Los intelectuales en el Poder
Por Eduardo Mejía / Pág. 13
Cuadernos de Director: Carlos Ramírez
indicadorpolitico.mx
1 de Junio de 2016
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Número 4
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Los intelectuales, rebasados por la crisis y el poder El impasse nacional
Por Roberto Vizcaíno / Pág. 19
Índice 3
Presentación
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Los intelectuales están fatigados, deprimidos, desorientados Por Carlos Ramírez
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Directorio
Mtro. Carlos Ramírez Presidente y Director General carlosramirezh@hotmail.com
Los intelectuales en el Poder Por Eduardo Mejía
Significado por Luy
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Cuadernos de Indicador Político es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A.©, y el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C.© Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 04-2012-052910232300-30. Certificado de Licitud de Título y Contenido No. 15670. indicadorpolitico.mx
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Presentación En toda sociedad, los intelectuales juegan un papel importante, al ser la parte que aporta la reflexión y la orientación para el resto del conjunto. Sus palabras, ideas y conceptos son escuchados con atención gracias al prestigio con el que cuentan, de ahí que también sean un objetivo para los gobernantes, quienes buscan ganar su amistad –o generar una complicidad– para aprovechar su influencia en amplias capas de la sociedad. Es por esto que la relación intelectuales-política, debe ser una que interese no sólo a los ciudadanos, sino a los propios actores pensantes quienes no están acostumbrados a mirarse en el espejo. Es por lo anterior que en esta edición, Cuadernos de Indicador Político revisa el tema de los intelectuales y su relación con el Poder, además de su estado de ánimo en la coyuntura actual. Abrimos este número con un ensayo de Carlos Ramírez en el que diagnostica la depresión que algunos representantes del mundo intelectual sufren en este año, lo cual queda en evidencia por expresiones públicas que han tenido recientemente. Sin duda se trata de una reflexión que vale la pena compartir, pues se trate de un estado de ánimo que es compartido por muchos ciudadanos. Hasta el Presidente Enrique Peña Nieto se ha referido al “mal humor social” que se palpa en estos momentos en el país. Los intelectuales no hacen sino reflejar eso mismo que, para muchos, tiene su origen en las propias decisiones, buenas o malas, que el propio gobierno federal ha tomado. Completa esta edición un texto de nuestro colaborador Eduardo Mejía en el que pasa revista a la relación entre los intelectuales y el Poder, en una revisión histórica que nos enseña que no sólo se ha dado un trato de mutuo beneficio, sino que a veces el conflicto ha estado presente, aunque los intelectuales han tomado partido en las muchas pugnas que se han dado desde el siglo XIX. Esperamos que esta información sea de interés para nuestros lectores.
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Del Paso, Villoro, Krauze, Aguilar Camín
Los intelectuales están fatigados, deprimidos, desorientados Por Carlos Ramírez @carlosramirezh
I. “Miéntenles la madre, que también les duele”
L
a queja de Fernando del Paso al recibir el premio Cervantes y la declaración pesimista de Juan Villoro no fueron las primeras catilinarias de algún intelectual hacia la crisis política mexicana, y tampoco serán las últimas. Como voces aisladas, armados con el instrumento de su verbo crítico, algunos escritores dejan caer sus palabras de severo cuestionamiento hacia la situación de desarreglo nacional: antes era contra el PRI, luego contra la falta de modernización política, con mayor intensidad sobre la violencia criminal que en algunos aspectos ha rebasado al Estado y ahora contra la respuesta de autoridad del Estado ante el desafío del crimen organizado.
Desde dentro del sistema político/ régimen de gobierno/Estado nacional priísta, los hombres de letras y de ideas han carecido de sistematización de sus críticas, de articulación de posicionamientos e intención más allá del estado de ánimo. Ello los ha llevado a escalar los adjetivos, a estallar las animosidades y a quedarse en la
crítica sin pasar por el análisis. Por eso es que se reproducen entrevistas, declaraciones o discursos contra la realidad nacional crítica, pero es la hora en que aún no se publica el gran ensayo, la gran novela, la gran poesía, la gran película o el gran reportaje sobre la realidad de la crisis nacional. Así, el impacto es mediático, se agota en la viralización en redes sociales de algunas frases y retroalimenta los resentimientos sociales. Siguiendo a Jürgen Habermas, esos pronunciamientos se agotan en la mera acción comunicativa, sólo de difusión de frases, sin llegar a ninguna acción instrumental ni menos transformarse en alguna acción estratégica. Han sido meros gritos en el desierto o las mentadas de madre de María Félix en la película La Cucaracha cuando a ella y a su tropa se le habían terminado las municiones y ya no tenían más para lastimar al enemigo. Los posicionamientos radicales de los intelectuales no son nuevos, aunque tampoco tan antiguos. Los intelectuales han asumido muy recientemente conductas públicas de crítica a la realidad crítica del país, aunque no las han razonado como parte de los perfiles perversos del sistema político priísta. En términos formales de crítica, los intelectuales comenzaron a confrontar los abusos autoritarios del sistema apenas en 1958 con un desplegado firmado por Octavio Paz –era, por cierto, diplomático, lo cual le dio mayor valor a su firma– para
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pedirle al gobierno y al Estado atender los reclamos de los sindicatos que estaban rompiendo con el charrismo sindical controlado por el sistema y por el Estado. Antes de ese año de giro estratégico del régimen hacia el centro-derecha autoritario, los intelectuales se posicionaban dentro del gobierno y del Estado. Pero la conquista de espacios de autonomía crítica duraron poco: del desplegado de 1958 a la reforma política de 1978 que permitió la legalización política y el ingreso del Partido Comunista Mexicano (PCM) al Congreso federal y por tanto la distensión del sistema autoritario, aunque con mecanismos severos de exclusión política antisistémica. El discurso de Fernando del Paso en la Universidad de Alcalá de Henares al recibir el Premio Cervantes de Literatura 2016, rebotó en México por sus cuestionamientos a la violencia criminal y a sus señalamientos sobre la responsabilidad del Estado, con la advertencia de la construcción de un “totalitarismo” policiaco por la llamada Ley Atenco en el Estado de México para la utilización de la fuerza pública ante protestas sociales. Pero se ha tratado –ése discurso y algunos otros– de posicionamientos circunstanciales, de crítica, con razonamientos sistémicos que sólo se entienden en México y que dejaron pasmados a los miembros de la monarquía española constitucional que lo escucharon. Aunque fueran ciertas
en su totalidad las denuncias de Del Paso, la falta de una explicación o de un contexto analítico la redujeron a frases multiplicadas en las redes cibernéticas. Pero la crisis de sistema/ régimen/Estado en México necesita de algo más que las pasiones intelectuales: urge la capacidad de razonamiento intelectual para explicar la coyuntura actual, el agotamiento del sistema/régimen/Estado priísta y sobre todo la ausencia o inexistencia práctica de una oposición alternativa. Lo que dejan ver las declaraciones de Del Paso, Luis Villoro, Elena Poniatowska es el triple problema intelectual: depresión, impotencia y falta de alternativa sistémica. Los tres, como muchos otros, militan en las filas del lopezobradorismo opositor, pero éste con una propuesta de regresión al priísmo cardenista –que entonces era el tránsito del Partido Nacional Revolucionario que fundó Plutarco Elías Calles con el Partido de la Revolución Mexicana y el corporativismo cardenista, ambos ya con el ADN del PRI que nació en 1948– y no tanto una propuesta de reconstrucción del sistema/régimen/Estado. En todo caso, esos posicionamientos de escritores perfilan más bien un estado de ánimo: la depresión de los intelectuales, ese estado de actividad decreciente en el que el afectado no quiere buscar salidas o curas y prefiere hundirse en una especie de tristeza social. Según el Diccionario de la Real Academia, la depresión es un “síndrome caracterizado por una tristeza profunda y por la inhibición de las funciones psíquicas, a veces con trastornos neurovegetativos”. Los intelectuales aparecen enojados, medio asustados, pero sin decisión de presentar opciones, nuevos caminos o, en el mejor de los casos, de construir un nuevo diagnóstico de la república; por eso la salida es la diatriba, con razones y fundamentos, pero sin ir más allá que mentarle la madre a los responsables, pues a veces las mentadas duelen más que las balas o las revoluciones. El funcionamiento del sistema político tiene sus propias dinámicas.
Después de las frases hirientes, apocalípticas y acusatorias de Fernando del Paso, el presidente Enrique Peña Nieto le envió al escritor y por supuesto al espacio cibernético su beneplácito por el muy bien ganado Premio Cervantes de Literatura. En las redes cibernéticas se viralizaron algunas frases del discurso pero su duración no fue más allá del fin de semana. En todo caso, quedó de nueva cuenta en el ambiente social la indagación histórica de los intelectuales en el sistema político mexicano a lo largo de la historia mexicana iniciada en 1808, sobre todo para entender el alcance de las palabras y críticas de Del Paso y prever sus efectos. Y su relación ha sido directa como participantes en alguna parte de las estructuras del poder e indirecta como críticos pero desde dentro del sistema y como beneficiarios de los sistemas de apoyo a la creación cultural o vía universidades públicas. El único intelectual que criticó y propuso una alternativa al sistema/régimen/Estado priísta fue José Revueltas, militante del Partido Comunista aunque expulsado en dos ocasiones y autor de ensayos sobre el sistema político, sobre todo México: una democracia bárbara. Fuera de ahí, la crítica intelectual se ha dado dentro del sistema. De 1958 al discurso de Del Paso en 2016 ha habido un itinerario crítico de los intelectuales y/ante/frente/ contra/dentro de la política:
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1958: desplegado de intelectuales contra represión sindical de militantes del PCM; entre ellos apareció Octavio Paz, entonces ya dentro del servicio diplomático pero con su espacio de independencia. 1960: los intelectuales entraron a la política por el lado de la cultura política. Revistas, suplementos, ensayos: El Espectador, Política, La Cultura en México, sobre todo. En 1964 intelectuales del sistema apoyaron la candidatura de Díaz Ordaz –Carlos Fuentes, al frente– pero criticando las desviaciones. 1968: movimiento estudiantil y popular. Octavio Paz renuncia a la embajada de México en la India y los intelectuales firmaron cuando menos once desplegados de apoyo a los estudiantes. 1970: luego de la renuncia, Paz publicó Posdata como una severa crítica al sistema político priísta equiparándolo con el soviético; y participó en algunas reuniones con Heberto Castillo y Carlos Fuentes para impulsar un partido de izquierda diferente al PCM. 1971-1977: el presidente Echeverría sedujo a los intelectuales –sobre todo a Fernando Benítez y Carlos Fuentes– y fundó el Principado de PRIracusa que hubiera ruborizado a Platón. 1972: ruptura Monsiváis-Paz por señalamientos de Monsiváis contra Paz y Plural señalándolos como libe-
rales –una forma educada de evadir el calificativo de derecha– y Paz respondió en Plural con un debate sobre el escenario de los escritores y la política. El medio intelectual se polarizó en función de las posiciones intelectuales frente al sistema/régimen/Estado. 1988-1994: Salinas reprodujo el modelo Echeverría de seducción a los intelectuales y los incorporo como intelectuales semi-orgánicos del modelo neoliberal de desarrollo. Al frente estuvo Héctor Aguilar Camín y la revista Nexos, una vez que en 1985 Monsiváis se retiró de La Cultura en México. 1997: Frente a los cambios políticos del periodo 1988-1997, Octavio Paz por primera vez ofreció sus propuestas de reformas del sistema: la utopía de Paz. 1999: Carlos Fuentes recibió la medalla “Belisario Domínguez” y su discurso fue un defensa tardía de la Revolución Mexicana que ya había sido borrada en 1991 por Carlos Salinas de los documentos del PRI. 2000. Los intelectuales se pasmaron –y callaron, como los mariachis– ante la alternancia partidista en la Presidencia de la República con la victoria del PAN. 2006: con su propuesta neopopulista rescatada del viejo PRI populista –ni siquiera cardenista– los intelectuales fueron seducidos ahora por Andrés Manuel López Obrador, un expriísta que fundó el PRD. Los intelectuales fueron agrupados pero en torno a una figura y no a un proyecto. 2007: el gobierno de Felipe Calderón emprendió una ofensiva de seguridad con todo el peso del Estado para combatir a los cárteles criminales que habían expropiado espacios territoriales de la soberanía del Estado. 2011: impulsado por el asesinato de su hijo en un pleito de cantina, el poeta Javier Sicilia construyó un movimiento de protesta que careció de una propuesta sistémica; en los hechos, pocos intelectuales lo acompañaron, El panismo en la presidencia privilegió el modelo de control intelectual por el camino de subsidios y becas,
desarticulando cualquier posibilidad de protesta sistémica: la acumulación de puntos para obtener beneficios fue alejando a los intelectuales de la lucha social. El discurso de Fernando del Paso en la ceremonia de recepción del Premio Cervantes 2015, en España y ante la presencia de la monarquía constitucional parlamentaria, sacudió por la intensidad de sus críticas pero encontró un vacío intelectual. II. Ay qué tiempos señor don Simón Los intelectuales fueron tomados por sorpresa por la Revolución Mexicana. Inclusive, en su caracterización. En el siglo XIX por intelectual se entendía el oficio de la reflexión pero también la autoría de algunas ideas en práctica. En términos estrictos, no hubo intelectuales prerrevolucionarios, salvo algunos militantes que escribieron ensayos como parte de su acción revolucionaria. Pero escritores de ficción o poetas estaban dedicados más bien a disfrutar de las mieles del poder. James D. Cockcroft aborda el tema aunque sin precisarlo: los precursores intelectuales de la Revolución fueron más bien los ideólogos, asumiendo entonces el concepto intelectual como autoría y no como una práctica de escritores. Los escritores – novelistas, poetas y ensayistas– se movían en su República de las Letras con subsidios oficiales, y algunos de ellos en situaciones de vinculación abierta con el porfirismo. Los intelectuales en el porfirismo que se beneficiaron del ambiente encontraron su espacio en el periódico El Imparcial, financiado por el gobierno de Díaz: Amado Nervo, Ángel del Campo, Manuel Puga, Victoriano Salado Álvarez,, Enrique González Martínez, Heriberto Frías y Justo Sierra entre otros; y sigue viva la historia de cuando Victoriano Huerta hizo una visita al diario y Salvador Díaz Mirón hizo una crónica que terminó con las palabras que retrataron la relación de intelectuales con Huerta: “el señor general Huerta dejó en la casa de nuestro diario un perfume de gloria”.
