2 minute read

Vulnerabilidad al Desnudo

Dos personas fallecidas, otras dos desaparecidas, 19.469 damnificados, 12.074 aislados, 1.611 viviendas destruidas, carreteras, puentes y cientos de hectáreas agrícolas arrasadas por el agua. Las cifras entregadas por el Comité Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres el 27 de junio, son parte de los dolorosos impactos causados por las inéditas inundaciones y las fuertes lluvias registradas el último fin de semana de ese mes, entre las regiones de Valparaíso y Biobío.

Según diversos especialistas, el devastador evento meteorológico tuvo su origen en un fenómeno denominado “río atmosférico” intensificado por el cambio climático que inyectó un gran caudal de vapor de agua en el sistema frontal, potenciando las precipitaciones que usualmente trae El Niño. A eso se sumaron temperaturas más altas de lo habitual en las zonas cordilleranas, que también se asocian al calentamiento global y generaron lluvias en lugares donde se suele registrar nieve, provocando un mayor caudal en los ríos y el arrastre de mucho sedimento.

Advertisement

Todo ello derivó en el desborde de numerosos cauces en la zona centro sur del país que dejaron dramáticas pérdidas para la población e hicieron patente una advertencia que hace años se viene repitiendo: Chile tiene condiciones naturales que lo convierten en uno de los países más vulnerables al cambio climático en todo el mundo. Este golpe de realidad –que se suma a otros a los que ya parecemos mal acostumbrados, como la sequía y los mega incendios forestales– sirve para despertar a aquellos que, lamentablemente, aún no aquilatan los efectos del cambio climático en su justa medida. Pero, sobre todo, debe servir para reforzar y acelerar las acciones de mitigación y, especialmente, de adaptación a este fenómeno.

El país ya ha dado pasos muy importantes en este camino, como son los instrumentos regulatorios y de gestión que orientan el rumbo, impulsados principalmente desde el sector público, entre los que destacan la Ley Marco de Cambio Climático, la Estrategia Climática de Largo Plazo y los planes sectoriales para afrontar esta problemática. Sin embargo, es necesario pasar del papel a la acción y apurar el desarrollo de acciones concretas que ayuden a avanzar hacia la anhelada resiliencia a este complejo escenario. Se requiere, por ejemplo, infraestructura que resguarde a la gente de las crecidas de los ríos como también embalses que permitan reservar el agua que a veces nos regala el invierno a raudales. Para todo eso, por cierto, se necesitan recursos y es ahí donde el sector privado –y especialmente la banca– debe jugar un rol clave, demostrando al mismo tiempo convicción y proactividad para afrontar el cambio climático.

Hay buenos ejemplos que demuestran que es posible hacer todo lo mencionado. El más claro y reciente es el de la empresa Aguas Andinas, cuyas obras de respaldo para el abastecimiento de agua potable, permitieron sortear los problemas de producción a los que se vio enfrentada por la extrema turbiedad de los ríos en la Región Metropolitana, sin tener que cortar el suministro.

Por supuesto, también la ciudadanía debe subirse con urgencia al carro de la adaptación y mitigación del calentamiento global. La dantesca imagen de las toneladas de basura taponeando el río Mapocho y contribuyendo a su desborde en Pudahuel nos muestra cuán lejos estamos del comportamiento necesario para cuidar el medio ambiente y evitar desastres mayores. Pero al mismo tiempo, puede que sirva de lección para ir generando una sociedad más consciente.

Es imperativo que eso ocurra pronto, porque la naturaleza nos acaba de recordar que el cambio climático ya está aquí y somos tremendamente vulnerables.

This article is from: