De Punta Chica a Victoria Historia de una localidad sanfernandina
Gerardo Osvaldo Amieiro Intendente Municipal Ramón Alberto Esteban Secretario de Planificación y Desarrollo Institucional Diego Damián Rossi Director General de Comunicación Social Héctor Mario Segura Salas Coordinador del Programa de Historia Integral
Diagramación y Armado: Darío Gambino Diseño de tapa Pauline Cruz Primera Edición: 3.000 ejemplares (octubre de 1998) Segunda Edición: 3.000 ejemplares (abril de 2001)
uevamente tengo el orgullo de presentar, a través del Programa de Historia Integral llevado adelante por la Municipalidad de San Fernando, una obra que rescata parte de nuestra identidad: “De Punta Chica a Victoria. Historia de una localidad sanfernandina”. En forma seria y rigurosa, pero sin evitar la evocación de recuerdos y sentimientos de viejos vecinos de Victoria, el profesor Segura ha relevado planos, documentos, fotos, ha caminado calles y ha conversado con su gente. Desde el cruce ferroviario que se generó a fines del siglo XIX, con su estación y los talleres, y en un complejo movimiento demográfico que fue transformando las antiguas casonas de la Punta Chica, la ribera, los campos de la zona oeste donde hoy están los barrios Crisol, Santa Rosa, Mejoral, Fate..., en sólo cien años Victoria consolidó su compacta trama urbana con rasgos comunes a otras urbanizaciones del Conurbano, pero también con marcas distintivas de su propia identidad. Espero que esta segunda edición de la Historia de Victoria sea de utilidad para los jóvenes alumnos de la zona, para sus padres y abuelos, y también para los nuevos pobladores que eligieron a esta localidad de San Fernando como un hogar donde vivir.
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Gerardo Osvaldo Amieiro Intendente Municipal de San Fernando
De Punta Chica a Victoria
Capítulo 1
Todo es Punta Chica n 1580, año en que Juan de Garay funda la ciudad de Buenos Aires, ya había pobladores en las márgenes de los grandes ríos mesopotámicos y los riachos que desembocaban en el imponente Río de la Plata. Pero los indígenas, pronto se vieron superados por el arribo de nuevos contingentes de españoles y fueron replegándose a las islas, a medida que los conquistadores se adueñaban de la pampa circundante a partir de la “puerta” que habían abierto frente al Océano Atlántico. Pasaron muy pocos años para que toda la costa norte de Buenos Aires se convirtiera en la huerta de la nueva “ciudad”. Juan de Garay, que hizo los primeros repartos de solares urbanos entre los expedicionarios que lo acompañaron, también entregó una hilera de chacras que nacían en el río y entraban una legua en terreno firme. Justamente, la última merced de estas chacras ocupaba una franja en la que 300 años más tarde se iba a formar el pueblo de Victoria. Esta última chacra, que nacía en el Río de la Plata y se extendía casi hasta llegar al Río de la Reconquista –por entonces conocido como Río De las Conchas- le fue entregada por Garay a su propio sobrino, también llamado Juan de Garay. Aún en el siglo pasado, algunos pobladores del lugar llevaban el apellido Garay. Toda la zona, fue inmediatamente conocida como Punta Chica, nombre que la diferenciaba de la llamada Punta Gorda, más cercana a la confluencia de los ríos Luján y De la Reconquista, y sobre la que se establecería, en los albores del siglo XIX, el pueblo de San Fernando. Durante la primera mitad de ese siglo, el área se nutrió de familias criollas, diseminadas entre las barrancas del Río de la Plata y el arroyo Cordero, principalmente en las cercanías del camino del alto, que comunicaba Buenos Aires con los pueblos de San Fernando y Tigre. Entre el arroyo Cordero y los terrenos que bañan las aguas del río De la Reconquista, la población era menor, y se asentaba, principalmente en una zona más alta conocida como Las Lomas. Ubicados en el linde entre San Fernando y San Isidro, los pobladores de Punta Chica formaron, en distintos momentos del siglo XIX, parte de uno y otro distrito, hasta que en 1865 se le dieron a San Fernando los límites que posee actualmente.
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Por aquellos años, dos circunstancias provocaron un giro importante en la historia de Punta Chica: la inmigración y el ferrocarril. En 1870, la influencia de la población extranjera, que se hacía sentir ya en los principales pueblos de la costa, no había llegado aún al área de Punta Chica, donde más tarde se formarían las localidades de Béccar (San Isidro) y Victoria (San Fernando). A partir de entonces, el crecimiento de Buenos Aires, y sus problemas de hacinamiento, comenzó a ejercer mayor presión sobre los terrenos libres de la costa norte, hasta entonces cubiertos de montes de talas, espinillos y plantaciones de duraznos. Los grupos inmigratorios, arrendaron tierras, y se establecieron en toda la franja de la legua, hasta que alcanzaron San Fernando. Pasadas las epidemias de Cólera y la fiebre amarilla de Buenos Aires, el crecimiento de la población comenzó a observarse, tanto en San Fernando, como en las zonas vecinas de Punta Chica y Las Lomas. La instalación de la línea férrea de la empresa Ferrocarriles del Norte modificó parcialmente el área, quedando al oeste del riel las tierras más bajas y de menor valor económico. Por entonces, el partido de San Fernando, estaba dividido en cinco cuarteles, secciones administrativas a cuyo cargo se encontraba un Alcalde y varios Tenientes Alcaldes que lo secundaban. La Zona de Punta Chica, era la correspondiente al Cuartel I, que llegaba hasta las vías. Para la década de 1880, los vecinos del cuartel I de San Fernando, contaban con una escuela, la número 5 de San Fernando. Hacia finales de la misma, un nuevo acontecimiento, relacionado con la extensión de las vías férreas a partir de un punto en San Fernando, del recorrido costero del Ferrocarril dio origen a la historia que se narra en este libro.
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Capítulo 2
Nace otro pueblo en San Fernando a incidencia del Ferrocarril del Norte no fue demasiado grande en los primeros años. Más allá de que las vías dividían un territorio que anteriormente tenía como límite natural el arroyo Cordero, la vida de los pobladores no se alteró demasiado por la presencia del riel. Los viajes a Buenos Aires, incluso los que se realizaban llevando provisiones, siguieron efectuándose en carretas tiradas por bueyes, utilizando el Camino del Norte, muy transitado desde finales del siglo XIX. Pero en 1888, el presidente Miguel Juárez Celman, otorgó a la empresa del ferrocarril, la concesión para ampliar sus líneas en dirección a Per gamino. Pronto se comenzó a extender la línea férrea a partir de un punto situado dentro del cuartel I. En ese lugar comenzó a levantarse un estación, en el sitio de confluencia del nuevo ramal con el antiguo, cuyo nombre fue “Victoria”, denominación que se le confiriera antes de realizarse los planos con el trazado de las vías. En un plano del año 1888, ya encontramos el nombre de “Victoria”. El mismo, era un homenaje de la empresa - de capitales ingleses- a la reina Victoria de Inglaterra. El establecimiento de la estación y los talleres que comenzaron a construirse a la vera del nuevo ramal, provocaron entonces un cambio estructural en todo el área, que en poco tiempo más dejaría de ser un cuartel rural, para convertirse en el segundo centro urbano del distrito. En el año 1891 ya se había inaugurado la nueva estación. El edificio principal seguía el estilo de las construcciones civiles británicas, con el característico techo a dos aguas, y era realmente imponente, por sus dimensiones y su altura que se elevaba sobre la loma cercana al camino del Alto. Las instalaciones de los talleres, -que en la actualidad ocupan una franja de alrededor de un kilómetro- demandaron el movimiento de una enorme cantidad de materiales y maquinarias, muchas de las cuales fueron descargadas en el puerto de San Fernando, y transportadas por el mis-
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mo ferrocarril. Grandes carretas y carretones tirados por bueyes, completaron la tarea del traslado y descarga. Desde un principio, un enjambre humano, sobre todo de hombres, dio vida a las instalaciones de la estación y los talleres, lo que derivaría en el nacimiento del nuevo poblado. El pueblo de Victoria se formó en muy poco tiempo. Prácticamente, al momento en que comenzó la construcción del edificio de la estación, se desató la especulación inmobiliaria que segregaría una parte de la Punta Chica. Los propietarios, que hasta entonces disputaban los espacios para la extensión de sus sembrados o el pastoreo de animales, inmediatamente advirtieron que desde entonces sería más rentable “ceder” algunos terrenos. La primer solicitud para la apertura de una calle inmediata a la estación, fue recibida por el Concejo Deliberante de San Fernando, cuando la estación aún no había sido inaugurada oficialmente. El 5 de febrero de 1890, “se dio cuenta de una solicitud del Sr. Máximo E. Rodríguez solicitando autorización para abrir calles en un terreno de su propiedad situado inmediato a la nueva estación Victoria, entre San Isidro y este pueblo. A dicha solicitud acompañaba un plano del terreno, marcando las calles que quería abrir, resolviendo el Concejo a no autorizarlo para abrir sino un bulevar marcado en dicho plano y que divide el terreno, teniendo el agrimensor municipal que darle la línea para que pueda abrir las demás calles trazadas en el plano”. Quien realizaba la petición, Máximo Rodríguez, era un conocido propietario, y miembro de los grupos que ejercían el poder político por entonces, de manera que las tareas del agrimensor municipal no tardaron demasiado, y menos de un año después de la primer negativa, el 3 de enero de 1891, quedó aprobado el plano levantado. El propietario, como era usual en la época tendría un premio simbólico adicional: una de las calles trazadas, llevaría su nombre, hasta que años más tarde se lo cambió por el de otro propietario de Punta Chica: Dorrego. Comenzó así la venta y el poblamiento de los primeros terrenos cercanos a la estación. Posiblemente, en un primer momento se hayan rematado los que se encuentran al noroeste de la calle Santamarina, hasta Simón de Iriondo, por entonces conocidas como Bulevar de la Estación y Calle Larga, respectivamente. El establecimiento de los talleres y la estación ferroviaria extendió su influencia a toda la zona del Cuartel I. Este cuartel se hallaba limitado por las vías del ferrocarril, la calle Almirante Brown -y su prolongación imaginaria hasta la Ribera- y la calle Uruguay. La estación de Victoria, separada por grandes descampados de la planta urbana de San Fernan-
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do, en un par de años se convirtió en el motor de una nueva urbanización. En 1893, una nueva línea ferroviaria atravesaba Punta Chica, estableciendo una de sus paradas en el límite de los partidos de San Fernando y San Isidro. La estación, al igual que esta línea ferroviaria tuvo, una escasa influencia en el crecimiento de la población del sector, extendida más que nada a su área inmediata. Victoria, en cambio, provocó un estallido demográfico, que fue paralelo, incluso, a la misma construcción del edificio de la estación y los talleres.
Los nuevos pobladores Cuatro años después de aprobado el primer loteo, en 1895, vivían en el lugar más de 800 habitantes. Una pequeña población comparada con el total del distrito de San Fernando, y particularmente con el pueblo cabecera que crecía con pasos acelerados. Una enorme población, si se verifica la velocidad con que se produjo, en nada relacionada con el crecimiento natural de Punta Chica. El crecimiento de la población se debe pura y exclusivamente a la influencia de la estación del ferrocarril y los talleres. Esta influencia se hizo notar en la composición demográfica, con una primacía de extranjeros, y particularmente de italianos. Más del 40 % de la población era extranjera. El porcentaje aumentaba si se considera al grupo familiar, constituido por parejas jóvenes nacidas en Europa, con hijos muy pequeños nacidos en Buenos Aires. Casi la totalidad de las familias eran extranjeras. La mayoría de los niños nacidos en Buenos Aires, pertenecían a familias cuyos apellidos hoy suenan muy conocidos en Victoria, pero que por entonces resultaban una novedad: Marzaroli, Poccione, Sacaggio, Scarone, Piaggi, Spinelli, Colombo, Fenucci, Poltroni, Pinchiroli, Navoni, Andreotti, Spirito, Prato, Bortelo, Giusti, Parodi, Peirano, Cervetto, Burzio, Chiapessone, Bianchi, Cecotti, Baico, Gatti, Roselli, Martinelli. Frente a esta corriente mayoritaria, que vivía, en la mayoría de los casos en la zona del cuartel más cercana a la estación, en las quintas y la Ribera estaban los apellidos más tradicionales de Gaetán, Videla, Márquez, Castro, Silva, Gutiérrez, Martínez, Sánchez, etc.; casi sin peso numérico en el conjunto. El establecimiento de las familias inmigrantes en las proximidades de la estación dio lugar a una topografía cultural, caracterizada por la existencia de dos áreas distintas: aquella en la que se vivía a expensas de las actividades primarias y otra que comienza a depender del ferrocarril. Del total de trabajadores que moran en el Cuartel I, además de los peones de los talleres instalados al otro lado de las vías, por lo menos alrededor de 80 ejercen los más diversos trabajos en el Ferrocarril Central
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Argentino. Debajo de los cargos jerárquicos, como los de procurador auditor, superintendente, jefe de estación, monopolizados por personal de nacionalidad inglesa, venía una cohorte de guarda trenes, capataces, maquinistas, foguistas, ajustadores, limpia máquinas, peones de estación, peones de vía, peones carboneros, peones cambistas, etc. que desarrollaban toda su actividad dependiendo del febril avance del ferrocarril. En la zona periférica, a medida que nos acercamos en dirección al río y al pueblo de San Fernando, encontramos otras actividades. Cerca de 80 familias seguían llevando una existencia más cercana a la naturaleza. Pescadores, quinteros, labradores, agricultores y lecheros, eran algunos de los pobladores que habitaban en este sector. Los hornos de ladrillos, los de Chiapessone, Roselli, Martinelli y otros daban trabajo a otros 36 trabajadores: peones de horno, horneros, ladrilleros, caldereros, carreros, cortadores de ladrillos. Unos pocos vivían de la alfarería. Pero la influencia del ferrocarril no se dio sólo de manera directa en la generación de empleos directamente vinculados a él, sino también en la creación de oficios, relacionados a la nueva formación urbana: para 1895, ya vivían en Victoria, más de 80 carpinteros, herreros, pintores, albañiles, torneros, barberos, talabarteros y zapateros. Este número de trabajadores urbanos era mayor, si le sumamos el telegrafista, las maestras de escuela, la partera, el tipógrafo, y algún empleado del gobierno. La nueva topografía, marcaba una nueva fisonomía con el aumento de almacenes en el “centro” del pueblo, existiendo un total de 25 dispersos en todo el cuartel.
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Año 1895. Los talleres de Victoria en plena actividad.
La sección de montaje y mecánica de los Talleres de Victoria . 15
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Capítulo 3
“Un floreciente pueblito” n 1896 se realiza un nuevo remate de tierras, esta vez entre el Bulevar de la Estación (Santamarina) y la actual calle Martín Rodríguez. El otro sector que ya fue vendido anteriormente, entre la Calle Larga (Simón de Iriondo) y Obreros (posteriormente Juan B. Justo y actualmente, Palacios) -entonces calles sin nombre- contiene edificaciones en varios lotes. Dentro de la franja de lotes que salieron a remate entonces, había ya unos terrenos vendidos. Todos los lotes que rodean la estación, están a la venta, y sobre Santamarina ya hay algunos edificios en el sector que va desde 3 de Febrero hasta 11 de Setiembre. Por entonces, ninguna de las nuevas calles posee nombre, salvo las que continúan imaginariamente las arterias que nacen en San Fernando: General Lavalle, 3 de Febrero, Constitución y Santa Fe (más tarde 11 de Setiembre y actualmente Pte. Perón). No obstante esto, el particular trazado original del pueblo, con el cruce en diagonal de la calle Santamarina, nos permite identificar claramente el nombre actual de todas ellas, y la extensión primera de la naciente Victoria: el pequeño conjunto de manzanas que la formaban se hallaba limitado por las vías del ferrocarril, y las calles Simón de Iriondo, Santa Fe y Martín Rodríguez. Detrás de esta última comenzaba la propiedad de Crisol (descendencia Cullen) que corría en todo el límite con San Isidro. Por el lado de la Calle Larga (Simón de Iriondo) un cerco de cina-cina cortaba la línea de edificación, más allá de la cual comenzaban las quintas y hornos de ladrillos. El bulevar de la estación fue la primer calle que tuvo un empedrado, que continuaba con ripio por la llamada Calle Larga hasta la propiedad de los Santamarina, que se encontraba a la altura de esta calle en el cruce con el camino del bajo, a orillas del río. Por este motivo, años más tarde, cuando en 1909 se establecieron los primeros nombres oficiales de las arterias de Victoria, el bulevar recibió el nombre de Santamarina. Por muy breve tiempo, este primer empedrado logró mejorar el tránsito en el naciente pueblito: ya hacia fines de 1898, se había trasformado
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en su primer problema urbano. El periódico La Razón, -de San Fernando - en su edición del domingo 4 de setiembre de 1898 afirmaba: “La calle empedrada que parte de la estación del ferrocarril es un lodazal enorme con el aditamento de gran cantidad de piedras sueltas, y como no existen veredas, los peatones no tienen otro recurso que lanzarse por esa “vía crucis” hasta llegar a la calle “Santa Fe” y una vez allí ¿quién la cruza? El lodo tiene más de medio metro de profundidad y en partes, hasta 1 metro!”. El desarrollo del “pueblito”, obviamente tornaba visibles estos primeros problemas. Hacia fin de siglo, con su bulevar empedrado, el actual centro de Victoria estaba comenzando a tomar forma. Sus primeros almacenes, definieron los límites. Por entonces, en las principales esquinas, ya estaban instalados los almacenes de Baltasar Chiapessone, Eugenio Prato, A. Spirito y “Villa Margarita” de Ituarte. La “oficina” de policía hasta junio de 1899 funcionó en un viejo vagón del FCCA, a la sombra de un enorme ombú. La precariedad en la instalación del destacamento, dado el veloz crecimiento del pueblo, fue un hecho observable por varios años: en el vagón estaba la “oficina”, el “calabozo”, el “depósito de forraje” para los caballos de los agentes, y la “habitación de los soldados y sus respectivas compañeras”. Finalmente, en junio de 1899 la municipalidad arrendó una casa donde se instaló el destacamento. Las calles de Victoria se cernían a los límites del propio pueblo, al igual que las de San Fernando, y la única vinculación entre ambos era la avenida Santa Fe (actual Presidente Perón). Victoria, como vemos, no surgió como una extensión de San Fernando, sino como un pueblo separado de la cabecera del distrito. Pronto las autoridades municipales advirtieron la necesidad de establecer una vía de comunicación más directa con la estación Victoria. Es así que en enero de 1891 el Concejo Deliberante autorizó al intendente municipal a abrir la calle Lavalle desde el pueblo de San Fernando hasta la nueva estación. En marzo de aquel año comenzarían las tareas de apertura de la calle Lavalle, primera arteria que unió San Fernando con la estación de Victoria. Las obras, a principios de 1899 aún no se habían concluido. Por entonces, Victoria ya era considerado un “floreciente pueblito”.