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La revolución fue un vendaval que dejó al margen a los hombres de letras, poetas, novelistas y periodistas; en Los de abajo, Mariano Azuela narra una historia que reflejaba la disociación del intelectual creador con la realidad: “–Quién me merca esta maquinita –pregonaba uno, enrojecido y fatigado de llevar la carga. “Era una máquina de escribir nueva, que a todos atrajo con los deslumbrantes reflejos del niquelado. “La Oliver, en una sola mañana, había tenido cinco propietarios, comenzando por valer diez pesos, depreciándose uno o dos a cada cambio de dueño. La verdad era que pesaba demasiado y nadie podía soportarla más de media hora. “–Doy una peseta por ella –ofreció la Codorniz. “–Es tuya –respondió el dueño dándosela prontamente y con temores ostensibles de que aquél se arrepintiera. “La Codorniz, por 25 centavos, tuvo el gusto de tomarla en sus manos y de arrojarla luego contra las piedras, donde se rompió ruidosamente”. Los intelectuales que participaron en el poder lo hicieron ante la imposibilidad de tener ingresos como creadores y ante la oportunidad de servir al gobierno y a algunos líderes. Por tanto, intelectuales colaboraron con dictadores, revolucionarios, estadistas, algunos de ellos sin abandonar sus creaciones. En un análisis forzado, podría decirse que los padres de la patria fueron intelectuales en su prime-
ra versión de clérigos u hombres de la iglesia que influían a través de sus misas: Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón entrarían en esta definición de clérigos como intelectuales que señala Julien Benda en su libro La traición de los clérigos. En la más completa recopilación de intelectuales en el gobierno, Los intelectuales en el poder, Grupo Editorial Indicador Político, el escritor Eduardo Mejía hizo una indagatoria histórica Andrés Quintana Roo, José María Luis Mora, Lucas Alamán, Lorenzo de Zavala, Luis de la Rosa, Mariano Otero y Manuel Eduardo de Gorostiza, en la época de la construcción de la república. En la Reforma: Melchor Ocampo, Francisco Zarco, Guillermo prieto, Ignacio Ramírez El Nigromante, Ignacio Vallarta, José María Lafragua, Matías Romero, Vicente Riva Palacio, Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias, estos dos últimos fueron presidentes de la república saliendo del espacio intelectual. En el porfirismo intelectuales encontraron espacio en el parlamento: Alfredo Chavero, Manuel Gutiérrez Nájera, José Tomás de Cuéllar, Nemesio García Naranjo, Querido Moheno, Francisco Bulnes, Alberto García Granados y Salvador Díaz Mirón. Ignacio Vallarta, Ignacio Mariscal y José Fernández se decantaron en la diplomacia. Y colaboraron con el régimen: Joaquín Baranda, Manuel González Cossío, Justino Fernández, Victoriano Salado Alvarez, Jorge Vera Estañol. De gran importancia en el porfirismo fue Federico Gamboa, también colaborador de Huerta. Y edificador de la educación: Justo Sierra. Madero no confió en los intelectuales, aunque algunos encontraron espacio. Pino Suárez era poeta, el caricaturista El Chango García Cabral. Hubo grandes intelectuales contra Madero, como el poeta José Juan Tablada. En las diferentes fases de la Revolución hubo espacio en el sistema y en el gobierno para intelectuales, algu-
nos de ellos manteniéndose en instituciones culturales porque a Madero no le dio tiempo para hacerse del poder y de la burocracia: José Vasconcelos llegó a ser ministro de Educación del gobierno de Obregón, y desde ahí Vasconcelos potenció la fuerza del Estado para atraer a intelectuales y artistas, sobre todo a muralistas: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Jean Charlot y muchos otros. Alfonso Reyes, hijo del general Bernardo Reyes que fue operador porfirista y luego quiso recuperar Palacio Nacional ante el golpe de Huerta, se convirtió en el gran mandarín de la cultura desde su posición de embajador. Otros intelectuales se forjaron en la lucha revolucionaria y luego se institucionalizaron. El más importante fue Martín Luis Guzmán, villista, perseguido, autor de La sombra del Caudillo sobre el método de designación del candidato presidencial y más tarde senador priísta. Daniel Cosío Villegas fue funcionario público y constructor de centros superiores de estudio, historiador y politólogo, y con algunos cuentos en su haber. El cardenismo se acercó a los intelectuales: Vicente Lombardo Toledano fue líder político pero funcionaba como intelectual; Jesús Silva Herzog fue economista y analista político,
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además de hombre de cultura, y asesoró a Cárdenas; narciso Bassols, un activista de izquierda socialista, también anduvo con Cárdenas y luego hizo oposición desde dentro del sistema. El priísmo institucionalizó a los intelectuales: un gran poeta y un sobresaliente novelista fueron titulares de Educación, otros encontraron apoyos en sus labores creativas y la diplomacia abrió sus puertas a Octavio Paz. El movimiento estudiantil de 68 provocó una diáspora de intelectuales; muchos siguieron dentro del sistema pero en la periferia, los disidentes criticaban al sistema desde dentro para mejorar. El modelo era de alianza –coincidencia ideológica, aunque fue presentado como complicidad. En 1990 el novelista peruano Mario Vargas Llosa criticó, en un debate sobre el desmoronamiento del sistema soviético, el modelo del sistema/régimen/Estado priísta en su capacidad para crear un espacio plural para los intelectuales, lo mismo quienes alababan que quienes criticaban. Vargas Llosa lo llamó la “dictadura perfecta”, un concepto –no lo dijo pero la referencia fue obvia– acuñado por Aldous Huxley en el prólogo de su novela distópica Un mundo feliz: “Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, una
cárcel sin muros en la cual los prisioneros no soñarían en evadirse. Un sistema de esclavitud donde, gracias al sistema de consumo y el entretenimiento, los esclavos tendrían el amor de su servitud”. La frase de Vargas Llosa fue exacta, politológicamente amañada. En el fondo, se trataba de la configuración de los tres pilares del régimen priísta: la ideología, el control del Estado y la burocracia. En 1976, en el prólogo de la nueva edición de su ensayo de 1958 México: una democracia bárbara, José Revueltas aclaraba las razones de la dominación priísta: “el Estado mexicano es un Estado ideológico total y totalizador”, convirtiendo la ideología en la cohesión interna. Revueltas no lo dijo pero se refería al pensamiento histórico o pensamiento oficial dominante que partía de la apropiación del proceso histórico mexicano como propiedad –por así decirlo– de la clase dominante. Revueltas mismo como crítico marxista del Estado, del régimen y del sistema, tuvo que laborar en las goteras del Estado, en algunas oficinas públicas alejadas del poder pero necesitadas del talento intelectual. Los intelectuales dentro del gobierno, en oficinas distantes y aún en el espacio educativo tenían una dependencia de la ideología oficial, del pensamiento histórico y del Estado como ente autónomo. Y desde ahí,
desde dentro, podían criticar porque la crítica era colaboracionista. Esta fase tuvo un camino aparte en 1970 cuando Octavio Paz renunció en 1968 a la embajada de México en la India, se situó en la independencia intelectual e hizo en Posdata la crítica sistémica más reveladora hasta entonces: el sistema era autoritario per se. En los hechos, el movimiento estudiantil del 68 había sido el parteaguas de la participación intelectual en la realidad nacional e internacional. La relación, de los escritores y la política, nunca será resuelta y siempre tendrá posicionamientos de la coyuntura. La fuerza dominante del sistema/régimen/Estado impide, salvo esfuerzos extraordinarios como el de Paz con sus revistas Plural de Excelsior y Vuelta ya propia, la autonomía absoluta del poder. Aún en esas circunstancias, el poder político tiene la audacia de mantener diálogos y relaciones de respeto con los intelectuales, pero a partir de la realidad científica que los cambios sociales las hacen los factores productivos del poder. Al final de cuentas, los intelectuales mexicanos nunca pudieron acceder al modelo de Antonio Gramsci: el intelectual orgánico como conductor directo del cambio. III. El Estado soy yo, digo tú. En abril del 2016 hubo dos grupos de expresiones intelectuales sobre la rea-
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lidad: las de depresión de Fernando del Paso y Juan Villoro y los ensayos de Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín. Fueron dos posicionamientos: la queja y el análisis. Los grandes debates intelectuales se dieron en el periodo 1968-1985: México había visto estallar una de las más graves crisis del sistema político autoritario, luego llegó un proceso de apertura y modernización institucional política y se llegó a 1984-1985 con pronunciamientos clave de Enrique Krauze, Octavio Paz y Gabriel Zaid fijando cuando menos simbólicamente un escenario de agotamiento de la legitimidad autoritaria del PRI. Las propuestas intelectuales en México han carecido de efectos políticos útiles. El ensayo Posdata, el más importante posterior al 68, fue recibido en 1970 con mezquindad en el ambiente intelectual y con guerra sucia por parte del gobierno. El ensayo Por una democracia sin adjetivos de Enrique Krauze en febrero de 1984 fue leído con argumentos extremistas y no se debatió la esencia de su propuesta: aprovechar las lecciones de la transición española para una transición mexicana pactada, pero sin entender que las propuestas de democracia de Krauze era la única con posibilidades de acuerdos plurales. En 1985 Paz publicó su ensayo Hora cumplida 1929-1985 llamando a la madurez política del PRI para dar por terminado su ciclo, y obviamente la respuesta política fue violenta recordando aquella maldición del veterano jefe sindical Fidel Velázquez de que “a balazos ganamos el poder y a balazos nos lo tendrán que quitar”. Y en ese mismo 1985 Zaid publicó Escenarios sobre el fin del PRI que debió leerse como los argumentos de que el fin del tricolor estaba complicado y que se requería de un trabajo político mayor. Lo que vino después le dio la razón a los intelectuales: en 1988 se partió el PRI con la salida de Cuauhtémoc Cárdenas del partido, las elecciones presidenciales no fueron democráticas y el PRI tuvo que reconocer la competitividad partidista en el siste-
