Los nuevos contextos y la catequesis

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LOS NUEVOS CONTEXTOS DE LA EVANGELIZACION INTERROGAN A LA ACCION CATEQUETICA Alvaro Ginel SDB Mi propósito en este apartado es reagrupar en grandes núcleos la realidad mundana en la que los cristianos vivimos y que influye hoy sobre la persona y la lleva a ser más o menos sensible a la acogida del mensaje evangélico que nos ha sido dado en los gestos y palabras de Jesús, el Hijo de Dios (Hebr 1,2). De este ambiente, que constituye el tejido de la sociedad actual, no están exentos los cristianos como ciudadanos ni la misma Iglesia como institución que vive en el mundo. No es posible repensar la forma de evangelización y de catequesis al margen de la realidad donde la Iglesia intenta instaurar el reino de Dios. “Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la mutua relación. Es necesario, por ello, conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia la caracteriza”. No es indiferente la situación social en la que la Iglesia está incardinada. 1. Nuestro tiempo es tiempo favorable para el anuncio del Evangelio El punto de partida para la reflexión que sigue, tiene como telón de fondo la doble afirmación que hacen los obispos de Francia: “Rechazamos toda nostalgia de épocas pasadas, en las que el principio de autoridad parecía imponerse de manera indiscutible. No soñamos con una imposible vuelta a lo que se denomina “cristiandad”. En el contexto de la sociedad actual es donde queremos poner por obra la fuerza de la propuesta y de interpelación del Evangelio, sin olvidar que éste es susceptible de cuestionar el ordenamiento del mundo y de la sociedad cuando tal ordenamiento tiende a hacerse inhumano. En pocas palabras pensamos que los tiempos actuales no son más desfavorables para el anuncio del Evangelio que los tiempos de nuestra historia pasada. La situación crítica en que nos encontramos nos impulsa, por el contrario, a ir a las fuentes de nuestra fe y a hacernos discípulos y testigos del Dios de Jesucristo de una forma más decidida y radical. La segunda idea que me parece importante es: “La crisis por la que atravesamos no se debe básicamente al hecho de que ciertas categorías de católicos hayan perdido la fe o vuelto la espalda a los valores de la tradición cristiana. Sin duda, cada uno de nosotros debe interrogarse sobre su adhesión real a Cristo, a su Evangelio y a su Cuerpo eclesial. Por otro lado, no podemos seguir atribuyendo nuestras dificultades presentes a la hostilidad de los adversarios de la Iglesia.


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Ciertamente, sería ingenuo negar que en nuestra sociedad algunos se alegran por el debilitamiento social e institucional de la Iglesia católica, y que no vacilan a la hora de fomentarlo. Pero sería simplista imputar a la virulencia de su acción las dificultades a las que nos enfrentamos. La crisis por la que atraviesa hoy la Iglesia se debe en buena medida a la repercusión, en la Iglesia misma y en la vida de sus miembros, de un conjunto de cambios sociales y culturales rápidos, profundos y de dimensiones mundiales. Estamos cambiando de mundo y de sociedad. Un mundo desaparece y otro está emergiendo, sin que exista ningún modelo preestablecido para su construcción. No somos nosotros los únicos que sufrimos tratando de entender lo que está a punto de llegar. Las innumerables investigaciones actuales en los campos de la sociología, la filosofía….muestran claramente la profundidad de las preguntas de nuestros contemporáneos sobre una situación de crisis que afecta a todos los sectores de la actividad humana.


