Niñez, juventud y derechos. Una lectura situada

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NIÑEZ, JUVENTUD Y DERECHOS Una lectura situada

Gustavo Petro Urrego Alcalde Mayor

José Miguel Sánchez Giraldo Director del Idipron

José Miguel Sánchez Giraldo Ruth Vargas Rincón Coordinación de investigación

Jefferson Díaz Cagua Harrison López Cuartas Carolina Rodríguez Lizarralde

Juliana Hincapié Naranjo Corrección de estilo

Natalia Quiroga Daniel Caicedo Ruíz Diseño y diagramación

Oficina de Comunicaciones Fotografía IMPRENTA NACIONAL Impresión

Alfonso Román Polo Equipo de investigación

Registro ISBN 978-958-99226-5-1

Reina Lucía Valencia Edición

Fecha. Marzo del 2014.

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Prólogo Homenaje a Gustavo Petro.... Este libro se empezó a tejer mientras íbamos posicionando a la Bogotá Humana en el Idipron. En paralelo, entonces, fuimos cocinando reflexiones frente a lo que encontrábamos y construíamos, frente a lo que nos incomodaba y frente a la realidad de nuestros sueños. Nada ha sido fácil y el camino hasta aquí recorrido ha estado repleto de sorpresas. También de aprendizajes y de una permanente reafirmación de principios. Esos mismos que nos impulsaron a proponer y edificar un proyecto pedagógico garante de la libertad, la dignidad y los derechos; un proyecto pedagógico emancipatorio en el que niñas, niños y jóvenes pueden asumirse y ser reconocidos como artífices de sus propias vidas y del mundo que habitamos. Nuestra apuesta ha sido, es y será poner en el centro de nuestras acciones a los seres humanos. Este libro recoge algunas de las reflexiones antes señaladas, en el marco de la reconstrucción de las memorias de algunos de los procesos que han sido bandera del Idipron y en la ciudad. Procesos de larga duración, decantados y, en algunos casos, tan incrustados en la cotidianidad histórica que parecen inamovibles.

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Hemos optado por sacudir estas experiencias no sólo para conocer el pasado y aprender de él, algo que sin duda es importante, sino sobre todo para relevar la necesidad de asumir la contemporaneidad, de dirigir la institución y sus procesos hacia lo que el mundo de hoy nos demanda, hacia lo que las y los ciudadanos de hoy nos demandan, hacia lo que niñas, niños y jóvenes de hoy nos demandan. El Estado debe ser dinámico, sólo así puede escuchar y actuar en consecuencia. Y escuchar a la ciudadanía y sus realidades es, sin duda, un deber ético y político básico. Este libro es una invitación (imprudente) a cuestionar los incuestionables, a mirar con otros ojos lo que estamos acostumbrados a ver, a preguntar y a exigir la posibilidad de hacerlo. Nada existe de una vez y para siempre, y nuestra responsabilidad, la de todas y todos, es asumirnos como productores y detonantes de cambios y de movimiento, haciéndolos. Que se puede, que podemos, es algo que queda demostrado con el hecho de que el Idipron que recibimos no es el mismo que hoy habitamos. Seguir caminando, sin miedo, con atrevimiento: esa es la estrategia.

José Miguel Sánchez Giraldo Director Idipron

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Introducción Recorriendo el ayer para caminar un mundo más digno “Ni el pasado histórico ni el recuerdo que le da forma son referencias dadas, ya organizadas como tales, en espera de que la memoria se dé la vuelta hacia atrás para recoger sus contenidos como si se tratara de un depósito de significaciones ya listas e igualmente disponibles para cualquier relectura. La presión urgida –y urgente– del hoy nos insta a desatar los nudos de la temporalidad que tienden a comprimir los sucesos en un pretérito fijo, inactivo, para reorganizarlos según entrecruzamientos plurales. El desconcierto y la perplejidad, la inminencia de un peligro, el furor o la desesperación, todo lo que nos habla de una relación quebrada e inestable (no-satisfecha) con el presente, nos da motivos para rehilvanar secuencias y desenlaces; para abrir los sucesos al flujo de otras comprensiones que asocian, fragmentan y rearticulan los materiales del relato histórico en versiones siempre expuestas al corte divisorio y a la fuerza de interrupción de nuevas contingencias” Nelly Richard1 El Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud, Idipron, tiene como apuesta promover la garantía del goce efectivo de los derechos de niños, niñas y jóvenes habitantes de Bogotá, respetando y fortaleciendo su autonomía y su libertad. Fue creado en 1967 y durante 39 años estuvo dirigido por el padre Javier de Nicoló, un sacerdote salesiano que llegó a Colombia en 1949 proveniente de Italia y que a través de su trabajo con los niños de la calle se consolidó como una figura emblemática en la ciudad, en el país y en el exterior. Tras la salida del padre de Nicoló, ocurrida en el año 2008, la Dirección del Instituto fue asumida por el padre Luis Fernando Velandia, también perteneciente a la Comunidad Salesiana, y luego, durante el primer semestre del 2012, por Jesús Hernán Salazar. En junio de 2012, José Miguel Sánchez Giraldo se posesionó como Director del Idipron, en el marco de un proyecto de ciudad que busca la construcción de una Bogotá Humana. Reconstruir las memorias de los procesos desarrollados por el Idipron con la niñez y la juventud a través del tiempo es reconstruir una parte de las memorias de la ciudad. Y hacerlo es importante hoy, en un contexto contemporáneo en el que varios paradigmas sobre la formación de sujetos, la construcción de órdenes sociales y el ejercicio de las ciudadanías están siendo impugnados. En este sentido, el trabajo de memoria que aquí se presenta traza tránsitos ocurridos desde políticas de institucionalización e imaginarios de criminalización (muchos de los cuales aún operan) hacia proyectos para la garantía de los derechos y la apropiación de la calle como espacio público (muchos de los cuales aún están en creación). Todo esto, reconociendo las particularidades e incidencias de contextos históricos y culturales concretos. 1 Richard, N. Políticas y estéticas de la memoria.

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Entendiendo al Idipron como un escenario para la construcción de ciudadanías y la transformación crítica de experiencias y relaciones sociales, esta tarea de reconstrucción de memorias asume que el actual contexto de ciudad le exige al proyecto institucional armonizar enfoques y prácticas heredadas de más de 40 años de historia, con apuestas pedagógicas y problemáticas contemporáneas. Pero no se trata de hacer tabla rasa del pasado. Al contrario, se busca reconocer las memorias grabadas en la piel, en los recuerdos y en las acciones de quienes han experimentado la historia del Idipron, asumiendo de frente las huellas que marcan el presente y brindando herramientas que permitan decidir cuáles se mantienen y cuáles demandan transformaciones. Las memorias van siendo producidas todo el tiempo y son dos los momentos del proceso: los calmos, cuando no hay cuestionamientos al pasado porque las memorias parecen constituidas y coherentes, y los de crisis, cuando tanto memorias como identidades colectivas son impugnadas, motivando revisiones y retornos reflexivos sobre el pasado2. Hoy el Idipron, como la ciudad en el marco de la Bogotá Humana, transita por el segundo momento: uno en el cual lo nuevo pone en tensión lo antiguo, encontrando resistencia; uno en el cual lo antiguo no muere y lo nuevo no termina de nacer3 porque debe soportarse en estructuras instauradas desde antes y, en consecuencia, en prácticas que no siempre le corresponden. Esta no es una crisis coyuntural4, más bien, es resultado de procesos de larga duración y de movimientos gestados por el surgimiento de nuevos discursos y actores que no siempre se acomodaron a lo existente, es decir, a lo que el orden social vigente iba demandando. Siguiendo las narraciones escuchadas en el marco de este trabajo de memorias, es posible decir que uno de esos movimiento críticos fue la salida del padre Javier de Nicoló de la dirección del Instituto, en tanto detonó cambios en el modo de ser y actuar institucional que transformaron prácticas estructurantes que se habían asumido como naturales; en este sentido, tal salida se puede interpretar como una ruptura en la linealidad histórica del Idipron, es decir, como un acontecimiento, que en su momento produjo la ausencia de un sentido orientador compartido. En los recuerdos de la gestión de las dos direcciones que siguieron a la del padre Javier de Nicoló, además, se manifiesta la idea de que aunque éstas retaron las prácticas institucionales que venían de atrás, no lograron establecer pedagogías diferentes ni consolidarse como nuevos proyectos. Más bien, se piensa que éstas produjeron vacíos y desconciertos. Con esto en mente, se puede decir que la actual crisis es resultado de movimientos que explotan hoy –a modo de una copa que se rebosa– pero que vienen de atrás, así como de huellas del pasado que se resisten a desaparecer.

2 Jelin, E (2001). Los trabajos de la memoria. España: Siglo XXI Editores. 3 Gramsci, A. Cuadernos de la cárcel. 4 Ídem.

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Desde el proyecto actual, la crisis señalada es leída como una tensión entre dos proyectos éticos, pedagógicos y políticos diferentes: uno que aún guarda relación con los orígenes institucionales y que durante mucho tiempo fue efectivo e incluso innovador en su contexto, según el cual el accionar del Instituto debe concentrarse en procesos de institucionalización que protejan a la niñez y la juventud de los riesgos de la calle. Y otro que se empezó a tejer en la década de los noventa con la promulgación de la Constitución Política de 1991 y que aún encuentra resistencia en las mentalidades y prácticas cotidianas; desde el paradigma de los derechos, este segundo proyecto se enfoca en su garantía y reconoce a niñas, niños y jóvenes como sujetos de derechos. Es aquí donde se inscriben las actuales propuestas pedagógicas y políticas del Idipron. Para dar forma a los recorridos anunciados, este documento está conformado por seis capítulos. En el primero, se contextualiza el origen del Idipron, poniendo de manifiesto las rupturas que éste significó frente a un modelo de atención de las personas que viven en la calle que estaba en manos de la Iglesia Católica y que se sostenía en políticas de criminalización y de caridad cristiana. Reconociendo el vínculo que ese pasado tiene con el presente, se argumenta que la inclusión y la excusión que sostienen y a la vez producen la habitabilidad en calle y su marginación, son fenómenos estructurales que deben ser mirados bajo la lupa de los procesos históricos de larga duración y, en consecuencia, tramitados con políticas que vayan más allá de lo coyuntural. El segundo capítulo se enfoca en la representación y el trabajo con la niñez que ha atravesado la historia del Idipron, dando cuenta del tránsito operado en el contexto de ciudad entre la comprensión de ésta como objeto de atención y el reconocimiento de niñas y niños como sujetos de derechos. La idea que guía este ejercicio es que si bien el Instituto fue innovador en el primer escenario en tanto rompió varios de los paradigmas vigentes, se fue quedando rezagado en el segundo porque no logró integrar estructuralmente un enfoque de derechos. Esto le propone varios retos al proyecto pedagógico actual, que suponen recuperar y actualizar ciertos aprendizajes positivos del pasado a la vez que se transforman otros. El tercer capítulo aborda el origen y desarrollo del Programa Jóvenes Trapecistas del Idipron, el cual operó hasta el 2012 como estrategia institucional para la atención de los jóvenes de la ciudad. Se trata de ponerlo en relación con representaciones sociales y políticas públicas que aportaron a la criminalización de ciertos jóvenes, a través de la producción de categorías y perfiles poblacionales como “pandillero” y “trapecista”. Así mismo, se señalan las principales apuestas pedagógicas del Programa, haciendo énfasis en las continuidades y discontinuidades que estas produjeron en una entidad que hasta ese momento se había concentrado en la atención de los “habitantes de calle”. El cuarto capítulo recorre el trabajo del Idipron con mujeres que habitan la calle, trazando un vínculo entre pasado y presente a través de una apuesta específica cuyos orígenes se remontan a la década de los ochenta. El propósito de este camino es visibilizar cómo se ha entendido institucionalmente a las habitantes

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de calle en diferentes momentos y contextos, y, en consecuencia, cuáles han sido las políticas establecidas para su atención. En este sentido, se hacen explícitos algunos retos asumidos por el actual proyecto del Idipron, los cuales están especialmente relacionados con el fortalecimiento de un enfoque de género en sus políticas y acciones. El quinto capítulo se enfoca en la llamada “Experiencia Danubio”, la cual fue un primer experimento importante en la territorialización del Idipron. Se trata de brindar herramientas útiles para el Instituto, en un momento en el que la apuesta por la territorialización se está asumiendo con empeño; para ello se hace énfasis en la importancia de negociar las reglas de juego en y con los territorios, caminando al ritmo de la vida local y no con la prisa impuesta por el cumplimiento de metas o la presentación de resultados. El último capítulo recoge las líneas fundamentales del proyecto pedagógico que actualmente se está implementando en el Idipron, señalando los tránsitos más importantes que éste implica en relación con el proyecto con el cual ha entrado en tensión. Se trata, en este sentido, de hilar propuestas y apuestas, acciones y movimientos, que se han ido diseñando y haciendo de a poco, sin prisa, pero con certeza; rutas de un proyecto que está abierto, en marcha, mirando hacia adelante. Hoy el Idipron navega por una ciudad que aún sigue enfrentando situaciones de otrora como la habitabilidad en calle, pero que también vive otras problemáticas asociadas al microtráfico y narcotráfico de drogas, al desempleo, a la criminalización de las prácticas y subjetividades juveniles, a la explotación infantil y al entrecruzamiento territorial de las violencias urbanas con las del conflicto armado colombiano, entre otras. En términos históricos, esto traza nuevos retos que demandan una revisión crítica de las políticas y las prácticas desarrolladas a lo largo del tiempo, así como la puesta en marcha de otras experimentales, resistentes, emancipatorias. Por ello, lo que aquí se propone es mantener algunos vínculos con el pasado haciendo de la memoria la mejor aliada en la construcción de caminos políticos, éticos y pedagógicos; pero reconociendo la importancia de lograr las acciones pedagógicas requeridas para la ciudad del siglo XXI. Esta es la tensión que se recorre en las próximas páginas; en este ensayo crítico que es resultado de las múltiples reflexiones recogidas en el Idipron y que se presenta como un posicionamiento de época y progresista ante las responsabilidades del Estado y el ejercicio de los derechos y de las ciudadanías. Desde un enfoque cultural que reconoce la centralidad que tienen las prácticas, las representaciones y los imaginarios sociales en la construcción de sujetos y en la garantía de sus derechos, aquí se abre un camino de debate frente al lugar que tanto la niñez como la juventud ocupan y deben ocupar en el mundo contemporáneo. Esta es una de las grandes tareas que queda sobre la mesa.

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Bibliografía

Alcaldía de Bogotá. Plan de Desarrollo Bogotá Humana 2012 – 2016. Disponible en http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1. jsp?i=47766 Gramsci, A. (2000). Cuadernos de la cárcel. México: Ediciones Era. Jelin, E. (2001). Los trabajos de la memoria. España: Siglo XXI Editores. Lazzarato, M. (2006). Por una política menor. Acontecimiento y política en las sociedades de control. Madrid: Traficantes de sueños. Mouffe, Ch. (2006). Democracia, ciudadanía y la cuestión de la pluralidad. En Lucía Álvarez (Et. al). Democracia y exclusión: caminos encontrados en la Ciudad de México. México: UNAM. Richard, N. (2000) Políticas y estéticas de la memoria. Chile: Editorial Cuarto Propio.

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El mundo de la calle: en la frontera de la exclusión y la inclusión Durante los siglos XIX y XX fueron elaboradas diversas teorías clínicas, morales e históricas para justificar y controlar problemas de índole social y económica. Argumentos que se esgrimieron para marcar fronteras entre los ciudadanos de los estados modernos, imponer una disciplina y normalizar a aquel que era considerado como diferente. La clínica dictaminaba la enfermedad y el contagio, mientras la ley actuaba bajo la forma de aislamiento y control de gamines5, vagos y mendigos. Décadas de leyes y normas lograron configurar una dinámica de poder-saber estructurante de una constante devenir entre exclusión e inclusión y, en ese sentido, de un modelo dominante que controla los cuerpos y las mentes. Comprender la indigencia como una situación que debe ser superada pasa por entender que el fenómeno no es nuevo y que en su pasado se encuentran los hilos que le dan forma a su presente. Los mendigos y los vergonzantes del siglo XIX; los vagos, gamines y ñeros del siglo XX; y los habitantes de calle del siglo XXI son sujetos producto de fenómenos que se emparentan y que tienen causas comunes. En ellos se combinan el instante, los tiempos medianos y los largos plazos. Hay momentos que convocan opiniones encontradas por su crudeza y terror, mientras que en otros se habla de mejoría porque ciertos sujetos excluidos fueron normalizados. Pero todos esos momentos adquieren su real dimensión si los entendemos como lo que son: fenómenos de siglos, empotrados en la estructura misma del sistema. Son tres las líneas de reflexión que orientan este diálogo. Una primera línea tipifica la indigencia como un fenómeno de larga duración en la historia de Colombia; por ello, inicia con un rastreo de amplio espectro y de largo alcance temporal que revela la estratificación de los modos de exclusión social. Se espera que en la disposición de esas capas surjan hipótesis más precisas, que muestren la organización y los modos de funcionamiento de la exclusión social que se resisten a desaparecer. Otro tanto se espera respecto a aquellos modos de interacción excluyente ya desaparecidos, pues la comprensión de su extinción puede señalar aquellos mecanismos que aún reproducen desigualdades. De este modo, el pasado es fuente de conocimiento del presente y recupera su poder interrogante. La segunda línea explora el aspecto social más visible en las acciones estatales relacionadas con la indigencia y la miseria urbana: en Colombia, la lucha contra la indigencia quedó durante mucho tiempo en manos de la Iglesia Católica, asumiéndose como una labor de asistencia y caridad. El Estado, que 5 Desde mediados del Siglo XX este ha sido un nombre otorgado comúnmente a los niños que viven la calle; proviene de una palabra francesa usada en la cultura urbana de principios de la Guerra Fría, que designaba originalmente al niño que prestaba servicios como ayudante de obreros y que luego devenía en habitante de la calle.

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en un principio estuvo al margen de esta problemática, tomó cartas en el asunto de manera tardía en 1926. Y aún así, si actuó frente al fenómeno lo hizo de la mano de la Iglesia. Se puede sostener que tras la elaboración de la Constitución de 1991 se empezaron a proponer políticas que, en el marco de los derechos, involucran a toda la población, incluyendo a quienes habitan la calle. Se plantea, a propósito, que las soluciones planteadas, ya sea desde el Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud, Idipron, o desde otra Institución, no derivan tanto de la buena labor de una entidad dedicada a esos menesteres, como de un Estado que se asume como garante de los derechos ciudadanos. Finalmente, una tercera línea de reflexión se enfoca en el nacimiento y en la misión institucional del Idipron, reconociendo que, en medio de las dos realidades precedentes, surgió y se fue consolidando un nuevo proyecto político y pedagógico que significó una profunda ruptura con las dinámicas de intervención vigentes y un contraste con el lento reajuste de los estamentos de la sociedad bogotana.

Inclusión y exclusión: un fenómeno estructural La mendicidad, la indigencia, el gaminismo y la habitabilidad en calle constituyen fenómenos que han enhebrado el entramado social, económico y cultural del país. Éstos expresan, con intensidad especial, la forma de la democracia, el tipo de familia, los niveles de inequidad en la distribución de los beneficios públicos, y el papel que el Estado ha jugado en la inclusión y la exclusión de sus ciudadanas y ciudadanos. Hoy los habitantes urbanos que se inscriben en estos fenómenos no son homogéneos: hay habitantes de calle que raponean pero que no piden limosna, mientras que otros viven la calle sin atracar; algunos están en la calle a medias y aparecen en sus casas de vez en cuando; otros consumen sustancias psicoactivas, o reciclan residuos de los procesos normalizados por el orden institucionalizado; unos viven la calle, otros, simplemente, la controlan. Así mismo, el mundo de la calle es dinámico, cambia con los tiempos mientras sus habitantes trasmutan y asumen nuevas formas de relación con el territorio. De ahí surge la importancia de rastrear su continuidad y, a la vez, advertir sus ritmos, es decir, las velocidades relativas de los procesos locales y las aceleraciones en las coyunturas de conflicto social. No obstante lo anterior, los fenómenos que son objeto de este análisis tienen en común el hecho de que se manifiestan al margen de la sociedad normalizada, siendo considerados como síntomas y consecuencias de una estructura societal que empuja a ciertos sujetos a la calle, y que limita sus existencias al aislamiento y a la judicialización. Es necesario identificar los riesgos que resultan de estos límites que, en la medida en que trazan fronteras a quienes habitan la calle, reflejan el nivel de tolerancia de esta sociedad: la tolerancia de quien da una moneda como peaje para caminar por la calle tranquilamente, o la de la Policía cuando los garrotea para desalojarlos de aquellos lugares destinados a la masa de ciudadanos normales.

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Desde luego, en el límite extremo de las fronteras de la convivencia ciudadana aparece la violencia exacerbada y la inhumanidad, como cuando se trata de anular a estas personas a través de operaciones vergonzosas denominadas comúnmente limpieza social. En este orden de ideas, se usa el concepto de frontera para hablar de exclusión e inclusión, en cuanto ayuda a comprender los fenómenos que trasgreden las viejas posturas morales y normativas de una sociedad como la bogotana, así como a desentrañar una problemática que, como la de los excluidos de la calle, amerita análisis retrospectivos y prospectivos, sincrónicos y diacrónicos. Por otro lado, brinda libertad para abordar, desde diferentes ángulos, el mundo de la calle, con sus excesos y barreras, con sus límites invisibles y también territoriales. Es el límite móvil, es decir, aquel reconocido como norma y, a la vez, habitado como si no la tuviese o se la pudiese desconocer, el que se busca destacar como rasgo de una frontera cuando ésta es habitada por seres humanos. El concepto de frontera ayuda, entonces, a describir las dinámicas de inclusión y de exclusión, del adentro y del afuera, que subyacen en la mendicidad, la indigencia y el mundo de la calle. Al mismo tiempo, la noción de límite, entendido como opción extrema de conocimiento/desconocimiento de una norma, se acerca a la percepción y definición de los aspectos institucionales de normalización que hacen parte de las dinámicas que expulsan a unos y a otros de las posiciones de poder de un sistema social que está regulado por el par inclusión/exclusión. En este sentido, los límites impuestos por las élites y su aparato de dominación no sólo crean condiciones materiales y culturales para que existan ciudadanos de primera y de segunda categoría, sino que, además, generan ambientes propicios para que algunos individuos no tengan las mínimas posibilidades de acceder a la garantía de sus derechos. Esos límites dan forma a una pirámide social en la que unos ciudadanos ocupan el vértice, mientras que otros se desgarran de la base, formando un conglomerado anómico que vive en la miseria. Sorprende que este fenómeno se mantenga inconmovible como uno de los de más larga duración en la historia de las civilizaciones. Además, resulta excesivo que aún sea objeto de discursos pragmáticos que ensayan justificaciones retóricas para prolongar la existencia de su barbarie. La responsabilidad social y el rigor en el pensamiento pueden conducir a comprender las variaciones que muestran las recurrentes apariciones de quienes habitan la calle cuando se les considera a la luz de la larga duración. Pero no basta sólo con comprender, es necesario ahondar en planteamientos de mayor alcance teórico que orienten propuestas de políticas ciudadanas de inclusión. Como se anunció antes, los seres humanos excluidos y empujados hacia los extremos de la frontera del sistema social han sido conocidos, a través de los tiempos, con diferentes calificativos: pordioseros, indigentes, vagabundos, indeseables, gamines, ñeros, vagos, desechables y habitantes de calle. Algunos de estos calificativos, muy polémicos por cierto, hacen parte del lenguaje construido por quienes dirigen y dominan al resto de la sociedad.