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Capítulo 4
Instituciones pioneras unque el templo de Victoria fue inaugurado en 1920, ya en 1898 se había iniciado una colecta popular a fin de recaudar fondos para la construcción de una capilla. Aquel impulso se cortó a poco de haberse lanzado, pero puso de manifiesto los lazos comunitarios que entonces comenzaban a conformarse. Estos lazos, se expresaron también en las primeras instituciones de la localidad, de las que nos han quedado escasos testimonios, huellas muy débiles. Las instituciones más antiguas de Victoria, vigentes en la actualidad, reconocen su origen en la segunda década del siglo XX. Pero no es correcto pensar que no existió una pequeña red institucional a fines del siglo pasado. La existencia de esta red, que ha quedado desdibujada en la memoria popular, es la prueba más concreta de la formación temprana del pueblo, además de la crecida cantidad de habitantes que en pocos años se asentó en él. Aquellas instituciones, nacidas en la década de 1890, sirvieron para que se establecieran los primeros vínculos en el interior de ese vendaval humano convocado alrededor de las vías, los talleres y la estación. A mediados de la última década del siglo XIX, se formó en Victoria una asociación, llamada Sociedad Musical “Libertad Argentina”, que organizaba bailes, conocidos entonces como “tertulias”. Esas tertulias fueron muy concurridas. Además, atraían a jóvenes de la Capital Federal, Belgrano, San Isidro y San Fernando. Piano de por medio, ejecutado a dos o cuatro manos, según el tono de la velada, la Sociedad Musical, fue una de las primeras entidades, seguramente nada estructurada, que ofreció un espacio de encuentro en la primer Victoria. Pero esta entidad, no era la única en organizar este tipo de reuniones. El “Centro Recreativo de Victoria” también se ocupaba de ello. Para el año 1900, este Centro Recreativo-Instructivo de Victoria, poseía un espacioso salón, equipado con sillería completa, ornamentado con cuadros de algún valor, espejos luminosos, y pisos alfombrados. La comisión directiva de la entidad, parece haber estado sólidamente cons-
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tituida. En el salón del “Centro Recreativo e Instructivo”, los bailes, se realizaban con orquesta. Otra institución, fue el Centro Local de la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios. Esta entidad, creada por los empleados del Ferrocarril Central Argentino, preparaba y ofrecía conferencias en torno a temas de salud, y se encargaba de manera directa en los primeros auxilios de los pobladores. Las entidades marcaron un hito importante en la constitución del pueblo, como tal. Tanto la Sociedad Musical “Libertad Argentina”, como el “Centro Recreativo e Instructivo Victoria” organizaron los primeros espacios de “sociabilidad”, en los que no había otro fin que el del acarcamiento a través del baile, la música y la recreación. El Centro Local de la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios, en cambio tenía un fin concreto que era el de resolver rápidamente los usuales accidentes producidos en los talleres ferroviarios. Pronto los pobladores comenzaron a apuntar sus intereses, más allá de los meros encuentros, en dirección a mejoras concretas. Se obtuvieron algunos logros. En junio de 1899, la escuela 9 se trasladó a un lugar especialmente preparado para su funcionamiento. En mayo del 1900, también la oficina de correos conseguía un buen local, adecuado a su labor. Mientras tanto, empezaron a hacerse oír las quejas por el mal estado de las calles del pueblo, el alumbrado, las inundaciones, etc. El crecimiento de la población, llevó a la inmediata formación de “barrios bajos” dentro del vecindario, y ya una obra de infraestructura, como el arreglo del camino macadamizado a San Isidro provocaba la inundación de los mismos, produciendo además una cadena de daños que incluía también a los “barrios altos”. En abril de 1900, las fuertes lluvias causaron la inundación de los barrios más bajos, lo que trajo como consecuencia que los abundantes animales que habitaban los terrenos se concentraran en la zona alta, pululando por todo el pueblo. Otro reclamo, fue por la deficiencia del alumbrado. El primer sistema de alumbrado de Victoria era de faroles de querosén. Pero el ahorro de combustible llevaba a que los faroles se encendieran muy tarde, y se apagaran temprano. Al principio, las necesidades de orden material, sin embargo no generaron ninguna organización permanente. Los vecinos, simplemente se unían para concretar o solicitar algunas mejoras. Al compás del aceleramiento de las obras en la estación y los loteos que en el año 1900 habían alcanzado el sector oeste de la misma, comenzaron a multiplicarse las asociaciones circunstanciales.
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No todos los pedidos surgían del sector más poblado de la localidad. Aunque la mayoría de ellos estaban localizados, y apuntaban en general a un mejoramiento de la nueva planta urbana, la dispersión de los pobladores aún activaba otras demandas, como por ejemplo el establecimiento de la estación entre Punta Chica y San Fernando, del Ferrocarril de Buenos Aires al Rosario. En abril de 1899, los vecinos de lo que entonces se conocía como paraje “La Tejedora”, pedían una nueva parada ferroviaria en el lugar. Este paraje, se identificaba con una calle que separaba las grandes quintas de la ribera a la altura de la quinta Del Arca.
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Capítulo 5
Punta Chica ya no es Punta Chica La formación de una nueva periferia mediados de la década de 1890 del siglo pasado, Victoria ya era considerada como un punto de referencia oficial. El crecimiento poblacional en aquellos años debe haber resultado impresionante, toda vez que en las cercanías de la estación, vivían hacia fines del siglo XIX, alrededor de 1000 personas; cantidad de habitantes más que suficiente para que el lugar fuera considerado un pueblo. El Segundo Censo Nacional de Población, llevado a cabo en mayo de 1895 nos ha permitido acercarnos a aquel embrión de la localidad, estableciendo el nombre de las primeras familias afincadas en el lugar, al mismo tiempo que sus ocupaciones, muchas de ellas vinculadas al ferrocarril. Si el establecimiento de la estación de Victoria dio paso a la formación de un segundo pueblo en San Fernando, que crecería vigorosamente en las primeras décadas del siglo XX al igual que la cabecera del distrito, no es menos cierto que la floración de un conglomerado urbano en medio de lo que hasta entonces era una zona rural, conocida con el nombre de Punta Chica, complejizó la división territorial en esa zona; ya que en torno al nuevo pueblo, y en dirección al río de la Plata y el de las Conchas, pervivió, durante los primeras décadas del siglo XX, un clima campesino, con matices particulares en ambas bandas del poblado. Estas franjas rurales, resistieron el proceso de urbanización y expansión creciente de Victoria, pero ambas lo hicieron de diferentes maneras: hacia el lado oeste de las vías, se afincó una población de menores recursos en loteos urbanos, que acompañó con dificultad los avances del núcleo central del pueblo, transformándose a partir de Villa Crisol y Villa Piñeyro, en la zona “pobre” de Victoria. En cambio, desde la avenida Presidente Perón hacia el Río de la Plata, los antiguos propietarios hicieron valer la naturaleza privilegiada de los terrenos por el atractivo de su belleza y por su ubicación costera a las grandes rutas de comunicación.
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Aquí persistió la subdivisión en grandes quintas hasta mediados del siglo XX, en que comenzó el fraccionamiento de las mismas. Resistido por la pervivencia de una población rural, y por una aristocracia ribereña - la de las grandes casonas y quintas -, el proceso de urbanización puesto en marcha en la última década del siglo XIX se iría extendiendo sin embargo, irrefrenablemente, a las periferias rurales de la antigua Punta Chica, que cada vez más, comenzaba a ser “Victoria”. Todavía a mediados del siglo XX, en una conferencia realizada en la municipalidad de San Fernando, el Historiador Enrique Udaondo, podía hacer mención al “pueblo de Victoria”, existente en “Punta Chica”. Sin embargo por aquellos años, Punta Chica se había integrado, casi completamente dentro de Victoria. En relación a estas circunstancias, el proceso de urbanización de Victoria, puede considerarse siguiendo su desarrollo en cada uno de los sectores que se fueron originando a partir de la creación de la estación ferroviaria, a saber: 1- La “Victoria Ferroviaria”, que corresponde al sitio de la primera floración poblacional y una zona emergente que se extendió a partir de los loteos entre Santa Fe –actual Presidente Perón- y las vías, en dirección a San Fernando, entre 1900 y 1920. El progreso de esta urbanización definió el sector tradicional de la localidad, donde se fue concentrando su núcleo más vital: los principales comercios, las instituciones más antiguas y los vecinos históricamente ligados a quienes poblaron los alrededores de la estación a fines del siglo pasado. 2- La zona intermedia. Este sector aunque más tardío en el inicio y más lento en su proceso de urbanización, creció al impulso del desarrollo del núcleo central. Los vecinos asentados en estos nuevos loteos poseyeron vínculos directos -familiares, sociales, de intercambio comercial- con los “fundadores” de Victoria. En realidad, esta zona intermedia, debe ser geográficamente dividida en dos zonas, que al momento de producirse la urbanización crecieron de forma distinta: a- Las quintas de labor. Desde la avenida 11 de setiembre - actual Presidente Perón- hasta Carlos Pellegrini -actual avenida Del Libertadorse encontraban unas pocas quintas. b- “El otro lado de las vías”: fundamentalmente Villa Crisol y los loteos en las cercanías del cementerio, donde las condiciones de progreso material llegaron con más lentitud. 24
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3-Las quintas de la ribera o Punta Chica. Un tercer momento del proceso de urbanización de Victoria, se dio con la subdivisión de las quintas que daban a la ribera. Mientras tanto estas grandes quintas, con residencias de estilo, fueron lugar de descanso y veraneo de familias que poseían residencia en Buenos Aires. Durante los primeros cincuenta años del siglo, este sector perdió vínculos con el núcleo central. Destinaremos los capítulos que siguen a señalar la evolución de los tres sectores en que se dividió la antigua Punta Chica, a partir del nacimiento de Victoria.
Vista aérea de Victoria. A la izquierda se observa la Iglesia de Nuestra Señora de la Guardia .
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Capítulo 6
El núcleo central: Victoria ferroviaria os límites de este núcleo podrían establecerse entre las calles Martín Rodríguez, Presidente Perón, Guido Spano y las vías del Ferrocarril. Esta zona de Victoria, que a través del tiempo ha llegado a convertirse en la zona tradicional por excelencia de la localidad, fue el motor desde donde se originaron todos los cambios urbanos desde fines de siglo pasado. Aquí se construyeron las primeras casas de material de la localidad y aquí se establecieron los primeros empleados y operarios del ferrocarril. Justamente la calle Obreros -actual Palacios- daba a los talleres. En las casas de esta calle podían verse, frente a la feria Martinelli las paredes de adobe. Todavía hoy, podemos observar en esta cuadra algunas casas muy antiguas. De manera que cuando decimos, “Victoria era un pueblo de ferroviarios”, nos estamos refiriendo a este núcleo. Podía ser que en una manzana, todos los hombres cabezas de familia fueran ferroviarios, o realizaran tareas vinculadas directamente al ferrocarril. Los guardas, los maquinistas, los motorman, residían en este sector. Aquí la industria era prácticamente inexistente. Había una escobería, una sillería. Un taller de automóviles de los mecánicos, Castelli. También la herrería de Colombo, en la calle Once de Setiembre. En realidad, eran todos talleres, donde podían llegar a trabajar hasta diez personas, no más. La industria más importante eran los hornos de ladrillos. El sector más céntrico, en el que se encontraban los principales comercios se hallaba limitado naturalmente por las quintas que se hallaban del otro lado de la 11 de setiembre y los hornos de ladrillo, en ambas direcciones, hacia San Fernando y hacia San Isidro. En Tres de Febrero al 2400, estaban los hornos de Chiapessoni. Respecto de los hornos de ladrillo, el crecimiento de la población lle-
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vó a que la intendencia decretara, a fin de marzo de 1909, la clausura de los de Chiapessoni, Roselli, Martinelli y otros. Las cavas para la preparación de los ladrillos eran cada vez más grandes, y aunque no estaba permitido, llegaron a tener más de un metro, generándose enormes lagunas en los alrededores del pueblo. Los propietarios de hornos fueron sometidos a presiones económicas, para mantenerlos en funcionamiento pero después de un tiempo ya no se pudieron sostener. Algunos propietarios de hornos se trasladaron a otros distritos. Otros, como Domingo Bordo o Angel Palmucci, permanecieron muchos años más. Paralela con la extinción de algunos hornos, campos y lagunas avanzaba el proceso de extensión de la planta urbana. En las dos primeras décadas del siglo XX, el entramado original de la “Victoria Ferroviaria” se extendió en dirección a San Fernando y San Isidro, siguiendo el corredor de terrenos que enmarcaban las vías y la calle 11 de setiembre. Es así que se formaron sucesivas villas de pintorescos nombres, tales como Villa Ernestina o Villa Porvenir. La población de los nuevos barrios se logró merced a la insistente campaña de las compañías rematadoras de Buenos Aires. Las empresas inmobiliarias, contribuyeron también a definir una determinada identidad entre los nuevos pobladores, atraídos por las promesas de un trabajo seguro en la compañía del ferrocarril. Las publicidades de los sucesivos remates estaban basadas en una misma estrategia: la de presentar el atractivo crecimiento de Victoria a partir de la estación y los talleres ferroviarios. El remate de diciembre de 1905, efectuado por Públio E. Massini nos sirve como ejemplo. El folleto de propaganda dice: “156 lotes, En Victoria, uno de los pueblos más pintorescos del norte. Donde están los grandes talleres con más de 1500 obreros. A sólo dos cuadras de la estación y con frente a la vía, 156 lotes pagaderos en 60 mensualidades, sin interés. Posesión inmediata. Títulos perfectos. No hay más desembolso que dos mensualidades de garantía en el acto del remate y dos más al retirar el título provisorio. Base de venta: 4$ M/N por mes el lote. Venta liberal, sin retirar lote; las calles están abiertas, el terreno alambrado y el plano aprobado por la municipalidad. Tren expreso gratis desde Retiro a la 1 p.m. y para el que deben pedirse pasages en nuestra casa, San Martín 81. Nuestra comisión de 2% es a cargo del comprador. El lunes 25 de diciembre (fiesta) a las 2 p.m. sobre los mismos terrenos. Los que no conocen Victoria, primera estación después de San Isidro, deben concurrir al remate y se darán cuenta de la colosal importancia que ha toma28
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do este punto con los grandes talleres de los ferrocarriles fusionados que se concentran todos allí.” Este remate de diciembre de 1905, extendió la planta originaria, desde Simón de Iriondo, aún sin nombre, hasta Casares. En el plano de los folletos de publicidad, se pueden observar los primitivos nombres de algunas calles: García Mansilla figura como Calle Nueva, Belgrano, como Victoria, White como Porvenir, Ambrosoni es Progreso, Pte. Perón es todavía Santa Fe y Casares está sin nombre. El trazado de los lotes, entre Casares, Pte. Perón, Iriondo y General Mansilla no obstante deja muchos terrenos aún sin subdividir. Es evidente, aún cuando la publicidad de las inmobiliarias tal vez exageraba la importancia de los talleres, que la estación, implicó el principal atractivo para quienes se asentaron en este sector, comenzando por los obreros del Ferrocarril y de los talleres. Más allá de la calle Casares, se formó la Villa Eduardo VII, y en las cercanías del Hospital de San Fernando, unas pocas casas formaban las villas Ernestina y Porvenir. No obstante la existencia de estas “villas”, puede decirse que hasta la década de 1920 Victoria, apenas llegaba a la calle Casares. Hasta entonces, la prohibición a la existencia de tambos, hornos de ladrillos y caballerizas en el radio de Victoria, alcanzaba, justamente hasta esa arteria. En 1920, Villa Porvenir estaba separada de Victoria por un gran campo que comenzaba en Garibaldi y se prolongaba hasta Guido Spano, paralelo a la actual avenida Presidente Perón. Después de esa fecha, las nuevas “villas”, que llegaban hasta la calle entonces conocida como Correa, al costado de la quinta de Castro, lugar en el que había una gran laguna, comenzaron un proceso de creciente igualación con el centro del pueblo. Esto, tal vez se debió al hecho de encontrarse en el camino que unía Victoria con San Fernando. Su medianía las llevó a obtener algunos de los adelantos que llegaban a Victoria. La extensión de la localidad en dirección a San Fernando, se complementó con otra en dirección a la zona de las quintas de labor y los barrios del lado oeste de las vías. Esto ayudó a la afirmación de un centro, que permaneció localizado en el sector más antiguo del pueblo. La pequeña red institucional que se fue formando entre las décadas de 1920 y 1950, acentuó esta centralidad, culminando por identificar a toda la localidad con el sector de más antiguo asentamiento. No es ajeno a este desarrollo, el simbolismo que produce el recuerdo de un camino recorrido, muchas veces marcado en los nombres de los lugares públicos, las plazas, las oficinas, y fundamentalmente las calles. En el proceso de afirmación de la trama urbana central, el nombre de las calles se convierte en un hi-
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to singular: los nuevos nombres de la antigua “Calle Larga” y el bulevar del pueblo serán parte importante de este hito. En Octubre de 1909 recibirán el nombre de Simón de Iriondo y Santamarina, respectivamente. Poco tiempo más adelante, otra calle del pueblo será denominada como Ramón L. Falcón. Por otro lado, la existencia de calles públicas, el otorgamiento oficial de nombres para las mismas, y una serie de medidas destinadas a establecer un marco para el ordenamiento urbano, implicaban, por parte del gobierno municipal un primitivo código de zonificación, que efectivamente reconocía un nuevo centro urbano junto al de San Fernando. Obviamente que todas las disposiciones tendientes al resguardo de una zona urbana central, no implicaron su efectivo cumplimiento; y mu cho menos un adelanto al efectivo programa de urbanización que el propio pueblo puso en práctica. Al igual que en el caso de los hornos de ladrillos, desde febrero de 1912 estaba prohibido el tránsito de vacas lecheras por la vía pública, en el centro de Victoria. Sin embargo la práctica de la venta de leche recién ordeñada continuó, de la misma manera que siguieron existiendo los hornos. El tren lechero, que proveniente de Capilla del Señor, paraba dos veces al día en la estación, mantuvo una continua caravana de lecheros que en pleno centro del pueblo cortaban el paso con sus carros.
