Un espejo en el tiempo

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Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana Instituto Nacional de Patrimonio Cultural








Lenín Moreno Garcés Presidente Constitucional de la República del Gobierno del Ecuador José Valencia Amores Ministro de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana Joaquín Moscoso Novillo Director Ejecutivo del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural

Un espejo en el tiempo, Borges en Ecuador 1978 1ra. Edición 500 ejemplares / 110 páginas Editorial: Sidartha, agencia de comunicación Quito, Ecuador ISBN-978-9942-22-331-9 Editor: Pablo Salgado Jácome Investigación: Javier Lara Santos Diseño y diagramación: Sidartha, agencia de comunicación Fotografía: Jorge Aravena Llanca Fotografía actual de María Kodama: Renato Toledo Nieto Las fotografías de este libro corresponden al Fondo Aravena, la visita de Borges a Ecuador, que el INPC ha incorporado al inventario de patrimonio documental del Ecuador. Instituto Nacional de Patrimonio Cultural La conmemoración de los 40 años de la visita de Borges a Ecuador es un proyecto del Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana, con la participación del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural. Impreso en Ecuador Imprenta: Grafiprint Ediciones Quito, octubre de 2018

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"El tiempo es la materia de la que he sido creado" Jorge Luis Borges Buenos Aires - 1899

Ginebra - 1986

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PresentaciĂłn JosĂŠ Valencia Amores Ministro de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana

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La presencia de Borges en Quito fue un hecho muy significativo. Las nuevas generaciones desconocen este hecho y no imaginan que uno de los grandes escritores del mundo visitó Quito y Guayaquil hace ya 40 años. Esta visita es –y coincido con la escritora Gabriela Alemán- una de las más importante que se registra en la historia literaria del Ecuador. La presencia del autor de El Aleph y de “Guayaquil” (el memorable cuento incluido en El informe de Brodie, permitió a nuestro país abrirse al mundo literario y generó una gran expectativa entre los estudiantes universitarios, intelectuales y escritores, aunque no faltaron también los reproches, en especial de ciertos sectores de izquierda. Borges ofreció varias conferencias, siempre con un público entusiasmado que repletó el auditorio de la Universidad Católica y el salón del Palacio Legislativo. La memoria histórica de un país se la cultiva día a día. Y las manifestaciones y actividades culturales contribuyen a la construcción de esa memoria. De ahí que el Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana no dudó en liderar este proceso para conmemorar los 40 años de la visita del escritor argentino a nuestro país. Sin duda, lo más importante es preservar y conservar las fotografías testimoniales de esa visita y, sobre todo, repatriarlas desde Alemania, ya que forman parte de nuestro patrimonio documental. Gracias al esmero con que el fotógrafo Jorge Aravena las ha conservado, podemos ahora conocer, de primera mano, lo que fue esta visita. Este libro recoge testimonios de quienes estuvieron junto a Borges; lo escucharon, intercambiaron ideas,

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conversaron y compartieron diversos momentos con este autor universal. También el testimonio de uno de los gestores de la visita de Borges a Ecuador, el escritor Antonio Correa, quien llegó precisamente para establecer en Quito el Círculo de Lectores, que tanto bien hizo por el fomento de la lectura. Otros intelectuales y artistas que fueron también testigos presenciales de esta visita y compartieron con agrado la experiencia de su visita al Ecuador. Borges no llegó solo al Ecuador; vino acompañado de quien fuera su compañera de casi toda la vida, María Kodama; juntos visitaron varios lugares emblemáticos de nuestro país. Estas fotografías revelan la cercanía, el respeto e incluso la devoción que había entre los dos. María Kodama prestó toda su colaboración y volvió a Quito para recordar lo que fue aquella visita. Por ello, le agradecemos profundamente, al igual que a la Embajada de Argentina en Quito. Es para la Cancillería ecuatoriana un privilegio contribuir a recuperar para el país este fondo fotográfico que el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) lo incluirá al inventario del patrimonio documental del Ecuador. Y, para ponerlo a disposición de todos los ecuatorianos, se ha preparado una exposición que, con el carácter de itinerante, recorrerá varias provincias del país; así como esta publicación, titulada “Un espejo en el tiempo”, que, sin duda, pone en contexto y perspectiva un hecho casi olvidado de nuestra historia cultural. En este empeño trabajamos en conjunto con el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural. Juntos, intentamos recuperar el tiempo y la memoria, tal como nos decía el propio Borges: “El tiempo, ya que al tiempo y al destino/ Se parecen los dos: la imponderable/ Sombra diurna y el curso irrevocable/ Del agua que prosigue su camino”.

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Memorias e imĂĄgenes JoaquĂ­n Moscoso Novillo Director Ejecutivo del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural

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Jorge Luis Borges en Ecuador 1978 A Jorge Aravena Llanca, fotógrafo chileno, estudioso del campo de la Psicología de Comunicaciones Audiovisuales, además de compositor, cantante, poeta, profesor, siempre vinculado a los círculos artísticos e intelectuales de América Latina, le debemos la producción fotográfica relativa a la visita de Jorge Luis Borges al Ecuador en el año de 1978. Las fotografías realizadas por Aravena constituyen uno de los fondos recuperados, más interesantes. Está conformado principalmente por negativos en acetato de celulosa, en blanco / negro y a color, mismos que dan cuenta de un hecho trascendental para las letras del país: Borges y su encuentro en Quito y Guayaquil, con poetas, escritores, periodistas e intelectuales. Las imágenes ricas en afectividad comunicacional se deben a que el autor es también parte del encuentro con el Gran Escritor, desde esta perspectiva va más allá de la materialidad, por el carácter de documento que posee, ofreciendo instantes que merecen capturarse para ser recordados.

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De ahí que este registro visual, hace posible descubrir el entorno cultural del país, en la medida que funciona como un equivalente material de la memoria. Las fotografías logradas por Aravena que son a la vez objeto y suceso, evocan un acontecimiento significativo, aluden a un momento del ayer para los ojos de quienes construirán con ellas parte de su memoria. Como Borges decía “somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. De otra parte sabemos que realizar una foto es finalmente, crear un documento histórico que ilustra la memoria colectiva de un país, de ahí que este libro dará mucho que decir sobre el testimonio de sus imágenes, pues éstas responden a un contexto social, cultural y político. El ahora denominado Fondo Aravena constituido por fotografías que dan cuenta de la visita de Jorge Luis Borges a nuestro país se suma a la construcción del patrimonio documental y estará custodiado, conservado, puesto en valor y acceso público para consulta e investigación.

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El retorno de las imรกgenes de una visita olvidada Pablo Salgado Jรกcome Escritor, periodista, director del programa La noche boca arriba.

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na mañana lluviosa de noviembre de 2017 recibí la llamada de Álvaro Alemán: “El fotógrafo Jorge Aravena Llanca está en Quito y quiere reunirse contigo, porque quiere hacerte una propuesta”, me dijo. “Sí, por supuesto. Le espero mañana a las 3 de la tarde”, le contesté. Y así fue. Jorge estuvo puntual. Y de una, sin muchos preámbulos, me propuso: “El próximo año se cumplen 40 años de la visita de Jorge Luis Borges a Ecuador. Debemos hacer algo para recordar ese hecho. Yo fui el fotógrafo que realizó la cobertura de esa visita y tengo todas las imágenes”. Me quedé asombrado. Sin salir de mi sorpresa, le dije emocionado: “Jorge, eso es una verdadera joya. Esa visita de Borges a Quito nunca se la ha contado. Es más, muchos creen que se trata de una ficción; ha sido recordada y reseñada en novelas, mas nunca con quienes fueron testigos de esa visita, y peor haciendo públicas las fotografías de las actividades que Borges y María Kodama cumplieron en el Ecuador. ¡No se hable más, cuenta con todo nuestro apoyo!”. Y no solo eso, Jorge abrió una pequeña maleta y sacó una gran cantidad de negativos -de los rollos de película fotográfica- y los puso sobre mi escritorio. Eran los originales de las fotografías de la visita de Borges. Me quedé en silencio. Empecé a mirar -a trasluz-

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los negativos, uno a uno. Borges bajando, junto a Kodama, las escalerillas del avión de Ecuatoriana de Aviación; Borges caminando con su bastón; Borges conversando con otros escritores, con un vaso de agua en la mano; Borges firmando sus libros. “¡Qué maravilla!”, le dije a Jorge. “Estas fotografías de Borges son de un enorme valor, y es patrimonio de la Nación. No pueden seguir en Alemania, deben estar en Ecuador”. “Es lo que yo quiero; la Fundación Borges quiere comprarme, pero yo he dicho que son de Ecuador y deben quedarse para siempre en Ecuador,” me aseguró Jorge. No nos costó mucho ponernos de acuerdo; los dos sabíamos que la vista de Borges, hace 40 años, a Quito y Guayaquil ha sido quizá la más significativa que ha recibido el país. No solo por la importancia del escritor argentino -que era siempre el candidato a recibir el Nobel de Literaturasino por el contexto político que vivía el Ecuador en aquel año. Para las relaciones internacionales de Ecuador, esta visita fue de una gran trascendencia no solo literaria y cultural, sino política, ya que Ecuador vivía los últimos meses del triunvirato militar, que había iniciado una apertura para entregar el poder a través de un proceso de retorno a la democracia.


1978 Borges en Ecuador Jorge Luis Borges y MarĂ­a Kodama son recibidos por las autoridades civiles del antiguo aeropuerto Mariscal Sucre.