ma político. En los hechos, el sistema político tuvo que avanzar hacia un proceso de democratización casi en los rieles propuestos por Paz, Krauze y Zaid. Modernización institucional de la democracia procedimental, quizá sólo en lo electoral. En realidad, los intelectuales han tenido una utilidad real –funcional, más bien– para el sistema político priísta: no la crítica que lleva implícitas reformas, sino la crítica que se agota en el reconocimiento y la aceptación. En el periodo 1969-1978 los intelectuales pasaron de la crítica externa a una crítica dentro de los márgenes de operación de sistema político: En 1964 Carlos Fuentes y varios intelectuales más renunciaron a la revista Política por su crítica frontal a la candidatura de Gustavo Díaz Ordaz. Los intelectuales operaban en la lógica del sistema: no era la persona ni su biografía política individual –Díaz Ordaz fue el encargado de la represión a sindicatos en 1956-1959–, sino a su representatividad política como responsable de la continuidad del régimen de la Revolución Mexicana. En 1968, las decenas de intelectuales que firmaron desplegados de apoyo a los estudiantes en ningún momento atacaron al sistema sino que, por el contrario, encontraron formas de convivencia entre la crítica y la institucionalidad priísta. Varios de esos intelectuales trabajaban en áreas remotas del gobierno o posteriormente pasaron a posiciones culturales diplomáticas. En 1969 los intelectuales se decantaron en las posiciones sucesorias de los dos precandidatos presidenciales priístas con mayores posibilidades: Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación, muy adelantado y Emilio Martínez Manautou, secretario de la Presidencia y encargado del plan nacional de desarrollo. Dos figuras aparecieron en cada grupo: Carlos Fuentes con Echeverría y Gastón García Cantú con Martínez Manautou. Echeverría atrajo a los intelectuales como la base intelectual y moral
de su crítica al autoritarismo y de su apertura democrática que no era más que márgenes más amplios de tolerancia a la disidencia. Echeverría impulsó la crítica de los intelectuales a la derecha mexicana, los incorporó a las giras, usó a Fuentes para organizar una reunión con la izquierda académica y periodística en los EE.UU. y los incorporó a la campaña priísta de José López Portillo. Gabriel Zaid criticó en Plural el acarreo de intelectuales y arrinconó a Fuentes por apoyar a Echeverría en el halconazo y Paz también criticó a los intelectuales –Fuentes, Benítez y Otros– que participaron en un desayuno de apoyo al candidato López Portillo. De 1959 en adelante, los intelectuales abrieron espacios de crítica política desde el espacio cultural: la revista El Espectador de Carlos Fuentes, Enrique González Pedrero, la revista Política de Manuel Marcué Pardiñas, el suplemento La Cultura en México fase II con Benítez en la revista Siempre, la revista El Machete del Partido Comunista, la revista Proceso y los periódicos Uno Más Uno, La Jornada y El Financiero. Aunque la penetración de las expresiones de cultura política fueron amplias, en realidad no llegaron a las grandes masas. La connivencia de intelectuales y la política duró sólo en el espacio de la influencia institucional de Echeverría 1969-1977. El paso más grande fue la designación de Carlos Fuentes como embajador de México en Fran-
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cia, aunque la leyenda urbana circuló la versión que el propósito fue acercar a Fuentes al premio nobel de literatura y de paso trabajar por el premio nobel de la paz para Echeverría. Fuentes renunció a la embajada cuando el presidente López Portillo designó al expresidente Díaz Ordaz como embajador de México ante la monarquía parlamentaria democrática de España. López Portillo impulsó una reforma política que se agotó en una medida pero sumamente importante: la legalización del partido Comunista Mexicano, la organización radical que había organizado, sostenido y encabezado las movilizaciones contra el sistema político desde 1955. El paso fue la democratización del parlamento. Por tanto, los intelectuales ya no eran útiles. La nueva fase de la crítica intelectual estuvo en 1984-1985 con los textos de Paz, Zaid y Krauze; un punto sobresaliente fue el hecho de que se trataba de una crítica intelectual, de relevo sistémico, de tiempos terminales y desde el centro liberal, cuando hasta ese momento el nacionalismo revolucionario había cooptado a una parte de la izquierda y la otra se había colocado con pocos espacios en el PCM. En los setenta y ochenta, la geometría ideológica en México estaba controlada por el PRI y su pensamiento histórico –entre el nacionalismo revolucionario, la herencia de Juárez, Madero y Cárdenas y el pragmatismo derivado de la política
social asistencialista–, la derecha en sus diferentes versiones se cobijaba en el PAN; los liberales –un progresismo institucional, secular, muy marcado por el institucionalismo y en los hechos sustentado en un régimen republicano con libertad de elección de gobernantes– carecían de un espacio. De no haberse fundado las revistas Plural, Vuelta y Letras Libres, ese liberalismo se habría tenido que refugiar en algunas páginas periodísticas escasas. Después de 1978, los grupos intelectuales se polarizaron en el de Benítez-Monsiváis-Aguilar Camín y en el de Paz-Zaid-Krauze. Luego de la definición de trincheras en 1972 –la identificación de liberales por el suplemento La Cultura en México y la respuesta de Paz con Los escritores y la política–, el choque cultural se repitió en 1977-1978 a raíz de la entrevista que Paz le dio a Julio Scherer García y que se publicó en dos partes en la revista Proceso. Monsiváis entró en un debate directo con Paz pero lamentablemente para el pensamiento político más como confrontación personal que de ideas, sobre todo porque Monsiváis eludía siempre el territorio ideológico y Paz venía de una relectura de los clásicos del pensamiento político universal, sobre todo de Tocqueville, el barón de Montesquieu y Rousseau. Meses después Aguilar Camín buscó un debate directo con Paz en Proceso, pero el poeta en realidad lo esquivó con desdén. La importancia del debate intelectual estuvo en la posibilidad de construir alegatos que hubieran rebasado los estrechos espacios políticos e ideológicos del pensamiento histórico. Como se vio en el debate de funcionarios y personajes de la izquierda con Krauze en 1984 por su ensayo Por una democracia sin adjetivos, los sectores plurales del régimen –izquierda, derecha y centro– no ponían en duda la vigencia del Estado priísta sino que cuestionaban sus excesos autoritarios y neoliberales. Los liberales, por el contrario, partían del hecho de que el régimen de la Revolución ya había
cumplido su objetivo de construir una sociedad autónoma y autosuficiente y que la democracia debería de sustituir al Estado subsidiario o al Estado paternalista, clientelar y dominante. Otra oportunidad perdida por los intelectuales fue el quiebre histórico universal de 1989: el desmoronamiento del Muro de Berlín y la perestroika y la glasnost de la Unión Soviética que condujo al fin de la Unión Soviética en 1991. La mezquindad de muchos intelectuales hacia Octavio Paz se resumió en una línea de un texto publicado por Carlos Monsiváis en la revista Letras Libres en el 2000: “la historia le dio la razón a Octavio Paz”, cuando en realidad la referencia debió ser menos tacaña: Octavio Paz siempre tuvo la razón. En 1990, inevitable el fin de la URSS, Paz organizó el seminario internacional “La experiencia de la libertad” y en 1992 Aguilar Camín realizó el “Coloquio de Invierno” de la revista Nexos. Más que sobre la ruptura sistémica, el debate fue por invitados. IV. Candelero, sastre, soldado, espía. A los intelectuales les pasó de lado el desafío teórico, político e ideológico de la alternancia. Letras Libres publicó un texto de Monsiváis –ya sus relaciones rotas con Aguilar Camín– cargado más de elusiones que de alusiones y Nexos apenas le dio espacio a algún artículo breve. Luego vinieron los dos sexenios panistas que también fueron
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de abandono del campo intelectual por los propios intelectuales. Y regresó el PRI a la presidencia y los intelectuales siguieron al margen del debate, a no ser por la excepción de algunos analistas que escriben con regularidad en los medios. Sin disminuir sus contribuciones, han sido artículos militantes, de confrontación, antisistémicos, no análisis de la coyuntura política histórica y los escenarios alternativos teóricos. Los intelectuales académicos –no los que escriben ficción– también han dejado pasar la oportunidad de analizar al sistema/régimen/Estado. En el medio intelectual y académico no se ha escrito ningún ensayo lúcido como Posdata. En este escenario aparecieron en 2016 dos expresiones intelectuales: la depresiva de Fernando del Paso y Juan Villoro y la analítica de Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín. Como es obvio, las depresiva es de estados de ánimo, de registro de hechos, de queja; por tanto, a la que se le exigen más enfoques profundos es a la analítica. Aguilar Camín publicó su ensayo Nocturno de la democracia mexicana en Nexos de mayo de 2016. Con una amplia producción literaria –destacan Morir en el Golfo y La guerra de Galio, por sus vertientes políticas–, en el ensayo político largo ha publicado Después del milagro en 1989 como un texto que abría camino a la modernización salinista. Aguilar Camín comenzó en La Cultura en México
cuando la dirigían Fernando Benítez y Carlos Monsiváis y después contribuyó a la fundación de la revista Nexos. Su cercanía al poder salinista le rindió frutos contractuales pero le contaminó su papel como intelectual crítico. Al comenzar el sexenio de Zedillo rompió con Salinas y con Carlos Monsiváis, pero quedó marcado por su pasado sistémico. Antes de su texto de mayo, Aguilar Camín publicó en Nexos otros referenciales: Un futuro para México, escrito junto con Jorge G. Castañeda en noviembre de 2009 como parte de la propuesta de Castañeda como candidato no partidista a la Presidencia de la República; Regreso al futuro, también con Castañeda en diciembre de 2010; El nuevo paradigma mexicano, con Castañeda en noviembre de 2012, y Octubre, 2015 en octubre de 2015. El común denominador es la necesidad de replantear el modelo político mexicano, sólo que con la referencia de que el ensayo político militante a favor de una propuesta electoral es diferente al ensayo político analítico sin intenciones de posicionamiento en un cargo público. El modelo analítico de Aguilar Camín es procedimental democrático e institucionalista en cuanto a la funcionalidad de los aparatos de administración pública. En cuando a la democracia, la asume en función de variables de calidad de funcionamiento de las instituciones, pero analizadas cada una en particular. Por tanto, carece de un enfoque sistémico inte-
