LA ÉTICA Y EL SEGUIMIENTO DE JESÚS1
1. La ética de Jesús La ética pretende regular el comportamiento moral del hombre. La ética puede fundamentarse sobre la religión (moral religiosa) o sobre la razón humana (ética filosófica). En ambos casos, se fijan unos valores que hay que intentar alcanzar y traducirlos en actitudes y comportamientos. Teniendo en cuenta lo que hemos visto en los temas anteriores, podemos afirmar que Jesús marcó un ideal ético a sus seguidores, pero fundamenta el comportamiento moral sobre bases diferentes a las exigencias del judaísmo ortodoxo y a las de cualquier tipo de filosofía. Desde el Evangelio de Jesús, la base ética del cristiano será la «teología del amor». La realización del hombre no estará en función del cumplimiento de normas legales, sino en el compromiso vital con un Dios que es amor, que ama y que desea ser amado. Jesús no fue un moralista, ni propuso una moral concreta. La ética de Jesús se revela a través de su vida. Jesús muestra quién es Dios, cómo actúa y cómo, en consecuencia, debe obrar el creyente en ese Dios que se manifiesta en Jesús. Jesús revela a Dios como Padre («Abba»). Es un Padre misericordioso y cercano a todos, pero muy especialmente amoroso con quienes necesitan misericordia y perdón. Para éstos (pobres, incultos y pecadores) el Evangelio se convierte en Buena Noticia. A quienes hasta ese momento se les cerraba la puerta de la salvación, se les va a proclamar dichosos y amados preferencialmente por el Padre Dios. 2. El amor, norma suprema de la moral evangélica Jesús no se limita a denunciar la ineficacia del sistema moral farisaico, sino que además brinda un nuevo programa de vida, en el que la norma suprema es el amor. Mateo, en el sermón del monte (cf. Mt 5-7), nos muestra el ideal del comportamiento cristiano hacia el que hay que tender, en confrontación con el cumplimiento de las leyes judías. Es más fácil regirse por la ley que por la ley del amor. La ley indica lo que se debe evitar; el amor, lo que en cada momento se debe hacer. No ama necesariamente quien cumple la ley; pero, quien ama cumplirá la ley. Dar culto a la ley es tan absurdo como despreciarla.
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Tomado del Módulo de Cristología I, del Plan de Formación para Laicos, Arquidiócesis de Santiago.
CURSO “LA CRISTOLOGÍA EN LA CATEQUESIS FAMILIAR”
La ética de Jesús es mucho más exigente que la judía. El cristiano debe situarse más allá del marco legal. La moral evangélica se sitúa más allá de la ley. No se trata tanto de observar leyes, cuanto de ajustar la propia existencia a la vida y programa de Jesús. Frente al temor, el cristiano debe relacionarse con Dios por el amor; y este amor se manifiesta en el amor al prójimo. La entrega y el compromiso nacen del amor que une al creyente con Dios y con sus semejantes. Es la doble dimensión del amor (cf. 1Jn 4,16-21). 3. El seguimiento de Jesús Una de las constantes más claras en el Evangelio es el hecho que Jesús, tan pronto como inicia su misión, reúne un grupo de personas que lo seguían, que vivían como Él, que se conocían entre ellos y compartían el mismo destino. Es el grupo de los discípulos de Jesús, en el que estaban los «doce» (cf. Mt 10,1-4), los 72 (cf. Lc 10,1-20) y un grupo muy numeroso (cf. Lc 6,17; 19,37). Algunos de ellos han sido llamados explícitamente por Jesús, respondiendo positivamente al llamado, lo dejaron todo y le siguieron (cf. Mt 4,18-22; Mc 2,13-14). Otros, en cambio, a pesar del llamado, no han querido seguirlo, como sucedió con el rico (cf. Lc 18,18-23) u otros (cf. Jn 6,66). Para ser discípulo de Jesús es necesario e indispensable «seguirlo» (cf. Mt 10,38; Jn 8,12; 10,27). Se le sigue a Jesús porque Él es el Maestro (cf. Mt 8,19; Lc 7,40), porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6), es decir, el camino vivo y verdadero que conduce al Padre. Seguir a Jesús no significa imitar, reproducir una imagen, ni hacer lo mismo, sino algo más profundo y radical, que podría sintetizarse en un «unirse a», «confiar en», «vivir con», «obedecer», lo que según Juan equivale a «creer» (cf. Jn 8,12). Seguir a Jesús es seguir su camino (cf. Lc 9,57-62). Seguir a Jesús es participar en su suerte, compartir el mismo destino del Maestro: no tener dónde reclinar la cabeza (cf. Lc 9,57-58); ser odiados y perseguidos por el «mundo» (cf. Jn 15,18ss); llevar su cruz (cf. Mc 8,34s); beber su cáliz (cf. Mc 10,38); compartir su cruz y su gloria (cf. Mt 8,19.22; 16,24; Jn 12,26). El seguimiento de Jesús se vive en el abajamiento, la «kénosis», reproduciendo en la historia su camino, sus actitudes y sus sentimientos: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo...” (cf. Flp 2,5-11; cfr. Jn 13,12-16).
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4. Exigencias del seguimiento de Jesús A lo largo de los temas anteriores ya hemos estado viendo, explícita o implícitamente, las diversas exigencias para los discípulos de Jesús. Recordamos que la conversión es la exigencia radical y recopilamos las otras brevemente. La fe que consiste en escuchar y poner en práctica la Palabra de Dios. El verdadero discípulo de Jesús es el que escucha y practica la Palabra del Señor (cf. Lc 8,19-21; 11,27-28), es el que observa la voluntad de Dios (cf. Mt 10,29). El amor y la unidad explicitados en obras serán el distintivo de los cristianos y la causa de credibilidad de que Jesús es el enviado del Padre (cf. Jn 13,34-35; 17,21-23). Este amor se hace palpable en la solidaridad con los marginados (cf. Mt 25,31-46; Lc 10,29-37) y en el perdón ilimitado (cf. Mt 18,15-34). El discípulo debe esforzarse por vivir la igualdad, evitando la ambición y la arrogancia (cf. Mt 18,1-10; 23,8-12) y debe ser el último de todos, el servidor de los demás (cf. Mt 20,2027; Lc 22,26-27; Jn 13,12-17). Si alguien debe ser preferido, serán los más pequeños y necesitados (cf. Lc 4,16ss; Mt 18,1-4; 19,13-15). Y la vida de oración debe ser parte constitutiva de la existencia del discípulo (cf. Mt 6,5-15; 14,23). La Virgen María nos es presentada como el modelo y prototipo de los discípulos de Jesús (cf. Lc 8,19-21; 11,27-28). Es la Virgen orante (cf. Hch 1,14), oyente de la Palabra y practicante (cf. Lc 1,38.45; 2,19.51), la Virgen oferente (cf. Jn 19,25-27). María oyendo y practicando la Palabra de Dios, en la doble vertiente del amor hacia Dios y hacia los hermanos, nos muestra el camino fundamental del seguimiento de Jesús.
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