El chico de la locomotora

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EL CHICO DE LA LOCOMOTORA © Copyright 2015 Por Norbert R. Ibañez

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Esta historia esta basada en hechos reales.

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EL CHICO DE LA LOCOMOTORA Norbert R. Ibañez Copyright © 2015 Código: 1506014229394 Fecha 01-jun-2015 10:20 UTC Licencia: Todos los derechos reservados ISBN:978-1-326-29211-9

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Marcos es un conductor de un enorme locomotora de vapor que cada noche se le aparece en un sueño a Robert. Robert y Marcos se hacen grandes amigos y los dos se van juntos con la locomotora a recorrer las vías del tren viviendo todo tipo de aventuras. Durante dos años Robert aprenderá muchas cosas que le enseñará su amigo Marcos.

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En memoria de mi querida madre, que se paso toda su vida haciendo enormes esfuerzos luchando, por enseĂąarme con su gran sabidurĂ­a, todo los conocimientos necesarios para que yo llegara a ser un hombre verdadero....

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1 Erase una vez un niño de 5 años que se llamaba Robert. Robert vivía en un pequeño pueblo con una vieja estación de tren y todos los días iba al colé. La madre de Robert era muy buena y trabaja mucho para ganar dinero, pero el padre de Robert era muy malo, muy malo y siempre le estaba gritando, pegándole con la correa, y castigándolo. Los padres de Robert estaban siempre peleando, gritando y discutiendo entre si, pero él nunca sabia muy bien por qué. Robert era un niño muy obediente y hacia todo lo que le decía su madre. Todos los días el tenia que levantarse muy temprano para ir a la tienda a comprar una barra de pan, un bote de leche condensada, y un paquete de cacao, para que sus tres hermanos pudiesen desayunar cómodamente sin preocuparse por nada. Robert cuidaba de sus tres hermanos, también era quien los llevaba al colegio todos los días y siempre les defendía de todos los problemas. En el colegio Robert intentaba estudiar para sacar buenas notas, pero había un problema. Como su padre era muy malo muy malo y no quería trabajar, su madre nunca tenía suficiente dinero para comprarle los libros y Robert tenia que sentarse con otros niños para poder aprender algo. Los niños con quien Robert compartía las mesas no eran buenos, no le dejaban leer los libros, le daban empujones, o no le dejaban mirar los dibujos de las paginas, o le tapaban las paginas con las palmas de las manos mientras reían o se burlaban de él. Al principio Robert tenia un buen maestro que intentaba ayudarle con sus estudios, pero un día ese maestro se marcho sin decir nada a dar clases a otro colegio muy lejos de allí y ya nunca mas volvió. Entonces llego otro maestro que era muy diferente del anterior; era un hombre muy grande, que tenia unas manos enormes, muy gordo, de piel muy morena, con cara de feo y muy poco simpático, bastante severo con los niños, que siempre estaba enojado y gruñendo, gritando, castigando, y zurrando en las manos con una regla de madera si alguien se portaba mal. Ese hombre, el nuevo maestro, era muy malo porque le gustaba castigar a los niños por cualquier cosa que a él le molestara, y les pegaba muy fuerte en las manos con una regla de un metro de largo, mientras sonreía viendo llorar a los niños. En cierta ocasión, Robert estaba sentado con otro niño en una mesa, pero ese niño no le dejaba leer su libro. Entonces Robert le rogó que le dejara leer el libro pero el niño se giro contra el de forma agresiva... —Deja que lea el libro —dijo Robert. —¡No quiero, no me da la gana, el libro es mio! —grito el niño en la clase. Entonces el maestro levanto la vista y miro a Robert muy enfadado. —Tú —le señalo con el dedo. Robert se quedo paralizado. —¿Yooo? —dijo Robert asustado porque sabia que ese maestro era muy severo. 7


—Si, tú, mocoso. ¡Ven aquí! —le ordeno con un tono poco amistoso. Robert se acerco temeroso hasta la mesa del maestro. Todos los niños le observaron en silencio. Ninguno se atrevió a decir nada. El profesor le miro muy serio y con cara de enfado le hizo entonces una pregunta muy difícil. —¿Estabas estudiando o molestando a tu compañero de clase? —le dijo en tono un poco puntilloso. Robert se puso nervioso con esa pregunta. —Estudiando pero yo... —dijo con miedo, esperando que el maestro no se enfadara con él. —¡Silencio! —le ordeno el maestro—, Vamos a ver si lo que dices es cierto: Un granjero tiene un saco de trigo de diez arrobas. Entonces viene un hombre y le compra tres arrobas de grano. ¿Cuanto trigo queda en el saco, y cuanto grano le ha comprado ese hombre, y cuanto se comió el burro por ser burro? El maestro le miro con una sonrisa malvada, gozando del momento de tensión ,mientras esperaba la respuesta de Robert. Robert se quedo perplejo pensando en que no sabia la respuesta de cuanto grano se comió el burro, porque los niños no le habían dejado leer sus libros, y por tanto, no había podido estudiar lo del burro, y por eso ahora estaba en un buen apuro. Porque no sabia responder si había un burro o no, y cuanto grano quedaba en ese saco. —No lo se —respondió Robert agachando la cabeza. —¿¡No lo sabes, qué más!? —dijo el profesor elevando la voz. —No lo se, señor profesor yo... —¿Por qué me has dicho que estabas estudiando? Robert estaba muerto de miedo. No supo que responder. No quería hacer enfadar al maestro. —Muy bien, estas castigado. Ponte ahí de rodillas, debajo de la pizarra. ¡Venga! Robert fue en silencio hacia la pizarra, se agacho despacio, y se puso de rodillas. Todos los niños permanecían callados mirándole. No se oía ni una mosca volar en la clase. Entonces el profesor abrió un armario y saco un gorro blanco de punta con dos orejas de burro y se lo puso en la cabeza. —¡Esto es para que aprendas, lo que se come un burro, por ser burro! —dijo el maestro señalándole con el dedo mientras le hacia un gesto de advertencia, al tiempo que miraba a todos los niños de la clase con cara de enfado. Entonces los niños, en vez de asustarse, empezaron a reír y a burlarse de Robert mientras el profesor también se reía sintiéndose muy satisfecho por el castigo que le estaba aplicando. Pero el pobre Robert no lo estaba pasando nada bien, porque estaba de rodillas y eso le dolia mucho, mucho...

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2 Varias semanas después, un día por la mañana Robert estaba estudiando y sonó el timbre de final de la clase y todos los niños salieron al patio en estampida corriendo como locos. El profesor empezó a gritar y gesticular con las manos para que todos se pusieran en fila y guardaran silencio. Entonces, cuando todos hubieron formado en fila, saco una bandera de España de una caja, la desplegó y ato a la cuerda de un mástil, y comenzó a subirla lentamente ante la atenta mirada de todos los niños que estaban en silencio. Luego, cuando la bandera llego a la punta del mástil les dijo a los niños que comenzaran a cantar con fuerza una canción. La canción se llamaba “Cara al sol, con la camisa rota”. Los niños empezaron a cantar la canción que estaba cantando el maestro moviendo los brazos como si dirigiera un coro. Robert estaba en medio de la fila. De repente, vio llegar a su madre por la entrada del patio del colegio y salio corriendo de la fila para intentar echarse en sus brazos. El maestro vio que Robert salia de la fila corriendo, puso muy mala cara, y de repente se enfureció muchísimo. Empezó a correr gritando palabrotas detrás de Robert para atraparlo. El pobre Robert sintió mucho miedo y no se dejo coger, por lo que corrió todo lo rápido que pudo hasta intentar llegar a los brazos de su madre. Pero el maestro era mas grande, y daba pasos mas grandes y por eso corrió mas. Corrió tanto ese hombre furioso que después de unos pocos metros, cuando Robert llego a los brazos de su madre, el maestro le atrapo violentamente por la espalda, le dio dos fuertes bofetadas, y lo tiró bruscamente al suelo. Entonces lleno de rabia comenzó a pegarle muchas bofetadas delante de su madre. La madre de Robert cuando vio que el maestro estaba golpeando a su hijo se enfado muchísimo, y se lanzo gritando agresiva contra el maestro. Entonces le dio una fuerte patada en las pelotas y derribo al maestro, que quedo tendido en el suelo resoplando de dolor. Los padres y los niños que estaban allí, se quedaron todos atónitos por la escena que habían visto. El maestro había sido muy malo muy malo golpeando a Robert, y la madre de Robert le había defendido dándole una buen lección, zurrándole una buena patada en las pelotas. Y el maestro malvado, ya no se pudo levantar del suelo, ni pegar mas a Robert porque le dolían mucho las pelotas. Pero el pobre Robert estaba tan asustado por los golpes que había recibido del maestro, que aun lloraba de miedo. El maestro le había pegado muy fuerte y le dolía mucho la cara, y Robert sollozaba. Su madre le tenia entre sus brazos, y lo tranquilizo distrayéndole, para que no pensara en eso. Entonces le dio un beso en la cara a su hijo, saco del bolso un bollo y una chocolatina, que se la dio para merendar. Después de pasados unos minutos, llego el coche de la Policía, y se llevo arrestado al maestro que estaba en el suelo retorciéndose de dolor 10