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Capítulo 7
La zona intermedia a) Las quintas de labor Las quintas de labor, trabajadas desde el siglo pasado por inmigrantes, si bien se ofrecían ante la mirada de los viajeros que cruzaban por la avenida Santa Fe -actual Presidente Perón- como una zona distinta y separada del pueblo, ocultaban a esas miradas extrañas su particular relación con éste. Para empezar, los propietarios y trabajadores de las quintas, poseían algún tipo de vínculo con los pobladores de la estación. Por otro lado, el ingreso y salida de los pobladores de Victoria en estas quintas era algo habitual. Las quintas de labor no eran los “montes negros” que suelen rodear a algunos barrios y que son ajenos a su vida. Por el contrario, así como los vínculos familiares entre los trabajadores de uno y otro sector era muy fluido, también lo era el cruce físico entre las dos zonas. En las quintas de labor, trabajaban los vecinos del pueblo, y hasta algunos jóvenes y niños, cultivando frutas o haciendo de “boyeritos”. A las quintas de labor, se iban a buscar frutas, sobre todo duraznos, o pajas y ramas secas para las fogatas de San Juan y San Pedro. En el centro de las quintas de labor estaba la cancha del “Piave”, donde jugaron al fútbol la mayoría de los pibes de Victoria. Además la zona de las quintas de labor, fue pronto atravesada por dos líneas de edificación que formaron una especie de cuña del pueblo, dentro del área más agreste. Pronto las calles que cortaban los campos, estuvieron rodeadas de gran cantidad de construcciones. En agosto de 1909 se libraba al servicio público la calle Fénix, entre los terrenos de Andrés Parodi y la calle del macadam -Libertador-. Esta calle, junto con Simón de Iriondo, eran las únicas que comunicaban las avenidas Santa Fe -actual Pte. Perón- y Carlos Pellegrini -Libertador-. En abril de 1913 se realizó un remate de lotes urbanos - 121 en total en la zona de quintas de labor. El mismo fue efectuado por la compañía de Francisco Costa y se realizó frente a la iglesia por entonces ya construida. El remate incluyó 8 medias manzanas que se abrían a ambos lados de
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una sola calle, la Calle de los Patriotas. Cuatro cortadas, Moreno, Vélez Sarfield, Mitre y Roque Sáenz Peña, completaron el entramado del nuevo barrio. La villa, en la que aún se hallaba la antigua escuela Nº 5, recibió el nombre de Villa Los Patriotas. Las quintas, en realidad poseían una extensión pequeña, pero su cercanía con un pueblo que se estaba desplegando las hacía aparecer como grandes campos. Por otro lado, formaban una franja continua que se extendía hacia San Fernando. Los vecinos, les daban el nombre más preciso de “quintones”. En 11 de setiembre, a la altura de Martín Rodríguez hasta Uruguay se hallaba el “quintón de Bartolosi”, conocido de ese modo por el italiano que lo explotaba. Este campo, era una quinta de verduras que estaba surcada por dos hileras de eucaliptos que la cruzaban en diagonal, desde la avenida Carlos Pellegrini -Libertador-hasta Santa Fe Pte. Perón-, muy cerca de las cuatro barreras. Al lado de la casa del propietario, había un ombú enorme, debajo del cual tomaban el mate cocido los peones de la chacra. Cercana a este ombú, estaba la cancha del “Piave”. Cuando se remató este campo, a fines de la década de 1930, para hacer los loteos, realizaron un desmonte muy grande, tiraron todos los eucaliptos abajo, y trazaron las calles. Previamente al loteo se efectuó una donación para las monjas benedictinas, que ocupan una extensión en las calles Don Orione y Martín Rodríguez, hasta la calle padre Zanochi. Allí está el convento y la iglesia. El barrio que se formó allí, limitado por las dos avenidas, las calles Martín Rodríguez, Don Orione, Ricardo Rojas, Kennedy, unido a las edificaciones limítrofes a Béccar; recibió el nombre de barrio parque El Quintón o también, barrio Marín. En esta zona, en la esquina de Uruguay y Libertador había una casa muy antigua. Alrededor de 1930, cuando avanzaba el proceso de urbanización del sector, era ya una tapera. En esos años se demolió y allí se levantó el colegio Cardenal Copello.
b) Al otro lado de las vías
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La estación de Victoria y los talleres ferroviarios, definieron dos zonas distintas entre las vías del Ferrocarril Central Argentino y la avenida Sobremonte. Una de ellas, entre las vías nuevas que conectaban con Capilla del Señor y Pergamino y el límite con Béccar, se conoció desde un principio como Villa Crisol, o Crisol Oeste. Esta zona, vendida junto con
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el resto de la propiedad de la descendencia Crisol- Cullen, se integró al circuito urbano del centro de Victoria. El otro sector, más indefinido, y al principio menos poblado, es el área cercana al cementerio, donde los ingleses montaron sus canchas de golf. En las inmediaciones de las calles Casares y Guido Spano, por la que se llegaba al cementerio, era todo campo. Hasta allí llegaban los ingleses vinculados a la línea del ferrocarril, a jugar al golf, en un campo rodeado de tres lagunas grandes, donde los pibes iban a buscar la pelota por una propina. Las lagunas desaparecieron cuando en todo el terreno se hicieron terraplenes; bajando los terrenos frente al cementerio. Hasta entonces, en la calle Sobremonte había dos metros de altura, más allá de la cual comenzaba una gran barranca, que con el tiempo se fue nivelando. En esta zona, limítrofe con el pujante barrio de Villa Piñeyro, donde se encontraba la escuela 21, fueron asentándose los pobladores, a la par que se hacían algunas mejoras en los terrenos. No obstante, quedó más distanciada del centro del pueblo. En Villa Crisol, en cambio las gestiones para equipararla de acuerdo a los adelantos que se iban realizando en el centro, fueron permanentes. En esto tuvo una gran incidencia la acción de la Sociedad de Fomento de Victoria, y hasta mediados de la década de 1950, la acción de la Asociación Vecinal Crisol.
El Asilo San Luis en 1908.
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Plano en el que se observa la expansión de la planta urbana en la década de 1920
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Capítulo 8
Las quintas de la Ribera a zona de quintas de la ribera se caracterizó por una menor vinculación con las actividades que se desarrollaron en el pueblo. En primer lugar, porque en ellas vivía menos gente. La mayor concentración de población estaba en la zona cercana a Béccar y la estación Punta Chica. Pero en dirección a San Fernando, había menos pobladores, y las quintas eran aún más grandes. La zona más cercana a la estación de Punta Chica, registró un crecimiento demográfico en la década de 1930. El poblamiento de este sector, donde las quintas eran más pequeñas se fue incrementando con la formación del barrio parque Ibañez. En esta zona residían las familias vinculadas a algunos antiguos propietarios, como los Crisol, los Cullen, los Silveira, Greca, Lorens, O’Farrel. La actual calle Kennedy, antes llamada Crisol, era justamente, la entrada a la quinta de la familia Cullen-Crisol. Esta casona, actualmente se encuentra en manos de los padres sacramentinos. En este caso, los Cullen-Crisol, una familia muy religiosa, como lo fue en general la aristocracia ribereña, siguió la costumbre de donar parte de las propiedades a la iglesia católica. Aunque las quintas más cercanas a la estación Punta Chica eran más reducidas, desde principios de siglo, no poseían, sin embargo las dimensiones que tendrán después de la década del 50. La quinta de los Cullen-Crisol, por ejemplo, ocupaba toda una manzana. En esta quinta, que abarcaba todo el límite costero con San Isidro, había un gallinero, plantaciones de duraznos, de frutales, que llegaban hasta la calle Miguens. En todo ese sector no había otra casa que la de los Cullen-Crisol. Sobre la calle Miguens, casi en la esquina de Ricardo Rojas, se estableció en la década de 1930, la familia Silveira. Los Silveira compraron lo que era la famosa quinta de Ibañez, un quintón antiguo, un chalet grande, tipo colonial. Sobre un sector estaban las cocheras y las caballerizas. La quinta de los Silveira tomaba un frente de casi dos cuadras, prolongándose más allá de las vías del Ferrocarril al Rosario, hasta dar con el
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río. Por esos años también, y casi en el límite con San Isidro, se establecieron los Ravelli, una familia de floricultores que llegaron a ser muy conocidos en todo el área. Incluso este sector, que era el más poblado a mediados de la década de 1940 no registraba muchos vecinos. Aunque no era despoblado, y las quintas no eran de gente que venía a veranear, sino que estaban establecidos en el lugar, eran muy pocas familias, comparadas con la población del centro de Victoria. Por otro lado, también este grupo de pobladores de la Ribera tenía un vínculo más laxo con Victoria, en cambio las relaciones fuertes se establecían con San Isidro o Buenos Aires. Los niños, podían ir al colegio Marín, para lo cual debían caminar diez o doce cuadras, dos veces al día. Como contrapartida, los muchachos tenían su propio club de fútbol, el Club Punta Chica, con una cancha cercana a la estación entre Libertador, Uruguay, Kennedy y Cullen, que era todo baldío. Más tarde se mudaron sobre la calle Uruguay. Si pensamos que ésta era la parte más poblada, entenderemos la escasa presencia que dentro de Victoria podían tener el resto de las quintas de la zona ribereña. Siguiendo la avenida Carlos Pellegrini, tres o cuatro quintas separaban Punta Chica de San Fernando: las de Huerto, Apellaniz, Frías, -la más grande de todas-, Dorrego y Alvear. Todas estas familias, que eran parte de la aristocracia porteña, tenían sus palacios, sus quintas a la orilla del río de la Plata. El vínculo que se estableció entre este núcleo y el centro de la localidad fue distante, y por momentos llegó a ser de enfrentamiento.
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Capítulo 9
La nueva unidad administrativa a existencia de distintos sectores dentro de una zona que administrativamente era reconocida como una única unidad, obligó al municipio a la adopción de soluciones parciales para cada uno de los problemas que se iban presentando, al mismo tiempo que se generaban algunas políticas comunes para todo el cuartel I. Esta situación se mantuvo hasta mayo de 1922, cuando se crearon nuevos cuarteles en el distrito, y el área de la ribera quedó separada de Victoria. El distrito de San Fernando, a partir de aquel año, quedó dividido en 8 cuarteles que quedaron a cargo de los alcaldes y los respectivos tenientes alcaldes. La antigua Punta Chica, reconocía en esta nueva partición administrativa, la existencia del pueblo de Victoria. Punta Chica sería el cuartel V y Victoria, el cuartel VI. A partir de entonces, Punta Chica reduciría nuevamente su espacio, quedando encerrada entre la línea de la costa, la calle Uruguay, la avenida 11 de Setiembre (Pte. Perón), la calle Almirante Brown, las vías del Ferrocarril Central Argentino y la prolongación de la calle Maipú hasta la costa. La calle 11 de Setiembre, sin embargo, pronto dejó de ser un límite real entre los dos cuarteles, dada la expansión del pueblo, que ya entonces había cruzado esta línea divisoria. En pocos años más, el límite real de Punta Chica se correría hasta la avenida Carlos Pellegrini –Del Libertador- siguiendo la tendencia que había comenzado en el siglo pasado, cuando este nombre, todavía designaba los campos que llegaban hasta el arroyo Cordero. Por otro lado, la división, meramente formal, no implicaba la eliminación de las diferencias entre las distintas áreas, sino la aceptación de que eran zonas distintas. En definitiva, el municipio se vería obligado, cada vez más, a tomar intervención en los problemas del sector central del pueblo, mientras éste se seguía extendiendo sobre los otros sectores. Una solución a los problemas más concretos del pueblo, la zona céntrica de Victoria, más demandante de la actividad del municipio, fue la
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instalación de los delegados municipales. Desde principios de siglo, el cargo de delegado en Victoria, adquirió alguna importancia dentro de la política local sanfernandina. A partir de él, algunos vecinos de Victoria lograron acceder a la secretaría de gobierno, como ocurrió con Vicente Scarone. El delegado en Victoria tenía como misión principal, velar por el cumplimiento de las ordenanzas. La delegación tenía atribuciones hasta la zona del cementerio, y todas las cuestiones relacionadas con el traslado de cadáveres, pasaban por los delegados de Victoria. El cargo de delegado, era parte de un cursus honorum, que podía comenzar en el puesto de auxiliar en el registro civil y culminar en la titularidad de la secretaría de gobierno o la propia intendencia. La mayoría de las veces no era así, pero la expectativa estaba, de todos modos creada. Esta expectativa, como la posibilidad de un acceso a una concejalía alentaron la actividad política en Victoria, que contó con algunos representantes de notoriedad, dentro y fuera de San Fernando, tal el caso de Manuel C. Silva. Paralela a la delegación política que efectuaba el municipio, comienzan a formarse algunas asociaciones, vinculadas también con el “progreso” de Victoria, pero más distanciadas de la actividad política. Sin embargo el municipio seguía teniendo una función preeminente, desde el momento que era el intendente quien disponía la formación de comisiones, ya fueran de fomento, de fiestas, etc. El 14 de setiembre de 1910 se nombró la primer comisión de fomento de Victoria, que de acuerdo al decreto municipal, quedó integrada por Antonio Huertas, Andrés Ripalda y Lázaro Buonarrotte.
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Capítulo 10
Unidos por el pueblo, separados por el balneario i bien la existencia de diferentes zonas, marcó a fuego el proceso de evolución de la antigua Punta Chica, a partir del nacimiento y desarrollo de Victoria; el crecimiento del principal núcleo poblacional y la formación de instituciones fuertes, sobre todo a partir de la década de 1920, produjo un acercamiento, que unido a las urbanizaciones de mediados de siglo en la zona ribereña, unificó todo el área, con el nombre de Victoria, y trajo aparejado también, una mayor homogeneidad en la composición social de la localidad. El acercamiento, entre la Victoria ferroviaria y Punta Chica, sin embargo no fue un proceso unívoco o exento de rispideces. La formación de instituciones representativas del núcleo central, llevó a partir de la década de 1920 a un continuo enfrentamiento con los pobladores de la ribera, no organizados institucionalmente; y acusados por sus vecinos del “otro lado de la 11 de setiembre”, de mantenerse ajenos a todo proceso de progreso de la zona. Las diferencias entre estas áreas se vieron plasmadas en la división administrativa que a partir de mayo de 1922, separó, siguiendo el recorrido de la calle 11 de setiembre, Victoria de Punta Chica. Aunque el pueblo de Victoria, había comenzado a extenderse sobre las quintas ubicadas entre las calles 11 de setiembre y Carlos Pellegrini, la existencia de las mismas, ponía un límite físico al otro límite con la ribera, cada vez más “ajena” al desarrollo del pueblo. Los campos todavía dedicados a quintas entre 11 de setiembre y Carlos Pellegrini (Libertador) eran la expresión de una barrera entre dos sectores sociales claramente diferenciados, que no poseían mayor comunicación entre sí: el de los poseedores de quintas junto al río y el de los pobladores de las cercanías de la estación. Según el censo de 1914, Victoria se había convertido en uno de los centros urbanos reconocidos de la zona norte de Buenos Aires. Aunque superada en cantidad de habitantes por el resto de las localidades del an-
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tiguo “Pago de la Costa” (San Fernando, San Isidro, Martínez, Olivos y Tigre), con sus 3620 pobladores, aparecía como el pueblo de mayor crecimiento en los últimos 20 años. La influencia de San Fernando, con sus casi 15.000 habitantes, reconocida desde 1909 como ciudad, se hacía sentir también en la nueva localidad, que no dejaba de recibir pobladores de aquella. El crecimiento de Victoria, comenzó a operar así como el agua en la roca, frente a aquella Punta Chica más apacible, y aún apegada a hábitos del siglo anterior. Los siguientes cuarenta años al censo de 1914, serán la historia del avance de Victoria sobre Punta Chica. En 1946, en un discurso pronunciado en el salón de la municipalidad de San Fernando, acerca del “San Fernando de Antaño”, el historiador Enrique Udaondo, hacía referencia al “paraje de Punta Chica, donde se halla la estación Victoria”. En pocos años más, la frase podía invertirse por completo.
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El 15 de enero de 1923, el entonces intendente Urcola firmaba un decreto para el mejoramiento edilicio de Victoria, en “concordancia con el progreso cultural” y “aumento considerable de población”. En el mismo, decidía la constitución de una nueva “Comisión Pro- fomento de Victoria”. La principal misión de la sociedad era “requerir el concurso de vecinos e iniciar obras como ser el arreglo de las calles Santamarina y Simón de Iriondo y su prolongación hasta el río, donde puede hacerse un lugar de esparcimiento adornándolo con árboles, como así la adquisición de terrenos adecuados para formar una plaza.”. La mayoría de los integrantes de la Comisión Pro-Fomento, eran propietarios de las quintas de la ribera, muchos de ellos sin una presencia permanente en el lugar. La Comisión, se completaba con algunos políticos y profesionales avecindados en el pueblo, todos ellos figuras prominentes. En muchos casos, también los nombres de estos “vecinos caracterizados” correspondía al de antiguas familias afincadas en San Fernando desde el siglo anterior, y al de personas que tenían una real predisposición para la solución de cuestiones, “como por ejemplo la formación de una plaza en el centro del pueblo”, que no los favorecían directamente. La Comisión perseguía un fin integrador: arreglar las principales calles del pueblo, formar una plaza, y preparar la construcción de un balneario en Punta Chica. Parte de los fines propuestos se cumplieron, pero el establecimiento de un balneario popular en Punta Chica, no llegó a concretarse en los años inmediatamente subsiguientes, y hacia fines de la década del 20 se transformó en un motivo de continuas quejas y disputas, cuando una so-
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ciedad de fomento, formada por vecinos del núcleo central del pueblo hiciera su aparición. El deseo de extender un área de esparcimiento sobre la ribera, para lo cual la continuación de Simón de Iriondo hasta la misma, era un deseo en 1923, será en la década de 1930 un motivo de enfrentamiento, cuando los intereses de los propietarios de terrenos en la ribera se enfrente con el de los pobladores. Para entonces, la sociedad de fomento, no incluyó entre sus miembros a estos que habían sido designados tal vez, con espíritu integrador, en 1923; y en su mayoría estuvo compuesta por los comerciantes, artesanos y trabajadores que residían en las cercanías de la estación. La Sociedad de Fomento, a través de su boletín periódico “Victoria”, manifestaba continuamente el enojo de la entidad por el usufructo privado de las playas de Punta Chica. En julio de 1928, bajo el título de “Nuestra Ribera”, podían leerse las siguientes afirmaciones: “Punta Chica, nombre legendario, partida heroica de los 33 orientales, tu nombre se reverencia y se respeta […] Está vedado para el pueblo el jolgorio en tus lares, y los señores propietarios de tierras limítrofes, abusan de la pasividad del poder, llamado a hacer justicia, porque han cerrado ignominiosamente el paso a las gentes que no pueden gozar de los encantos de tu río, de tus sedantes brisas, ni de tus reconfortantes arenas”. La cuestión por el uso de la ribera, remontaba la situación a antiguos legajos judiciales, en las que se había definido la propiedad estatal de la costa. Los propietarios de terrenos lindantes con la ribera, habían alambrado sus propiedades, generando un sistema directo de exclusión, al mismo que generando una nueva organización, basada en el beneficio que dejaba el usufructo de los balnearios privados, -la novedad de aquellos añosen los que se cobraba entrada a los vecinos. La Sociedad de Fomento reclamaba “Que nuestro público tenga derecho a su libre recorrido como en otros tiempos, en que los domingos era un lugar de esparcimiento y recreo”. Hacia fines de la década de 1920, dos calles daban entrada al río, un callejón barranca angosto, que en los planos figuraba con el nombre de “Callejón de Juanillo”, y la calle barranca ancha o Callejón de Ibañez. En aquel año ambas entradas estaban muy descuidadas, y ya casi nadie podía llegar al río por ellas. Los pozos que dejaban los carros que extraían arena del río, sumados a las malezas y alambres de púas que colocaban los propietarios en la llegada a la ribera, volvían imposible el acceso. Las dos calles, distanciadas una de otra por una extensión de 400 a 500 metros, habían sido, años antes, el acceso libre para la gente que se arrima- 41
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ba a la playa. Pero entonces, se convirtieron en un obstáculo, que obligaba a tomar el paso de los terrenos particulares, en los que se cobraba la entrada”. En setiembre de 1929, el periódico “Victoria” publicaba una nota feroz contra el propietario de los terrenos del nuevo “Parque Ibáñez”. Con el título de “El crimen de Punta Chica”, la nota informaba que en el ex recreo “Las brisas” donde se cobraban 20 centavos por la entrada, se habían cortado los árboles: el dueño, afirmaban lo fomentistas, “mandó cortar todos los árboles”. Y seguidamente se preguntaban: ¿Será para impedir que los destroce la gente? O para agradecer al municipio la aprobación de los planos de subdivisión del terreno? “barrio parque a su antojo, para que pudiera sacar el mejor provecho posible en su renta, dejando un círculo que apenas cabe una fuente, y a la que le llaman plaza? ¿O ha sacrificado lo que costó tantos años hacer crecer para que algún adinerado que pasea en lancha pueda contemplar la perspectiva del fondo del Parque Ibañez? ¿O será para vender la leña que pudieron producir esos árboles?”. Los árboles cortados en esta zona, y la formación del barrio Parque Ibáñez, aunque de características distintivas respecto a los restantes barrios hasta entonces existentes en Victoria, eran sin embargo un adelanto de los cambios que se producirían años más adelante, cuando toda la zona de quintas entre la avenida Carlos Pellegrini y las vías del tren de la costa se subdividieran, dando lugar a residencias más permanentes. Por paradójico, el enfrentamiento, notorio hacia fines de la década del 20 y comienzos de la década de 1930, por el uso de las playas de Punta Chica, si bien marca un punto extremo en las diferencias entre Punta Chica y Victoria, por otro lado, evidenciaba el acercamiento paulatino entre una zona y otra. A principios de siglo, cuando Victoria, en pleno despegue poseía aún una pequeña cantidad de pobladores, los propietarios de quintas en la ribera, distantes, pero al mismo tiempo seguros de sus propiedades, permitían el paso ocasional de los pobladores que libremente gozaban de las playas, en forma solitaria; o comunitariamente, a través de los picnics, muy comunes entonces. A medida que el crecimiento del pueblo de Victoria se fue extendiendo, los propietarios sintieron esta expansión. Este temor fue uno de los componentes del cierre de las playas. El otro componente fue el deseo de lucro, que provendría de una gran concurrencia a balnearios que cobraban una entrada. De modo que la existencia de los alambrados, la tala de árboles, y la “privatización” de la ribera, constituyó un único proceso con 42
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el crecimiento demográfico, la formación de los barrios parque en la ribera, y la tendencia al igualitarismo. Por muchos años, la Sociedad de Fomento, continuó la lucha en procura de la apropiación de un sector de la playa, lo que conseguirá hacia fines de la década de 1940.