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Cambios profundos y acelerados Se trata, por una parte, de rechazar toda lectura reduccionista pesimista de nuestra situación y de afirmar con claridad que el Evangelio hoy tiene futuro y es audible por hombres y mujeres de buena voluntad. Esto exige una conversión por parte de muchas personas que, acostumbradas a la inercia de las cosas y de la evangelización en un tipo concreto de sociedad edificado a lo largo de muchos siglos, experimentan resistencias internas para cambiar de onda y para proponer el Evangelio de forma nueva. La crisis que palpan los catequistas en su tarea de evangelización, y que supera ampliamente la parcela que ellos representan dentro de la comunidad cristiana, hay que entenderla dentro de una crisis más amplia de todos los sectores de la vida humana. Ya el Concilio Vaticano II decía con clarividencia: “El género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Los provoca el hombre con su inteligencia y su actividad creadora, pero recaen luego sobre el hombre, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos de pensar y sobre su comportamiento para con las realidades y los hombres con quienes convive. Tan es esto así, que se puede hay hablar de una verdadera metamorfosis social y cultura, que redunda también sobre la vida religiosa”. 2. Contexto de crisis de transmisión de la fe La afirmación de que nuestro tiempo es tiempo favorable para la predicación del Evangelio no anula las dificultades del momento. La transmisión de la Fe ocupa y preocupa a los responsables de la evangelización. Todos los análisis que se hacen sobre catequesis coinciden en señalar la transmisión de la fe como un indicador de crisis. Pero no solo les ocurre a quienes en la Iglesia trabajan en la transmisión de la fe, sino que también a los educadores y padres que se encuentran con el mismo problema. Quiere decir que debemos hablar sencillamente de crisis en la transmisión de valores y de formas de entenderse a sí misma como persona humana. Se tiene la impresión de que los valores que un grupo de personas, los adultos, tienen como patrimonio de sentido y de coherencia de vida, no pasan a las nuevas generaciones. Estas quieren construir su vida a partir de cero, sin contar, en primera instancia, con lo que da consistencia a sus padres, profesores, educadores o evangelizadores. Los jóvenes sienten la necesidad de convencerse a sí mismos y de elegir los valores que ellos decidan según su experimentación personal, no basándose en la transmisión recibida.


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Posturas ante la transmisión de la fe La dificultad de transmisión de la fe, ¿a que nos lleva? Una primera respuesta la dan quienes se centran en cambios o retoques en las formas de transmisión. Da lo mismo que estos acentos sean una vuelta a insistir en la pedagogía propia del tiempo del catecismo u otros. Respondiendo de esta manera al problema planteado, se da a entender que la crisis es cuestión de métodos, de formas o maneras de hacer. Creemos que la crisis de la transmisión de la fe supera el marco de la pedagogía y de la metodología religiosa, aún cuando se nos presenten como argumento convincente algunas experiencias concretas de éxitos. Parece mucho más prudente y razonable pensar que la crisis de transmisión de la fe tiene que ser explicada por diferentes razones de sentido y no de metodología. Tendríamos que centrarnos más, para entender lo que está pasando, en la pérdida de una memoria colectiva portadora de sentido para el presente y para el futuro. El hecho religioso no es percibido como un hecho global dador de consistencia para la persona ni para el grupo. Se entenderá mejor que ahora queremos decir con la lectura del resto de núcleos que siguen pues todos ellos forman un entramado coherente. 3. Contexto de cultura contemporánea secularizada La religión ha dejado de ser referencia central y vital en nuestra sociedad, tanto en la vida personal como en el ambiente social. A modo de referencia testimonial, transcribo aquí la reflexión sobre este punto realizada por un grupo cristiano formado por madres. Refleja sólo un aspecto de la realidad, el lado negativo, pero describe bien algunos aspectos de la dificultad religiosa que padecemos hoy. Con estas palabras se expresaba el grupo: -

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El tema de Dios es lo que más cuesta madurar en la persona. Eres adulto a las 21 años para casi todo. Muchas empresas están llevadas por gente joven. Pero lo de Dios no sigue ese ritmo. Se puede ser adulto en lo humano y absolutamente infantil en la fe. Dios tiene para cada persona su momento. Y no hay nada que hacer. Se elige a Dios cuando uno está preparado para ello, no cuando te mandan o te dicen. Tiene que llegar la hora. Unas veces llega bien porque la vida te da un “tortazo”, o bien porque te encuentras con una persona que te descoloca y hace que te preguntes cosas que sólo una persona hace preguntarnos. Hay personas que nos interrogan y nos “cambian”. La tarea de los padres y educadores es más de sembrar que de recolectar…. Y esto se puede hacer duro: todo el tiempo sembrando … sin quizá, ver los frutos en el tiempo deseado. La vida actual no ayuda a creer en Dios. Con mis manos soy capaz de hacer todo. No necesitamos a Dios para vivir y para trabajar. ¡Nos las valemos¡¡. Puedo estar las dieciocho horas de actividad diarias cumpliendo obligaciones, siendo eficaz, como “un ordenador con dos patas”, y no necesitar nada de Dios.