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Las fotografías de la visita de Borges han sido poco o nada difundidas. Algunas fueron entregadas al Círculo de Lectores, quien contrató a Aravena para la difusión de la visita y el encuentro de escritores, y luego –hace pocos años- se realizó una exposición en Cuenca, por iniciativa del entonces ministro del Interior José Serrano. Todos los negativos permanecían en poder de su autor, quien luego de residir varios años en Quito se trasladó a Alemania, en donde ha vivido los últimos 35 años. Consciente de la importancia y trascendencia de estas fotografías, la canciller María Fernanda Espinosa entonces dio todo el apoyo para que los originales retornen al Ecuador y se pueda ejecutar un proyecto que permita a los ecuatorianos conocer y recordar la visita de Borges. Es más, la propia Canciller –entonces una joven estudiantehabía asistido a una de las conferencias de Borges en Quito. De la misma forma, el Canciller José Valencia, con entusiasmo, alentó este proyecto. Es fundamental para la memoria histórica del país repatriar estas fotografías. Su valor histórico –sin duda- amerita que formen parte de nuestro patrimonio inmaterial. Es por ello que de inmediato consulté con el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) para iniciar el respectivo expediente técnico que permita al Ecuador recuperar, preservar,

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catalogar e inscribir en la lista indicativa de nuestros patrimonios estas fotografías. Así, el INPC también aceptó entusiasmado formar parte de esta conmemoración. Con Jorge Aravena Llanca nos juntamos nuevamente un par de veces antes de su retorno a Alemania y me comentó que quería, desde hace varios años, publicar un libro que diera cuenta de esa visita, pero no encontró eco en nuestro país, como sucede, lamentablemente, muy a menudo. Entonces le propuse publicar un libro, pero no con una mirada en primera persona – la del fotógrafo- sino mas bien con la de quienes fueron testigos de esa visita, con quienes convivieron con el propio Borges; con quienes no únicamente asistieron a sus conferencias sino que conversaron con Borges y Kodama en distintos momentos y espacios. Muchos ya han muerto, pero otros –un buen número- todavía viven, entre ellos uno de los gestores de la visita, el poeta y editor Antonio Correa. Al resto, cuando los encontramos y les propusimos se mostraron encantados de recordar aquella visita. Todos coincidieron en que escuchar a Borges marcó sus vidas. Pero, además, estamos convencidos de que la mejor forma de rendir tributo o –como en este caso- conmemorar los 40 años de la visita de un gran escritor es leyéndolo y/o reflexionando en torno a su obra literaria. Por


Pero esto no es todo, Jorge Aravena guarda todavía un material fotográfico invaluable para la cultura del Ecuador, un fondo que debe estar en nuestro país. Sin embargo, Jorge es receloso y cuida con esmero esas fotografías: “Ya tuve malas experiencias con ciertas instituciones culturales, por ello no he querido entregar este material y he preferido conservarlo en Alemania”.

Las imágenes de la visita de Borges a Quito -no hay imágenes de su estadía en Guayaquil- son muy reveladoras. Fotografías que reflejan una forma de retratar, sin la prisa de la cobertura diaria. Fotografías pensadas, meditadas, pues no había entonces, la posibilidad de disparar una y otra vez, como ocurre hoy con la fotografía digital. Fotografías naturales y espontáneas; ninguna es posada. El fotógrafo logró la confianza necesaria para que a Borges no le incomodara ni el reflejo del flash ni su presencia. Fotografías que forman ya parte de nuestra memoria histórica, social y cultural. Nos queda la alegría y la satisfacción de develar, con estas fotografías y con los testimonios, un hecho importante para la historia de la literatura ecuatoriana. Y hacerlo con sus protagonistas, con quienes vivieron y compartieron aquellos momentos, con quienes escucharon a viva voz a uno de los más grandes escritores de habla hispana. Solo nos queda disfrutarlo.

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Las fotografías que hoy forman parte de este libro, y que también son parte de una exposición itinerante, nos permiten además recuperar la memoria para honrar a importantes escritores e intelectuales ecuatorianos que ya no están con nosotros y estuvieron junto a Borges, por ejemplo -solo por citar algunos-, Humberto Vinueza, Euler Granda, Hernán Rodríguez Castello, Gustavo Alfredo Jácome, Diego Viga, Pedro Saad Herrería, Hernán Crespo, Galo René Pérez.

Quizá tenga razón, pero ya es hora de que el Estado ecuatoriano garantice la preservación y conservación de todos nuestros patrimonios.

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ello, propuse a Santiago Vizcaíno, director editorial de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), que la conmemoración fuera parte de la Feria del Libro que organiza cada año. De inmediato aceptó y se sumó a este proyecto e hizo posible la presencia en Quito de María Kodama, quién conmovida recordó aquel viaje.

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Jorge Luis Borges y Kodama caminando por la pista del antiguo aeropuerto Mariscal Sucre a su llegada a Ecuador.

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Poética de las imágenes fotográficas de un rostro Jorge Aravena Llanca* Fotógrafo, músico y gestor cultural * En 1975 llegó a Quito, exiliado de la dictadura militar de Chile. Vivió en la capital ecuatoriana cinco años, y desarrolló una intensa actividad cultural. Reside en Alemania desde hace 35 años.

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Jorge Aravena Llanca y su cámara Contaflex, Jorge Luis Borges y María Elvira Bonilla.

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Sé que nadie le pidió a Borges permiso, desde que perdió la vista, para retratarlo. Se había olvidado de sí mismo, sin pena ni gloria, sin importarle. La palabra fotografía adquirió la connotación suprema de su existencia: el olvido de sí mismo. En esta institución, me permito fundar una nueva poética de la lectura de las imágenes fotográficas de un rostro, resumidas en expresiones de más de 80 años de humana existencia, decantadas,

solemnes, fatigadas, altivas y, con dignidad, llevadas exteriormente como un todo acorde con la meditación deliberada que fue la luz de todos los fondos y espejos memorables de Borges.

Nunca faltarán quienes lean a Borges con profundidad en días venideros, que codifiquen en sus libros y estudios intuiciones críticas que, como no se reconoce límite entre el género visual de la fotografía y el lector en la atmósfera privada de su lectura, transporte otros métodos de ficción a la ficción del carácter en cada línea de su rostro. Siempre es difícil acercarse a una obra tan importante, compleja y discutida, como la de Jorge Luis Borges, sencillamente es el precio de su creación, originalidad y honda innovación en los conceptos, los temas y la sensibilidad estética. Lo mismo intentar protegerse en su rostro ante una mirada donde no entra la luz, que no es la mirada sino el entendimiento íntimo del ser

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Que el reconocimiento de esta poética fotográfica haya debido esperar 40 años para ser publicada fue una vida hacia adentro, por ello Borges en mí, una examinada intencionalidad, necesaria y seria, como una prueba más de la ausencia física, en el espejo intelectual, en que nos sumergimos en la contemplación espiritual y humana de Borges, lejos físicamente de nosotros, pero permanente en sus obras.

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A

l centralizar el enfoque fotográfico en el acto de leer los rostros, que es el propósito de este libro, se libera una literatura exterior donde se advierte, sobre todo el peso del tiempo, que soslaya delicadamente la iconografía de una vida. A partir de esta noción del lector de una foto, toda una poética puede edificarse. Por el camino de esta lectura, y en la actividad individual del incesante diálogo del lector que esa lectura del rostro le presupone. En el rostro de Borges hemos encontrado una salida para sus múltiples negaciones, una respuesta a su total aislamiento, a su soledad en un ámbito para comulgar con él. Ya que el verdadero Borges nunca se encontró en las fotografías, sino inicialmente en los espejos con los cuales tuvo malos entendidos. Lo mismo, el fotógrafo no es el autor de la imagen sino el lector. Todo observador de estos rostros es, de todos ellos, el autor en lo que cree descubrir, en lo que olvidó o desconoce.

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consigo mismo, transitado placenteramente por laberintos de otros maravillosos universos que sólo Borges podía ver. Toda una magnífica claridad que detuvo el tiempo en un sueño que se prolonga, en este caso con Borges en mí. Nuestro sueño es también dirigido y deliberado, un breve discurso de pensamientos estéticos. El lenguaje fue en Borges su tradición, en nosotros hoy día – su rostro conteniendo miles de libros-, casi toda la historia de la literatura universal. Con Borges nosotros inventamos una foto oral, en el cuarto oscuro con sus palabras sobre Hawthorne cuando escribió: “Su muerte fue tranquila y fue misteriosa, pues ocurrió en el sueño. Nada nos veda imaginar que murió soñando y hasta podemos inventar la última de una serie infinita y de qué manera la coronó o la borró la muerte”. Curiosamente en casi ninguna biografía de Borges, incluso de escritores que lo conocieron muy detalladamente, dan noticias de su viaje a Ecuador. El mismo año 1978 viajó de México a Bogotá, y de ahí pasó a Ecuador. Hasta María Kodama carece de fotografías, como me comentó personalmente, y menos los periódicos en Argentina dieron noticias de este viaje, en cuya capital Jorge Luis Borges fue recibido,

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naturalmente, en todos los foros donde estuvo presente, como un triunfador. Con delicadeza y admiración los ecuatorianos le rindieron respetuosos homenajes, en los que no faltaron, por supuesto, personas que con referencias alusivas al homenaje de Pinochet en Chile, intentaron menoscabar los actos programados, pero todas las preguntas capciosas chocaron con su ingenio, con su tranquilidad ante los comentarios adversos a sus creencias y, sin molestia de ninguna clase, contestaba cuantas preguntas incisivas se le formulaban arrancando con sus ingeniosas respuestas aplausos desde el auditorio, como aquella, más que pregunta, una acusación, de que era anticomunista y conservador, amigo de los militares y su literatura alejada de los problemas del pueblo, a lo que respondió que él, influenciado por su padre, se declaró anarquista, y que fue amigo de un gran comunista como fue el poeta chileno Vicente Huidobro dentro del círculo de un hombre de inquietudes precursoras como Rafael Cansinos Assens, judío-comunista, añadiendo que en esa época de su juventud le dedicó unos versos admirativos a la Revolución Rusa, a la paz y a la fraternidad humana y que de alguna forma fue en su juventud “algo comunista”. En una de las últimas noches de su estadía en Quito, en el Hotel Colón, se le ofreció una


Me resta decirle mi querido Borges, que durante todo el tiempo de estadía en Ecuador, su rostro, liviano como el amor de un padre, ese hálito fosforescente que guardamos como uno de los más recordados, estuvo frente a mí. Como fotógrafo me olvidé de su cuerpo, pues por todo el color de sus

Me queda, además, ahora que está tan lejos, la posibilidad de mirar a diario todos los retratos que le tomé, de leer sus libros y en el aire circulando la palabra que es nuestra denominación, un ensueño para mí de que ambos nos comunicábamos con otro Jorge, porque ambos nos llamamos igual. De alguna manera nos hemos repetido, lo que me reservo con un modesto orgullo.

