La Revista - 26 Abril 2015

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DOMINGO 26 DE ABRIL DE 2015

diarioUNO.pe AÑO: 2 Nº 63

EDITOR: PACO MORENO

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EL LIBRO FESTEJÓ SU DÍA sin mucho alborozo. Al pisco, cebiche y hasta al pollo a la brasa, sí les hacen fiestas mediáticas y bulliciosas.

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MAGNATE LUIS BANCHERO

Un crimen nazi en el Perú. Más pistas

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Gabo elogia al gran Juan Rulfo 6

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EL “TUIT”

DOMINGO 26 DE ABRIL DE 2015

“En Guadalupe, Ica. Cientos de personas me esperaban en una esquina. Llegaron los abrazos, los cálidos saludos y los ‘fuerza, Keiko.” (La lideresa fujimorista ya está en campaña hace rato, pero nadie sabe con qué dinero.)

“Las madres reclaman más apoyo para educación superior tecnológica y exigen reestructuración del programa Qaliwarma” (Alan García, se suma a los ataques contra los programas sociales.)

“Construyendo con esperanza la Unidad del Pueblo Peruano.” (Sergio Tejada, momentos después de unirse a la bancada congresal de Dignidad y Democracia y días después de lanzar Bloque Nacional Popular.)

TAMPOCO, TAMPOCO

“Cuando en lugar del diálogo franco se opta por represión llega un fallecido por Tía María. Cateriano solo atizó el conflicto con sus actitudes.” (Verónika Mendoza critica la falta de diálogo para solucionar el grave problema de Islay.).

“Es indispensable promover la lectura, pues constituye un pilar fundamental para el progreso social y cultural de nuestro país.” (PPK , sobre el Día del Libro.)

Citas citables Mismo discurso

“Desde el 2013, en promedio, América Latina no elimina pobreza por efecto de la desaceleración de las grandes economías y la reducción de precios de comodities, minerales y petróleo, pero el Perú está dentro de los pocos países que sigue reduciendo pobreza, particularmente en el área rural.” (Humala, hablando como sus antecesores).

Yo leo poco, porque escuché por ahí que la lectura puede ser peligrosa.

Pide diálogo

CON LA ESTRELLA

“Hay que dar muestras de responsabilidad frente a las actuales circunstancias en Islay, Arequipa, propiciando un diálogo sin condiciones que permita la pacificación de la zona y abra un camino de solución a este problema.” (Defensoría del Pueblo).

Yehude

No necesito carné para ser aprista.

“Cuando estamos desunidos todos parecen felices, pero basta que haya unidad para que se preocupen. Los de derecha quieren aparecer como de centro o centro izquierda pero su realidad es otra.” (expremier aprista Yehude Simon, haciendo méritos ante cuestionamientos).

Debe entregarse

diarioUNO.pe Hecho el Depósito legal Nº 2005-2098

Dpto. de Distribución: Telf. 460-7928

Editor: Paco Moreno. Arte y Diseño: Julio Arroyo S. Edición Gráfica: Carla Patiño. DIRECCIÓN: MAX GONZÁLES OLAECHEA 118, UNR. PARQUE LAS LEYENDAS - SAN MIGUEL TELÉFONOS: 5943600 / 447-3092 FAX: 444-0883 LOS AUTORES DE NOTAS DE INVESTIGACIÓN Y/ U OPINIÓN SON LOS ÚNICOS RESPONSABLES DE SU ELABORACIÓN Y CONTENIDO. LA CASA EDITORA NO SE SOLIDARIZA NECESARIAMENTE CON ELLOS.

“El joven empresario Gerald Oropeza, vinculado al narcotráfico, debe entregarse a la justicia porque tarde o temprano acabará en prisión con una pena no menor de 25 años.” (El jefe de Devida, Alberto Otárola).