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La gente llora y no sabe por qué, ni le interesa. Le basta decir: “no sé explicarlo. No me lo explico. No sé qué me pasa”. Y tampoco le interesa saberlo, porque saber lo que nos pasa es “complicado”. Preferimos vivir “no sabiéndonos”, no teniendo razones para vivir, para llorar… Sólo sabemos que nos pasan cosas… sin llegar a porqués. Nos estamos deshumanizando evitando pensar, evitando dar palabra y verbalizar lo que nos pasa. Es la mejor manera de no tener raíces, de vivir a la intemperie a bandazos de lo que la vida nos depare La vida “maquinal” (ser como máquinas) nos agota. Acabamos rendidos, sin respiración…Queremos ocupar todos los segundos: oír música mientras vamos de camino, no escucharnos, ver todo lo que podamos, curiosear, mariposear por todas partes… Si eres útil, nadie te dice que te pares. Mejor es que produzcas, que te agotes, que des de sí todo lo que puedes. Cuando no sirves, te echan, te relegan, te olvidan, te tiran a la papelera… Ya está, sin más problemas. ¿Dialogar? ¿pero de qué? De lo superficial… Pero nada de cómo te sientes: damos “partes” de nosotros que se parecen a la sintomatología que puedes dar a un médico. Porque “de sentimientos”, “de profundidad”, de eso: nada de nada. Muchos hombres y mujeres hoy no es que no sientan, es que no saben lo que sienten, no les han permitido o no les han enseñado a poner palabras a su mundo interior. Lo desconocen por completo. “No tienen espíritu”, tienen “espíritus” que les ocupan: las preocupaciones de la vida, de vivir bien, de triunfar y ganar dinero y pasarlo bien, de que no caigan enfermos. Después, cuando menos te lo esperas, llegan las depresiones las decepciones. Y nos pillan desprevenidos. Nos está fallando algo. ¿Exceso de ser eficaces? No hay valor hoy para buscar cosas que no son eficaces, que no dan resultados numéricos. No entendemos lo gratuito. Tenemos que pagar los favores. No aceptamos los regalos sin más. Si nos hacen uno, tenemos que devolver otro. No se entiende ya la gratuidad: regalar para que no te regalen, sólo por el placer de dar algo gratis a alguien sin más, sin que se sienta el otro obligado a devolvernos algo. Todo es comercio. Está en el ambiente. En cada decimos y enseñamos a los hijos “Le tendrá que regalar tú algo porque como te ha regalado él….”

En esta sociedad, en este ambiente, ¿qué significa que Dios es regalo, don, Espíritu de gratuidad? Queremos ponernos a la altura de Dios para regalarle algo que le guste o que necesite. Dios no necesita nada nuestro ni nuestras cosas le enriquecen. “Comercializamos” con Dios. Y Dios este “mercado nuestro no lo entiende”, se pierde. Dios regala y se regala. No tenemos nada que esté a la altura de lo que nos da. Él es de condición divina. Nosotros de condición humana. Por naturaleza es imposible ponernos a su nivel. Dios no nos da para que seamos. ¿entenderemos esto?


