relinchar y los perros guardianes aúllan al unísono, como previendo la presencia de algo. Es allí cuando de una forma inexplicable, brutal y exagerada, se levanta un caudal de agua que sale del interior de la laguna, en desordenado remolino y chapoteo, humedeciendo sus alrededores y empapando a Juan y sus acompañantes. De entre ese desbarajuste se levanta en sorpresivo y monstruoso aspecto, la bestia 180


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infernal. Una serpiente de siete cabezas, largas lenguas que se partían en dos y enormes colmillos. Gruesos bigotes que salían de su rostro y de un aspecto verdusco intenso que se confundía con la maleza de la montaña. Profiriendo un ruido espantoso en cada crujido que hacían sus cabezas en forma individual. Juan resbala y cae al suelo, contemplando estupefacto aquel ser satánico que jamás había visto en su vida. Se da cuenta que cada cabeza de la serpiente, actúa como si tuviera mente propia y cuyos enormes ojos, rojizos y sangrones, parecieran estallar de su órbita, dando la apariencia diabólica que la caracteriza. Grita desesperado llamando a Judistan y pone en alerta a sus perros guardianes. Vuelve a desenvainar su espada, gritando con fuerza y valentía: - Onza, Tigre repartición!…

y

León…hagan

su

Y se levanta dando un salto para atacar a la bestia. Pero para su mayor sorpresa, así como llegó la bestia, así mismo desapareció. Se hundió nuevamente en el interior de la laguna, 181


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esfumándose en forma misteriosa. Todo vuelve a la calma, el agua de la laguna en su acostumbrada quietud, el viento sopla suave y aquel silencio espectral que ya Juan comienza a reconocer. Retrocede en cautela permanente. Sus perros observando en todas direcciones, en reacción rabiosa ante la presa que no pudieron atacar. Juan se dirige rápidamente donde se encuentra Judistan, ambos se abrazan agradecidos por sus vidas ante el riesgo del maleficio que acaban de ver. - Se encuentra usted bien? -le pregunta Juan a Judistan. Pero antes de emitir respuesta, vuelven a sentir aquel crujido que sale de la laguna. La bestia de siete cabezas vuelve a presentarse, esta vez con más insistencia, pues emerge por completo y en un zarpazo, lanza a los perros guardianes lejos de allí, haciéndolos rodar varias veces por el suelo. Esta vez Juan puede observar por completo cómo aquel ser siniestro se arrastra, enrollado su cuerpo, cual serpiente venenosa y una larga cola que va devastando todo lo que consigue a su paso. La bestia en macabra intención trata de dirigirse donde se encuentra Judistan, en frenética 182


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persecución contra ésta, pero Juan, espada en mano reinicia su ataque e invoca a sus perros a la defensiva. Se lanza velozmente sobre aquel ser monstruoso en astuta maniobra, mientras sus perros atacan por su costado y en la cola. Juan vuelve a gritar: - Onza, Tigre y León!...hagan su repartición!… Esta vez la fuerza voluptuosa de los perros y la sagacidad de Juan, hace que éste empuñando su espada, aseste de un solo golpazo, quitando una de las cabezas de la bestia, la cual cae derramando enormes bolas de sangre. Aquel ser infernal comienza a emitir crujidos y dar vueltas, lanzando coletazos en forma desordenada. Los perros se mantienen en ataque, ladrando ferozmente para intimidarla. Ésta recula hasta internarse nuevamente en la laguna. De sus aguas comienzan a salir espumas burbujeantes, dando una apariencia hirviente y sangrienta. Juan mira a sus perros, en sollozo cansancio reconociendo su momentáneo triunfo. Se dirige donde posa la cabeza de la bestia e inmediatamente procede a quitarle su lengua, entregándosela a Judistan en señal de victoria: 183


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- Aquí tienes Judistan…ésta será la muestra de la destrucción progresiva de la bestia, para presentarla en San Francisco… - Así será Juan -le responde- y para ello he destinado esta mochila que me diera mi padre, en su buena fe, para que en su momento le haga llegar la muestra de la destrucción de ese ser maléfico… Tal como se lo pidiera su padre, Judistan aprovecha para colocar una de las lenguas de la serpiente en una mochila tejida con tela de saco, la cual usaría para presentarla en San Francisco, en señal definitiva de su destrucción. Inesperadamente sienten otro crujido y Juan siempre alerta con la espada desenvainada aun, voltea sigilosamente para enfrentar de nuevo a su atacante. De repente observan que la laguna en una forma misteriosa e inexplicable se va haciendo más pequeña, como si de repente se recogieran sus aguas hasta desaparecer por completo. Sólo queda la hojarasca seca y un remolino polvoriento que va desapareciendo hasta no verse más. - Se ha ido -dice Judistan- la bestia se ha ido, pues ya no siento su presencia… 184


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Juan asienta con la cabeza. Limpia su espada, mientras le dice a Judistan: -Si!...Se ha ido, pero no debe estar muy lejos…Así que, no nos confiemos…Tarde o temprano nos encontrará de nuevo…Y yo debo destruirla…Es una promesa que hice para liberarte a ti y a tu pueblo de esa maldición… Ambos continúan en dirección al norte. Juan sabe muy bien que debe estar en persecución de la bestia. Judistan dispuesta a acompañarlo siempre. Observan como las pavas negras se dirigen en la misma dirección en su acostumbrada algarabía. Juan sabe que esa es la ruta a seguir, así que alista a sus perros, monta a la doncella sobre su corcel Palomo y avanzan decididos.