en las pelotas, pero también a Robert y a su madre. Mas tarde, en el cuartel de Policía, el Jefe de policía, un hombre muy serio al que no le gustaban las bromas pregunto mirando fijamente a Robert. —¿Ha sido este hombre quien te ha pegado en el colegio? —le dijo señalando hacia el hombre gordo, que estaba sentado en una silla muy enfadado, mirándole, con cara de rabia. —Si, ha sido él —dijo Robert mirándole asustado. —¿Estas seguro? —le pregunto otra vez el policía, para saber si Robert le estaba diciendo la verdad. —Si, es mi maestro del colé, ha sido quien me ha pegado. —¿Y por qué te ha pegado? ¿Lo sabes? —Si... Por salirme de la fila cuando el maestro subía una bandera y estaba cantando una canción que yo no me se... que se llama... cara al sol. Yo vi a mi madre entrar por el patio del colé, y corrí a sus brazos, y entonces el maestro corrió detrás mio y me agarro por detrás y empezó a pegarme bofetadas con sus manos enormes... El Jefe de policía miro un instante al profesor muy enfadado, moviendo la cabeza en un gesto de recelo, porque había hecho una cosa muy mala. —¿Y por eso te ha pegado? —pregunto otra vez el policía, intentando saber la verdad. —Si señor... —respondió Robert temeroso de lo que podía pasarle. —Muy bien, tú y tu madre ya os podéis marchar. Iros tranquilos a casa que yo me encargo de todo. Robert y su madre se fueron a casa. El profesor les miro con rabia. El jefe de policía le clavo la mirada al profesor. —Usted se queda aquí, tengo que hablar con usted muy seriamente —dijo el Jefe de policía al maestro. El maestro puso cara de mucha rabia cuando miro como Robert y su madre se marchaban del cuartel de Policía, pero también empezó a tener miedo porque no sabia que le iba a pasar. El se quedaba allí a solas con el jefe de la policía y no sabia si le meterían en la cárcel por los golpes que le había dado a Robert. Al día siguiente Robert fue al colegio como si nada hubiera ocurrido, él era un niño y no entendía de rencores. Pero nada mas entrar, se dio cuenta de que allí pasaba algo muy raro. Todos estaban muuy raros. Primero, los niños no querían hablar con él y se apartaban de su lado, y no querían sentarse con él, y Robert no entendía por qué. Luego, durante todo el tiempo que duro la clase, el maestro estuvo mirándole todo el rato con muy mala cara y le ordeno con desprecio que se sentara al final de la clase, en la ultima fila; y durante todo el tiempo le estuvo ignorando como si Robert no estuviera allí. Robert se sentó en la ultima fila sin decir nada, en una mesa, solo, y sin ningún libro, y tampoco entendió por qué, pero eso le hizo sentirse muy mal. Después de un rato termino la clase y todos salieron contentos al patio a jugar. Pero cuando Robert iba a salir, el profesor se levanto y le 11


corto el paso. Le dijo que no podía salir, que se quedara allí, que tenia que decirle una cosa importante. Robert se acerco hasta la mesa del profesor con un poco de miedo. El día anterior ya le había zurrado con sus enormes manos y ahora se temía alguna cosa mala, por ejemplo que le tirara de la oreja, o que le zurrara con una regla de madera. Eso ya había ocurrido otras veces. El maestro le miro con severidad y con cara de desprecio le dijo... —Hoy has venido al colegio... De acuerdo, porque tú no lo sabias, pero mañana ya no vengas. Estas expulsado del colegio. Expulsado del colegio —le repitió con severidad dos veces—. Vete a tu casa y no vuelvas mas. Cuando salgas de aquí, pasas por secretaria y que allí te digan lo que tienes que decir tu madre. ¿Me has comprendido? —dijo el maestro con muy malos modos. Robert asintió y luego agacho la cabeza. Salio de la clase e hizo lo que el maestro le mando sin decir palabra. En la secretaria del colé había una señora mayor y muy mandona, que parecía estar también igual de enfadada que el maestro que le pego, le dijo que estaba expulsado durante dos años del colegio, y que no podría entrar, ni jugar con los niños en los columpios del patio, ni volver por allí. Que estaba expulsado del colé. Y que ya se podía marchar a su casa. En ese momento Robert se sintió muy apenado y triste, pero marcho hacia su casa. Y cuando llego a su casa se lo contó todo a su madre. Su madre se quedo perpleja por lo que estaba oyendo. Entonces, la Madre de Robert no se lo pensó dos veces y fue al colegio para hablar con los profesores pero le dijeron rotundamente que su hijo estaba expulsado y que no volviera mas por allí en dos años. La madre de Robert se enfado mucho con los maestros del colé y dijo que eso era muy injusto, que no entendía los motivos, y que eso no quedaría así. A partir de entonces Robert se puso triste y ya no pudo ir mas al colegio, ni leer mas libros, ni estudiar. Además, sus compañeros de clase, ya no querían ser sus amigos ni estar con él; no querían hablar con él porque decían que no querían tener problemas con ese profesor tan malo. Robert se quedo muy muy apenado porque ya no podía jugar en el patio del colegio con los columpios, ni tampoco con la pelota, y también porque sus amigos no querían hablarle. Robert se quedo totalmente solo. Además de todo eso, Robert también lo empezó a pasar muy mal cada día. Todos los días el tenia que seguir llevando a sus tres hermanos al colegio pero cuando llegaba a las puertas del patio del colegio, no podía pasar de la puerta. No le dejaban entrar al colegio. Siempre había algún maestro vigilando que no entrara, y siempre le cerraban la verja de hierro con una cadena y un candado en sus narices y le decían que allí no era bien recibido y que se largara porque el ya no estaba en ese colegio. Un día Robert intento entrar al patio del colegio para coger una pelota, pero los niños se dieron cuenta y empezaron a gritar llamando al profesor mientras se reían. Y entonces volvió a salir ese profesor tan malo tan malo que le pego a Robert, y salio corriendo detrás de él muy enfadado, y casi lo atrapa de no ser porque Robert se subió al muro y 12