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En los límites del lenguaje se manifiesta el Otro (como reconocimiento o como negación), desde diferentes expresiones correlativas a las opciones de existencia que ofrece el sistema de relaciones sociales: el desprecio, la invisibilización o, simplemente, la aceptación gestionada a través de prácticas que se resisten a la acción institucional. Ante procedimientos normalizadores y justificadores de la realidad, a través del lenguaje que silencia y rechaza, aparecen también formas de resistencia efectiva al control social. En el lenguaje, como espacio de disputa, se condensan los hilos de las ideologías dominantes y las ideologías subalternas. Algunos calificativos parecen ingenuos y hasta simpáticos, mientras que otros expresan intolerancia y violencia, adquiriendo visos de fascismo cuando confrontan otras formas de vivir el mundo urbano. Es el caso de la aparición y circulación del calificativo desechable, el cual muestra un vínculo con prácticas de mercado destructoras del planeta basadas en la producción masiva de objetos para el consumo inmediato inservibles en el futuro y eliminables en el presente. Entonces, una deconstrucción del lenguaje relacionado con los espacios y acontecimientos históricos de la ciudad es más que necesaria para ampliar la visión de los fenómenos aquí abordados, así como para examinar el submundo donde se expresan lo mejor y lo peor de la sociedad, con sus propios símbolos y códigos. Quizás la vida de la calle manifieste, mejor que otros aspectos sociales, las prácticas de exclusión vigentes. Por eso, no son ingenuas las voces de la imaginería social que presentan a los habitantes de calle como ciudadanos anómalos, o personas sin vergüenza que no quieren trabajar; o a los mendigos como propietarios de no sé cuántas casas y carros, o depositarios de una actitud genética para vivir en la calle que les permite convertir la mendicidad en una profesión. Hay quienes piden que se les esconda, que se les judicialice, que se les encierre o que se los ponga a trabajar con camisa de fuerza, incluso algunos hasta justifican la limpieza social. Esto no es casual. La sociedad lleva interiorizada los dispositivos de disciplina y control que demandan una colectividad homogénea. Homogénea en el manejo del tiempo y en la normalidad. Se trata de opiniones propias de una mentalidad nacional construida durante más de 200 años por las élites, la iglesia y los medios masivos de comunicación. Por ello, las acciones puestas en marcha para afrontar la vida en calle no sólo son responsabilidad del Estado: se hace necesario involucrar a toda la sociedad. El Estado con sus políticas margina y le cabe la mayor responsabilidad, pero la sociedad repite los mismos patrones, por ejemplo, legitimando a través del lenguaje los mecanismos de exclusión. Asumir un lenguaje que incluya al otro que vive en el otro andén, es importantísimo en la responsabilidad que les compete a todos. Se puede aceptar la exclusión económica como un aspecto importante en la habitabilidad de calle, pero no basta. Existen condiciones en la sociedad colombiana que reclaman un reconocimiento profundo del fenómeno, pues la misma dinámica económica tiene engranajes sutiles de tipo cultural y societal que marcan y marginan, aunque a simple vista no se ven. Esos dispositivos existen en la constitución del aparato productivo y en las estrategias de supervivencia vigentes en regiones que fueron impactadas por las bonanzas exportadoras, las cuales, al constituirse como fundamento de las economías nacionales en el

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siglo XX, influyeron en las mentalidades actuales: esas que integran o que excluyen, de acuerdo con el costo de oportunidad. Así mismo, es posible ver en la modernización y en la urbanización de la ciudad los límites de la integración de sus habitantes, dado que el proceso de exclusión ha primado sobre el de inclusión, como resultado de la construcción del Estado Nacional, de la gestión en los asuntos públicos y, más que nada, de la ausencia del Estado en su condición de garante de los derechos. Es preciso aclarar que aún así, el Estado aparece bajo otros ropajes: como ideología, como administrador y como juez, estando presente en la vida cotidiana de la gente como constructor de mentalidad. Precisamente, este es el campo donde se pueden apreciar los modos de interacción social que privilegiaron la exclusión como límite en la interacción social y como mecanismo para poner a ciertos seres humanos en el camino hacia la “indigencia”. Se debe anotar que la familia, en tanto institución social, es fundamental para la proyección y futuro de las personas. En ella sus miembros, por consanguinidad o afecto, buscan crecer y protegerse de circunstancias adversas. Es el primer nicho donde los niños y las niñas aprenden a conocer y a conocerse, donde construyen sus afectos y aprenden a relacionarse con los otros. Pero si ese nicho no existe o está fracturado ¿qué pasa con esos niños?, ¿qué ocurre cuando la familia no es la institución protectora que se supone debe ser?, ¿qué sucede cuando Papá y Mamá están lejos de ofrecer el afecto necesario y los mecanismos básicos de supervivencia? Y si el padre está ausente, ¿cuál es el impacto sobre los niños?, o ¿cómo reciben los niños el saber que su madre vende el cuerpo para traer dinero a la casa?. Pueden parecer preguntas obvias y, sin embargo, están arraigadas en el acontecer diario del país. Las familias pueden acelerar el paso de casa a la calle, o de la calle al parche, pero también pueden operar como barrera para neutralizar efectos o circunstancias adversas. En esa medida, la institución familiar marca los límites del adentro y del afuera, de la casa y de la calle. No se puede olvidar que la familia tradicional funciona como una pequeña célula estatal, con su línea de mando (piramidal), con sus controles y su disciplina. ¿Qué tipo de familia ha construido esta sociedad?, ¿es la familia una institución móvil o, por el contrario, una institución escrita en los pergaminos sagrados?, ¿qué tipo de prácticas se construyen en la vida familiar?, ¿cuáles valores son apropiados en la vida familiar?, ¿cómo operan las nuevas formas de familia que han surgido en las últimas décadas?. Estas preguntas reflejan la amplitud del tema y sugieren una crisis del concepto de familia tradicional y de los viejos modelos societales, en los que el padre proveedor es el dueño y señor de la casa. Por ello, se debe reconocer que con el movimiento social la familia se renueva y busca nuevas formas de existencia, mostrándose como una institución diversa y dinámica. Los límites de una sociedad se van construyendo en el curso de su historia. No se trata de culpar a la familia de la demarcación de esos límites, sino de mostrar que su conformación patriarcal y moral, inserta en un determinado conflicto social como el colombiano, ha colaborado a través del tiempo con el fenómeno de la indigencia y la habitabilidad de calle, al repetir, siguiendo al sistema, la operación de expulsión de sus miembros hacia el vacío de la calle.

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La Iglesia Católica y la Ley frente al fenómeno de la indigencia Durante los siglos XIX y XX, los diferentes gobiernos variaron sus explicaciones y respuestas frente a la mendicidad, de acuerdo con sus raíces políticas e ideológicas, pero coincidiendo en su tipificación como conductas anormales y como delitos. El papel de la Iglesia Católica en estos asuntos fue preponderante, especialmente a finales del siglo XIX y durante las tres primeras décadas del siglo XX, no queriendo decir con esto que ahí haya terminado su participación. Ella continuó con su rol central en la atención de los llamados excluidos, según la visión de los poderes políticos y del Estado, y siguiendo una vocación evangelizadora encomendada a salvar las almas. La presencia omnímoda de la Iglesia Católica puede revelar, al menos en parte, por qué fue entregada al padre salesiano Javier de Nicoló, sin restricción alguna, una institución como el Idipron, en un momento en el que la ebullición de la juventud mundial se dejaba sentir en Colombia. Así mismo, esa concentración del control social no coercitivo en la Iglesia es explicable, en gran medida, por la particular relación que la Constitución de 1886 estableció entre el Estado y la Iglesia Católica Romana, ya que, siguiendo los pasos de la Madre Patria, en Colombia la religión Católica era la oficial y el Estado debía mantenerla; por ello, la Constitución de 1886 planteaba en su Artículo 38 que: “La Religión Católica, Apostólica y Romana es la de la Nación; los poderes públicos la protegerán y harán que sea respetada como esencial elemento del orden social”. Por otro lado, en su artículo 41 señalaba: “La educación pública será organizada y dirigida en concordancia con la Religión Católica”6. En virtud del artículo 56 de la misma Constitución, que concedió la competencia al gobierno colombiano para celebrar convenios con la Santa Sede, en 1887 se celebró el Concordato. En él, entre otras, se acordó que el Estado colombiano debía pagar una indemnización a perpetuidad a la Iglesia Católica por la desamortización de los bienes de manos muertas que se realizó en el período de las reformas liberales de 1861: “Estas regulaciones confirieron a la Iglesia Católica el papel de ser el principal elemento de cohesión del orden social. Este hecho ocasionó que tanto el Estado como la misma Iglesia, vieran que la crisis de la sociedad colombiana se debía a un conflicto religioso y moral que debía ser corregido con el progreso religioso”7. Se podría pensar que en el modelo de modernización hubo más religión que Estado, pero no es esta la afirmación. Más bien, se configuró una particular relación Estado-Iglesia que se mantuvo durante el siglo XX, creando una simbiosis en la que los intereses del clero coincidían con los del Estado, y en algunos momentos, con uno de los partidos políticos dominantes. 6 Pinzón, M. La Regeneración, la Constitución de 1886 y el Papel de la Iglesia Católica. Pp. 7. 7 Ídem. Pp. 9.

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Por otro lado, desde finales del siglo XIX la preocupación por el progreso del país estuvo relacionado con la definición de los pobres, los obreros y los campesinos, como un resultado de ciertas irregularidades genéticas que debían ser corregidas8. Esta mirada constituyente de otro y sostenida desde la dinámica poder-saber, legitimó un particular funcionamiento de la sociedad. Ese poder definió a través del saber quién era normal y quién no, expresándose especialmente a través de los discursos científicos y médicos. Tanto la indigencia como la pobreza fueron definidas en los primeros años del siglo XX como problemas sociales y morales que debían ser atendidos por la Iglesia Católica, en la medida en que se consideraba que éstos implicaban desviaciones de conducta y falta de creencia. Como ya se ha dicho, el Estado comenzó a preocuparse por tales fenómenos a partir de 1926, cuando una serie de reformas en la estructura general del país lo pusieron a tono con las exigencias de la República Liberal; sólo por recordar algunos avances en ese sentido se pueden mencionar: el derecho a la huelga, la función social de la propiedad, el derecho de asociación, la intervención del Estado en la economía. En este contexto, fue promulgada la Ley 79 de 1926 con la cual se reguló la asistencia de menores y las escuelas de trabajo, declarando que los menores de quince años vagos y mendigos, cuyos padres no pudieran sostenerlos y educarlos, quedarían bajo el cuidado de la Asistencia Pública. En un sentido similar, el decreto 67 de 1930 confirió a las entidades públicas la responsabilidad de la protección de la niñez desvalida, otorgándoles la tarea de evitar que estos “hombres del mañana” adquirieran vicios o asumieran costumbres inadecuadas que lesionaran las fuerzas morales del país9. La República inició así la recuperación del control sobre la educación que se había perdido con la Constitución de 1886. Pero aunque el Estado empezó a operar políticas sociales independientemente de las instituciones eclesiásticas, el avance en materia económica y la necesidad que había de darle soluciones a la pobreza y a la indigencia no tuvieron resultados favorables. Corolario: los avances en la modernización del país no se expandieron hacia las capas populares, las cuales siguieron marginadas de las conquistas sociales y económicas. En la década de los cuarenta y desde los gobiernos Conservadores, las respuestas dadas a la pobreza y a la indigencia fortalecieron su tono normativo y judicial. En este período se expidió la Ley Orgánica de la Defensa del Niño (Ley 83 de 1946), con el propósito de trasladar a las familias la responsabilidad de los menores que cometieran alguna infracción o que estuvieran abandonados, estableciendo la penalización para quienes no cumplieran los deberes de la convivencia familiar. 8 Pérez, A y Varilla, D. Historia Institucional del Instituto Distrital Para la Protección de la Niñez y Juventud- IDIPRON. Pp 10. 9 Ídem.

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De nuevo, la naturaleza represiva de esta Ley obró como un dispositivo de control ya no sólo de los indigentes o anormales, sino también de todo el núcleo familiar, estableciendo que la familia se hiciera cargo del fenómeno para contener su presencia en la vida pública. En esa medida, la Ley buscaba garantizar, a través de la norma, la permanencia estable de los miembros de la familia por la vía de considerar como anormales y patológicos aquellos fenómenos que tenían sustento en un entramado social, económico y cultural propio de la dinámica social colombiana. En la Ley 83 se articularon una visión clínica, una lectura moral y una mirada política y cultural compartidas por las élites sobre fenómenos propios de la realidad colombiana que, no obstante, eran definidas como males morales, problemas mentales y desviaciones genéticas. Se configuraron así un tiempo y un espacio propicios para controlar los cuerpos, los gestos y las mentes, poniéndolos al servicio de una sociedad disciplinaria guiada por las relaciones sociales de poder. La figura del juez apareció en escena para garantizar que el anormal retornara a los cauces de la normalidad, para lo cual, además, se contaba con un psiquiatra que estudiaba al niño durante tres meses, determinando el estado de la cosa dañada y definiendo, a renglón seguido, el respectivo tratamiento médico - pedagógico. No obstante, que en el marco de la aplicación de la Ley descrita, el problema de la mendicidad no sólo no desapareció, sino que empeoró. Al respecto, un periodista en 1958 dijo: “La mendicidad en Bogotá siempre ha sido numerosa con relación a otras ciudades del país pero se reconoce que en estos últimos meses los mendigos se han multiplicado”. (…) Está aflorando una generación de muchachos entre los 12 y 15 años, que pudiéndose dedicar a oficios propios de su edad –sí es que materialmente no pueden ir a la escuela– optan por la mendicidad, por inclinación hereditaria o por mandato expreso de sus padres o parientes, veteranos ya en la materia”10. Como respuesta al crecimiento del fenómeno, se aprobó el Decreto 717 de 1963, el cual creó la Comisión Interinstitucional de Protección al Menor con el fin de coordinar las funciones de todas las dependencias responsables de la protección y asistencia del “menor” y de su familia. Siguiendo, la Ley 27 de 1963 otorgó facultades al Gobierno Nacional para reformar la justicia, haciendo énfasis en el ámbito penal. Al amparo de esta Ley se expidió el Decreto Nacional 1699 de 1964, por medio del cual se dictaron disposiciones sobre conductas antisociales, judicializando y reprimiendo a quienes vivían en la calle: internamiento en casas de reposo, hospitales o en colonias agrícolas, por ejemplo. Este Decreto, llamado “Estatuto de las Conductas Antisociales”, consideró como conducta errada la intoxicación crónica por alcohol o por cualquier otra sustancia, así como la embriaguez o intoxicación de menores de 18 años, y prescribió tratamiento médico para el intoxicado por estas causas.

10 Ídem. Pp. 18.

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Se aprecia así una legislación agresiva. El país estaba en manos del conservador Guillermo León Valencia, quien gobernó con Estado de Sitio, persecución a las llamadas Repúblicas Independientes y acciones cívico-militares. Entonces, no es extraño que un fenómeno como la vida en calle fuera tratado como un problema criminal. En suma, estas leyes y decretos construyeron una economía del castigo a través de la disciplina, la norma y el control. A los niños que eran abandonados se les controlaba desde los juzgados de menores, se los aislaba en lugares agrícolas fuera de la ciudad o se les reubicaba temporalmente en familias que les garantizaran el sustento y la educación moral. Otros, menos afortunados, eran conducidos a asilos, reformatorios, clínicas y frenocomios. Vigilar, ocultar y castigar “a una parte de la sociedad reflejaba la inequidad del sistema”11.

Surgimiento del Idipron: una ruptura con los viejos modelos Como se ha planteado, es posible reconocer una continuidad de la pobreza, la indigencia y la mendicidad en Colombia durante el siglo XX. Se trata, además, de fenómenos que en la capital del país tuvieron características específicas: el abandono de los niños, las numerosas familias que habitaban la calle y las “galladas” de gamines tienen un particular sabor bogotano. No por casualidad el Padre Javier de Nicoló, primer Director del Idipron, narró: “…y entonces en Bogotá había nubes de chinos… Había cantidad de niños, en aquel entonces uno sacaba muchos, pero nubes, nubes de niños se colinchaban en los trolis”12, el servicio de transporte público de la época. El padre de Nicoló relató así una realidad que en ese entonces ya preocupaba a los políticos, a los medios de comunicación y a la Administración Distrital, y que se expresó en el cine, en la pintura y en la música. Por solo señalar un ejemplo, la canción del francés Hervé Vilard, titulada “Gamín” y producto de su paso por Bogotá. Este cúmulo de voces diversas daba cuenta de una realidad que había adquirido rasgos dramáticos en la década de los sesenta y que en los setenta era inimaginable: entre 1972 y 1973 más de 4.500 gamines deambulaban por las aceras, con sus caras sucias y con sus ropas anchas y harapientas13. A estos niños se les veía por todas partes, en las calles, a la entrada de un teatro, en la puerta de un restaurante y en los buses cantando canciones mexicanas14. Esta era una Bogotá en donde los niños de la calle aumentaban, con sus cambuches y parches, rompiendo la media nacional. Varios asuntos influyeron en esta situación. Uno de ellos deriva de que Bogotá está rodeada por regiones donde la violencia política vivida en el país durante los años cincuenta se sintió con gran intensidad; violencia política partidista que obligó a muchas familias a salir de sus tierras hacia las grandes ciudades. Germán Castro Caicedo lo explica de la siguiente manera: “en un año han llegado a vivir aquí 370.000 mil 11 Ídem. Pp. 20. 12 Ídem. Pp. 64. 13 Granados, M. Op. Cit. Pp. 75. 14 Castro, G. En las ciudades colombianas los niños son líderes del hampa. (Aunque el libro fue publicado por primera vez en 1976, las crónicas fueron escritas en un lapso de siete años).

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nuevas personas. Esto es como si la población de Pereira se hubiera trasladado en masa para Bogotá”15. En la época, el centro de Bogotá era una zona bien definida en la que vivían 150.000 personas y transitaban permanentemente otras 300.000 que llegaban de diferentes puntos del país. “Encontramos en esos tres kilómetros cuadrados 1.700 prostitutas callejeras, 2.600 bares y hoteluchos de mala muerte, 900 gamines, 450 vagos diurnos...”16. Una segunda particularidad de la Bogotá se registró luego del asesinato del líder político Jorge Eliécer Gaitán, ocurrida el 9 de abril de 1948. Este hecho y la ola de violencia desencadenada en la ciudad y conocida como el Bogotazo, motivó el traslado de negocios y residencias de familias acomodadas hacia otras áreas urbanas, especialmente ubicadas en el norte. Con el tiempo, algunas zonas del centro se deterioraron y surgieron inquilinatos donde antes se encontraban barrios y lugares de prestigio. El descuido del centro, y sobre todo, del antiguo barrio Santa Inés, dio inicio a lo que años después sería conocido como El Cartucho, una calle configurada por dinámicas de habitabilidad en calle, consumo y venta de drogas, y reciclaje, entre otras, que fue arrasada en la década de los noventa en el marco de políticas distritales de renovación urbana. Con el deterioro del centro también se abrió un campo propicio para los negociantes de finca raíz urbana y para las grandes construcciones. “Bogotá inició una nueva vida. Habían desaparecido bajo la ola vandálica numerosas construcciones antiguas que ocupaban con sus amplios espacios solares muy valiosos que estimularon la codicia de no pocos urbanizadores y traficantes de propiedad raíz. No hubo de pasar mucho tiempo para que el centro capitalino experimentara una modificación total. Los incendios del 9 de abril habían sido parteras de una nueva era: la de la jungla de concreto; la de las ingentes moles de propiedad aérea, horizontal”17. Las dos particularidades de Bogotá que han sido enunciadas se superpusieron dando origen a zonas en las que convivían el desempleado, la prostituta, el ladrón, los recicladores, el trabajador a destajo, la mujer de trabajo doméstico y el recién llegado que estaba cansado de buscar y rebuscar un empleo. Al mismo tiempo, se fue configurando una espiral de pobreza y mendicidad que propició las condiciones para el nacimiento de los gamines. Otro elemento importante en la historia del gaminismo en Bogotá fue la expansión acelerada de la ciudad, que empezó en los años cincuenta. Dos hechos son importantes en esta línea: la ampliación de la calle 26 –una vía que conecta el oriente con el occidente de la ciudad– realizada en 1951 y la construcción de la Ciudad de Techo en la década de los sesenta, la cual posteriormente se llamaría Ciudad de Kennedy en Honor al Presidente de los Estados Unidos. La ampliación de la calle 26 motivó una reconfiguración espacial y estética del centro de la ciudad, gracias a la cual se adoptaron medidas administrativas contrarias a la apropiación de la calle por parte 15 Ídem. Pp. 157. 16 Ídem. Pp. 158. 17 Ídem. Pp. 56.

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de los gamines. Un ejemplo de esto tiene que ver con una fuente monumento conocida como la Rebeca. Según la tradición bíblica, Rebeca fue escogida por Abraham como esposa de su hijo Isaac en razón de su bondad, simbolizada en el gesto de dar de beber al peregrino sediento. En su iniciativa espontánea, los gamines bogotanos actualizaron el significado ancestral del monumento, transformando la escultura en una piscina y en espacio de recreación y de convivencia social. No obstante, en reacción arrogante y excluyente, la administración capitalina ordenó suspender el agua de la fuente para evitar que Rebeca desplegara su bondad con los niños habitantes de la calle. En cuanto a la urbanización de Ciudad Kennedy, ubicada en el sur occidente de la ciudad y quizás el primer conjunto moderno urbano que respondió al crecimiento acelerado de la ciudad, se puede decir que al ser construido sin mayor planeación, democratización del poder o repartición de las riquezas, ocasionó una crisis en la prestación de los servicios públicos básicos y generó nuevos cinturones de miseria, mendicidad e indigencia. Este tipo de modernización sin modernidad, fundamentado en un modelo de desarrollo liberal pero sostenido aún por dinámicas de una sociedad tradicional18, hizo que gran parte de los habitantes urbanos no recibieran los beneficios en servicios de educación, salud, movilidad, vivienda e ingresos dignos para vivir a tono con los cambios que se venían presentando. Veinte años después, en 1973, más de 23 instituciones atendían gamines hombres, 15 oficiales y 8 privadas, sumando entre todas 2.907 cupos para los aproximadamente cinco mil gamines que vivían en Bogotá19. En ese momento, el 64,6% de los gamines bogotanos había pasado por alguna de esas instituciones, mientras que el 34,4% no las conocía ni deseaba conocerlas20, tal vez por las metodologías y las pedagogías que en ellas se agenciaban y porque muchas veces eran llevados a la fuerza por la Policía. Además, parece que el castigo era una práctica común en varias de ellas: golpes por parte de los gamines mayores, reclusión en celdas, algunas solitarias, e incluso abusos sexuales por parte de algunos profesores que eran retribuidas con mejores condiciones de encierro21. Las ofertas de dichas instituciones tampoco respondían al problema en cuestión, debido a la falta de claridad sobre la problemática social de los niños gamines y su estado de desprotección. Se les veía como a pequeños delincuentes que necesitaban comer y ser disciplinados, y como personas menores que, no obstante, debían asumir los roles de una persona mayor. Las propuestas ofrecidas eran insuficientes y pobres, por demás. Por ejemplo, en las 23 instituciones sólo había 60 profesores diurnos y 17 nocturnos, lo que demuestra que la atención directa sobre los niños y jóvenes era precaria, agravándose por el uso de una metodología oficial o formal con personas que, precisamente, operaban por fuera de la formalidad. 18 “Colombia optó por el modelo liberal de desarrollo en el que prevalecen los intereses e iniciativas privadas en desmedro del interés colectivo (...) De tal forma, el modelo liberal de desarrollo arrastra consigo la exclusión política, social y económica de amplios sectores de la población”. Véase: Mejía, H., Londoño, C. y Granda, A. Panorama socio-económico y político de Colombia a partir de 1.950. 19 Granados, M. Op. Cit. Pp. 52. 20 Ídem. Pp. 25. 21 Ídem. Pp. 53.

