LA EUCARISTÍA: LA CENA DEL SEÑOR Los relatos de la Pascua del Señor Jesús, su hora, la hora del amor hasta el extremo1, encontramos su relato en Mateo2, Marcos3, Lucas4 y Pablo5, textos que se completan y enriquecen en el Evangelio de Juan6.
EL TESTIMONIO DE SAN PABLO
El primer testimonio histórico de la Cena del Señor se lo debemos a Pablo en su primera carta a los Corintios, a propósito de una crisis en esta comunidad. Sucede que, antes de la cena ritual para hacer memoria del Señor, los hermanos y hermanas se reunían a comer. Y se ve que los ricos llevaban alimento en abundancia mientras otros pasaban hambre, lo que es en sí mismo una tremenda contradicción que, dicho sea y no de paso, seguimos viviendo los cristianos. “El caso es que, cuando se reúnen en asamblea no es para comer la cena del Señor, porque cada cual empieza comiendo su propia cena, y así resulta que mientras uno pasa hambre, otro se emborracha. Pero, ¿es que no pueden comer y beber en sus propias casas? ¿En tan poca estima tienen a la Iglesia de Dios, que no les importa avergonzar a los que no tienen nada?”7. Entonces Pablo se siente obligado a contar en detalle “la tradición” que él mismo ha recibido. Bendita crisis que nos hace penetrar en el sentido de la Cena del Señor. Y bendito Pablo que, no habiendo estado en la Última Cena, recibe de los apóstoles y de los hermanos lo que él nos narra, signo inequívoco de que por ahí por el año 40 en las comunidades cristianas se tenía claro el sentido primordial de esta Cena. “Por lo que a mi toca, del Señor recibí la tradición que les he transmitido, a saber, que Jesús el Señor, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: ‘esto es mi cuerpo entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía’. Igualmente, después de cenar, tomó el cáliz y dijo: 1
Ver Jn 13,1. Mt 12,20-30. 3 Mt 14,12-31. 4 Lc 22,7-38. 5 1 Cor 11,17-34. 6 Jn 13,1-35. 7 1 Cor 11,21-22. 2
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‘este es el cáliz de la nueva alianza, sellada con mi sangre; cuántas veces beban de él, háganlo en memoria mía’. Así pues, siempre que coman de este pan y beban de este cáliz, anuncian la muerte del Señor hasta que El venga. Por eso, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, peca contra el cuerpo y la sangre del Señor. Examínese, pues, cada uno a sí mismo antes de comer el pan y beber el cáliz, porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propio castigo.[…] Por tanto, hermanos míos, cuando se reúnen para comer la cena del Señor, espérense unos a otros. Si alguno tiene hambre, que coma en su casa, a fin de que sus reuniones no sean censurables…”8
EL RELATO DE LOS SINÓPTICOS
Lucas nos cuenta que esta cena se celebró “el día de la fiesta de los panes sin levadura, en que se debía inmolar el cordero pascual”9, o sea, el día de Pascua. Los sinópticos narran que sentado a la mesa estaba el que lo iba a traicionar. En ellos, queda claro que se trata de la cena ritual sólo que, en vez del cordero, es el Señor quien toma el pan y después el cáliz, pronunciando la bendición, partiéndolo y dándolo a comer y a beber, y que al final, “después de cantar los himnos”, salieron para el huerto de los Olivos. Lucas añade dos informaciones muy importantes: la primera es que el Señor tenía muchos “deseos de celebrar esta cena con ustedes [sus discípulos] antes de morir”; la segunda es más dolorosa pues narra que, después de la cena, se produce una disputa sobre quién debe ser considerado el más importante entre los discípulos… Es no comprender nada de lo que se está viviendo. Leyendo el conjunto de los textos, queda claro que el Señor Jesús se ofrece en persona, en vez del Cordero, invitando a comer su cuerpo y a beber su sangre y que pide que esto lo hagan en memoria suya, así como hasta ese momento se hacía en memoria de la pascua del éxodo. Este es, por tanto, el sacrificio de la nueva alianza realizada en la sangre del Señor y no ya en la aspersión de la sangre del cordero. El rito de la ofrenda se ha personalizado. Por eso, desde los comienzos, los hermanos en la fe reconocerán la
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1 Cor 11,23-34. Lc 22,7.
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presencia viva del Señor “al partir el pan” como le sucede a los discípulos de Emaús después de la resurrección10. También queda claro, sobre todo en Pablo, que hay que discernir el Cuerpo del Señor, pues en esta Cena se comulga con el Señor y se comulga con el hermano “pues si el pan es uno solo y todos compartimos ese único pan, todos formamos un solo cuerpo” 11. Desentenderse del hermano, en la comunión, sería desfigurar la ofrenda y se arriesgaría a comer la propia condenación.
LA MEMORIA DE SAN JUAN
Años después de escritos los Evangelios Sinópticos, Juan ofrecerá algunos elementos muy significativos: el ambiente de intimidad en que se celebra la Cena del Señor en el que Jesús abre su corazón a los discípulos, y sobre todo, el lavado de los pies antes de sentarse a la mesa. Juan omite la narración de la institución pero subraya que, al lavar Él los pies, les da ejemplo para que los discípulos lo hagan unos con otros. Con esta mención el “hacer esto en memoria mía” de la narración de Pablo incluye también el servicio humilde propio de un esclavo. Se completa así el sentido de la cena memorial: “Después de lavarles los pies, se puso de nuevo el manto, volvió a sentarse a la mesa y dijo a sus discípulos: ¿comprenden lo que yo acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor y tienen razón, porque efectivamente lo soy: Pues bien, si yo que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies ustedes deben hacer lo mismo unos con otros. Les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes”12. ¡Qué distante estamos de la discusión entre los discípulos sobre quién sería el mayor, que nos relata Lucas! Ahora queda meridianamente claro que el mayor es el que se pone a los pies. Y más claro aún, con el mandamiento nuevo que, a reglón seguido – en cuanto sale Judas y estando profundamente conmovido13 - nos entrega el Señor: “ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”. Y agrega, “por el amor que se tengan”, y se podría decir, por este amor que se tengan, “todos reconocerán que son discípulos míos”14.
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Ver Lc 24,30-32. 1 Cor 10,17. 12 Jn 13,12-15. 13 Ver Jn 13,21. 14 Jn 13,34-35. 11
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Largo sería detenernos en la reflexión sobre el misterio eucarístico que realiza el mismo Juan en el Sermón sobre el Pan de Vida y que produce una fuerte disensión entre quienes lo escuchan, algunos de los cuales llegan a decir que es una “doctrina inadmisible”15. Y ¿qué es lo que había dicho?: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo le daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo […] Yo les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él. Como el Padre que me envió posee la vida y yo vivo por El, el que me coma vivirá por mí”16. Vive en mí, vive por mí, tiene vida eterna, yo lo resucitaré… y todo esto para la vida del mundo. ¿Necesitamos aún más claridad para reconocer al Señor en su persona, su misterio y su misión al comulgar con el Pan que da la Vida? No queda sino hacer silencio, sentir el estupor y adorar al Señor de nuestra vida. O sumirnos en la mayor incredulidad por ser esta una doctrina inadmisible. Pero, ante esta confesión de Jesús, no hay ni puede haber términos medios.
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Jn 6,60 y todo el texto anterior: Jn 6,51-59. Jn 6,51-57.
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