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Capítulo 11
Tendiendo puentes ntre el pueblo de Victoria, y la zona de la ribera; alejadas, como ya vimos por una distancia física, que también era social y cultural, vino a establecerse, como factor aglutinante la obra de la iglesia católica. Justamente en el límite entre ambas zonas, en el área que hemos llamado las quintas de labor, sobre las que el pueblo comenzaba a extenderse desde principios de siglo, se afincaron tres instituciones religiosas que han tenido un gran peso en la historia de Victoria: el Asilo San Luis, el Asilo Pradere y el Instituto Cardenal Copello. En los dos primeros, familias pudientes que tenían una residencia sólo temporaria en el lugar, donaron las casonas para vivienda y lugar de instrucción de niños y niñas, que a medida que fueron pasando los años, fueron mayoritariamente de Victoria. No poseemos estadísticas, pero el testimonio de algunos vecinos indica que un altísimo porcentaje de niñas de Victoria, pasaron por el Asilo San Luis. De algún modo, el Asilo de San Luis, fue también el primer lugar de encuentro para las ceremonias religiosas, y si bien la iglesia de Victoria había estado en los planes de los pobladores desde el siglo pasado, la beneficencia de la propietaria de la casona donde se instaló el asilo, posibilitó también la erección del templo. Hasta la instalación del Asilo, el único centro religioso era la capilla del hospital, que estaba a muchas cuadras del centro principal de población. El Asilo, también quedó ubicado en una zona alejada del pueblo de Victoria, pero la labor de las monjitas y los sacerdotes pronto atrajo a los vecinos. El Asilo San Luis nació en el año 1908, cuando Enriqueta Lezica de Dorrego, trajo a su casona de Punta Chica, sobre la avenida Carlos Pellegrini -hoy Libertador- a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, para que realizaran allí su labor. El nombre del Asilo era un homenaje al marido e hijo de Enriqueta Lezica, que habían fallecido tiempo antes. Desde el mismo año de su instalación, el Asilo atrajo a niños y niñas. Muchos padres sacaron a sus hijos de las escuelas a las que iban, especial-
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mente a las niñas, ya que en el asilo podían permanecer pupilas. El Asilo, además de los cursos regulares, ofrecía cursos en el taller de costura. Las alumnas del mismo, para aliviar los tiempos de traslado, pronto comenzaron a quedarse, y se les ofrecía un almuerzo. Por otro lado, el hogar practicaba la beneficencia, que era sostenida por la propietaria de la casa, quien además daba calzados y vestidos a los más necesitados. A todo esto, se agregaba la preparación de los niños para la primera comunión y lo que se conocía como “catecismo de perseverancia”. Por un breve tiempo, atendido por un sacerdote funcionó un patronato de varones pero al retirase este sacerdote, el patronato se disolvió y sólo continuó el asilo de niñas. Todo este plus, que se sumaba a la enseñanza tradicional, benefició al asilo que tuvo un rápido crecimiento desde su instalación. Una visión de las diferencias sociales existentes en Victoria, se ve reflejada en la apreciación de las hermanas del asilo, que ha quedado escrita en el libro anuario: “Reina un miseria moral muy grande en el pueblo de Punta Chica, en el de Victoria y principalmente en la parte llamada el Bañado, que podría llamarse una pequeña China; hay muchos niños que hacer bautizar y matrimonios que realizar”. Vemos claramente la distinción entre Punta Chica, Victoria y el “Bañado”, como genéricamente se conocían los barrios formados al sudoeste de las vías del Ferrocarril Central Argentino. Preocupadas por la ausencia de vida religiosa, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, prepararon la primer “misión” en Victoria, que se llevó a cabo el 13 de diciembre de 1908, en una gran carpa cedida por Enriqueta Lezica que fue instalada en un terreno de los Martinelli. Esta misión fue llevada a cabo por los sacerdotes lazaristas, entre ellos Víctor Marcaille. La “misión” atrajo a una gran cantidad de pobladores y esto renovó el entusiasmo por construir una iglesia en Victoria. Enriqueta Lezica de Dorrego efectuó un importante aporte económico, y poco tiempo más tarde, la edificación estaba en marcha. Hasta que se erigió la iglesia, y aún muchos años después de terminada de construir, la quinta de los Dorrego funcionó como centro religioso. Era algo habitual que las familias de la alta sociedad, construyeran en sus casas de campo pequeñas capillas, en las que atraían a los vecinos, pagando el servicio de los sacerdotes de los pueblos. Esta labor, generalmente se encargaba a las mujeres y a los jóvenes de la familia, que cumplían una misión catequística, junto a sacerdotes y monjas. Esta obra pastoral, se confundía también con una labor de tipo social. Las hermanas organiza-
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ban las fiestas de navidad, en las que Enriqueta Lezica de Dorrego, obsequiaba regalos a muchas familias. La vida privada de la familia Dorrego, se hacía pública a través de estas y otras celebraciones, como el casamiento de algún miembro de la familia, eventos, que eran fielmente recordadas por las Hijas de la Caridad como hechos destacados en la vida de la comunidad. En 1909, la propietaria del Asilo compró la quinta vecina que daba a la calle Santa Fe -donde hoy se encuentra el Club Tigrea fin de levantar casitas para las familias “pobres y honradas”. Mientras tanto su hija donó una biblioteca, que se instaló en el Asilo. La apertura de la iglesia de Victoria en la fiesta de pentecostés, el 23 de marzo de 1920, marcó el final de una etapa en la vida del Asilo; que a partir de entonces comenzó a ser una institución más. Fallecida en Europa Enriqueta Lezica de Dorrego, sus descendientes siguieron atendiendo el Asilo, hasta que finalmente lo donaron a las monjitas. Al abrirse la iglesia, las niñas que no estaban en el asilo comenzaron a asistir al catecismo que se ofrecía en el nuevo templo, y el centro de la actividad religiosa comenzó entonces a coincidir con el centro físico y social del pueblo. La experiencia de beneficencia había pasado a un segundo plano, y eran ahora los sacerdotes del templo quienes inciarían la nueva etapa, sobre todo, a partir de la instalación del Colegio San José. La existencia de los Asilos y los colegios católicos, mayoritarios respecto de la enseñanza estatal, desde la segunda década del siglo, va a marcar todo una tendencia en la educación de los pobladores: la mayoría de ellos recibirá una formación religiosa; y muchos, finalmente se inclinaron por continuar la vida religiosa en el sacerdocio. Por otro lado, la presencia en Victoria del sacerdote italiano Luis Orione, “Don Orione”, ha tenido un peso importante en la tradición religiosa del lugar. La presencia de este sacerdote en Victoria, se relaciona con una situación muy particular que uno de sus biógrafos, Enzo Giustozzi, relata de la siguiente forma: “1922: la virgen le “ofrece” su primera casa argentina” […] Sucedió así: Mons. Alberti, ya en la primer audiencia le había ofrecido la Iglesia de Victoria, en jurisdicción de la Parroquia de San Fernando. El día en que - con el P. Maximiliano Pérez, párroco de S. Fernando, Mons. Silvani y el Sr. Cullen - fue a visitar la iglesia en cuestión, Don Orione no se sentía bien: estaba con un fuerte dolor de muelas y preocupado por serias dudas sobre qué obra aceptar de las varias que se le habían ofrecido. De pronto alzó los brazos y comenzó a proferir exclamaciones de alegría:
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-“Es la Virgen de la Guardia! - decía radiante, mirando una estatua de esa advocación que había descubierto en el templo Vine a la Argentina con la intención de construir una Iglesia a la Virgen; pero Ella me ganó de mano, y me la da ya hecha!” Así se disiparon todas sus dudas y aceptó sin más la Iglesia de Victoria. Esa fue la primera casa de Don Orione en la Argentina.” Junto con el padre Orione, llegó el sacerdote José Zanochi y el escribano Manuel Mujica, como representante legal. Luego de las fiestas patronales de 1944, el 28 de noviembre en un acto en el que hablaron Texidor, Blas F. Burzio, Camilo Bertorello y el Rvdo. Padre Dutto se dio el nombre de Don Orione a la calle Fénix. El cambio de nombre provino de una iniciativa de Anselmo Cruzado, que había hecho pública en las fiestas patronales de aquel año. La esposa de Anselmo Cruzado, había sido la persona que recibió al sacerdote italiano, cuando éste llegó a la capilla del Hospital de San Fernando, donde se encontraban las llaves de la capilla de Nuestra Señora de la Guarda, hasta entonces cerrada. Una placa, en las esquinas de Don Orione y 11 de setiembre, recuerda aquel acto. El hecho de que la nueva Iglesia centrara la actividad religiosa en el pueblo, no significó el punto final en la serie de aperturas de centros católicos en la zona más cercana a la ribera. El asilo Pradere, en la propiedad de María Jáuregui de Pradere, constituía otro espacio que por años había sido ajeno a los pobladores de Victoria y al que ahora concurrirían los niños del lugar. Levantada la casona sobre los antiguos terrenos de Roselli, la propiedad de la familia Pradere, que donó el terreno para educar a las niñas huérfanas y pobres, se encontraba sobre la misma calle Carlos Pellegrini, a pocos metros del Asilo San Luis. Finalmente, aunque años más tarde, cuando ya vivían más pobladores en el área de Punta Chica, se levantó el Instituto Cardenal Copello, siguiendo la línea de la calle Pellegrini, con vistas a la ribera, al igual que los asilos. El cardenal Copello bendijo la obra, la capilla, un hermoso colegio de una cuadra de frente, que más tarde llevaría su nombre. La existencia de los asilos y escuelas católicas atraía a la mayor parte de los estudiantes de Victoria. La asistencia a otros colegios, dentro o fuera de San Fernando, sólo se llevaba a cabo cuando se iniciaba el secundario. Hasta entonces, las escuelas católicas marcaban el límite en el que se desenvolvía la vida de los escolares. Punta Chica y Victoria, se acercaron un poco más, a través de ellos. 48
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Capítulo 12
El centro se urbaniza El boom de los adoquinados La construcción de adoquinados en Victoria constituyó todo un boom. Salvo la calle Santamarina, en la que había un macadam, probablemente realizado por la familia Santamarina que poseía una quinta en la ribera, el resto era todo de tierra. Hasta que llegó el adoquinado. Justamente, la misma calle de Santamarina por tener este antiguo macadam, fue una de las últimas en adoquinarse, aunque al momento de efectuarse los trabajos, ya estaba llena de pozos. Antes de 1920, otra calle, además de Santamarina mejoraría su aspecto y accesibilidad. Fénix -actualmente Don Orione- con su café y su cine “Las familias”, centro vital del pueblo, fue la primer arteria que tuvo adoquinado. Pero esta obra no formó parte del boom, cronológicamente posterior, y su mejoramiento permaneció como un detalle aislado en un pueblo donde el conjunto de las calles seguían siendo de tierra. El boom comenzó a partir de 1923, cuando en el transcurso de las administraciones radicales, se encaró un programa integral de adoquinamiento de la localidad. La realización de estas tareas, llena de idas y vueltas, implicaron un momento importante en el desarrollo de la localidad. Si los primeros adoquinados se efectuaron en la planta urbana central del distrito, esta vez, las obras se extenderán a la vecina localidad de Victoria. En marzo de 1923, se inician los trámites para el establecimiento de un pliego de condiciones y el posterior llamado a licitación para la construcción de adoquinados en 15 secciones distintas de San Fernando, varias de ellas en Victoria. Las calles a adoquinarse correspondían al área más cercana a la estación. La calle Belgrano cuyo adoquinado continuaría desde Avellaneda hasta Progreso (actual Nicolás Ambrosoni), permitiría la unión de las dos plantas urbanas a través de una arteria pavimentada. Durante 1924 las licitaciones de adoquinado iniciadas por el intendente Urcola, continuaron, completando tramos de calle que habían quedado fuera de los primeros planes. Por entonces, todavía el centro de la
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localidad de Victoria en el límite con San Isidro, llegaba hasta la calle Martín Rodríguez, más allá de la cual permanecían indivisos los campos de la descendencia de Crisol. Ese año de 1924, siendo intendente Giacobone se formaron las comisiones de vecinos encargadas de inspeccionar la obra del adoquinado. Es así que algunos pobladores, sobre todo del centro urbano, tuvieron la frágil y dudosa autoridad que les otorgaba el título de “inspectores de adoquinado”. Los grandes propietarios de las quintas de la ribera, mientras tanto, solicitaban el relleno y levantamiento de los terrenos de la costa desde Colón hasta Uruguay, medida que obviamente incrementaba el valor de sus propiedades. Las licitaciones por adoquinados en Victoria se extendieron durante buena parte de la segunda mitad de la década del 20. Las obras, no obstante la tardanza con que fueron efectuadas, hecho que ocasionó innumerables problemas, sobre todo en tiempos de lluvias, finalmente acabaron por dar un nuevo rostro a la localidad, que a principios de la década de 1930, se erguía diferente, con pocas calles de tierra, y con las principales arterias y vías de comunicación completamente pavimentadas. El sistema de adoquinados, forma particular de pavimentación que en pocos años más iba a ser dejada de lado, sin embargo es una de las características del pueblo de Victoria. La nueva localidad de Virreyes se asfaltaría de otra forma, pero Victoria siguió el sistema utilizado en el pueblo de San Fernando, lo que junto a la pervivencia de algunas construcciones de principios de siglo, le ha dado a la localidad el aspecto tradicional, que es una de sus características.
Otras mejoras
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A partir de 1925, fue obligatoria la construcción de veredas en todo el radio que abarcan las calles Colón, Uruguay, Sobremonte y las vías del FCCA (eléctrico). Hubo lugares de Victoria en que la construcción de veredas se hizo en forma más lenta y en los que hubo mayores dificultades para afrontar el costo de su construcción, que estuvo a cargo de la empresa Virgilio y Bones. En la misma época, la iluminación a energía eléctrica se extendió a toda la zona de Victoria, aunque con más retraso en los barrios del oeste. Por otro lado, el sistema de alumbrado, que se dividía en cuatro categorías, de acuerdo a la potencia de bujía de las lámparas, dejaba a los barrios aledaños al centro del pueblo, en la más baja categoría. La calidad
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del alumbrado de Villa Crisol, por ejemplo, era de “cuarta” categoría. En la década de 1920, la instalación de luz eléctrica, sin embargo era una realidad. Algo similar ocurrió con el agua corriente. Mientras que en el núcleo central se obtuvo este beneficio, en la zona cercana al cementerio y los barrios más alejados, no existía o era sumamente deficiente. Por entonces, los vecinos de la calle Casares, entre las vías y Sobremonte tenían pozo. En algunas casas había aljibe y pozo, usándose el agua del aljibe para lavar. No obstante, el servicio de aguas corrientes fue menos cuidado en Victoria que en San Fernando. El adoquinado, las veredas, el alumbrado eléctrico, la plaza, fueron una suma de elementos, que reunidos, habían hecho de Victoria un “auténtico pueblo”, del cual sus habitantes comenzaban a sentirse orgullosos. Esto no evitaba las quejas de los vecinos en relación a todo lo que aún faltaba por hacerse. Por otro lado, muy avanzada ya la década en la que se produjeron todos estos cambios, el pueblo seguía poseyendo la marca rural con la que había nacido. El destacamento policial, por ejemplo, seguía movilizándose por medio de caballos, y la caballeriza se hallaba ubicada en la calle Constitución, en la esquina de la calle Fénix -actual Don Orione-. Frente a la caballeriza, en pleno centro del pueblo, había una carnicería, y al lado se hallaba el “biógrafo”... Por otra parte, los terrenos del centro, no estuvieron completamente ocupados por muchos años. Sobraban los espacios donde se podían instalar las compañías cirqueras y los gitanos ambulantes con sus carpas. Hacia fines de la década de 1920, más allá de algunas rémoras, el pueblo había realizado notables adelantos. Además de los que hemos enumerado, al pedir el aumento de la dotación policial, los vecinos de Victoria prepararon un petitorio que avalaron con los siguientes datos, que aunque seguramente un tanto exagerados, expresaban la nueva situación del pueblo: 1- Un aumento considerable de la población (160 manzanas) en su mayoría edificadas. 2- La existencia de una estación del FFCA (eléctrico) con 200 trenes diarios (ramal a Pergamino). 3- Los talleres y almacenes con alrededor de 500 operarios. 4- El camino pavimentado que une Las Conchas con Capital con tráfico constante (1000 vehículos diarios). 5- Un importante centro comercial, de 200 negocios. 6- Las dos líneas de ómnibus que unen Victoria con San Fernando. 7- La costa del Río de la Plata (20 cuadras) a la que en época veraniega concurren de 2.000 a 3000 personas, en domingos y feriados. 51
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La plaza Al petitorio habría que haberle agregado que Victoria tenía ya una bonita plaza. El 14 de agosto de 1925, el Secretario de Gobierno del municipio de San Fernando, Serafín Girola tomó posesión de la fracción de terreno expropiada entre Constitución, Porvenir, Ambrosoni y “terreno municipal” en medio con Tres de Febrero (“terreno conocido como de Don Hope Van Dems) en nombre del intendente Urcola. El hecho puede registrarse como todo un acontecimiento dentro de la historia de Victoria, pues los trámites que derivaron en esta expropiación y los arreglos posteriores que se hicieron en los terrenos, dieron origen a la primer plaza de Victoria. Hasta entonces, todos los actos de importancia se llevaban a cabo en una pequeña rotonda, frente a la estación. Fue una comisión “Pro plaza de Victoria” integrada por propietarios de quintas de la ribera y vecinos “notables” del pueblo, la que propuso al Honorable Concejo Deliberante que la plaza fuera designada con el nombre de Coronel Manuel Dorrego. Poco después, en marzo de 1926, comenzó la organización para las obras de formación de la plaza, que ya había sido designada como “Coronel Manuel Dorrego”. Juan Andreotti, José Vacado, Antonio Huertas, Domingo Bordo, Conrado Palmucci, Juan B. Samucci, Juan Mosca, Manuel M. Mujica, Carlos Hora, Juan Saint Esteven, Abraham Colombo, Blas F. Burzio y Juan J. Martín, integraron una comisión que colaboró con la intendencia en las obras de iluminación. Poco después, en mayo de ese mismo año, se creó el cargo de guardián de la plaza Dorrego. Martín Otamendi fue el primer guardián designado. Las tareas de arreglo de la plaza fueron muy arduas, ya que el terreno era prácticamente una laguna. Los vecinos vieron desaparecer los primeros bancos de cemento que se colocaron; que al igual que los árboles de naranjas amargas recién plantados eran “tragados” por la laguna. Pero después de un par de años, el lugar, ya parecía una plaza. Sobre todo porque allí se empezaron a desarrollar los principales eventos, ya fueran religiosos, patrióticos o populares. Hasta allí llegaban los bomberos, con su desfile, y luego venían los músicos, la “banda de los zapateros”, gordos, italianos, humildes, uniformados, típicos de una época.