gral. Sin embargo, todo análisis de disfuncionalidad sistémica necesita de un planteamiento de análisis del sistema y un marco teórico indispensable, porque si no todo se quedaría en un mero artículo de denuncia. Pero Aguilar Camín carece de esa parte en función de que su marco de análisis es correlativo al sistema político vigente. El pensamiento político de Aguilar Camín tiene ausencias en la cadena de articulación de su ADN intelectual y se localizan en que su pensamiento teórico está determinado por su producción como historiador simpatizante de la Revolución Mexicana, como lo refiere en A la sombra de la Revolución Mexicana que escribió con Lorenzo Meyer. Por tanto, carece de autonomía teórica respecto del pensamiento histórico oficial; y de ahí que sus textos se deben leer como una crítica funcionalista al sistema y propuestas para mejorar sin cambiar. Sin embargo, la crisis del sistema es de origen, de pecado original: un partido dominante nacido del Estado, la relación simbiótica Estado-partido aún latente, las restricciones democráticas para un verdadero sistema democrático de partidos, las configuración corporativa que el PRI se niega a liquidar y que los intelectuales sistémicos creen como el último dique a la pérdida de referentes sociales, políticos e ideológicos del sistema. El eje del sistema analítico de Aguilar Camín es la democracia pero sin dar una definición teórica. La democracia es muchas cosas: procedi-
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mientos, elecciones, filosofía política, discurso ético, equilibrio de poderes. En su texto de mayo de 2016 Aguilar Camín propone una consulta nacional sobre el tipo de democracia que quiere la sociedad, lo que llevaría a una democracia a mano alzada sobre la democracia. Para Aguilar Camín, la democracia mexicana padece una crisis de desencanto social, cuando lo que se critica no es la democracia en sí sino el hecho de que las reglas democráticas se han aplicado mal, de manera insuficiente y sin romper los grupos de interés y los grupos de poder. Y al final, el autor sólo se conformaría con una democracia de partidos. Inclusive, en el 2015 pareció olvidarse de su propuesta de 2012 de crear un nuevo paradigma, aunque lo que hace falta no es un nuevo paradigma científico a la manera de Thomas Kuhn, sino un sistema político/régimen de gobierno/Estado nacional en función de la nueva correlación de fuerzas sociales, productivas, históricas, culturales, intelectuales, de clases. Enrique Krauze se formó junto con Aguilar Camín en el doctorado en Historia en El Colegio de México y en 1972 los dos firmaron un texto conjunto en la edición de abril de La Cultura en México que rompía lanzas con el grupo de Octavio Paz en Plural. En esa edición del suplemento de la revista Siempre comenzaba el mandarinazgo de Carlos Monsiváis al frente del grupo intelectual que había fundado Fernando Benítez en 1949 en el suplemento México en la Cultura del periódico Novedades, con la colaboración activa de Carlos Fuentes, hasta su traslado como La Cultura en México en Siempre en 1962 y hasta el retiro de Monsiváis en 1987. Krauze duró poco en el grupo de Monsiváis y su relación con Aguilar Camín. En 1976 se incorporó al consejo de redacción de la revista Vuelta de Paz. Su línea de producción es histórica, intelectual y política, sin ninguna incursión en la ficción. La parte más productiva ha sido como historiador del poder político con su trilogía Siglo de caudillos: Biografía Política de México (1810-1910)
(en 1994), Biografía del poder 19101940 (en 1987) y La presidencia imperial (1940-1994), en 1997. Y en el ensayo, además de varios con efectos menores, sobresalen El timón y la tormenta de 1982 y Por una democracia sin adjetivos de 1984. En la biografía intelectual y política escribió Cosío Villegas: una biografía intelectual en 1980, El poder y el delirio en 2008, Redentores en 2011 y Octavio Paz: el poeta y la revolución en 2014. Su ensayo Desaliento de México, publicado en Letras Libres en mayo de 2016, es una versión ajustada del publicado en la revista estadounidense The Nation –del sector de izquierda– el 16 de marzo de 2016, aunque con el título Confidence in Mexico (confianza en México), títulos (desaliento/confianza) en realidad contradictorios. El texto reproduce el sistema analítico de sus textos anteriores: el problema de México es de democracia. Apenas toca el tema central de la alternancia partidista en la presidencia de la república en el 2000 señalando que “la fuerza de los votos deshizo los ejes que
mantenían el “viejo” sistema, término que se usaba para describir el monopolio político cuidadosamente operado por el PRI”. Sin embargo, dedica unos párrafos a describir el proceso de inicio de la alternancia pero sin un análisis profundo de la reorganización sistémica. Y ahí se localiza el problema: el PAN en la presidencia apenas rehízo algunos acuerdos aunque abandonó la mayoría y la esperada transición –en el modelo de Leonardo Morlino– que quedó en la mera alternancia y no en la instauración de un nuevo sistema/régimen/Estado. Las críticas contra los saldos insuficientes de la transición/alternancia encuentran explicación en la teoría política de los modelos de desarrollo político, pero se trata de una vertiente que los intelectuales y politólogos mexicanos aún no han analizado a profundidad. Krauze, por ejemplo, en Desaliento de México, registra como punto de referencia el 2000, pero no presenta una teoría interpretativa de la alternancia que pudiera fortalecer sus percepcio-
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nes de las secuelas violentas y autoritarias posteriores al 2000. Para Krauze el problema es la democracia; y más aún, el desencanto con la democracia, a partir de la encuesta de Latinobarómetro 19952015. Las cifras últimas revelan una alta decepción mexicana respecto a la democracia, pero al ensayo de Krauze le falta una revisión crítica de los veinte años referidos: el colapso devaluatorio, el alza en tasas de interés, la persecución contras Salinas de Gortari, la reforma para la autonomía total del IFE, la derrota electoral del PRI en 1997 y en el 2000, el desencanto con Fox, los acuerdos de gobernabilidad PAN-PRI, el despegue de López Obrador, las elecciones tensas del 2006, el plantón de López Obrador, la presidencia legítima de López Obrador, la guerra contra el crimen organizado y los miles de muertos, el regreso del PRI en el 2012, el Pacto por México, la ruptura sistémica por los 43 de Ayotzinapa, el regreso del PAN y del PRD a la oposición y la consolidación del PRI como primera fuerza legislativa en junio del 2015. Lo paradójico que Krauze no explica es cómo en un proceso de democratización progresiva haya un desencanto social que no conduzca a un relevo del demonio del PRI, pero sin incluir en las variables analíticas el sistema/régimen/Estado. En su ensayo, Krauze le otorga más importancia al tema de la violencia –sin explicación sistémica– y a la corrupción como un problema moral –no de ética pública–, sin retomar la configuración del sistema político y los efectos en su funcionamiento desde 1968. A cuarenta y seis años de Posdata, cuarenta y ocho años de Tlatelolco-68, cuarenta y cinco años del halconazo de 1971, veintiocho años de la crisis electoral de 1988, veintidós años del colapso sistémico de 1994 y dieciséis años de la alternancia y sólo cuatro años del regreso del PRI, los intelectuales siguen endeudados con la sociedad política que necesita explicaciones de la crisis.
Los intelectuales en el Poder Por Eduardo Mejía I. Elecciones: los intelectuales y el poder
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ecientemente alguien rescató el video donde se ve y se escucha a Mario Vargas Llosa hacer la afirmación de que México vivía bajo una dictadura perfecta; además de la imprecisión (debería haber leído a Daniel Cosío Villegas antes de hablar), dijo algo peor: que los intelectuales mexicanos se habían dejado cooptar por el Estado a cambio de chambas y puestos. Los intelectuales han estado al servicio del país desde muy temprano; sólo hay que recordar que Andrés Quintana Roo acompañó a José María Morelos y Pavón en su gesta, y fue corresponsable de los actos del Congreso de Chilpancingo; poco antes, Hidalgo, Morelos y Matamoros impulsaron la lucha libertaria; aunque se entiende por su profesión eclesiástica, los libros que leían y que los inspiraban exigían una preparación intelectual mayor, e incluso opuesta, a la requerida para su oficio religioso. Durante el periodo que abarcan las múltiples presidencias de Antonio López de Santa Anna (bajo diversas y, claro, opuestas ideologías que dijo encabezar) hay que señalar la presencia de diversos intelectuales trabajando para el Estado: José María Luis Mora, Lucas Alamán, Lorenzo de Zavala, Luis de la Rosa, Mariano Otero y Manuel Eduardo de Gorostiza, ahora más conocido como dramaturgo, pero que en su tiempo tenía tanta
importancia social que, cuando se ausentaba para arreglar graves asuntos internacionales, la ciudad de México quedaba sin teatro, circo, tauromaquia y hasta alumbrado. Pero el verdadero inicio de la presencia de intelectuales mexicanos en el gobierno se da en la época de la Reforma: Melchor Ocampo, Francisco Zarco, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez El Nigromante, Ignacio Vallarta, José María Lafragua, Matías Romero, Vicente Riva Palacio, Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias (estos dos, hasta presidentes fueron). Del lado contrario, con Maximiliano colaboraron Juan de Dios Peza y José Fernando Ramírez. Ya en el porfiriato estuvieron Vallarta y Lafragua (el verdadero autor de la fórmula “Poca política y mucha administración”, adjudicada al general Díaz), y Riva Palacio se convirtió en opositor, tan peligroso que decidieron exiliarlo con honores, y se convirtió en embajador en España, donde no sólo fue decisivo para la verdadera reanudación de relaciones, sino que se ganó el respeto de la intelectualidad y del mundo diplomático, gracias a su ingenio, su fiereza y su calidad literaria, además de una mala leche muy recomendable. Es innecesario explicar la importancia que tuvieron para la estabilidad del gobierno de Benito Juárez, y para la consolidación de Díaz, que en esos momentos se vio como la opción para acabar con la hegemonía que representaban Juárez y sus seguidores Iglesias y Lerdo de Tejada; luego veremos la función tan importante que llevaron a cabo otros escritores para la reafirmación de México como nación soberana, luego de que muchos de ellos pelearon, con las armas y con la inteligencia, contra la Intervención
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Francesa y luego se ganaron el respeto de todo el mundo para ellos y para el país. Es obvio que Vargas Llosa desconocía eso, y que se basaba en otros casos, algunos no tan honrosos, y que veremos después. II. Los Intelectuales en el régimen porfirista Porfirio Díaz, quien llegó al poder mediante una revolución para evitar la perpetuación del grupo heredero de Benito Juárez, tenía la misma actitud de Antonio López de Santa Anna, de desprecio a los intelectuales; cuando se topaba con la crítica feroz que hubo en cierta etapa de su muy larga estancia en el poder, pensaba que los escritores buscaban una dádiva, un puesto, una recomendación: “Ese gallo quiere maíz”, fue una de sus frases; y no se equivocó mucho; en alguna etapa del porfiriato, directores de algunas publicaciones obtenían ayuda económica, en especie, o con algún empleo en el gobierno; no todos fueron sumisos, pero pocos especialmente críticos.