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Dios ha dejado de ser necesario. Muchos hacen experiencia de una vida al margen de Dios y viven “divinamente” sin Él. Tener a Dios en el horizonte de la existencia está visto, por no pocas personas, como algo “pasado de moda” “Lo moderno”, el modo actual de entender la vida es vivir en una atmósfera no trascendente y en la que el transcendente no tiene cabida. Los Obispos Belgas lo expresaban muy bien con estas palabras: “No sólo hacemos experiencia de la dificultad de transmitir la fe hoy, sino que en ocasiones se nos toma como sospechosos, ya que el anuncio del Evangelio es visto como inútil e insignificante”. Vivir de deseos más que de necesidades Se vive de la satisfacción de deseos y no de necesidades, hemos pasado del consumismo de uso al consumir por consumir o a consumir como deporte. Consumir es un nuevo Dios por el que todo se sacrifica y hacia el que todo se orienta. No se consume ni siquiera para tener, sino que el fin del consumo está en la satisfacción que produce el acto de comprar. “Salir de compras” es un deporte, una manera de ocupar el tiempo, de vivir entretenido, de relacionarse con otros, de darse sentido. Mientras estamos entretenidos, no nos planteamos preguntas, no pensamos. El consumo es una especie de nueva religión. Esta nueva religión también tiene procesiones y peregrinaciones en coche y a paso lento a los “nuevos usuarios”, los llamados centros comerciales, y tienen “días de precepto o fiestas de guardar” como son los fines de semana, los días festivos, los días que llevan delante un de: día de los enamorados, día del padre, semana fantástica, días de oro… Hay una “liturgia” que se realiza en esos centros: ver escaparates, pasear, probarse ropa o calzado, tomar algo, ver algún espectáculo, curiosear lo que otros compran, imaginar qué nos iría bien comprar: “Viendo cosas, las cosas suscitan la necesidad de adquirirlas. Valor de lo inmediato, de lo práctico Insensiblemente nos sensibilizamos en una dirección única: para lo práctico, para lo eficaz, para consumir, para lo que se puede adquirir con dinero. Se crea en la persona una lógica comercial: es válido y real lo que se puede comprar, y si es con dinero fácil.. mejor. Se quiere ganar dinero para poder comprar “lo que me apetezca”. De un plumazo quedan abolidos todos los valores que no son comprables, rentables, eficaces. Queda desplazado el esfuerzo por lo “no productivo”, el esfuerzo por ser uno mismo sencillamente y desarrollar las propias potencialidades. Queda borrado del mapa ordinario de la vida lo simbólico, aquello que lleva a traspasar la horizontalidad en la que uno se mueve, aquello que nos enfrenta al misterio de la realidad y de la trascendencia.


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Indiferencia religiosa Es lógico que así crezca la indiferencia religiosa y, paralelamente, la credulidad que sustituye a la fe. Se cree en lo que dicen las personas de la política, o del espectáculo, o del mundo de la moda, o a los “maestros” del esoterismo, o se cree a los ídolos que nos imponen desde fuera, o se cree a los amigos más que a nadie. Lo que dicen los compañeros de “la panda”, es más creíble y se le da más valor que a lo que dicen los padres, o los profesores, o los catequistas. La sed del misterio no se ha eliminado del ser humano actual, pero pretende ser saciada con algo inmediato, no con un camino de experiencia interior que nos aproxime al Dios trascendente.”El hombre contemporáneo cultiva con gusto la espiritualidad, pero no tiene necesidad de Dios.” Fragilidad, inseguridad y pluralismo Esta manera de posicionarse ante la vida y ante la propia maduración personal crea un substrato de fragilidad. Muchas personas se sienten sin fundamentos sólidos en los que apoyarse, pues rechazan algo que no les parece seguro y construyen sobre aquello que no se sabe si dará o no consistencia a su existencia. Así va surgiendo una conciencia secreta de inseguridad. Una enfermedad o un contratiempo económico arrasan de golpe el sentido dado a la vida, hunde en lo más profundo a las personas. Los desengaños de la vida ponen de manifiesto un vivir sin raíces hondas donde todo se tambalea. Recurrimos a los psicólogos para remediar nuestros males de sentido de la existencia. Añadamos un factor que cobra día a día más fuerza en nuestro contexto cultural: el pluralismo. Nuestra cultura es pluralista en el sentido de que hay un amplio abanico de maneras de concebir la existencia y de creer. La inmigración es un factor que reafirma este dato. La pluralidad se puede convertir en amenaza, en indiferencia, en fundamentalismo, en relativismo o en ocasión de profundizar las propias convicciones. Todo dependerá del punto desde donde se sitúe uno para analizar el pluralismo cultural y religioso. La persona hoy esta retada a tener consistencia y, a la vez, a ser flexible para convivir pacíficamente con quienes tienen otros principios dadores de sentido. Cuanta más consistencia tenga la persona, mayor será la posibilidad de flexibilidad y de diálogo con “el diferente”, sin miedo a desfondarse.