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Posteriormente fue a conocer el antiguo monolito de la Mitad del Mundo, donde el ecuador divide en dos hemisferios al planeta Tierra. Posteriormente se realizó un intento de que visitara la selva ecuatoriana por el lado de Latacunga, por el Puyo, paseo que fracasó por razones obvias: “¡Qué voy a ver si soy ciego!”, le oímos decir. Y con leves movimientos de protección cutánea: “Además, me dicen que hay muchos mosquitos, mejor nos quedamos en Quito”. Y con un aire algo sentimental añadió: “En qué puede interesarles mi persona a los habitantes de este mundo selvático que debe ser sobre todo muy verde”.

pupilas leí cuanto necesitaba desde que lo adiviné en su primer libro que leí en Buenos Aires. Usted no conoció, ahora lo pienso con tristeza, mi fisonomía y mis expresiones faciales le fueron esquivas, pero sin duda entrevió, en amarillo, que era yo de origen latinoamericano. Pero mi inconfundible acento porteño le motivó confianza. Nos llamábamos por nuestros nombres, con el mismo acento porteño de las esquinas rosadas de nuestra infancia.

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cena programada por el Consejo Supremo de Gobierno, encabezado, en persona, por el general Alfredo Poveda Burbano. Esta fue la única vez en que los militares se hicieron presentes, públicamente, en los homenajes de Borges, salvo, con toda la plana mayor, en el recibimiento privado que se le brindó en la Escuela Militar, donde se lo condecoró con el decoro previsto, no siendo este acto del dominio periodístico y menos público.

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Un espejo en el tiempo Javier Lara Santos Escritor, investigador y periodista

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Jorge Luis Borges y María Kodama a su llegada al antiguo aeropuerto Mariscal Sucre de la ciudad de Quito. Les acompaña el poeta chileno Ronnie Muñoz.

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Tal vez sea una de las fotografías que más condensan su visita por nuestra tierra hace 40 años, en 1978, año en el que el país y el mundo eran otros, y sin embargo, Borges y su obra parecen no tener temporalidad ni caducidad. Aquella imagen es una de las primeras que captó el fotógrafo chileno Jorge Aravena como parte de su labor en el evento La Cultura en Marcha / Encuentro de Escritores de Hispanoamérica en el Ecuador realizado en nuestro país del 26 de noviembre al 2 de diciembre de aquel año.

Esa fue la razón por la que Borges llegó al país, en un Encuentro organizado por la empresa Círculo de Lectores, dirigido por Esteban Serra Mont y por el escritor colombiano Antonio Correa Losada como editor, quien además fue uno de los coordinadores de este Encuentro, en cooperación con la Casa de la Cultura Ecuatoriana, cuyo presidente era el Dr. Galo René Pérez. Asistieron grandes escritores representantes de diversos países (1) como España, Perú, Colombia, Argentina, Nicaragua, México, Uruguay y Venezuela, de las tallas de Salvador Garmendia, Pedro Gómez Valderrama, Blanca Arias de Caballero, Luis Goytisolo, Juan Luis Panero, Ángel Rama, Emir Rodríguez Monegal, Álvaro Mutis, Ernesto Cardenal (2), Marcos Yauri Montero, Enrique Anderson Imbert, y creadores de alto nivel de las letras ecuatorianas como Galo René Pérez, Isabel Herrería Herrería, Efraín Jara Idrovo, Gustavo Alfredo Jácome, Pedro Saad Herrería, Ernesto Albán Gómez, Claudio Mena, Adbón Ubidia, Ulises Estrella, Gonzalo Ramón, Diego Oquendo, Antonio Preciado, Gustavo Vásconez Hurtado, Hernán

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orges aparece en el umbral de la puerta de la nave, luego de unos segundos, baja, acompañado de María Kodama, por las escaleras metálicas, y es en ese preciso momento en el que la foto es capturada: tras la pareja argentina se puede observar una E pintada en la cola del avión, es la inicial de aquella aerolínea (¿recuerdan los aviones decorados con colores psicodélicos?) que ahora sólo vive en nuestros recuerdos, Ecuatoriana de Aviación.

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1. La semana

1 Para este Encuentro también se invitó a Juan Rulfo, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa; Rulfo aceptó la invitación, pero a escasos días de viajar tuvo alguna complicación de salud que no le permitió abandonar su país; por su parte, García Márquez y Vargas Llosa, no asistieron, talvez, por sus diferentes suspicacias generadas entre ellos en aquella época. (Ver historia del puñetazo) 2 El poeta y sacerdote nicaragüense vino invitado para el Encuentro, pero tomó por prioridad la revolución sandinista que ocurría precisamente en esos días, y decidió no participar en las tertulias para difundir su posición política y pedir solidaridad para la causa revolucionaria. Se presentó en la Unión Nacional de Periodistas y en la Universidad Central del Ecuador.

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Rodríguez Castelo, Diego Araujo, Rodrigo Villacís Molina, Raúl Pérez Torres, Eugenio Moreno Heredia, Alfredo Pareja Diezcanseco, Rafael Díaz Icaza, Carlos Eduardo Jaramillo, Pedro Jorge Vera y Ángel Felicísimo Rojas. Como se señaló antes, el mundo y sus dinámicas eran otros, tanto en Ecuador como en América Latina. Aquel año, como sino de la época, fue de días agitados en muchos sentidos. En Ecuador se vivía bajo una dictadura militar que tenía por nombre oficial El Consejo Supremo de Gobierno. Todos la recuerdan como El triunvirato, conformado por los jefes de Estado Mayor de las tres ramas del ejército, la fuerza aérea, la terrestre y la naval, y presidido por el almirante Alfredo Poveda, que estuvo en el poder entre 1976 y 1979. Esta fue considerada la última dictadura en la historia política del Ecuador del siglo XX. En 1978, los militares dieron paso a un referéndum, que terminaría en elecciones abiertas con el triunfo del joven abogado Jaime Roldós Aguilera. La agitación política en el Ecuador también

se producía bajo el halo de la efervescencia de los movimientos de izquierda, tan en auge por aquellos años, y esto desembocaba, inevitablemente, en represiones por parte de la fuerza militar. Decir, entonces, que toda dictadura ecuatoriana fue dictablanda (3) es generalizar, y toda generalización es un yerro. Para cuando llegó al aeropuerto, el 26 de noviembre de 1978, a las 11 de una mañana desolada de domingo quiteño, lo recibió el representante en Ecuador del Círculo de Lectores, Antonio Correa Losada. También lo recibió el escritor chileno Ronnie Muñoz Martinoux, quien había llegado a Quito huyendo de la dictadura de Pinochet. Al bajar las escalerillas metálicas, con su bastón y del brazo de María Kodama, saludó cortésmente a la comitiva del Círculo (Correa Losada y Virginia Donmarco) y luego lo dirigieron a la sala presidencial del aeropuerto, donde, ahí sí, lo esperaba el embajador argentino en Ecuador, Genaro Pedro Garro. No hubo pompas, juegos pirotécnicos ni otro tipo de parafernalia. Fue una llegada sobria, amable, mesurada.

3 El concepto de dictablanda se lo asume desde una posición de comparación a las demás dictaduras del Cono Sur, (Chile y Argentina, por ejemplo) regímenes cargados de crímenes de lesa humanidad y miles de desapariciones, de ahí que el concepto de dictablanda cobre un sentido comparativo. Pero no olvidemos la masacre en el ingenio azucarero AZTRA, (Azucarera Tropical Americana) ocurrida un atardecer de un martes 18 de octubre de 1977, dentro del régimen del Triunvirato: “Con alevosía y premeditación [los agentes policiales] dispararon y golpearon a los hombres y niños obligándoles a lanzarse al profundo canal de riego, donde muchos, ya heridos, perecieron ahogados. Fruto de esta acción murieron más de cien personas”. (Masacre de AZTRA, ni perdón ni olvido. Eduardo Tamayo G. Publicado en el Semanario Punto de Vista Nº 241, Quito- Ecuador, 20-10-1986).

