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El contrabandista de penicilina
C O N S A B O R A H I S T O R I A
El contrabandista de penicilina
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S
uele suceder que sólo la literatura nos ayuda a entender los resortes psicópatas que impulsan a ciertos individuos a cometer crímenes abominables, movidos por la codicia extrema, sin el más mínimo remordimiento, contra víctimas indefensas como son los niños.
Estos criminales acontecimientos a los seres humanos en su conjunto, los relata Graham Greene en su estupenda y corta narración “El tercer hombre”; en esta novela, presenta una historia sencilla que transmite al lector la intensidad de una novela policíaca sobre la desorbitada y perversa codicia criminal.
Harry Lime, personaje principal de la obra de Greene, era un criminal, un infame contrabandista que traficaba con penicilina adulterada, causando la muerte de niños enfermos de meningitis. ¿Es memorable el cinismo desalmado de Harry Lime, el contrabandista de penicilina en la Viena de 1947 en ruinas
por los bombardeos que, desde lo alto de un edificio señala con el dedo por el cristal, las personas que pasaban como moscas negras diminutas al pie de la calle? ¿Sentirías piedad si una de esas manchitas dejara de moverse para siempre? ¿Si te dijera que voy a darte veinte mil libras por cada manc hita que se que de inmó vil? ¿Me dirías que me guardara el dinero... sin titubear? ¿O calcularías cuantas manchitas estabas dispuesto a sacrificar?
Y con inaudita desvergüenza e insensibilidad, agregó: “Todavía creo en Dios, en la misericordia, en todo eso. Haciendo lo que hago no perjudico a las almas. Los muertos son más felices como están. No pierden mucho los pobres diablos” .
En la Viena de la postguerra los que traficaban con alimentos tenían por lo menos el mérito de proporcionar alimentos y lo mismo puede decirse de todos los traficantes que vendían productos escasos a precios abusivos.
Pero el tráfico de penicilina era totalmente distinto. En Austria, sólo se proporcionaba penicilina en los hospitales militares; los médicos civiles no la podían obtener por medios legales. El fraude era relativamente inofensivo. La penicilina era robada, luego vendida a precios fabulosos a médicos austriacos. Una ampolleta podía costar setenta libras. Todavía podía decirse que era una forma de distribución, aunque injusta, puesto que favorecía al enfermo rico.
Los traficantes quisieron ganar más dinero y más rápidamente, como ahora las farmacéuticas. Empezaron por diluir la penicilina en agua coloreada y en el caso de la penicilina en polvo la mezclaban con arena. Esta mezcla anula los efectos de la penicilina, y ha ocasionado que muchos hombres pierdan un brazo o una pierna o la vida. Un hospital de niños de Viena compró penicilina para curar la meningitis y un gran número de niños murieron y otros enloquecieron.
Justicia poética: a Harry Lime en los túneles del sistema de alcantarillado de Viena, un policía lo mató a tiros y las aguas residuales arrastraron su cadáver.