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Introducción
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Introducción
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“Piedra libre…” es como un juego que, como todo juego, supone una búsqueda “desinteresada” de la verdad; es el que se realiza con amigos, ya que se busca porque se ama y se es amado; un juego, por fin, con la seriedad que tiene la realidad y con la simplicidad y la jovialidad que tienen los que juegan con “alma de niño”.
El “Sentido Común”, al igual que el sentido del gusto y del olfato, nos da la capacidad, en el obrar propio o ajeno, de distinguir lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, lo conveniente y lo inconveniente y, de esa manera, gustar de aquello que nos resulta saludable, sin necesidad de analizarlo demasiado racionalmente o de comprobarlo científicamente.
¿Se trata, entonces, de reflexionar sobre temas religiosos, es decir, sobreDios? No exactamente y sí exactamente. No en el sentido de que Dios y la fe sean temas tratados directamente; sí exactamente porque se habla “sobre Dios”: podemos hablar sobre una montaña (sobre, es decir, acerca de ella) o “sobre” una montaña (sobre, es decir, desde su cima); lo que sucede es que, si queremos hablar acerca de “la realidad”, no podemos dejar de lado a su Arquitecto; si queremos hablar de los hijos, no podemos dejar de hablar del “Padre”.
Cuando se pierde el sentido común, así como cuando se pierde el olfato y el gusto, ya no se sabe distinguir lo dulce de lo amargo, lo
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______________________________________________ sano de lo que está en mal estado. Es, en cierto sentido, peor que perder el sentido de la vista, porque cuando esto ocurre se “agudizan” otros sentidos que nos ponen en contacto con la realidad; mientras que cuando se pierde el sentido común es como perder el oído: nos aislamos y solo podemos balbucear: balbucear la verdad, balbucear el amor, etc., etc. Y cuando nos separamos de la realidad, somos fáciles de manipular…
Un aspecto más: el sentido común es “fundamental”, ya que están ligados también a él: el sentido del humor, el sentido de la vida, el sentido de la fe, el sentido del dolor, entre otros. Tanto es así que si faltara el sentido común, también faltarían los demás, al menos en su plenitud; por ejemplo, si a la fe le faltara sentido común, fácilmente se deformaría en alguna forma sutil de voluntarismo, superstición o “pensamiento mágico”.
Deseo de corazón que estas páginas nos ayuden a pensar serenamente y a dejarnos guiar por “el buen olfato” para “jugar” , con certeza y simplicidad, como un niño, en medio de tanta confusión.
P. Héctor Albarracín
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