Entre quienes fueron premiados con alguna curul se cuentan Alfredo Chavero, Manuel Gutiérrez Nájera, José Tomás de Cuéllar; algunos periodistas enjundiosos fueron aplacados con diputaciones, u otro tipo de prebendas, como Nemesio García Naranjo, Querido Moheno, Francisco Bulnes, Alberto García Granados y Salvador Díaz Mirón (estos últimos, furibundos antimaderistas a la caída de Díaz). Los más importantes fueron Ignacio Vallarta, Ignacio Mariscal y José Fernández, quienes tuvieron a su cargo la reanudación de relaciones diplomáticas, extremadamente difíciles, tanto con Estados Unidos como con los países europeos, que ponían muchísimas trabas porque reclamaban indemnizaciones tanto para ellos como para ciudadanos de esos países, y algunos mexicanos vivillos que se nacionalizaban ingleses para conseguir la protección británica; el relato que hace Daniel Cosío Villegas en su Historia Moderna de México de esa etapa y esas negociaciones no sólo es ágil y aleccionador, sino que ilustra el sentimiento patriótico y de alta dignidad de esos funcionarios que consiguieron el respeto de Europa para nuestro país, aunque no dejaban de mantener pugnas que ahora nos parecen divertidas, pero que entonces ponían en peligro esas funciones. En otros ramos menos políticos pero no menos importantes Porfirio Díaz contó con la colaboración de Joaquín Baranda, Manuel González Cossío, Justino Fernández, el escritor Victoriano Salado Álvarez, autor de los Episodios Nacionales Mexicanos, y Jorge Vera Estañol (importante intelectual quien también fue ministro de Instrucción con Victoriano Huerta, como con Díaz). De gran importancia, Federico Gamboa, novelista y dramaturgo que se hizo famoso con una de sus novelas, Santa, fue por unos días encargado del Despacho de Relaciones Exteriores; fue más larga su estancia en ese puesto después, con Huerta; pero más allá de la titularidad de la dependen-
cia, importa resaltar su labor como diplomático, muy afortunada para todo el continente latinoamericano, de la que se hablará después, y del principal intelectual en el porfiriato: Justo Sierra. III. Los intelectuales a principios del siglo XX Fue durante el Porfiriato que se creó la leyenda, que subsistió hasta los años cincuenta del siglo XX, de la bohemia, los escritores que prefieren vivir en la pobreza y sus escasos ingresos dilapidarlos en bebidas, tertulias que duraban varios días (“reventones”, se les llamó hace poco), una que otra sustancia que deprimía o que exaltaba, y otros placeres menos públicos, o más privados; sin embargo, algunos de los escritores más afamados por su buena pluma fueron beneficiados con ciertos privilegios que sólo estaban al alcance de sectores más acaudalados; en una de las ramas de la economía más floreciente durante ese largo periodo, la construcción de vías férreas que comunicaron a gran parte del país, se sabe que uno de los hombres a los que se les otorgó una de las muchas concesiones (por lo regular a manos de compañías extranjeras o de porfiristas adinerados) fue José Tomás de Cuéllar, quien hizo excelentes retratos de la clase media mexicana de esa época. El Diccionario de Escritores Mexicanos no recoge ese dato, sí que fue, en cambio, oficial mayor de la Secre-
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taría de Relaciones Exteriores durante el apogeo del Porfiriato, y secretario de la Legislación mexicana en Washington. Como él, varios escritores representaron al país en el extranjero, en una época en que era necesario el reconocimiento al régimen, luego de que dos invasiones francesas y dos estadounidenses (además de muchas incursiones gringas con el pretexto de perseguir a los pieles rojas insubordinados), más la rebelión de Tuxtepec, habían dejado a México aislado del mundo. Y aunque hubo algunos militares en puestos diplomáticos, el mejor trabajo lo hicieron los escritores, que fueron a varios países europeos, o centro y sudamericanos, a convencerlos de que éramos una nación civilizada, donde se leía y se escribía buena literatura, se hacían obras plásticas de calidad, y que orquestas y cantantes de fama mundial se presentaban ante un público capitalino exigente. Así, por ejemplo, Amado Nervo estuvo en el servicio diplomático desde 1905 hasta que, a la caída de Victoriano Huerta, fue despedido, como casi todos los diplomáticos, y Venustiano Carranza lo reinstaló en 1918, aprovechando el prestigio que traía tras de sí; y aunque no hay muchos datos de sus gestiones (era secretario, no embajador; a su muerte era ministro plenipotenciario), sí que era respetado por la intelectualidad española y francesa, e incluso fue colaborador de Rubén Darío en sus publicaciones en diarios y revistas.
Otros escritores de la época en labores diplomáticas: Victoriano Agüeros, Ignacio Manuel Altamirano, Alberto María Carreño, Joaquín Casasús, José Joaquín Gamboa, el poeta Francisco A. de Icaza (“el vengador de Juan Ruiz de Alarcón”), Juan B. Iguínez, Antonio de la Peña y Reyes, Emilio Rabasa, Efrén Rebolledo, Victoriano Salado Álvarez… No todos fueron embajadores, pero creían en la ética de servir al país. Y faltan los intelectuales porfiristas más destacados. IV. Los intelectuales en el final del Porfirismo El periodismo en el siglo XIX era muy diferente del actual, y tenía muy claro el propósito de establecer la posición política de sus dueños, los dirigentes y los escritores; aunque se publicaba literatura, y comenzaban los reportajes, no se trataba de periódicos llenos de noticias ni mucho menos de sucesos sociales. Los intelectuales, aunque no se les conocía con ese calificativo, usaban los periódicos para publicar poemas, relatos y, de vez en cuando, sus novelas, a la manera de folletines. A la par, manifestaban sus inquietudes políticas, mostraban apoyo a los políticos afines a ellos, o a sus protectores. Se trataba de un periodismo feroz, lleno de afirmaciones tajantes, belicoso, y no pocas veces su tono, sus acusaciones, los rumores, daban lugar a demandas judiciales, al cierre de esas publicaciones, cárcel a los escritores, los directores, y hasta para los impresores y los dueños de las imprentas. Justo Sierra, poeta y narrador cuyas obras se han relegado, comenzó su carrera como periodista, y no era de los blandos ni de los más adictos a los gobernantes Manuel González y Porfirio Díaz; sólo que su hermano mayor, Santiago Sierra, se vio envuelto en una pelea con uno de los pilares del porfirismo, Irineo Paz, novelista, historiador y ensayista aficionado a las reyertas (como Salvador Díaz Mirón); en duelo en el que se enfrentaron, Paz le dio muerte a Santiago Sierra; Justo, conmocionado por el suceso, al poco
se retiró del periodismo; esto resultó de gran fortuna para el país porque, ya lejano al periodismo combativo, desempeñó algún puesto diplomático menor, fue diputado, magistrado de la Suprema Corte de Justicia, subsecretario de Instrucción y, de 1905 al final del porfiriato, ministro de Instrucción. Discípulo de Ignacio Manuel Altamirano, fue maestro y mentor de la generación del Ateneo de la Juventud, y de otros escritores importantes, como Luis González Obregón, Luis G. Urbina y otros. Bajo la mano y el impulso de Sierra se consolida la Escuela Nacional Preparatoria, que tantos opositores tuvo entre los diputados, que la consideraban inútil porque “creaba aprendices de todo y oficiales de nada”; crea la Escuela de Altos Estudios y pone los cimientos de la Universidad. Y aunque es uno de los pilares de la última parte del largo reinado de Porfirio Díaz, fue un hombre que proponía cambios en todos los sentidos, incluso contra la escuela positivista que era la que daba fundamento al Ministerio de Instrucción. Patrocinador de las Conferencias del Ateneo de la Juventud, pocas semanas antes del estallido de la Revolución, Sierra alienta los cambios que, años después, fructifican en la mejor época de la SEP, a manos de sus discípulos. Cabe mencionar que Sierra, al triunfo de Madero, fue comisionado para labores diplomáticas, que cumplía cuando falleció; no tuvo mejor suerte su subsecretario, Ezequiel A. Chávez, quien debió sufrir destierro pese a su obra valiosa: fue reformador de la educación básica, fundó varias escuelas de estudios superiores y ayudó a la creación de la Universidad; sólo a su regreso, al triunfo de Carranza, pudo continuar su labor educativa. Justo Sierra, sin duda, es el intelectual más importante, aunque no el único, del porfiriato. V. Los intelectuales y Francisco I. Madero A principios del siglo XX era tan alto
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el índice de analfabetismo en México, incluso entre la clase privilegiada, que llamó la atención que Francisco I. Madero, de una familia millonaria, dueña de haciendas, ganado y viñedos (que producían gran parte del vino, y de otras bebidas espirituosas que se consumían en el país), combatiera al régimen de Porfirio Díaz mediante un libro, La sucesión presidencial; su estilo directo, que iba sin rodeos a la propuesta de que se eligiera un vicepresidente (primero el candidato era Bernardo Reyes; después, al momento de las elecciones, el propio Madero) que tomara la presidencia al suceder el fallecimiento de Díaz. Madero no era un hombre de libros; en realidad, según buenas fuentes, le atraían sobre todo los que hablaban de espiritismo; no obstante llamo la atención de muchos intelectuales, entre ellos varios escritores, que mostraron simpatía por él y por sus ideas de renovación política. Gabriel Zaid, entre otros, ha documentado el respaldo y no sólo la simpatía que mostraron los intelectuales con ideas religiosas, principalmente Eduardo J. Correa y, siguiéndolo, Ramón López Velarde. En otros ámbitos, por afinidad con Reyes, varios ateneístas se convirtieron en seguidores de Madero, entre ellos José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, quienes no ocuparon cargos en su gabinete, a cambio de haber sido perseguidos. Madero no aprovechó las adhe-
siones de muchos jóvenes entusiasmados por ser parte del cambio; en vez de eso llamó a Pedro Lascuráin, más identificado con los Científicos; a Miguel Díaz Lombardo (después villista, como Vasconcelos y Guzmán), a Manuel Bonilla, y a dos familiares suyos, Rafael Hernández Madero y a Ernesto Madero, para Gobernación el primero (después de Abraham González y de Jesús Flores Magón), y para Hacienda el segundo. No es que haya carecido de intelectuales en su círculo más cercano; para la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, cargo que conllevaba la vicepresidencia, escogió primero a Miguel Díaz Lombardo y después al poeta José María Pino Suárez; el mismo Ernesto Cabral que había sentenciado la caída de Díaz por escoger a Ramón Corral, dictaminó que Madero, por culpa de Pino, se empinaría. Es significativo que él fue el último vicepresidente de México, y que en el golpe militar de Mondragón, Reyes (Bernardo y Rodolfo –ambos presos al momento del cuartelazo–) y Huerta, supusieron que al derrocar a Madero, automáticamente Pino Suárez debía asumir la presidencia; esa circunstancia propició que ambos fueran asesinados. Y no había que caer nunca más en la tentación. Madero ignoró la presencia de intelectuales bien preparados, que habían combatido a Díaz con tenacidad en la Cámara de Diputados, en periódicos y revistas; gente como los
hermanos Francisco y Emilio Vázquez Gómez, como Nemesio García Naranjo, Querido Moreno, José María Lozano y Francisco Olaguíbel, y a otros opositores a Díaz, como Salvador Díaz Mirón, quienes de inmediato se convirtieron en líderes intelectuales contra Madero con artículos incendiarios que la gente tomó en cuenta en la caída de Madero. Particularmente cruel fue el excelente poeta José Juan Tablada, quien escribía con ferocidad obras y artículos contra el presidente Madero, y que muchos creen que fueron determinantes en la furia desatada contra Francisco I. Madero y contra su hermano Gustavo Madero, literalmente linchado. Tablada escribió una obra en verso, Madero Chantecler, donde se burla de la ineptitud política, según declara, y duda de su valentía y de su hombría. Habría que pensar qué hubiera sucedido si en vez de tenerlos como enemigos, hubieran sido aliados suyos. Después, como veremos, fueron colaboradores de Huerta. (Muchos de los datos y de las opiniones están en libros de José Emilio Pacheco, Gabriel Zaid, y en los que narran el breve periodo de Madero, particularmente Stanley R. Ross y Jesús Silva Herzog; Madero Chantecler está incluido en la obra completa de Tablada. Véase también la parte que analiza la política interior del porfiriato de Daniel Cosío Villegas en Historia Moderna de México). VI. Los intelectuales y Victoriano Huerta En las elecciones que acaban de comenzar, y que terminarán con las votaciones en julio, los candidatos presidenciales intentan convencer a una parte importante de los electores, que leen y escriben libros; no es ésa una referencia: quien recibió más apoyo de escritores e intelectuales durante su gobierno, proporcionalmente, fue Victoriano Huerta. Por la campaña que emprendió parte de la prensa, por la política agraria que adoptó, por las medidas que no satisficieron a quienes pedían