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Estos muchachos, entonces, se aburrían porque la enseñanza que se les ofrecía no tenía nada que ver con su mundo ni llenaban sus expectativas22. En este escenario, fueron varias las situaciones que permitieron el posicionamiento del Idipron en Bogotá tras su creación en 1967, así como su ruptura con las otras instituciones y con las políticas que en la época se agenciaban para los gamines. El padre salesiano Javier de Nicoló, quien asumió como primer director del Instituto, se preguntaba: ¿Es necesario esperar a que cambie el sistema y que el futuro paraíso socialista resuelva el problema?23, hablándole quizás a un sector de la Iglesia Católica y a los socialistas o revolucionarios de la época que creían que trabajar con los gamines no valía la pena24. Esta postura del sacerdote también le hablaba a las otras instituciones existentes y al Estado en general: “Nos parece que hay ya cierto consenso comunitario en que el gaminismo es un problema estructural socioeconómico, muy relacionado por lo tanto con el desempleo, los bajos salarios, la falta de vivienda, de salud, de educación, del desarraigo producido por la migración rural, etc”25. Al abordar la problemática de los gamines desde sus raíces, el Idipron buscó otra manera de prevenirlo, brindándoles a estas personas un tratamiento digno de seres humanos y, por encima de todo, de niños. El proyecto del Instituto cuestionó los reformatorios y otras prácticas de reclusión vigentes en la época, mientras asumió que la represión y las estructuras autoritarias violentaban la libertad de los niños de la calle. Enfatizó, además, que las instituciones tradicionales habían hecho a un lado el componente afectivo como parte de un proceso educativo, mientras dio forma a un nuevo proyecto pedagógico que consideraba que el gamín no era un muchacho anormal y que, en consecuencia, no necesitaba una clínica psiquiátrica, sino un sistema educativo que respetara su autonomía y que lo vinculara a procesos productivos. Se trataba, entonces, de construir un clima de naturalidad, de afecto, de intensa actividad artística y de convivencia entre pares, sustentado en la amistad, el servicio y la libertad26. El Idipron también introdujo la reflexión en la acción como método fundamental de trabajo, mientras consolidó un sistema socio-pedagógico, psicosocial y de autogobierno27 que en sí mismo fue un hecho revolucionario, dado que se presentó en un momento en el que el país era regido por una Constitución conservadora y orientado por una educación formal de carácter autoritario. En este sentido, fue innovador, valioso y arriesgado que un grupo de niños y jóvenes excluidos –de exgamines-, promoviera, construyera y sostuviera el autogobierno no sólo sobre sus cuerpos (que les pertenecían a ellos y ya no a las instituciones ni a la Iglesia), sino también sobre una sociedad paralela que fue llamada la República de los Muchachos28 22 Ídem. Pp. 55 y 71. 23 De Nicoló, J. et. al. Musarañas. Pp. 25. 24 Ídem. 25 Ídem. Pp. 17 26 Ídem. Pp. 30. 27 Ídem. Pp. 32. 28 Ídem.

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y que contaba con su propio sistema económico y burocrático. A pesar de lo obtenido ¿fue suficiente para romper, o al menos agrietar, la frontera entre exclusión-inclusión o, al contrario, la reafirmó en tanto se mantuvieron intactos los límites sociales que definen el adentro y el afuera? Hoy la indigencia se mantiene en el país y en Bogotá, indicando, en cierta medida, que las políticas públicas en esta materia no han podido contra el fenómeno y, a la vez, cuán lejos está la ciudad de resolver la antinomia entre exclusión e inclusión. Pero se debe reconocer que ninguna institución puede resolver por sí sola el problema; al contrario, se necesita una conjunción entre acciones estatales, políticas públicas y compromisos sociales, en la medida en que se trata de luchar conjuntamente por una ciudad diversa y construida a partir de las diferencias; por una ciudad de oportunidades para todos y proyectada hacia la libertad. Con esta mirada, el actual proyecto del Idipron recoge el espíritu y los principios de la génesis institucional, pero avanzando hacia pedagogías que permitan superar la afianzada obsesión por traer a los excluidos al sistema de los normales, proponiéndoles, como gran medida, que retornen, como si nada, a este mundo que los excluyó. Quizás sea más efectivo que se reinvente la democracia garantizando el goce efectivo de los derechos. Quizás.

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Bibliografía Braudel, F. (2006). La Larga Duración. En Revista Académica de Relaciones Internacionales. UAM-AEDR. Núm. 5. Pp. 3. [Documento en línea] Bueno, F. La Rebeca, un Monumento Olvidado. Disponible en http:// www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=1072677 Cardeño, F. (2007). Historia del Desarrollo Urbano del Centro de Bogotá (Localidad de los Mártires). Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte. Pp. 56. Castellano, A. y Miranda, A. (2005). Fronteras, Límites y Frentes. Presentación. En Revista Alteridades. Departamento de Antropología, UNAM. No. 30. Pp. 2. [Documento en línea] Castro, G. (2009). En las ciudades colombianas los niños son líderes del hampa. En Colombia Amarga. Bogotá: Círculo de Lectores. de Nicoló, J. et. al. (2000). Musarañas. Bogotá: Alcaldía Mayor, IDIPRON. Pp. 25. Foucault, M. (1989). Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión. Colombia: Siglo XXI Editores. Pp. 212. Granados, M. (1976) Gamines. Bogotá: Editorial Temis. Pp. 62 - 63. Jurado, J. (2010). Pobreza y Nación en Colombia, Siglo XIX. En Revista de Historia Iberoamericana. Pp. 55. [Documento en línea] Malagón , M. (2006). La Regeneración, La Constitución de 1886 y el Papel de la Iglesia Católica. En Civilizar, Revista electrónica de difusión científica – Universidad Sergio Arboleda. No. 11. Pp. 7. [Documento en línea]

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Bibliografía Mateus, S. (1995). Limpieza Social. La guerra contra la indigencia. Bogotá: Ediciones COLOMBIA HOY, Planeta Colombiana Editorial S.A. Pp. 105. Mejía, H., Londoño, C. y Granda, A. (1994). Panorama socio económico y político de Colombia a partir de 1.950. En Revista Pensamiento Humanista. No. 2. Pp. 8. [Documento en línea] Ortiz, L. (2004). La sensibilización hacia el habitante de calle, brigadas y comunidad desde la lúdica como estrategia de un proceso de inclusión social. Ponencia presentada en el 8º Congreso Nacional de Recreación, COMFENALCO. Bogotá. Pérez, A. y Varilla, D. (2012). Historia Institucional del Instituto Distrital Para la Protección de la Niñez y Juventud - IDIPRON. Bogotá: Corporación Internacional Para el desarrollo Educativo, CIDE. Pp. 10 Ramos, L. (2004). Características, Dinámicas y Condiciones de Emergencia de las Pandillas en Bogotá. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, IDIPRON. Pp. 23. Ruiz, J. (2011). La higiene en la niñez colombiana a principios del siglo XX. En Historik, Revista virtual de investigación en historia, artes y humanidades. Vol. 1-2, marzo- julio. [Documento en línea] Samper, M. (2003). La Miseria en Bogotá. Bogotá: Biblioteca Virtual, Biblioteca Luis Ángel Arango. Pp. 1.

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Comprensión institucional de la niñez: tejidos de una protección cambiante La infancia, en tanto experiencia de vida y construcción social, se inscribe en contextos socioculturales particulares que van articulando experiencias, prácticas e imaginarios históricamente situados. Desde esta perspectiva, se puede decir que la noción moderna se sostiene a través de una división binaria entre el mundo infantil y el mundo adulto, en la que se espera que el primero sea regulado y protegido por instituciones disciplinarias pensadas y operadas desde el segundo. Igualmente, produce una imagen hegemónica de la niñez relacionada con la pureza, la inocencia, la alegría, la falta de autonomía y la dependencia hacia los adultos, la cual determina, a la vez, las prácticas adecuadas y esperadas para que un niño sea reconocido como tal. No obstante, existen alternativas de comprensión que ponen el centro de atención en la diversas formas de infancia que son posibles en un determinado contexto, en las perspectivas de las niñas y los niños, y en los mecanismos requeridos para garantizar una vida digna a todas y a todos. El diálogo propuesto en este capítulo recorre la tensiones señaladas empezando con el tránsito histórico vivido desde la llamada Doctrina de la Situación Irregular, hasta la promulgación de la Convención sobre los Derechos del Niño realizada en 1989; esto, haciendo énfasis en la forma en la que este contexto histórico influyó en las dinámicas del Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud, Idipron. A partir de ahí, se explora la centralidad que el Instituto le ha otorgado a la familia de las niñas y los niños desde su inicio, así como los efectos que la desaparición de la llamada calle El Cartucho29 tuvo en el fenómeno de habitabilidad de calle infantil en la ciudad y en el trabajo del Idipron. Finalmente, se analiza cómo el Instituto ha ido incorporando a través del tiempo el enfoque de derechos que demarcado por la Convención sobre los Derechos del Niño y luego ratificado por la Constitución Política de 1991, haciendo explícitos algunos retos que asume el proyecto pedagógico actual para garantizar el goce efectivo de los derechos de niñas y niños en la ciudad.

29 Ubicado en el centro de la ciudad, El Cartucho fue hasta finales de la década de los noventa un espacio en el que convivían el microtráfico, la habitabilidad en calle y la miseria. Allí vivían varias familias que fueron desplazadas hacia otras zonas cuando, por decisiones administrativas, El Cartucho fue arrasado.

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De la situación irregular a la protección integral Las formas como se ha actuado frente a la desigualdad social en Colombia han sido diversas. Algunas sólo han respondido a las exigencias socio-políticas del momento, pero otras, más atrevidas, han buscado romper los paradigmas que alejan a la sociedad de una transformación liberadora. Este atrevimiento fue característico de la génesis del Idipron. El Instituto inició actividades en el marco de tres circunstancias que delimitaron su quehacer pedagógico: primero, el carácter dominante de la Doctrina de la Situación Irregular, el cual motivó ciertos focos de atención por parte de las políticas sociales latinoamericanas, entre ellas el fortalecimiento de los internados y correccionales como una estrategia para alejar a la niñez de la calle. Segundo, la transición experimentada por el proyecto educativo entre la política educacional nacionalista de comienzos del siglo XX30 y los dispositivos educativos de mediados y finales del mismo siglo31, que trajeron consigo la teoría cognitivo-conductual. Y tercero, siguiendo lo dispuesto por la Constitución Política de Colombia de 1886, la organización y dirección de la educación pública en concordancia con la religión Católica y en manos de la Iglesia, la cual era la encargada de desarrollar las facultades humanas y de aplicar los respectivos métodos de enseñanza32. La Doctrina de la Situación Irregular nació en el Primer Tribunal para Menores, realizado en Chicago en 1899 como respuesta a las movilizaciones del grupo The Child Savers (los Salvadores del Niño), el cual se oponía a que el sistema penal estuviera unificado para adultos y niños, y a que, por ello, los infantes judicializados tuvieran que cumplir sus condenas en las mismas cárceles y penitenciarias que adultos. Con esta Doctrina se estipuló un nuevo derecho para menores, bajo la idea de que la sociedad tenía la responsabilidad de salvaguardarlos de los peligros sociales. Sin embargo, ésta no distinguió entre la actividad delictiva, la conflictividad con la ley y el riesgo social causado por la pobreza o el abandono pues vinculaba a todos los infantes que no se encontraban en condiciones de normalidad bajo la categoría de situación irregular, la cual hacía referencia a las condiciones sociales, físicas, psicológicas y morales por las que un menor era excluido de la sociedad, la escuela y/o la familia. Esta Doctrina tuvo gran influencia en la interpretación jurídica y social de la infancia colombiana, por lo cual, por ejemplo, el derecho marcó una distinción entre niños y menores; así, aunque los dos eran entendidos como objeto de cuidado y compasión adulta, los segundos eran también asumidos en situación de abandono, marginalidad o pobreza. Para aquellos en situación irregular se dispusieron instituciones de 30 Álvarez, A. Formación de nación y educación. 31 La implementación de dispositivos educativos globalizados respondió a políticas internacionales establecidas luego de la Segunda Guerra Mundial y durante la Guerra Fría. Con ellos se pretendía eliminar cualquier ideología nacional-socialista y/o comunista que pusiera en riesgo el orden social imperante. 32 Esta relación entre Estado y clero permitió que la dirección del Idipron fuera asumida por el padre salesiano Javier de Nicoló, en tanto la función del Instituto era brindar una educación coherente con la enmienda constitucional.

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control social tales como internados, correccionales y centros psiquiátricos, basando así la intervención del Estado en técnicas de institucionalización encauzadas a evitar el tránsito del niño abandonado hacia la delincuencia.33En cuanto al imaginario social, se consolidó el ideal de una niñez indefensa y vulnerable que debía ser cuidada por un adulto y alejada de aquellos espacios de peligro indiscriminado como la calle. Este imaginario se reforzó con una educación eclesiástica que asumía al niño como un ser puro en el cual se debían potenciar habilidades para el bien social y el cuidado de las perversiones del mundo. Los niños con los que inicialmente trabajó el Idipron eran aquellos integrados bajo la cualidad jurídica de situación irregular. Sin embargo, lejos de propender por un ejercicio punitivo, compasivo o represivo para transformar y prevenir ciertas características pre-delincuenciales, el proyecto institucional propuso un modelo de atención de casas de puertas abiertas para distanciarse sustancialmente de aquellos recintos de protección, ocultamiento y encierro que operaban en la ciudad. Un primer fundamento que sostenía esta iniciativa era el conocimiento institucional de las experiencias de gamines que habían estado recluidos en diferentes instituciones y que escaparon por las condiciones de encierro. El segundo fundamento fue el reconocimiento de que los infantes no eran anormales ni criminales, evitando con ello los nuevos dispositivos educativos de la reeducación, la psiquiatría, las teorías de Frederic Skinner y los estudios cognitivoconductuales de la Universidad de Harvard que fueron implementados en las instituciones psiquiátricas, penitenciarias y correccionales. Por último, el tercer fundamento era que los gamines no buscaban un segundo hogar que reprodujera condiciones de miseria, sino el respeto y apoyo a la opción por la libertad que habían elegido al vivir en la calle. Ante la Doctrina de la Situación Irregular, la propuesta pedagógica del Idipron constituyó, entonces, una innovación contra-hegemónica que expulsaba el castigo de su apuesta, mientras fomentaba la libre elección del infante sobre su permanencia en la institución. Así mismo, al margen de los imaginarios sociales y doctrinales vigentes, el Instituto recogió los aspectos positivos de la calle para replicarlos en su proyecto, entendiendo que si un niño sobrevivía en ella bajo su libre elección también era capaz de decidir sobre sí mismo y que la calle no era la causa de los males señalados por la sociedad, sino un espacio donde los niños encontraban apoyo, amistad, afecto y libertad. Por ello, no se trataba de sacarlos de allí para ubicarlos en otro lugar, sino, más bien, de reproducir en el Instituto sus aspectos positivos para que los niños se sintieran cómodos y tranquilos. En este marco, el proyecto pedagógico institucional propuso su más interesante práctica educativa: el autogobierno, a través de la consolidación de la llamada República de los Muchachos.

33 En este marco, se establecieron la Ley orgánica de 1946 y decretos como el 1699 de 1964 y el 1136 de 1970. Véase: Capítulo 1. “El mundo de la calle: en la frontera de la exclusión y la inclusión” de este mismo libro.

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Entendida como el paso final del programa, ésta operaba en la casa La Florida34 y permitía que el mundo de la infancia operara independientemente del de los adultos. El autogobierno era posible en tanto se lograba practicar una educación no bancaria en términos freirianos, es decir, una en la que no se llenara de conocimientos y condicionamientos al infante en beneficio de un sistema autoritario, sino en la que él decidiera autónomamente en beneficio de su propia experiencia. Desde esta perspectiva, el egreso del niño del programa del Idipron no significaba que la institución lo hubiera integrado a la sociedad, sino que él había iniciado una inserción crítica, es decir, que había vuelto a ella para aportar a su transformación. No es de extrañar, entonces, que con el paso de los años el Instituto hubiera decidido que su equipo de trabajo estuviera especialmente conformado por egresados del Programa. En 1989 se aprobó la Convención sobre los Derechos del Niño, primer instrumento internacional vinculante en el que se plantea que todos los niños deben ser protegidos por toda la sociedad35. Uno de los efectos clave de la Convención fue que impulsó a la sociedad y al Estado a desplazarse desde la Doctrina de la Situación Irregular hacia la Doctrina de la Protección Integral, para reconocer la dignidad humana de la infancia. La protección adquirió, entonces, un sentido de integralidad, convirtiéndose en el principio garante del reconocimiento, ejercicio y restablecimiento de los derechos de los niños y las niñas en situación de emergencia; del mismo modo, niñas y niños dejaron de ser objetos de protección adulta, para ser reconocidos como sujetos sociales de derechos. Esto fue importante para el Idipron porque, en tanto entidad estatal, ya no se esperaba que su atención se concentrara solamente en los niños de la calle o en los niños abandonados, sino que, al contrario, se trataba de ampliarla hacia otros que también necesitaban su atención36. Dos años después, en 1991, el país aprobó una nueva Constitución Política que promueve explícitamente la participación democrática de todos los colombianos, el reconocimiento de los ciudadanos como sujetos de derechos y la exigibilidad de los mismos por parte de la ciudadanía. Al igual que la mayoría de países del mundo, Colombia elevó a principio constitucional el compromiso adquirido en la Convención sobre los Derechos del Niño y definió que la gestión estatal se debía abordar desde un enfoque de derechos sustentado en el principio de Protección Integral37. 34 Las casas del Idipron, ahora llamadas Unidades de Protección Integral (UPI), son espacios adecuados para la atención de niñas, niños y jóvenes mediante la puesta en marcha del programa institucional. Inicialmente y bajo un modelo pedagógico tipo escalera, niños y jóvenes llegaban a la casa Bosconia, que estaba ubicada en el corazón de El Cartucho; luego de un tiempo y de ciertos resultados en el proceso de cambio personal, podían llegar a la casa La Florida, la cual representaba el último peldaño del camino y el paso previo al egreso satisfactorio del Programa. 35 La Convención de los Derechos del Niño es la primera ley internacional sobre derechos de los niños y las niñas. Fue aprobada como tratado internacional por la Asamblea de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989, como respuesta a la necesidad de garantizar, promover y proteger los derechos de la niñez en todo el mundo. 36 Siete días después de la aprobación de la Convención de los Derechos del Niño, en Colombia se promulgó el Código del Menor, el cual se limitó a ratificar la Convención, sin generar una problematización frente a la co-presencia legal de los paradigmas jurídicos de la Situación Irregular y los de la Protección Integral. Entonces, aún siendo la Convención un hito histórico, las representaciones sociales sobre la infancia y sus derechos no cambiaron de manera inmediata en niveles institucionales. Véase: Castrillón, M del C. Entre la minoría y la ciudadanía: Sensibilidades legales sobre la normatividad de protección de la niñez y la adolescencia en Colombia. 37 Por medio de la Ley 12 de 1991 se aprobó la Convención sobre los Derechos del Niño y se ratificó el principio de Protección Integral.

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Así las cosas, en el país se empezó a caminar hacia el reconocimiento de la dignidad humana de la niñez; y se redefinió la relación entre el Estado y los niños, en la medida en que ahora éstos podían reclamar al primero la garantía de sus derechos porque las acciones estatales se entendían como una obligación y no como caridad38. En relación con esto, los puntos de desencuentro que la pedagogía del Idipron tuvo con la Doctrina de la Situación Irregular fueron claves para apropiar los principios de la Protección Integral en la dinámica institucional. La política del autogobierno, la participación de los niños y niñas en las decisiones institucionales y la ruptura con los presupuestos de normalidad y anormalidad operantes en la ciudad permitieron cierta fluidez en la integración pedagógica de los principios establecidos en la Constitución Política de 1991 y en la Convención de los Derechos del Niño. No obstante, huellas de la centenaria Doctrina hicieron mella en algunas prácticas educativas del Instituto, limitando las acciones encaminadas a la garantía de los derechos de la niñez. Por ejemplo, las y los educadores siguieron asumiendo su rol con las niñas y los niños como un favor que se debía agradecer y no como una responsabilidad estatal. En este sentido, aún se escucha decir que “los niños de ahora no agradecen como antes” o “no valoran lo suficiente la atención del Instituto”, a diferencia de aquellos niños agradecidos de las décadas de los setenta y ochenta. Estas percepciones se asocian con un supuesto desinterés por parte de los niños de ahora hacia las actividades académicas, o con el poco respeto que ellos muestran hacia sus madres, padres y docentes. Según esto, parece que hoy se vive en medio de un cambio socio-cultural en el que la “rebeldía y el desinterés” hacen desdén a la “buena conducta” del infante. Otra marca, quizá más profunda, fue dejada por la educación pública de antaño y su tradición pedagógica eclesiástica avalada por la Constitución Política de 1886. Es que aunque novedoso por su fortalecimiento del autogobierno y por su lucha contra la estigmatización del gaminismo39, el proyecto del Idipron tenía una fuerte influencia católica que imprimió preceptos morales que luego entrarían en conflicto con la educación pública laica propuesta en la nueva Constitución. De manera específica, la moral católica incursionó desde la pedagogía salesiana para disciplinar los cuerpos según ciertos estereotipos católicos de masculinidad y feminidad y para instaurar un proyecto de tipo confesional en el que se debía seguir al pastor y cumplir sus orientaciones para ser salvado. Desde 1991 esto exigió, y aun hoy exige, que el Idipron transforme su proyecto político-pedagógico de acuerdo a las leyes y dinámicas propias de una institución laica inscrita en un Estado Social de Derecho. 38 Otras renovaciones legislativas que partieron de la Convención de los Derechos del Niño y de la Carta Constitucional de 1991 fueron formuladas en diferentes planes de acción para la infancia. Primero, en 1992 el Plan Nacional a Favor de la Infancia (PAFI) permitió que el país mirara en conjunto la situación de la infancia, identificando áreas críticas y prioritarias para la política pública nacional. Posteriormente, en 1995 el Departamento Nacional de Planeación - DNP y el Consejo Nacional de Política Económica y Social - CONPES, emitieron un documento social conocido como “El Tiempo de los niños” en el que se delineó la política de atención a niños y niñas, en el marco del Plan de Desarrollo “El Salto Social”. 39 Veáse: Capítulo 1. “El mundo de la calle: en la frontera de la exclusión y la inclusión” de este mismo libro.

