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Apu Rimak
Cuando, guiada por la admiración que desde siempre había sentido por el pintor uruguayo Joaquín Torres García, la artista plástica Sol Romero decidió escribir su tesis de maestría sobre el arte geométrico que se hacía en el Perú, no se imaginó que terminaría conociendo en profundidad el trabajo de Alejandro González Trujillo, Apu-Rimak, tusán a quien el historiador y antropólogo peruano Alberto Valcárcel llamó “el arqueólogo-pintor”, y quien dijo de sí mismo: “soy un artesano indio cultivado y mi obra la defino como nativa y contemporánea”.
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Escribe: Mariella Checa Fotos: Sol Romero
Hija de peruano y uruguaya, y siempre interesada en la Historia del Arte, Sol Romero siguió estudios de posgrado en Arte Peruano y Latinoamericano en la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, y llegado el momento de la investigación que la haría merecedora del título de magíster, todos los caminos la fueron conduciendo hacia el mismo personaje: “En la bibliografía encontraba el nombre de Apu-Rimak, siempre, pero en el Museo de
Arte no había nada suyo; en el Museo Central de Reserva, solo un cuadrito chiquitito. Así que comenté en la universidad que cómo podía ser que todos los libros de los años 40 y 50 hablaran de él y, sin embargo, no hubiera más que un solo cuadro. ‘Ah –me dijo la profesora Martha Barriga–. ¡Tienes que hacer tu trabajo sobre Apu-Rimak!’. Así empezó una cosa de locos: una búsqueda tenaz para encontrar el rastro de este señor”, recuerda la investigadora.
No obstante, luego de una década de períodos intercalados de pesquisas e interrupciones, Romero logró dar con más información y con muchos de los trabajos de González Trujillo, que le permitieron determinar el gran valor de su experiencia, su búsqueda y sus aportes: lejos de descubrir a un mero exponente del arte geométrico, encontró a uno de
Sol Romero: su interés en encontrar pintura geométrica o constructivista peruana desembocó en la búsqueda del rastro perdido de Apu-Rimak.
En 1944 con los profesores de la Escuela de Bellas Artes. Aparecen, de izq. a der., sentados: José Félix Cárdenas, Carlos Quízpez Asín, Germán Suárez Vértiz, Julio Málaga Grenet y Raúl Pro. De pie: Pablo Iturry, Ismael Pozo, José Gutiérrez Infantas, Hernando Ulloa, Ricardo Grau, Camilo Blas, Alejandro González Trujillo (en el círculo) y Moisés Laymito.
El retrato desconocido de su padre, Tan Fo Yang o Pascual González. De origen cantonés, el padre de Apu Rimak, tuvo activa vida política.
los miembros del equipo de documentación de piezas precolombinas que acompañó a Julio C. Tello en sus expediciones y graficó las formas, los símbolos y demás características de los objetos que el arqueólogo fue hallando; a un docente generoso que durante 40 años contribuyó a formar a variasgeneracionesdeartistas peruanos en la Escuela Nacional de Bellas Artes; a uno de los miembros de la Comisión Técnica que en 1937 preparó el Pabellón Nacional de la Exposición de Arte y Técnica de París; a un artista en búsqueda permanente de esa pintura propia que fuera heredera del legado de los antiguos peruanos, pero que también estuvo abierto a profundizar en la obra europea; a un pensador que llegó a desarrollar una teoría del color; a un indígena que se distanció del indigenismo,entantoauténtico exponente, enamorado y comprometido, de la cultura andina; a un militante aprista que expresó su compromiso y sensibilidad social asumiendo carátulas, diagramación e ilustraciones de revistas partidarias, y a un tusán que vivió por partida doble la marginación que durante la primera mitad del siglo XX afectó a indígenas y miembros de la comunidad china.