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la caía de Porfirio Díaz, quienes esperaban que la Revolución les cambiara su vida, o quienes sólo aspiraban a un cambio pacífico, o por todas las cosas juntas, la gente reprochaba a Madero tibieza, temor, y le achacaban un desorden, un caos y una desesperanza; lo culpaban por no hacer las cosas rápido, o de manera adecuada, o por hacerlas y afectar su modo de vida. Uno de los opositores de Díaz en la prensa, Alberto García Granados, llegó a afirmar que “la bala que mate a Madero salvará a México”; los políticos y críticos inteligentes llenaban las páginas de los diarios con diatribas contra el presidente Madero y colaboraron con Victoriano Huerta cuando éste lo arrestó y permitió, consintió u ordenó su asesinato. Como se sabe, Huerta asumió el poder menos de una semana después de que Madero y Pino Suárez firmaron su renuncia a favor de Pedro Lascuráin, y éste dimitió a favor del militar; aunque la gente aspiraba que el nuevo régimen restableciera el orden, el gabinete de Huerta fue desorganizado y debió hacer infinidad de cambios en los menos de 17 meses que duró en el poder: en la Secretaría de Relaciones Exteriores desfilaron, entre los intelectuales, Francisco León de la Barra, el historiador Carlos Pereyra, el novelista y dramaturgo Federico Gamboa, el político Querido Moheno, el novelista José López Portillo y Rojas, el abogado (y furibundo antiporfirista) Manuel Garza Aldape y Roberto Esteva, quien fue director de la Escuela de Historia y Antropología, años después profesor Emérito de la UNAM; asombra, y es difícil aceptarlo, pero la labor de esta secretaría fue notable en su actuación diplomática internacional. En la Secretaría de Gobernación actuaron García Granados y Garza Aldape, pero en Instrucción Pública y Bellas Artes actuaron Jorge Vera Estañol, Garza Aldape, José María Lozano y Nemesio García Naranjo; como subsecretario estuvo unos meses Enrique González Martínez; Vera Estañol fue uno de los fundadores de
la Escuela Libre de Derecho, y había sido uno de los puntales de Porfirio Díaz en su última presidencia, para mostrar que estaba dispuesto a los cambios y al progreso; García Naranjo, uno de los mejores escritores de la época, fue miembro del Ateneo de la Juventud, y Lozano era uno de los abogados más célebres de la época, y un orador rotundo. Rodolfo Reyes, hijo de Bernardo y hermano de Alfonso, escritor político él mismo, fue secretario de Justicia (y terminó como opositor de Huerta). Alberto Robles Gil, Eduardo Tamariz y Sánchez y Carlos Rincón Gallardo, tres juristas destacados, y en algún momento maderistas, estuvieron en la Secretaría de Fomento, Colonización e Industria, que luego fue de Agricultura y Colonización; autores de libros de diversas materias, se distinguieron por su estilo cuidadoso e impecable. Fuera del gabinete, pero dentro del huertismo, Salvador Díaz Mirón es nombrado director del periódico oficial El Imparcial, donde defiende a Huerta y ataca a los revolucionarios; Luis G. Urbina fue director de la Biblioteca Nacional; José Juan Tablada, secretario de redacción del Imparcial, escribió a favor de Huerta un ditirambo que José Emilio Pacheco califica de “increíble”, y el mismo Alfonso Reyes aceptó un cargo diplomático, luego de rechazar el de secretario de Huerta, para exiliarse. En el cuerpo diplomático embajadores y secretarios de legación fueron sorprendidos por el golpe de Huerta, pero no todos renunciaron; como veremos después, la diplomacia era uno de los trabajos que alcanzaron muchos intelectuales, en un país y una época en que la literatura no era lucrativa, y muchas veces tenían que aceptar chambas en diarios y revistas, que no tenían nada de periodísticos y sí de vehículo político, o en el servicio diplomático, o de burócratas, o en el magisterio, a falta de otros trabajos que les dieran ingresos. VII. Los intelectuales en el poder: José Vasconcelos
La generación del Ateneo fue testigo, y en algunos aspectos, precursora, de la Revolución; sin embargo, el estallido la dispersó; quienes se reunían para leer a Platón se vieron inmersos en la lucha, su vida cambió para siempre, y toda su actuación se derivó del movimiento iniciado por Francisco I. Madero. Aunque muchos continuaron con la vida académica, otros participaron en la política, y de manera importante, aunque sus puestos no siempre hayan sido de mucha jerarquía. El más destacado fue José Vasconcelos, el más incómodo de los “discípulos” de Pedro Henríquez Ureña, quien dirigía las lecturas de este grupo numeroso y talentosísimo de jóvenes que ya entonces destacaban como creadores y, sobre todo, como pensadores. Vasconcelos participó en los Centros Antirreelecionistas, y colaboró con Francisco Vázquez Gómez, antes de que estallara la Revolución, y antes de que Madero tomara la presidencia. Cercano a Madero, no trabajó ni con él ni para él, sino que montó un despacho de abogados, pero no abandonó su interés por la política, y a la caída de Madero y entronización de Victoriano Huerta, Vasconcelos fue a buscar con quién colaborar. Se acercó a ejércitos villistas, tuvo contacto directo con los caudillos importantes, sobre todo con Villa, y fue consejero de varios de ellos; en 1914, cuando la Convención de Aguascalientes quiso disminuir el poder de los principales jefes de las facciones, y nombraron presidencias que sustituirían a la de facto de Venustiano Carranza, o las potenciales de Villa o Zapata (Obregón y Pablo González entonces estaban subordinados a Carranza), Eulalio Gutiérrez fue nombrado presidente; Gutiérrez, veterano soldado en armas desde 1906, y con Madero en 1910, estaba en uno de los muchos grupos carrancistas, pero quiso ser neutral y formó su gabinete con gente de todas las facciones; analfabeta, nombró a Vasconcelos como secretario de Educación.
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Villa no reconoció el gobierno de la Convención, y abandonado incluso por su hermano, Gutiérrez abandonó la capital, perseguido por tropas de todas las tendencias; Vasconcelos narra ese episodio en páginas magistrales de su autobiografía novelada Vasconcelos anduvo en Estados Unidos, viviendo aventuras militares, intelectuales y sensuales como poca gente de su tiempo, y de todos los tiempos; fue enviado a Washington buscando el reconocimiento de Estados Unidos y, finalmente, cuando Álvaro Obregón subió a la presidencia, nombró a Vasconcelos secretario de Educación, donde inició una labor que aún se reconoce como la más destacada en el rubro: propició creación de escuelas, promovió la educación femenina mediante las Escuelas Industriales, promovió también el arte mediante el movimiento pictórico denominado Muralismo, en donde los mejores pintores mexicanos decoraron muros de secretarías, mercados, teatros: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Jean Charlot, Roberto Montenegro y muchos más; creó revistas como El Maestro, y colecciones de libros donde publicó a los clásicos (el Fondo de Cultura Económica acaba de reeditarla a todo lujo, a precios accesibles); impulsó la creación literaria, y tuvo entre sus colaboradores a Gabriela Mistral, Pedro Henríquez Ureña, Julio Torri, y de esas colaboraciones nacieron antologías memorables, como Lecturas para niños y Lecturas para mujeres, con colaboradores renombrados. Tuvo choques importantes con Plutarco Elías Calles, y debió renun-
ciar a la SEP; lo sustituyó José Manuel Puig Casauranc, otro destacado escritor. Posteriormente Vasconcelos aspiró a la presidencia, en 1929, y perdió las elecciones, muy disputadas, con el primer candidato del recién creado Partido Nacional Revolucionario, ante Pascual Ortiz Rubio; hasta el final de sus días, Vasconcelos afirmó que le habían robado la presidencia, y que de disputarla, la volvería a ganar. Su accidentada vida posterior a las elecciones ha sido motivo de libros, suyos y de otros, y tuvo la consecuencia del suicidio de una de sus seguidoras, Antonieta Rivas Mercado. Vasconcelos estuvo en el exilio muchos años; de regreso al país fue nombrado director de la Biblioteca México y fue miembro de El Colegio Nacional. Entre lo malo, fue su afiliación al nazismo, y dirigió una revista donde propagaba las supuestas bondades de esa tendencia política. Aunque no duró mucho en los puestos de mando, su actuación fue muy destacada y sigue siendo motivo de encomio; a su vera, se formaron muchos intelectuales funcionarios. Sobre él y su gestión como secretario de Educación (supersecretario, pues tuvo mucho poder) han escrito Gabriel Zaid, José Joaquín Blanco, Enrique Krauze, Martha Robles y José Emilio Pacheco; su autobiografía (Ulises Criollo, La tormenta, El desastre y El Proconsulado; andan algunos libros dispersos con sus relatos, con otra novela (La flama), historia (Breve historia de México) y filosofía. VIII. Los intelectuales en el poder: Alfonso Reyes Alfonso Reyes comenzaba a deslumbrar al ámbito intelectual con su participación en las Conferencias del Ateneo, como parte de los festejos por el Centenario de la Independencia (con su charla sobre “Los poemas rústicos de Manuel José Othón”) y estaba por aparecer su primer libro, las deslumbrantes Cuestiones Estéticas, cuando estalló la Revolución Mexicana en 1910. Su futuro parecía el más
promisorio entre sus compañeros del Ateneo de la Juventud; pero el 9 de febrero de 1913 estalló el cuartelazo de Mondragón y del general Bernardo Reyes, que culminó, ese día, con la muerte de Reyes a las puertas de Palacio Nacional. Diez días después, Victoriano Huerta tomaba posesión de la presidencia y, a pocos kilómetros del Zócalo, asesinaban al presidente Francisco I. Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez. Alfonso Reyes afirmó que luego de ese 9 de febrero no volvería a ser feliz. Las consecuencias fueron inmediatas; Huerta, quien tenía relaciones políticas con Rodolfo Reyes, abogado, profesor y escritor, y hermano mayor de Alfonso Reyes, ofreció a Rodolfo la Secretaría de Justicia, y le pidió al joven escritor que fuera su secretario personal. Ya antes, frente a la rebeldía del general Bernardo, habían sugerido a Alfonso que si convencía a su padre de que se retirara de las armas, lo dejarían libre; Alfonso Reyes no accedió a hacer una petición en la que él no tendría injerencia alguna, ni podía hacerse responsable de la conducta del general. Reyes, con la precaución debida, rechazó la invitación, y en cambio aceptó el puesto de segundo secretario de la legación en París, y se apresuró a irse, rompiendo con su familia, sus amistades, con el ámbito mexicano. Luego de que se rompieron las relaciones diplomáticas en 1914, se dedicó a labores editoriales, de investigación, de cátedra y periodísticas tanto en Francia como en España, hasta 1920, cuando el gobierno mexicano comenzó a restablecer las relaciones con todos los países posibles; en Francia, en España y luego en Brasil y Argentina, a lo largo de esa época hasta finales de los años treinta, la labor de Reyes fue de muchos méritos, pues su prestigio ayudó a que los gobiernos de aquellos países limaran asperezas y volvieran a tener tratos comerciales, políticos y culturales con México. Como no interrumpió sus trabajos literarios, fue un vehículo importante
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para todos los literatos y para la industria editorial de Argentina, España y México. Fue uno de los responsables de invitar a escritores, pintores, médicos, científicos, economistas y filósofos que, perseguidos por el franquismo, vinieron a vivir en suelo mexicano y enriquecieron todas las ramas en las que actuaron: gente como Luis Cernuda, José Gaos, Simón Otaola, Adolfo Sánchez Vázquez, Rafael Gimenes Siles, Luis Recanses-Sichés, Enrique Díez-Canedo (y su hijo Joaquín), Eugenio Ímaz, Joaquín Xirau, Wenceslao Roces (que tradujo El capital, de Marx), José Bergamín, Rafael Méndez y muchos más que ayudaron al crecimiento mexicano en esos terrenos. Para aprovechar su talento, se creó La Casa de España, que en poco tiempo se convirtió en El Colegio de México, con una calidad académica tan alta, cuando menos, como la de la UNAM. El Colegio de México estuvo muy unido al Fondo de Cultura Económica, dirigido por Daniel Cosío Villegas, y editó obras que no sólo fueron publicadas con belleza y elegancia, sino que sirvieron durante muchos años a la educación de todos los países de habla hispana; prácticamente hasta los años noventa, científicos y técnicos de todo el continente tuvieron como base de su carrera los libros publicados por el FCE. Afectado por la muerte tan terrible del general Bernardo Reyes, su
