Guima 0 50 ctms una china, acá nomás racismo y acoso callejero set2014

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Revista electrónica

Año10. Nº 8/9. Setiembre 2014. Lima-Perú. www.interculturalidad.org

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S/.0.50: una “china”, acá nomás. Racismo y acoso callejero en Lima Daphne Guima

Cuando era niña caminaba detrás de las piernas de mi padre, a quien acompañaba para recoger a mis hermanas mayores del colegio. Me escondía y ocultaba mi cuerpo para que nadie me viera, pues a mis 3 años temía que la gente pudiera reírse de mí. Es cierto que la existencia del otro nos permite reconocernos y constituir nuestras individualidades, pero en mi caso tengo la impresión de que este hecho siempre se sintió un poco más pesado. Había mucha vergüenza, timidez e inseguridad de por medio, y había temor y desconfianza hacia el otro, ese que me definía y a quien quizás siempre otorgué demasiado poder.

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2 Creo que fue al ingresar al nido que empecé a tener conciencia de mi diferencia, y tal vez por eso era una niña muy callada e introvertida, pero fue sin duda en el colegio donde realmente me definieron como “china” hasta que terminé reconociéndome así también. Al inicio respondía con patadas, jalones de pelo y loncherazos en la cabeza porque lo consideraba un insulto, hasta que finalmente encontré en el término bastante cariño, y ahora “china”, “chinita”, “chini” y todos sus derivados son palabras que me parecen muy bonitas y tiernas y ya no me molesta en absoluto que mis amigos me llamen así. ¿Pero de qué manera se da el paso de sentir una palabra como una ofensa a sentirla como una expresión de afecto? Algo similar me sucedió con el término “gorda”. Mi familia me llamaba y todavía me llama así, y aunque sé que lo dicen con cariño, inevitablemente durante mucho tiempo esta palabra me generó inseguridad con respecto a mi físico. El mundo me había hecho pensar que las mujeres debían ser delgadas y que los gordos eran motivo de sorna. Sin embargo, cuando aprendemos a distinguir a las personas en quienes podemos confiar, aprendemos también que sus palabras son igualmente confiables. ¿Debería pedir en casa que dejen de llamarme “gorda” o sería más saludable si mis amigos me llamaran Daphne en lugar de “china”? Creo que no, pues en estos casos he terminado apropiándome del término y dándole mis valores hasta llegar a considerar ambas palabras con bastante ternura. Y ese es quizás el ideal, llegar a despojar los términos como “cholo”, “negro”, “chato” o “gorda” del carácter despectivo con el que suelen ser aplicados, puesto que realmente sé que no está mal poseer alguna de estas características. No obstante, algo muy diferente y drástico ocurre en la calle, donde hombres y mujeres también me llaman “china”, pero esta vez sin afecto, solo con burla y cacha. He escuchado tantas veces a personas extrañas cantándome la típica musiquita china o emitiendo ruidos como si hablaran en chino e incluso a un taxista decirme “china conchatumadre” por no aceptar su tarifa. He pasado por demasiadas situaciones similares, pero estoy segura de que mi memoria no falla cuando recuerdo que casi todas las veces que me he sentido agredida en la calle ha sido por culpa de un hombre, ya sea un sujeto o un grupo de niños, adolescentes, jóvenes, adultos o también ancianos. Y si bien estas agresiones han ocurrido desde mi infancia, en los últimos años algo cambió: sus palabras ya no hacían referencia solo a mis ojos sino también a todo mi cuerpo. No recuerdo la primera vez que un extraño me lanzó un “piropo” en la calle, pero sí la primera vez que un extraño me tocó: bajaba las escaleras de un puente mientras un señor las subía, y cuando se cruzó conmigo, colocó su dedo sobre mi pierna y lo subió desde la rodilla hasta el muslo. Nunca olvidé mi reacción porque aunque sentí miedo, y quizás Construyendo Nuestra Interculturalidad. Año 10. Nº 8/9: 1-4, 2014