consiguió escapar. Pero ese maestro le dijo que no volviera por allí gritándole, y que si le atrapaba le daría una buena zurra, que era un mequetrefe que no servía para nada, y ya no estaba en el colé. El pobre Robert desde aquel día se sintió todavía peor. El quería estudiar y estar con sus amigos en el colé, jugar en el patio, pero no le dejaban. Cada día miraba el patio del colegio con los columpios desde fuera, y le daba mucho fastidio ver como los niños disfrutaban jugando a la pelota, o al escondite, o a otros juegos; pero el siempre se quedaba fuera, mirando un rato como todos sus amigos jugaban y el no podía hacer nada. Luego, después de un buen rato de estar mirando, regresaba a casa solo y triste porque no podía ir al colegio; el no entendía que estaba pasando ni porque le habían expulsado del colegio, y tampoco comprendía porque no le dejaban jugar en el patio con sus amigos. La madre de Robert estaba muy pero que muy enfadada con los maestros de ese colegio porque no dejaban entrar ni estudiar a su hijo, y entonces empezó a escribir muchas cartas a personas muy importantes, para contarles el problema y pedirle ayuda para que su hijo volviera al colegio y pudiera estudiar. Los días, las semanas, y los meses pasaron pero Robert no podía ir al colegio. No le dejaban. Y por eso cada vez estaba mas apenado. Se sentía solo, sin amigos, y ya no sabia que hacer. Su madre se lo llevaba a comprar al mercado con ella, para que le ayudara a llevar las bolsas de la compra, y también por las tardes a un plaza con un estanque de agua que había peces de colores, pero el seguía triste porque no podía ir al colegio ni jugar con sus amigos. Pero todo cambio un día después de cenar. Robert se fue a dormir muy triste, pensando en que ya no tenia amigos con los que jugar, y que tampoco podría ir nunca mas al colé y fue entonces cuando le paso una cosa muy rara. Esa noche se acostó en la cama y comenzó a tener unos misteriosos sueños, que a partir de entonces, empezaron a repetirse una y otra vez cada noche. En esos sueños Robert despertaba en un lugar muy extraño, un sitio muy raro, un lugar que se parecía a un sitio que estaba en su pueblo, pero que él no conocía de nada. Y el sueño empezaba del mismo modo y era siempre el mismo... “Robert soñaba que estaba paseando por el anden de la estación de un pueblo que se parecía al suyo pero no sabia que pueblo era ese. El estaba allí como si estuviera esperando a que viniera el tren. Estaba solo y no había nadie. La estación estaba cerrada. Robert miraba a un lado y a otro de las vías del tren y no había nada. Solo los raíles que se perdían a lo lejos, hacia el infinito, hasta convertirse en un punto diminuto. Al cabo de un rato de estar por allí esperando, escuchaba un ruido muy raro que aumentaba poco a poco y luego sonaba cada vez mas fuerte y entonces veía llegar desde lo lejos una cosa negra que echaba mucho humo negro. Era una gran locomotora de vapor de color negro, grande, robusta, imponente, furiosa, que entraba en la estación, haciendo temblar el suelo, con mucho ruido y soltando mucho humo negro por su chimenea. Detrás de la locomotora arrastraba un gran 13


vagón remolque que contenía una montaña de carbón, que servía para llenar el fogón de la maquina. La locomotora entraba en la estación tocando repetidas veces con fuerza la bocina y se detenía lentamente delante de Robert, que estaba asombrado por lo grande que era esa maquina. Aquello era un monstruo enorme, muy grande muy grande, de cinco metros de altura, y unos doce metros de largo, de color negro muy oscuro, con ruedas de color rojo, que echaban chorros de vapor muy caliente por los lados, oliendo a humo y carbón, y hacia un fuerte ruido. Y al principio a Robert le daba un poco de miedo estar cerca, pero luego ya no. Entonces, cuando el humo desaparecía, de la cabina de la locomotora se bajaba por unas escaleras un chico joven, de unos 17 años, que vestía un peto de trabajo color azul fuerte, unas botas negras de trabajo, una camisa gris oscura, un pañuelo rojo, y un gorro gris con finas rallas azules. Ese era el maquinista, que siempre se presentaba a Robert de una forma muy simpática... —Hola chaval, ¿que tal te va? —le decía sonriendo el chico de la locomotora, mientras se limpiaba las manos y la cara con un trapo porque las tenia muy sucias del polvo del carbón. —Hola... —le respondió Robert tímidamente. —¿Te gusta mi maquina? —Claro que si, es muy grande. —Es una Santa Fe, una de la mejores maquinas de tren del mundo que funcionan con carbón. ¿Lo sabias? —No... ¿Vienes de muy lejos? —Si, de muy lejos, muyyy de muyy lejos... —¿Y corre mucho esta maquina? —Esta maquina corre muyyy deprisa. —¿A cuanto puede correr? —Esta maquina puede correr mas que el viento —le dijo sonriente. —¿Mas que el viento? Robert se quedo asombrado. —Si —replico el chico de la maquina. —Eso es muy deprisa, ¿no? —Ya lo lo creo.... Oye chaval... ¿porque no hacemos una cosa? —¿Que cosa? —¿Te gustaría subir a mi maquina y te enseño por dentro como funciona? Robert se puso muy contento. —Vale —respondió Robert moviendo la cabeza afirmativamente. Entonces Robert y el chico de la locomotora se subieron los dos juntos por una escalera hasta la cabina de la maquina de tren, que era muy grande, y muy oscura, con ventanas a los lados y ventanas delante. Una vez dentro, el chico de la locomotora comenzó a explicarle con todo detalle cosas muy interesantes que jamas había oído en su vida; como por ejemplo, que eran todas esas palancas, para que servían, que eran los grandes indicadores que parecían relojes, también le enseñaba a 14


tocar la bocina de la maquina, que cuando tiraba de un cable sonaba con una fuerza estruendosa dejándo a Robert los oídos silbando; luego se colocaba unos guantes muy sucios y le mostraba una puerta, que al abrirla salían chorros de fuego muyyyy calientes, porque era por donde el chico de la locomotora alimentaba el fogón con el carbón que había en la parte trasera de la maquina, en un vagón remolque. Luego le mostraba los enormes pedazos negros de carbón, que había que cargarlos con una pala y arrojarlos dentro del fogón que estaba muyyy caliente, tan caliente, que el carbón cuando ardía se ponía rojo rojo rojo como un tomate, y luego anaranjado como una zanahoria. Después de mucho rato de explicarle todo el funcionamiento de la maquina, le enseñaba como se cargaba el carbón y como se cargaba el agua para la maquina de vapor. Y por ultimo, después de un rato de enseñárselo todo, venia lo mejor de lo mejor, le invitaba a que condujera la maquina. —Muy bien chaval, ya sabes como funciona mi maquina. Ahora tienes que aprender a conducirla —le dijo el chico de la locomotora dándole unas suaves palmadillas en la espalda. —¿De veras? ¿Es que yo no se si sabré hacerlo...? —le respondió Robert indeciso. —Vamos, se que tú puedes. Además, yo te enseñare como se hace —replico el chico de la locomotora, dándole confianza y despejándole las dudas. —¿Vale, y cómo se hace? —pregunto Robert ahora ya mas contento. —Es muy fácil, veras... Tú te subes a este asiento, y miras los relojes, debes hacer girar esta rueda, luego miras este reloj y compruebas si la presión sube hasta los 350 Bares, y cuando llegue aquí —le señalo con el dedo los números de un reloj—, entonces sueltas esta palanca color verde, que es el el guardafrenos, miras este otro reloj, y compruebas la temperatura del vapor que debe estar siempre aquí, a 250 grados. A continuación debes tirar lentamente de esta otra pequeña palanca roja y la maquina empezara a andar, así... muy despacio y ya esta... Vale, bien, ahora hazlo tú —le dijo quitándose del asiento e invitándole a que el lo repitiera todo. Entonces Robert, que había escuchado con mucha atención todo lo que el chico de la maquina le había explicado, empezó a hacerlo como el se lo había dicho, y lo hizo muy bien, porque la maquina empezó a moverse por las vías del tren. La maquina comenzó a andar muy despacito por las vías del tren, dejando lentamente la estación atrás, haciendo un fuerte ruido muy característico: Sop Sop Sop Sop, sop, sop... que cada vez iba aumentando mas y mas, y salio al principio muy despacito de la estación, pero poco a poco iba mas rápido, y corría mas. El chico de la locomotora estaba recostado a su lado asomado por la ventana derecha de la maquina, mirando sonriente las vías del tren, y también supervisando como Robert conducía la enorme locomotora de vapor. El chico de la locomotora se giro un momento y le sonrío. 15