“Él se dedicó a la cultura peruana, pero no a la parte superficial. Era un experto en colores, formas, en culturas precolombinas que quiere llevar a la plástica. Elige al Perú como su cultura, de la que vive sumamente orgulloso, y creo que eso es lo que lo convirtió en una persona que marcó el siglo XX. Si bien era un llanero solitario, estuvo, en ciertos momentos de su vida, con otros peruanos, haciendo historia, recopilando: están los dibujos de las momias, copiaba todas las guardas de todos los huacos. Eso, y también su compromiso político a nivel plástico. Él fue muy congruente, pues todo lo hacía bajo el punto de vista de pintor. Se considera tal, y como tal va siendo testigo de los acontecimientos”, señala Sol Romero.
El trabajo realizado para poder llegar a dichas conclusiones también condujo a la hoy magíster a la familia del artista, y en contacto con la hermana menor de González Trujillo, Romero pudo tener certeza sobre el origen chino de su objeto de estudio. Así, afirma en
Circa 1943, en una de sus expediciones, Apu-Rimak acompañado de Martín Chambi en Qatqa, provincia de Quispicanchis, Cusco.
“Al salir de mi tierra pasé por Tarahuasi, unas ruinas que están entre Limatambo y el Cusco. Eso decidió mi visión de lo peruano. En Lima busqué testimonios de Tarahuasi y no los encontré. De niño me conformaba con dividir mi tiempo entre el Zoológico y el Museo, que estaba cerca. Y miraba todo, hasta que en 1919 Julio C. Tello editó la revista ‘Viracocha’, con fotografías de ruinas precolombinas, con textos de leyendas y cuentos, eso me abrió más los ojos”. (La Torre, 1981).
“En el Museo de Arqueología de San Marcos tuve mi primer contacto con los tejidos precolombinos. Así se dio el primer conflicto en mí: en la Escuela me enseñaban a pintar lo europeo y yo estaba sumido en lo peruano. Indirectamente, la aparición de Sabogal en la Escuela significó un mayor interés por lo peruano; pero fue Piqueras Cotolí, un español, el que decidió que cada alumno siguiera su propia inquietud. Y yo seguí la mía”. (La Torre, 1981).
“Me fui a París en 1937, y me sirvió para afirmar la conciencia peruanista que llevaba. Comprobé un antagonismo: tenían otra estética, otra evaluación, que no podían funcionar aplicadas a la plástica peruana. Y definí mi búsqueda: encontrar las razones de la forma y del color peruanos. Aclarado esto, percibí la relación entre la psicología del hombre peruano y las formas y los colores en que expresaba”. (La Torre 1981)
Retrato de la madre del artista, Francisca Trujillo Pérez, natural de Apurímac, de quien heredó el idioma quechua y la cultura andina. Testimonios de González Trujillo que revelan su evolución personal y artística.
su tesis que el pintor nació el 11 de agosto de 1900 en Abancay, como primer hijo de la apurimeña Francisca Trujillo Pérez y del comerciante cantonés Pascual González, cuyo nombre original era Tan Fo Yang. La autora refiere en su trabajo que este fue uno de los fundadores del Ma Shing Po, el primer diario chino que se publicó en América y órgano oficial del partido Kuo Min Tang en el Perú. El padre del artista fue, asimismo, uno de los fundadores de la filial peruana de dicha agrupación política, hecho que probablemente sea el origen de la militancia que posteriormente tuvieron todos sus hijos en el Partido Aprista Peruano. Según la versión familiar, don Pascual llegó muy joven al país y se estableció en Apurímac, donde conoció a quien sería su esposa y madre de sus doce hijos. Más adelante, en 1908, se trasladó con su familia a Lima,
donde llegó a tener tres tiendas: una de muebles, en los alrededores de la calle San Andrés y del Mercado Central; otra de casimires, y la última, de joyas, cerca de la iglesia San Pedro.
Así pues, un pequeño Alejandro, de apenas ocho años, tuvo que vivir un fuerte choque cultural, ya que en la capital no podía hablar su lengua materna, el quechua,niadmirarloscoloresdel paisaje abancaíno.