IX Las Peripecias de Pancho y Tranco Largo Muy cerca de allí, en forma escurridiza y sospechosa, hace su presencia “Tranco Largo”; aquel personaje, asistente del comisario Ignacio, que se ofreció a proteger a Judistan. Con él 185


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su fiel sirviente “Pancho”, que le sirviera como escudero. - Por aquí…apresúrate! -le dice “Tranco Largo” a “Pancho”- me parece que escuche un ruido por estos lados… - Voy jefe…voy -le responde “Pancho” en obediente fidelidad. - Recuerda que no podemos dejarnos ver por Juan y la doncella -le dice “Tranco Largo”además, que andan muy bien protegidos… Tranco Largo viene montado sobre un caballo, propiedad de la Hacienda San Francisco y “Pancho” sobre una mula, cargada con enseres y bastimentos para acampar. Ambos cansados por la trayectoria hecha en persecución de Juan y Judistan. Pero sus malas intenciones pueden más que cualquier agotamiento. Pues “Tranco Largo” no descansará hasta no ver que sus propósitos se hagan realidad, sentirse nombrado como propietario de los bienes de San Francisco y desposarse con la doncella. - Esta mula es muy terca jefe -dice mal humorado “Pancho”- ya no quiere caminar… - No seas estúpido “Pancho” -le responde “Tranco Largo” con autoridad- cáele a palos si es necesario…pero tenemos que avanzar… Avanzar!… 186


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De repente la mula se encabestra y comienza a rebuznar y corcovear, soltando patadas de un lado a otro. Bufando asustada, como si presintiera algo peligroso cerca de allí. En un jalón sale corriendo, arrastrando la humanidad de “Pancho”. Éste comienza a gritar, pidiendo la ayuda de “Tranco Largo”. Pero para su mayor sorpresa, la mula se detiene en frenazo perfecto cuando se encuentra de frente con la cabeza de la bestia, la que Juan cortara de un zarpazo con su espada mágica. El “Pancho” casi se desmaya al ver aquello que posaba sobre el suelo, con abundantes moscas e insectos que ya se disponían en perfecta putrefacción. Pancho casi llorando del susto y del miedo, comienza a proferir oraciones y haciéndose cruces invoca a sus santos protectores. Mientras que “Tranco Largo” llega en veloz paso con su caballo y al contemplar aquello comienza a reírse, pues pareciera que su nefasto designio se hace realidad al imaginarse simular su hipotético combate con la bestia, llevar una muestra al comisario Ignacio y falsear una supuesta victoria, por encima de lo que pueda ocurrirle a Juan. Un plan perfecto que “Pancho” no podía entender. -Te das cuenta idiota -le dice “Tranco Largo” a “Pancho”- esta será la mejor evidencia 187


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para convencer a todos que yo destruí esa bestia…Arrancaré lo que queda de su cabeza y la llevaré delante del comisario Ignacio…Sin duda la Hacienda San Francisco será mía…y Judistan mi futura esposa… Ambos ríen en maquiavélica intención, pretendiendo haber logrado parte de sus intenciones. Tranco Largo, con su filoso puñal, logra extraer la garganta de la cabeza de la bestia. - Esto “Pancho” -señalando el trozo cortado, todavía en humedad sangrienta- esto será nuestro triunfo…ya verás!…ya verás!… - Jefe, jefe…y cómo hacemos con el guerrero y la princesa? -pregunta “Pancho” en bobalicona figuración - Lo alcanzaremos…Mira!...allí van sus huellas, todavía frescas -le responde “Tranco Largo”-y cuando lo encontremos, acabaremos con ese tonto guerrero… A dos días de camino de allí, siguen avanzando Juan y Jusdistan. Esperanzados ante la necesidad de acabar con la maldición de San Francisco. Ella siempre pendiente ante cualquier reacción por la presencia de la bestia, permanece 188


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tranquila al no ver las pavas negras revoletear, por lo que no muestra ninguna reacción. Esto hace que Juan se mantenga seguro, siempre en custodia pero más sereno, junto a sus perros guardianes y su corcel Palomo que le sirve de carga. Sienten que pronto llega el atardecer y con ella la noche fría y oscura de Cerro Azul. Así que se disponen a descansar. Juan siempre atento ante el mínimo detalle para que Judistan repose con la mejor comodidad. Comienza a armar su improvisada carpa y prepara una fogata para alumbrarse y darse calor. Después de comer un buen bocado que trae Juan en su porsiacaso, el silencio se interrumpe cuando Judistan comienza a hablarle, esta vez sentada frente a él, en una confianza que van logrando poco a poco: - Hoy demostraste oh gran guerrero, tu decisión y espíritu combativo por destruir a la bestia…Su sagacidad y estilo de lucha, me hacen sentir más segura en su compañía… Juan queda como mudo, pues no esperaba aquella acotación tan precisa y puntual de Judistan. Se conformó con decir: -

Es una promesa que le hice a su pueblo 189


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y a usted, para liberarlos de esa maldición… Ambos guardan silencio. Juan siente que sólo va de paso, pues la búsqueda de su padre no ha terminado aún. - Además, debo continuar con mi búsqueda -continua Juan- mi padre, debo conseguirlo por el bien de mi familia…Algo me dice que debe estar vivo aún, en algún lugar de estas montañas de Cerro Azul… Juan siente curiosidad por Judistan, quiere saber un poco mas de ella. Tanta seriedad y tristeza, pareciera necesario cambiar ese estilo. Así que, un tanto apenado se atreve a preguntar: - Ya usted conoce de mí, de dónde vengo y a dónde voy…Pero de usted no sé nada… Judistan sonríe y sin ninguna vacilación comienza a relatarle: - Soy la menor de siete hermanas…lo que puedo recordar de estos diecisiete años que tengo…Mi madre sólo sé que le dicen Buría... No recuerdo su rostro, pues me cuenta mi padre que se marchó estando muy pequeña 190


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todavía…Somos víctimas de una terrible maldición por el error de mi padre en ofrecernos como garantía ante una promesa hecha a algún espíritu maligno de la montaña…Y en señal de cobranza, usa esa bestia que ha acabado con la vida de mis otras seis hermanas… Judistan comienza a llorar, recordando como su vivencia familiar ha sido interrumpida trágicamente. - Lo siento…lo siento mucho -le responde Juan- no era mi intención llevarla a este mal momento…Siento una pena por usted!… - No Juan, no se preocupe -le comenta Judistan- noche tras noche, cada pesadilla con la bestia no hace sino entumecerme, sin saber si algún día voy a liberarme de ese castigo… Judistan se retira y se dirige hacia su carpa. Juan se siente culpable y decide no interrumpirla más. Siente que ya no puede vacilar y que su promesa debe ser cumplida a cabalidad. Prefiere recostarse a descansar y que el nuevo día sea esperanzador. Oye a lo lejos ruidos y murmullos, que prefiere asociarlos con animales propios de la montaña y no a la presencia de la bestia. 191