—Para ser la primera vez que lo haces, lo estas haciendo muy bien, pero que muy bien, chaval. Estoy impresionado —le dijo el chico de la locomotora en medio del fuerte ruido. —¿Vamos muy rápido? —pregunto Robert. El chico de la maquina movió la cabeza negando. —No, todavía no. Esta maquina puede correr aun mas. —¿A cuanto vamos? —¿Ves el reloj? —le dijo señalando un indicador. —Ese que esta ahí, ¿no? —pregunto Robert. —Si, claro, veras; ese reloj es el que marca a que velocidad vamos ahora sobre las vías del tren. Entonces Robert descubrió para que servía. —Aquí dice que vamos a una milla por hora... ¿Eso es muy rápido? —Que va, eso no es nada, podríamos escribir el quijote en las paredes de la estación —dijo el chico de la locomotora soltando una risa muy graciosa. Robert también comenzó a reír porque le pareció algo muy gracioso lo que había dicho el chico de la locomotora. A continuación, el chico de la locomotora le dijo que aumentara la velocidad. —¿Quieres que vayamos mas rápido? —¡Sii! —dijo Roberto entusiasmado. —Tira a fondo de la palanca, y veras como vamos mas deprisa... Robert tiro de la palanca y la maquina empezó a hacer mucho mucho mucho ruido como si estuviera muy enfadada con él. —¿¡Oyes como ruge y gruñe la condenada!? —le dijo el chico de la locomotora. —¡Si, hace mucho ruido!... ¿porque hace eso? —pregunto Robert un poco asustado. —¡No te asustes... Eso es porque tiene hambre, y hay que darle de comer! —le dijo riendo el chico de la locomotora. Robert se quedo pasmado, pues no sabia que las maquinas comieran. —Vamos, ponte esos guantes sucios, abre con cuidado la puerta del fogón de la maquina, toma esta pala, coge una palada de carbón, y arrójasela dentro. Dale de comer carbón. Ya veras que contenta se pone cuando le des de comer carbón. Robert siguió sus instrucciones, tomo una palada de carbón, y la arrojo dentro del fogón, y vio que del fogón que estaba muyy muy muyy caliente, de un color rojo y amarillo intenso, salia mucho mucho fuego por la puerta con un calor infernal. Después de arrojar carbón y cerrar esa puerta la maquina dejo de gruñir y hacer esos ruidos tan raros. —¡Es verdad —dijo Robert— la maquina ya no se queja! —¡Claro, es que la locomotora tenia hambre! ¡Venga, vamos a correr un poco mas, dale mas velocidad, gira la palanca hasta el fondo! Robert giro la palanca hasta el fondo. La maquina comenzó a correr y correr a toda prisa sobre los raíles del tren, y cada vez iba mas y mas deprisa, y salia mas y mas humo negro por la chimenea de la locomotora. 16


—¡Ahora si que corre! —exclamo Robert gritando de alegría. —¡Todavía puede correr mas, si le das un par de paladas más de carbón. Venga, dale dos o tres paladas más y veras como vamos mas rápido que el viento! —respondió el chico de la locomotora. Robert arrojo tres paladas más de carbón, y la maquina empezó a correr cada vez más y más deprisa. Miro el reloj de las millas, y vio que estaban llegando a 75 millas por hora, y entonces miro al chico de la locomotora... —¡Aquí dice que vamos a 75 millas!... ¿Eso es mucha velocidad? —¡Eso son casi 110 kilómetros por hora! Pero aun falta un poco para que podamos correr mas... ¡Cuando llegues a 80 millas por hora, debes tocar la bocina de la maquina varias veces con fuerza sin parar! —¿Para qué? ¿Cuanto son 80 millas por hora? —Tu toca la bocina de la maquina con fuerza, que se enteren todos, porque así sabrán que venimos a toda velocidad... porque 80 millas son casi 130 kilómetros por hora. Robert movió la cabeza asintiendo. La maquina corría por las vías del tren, y corría tanto que el viento les daba con mucha fuerza en la cara, y iban a toda velocidad. La bocina de la maquina sonaba con tanta fuerza que casi se quedan sordos. Robert vio pasar a toda prisa los arboles, y también como dejaban atrás campos de cultivo y casas, granjas con ovejas y cabras. —Ahora vamos a entrar en un túnel, debes dar a este interruptor, y encender la luz del faro delantero de la maquina —le dijo el chico. Robert dio al interruptor y cuando entro en el túnel la maquina encendió la gran luz delantera, que enseguida alumbro las vías. El túnel estaba muy muy oscuro y era muuuy largo muy largo, y al final se veía un diminuto punto de luz, que era la salida del túnel. El ruido dentro del túnel era tan fuerte que no podía ni oír sus propios pensamientos. El chico de la maquina parecía estar contento de tenerlo con el en la maquina ayudándole, incluso se lo dijo. —¡Lo haces muy bien, chaval!. —¿¡Lo dices en serio!? —Claro, para ser tan pequeñajo, eres un chaval muy listo y muy valiente, otros no lo fueron tanto cuando les deje subir a la maquina. Se cagaron de miedo y querían bajarse. Pero veo que tu eres muy capaz, solo hay que verte como conduces la locomotora. Estas llevando la maquina tu solo mucho mejor que yo... si sigues así, te dejare que la lleves hasta la siguiente estación. ¿Qué te parece la idea? —¿¡De veras!? —¡Claro que si, venga, vamos! Robert se puso entonces mucho mas contento. Por fin alguien le decia que estaba haciendo las cosas bien, porque hasta entonces, su padre, sus amigos, y su maestro, siempre le decían cosas que le desanimaban: que era un inútil, que no sabia hacer nada, y que no servía para nada, lo cual siempre le hacia sentirse triste y muy mal. Pero ahora estaba muy contento porque por fin estaba haciendo las cosas muy bien y conduciendo una locomotora de tren de vapor el solo y a 17


toda velocidad por un túnel de cinco kilómetros de largo. La maquina salio del túnel. El chico de la maquina le dijo que tocara otra vez la bocina. Robert tocaba la bocina una y otra vez muy contento, y la maquina volaba por las vías del tren. Entonces pasaron por un puente muy alto, era tan alto que al fondo del todo, a unos cien metros del altura por debajo suyo, se veía un río que llevaba mucha mucha agua. —Mira —le dijo el chico de la locomotora señalando hacia abajo— este río tiene muucha muucha agua, siempre esta lleno a rebosar. Ahí se pueden pescar buenos peces. Robert miro hacia abajo, y vio al fondo, a unos cien metros por debajo suyo un rio. Era un río embravecido que bajaba furioso por un aterrador desfiladero, sobre el cual pasaba el puente del tren. La maquina continuo su viaje. Atravesaron por un prado verde lleno de vacas que estaba pastando tranquilamente a ambos lados, y las vacas se les quedaron mirando como conducían el tren. —¡Hay vacas! —exclamo Robert señalando al prado. —Claro, yo las veo todos los días cuando paso por aquí —replico el chico de la locomotora—. Esas vacas comen mucha hierva fresca y dan mucha leche. Su leche es muy buena para desayunar. Hay que desayunar bien por la mañana porque sino, no tienes fuerzas para estudiar o para conducir esta maquina. ¿Tu desayunas mucho? —Claro que si, yo lo hago, me lo tomo todo —replico Robert. —Ya estamos llegando —dijo el chico de la locomotora. —¿Ahora que hago? —pregunto Robert. —Gira la palanca, y acciona el freno, así la maquina se detendrá. Robert acciono el freno. La maquina entro en una estación donde no había nadie, y fue parando poco a poco hasta que se detuvo por completo. Cuando estuvo parada, los dos se bajaron de la maquina. El chico de la locomotora le puso la mano sobre el hombro a Robert y le dijo... —Buen trabajo chaval, te felicito, lo has hecho muy bien. Te voy dar algo para que siempre lo tengas contigo. Entonces el chico de la locomotora saco de su bolsillo una maquina de vapor pequeña muy bonita, que era exactamente igual a la enorme maquina que había conducido y se le regalo. Robert se puso muy contento, porque era una maquina de tren muy bonita. Entonces el chico de la locomotora, se subió otra vez por la escalera hasta la cabina de la maquina, toco la bocina del tren tres veces con mucha fuerza, y se despidió de él. La maquina arranco despacio echando humo de vapor por los lados, y poco a poco fue saliendo de la estación mas y mas deprisa hasta que se alejo. Robert le saludo con la mano despidiéndose. Luego tomo su maquina, sonrío un instante, la guardo en el bolsillo de su pantalón, y se volvió a su casa andando muy rápido y muy contento, esperando contarle a su madre toda su aventura con la maquina de tren. Pero entonces le paso otra cosa muy extraña. De repente, cuando 18