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DOMINGO 26 DE ABRIL DE 2015

D9KLJ=K D=LJ9K MARCO FERNÁNDEZ

PARADOS DE CABEZA SOBRE EL SOFÁ y con los pies apoyados en la pared, entretenidos en el vacío de nuestra joven existencia, mi primo y yo jugábamos con la fortaleza de nuestros corazones. Yo bromeaba con que tarde o temprano éstos se cansarían de bombear la sangre desde nuestro pecho, hacia arriba, hasta nuestros pies, y nos daría un paro cardíaco. Claro, de bajada era poco trabajo, pero al revés, la gravedad y la distancia harían las cosas más difíciles para un órgano de apenas unos gramos de peso. El contradictorio de mi primo, que en ese entonces estudiaba algo referente a los circuitos eléctricos, creía que, como el sistema sanguíneo era un sistema cerrado, sería igual si estuviéramos de cabeza o de pie, de barriga o de espalda; y que, a lo mucho, caeríamos de cansancio antes de comprobar mi teoría, por la debilidad de nuestros brazos. En esas insensateces andábamos cuando escuchamos a la inquilina que pedía ayuda desde el segundo piso de la casa. Subimos corriendo y llegamos con las caras rojas y el corazón apurado. Su esposo, uno de los inquilinos de la casa, yacía en el suelo del baño, a un lado de la taza. Estaba demasiado quieto y respiraba débilmente, tanto que casi no se percibía el movimiento del cuerpo por la respiración. Y se había salpicado de orines, lo que había impregnado de un matiz ridículo esa escena triste. Apuramos el paso, con su cuerpo en el aire, llevándolo a su cuarto simulando una camilla con nuestros brazos. Estaba frío, tenía los labios morados y había unas gotas de sudor en su rostro. Tardamos mucho en subirlo al taxi que mi primo pidió en la calle, superados por el peso. Y en el asiento trasero, rumbo al hospital, tratábamos de que despertara sin conseguirlo del todo, y se nos comenzó a ir poco a poco en cada uno de los cabeceos que le dio al hombro de su esposa. En el camino, nos veíamos unos a otros, confundidos y con sentimiento de culpa por no saber

Un resultado inminente

qué hacer en esos momentos. Para disipar las alteraciones del ánimo, su esposa contó que su cuñado lo había llevado a la casa a las 9.30 de la mañana, según sus cálculos, después de que cayera desplomado mientras pulía las esquinas de una mesita de noche. Trabajaba dos meses en la carpintería, en contra de las indicaciones de su doctor, quien le recomendó tres meses de descanso absoluto después de la operación, en noviembre. Era febrero, apenas se cumplían los tres meses prescritos y ya se encontraba descansando en contra de su voluntad. La culpa habría sido de él.

Roger llegó a la sala de emergencias, directamente al quirófano. Eran las 12.15 de la tarde cuando un joven salió a preguntar cuánto tiempo había pasado desde que sufrió el primer desmayo; qué medicinas tomaba; por qué estaba solo con polo, short y sandalias si estaba sudando frío; quién compró la gaseosa helada que se tomó y cuándo fue la operación que le hicieron. Consternado, salí a llamar a su esposa, quien tenía todas las respuestas y se estaba gastando una fortuna de bolsillo en llamadas telefónicas. Al pasar por la puerta de

Su esposo, uno de los inquilinos de la casa, yacía en el suelo del baño, a un lado de la taza. Estaba demasiado quieto y respiraba débilmente, tanto que casi no se percibía el movimiento del cuerpo por la respiración. Y se había salpicado de orines, lo que había impregnado de un matiz ridículo esa escena triste.

la sala de operaciones, pude verlo en la camilla, sobre sus espaldas, con el polo abierto a tijeretazos. Adornaba su pecho, en alto relieve, una cicatriz que encerraba los misterios de su adolorido corazón. Roger salió, sobre la camilla, llevado por un enfermero hacia el ascensor con rumbo al tercer piso, mientras su esposa se dedicaba a mimar a su hija, quien nos había acompañado durante todo el viaje y recién cobró importancia cuando emitió su primera pregunta: ¿A qué hora viene mi papi? Mientras tanto, los doctores le aplicaban electrochoques a su papá, y, cuando este seguramente rebotaba en la cama de operaciones, una secretaria se acercó a solicitar la firma de algún familiar. Mi primo y yo, inútiles y preocupados tras el juego de la mañana sobre el sofá, los dejamos y nos retiramos a casa a esperar respuestas. Pasaron pocas horas cuando recibí la llamada de su hermano.