hijo Alfonso evitó dedicarse a la política como muchos de sus compañeros de generación, e incluso varios de sus discípulos y amigos, pero sirvió al país como pocos políticos lo han hecho, y fue el puente indispensable para que miles de ciudadanos españoles fueran víctimas de la persecución franquista, y para que México se pusiera al corriente de la cultura y la ciencia contemporáneas. IX. Los intelectuales en el poder: Martín Luis Guzmán y Julio Torri En la generación del Ateneo se juntaron los mejores prosistas mexicanos del siglo XX, y a la fecha pocos se les acercan; la prosa vital y poderosa de José Vasconcelos compite con la graciosa y elegante de Alfonso Reyes, pero junto a ellos se encuentran Martín Luis Guzmán y Julio Torri; éstos no podían ser más diferentes entre sí: Guzmán registra cada acto, cada movimiento de sus personajes, atisba sus pensamientos, y da cuenta de algunas de las etapas más violentas de nuestra historia; en El Águila y la Serpiente relata su propio paso entre las tropas revolucionarias; en La sombra del Caudillo narra, con metáforas ineludibles, el proceso de elección de la candidatura de Álvaro Obregón para reelegirse como presidente en 1928, y la matanza que cometió el gobierno en las personas de Francisco Serrano, Arnulfo Gómez y muchas otras personas que los apoyaban, sin importar que fueran militares o civiles; en otra de sus obras maestras hace un recuento de la vida de Pancho Villa, que aunque es ficción, lo retrata de cuerpo entero, con todas sus cualidades y virtudes. Julio Torri, en cambio, habla de sí mismo pero en tercera persona, sus textos, de gran belleza, son abstractos, inteligentes y profundos, a cambio de su brevedad. A ellos, como a sus compañeros de generación, la Revolución Mexicana les cambió la vida; iban para la academia y la investigación, pero el proceso revolucionario los llevó por otros caminos: hijo de un militar porfirista que murió en el alzamiento de Madero, Guzmán participó en una conven-
ción como representante de Madero, y al triunfar éste, ocupó un puesto menor en la Secretaría de Obras Públicas; salió de la ciudad de México luego del cuartelazo de Huerta, y se unió a las tropas carrancistas, aunque luego de romper con Carranza, se unió a Pancho Villa; era representante de él ante Carranza, quien lo apresó en Lecumberri, y fue liberado por la Convención de Aguascalientes; en las cintas dirigidas por Ismael Rodríguez, interpretadas por Pedro Armendáriz, se hace mofa de “Luisito”, un “delicado” secretario de Villa; pero es un mal retrato de Guzmán, quien, siempre rebelde, rompe con Villa y tiene que salir de México; en España se dedica al periodismo y a la Academia, y a su regreso al país fue elegido diputado, puesto que ocupaba cuando estalló la rebelión delahuertista, a la que apoyó; luego de la derrota del movimiento volvió a irse a España, donde adoptó la nacionalidad española, lo que le costó no volver a ocupar puestos en el gobierno mexicano, sino hasta su vejez, donde, al tiempo que dirigía la revista Tiempo, y era socio de Empresas Editoriales y de las Librerías de Cristal, fue nombrado presidente de la Comisión de los Libros de Texto Gratuito. En algún momento fue embajador extraordinario y plenipotenciario ante la ONU y fue senador de la República de 1970 a 1976. Su última intervención pública, desafortunada, fue el apoyo al gobierno de Gustavo Díaz Ordaz durante el Movimiento Estudiantil de 1968. Siem-
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pre disidente, publicó su obra mayor, La sombra del Caudillo, en España, y durante mucho tiempo estuvo prohibida en México. Su contraparte, Julio Torri, tuvo una vida menos activa, pero no menos importante, pues fue responsable de las ediciones de la Universidad Nacional, y director de la Dirección de Bibliotecas; a él se debió el cuidado de las famosas ediciones de Vasconcelos con que pretendió educar al país; a la salida de Vasconcelos de la Secretaría de Educación Pública se dedicó a las ediciones de Cvltvra, que aunque pertenecía a Agustín Loera y Chávez, realizó muchos títulos para la SEP; fue uno de los redactores de Lectura para Niños, y en algún momento fue nombrado primer secretario de la embajada de México, y como tal fue representante del país en varios actos protocolarios, en Argentina y Brasil. Fue uno de los intelectuales que dependió más de la cátedra que de empleos gubernamentales, aunque en su correspondencia con Alfonso Reyes da cuenta de los avatares que sufrió cuando le encomendaban alguna tarea administrativa gubernamental, que cumplía con un decoro no acostumbrado entre los funcionarios mayores y menores; y como prueba de su empeño por trabajar sin contratiempos ni causarle problemas al gobierno, cuando le encargaban algún trabajo, lo primero que hacía era pedir que trasladaran a otras oficinas a cualquier secretaria guapa, y así no tener distracciones.
X. Los intelectuales en el poder: Daniel Cosío Villegas Aunque no perteneció a la generación del Ateneo, ni tampoco a la de los Siete Sabios, pero muy conectado con ambas, Daniel Cosío Villegas demostró que un intelectual puede colaborar con el régimen, coincidir con él en muchos aspectos, y al mismo tiempo ser muy crítico. Discípulo también de Vasconcelos, inició sus tareas con el régimen cuando asistió con él al viaje que hicieron a Suramérica, en la que conoció a los estudiantes más destacados del sur del continente; entre otros, trabó amistad con Arnaldo Orfila Reynal, a quien muchos años después encomendó la dirección del Fondo de Cultura Económica en Argentina, y después, a partir de 1948, de la editorial en México. En ese viaje, con tendencias políticas muy claras –la unión panamericana— se destacaron varios mexicanos, especialmente Carlos Pellicer, quien a partir de entonces encontró un tono para su poesía. Cosío Villegas comenzó a trabajar para la Secretaría de Relaciones Exteriores en 1925, y hasta finales de los años treinta estuvo ligado a ella, y posteriormente cumplió con algunos encargos; nunca tuvo un puesto de primeros niveles, y sin embargo su labor fue muy destacada, y las consecuencias, trascendentales. Su primera tarea fue la de jefe de una sección en el Departamento Diplomático; poco después estuvo comisionado en Centroamérica, y fue ascendido a escribiente en la Legación en Londres; cumplió otra comisión en Washington, cuando fue consejero
jurídico en la embajada mexicana en Estados Unidos, y también fue agente de nuestro país ante la Comisión General de Reclamaciones entre ambos países, y luego fue encargado de Negocios en Portugal. Alguna vez lo nombraron embajador, pero al parecer cometió indiscreciones propias de él pero no de las misiones diplomáticas, y le retiraron el ofrecimiento; lo importante fue que durante las comisiones tuvo conciencia de varias situaciones que redundaron en algunas de las empresas más importantes para nuestro país; como observador se dio cuenta de la importancia decisiva de la economía en el derrotero político, y en México, junto con otros hombres diestros en la materia, fundó la Escuela Nacional de Economía, que es ahora la Facultad de Economía de la UNAM; no sólo hizo eso, sino que comenzó a impartir cátedra de la materia, colaboró con los secretarios de Hacienda que, en situaciones mundiales difíciles, consiguieron que el país saliera sin problemas mayores de esas crisis y, por el contrario, hubiera un crecimiento mayor del esperado. Cuando estaba en Portugal se topó con un movimiento militar que produjo una de las dictaduras más largas del siglo XX, y fue también testigo de la Guerra Civil Española; sus pronósticos fueron certeros y él fue uno de los intelectuales que influyeron en la actitud que asumió el gobierno del general Lázaro Cárdenas, de apoyo a la República y rompimiento con el franquismo. Como catedrático de economía, se topó con el problema de que la mayoría de los textos buenos de la materia estaban, los clásicos, en alemán, y los contemporáneos, en italiano, y algunos en inglés; para dotar de textos adecuados para los alumnos, creó una editorial especializada en economía, con intervención del gobierno; así nació el Fondo de Cultura Económica, al principio especializada en economía (con una revista fundamental, El Trimestre Económico, que subsiste); con el tiempo se agregaron otros temas, fundamentalmente sociología,
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historia, política; más tarde se sumaron obras literarias que publicaron, en su momento, los que después se fueron confirmando como los clásicos contemporáneos: Juan Rulfo, Juan José Arreola, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Alfonso Reyes, por mencionar sólo unos cuantos de renombre mundial. Con Alfonso Reyes, presidente de El Colegio de México, Cosío Villegas formó una pareja valiosísima, porque en El Colegio daban cátedra especialistas que traducían o escribían los libros del FCE; y cuando el franquismo puso en peligro la vida de filósofos, novelistas, poetas, economistas, sociólogos, médicos, científicos, Reyes y Cosío, con la ayuda de Genaro Estrada y Luis Montes de Oca, entre otros, lograron que Lázaro Cárdenas abriera las puertas de México a todos ellos, que eligieron nuestro país como segunda patria, y la ayudaron a crecer en todos los terrenos en los que colaboraron; uno de ellos, las tareas tipográficos, convirtió a México en el país con más dignidad en la industria editorial en español, y fue en nuestras prensas donde subsistió la literatura española, hasta muy entrados los años sesenta, al editar aquí los libros perseguidos por el franquismo. Cosío Villegas, en los años cuarenta, decidió emprender otra actividad más, que fue la de historiador, y en El Colegio de México (institución autónoma pero apoyada y subsidiada por el Estado) creó una magna colección, la Historia moderna de México, que estudia los años que vivió México desde la expulsión de los invasores franceses, hasta la caída de Porfirio Díaz; también creó el seminario que produjo una revista notable, La Revolución Mexicana, además de dos colecciones de divulgación masiva, la Historia general de México y la Historia mínima de México, que despertaron el entusiasmo de miles de lectores. Cosío Villegas tuvo intereses políticos, pero fue más un servidor que un candidato; al final de su vida, sin dejar de pertenecer al Colegio de México, al que dirigió bastantes años, hizo una crítica feroz del sistema político
mexicano en diarios, revistas y libros; libros que si leyeran los lectores serían más exigentes con los candidatos, y si éstos los leyeran, sabrían a qué tareas se enfrentarán en caso de ser elegido alguno de ellos para los puestos públicos que quedarán vacantes en noviembre. En esos libros (El sistema político mexicano, El estilo personal de gobernar, La sucesión presidencial y La sucesión presidencial: desenlace y perspectivas) vio con claridad el desmoronamiento del PRI, y la incapacidad de los otros partidos para, a la larga, derrotarlo y sustituirlo. XI. Los intelectuales en el poder: los siete sabios Después de la generación del Ateneo de la Juventud destacó la participación de un grupo de jóvenes a los que sus compañeros en la Escuela Nacional Preparatoria llamaron los Siete Sabios de México: Teófilo Olea y Leyva, Alberto Vázquez del Mercado, Alfonso Caso, Antonio Castro Leal, Jesús Moreno Baca, Manuel Gómez Morin y Vicente Lombardo Toledano; Enrique Krauze analiza al grupo en su primer libro, Caudillos culturales en la Revolución Mexicana; el grupo tuvo una actuación destacada en varios rubros; Vázquez del Mercado, Olea y Leyva y Moreno Baca fueron ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ambos con una labor significativa; Alfonso Caso se distinguió en la antropología, hizo descubrimientos importantísimos, y fue un factor decisivo para que el Estado atendiera tanto nuestro pasado como nuestro presente indígena e indigenista; Antonio Castro Leal fue uno de los críticos y comentaristas de libros más acuciosos, y un literato respetado. Deben tratarse aparte los casos de Vicente Lombardo Toledano y de Manuel Gómez Morin; la vida de ambos tiene muchos parecidos y muchos paralelos; el primero fue uno de los ideólogos de la izquierda mexicana durante casi medio siglo, mientras que Gómez Morin fue uno de los fundadores (y de los más importantes) del Partido de Acción Nacional; ambos fueron críticos duros y endu-