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De repente siente que comienzan a arrastrarlo por sus pies. Grandes mandíbulas y exagerados dientes que pretenden devorarlo. Pero observa también la figura de alguien que viene a socorrerlo, no ve su rostro, pues lo cubre una luz muy intensa que sus ojos no pueden distinguir. Cuando siente que ese ser luminoso lo levanta para protegerlo de aquel misterio, se despierta sobresaltado. Es Judistan que lo está llamando para que se levante. El sol ya alto cubre su rostro entre los espacios que deja la sombra de los arboles. Juan sorprendido aún ante inesperado sueño. Observa como Judistan se encuentra alistada alrededor de los perros guardianes y del corcel Palomo. Oye que le dice: - Ya hay café preparado… Debemos continuar, pues siento nuevamente la presencia de la bestia… Juan no dice nada. Sigue estupefacto ante la reacción de Judistan. Se prepara y decide continuar con su travesía. Sienten una buena predicción cuando observan revoletear las pavas negras en su misma dirección. Ambos se miran y asientan con la cabeza al entender entre ellos de qué se trata. 192


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Avanzan y ya muy cerca de La Venezolana, en lo alto de la montaña, Judistan comienza a presentir la llegada de la bestia. - Está cerca…ya siento su presencia!… Juan se prepara, alertando a sus perros y aferrándose fuerte al puño de su espada. Mira en todas direcciones, pero no logra distinguir nada aún. Las pavas negras en su acostumbrado revoleteo, van y vienen en desorden ritmo. Ya Juan sabe que se trata de la bestia. Siente el frio espeluznante de su presencia. Observa a Judistan que ya comienza a taparse sus oídos y oye que le dice: - Allí Juan, allí está!… En su singular perfección, la laguna encantada. Sus aguas cristalinas y mágica belleza, que ya Juan conoce como un encanto. Esta vez está más preparado, pues no se dejará envolver nuevamente. Desenvaina su espada sagrada y se acerca con la apostura de un guerrero a destruir lo que salga de aquel espejo de agua. Les hace seña a sus perros guardianes para que estén alertas. De repente un silencio invade aquel lugar, no se siente sino el silbido del viento y una quietud misteriosa que pone en entredicho a Juan. 193


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Aquello se rompe, al emerger como era de esperarse, la bestia infernal, que sale del fondo de la laguna y cuyos crujidos ensordecedores hacen que Judistan se arrodille en señal del dolor que le producen aquellos estridentes sonidos. Juan preparado para el combate, salta sobre la bestia, profiriendo la ayuda de sus perros guardianes: - Onza, Tigre y León!…Hagan su repartición!… Los perros se lanzan sobre aquel ser monstruoso, que no termina de salir del agua. Con su brutal fuerza, cada perro guardián clava su colmillo sobre la bestia, mientras Juan salta encima de ésta, cayendo sentado sobre el cuello de una de sus cabezas y antes de cualquier pericia del valiente gurrero, la bestia comienza hundirse nuevamente en la laguna, arrastrando a Juan y a sus perros hasta el fondo de la misma. Judistan que ve de cerca aquel barullo, comienza a gritar, llamando a Juan insistentemente. Pero ni Juan, ni sus perros guardianes emitían respuesta alguna. Aquel silencio invade nuevamente el lugar. Judistan se levanta de la impresión, pero llora desconsoladamente, pues siente el final de aquel combate y su derrota al sentir que la 194


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bestia acabó con todo y no le queda ahora sino esperar por su sacrificio. En su desespero y sin saber qué hacer, comienza a invocar a Buría: - Madre…dime qué hago…envíame una señal!… Diciendo esto cae de nuevo al suelo, llorando de impotencia y dolor. Sorpresivamente el corcel Palomo comienza a relinchar, como alertando a Judistan de la presencia de algo o alguien misterioso que se acerca. La doncella se levanta rápido y observa temerosa que entre la espesa montaña en galope ligero se aproxima un jinete, avanzando en dirección a ella. Retrocede asustada y es cuando se da cuenta de aquel porte de hombre, montado sobre un caballo de color blanco, con hermosa vestimenta, espuelas doradas y un sombrero que cubre su rostro. - Eres…un espíritu? Judistan asustada y

-le en

pregunta sollozo.

Aquel ser no responde, pero asienta con su cabeza. No emite palabra alguna. Pero comienza a comunicarse con Judistan a través de señas. Ella entiende que le advierte algo de su collar; aquel amuleto que preparara Buría con un colmillo de la bestia y que lleva puesto en su cuello. 195


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- Qué?...el collar? -le pregunta Judistan tratando de interpretar aquellos ademanes del extraño personaje. Y en un gesto hecho por aquel espíritu, Judistan entendió: - Debo lanzar el collar sobre la laguna encantada? -le pregunto de nuevo. Aquel caballero respondió afirmativamente moviendo su cabeza. Judistan sin la menor vacilación, lanza aquel collar sobre la laguna encantada. Y es cuando comienza a producirse un extraño oleaje sobre la misma e insólitas ondas burbujeantes de agua. Se oyen de nuevo aquellos crujidos ensordecedores y en forma casi mágica, se levanta un caudal de agua en el que salen Juan y los perros guardianes como si fuesen expulsados de un estómago gigante. Las pavas negras emiten su singular alarido y Palomo en relincho permanente no ha dejado de saltar alrededor de la laguna. Juan y los perros caen al suelo de golpetazo, dando vueltas hasta incorporarse nuevamente. Juan portando dos de las cabezas de la bestia, una en cada mano y sus perros con rastros en sus hocicos de carne ensangrentada, llevando también una cabeza, cada uno entre sus 196


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colmillos; entendiendo Judistan que se trató de un fuerte combate aun dentro del agua. Juan todavía empapado por la humedad de la laguna, procede a extraer las lenguas de las otras cabezas de la bestia y colocarla en aquella mochila que ha dispuesto Judistan para ese fin. - Pensé que te perdía, oh buen guerrero -le dice Judistan a Juan, abrazándolo en exagerada emoción. - Qué pasó aquí? -pregunta Juan sorprendido- qué hiciste…cómo lograste salvarnos?... - El collar…el jinete misterioso -le responde Judistan, un tanto asombrada aún. Juan la toma por los hombros, tratando de consolarla: - Cálmese…dígame qué pasó?... Judistan señala donde estaba aquel jinete, pero ya no distingue objeto alguno. Sólo el viento frio de Cerro Azul y las hojas de los arboles que en su vaivén danzan de un lado a otro, como si no hubiese pasado nada. Camina sorprendida dirigiendo la mirada en la dirección por la que hizo su entrada aquella figura, pero ya no ve nada ni nadie. Recuerda el collar y se dirige de nuevo 197


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a la laguna. En mágica aparición, allí estaba, colgado en la rama seca de un paují. Lo toma e inmediatamente la laguna comienza a reducir su caudal, se va achicando hasta convertirse sólo en partículas de tierra y hojarascas secas, que se aleja en una polvareda en forma de remolino, hasta desaparecer en la lejanía. Juan y Judistan observan asombrados lo ocurrido y se alistan nuevamente, junto a los perros guardianes y el corcel Palomo. Juan preocupado por aquella extraña aparición del jinete que se le presentó a Judistan. Deciden continuar, orientados por los instintos de la doncella para seguir a la bestia y su presencia infernal en Cerro Azul.