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Desesperado, preguntó por Roger y, sin dar tiempo a mi respuesta, se culpó a sí mismo en el teléfono como si estuviera increpándose frente a un espejo. Sentía remordimiento por no llevar a su hermano a una revisión médica en vez de traerlo a casa. Inmediatamente, lo mandé al hospital. Momentos después recibí la llamada de la esposa de Roger, quien me narró los pormenores del suceso desde antes de que llamara a mi primo y a mí en la mañana. Roger se despertó alrededor de las seis de la mañana. Salió a la calle a las siete con una gaseosa y galletas de soda en el estómago, dejando a su esposa feliz y dormitando en su lecho. A las nueve con treinta minutos, aproximadamente, ella despertó ante el insistente claxon de una camioneta. Cuando asomó a la ventana, vio a su cuñado dejando el volante y dirigió la vista a la parte trasera del vehículo: junto a la carga, entre puertas y sillas de madera, pudo reconocer a su esposo tendido a lo largo de algunas tablas y con los ojos cerrados. Corrió hacia las escaleras y bajó a la calle sorteando los escalones de par en par. Abrió la puerta. Su cuñado entró con Roger sobre el hombro, lo tendió en la cama para que descanse y luego regresó a la carpintería a seguir con su arduo trabajo. Roger respiró con dificultad unos cuantos minutos bajo las frazadas y, de pronto, sin aviso alguno, se encaramó como un ángel volador sobre su esposa, quien calentaba un té en el termostato. Como lo recordó ella, el rostro de su esposo tenía la apariencia de haber estado muy lejos, como el de los viajeros que llegan a Lima en bus haciendo escalas y llevan impregnado en su piel la geografía de cada parada. Después de la impresión, hablaron un buen rato sobre el percance. Ella le increpó el descuido de su salud y él le dijo que eran naturales los desmayos en su estado. Agregó una sonrisa a la conversación, bromeó con que estaba asegurado y que no le faltaría nada a ella si cualquier cosa le pasaba a él. Y, antes de perder la primera discusión del día, el carpintero salió al baño a destilar la gaseosa de las seis.

Roger respiró con dificultad unos cuantos minutos bajo las frazadas y, de pronto, sin aviso alguno, se encaramó como un ángel volador sobre su esposa, quien calentaba un té en el termostato.


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EL LIBRO

festeja su día sin mucho alborozo PACO MORENO

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n los barrios populares, en los pueblos jóvenes, los niños y los adolescentes encienden la computadora para jugar videojuegos horas interminables como si vivieran en el espacio. Se olvidan del mundo porque dedican todos sus sentidos a todo lo que se mueve en la pantalla. Es alarmante este fenómeno que cunde en Huaycán y en otros lugares, tanto que son objeto de estudio de especialistas que pronto darán sus diagnósticos. En estos barrios también es

alarmante que los niños hayan abandonado los libros pese a que le han dicho infinidad de veces que el libro es el mejor amigo del hombre. No les interesa. Sin embargo, en los conos aparecen cada día más colegios privados sin mucha calidad, pero sin mucha evaluación son mejores que los colegios públicos. Según el Barómetro de las Américas 2014, de un total de 24 países de América Latina, el Perú tiene el índice más bajo de satisfacción con los centros educativos públicos. De 0 al 100, el Perú tiene apenas una satisfacción de 45,1. Haití tiene 45,5 y Costa Rica 64,5. La educación pública en el Perú es la séptima rueda de un

coche de cuatro llantas y hasta parece adrede el abonado clamoroso en que los sucesivos gobiernos mantienen a los colegios del Estado. No es broma, es así. Pero, ¿qué les importa a los funcionarios públicos si sus hijos asisten a escuelas privadas? Los niños, con mucho tiempo libre, buscan entretenimiento en los videojuegos gracias a las cabinas públicas y en casa, mientras los padres observan, se entretienen con programas de televisión cada vez peores. Ni las marchas frenan a las corporaciones de emitir frivolidad enlatada con bastante dosis de morbosidad. Ay, la televisión. Señal alucinante, digital, con HD, con súper HD, imagen nítida; pantalla pla-