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4. Contexto antropológico Nuestra cultura cree en la persona y cree en las posibilidades casi ilimitadas de su racionalidad. No hemos asimilado una novedad y ya el mercado nos sorprende con otra. Todo parece programado para hacer viejo aquello que acabamos de adquirir. No nos imaginamos dónde podemos llegar. Se ha creado una conciencia colectiva de que lo que hoy todavía no es posible, lo será mañana. Los inventos y el poder de la ciencia parece que no tienen límite. Lo que importa a los hombres y mujeres de nuestro contexto cultural es “vivir bien”, o lo que es lo mismo “la sociedad del bienestar”. La libertad sin consistencia Una parte de este bienestar la proporciona indudablemente los avances de la ciencia. Pero hay otra parte que no depende de lo que tenemos, sino de la conciencia personal que cada uno tiene de su libertad. Así, estar bien puede ser entendido como gozar de todo según la manera que uno libremente elige. Ser libre lo traducen algunos por no tener frenos hacer lo que yo quiera, cuando yo quiera y como yo quiera. Esta percepción de los avances conquistados choca con una realidad cruda y dura: el dolor, las guerras, lo enfrentamientos, el crecimiento de los empobrecidos por los egoísmos de los poderosos. El mundo occidental está dominado por una cultura individualista que lleva a olvidar al otro o a aprovecharse del otro, sea éste persona o sea la misma Tierra, amenazada y expoliada por el ansia de riqueza desmedida de unos pocos. El hombre está encerrado en sí mismo. Ensimismado en estar bien y en que nada le falte y que nada le limite su libertad, el hombre de nuestros días está llamado a hacer experiencia de sus límites sin atrever a traspasarlos. Da la impresión de que la pregunta final no es: ¿qué es el hombre? Sino ¿quién soy yo, que quiero vivir sin límites?


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Encerrados en la obra de nuestras manos Orientados en esta perspectiva, muchos hombres han perdido por completo de su horizonte vital la necesidad de salvación en el sentido anunciado por los profetas y completado en Jesús de Nazaret. La salvación se la fabrica cada uno a su manera. Uno “se salva” no tanto por la intervención de Dios sino por el esfuerzo personal. De la misma manera que cada uno tiene que “luchar en la vida” para conseguir un puesto de trabajo y para que después no se lo quiten o para que la competencia no le desbanque del lugar donde ha llegado, así como “hay que salvarse”, con las propias fuerzas. Salvarse es como triunfar en la vida. No hay más salvación que la que cada uno se procura, con la ayuda de amigos, en ciertos casos. Contra quien hay que luchar y dirigir todos los esfuerzos es contra la competencia, es decir, contra aquel que pretende ser más y mayor que tu. En esta lucha despiadada, todo vale con tal de llegar a los objetivos marcados. El logro de objetivos programados supedita todo lo demás. En la empresa se trabaja por objetivos prefijados. El año laboral está para alcanzar o ir más allá de los objetivos. Esto es lo que se premia, aunque te dejas la vida en el intento. ¡Ya te sustituirá otro¡¡ Creyéndose libre, el hombre está hoy amenazado en su raíz más profunda. En nombre de su libertad y de su poder, está creando una tela araña que le atrapa y le hace esclavo de sí mismo. Quitar del horizonte a Dios es la mejor manera de deshumanizar al hombre.