salia de la estación regresando en dirección a su casa, todo se volvió muy oscuro, muy oscuro y Robert sintió y que no sabia donde estaba pero oyó a su madre que le llamaba repetidas veces. —Robert, Robert, hijo, venga Robert, vamos Robert, levanta... Robert se despertó, abrió los ojos, y vio a su madre a un lado de la cama sonriente. —¿Qué ha pasado, mama? —dijo Robert desconcertado. —Te has quedado muy dormido hijo... Son las siete y media. Levántate, tienes que ir a la tienda a comprar una barra de pan, un bote le leche condensada la lechera, y un paquete de cacao Comas, y luego, a las ocho debes llevar a tus hermanos al colegio —le dijo su madre. Entonces Robert se vistió a toda prisa, pero antes de salir, metió la mano en el pantalón buscando su maquina de tren; pero la maquina no estaba. No la encontró. No sabia donde estaba. Y entonces pensó que la había perdido, y empezó a buscarla por su cuarto desesperadamente, por debajo de la cama, y por todos lados incluso por debajo de la almohada, pero la maquina allí no estaba.

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3 Durante todo ese tiempo Robert dejo de estar triste y apenado y también de echar de menos ir al colegio porque cada noche se iba muy contento a la cama a dormir, porque sabia que cuando empezara a soñar, se iba a encontrar con su mejor amigo; el chico de la locomotora, que le dejaba conducir la maquina y le explicaba cosas muy interesantes sobre trenes; y Robert se lo pasaba estupendamente bien con ese chico. En su sueño el estaba horas y horas pasando buenos ratos escuchando y aprendiendo cosas del chico de la locomotora, y todo lo que ese chico le explicaba eran cosas muy interesantes, y además, siempre le enseñaba las cosas muy bien. Y así es como sucedía todo en el sueño de Robert. Todas las noches Robert soñaba el mismo sueño. El soñaba que estaba en aquella estación y llegaba su amigo con la gran locomotora de vapor, paraba delante de él, se montaba en la maquina, y marchaban juntos a recorrer por las vías del tren. Y los dos se iban muyyy lejos muyyy lejos, yo diría que cada vez se iban mas y mas lejos, a toda prisa. Y Robert aprendió a conducir la locomotora tan bien, que el chico de la locomotora siempre se la dejaba conducir, incluso le decía que acelerara a toda velocidad. Y Robert iba con la locomotora a toda velocidad pasando por muchos lugares lejanos: puentes, túneles, ríos, montañas, estaciones, valles, y prados donde las nubes se entremezclaban con el horizonte, y los cielos eran azules o grises. Y aquello para Robert eran las mejores aventuras de su vida, pues disfrutaba mucho conduciendo aquella locomotora, y no le importaba que sus amigos no quisieran estar con él; ahora ya le daba igual, porque Robert se lo pasaba en grande con aquel chico con quien estaba horas y horas hablando de todo tipo de cosas. Y Robert escuchaba con suma atención todo lo que el chico de la locomotora le explicaba: desde donde se sacaba el carbón, hasta como se reparaba la maquina cuando se estropeaba. Y todo aquello le parecía mucho mas interesante y divertido que lo que le enseñaba su maestro en el colé; porque el maestro era un tipo desagradable, muy antipático, y además muy malo muy malo porque siempre estaba gruñendo y enfadado por nada. Y además se porto muy mal con él porque lo echo del colé. Y así se paso todo el año, pero al año siguiente, después de dos años de no ir al colegio y de estar yendo con su amigo el chico de la locomotora de tren, cuando Robert ya se hizo mas mayor y ya había cumplido los siete años, un día, su madre recibió una carta con muy buenas noticias. Robert miro intrigado la carta que recibió su madre sin entender que era lo que decía la carta. Pero su madre, como era muy buena, le explico lo que decía la carta. Le dijo que un señor muy importante que vestía de traje, vendría a verla a casa para hablar de un asunto que tenia de ver con lo que había pasado hacia dos años atras en el colé, y que Robert ya casi había olvidado. Y así fue. Algunos días después, llamaron al timbre de casa. La madre de Robert abrió la puerta y vio a ese señor. 21


—Buenos días señora —dijo un hombre muy educado, con bigote, vestido con un traje gris, corbata, gafas oscuras, que portaba una maleta de cuero marrón. —Buenos días, ¿que desea? Ese hombre le entrego una tarjeta a la madre de Robert, que la miro unos segundos con atención. —Me llamo don José Maria de Videgain, y soy el inspector general de educación de Barcelona, estoy aquí porque he recibido su carta, y también por lo de la injusticia que le han hecho a su hijo. —Ah, claro, si, pase, pase, por favor, pase, tome asiento... —Gracias. El hombre entro y se sentó en un sillón, y entonces comenzó a sacar papeles, a hacer preguntas, a tomar notas de manera muy atenta y amable. Ese hombre era muy educado, y sabia hablar muy bien, porque además era muy importante, y sabia muchas cosas. Después de mas de un cuarto de hora de escuchar con atención todo lo que había sucedido, el hombre se levanto, le dio la mano a la madre de Robert, se despidió, y le prometió que en una semana su hijo podría volver al colegio. La madre de Robert se puso muy contenta. Una semana mas tarde ese hombre regreso de nuevo y volvió a llamar la puerta. La madre de Robert abrió la puerta y el el hombre dijo que le acompañara hasta el colegio en su coche porque quería que viera una cosa. Robert y su madre se fueron con ese hombre en su coche hasta el colegio. El coche aparco delante de la puerta, el hombre se bajo y le abrió la puerta. Luego les acompaño a los dos hasta la dirección del colegio. Entonces una vez dentro llamo a todos los profesores, y al profesor que había pegado a Robert. Les hizo pasar a la sala de reuniones de los profesores, y cuando estuvieron todos juntos, cerro la puerta, les miro muy serios y comenzó a hablar. —Soy el inspector general de educación, don José Maria de Videgain —dijo en tono muy serio y autoritario—, y estoy aquí porque usted —señalo con el dedo al profesor que había maltratado a Robert—, golpeo, acuso, y expulso a este niño injustamente del colegio solo porque se salio de la fila en el patio del colegio, y porque no quiso cantar el cara al Sol. ¿No tiene usted algo que decirme acerca de eso? El profesor, gordo, mofletudo, feo y gruñón, se puso muy nervioso y se asusto tanto que trago saliva porque tenia mucho miedo de ese hombre, que era mas importante que el. —El chico se salio de la fila y yo le quise atrapar... —dijo el profesor justificándose. —Pero usted le pego, y días después lo expulso del colegio por dos años, ¿no es cierto? El maestro agacho unos instantes la cabeza avergonzado, porque no podía explicar por qué se puso tan furioso y había pegado a Robert tantas bofetadas, y después lo había echado del colé sin tener ningún motivo. Luego le miro y contesto. —Si, le pegue, y lo expulse, reconozco que me equivoque, lo siento mucho, no volverá a suceder —dijo el maestro abatido y muy avergonzado pidiendo disculpas. 22