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Lee para que no te cuenten cuentos JAVIER ARÉVALO Colaborador

SE LEE CADA VEZ MENOS; se piensa cada día menos. La televisión uniforme mide su poderío con Internet y nadie sabe qué puede pasar de aquí a cincuenta años. Todo indica que las cosas empeoran y uno se pregunta, ¿se puede ser peor aún? na, súper plana, inmensa como una cancha de fútbol. Todo de primera para que salga el insoportable Carlos Galdós, todo para que sigan saliendo a la luz los programas concursos de gente con poca vergüenza y casi nada de prendas. Si el contenido es bueno, prefiero la televisión en blanco y negro. ¿Y la lectura? ¿Y el Día del Libro? ¿Y el Día del Idioma? El pasado jueves se celebró el Día Mundial del Libro y el Día del Idioma de Miguel de Cervantes Saavedra y no hubo mucho alborozo ni mucha fiesta como

cuando se celebran los días del Pisco, el Cebiche y hasta el Pollo a la Brasa. Se lee cada vez menos; se piensa cada día menos. La televisión uniforme mide su poderío con Internet y nadie sabe qué puede pasar de aquí a cincuenta años. Todo indica que las cosas van a empeorar y uno se pregunta, ¿se puede ser peor aún? La lectura no salvará al mundo; pero ayudará a los hombres y mujeres de estas tierras a entender mejor al mundo y no destruirlo sin misericordia.

Cierto director de colegio me dijo que en su escuela no había bibliotecas porque sus alumnos no querían ser poetas, sino ingenieros. Así que solo hacían matemáticas. Le respondí que sus alumnos jamás serían matemáticos, ni ingenieros, ni muchas cosas. Le conté que Einstein transformó la física con dos ensayos, redactados, por supuesto por él, me vi en la obligación de insistir en este dato, desconfiaba de su capacidad. Einstein fue un niño que nació a la lectura de la física y la ciencia gracias a un vecino que coleccionaba unos revistas de divulgación científica. Antes, su madre lo había hecho músico y gran lector. Su imaginación había sido abonada por la lectura de cuentos de hadas. De hecho, hay una anécdota famosa al respecto: una mujer le preguntó cómo podía hacer que su hijo fuera tan inteligente como él. Einstein le respondió: léale cuento de hadas. Y si quisiera que fuera más inteligente que usted. Ah, es fácil, léale más cuentos de hadas. A lo que se refería intuitivamente Einstein, es que la imaginación es el motor que moviliza el conocimiento que adquirimos al leer. Todos nacemos con imaginación, como nacemos con músculos, pero los músculos no se desarrollan por sí solos. Si no los quieres flácidos y flacos debes entrenarlos. Lo mismo pasa con el cerebro: si no

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quieres ser un descerebrado, debes, por supuesto, entrenarlo. Leer nutre a la mente, que es como el software de la computadora que es nuestro cerebro, el hardware. La idea del cerebro como una cosa física que tiene programas no es exacto, porque es imposible separar el programa del cuerpo. Precisamente por eso es que desarrollar imaginación, creatividad, pasa por estar cerca de mentes creativas y éstas, seguramente, se han formado leyendo de todo. Ahora, leer no es estudiar. Pero estudiar es leer. Si quieres ser ingeniero, por ejemplo, y no has leído ni condorito ¿crees que será posible que te leas un tratado de resistencia de materiales de 800 páginas? Eso será imposible porque leer es como correr, mientras más corres, más fuerza y físico tienes y más puedes correr. Mientras menos corres, tu cuerpo se adapta al descanso impuesto y se pone flácido, sin vigor y mofletudo. Leer es algo que solo aquellos que leen siempre, pueden hacer. Ahora, la gente suele decir en este país, último en el mundo en comprensión lectora, que no le gusta leer. Sin embargo, lee muchísimo: diarios de farándula o deportivos. Lo cual no está mal, a menos que no tengas mayores aspiraciones intelectuales. Leer es bacán, te hace interesante. Lo contrario, es un tipo o una tipa que solo sabe lo que le dicen y a esa gente es a la que generalmente “les cuentan cuentos” y ellos se los creen.