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Proteger a la familia: una pedagogía de la reconciliación En el contexto de surgimiento del Idipron el Estado definía la familia40 siguiendo tanto los preceptos de la Iglesia Católica –la unión entre un hombre, una mujer y sus hijos– como los de la Doctrina de la Situación Irregular, –la protección adulta que impide la perversión social del infante–. Desde la educación básica y la práctica religiosa se infundía la unión familiar como una obligación moral que sólo podía lograrse bajo el sacramento del matrimonio41, del cual dependían los buenos valores y costumbres sociales. La pérdida de lazos familiares era condenada moralmente por devotos de la Iglesia Católica, quienes desde lo social y lo político buscaban herramientas para evitar la separación de cualquiera de sus miembros. Esta forma de entender la familia fue central para designar la condición de normalidad o anormalidad de niños y niñas, así como las implicaciones negativas que su desvinculación generaba, ya que la desvinculación o fragmentación familiar era considerada como una de las causas de la exposición infantil a adicciones y a conductas delictivas42; por ello, la familia fue vista como una de las causas de la habitabilidad en calle de los niños, mientras que el Estado se proyectaba como parte de la solución. Sin embargo, lo último no sucedía. En la década de los ochenta la ausencia de acciones gubernamentales que combatieran la inequidad y garantizaran los servicios básicos a toda la población, contrastaba con la continuidad de políticas enfocadas en el castigo, la represión, la reclusión y la institucionalización de infantes y de adultos que no eran protegidos por la unión familiar. La atención gubernamental se enfocaba en los internados, correccionales y centros psiquiátricos para los infantes y en cárceles y penitenciarias para los adultos, mientras que las diferentes ciudades del país veían cómo el fenómeno social de los niños de la calle aumentaba dramáticamente, sin que las estrategias institucionales lograran responder adecuadamente a la problemática. En ese momento, lo que empezó a entender el Idipron fue algo fundamental: si la familia era una de las causas de tales situaciones, se debían transformar tanto sus dinámicas como sus condiciones de violencia; por ello, no se podía ayudar a los niños internándolos en instituciones cautelares, sino restableciendo los lazos y la unidad familiar. Esta reintegración familiar por la cual trabajó el Idipron buscó la conciliación de los conflictos que habían llevado al niño a la calle y la superación de las situaciones de pobreza que dificultaban su protección. Así, siguiendo de nuevo los preceptos de la Iglesia Católica y de la Doctrina de la Situación Irregular, se 40 La noción de familia requiere una discusión profunda que no se hará aquí. Basta decir que aunque ahora podemos hablar de familia como un sistema de interacciones, en sentido amplio, donde circulan afectos, poderes y autoridad, en los años ochenta la noción hacía referencia a la estructura hetero-normativa tradicional: padre-madre-hijos. 41 En 1991 el matrimonio religioso adquiere carácter civil y puede ser disuelto por la ley. (Artículo 42 de la Constitución Política de Colombia). 42 Herrera, E. Infancia y juventud en situación de calle.

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asumió que las mujeres eran las responsables del sostenimiento del hogar, y las encargadas del cuidado y formación moral de los niños; lo cual, sumado a la ausencia de reflexiones en torno al papel de los padres en las familias, estimuló un posicionamiento profundo de la relación entre madre-familia, madre-mujer, mujerfamilia. El proyecto pedagógico institucional para la familia se enfocó, entonces, en la formación de madres y niñas43, dando origen a un nuevo proceso educativo orientado hacia la asunción de responsabilidades sociales que les correspondían a las niñas como futuras madres y conciliadoras familiares44. Al respecto, algunos educadores recuerdan las palabras del entonces Director del Idipron: “si proteges una mujer estás protegiendo una familia”. Como parte del proyecto institucional también se vinculó a los hermanos y hermanas de gamines en casas internados, mientras sus madres asistían a los programas de formación en el Instituto. Teniendo en cuenta lo anterior, es importante señalar que la forma como se implementaron los internados del Idipron fue en contravía de los modelos re-educadores definidos en la época para la atención de los gamines45, pues si bien fueron concebidos como una estrategia de protección de infantes indefensos, se consideraban tan sólo como lugares de paso en los cuales ellos podrían permanecer mientras sus madres fortalecían las cualidades necesarias para protegerlos; algo que sólo se conseguía si el niño o la niña se encontraba el mayor tiempo posible en la institución, permitiendo, por un lado, que su madre mejorara sus capacidades para enfrentar la pobreza y, por el otro, que él decidiera libremente su retorno al grupo familiar. De este modo, en el Instituto los internados no fueron pensados como estrategias de aislamiento o de corrección, sino, más bien, como espacios para la libre reflexión-elección y para la reconciliación familiar. Entradas en vigencia la Convención de los Derechos del Niño y la Constitución de 1991 nuevas responsabilidades y derechos fueron reconocidos a la familia, comprendiéndola como núcleo social fundamental cuya protección debe ser garantizada tanto por El Estado como por la misma sociedad46. Aunque son varios los cambios que el nuevo paradigma constitucional implicó en la forma de interpretar a la familia, dos de ellos influyeron de manera especial en las dinámicas pedagógicas del Idipron: por un lado, la diversidad social y cultural que reconoce la Constitución, permitiendo hablar de familias, en plural: y, por el otro, la obligación familiar de proteger a niñas y niños en tanto sujetos de derechos. 43 Véase: Capítulo 4 “Descubriendo lo oculto sobre el trabajo con mujeres en situación de calle” de este mismo libro. 44 La educación tradicional eclesiástica tendía a dividir sus programas en dos: unos para la formación masculina y otros para la formación femenina. Así, dado que este tipo de formación seguía un proyecto de hombre y otro de mujer específicos, ellos y ellas no veían los mismos planes curriculares, aunque tenían un núcleo temático general. Este proyecto educacional fue tomado por el Idipron, siguiendo tanto los preceptos de la pedagogía salesiana como los principios de la Constitución Política de 1886. 45 Los internados fueron una estrategia gubernamental de gran auge durante los años setenta y ochenta. Su intención era resguardar a los infantes que se encontraran bajo la cualidad jurídica de Situación Irregular para protegerlos y brindarles la educación que su situación les negaba. También fueron instituciones encaminadas a reeducar las conductas anormales del infante, quien luego saldría resocializado a su núcleo familiar. 46 Las obligaciones contraídas por el Estado con la familia en la Constitución Política de 1991, promovieron la creación de condiciones y medios para su efectiva realización. Entre estos se encuentran la creación de políticas públicas para las familias y del derecho de familia.

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Estas nuevas interpretaciones éticas y jurídicas movilizaron la proyección pedagógica institucional con las familias desde una obligación de carácter moral con la niñez, hacia la garantía de derechos que ya no le correspondía únicamente a la mujer. Por ello, el Instituto empezó a dar apoyo jurídico en derecho familiar a las madres, motivándolas a exigir a los padres y a otras entidades estatales el cumplimiento de las respectivas responsabilidades legales; así mismo, el Idipron operó un discurso de respeto a las familias no nucleares, mostrándoles tanto a madres como a hijas e hijos que la ausencia de alguno de sus miembros no las hacía anormales. Desde esta perspectiva, el trabajo del Instituto fue clave para fracturar ciertos imaginarios excluyentes.

Ocultando El Cartucho, ocultando al gamín La atención de la habitabilidad de calle en Bogotá ha pasado a través del tiempo por enfoques tanto de integración social como de represión y de ocultamiento. Un ejemplo de los segundos se observa en la propuesta que hizo la Academia de la Lengua Colombiana, a mediados del siglo XX, de sustituir la palabra gamín por “pelafustanillo” para así acabar con el pauperismo del lenguaje, como si de esa manera el Estado y la sociedad se pudieran librar de su responsabilidad con el fenómeno. Al contrario, desde el inicio el Idipron denunció desde la acción político-pedagógica la discriminación a la que eran sometidos los gamines, a la vez que los reconoció como niños. No obstante lo anterior, llama la atención sobre el uso actual de la nominación “habitante de calle” para referirse a ciertas personas que habitan la ciudad y que, aún cuando las condiciones de exclusión se mantienen, se considera más dignificante que otras como “desechable”: ¿cuál es el impacto que tiene el uso de una u otra palabra en el orden social?, ¿cambian acaso las condiciones de posibilidad de las violencias cuando se usa una u otra palabra?, ¿no son las dos palabras mencionadas expresión de una sociedad que normaliza el haber barrido a ciertos sujetos hacia sus márgenes?. Las estrategias de ocultamiento y represión de la habitabilidad en calle llegaron a su punto máximo en la década de los noventa con un plan de renovación urbana ejecutado en el centro de la ciudad. En 1998 la Administración Distrital inició la implementación de la política de renovación urbana que había sido pensaba desde la administración anterior. Su fin era la recuperación social y comercial del centro, comenzando la construcción de mega-proyectos con el parque Tercer Milenio, la plaza de San Victorino y la plaza del Voto Nacional. Para ello, se necesitaba desalojar a los vendedores informales y habitantes de la calle que allí se encontraban; luego comenzarían las obras que se tenían estimadas. Este año, entonces, se caracterizó por la “reubicación” de recicladores y el desplazamiento constante de habitantes de calle hacia otros sectores de la ciudad.

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Uno de los efectos más profundos de la puesta en marcha de este plan, fue el arrasamiento de El Cartucho, una zona que era conocida como el epicentro de la delincuencia y la drogadicción de Bogotá, pero que también funcionaba como un barrio habitado por cientos de familias. Allí las condiciones de pobreza extrema eran tan profundas como el menosprecio social a sus habitantes, el cual permitía que las extorsiones, asesinatos y otras violaciones a los derechos que allí se vivían quedaran en la impunidad47. Pocas instituciones distritales trabajaban por el bienestar de sus habitantes como lo hacía el Idipron desde las casas que tenía tanto en el interior del barrio como a su alrededor, ya que en el centro de la ciudad se enfocaban hasta entonces sus acciones y su población prioritaria: los habitantes de calle. El nivel de vulnerabilidad social antes señalado se profundizó a raíz de los desalojos policiales que se hicieron en 1998, dado que los enfrentamientos por el territorio entre policías y habitantes fueron continuos. Sirviéndose del decreto 374 de 1998, por el cual se faculta al Alcalde para “Reasignar el inmueble del antiguo Matadero Distrital, ubicado entre las carreras 31 y 32 y entre las calles 12 y 13 de esta ciudad; para la construcción del Centro Comercial donde se reubicarán los vendedores ambulantes con motivo de la recuperación del espacio público del centro de la ciudad”, el Gobierno Distrital utilizó la edificación para reubicar temporalmente a los habitantes de la calle del Cartucho. Entre las instituciones designadas para la reubicación se encontraba el Idipron. Como lo planteó un educador del Instituto, pronto el Matadero “empezó a funcionar como un nuevo Cartucho al que los gamines llegaban a consumir y donde uno que otro niño acudía en busca de techo”; por ello, los integrantes de otras instituciones distritales llegaron al lugar. Primero fueron los representantes de la Secretaría de Salud, quienes realizaron diagnósticos físicos y conductuales que determinaban si los habitantes debían ser llevados a instituciones especializadas. Luego llegaron algunos agentes de policía para garantizar la seguridad, no sólo por lo que sucedía adentro, sino también porque los vecinos ya habían empezado a protestar por el uso que se le estaba dando al Matadero Municipal. Con la llegada de estas instituciones el control social sobre los habitantes de la calle se intensificó. Por un lado, la estigmatización de los residentes del sector no permitía que los habitantes fueran bienvenidos y sintieran que la sociedad quería apoyarlos: algo como las festivas bienvenidas de los niños a las casas del Idipron era inconcebible en aquel lugar; por el contrario, esto dejó claro que la sociedad prefería (como ahora) mantenerlos lo más alejados posible; por el otro, la constante presencia institucional, así como la pretendida concentración de todos los habitante de calle de la ciudad en un solo lugar, mostraba que para la Administración Distrital ellos eran una amenaza. Diferentes medios de comunicación y discursos políticos anunciaron que con las estrategias de renovación urbana y de control institucional implementadas se acabaría la habitabilidad de los niños y niñas en la 47 Esta es una situación similar a la que se vive actualmente en territorios del centro de la ciudad como el llamado Bronx y el barrio San Bernardo, los cuales no sólo recibieron a varias de las personas que fueron desplazadas con la demolición de El Cartucho, sino que también heredaron su estigma.

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calle. Esto, sin embargo, no sucedió. Con la demolición del Cartucho varias familias se trasladaron hacia las periferias de la ciudad con la ayuda de diferentes programas y/o auxilios económicos, como fue el caso de Misión Bogotá. A la vez, otras se desfragmentaron en medio de los disturbios y protestas ocasionadas por el desalojo, los controles policiales y los enfrentamientos entre bandas organizadas. Algunos niños y niñas encontrados durante el proceso fueron acogidos bajo medida de protección por los Centros Amar (que son la estrategia distrital para la erradicación del trabajo infantil), el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y el Idipron.48 Otras se desplazaron hacia barrios aledaños como el San Bernardo, donde hoy el Instituto trabaja con jóvenes que nacieron en El Cartucho; de hecho, escuchándolos a ellos es posible entender que aunque se le quiera seguir ocultando bajo la mole de cemento que es el Parque Tercer Milenio, El Cartucho sigue vivo: en los relatos que se cuentan, en las ausencias que se sienten, en los muertos que se recuerdan. En el nuevo contexto de ciudad instaurado con la desaparición de El Cartucho, el Idipron empezó a enfocar sus acciones en nuevas problemáticas sociales que afectaban a la niñez de Bogotá como, por ejemplo, el aumento de niños y niñas vendedores y malabaristas en los semáforos de la ciudad. Primero, el Programa implementado por el Instituto para atender esta situación se concentró en las zonas del centro; luego, hacia finales de la década de los noventa, cuando se observó un descenso importante de esta población, los equipos del Idipron se trasladaron hacia los barrios donde vivían los infantes que antes trabajaban en los semáforos, con el propósito de conocer los factores que incidían en la salida de los niños a la calle y de iniciar con ellos un proyecto educativo en territorio. Este fue uno de varios momentos en los que el Instituto reconoció empezó la importancia de desarrollar una pedagogía callejera para evitar no sólo que los niños vivieran en la calle, sino también su paso por las casas del Idipron. Desafortunadamente, estas reflexiones no lograron mayor profundidad. Al adentrarse en otras zonas de Bogotá diferentes al centro, los educadores del Idipron se percataron de que el consumo de drogas en los parques, esquinas y potreros iba en aumento, lo cual fue resultado de uno de los efectos de la destrucción de El Cartucho: la réplica de puntos de expendio de estupefacientes en diferentes sectores de la ciudad y el fortalecimiento de otras zonas críticas del centro que ya existían como la Calle del Bronx, Cinco Huecos, el Barrio San Bernardo y el Cartuchito49. Teniendo en cuenta esto, la intervención del Idipron en los nuevos territorios fue dando forma a una nueva estrategia institucional, conocida como Programa Jóvenes Trapecistas50, que le permitiera a afrontar las problemáticas asociadas a la distribución de drogas por la ciudad y al consecuente consumo por parte de los jóvenes; por su parte, 48 En un artículo de la revista Semana, publicado en el 2003, la ex-directora de Bienestar Social dijo, refiriéndose al Cartucho: “Se montaron Centros Amar donde se atendieron 850 niños que no iban a jardines ni escuelas. Por las condiciones de deterioro de sus padres, hubo que sacar de sus hogares –si es que se les puede llamar así a los antros donde vivían– y proteger a cerca de 600 niños”. Véase: El fin de una vergüenza. Disponible en http://www.semana.com/especiales/articulo/el-fin-vergenza/62618-3 49 Góngora, A. y Suárez. Por una Bogotá sin mugre: violencia, vida y muerte en la cloaca urbana. 50 Véase: Capítulo 3 “Caminando por la cuerda floja. Origen y desarrollo del programa jóvenes Trapecistas” de este mismo libro.

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la creación de un nuevo perfil, el trapecista, mostró cómo la ciudad estaba pensando la articulación entre juventud, delincuencia y microtráfico, y cómo el Instituto asumió la realidad urbana con la intervención en el centro de la ciudad. Así, el Idipron jugó un papel primordial en el plan de renovación urbana puesto en marcha en la década de los noventa, no sólo por su estrecha relación con El Cartucho y sus habitantes, sino también porque luego asumió algunas de sus más sentidas consecuencias.

Una primera interpretación y adopción de las normas contemporáneas A partir del 200951 el Idipron inició un tránsito pedagógico a través de la adopción de la normatividad jurídica existente para los centros de atención terapéutica, basándose en el Código de Infancia y Adolescencia (Ley 1098 de 2006) y en los resultados del Estudio Nacional de Consumo de Sustancias Psicoactivas en Adolescentes en Conflicto. Por este motivo, ingresaron al equipo institucional profesionales en las áreas de psicología, trabajo social y terapia ocupacional. La vinculación de profesionales para la atención terapéutica de niñas y niños implicó un cambio sustancial en las dinámicas institucionales porque se instauró un enfoque de reeducación y resocialización que difería con el proyecto pedagógico anterior. En el imaginario de los educadores las actividades se tornaron operativas y el sentido de una pedagogía de la alegría, la libertad y el amor se modificó por la corrección de las conductas del infante y el cumplimiento de metas de población atendida. En cumplimiento de las normas, los modelos de atención institucionales se enfocaron en el desarrollo cognitivo-conductual, mientras que áreas de la entidad como Psicosocial y Socio-jurídico obtuvieron protagonismo en la toma de decisiones sobre el futuro de niñas y niños. Las apuestas del Instituto se enfocaron en la atención terapéutica tradicional dificultando que acciones institucionales basadas en el reconocimiento de las diversidades y sostenidas en la educación popular fueran puestas en consideración. La entidad volvió a asumir la calle como un espacio contra el cual debía luchar porque dificultaba los procesos de los niños y quizás por ello no se pensó en alternativas al internado para los más pequeños, ni se asumieron las potencias y posibilidades pedagógicas de la calle. Las nociones de pobreza y familia permanecieron intactas, en tanto se continuó dando prioridad al perfil del niño en condición de alto riesgo y abandono que habitaba los barrios periféricos de la ciudad, definiendo las condiciones de pobreza como la apertura de un camino que conducía al consumo de sustancias psicoactivas, a la criminalidad o a la habitabilidad en calle, tal y como había sucedido en décadas pasadas bajo la Doctrina de la Situación Irregular. 51 Es importante señalar que éste fue un año de profundos cambios en el Idipron. Luego de más de 40 años en el cargo, en el 2008 el Padre Javier de Nicoló entregó la Dirección del Instituto al Padre Luis Fernando Velandia, lo cual vino acompañado por transformaciones en las políticas y pedagogías de la entidad.

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La apuesta del Instituto siguió siendo la prevención de la habitabilidad de calle en niñez y juventud y se fortalecieron los programas para las nuevas poblaciones que llegaron: los jóvenes trapecistas y la niñez de vida en calle en situación de alto riesgo y abandono. Al niño de la calle se le dejó de llamar gamín y se le empezó a nombrar tal y como aparecía en la ley colombiana: niño habitante de calle. Estos proyectos operaron de acuerdo a características pre-establecidas para la identificación poblacional: la pobreza, la des-escolarización o extra edad escolar, el desplazamiento, la alta permanencia en calle y la cercanía de sus tránsitos o escenarios cotidianos a centros de consumo y/o venta de drogas ilegales que facilitaran un consumo exploratorio. Así, con la idea de restablecer los derechos de una población específica y vulnerada, la institución cayó en el etiquetamiento de los infantes, descuidando el proyecto de protección integral. Este periodo, que cierra con la formulación de la política Distrital de Infancia y Adolescencia 2011-2021, se caracteriza por ser el primer momento en el que se busca adoptar con rigurosidad la normatividad para la infancia vulnerable en los procesos administrativos y educativos del Idipron. No obstante, la falta de interpretación política de las leyes y la poca reflexión de los proyectos de sociedad que estas buscaban, dificultaron su articulación con el proyecto pedagógico del que venía el Instituto y del cual aún subsisten algunos efectos. Cabe resaltar que a pesar de que el Instituto buscó adoptar la normatividad que en materia de infancia se creó en el momento, no logró vincular del todo el proyecto institucional con el paradigma de la Protección Integral ni con el discurso social de derechos en el que se fundamentaban las políticas públicas. Es decir, la dificultad no fue la adopción de la normatividad, sino la interpretación que se le dio a esta en la dinámica institucional.

De los retos de hoy: garantizar el goce de los derechos Como se ha señalado, las dinámicas pedagógicas del Idipron han presentado cambios a lo largo del tiempo. Si bien el Instituto emergió a raíz de la problemática del gaminismo de mediados del siglo XX y creó un modelo de protección innovador para la época, no generó las transformaciones demandadas en materia de los derechos de la niñez tras la promulgación de la Constitución Política de 1991. No obstante, no se puede olvidar que su preocupación permanente por la niñez desprotegida le ha permitido llegar a territorios donde ninguna otra institución había llegado antes, para establecer vínculos de confianza y de afecto con niños, niñas, familiares y comunidad. Uno y otro son asuntos definitorios del presente actual y son base de proyectos futuros. Lo anterior pone de manifiesto la necesidad de asumir la participación de niñas y niños en la definición del rumbo de sus vidas, del Instituto y de la ciudad. La pregunta en este sentido tiene que ver, en un primer momento, con el acceso que ellas y ellos tienen a la información, así como con los canales de

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diálogo, debate y comunicación que existen entre niñas-niños y adultos. Proyectos pedagógicos como el del autogobierno en la República de los Muchachos han mostrado durante años la capacidad crítica de los infantes para decidir sobre sí mismos y su comunidad. Sin embargo, en la vida cotidiana de la ciudad la democracia se ha visto restringida a la representación electoral adulta o la participación política de adultos que hablan por toda la sociedad, incluyendo, se supone, a la niñez. Hoy se quieren sacudir las estructuras cómodas de la labor estatal para empezar a trabajar de otro modo con las y los niños de Bogotá. Proteger los derechos de la niñez desde el enfoque del goce implica una verdadera participación políticosocial de la niñez, donde no sean solo los adultos quienes puedan reclamar la restitución y la garantía de los derechos vulnerados; así como reconocer que la protección que hasta ahora se ha privilegiado en el Instituto obedece a una mirada en la que el niño continúa viéndose más como objeto de protección que como sujeto de derechos. Se trata, ahora, de quebrar la visión de protección paternalista que tanto la Institución como la sociedad han aceptado y que no pone en el centro el derecho, sino la obligación que el adulto (padre, madre, educador) tiene con una niñez que amerita su preocupación. La experiencia del Instituto ha enseñado cuán importante es la formación para la autonomía, pues algunos niños de ayer que fueron formados aquí, han generado dependencias expresadas por quienes consideran que no existe otra posibilidad para ellos diferente a la que brinda el Idipron. En estos casos, aunque se vean otras opciones, éstas se perciben lejanas e inalcanzables. Algo similar pasa con otros niños que al ser internados en una casa del Instituto, empiezan a sentir, lejos de su familia y de su territorio de vida, que solo allí están cómodos. Así, ante la ausencia de una formación crítica para la transformación social y en el marco de prácticas sobrevivientes de la Doctrina de la Situación Irregular, el Idipron termina siendo leído como un escenario de protección del que no se puede salir sin perder derechos o comodidades, a menos que se sea direccionado a otra institución. En relación con lo anterior, es necesario entender la calle no como espacio peligroso del cual la infancia debe ser alejada, sino como un lugar de socialización donde se deben garantizar los derechos y donde se construyen historias que no siempre son –ni pueden ser– controladas por los adultos. En el proyecto actual del Idipron la calle es entendida como un territorio y al hacer hincapié en este carácter territorial, se la reconoce como lugar para la construcción de conocimientos, por un lado, y, por el otro, como lugar que va siendo re-apropiado por personas que transforman el espacio52. Desde esta perspectiva, es más fácil asumir que las acciones que niños y niñas realizan en la calle son experiencias territoriales, reconociéndolos como sujetos activos, y clausurando etiquetas como de calle, en calle, trapecista o pobre, que al ser asignadas desde las instituciones estereotipan y limitan las subjetividades y el ejercicio de las ciudadanías. 52 Torres, O. (2011). Los niños callejeros o la vida de la calle.