El inspector le miro con cara seria y entonces le dijo... —¡Esto que ha hecho es intolerable!. Lo que ha hecho usted con este pobre niño, ha sido una malvada injusticia. No solo le pego delante de su propia madre, sino que además, mas tarde le acuso de hacer cosas que este pobre niño nunca hizo; además usted lo sentó en una mesa solo al final de la clase, le coloco de rodillas con un gorro con orejas de burro y le prohibió a sus propios amigos que hablaran con el, y por si esto fuera poco, usted lo expulso dos años del centro escolar. ¿¡Usted quien se ha creído que es!? El maestro estaba muerto de miedo, intento pedir perdón, pero estaba muy asustado. Luego miro al inspector y también a la madre de Robert. —Yo... le pido perdón a usted señor inspector, y también usted señora, y a ti pequeñuelo, no volverá a suceder, se lo prometo... —dijo angustiado. El inspector movió la cabeza negando. —¡Por supuesto que nunca mas volverá a suceder! —dijo Don José enojado y elevando la voz—. Recoja sus cosas, entregue su licencia, esta usted expedientado y considérese despedido; ahora quien le expulsa de este colegio soy yo. ¿Vino usted de Ceuta a enseñar a los niños de ese modo, verdad? Pues ahora mismo se va usted para allí, a ver como crecen las berenjenas y darle clases a las cabras... —Si señor, lo siento mucho señora... Yo... No quise pegar a su hijo, perdóneme... —dijo el maestro que había pegado a Robert. La madre de Robert le miro con enfado. Don José no pudo contenerse de rabia, porque sabia que era un mentiroso, y había hecho muy mal las cosas. —¡Lárguese, apártese de mi vista, no quiero volver a verle a usted jamas por aquí! ¡Largo! —le señalo la puerta para que se marchara. —Si señor, si señor... El profesor le entrego su licencia, y salio muy rápido por la puerta deprimido y avergonzado por todo lo que había hecho. Los demás profesores estaban mirando pálidos y muy asustados, porque sabían que también se habían portado muy mal con Robert. El inspector se los quedo mirando a todos muy serio. —Desde este mismo momento —dijo Don José, levantando el dedo índice en el aire—, este niño esta readmitido en este centro escolar. Mañana podrá volver al colegio, y sera un alumno que vendrá al colegio, y ustedes le darán la clases, ¿¡ha quedado claro!?. Todos los profesores asintieron con la cabeza. En ese momento, entro por la puerta el alcalde del pueblo, que saludo al inspector dándole la mamo, luego se la dio a la madre de Robert, y a Robert le rasco la cabeza cariñosamente, mientras le daba un caramelo. —¿El pobre niño podrá volver al colegio, verdad? —pregunto el alcalde algo preocupado. —Por supuesto que si, este asunto ya esta solucionado señor alcalde—replico Don José afirmando con satisfacción. —¿Y el profesor que lo expulso, ha sido cesado de su cargo? —Si señor, ahora mismo, con efectos inmediatos. Este señor no 23


podrá volver a dar clase jamas en su vida. Es una falta muy grave lo que ha hecho este maestro con este pobre niño, dejarlo sin colegio dos años es imperdonable —dijo mientras le hacia una caricia en la cara. —Muy bien —dijo el alcalde satisfecho. Entonces el alcalde llamo a su secretario, y este se presento inmediatamente trayendo consigo un montón de paquetes envueltos en papel de regalo, con lazos, y adornos. —Señora —dijo el alcalde dirigiéndose a la madre de Robert, dándole la mano—, siento mucho lo que ha hecho ese sinvergüenza de maestro con su pobre hijo, en nombre mio y de mi alcaldía, le pedimos disculpas por la terrible injusticia que se ha cometido contra su pobre niño. Acepte de mi parte estos regalos... El secretario puso sobre una mesa un montón de cajas. Dentro habían libros para estudiar, estuches con lapices, libretas, gomas de borrar, sacapuntas, una bata nueva de colegio, de aquellas que eran de rayas azules, una fiambrera para meter la merienda, y una maleta para llevar todo lo necesario. Entonces Don José, saco de su bolsillo un sobre con dinero, y otro que contenía una libreta de la Caixa de estalvis, que era de color verde oscuro, y en su portada había impreso un escudo plateado. Dentro, en la libreta, había un saldo de cien pesetas, a nombre de Robert. Don Jose se lo entrego a la madre de Robert. —En nombre mio, y de mi delegación de inspección general, quiero que acepte nuestras mas sinceras disculpas, y este sobre, con una cantidad de dinero, para que usted pueda comprarle a su hijo, zapatos, pantalones, o lo que usted desee que pueda hacerle falta. Señora, lo sentimos mucho, su hijo ha perdido dos años de estudios, pero vamos a hacer todo los posible por conseguir que su hijo los recupere. —Muchas gracias —dijo la madre de Robert mostrándose muy agradecida. —Y quédese tranquila, que ese profesor jamas podrá volver por aquí, esta expedientado y expulsado. Don José, se giro hacia el resto de los profesores y les dio una contundente advertencia. —Si yo me entero de que.... este niño es maltratado, apartado, rechazado, marginado, o no se le trata bien, con la debida atención que se merece, ustedes seguirán el mismo camino que ese impresentable de Ceuta con las cabras y las berenjenas, ¿¡Me han entendido!? Todos respondieron que si. Después de despedirse, todos se marcharon, y Robert y su madre regresaron a casa cargados con una montaña de paquetes.

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Al día siguiente como de costumbre Robert se levanto temprano y fue a la tienda a comprar lo de siempre. Después de desayunar, se fue con sus hermanos al colegio. Estaba un poco nervioso, y se sintió un poco raro, y era algo raro porque después de tanto tiempo, dos años, esta vez si pudo pasar por la puerta de entrada sin que nadie le gritara o le expulsara del colé. Pero cuando llego al colé y pudo entrar, se llevo una degradable sorpresa. Las cosas habían cambiado tanto que ya no era lo mismo que cuando el estaba en el colé. Muchos de sus amigos ya no estaban, porque habían ido hacia dos años a estudiar a otro colegio para chicos mas mayores, y además a él lo pusieron en otra nueva clase, con otros niños que el ni conocía de nada, y con un nuevo profesor recién llegado, que además le hizo sentarse en primera fila. El profesor era muy amable y simpático, pero seguía sus propias normas para dar las lecciones. Ese profesor no sabia que Robert había estado dos años fuera del colegio, y que en dos años no había podido estudiar nada. El profesor daba las lecciones para niños que eran mas avanzados. Al rato de estar el el colé, Robert se dio cuenta de que no podía seguirles porque no sabia de que estaban hablando. Robert no sabia que lecciones estaba enseñando el profesor, porque no las había estudiado. Él había pasado dos años sin estudiar, y eso le dejo atrás del todo. Ahora no sabia nada del colé. El pobre Robert se sintió mal, porque no entendía que cosas estaba enseñando el profesor, y no le daba explicaciones sobre esas cosas. Las lecciones que enseñaba ese maestro no eran las mismas que dos años atrás, sino de dos años hacia delante; y el no podía aprender nada de todo eso porque no había ni leído ni estudiado nada en los dos últimos años y todo por culpa del anterior maestro que lo expulso del colé. Parecía que Robert podía estar muy contento por volver al colé, viendo como iban las cosas, pero no fue así. En realidad estaba bastante desmotivado, empezó a aburrirse mucho en las clases mientras el profesor enseñaba las lecciones porque para él, el colé ya no era lo mismo. Había estado dos años sin echar de menos el colé, pero pasaba todas las noches en su propio sueño aprendiendo con su mejor amigo, el chico de la locomotora. Y con él si que aprendió muchas cosas nuevas, pero ahora en el colé, sentado en su silla las cosas ya no eran igual que antes. Todos sus compañero de clase sabían mas que él, y cuando el profesor le preguntaba, parecía burro porque no podía responder. No sabia que decir. Y las cosas no parecían ir mejor, porque si el profesor le preguntaba algo, Robert no sabia que responder, y eso le hacia quedar como un tonto. Aunque su primer día le trataron bien, en realidad, cuando salio al patio ocurrió otra cosa también muy rara. Ningún niño quiso hablar con él, todos le ignoraban porque le tomaban por tonto, o bien sabían por rumores lo que había pasado, o bien no le conocían de nada y no 26