recidos del Estado, y sin embargo ambos participaron en él con tareas que, desde entonces, fueron esenciales, y a la larga su obra fue perdurable y fundamental. Manuel Gómez Morin fue uno de los economistas que dio solidez a la labor de los gobiernos emanados de la Revolución, puso los cimientos para una modernización del sistema tributario, y más importante, fue, durante el gobierno de Plutarco Elías Calles, el fundador del Banco de México, que le dio autonomía a las gestiones monetarias y la independizó del Estado; aunque se distanció del gobierno durante el sexenio de Lázaro Cárdenas, y fundó el PAN como una manera de oponerse a las medidas cardenistas en cuestiones agrarias y económicas, su labor en el Banco de México fue la que consolidó la obra del Estado; antes se había desempañado como secretario particular del secretario de Hacienda como oficial mayor y como subsecretario, durante el gobierno de Adolfo de la Huerta; también hizo gestiones para sanear las deudas mexicanas con gobiernos extranjeros, como representante financiero de México en Washington, y estuvo en la Unión Soviética como representante jurídico, y ayudó también a fundar otros bancos oficiales, como el de Nacional Hipotecario, el Urbano y de Obras Públicas, y elaboró los proyectos de leyes de las Cámaras de Comercio, de instituciones de Seguros, y otras. Hasta el final de sus días propugnó por una ley de impuestos que fuera más equitativa,
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y su proyecto tenía más afinidad con las teorías socialistas que con las de los gobiernos capitalistas. Vicente Lombardo Toledano al principio de su vida profesional se dedicó a la academia, y fue director de la Escuela de Verano para Extranjeros, de la Escuela Preparatoria y del Departamento de Bibliotecas de la SEP (en el gobierno de De la Huerta); por esos mismos días fue oficial mayor del gobierno del DF, regidor del Ayuntamiento de la Ciudad de México, y gobernador interino de Puebla, aun cuando no tenía la edad para cumplir con el encargo, en tiempos difíciles de la rebelión delahuertista (el mejor relato de esos días lo narra Roberto Blanco Moheno). Fue diputado y senador en diferentes ocasiones, y dirigió la Federación Nacional de Maestros, la Federación de Sindicatos Obreros del DF, de la CROM y de la CROC. Pero las partes más importantes de su vida pública tuvieron lugar cuando fue de los puntales (junto a Jesús Silva Herzog y Alfonso Reyes, entre otros) del proyecto de la Expropiación Petrolera; como secretario general de la CTM dio solidez al gobierno de Lázaro Cárdenas combatiendo a los sindicatos dirigidos por Luis N. Morones, más afín a Elías Calles, y que obstaculizaba las tareas del presidente Cárdenas. Conservó su importancia como líder obrero durante el gobierno de Manuel Ávila Camacho, pero fue desplazado por su discípulo Fidel Velázquez (y otros) durante el gobierno de Miguel
Alemán; fue quien mayores dudas planteó a Alemán, a quien le dirigió las palabras célebres: creeremos en usted, no nos falle, y lo calificó de “cachorro de la Revolución” (el padre de Alemán, el general Miguel Alemán, murió rebelde al gobierno en 1929, junto al general Guadalupe Sánchez). Distanciado del gobierno, fundó, además de la Universidad Obrera (que luego llevó su nombre) el Partido Popular, que aspiraba a conjuntar a todos los elementos progresistas de México (Salvador Novo fue uno de los redactores de sus principios, lo que le costó su salida del Instituto Nacional de Bellas Artes, cuyo Departamento de Teatro dirigía, y dicen los que saben que desde allí, dirigía a todo el INBA); fue candidato presidencial por su partido, que después se convirtió en Partido Popular Socialista. Ambos fueron autores de libros de sus especialidades, Gómez Morin de economía, Lombardo Toledano de política, aunque ambos incurrieron en las letras, aunque no destacaron en ellas. XII. Los intelectuales en el poder: Narciso Bassols Genaro Estrada no ha sido el único intelectual en ocupar un puesto de gran jerarquía política; si bien los únicos intelectuales que gobernaron el país, Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada, eran más políticos, en el
periodo posrevolucionario hubo dos figuras que ocuparon secretarías de Estado; uno fue Narciso Bassols; otro, José Gorostiza. Bassols, uno de los miembros de la generación de los Siete Sabios, se dedicó tanto a la política como al estudio, y escribió ensayos y artículos que evaluaban la situación en México en diferentes aspectos, sobre todo del rubro social; algunos de sus temas ahondaron en cuestiones que han sido mal abordados, como el campo, la Reforma Agraria, y la política cultural. Aunque no fue un hombre de letras, la compilación de sus Obras abarca casi mil páginas bien nutridas que contienen tanto el relato de sus días como funcionario público, la revisión de michos aspectos importantes de los logros de la Revolución, como análisis de la política tanto nacional como la internacional, visto esto con gran agudeza e inteligencia. Su actuación como funcionario abarca la titularidad en tres secretarías, pero también ocupó puestos de otra naturaleza: dirigió la Facultad de Derecho de la Universidad; fue secretario de Gobierno en el Estado de México cuando la entidad era gobernada por Carlos Riva Palacio (quien fue secretario de Gobernación con el presidente interino Emilio Portes Gil y con Pascual Ortiz Rubio, y uno de los primeros dirigentes del Partido Nacional Revolucionario); fue uno de los redactores, tal vez el principal, de la Ley Agraria, y el encargado de la liquidación de los bancos de emisión, cuando el Banco de México fue el único que podía cumplir esa misión (el Banco de México fue creación de un compañero de generación de Bassols, Manuel Gómez Morin). En el turbulento periodo posterior a la crisis desatada por el asesinato de Álvaro Obregón, Bassols fue un hombre que, como en algunos deportes, desempeñó con eficacia labores en tres diferentes secretarías: con Pascual Ortiz Rubio fue secretario de Educación Pública desde octubre de 1931 hasta la renuncia del Presidente, y fue de los que le mostraron lealtad has-
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ta el final en su enfrentamiento con Plutarco Elías Calles; el gobierno sustituto de Abelardo Rodríguez lo conservó como titular de Educación Pública desde el principio de su gestión hasta mayo de 1934, y luego de una polémica bastante agria, renunció, pero para ocupar al día siguiente, la Secretaría de Gobernación, hasta septiembre de ese mismo 1934, cuando volvió a presentar su renuncia. El general Lázaro Cárdenas lo llamó a colaborar con él en la Secretaría de Hacienda, aunque, identificado con Elías Calles, renunció en junio de 1935, al borde de la crisis por el rompimiento entre Cárdenas y Elías Calles. Cárdenas sin embargo, no se deshizo de él como de otros de los callistas y opositores al cardenismo, y lo nombró embajador en Inglaterra, y ante la Liga de las Naciones (antecedente de las Naciones Unidas); en el mismo sexenio cardenista fue embajador en Francia. Se negó a colaborar con Manuel Ávila Camacho, y se dedicó, de manera casi independiente, a la vida política; fue uno de los fundadores y de los primeros dirigentes del Partido Popular, creación, entre otros, de su compañero de generación Vicente Lombardo Toledano; murió en un accidente de tránsito en 1959, muy cerca de Chapultepec. Uno de los funcionarios más polémicos, nunca ocultó su ideología comunista; lo llamaron “el Ministro Rojo”, y fue uno de los que ayudaron a la repatriación de miles de ciudadanos españoles perseguidos por el franquismo. Pese a lo recio de su carácter, era reconocido por su entereza, por su honradez a toda prueba, y por su intransigencia, que no intolerancia. Su sentido del humor, que no estorbaba a su seriedad, lo hizo blanco de muchas anécdotas narradas por Salvador Novo en sus crónicas, y se sabe que otro de sus compañeros, Daniel Cosío Villegas, alguna vez lo increpó al preguntarle si su nombre se lo habían puesto “antes o después”. Bassols fue un político incómodo, pues era ejemplo de honestidad: nun-
ca tuvo riquezas, vivía con modestia, y no se preocupó en la solvencia económica: renunció a sus trabajos, o se negó a colaborar con algunos gobiernos, siguiendo el dictado de su conciencia. Frente a tantos funcionarios enriquecidos, Bassols mostraba una entereza y una honradez como no se ha vuelto a ver desde que dejó sus últimos cargos. XIII. Los intelectuales en el poder: Jaime Torres Bodet Salvador Novo, al revelar que había escrito una autobiografía, dijo que era una obra contra las buenas conciencias, que en cambio, Jaime Torres Bodet no había tenido vida, que desde pequeño tuvo biografía; miembro del grupo de poetas integrado alrededor de la revista Contemporáneos, amigo de Novo, Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Rodolfo Usigli, Carlos Chávez, Bernardo Ortiz de Montellanos y otros, Jaime Torres Bodet fue quien tuvo más vocación de servidor público, y ocupó cargos muy altos en diferentes gobiernos; de todo este grupo, casi no hubo nadie que no tuviera algún puesto en embajadas, diversas secretarías, Pellicer fue senador, dirigieron entidades culturales… Pero Torres Bodet destaca entre ellos. A los 19 años de edad (nació en 1902) fue secretario del rector de la Universidad Nacional, José Vasconcelos; poco después fue jefe del Departamento de Bibliotecas de la Secretaría de Educación Pública (el secretario era Vasconcelos); dio diversas cátedras tanto en la Preparatoria (entonces muy importante) como en la Universidad, hasta que ingresó al servicio diplomático, en donde ocupó varias legaciones, como la de Madrid y la de París; fue el encargado de Negocios en la embajada en La Haya, Buenos Aires y Bélgica; ascendió a subsecretario y a secretario de Relaciones, en el gobierno de Manuel Ávila Camacho, y en ese mismo sexenio lo nombraron titular de Educación Pública, cargo que volvió a ocupar en el sexenio de Adolfo López Mateos, aunque en
ínter fue embajador en Francia. Eso no le impidió hacer una obra poética si no a la altura de la de sus compañeros de generación, sí de calidad, y en algunos casos sobresaliente; ocupa dos volúmenes en la colección Escritores Mexicanos en la editorial Porrúa; tiene dos extensos volúmenes autobiográficos y novelas, más extensas que las que escribieron sus compañeros de generación (Margarita de niebla, La educación sentimental, Proserpina rescatada, Primero de enero), ensayos sobre literatos (Balzac, Tolstoi, Flaubert), y sus discursos abarcan varios volúmenes. Quienes conocen los discursos pronunciados por los presidentes, o los diversos planes de gobierno, afirman que los mejor escritos son los de Manuel Ávila Camacho, bajo la vigilancia, si no es que autoría, de Jaime Torres Bodet. El Colegio Nacional está en proceso de edición de sus Obras, a cargo de Eduardo Mejía. Pero si sus críticos afirman que la burocracia le quitó tiempo y méritos a su obra literaria, es posible contradecirlos, porque si su poesía es más que aceptable, su obra narrativa merece varias relecturas por la inteligencia con que las escribió. Además, su obra como funcionario es de las más destacadas; su labor como diplomático lo llevó a encabezar la UNESCO, con tanta eficacia que cuando presentó su renuncia, los demás embajadores suplicaban que
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no abandonara sus tareas en el organismo. Si Vasconcelos conserva la fama del mejor secretario de Educación mexicano, Torres Bodet o iguala en méritos; en los años cuarenta, por ejemplo, emprendió la mayor campaña de alfabetización que se ha efectuado en el país (aunque le valió algunos chistes de su amigo Salvador Novo: la gente estaba obligada a alfabetizar cuando menos a una persona, o entre varios pagar el salario de un maestro que lo hiciera por quien careciera de facultades o de tiempo; Novo, ante el dilema de no conocer analfabetas, quiso publicar un anuncio solicitando analfabetas que alfabetizar); aunque no se cumplió con el propósito de eliminar el analfabetismo, se redujo bastante; durante su gestión se crearon los desayunos escolares, labores que retomó en su segundo periodo en el cargo, además de crear centros de capacitación para quienes no pudieran cursar estudios superiores, y creó también el concepto de libros de texto gratuito, que aunque atacado por editores, libreros y algunos sectores de padres de familia, fue un recurso eficaz en pro de la economía familiar, y de la unificación de la educación. Como miembro de El Colegio Nacional cumplió con su tarea de dictar sus conferencias magistrales, que se han convertido con el tiempo en ensayos de tanto valor literario como su narrativa, que por cierto está poco valorada, porque se le reprochó el haber sido funcionario. No hay que olvidar tampoco que durante su segundo periodo como secretario de Educación enfrentó la parte final del mayor movimiento magisterial durante las huelgas de 1958-59, que estuvieron cerca de romper con los años escolares. Luego de retirarse, a causa de su mala vista y salud deteriorada, siguió dictando sus conferencias magistrales, y a escribir su autobiografía, que espera aún el dictamen de algún crítico a su altura. Su mala salud lo llevó a tomar su vida por propia mano en 1974.
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