IX Destrucción de la Bestia y Despedida de Los Espíritus Guardianes Cerca de allí, siguiendo los rastros de Juan y Judistan, aparecen nuevamente “Tranco Largo” y su fiel acompañante “Pancho”. - Mira, aquí van los rastros -le dice “Tranco Largo” a “Pancho”- y cómo veras este desorden de tierra y hojas parece 198


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que se libró aquí una gran batalla… - Allí jefe, allí -le responde “Pancho”, señalando los restos de las otras cabezas de la bestia. La mula en su acostumbrado relinche, comienza a rebuznar, temerosa ante aquello que estaba olfateando. Pancho trata de calmarla de su violento corcoveo. - Ya te dije que controles esa mula -le replica “Tranco Largo” a “Pancho” en tono regañón. Baja de su caballo y observa atentamente aquel escenario: - Si…sin duda alguna, aquí se libró una gran batalla -dice un tanto preocupado- cinco cabezas de un solo trancazo…aquí hay algo más que un simple guerrero “Pancho”…Aquí hay fuerzas misteriosas detrás de esto… Con su puñal extrae las gargantas de las cabezas de la bestia. Y le comenta a “Pancho”: -Por nuestra victoria “Pancho”…por nuestra victoria! -dice emocionado, colocando esos trozos de la bestia en una bolsa que lleva amarrada en un costado de la silla de su caballo. Pero no ha terminado aquella tarea, cuando siente el trasluz 199


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de aquel jinete que pasa rosando en medio de ellos. Una figura espectral que en veloz celaje, rosa casi por sus narices. Ambos se miran, como tratando de responder a lo inexplicable que acaban de ver. Montan rápidamente y ante lo enigmático de aquellos hechos salen a paso veloz. - Vámonos “Pancho” -le dice “Tranco Largo”que esto que paso aquí no tiene explicación terrenal…Regresemos a San Francisco… Corre carajo que lo que voy es asombrado!… Ambos se retiran velozmente, sorprendidos y asustados, como para no atreverse a descubrir qué fue lo que paso allí. Mientras tanto, Juan y Judistan avanzan en su prolongado trajinar. Siempre atentos ante las advertencias de las pavas negras que guían su trayectoria y a los instintos de la doncella cuando presiente la cercanía de la bestia. Llegan a un cruce donde el camino se divide en dos. Juan ante la inseguridad de su decisión le pregunta a Judistan: - Qué dicen tus instintos?... Cierra los ojos y es cuando Juan se ve tentado en contemplar la lozanía de aquella belleza que lleva a su lado. La observa y siente una mezcla de alegría y temor, al saber 200


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su responsabilidad sobre su cuidado y su honor de reconocer el juramento que hizo. Después de un largo rato, Judistan le responde: - Por aquí –señalando con su mano la ruta a seguir. Monta a Judistan sobre su corcel Palomo y continúan su ruta al lado de sus perros guardianes. Así prosiguen hasta avanzado el día. Judistan un tanto exhausta le comenta a Juan para un descanso inmediato. Llega la tarde y en tan merecida estadía, comparten algo de alimento y frutos propios de la montaña como guayabitas de monte y cobalomba. En esa momentánea entusiasta les llega la noche y comienza el frio refrescante de Cerro Azul. Se disponen a reposar y es cuando Juan aprovecha para preguntar a Judistan qué fue lo que vio en su recién combate con la bestia. - Se me apareció de repente un jinete - le comienza a relatar Judistan- después de invocar la ayuda de Buría…Estaba asustada, pues desapareciste junto con tus perros…Pensé que la bestia se los había tragado y que todo ya terminaba para mi…Así que en mi súplica le dije a Buría que me mandara una señal para librarlos de aquella maldad…Fue allí donde apareció de la nada aquella figura, un hombre montado en 201


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un hermoso caballo y cuyo amplio sombrero no me dejaba distinguir su rostro…Hermosamente vestido y enormes espuelas doradas…En ningún momento pude oír su voz, pues se comunicaba por señas y muecas…Le entendí rápidamente que lanzara este collar que llevo puesto a la laguna y así lo hice…Y luego cuando los veo salir, ya no estaba…se había esfumado… - Me crees Juan!…Me crees verdad? -pregunta Judistan como si Juan pusiera en duda aquel reato. - Si Judistan, le creo -le responde Juan tomándola de las manos- y le estoy muy agradecido por eso…Y permítame contarle lo que me sucedió…Sólo le pido que me entienda bien y se prepare para lo que va oír... Hace una pausa, acomodándose sobre un leño seco que le servía de asiento. Judistan atenta también se acomoda muy cerca de la carpa que tenia para dormir. Los perros guardianes y el corcel Palomo, testigos también de aquellas vivencias fantasmales de Cerro Azul. - Al caer sobre la bestia -comienza Juan su relato- le ordeno a mis perros guardianes que ataquen con toda su fuerza…y en espectacular 202


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ferocidad cada uno de ellos toma una cabeza de la misma…Yo me dispuse a cortar con mi espada otra de aquellas cabezas…Y es cuando de repente todo desapareció…Recuerdo que me sentía flotando en un lugar lúgubre y oscuro…Casi no podía ver…Los perros flotaban a mi alrededor y no entendía por qué…Extraños seres de pequeño tamaño, salpicaban mis ojos como queriendo cegarme…Parecían bandadas de mosquitos, pero con figura humana…Y de repente allí estaba…la bestia… Judistan reacciona asustada en señal de impresión. Se acurruca, agarrándose de sus rodillas, pero sin dejar de prestar atención ante aquel extraño y misterioso relato. - Era la bestia -continua Juan- la misma bestia con sus siete cabezas…Sentí que me asfixiaba, pues todo esfuerzo para destruirla y ahora la veía completa, sin daño alguno…Lo curioso es que ya no tenía forma de serpiente, pues su cuerpo era la figura humana con sus brazos y piernas, aun con sus siete cabezas…En el centro una cabeza gigante y a su alrededor, tres cabezas en su lado izquierdo y tres cabezas en su lado derecho…Pude ver expresiones de 203


