Filiz

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–¿Mamá? ¿Qué es esto? –preguntó Giu al recibir de su madre una imagen en papel, similar a una fotografía en blanco y negro. Dentro, se divisaba una silueta parecida a un camarón con brazos y pies, lo que le causó algo de gracia a la niña. Sus papás se miraron entre sí con una mezcla de emoción y precaución ante lo que iban a develar, expectantes de ver cómo su hija se iba a tomar la noticia.

–Es tu hermanita –anunciaron casi al unísono, mirándola fijamente para registrar su reacción–. Vas a tener una hermanita, Giuliana.

La niña parpadeó en silencio tan solo unos segundos, que parecieron horas interminables para sus padres. Sin embargo, pronto una gran sonrisa se formó en su carita redonda, y a saltitos gritó de emoción, lanzándose a abrazarlos apretadamente.

¡Una hermanita!

Una hermanita venía en camino, algo que siempre había deseado y que en más de alguna ocasión le había pedido a sus papás de regalo de Navidad. Desde que tenía memoria, soñaba con tener una “pequeña yo” que la acompañara en sus juegos, con la cual armar castillos de almohadas, montar unicornios imaginarios y vestirse a juego, según la ocasión.

¡La sola idea la hacía sentir burbujitas en todo su cuerpo!

Así, los meses que siguieron a la noticia solo la volvían más y más impaciente. Cada vez que pensaba en algo, incluía a su hermana en el panorama. Cada juego que pedía se preguntaba si podría jugarlo con ella.

¿Por qué el tiempo pasaba tan lento? Solía quejarse en su cabeza.

A diferencia de otros niños que había conocido, ella no sentía celos por la llegada de la nueva integrante, por el contrario, solo quería que pasaran los días rápido para poder conocerla.

Veía como a su mamá le crecía y le crecía su pancita, pero siempre se preguntó si su hermanita estaría cómoda allí, si tendría suficiente espacio para moverse y, quizás, hacer algunas volteretas para divertirse en la espera. Se imaginaba que debía ser algo solitario por allá, aunque de seguro los latidos de su mamá y las conversaciones que ella y su papá le susurraban por las noches, la acunaban.

Las fotografías en blanco y negro siguieron llegando y cada vez se veía una forma más clara en ellas. Ya no era un camarón, aunque en algún momento pensó que su cabeza era muy grande. Gracias a su papá, sus preocupaciones se disiparon cuando le explicó que eso era normal. Solo debían esperar.

Los meses seguían pasando y pronto, ya no la veía solo en blanco y negro, sino en color, con relieve ¡y en tiempo real! gracias a una máquina que parecía una nave espacial, cuyo comando era similar a la pistola con que marcan los precios en el supermercado. Era tan extraño, pero a la vez, muy emocionante ser parte de todo el proceso.

El día del nacimiento, Giu se sintió tan nerviosa que toda la espera anterior parecía un simple chasquido. Aguardó que fuera su turno de conocerla y se sorprendió al recibir una muñeca de regalo de su parte.

Cuando la tuvo entre sus brazos por primera vez, con mucho cuidado como si fuera de cristal, supo que todo era cómo debía ser, que esa pequeña que sus padres habían nombrado Filippa, estaba destinada desde siempre a ser parte de su familia.

Giu la vio crecer con asombro, pasando de ser una bolita de ternura a una máquina para caminar. ¡Y qué decir de esa época! Era un verdadero huracán de diversión, aunque pudo notar que sus padres veían con nerviosismo como iba de allá para acá, explorando cada rincón de la casa, demandando atención.

Además, en menos de lo que canta un gallo su hermana comenzó a hablar. ¿Y cuáles fueron las primeras cosas que aprendió a decir? Por supuesto, ¡a acusarla! Incluso por crímenes que no había cometido. No obstante, poco le importaba. Quería tanto a su hermana que eso daba igual, hasta divertido le parecía.

Entre más crecían, más diferencias se advertían entre ambas. Donde una tenía tranquilidad, otra era una revolución. Mientras que a una le gustaban las princesas, la otra no parecía tan interesada en ello. Pero… ¿qué más da? Con sus diferencias se acompañaban, se querían, se complementaban, y eso estaba bien. Eso era lo importante.

Fue entonces que Giu se dio cuenta que en un principio estaba equivocada. Ella no necesitaba una “pequeña yo” o una doble con la cual jugar, sino que necesitaba una compañera con quien hacer equipo y cuidarse EsoYmutuamente.eso…yalotenía con Fili. Y esa certeza la hacía sentir “Filiz”.

Por Fernanda Sepúlveda Ojeda Ilustra María José CCBB Diagramación Anabella Bonasso

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