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GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

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l descubrimiento de Juan Rulfo -como el de Franz Kafka- será sin duda un capítulo esencial de mis memorias. Yo había llegado a México el mismo día en que Ernest Hemingway se dio el tiro de la muerte, el 2 de julio de 1961, y no solo no había leído los libros de Juan Rulfo, sino que ni siquiera había oído hablar de él. Yo vivía en un apartamento sin ascensor de la calle Renán, en la colonia Anzures. Teníamos un colchón doble en el suelo del dormitorio grande, una cuna en el otro cuarto y una mesa de comer y escribir en el salón, con dos sillas únicas que servían para todo. Habíamos decidido quedarnos en esta ciudad que todavía conservaba un tamaño humano, con un aire diáfano y flores de colores delirantes en las avenidas, pero las autoridades de inmigración no parecían compartir nuestra dicha. La mitad de la vida se nos iba haciendo colas inmóviles, a veces bajo la lluvia, en los patios de penitencia de la Secretaría de Gobernación. Yo tenía 32 años, había hecho en Colombia una carrera periodística efímera; acababa de pasar tres años muy útiles y duros en París y ocho meses en Nueva York, y quería hacer guiones de cine en México. El mundo de los escritores mexicanos de aquella época era similar al de Colombia y me encontraba muy bien entre ellos. Seis años antes había publicado mi primera novela, La hojarasca, y tenía tres libros inéditos: El coronel no tiene quien le escriba, que apareció por esa época en Colombia; La mala hora, que fue publicada por la editorial Era, poco tiempo después a instancias de Vicente Rojo, y la colección de cuentos de Los funerales de la mamá grande. De modo que era yo un escritor con cinco libros clandestinos, pero mi problema no era ése, pues ni entonces ni nunca había escrito para ser famoso, sino para que mis amigos me quisieran más y eso creía haberlo conseguido. Mi problema grande de novelista era que después de aquellos libros me sentía metido en un callejón sin salida y estaba buscando por todos lados una brecha para escapar. Conocí bien a los autores buenos y malos que hubieran podido enseñarme el camino y, sin embargo, me sentía girando en círculos concéntricos, no me consideraba agotado; al contrario, sentía que aún me quedaban muchos libros pendientes pero no concebía un modo convincente y poético de escribirlos. En ésas estaba, cuando Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con

Asombro

por Juan Rulfo

“LA OBRA DE JUAN RULFO ME DIO POR FIN EL CAMINO QUE BUSCABA para continuar mis libros...de

modo que no es raro encontrar buenos libros donde florecen geranios en las playas y tulipanes en la nieve”.

un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ‘’Lea esa vaina, carajo, para que aprenda’’; era Pedro Páramo. Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura; nunca, desde la noche tremenda en que leí La metamorfosis de Kafka, en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá, casi 10

años atrás, había sufrido una conmoción semejante. Al día siguiente leí El llano en llamas y el asombro permaneció intacto; mucho después, en la antesala de un consultorio, encontré una revista médica con otra obra maestra desbalagada: La herencia de Matilde Arcángel; el resto de aquel año no pude leer a ningún otro autor, porque todos me parecían menores.

No había acabado de escapar al deslumbramiento, cuando alguien le dijo a Carlos Velo que yo era capaz de recitar de memoria párrafos completos de Pedro Páramo. La verdad iba más lejos, podía recitar el libro completo al derecho y al revés sin una falla apreciable, y podía decir en qué página de mi edición se encontraba cada episodio, y no había un solo

Mi problema grande de novelista era que después de

aquellos libros me sentía metido en un callejón sin salida y estaba buscando por todos lados una brecha para escapar. Conocí bien a los autores buenos y malos que hubieran podido enseñarme el camino y, sin embargo, me sentía girando en círculos concéntricos, no me consideraba agotado; al contrario, sentía que aún me quedaban muchos libros pendientes pero no concebía un modo convincente y poético de escribirlos. En ésas estaba, cuando Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ‘’Lea esa vaina, carajo, para que aprenda’’; era Pedro Páramo.