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rostros que se quejaban en espectral alarido y fue cuando me di cuenta que en la boca de seis de sus cabezas estaban seis figuras de hermosas mujeres que pretendían zafarse de aquellas mandíbulas que la sujetaban como enormes barrotes… Judistan se levanta sorprendida y ante la claridad de aquel relato le dice a Juan: - Mis hermanas Juan!…Mis hermanas… - Si Judistan, tus seis hermanas le responde Juan, un tanto cabizbajo. - Me sentí amarrado -continua Juan su relato- no podía moverme, pues algo extraño me sujetaba… Era una fuerza que impedía que me moviera…Aquella enorme cabeza de la bestia reía en forma monstruosa…Fue cuando repentinamente, una luz!…si, una luz Judistan, bajó como un rayo, iluminando aquel encuentro… Pude ver a la bestia debilitarse, pues cayó de repente y muchos de aquellos seres que tenía a su alrededor se espantaron dejándolo sólo… Sentí de nuevo que mis fuerzas se recuperaban, pues aquella luminosidad me llenaba de energía y devolvía mi ánimo de combate…Fue cuando me lancé sobre la bestia, junto con mis perros, aprovechando su momentánea debilidad, corte dos de sus cabezas y mis perros una 204


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cada uno, entendiendo que pretendía liberar a sus hermanas de aquella cárcel infernal… Juan calla y el silencio reaparece. La noche despejada y fría de Cerro Azul se adentra en aquel sentimiento de ambos. Parecieran identificarse en un deseo que se hace único y mutuo. Judistan no deja de sorprenderse ante aquel relato y su impresión del solo hecho de pensar en sus hermanas y que Juan pudo observar desde la entrañas de la bestia. -Sólo queda una de sus cabezas -continua Juan, después de un largo rato- y le confieso que no dejo de pensar en ese momento terminal de la bestia…Destruir esa maldición y liberarla a usted de ese sacrificio… Ya no se dice mas nada. Pareciera que el temor de Juan cerrara aquella conversa. Ambos deciden dormir y esperar que el nuevo amanecer sea prospero y esperanzador. Juan se despierta después de una corta noche, pues sintió que la alborada apareció muy rápido. Se dirige a despertar a Judistan y es cuando se da cuenta para su mayor sorpresa, que ya no está en su carpa, sus perros ausentes 205


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y sólo las huellas frescas del corcel Palomo sobre la capa húmeda de la tierra. Juan se sobresalta, pues entiende que en algún momento la bestia hizo su aparición y se llevó a sus amigos o acabó con sus vidas. Revisa sus instrumentos de combate y cae al suelo al darse cuenta que su espada sagrada ya no está con él. Aún sin recoger parte de sus enseres se levanta violentamente. Observa que en la copa de los arboles se encuentran unas pavas negras, revoleteando ruidosamente; Juan no hace sino correr en su misma dirección, entendiendo que van justo a donde se encuentra la bestia. Corre sin parar, tropezando con las ramas de los arbustos, pues no puede perder de vista el vuelo de estas aves misteriosas que guían su ruta. Son muchas dudas que llegan a su mente y su preocupación se agranda al saber de su responsabilidad con Judistan y la promesa hecha a su pueblo. Avanza rápido y en su desespero tropieza y cae varias veces, pero se incorpora rápidamente, pues su fuerza de voluntad puede más que su cansancio. Jadeando sube a un alto de la montaña y en una explanada que está llegando a La Venezolana de Cerro Azul, vuelve a sentir aquel escalofrío tenebroso al darse cuenta de un combate entre la bestia y Judistan, que montada sobre 206


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el corcel Palomo la enfrenta espada en mano y con los perros guardines en valiente ladrido, tratando de defenderse de aquel ser infernal. El sol se oculta y de repente aparecen unas nubes negras, soltándose el viento como si una enorme tempestad estuviese a punto de caer en Cerro Azul. Juan todavía perplejo de la impresión, salta sobre unos obstáculos para llegar lo más rápido y participar en aquella lucha contra el mal. Observa que de un coletazo la bestia golpea a Judistan, cayendo desmayada en el suelo. En su desespero, Juan invoca a sus perros guardianes: - Onza, Tigre y León…Hagan su repartición!… Juan sigue avanzando, mientras sus perros en su fiel hazaña, obedecen la voz de su amo, lanzándose ferozmente sobre la bestia. Pero ésta, en su sagaz crueldad, se sacude enérgicamente, arrojando a los perros lejos de allí. Aún con su sola cabeza, la bestia se arrastra donde se encuentra Judistan, mostrando más poder que nunca; pero Juan no termina de llegar, le parece interminable aquel andar para encontrarse con ella. Al ver que la bestia se acerca más y más, vuelve a invocar a sus perros: 207


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- Onza, Tigre repartición!…

y

León…Hagan

su

Los perros apenas logran incorporarse, mientras la bestia se aproxima sobre la humanidad de Judistan. Juan siente que ya no puede hacer nada. Corre exhausto para tratar de llegar lo más rápido y justo cuando trata de reponer a la doncella, la bestia lo embiste, tirándolo lejos de un solo zarpazo. La bestia se lanza nuevamente sobre Judistan e inesperadamente se oye una voz que a lo lejos grita: -Bestia infernal!…En nombre de San Juan de Los Chichones, de San Pedro y San Pablo, te ordeno que dejes en paz a mi hija… Hace su presencia en forma repentina e imprevista Buría, que acaba de llegar. Y alrededor de ella los peregrinos de Cerro Azul, que en círculo de oración se arrodillan, profiriendo plegarias y decimas para espantar al demonio. La bestia se sacude aún mas, pues se siente acorralada ante sus nuevos adversarios. Judistan todavía yace en el suelo inconsciente. Buría emite movimientos con sus manos, como tratando de dirigir algo prodigioso para defenderse de la bestia, pero ésta manifiesta 208