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Capítulo 13
Las comunicaciones Los ómnibus El 8 de marzo de 1924, la intendencia concedió un recorrido a “título precario” a los empresarios de ómnibus José Pasarini, Cosme Sportelli y Bermejo y Santos; desde San Fernando hasta Victoria. El recorrido se hacía considerando la pavimentación en marcha. Los ómnibus debían salir de la estación San Fernando, por San Martín hasta Constitución; por ésta llegaban a Almirante Brown, en la que giraban a la derecha, bordeando la quinta de la familia Castro -que ocupaba varias manzanas- hasta tomar Belgrano, la que recorrían hasta que se cerraba en “Progreso” (actual Nicolás Ambrosoni). En Progreso giraban nuevamente -esta vez a la izquierda- y por esta calle salían a Lavalle, que los conducía hasta la estación de Victoria. Por entonces, Constitución, Tres de Febrero y Lavalle no estaban abiertas en toda la extensión que va desde Quintana hasta Simón de Iriondo, de manera que los ómnibus adecuaban su recorrido al proceso de urbanización. Grandes propiedades en las que aún no se habían abierto calles, separaban las dos plantas urbanas que unían los colectivos. Los boletos costaban 0,10 $, el servicio era de 6 a 23 horas, y después de las 22 se pagaba el doble. Poco tiempo después, se autorizó la circulación de otra línea, propiedad de M. Sánchez -en junio de 1924 el nuevo dueño era Isaac Castorque corría -al principio sólo los jueves y domingos- entre el Canal y el Cementerio. Los coches entraban a Victoria, al igual que la otra línea, por la calle Belgrano, y en Guido Spano giraban en dirección al cementerio. Una curiosidad del decreto que permitió la llegada de esta línea hasta el cementerio, es que en su artículo tercero decía textualmente: “Al hacer el último viaje de regreso desde el cementerio, el propietario o conductor deberá tener especial cuidado y cerciorarse de que no quedara ningún pasajero sin embarcar”. Con las leyendas de “aparecidos”, tan comunes por entonces, seguramente los conductores, se cuidarían más aún de que no “regresara” algún otro pasajero. En junio de 1924, esta línea obtuvo otra autorización para ampliar recorrido, llegando también a la estación de Victoria. De todas maneras, no era muy grande la frecuencia de los ómnibus en esta dirección. Para dar-
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nos una idea del desplazamiento de aquellos días, en diciembre de 1924, entre el Canal y San Fernando circulaban 13 ómnibus de esta línea, y entre San Fernando y Victoria sólo 1. No obstante el crecimiento de la población de Victoria era un aliciente al establecimiento de nuevas líneas, y a fin de ese año se autorizó a Luis Charlone a circular desde el Canal hasta Victoria. El micro salía del Canal por Colón, luego tomaba Tres de Febrero hasta 9 de julio, y a partir de esta se dirigía hasta Belgrano la cual recorría hasta Victoria. El camino de regreso era igual al de ida. En estos ómnibus, además del conductor, viajaban en forma permanente los “guardas”, que generalmente eran menores. El periódico local, siempre quejoso, afirmaba que “los coches son sucios, y los guardas son criaturas mal habladas, mal vestidas, y sin respeto a los pasajeros”.
Omnibus de la empresa del Ferrocarril Central Argentino, que salía de la Estación Victoria
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Capítulo 14
El pueblo y sus fiestas medida que fue avanzando el siglo, las esquinas de Victoria comenzaron a convertirse en lugar de encuentro y juego, fundamentalmente para los más chicos. En estos lugares, se jugaba según la temporada: en verano a la bolita, con los vientos de la primavera llegaban los barriletes. Los viejos pobladores de Victoria recuerdan con afecto esos juegos de niños, -las bolitas, el hoyo, el arrime, la escondida, cantar canciones, etc. - que han cambiado al compás de las mutaciones más generales de la sociedad. Muchos de ellos, como la villarda o el balero han desaparecido. Un juego que no hacía diferencia de edades era el fútbol. La cancha más recordada es la del “Piave”. Esta canchita que se formó en el centro de un martillo de urbanización entre las quintas de 11 de setiembre y Carlos Pellegrini, era el sitio obligado de encuentro de los equipos del lugar. La cancha pervivió durante muchos años. En las cercanías de la estación de Punta Chica había otra cancha, del club Punta Chica. Ambos “estadios” expresaban la rivalidad y distancia de dos lugares distintos aunque cercanos. Estas diferencias, entre la ribera y el pueblo se veían expresados también en los grandes festejos populares, como los corsos de carnaval, que tenían su epicentro en la calle Santamarina, mientras que en la zona de la Ribera se perdía ese bullicio que por unos días se centraba entre la estación y la 11 de Setiembre. Las fiestas poseían una impronta necesariamente familiar y encontraban en los niños el eje de las manifestaciones. El corso infantil se llevaba a cabo en la calle Fénix -actual Don Orione, entre 11 de Setiembre -actual Pte. Perón- y García Mansilla. En aquellos corsos, recuerdan algunos antiguos vecinos, no se jugaba con agua; sí con el lanzaperfume, “que daba una sensación muy fría”. Serpentina, papel picado, y lanzaperfume, disfraces, carrozas, bailes formaban parte del ritual de cada año. Desde luego, el cine “Las Familias” fue un importante centro de sociabilidad. Además de las películas que se ofrecían semanalmente, las familias del lugar podían asistir a las representaciones de sus propios hijos;
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obras teatrales preparadas en las escuelas, generalmente con el fin de recaudar fondos para viajes o reparaciones de los edificios. Una fiesta muy particular de Victoria, aunque extendida también en otros pueblos, fue la “fiesta del árbol”. En 1929 una delegación de la Sociedad de Fomento, se entrevistaba con el intendente para impulsar la “Fiesta del árbol” en Victoria. El 15 de agosto, la banda empezó a tocar desde la mañana y se celebró dicha fiesta, en la que participaron docentes y alumnos de la escuela 9. Uno de los vecinos, el constructor Glerean había conseguido cerca de 1000 árboles, que fueron plantados ese día. La Sociedad de Fomento, emitió luego de la fiesta, el siguiente comunicado: “Pedimos a los vecinos a quienes se le han plantado árboles al frente de sus casas, tengan la gentileza de echarles un balde de agua por semana, por lo menos hasta que broten, cooperando en esta forma a una importante obra”. La “Fiesta del árbol” implicaba un necesario homenaje a los mismos, que los alumnos expresaban a través de poesías aprendidas en el colegio. En aquella oportunidad, se anunciaron las siguientes actuaciones, con lo cual se garantizó una presencia masiva de vecinos: “Los consejos del abuelo”, por María Teresa Belcredi; “El peral” y “Ceibos”, por Nélida Marcos; “El ceibo”, por Roberto Fiori; “El sauce”, por Irma Mosi; “El naranjo y el cedro”, por Adelina Sachs; “El árbol”, por Leonor Wilhelm; “El árbol”, por Nélida Ripalda; “El pino de Fromentor”, por Lía Winter. La mayor parte de las declamaciones, eran poemas de Rafael Obligado. Tampoco el teatro faltó en esa primer “Fiesta del árbol”: “El árbol y los niños”, fue la comedia que representaron Teresa Baliani, María Luisa Niño, Sara Francini y Clara Mosca.
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Capítulo 15
La vida cotidiana n la primera mitad de siglo, además de producirse la consolidación de algunos espacios institucionales, se fijaron los límites de la cotidianeidad del pueblo: las nuevas calles asfaltadas, el alumbrado, los colegios y los lugares de reunión, los potreros para los más chicos y los boliches para los adultos. Acorde con la tradición argentina, en la familia, la costumbre era que las mujeres permanecieran más tiempo dentro de la casa. La madre era ama de casa. Además de los quehaceres domésticos, era la encargada de coser la ropa (a máquina o a pulmón), zurcir medias y realizar toda clase de arreglos. Si el terreno daba, además hacía la quinta. Después, con el producto de la quinta preparaba dulces, salsas, ensaladas. Las hijas cosían “para afuera”. Cuando pequeñas, iban al asilo San Luis, hasta cuarto o quinto grado. Para el hombre, en cambio, después del trabajo, estaba el boliche. Los boliches, que todas las tardes se llenaban. Eran tres o cuatro boliches, en los que después de las cinco se jugaba a las cartas. El de Capurro, que tenía canchas de bochas, era el más famoso. Sobre la calle Santamarina, estaba el almacén de Andreotti. Allí su dueño, entre calle y calle hizo otra cancha de bochas. Algunos bares, estaban un poco más alejados del centro, y esto permitió que los pobladores de los barrios tuvieran sus propios centros de reunión, como el famoso bar de Bruno, que tuvo influencia sobre los barrios de Virreyes y Victoria. Hombres, mujeres y niños, por otro lado tenían pasatiempos comunes: uno de ellos, inevitable era contemplar la actividad callejera, la de los vendedores ambulantes. Los pescadores, que pescaban a la noche, y a la mañana salían con la “palanca” a vender. En invierno paseaban con su carga de pejerreyes y bogas, y en verano con algún surubí, un patí, o el menos preciado armado. Un espectáculo que sin dejar de ser impresionante, era habitual hasta la década de 1940 fue el de las largas caravanas de carros fruteros. Día y noche, un carrito detrás de otro, como una película sin final, atravesaban el centro de Victoria por la calle 11 de setiembre, cargando manzanas, ciruelas, o duraznos que venían del Delta. En la esquina de Uruguay y 11 de Se-
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tiembre, había un boliche donde mientras paraban también les daban de comer a los caballos; en el de Capurro, donde termina la Santamarina, -lugar en donde ahora hay una estación de servicio- había un bebedero para darle agua a los caballos. Toda la temporada de la manzana, el durazno, etc., duraba la procesión de los carritos fruteros. El trabajo de los hornos, que pululaban en los alrededores del pueblo, también formó parte de los rituales cotidianos. Primero llegaba la tropa de caballos. Los troperos tiraban la hacienda y los caballos (yeguas) las que hacían el pisadero. Después preparaban la “cancha”. Y más tarde entraban los cortadores. Cortaban los “ladrillos” y los apilaban formando el “horno”, una cavidad enorme donde se encendía el fuego. Más allá de los límites físicos del pueblo, aunque cercanos a su vida cotidiana, se criaban ovejas, vacas, cerdos, gallinas, patos, etc.; y había verduleros y fruteros que trabajaban sus grandes quintas. Aquí, la vida transcurría al compás de la labor de labriegos y de lecheros. Los Roselli, vendían al mercado de abasto cuando las plantaciones aún estaban en flor. La ganancia de la venta dependía de la cantidad de flores que hubiera en el monte cuando se efectuaba la transacción. De acuerdo a las flores era el pago. Después venían a buscar la fruta en carros tirados al principio por bueyes, y más tarde por caballos. Por muchos años unos carros enormes, con unas ruedas grandes cargaban de noche y partían de las quintas de Victoria para llegar al mercado de abasto, hasta que fueron reemplazados por camiones. En la propiedad de los Marín, en el límite con San Isidro, por muchos años se sembró batata para el engorde de cerdos. En ella trabajaron muchos pobladores de Victoria. Más allá de la avenida Carlos Pellegrini, ocupando toda una manzana se estableció una familia de floricultores: los Ravelli, que llegaron a tener 18 invernáculos. En la década de 1930, el vivero no parecía tan grande, ubicado al costado de las quintas de la ribera y frente al gran quintón, que llegaba hasta la avenida 11 de Setiembre. Por entonces, recién se iniciaba la actividad de los floricultores. La guerra provocó la llegada de la colectividad japonesa que contribuyó a que la actividad tomara mucho auge. En aquellos años, sólo los hijos del matrimonio Ravelli andaban con sus bicicletas, cumpliendo algunos pedidos que llegaban por teléfono, aparato que al igual que las flores, eran toda una novedad en la zona más poblada de Punta Chica.
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Patio de la residencia Sans Souci, de la familia Alvear. 59
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Capítulo 16
La década de 1930 a década de 1930, significó para la localidad de Victoria, el afianzamiento de una estructura urbana, que al mismo tiempo cristalizó en una topografía institucional anunciada en las décadas anteriores. Para entonces, una generación completa de niños y jóvenes habían nacido en Victoria -muchas mujeres llevaron el mismo nombre de “Victoria”y comenzaban a sumarse a la vida del pueblo, fortaleciendo un tejido que ya tenía forma propia. Con sus calles adoquinadas, su Cine “Las Familias”, sus bares, almacenes, farmacias y comercios tradicionales, sus escuelas, la Número 9 y el Colegio San José, su iglesia y su plaza, el sector céntrico se había consolidado sobre el espacio geográfico de los primeros remates iniciados en el siglo anterior: las calles Martín Rodríguez, Simón de Iriondo, 11 de Setiembre y las vías, eran el límite del “microcentro” de Victoria, a cuyas orillas se prolongaban los barrios. Sobre la antigua lonja de terrenos de la sucesión Crisol que marcaba todo el límite con el partido de San Isidro se había formado un nuevo barrio, que como otros recordaba el nombre de los primeros propietarios: Villa Crisol. En realidad, el barrio se dividió a su vez en otros dos barrios. Crisol Oeste, del otro lado de las vías, flanqueado en todo el trayecto por la calle Martín Rodríguez, llegaba lánguidamente hasta la avenida Sobremonte. Crisol Este, entre las calles Martín Rodríguez, Uruguay y 11 de Setiembre y las vías del Ferrocarril Central Argentino, formaba un pequeño triángulo que en pocos años fue asimilado por el centro. Crisol Este se continuaba en dirección a la avenida Carlos Pellegrini, pero con muy pocas construcciones. Allí, la familia Cullen-Crisol había cedido media calle, la actual Kennedy -entonces Crisol- que limitaba inmediatamente con los campos de la sucesión Plácido Marín. Estos campos, que se destacaban por su altura y gran extensión sobre todo Victoria, finalmente, hacia fines de la década, en 1939, fueron vendidos, completando el proceso de urbanización que había comenzado con la chacra de la herencia CullenCrisol. Allí, el nuevo barrio, se llamó Barrio Marín.
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Con estos loteos, la mancha urbana lograba extenderse casi por completo en la zona que hemos denominado “de quintas de labor”, culminando una etapa en el proceso de creciente homogeneización de la zona, y avanzando sobre el sector de las quintas ribereñas, algunas de las cuales también se habían subdividido, como en el caso de la quinta de Ibañez. De modo que la extensión de los loteos había formado ya en la década de 1930 un bolsón que se cerraba completamente hacia el lado de San Isidro y que dentro de San Fernando, alcanzaba los bordes de la avenida Sobremonte, la actual calle Quintana y la avenida Carlos Pellegrini (Del Libertador). La expansión física del pueblo, permitió un nuevo aumento de la cantidad de pobladores, al mismo tiempo que puso de relieve la centralidad de algunos lugares y espacios públicos. Quedaba claro ya que ciertos puntos eran los adecuados para ciertas cosas, y esto también ayudaba a crear un auténtico imaginario pueblerino, en el que se intuía por simple percepción los límites de esos espacios. El microcentro se mostraba ya como un cuerpo compacto, con una alta densidad de población, fácil de advertir en los horarios pico, donde había mayor movimiento de transeúntes y vehículos. Solamente a la Escuela Número 9, concurrían a principios de la década más de 400 alumnos. A partir de la calle Simón de Iriondo, el pueblo perdía bastante del decoro que intentaba mantener. Desde la plaza, -donde aunque con iluminación y veredas de vez en cuando se podía ver pastar a algún caballo- hacia el norte estaba muy mal iluminado, y cuando caía la noche podían más las sombras que las pobres bujías de las lamparitas colocadas en alguna esquina. Durante el día, este borde del pueblo parecía cobrar más vida que otros sectores, debido a la concentración en el “triángulo de Martinelli” donde se había establecido la feria municipal. Allí, con el adoquinado aún incompleto, el barro se convertía en uno de los temas de queja de los vecinos y la sociedad de fomento. El aspecto del pueblo, no era mejor al otro lado de la avenida 11 de setiembre. Entre Guido Spano, Simón de Iriondo, Pellegrini y 11 de Setiembre, el barrio parecía estar abandonado de todo cuidado. La calle Guido Spano, a su vez era el límite de las calles Constitución y Tres de Febrero, que estaban cortadas por una quinta, propiedad de Ojeda. En Guido Spano, un gran pantano completaba el cuadro. Para paliar las crecientes dificultades que traía aparejada la expansión del pueblo, se estableció por aquellos años la delegación municipal. Funcionó en Palacios y 11 de Setiembre -donde actualmente hay un lavadero de autos, en una casa que fue de las primeras en levantarse-.
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El hecho de que Victoria tuviera ya una sede propia para la delegación municipal, más allá de las posibilidades efectivas de la misma, implicaba la constatación de la importancia que había adquirido el pueblo, tanto por su magnitud como por su identidad. Un pueblo que había abandonado en pocos años su origen aluvial. Apellidos como Martinelli, Andreotti, Casinello, Pellegata y tantos otros que no podían ocultar el haber nacido en Toscana, Venecia, o Nápoles constituían la base del pueblo. Pero en el término de una generación se habían argentinizado, hablaban un perfecto castellano, compartían las fiestas de la nacionalidad como fiestas propias, seguían las noticias de lo que sucedía en el país e incluso en San Fernando, operaban los ferrocarriles locales, integraban la Asociación Cooperadora “Sarmiento” de la Escuela Número 9, y participaban en los “mítines” radicales de la calle Santamarina. Los primeros representantes de estas familias italianas habían llegado a nuestro país en el siglo anterior, pero los miembros más jóvenes eran todos argentinos, y en su mayoría habían nacido en el mismo pueblo, del cual se sentían dueños. Un pueblo que en sólo treinta años, se había convertido en el segundo centro de un distrito, cuyo principal asentamiento había nacido en tiempos de la colonia. Victoria exhibía entonces el orgullo de su condición, aportaba algunos de los mayores contribuyentes del municipio y reclamaba para sí el beneficio de la ciudadanía total y los adelantos que pudieran verse en el pueblo cabecera de San Fernando.
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Capítulo 17
Red institucional cercándonos a la década de 1940, un artículo del periódico La Razón, de San Fernando, planteaba el desaseo de San Fernando, y afirmaba que en Victoria se hacían cosas porque allí los vecinos sabían hacerse oír. No podemos dimensionar hasta qué punto esta aseveración se ajustaba a la realidad de aquellos años. Sí, en cambio, podemos decir que los vecinos de Victoria, sobre todo los agrupados en torno a la Sociedad de Fomento, “sabían hacerse oír”. La Sociedad de Fomento de la localidad, fundada en octubre de 1927, se había convertido al comenzar la década del ‘40 en el eje por el cual se organizaba la vida local. La Sociedad de Fomento y el Club Atlético y Social Victoria reunirán en su seno las mayores voluntades que había dado el pueblo. Pronto desearon encarar actividades en forma común, y pronto también formaron una única entidad. Mientras esto sucedía, ambas entidades eran el centro de la pequeña pero densa red de instituciones que existían en la localidad. La Sociedad de Fomento, que tenía su sede en Simón de Iriondo 1321, representaba al núcleo de comerciantes y propietarios situados en el centro del pueblo, sumando cientos de asociados que respaldaban su labor. Su radio de acción alcanzaba el perímetro comprendido entre las calles Almirante Brown, Uruguay, Sobremonte y el Río de la Plata, incluyendo las Villas Piñeyro, Laureles y Crisol. Ya hemos analizado la heterogeneidad de este amplio espacio. La Sociedad de Fomento cuya sede geográfica estaba en el centro del pueblo, representó también a nivel social el centro del mismo. Si bien expresaba particularmente, los intereses de los vecinos y comerciantes del microcentro, intervenía también en favor de los vecinos de los barrios, sobre todo del llamado Barrio Crisol. El sustento de todo su accionar se encontraba en una frase que se repitió mientras la Sociedad tuvo vida autónoma: “Nuestra asociación se ha constituido para que el pueblo de Victoria deje de ser la aldea que fue en sus primeros años”. Otras instituciones, dieron existencia al eje institucional del pueblo, entre ellas el Club Victoria, nacido en la localidad en el año 1911. Sólo
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en 1938, después de una larga trayectoria, el Club Victoria lograba comenzar la construcción de su edificio propio en las calles Ingeniero White y San José, donde se halla actualmente. La vieja sede estaba entonces en la calle Máximo Rodríguez, cercana a las vías. Ese año, el Club organizó los llamados “Grandes Bailes de Carnaval”. Poco tiempo más adelante, el Club Victoria y la Sociedad de Fomento comenzaban el camino en la formación de una nueva entidad.