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5. Una reflexión final Existen detallados análisis de la situación actual. Aquí quedan reflejados tres ejes o núcleos a los que se pueden añadir otros muchos aspectos a modo de una constelación. Como reflexión final quisiera resaltar el influjo que esta realidad actual tiene para la tarea de anuncio y educación en la fe. Porque no se trata de convertirnos en sociólogos, sino de analizar los datos de la sociología para entender mejor la misión de la Iglesia de “vayan y anuncien” (Mc 10,15). Darse cuenta del momento presente La primera constatación que los creyentes y responsables de los procesos de evangelización tenemos que hacer es tomar en serio la realidad, darnos cuenta del momento presente en que se efectúa la transmisión de la fe. Un momento de la historia en el que la sociedad vive construida desde ella misma, sin referencias precisas de Dios. Un momento que para unos es de pluralismo y para otros, de paganismo. En todo caso, no es un ambiente de sociedad edificada sobre referencias religiosas cristianas, o sociedad de cristiandad. Esta realidad pluralista es la que nos obliga, en la educación en la fe y en la transmisión de la fe, a crear comunidades que sean ambiente nutritivo en el que arraigue la experiencia de fe. Parece algo sencillo y simple, pero no lo es y no lo es para muchos que prefieren no analizar la realidad de nuestra sociedad y sólo ven la realidad de los que vienen a la celebración dominical, por ejemplo. Existe el peligro de confundir “esta realidad” de los que vienen con “la realidad” más global. En estos momentos necesitamos un impulso mayor hacia un tipo de pastoral al que no estamos habituados porque no nos lo exigieron las circunstancias. Hoy han cambiado tanto las cosas, que tenemos que abrir el abanico de nuestro hacer pastoral para situarnos en una sociedad donde “las mentalidades que se han secularizado, la pluralidad estalla por todas partes, la memoria cristiana se pulveriza y la práctica religiosa continúa descendiendo. La religión ha llegado a ser para algunos un asunto del pasado y, para un buen número una opción personal que se quiere tener y mantener en el secreto íntimo de la conciencia.


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Tomar en serio la cultura secularizada

Entre los muchos aspectos indicados con ocasión del Sínodo, quisiera recordar la pérdida de la memoria y de la herencia cristiana, unida a una especie de agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa, por lo cual muchos europeos dan la impresión de vivir sin base espiritual y como herederos que han despilfarrado el patrimonio recibido a lo largo de la historia”. Este es el panorama de nuestro contexto geográfico, que el Papa Juan Pablo II resumía al hablar de Europa. La dificultad está no en aceptar y afirmar el dato de la secularización, sino en ser consecuentes con la afirmación a la hora de hacer pastoral. Vaya por adelantado un agradecimiento a los agentes de pastoral que han hecho y hacen unos enormes esfuerzos de cambio y de adaptación, de búsqueda y de trabajo silencioso. Tenemos que reconocer que no es fácil encontrar la salida oportuna, como en las autopistas, a las preguntas que nos planteamos, pero los esfuerzos están en marcha. La edad, la formación adquirida y la personalidad formada en un determinado sentido pueden, en ocasiones, alejar o dilatar para “más tarde” la consecución de metas nuevas. Las situaciones humanas reales sólo nos piden una casa: comprensión. Y no faltan motivos para comprender. Un porcentaje amplísimo de agentes de pastoral ha bebido su vida cristiana en un ambiente de acción pastoral en clima de cristiandad, ha desarrollado su acción pastoral con parámetros pastorales que ya es difícil mantener, ahora se les está pidiendo que “trabajen pastoralmente” en la realidad del mundo presente que está impregnada de secularización. El cambio es profundo. Las resistencias humanas, comprensibles. La acción pastoral de tejas abajo no es posible. Sólo la acción del Espíritu del Señor que transforma los corazones y hace Pentecostés donde cuando quiere, puede alumbrar el horizonte de un hacer pastoral volcado en la misión. No partimos de cero, tenemos una tradición secular de la Iglesia, con etapas de la historia que nos pueden servir de inspiración, y tenemos la fuerza y la vivencia del Evangelio y el aliento del Espíritu que se nos ha prometido. Los agentes de pastoral estamos llamados no a una reconversión como la entiende la sociedad y el mundo de la empresa, sino a una conversión en el sentido más bíblico. Es decir, no todo nos vendrá de la técnica, de las tácticas y de las ciencias auxiliares (¡cosas que necesitaremos¡) sino de la vivencia de la confesión de fe en Jesus en nuestra situación. El Evangelio tiene en sí fuerza para sugerir caminos de acción. Si el mundo en el que vivimos es nuevo, nuevo tendrá que ser el hacer pastoral.