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Un reto que hoy se asume en el Idipron es el respeto por la pluralidad y la diversidad, entendiendo que la niñez no es una realidad homogénea, aunque en ocasiones el uso del concepto cree el espejismo (ideológico) de uniformidad. Lograr un enfoque diferencial implica transformar varios imaginarios instaurados en el Instituto y, en un sentido más amplio, en esta sociedad. Uno de ellos: que solo hay una forma valida de ser niño: asociada al juego, al ocio, al tiempo libre, y desde la cual no es posible, por ejemplo, que niñez y trabajo se relacionen positivamente en una misma oración. Al contrario del ideal supuesto en este imaginario, las realidades de muchas niñas y niños en la ciudad dan cuenta de múltiples formas de infancia, de vida y de subjetividad. Otro imaginario que permanece en la cotidianidad y sobre el que es importante trabajar tiene que ver con la sexualidad. En este sentido, se pueden identificar dos percepciones persistentes: por un lado, la idea de que la niñez es un estado de indefensión en el que las personas no saben lo que quieren, ni lo que les gusta, a diferencia de la adultez en la que, al parecer, todo se tiene claro. Desde esta mirada pensar en un niño que se sienta más cómodo con una identidad femenina o una niña que se sienta más cómoda con una identidad masculina aún parece confuso e inadecuado, y, en todo caso, problemático. La segunda idea persistente que debe confrontarse se relaciona con una niñez carente de intimidad y, por ello, siempre visible ante los adultos para que puedan determinar dónde está, que está haciendo y con quién lo están haciendo; se entrecruzan así una representación de la niñez como momento de exploración, con una de la sexualidad infantil como algo indeseable e inadecuado, dando como resultado un estado de sospecha permanente y la consecuente vigilancia. El tercer imaginario social sobre el que es fundamental trabajar es el que asocia a la familia con un modelo ideal, fuera del cual todo es disfuncional. Ahora, más que nunca, esta es una idea insostenible porque no se pueden seguir invisibilizando las realidades de las familias actuales y, especialmente, las de las familias con las que trabaja el Instituto. En este marco, que en las familias haya consumo de drogas, o que no haya padre o madre, o que se presenten violencias, no significa que todos los esfuerzos se deban encaminar a transformarlas en una familia ideal, ni permite inferir que “eso solo pasa en las familias de chicos del Idipron y por eso ellos son como son”. Cómo construir en este contexto relaciones de afecto y sujetos autónomos es, entonces, otro de los grandes retos.

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“Caminando por la cuerda floja”: sobre el trabajo inicial con las y los jóvenes de la ciudad En la década de 1990 surgió en el Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud, Idipron, el Programa Jóvenes Trapecistas, instaurando una línea de trabajo que se sumó a la que hasta ese entonces había sido el eje del Instituto: el trabajo con niños, niñas y jóvenes habitantes de calle. Desde su inicio este Programa llenó de contenido específico la tradicional distinción entre personas de calle y en calle, y durante varios años marcó la práctica de las acciones institucionales a través de la diferenciación establecida entre el perfil del trapecista53 y el perfil del habitante de calle. Este capítulo describe el desarrollo del Programa y su respectivo perfil, ubicándolo en un contexto amplio de ciudad y enfocando los cambios que experimentó en los últimos años en relación con las políticas del Distrito. Así mismo, explora la inclusión de las mujeres en el Programa, preguntándose si ello implicó también el desarrollo de un enfoque de género en la entidad.

Dibujando la cuerda floja: los orígenes del Programa Durante los años noventa, las administraciones distritales impulsaron una articulación entre las políticas de seguridad ciudadana y las políticas sociales con el propósito de enfrentar la pobreza y el desempleo que afectaban a los bogotanos y que se consideraban condiciones propicias para el aumento de la criminalidad, particularmente entre los jóvenes. Este panorama no era exclusivo de Bogotá. Entre las décadas de los sesenta y los noventa América Latina experimentó un cambio en la representación de los jóvenes: éstos pasaron de ser reconocidos como sujetos políticos centrales por su participación en los movimientos estudiantiles, a ser definidos como protagonistas de la delincuencia común y de las violencias urbanas. En la ciudad empezó una creciente estigmatización de ciertos jóvenes54 sostenida en condiciones y prácticas como la pobreza, el desempleo, el consumo de drogas, la deserción escolar o la permanencia en la calle durante gran parte del tiempo, las cuales delimitaron una particular relación, aún vigente, entre marginalidad y delincuencia, mientras se iba posicionando a los jóvenes de los barrios populares como víctimas y, a la vez, como potenciales victimarios. 53 Esta categoría hace referencia a los requisitos o características que el Instituto definió para que un joven pudiera ingresar al Programa de Trapecistas, especialmente, en términos de edad, estudios y vínculos sociales. Existían otros perfiles: habitante de calle y niños en situación de fragilidad social, que eran los otros dos grupos poblacionales con los que trabajaba el Idipron. 54 Véase: Arango, A. Temporalidad social y jóvenes: futuro y no-futuro; Laguado, A. Droga y cultura juvenil en Bogotá; Quintero, F. De jóvenes y juventud; y Niño, S. Eco del miedo en Santa Fe de Bogotá e imaginarios de sus ciudadanos

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Esta representación negativa de los jóvenes tuvo incidencia directa en las políticas públicas distritales, las cuales empezaron a concentrarse en el control, la corrección y la prevención55 en el marco de la triada juventud-pobreza-desempleo. Seguridad y convivencia ciudadana se transformaron, entonces, en puntos centrales de los programas de gobierno, así como la priorizaron de la atención a poblaciones vulnerables como habitantes de calle, jóvenes pandilleros, trabajadoras sexuales y adultos mayores. El Idipron fue una de las entidades responsables de ejecutar algunos de los programas para estos grupos, por lo cual realizó varios estudios que le permitieron cuantificar la población a atender y conocer sus características56. El Programa de Jóvenes Trapecistas fue creado entre 1996 y 1997. Las historias cuentan que el Director del Idipron de ese entonces, el padre Javier de Nicoló, reunió a educadores y a un grupo de más o menos quince egresados del Instituto para reflexionar sobre los problemas que llevaban a los niños y jóvenes a permanecer en la calle y, posteriormente, a vivir en ella. Con base en la información recopilada, se inició una estrategia de prevención. Los asistentes expusieron las características y dificultades por las que atravesaban los llamados gamines de barrio57 y así dieron forma a una figura geométrica: el trapecio. Se dice que el Director explicó la imagen resultante así: el joven camina por una cuerda floja tratando de no caer en ninguna de las problemáticas que lo rodean, como la violencia intrafamiliar, la falta de afecto, los conflictos con otros jóvenes, la deserción del sistema escolar, la socialización en un ambiente de consumo de drogas y la delincuencia.

55 Ídem. Pp. 53. 56 Entre estos se encuentran los Censos de Habitante de Calle realizados en 1997, 1999, 2001 y 2007 y las investigaciones: Características, dinámicas y condiciones de emergencia de las pandillas en Bogotá y Pandillas en Bogotá. Por qué los jóvenes deciden integrarse a ellas. 57 Se trataba, según las definiciones institucionales de la época, de muchachos que ya vivían en la calle, pero que aún no habían abandonado sus barrios ni habían perdido el contacto con sus familias. El hecho de que el Programa de Jóvenes Trapecistas se orientara hacia estos jóvenes explica, en gran medida, por qué no logró desprenderse del todo del foco original del Idipron: la habitabilidad en calle. También muestra que inicialmente el Idipron seguía pensando en los gamines, mientras que la Administración Distrital ya pensaba en los pandilleros.

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Falta de afecto

Conflictos con jóvenes

Delincuencia

Violencia intrafamiliar

Habilidad de calle

Habilidad de calle

Descripcion del sistema escolar

Consumo de Drogas Los argumentos que sostuvieron la creación del Programa fueron variados. Para algunos, el descenso en el número de habitantes de calle que eran atendidos por el Instituto fue un punto central, así como la finalización de proyectos que financiaban la búsqueda y atención de estas personas. En este sentido, se trataba de una nueva estrategia que permitiría al Idipron justificar su existencia y sostenimiento. Para otros, se esperaba que con la creación del Programa llegaran recursos útiles para ampliar la infraestructura del Instituto, así como los servicios dirigidos a habitantes de calle y niños internados. También se dice que lo que se quería era que la entidad se enfocara en la prevención de la habitabilidad de calle, en un momento en el que el fenómeno se tenía relativamente controlado en la ciudad.

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El Programa empezó como una prueba piloto y el primer espacio en el que operó fue el llamado Patio de La 2458. Allí se alternaba la asistencia de habitantes de calle y de jóvenes trapecistas. Posteriormente, en 1997, se trasladó al Patio de La 27, enfocándose en la atención exclusiva de trapecistas. Este era un espacio donde se reunía a los muchachos para realizar con ellos actividades lúdicas que los motivaran a seguir asistiendo; aún no había talleres, ni formación académica. La primera Unidad de Protección Integral, UPI, para jóvenes trapecistas, es decir, el primer Trapecio, abrió sus puertas en 1996 en el barrio Santa Lucía, al sur de Bogotá, y contaba con talleres que atraían a cerca de 700 jóvenes cada mes. Posteriormente, se incorporó la nivelación académica. Los demás se establecieron en Perdomo (2002), Bosa (2003-2004), Arborizadora Alta (2003-2004), La 32 (2005-2006) y Servitá (2005-2006); este último, el único abierto en el norte de la ciudad. En el mismo escenario, el Idipron obtuvo un mayor presupuesto y amplió el rango de atención de los 18 a los 22 años de edad, recibiendo en el 2003 cinco veces la población que acogía en 199559. Los jóvenes trapecistas eran contactados en sus barrios por medio de la Operación Amistad, un proceso de búsqueda y motivación que el Instituto venía desarrollando desde su origen, y que se caracterizaba por el acercamiento y la construcción de confianzas con las personas en sus espacios de vida y desde el afecto60. En esta fase, los educadores hacían recorridos por los barrios e identificaban los lugares donde se reunían los jóvenes (locales de maquinitas, billares y parques, por ejemplo). Luego ubicaban y clasificaban los territorios sobre un mapa usando alfileres con cabezas de colores: los negros indicaban la localización de las ollas o zonas de expendio de drogas, así como otros espacios peligrosos o de difícil acceso; los rojos y los amarillos mostraban los lugares con alta presencia de trapecistas; y los blancos, al contrario, marcaban los espacios donde no se encontraban trapecistas. Este ejercicio cartográfico permitía conocer los espacios y las dinámicas propias de los barrios, organizar la búsqueda de jóvenes, y ahorrar tiempo en la exploración de los territorios. El trabajo en los barrios también consistía en identificar actores de apoyo para los jóvenes, privilegiando iglesias, organizaciones comunitarias y tiendas. Estos actores describían la situación de los territorios y suministraban información sobre los lugares de encuentro de los jóvenes. Incluso, eran los propios habitantes de los barrios quienes le decían al equipo del Idipron cuáles eran los jóvenes que delinquían y que consumían drogas, a la vez que proporcionaban, en ocasiones, los nombres de algunas pandillas. Así, a pesar de que la Operación Amistad había sido diseñada para la construcción de confianzas y vínculos afectivos con los jóvenes, también dio vía libre para que los prejuicios y estereotipos que sobre ellos tenían otros habitantes de los barrios definieran el accionar del Instituto; de la misma forma, para que se filtraran 58 Los patios eran clubes de puertas abiertas, grandes, donde sólo se llevaban a cabo actividades deportivas y de recreación. Se les llamaba así porque su principal punto de referencia, donde solían reunirse los jóvenes, eran las canchas de microfútbol y baloncesto. 59 Martin, G. y Ceballos, M. Op. Cit. Pp. 444. 60 Véase: de Nicoló, J. Musarañas.

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la sospecha y el control que, en ese momento, definían los imaginarios que la sociedad y las entidades tenían sobre los jóvenes de los barrios populares. La Operación Amistad se iniciaba a las 5 p.m., cuando los jóvenes empezaban a salir a la calle. A ellos se llegaba con balones, meriendas y cigarrillos, así como con actividades que permitieran identificar a los líderes de los grupos para que ellos motivaran a sus amigos a ingresar al Programa del Idipron. Algunos recuerdan lo difícil que era desarrollar esta tarea al principio, pues los equipos recorrían los barrios sin distintivos institucionales y los jóvenes los percibían como intrusos en sus territorios. Muchas veces fue el microfútbol el que permitió el primer acercamiento por el tipo de emociones y pequeños vínculos que se generan en un partido. Otras veces, los educadores tuvieron que pararse duro para no ser intimidados por los jóvenes que les medían el aceite, es decir, su conocimiento de la calle y del tipo de relaciones que en ésta se tejen. En relación con el anterior accionar del Idipron, todo esto significó que la Operación Amistad había salido del centro de la ciudad, donde hasta el momento se había concentrado la acción institucional, para extenderse a los barrios populares de la ciudad en los que se creía que habitaban los trapecistas61, impulsando con ello un nuevo principio institucional: la territorialización de las políticas y acciones de la entidad. Para ese entonces había que justificar, con una rigurosidad que antes no era exigida, el uso de los recursos públicos con los que se sostenían el personal, las casas y los beneficiarios del Idipron. Así mismo, a través de normas expedidas por el Concejo de Bogotá y de decisiones tomadas por la Administración Distrital, el gobierno de la ciudad empezó a intervenir de manera más directa en el modo de funcionamiento de la entidad, impulsando la ampliación de su atención hacia otras poblaciones (como los trapecistas), sin que el Instituto estuviera necesariamente preparado para hacerlo. En este marco, podría considerarse que en la década de 1990 el Idipron pasó de ser el escenario transgresor y creativo que fue en su inicio, para transformarse en una entidad funcional y adaptable a la respectiva Administración Distrital y a sus prioridades.

61 Este proceso de prevención de la habitabilidad en calle coincidió con la implementación del proyecto del Parque Tercer Milenio, una estrategia de renovación urbana que pretendía “recuperar” la zona de El Cartucho y que terminaría desplazando hacia otras zonas de la ciudad tanto a los habitantes de la calle como a los centros de expendio y consumo de drogas. Fue en este escenario que el Idipron salió del centro para trabajar en los barrios de la periferia.

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El perfil (o estereotipo) del trapecista Son diversas las formas como se entiende el término trapecista en el Instituto. Para algunos, este se empezó a utilizar para referirse a los jóvenes de barrios populares, quienes presumiblemente pertenecían o se relacionaban con pandillas; en este marco, se creía que se podría evitar su estigmatización, dado que su vinculación con la delincuencia no era ni clara ni directa, nombrándolos trapecistas y no pandilleros. Para otros, el trapecista era un joven vinculado a grupos locales grandes, cohesionados, violentos, que cometían actos delictivos, tenían muchos enemigos y generaban temor en los residentes de los barrios; en este caso, no se presumía sino que se asumía al trapecista como pandillero. Entre tanto, algunos señalan que el término trapecista estaba más asociado a la idea de pre-pandillero, planteando, con una mirada determinista, que dadas unas características personales, tipos de conductas, relaciones y condiciones sociales, ciertos jóvenes tenían una mayor probabilidad de ser habitantes de calle o pandilleros. Como se explicó antes, también existe la versión de que el término trapecista hacía alusión al joven que caminaba sobre una de cuerda floja entre ser pandillero y ser habitante de calle62. Se trataba de una persona peligrosa y agresiva, que solía ser parte de grupos grandes cuyas jerarquías estaban claramente definidas. En esta misma vía, se relacionaba al trapecista con la figura geométrica del trapecio, dibujando una metáfora entre cada uno de sus lados y las diferentes problemáticas que se presentan en la vida de un joven. Finalmente, otras personas utilizan el trapecio como un símbolo para referirse a un joven que realiza un proceso permanente y reiterativo dentro de las instituciones: ingreso (subida), permanencia (plano), recaída (bajada) y reingreso (subida). En todo caso, la idea de que existe un perfil específico que permite identificar sin mayor problema a quienes están en riesgo de vivir en la calle o de articularse con la delincuencia ha sido tan naturalizada, que se ha construido una especie de tipo ideal del joven trapecista. Esto, para el proceso de tipificación63 que se ha observado en el Instituto, significa que no solamente se le atribuyen unas características determinadas y una forma de actuar predeterminada a los jóvenes que son identificados como trapecistas, sino que, además, se espera que así suceda efectivamente en la realidad; en otras palabras, una vez creado un tipo ideal del trapecista, se espera que los jóvenes actúen en consecuencia para de esta manera reafirmar el orden del mundo que se ha construido. Es por esto que, por ejemplo, era común escuchar en las UnidadesTrapecio frases como: “es que este joven no se comporta de una manera acorde al perfil del trapecista”, o “es que ese muchacho no cumple con el perfil”. 62 Esta metáfora circense resulta interesante si retomamos los antecedentes salesianos del Idipron, ya que Juan Bosco, uno de los principales referentes de esta comunidad, se caracterizó por emplear las artes circenses y la música para llegar a los niños y jóvenes. Sin embargo, cabe aclarar que el trapecista no es quien lleva a cabo ejercicios de equilibrio sobre una cuerda (tal y como se entiende entre los educadores del Instituto), sino quien realiza acrobacias en el aire mientras se balancea en el trapecio del cual es impulsado. 63 Natanson, M. Op. Cit.

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El primer perfil del trapecista fue definido cuando se creó el Programa, instaurando características visuales que permitirían identificar a los jóvenes trapecistas en los barrios: usar gorra, camisetas grandes tipo fútbol americano, tenis con la lengua levantada y cordones desamarrados, y pantalones anchos. Inicialmente, se permitía el ingreso de jóvenes entre 16 y 18 años, que no estudiaran y que estuvieran en una situación de riesgo relacionada con consumo de sustancias psicoactivas, problemas familiares, prácticas delictivas, participación en parches y pasar mucho tiempo en la calle. Con el tiempo el rango de edad se modificó varias veces: primero de 15 a 18 años, luego de 14 a 19 años y, finalmente, de 14 a 26 años para ajustarse los criterios institucionales a la Ley de Juventud (Ley 375 de 1997). Buscando cumplir con este último parámetro y teniendo en cuenta que en el Instituto se había establecido que los jóvenes debían asistir a un Trapecio durante mínimo seis meses para tener un proceso exitoso, por norma interna en los barrios sólo se buscaban personas hasta los 25 años y 6 meses de edad. Las personas consultadas coinciden en afirmar que los jóvenes y los grupos a los que pertenecen cambiaron durante los más de tres lustros en los que el Programa Jóvenes Trapecistas funcionó64. En primer lugar, cuando inició el Programa se hablaba de trapecistas haciendo referencia directa a las pandillas, mientras que años después algunos educadores también hablaban de parche, cúpula y banda. Por otro lado, existe la percepción de que los jóvenes que asistían a las Unidades-Trapecio durante los primeros años del Programa eran más peligrosos y agresivos que los de ahora, y permanecían en grupos más grandes; de hecho, algunos entrevistados afirmaron que en ese entonces era común escuchar sobre enfrentamientos entre pandillas al interior de las Unidades. En esta misma línea, también sostienen que existía mayor respeto entre los jóvenes, pues el uso de groserías e insultos tenía consecuencias mucho más serias que en la actualidad porque en ello se jugaban la integridad física y la vida; ahora, dicen estos educadores, es más común encontrar a los jóvenes molestándose entre sí y aunque se siguen presentando peleas por el uso de palabras ofensivas, éstas son menos frecuentes y peligrosas. Siguiendo con las diferencias generacionales, algunos plantean que los parches en los que los jóvenes participan actualmente se constituyen más por relaciones de amistad o de camaradería y por el encuentro en las calles, esquinas, parques y fiestas que por vínculos delincuenciales. Así mismo, dicen que los actos delictivos que anteriormente eran realizados de forma organizada y por un número considerable de miembros de las llamadas pandillas, ahora son llevados a cabo individualmente o por un número reducido de personas (dos o tres) que son de entera confianza. Se afirma que la mayoría de quienes hoy asisten a los externados del Idipron son jóvenes de escasos recursos, que fueron expulsados por la escuela e, incluso, desplazados por el conflicto armado colombiano; también se observa que otro porcentaje importante estudia en colegios nocturnos y va a las UPI en el día para aprovechar servicios como la alimentación y 64 Como programa formal del Idipron, éste operó hasta el 2012. Desde el 2013 la estrategia de jóvenes se transformó radicalmente, haciendo énfasis en el trabajo en los territorios y en la articulación con las organizaciones y agendas juveniles de la ciudad. No obstante, aún queda la marca trapecista cuando se hace referencia a quienes habitan los externados del Instituto.

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las actividades recreativas. En síntesis, desde el punto de vista de los entrevistados, los jóvenes del Idipron de hoy se caracterizan más por ser de escasos recursos que por pertenecer a pandillas o a organizaciones delincuenciales. Esto implica cambios pedagógicos fundamentales en el accionar del Instituto, así como la revisión de conceptos que había sido clave en las políticas y discursos institucionales, como “pandilla”, “parche” y “pandillero”. En términos históricos, la diferencia entre pandilla y parche se identificó durante los primeros meses del Programa Jóvenes Trapecistas, ya que se observaba que algunos jóvenes llegaban a las Unidades solos, o con uno o dos acompañantes; éstos, que eran los llamados parches, eran muchachos calmados, que solían ser abordados en los parques barriales. Por su parte, los pandilleros llegaban armados (con armas blancas y de fuego, y otros objetos como bates de baseball), en grupo y buscando pelea65. No obstante lo anterior, en la cotidianidad institucional y de la ciudad aún se emplean los dos términos indistintamente para hablar de los jóvenes que habitan el Idipron, quizás porque el Instituto fue la entidad que publicó las investigaciones más reconocidas sobre el pandillismo en Bogotá (que desde entonces han marcado el enfoque de las políticas públicas relacionadas)66 y porque, en consecuencia, desde afuera se ha establecido una asociación directa entre los pandilleros y el Idipron67. Entonces, el cambio de la noción de pandillero por la de trapecista no operó, como se pretendía, para bloquear la estigmatización ni la criminalización asociada a los jóvenes vinculados al Instituto. Las investigaciones publicadas por el Instituto coinciden en resaltar el carácter violento de las pandillas, dando relevancia a su uso instrumental para la obtención de beneficios económicos. Sin embargo, para algunos jóvenes vinculados al Idipron las pandillas se constituyen más como una forma de protección frente a los policías y los ladrones de otros barrios, y como una agrupación en la que se comparte el tiempo libre por medio de actividades como el consumo de drogas o el microfútbol. Desde esta perspectiva, la razón de ser de estos grupos no está determinada por el uso de la violencia, sino por la seguridad sentida entre pares, el goce y la diversión. Para los jóvenes, la delincuencia tampoco es un elemento relevante en la diferenciación entre pandilla y parche; al contrario, en sus narraciones emergen otras consideraciones como el afecto y el cuidado. Teniendo en cuenta esto, parece que las nociones definidas desde las instituciones tienen una relación menos estrecha con las auto-representaciones y perspectivas de los jóvenes que con las políticas de seguridad ciudadana, a través de las cuales se circunscriben estos fenómenos en los ámbitos de la criminalidad y la delincuencia. De hecho, a través de la asignación 65 Como se observa, la definición de perfiles poblacionales hace parte de prácticas institucionales que están instauradas en la memoria y que es importante modificar. 66 Véase: Ramos, L. Características, dinámicas y condiciones de emergencia de las pandillas en Bogotá”; Pesca, A. et al. ¿Las pandillas en Bogotá? Reflexiones en torno a su conceptualización e investigación; y Perea, C. Definición y categorización de pandillas. Los casos de Colombia y México. 67 Por este motivo, no es extraño que, por ejemplo, actores institucionales y académicos se acerquen al Idipron solicitando espacios para trabajar con los pandilleros que asisten a las UPI. Toma tiempo explicarles que esa marcada relación ya no existe.

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de categorías identitarias se ha reforzado institucionalmente la estigmatización de los jóvenes que apropian el espacio público como medio para la socialización y la acción política. Si se retoman las ideas y relatos expuestos en la discusión sobre la definición del trapecista y de su perfil, se entenderá que éste es un sujeto que habita y se construye en la calle. Por lo tanto, puede pertenecer a parches o a pandillas, así como transitar de un grupo a otro. Pero esto no significa que el parche sea un estadio previo a la conformación de la pandilla, como lo sostienen académicos y formuladores de política pública. Si como dicen los jóvenes, la pertenencia a un parche o una pandilla se define en situaciones concretas como la defensa del barrio contra los ladrones, un partido de microfútbol, un enfrentamiento con la Policía, una fiesta o el desahogo emocional, son los movimientos e interacciones propias de los territorios los que motivan una particular vinculación que, igual, se encuentra en constante cambio. Además de reconocer el carácter dinámico de los sujetos y de sus cotidianidades territoriales, es importante tener en cuenta que cualquier construcción de estereotipos tiene serias consecuencias en el orden del mundo, especialmente en relación con el control social y la conservación del status quo, ya que estereotipar es una forma de seleccionar sujetos para que encarnen el mal de la sociedad68. Una acción de transformación se pone en marcha, entonces, sí se cuestiona cualquier perfil y asignación identitaria como trapecista, o como pandillero.