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diarioUNO.pe rasgo del carácter de un personaje que no conociera a fondo. Más tarde, Carlos Velo y Carlos Fuentes me invitaron a hacer con ellos una revisión crítica de la primera adaptación del Pedro Páramo para el cine. Había dos problemas esenciales: el primero, era el de los nombres. Por subjetivo que se crea, todo un nombre se parece en algún modo a quien lo lleva y eso es mucho más notable en la ficción que en la vida real. Juan Rulfo ha dicho, o se lo han hecho decir, que compone los nombres de sus personajes leyendo lápidas de tumbas en los cementerios de Jalisco; lo único que se puede decir a ciencia cierta es que no hay nombres propios más propios que los de la gente de sus libros; aún me parecía imposible y me sigue pareciendo, encontrar jamás un actor que se identificara sin ninguna duda con el nombre de su personaje. Lo malo de esos preciosos escrutinios es que las cerrazones de la poesía no son siempre las mismas de la razón. Los meses en que ocurren ciertos hechos son esenciales para el análisis de la obra de Juan Rulfo, y yo dudo de que él fuera consciente de eso. En el trabajo poético -y Pedro Páramo lo es, en su más alto grado- los autores suelen invocar los meses por compromisos distintos del rigor cronológico; más aún, en muchos casos se cambia el nombre del mes, del día y hasta del año, solo por eludir una rima incómoda, oír una cacofonía, sin pensar que esos cambios pueden inducir a un crítico a una confusión terminante. Esto ocurre no solo con los días y los meses, sino también con las flores; hay escritores que no se sirven de ellas por el prestigio puro de sus nombres, sin fijarse muy bien si se corresponden al lugar o a la estación, de modo que no es raro encontrar buenos libros donde florecen geranios en las playas y tulipanes en la nieve. En el Pedro Páramo donde es imposible establecer de un modo definitivo dónde está la línea de demarcación entre los muertos y los vivos, las precisiones son todavía más quiméricas, nadie puede saber en realidad cuánto duran los años de la muerte. He querido decir todo esto para terminar diciendo que el escrutinio a fondo de la obra de Juan Rulfo me dio por fin el camino que buscaba para continuar mis libros, y que por eso me era imposible escribir sobre él, sin que todo esto pareciera sobre mí mismo; ahora quiero decir, también, que he vuelto a releerlo completo para escribir estas breves nostalgias y que he vuelto a ser la víctima inocente del mismo asombro de la primera vez; no son más de 300 páginas, pero son casi tantas y creo que tan perdurables como las que conocemos de Sófocles.


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diarioUNO.pe Han pasado algo así como 45 años del

caso en referencia, pero fíjese usted lo que son las cosas. Lucía, recuerda todo, punto por punto y casi ya con un pie en el avión que la llevó de vuelta a Alemania, me regaló un emocionado abrazo a manera de felicitación, por mi esforzada labor de esos viejos tiempos, cuando ambos,-ella y yoaun creíamos en tantas cosas.

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Un crimen nazi en el Perú UNA NOTA DE NOSTALGIA SE ADHIERE A LA HIPÓTESIS de que el empresario Luis Banchero Rossi,

asesinado en la década de los 70, fue víctima de una red de criminales de guerra alemanes.

CÉSAR AUGUSTO DÁVILA Colaborador La última lejana imagen de Lucía, dormía en algún archivo de mi memoria, casi desnuda, esplendorosa en el capulí de su piel, desafiante y tentadora en la página central de una revista. Nunca me hubiera imaginado su retorno, así de sopetón frente a mi escritorio, transfigurada por los años, pero diciendo conocerme, desde cuando era columnista del diario “Correo”, en su lejana primera temporada. Cuando me dijo su nombre, yo hice una tibia evocación de cierta modelo que alborotó al periodismo entero y dejó con los crespos hechos a más de un galán aventurero de aquellos tiempos, cuando hizo maletas y se fue a Europa con un periodista alemán con el que a continuación, estuvo casada por más de treinta años. —“Soy yo”, —me dijo y me dejó sin palabras. Porque la sorpresa se enlazaba, a la historia de un crimen y al nacimiento de las hoy llamadas “Unidades de Investigación”, que “inventamos” a pulso, Ernesto Chávez Álvarez y el suscrito, hace largos almanaques, yo era Jefe de Redacción de un audaz dominical, que barría con el tiraje domingo a domingo. Resulta que el juez ad-hoc a cargo de la investigación del asesinato de un magnate, era mi amigo de la infancia y además vecino del bullicioso barrio de Mapiri por lo que no tuvo inconveniente en brindarme facilidades para investigar periodísticamente, lo que ni la Policía ni el Poder Judicial, quisieron –o pudieron– averiguar, a pesar del monumental circo absolutamente inútil en que convirtieron el caso.

