LA HISTORIA DETRÁS DEL GRAFFITI- Cuento 4

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Terminé de meter todos los libros y dibujos, luego puse una baldosa arriba. Al pararme mire otra vez el piso para asegurarme que no se notara. Salí de la casa hacia mi negocio de antigüedades. Como todos los días me senté a leer el diario detrás de mi escritorio. Luego de un rato, entró un señor de mi edad, tomó una silla y se sentó junto a mí –“¿sabés lo que sucede no? ¿ya quemaste todo?”- me limité a poner un dedo sobre mis labios y quedamos en silencio. Al cabo de un tiempo, entra otro hombre y luego otro: amigos. Cierro el negocio con las rejas y nos sentamos alrededor del escritorio. Jugamos al truco y hablamos de lo que no se debe hablar. De pronto oímos un grito en la calle y los cuatro dejamos de hablar. Pongo las cartas sobre la mesa y me paro; me asomo por la vidriera. La calle está desolada excepto por dos señoras que caminan por la cuadra del lado derecho del anticuario. Los gritos llegan del lado izquierdo de la calle. Unos hombres sacan a otro con la cabeza totalmente cubierta y lo suben a una camioneta. Uno de los hombres mira hacia tras, ve a las dos mujeres, y luego me ve a mí, instintivamente me alejo de la vidriera; cuando me vuelvo a acerca el auto arranca y se aleja perdiéndose de vista. Las dos mujeres caminan rápido y en silencio, pareciera que nada hubiera pasado, como si ese hombre jamás hubiera existido. Me vuelvo hacia mis compañeros, nos miramos en


silencio, luego se van y yo abro el negocio. Me siento junto a mi escritorio con el diario en mano, pero no logro concentrarme pensando en la mirada de aquel hombre y me pregunto qué habrá hecho el encapuchado. Durante todo el día nadie entra al negocio. Al llegar a casa me siento frente a la mesa y me pongo a dibujar. Ya no soy tan bueno como antes pero siempre me esmero. Al terminar lo miro y lo doblo a la mitad, vuelvo a la cocina y saco la baldosa, meto el dibujo y coloco la baldosa otra vez. Pasan los días. Por la mañana salgo a hacer las compras y prepara el almuerzo. Llegan por separado y con un mínimo tiempo de diferencia mis tres amigos. Almorzamos hablando de lo que sucede. Cuando terminamos los llevo a la cocina y les muestro mi tesoro escondido, nos entretenemos con los libros y dibujos. Luego de unas horas se van. Al día siguiente, entra a mi negocio de antigüedades una mujer acompañada por una niña. La madre se pone a mirar los objetos del negocio y la niña se pone a dibujar en una pequeña libreta, a un costado del mostrador. Dibuja pájaros, un sol sonriente, un arcoíris, una casa y una familia, que supongo se la de ella, “¡qué lindo dibujo!” –le digo- ella levanta la vista y me mira con una sonrisa “es para regalárselo a mi papá cuando vuelva”, la madre se da vuelta hacia su hija y la alza, me da las gracias y se retira del negocio. Me asomo por la vidriera y veo a la mujer entrar en la casa de la mano izquierda de donde se llevaron al encapuchado. Cierro antes el negocio y me vuelvo a casa. Me acuesto y me duermo rápidamente. Me despierto sobre saltado por un portazo, escucho pasos en mi casa. Unos hombres entran y me hacen arrodillar en el piso del comedor, y empiezan a revolver todo y tirarlo en el piso; no puedo diferenciar cuantos hombres son. Un hombre sale de la cocina, con mis dibujos y libros en la mano. Es imposible, como los encontraron, a hora yo soy el hombre del otro día, todo se puso negro, me pusieron una capucha en la cabeza, y mi respiración se aceleró, ¿alguien me verá ir me? Moira González 3°4°


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