No en vano, su sobrino Juan Manuel Gutiérrez, hijo de Silvia, la penúltima hermana del pintor, lo recuerda evocando el terruño en sus diálogos y con los acordes de su guitarra, instrumento que tocaba conmovedoramente, al estilo de Raúl García Zárate. “Él hacía más referencia a lo andino que a lo chino. Lo chino era algo heredado, asumido, pero lo serrano le generaba un conflicto, una preocupación, un interés. Lo andino era lo que él exploraba a través de la pintura”, refiere.
El arquitecto Gutiérrez, que no en vano tiene un interés profesional por los patrones textiles precolombinos, comenta que quien voluntariamente asumió el pseudónimo de “Apu-Rimak” tenía un dejo serrano al hablar y mostraba una fisonomía que lo acercaba a un perfil cusqueño, de nariz gruesa y labios perfectamentedelineados. Por talrazón, una vez en la capital, debió sumar los efectos del prejuicio limeño a sus nostalgias. Cuenta, además, que la buena situación económica de su familia, lejos de aliviar estas incómodas circunstancias, sumó el acoso de unas malas autoridades que semanalmente cobraban cupos al abuelo, a cambio de dejarlo trabajar. Posteriormente, perdida la fortuna del padre, fueron las hijas quienes se hicieron cargo del sustento, emprendiendo un negocio de bordados. Debido a la militancia de casi todos los hermanos, los González Trujillo debieron enfrentar también la persecución que sufrió el partido aprista entre los años 1932 y 1945, todo lo cual redundó en cierta desintegración familiar. “Era la época de Ciro Alegría, de ‘El mundo es ancho y ajeno’, cuando varios autores tocaban el tema andino y esa fue una de las motivaciones que estuvo más a flor de piel en la sensibilidad, en el interés de mi tío”, reitera Gutiérrez. No obstante, Apu-Rimak mantuvo de manera tenaz su postura crítica frente al indigenismo que también se manifestó en las Artes Plásticas y con el cual de alguna manera
“La capacidad de se le vincula. Consideraba que, si apreciar y valorar lo exquisito, bien abordaba el tema indígena en sus contenidos, en sus formas, dicha corriente seguía siendo occiel buen vestir, la dental. “Él me decía que mientras la buena comida y la sensibilidad artística europea era de formas afiladas, de transparencias, la peruana era una cultura de masa fuerte, redonda, y muy marcada son que los huacos eran la expresión de parte del legado chino que llegó a su hogar“ esa versión telúrica que impone el artista andino. Además, había llegado a la conclusión de que lo más importante de la cultura andina es el color: ‘A través del color se trabaja la perspectiva, la luz y sombra, los contrastes. A través del color haces todo’, decía”, puntualiza el arquitecto. Aunque lejano al reconocimiento de las élites, el trabajo de Alejandro González Trujillo, Apu-Rimak,
Gutiérrez: exploraba lo andino a través de la pintura.
tuvo un lugar importante en el mundo académico, en el que el artista se recluyó al parecer voluntariamente: “Él tenía una posición siempre discrepante, que le dio la energía suficiente para hacer lo que hizo y vivir lo que vivió. Creo que ella obedece a sus raíces, a su historia, pero también a una racionalidad”,
Otro de los hallazgos de Sol Romero fueron estas portadas de la revista aprista, ilustradas por Apu-Rimak.
estima Juan Manuel Gutiérrez. Asimismo, el sobrino del artista encuentra que, pese a la oposición del padre a la vocación por la plástica que desde niño mostró Apu-Rimak, fue por el lado chino que llegó a su hogar la capacidad de apreciar y valorar lo exquisito, el buen vestir, la buena comida; una sensibilidad artística muy marcada que no tenía raigambre andina, sino más bien asiática, y que se apreciaba en las buenas sedas, los bordados en una blusa y en el cuidado de las buenas relaciones humanas. “Había en la familia una sensibilidad social, que venía de la cultura andina, y un refinamiento, que provino de la cultura china, como lo hicieron también una cierta independencia y solvencia en la manera de pensar, que fueron muy valorados en el arte y en la política”, concluye.