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4 Este hecho ha traspasado el velo de la realidad para posarse como un evento ficcional con asidero real: en la novela La maniobra de Heimlich (Ediciones Altazor, Lima, Perú, 2010) del guayaquileño Miguel Antonio Chávez se relata un fragmento de una anécdota contada a su vez por Antonio Correa al autor guayaquileño: “Previo al final de la estancia en Quito, el joven editor recibió una llamada de una admiradora confesa de Borges que prefirió no identificarse; ella ponía a su disposición un yate anclado en Guayaquil por el tiempo y para el número de invitados que él determinara. Cuando el escritor y su pareja supieron de la propuesta, él la miró con su ojo semicubierto por el párpado y el otro abierto de manera neutra. ¿Qué opinas María? Es muy sencillo, acá nos han expuesto dos situaciones, A y B, decide. Borges dijo suavemente B.” La opción A era una visita a las islas Galápagos, viaje que refiere Emir Rodríguez Monegal en una crónica de gran sentido del humor y que la citaremos más adelante. Otra referencia a la visita de Borges a Ecuador, está en la novela Bajo la noche (Campaña de lectura Eugenio Espejo, Quito, 2016) del mismo Antonio Correa, en la que relata aquellos días de primera mano, como uno de los personajes que tuvieron mayor acceso a Borges en su estancia en el país, gracias a la confianza que el autor, ahora colombo-ecuatoriano, inspiró en el argentino y en Kodama. Y, por último, pero no por ello menos, la visita de Borges al país está reseñada a manera breve en un texto de la escritora Gabriela Alemán, que confirma que ese Encuentro fue talvez el más importante ocurrido en nuestro país. (El texto aparece en la revista Cuadernos Hispanoamericanos, en el número 713. Madrid, 2009)

Borges en Ecuador

En ese contexto llegó a nuestro país Jorge Luis Borges. El resto es historia. Historia que, lamentablemente, muy poco se ha contado, pero que está registrada en imágenes, anécdotas, recuerdos, entrevistas, libros de ficción (4), y una que otra fantasía de más de un cuentista o fabulador.

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En aquella semana de noviembre del 78, el presidente Jimmy Carter de Estados Unidos, Jimmy Carter, había ordenado a su fuerza aérea sobrevolar Cuba para averiguar si los aviones MIG-23 cubanos, de procedencia rusa, tenían capacidad nuclear. Sin embargo, en Ecuador, donde las cosas se movían –y aún se mueven– a otro ritmo, sucedía este evento que marcaría el panorama de los encuentros literarios en nuestro territorio.

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Borges en Ecuador 1978


Una mañana del 2018, entre libros, fotos, anaqueles y el olor del café cargado de una clásica cafetera Bialetti, el escritor quiteño Javier Vásconez nos recibe en su domicilio para conversar de literatura, y también de la visita de Borges al Ecuador. Recuerda que estuvo presente en la conferencia y conversatorio que el autor argentino dio en el antiguo Palacio Legislativo (actual Asamblea Nacional). Tendría por entonces unos 32 años (Borges bordeaba los 79). Pero más que hablar de esa conferencia, Vásconez

recuerda dos cosas puntuales, la una como anécdota y la otra como un hecho, la primera es la petición de Borges a los organizadores de querer conocer en Quito el llamado Camino de Orellana (el sendero por el que el español Francisco de Orellana inició el viaje que desembocó en su descubrimiento del río Amazonas), cosa que fue cumplida por los funcionarios, no sin la preocupación de evitar que el argentino se lastimara o se tropezara a causa de su ceguera, en la bajada pronunciada que desemboca en la plaza de la iglesia de Guápulo. Cuenta que Borges no se arredró, bajó y subió con una agilidad sorprendente, hasta que volvió al sitio de su partida -ya con la curiosidad saciada al haber escuchado la descripción del camino- en la entrada de la avenida Gonzáles Suarez. El otro hecho que recuerda Javier Vásconez es el referente a su padre, el diplomático y escritor Gustavo Vásconez Hurtado, quien por aquellos días ofreció un almuerzo campestre en honor a los ilustres invitados en la hacienda Anchamante, de su propiedad, en Uyumbicho.

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a memoria aquí es un barco con muchos tripulantes. La memoria es sentimientos, impresiones, olores, sabores, colores, texturas, palabras, y dentro de esas palabras, universos. Por eso es importante rescatar a la memoria del olvido, para que la ausencia no acabe con todo lo que hemos amado o admirado, para que el polvo no se lleve la alegría o la magia que vimos y creamos en nuestro paso por la tierra, aunque sepamos que lo terrible es vulgar y no merece la pena llevarlo a cuestas. Por eso -como decía el mismo Borges, “el tiempo es la materia de la que he sido creado”- es que ahora rescatamos las anécdotas de las personas que estuvieron en sus conferencias, que lo vieron y lo escucharon hablar.

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2. Los testigos

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1978 Borges en Ecuador

Por su parte, la investigadora y profesora de literatura de la Universidad San Francisco de Quito Laura Hidalgo Alzamora, nos remite una historia que tiene algo más que el grato recuerdo, se trata de un objeto, una cosa material guardada desde hace cuarenta años: un casete con la voz de Borges en pleno conversatorio, en el evento realizado en el aula magna de la Universidad Católica de Quito. Sentada en su escritorio, entre libros, carpetas con informes de sus estudiantes, nuevas investigaciones, Laura abre un cajón y saca, lentamente, una bolsa de cuero negro. Al abrirla aparece ahí como un gran insecto metálico y cromado, venido de otras tierras y de otras épocas, la grabadora que la acompañó desde sus tiempos de estudiante -era la época en que vestía con poncho de colores y pantalón jean de campana- y con la que pudo registrar los detalles de aquel evento. La sala estuvo atiborrada de jóvenes lectores y admiradores, algunos sentados en el piso y otros, como ella, en el filo del escenario, lugar privilegiado, sin haberlo planificado, para apuntar su grabadora hacia el argentino: “Señor Borges” –dice una voz del público-, usted, siendo un gran escritor, podría serlo aún más, como lo hace un verdadero artista, haciendo un arte revolucionario…”

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Luego se escucha el consabido murmullo de la gente esperando una respuesta, a lo que Borges contesta: “Y, bueno, en ese caso, yo no soy un verdadero artista”. Risas y luego aplausos. Juan Samaniego, profesional dedicado a la enseñanza de literatura y la lectura en el país, es uno de los más jóvenes que asistió a este encuentro. Él recuerda su hazaña adolescente que, de alguna manera, le marcaría para toda la vida el gusto por las letras: “Tendría yo 16 años, aún estaba en el colegio, una profesora de literatura fue quien nos había hecho estudiar a Borges y nos avisó de su visita al país. Recuerdo que él entró a la sala y se sentó en el centro de una larga mesa. Cuando terminó la conferencia -yo estaba sentado en los últimos asientossonaron los aplausos y me empecé a preguntar: “¿Lo hago o no lo hago?”. Y tuve la sensación de que es hoy o nunca. Tenía mi libro de El Aleph. Bajé las gradas hasta el escenario, subí, me acerqué a la mesa, en ese momento sentí que alguien me quería tomar de los brazos desde atrás para evitar que me acercara, pero logré tomar con mi mano la mano de Borges y decirle que me firmara el libro. “Para el estudiante Juan Samaniego” escribió, como adivinando las letras entre sus ojos. Y luego me retiraron del escenario. Pero lo había logrado. Tengo su dedicatoria y eso es algo que llevo siempre”.


1978 Borges en Ecuador Jorge Luis Borges sentado autografiando su libro.

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1978 Borges en Ecuador

Marta Palacios, administrativa de larga trayectoria, recuerda que en aquel tiempo ya trabajaba en la Casa de la Cultura Ecuatoriana y, por las obligaciones laborales y el placer de poder estar cerca de Borges, tuvo varios tratos y acercamientos con el autor argentino. Recuerda su afabilidad y la buena relación que tenían con María Kodama. “Recuerdo que la conferencia que Borges dio en el Palacio Legislativo se la grabó íntegramente con el equipo de radio de la CCE. Lastimosamente, con el tiempo y los años, y en algún descuido irresponsable, alguien utilizó esas cintas para grabar encima nuevos programas. Se las perdió para siempre”, concluye, pensativa. Diego Araujo, escritor, periodista y miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, también presenció aquel encuentro. De costado al busto de bronce de Gonzalo Zaldumbide y frente al de Juan Montalvo, nos congregamos en la sala de reuniones de la Academia. Araujo rememora la primera vez que leyó a Borges: “Sería por el año 64 -dice-, fue por mi gran amigo de toda la vida, ahora gran narrador radicado en México, Vladimiro Rivas Iturralde. En su casa, su padre recibía la Revista Sur, aquella revista de Victoria Ocampo. Recuerdo el formato grande de esa publicación. Es como si la tuviera en mis manos. Luego de un tiempo, con el mismo Vladimiro Rivas,

creamos la revista Ágora, que llegó a tener ocho números, y en el primer editorial pues ya citamos a Borges, con el tema de cómo conciliar lo nacional con lo universal. En aquellos tiempos había mucho nacionalismo, tal vez exacerbado, y por esto Borges no fue del todo comprendido. La izquierda radical lo estigmatizó, pero sabemos bien ahora la capacidad universal de su obra, que sobrepasa cualquier efervescencia política”, concluye. Uno de los exquisitos textos de otro de los grandes escritores que estuvieron invitados al mismo encuentro pertenece al uruguayo y biógrafo de Borges Emir Rodríguez Monegal, quien, en su crónica Diario de las Islas Galápagos (5), publicado poco tiempo después del encuentro, cuenta cómo fue su viaje al archipiélago ecuatoriano, con una comitiva de 40 personas sobre un barco militar, y las peripecias que pasaron en aquella especie de travesía surrealista. En una recreación del diálogo de Borges con alguien del público, se deja por sentado el ya consabido humor e ironía del argentino frente a algunas preguntas que intentaban ser capciosas, o simplemente disfrazadas de inteligencia. Borges tenía la capacidad de dar la vuelta a la pregunta y terminar entrevistando al entrevistado, aunque no siempre sin un toque de polémica en sus declaraciones.