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La existencia humana como lugar de encuentro con Dios Hemos visto en los núcleos que preceden a esta reflexión que lo que está en juego es la persona humana. “Es la persona humana la que hay que salvar” Es la sociedad humana la que hay que renovar, declaraba solemnemente el Concilio Vaticana II. Y todo esto desde el convencimiento de la fuerza de la semilla que cae entierra y fructifica, o de la levadura (Mc 8,15). Entender el futuro de la transmisión de la fe pasa por entender a la persona humana. La existencia es el lugar privilegiado para el encuentro con Dios. La puerta de entrada al “ámbito de la trascendencia” es la existencia humana con toda su complejidad, con toda su superficialidad, con toda su posibilidad de hondura. No es que la fe dependa del campo donde se siembre. “El Reino de Dios llega a pesar de las dificultades del terreno, las tensiones, los conflictos y los problemas del mundo”. Pero sí es necesario preparar el campo para la siembre del Evangelio. Aplicado esto al hombre actual, significa que esté como esté, la existencia es el lugar privilegiado de encuentro con Dios: “Lo de Dios y el hombre se juega todo en un mismo escenario. La trama de la vida, la trama de la historia. El hombre escucha a Dios y descubre la presencia de Dios allí donde vive y muere. No hace falta salir del mundo para conocer y escuchar a Dios”. Las cosas sencillas de la vida, los encuentros, los interrogantes, las personas que pasan por nuestra vida de manera significativa, las que quedan y dejan algo de ellas en nosotros, lo que nos pasa, las opciones que tomamos las que dejamos de tomar porque nos da miedo, la muerte, la vida todo es posibilidad de encuentro con Dios. Muchísima gente hoy solo dispone de su existencia como lugar privilegiado de encuentro con Dios ya que no participan en grupos, no frecuentan la reunión cristiana semanal, no leen habitualmente libros religiosos ni se nutren de la Palabra de Dios…Lo único que les queda en las manos para encontrarse con Dios es la aventura de su propia existencia.


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Dos puntos de partida La manera de afrontar la transmisión de la fe en esta realidad descrita, la podemos resumir en dos corrientes: -

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La fuerza intrínseca de la Palabra: En esta corriente se situarían aquellos que relativizan las influencias de la realidad en que el hombre actual vive y potencian la fuerza de la Buena Nueva. El Reino de Dios llega “a pesar de las dificultades del terrero, las tenciones, los conflictos y los problemas del mundo”. La Iglesia lo que tiene que hacer es creer en sí misma, decir lo que cree que tiene que decir con toda claridad. La atención a las reales circunstancias que vive la persona humana y que le dificultan la acogida de la Palabra. En esta perspectiva hay que enmarcar a quienes, sin negar la fuerza de la Palabra, prestan un cuidado especial en atender a la persona concreta para que pueda abrirse al anuncio de la Buena Nueva. En esta corriente se insiste, por una parte, en la necesidad de verificación o purificación de la vivencia del Evangelio en el seno de la comunidad cristiana (esto implica el redescubrimiento de una Iglesia humilde y servidora de los hombres, cercana a sus sufrimientos y problemas para poder transmitir la Palabra de vida que salva y que llena de alegría el corazón), por otra, esta actitud se traduce en una pedagogía que desarrolle una evangelización capaz de despertar al hombre de su “letargo” o “ensimismamiento” y de situarlo ante su libertad para responder libremente a la llamada del Dios vivo y establecer con él una historia de alianza y de encuentro.

Álvaro Ginel SDB, Repensar la catequesis.


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