3 justamente por eso, no dije ni hice nada, solo me paralicé. Y esto lo tengo siempre presente porque es lo que he hecho hasta el día de hoy, nada. Tal vez por comodidad, varias veces, cuando he vivido algún tipo de agresión, he preferido no reaccionar pues he optado por pensar que la gente que quiere agredirte estará empecinada en encontrar la manera de hacerlo. Y aunque sigo pensándolo cierto, hay también otro motivo por el cual no me siento libre de responderle a un hombre en la calle, y esta razón es el miedo. Me siento amenazada si un hombre invade mi espacio porque sé que él tendría más fuerza que yo, sé que si respondo, él podía empujarme, pegarme y hasta violarme, ya que si no me respetó inicialmente, ¿por qué me respetaría después? Probablemente me respetaría aun menos. Sin embargo, ¿cómo puedo estar segura de todo esto? La idea de que todos los hombres son más fuertes que yo es tan real como la de que todas las mujeres debemos ser delgadas y que todos los gordos son motivos de sorna. Día a día los medios han creado estos estereotipos y los han instaurado en mi cerebro, y probablemente en el de la mayoría de nosotros. Diariamente ocurren cientos de casos de violencia doméstica, feminicidio, violaciones, acoso callejero, relaciones tormentosas, etc. ¿Y qué estamos haciendo las mujeres al respecto? Seguir siendo presas del miedo no va a resolver nada y lo peor es que si luego tenemos hijas, en lugar de formarlas como mujeres fuertes, les vamos a heredar toda nuestra inseguridad. Creo que se trata de un círculo vicioso porque dejar que una persona, en este caso un hombre, nos humille solo para evitar más daño significa que no nos consideramos capaces de hacernos respetar. La idea del macho bruto y fuerte no debe estar más presente que la de nuestra propia libertad y fortaleza, pues de lo contrario, no solo estaríamos permitiendo estos ataques machistas en nuestra contra, sino que además estaríamos subestimando nuestra capacidad. Mi madre es japonesa y hablando con ella sobre este tema, me contó que cuando era joven tampoco le salían las palabras y solo atinaba a arrimarse y evadir. Pensé entonces que debía tratarse de un comportamiento aprendido y quizás cultural, en el sentido de que las mujeres, especialmente las orientales, debemos ser obedientes, dóciles y respetuosas, incluso si esto implique pasar por encima de nosotras mismas. No obstante, por lo mismo que este rol era aprendido y cultural, pensé, podría ser también desaprendido. Y al conversar con mi padre sobre el tema, esto se hizo más evidente. A Construyendo Nuestra Interculturalidad. Año 10. Nº 8/9: 1-4, 2014


4 diferencia de mi madre, él me dijo que debía aprender a defenderme y me dio el ejemplo de su hermana. Cuando le conté que quería responder a las ofensas de los hombres en la calle y le comenté que no sabía cómo hacerlo, me contó sobre mi tía, pues cada vez que un hombre la molestaba ella respondía automáticamente: “Oye, conchatumadre, ¿qué te pasa, carajo? ¿A mí me vas a faltar el respeto? ¿Estás huevón? ¡Sal de acá, mierda!” Entonces, después de reírnos de la imitación que mi padre hizo de mi tía, le pregunté si no resultaba esto peor y me dijo que no, pues al contrario, los hombres se asustaban y quedaban con la cabeza gacha huyendo de ella. Nuestra autoestima sufre cada vez que dejamos de actuar solo por miedo. Como cuando era niña y me ocultaba tras las piernas de mi papá, callar después de sufrir agresiones machistas solo incrementa la sensación de incapacidad y debilidad, no solo como mujer sino también como persona. Lo único que ganaba escondiéndome de la gente era alimentar mi vergüenza y del mismo modo, ahora callarme solo refuerza mi inseguridad, pues en ambos casos he actuado como si me reconociera inferior a los otros. Es necesario recordar que así como en el colegio podía lanzar patadas y loncherazos a quien osara molestarme, ahora también puedo defenderme. Porque poco a poco he ido adoptando una personalidad cada vez más sumisa, como si las palabras y acciones de estos hombres realmente hubieran terminado definiéndome y volviéndome más frágil y débil, y así también poco a poco los casos de violencia a las mujeres han ido incrementando en nuestro país. Sin embargo, ya es hora de recuperar nuestra valía y definirnos a través de nuestros pequeños o grandes y bonitos ojos y ya no a través de la mirada de los demás.

Ver video: S/. 0.50 céntimos: http://vimeo.com/87916404

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