5 Esta divertida crónica se encuentra en el enlace de la revista mexicana Letras Libres. Recordemos que este autor uruguayo fue uno de los biógrafos más agudos de Borges, persiguiendo a esta figura con una obsesión de relojero.

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En otro pasaje de la crónica, Rodríguez Monegal comparte la opinión de un Borges cuestionado por su supuesta “amistad” con los generales: “Ante un hombre que no ha tenido empacho en elogiar a nuestros más siniestros dictadores, pero que también se ha negado a defender la familia, la patria y hasta la religión católica, es difícil situarse con clichés. Como otros ancianos apocalípticos (pienso en Pound o en Céline),

“Pero si yo no soy amigo del General Videla. Almorcé una vez con él [estaba presente también Ernesto Sábato, podía haber agregado] y me di cuenta que no teníamos nada en común. Como usted sabe, ellos son católicos y yo soy agnóstico”. Borges, como le gustaba que le llamasen, y no “maestro”, o “Jorge Luis”, o mucho menos “Georgie” (6) -como le decía su institutriz inglesa en la infancia, de la que solo sobrevive su apellido: Miss Tink- era un hombre cabal con todas sus respuestas. Sería infructuoso hablar ahora de coyunturas políticas, cuando todos sabemos que su obra trasciende cualquier tipo de crítica, pero de eso hablaremos más adelante. Abdón Ubidia, escritor quiteño, quien estuvo en la conferencia de Borges en el Palacio Legislativo, comenta la impresión que le causó verlo.

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“Por otra parte, la valentía de la dirección de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, que no cedió a la presión de las patrullas ideológicas (querían impedir la venida de Borges), evitó que el congreso se convirtiese en otra exhibición más de focas amaestradas, que firman manifiestos ya cocinados por los comisarios de turno. La presencia de Borges, en dos mesas redondas (noviembre 28 y 29), atrajo el público mayor del congreso y fue un éxito increíble. Porque Borges, en su ancianidad cada vez más transparente, ha llegado a tal simplicidad de dicción que consigue comunicarse con el público por encima de la gastada oratoria de los que lo llaman “Maestro” a cada tres palabras, o de los fanáticos que traen su discursito escrito en términos abstractos e indigeribles”.

Borges representa al escritor que se niega a pactar con las buenas conciencias y no juega el juego de la hipocresía moral. A una respetuosa pregunta sobre por qué no intercede ante el gobierno del General Videla (“Usted, Maestro, que es tan amigo de los generales”) para saber el paradero del escritor Haroldo Conti, “desaparecido” hace años, Borges contesta con simplicidad:

Borges en Ecuador

Aquí transcribimos una parte de la crónica de Rodríguez Monegal:

6 No olvidemos, pues, que Borges entró a la vida estudiantil y a la interacción con los demás niños a la edad de 8 años, en el barrio de Palermo, de Buenos Aires. No había ingresado antes porque sus padres temían que el chico se contagiara de tuberculosis, tan vigente por aquella época. Siendo su madre, y luego Miss Tink, sus primeras maestras. Recordemos también que a la edad de 6 años escribió ya su primer relato: La visera fatal, remedando un castellano antiguo -texto que desapareció en el polvo del tiempo-, y que a los 9 años tradujo del inglés el cuento El príncipe feliz de Oscar Wilde, el cual lo publicaron -gracias a la ayuda de un amigo de la familia, y levantando admiración por su capacidad temprana en el manejo de lo literario- en el desaparecido diario El País, de Buenos Aires.

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1978 Borges en Ecuador

La cercanía del ser humano, más que el autor, se puede apreciar en esta captura del fotógrafo Jorge Aravena.

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El escritor y actual ministro de Cultura y Patrimonio Raúl Pérez Torres, también estuvo en aquel encuentro, presenciando las palabras del argentino: “Nosotros veníamos del movimiento Tzántzico y de la revista La Bufanda del Sol, que la sacábamos con el Frente Cultural. Éramos un grupo de artistas de izquierda de diversas partes del país, dirigidos un poco por Ulises Estrella en aquel entonces, que era un motivador cultural extraordinario. Entonces, realmente teníamos una gran expectativa de la llegada de Borges, porque él podría ser tachado de cualquier cosa, pero, de todas maneras, es un ser fuera de lo común. Dos veces he sentido lo que te voy a contar ahora: con Julio Cortázar y con Borges, es decir, un nerviosismo, un miedo escénico, de tener al inmenso ser humano allí, frente a mí. Recuerdo que, por mi timidez producida por su presencia, yo hasta me escondía detrás de los estudiantes (risas), y luego me preguntaba yo mismo ¿por qué me escondo? Luego entendía que era un miedo a ver la inteligencia total, al haberle tenido como un mito y luego tenerlo ahí, tan cerca. Recuerdo haber salido de la sala incómodo, indignado, queriendo que nada le toque, cuando alguien le increpaba cosas que no tenían nada que ver con su literatura. Así se lo quería, humano. Eso de quedarse paralizado también me pasó con Cortázar, ya que Rayuela nos fascinó a todos y marcó una época y una manera de hacer literatura. Pero la energía que despedía la inteligencia de Borges era y es inolvidable.

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Francisco Febres Cordero, escritor y periodista, al desempolvar la memoria, recuerda: “La presencia de Borges suscitó en mí un enorme interés, y en los círculos de jóvenes, de intelectuales, de escritores. Fue una presencia muy controvertida, porque eran los tiempos marcados todavía por los coletazos de la Revolución Cubana, una izquierda más militante, y seguíamos a los autores del Boom, por ejemplo, con mucho más entusiasmo político que estético. Habíamos leído a Borges y su literatura nos fascinaba, pero, como decía, estábamos marcados por esta ideología de izquierda, y Borges era para algunos de nosotros, un reaccionario, además que poco antes había recibido ya la famosa condecoración de Pinochet. Vargas Llosa dice que ese fue, quizás, el gran error de su vida, el haber aceptado esa condecoración de un dictador tan cruel como lo fue Pinochet. Fue ese Borges, admirado y al mismo tiempo odiado, el que vino, y yo lo vi en el aula magna de la Universidad Católica, que se repletó con gente

de las más diversas tendencias ideológicas. Allí estaban admiradores y detractores”.

Borges en Ecuador

Recuerda que por ese entonces “todos estábamos deslumbrados con la magnífica inteligencia, talento y genialidad de Borges. Ya estaba ciego, vino con una María Kodama que era muy delgada, pero, en conjunto, esa pareja tenía una especie de armonía telepática, una comunicación sutil que denotaba paz (…) nunca me olvidaré la primera imagen que tuve de él: de pronto entra por una puerta lateral, frente a la multitud que lo esperaba, entonces vi a un hombre viejo con una cabeza enorme, inclinada, y con sus ojos celestes, que, aunque era ya ciego, pienso que guardaban el recuerdo de todos los cielos que habrá visto en su vida. Recuerdo haber tenido la sensación de sentir que toda esa cabeza estaba hecha de puro pensamiento”.

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3. El ironista

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ue, sin duda, un estigma para Borges el haberse reunido con el dictador chileno -aunque al final de sus días se haya arrepentido de ello-, pues se dice que quizá fue la razón por la que le quitaron el Nobel. Gabriel García Márquez tuvo una teoría respecto a esa visita en Chile, y la planteó de la siguiente manera: “Lo cierto es que, el 22 de septiembre de aquel año [1976] –un mes antes de la votación-, Borges había hecho algo que no tenía nada que ver con su literatura magistral: visitó en audiencia solemne al general Augusto Pinochet. “Es un honor inmerecido ser recibido por usted, señor presidente”, dijo en su desdichado discurso. “En Argentina, Chile y Uruguay se están salvando la libertad y el orden”, prosiguió, sin que nadie se lo preguntara. Y concluyó impasible: “Ello ocurre en un continente anarquizado y socavado por el comunismo”. Era fácil pensar que tantas barbaridades sucesivas sólo eran posibles para tomarle el pelo a Pinochet. Pero los suecos no

entienden el sentido del humor porteño (7)”. Diego Oquendo, poeta y periodista, cuando entrevistó a Borges en el hall del Hotel Colón Internacional, donde se hospedaban los escritores invitados, comentó: “Tenía una lucidez mental asombrosa, un poco cascarrabias, cuando yo, como periodista joven -que era mucho más desenfadado que ahora- le pregunté algo relacionado con las dictaduras, ya que se decía que él tenía una buena relación con la dictadura argentina, y lo que me dijo fue: ‘Si me sigue preguntando sobre esos asuntos, yo suspendo la entrevista’. Pero al final considero que fue una de las entrevistas más logradas que he hecho, porque llegó a buen puerto”. Aquí un extracto de aquel encuentro: “¿Cuál es su identidad? Estoy tratando de averiguarlo desde que nací, sin lograrlo todavía. ¡Y ya llevo escritos tantos libros!