La fusión
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La Sociedad de Fomento, que por muchos años luchó para obtener un espacio de recreación en Punta Chica, había conseguido un sector de la playa donde se había establecido un balneario, al que intentaba se acercaran los pobladores de Victoria. Por entonces, el sector de la playa de la Sociedad de Fomento tenía como inspector a Blas Burzio, uno de los personajes reconocidos del pueblo, escritor, periodista y orador en los actos públicos en los que se debía representar a la entidad. En la década de 1940, la Sociedad de Fomento, estaba empeñada en la promoción de la utilización de la playa de Punta Chica: “la mayoría del vecindario desconoce las comodidades que brinda”, afirmaban los fomentistas, intentando recobrar en Victoria el espíritu de los picnics de otros tiempos a orillas del río. El balneario de la entidad tenía un parque arbolado, una casilla, construida durante la administración del intendente Arnoldi y un pequeño buffet. A esto se agregaban los ya habituales baños de lluvia, una bomba, y algunas casillas pequeñas para los socios. La Sociedad de Fomento, por otro lado, se había esmerado para que el camino de ingreso, el antiguo Callejón de Ibáñez, estuviese en condiciones perfectas. La existencia de este espacio de recreación, era vista por la Sociedad de Fomento como una recuperación, toda vez que consideraba a los dueños de las quintas de la ribera como usurpadores de un espacio que siempre había sido público. No obstante, el propio avance de la institución sobre la costa, implicaba un paso más en el proceso de avance del pueblo sobre el río. Curiosamente, para entonces, la ribera parecía no ejercer el atractivo de las épocas en que el acceso a ella era más limitado. A despecho de este menor interés, una idea surgida en aquellos años favorecía la formación del primer club náutico de Punta Chica -en rigor la sección náutica de una entidad ya existente- al mismo tiempo que la fusión de las entidades más fuertes de la localidad: la Sociedad de Fomento y el Club Victoria.
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En 1948, un grupo de entidades locales, encabezadas por la Sociedad de Fomento, entrevistó al gobernador Domingo Mercante, a fin de solicitarle algunas mejoras para Victoria, entre ellas un subsidio para la concreción de una Sección Náutica de la Sociedad de Fomento en la ribera de Punta Chica. Para entonces, los interesados ya habían iniciado los trámites ante uno de los ministros del gobierno de Juan Domingo Perón, el General Pistarini, para el dragado de un canal a construir en el sector donde se establecería la Sociedad de Fomento. Ese mismo año se gestó la unión de la Sociedad de Fomento, presidida por Cirilo Alonso, con el Club Victoria, cuyo presidente era Antonio San Martín. La base de la propuesta de unión se realizó teniendo en cuenta la posibilidad de la sección náutica, en la zona que se le había otorgado algunos años antes a la Sociedad de Fomento. En abril de 1949, y mientras avanzaban las gestiones por la posibilidad del dragado, se produjo un encuentro luego del cual las dos entidades se fusionaron definitivamente. Es un hecho curioso, y por demás simbólico que este encuentro previo a la unión de las instituciones se llevara a cabo en una propiedad particular, la casa de Benito López, en Parque Ibañez. Veinte años antes, la Sociedad de Fomento cuestionaba el accionar de los propietarios del Parque Ibañez, que cerraban el paso a la ribera. Así nació el Club Social y de Fomento Victoria. La primera Comisión Directiva de la nueva entidad quedó constituida por miembros de las dos instituciones madres. Alberto L. Pascuali fue elegido Presidente y Adolfo Sesini, Vicepresidente; Félix Rodríguez fue su primer Secretario General y Alejandro Peroglio el primer Secretario. Al poco tiempo, la entidad recibía la concesión para el uso de los terrenos de la ribera de Punta Chica, donde funcionaría el primer club náutico instalado en la zona, antecedente de los clubes que se instalaron en los años subsiguientes, sobre todo a partir de la década de 1960.
La familia ferroviaria Victoria, un pueblo de ferroviarios no podía estar ajena a la organización de los trabajadores del riel, y las entidades que estos formaron influeron directa o indirectamente en el desarrollo de la localidad. Incluso a nivel simbólico es rescatable la unión entre el pueblo y los trabajadores del riel: desde un principio, una de las calles de Victoria se llamó Obreros. Más tarde como homenajes a dos líderes socialistas, esa misma arteria se llamó sucesivamente Juan B. Justo y Palacios, nombre que lleva ac-
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tualmente. Para la década de 1940, las organizaciones de trabajadores ferroviarios tenían ya una historia paralela a la historia de la propia localidad. Hacia fines del siglo pasado, los trabajadores de los talleres dieron a Victoria una de sus primeras entidades, cuando a raiz de los comunes accidentes de trabajo, decidieron fundar una filial local de la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios. El sentido de esta primer organización, si bien no era el de la defensa gremial estaba íntimamente relacionado con el mundo del trabajo. Muchos trabajadores tomaron parte de los cursos y conferencias que ofrecía la entidad convirtiéndose en especialistas en primeros auxilios, que más tarde aplicaban en la curación de los compañeros de labor. Esta organización que puso el acento en el tema de la prevención en salud, fue uno de los primeros antecedentes de las organizaciones sindicales a nivel local. Por entonces ya se había formado uno de los primeros gremios de ferroviarios, el de La Fraternidad, que reunía a un sector especializado dentro de este campo laboral. Posteriormente se formó una Sociedad Ferroviaria, que integraba a distintos sectores de los trabajadores locales. Esta sociedad, además de ejercer una representación gremial, tenía una presencia palpable como una institución de Victoria. Hasta entonces, los trabajadores ferroviarios se identificaban en dos grupos diferentes: aquellos que trabajaban en los talleres, cuya agremiación estaba unida a la de otros talleres ferroviarios y los que trabajaban en el sector de transportes. En uno y otro sector, estaban empleados muchos vecinos de lo que hemos denominado la “Victoria ferroviaria”. Todo esto otorgaba una especial vida a la localidad, que en muchos momentos, dependía de la suerte laboral de los ferroviarios: las huelgas, las fechas de cobro, los posibles accidentes y problemas laborales influían en el pueblo. Un hito importante fue la formación de la Unión Ferroviaria, que a partir del 6 de octubre de 1922 nucleó a todos los trabajadores ferroviarios, excepto los agremiados en La Fraternidad. A partir de entonces, el sector de los talleres y el de transporte quedaron unidos en una misma entidad que se fortaleció en la defensa de sus intereses. Por aquellos años, y hasta la llegada del justicialismo, los obreros agremiados estaban organizados tras ideologías de tipo socialista, en menor medida anarquistas y finalmente, sindicales. La Unión Ferroviaria, como no podía ser de otro modo levantó una seccional local en Victoria en donde había un importante núcleo de trabajadores del sector. Esta seccional sigue funcionando en la calle Simón de Iriondo. Sin duda que el hecho más destacado desde la óptica sindical y social en la década de 1940, lo constituyó el levan-
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tamiento popular que se recuerda como Día de la Lealtad. El 17 de octubre de 1945, entre los trabajadores que marcharon a la Plaza de Mayo consiguiendo con ese acto la liberación del entonces Coronel Juan Domingo Perón, estaban los representantes de la Unión Ferroviaria de la localidad de Victoria.
Plano del remate del “Quintón de Bartolosi”. Año 1939.
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Capítulo 18
El Tigre de Victoria 938 fue un año muy especial para Victoria. En su transcurso sucedieron varios acontecimientos de importancia: comenzó a circular el periódico local “El Argentino”, el Club Victoria comenzó la construcción de su sede, y se trasladaron las oficinas de la alcaldía y el registro civil. 1938, también marca el inicio del vínculo del Club Tigre con la localidad y la historia de Victoria. Ubicado su campo de juego detrás del Asilo San Luis, sobre la avenida 11 de Setiembre, el club pronto se incorporará a la vida vecinal como una institución de fuerte peso, no sólo en el aspecto deportivo sino también en la faz social y cultural. Ya en 1938 se realizaron “Grandes Bailes” en el campo de deportes de la entidad. Con frente a la Avenida, había una cancha de papi-fútbol, y un buffet grande, que era atendido por Pascual Lanciotti. Allí se hacían los Grandes Bailes, que eran verdaderas fiestas familiares y populares animadas por las más conocidas orquestas, como las de Pugliese o Darienzo. Los Grandes Bailes se hacían simultáneamente en la sede del Club en Tigre, en el Tigre Hotel y en la cancha de Victoria. En el predio de Victoria, durante las noches de carnaval, podían verse hasta casi mil personas, que ocupaban todo el salón y la cancha. En las décadas de 1940 y 1950, las grandes orquestas “típicas” y las “Jazz” actuaron en la cancha del Club Tigre. Los festejos del carnaval, estaban estrechamente unidos a los Grandes Bailes, que eran los encuentros a los que asistía más público. Pero los encuentros se extendían en otros momentos del año. En abril de 1946, actuó la The American Jazz que dirigía Armando Leone. El saxofonista de aquella orquesta era un ex alumno del San José, Antonio Bignone, que vivía en Victoria. Los Grandes Bailes de los carnavales se extendían durante varias semanas, realizándose en cada uno de ellos algún evento especial. En 1948, los Grandes Bailes de carnaval fueron siete. El primero de ellos, en el que se eligieron las aspirantes a “Reina del carnaval” fue el “De cotillón”. En las noches siguientes se realizaron los bailes “De los piratas”, “Del 900”,
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“Del Reinado de Momo”, con la elección de la reina, la “Noche de rumba”, la “Noche española”; y el baile “De despedida”, en el transcurso del cual se coronaba a la “Reina”. En cada noche, el título del baile, orientaba la forma en que los asistentes debían ir disfrazados, realizándose la elección de los mejores disfraces alegóricos lo que acreditaba un premio para los ganadores. En la faz deportiva, el Club Tigre trajo un nuevo motivo para los vecinos de Victoria, que se volcaron masivamente a sus colores. El Club realizó algunas brillantes campañas, llegando a tener jugadores de primer nivel. Los jóvenes de Victoria, que habían jugado en los potreros de la localidad encontraron en el Club el primer motivo para seguir entusiasmándose con el fútbol.
Con la música en todas partes
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Los bailes de la década de 1940 y 1950, no sólo se realizaban en el Club Tigre. Su difusión constituyó parte de una época y se dieron incluso en el más elitista Círculo Social Victoria, que tenía su sede en la calle Fénix -Don Orione- al 1200. Los bailes del Círculo, que se llevaban a cabo generalmente desde las cinco de la tarde hasta la medianoche eran amenizados por la orquesta Rossi. A veces, esta entidad organizaba sus bailes en la Sociedad de Fomento Béccar. En febrero de 1943, el Círculo Social Victoria cumplió su 25 aniversario, y lo celebró con un baile en el que actuaron Alfredo Mallarini y Juan Cafferatta. La propia biblioteca Rómulo Naón, organizaba “veladas danzantes” en la sede del Círculo Social Victoria. Obviamente, además del Club Tigre, el Club Victoria era la institución donde los bailes tenían mayor asiduidad. Cuando aún no tenía sede definitiva, algunos bailes del Club se hacían en la sede del cine “Victoria”, ex “Las Familias”. En los Grandes Bailes de carnaval, además de las orquestas reconocidas en todo el país, solían actuar algunos grupos musicales y elencos artísticos menos recordados, pero de coloridos nombres, como “El colmado de la alegría” o “Los audaces del patín”. En diciembre de 1954, en el Club Victoria, se presentó “Rosita Tulipán, bailarina de color, y su notable conjunto bailable Tropical”. Ese mismo día, el Club recibió la visita de Joaquín Petrosino, “el malo” de “Las aguas bajan turbias”. Por el Club Victoria, desfilaron la Orquesta Típica de A. Delafranca con su cantor R. Dales y la Jazz Polo; la Orquesta de Oscar Alemán y la Típica de Carlitos Figari, la Orquesta de Horacio Gollino con sus cantores Arturo Toval, Alberto Giraudo, la Jazz Saudales, la Orquesta de Aníbal Troilo y la Jazz
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de Virginio Gobbi, las típicas Howar-Landi y Franchini-Pontier y las Jazz Ken Hamilton y Raul Marengo actuarán en el club Victoria. Franchini, es muy recordado porque era vecino de la localidad. Una placa en las “cinco esquinas” recuerda a este artista.
La Avenida 11 de Setiembre (actualmente Pte. Perón) hacia finales de la década del ‘40
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Capítulo 19
Villa Crisol l crecimiento del Gran Buenos Aires, hecho que generó la formación de zonas urbanas en extensos descampados del área que rodea a la ciudad de Buenos Aires, no fue para la localidad de Victoria un fenómeno de paso raudo, como en otras localidades. El pueblo, había ido ganando espacios a su periferia rural en el transcurso de los primeros cincuenta años del siglo XX. De modo que cuando se produjo el boom de los barrios en el segundo cinturón del Gran Buenos Aires, Victoria ya había producido su propia expansión: a mediados de siglo, la mayoría de los barrios de Victoria, salvo los ribereños y los que se formaron después de la década de 1960 al otro lado de la avenida Sobremonte, ya existían. Esta situación, provocó que a mediados de la década de 1940, mientras en otros lugares muchos barrios comenzaban a asomar tras los primeros loteos, diferenciándose de los espacios urbanos ya consolidados; los barrios de Victoria comenzaran un proceso de asimilación al centro urbano, que en poco tiempo los igualó con éste en un mismo patrón edilicio. En las dos áreas extremas al núcleo central de la localidad, sin embargo, se presentaban situaciones particulares respecto a esta pauta local de desarrollo. Los barrios ribereños nacidos de la división de las grandes quintas existentes entre la avenida Libertador y el tren de la costa, con una población de alto perfomance cultural se formaron en un tiempo paralelo al de las barriadas más humildes del distrito y del Gran Buenos Aires. Y Villa Crisol, nacida en los albores del siglo, superaba a duras penas el nivel de los nuevos residentes de los barrios jóvenes de San Fernando. Quien recorriera Villa Crisol en las décadas de 1940 y 1950, no encontraría características distintivas respecto de los nuevos barrios de San Fernando. El tipo de vivienda, salvo algunas de las más cercanas a la estación, -unas contadas casonas y varios chalets- revelaba la construcción reciente y en la mayoría de los casos, inconclusa. Dos o tres cuadras más allá de la estación, en cuyo límite se encontraba la escuela del barrio, los terrenos baldíos comenzaban a ser mayoría. Antes de llegar a la avenida
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Sobremonte, la Capilla Medalla Milagrosa, alguna que otra construcción completamente terminada y varias casitas aisladas a medio construir, conformaban el resto del barrio. La mayoría de las calles carecían de cunetas y estaban mal niveladas, notándose los baches, especialmente en la calle Martín Rodríguez, principal vía de acceso al barrio. La calle Uruguay, con una zanja paralela del lado de San Isidro de más de un metro de profundidad y otro tanto de ancho, se había convertido desde principios de siglo cuando el barrio empezó a poblarse, en el principal problema cada vez que había lluvias, debido a que allí convergía el desagüe de una extensa zona. Los arroyos Gauto y Pavón, traían en su curso el agua de las “Lomas” de San Isidro, que en Uruguay desviaba hasta dar con la avenida Sobremonte. En una época, la zanja de la calle Uruguay, había servido de desagüe a la fábrica de ladrillos instalada en Béccar.
Instituciones en Villa crisol La organización vecinal de Villa Crisol, nos permite comprobar la centralidad que ejerció durante la primera mitad de siglo, la zona que hemos llamado “Victoria Ferroviaria”. Este barrio, formado junto a los talleres del Ferrocarril Central Argentino, recibió sus primeros impulsos a partir de las instituciones céntricas de la localidad, especialmente la Sociedad de Fomento de Victoria. Esta entidad, fue la que en 1928 dio el puntapié inicial para que se creara una escuela en el barrio. Posteriormente, un reconocido periodista, Félix Rodríguez, impulsó la creación de la Asociación Vecinal Villa Crisol, cuyo primer objetivo fue la erección de la escuela del barrio. En todo este período, hasta que se creó la Asociación Vecinal Villa Crisol y la Escuela del barrio, Villa Crisol no logró una organización propia, y dependió del interés y la protección de la Sociedad de Fomento de Victoria que cubría el radio completo de la localidad. Una excepción a esta situación, fueron las esporádicas apariciones de algún club de fútbol, como el Crisol Football Club, cuyo presidente fue Venancio Pérez. Esta institución, en 1938, pudo incorporar los campeonatos de bochas como segunda actividad deportiva. El antecedente más remoto de las instituciones de Villa Crisol, lo constituyen las propias escuelas. Ya en mayo de 1929, la Sociedad de Fomento de Victoria obtuvo la donación de tres terrenos, de Petrona Crisol de Molina y Elina Crisol de Cullen para la construcción de una escuela en “Crisol Oeste”. Más adelante, en el año 1945, se formó la Asociación Vecinal Crisol, cuyo principal fin fue la creación de la escuela del barrio. 76
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La Asociación Vecinal Crisol, que realizó sus primeras reuniones en la sede de la Biblioteca Naón, había sido impulsada por Félix Rodríguez, quien fue nominado como “Presidente Honorario”. Cullen Crisol y Francisco Charlín, donantes de los terrenos para la escuela y la Capilla Medalla Milagrosa, fueron incorporados como “Socios Honorarios”. Pero más allá de este impulso “exterior” que recibió el barrio, la entidad, presidida desde el principio por Enrique Chioconi, mantuvo una sólida organización que le permitió, en poco tiempo alcanzar su primer objetivo: el 19 de febrero de 1946, se creó la escuela, que comenzó funcionando en el domicilio particular de uno de los miembros de la Asociación. En abril de ese año la escuelita funcionaba a doble turno, con cuatro grados. El domingo 5 de mayo de 1946, se inauguró oficialmente. La escuela se instaló en un local alquilado en la calle J. Terri 55. La inauguración de la Capilla Medalla Milagrosa, ese mismo año, constituyó el segundo gran hecho de importancia para el barrio. En setiembre de 1946, las fiestas patronales de “Nuestra Señora de la Guardia” de Victoria, tuvieron una especial significación para Villa Crisol. Durante las mismas, la Comisión de Fiestas, que presidía Italo B. Piaggi -figura que alcanzaría un notable lugar en la política nacional en el transcurso del gobierno justicialista de aquellos años- se inauguró la Capilla Medalla Milagrosa, en un terreno donado por Francisco Charlín, en las calles Crisol -actual Kennedy- y Edison. Para entonces, la Asociación Vecinal Crisol, se había convertido en la principal entidad, trasladando la toma de decisiones y la solución de los problemas barriales, al mismo barrio. El límite de su accionar, estuvo en principio marcado por las vías del ferrocarril, -la calle Brandsen, donde realizó los primeros bailes familiares y donde se estableció, finalmente su sede- y la avenida Sobremonte. Durante 1946, y en los años subsiguientes, mientras la escuela y la capilla continuaban su propio desarrollo, la entidad siguió bregando por otras cuestiones, como el cuidado en el paso a nivel de las vías, a la altura de la calle M. Rodríguez, y fundamentalmente la solución del problema de las inundaciones, que en julio de 1946, en medio de las inauguraciones, recordaba el principal drama del barrio. Ese mes se inundaron todas las zonas bajas de San Fernando: Cementerio, Villa Piñeyro y Camino a campo de Mayo, Carupá y…Villa Crisol. El barrio, que seguía creciendo en cantidad de habitantes, con una modalidad muy especial de loteos, con terrenos que no alcanzaban los 9 metros de frente, requería algunas medidas que se pedían desde veinte años antes: el arreglo de la calle Uruguay, los desagües y la pavimentación de la avenida Sobremonte. 77
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En 1947 mientras se esperaba la solución a este problema, el barrio obtenía otros adelantos. La Administración Nacional de Agua comenzó por entonces, la instalación del agua corriente. Paralelamente, la municipalidad, arreglaba un pequeño parque para los alumnos de la escuela. El barrio, ya reconocía a algunos hombres de San Fernando, en los nombres de sus calles: Crisol, Bolloqui, Pincirolli.