Una nueva propuesta pedagógica o lógicas de repetición Una vez fortalecidos los lazos de confianza con el Instituto, las personas vinculadas al Programa Jóvenes Trapecistas ingresaban a las Unidades a través de un proceso similar al que tradicionalmente se seguía en el Instituto con los habitantes de calle: los jóvenes llegaban por su propia cuenta, atraídos, según algunos educadores, por la cantidad de comida que recibían, los paseos a los que eran llevados y el trabajo que se les ofrecía. Posteriormente, se crearon los clubes69 como una etapa intermedia: allí los jóvenes llegaban de la mano con los facilitadores sociales de la Operación Amistad, asistían durante cierto tiempo y luego eran trasladados a las Unidades-Trapecio.

68 Niño, S. Op. Cit. Pp. 202. 69 Los clubes ya existían como una de las etapas de la Operación Amistad. Allí llegaban y permanecían por un tiempo los jóvenes que ingresaban al Programa, de forma similar a la que se describe en Musarañas respecto a los niños habitantes de calle. Sin embargo, el club para los “trapecistas” operaba con menos talleres.

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Los clubes fueron concebidos como un lugar de recepción y de bienvenida al Programa, por ello durante los días de ingreso se preparaban fiestas caracterizadas por la música, el colorido y los regalos. Para algunos, este tipo de actividades garantizaba un alto número de asistentes a los Trapecios, así como un mayor tiempo de permanencia. Se dice que esta modalidad de atención desapareció debido a que se debía recibir a todos los jóvenes de Bogotá en un solo sitio, y para muchos de ellos los gastos en transporte y los tiempos de los desplazamientos de un lugar a otro eran insostenibles. Los Trapecios funcionaban como externados en el marco de un programa de puertas abiertas, permitiendo a los jóvenes asistir y retirarse por su propia voluntad y cuando lo desearan. Por esta razón, los equipos pedagógicos debían esforzarse en el diseño de metodologías y estrategias para motivar la permanencia y el entusiasmo de una población fluctuante e intermitente. Al principio no se tenía muy claro qué se iba a hacer ni cuál era la apuesta pedagógica, por ello el Programa empezó desarrollando solamente actividades lúdicas, recreativas y deportivas. Tiempo después se implementó un modelo de diamante de baseball que consistía en la organización de cuatro bases donde se aplicaban módulos de aprendizaje que eran usados en instituciones de educación para adultos. Al culminar un módulo se avanzaba a la siguiente base, lo cual motivaba a los jóvenes a cumplir la totalidad del proceso. Ellos, ordenados en grupos y por mesas, solían ayudarse para completar las guías, las cuales facilitaban la continuidad y progresividad en el aprendizaje de los contenidos, sin que importara la regularidad de la asistencia de los jóvenes a las UPI. Con el paso del tiempo los espacios de los Trapecios se modificaron siguiendo los parámetros de los colegios tradicionales; por ello, se construyeron varios salones y cada uno se dotó con un tablero y pupitres individuales. Las guías, entonces, se dejaron de lado y fueron reemplazadas por cuadernos, mientras que la enseñanza se enfocó en cuatro áreas básicas: matemáticas, biología, sociales y español. Dejaron de implementarse metodologías que reconocían a los jóvenes como diversos en sus niveles de estudio, intereses, necesidades, expectativas, compromisos y posiciones frente a la educación y la disciplina, para irse acercando cada vez más a una unificación de contenidos, criterios e incluso metodologías que seguían casi al pie de la letra el modelo que operaba en las Unidades-Internado y que incluía, entre otras prácticas, la alternancia de las clases escolares con los talleres de artes y manualidades, y el uso de la música para marcar el cambio de una actividad a otra. Para algunos, este modelo de escuela, que también instauró la enseñanza por grados, hizo que los jóvenes dejaran de compartir entre ellos sus conocimientos y se dice que aunque aprobaban los grados establecidos, muchos no recordaban lo que se suponía debían haber aprendido, o asistían intermitentemente haciendo que fuera necesario repetir, una y otra vez, los mismos temas en clase.

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Quizás introducir un modelo de escuela tradicional fue un error porque obligaba a los jóvenes a estudiar de una manera única y predeterminada, olvidando que la mayoría de ellos habían sido expulsados del sistema educativo formal y que, precisamente por ello, se requerían (como ahora) pedagogías experimentales y críticas que impugnen el orden social excluyente. Al contrario, los relatos dejan entrever cierto grado de improvisación en la implementación del Programa, que se reflejó en la inexistencia en el mediano plazo de un modelo pedagógico particular para los jóvenes trapecistas, así como de procesos en los que se estipularan acciones y políticas específicas para ellos. De hecho, como se ha visto, las características definidas para los trapecistas tienen casi siempre como punto de referencia el perfil del habitante de calle que lleva varios años instaurado en el Instituto. Lo que se observa, entonces, es una adaptación del modelo que ya se tenía definido para los jóvenes habitantes de calle, por un lado, y, por el otro, la adopción de rutinas y formas de trabajo que funcionaban con relativo éxito en los internados. Así las cosas, en las décadas de 1990 y de 2000, el Instituto siguió funcionando casi bajo los mismos principios y criterios que fueron trazados en las décadas de 1970 y 1980, aún cuando había incorporado en su sistema la atención de un nuevo grupo social producto de contextos cambiantes y de ciertas políticas existentes en la ciudad.

Convenios y empleabilidad: ¿hacia la formación de autonomías? Debido a la ampliación de los convenios interinstitucionales, así como a la necesidad de capacitar y de vincular laboralmente a los jóvenes, entre 2004 y 2005 se incorporó una etapa más en el proceso pedagógico de los trapecistas, creando una Unidad de Proyectos en las instalaciones de la UPI Perdomo. Antes de la creación del Programa ya existía un proyecto de empleo que se fortaleció gracias a la firma de convenios para la generación de ingresos entre el Idipron y otras entidades distritales, con los cuales se beneficiaron personas que llegaron como habitantes de calle y madres de los niños internos. Pero gracias a la ampliación de estos convenios y debido tanto a la inconformidad que algunas de las entidades tenían frente las faltas disciplinarias de los habitantes de calle (el robo de herramientas de trabajo o el incumplimiento de los horarios, por ejemplo) como al uso indebido de los pagos recibidos70, se abrió la vinculación laboral de trapecistas que llevaban un buen tiempo en el Programa o que ya contaban con ciertas habilidades y competencias para el trabajo.

70 Son varias las historias que cuentan cómo algunos jóvenes gastaban su pago en fiestas, alcohol y drogas, por lo cual no llegaban al trabajo durante los siguientes días o, en el mejor de los casos, realizaban las labores en estado de embriaguez o con resaca.

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Se estableció entonces un nuevo modelo pedagógico de cuatro etapas: Trabajo en Calle, Trapecio Inicial, Unidad de Proyectos y Egreso. El Trabajo en Calle era la estrategia sinónimo de la Operación Amistad y se desarrollaba durante aproximadamente un mes a través de actividades de motivación y de reflexión, así como de la recopilación de la documentación necesaria para el ingreso de los jóvenes a las Unidades. Trapecio Inicial era la etapa en la que los jóvenes ingresaban a los Trapecios, intercalando su participación en talleres con procesos de nivelación académica para llegar preparados a la Unidad de Proyectos. Para hacer el tránsito desde el Trapecio Inicial hasta la Unidad de Proyectos era necesario cumplir con algunos requisitos, entre estos, una asistencia mínima de tres meses de forma más o menos constante y un proceso positivo en términos académicos y de convivencia. Estas condiciones eran evaluadas cada tres meses por un comité que seleccionaba el grupo de jóvenes que sería trasladado a la Unidad de Proyectos. En la Unidad de Proyectos los jóvenes recibían capacitación laboral en talleres técnicos certificados por el Servicio Nacional de Aprendizaje, SENA, como ebanistería, metalistería, panadería, construcción y mecánica. Al principio rotaban por los diferentes talleres, con una permanencia de 15 días en cada uno; sin embargo, dado que se consideró que esto no daba resultados positivos en el momento de la vinculación laboral, se decidió que cada joven se especializara en un taller. Una vez que se habían llevado a cabo la capacitación y la práctica laboral durante aproximadamente un año, se evaluaba la situación del joven por parte de otro comité y se decidía si se le daba egreso del Programa. Algunos son críticos frente a este tipo de formación, en la medida en que los jóvenes eran capacitados en campos no directamente relacionados con la práctica laboral que ofrecían las diferentes entidades distritales con las que se tenía convenio y que consistía, por ejemplo, en romper andenes, re-pavimentar calles, hacer mantenimiento de fachadas, pintar señales de tránsito, arreglar parques o limpiar cañerías y sumideros. El egreso se consideraba la última etapa del proceso de los jóvenes trapecistas, es decir, el momento cuando se habría logrado su inclusión social, dada la integración con su familia y la comunidad, su vinculación laboral o, incluso, la creación de su propia empresa. Sin embargo, es difícil pensar que este proceso haya sido realmente incluyente cuando en las calles de los barrios aún se pueden encontrar jóvenes que han asistido durante seis o siete años a las Unidades del Idipron y que aun así no cuentan con un documento que certifique el último grado aprobado. También cabe preguntarse por el tiempo que tardaban los jóvenes trapecistas egresados en conseguir un empleo, los obstáculos que deben superar para ingresar al mercado laboral y la relación que las labores que realizan tienen con los conocimientos que adquirieron en el Programa. Así, a pesar del propósito de lograr una vinculación laboral exitosa, al interior del Instituto se seguía reforzando el estigma sobre los jóvenes al enviarlos a trabajos que demandaban mano de obra barata y cuyas condiciones eran desiguales respecto a las que caracterizaban otras formas de contrato laboral.

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Las mujeres trapecistas: ¿El Idipron se sube al “trapecio”? Dado que el Programa Jóvenes Trapecistas no fue pensado para las jóvenes mujeres, a lo largo del tiempo el Idipron hizo maromas en su trabajo con ellas, al mejor estilo del trapecio de circo. ¿Qué fue lo que motivó al Instituto a abrir esta rama del Programa?. Algunos dicen que el equipo de Búsqueda Activa71 empezó a encontrar algunas mujeres en los parches de los jóvenes con los que trabajaba, las cuales demandaban la oferta institucional; otros plantean que los jóvenes dejaban de ir a las Unidades porque no podían estar con sus novias o sus hermanas, así que para mantenerlos se abrió la oferta institucional hacia ellas; para otros, tal apuesta fue resultado de la exigencia hecha en el marco de la Política Pública de Mujer y Género formulada en el 2005; por último, hay quienes dicen que el Instituto incluyó a las jóvenes como estrategia para prevenir que se hicieran madres en edades tempranas y que sus hijos llegaran a la calle. Como sea, en el 2005 la UPI La Florida, conocida hasta el momento como la República de los Muchachos por haber sido el epicentro del proceso de autogobierno desarrollado por el Instituto en la década de 1980, fue ocupada por más de cien niñas que se encontraban internas en otras Unidades. Los niños que estaban en La Florida fueron trasladados a otros internados, mientras que los jóvenes pasaron a los externados. Luego, en el 2010 las jóvenes empezaron a llegar a la Unidad La 32, siendo inicialmente entre ochenta y cien; se cuenta que era un grupo de educadores de la UPI el encargado de visitar los barrios de la ciudad para identificarlas, conocerlas y convocarlas al Programa. La infraestructura de estas Unidades estaba pensada para hombres (como sigue sucediendo hoy). Al principio se ofrecían talleres de modelaje, música, screen, capoeira, danzas, manualidades, teatro y telares, pero no se contaba con el proceso de formación escolar. Esto generó molestia en algunos padres y madres, quienes habían aceptado que sus hijas se vincularan al Programa con la expectativa de que pudieran nivelar sus estudios de secundaria; se dice, incluso, que varios de ellos se manifestaron contra la responsable de la UPI y que algunos optaron por no permitir que las chicas regresaran al Idipron. Al finalizar el año, entonces, se presentó la propuesta de reorganizar el trabajo con las jóvenes trapecistas, involucrando en el proceso a los componentes institucionales de pedagogía y empleabilidad para que crearan estrategias educativas y para la generación de ingresos, y dando forma a un nuevo grupo de Búsqueda Activa que se enfocara específicamente en ellas72. 71 Esta era la metodología heredada de la primera Operación Amistad. Desde el 2013, en el marco del proyecto actual, se conoce como Búsqueda Afectiva y sigue siendo clave en el trabajo territorial del Instituto. 72 Hasta el 2012, el Equipo de Búsqueda Activa era el encargado de focalizar a niños, niñas y jóvenes en la calle y en los barrios, es decir, de identificarlos y motivarlos para que asistieran a una UPI, según el respectivo perfil poblacional. Hasta el mismo año, el Idipron estaba organizado misionalmente en Componentes o áreas temáticas de acción.

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Al iniciar el 2011 el Equipo de Búsqueda Activa estaba dividido en dos grupos: el primero se encargaba de la focalización de niñas y niños en condición de fragilidad social, y de niñas, niños y jóvenes habitantes de calle; por su parte, el segundo se dedicaba a focalizar hombres jóvenes trapecistas. En este sentido, llama la atención que el subgrupo de Búsqueda Activa que, en marzo de ese año, asumió la labor de focalizar a las mujeres trapecistas hizo parte del primer grupo señalado, no del segundo. Así las cosas, la preocupación anotada se tradujo en una respuesta institucional fragmentada y machista, en la medida en que disponer de un grupo exclusivo para buscar a las mujeres trapecistas partía de la negación de que en los barrios existen escenarios compartidos por jóvenes hombres y mujeres, aunque cada uno imprimiendo particularidades, a la vez que suponía que las jóvenes trapecistas se encontrarían al lado de los niños y quizás solo en el espacio privado de las casas. No obstante, esta división también planteó un punto clave (que no fue concebido de forma intencional, sino que resultó por una relación costo-oportunidad laboral), la búsqueda de mujeres debía operar de manera diferente a la búsqueda de hombres, debido a sus particularidades en la forma de habitar los espacios públicos y de los roles asumidos en sus comunidades. Infortunadamente, con el tiempo, la posibilidad que así fue abierta se borró porque a partir de 2012, el trabajo con las jóvenes trapecistas fue asumido por el Equipo de Búsqueda Activa de trapecistas, el cual debía remitir a la UPI La 32 solamente a mujeres menores de edad. Desde entonces, su proceso en los barrios empezó a hacerse a la par con el de los muchachos, lo que hizo que se perdiera el reconocimiento explícito de las especificidades de género que se había ganado. Cabe resaltar, por ejemplo, que en el Idipron no se habla de trapecistas egresadas, pues las mujeres a las que se les asigna la identidad de egresada provienen de los internados. La situación descrita en el 2011 produjo una reflexión necesaria sobre la forma en que Búsqueda Activa debía trabajar con las mujeres trapecistas. Dada su nueva ubicación en el organigrama institucional, las jóvenes que ahora se focalizaban incluían a las integrantes de los parches, a las hermanas y novias de los jóvenes de los parches, y a jóvenes trabajadoras sexuales que habitaban el centro de la ciudad. Esto indica que, aunque no se reconociera formalmente, el perfil de las mujeres trapecistas era diferente al de los hombres, y que el ejercicio de búsqueda también se hacía de otra forma, en tanto incluía espacios diferentes a los parques y esquinas barriales. Esto también cuestiona el que aún hoy algunos educadores usen una categoría tan homogénea como trapecistas para referirse a mujeres jóvenes diversas que poco o nada se correspondían con las nociones de parche y de pandilla que en la época operaron como base del Programa Jóvenes Trapecistas del Idipron. Algunos dicen que las jóvenes que ingresaban a la UPI La 32 se caracterizaban por su desescolarización, agresividad, consumo de licor y drogas, y alta permanencia en calle, así como por ser madres solteras y, en ocasiones, tener responsabilidades económicas en sus hogares. Aún cuando este perfil parece similar al de los hombres trapecistas, dos elementos son claves en la distinción: por un lado, la inclusión tanto

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de la maternidad como del rol familiar y, por otro lado, la exclusión de vínculos delictivos o de prácticas violentas, lo cual se relaciona con el hecho de que las mujeres trapecistas no eran asumidas por el Instituto como integrantes de las pandillas con las que trabajaba, sino como acompañantes, parejas o familiares de los pandilleros. Esto, que no dista mucho de las representaciones actuales, ha sido compartido por gran parte de las investigaciones sobre pandillas, lo que sostiene el carácter masculino del término y la mirada androcéntrica que lo ha producido. Precisamente por el papel secundario que se les había asignado y por la falta de investigaciones sobre el papel de las jóvenes en los barrios de la ciudad, podría decirse que las mujeres trapecistas no cargaron con el estigma de sus compañeros hombres, quienes fueron social e institucionalmente relacionados con las pandillas. Pero no es así. No basta con cambiar la categoría con la que se nombra al Otro para evitar la estigmatización si no se transforma el imaginario que la sostiene, pues siempre se encontrarán sustitutos que tienen el mismo efecto. Trapecista pudo haber surgido como un término con el que se buscaba suavizar la identidad pandillero, pero en el camino se le fue otorgando al individuo un estigma de delincuente, consumidor de drogas y violento. Las mujeres heredaron estos imaginarios. Ellas también están sujetas a las miradas cuando se exponen en público y están marcadas por una historia que las define según cómo se visten, se peinan, caminan y hablan. Por ello, por ejemplo, que “son problemáticas, conflictivas y jodidas” o “que son incluso más difíciles de llevar que los hombres”, son frases que aún se escuchan en el Instituto. Con el perfil antes descrito, el grupo de Búsqueda Activa de mujeres jóvenes trapecistas priorizó inicialmente el trabajo en las localidades Ciudad Bolívar, San Cristóbal, Usme, Engativá, Suba y Kennedy. Por lo tanto, los demás grupos de Búsqueda Activa que fueran encontrando a mujeres con el perfil del trapecista en estos territorios, debían remitirle los datos de contacto a las binas73 responsables del respectivo territorio. La metodología empezaba contactando a las jóvenes en sus barrios para luego seguir visitándolas con regularidad hasta que aceptaran asistir a una Unidad. A diferencia de lo que se hacía con los hombres, a ellas no se les reunía en grupos, pues no pasaban de ser dos o tres por parche, sino que se les hablaba directa e individualmente; a algunas, incluso, se las visitaba en sus hogares. Así mismo, se motivaba a las mujeres contactadas para que referenciaran a otras jóvenes, hasta que poco a poco aumentaba el grupo en el barrio y era posible programar ingresos colectivos a la Unidad, generalmente cada quince días. Todo pensado, como con los otros grupos, para asegurar procesos de institucionalización.

73 Este término hace referencia a un equipo conformado por dos facilitadores sociales que realizaban la Búsqueda Activa. Algunos facilitadores consideran que este es el número apropiado para llevar a cabo el trabajo en las calles: una persona era insuficiente para enfrentar los peligros de la calle, mientras que tres personas o más podrían provocar que los y las jóvenes se retiraran de los espacios donde se encontraban.

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Las actividades de motivación que se desarrollaban durante esas dos semanas culminaban con un gran cierre deportivo o recreativo, en el que, además, se les llevaba un refrigerio y se hacían charlas sobre valores y autoestima. Finalmente, se las invitaba a conocer la UPI La 32 y su oferta pedagógica. Esta visita, que tenía como propósito cerrar el compromiso por parte de ellas de asistir a la Unidad de manera permanente, empezaba a las ocho de la mañana recogiéndolas en sus barrios y cuando llegaban a su destino se las recibía con un desayuno, un recorrido y una explicación de las normas de operación. Una vez superado este paso, su primera responsabilidad consistía en llegar al otro día a la Unidad por su propia cuenta; quienes lo lograban, obtenían una recompensa monetaria para volver a casa y regresar al Instituto el día siguiente. Del total de chicas que conocían la Unidad, aproximadamente el 70% regresaban, mientras el otro 30% manifestaba que necesitaba conseguir trabajo, que debía cuidar el hogar o a sus hijos, o que, simplemente, había perdido el interés. En estos casos, las chicas se contaban como re-focalizadas y se les hacía un seguimiento para cerrar su historia en el Idipron. Vale la pena señalar figuras como la del “cierre no satisfactorio de proceso” y la de los “egresos voluntarios” del programa eran paradójicas: aunque se partía de contactar y motivar a las y los jóvenes para alejarlos de la calle después de que habían sido expulsados de sus hogares y de instituciones como la escuela, el Instituto se convirtió en otro expulsor al excluir de sus programas a jóvenes que no se moldeaban a sus normas o que tenían una relación conflictiva con profesores o directivos de las Unidades. Esto permite ver, de nuevo, que el carácter transgresor del proyecto inicial del Idipron cedió su lugar a la prevalencia de las formas administrativas, a la discrecionalidad y, en algunos casos, al abuso de poder por parte de funcionarios y contratistas. Aunque estas prácticas han logrado reducirse con el proyecto pedagógico actual, es importante estar vigilantes para que no vuelvan a hacer parte de la cotidianidad institucional. Otro de los aspectos diferenciadores del trabajo con mujeres trapecistas fue la oferta de talleres, la cual se enfocó en actividades hegemónicamente asumidas como femeninas, pues, como lo explicó una educadora, se trataba de enseñarles que una mujer debe ser bonita y delicada. Para ello, se les ofrecía participar en talleres de belleza, costura, encuadernación, modelaje-etiqueta y manualidades de motricidad fina. Así mismo, la importancia del cuidado de su cuerpo se manifestaba en la prevención de perforaciones corporales improvisadas que les producían infecciones, en el cepillado de sus dientes y en la planificación familiar. Las mujeres eran también apoyadas por el Componente de Emprendimiento y Empleabilidad, siendo ubicadas laboralmente en empresas de aseo, comidas y manufactura. Entonces, aunque algunos afirman que la atención de mujeres y de hombres era igual, en la práctica se construyó una diferencia dirigiendo a las jóvenes hacia lo que la sociedad consideraba que debía ser una mujer y hacia los roles que ésta debía cumplir, y siguiendo la historia del Idipron: formar buenas madres que evitaran que sus hijos tuvieran que vivir en la calle.

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Dibujando el presente Desde el momento en el que se creó el Programa Jóvenes Trapecistas hasta hoy se han mantenido percepciones negativas frente a dos fenómenos que atraviesan la cotidianidad de la juventud en Bogotá: el consumo de sustancias psicoactivas y el parchar (estar) en la calle. Pero las y los jóvenes bogotanos, sus relaciones, sus imaginarios, sus estrategias culturales y políticas, y sus formas de habitar la ciudad sí se han ido transformando. Poner en relación uno y otro aspecto, aprovechando el dinamismo del segundo para impugnar al primero, es un gran y actual reto. Para esto, es importante entender que repensar el perfil del trapecista hace parte de una apuesta que invita a luchar contra la estigmatización de la que han sido objeto los jóvenes de la ciudad, y a enfrentar la segregación que ha sido producida por la separación poblacional de las ciudadanías juveniles. Seguir este camino implica, sin embargo, un arduo y constante trabajo dirigido a desplazar prácticas e imaginarios que aún persisten en el Idipron (igual que en otros escenarios sociales e institucionales), así como asegurar que el actual proyecto pedagógico responda a las batallas, apuestas y necesidades diferenciadas que viven las y los jóvenes de hoy. Este cambio implica también otros desafíos. Por un lado, puede ser la oportunidad para fortalecer los debates frente a la criminalización del consumo de drogas, desde las concepciones de los jóvenes y en concordancia con la garantía de sus derechos. Se trata, en este sentido, de motivar nuevos debates y prácticas frente al narcotráfico, el microtráfico y el consumos de drogas, superando los límites de la ciudad. Por otro lado, es el contexto propicio para apoyar en los barrios el trabajo de los y las jóvenes, mostrando a otros miembros de las comunidades la centralidad que ellos tienen en la construcción de sus territorios y aportando a la erradicación de esa mirada que criminaliza a quienes optan por estar, sin más, en el espacio público. De lo que se trata es de reconocer otras formas de ciudadanía, retomando el carácter de la calle como espacio por excelencia para la construcción de lo público. Finalmente, esta explosión de culturas puede ser un escenario que permita al Idipron trabajar con toda la juventud de la ciudad sin las distinciones y clasificaciones que se establecían por medio de los zpoblacionales, así como de diseñar e implementar políticas que vayan en contravía de la discriminación por condiciones de sexo, género o edad, entre otras, y que garantice los derechos de los y las jóvenes desde y en su diversidad. Esto es lo que está en la base de la propuesta de la Administración Distrital por transforma al Idipron en el Instituto de la juventud.