7 Gabriel García Márquez, en El fantasma del Premio Nobel, escrito en 8/10/1980 y publicado en Notas de prensa, 1980 1984, tomado de la edición del Grupo Editorial Norma, Santafé de Bogotá, Colombia, 1995. (Hay que tomar en cuenta que García Márquez estaba cercano al Nobel cuando escribió este artículo, y que su humor y magistral exageración de la realidad es algo consabido, ya que, si comparamos esta opinión con la que escribió sobre Borges en el artículo titulado Rodolfo Walsh, el escritor que se adelantó a la CIA, en la revista Alternativa, #124, de Bogotá, en julio – agosto de 1977 tenemos un cambio radical de opinión: “Quince años después de aquel golpe profesional y político, sin haber tenido un minuto de tregua en su guerra diaria, Rodolfo Walsh dirigió a la Junta Militar argentina una carta acusatoria que quedará para siempre como una obra maestra del periodismo universal. Ésa fue la carta que le costó la vida. La escribió desde la clandestinidad, en Buenos Aires, la ciudad hermosa y desdichada donde su compatriota y colega Jorge Luis Borges, candidato finalista al Premio Nobel, recibió alborozado una condecoración infame de Pinochet y aclamó a los gorilas argentinos como los salvadores de su patria”. Voces en el papel, Diego Oquendo, Paradiso editores, Quito, 2007.

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1978 Borges en Ecuador Jorge Luis Borges y Diego Oquendo en entrevista periodĂ­stica

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A cambio, sus relaciones con la dictadura de Videla parecería que no son tan malas… ¿La dictadura de Videla? ¡Absurdo! ¡Usted se deja engañar por los peronistas, por los comunistas! ¿Y las torturas, las desapariciones, los asesinatos? Sí, ¿y los secuestros a cargo de los guerrilleros? ¿Y las bombas de los terroristas? ¿Con qué derecho hablan de garantías humanas quienes emplean en forma indiscriminada, demencial, la metralleta?

¿Qué sentimiento le inspira la democracia? Yo fui su partidario, pero ya no lo soy. No, después de los nueve millones de votos que obtuvo Perón, el ser más abominable de la historia argentina. La democracia es un abuso de la estadística. O, como lo dijo otro, “el caos provisto de urnas electorales”. Bueno, entiendo que será mejor no hablar del Premio Nobel… ¡Adelante, me resulta un tema muy grato! Será más grato cuando lo reciba…“ Un dato interesante de Borges, y que puede apelar a un espíritu impresionable a corta edad, como la mayoría de la juventud, es que a principios de los años 20 escribió un libro (que ya no existe, obviamente) que se titulaba Los salmos rojos o Los himnos rojos, una apología al proceso de la revolución bolchevique rusa. Algún suspicaz lector dirá que esto puede ser un juego más del argentino y su maestría para la sutileza en el humor, pero sobrevive un poema de ese libro, un manuscrito que, de hecho, se titula Rusia.

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Le acusan de aceptar los halagos de la tiranía. (El rostro de Borges se contrae. ¡Sus ojos casi recobran su brillo normal!) ¿Qué halagos he aceptado yo? ¿Y de qué dictadura? Precisamente cuando hubo una dictadura en mi país -la de Perón (9)-, yo fui perseguido por ella. Mi madre estuvo presa. Mi hermana estuvo presa. Un sobrino mío estuvo preso. ¡A mí me echaron del pequeño hogar en que vivía!

Mejor cambiamos de tema. No quiero enojarme. (María Kodama, su compañera, me insinúa con la mirada que baje el nivel de la confrontación ideológica).

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¿Se siente comprometido, de alguna forma, con algo, con alguien? Como individuo, no como escritor. Como escritor me siento comprometido con la belleza, exclusivamente. Ahora, en mi condición de individuo, bueno… Recuerde que soy un hombre ético. Pero ¿qué tiene que ver un buen ciudadano con la literatura? Absolutamente nada.

9 En 1946 Juan Domingo Perón fue elegido presidente, venciendo así a la Unión Democrática. Borges, que había apoyado a ésta última, se manifestaba abiertamente en contra del nuevo gobierno. Borges se sintió obligado a renunciar a su empleo como bibliotecario cuando fue designado “Inspector de mercados de aves de corral” en el nuevo régimen. Su fama de antiperonista lo acompañó toda su vida. (Un dato curioso es la existencia del libro ilustrado Borges, inspector de aves del joven dibujante argentino Lucas Nine, a partir del hecho real de 1946, Nine creó una ficción y la dibujó: el libro ilustrado muestra al escritor vestido al modo de los detectives del cine policial negro de los años 40, ejerciendo sus tareas de inspector en un ámbito de aves de corral y gallineros diversos, en una Buenos Aires de la época, mientras hace observaciones sobre literatura y se encuentra con otros escritores como Adolfo Bioy Casares, Oliverio Girondo y Witold Gombrowicz.

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4. Guayaquil

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n 1970 Borges publica El informe de Brodie, un compendio de once cuentos. Una de esas narraciones se titula, precisamente, Guayaquil. El texto habla de una carta encontrada, con fecha de 1822, escrita con el puño y letra de Simón Bolívar. Esta carta aparece en Guayaquil, la ciudad, pero que para Borges, o más bien, para la voz narrativa, se trata de una población de Sulaco (10): “Debo transferirme a Sulaco y descifrar papeles y papeles acaso apócrifos“, le dice Zimmerman (el antagonista) al narrador. La carta, supuestamente, podría revelar la razón, expuesta por Bolívar, de por qué José de San Martín decidió declinar la continuación de la empresa libertadora, justamente luego de la reunión en Guayaquil con Simón Bolívar. Es claro entonces que Borges, en su visita a Ecuador, aceptó de grata manera la propuesta de Correa Losada, quien les dijo “Les invito a conocer el monumento del abrazo de Bolívar y San Martín”. Así fue, Borges quiso pararse frente a esa estatua y presentir ese momento histórico, en la compañía inseparable de María Kodama. Jorge Velasco Mackenzie, narrador, catedrático universitario y ensayista, por ese

entonces un joven escritor guayaquileño y el primero y único en haber ganado una beca para creación literaria instituida por el Círculo de Lectores, cuenta que estuvo en La Rotonda, con Borges, Kodama y Correa Losada. Recuerda del autor argentino su alegría y sentido del humor, y el haber almorzado en el restaurante Melba, que ya no existe, pero que estaba en boga por aquel tiempo. Allí, Borges cantó unas milongas muy antiguas que el joven guayaquileño nunca había escuchado, deslumbrándolo por su sensibilidad y conocimiento de aquel folclor rioplatense. Borges, junto con los escritores de inmensa talla que asistieron a aquel encuentro, marcó un antes y un después en la historia de los eventos literarios del Ecuador. Nos queda la memoria, gracias a las imágenes del fotógrafo chileno, cantante y gestor cultural Jorge Aravena Llanca, radicado en el Ecuador por esos años, quien nos lega estos testimonios visuales que dan fe de la gran estela del argentino universal que fue Borges, hombre inspirado en la atemporalidad, en el espejo del tiempo, en el universo y el alma de quien se acerca a sus libros como si siempre fuera una primera vez, una primera lectura que se repite en el círculo del tiempo.

10 Sulaco es la capital ficticia del país latinoamericano y ficticio de Costaguana, una invención de Joseph Conrad, que aparece en su novela Nostromo. Un homenaje de Borges, sin duda, al autor británico de origen polaco que tanto admiraba.

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1978 Borges en Ecuador Jorge Luis Borges y su obra

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Siete dĂ­as con Borges Antonio Correa Losada Narrador, poeta y editor

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iendo editor fundador del Círculo de Lectores del Ecuador, en 1978, propuse como evento de presentación ante el medio cultural un encuentro de escritores hispanoamericanos, donde una de las figuras fuese Jorge Luis Borges. Esteban Serra Mont y los directivos alemanes acogieron entusiastas la idea, pero en el espacio cultural donde me movía en Quito, la propuesta fue recibida como un baldazo de agua fría. No era explicable que un joven socialista invitase a una de las figuras representativas de la derecha -en ese momento- símbolo y defensor de las dictaduras. Justamente meses antes Borges había sido recibido en Chile por el dictador Pinochet, encuentro desafortunado que relata García Márquez en una nota de prensa escrita en 1980, en la cual explica que Borges, con un discurso ajeno a su literatura magistral, saludó a su anfitrión con estas palabras: Honor inmerecido, salvador, de la libertad y el orden, etc…, concluyendo el demiurgo de Macondo que, a partir de esta muestra de humor porteño: «Era fácil pensar que tantas barbaridades sucesivas sólo eran posibles para tomarle el pelo a Pinochet». Es necesario recordar que Latinoamérica estaba inmersa en el debate político de las izquierdas, retumbaban consignas de la Revolución Cubana y los más recalcitrantes dogmatismos. El Ecuador no era la excepción. En consecuencia, me presenté ante los

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compañeros del Frente Cultural y expuse los motivos para realizar el encuentro. Fui escuchado sobre una dura algarabía, poco frecuente entre los quiteños que hablan en murmullos. Ante la situación, indiqué que cualquiera de los representantes de la izquierda presentaría a Borges como la posibilidad de establecer un debate inédito y enriquecedor. No aceptaron. Comprobé que el conocimiento del Borges de que hablaban estaba basado en el sesgo y la señalización. Me retiré, expulsado de la reunión y con el apoyo de uno o dos jóvenes escritores. Además de mi evidente ingenuidad política, mi desconocimiento de Borges era igual al de ellos. Mi única y devota lectura en mi adolescencia sobre el autor había sido El Aleph y Otras inquisiciones. Entonces tomé la más delirante decisión, leerme todo Borges en los días que restaban para su visita. El exceso de libros y la fatiga en las noches me sacaron de tan errático y precipitado método. Un día, al amanecer, cerré uno a uno los libros que tenía extendidos sobre el escritorio, los ordené con alegría y dije: me interesa conocer -por fortuna- al hombre, a Borges, al individuo.