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Vida cultural n las décadas de 1940 y 1950, paralelamente a la organización de encuentros populares, como los bailes de carnaval, los festejos patrios o las fiestas patronales, que marcaron toda esa época, se concretaron otros, más ligados al terreno del arte y el conocimiento. Los mismos clubes, organizaban, en forma paralela a los “Grandes Bailes”, algunos encuentros a los que se calificaba como eventos “culturales”. Las conferencias, sobre temas tan disímiles, como la “lucha antivenérea” “La batalla de Tucumán” o “El plan quinquenal y sus beneficios” se convirtieron en otro motivo para el encuentro, cuando todavía no había hecho irrupción la TV. Aunque la mayoría de las instituciones promovía algún tipo de conferencia entre sus asociados, la Biblioteca Popular “Rómulo Naón”, fue el espacio específico para este tipo de reuniones. La Biblioteca, cuyo nombre recuerda a uno de los grandes promotores de las bibliotecas populares, el Doctor Rómulo Naón, había nacido en 1938 en el Círculo Social Victoria, en cuyo local - calle Fénix 1200, actual Don Orione- funcionaba su sede. Su creador y primer presidente, fue Albino R. Bartolo, quien a través de diversas gestiones logró donaciones importantes que en pocos años, dotaron a la entidad de una importante cantidad de volúmenes. En junio de 1943, la Biblioteca se trasladó a la calle Santamarina 1315. El 25 de setiembre de 1946, la Cámara de Diputados de la Nación donó $90.000 a la Biblioteca Popular para la construcción de su sede propia. La Biblioteca se convirtió en un centro cultural de relativa importancia para el pueblo. En ella se daban cursos gratuitos de telegrafía, aeromodelismo, bordado a máquina, corte y confección, solfeo, taquigrafía y encuadernación. También se practicaba ajedrez. Una actividad que se desarrollaba de manera tradicional en la Biblioteca eran los “repartos de víveres entre las familias pobres”, que se efectuaban en el transcurso de las fiestas patrias. La acción de la Biblioteca era complementada por la de los periódicos,
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que además de la información, daban lugar en sus páginas para la expresión de los autores locales. Tal vez el más antiguo poeta que haya vivido en Victoria, fue Vicente Scarone, hermano de una de las primeras maestras del pueblo y reconocido político. Posteriormente hubo otros, como Enrique S. Migliorelli, quien fue autor de dos novelas: Valle Místico y Los Buitres. En la década de 1940, los mismos periodistas, son también esmerados escritores. Tal vez el que logró una mayor trascendencia fue Blas Francisco Aurelio Burzio, quien además de colaborar en distintos periódicos de San Fernando, lo hizo también en las más conocidas revistas de la época. Bibliotecario y docente, la mayor parte de sus escritos tuvieron un enfoque religioso y filosófico. En 1947, Blas Burzio dirigía su propia revista, “Carácter”, que ese año pasó a ser editada por otro periodista de Victoria: Domingo Enrique Bordo. Bordo era a su vez, director de “La Voz del Norte”. Por entonces, circulaba otra publicación de gran significatividad para Victoria: “El Argentino”, que desde 1938 dirigía Félix Rodríguez. Completaban la nomenclatura de publicaciones de aquellos años, Aurora, que era editada por el Club Victoria, y Victoria, el periódico de la Sociedad de Fomento. Todos estos emprendimientos periodísticos, tenían con la comunidad de Victoria un particular vínculo, ya que no entendían la propia labor como la misión de transmitir información. En cierto modo, participaban de las características de lo que hoy se suele llamar “periodismo cívico”, por el interés que ponían en incitar a la comunidad en acciones solidarias. Además de las publicaciones de las entidades que perseguían una finalidad netamente social, quién más acento puso en la labor “cívica” fue Félix Rodríguez. Su actividad como periodista lo llevó a intervenir en todas las instituciones locales, siendo fundador de algunas de ellas y presidente de otras. Al momento de crearse la sección náutica de las fusionadas Sociedad de Fomento y Club Victoria, Félix Rodríguez era presidente de la entidad “Club Social y de Fomento Victoria”. Intervino en la creación de la Asociación Vecinal Crisol, la Biblioteca e incluso en el establecimiento de la estación ferroviaria de Virreyes. Su periódico, “El Argentino”, mantuvo una constante preocupación por la localidad, y en particular por los barrios: Villa Adalgisa, Villa Laureles, Villa Piñeyro y Villa Crisol. Domingo Enrique Bordo, director de “La Voz del Norte”, fue presidente de la Cooperadora de la escuela Número 9. La vida cultural, finalmente se completaba con los espectáculos que ofrecía el Cine local, que en su última época se llamó “Rex”. Hacia fines
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de la década del 50, la antigua sala se presentaba completamente renovada. La sala contaba entonces con “pantalla panorámica”, “proyección súper luminosa”, y “sonido de alta fidelidad”. El polo cultural, estuvo representado por la zona central de la localidad, lugar donde se establecieron los principales colegios, la Biblioteca “Rómulo Naón”, y la sede de las instituciones históricas. En la década del cincuenta, el centro de la localidad -que durante un breve tiempo llevó el nombre de “Evita”, al igual que la estación- se había consolidado como el centro en el cual, residían además de los comercios más antiguos, los profesionales que brindaban sus servicios en toda el área, como médicos y abogados. Mientras que San Fernando llegaba a tener más de treinta farmacias, y los barrios periféricos de Victoria, ninguna; el centro de la localidad llegó a poseer nueve, la mayoría de ellas ubicadas a lo largo de las calles Santamarina y 11 de Setiembre, que eran las arterias donde se desplegaba mayor actividad.
Quinta de Dorrego. En las décadas del 50 y 60 se registró la subdivi sión y loteo de las grandes quintas de Punta Chica. 81
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Capítulo 21
La década de 1960 urante la década de 1960, la localidad de Victoria ha completado su expansión urbana, incluso en los frentes rurales más allá de la avenida Sobremonte y las viejas quintas sobre la barranca de Punta Chica. En la zona de las quintas, se van a formar barrios residenciales de medio y alto nivel económico. Allí se instalaría, ya entrados los años ’80 la Universidad San Andrés, que alcanzó en pocos años prestigio entre las capas altas de la población porteña. Más allá de las vías del tren costero, los primeros clubes náuticos no alcanzan aún el estilo edificatorio que tendrán más tarde. En el transcurso de esta década, la población de San Fernando, aunque con un desarrollo menor al de otros períodos de su historia, ha crecido más que otros distritos del conurbano. Su población se multiplicó, sobre todo en los barrios de reciente formación. La localidad de Victoria reprodujo, de manera parcial, lo que estaba sucediendo en todo el distrito: los barrios incrementaron su población, mientras el casco histórico se estancaba. El centro de la localidad de Victoria, con 12.900 vecinos, prácticamente mantuvo el mismo nivel de población que en la década anterior. Este factor, agregado a una casi nula renovación de edificaciones en la década precedente acentuó el carácter histórico del centro (ver Plan Regulador, 1961). La franja de terrenos a ambos lados de los talleres ferroviarios, de aproximadamente 1 kilómetro de extensión, entre la calle Brandsen y la avenida Sobremonte, en cambio creció enormemente, alcanzando una población de 5.819 habitantes, casi la mitad de la que vivía en el centro. Lo mismo sucedería más allá de la avenida Sobremonte y la Ruta Panamericana, donde el área de Las Lomas, alcanzó una población superior a los 17.000 habitantes. Punta Chica, aunque continuó poseyendo una porcentaje de pobladores exiguo respecto del total de la localidad, sin embargo, también experimentó un notorio crecimiento poblacional, producto de los loteos de las grandes quintas; pasando de 1.210 habitantes en 1960, a 2.264 habitantes, casi el doble, en 1970. En la zona de la ribera, escasamente poblada, comen-
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zó no obstante un proceso en pos de su usufructo, que derivaría en la instalación de varios clubes náuticos. De manera que durante la década de 1960 asistimos al fin de un proceso iniciado setenta años antes, con el total -o casi total- parcelamiento de los terrenos periféricos al centro de la localidad. La zona de Punta Chica se mantuvo en un centro residencial de alto nivel, que fue acompañado por el proceso de generación de un área náutica en la ribera; mientras que el área de los barrios más jóvenes se pobló de industrias que atrajeron a gran cantidad de trabajadores. Por aquellos años, se resolvió -aunque no de manera definitiva- el problema de las inundaciones en el barrio Crisol, con la obra de entubamiento a lo largo de la calle Uruguay. En estos dos sectores, los de más reciente poblamiento, se constituyeron dos tipos de entidades que marcaron las distancias sociales que los separaban. En los barrios nuevos, se crearon nuevas sociedades de fomento; en la ribera de Punta Chica, en cambio comenzó la instalación de los clubes náuticos, que atrajeron, cada vez más, a los sectores de mayor poder adquisitivo. Los barrios más antiguos, en cambio, no experimentaron una renovación de su vida institucional que permaneció ligada al centro de la localidad, con el cual habían culminado por formar un sólo cuerpo.
Villa Crisol Oeste
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El barrio de Villa Crisol es la zona en donde los cambios fueron más notorios. Con un importante crecimiento poblacional que fue densificando la zona de antiguo asentamiento, el barrio se extendió también, más allá de la avenida Sobremonte. Toda el área, uno de los últimos rincones del distrito que aún no había sido subdividido en lotes urbanos, tenía hacia fines de la década del cincuenta un aspecto que pronto se modificaría. Quien recorriera la zona por entonces, se encontraría con un barrio completamente distinto al actual. En el lugar donde funcionaba la escuela 33, estuvo anteriormente la cancha de fútbol de la Asociación Vecinal Crisol. Desde allí, en dirección a la avenida Sobremonte comenzaba el descampado. Incluso cerca de la misma escuela había muchos terrenos baldíos. En las inmediaciones, en un terreno de veinte metros de frente, por cuarenta de fondo, y rodeada por eucaliptos, había una casilla en la que funcionaba una nueva sociedad de fomento, la Junta Vecinal Reconquista; y más allá, en la continuación de la avenida Sobremonte, del lado de San Isidro, el mercado de abasto, que aún no funcionaba, sólo es-
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taba el edificio. Aunque el sector se presentaba como un gran descampado, con amplios terrenos desiertos, con calles de tierras y zanjas enormes, recién después de la avenida Sobremonte comenzaba la zona netamente rural. Allí, y ocupando un espacio que cruzaba el Acceso Norte y la actual avenida Blanco Encalada, zona conocida desde el siglo pasado como Las Lomas, estaba la fábrica de ladrillos cerámicos de Luchetti y Fontana, instalada desde 1944. Entre la avenida Sobremonte y el sector donde comenzaban las lomas, había un extenso bañado en el que se registraba la sola presencia de una vieja casa de la familia Chiapessoni. El bañado llegaba hasta el lugar que hoy ocupa un barrio privado, detrás de la Escuela Número 4. Estos terrenos, antiguamente de la familia Piaggio -así se llamó la avenida que los circunvaló y que posteriormente recibió el nombre de Malvinas Argentinas- eran flanqueados por la calle Uruguay y las vías del ferrocarril Bartolomé Mitre, a cuya vera crecían tupidos cañaverales. El campo, todavía indiviso estaba poblado de cina-cinas y sauces. Apenas llovía un poco se llenaba de ranas y anguilas. También había patos y liebres. Por el lugar donde se formaría la continuación de la calle Martín Rodríguez, cruzaba un trencito, sistema decouville, de siete u ocho vagones, que atravesaba el bañado llevando tierra a la fábrica de ladrillos. Los pibes del barrio se colaban en el último vagón, en el que generalmente iba un “guarda”: con una mano se aferraban al vagón, mientras en la otra llevaban la “perrera” y los “palitos engomados” con los que atrapaban jilgueros, corbatitas, cabecitas negras, mixtos, etc. Incluso durante la década de 1960, cuando ya comenzaba a edificarse del otro lado de la avenida Sobremonte, el trencito siguió pasando. El panorama no era diferente en todo el trayecto de la avenida Sobremonte, detrás del cementerio y el destacamento, creado en la década de 1950. Hasta la loma, donde había unas cuantas casitas, era todo un extenso bañado. Hacia el lado de Virreyes, a la altura de la calle Pasteur en su cruce con la calle 4 -actual Italia- estaba el casco de las tierras de Fernando Alvear, que dominaban una amplio espacio. Con un sector del barrio Villa Crisol casi desierto, y una amplia fracción de campo detrás de la avenida Sobremonte, sin calles asfaltadas, no era extraño, que en el lugar, hasta entonces, e incluso tiempo después existieran todo tipo de repartos y servicios efectuados con carros y caballos: el hielero, Juan Bautista Moreira que vivía en el barrio; el querosenero, que venía de Las Lomas; el botellero, Ernesto Cuevas, seguido de 85
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10 o 12 perros; y los Saltamore, ordeñando sus vacas frente a las mismas casas, ponían el toque rural a aquella barriada que comenzaba a formarse. El crecimiento demográfico aquí sí, fue entonces explosivo, y al mismo tiempo determinante de los cambios que se sucedieron. A poco de comenzar a poblarse la zona, los vecinos comenzaron a organizarse. La Junta Vecinal Reconquista, que había tomado su nombre de la escuela Número 33, fue la primera entidad que surgió. Esta Sociedad de Fomento se fundó el 24 de mayo de 1952, siendo Roberto Berrier su primer Presidente. Los vecinos, agrupados en la Junta Vecinal Reconquista, comenzaron ocupando en carácter de préstamo una casilla, en la que instalaron un buffet. Allí realizaba sus reuniones la Comisión Directiva y se organizaban kermesses, festivales folklóricos y bailes familiares donde se recaudaban fondos. Con el tiempo, lograron construir una sede propia, que aún sigue funcionando en Independencia 152. En esta Sociedad de Fomento se asentó la primer sala de auxilio de la zona, que luego se cerró durante el gobierno militar del “Proceso”. Dentro de la sociedad funcionó, aunque por breve tiempo una peña folklórica, y una biblioteca. Actualmente desarrollan actividades deportivas, fútbol infantil. La extensión de los loteos sobre los campos de la fábrica de ladrillos cerámicos de Luchetti y la contigüidad con San Isidro originó varios problemas a los pobladores, de difícil solución. Durante la década de 1960, se empezaron a levantar los terrenos del bañado y comenzaron a lotearse los campos cercanos a la fábrica de ladrillos. La lonja de terrenos entre las calles Martín Rodríguez y Uruguay fue la primera en poblarse. Desde Sobremonte, cuatro cuadras hacia la ruta Panamericana. Pronto se formó allí una nueva comunidad, que aunque vinculada al barrio Crisol, poseía características distintivas que se fueron acentuando con el correr de los años: allí se establecieron gran cantidad de industrias y en los últimos años, algunos barrios privados. Del otro lado de la avenida Sobremonte, sobre la calle Malvinas Argentinas, se fundó la Sociedad de Fomento Argentina, pero después de algunos años cesó en su funcionamiento, dejando sus instalaciones a la escuela Número 4, antes de que ésta se trasladara a su actual domicilio sobre la calle Martín Rodríguez. Este barrio, se había formado a partir de una villa de emergencia instalada en el lugar hacia de la década. Cuando la Sociedad de Fomento Argentina se extinguió, la Junta Vecinal Reconquista extendió su zona de influencia hasta la fábrica de Luchetti. La principal acción de las Sociedades de Fomento fue buscar soluciones a los problemas de desagües y poner en estado de viabilidad las calles y
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veredas, levantándolas con todo tipo de materiales de desecho. La Junta Vecinal construía unos baldosones cuadrados, con los que se efectuaron la mayoría de las veredas del barrio. El problema de los desagües se alivió durante un tiempo, cuando se construyó el canal Gauto-Pavón. Paralelamente, en la década de 1960 se asfaltaron algunas arterias importantes, como la calle Uruguay y la avenida Sobremonte, lo que facilitó la entrada y salida de los barrios, que era otra de las preocupaciones de los vecinos. Al principio, el único colectivo que llegaba hasta los “fondos” de Villa Crisol, era el 7 -actual 707-, que venía de la localidad de Béccar. A mediados de la década, empezó a pasar el 710. Como venía del centro de la localidad, se suscitó desde un principio, el problema del paso de las vías. De manera que como solución, se implementó un recorrido que llegaba sólo hasta la estación. Al finalizar la década de 1960, con una masa importante de pobladores, con servicios instalados, con asfaltos, con algunas industrias y con salidas vehiculares hacia San Fernando y Victoria, el aspecto de Villa Crisol y el antiguo bañado había cambiado mucho, aunque faltaban otras mejoras, que deberían esperar un par de décadas más para su concreción.