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Bibliografía Acuerdo Distrital 257 de 2006. Por el cual se dictan normas básicas sobre la estructura, organización y funcionamiento de los organismos y de las entidades de Bogotá, Distrito Capital, y se expiden otras disposiciones. Arango, A. (2005). Temporalidad social y jóvenes: futuro y no-futuro. En Revista Nómadas. No. 23. Bogotá: Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos - Universidad Central. de Nicoló, J. et. al. (2000). Musarañas. Bogotá: Alcaldía Mayor, IDIPRON. Pp. 25. Decreto Ley 1421 de 1993. Por el cual se dicta el régimen especial para el Distrito Capital de Santa Fe de Bogotá. Escobar, M. et al. (2004). Estado del arte del conocimiento producido sobre jóvenes 1985-2003. Informe Final. Bogotá: DIUC – Universidad Central / Programa Presidencial Colombia Joven, GTZ / UNICEF. Goffman, E. (2010). Estigma. La identidad deteriorada. Buenos Aires: Amorrortu. Laguado, A. (1990). Droga y cultura juvenil en Bogotá. En Revista Colombiana de Sociología. Vol. 1. No. 2. Julio-Diciembre. Pp. 41-61.

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Reconociendo a través del tiempo a las mujeres que habitan la calle ¿Cómo ha sido el trabajo con mujeres en el Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud, Idipron?, ¿cuáles roles y relaciones de género se han construido?, ¿qué huellas dejaron dichos procesos en las prácticas institucionales?, ¿ha habido un enfoque de género guiando las políticas y acciones en el Instituto?, ¿cómo debe trazarse y operar ese enfoque en el proyecto pedagógico actual?, ¿qué implica para las mujeres en situación de calle la garantía de derechos?, ¿cuáles aprendizajes del pasado son útiles hoy?. El propósito de este capítulo es dar cuenta de estas preguntas a través de la narración de algunas historias del Programa de Atención Múltiple para Niñas y Jóvenes de Bosconia, el cual operó desde 1983 hasta el 2010 enfocando sus acciones en mujeres en situación de calle. Así mismo, reflexionamos sobre el trabajo que actualmente hace el Instituto con estas mujeres, señalando saberes y prácticas que aportan a los actuales sentidos políticos institucionales. Se trata, entonces, de un ir y venir en el tiempo que da cuenta de esa estructura profunda en la que se arraiga la construcción de subjetividades, de memorias y de géneros.

Desde Bosconia hasta Luna Park: luchas por el reconocimiento Hasta 1983 el Idipron concentraba su atención en el corazón de El Cartucho74, realizando acciones con niños y jóvenes hombres, principalmente, y, en cierta medida, con sus madres y hermanas. Sin embargo, ese año sus compañeras también empezaron a ser vinculadas al Programa, con el propósito de que no quedaran solas en la calle cuando ellos estaban en el patio de Bosconia75. Al principio, las mujeres sólo iban un día a la semana, pero luego, cuando se consolidó un grupo permanente de cinco adolescentes, las puertas se empezaron a abrir todo el tiempo. Cuenta una de las educadoras de la época, que ellas llegaban en la mañana, se vestían, comían, lavaban su ropa y participaban en diferentes actividades recreativas mientras llegaba la noche y, en consecuencia, el momento de volver a la calle. Uno de los grandes problemas de esta dinámica es que las mujeres solían regresar maltratadas al día siguiente, por ello, las educadoras empezaron a gestionar la apertura de un dormitorio femenino que finalmente fue 74 El Cartucho era una calle del barrio Santa Inés, ubicado en el centro de la ciudad y estaba habitada por una gran población en situación de calle. A finales de la década de los noventa, todo el barrio fue demolido y su población desalojada violentamente como parte de un plan de recuperación liderado por el gobierno de Enrique Peñalosa. Hoy el lugar es ocupado por el Parque Tercer Milenio. 75 Bosconia era una casa del Idipron ubicada en el corazón de El Cartucho y que en esa época funcionaba como el primer paso en el proceso de institucionalización del Instituto.

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inaugurado en 1989; este nuevo espacio primero albergó a mujeres jóvenes y luego también a mujeres adultas que eran madres y cabeza de familia. En 1990 participaban en el Programa entre 40 y 50 mujeres, quienes eran orientadas por seis educadoras que permanecieron en el proceso hasta el 2010, cuando finalizó. Fue la realidad misma de las jóvenes la que les hizo pensar que era necesario trabajar con los bebés de las mujeres que se vinculaban al proceso, por ello, además de la guardería que ya funcionaba, ese mismo año inauguraron otro dormitorio para recibir específicamente a las madres jóvenes y una sala-cuna que llegó a albergar a 40 bebés. A las niñas, las educadoras les hacían ropa marcada con sus nombres para que desde pequeñas aprendieran la importancia de verse y sentirse bien: “tratábamos a las chicas de calle como princesas, con respeto, y eso hacía que quisieran estar con nosotras”76; además, cuando tenían entre 4 y 6 años, las enviaban a la escuela para que iniciaran su proceso educativo formal, el cual se apoyaba con clases desarrolladas por las educadoras en la casa del Instituto. A las más grandes se les brindaban talleres para fortalecer su autoestima, así como fiestas y paseos que afirmaban sus lazos de confianza y de afecto. Durante los primeros años de la década de los noventa también funcionó un dormitorio donde se atendía a mujeres moribundas; allí las educadoras las cuidaban y las acompañaban hasta el último momento, incluido el entierro, procurando siempre que “tuvieran un buen morir”. De esta forma, el Idipron acompañaba a las mujeres en situación de calle durante todo el ciclo vital: desde el nacimiento hasta su muerte. Las puertas del dormitorio se cerraban temprano por el peligro que implicaba estar en medio de El Cartucho y las educadoras enfrentaban, de manera permanente, situaciones de abuso y de maltrato hacia las mujeres con quienes trabajan; de hecho, más de una vez tuvieron que confrontar a los compañeros, quienes iban al dormitorio furiosos e incluso armados para sacarlas a la fuerza; en ocasiones también debieron esconderse durante toda la noche en el dormitorio y sin poder salir hacia sus casas porque alguno ellos las estaba amenazando. Tal y como lo enfatizó una de las educadoras, estas situaciones llevaron a que uno de los principios del Programa fuera hablar abiertamente de la sexualidad para que las mujeres aprendieran a “cuidarse de los hombres”, prestando especial atención a la planificación familiar, al fortalecimiento de la autonomía, la maternidad responsable y la lucha contra la subordinación experimentada por las mujeres en las relaciones de género. El Programa también hizo énfasis en la “maternidad responsable” con el propósito de evitar que tanto las mujeres como sus hijos e hijas retornaran a la calle. Así mismo, se ubicó en el centro institucional el interés por las particularidades de estas mujeres, aproximando el trabajo del Instituto a sus entornos de vida y a sus necesidades diversas, urgentes y concretas. De hecho, uno de los puntos a destacar es que para ingresar al dormitorio (o internado) las mujeres no debían cumplir, como ahora, un proceso que consiste en 76 Fragmento de entrevista. Educadora. Marzo de 2013.

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asistir al patio (o externado), de manera continua, por un cierto número de días, ya que se asumía que la intención de abandonar la calle o la necesidad de hacerlo eran situaciones que no daban espera. No obstante, al establecer una asociación casi natural entre mujer y maternidad, entre mujer y cuidado, o entre mujer y crianza, quizás el Programa terminó reproduciendo algunos de los roles de género que legitiman esa subordinación de las mujeres que tanto le interesaba impugnar. Hacia 1998, cuando El Cartucho fue intervenido, las niñas, jóvenes y madres que hacían parte del Programa en el patio de Bosconia fueron dividas en dos grupos: las más pequeñas, de 8 a 12 años, pasaron al internado de la casa Belén, mientras que las otras empezaron a asistir primero al externado de Belén y luego a la casa La Rioja77. Se perdió, entonces, el dormitorio (o internado) para jóvenes y madres en situación de calle, así como la guardería para sus hijas e hijos. En Belén había talleres de modistería y de refuerzo escolar, y se prestaba atención al comportamiento de las niñas enseñándoles a tener cuidado con su vocabulario o cómo usar los cubiertos; allí permanecían durante aproximadamente un mes y luego pasaban a la casa Pre-Florida (que recibía niñas de 8 a 13 años) y a La Florida (que trabajaba con niñas de 14 a 18 años); en estos lugares “todavía les daban ropa para hombres, como los pantalones y los zapatos” porque hasta ese momento habían sido escenarios del programa masculino”78; de hecho, en La Florida había operado históricamente el proceso de autogobierno que era central en el proyecto del Instituto y que se conocía como la República de los Muchachos79. Dado lo anterior, en los talleres de modistería que se realizaban en la casa Belén, las educadoras les confeccionaban ropa para mujeres. En la casa La Rioja, que hacia el año 2000 no era más que un lote con un cuarto y algunos baños, también se abrió un espacio para las mujeres que desde 1993 trabajaban como voceadoras80 en un convenio establecido entre el Idipron y el Periódico El Tiempo. Dos años después de su llegada a La Rioja, se inició la construcción del comedor y de la casa que existen hoy; también se empezó a recibir en la modalidad de externado a mujeres jóvenes que venían de la casa La Florida, a quienes se les brindaba transporte, alimentación, un taller de modistería y la posibilidad de participar en un convenio con la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo. A las mujeres en situación de calle, por su parte, inicialmente se las recibía en el comedor y no en el patio (o externado) porque, según lo dicho por las educadoras, “no podían mezclarse” con las jóvenes de la Florida, quienes no eran habitantes de calle y no tenían “malos hábitos de vida”; allí se les ofrecía el almuerzo, mientras que el grupo de educadoras traía diariamente el desayuno de otras casas del Instituto como La 12 o Liberia81. A la Rioja también iban las jóvenes que habían sido madres y que 77 Las casas Belén y la Rioja también quedaban en el centro de la ciudad. 78 Ídem. 79 La República de los Muchachos operó como una sociedad de niños y jóvenes regulados por sus propias leyes y organizados en una estructura burocrática y administrativa propia. Fue un experimento para la construcción de un nuevo orden social (liderado por niños y jóvenes) y una estrategia pedagógica para la construcción de autonomías e integración social. Por ello, era considerado el último paso en el proceso del Idipron. 80 Son quienes venden los periódicos en las esquinas de la ciudad anunciando su nombre o algunas de las noticias del día. 81 Estos espacios operaban en el centro de la ciudad, cerca a la zona que hoy se conoce como El Bronx.

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por ello no podían estar en los internados del Idipron, ya que en el Instituto se pensaba que las mujeres debían privilegiar el cuidado de sus hijos y que, por lo tanto, no debían separarse de ellos. En el 2011 la casa La Rioja empezó a atender hombres jóvenes en situación de calle y para las mujeres el Idipron abrió la casa Luna Park82, que es el lugar donde hoy en día se trabaja con mujeres heterosexuales, lesbianas y bisexuales, así como con hombres transgeneristas. En Luna Park operan un internado y un externado que abre sus puertas desde las siete de la mañana hasta las tres de la tarde para que las niñas y jóvenes que asisten puedan lavar y secar su ropa, bañarse, alimentarse y participar en algunos talleres; como ya se había mencionado, uno de los requisitos para ingresar al internado consiste en que ellas deben acudir “al patio” durante diez días seguidos sin falta. En este sentido, aun cuando en la cotidianidad institucional se reconoce que en la calle las mujeres son más vulnerables y que en razón a su género están expuestas a riesgos particulares, es fundamental mantener la flexibilidad de ciertos procedimiento y criterios, por ejemplo los de ingreso, para permitir el acceso prioritario a niñas y jóvenes que no pueden retornar a la calle porque están amenazadas su vida o su integridad. “Diez días. ¿Qué puede sucederme en la calle durante diez días?, ¿cuántas veces puedo cambiar de opinión durante diez días? Diez días. A veces ni siquiera puedo pensarme tan lejos, ni siquiera en la comodidad de mi casa, ni siquiera con mi proyecto de vida dizque resuelto Diez días. Constancia, compromiso, disciplina, eso es lo que se supone es posible medir con diez días. No cinco. No dos. No quince. Diez días.” (Diario de campo. Equipo de Investigación. Abril de 2013) El trabajo del Idipron con niñas y jóvenes que habitan la calle ha cambiado desde el programa que funcionaba en la casa Bosconia hasta lo sucedido en la casa Luna Park, pero también hay trazos que parecen constantes. En términos de espacialidad, por ejemplo, los lugares en los que el primero funcionó debieron ser adecuados por las educadoras que lideraban esta iniciativa en el Idipron porque no eran aptos para ser habitados; ellas narran cómo para establecer el externado en Bosconia fue primero necesario “limpiar el basurero” que les asignaron, y cómo luego, tras la demolición de El Cartucho, fueron trasladadas a un rincón en la casa Belén y a un lote vacío mientras construían el comedor de La Rioja. Por su parte, años después la casa de Luna Park fue instalada en un espacio que funcionaba como parqueadero de buses aún siendo habitado por las jóvenes. Así mismo, los discursos predominantes sobre las mujeres habitantes de calle fueron construyendo un perfil institucional homogéneo que en gran medida se sostuvo en la idea de que ellas son inestables y carecen de proyectos de vida. La apuesta pedagógica, fundamentada en la libertad y la autonomía, no sólo reconoce la diversidad y la pluralidad como elementos centrales, sino que también opta por enfoques diferenciales 82 El funcionamiento de Luna Park está actualmente en revisión y transformación. Por ello, es importante aclarar que lo aquí planteado corresponde a la manera en la que funcionaba durante el año 2013.

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que partan de los saberes de cada persona y que permitan que sean las mujeres mismas quienes develen las problemáticas que las afectan, proponiendo también sus soluciones. Las mujeres que habitan la calle lo hacen por diversas razones y por ello se debe orientar acciones personalizadas: no puede ser lo mismo trabajar con una mujer que está en la calle por su condición de desplazamiento forzado, que hacerlo con una mujer transgenerista que ejerce la prostitución, o con una mujer lesbiana que fue expulsada de su hogar por su orientación sexual, o con una joven consumidora de pegante. Las mujeres que habitan la calle tampoco son la sumatoria de dos naturalezas esenciales o imposibles de transformar: “mujer” y “habitante de calle”; al contrario, se trata de subjetividades diversas producto de condiciones sociales particulares. Es importante, entonces, cuestionar la identidad mujer habitante de calle y la definición a priori de sus necesidades, preguntándose por daños y vulnerabilidades, pero también por las estrategias que las mujeres emplean para sobrevivir y los tejidos cotidianos que van construyendo a través de solidaridades, amores, lealtades y confianzas. El Idipron reconoce hoy la necesidad de articular acciones interinstitucionales que permitan atender integralmente a las mujeres que habitan la calle. Para ello no sólo se ha dado continuidad al trabajo históricamente desarrollado en la calle por el Equipo de Búsqueda Afectiva, el cual tiene como tareas realizar el contacto inicial con las mujeres, establecer confianzas, conocerlas y decidir con ellas el camino de atención a seguir; también se han fortalecido las relaciones con otras entidades distritales con el propósito de emprender rutas de atención que, desde la personalización, garanticen los derechos de las mujeres ante vulneraciones específicas y acompañen proyectos de vida particulares. No obstante, aún sigue siendo un reto articular estrategias que, desde la complejidad, se tomen el tiempo necesario para acompañar a niñas y a jóvenes que con sus demandas (de inmediatez) suelen impugnar los modelos pedagógicos preestablecidos (de plazos largos).

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Buscando autonomías económicas Durante los primeros años de la década de los noventa se habían identificado cerca de 70 mujeres habitantes de calle que vivían o deambulaban en El Cartucho y sus alrededores, varias de ellas mayores de edad y madres cabeza de familia83. Fue entonces cuando se tomó la decisión de ampliar el Programa de Atención Múltiple para Niñas y Jóvenes de Bosconia, con el propósito de involucrar a madres que no vivían en el dormitorio del Idipron ni pasaban el tiempo en el Patio. A la vez, las educadoras detectaron un problema: el Programa no contaba con una propuesta educativa y productiva que generara recursos y que vinculara laboralmente a las mujeres como una estrategia para apoyar sus proyectos de vida. Siguiendo la filosofía del Idipron, heredera de principios salesianos, se propuso que el proceso pedagógico girara en torno a una actividad productiva que les permitiera fortalecer su autonomía, su autoconfianza y su capacidad de gestión, así como mejorar su calidad de vida. Siguiendo los relatos de las educadoras, es claro que la decisión sobre la actividad productiva que se quería fortalecer experimentó un largo proceso. Primero se le dio a cada mujer un plante que consistía en una caja de dulces, el cual debían vender para comprar, con el dinero resultante, una nueva provisión; esta experiencia fracasó porque las mujeres gastaban el dinero ganado, incluyendo el plante, y perdían así los recursos que requerían para volver a empezar. Luego se estableció un convenio con el Periódico El Espectador para que las mujeres trabajaran como vendedoras; esta idea tampoco funcionó porque el Periódico no brindó ninguna capacitación o motivación empresarial y porque las mujeres no lograron establecer una rutina de trabajo que les permitiera llegar a tiempo a los puntos donde debían recoger los periódicos, desaprovechando así las mejores horas de venta. El siguiente intento consistió en cortar, empacar y sellar bolsas de plástico, lo que resultó monótono para las mujeres porque no tenía nada que ver con sus experticias ni con sus escenarios de vida, asociados a estar afuera, al aire libre84. Estas y otras experiencias dejaron aprendizajes en el grupo de educadoras. Por ejemplo, se comprendió que el proyecto pedagógico productivo sólo funcionaría si incluía las habilidades específicas de las mujeres que hacían parte del Programa, articulándose con el territorio que ellas mejor conocían: la calle. Finalmente llegó la propuesta ganadora: en septiembre de 1993, cuando el proceso productivo contaba con cerca de 30 mujeres, se estableció el convenio con el periódico El Tiempo para que ellas trabajaran como voceadoras. Los periódicos llegaban a las cuatro de la mañana a la sede del Programa, las mujeres los recogían –luego de hacer fila, a veces desde las dos de la mañana– salían a venderlos y volvían cerca del mediodía. La Cooperativa de Voceadoras empezó a operar en simultáneo, a partir del ahorro que permitían los recursos obtenidos con el convenio; para ello, el grupo de educadoras manejaba una cuenta de ahorros en la que se consignaban las ganancias diarias de las mujeres; semanalmente cada una de 83 Reyes, E. Op. Cit. 84 Ídem.

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ellas recibía un sueldo básico y el resto del dinero se ahorraba: “desde el principio sabíamos que íbamos a ahorrar para la casa, para que pudiéramos tener lo nuestro y lo de nuestros hijos, nada de manes. No sabíamos dónde la íbamos a tener ni cuándo, pero le hacíamos”85. El sueldo que se recibía dependía de la experticia de la voceadora y, según las reglas establecidas, el día de pago, que era los martes, las mamás debían llevar a sus hijos o hijas a comer “algo delicioso”. Cada trabajadora tenía una libreta en la que llevaba sus cuentas y aunque el ahorro era obligatorio, las mujeres podían retirar su dinero cuando quisieran. El periódico El Tiempo brindaba capacitación, uniformes y un precio referencial para la venta de los periódicos, el cual podía o no ser aceptado por la Cooperativa. Por su parte y dado que se trataba de una estrategia pedagógica, el Programa estableció para las mujeres las responsabilidades de madrugar, de permanecer aseadas y adecuadamente vestidas en el punto de venta, de seguir las instrucciones impartidas por la empresa y de cooperar con sus compañeras. Las educadoras madrugaban a la par y se esmeraban por mantener a las mujeres motivadas: les preparaban el almuerzo, las ayudaban a administrar el dinero y las apoyaban incluso en las situaciones más difíciles. Por ejemplo, ellas sabían que algunas de las voceadoras no les entregaban todo el dinero que habían producido en el día, pero para que esta situación no se transformara en un problema crearon un colchón de pérdida: “hay que romper con la red burocrática y humanizar el trabajo. No es que sea bueno que la gente robe, pero si lo hacen, eso no tiene por qué arruinar su vida. Eran mujeres solas, solas, solas, que habían sido explotadas. Si nos robaban no las sacábamos del Programa, sino que las motivábamos a quedarse para que pagaran su deuda”86. Las educadoras dicen que en este proyecto las mujeres eran felices porque ganaban su dinero trabajando, sin sentir que les estaban dando limosna. Además, las dinámicas de ahorro instauradas a través de la Cooperativa fueron construyendo un sentido colectivo de pertenencia entre las mujeres, así como profundos lazos de solidaridad y de confianza. Actualmente en el Idipron también se asume que la participación de las mujeres que habitan o han habitado la calle en actividades económicas y productivas contribuye a transformar sus vidas y a hacerlas más responsables. Para ellas, suplir las necesidades económicas también ocupa un lugar primordial en sus proyectos, razón por la cual muchas veces prefieren el trabajo y la participación en convenios laborales frente a otras actividades de formación propuestas en el Instituto. Así mismo, se entiende que esta vinculación a actividades laborales y productivas es una estrategia útil para motivar la permanencia de las mujeres en los programas del Idipron –y con ello en los procesos pedagógicos que se desarrollan–, en la medida en que les brinda la posibilidad de construir planes de 85 Fragmento de entrevista. Participante del Programa. Noviembre de 2012. 86 Fragmento de entrevista. Educadora. Noviembre de 2012.