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mayor fuerza y no logra hacerla retroceder. Ésta vuelve a dirigirse sobre la doncella, tratando de completar su maldición. Es cuando de entre el espesor de la montaña, vuelve aparecer en forma misteriosa, aquel jinete de espuelas doradas, montado en su caballo blanco, que como el viento sigiloso pasa rasante entre Juan, Judistan y la bestia. Buría entendiendo que se trata de aquel espíritu protector, le grita a Juan desesperada e invoca sus fuerzas prodigiosas para que su espada retorne a sus manos: - Juan…la espada sagrada…Tómala!... De manera asombrosa, aquella espada que estaba tirada en el suelo, se levanta y comienza a flotar por los aires y en singular movimiento llega hasta las manos de Juan. Éste aprovechando la ocasión se lanza sobre la bestia y en ágil operación termina de cortar su cabeza, que ya se encontraba devastada por las fuertes garradas y mordidas de los perros guardianes. La bestia cae iracunda sobre el suelo, retorciéndose de dolor y lanzando enormes bolas de sangre que se desprendían de su cuerpo. En forma ágil y rápida, Juan termina de arrancar la última lengua de la bestia, alzándola en señal de triunfo. De repente, en forma extraña y sorprendente, el 209


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cuerpo de la serpiente comienza a desintegrarse, ardiendo en un raro fuego de color rojizo, consumiéndose quedando solo restos secos y polvorientos. Aquello deja perplejo a Juan que no sale de la curiosidad al contemplar ese espectáculo misterioso. Y más insólito aun, cuando se da cuenta que entre las cenizas, van emergiendo unas extrañas luces, que agrandándose toman la forma humana de seis hermosas doncellas que transfiguradas, desprenden un sublime resplandor que casi lo enceguece. Ayuda a Judistan para que se incorpore y se levante del suelo. Ambos perplejos observan asustados como aquellas figuras inclinadas aun, se levantan, portando extraños atuendos largos de color morado, que cubrían todo su cuerpo. Pareciera que restos de hollín y humo se desprenden de aquel ropaje, hasta dar la configuración perfecta de hermosas siluetas femeninas que ya en pie y con sus cabezas cubiertas con hermoso ropaje transparente, sonríen entre ellas como si despertaran de un largo sueño. Judistan que recién se incorpora, comienza a llorar de la emoción, tratando de entender aquel misterio: 210


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- Mis hermanas…son mis hermanas!... - Si Judistan -le responde Juan- son tus hermanas…Aquellas que la bestia tenia atrapadas en sus infernales entrañas… En forma casi mágica, aquellos seres rodean a Juan y a Judistan. Y ambos comienzan a sentir una emoción singular, pues sus corazones se llenan de aquel encanto ante la presencia de estos angelicales seres. Juan entiende que acaba de cumplir con su promesa. Que ha terminado de destruir aquella maldición y librar el alma de las hermanas de Judistan. Ambos lloran emocionados, pues se ven envuelto en resplandecientes luces que giran a su alrededor como luciérnagas que van dejando una estela resplandeciente por todo su cuerpo. Juan sonriente, observa a Buría, que arrodillada y alzando sus brazos hacia arriba, llora ante lo que también pueden ver sus ojos. Aquellos seres angelicales que avanzan flotando a ras del suelo, se dirigen donde Buría. Juan y Judistan, incorporados ya se animan y acompañan de cerca lo que es aquel encuentro entre madre e hijas. Los peregrinos de Cerro Azul, boquiabiertos no dejan de contemplar el profundo espectáculo. Testigos son de 211


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ese extraño encuentro entre el bien y el mal. Buría emocionada, sintiendo a sus hijas en su alrededor, comienza a adivinar según el parecido con cada una de ellas: - Tú eres…Junelia…y tú Junay…Junias debes ser tú…Te recuerdo bien, tu eres Juliana,,, Por acá está Julissa y tu pequeña debes ser Julinka… Acertadamente Buría reconoció muy bien a cada una de sus hijas. Llora emocionada y siente que aquel encantamiento le devuelve el alma materna. Aquellos seres angelicales en forma majestuosa señalan donde se encuentra Juan y Judistan. Buría entiende que le advierten sobre su hija que aun vive. En perfecta configuración, Judistan atraviesa aquella antesala que le hacen sus hermanas hasta llagar donde Buría: - Eres Judistan, verdad? -pregunta emocionada. - Y tu eres Buría!...mi mamá -le responde Judistan. Ésta corre y termina de llegar al encuentro de su madre. Ambas se abrazan y 212


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lloran emocionadas. - Todo este tiempo -le dice Buría en sollozocasi diecisiete años, esperando este momento… Hija mía…eres hermosa, cual doncella encantadora de estas montañas de Cerro Azul... Ya todo terminó…La maldición fue destruida!… De pronto, las angelicales doncellas comienzan a retirarse una por una. En un trasluz brillante en dirección al sol que comenzaba a deslumbrar una vez que la oscuridad de las nubes desapareció con la muerte de la bestia. Para dolor de Juan y Judistan, los perros Onza, Tigre y León, así como el corcel Palomo, yacen en el suelo y extrañamente sus cuerpos van desapareciendo como si se desintegraran con el viento frio de Cerro Azul. Juan corre en busca de sus guardianes, pero entiende que ya no puede hacer mas nada. Buría lo consuela diciéndole: - Juan, Juan…no entiendes todavía las cosas espirituales de Cerro Azul…Ya los valientes perros y tu hermoso corcel, cumplieron su misión…Ahora van acompañando a mis doncellas hasta el más allá de la eternidad… Ya aparecerán en otro momento!… 213


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Juan no entendía lo que Buría trataba de decirle. Sólo se conformaba con el dolor que le embarga la desaparición de sus perros y su corcel Palomo. Su alma llora y enmudece ante el sentimiento y el amor que les puso a sus amigos guardianes y la fidelidad que estos le brindaron en todo momento. Todas sus hazañas, sus triunfos y tropiezos por toda la travesía de Cerro Azul. Solo se conformó con decir, mirando hacia el cielo, aún con lágrimas en los ojos: - Algún día nos veremos mis amigos…algún día nos veremos!... Buría llama a Juan a su encuentro y junto a Judistan los abraza, dando vueltas en entusiasmado movimiento, riendo felizmente con una gran emoción de madre al encontrar a sus hijos. Los peregrinos se abrazan emocionados, dándose las manos unos a otros y espaldarazos ante el esfuerzo que le pusieron para conseguir a Juan y colaborar con la destrucción de la bestia. Daban alabanzas y vitoreaban a favor de Juan y Judistan, pues sabían de antemano la promesa hecha por el comisario Ignacio al guerrero que a bien destruyera aquella maldición. En aquel reencuentro, Juan todavía 214