1978 Borges en Ecuador De izquierda a derecha: Antonio Correa Losada, Juan Luis Panero, y Jorge Luis Borges antes del conversatorio en el Palacio Legislativo, Quito.

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Borges en Ecuador 1978


Borges en Quito

El primer acto público de Borges fue en la Universidad Católica de Quito. Los estudiantes abarrotaban el auditorio y una

El encargado de las palabras de presentación era un patriarca del periodismo en el Ecuador, exdiplomático en Buenos Aires, donde había conocido a Borges en la Biblioteca Nacional. Ante el largo y erudito discurso Borges me dijo impaciente: «Confío en que termine pronto, estoy fatigado con el inventario de mi vida». Borges habló con esa lúcida cadena de hechos literarios que sólo su maestría podía hacer. Un tono fluido y suave con algunas interjecciones que llamaba alternadamente: ah, vaguedad, ironía o vanidad, fue iluminando las literaturas, sus formas de escribir, y señaló como su más alto crisol a la poesía. El público en silencio estalló en aplausos. Fue cuando percibí en Borges un secreto movimiento que se traducía al hacer girar con parsimonia su bastón y noté que lloraba.

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Por la escalerilla del avión descendía Borges, erguido en sus 79 años, el cabello blanco de ralos mechones hacia atrás, vestido oscuro de sutiles líneas azules, camisa y corbata a tono le imprimían una sobria elegancia. Al acercarnos vi su rostro levantado, un ojo semicubierto por el párpado y el otro abierto y de mirada neutra. Como saludo, las líneas de la boca se distendieron en un apretado murmullo argentino y al soltar nuestras manos el bastón de madera pulida en el antebrazo retornó a su mano derecha. Acompañándolo María Kodama, menuda, de rasgos orientales, afable, de cabellera larga y grandes ojos acuciosos.

calle espontánea y expectante lo condujo hacia la mesa central donde lo acompañamos con el poeta español Juan Luis Panero.

Borges en Ecuador

La ciudad estaba dividida en dos regiones, al sur la parte antigua, histórica, que en la década del setenta se movía con la lentitud de la Colonia, iglesias y calles adoquinadas. Al norte la ciudad fluía moderna en un tráfico moderado. También hacia el norte estaba el antiguo aeropuerto Mariscal Sucre, a donde fui con Virginia Donmarco para recibir a Jorge Luis Borges y a María Kodama. Ese domingo 26 de noviembre de 1978 era un día soleado y de viento frío.

Un estudiante preguntó: «Maestro, ¿qué diferencia siente usted cuando escribe en español o en inglés?» «Si usted tiene un dolor de muela, ¿cómo siente el dolor, en inglés o en español?», fue la respuesta apoyada en una leve sonrisa.

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1978 Borges en Ecuador

En la suite del Hotel Colón Internacional donde se hospedaban Borges y María Kodama –tenía el privilegio de entrar sin anunciarme- encontré a Borges en la sala principal como si estuviese en visita, y a María con un libro en las manos, en sillas separadas. Hablamos de la programación del encuentro y Borges me pidió poner la hora exacta en su reloj de leontina. Mientras giraba la cuerda pregunté: «¿De dónde es el reloj?» «De Roma, respondió, fue un obsequio de Italia». Confundido miré la luna del reloj. Aparecía grabada una humeante locomotora y, en letras negras y finas, se leía: Ferrocarriles Argentinos. Le recordé que en el lobby del hotel lo esperaban los escritores para saludarlo. Se levantó y sin encontrar ningún obstáculo en su ceguera, entró al lavamanos que continuó oscuro con la puerta abierta. Desde la silla en que me encontraba frente al baño, con asombro lo vi enjabonarse el rostro y con la mano abierta palpar y extender meticulosamente la piel de sus mejillas para dar espacio y dirigir la barbera como si se afeitase ante un espejo. Luego fue al clóset de su habitación, sacó una corbata azul y preguntó a María: «¿Está bien esta corbata?» María levantó sus ojos del libro, vio la corbata y dijo, «Sí, está bien, Borges». Era el exacto código de comunicación entre Borges y María, en esa exactitud percibí

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su ternura. Días antes, María me había recomendado, nunca le digas maestro o Jorge Luis, dile Borges, es el único nombre que acepta, los demás los detesta. Nos dirigimos al primer piso. En el ascensor le pregunté: «Cuando habló de Macedonio Fernández lo llamó genio, ¿qué es un genio para usted?» Y me respondió: «Ah, aquel que desperdicia la inteligencia». Se abrió la puerta. Le presenté al escritor colombiano Álvaro Mutis; al saludarlo le preguntó qué hacía. Cuento y poesía, respondió Mutis. «Ah -exclamó-, nuestro infortunio, yo también hago lo mismo». Saludó al escritor ecuatoriano Vásconez Hurtado y a cada uno de los invitados. Sentí en Borges cierto tenso malestar cuando le presenté a Emir Rodríguez Monegal, del Uruguay. Después supe que había escrito una biografía de Borges que no había sido de su agrado. En el amplio salón estaban el catalán Luis Goytisolo con un habano en su boca y la timidez a flor de piel; Pedro Gómez Valderrama en su grato don de la conversación con el profesor Anderson Imbert, de figura pequeña e inconfundible sombrero de fieltro. Rodríguez Monegal, en derroche de humor y Ángel Rama con su proverbial afabilidad. Mutis con Juan Luis Panero, entre carcajadas y whisky, María y Borges contentos, discretos, conversando.


1978 Borges en Ecuador Gran convocatoria con sala llena en el aula magna de la PUCE Quito para la conferencia de Lorge Luis Borges.

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Borges en Guayaquil Dos días antes del viaje de Borges llegué a Guayaquil buscando un hotel con una habitación que en vez de ducha tuviese tina. Borges me había explicado que no soportaba el golpe del agua en sus espaldas. Recorrí la ciudad que parecía bombardeada, las calles levantadas por el drenaje para el nuevo acueducto del puerto. Hacía un calor agobiante, el atardecer se refrescaba con el viento del río Guayas. Tratando de alejar el pesimismo y gozar del espíritu abierto de los costeños tan distantes de la forma de ser de los serranos, me deleitaba a sorbos con un trago de ron. El mesero se acercó y me dijo que el gerente del hotel del frente me solicitaba. Miré el sólido y nuevo edificio del Suite Boulevard. El gerente me ofreció lo mejor de su establecimiento. Le pregunté si tenía bañera. Por supuesto, dijo, y si es para el escritor Borges, el hotel se siente honrado en recibirlo, invitado por nuestra casa. Había algo de magia en todo esto. El calor, Guayaquil, sus gentes, Borges; bajé a tomarme otro ron en el bar. Borges y María llegaron. Subí a saludarlos y al salir María me llamó, «Antonio, Borges te invita a tomar un té a las siete de la tarde». «¿Dónde?, pregunté, ¿en el hotel?» «No, no, fuera, en un salón de té», respondió Borges. En la administración nadie sabía de salones de té. Lo más que podían hacer era habilitarme

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un recinto exclusivo con servicio de té. Salí a caminar por la calle de almacenes de tela de los turcos y, al fondo, entre columnas escondidas apareció un auténtico y espléndido salón de té en Guayaquil. No podía creerlo. Lo confirmé con los dueños orientales y reservé una mesa para más tarde. A las siete estábamos sentados Borges, María y yo. Borges alegre, vigoroso, y María con ojos chispeantes de complicidad. Tomábamos el té cuando Borges dijo: «¿Cierto, María, que es igual a la bombonería de Buenos Aires?». María miró alrededor y comentó: «Se diferencia en que no tiene esa columna de la izquierda». Las tazas se llenaban a cada instante. «Estoy viendo -dijo lentamente y argentinamente Borges, dirigiéndose a María, como hablando consigo mismo-, ese color es rojo». María observó hacia el lugar que señalaba Borges. «Sí, es rojo», respondió María. En la mesa baja y de asientos cómodos Borges era otro individuo. Pidió un plato de arroz caliente con mantequilla. Con la palma de la mano extendida corría el arroz a una parte del plato y así amontonado con una cuchara se lo llevaba a la boca. Al terminar bebió más té y apoyando su barbilla en las dos manos que agarraban el bastón, cantó en un tono silbante la más sentida e irónica milonga: «…600 sogas al cuello ya le dan la vuelta… y el reo está preocupado…». Fue lo que pude escuchar de su cantar.


De improviso giró su cabeza hacia la columnata de entrada de una de las antiguas y bellas casas

Divisé luces y vi la rotonda a dos cuadras. En ella se levantaba el imponente monumento de Bolívar y San Martín. Sentados en los bancos ubicados alrededor, escuchamos los sonidos del puerto. Me levanté y di la vuelta observando las inmensas figuras de bronce. Borges preguntó: «¿Vio el monumento?». «Sí», le respondí. «¿Cómo es Bolívar?», inquirió. «Bolívar es un hombre de estatura pequeña, cabello ensortijado, mirada penetrante y gran bailarín». Borges se sacudió en cortas y continuas carcajadas y levantando el bastón dijo: «Ah, usted es colombiano», y siguió riéndose con María Kodama. «¿Qué más ha visto?» Me preguntó al rato. Di nueva vuelta al monumento y le dije: «En el abrazo no se tocan». «Ah, comentó, es el abrazo más mentiroso de la historia». No volví a ver a Borges. Salí hacia Cuenca para acompañar a Luis Goytisolo y a Emir Rodríguez Monegal, y luego me embarqué para las islas Galápagos. Siempre lo supuse en su yate conversando interminablemente con su arsenal de ironías. El viernes 14 de junio de 1986 supe que había muerto en Ginebra.