querían ser sus amigos. Y por eso nadie quería jugar con el. Le dejaban apartado en un rincón. Cuando Robert les decía que quería jugar no le dejaban subir al tobogán, ni a los columpios, ni a la rueda, ni sentarse con ellos en el balancín, ni jugar a la pelota, ni nada. Mientras todos jugaban en grupos, pareciendo muy buenos amigos, él se quedaba solo en el patio mirando como otros niños jugaban mientras el no podía hacer nada. Y eso le hizo sentirse el primer día de clase solo y triste pero apenas por un rato. Después de todo eso, al final del día a Robert le dio igual, porque cuando el regresaba a su casa allí el tenia a su mejor amigo, un amigo de verdad con quien se divertía mucho, un chico muy amable y simpático que le trataba muy bien, y le explicaba muchas cosas y viajaba con él a lugares muy lejanos, conduciendo una enorme maquina de vapor. Y así fue. Al caer la noche, Robert otra vez estaba ansioso por meterse lo mas rápido posible en la cama. Pero eso no paso desapercibido para su madre. Desde los dos últimos años su madre empezó a darse cuenta de que Robert no le discutía para irse a dormir. Antes siempre discutía con Robert porque se quedaba jugando, o mirando la tele, y no quería irse a la cama. Pero después de que aquel día en que el maestro tan malo le pego, al contrario, Robert siempre estaba muy contento esperando que fuesen la nueve de la noche para ponerse el pijama, y meterse rápidamente en la cama. Y esto empezó a extrañarle mucho a la madre de Robert, que empezó a sospechar que algo estaba pasando, así que una noche antes de que Robert se fuese a dormir le pregunto porque quería irse siempre tan rápido a la cama. —Antes no querías irte a la cama Robert, pero ahora.... no se por qué... te vas muy muy deprisa a la cama, y no lo entiendo, ¿estas bien?... ¿Te pasa algo Robert? —le dijo su madre poniendo las manos en sus mejillas, y mirándole a sus ojos azules fijamente. —Es que quiero irme a dormir pronto mama, porque quiero dormir para poder soñar, porque me divierto mucho cuando duermo porque tengo... —dijo Robert. Y luego guardo silencio. —¿Ah, si? ¿Y que sueñas? ¿Que tienes? —le pregunto su madre intrigada. —Es que tengo una amigo, mama. —¿Tienes un amigo? —replico asombrada la madre de Robert. Ella sabia que su hijo no tenia ningún amigo desde hacia dos años. —Si, un amigo... —¿Y quien es ese amigo tuyo? —Es un chico que viene cada noche a verme, conduce una enorme locomotora que come carbón. —¿Y como se llama tu amigo? Robert se encogió de hombros, e hizo una mueca con los labios. —No lo se mama. —¿No lo sabes? —No. —¿Nunca se lo has preguntado? —No, solo se que se hace llamar el chico de la locomotora. 27


—Aaah, bueno, por lo menos ya sabemos algo. Y ese amigo tuyo... ¿Cuando tu te vas a dormir, que hace, viene a verte, aparece o te llama? —No, no, mama, todas las noches yo me voy pronto a dormir, para que el llegue a recogerme puntual a la estación de trenes. El viene con su locomotora, y yo me subo con el en la maquina, y nos vamos juntos por ahí... a viajar por las vías del tren a toda prisa, muyyyy rápido muy rápido. Y la maquina corre que vuela. Y pasamos por muchos sitios que no se donde están. La madre de Robert guardo silencio un segundo, y pareció estar pensando algo. Luego volvio a preguntarle. —Corre que vuela esa locomotora ¿eh? ¿Y a donde vais si puede saberse? —Muy lejos mama, vamos muyy lejos. A sitios que ni conozco, ni se donde están. —Vale, ¿pero a donde vais? ¿No dices que viajas con la locomotora por las vías del tren? Entonces pasaras por muchas estaciones, ¿no te has fijado alguna vez en los nombres de las estaciones? —No, mama, no se... nosotros vamos en la locomotora, y pasamos por las estaciones a toda prisa; vamos tan aprisa que nunca vemos nadie, y yo no veo los nombres de las estaciones... La madre de Robert puso cara de desconcierto, aquello si que era realmente extraño. —¿Y desde cuando sueñas con ese amigo tuyo? —Desde hace ya dos años mama. —¿Y cada noche sigues soñando con él? —Si mama, cada noche, ahora tengo que dormirme rápidamente, antes de que pase el tren o no podre irme con él en su locomotora. Otra vez su madre puso cara de asombro. Aquello si que era muy raro de verdad. Su hijo soñaba con un maquinista de tren, que conducía una enorme locomotora de vapor que comía carbón, y cada noche su hijo Robert se iba con el a correr por las vías del tren durante horas y horas. —Esta bien, vete a dormir, pero esta noche cuando llegue tu amigo de la locomotora y se pare en la estación; cuando estés con el, pregúntale su nombre, y mira las placas de las estaciones, ¿vale, hijo? ¿Me lo prometes? —Si, mama. La madre de Robert le dio un beso y lo acostó. Robert se tapo con las sabanas, y atrapo con fuerza la almohada deseando dormirse a toda prisa, porque ya iba un poco retrasado, y quería empezar a soñar rápidamente. Pero esa noche no supo por qué, pero le costo mucho mas tiempo dormirse. Esta vez la cosa no fue tan rápido como otras veces, y eso a él le extraño bastante porque tenia mucha prisa por dormir. Siempre que se iba a la cama, a los cinco minutos ya estaba durmiendo, y a los diez, soñando placenteramente que llegaba a la estación. Y su sueño volvía a empezar como siempre, y el lo aguardaba con impaciencia; deseoso de ver llegar de nuevo a su amigo de la locomotora. Robert estuvo dando vueltas y vueltas en la cama. Hizo todo tipo de 28


movimientos en la cama para dormir. Pero ya no sabia como ponerse: Se le ocurrió empezar a darle un montón de golpes a la almohada a ver si así mejoraban las cosas, y por eso la sacudió media docena de veces, pero no ocurrió nada. Luego pensó que si cambiaba de posición en la cama a lo mejor le empezaba el sueño y por eso se puso boca abajo, con los pies para arriba, luego cuando vio que eso no daba resultado cambio de posición; se giro y se acostó en los pies de la cama, y puso los pies sobre la almohada, pero tampoco paso nada. Robert estaba un poco nervioso e impaciente por dormir, pero allí no llegaba el sueño ni porrazos. Lo deseaba con fuerza, y quería dormirse porque tenia prisa por llegar a tiempo a la estación, pero tampoco paso nada. Y así pasaron las horas... Ya era mas de la media noche cuando empezó a dormirse, y entonces, cerca de las dos de la madrugada, fue cuando por fin le entro el sueño profundo y empezó a soñar... “Robert corrió y corrió a toda prisa por las calles del pueblo para llegar a tiempo a la estación de trenes. Entro en la estación corriendo como un loco y miro en los andenes. Miro a un lado y al otro apresuradamente. No había nadie. La estación estaba desierta como de costumbre. Miro el reloj de la estación y se dio cuenta que ya pasaba media hora de la hora habitual de llegada del tren de su amigo. No sabia que hacer. Se puso muy nervioso porque no sabia a donde ir. Allí no había nadie. La estación estaba como siempre desierta. Pero entonces ocurrió una cosa bastante extraña, rara, e inusual que nunca había pasado en todo el tiempo. Durante los dos años que Robert iba a la estación para ver llegar a su amigo con la locomotora nunca vio a nadie en la estación, pero esta vez la cosa fue diferente. Robert vio aparecer un hombre, que vestía de azul, portando un gorro rojo, y un paraguas rojo enrollado que lo sujetaba en la mano derecha. Ese hombre salio de una puerta de la propia estación que siempre estuvo cerrada. Robert le miro un instante, y el hombre también. Entonces el hombre se acerco hasta donde estaba él. Era un hombre mayor, con el pelo blanco, con bigote blanco, y que hablaba muy tranquilo. —¿Que haces aquí, chico? —le pregunto mientras miraba un reloj de cadena, que extrajo de un bolsillo de un chaleco, que vestía bajo su guerrera azul, llena de botones dorados. —Estoy esperando a un amigo —respondió Robert, mirando hacia el horizonte de las vías del tren, esperando ver si llegaba la locomotora. —¿Un amigo? ¿En esta estación? Que raro... —dijo el hombre muy perplejo—. ¿Como se llama tu amigo? —No lo se, conduce una locomotora. Para todos los días aquí a las nueve en punto, pero hoy yo he llegado tarde... —dijo Robert con algo de apuro, mientras seguía mirando a un lado y a otro de las vías del tren, esperando verle llegar con la locomotora. —¿Y dices que viene con una locomotora? ¿Estas seguro? —le 29