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emocionado y sorprendido, le pregunta a Buría: - Buría…cómo hiciste?...es decir, cómo llegaste hasta aquí?...los peregrinos?... - Ya…ya Juan! -le responde Buría esa es una historia muy larga que estoy dispuesta a contártela…Por ahora, vámonos… pues nos esperan en San Francisco…

X Entrada triunfal a la Hacienda de San Francisco Mientras tanto, las cosas en San Francisco no marchaban muy bien. Pues ya “Tranco Largo” y su fiel sirviente “Pancho”, cual pícaros hábiles y perniciosos, reaparecen con aquella algarabía. Mostrando los restos de la carne ya seca que arrancaron de la bestia y vociferando un supuesto triunfo sobre la maldad. Diciendo además que todos habían muerto, que la bestia había acabado con el guerrero y la doncella. El comisario Ignacio no podía creer tal fatalidad, pero ante las pruebas presentadas le parecía no oponer la menor duda posible. -

Pero

mi

hija…y 215

mi

gran

amigo


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Juan -se preguntaba el comisario Ignacio, sorprendido ante aquella eventual desgracia. - Tanto lo siento patrón -le responde “Tranco Largo” maquiavélicamente- pero así es la vida…Ahora has de cumplir con tu promesa…Me entregaras la mitad de la hacienda…aunque bueno, en la ausencia de su hija, me conformaría con algunas cabezas de ganado que aún le quedan… El comisario Ignacio no podía salir de aquel letargo. Y comprendía que una promesa hecha tenía que cumplirla. Pues no dejaría perder su liderazgo ante la comarca de San Francisco, así tuviera que compartirla con el ser más despreciado para él en ese momento. No hacía sino rascarse la cabeza y sólo le pedía tiempo a “Tranco Largo” para cumplir lo prometido. Ante la presión inminente, se levanta y ordena a sus allegados correr la voz para que en la mañana a primera hora se reconozca delante de todos la promesa hecha y entregar a “Tranco Largo” los bienes ofrecidos por la destrucción de la bestia. El amanecer no se hace esperar sobre San Francisco. El comisario Ignacio se dispone como fiel cumplidor de su promesa a premiar a “Tranco Largo” en su aparente hazaña por destruir la 216


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maldición. Ordena a toda la comarca a reunirse en aquel patio grande de secado y se instala en el balcón del cuarto destinado para Judistan. - Hoy los he convocado a todos -comienza el comisario Ignacio su narración- para que vean que como buen cumplidor de mis promesas, destinaré la mitad de mi hacienda al Sr Rafael Sequera, por haber presentado ante esta comarca los restos de esa bestia que azotaba nuestro pueblo con aquella maldición… Tranco largo, en astuta agilidad aprovecha la ocasión para justificar sus nefastas intenciones: -Pueblo de San Francisco…cómo verán, mi fiel sirviente “pancho” y yo, hemos destruido esa bestia por el bien de ustedes…por desgracia la hermosa doncella y el joven guerrero tuvieron que morir…Les cuento que me tocó ver lo infernal…lo asombroso de un ser que venía dispuesto a acabar con todos…pero mi sabia astucia y valentía hizo que acabara con esa cruel maldad…y aquí están las muestras!… De entre la multitud solo se oyen algunos rumores y unos aplausos poco estimulados. Pues el montaje de “Tranco Largo” parecía entenderse muy bien. Pero el comisario Ignacio, cabizbajo no 217


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le queda sino entregar aquel pergamino donde certifica la recompensa de su promesa ofrecida. Justo en el momento en que se va a entregar lo reconocido a “Tranco Largo”, se oye un grito de entre la multitud que sorprende a todos: - Allá!…miren…la doncella!... Efectivamente, a lo lejos podía divisarse la cabalgata de los peregrinos de Cerro Azul; en un trote suave van acompañados de Juan, Buría y Judistan. Algunos de la multitud salen corriendo a su encuentro y ponen en entredicho lo que está pasando en la hacienda y la presión maliciosa que está haciendo “Tranco Largo” al comisario Ignacio. Buría es la primera en llegar al gran patio, montada en un caballo que le prestaran los peregrinos de Cerro Azul: - Un momento!...-dice en recia vozque la verdad sea dicha…No caigan en la ambición de este hombre…pues lo que ocurrió realmente con la bestia tiene un solo nombre… Juan José Silva, el guerrero de Cerro Azul… Señala sonriente con su dedo hacia donde comienza a hacer su presencia Juan, Judistan y los peregrinos. Con sus ropajes empolvados aún y rasgos de cansancio pero 218


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fortalecidos por su recién triunfo entran a la hacienda. Entre la confusión de lo que está pasando, uno de los peregrinos se atreve a decir: - Es cierto!…No le crean a este hombre -señalando hacia donde se encuentra “Tranco Largo”- pues su ambición no tiene límites…Hemos sido testigos de la gallardía e intrépida virtud de este muchacho, que en sorprendente combate destruyó la bestia y con ella la maldición de San Francisco… Todos aplauden emocionados y haciendo ovaciones a Juan y Judistan que permanecen juntos todavía. El comisario Ignacio aplaude y ríe emocionado. Tranco Largo que se encuentra acorralado sale corriendo tratando de huir de aquel montaje que había hecho; pero ante una orden del comisario, es rodeado por sus asistentes y ordena que sea encerrado para que pague por sus ambiciosas intenciones. El comisario Ignacio a pesar de su emoción, no sale de su asombro. Se siente culpable al desconfiar de la hazaña de Juan y dejarse convencer por los trampantojos de “Tranco Largo”. Aun desde el balcón del cuarto de Judistan, decide que hagan subir a los peregrinos, a Juan, Judistan y Buría. Éstos 219