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del puerto y se detuvo. Nos acercamos en semicírculo. La débil luz de la noche permitía apreciar una especie de escudo familiar, un mosaico de armónicos arabescos. «¿Se parece a la portada del libro que van a editar en Chile?», preguntó a María. Ella, observando, dijo: «Sí, es similar».

Borges en Ecuador

Al salir, la brisa del anochecer era confortante. Recordé su cuento «Guayaquil». ¿Qué es Guayaquil?, le pregunté. «Guayaquil es una palabra», respondió. Olvidándome de que Borges no veía le dije: «Los invito a conocer el monumento del abrazo de Bolívar y San Martín». Borges y María estaban felices. A la derecha ella, él en el centro y yo a la izquierda aferrado a su brazo como pedía que lo hiciese cuando caminábamos. Avanzamos hacia la rotonda que estaba a varias cuadras. Hablamos. Pregunté: «Borges, ¿cómo está Adolfo Bioy Casares?». «Bien -respondió-, desde que está durmiendo en el suelo». Al sentir que mi mano se distendió de su brazo y que María lo interpeló con ojos de asombro, concluyó: «Es que tiene problemas en la columna vertebral». Continuamos caminando entre obstáculos y montículos de tierra en la semioscuridad de las calles de Guayaquil. La rotonda no aparecía. Temí haberme extraviado y comenté con María que prefería preguntar. Pasé a la acera de enfrente y en la tienda me dijeron: «No, señor, usted va hacia el cementerio». Ubicado, continuamos en la dirección correcta. Los perros aullaban lastimeramente a lo largo del malecón. Borges se detuvo y exclamó: «Ah, los perros, los perros, tan ajenos a toda filología». Borges avanzaba sereno, imperturbable, sin muestras de cansancio, con el inaudible golpe del bastón sobre el andén.

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La calavera, el corazón secreto, los caminos de sangre que no veo, los túneles del sueño, ese Proteo, las vísceras, la nuca, el esqueleto. Soy esas cosas. Increíblemente soy también la memoria de una espada y la de un solitario sol poniente que se dispersa en oro, en sombra, en nada. Soy el que ve las proas desde el puerto; soy los contados libros, los contados grabados por el tiempo fatigados; soy el que envidia a los que ya se han muerto. Más raro es ser el hombre que entrelaza palabras en un cuarto de una casa.

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Jorge Luis Borges y MarĂ­a Kodama llegan a uno de sus conversatorios.

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MarĂ­a Kodama y Jorge Luis Borges llegan al salĂłn del Congreso Nacional.

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De izquierda a derecha: Michel Parret, MarĂ­a Kodama y Antonio Correa Losada

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De izquierda a derecha: Ángel Rama, Hernán Crespo Toral y Álvaro Mutis

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De izquierda a derecha: Álvaro Mutis, Raúl Andrade, Juan Luis Panero, Jorge Luis Borges, Galo René Pérez y Pedro Gómez Valderrama en el antiguo Palacio Legislativo

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Juan Luis Panero y Jorge Luis Borges en el conversatorio en el antiguo Palacio Legislativo (actual Asamblea Nacional)

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Adelante, de izquierda a derecha: María Kodama, Virginia Donmarco y Alba Lucía Mera. Atrás: Pedro Jorge Vera y Ángel Rama. Al fondo: Javier Vásconez y Jorge Velasco Mackenzie.

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De izquierda a derecha: María Kodama, Jorge Luis Borges, Antonio Correa Losada, Alba Lucía Mera y José Serrano González.

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Jorge Luis Borges y Emir Rodríguez Monegal en conversación casual

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De izquierda a derecha: Alba LucĂ­a Mera, Juan Luis Panero, y Jorge Luis Borges.

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Jorge Luis Borges asediado por sus lectores

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Arriba: Carlos Villacís Endara conversando con Borges. Abajo: Ángel Rama, Simón Zavala, Marta Palacios y Humberto Vinueza.

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Borges acompaĂąado a su derecha por Juan Luis Panero, a su izquierda por Emir RodrĂ­guez Monegal, arriba por Diego Viga (Paul Engel) y dos asistentes al evento.

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De izquierda a derecha, sentados: Juan Luis Panero, Jorge Luis Borges, pareja de admiradores. De pie: admirador, Ă lvaro Mutis, Emir RodrĂ­guez Monegal.

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De izquierda a derecha, sentados: Alba LucĂ­a Mera, Juan Luis Panero, Jorge Luis Borges, MarĂ­a Elvira Bonilla. De pie: Violeta Luna, Euler Granda y Horacio Mendoza.

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De izquierda a derecha, sentados: Alba LucĂ­a Mera, Juan Luis Panero, Jorge Luis Borges, MarĂ­a Elvira Bonilla. De pie: Michel Parret, Virginia Donmarco, Esteban Serra Mont, Manuel Federico Ponce.

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Juan Luis Panero, Jorge Luis Borges y MarĂ­a Elvira Bonilla.

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Jorge Luis Borges en el hall del Hotel Colรณn Internacional.

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Jorge Luis Borges, Jorge Aravena y Hernán Rodríguez Castelo.

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SOMOS NUESTRA MEMORIA, SOMOS ESE MUSEO QUIMÉRICO DE FORMAS CAMBIANTES, ESE MONTÓN DE ESPEJOS ROTOS 92


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El hambre del corazón, 40 años después El retorno de Kodama Escritora, compañera y viuda de Jorge Luis Borges

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MarĂ­a Kodama en la Feria del Libro de la Pontificia Universidad CatĂłlica, junio 2018.

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María Kodama, junto a Pablo Salgado (de espaldas), mirándose a sí misma 40 años después.

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Era la primera vez que visitaban Ecuador aquel domingo 26 de noviembre de 1978. María Kodama tenía por aquel entonces 41 años, y hacía que Borges acababa de cumplir 79. Tal vez esa diferencia de edad -mas no de afinidad- hace que Kodama aparezca en las fotos como una chica mucho más joven y delgada al lado del autor ya consagrado. Sin embargo, su madurez, sentido del humor y carácter frontal complementan la figura de esta mujer que, cuando era apenas una tímida niña, supo que su vocación era la enseñanza y la literatura. Esa fue la razón por la que conoció a Borges. Años mas tarde Borges y Kodama se encontrarían casualmente en el exterior de una librería en Buenos Aires, y la historia estaría ya escrita, repetida al infinito: el hambre del corazón habría llegado y no se habría ido. 40 años después, Kodama –como le gusta que la llamen- retornó a Quito para recordar aquel primer viaje. Luce igual de delgada; casi frágil. Su pelo es blanco y lleva gafas oscuras. Su voz dulce y tenue, pero firme. Mantiene un gran sentido del humor, aunque la imagen que desprende –para la mayoría de lectores- es de una persona dura y lejana. Quizá por defender con radicalidad la obra y el legado de Borges. En persona es todo lo contrario; amable y cercana. Fue la invitada especial en la Feria del libro de la PUCE 2018 dedicada a Borges. Desde el primer momento se sintió feliz y halagada: “me alegra que a Borges se le siga leyendo, sobre todo que los jóvenes se interesen por su obra”. Y se sorprendió de los numerosos estudios que los académicos ecuatorianos han realizado de los libros de Borges.

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Kodama como presidenta de la “Fundación Internacional Jorge Luis Borges” dirige también la Casa-museo que se abrió en el 2010 y que está situada en la Anchorena 1660, y que contiene sus objetos personales y su biblioteca: “Borges decía que a diferencia de un músico o un actor, el trabajo de un escritor es siempre íntimo y por eso las casas siempre eran los mejores museos.” Ha cuidado con esmero la obra de Borges como su heredera universal; traducciones, reimpresiones, nuevas ediciones, estudios, y la organización de encuentros y seminarios en innumerables universidades de todo el mundo. Cuida con pasión y celo la obra de Borges: “Borges me dio ese encargo y yo debo cumplirlo con toda responsabilidad.” Kodama dijo no recordar mucho de aquella primera visita, “caminamos por Quito, y no nos afectó la altura. Y también fuimos a Guayaquil. ” Kodama disfrutó de su retorno, fue hasta el mercado artesanal y compró una chalina preciosa de lana, que lució –con un prendedor rojo- en la noche de la entrevista pública en el Auditorio de la Universidad Católica. Firmó decenas de libros de Borges, biografías y también su libro “Relatos”, que una lectora ecuatoriana lo había leído entusiasmada. “Espero ver las fotografías y el libro. Cuando lo tengan, los espero en Buenos Aires,” dijo y se despidió en silencio.

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1978 Borges en Ecuador

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MarĂ­a Kodama firmando un libro de Jorge Luis Borges en la Feria del Libro de la Pontificia Universidad CatĂłlica, junio 2018.


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Borges en Ecuador

1978



Buenos Aires - 1899 / Ginebra - 1986



Créditos

8

Presentación

11

Memorias e imágenes

15

El retorno de las imágenes de una visita olvidada

19

Poética de las imágenes fotográficas de un rostro

27

Un espejo en el tiempo

33

Siete días con Borges

53

Poema YO

63

Galería de fotografías

66

El hambre del corazón, 40 años después

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José Valencia Amores

Joaquín Moscoso Novillo

Pablo Salgado Jácome

Jorge Aravena Llanca

Javier Lara Santos

Antonio Correa Losada

Jorge Luis Borges

María Kodama



Impreso en el mes de octubre de 2018 en Grafiprint. Quito, Ecuador.




MINISTERIO DE RELACIONES EXTERIORES Y MOVILIDAD HUMANA INSTITUTO NACIONAL DE PATRIMONIO CULTURAL


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