Herbert John es el nombre del periodista alemán que nos robó el húmedo sueño de Lucía y era un verdadero “soldado de fortuna”, en lo que se refiere a crónicas sensacionalistas. Según Lucía –la de ahora– “lo último que supe de él, es que anda por Argentina. Nos divorciamos hace mucho”. El enlace de la historia, es que ella, Lucía, se ha convertido en escritora y publica con éxito en Alemania,

España y Francia y su retorno al Perú, se debe a que piensa recoger las memorias de su señora madre, quien a los 89 cumplidos, quiere hacer memoria de los largos años que pasó en un orfelinato limeño. Y cuando le hablé del añejo caso criminal, me reiteró que efectivamente, su exesposo, inspiró la carta que luego firmaría al lado del magnate, denunciando ante Simón Wiessentahl (líder de “Los Que Nunca Olvidan”) la presencia

en Lima-Perú de dos exoficiales nazis que pretendían extorsionar al exitoso capitán de empresa. Desgraciadamente, ambos denunciantes, no contaron con la red de “contraespionaje mafioso”, llamada “Odessa” que protegía a los exoficiales “SS”, fugados de Alemania luego de la derrota del nazismo. Pronto, la carta de la muerte, estuvo en poder de los asesinos profesionales, que no dudaron un momento en “ajusticiar” al

Resulta que el juez ad-hoc a cargo de la investigación del asesinato de un magnate, era mi amigo

de la infancia y además vecino del bullicioso barrio de Mapiri por lo que no tuvo inconveniente en brindarme facilidades para investigar periodísticamente, lo que ni la Policía ni el Poder Judicial, quisieron –o pudieron– averiguar, a pesar del monumental circo absolutamente inútil en que convirtieron el caso.

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magnate de la más salvaje manera, inundando la escena del crimen, además de instrumentalizar a uno, o dos elementos perturbadores del proceso. Herbert John, huyó, mulata y todo, primero a Paris y después a Berlín, donde empezó a trabajar en un importante diario europeo. Pero la tragedia quedó aquí. Según parece para ciertos personajes en el poder por dicho entonces, “los exoficiales, eran hombres que habían cumplido con su deber en tiempos de guerra…y nada más”.- Bajo esta premisa, la Policía investigó nada o muy poco y finalmente ayudó al asesino directo a escapar a Bolivia, en tanto el cómplice principal, siguió viviendo en “Los Ángeles”-Chosica, hasta que la muerte vino a por él. Por su parte, un viejo periodista a quien se ha rendido todo tipo de homenajes, hace poco, con motivo de su deceso, calificó nuestras investigaciones sobre “La Pista de los Nazis”, de “elucubración absurda y fantasiosa, elaborada por dos delincuentes del periodismo”.- En fin, haya paz sobre su tumba. Sin embargo, la justicia francesa, que es otra cosa con respecto a la nuestra, batalló largamente, hasta lograr la extradición del nazi asesino, narcotraficante y otras perlas, conduciéndolo a una cárcel parisina, donde finalmente el cáncer, que tampoco perdona, hizo justicia final, a cuenta de otros crímenes. Fue entonces, cuando altas autoridades bolivianas, encontraron entre las pertenencias del nazi, planos, mensajes y otras contundentes pruebas de su culpabilidad en el asesinato del magnate. Yo, por mi parte, había hecho un relato aproximado de estos hechos en mi crónica novelada: “La Fuga del Doc”, gratamente silenciada por la mayoría de mis colegas, porque así es el Perú, mi estimado. Quizás me anime a lanzar una segunda edición de ese trabajo. Bueno, pues. Han pasado algo así como 45 años del caso en referencia, pero fíjese usted lo que son las cosas. Lucía, recuerda todo, punto por punto y casi ya con un pie en el avión que la llevó de vuelta a Alemania, me regaló un emocionado abrazo a manera de felicitación, por mi esforzada labor de esos viejos tiempos, cuando ambos,-ella y yo- aun creíamos en tantas cosas. Hemos quedado en intercambiar mensajes. Internet tiene la palabra. La casualidad no existe en este perro mundo, queridos muchachones.