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caminan haciendo paso de entre la multitud de trabajadores agrupados de la hacienda. Se oye el rumor constante de entre ellos, haciendo señalamientos ante aquellas personas singulares que comienzan atravesar aquel gran patio. Entran en la casona, siempre acompañados por los guardianes del comisario. Buría llora de la emoción, pues por muchos años no pisaba su propia casa y de inmediato aquellos recuerdos de sus hijas en cada rincón que comenzaba a divisar en la misma. Abrazada con Judistan y Juan, va señalando cada paraje y sitio de juego que Buría tenia destinada para sus niñas. Así llegan hasta aquel balcón. El comisario Ignacio envuelto en tan anhelada conmoción, observa a Buría de arriba abajo. Aun en su singular vestimenta, no pierde su belleza y calidad humana, lo que hace que Ignacio se dirija hacia ella en abrazo cordial y profundo, en un reencuentro tan esperado desde hace tiempo. Ambos lloran como reconociendo que comienza una nueva etapa para sus vidas, ahora en compañía de Juan y Judistan. En aquel vitoreo, el comisario Ignacio alza sus manos y en reconocido respeto de la multitud, comienza a decir: -

Hoy es un día especial…la promesa hecha 220


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por este guerrero ha sido cumplida…la maldición que cayó sobre esta comarca fue destruida…mi hija y mi esposa están aquí y son bien recibidas para que en lo adelante gocen de todo mi respeto y consideración…Y yo cumpliendo fielmente con el compromiso que hice a mi pueblo, entregaré a este guerrero mis bienes y producción, lo que considero más bien poca cosa ante la esbelta hazaña para destruir a la bestia… Abrazado aun con Buría, llama a Juan y Judistan a su encuentro, en virtud de que la multitud que observa entusiasta aquel momento, sean testigos de los próximos nombramientos: - Y tu Juan -le dice- estás dispuesto a seguir construyendo la historia de esta comarca?... Juan emocionado se acerca y en apretón de manos se compromete a continuar con la producción de la hacienda y la prosperidad de San Francisco. El comisario Ignacio llama a Judistan y en tan anhelado hecho esperado por todos, le pregunta sobre su disposición a desposarse con Juan. Hay una gran expectativa, pues Judistan observa a todos en silencio. Mira a su alrededor, 221


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su gente, la hacienda, ahora a su madre y padre juntos. Dirige su mirada a lo alto, como observando la lejanía en los picos de Cerro Azul, recordando tal vez aquellos hechos con la bestia infernal. Observa a su madre, tal vez preguntándole en silencio la decisión a tomar. Buría interpretando su petición, asienta con la cabeza, sonriente y solloza. Se dirige donde está Juan y tomándolo de sus manos, con voz profunda, cual doncella segura de sus hechos le dice delante de todos: - Si…acepto!...Acepto a Juan como mi futuro esposo… Hay una gran algarabía de la multitud. Algunos se abrazan entre ellos, otros lloran emocionados. Ocasión que aprovecha el comisario Ignacio para proclamar: - Que este día quede escrito en las páginas de esta comarca la prosperidad que se avecina para San Francisco… De repente entre la muchedumbre, van sacando a “Tranco Largo”, junto con su asistente “Pancho”. Aquellos personajes maliciosos que trataron de engañar a todos. Ocasión que aprovecha el comisario Ignacio para preguntarle a Juan que será de estos sujetos: 222


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- Y qué hacemos Juan, con estos dos?… Porque la orden es enviarlos a una buena celda allá en La Sierra, para que paguen sus fechorías... - No…esperen un momento le responde Juan, después de un largo rato- déjenlos ir…entréguenles suficiente bastimento y caballos para que se vayan… Pero que no regresen por aquí nunca jamás… Aquella magnanimidad hace que Juan sea visto con más devoción y respeto. La comarca completa acepta con tal ímpetu aquella demostración humana y en armoniosa celebración la reunión se convierte en un festín patrimonial. Comienzan a aparecer adornos festivos y religiosos que en perfecta decoración van dándole armonía y vistosidad a la hacienda de San Francisco. A los lejos los destellos de relámpagos, anunciando la entrada de aguas, en el invierno refrescante y frio de Cerro Azul. Emergiendo de nuevo el verdor y colorido de la vegetación y de los pastizales de la hacienda. En la entrada a la gran casona, en vistoso color rojizo, reaparece el retoñar de las cayenas que deslumbran con su belleza. En lo alto de los arboles de samán, 223


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hermosas orquĂ­deas violetas con su exuberante colorido, haciendo de aquel lugar un paraĂ­so, donde Juan y Judistan comienzan una nueva vida. Sin embargo, Juan tiene un compromiso consigo mismo. La promesa de encontrar a su padre sigue en pie y de regresar a La Sierra en el reencuentro con su madre y su hermana Irene. Pero esa es otra historia.

224


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INDICE parroquia juan angel bravo estado cojedes

15

El Espíritu de la Montaña

16

San Juan de Los Chichones

17

Cómo nace este Espíritu?

19

El Caballero Fantasma

24

La Casona Embrujada

25

El Sogueador o Gritón

28

La Laguna Encantada

30

La Cruz Pascualera

31

CUENTOS FANTASMALES DE CAMINO REAL El Desatino Encentro con el Griton

34

Travesía por el Paso de la Mula y los Matocos 53

225


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El Encuentro con “Chiche” en la Lapentera

75

La Historia de Buría y el Oráculo

103

Historia de las Doncellas y la Serpiente de Siete Cabezas 131 Los Peregrinos de Cerro Azul

154

La Partida

164

El Encuentro con la Bestia

175

Las Peripecias de Pancho y Tranco Largo

185

Destrucción de la Bestia y Despedida de Los Espíritus Guardianes

198

Entrada triunfal a la Hacienda de San Francisco 215

226


Versiรณn Digital Abril 2020 Sistema de Editoriales Regionales - SER Cojedes - Venezuela


Colección: LITERATURA Serie: Cuentos de mi llano

Cuentos de la Sierra Este libro nos lleva a la imaginación de ser un lugar destinado para los dioses y misterios espirituales, generando entre sus pobladores numerosos relatos y leyendas, tales como: El Espíritu de la Montaña, El Caballero Fantasma, El Sogueador o Gritón, La Casona Embrujada, La Cruz Pascualera, La Laguna Encantada, entre otros.

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José Miguel Aular (1966) Licenciado en Educación. Docente Universitario en la Categoría de Asistente a Dedicación Exclusiva de la Universidad Bolivariana de Venezuela. Responsable en el estado Cojedes del Programa de Formación de Grado Gestión Social del Desarrollo Local. Ha realizado estudios de investigación etnográfica en La Sierra y Cerro Azul, Parroquia Juan Ángel Bravo del Municipio Ezequiel Zamora.


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