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SEGUROS (IM)POSIBLES

De la A a la Z, o ¿tiene vacuna la estulticia?

Miguel Ángel Vázquez // Director de estudios de UNESPA José Antonio Herce // Socio fundador de LoRIS

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En esta pequeña ventana que nos ceden a los parvenues del seguro se habla todo lo que se puede de seguros posibles, y lo menos que somos capaces de seguros imposibles. Al fin y al cabo, el seguro imposible es al profesional del sector lo que la enfermedad incurable al de la medicina, así pues, así lo entendemos, lo mejor es no citarlo demasiado. A veces, sin embargo, es inevitable. Es pocas veces porque, la verdad, esa afirmación que dice que todo es asegurable resulta casi cierta. Y ese casi, por decirlo de forma pedante, suele estar más allá de un valor de confianza de 95,5%, aquél por debajo del cual podemos dormir tranquilos; o eso, al menos, dicen las leyes (actuariales).

La verdad de que todo es asegurable se toma, pues, por verdad. Aunque no lo sea, porque hay cosas que no se pueden asegurar: la estulticia, por ejemplo.

La estulticia no es asegurable porque no es un estado que se adquiera, no es algo que nos pase, sino que forma parte de la esencia de uno mismo. Un célebre aforismo inglés nos dice que la misma agua hirviendo que deshace una patata endurece un huevo; así pues, no se trata tanto de lo que te pase sino de qué materia estés hecho. Si eres patata, eres patata, y nadie puede asegurarte contra el riesgo de que el agua hirviendo te disuelva. O, por decirlo con las palabras de Rubén Blades, si nasiste p’a martillo / del Cielo te llueven los clavos.

Tampoco es asegurable la estulticia porque no es algo eventual. No es algo que ocurra o no ocurra. Es algo que, en el fondo, cada vez que ocurre, es porque nosotros queremos que ocurra, o sea, que ocurre siempre. La estulticia, cada vez que se manifiesta, siempre reclama la colaboración activa de aquél quien la comete; ahí está el problema. Un asegurado no puede ser, a la vez, el interés asegurado y el lucro cesante. Aquél que pretende que le aseguren cada punta de estulticia que manifieste está cargándole a la comunidad de asegurados su falta de voluntad (para dejar de hacerse el estólido).

Estos días hablamos mucho de una de las vacunas contra la COVID 19, fuertemente criticada por la producción de algunos quebrantos secundarios, cuya causalidad está emergiendo en firme, a medida que se conocen más casos, y que, en cualquier caso, aparecen con una probabilidad tan minúscula que la forma más elegante (y abstrusa) de describirla es utilizar la expresión riesgo no sistemático. Es lícito sentir aprensión ante la posibilidad de sufrir problemas de salud que terminen fatalmente; pero, estadísticamente hablando, esa aprensión no debiera ser muy superior a la que se enfrentamos en otras muchas circunstancias que afrontamos con total tranquilidad. En muchos casos de pruebas médicas hemos de firmar papeles que nos avisan de consecuencias improbables, pero catastróficas que alguna vez le han ocurrido a los que se han hecho la misma prueba antes que nosotros, y a nadie se le ocurre propugnar que dejen de realizarse. La razón mayor es que, sin ningún lugar a duda, es mucho más lo que nos protegen que el riesgo al que nos someten.

Así pues, ¿es posible imaginar un seguro que nos otorgase cobertura si, en el caso de vacunarnos, tuviéramos consecuencias negativas como las descritas? Pues sí, porque ese seguro imaginario (o tal vez real, pues el mercado es tan ancho como Castilla) está basándose en dos actos racionales: el de vacunarse; y el de prever un riesgo remoto.

Como contraste, el seguro (im)posible sería aquél buscado por quien, habiendo decidido no vacunarse, quisiera cubrirse ante la hipótesis de, en ese gesto, haber cometido un acto definitivo y sin retorno de estulticia. Cuando el estólido se expone al contagio de una enfermedad notablemente más común que las consecuencias negativas graves de las vacunas, y de consecuencias potencialmente igual de agudas, o más, debe saber que incurre en una probabilidad sensiblemente mayor de sufrir aquello de lo que se quiere proteger no vacunándose. ¿Se imaginan que nadie usase un vehículo por tenor a sufrir un accidente mortal? Pues sepan que hacemos eso cada día y que la probabilidad de sufrir un accidente mortal de tráfico (en base temporal vital) es mayor que la de sufrir las consecuencias fatales de la famosa vacuna.

No habría posibilidad de asegurar, pues el asegurado se traería el siniestro puesto y, además, lejos de haberlo prevenido y trabajado para impedirlo, lo estaría buscando, incluso, lo estaría provocando (moral hazard). Asegurar las consecuencias de vacunarse es algo perfectamente posible a cambio de una prima bastante baja (dada la muy reducida probabilidad del siniestro), pero asegurarse contra las consecuencias de no vacunarse sería bastante más caro y, eventualmente, exigiría fijar una prima del 100%, una prima igual al valor del siniestro; pues la más elemental de las lógicas nos dicta que, cada vez que hacemos un acto de estulticia, somos nosotros, y sólo nosotros, los que deberemos correr con las consecuencias. n

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