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LAS VENTAJAS DE MIRAR AL CIELO

Todos seremos

viajeros en el espacio

OTRAS DISQUISICIONES Víctor Hurtado Oviedo

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irar siempre al cielo es vivir en la Luna. Si uno camina así, puede caer en lo más bajo, sin que esto implique descalificaciones morales. Para estos juicios éticos están ya los moralistas; es decir, esas intachadas gentes que nunca se meten en la vida ajena pues ya se metieron y no les gusta. La vida ajena es su propio asunto. La curiosidad no mató al gato: lo hizo el santo patrón de los biógrafos. Para salir de la pobreza, quienes no somos interesantes haríamos mal negocio en cobrar por nuestros pensamientos. Uno de los curiosos que llevó el chisme a la dignidad de la biografía fue don Diógenes Laercio en su

libro Vidas de los filósofos más ilustres. Allí, Diógenes cita a otro biógrafo, de modo que viaja en el tren de la biografía con un pasaje ajeno. Diógenes anota sobre el filósofo griego Tales de Mileto: “Hermipo escribe que por tres cosas daba Tales gracias a la fortuna: la primera, por haber nacido hombre y no bestia; la segunda, varón y no mujer; la tercera, griego y no bárbaro”. A Tales se le olvidó agradecer el no haber nacido machista ni racista, pero él había prometido

solo tres agradecimientos, y ya es algo tarde para ponerlo al día. Volviendo al inicio de esta digresión, mucha gente buena ha pasado su vida mirando a las alturas: los astrónomos, quienes –por definición– acabaron siendo los arribistas de la ciencia. El cine y el cielo se parecen en que, si uno los observa, termina mirando a las estrellas. La astronomía nació en una noche de insomnio cuando nadie había inventado aún las casas: ¿por qué esas luces no caen sobre noso-

Mirar siempre al cielo es vivir en la Luna. Si uno camina así, puede caer en lo más bajo, sin que esto implique descalificaciones morales. Para estos juicios éticos están ya los moralistas; es decir, esas intachadas gentes que nunca se meten en la vida ajena pues ya se metieron y no les gusta. La vida ajena es su propio asunto.

tros?, ¿por qué nunca se apagan? Sale el Sol, y por la noche retornan: ¿a dónde se fueron? El firmamento fue la primera escuela sin techo de la filosofía. De todos los relumbres del firmamento, el más intrigante –sin ser conspirador– es la fabulosa Vía Láctea. Este curioso nombre nos ha llegado desde la mitología griega –la religión que mudó la acción del Olimpo a la Ilíada –. Se dice que el niño Hércules mordió un seno de la diosa Hera cuando esta lo amamantaba, y que, al rechazar al bebé, algo de la leche se esparció sobre el firmamento e inauguró la Vía Láctea. Antes, las vías se inauguraban sin presidentes y duraban más. Hemos llegado algo tarde a los tres primeros minutos de la explosión del universo, pero la ciencia nos enseña que las galaxias se formaron unos 500.000 millones de años después del Big Bang, a partir de insignificantes “irregularidades”:

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Ante el rutilante silencio del firmamento, somos alumnos de la naturaleza que algo aprendemos sus lecciones. Quienes caminaron mirando el cielo, nos salvan hoy de caer en la ignorancia. levísimas concentraciones de pocos átomos que atrajeron más y más (James S. Trefil: El momento de la creación, cap. III, 11). Nuestros cuerpos son átomos creados por estrellas que estallaron: ellas nos inventaron, pero ya volveremos al frío espacio. Ante el rutilante silencio del firmamento, somos alumnos de la naturaleza que algo aprendemos sus lecciones. Quienes caminaron mirando el cielo, nos salvan hoy de caer en la ignorancia.


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