pregunto extrañado. —Si señor, viene cada día a las nueve en punto —respondió Robert insistiendo con la cabeza. El jefe de la estación puso cara de extrañeza. —¿No sabrás por casualidad el numero de esa maquina, verdad? Me refiero al numero que lleva pintado en rojo la maquina a ambos los lados, ¿después de dos años te habrás fijado en eso, no?... Robert miro al jefe de estación un poco confuso. Esa pregunta le pareció muy rara, porque nunca se había detenido a pensar en ese detalle, pero tuvo suerte. Por alguna razón que desconocía supo recordar en ese momento el numero de esa locomotora. —Si, ahora que lo dice... he visto un numero, creo que es la 516... Me parece que es la Locomotora 516. —¿La 516? Es importante que lo recuerdes. ¿Estas seguro de eso chico? —Muy seguro señor. —Esa es la locomotora de Marcos —dijo el jefe de estación convencido totalmente. —¿Marcos? —Robert miro al señor jefe de la estación con cara de asombro. Desde hacia dos años nunca supo cual era el nombre del chico de la locomotora. Y ahora por fin averiguaba su nombre, lo cual le sorprendió bastante. El jefe de estación continuo contándole mas cosas... —Si, Marcos, así es como se llama el que conduce la locomotora 516. Esta maquina es una Santa-fe, que esta en proceso de reparación en los talleres mecánicos, la están arreglando porque no funciona bien — le explico el jefe de estación. Robert se le quedo desconcertado y con la boca abierta mirándole sin entender nada. ¿Cómo podía ser que la maquina funcionara y viniera a recogerle si apenas un instante el le había dicho que la estaban reparando y que no funcionaba bien? El Jefe de estación saco una libreta de un bolsillo, y miro en sus paginas, buscando comprobar algo. Después de un minuto, el jefe de estación le dijo a Robert. —Aquí yo no tengo apuntada ninguna parada de esa maquina en esta estación chico. La Locomotora 516 que conduce Marcos esta fuera de servicio, la están reparando, no se... no lo entiendo. No la tengo apuntada en transito... A ver si es que en jefatura han hecho cambios y la estaban probando y a mi nadie me ha dicho nada.. quédate aquí, no te muevas, que yo vengo enseguida. Voy llamar por teléfono. Robert asintió con la cabeza. Pero siguió mirando a ver si llegaba su amigo con la locomotora pero por allí no aparecía nadie. El hombre se marcho hacia la estación, entro en su despacho y realizo una llamada de teléfono. Después de un largo rato regreso un poco preocupado junto a Robert, que estaba desesperado por ver llegar a su amigo con la locomotora. El hombre, carraspeo un poco antes de empezar a hablar a Robert. —Eherrejemm, chico, tu amigo no vendrá —le dijo mirándole a los ojos un poco triste. 30


—No vendrá? —dijo Robert mirándole apenado. —No, ya no vendrá mas. —¿No? ¿Por qué no? —pregunto Robert desconsolado. —Mira... hijo... es difícil de explicar... a veces pasan cosas. Y yo soy el jefe de estación, y aquí yo soy quien manda. Y tengo mucha responsabilidad. Pero ahora tengo que decirte que tu amigo ya no vendrá mas. Acabo de llamar por teléfono, y me han dicho que la locomotora 516 ha tenido un accidente. Robert se giro de repente asustado. —¿¡Qué!? —Tu amigo, el chico de la locomotora ha muerto —le dijo el jefe de estación con cara de pena, mientras le acariciaba el hombro. Robert movió la cabeza negándolo, y se mostró alterado con la noticia. —¡No puede ser! ¡No es cierto! —exclamo Robert—. ¡Habíamos quedado como siempre aquí a las nueve!. El jefe de estación se encogió de hombros. —Es posible, no lo niego, pero seguramente tu amigo al no verte esperando en el anden, habrá pasado de largo. Marcos ha seguido probando la locomotora y por desgracia se ha estrellado con la maquina. Me han dicho que se ha caído por un puente de 100 metros de altura a un río. En el fondo has tenido mucha suerte de no ir con él. Robert empezó a caminar de un lado para otro y a mover la cabeza negando y a llorar. Entonces se puso muy muy triste. Tan triste que sintió mucha pena por su mejor amigo, porque había estado viajando durante dos años con el. Y ahora ya no vendría mas. Robert estaba llorando mucho y el jefe de estación sintió pena por él. Entonces se acerco y comenzó a consolarlo. —No llores hijo... —le dijo el jefe de estación mientras le abrazaba —. Se que tu le querías mucho. Yo lo se. Marcos era un buen chico muy simpático, yo le conocía bien desde hacia años porque conducía la locomotora, era un buen chico, dispuesto a ayudar. Y si tu dices que era tu mejor amigo, yo te creo. No llores, él esta bien, ¿vale? El jefe de estación le miro con ternura a los ojos. Robert los tenia todos llenos de lágrimas. No podía parar de llorar. Las lágrimas le caían por la mejillas, y tenia mucha angustia porque ya no podría ver mas a su mejor amigo. Estaba muy muy muy triste y apenado por su amigo Marcos, no podía contenerse. Solo sabia que durante los dos últimos años Marcos fue su mejor amigo, y que ahora nunca mas volvería a verle con la maquina. El jefe de estación le froto la cabeza, pero eso no le quito la tristeza. Robert no podía creerlo, ahora quería quedarse allí en la estación, sentado a un lado de las vías del tren, esperando verle regresar para jugar con aquella gran maquina, pero sabia que Marcos ya nunca mas regresaría. Entonces mirando hacia el jefe de estación le dijo... —Yo no quiero volver mas a mi casa, ni quiero despertarme de este sueño —dijo Robert entre sollozos. —¿Qué? No entiendo de que estas hablando —dijo el jefe de 31


estación. —Si, porque se que esto es un sueño. Y yo aquí me lo pasaba muy bien. Y allí en mi casa no tengo amigos, pero aquí el chico de la locomotora era mi amigo, mi mejor amigo, y venia todos los días puntual con su maquina a recogerme, y me lo pasaba muy bien con él. El jefe de estación le miro con cara de extrañeza porque para él aquello que había pasado no era un sueño sino algo muy real. No entendía porque Robert le hablaba de un sueño. Por eso le dijo... —Bueno, mira, vamos a hacer una cosa... Si dejas de llorar... Te dejo que vengas conmigo a la estación, nos tomamos un chocolate con churros, y charlamos un rato de cosas muy interesantes, además, ahí dentro tengo trenes eléctricos de juguete, ¿Te parece bien que juguemos un rato con esos trenes? Robert asintió con la cabeza un poco mas tranquilo. Los dos entraron en la estación, que estaba cerrada al publico desde hacia muchos años, y en un cuarto muy espacioso, el jefe de estación tenia una maqueta de trenes eléctricos, que había usado durante años para planificar sus maniobras de trafico. Nada mas acercarse a mirar la maqueta, Robert reconoció inmediatamente algo que le pareció muy familiar. Era algo que el ya había visto antes. Un tren. Era la locomotora que Marcos le regalo cuando aprendió por primera vez a conducir la maquina en su primer sueño. La locomotora tenia en la cabina un chico sonriente saludándole con la mano que parecía ahora muy feliz. El vio que era su mejor amigo marcos, y no pudo contenerse. En silencio le resbalo una lágrima de tristeza hasta su boca, que le supo muy salda... El jefe de estación se dio cuenta de que miraba con insistencia ese tren y parecía desearlo. Y entonces se conmovió y sintió mucha pena por Robert, y pensó que podría hacer algo para que se sintiera mucho mejor. —¿Te gusta esa locomotora?. Robert asintió con la cabeza. —Es una maqueta de la locomotora 516 que conducía tu amigo Marcos. Toma, te la regalo, para tengas siempre un buen recuerdo de tu mejor amigo. “Si no encuentras la felicidad en los demás, encuéntrala primero dentro de ti mismo haciendo lo que mas te gusta” Marcos, el chico de la locomotora. Colorín colorado, esta historia se ha acabado. FIN

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