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Capítulo 22
Los clubes náuticos l primer antecedente de los clubes náuticos de la ribera de Punta Chica, fue la concesión que se le hizo a la Sociedad de Fomento de Victoria, en 1939. Un edificio de madera sobre pilotes, fue la sede del balneario que la Sociedad de Fomento explotó por años, y a partir del cual surgió la idea de la constitución de una sección náutica de la entidad. Poco después de que se formalizara la unión entre la Sociedad de Fomento y el Club Victoria, se constituyó la sección náutica. La nueva entidad, denominada Club Social y de Fomento Victoria, recibió en 1952 la concesión para el usufructo de los terrenos, que llegaban hasta el límite de la continuación de la calle Victoriano Montes -antes Callejón de Juanillo-. El acceso principal a la sede náutica del Club se ubicó a 200 metros de la calle Ibañez, -actual Ricardo Rojas-. El terreno ocupaba una superficie total de 32.246 metros cuadrados, con casi 140 metros de frente al cami no de la ribera y poco más de 220 metros de ingreso hasta el río. Más allá de una frondosa arboleda de sauces, la sede náutica no poseía ningún atractivo especial, como tampoco lo tuvieron los restantes clubes náuticos que se instalaron por entonces. Al lado del Club Social y de Fomento Victoria estaba el Club Náutico General San Martín, con un frente de 142 metros y 246 metros de fondo hasta el río. Este club, contaba a fines de la década de 1960, con quincho, buffet, galpón, portería, y un taller astillero. El acceso principal a la sede del club era la calle Ricardo Rojas. En todos los casos, los Clubes debieron sortear las dificultades que implicaba el cambio de jurisdicción de los terrenos de la ribera, dependientes en un momento de la Dirección Provincial de Turismo, y más tarde de los mismos municipios, quienes fueron los responsables de implementar una política de desarrollo turístico en sus áreas respectivas. La transferencia a los municipios se efectuó en el año 1972. Por otro lado, la idea de un San Fernando “Capital Nacional de la Náutica” dio un importante impulso a la actividad de los clubes náuticos, que con el correr de los años, fueron ocupando la zona más baja de la ri-
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bera, sector que durante muchos años permaneció semiabandonado, cubierto de juncales y bañados. Entre los clubes náuticos que se instalaron en la década de 1960, encontramos el Yacht Club Atlántico, y el Club de Veleros Barlovento, ubicado entre el Club General San Martín y el Yacht Club Atlántico. En todos los casos, los clubes pagaron un canon al municipio, y tomaron para sí la responsabilidad del mantenimiento de la ribera como un área de turismo. En 1972, los terrenos que ocupaba el Yacht Club Atlántico en la ribera de Punta Chica, fueron reincorporados al uso público. Ocupando un sector de terrenos de la ribera, entre los clubes náuticos, estaba el balneario, que comenzaba a la altura de la calle R. Rojas, por la cual se ingresaba al mismo. Después de la playa de estacionamiento se encontraban los vestuarios y en las cercanías de la playa había una cancha de fútbol. Sobre un lateral estaban el kiosco y un quincho. En dirección a San Isidro, el balneario limitaba con el Club de Sociedades Gallegas (Federación de Sociedades Gallegas de San Fernando) y el Club Náutico Albatros. El balneario, con instalaciones más precarias que los clubes náuticos, funcionó por temporadas, en algunas de las cuales fue explotado por particulares. Al igual que en el caso de los clubes náuticos, los particulares se comprometían a limpiar la playa de juncales y malezas, nivelar la calle de acceso, podar los árboles para formar un camping, etc. Quienes asistían a la playa de Punta Chica, por entonces, podían acceder a un pequeño balneario que poseía mínimas comodidades, un bar y parrilla y un sector de karting, además de una frondosa arboleda en pleno crecimiento. Los antiguos vecinos de Victoria recuerdan aún las playas de Punta Chica. Esas playas en las que en un tiempo, para poder bañarse, los hombres debían usar “pecheras” para tener cubierto el cuerpo entero. Bajando por la calle Del Arca, entre las vías del bajo y el río, en el “límite” entre Victoria y San Fernando, crecieron a partir de la década del ‘80 nuevas marinas y barrios privados como Marina del Norte y Marina del Buen Puerto. Desde la prolongación de la calle Del Arca hasta la prolongación de la calle Lanusse, se destaca la Costanera Municipal que permite disfrutar a todos los vecinos de 400 metros con frente al río. Detrás de la Costanera Municipal se encuentra la Marina del Sol, y en dirección a San Isidro la guardería y empresa náutica Canestrari Hnos., la Asociación Deportiva y Cultural del Norte y la Asociación Civil Escuela Escocesa San Andrés (Universidad de San Andrés). Limitando con esta última se encuentra el Club de Veleros Barlovento. Linderos con la nueva costa del río Luján, entre la prolongación de la calle Simón de Iriondo y la ca90
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lle Uruguay se encuentran el Club San Martín, el Club Social y Fomento Victoria, el Parque Náutico Punta Chica y el Club Náutico Albatros, que tiene su ingreso por San Isidro. Detrás de los clubes náuticos, bordeando la calle de ribera, Avda. Luis Piedrabuena se encuentran los astilleros Pagliettini, y más allá de la calle Ricardo Rojas en el límite con San Isidro, el Centro de Industriales Panaderos de Buenos Aires y la Sociedad Alborada.
Entre las décadas del ‘60 y el ‘ 80 se multiplicaron las amarras en Victoria y San Fernando
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Crisol cambia. Barrio privado en las cercanĂas de Acceso Norte.
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Capítulo 23
Los años recientes n los últimos tiempos terminó por consolidarse un modelo urbano que venía perfilándose desde principios de siglo. Seguramente algún matiz de diferencia aportó la formación de los barrios al oeste de la calle Brandsen y los talleres ferroviarios, al igual que la instalación de los barrios de Punta Chica y los clubes náuticos; pero de todos modos, la localidad de Victoria completó un desarrollo que parecía estar inscripto desde el inicio como un específico y particular programa. Al recorrer la localidad, se pueden corroborar las líneas de su historia, remarcadas en su particular trazado urbano y en la topografía de su vida institucional. Parte de la actividad de principios de siglo, nacida en el centro de la localidad, se mantiene dentro de este sector, con la pervivencia de algunas instituciones como el Club Social y de Fomento Victoria, la Biblioteca Popular “Rómulo Naón”, y el Club Tigre, que con una trayectoria de sesenta años se ha convertido también en una entidad tradicional de la zona. Por este club pasó la década de 1960 con la música de Billy Caffaro peleando por entrar a la cancha, y resistido por los más tradicionales “tangueros”; como también aquellos corsos con el furor de los “Grandes Bailes”; pasó la década del 70 con su desfile de murgas y comparsas -los “Dandys de Victoria”, los “Cometas”, los “Galanes”, que eran murgas de la zona con 300 o 400 personas; y finalmente, pasó la década del ochenta con el Gotán, que unía el tango y la música tropical, anterior a las bailantas que se apoderaron del Club y atrajeron una enorme cantidad de público en esta década que aún no culmina. El centro de Victoria mantiene el atractivo de sus adoquinados, algunos antiguos almacenes como aquel de don Nicola Domici, frente a la estación, que hasta un tiempo atrás supo mantener el “estaño”; y las construcciones de principios de siglo que la asemejan, por su aspecto “tradicional” a la ciudad cabecera de San Fernando. En Victoria funcionan varias escuelas primarias de carácter estatal y privado, y algunas secundarias de carácter privado. Las escuelas están ubicadas, mayoritariamente, en el Centro de la localidad y la avenida Libertador. La escuela 9 y los
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colegios San José, Winter Garden, Cardenal Copello, San Luis, y María Jáuregui de Pradere atraen una importante cantidad de alumnos de la localidad y zonas vecinas. La avenida Presidente Perón, ha extendido el área comercial del centro urbano, encontrándose en todo su recorrido una gran variedad de comercios. La calle Santamarina, por otro lado, se reafirma como el Paseo central de Victoria. Más allá de las vías del ferrocarril Mitre, la sede de la Asociación Vecinal Crisol, anuncia la entrada a uno de los barrios antiguos de Victoria, y de mayor desarrollo en los últimos tiempos. Villa Crisol tiene ahora salida a San Fernando y Victoria. Circulan los colectivos 710, 707, 343 y 60. Entre sus escuelas, se hallan la Número 33, la Número 4 con un edificio recientemente construido, y en las cercanías de la comisaría, la escuela Número 29. Próximos a la Escuela Número 4, en la calle Martín Rodríguez, también funcionan un Centro de Salud y un Taller Protegido y de Rehabilitación para discapacitados. A partir de la avenida Sobremonte, en dirección al Acceso de la Ruta Panamericana, y detrás de ésta, se han formado nuevos barrios junto a una zona industrial. Hasta hace pocos años estuvo allí la fábrica de ladrillos de Luchetti. En la actualidad, hay varias industrias, vinculadas a la alimentación, químicas, y metalúrgicas. Hacia Virreyes, y lindando con el “barrio Mejoral”, también se encuentra el complejo conocido como Mil Viviendas, que aportó una importante cantidad de nuevos vecinos al San Fernando actual. Entre otras industrias menores, hay empresas muy importantes, como Molinos Río de la Plata, que ocupa el lugar donde primeramente estuvo la fábrica de ascensores Otis y luego la empresa Ford Motors; o la fábrica de golosinas Stani -actualmente Stani-Cadbury- que a partir del año 1972 se instaló en la zona, trasladándose del barrio Once, de Buenos Aires. Detrás de esta empresa, sobre la calle Martín Rodríguez, está la empresa de cosméticos Avon. A la altura del Acceso Norte, se encuentra la fábrica Mejoral, en la calle Carlos Casares. Sobre el Acceso Norte, y ocupando un frente de cuatro cuadras, se halla Farmasa SB y en la avenida Malvinas Argentinas, la fábrica de Chuker. Finalmente, recostada sobre la avenida Blanca Encalada y ocupando un amplio predio se encuentra la industria Fate. Entretejidos con las fábricas se han formado algunos barrios privados como “La Chacra” y “Victoria” ubicados sobre los terrenos baldíos de la fá94
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brica Luchetti. No obstante la presencia de las nuevas urbanizaciones y las fábricas, la población mayoritaria del lugar corresponde a los barrios de Santa Rosa, Bartolomé Mitre y Villa Jardín, que se han formado en esta antigua zona de Las Lomas. Estos barrios, surgidos en las últimas tres décadas poseen organizaciones vecinales que en algunos casos se encuentran sólidamente establecidas. El barrio Santa Rosa, que ocupa un rectángulo de forma alargada entre el Acceso Norte, la calle 4 -Italia-, Carlos Casares y Malvinas Argentinas posee una Sociedad de Fomento en la que funciona el Centro Cultural “La Vía”. Entre el Acceso Norte y la avenida Blanco Encalada, el barrio Mitre, también posee una Sociedad de Fomento. En esta zona, funciona la escuela Número 37, y en sus cercanías la única escuela estatal media de Victoria, la Escuela Media Número 2 “Hernandarias”. El barrio de más reciente formación, Villa Jardín, también posee una Sociedad de Fomento. La labor de la Capilla Medalla Milagrosa, donde no hay cura establecido en forma permanente, se complementa con un centro misional en la calle Mendoza, donde se dan misas los días sábados. Al mismo tiempo, existen varias iglesias evangélicas, ubicadas en su mayoría, sobre la calle Uruguay. La Junta Vecinal Reconquista, en los últimos años pone sus esfuerzos, principalmente en la formación de equipos infantiles de fútbol y en la práctica de este deporte. En 1988 se establecieron nuevos límites a las localidades que integran el distrito de San Fernando. De esta manera, las tres localidades que forman el partido, San Fernando –localidad cabecera-, Virreyes y Victoria se han estructurado, cubriendo cada una de ellas un sector de las zonas más recientemente pobladas al oeste del arroyo Cordero. Según esta división administrativa, la localidad de Victoria se extiende entre la ribera del Luján, la calle Uruguay que separa San Fernando de San Isidro, Río Reconquista, Malvinas Argentinas, Pasteur, General Mansilla, Quintana y calle Del Arca. La nueva división del distrito, rescata las diferencias naturales del territorio, al mismo tiempo que las características de los asentamientos poblacionales y su antigüedad histórica. En el mapa de San Fernando, a fines el siglo XX Victoria ocupa un territorio mucho más amplio de aquel con el cual nació hacia fines del siglo pasado. Hemos intentado, en este libro, que aquí concluímos, ofrecer una explicación acerca del modo en que esa expansión se produjo a lo largo de más de cien años de historia sanfernandina. 95
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Contribuciones
“PROYECCIONES DE LA FLOR AZTECA”
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unque el cansancio intente doblegar la voluntad, las imágenes que disparaba Umberto Della Rosa (h) hicieron focalizar mi viaje de regreso a los comienzos de este siglo donde el cine se disfrutaba precariamente sin sonido. La primer imagen se sitúa en aquel cine que ya no existe, muy cerca de la estación Victoria, donde Umberto Della Rosa padre, inmigrante de origen italiano que a la edad de 12 años vino a este país absolutamente solo para trabajar y progresar. En principio fue el barrio de Flores el que lo albergó, hasta que decidió establecerse en Victoria donde, tal vez por razones comerciales, construyó aquel cine que llamó “La Familia”. En la infancia se observan las cosas de otra manera, es por eso que hoy Umberto (h) no sabe responder exactamente qué sensación le produjo escuchar la voz de Carlos Gardel; a mi humilde entender, la figura más importante que ocupó el espacio físico del recinto. En este particular sitio el paso del tiempo, que es como la ceniza que no puede ser contenida entre las manos, como el humo del cigarrillo que forma lugares sin espacio pero con forma, que crea imágenes distorsionadas pero visibles; fue hospedando diferentes “empresarios” y diversas actividades. Las fiestas de carnaval son recordadas, los concursos de preguntas y respuestas, los ilusionistas también; creo que de todos ellos, lo que más recuerda Umberto (h) es el número llamado “La Flor Azteca”. Ese número consistía en colocar a una persona del público en una guillotina, donde sin anestesia hacían rodar su cabeza por el escenario dando chorros de sangre, para luego colocarla en un gran jarrón.
Lo más sorprendente de todo es que la cabeza hablaba. “-Era todo un juego de luces-” recuerda Umberto divirtiéndose con lo grotesco del truco y de la escena. “-La gente atrae gente-” dice refiriéndose a la modalidad que en algún momento se la llamó cine continuado, creo que él también atraía al cine. Una amiga que trabajaba en la productora de cine “Baires” le presentó a Lucas Demare, quien observándolo en un bar de San Fernando, próximo al Canal, le propuso hacer de guapo en una de sus películas. Otras tantas oportunidades vinculadas con el cine aparecieron, pero siempre las rechazó. En aquel cine donde, en un principio había un pianista que tocaba mientras rodaba la película y donde luego el disco de pasta giraba sin hacer coincidir la escena, donde el blanco y negro mostraba la época dorada de nuestro cine, Umberto presenciaba todos estos cambios y los disfrutaba. En realidad este cine de pueblo era un fragmento de historia que dejamos pasar, dejamos que ese ilusionista haga el acto de “La Flor Azteca” y ahora solo existe el recuerdo. Las necesidades cononómicas formaron parte de este acto, pero de nada sierve tratar de recuperarlo con el pensamiento. En realidad todo está más allá, más allá de la importancia de haberlo perdido para siempre. Alejandro Pereyra (Extracto de un reportaje a Umberto della Ro sa, que obtuvo el 1er premio del certamen His tórico-Vecinal “Semblanzas Sanfernandinas”, organizado por la Asociación San Fernando Tradicional en 1998).
De Punta Chica a Victoria
Agradecimientos Agradecemos la colaboración de: Personal del Archivo de Geodesia del Ministerio de Obras Públicas de la Provincia. Personal del Archivo Histórico de la Nación. Personal de la Biblioteca Juan N. Madero de San Fernando. Personal de la Biblioteca “Rómulo Naón” de Victoria. Personal del Archivo Histórico y Biblioteca Municipal de San Isidro. Personal de la Dirección General de Comunicación Social, de la Dirección de Catastro y de la Dirección de Decretos y Despacho de la Municipalidad de San Fernando. Secretaría del Concejo Deliberante de San Fernando. Instituto Emilio Ravignani, de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Academia Nacional de la Historia. Personal de la Biblioteca y Hemeroteca de la Biblioteca Nacional. Instituto de Estudios Históricos de San Fernando de Buena Vista. Y muy especialmente a: Bernardo Lozier Almazán, Yolanda Montani, Alberto N. Manfredi, Pedro Pellegata, Gloria Cruzado de Rodríguez, Miguel Angel Moreira, Natividad Oviedo, Luis Osvaldo Legnani, Pedro Lauro Sánchez, Victorio Ravelli, Norberto Raveca, Rodolfo Natalio Enrique Andreotti, Héctor O. Calcagno, Jorge Barberini, Marta Turón, Rubén O. Colombo, Ana María Venencio Díaz, Nazareno Scialpini, Vicente Cosentino, Carlos Ibarra, Mabel Jáuregui, Cristina I. de Ambrosoni, Elena Ana Pasquali, Marcelo Luis Biasotti, Alejandra Firpo, Jorgelina Alvarez, Andrés Ficara, Víctor Bocci, Natalia Porión, Fernando Lynch, Amalia Sosa, Rubén Daniel De la Iglesia, Horacio Merlo.
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Bibliografía Burone Risso, Enrique: Las viejas quintas de San Fernando, 1982. Cordero, Héctor Adolfo: La educación en San Fernando, origen de nuestras primeras escuelas, 1963. Cordero, Héctor Adolfo: Del San Fernando de Ayer, la inquietud de una época en sus poetas, 1951. Instituto de Estudios Históricos de San Fernando de Buena Vista: Boletines Números 1 a 6, Ocruxaves, 1990 a 1997. Costa de Arguibel de Donadío, María Rosa: El pueblo de Victoria, en Boletín del Instituto de Estudios Históricos de San Fernando de Buena Vista, Número 6, pág. 9. Nougues de Monsegur, Clara: El Instituto Santiago Luis Copello: el Colegio, la Capilla, sus Sacerdotes y sus Religiosas, en Boletín del Instituto de Estudios Históricos de San Fernando de Buena Vista, Número 6, Pág. 47. Gilardoni, Alberto: Hitos históricos de San Fernando, 2 Tomos, Ocruxaves, 1987. Lozier Almazán, Bernardo P.: Reseña histórica del partido de San Isidro, Municipalidad de San Isidro, Segunda Edición, 1987. Pastor, José M. y Bonilla, José: Plan regulador del desarrollo de la ciudad y partido de San Fernando, Municipalidad de San Fernando, 1973. Rossi, Diego: Arte, cultura y sociedad en San Fernando, Municipalidad de San Fernando, 1992. Scialpini, Nazareno Atilio: La historia de Victoria, Vicente Cosentino, 1992. Segura Salas, Héctor M.: Virreyes en San Fernando, Municipalidad de San Fernando, 1997. Yasnig, Alfonso: Hombres de San Fernando en mi recuerdo, 1990.
Fuentes
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Censos Nacionales de Población, 1869 y 1895, en Archivo General de la Nación. Digesto de Ordenanzas Municipales, Municipalidad de San Fernando. Libros de Actas de la Corporación Municipal, Municipalidad de San Fernando. Memorias municipales, varios años, Municipalidad de San Fernando. Libros de Decretos y Resoluciones, Municipalidad de San Fernando. Mensuras y Planos de Mensuras, en Archivo de Geodesia, Ministerio de Obras Públicas, La Plata. Periódicos Locales (en hemeroteca de la Biblioteca y Museo Popular Juan Nepomuceno Madero): El Tiempo La Voz de San Fernando La Razón de San Fernando Victoria El Argentino Aurora Hoy, San Fernando y Tigre Testimonios Orales de vecinos de la localidad de Victoria. Colección de Planos de Remates, Archivo Histórico y Biblioteca Municipal de San Isidro.
Indice Capítulo 1
Todo es Punta Chica
Página 9
Capítulo 2
Nace otro pueblo en San Fernando
Página 11
Capítulo 3
“Un floreciente pueblito”
Página 17
Capítulo 4
Instituciones pioneras
Página 19
Capítulo 5
Punta Chica ya no es Punta Chica La formación de una nueva periferia
Página 23
Capítulo 6
El núcleo central: Victoria ferroviaria
Página 27
Capítulo 7
La zona intermedia
Página 31
Capítulo 8
Las quintas de la Ribera
Página 35
Capítulo 9
La nueva unidad administrativa
Página 37
Capítulo 10
Unidos por el pueblo, separados por el balneario
Página 39
Capítulo 11
Tendiendo puentes
Página 43
Capítulo 12
El centro se urbaniza
Página 47
Capítulo 13
Las comunicaciones
Página 51
Capítulo 14
El pueblo y sus fiestas
Página 53
Capítulo 15
La vida cotidiana
Página 55
Capítulo 16
La década de 1930
Página 57
Capítulo 17
Red institucional
Página 61
Capítulo 18
El Tigre de Victoria
Página 65
Capítulo 19
Villa Crisol
Página 67
Capítulo 20
Vida cultural
Página 71
Capítulo 21
La década de 1960
Página 75
Capítulo 22
Los clubes náuticos
Página 81
Capítulo 23
Los años recientes
Página 85
Contribuciones
Página 89
Agradecimientos
Página 90
Bibliografía
Página 91
Municipalidad de San Fernando