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corto plazo; esto, teniendo en cuenta que la deserción de las mujeres que habitan la calle es alta y que ello rompe lazos y continuidades que son importantes para los buenos resultados de los procesos iniciados: Lo efímero confronta mi cotidianidad: ¡Yo, que suelo ser tan estable! No logro asumir la partida de una y de otra, siento que había y tenía más que dar, compartir y vivir… En ocasiones cuando llego a la Unidad lo visto se mezcla con el recuerdo y entonces me es difícil observar los lugares en un solo tiempo, en presente o en pasado; pues ambos, el lugar que veo y el recuerdo, aparecen en el mismo instante y se proyectan en una imagen múltiple donde las jóvenes ausentes aún están presentes. Entonces, oigo alguna voz, generalmente un saludo, y en ese momento parte de la imagen desaparece dejando a su paso un lugar inhabitado y una enseñanza de la joven que alguna vez lo habitó. Es justo en ese momento cuando digo el nombre de quien estaba en la imagen, en mi recuerdo, y no el de quien me saludó. (Diario de Campo. Equipo de investigación. Abril de 2013) Resolver la generación de ingresos para las mujeres participantes en los programas del Idipron es una prioridad; por ello, además de los convenios laborales ofrecidos a algunas jóvenes por su permanencia en el internado y su compromiso con en el proceso pedagógico, algunas de ellas pueden participar en los programas de formación para el trabajo que se llevan a cabo en el Idipron, así como en otros que ofrecen entidades como el Servicio Nacional de Aprendizaje, SENA. Al reconocer las limitadas oportunidades laborales formales que brinda la sociedad y la existencia de mercados discriminatorios, todas las estrategias económicas que el Instituto ha puesto en marcha con mujeres habitantes de calle resultan valiosas. Sin embargo, desde el proyecto pedagógico actual parece importante preguntarse si estas políticas y prácticas, así como otras que históricamente se han desarrollado, han logrado superar el asistencialismo para fortalecer, más allá de la subsistencia económica, la autonomía, la independencia y la creatividad de las mujeres. Es decir, ¿se ha logrado que quienes han participado en estos programas sean gestoras de su proyecto de vida y de su bienestar?, o, al contrario, ¿la continuidad de su compromiso y de sus logros requiere la presencia y el apoyo estatal? Al respecto, esto opina una de las mujeres que hizo parte del proceso de Bosconia: “aunque aún sigo trabajando como voceadora de El Tiempo, desde que cerraron el Programa del Idipron yo no he podido meterle una puntilla a mi casa. Si era necesario que alguien estuviera motivándonos a ahorrar y que se encargara de esa parte, que no me dejara tocar la plata. Todo lo que tengo lo compré con lo que gané en el Patio”87. El Idipron está reflexionando sobre la opción de “aislar” a las jóvenes que habitan la calle en casas que operan como internados, como estrategia para alejarlas de la calle y de lo que implica vivir en ella. Si bien esta es una opción válida para quienes por diversas razones lo necesitan, se trata también de incluir 87 Fragmento de entrevista. Participante del Programa. Noviembre de 2012.

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en los lineamientos pedagógicos las dinámicas propias de la calle y las redes que allí han ido tejiendo las mujeres, así como sus memorias y sus afectos. En su momento, el Programa de Atención Múltiple para Niñas y Jóvenes de Bosconia se desarrolló en El Cartucho y logró transformaciones en el entorno, apoyándose en relaciones sociales construidas por quienes habitaban el lugar. Fue un proceso que partió de las propias necesidades de las mujeres y que al articularse con las realidades del territorio, permitió que las decisiones individuales tuvieran incidencia en la búsqueda de alternativas colectivas. En este marco, una gran enseñanza de ese Programa es que las dinámicas de la calle pueden facilitar procesos que trasciendan la implementación de talleres productivos como solución a las necesidades inmediatas de las mujeres, haciendo posible la creación de proyectos solidarios y comunitarios basados en la cooperación, la reciprocidad y el afecto.

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Soñando, construyendo y escuchando proyectos de vida El Programa de Atención Múltiple para Niñas y Jóvenes de Bosconia desarrollaba los seis peldaños de la escalera que daba forma al proyecto pedagógico del Idipron: en el primer peldaño, la Operación Amistad, se realizaban actividades en la calle para acercar y motivar a las niñas, jóvenes y señoras que habitaban El Cartucho y el barrio Las Cruces. En el segundo, la Personalización, las educadoras, siempre vistiendo delantal rosado, establecían relaciones de afecto y de escucha acompañando a las mujeres, llevándoles alimentación, motivando confianzas y haciéndolas sentir importantes. En el tercer peldaño, el Club Operación Amistad, las mujeres iban al patio de Bosconia y participaban en las actividades allí programadas. En el cuarto, el Compromiso, las mujeres tomaban la decisión de quedarse en el dormitorio o empezaban a imaginar un nuevo proyecto de vida, creando hábitos diferentes a los de la calle. En el quinto peldaño, la Socialización, las mujeres se incorporaban en la práctica laboral a través del convenio con El Tiempo. Y en el último, la Integración a la Sociedad, se ponía en marcha un nuevo proyecto de vida individual y colectivo llamado Plan Vivienda88. El Plan Vivienda tenía como propósito la construcción de vivienda propia para las mujeres que hacían parte del Programa, basándose en la idea de que junto a la estabilidad laboral, la generación de ingresos y el ahorro, tener una casa propia aportaría al fortalecimiento de su responsabilidad, compromiso, autonomía y autoestima. Así mismo, a través del Plan se realizaba un trabajo con el grupo familiar de las mujeres, dado que las casas construidas terminaban siendo habitadas por abuelas, primas, hermanas, mientras se asumía que una mujer con vivienda propia nunca más retornaría a la calle y generaría las condiciones necesarias para que sus hijas e hijos tampoco lo hicieran. Al finalizar el programa pedagógico-productivo aquí descrito, noventa y siete mujeres contaban con su casa propia: “me entregaron el lote en el 2006. Sentí una emoción inmensa. Después de haber sido una viciosa, de estar en la calle, saber que esto era mío; fue una experiencia increíble”89. Sin embargo, vale la pena preguntarse si en el largo plazo se lograron los propósitos antes señalados, sobre todo cuando las educadoras que lideraron el Programa comentan que algunas de las mujeres con las que trabajaron han perdido su vivienda, o que hoy en día varios de los niños y niñas que vivieron en Bosconia asisten a las Unidades del Idipron. Al entender que la casa es un espacio de orden y de protección, las políticas institucionales del Idipron para las mujeres en situación de calle se han enfocado, en gran medida, en que ellas retornen a sus hogares, es decir, a espacios donde se supone deben estar pero de los cuales, por diversas razones, fueron expulsadas. Mientras tanto, las calles bogotanas suelen asociarse con el peligro, la delincuencia, la fuerza y la violencia, entre otros atributos culturalmente otorgados a lo masculino. La calle, entonces, 88 Reyes, E. Op. Cit. 89 Fragmento de entrevista. Participante del Programa. Noviembre de 2012.

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no se concibe como un territorio adecuado para las mujeres ni para lo femenino, no sólo por el rol que históricamente se les ha asignado a los hombres como dueños del espacio público, sino también porque se piensa que la calle obliga a las mujeres a masculinizarse como medida de protección; ejemplo de esto son las narraciones según las cuales las jóvenes optan por vestirse con ropa ancha cuando viven en la calle para así pasar desapercibidas y evitar los peligros a los que están expuestas en razón de su sexo. Al contrario, la casa, en tanto espacio privado, se asocia con lo femenino y remite a un universo controlado; por ello, y por una mirada machista, las violencias que allí tienen lugar a veces se ignoran o simplemente pasan desapercibidas, tal y como sucede cuando se pide a las mujeres que retornen a su casa a pesar de las violencias que han vivido y que las han hecho optar por la calle. ¿Será posible entender de otra manera la relación entre mujeres y calle?, ¿se podrá resignificar la división entre lo público y lo privado para visualizar cómo las mujeres se apropian de los territorios que habitan, incluyendo la calle? La identidad de las mujeres, entre ellas quienes habitan la calle, se ha construido sobre valores asociados a lo femenino como el cuidado, la delicadeza, la dependencia y la sumisión, y en relación con el mundo doméstico que la sociedad les ha asignado para que cumplan su rol como pilares de la familia y como cuidadoras. Sin embargo, el Idipron tiene el reto de reflexionar profundamente sobre las anteriores y demás dinámicas de dominación para no multiplicarlas en sus programas institucionales. La primera casa del Programa de Atención Múltiple para Niñas y Jóvenes de Bosconia se construyó en 1995 en Cazucá, localidad de Ciudad Bolívar al sur de la ciudad, y se le adjudicó a la más antigua de las mujeres de la Cooperativa, quien invirtió en ella los ahorros de casi tres años de trabajo continuo. Siempre se buscó que las casas que se iban construyendo quedaran cercanas entre sí para que las mujeres siguieran sintiendo el apoyo del grupo. Como se trataba de que ellas desarrollaran sus nuevos proyectos de vida, en ocasiones el Instituto tomó la decisión de mantener en reserva sus pasados para que no fueran estigmatizadas por las comunidades receptoras; mientras tanto, las hijas e hijos de las nuevas propietarias eran integrados en las escuelas y jardines del respectivo sector90. En el 2005 la Caja de Vivienda Popular legalizó los predios en los que se construyeron las primeras casas del Programa, dotándolas de servicios públicos y luego en el 2010 aportó otros lotes para iniciar nuevas construcciones. Este fue, según las educadoras, el momento de mayor esplendor del proceso. Cuentan las educadoras que cuando las mujeres del Programa lograban ahorrar un millón de pesos se compraban un lote y luego, con lo que se tuviera a la mano, se levantaban las primeras paredes. Después se hacía una minga para entregar los muebles y enseres que se habían comprado con el dinero restante, es decir, con el que había sobrado luego de construir la casa. Cada mujer iba con una educadora a comprar sus cosas, pero nadie le decía qué debía escoger porque se buscaba que ella sintiera que todo le 90 Reyes, E. Op. Cit.

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pertenecía. La vivienda básica constaba de una habitación grande, un baño en obra negra y una cocina también en obra negra; después, la ingeniera del Idipron diseñaba el resto de la casa con la propietaria, quien seguía ahorrando para llevar el nuevo proyecto a cabo. Un cuarto para el bebé, un segundo piso para arrendarlo, una sala amplia e iluminada, entre otras opciones, se lograban después de seis meses de haber recibido lo básico. Acorde con los principios solidarios que guiaban el proceso, se contaba con un fondo común creado a través del reciclaje de los periódicos que no eran vendidos, con este dinero se apoyaba a quienes estaban diseñando o construyendo su casa y se equilibraban las cuentas de ahorros, dado que mientras que algunas mujeres vendían 20 periódicos diarios otras tan sólo lograban vender cinco. En el 2010, luego de más de 15 años de haber establecido el convenio con El Tiempo y de casi 30 años de trabajo con mujeres, jóvenes y niñas, el Programa fue finalizado. El equipo de educadoras y sus participantes fueron informadas de que su edad superaba los límites definidos para ser atendidas por parte de la entidad, algunas casas se quedaron en obra negra y diez de las mujeres que hacían parte de la Cooperativa no lograron cumplir su proyecto de vivienda. El Programa, además, se volvió invisible en la entidad. Por ello, hoy es importante otorgarle un nuevo lugar a este proceso, valorando el hecho de que las educadoras que lo lideraron fueron capaces de abandonar la frialdad burocrática para construir lazos de confianza y afectos con las mujeres con quienes trabajaron. En este sentido, estas memorias invitan a reflexionar si un determinado proyecto pedagógico responde a las prioridades de las niñas y jóvenes que habitan la calle o, más bien, se ajusta a las prioridades administrativas de la institución. “Algunos educadores aún piensan que están ayudando a salvar a un grupo de ovejas descarriadas, desconociendo que vivir en la calle es resultado de procesos de segregación de largo aliento. Otros, en cambio, tienen actitudes comprometidas que buscan acercar a quienes habitan la calle a nuevas perspectivas pedagógicas y de vida. En todo caso, no se trata de volver a integrar a las jóvenes a la misma sociedad que las expulsó. Tampoco de aceptar como normal la habitabilidad de calle. Y mucho menos de almas bondadosas caídas como ángeles del cielo. Sólo queda construir un proyecto societal no segregacionista, humano y solidario”. (Diario de Campo. Equipo de investigación. Enero de 2013) Una apuesta pedagógica por la transformación social gana potencia si da cuenta de los sueños y expectativas de vida de cada persona, sin darlas por hecho y sin desecharlas antes de haberlas conocido. Tomar la decisión de creer y confiar en las niñas y jóvenes y apoyarlas en las decisiones que le dan sentido a sus vidas, implica impugnar los discursos según los cuales ellas carecen de proyectos o han hecho del vivir en la calle su única alternativa. Quizás motivar la construcción de una casa propia no sea prioritario en los actuales lineamientos del Idipron, pero soñar con otro mundo posible y hacerlo realidad parte de contar con un espacio donde las mujeres puedan emprender sus propios caminos, sintiéndose libres y autónomas.

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La necesidad fundamental de fortalecer el enfoque de género Históricamente, la mayoría de las casas y programas del Idipron enfocaron sus acciones en niños y jóvenes hombres, mientras se fueron invisibilizando las experiencias que objetaron ese orden establecido. Esto se fue naturalizando en la cotidianidad institucional a tal punto que en pocas ocasiones se planteaban cuestionamientos al respeto, dejando al descubierto una mirada androcéntrica sobre la ciudad en la que lo masculino se universalizó relegando a lo femenino a un estatus de otredad. ¿Qué pasaría si se miraran desde otra perspectiva las experiencias de las mujeres?, ¿se seguiría afirmando, como solía hacerse, que en el Idipron no se ha trabajado con mujeres?, o, más bien, ¿se aceptaría el hecho de que, aún al margen, las mujeres pueden apropiarse de las pocas pero valiosas experiencias que se les permiten para pensarse de otro modo?. Para lograr esas otras miradas, el Idipron debe afrontar varios retos. Uno de ellos es el hecho de que las políticas para la equidad de género siguen siendo marginales en la mayoría de las entidades estatales porque no se han logrado afianzar, en la cotidianidad, enfoques que desde esta perspectiva cuestionen la formulación e implementación de acciones y programas, así como un orden social de subordinación y dominación sobre las mujeres. Esto guarda estrecha relación con una planeación pública que aún no diferencia entre mujeres y hombres, asignando los recursos públicos a ejecutar sin tener en cuenta particularidades, y midiendo las metas institucionales con indicadores que homogenizan e invisibilizan ciertas subjetividades. Resulta necesario, entonces, que el Idipron se apropie de un enfoque de género que sea transversal a todas las estrategias de la entidad para abordar, de manera integral y contundente, las relaciones inequitativas de poder existentes entre mujeres y hombres, así como las consecuentes discriminaciones y violencias. Al menos tres asuntos son centrales en este camino: primero, una reflexión sobre las masculinidades que permita entender una cercanía de los hombres con el cuidado, las emociones y los afectos, teniendo en cuenta que se trata de formar otros sujetos y relaciones de solidaridad. Segundo, el reconocimiento de la pluralidad humana para garantizar que las diferencias sean igualmente visibles en las políticas, prácticas y discursos institucionales. Y tercero, el cuestionamiento de los mecanismos a través de los cuales operan divisiones jerárquicas como mayor/menor y chica buena/chica mala, así como de sus efectos en la segregación de ciertas sujetas y subjetividades; así se podrían superar ciertas dinámicas que privilegian el trabajo con una personas y no con otras para caminar hacia la construcción de proyectos colectivos amplios en los que quepan todas.

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Habitante de calle es una categoría que invisibiliza a quienes con ella son etiquetados y etiquetadas, haciendo olvidar que se trata de mujeres y de hombres, de niños y de jóvenes, de madres y de padres; por ello, pareciera que no les atañen el conjunto de políticas públicas que rigen las acciones de las entidades en la ciudad, a menos que éstas tengan explícita tal etiqueta. Así, aunque la preocupación por el reconocimiento y el ejercicio de las ciudadanías juveniles se ha afianzado en Bogotá movilizando diferentes escenarios de participación, debate y transformación, la mirada estatal frente a las y los jóvenes que habitan la calle sigue siendo asistencialista, así como limitada su incidencia (la de ellas y ellos) en la definición de políticas y de proyectos públicos. Esto, en el marco de discursos que sostienen la idea de que quienes habitan la calle carecen de proyectos de vida y, en consecuencia, también de un interés por hacer parte de proyectos colectivos y políticos más amplios. ¿Cómo superar estas estigmatizaciones para garantizar el ejercicio efectivo de las ciudadanías de quienes habitan la calle, específicamente de las mujeres?, ¿cuáles estrategias y metodologías puede implementar el Idipron para transformar estas realidades, escuchando con atención a todas y todos los jóvenes de la ciudad?. Retos para la ciudad, retos para el Idipron.

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Bibliografía Fuller, N. (1995). En torno a la polaridad Marianismo-Machismo. En Género e Identidad Ensayos sobre lo femenino y lo masculino. Bogotá D.C: Tercer Mundo Editores. Ospina, J. y Palacios, C. (2011) Superando el asistencialismo: la economía social como horizonte de política social en Colombia. Pontificia Universidad Javeriana. Trabajo de Grado. Platero, R. (2002). Una mirada sobre la interseccionalidad, la construcción del género y la sexualidad en las políticas de igualdad centrales, de Andalucía, Cataluña, Madrid y País Vasco. V Programa Marco de Investigación de la Unión Europea, MAGEEQ. Ramos, L., Ortiz, J., y Nieto, C. (2009). V censo de habitantes de la calle en Bogotá, 2007: informe de resultados. Bogotá: Instituto Distrital para la protección de la Niñez y la Juventud IDIPRON, Alcaldía Mayor de Bogotá. Reyes, E. (2001) La educación y el trabajo como proceso de reinserción social de mujeres jóvenes de la calle del Cartucho de Bogotá. Universidad Distrital. Trabajo de Grado.

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La Experiencia Danubio: aprendizajes para pilotear el trabajo en el territorio La Experiencia Danubio fue un proceso de investigación y de intervención territorial desarrollado en el Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud, Idipron, durante el 2011 y el 2012, con el propósito de trabajar con hombres jóvenes, primero, y luego también con mujeres jóvenes, en sus espacios cotidianos. Se llama Danubio porque se ubicó en la Unidad de Planeamiento Zonal (UPZ) de la localidad de Usme que lleva este mismo nombre y que se encuentra al sur de Bogotá, y aquí se narra como experiencia para enfatizar su carácter productor de memorias y subjetividades. En este marco, se trata de darle historicidad a esa apuesta de territorialización institucional reconociendo que con ella se produjo conocimiento sobre sujetos que antes no existían en los límites discursivos del Instituto. La Experiencia Danubio fue invisibilizada y subestimada durante mucho tiempo porque desde su inicio planteó una ruptura con la forma de acción tradicional del Idipron, la cual había estado históricamente enfocada en las casas o Unidades de Protección Integral (UPI). De hecho, aunque la calle siempre ha sido fundamental en las prácticas institucionales, las acciones allí desarrolladas se habían considerado como un punto intermedio en el trabajo, es decir, como el paso previo al proceso que se ponía en marcha en las casas; así entendida, la calle se había asumido como un espacio del cual las y los jóvenes debían salir, y no como un territorio que en sí mismo se debe intervenir y transformar garantizando los derechos. En este marco, trabajar fuera de las fronteras establecidas por las UPI se percibió como un riesgo para el proyecto pedagógico vigente en ese momento, especialmente porque implicaba una crítica interna mayor: el Instituto no podía seguir devolviendo a las personas, luego de varios años en internados o externados, a contextos sociales con las mismas condiciones de pobreza, exclusión y segregación. La narración de esta Experiencia es la visibilización de una lucha incansable por parte de las y los jóvenes por transformar sus condiciones de vida, fracturando imaginarios existentes que los subvaloran y mostrando, con sus sueños, proyectos y expectativas, que las difíciles situaciones en las que viven no los convierten en individuos sin esperanza. Se trata de una lucha por el reconocimiento que enseña que las pequeñas conquistas pueden generar procesos profundos, aunque sea imposible medirlos a través de las estadísticas que tanto reclaman las entidades públicas, y que son las y los jóvenes quienes deben gestar, reclamar y defender sus propios procesos en los territorios. Para recorrer este camino se han recogido múltiples historias llamadas “momentos”, a modo de puntos de reflexión que hoy le hablan en voz alta al proyecto ético y pedagógico del Idipron.

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Lo que se rompe y lo que persiste La Experiencia Danubio se inició en un momento en el que se estaba replanteando el trabajo del Instituto con los jóvenes trapecistas91, dada la alta deserción presentada en las Unidades y la necesidad de cumplir la meta de 6000 a jóvenes pandilleros atendidos para evitarla disminución del presupuesto de la entidad. El proyecto se formuló para trabajar con jóvenes vinculados a parches y pandillas en sus propios territorios, y se ubicó en la localidad de Usme porque allí el Instituto contaba con los contactos comunitarios e institucionales necesarios. Como se trataba de hacer presencia permanente en los territorios y no de llegar solamente para encontrar jóvenes que ingresaran a las UPI, desde el inicio la Experiencia generó rupturas internas, más aún cuando al Equipo de Búsqueda Activa92, que hasta entonces era el encargado del trabajo en los barrios, se le medía su rendimiento de acuerdo a una meta de ingreso de 20 jóvenes mensuales. Por ello, acordar con ellos el modo de operación del proyecto en Danubio fue el primer obstáculo, en medio de pugnas en las que prevaleció lo administrativo sobre lo pedagógico, en tanto se priorizaron discusiones sobre los objetos contractuales del equipo y el cumplimiento de las metas distritales. En este marco, algunas personas recuerdan largas reuniones sin conclusiones claras ni definitivas sobre el devenir de la Experiencia, que fueron generando tensiones entre las personas que a ellas asistían y enfrentando a los coordinadores de las diferentes dependencias del Instituto. Algunas de las preguntas que allí se planteaban eran: ¿cómo se van a tramitar las metas?, ¿quién va a supervisar las actividades en el territorio?, ¿este nuevo grupo dependerá de Investigación o de Búsqueda Activa?, ¿por qué tengo que ceder personas a mi cargo para una propuesta que no mejora las metas de mi plan de acción?, ¿cuánto tiempo va a durar este pilotaje?, ¿cómo se beneficia la UPI con un proyecto que no hace parte de su área de trabajo?. No se discutían temáticas concernientes a los territorios, a las y los jóvenes ni mucho menos al aprendizaje que la Experiencia le podría aportar al Instituto. Al contrario, en ocasiones se descalificaba la propuesta y se afirmaba que no aportaba nada nuevo al proceso del Idipron. Recrear estas discusiones demanda varias reflexiones para el proyecto pedagógico actual. La más 91 El perfil de trapecista que operaba en el Idipron para focalizar a su población era: jóvenes entre los 14 y 26 años con deserción escolar, alta permanencia en calle, consumo de drogas y, en ocasiones, inscritos en prácticas delictivas. Sobra decir que se trataba de un perfil definido para encontrar hombres en los territorios y que desconocía las especificidades de las mujeres que los habitan. 92 En ese momento Búsqueda Activa era el componente de trabajo del Idipron encargado del ejercicio de focalización, es decir, de encontrar en los barrios de la ciudad a niñas, niños y jóvenes en situación de y en calle. Estaba dividido en dos grupos: el primero se encargaba de buscar y remitir a habitantes de calle a las UPI, así como a niñas y niños en condiciones de vulnerabilidad o fragilidad social a los internados dentro y fuera de la ciudad; el segundo grupo trabajaba con jóvenes trapecistas entre los 14 y 26 años con el fin de remitirlos a las UPI modalidad externado. Ambos equipos estaban conformados, mayoritariamente, por egresados del Programa. La figura del egresado era importante en este Componente porque se suponía que, por haber vivido en la calle, ellas y ellos podían acercarse con mayor facilidad a la población con la que trabaja el Instituto. Además, durante la dirección de Javier de Nicoló fue importante vincular a los egresados como “operadores callejeros”, como una estrategia que apoyaba la construcción de sus proyectos de vida y a su inclusión en la sociedad.

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importante es que siempre deben primar las problemáticas e intereses de las niñas, niños y jóvenes que habitan la ciudad; por ello, la selección de un territorio específico no puede estar mediada por intereses burocráticos, ni atender a metas que sólo benefician a funcionarios y a contratistas. Así mismo, es clave entender que las pugnas entre las dependencias del Instituto sólo retrasan y obstaculizan los procesos, y la importancia de articular los distintos procesos de la entidad para fortalecer el proyecto institucional como una apuesta compartida. Es posible que la pregunta inicial que guía el trabajo en el territorio se modifique a medida que se conocen los barrios, las esquinas, sus historias, sus cotidianidades y, sobre todo, su gente; nada está dado desde el principio y mantener abierta la capacidad de sorpresa es clave para atender realmente las dinámicas propias de cada escenario.

El caminar...el parchar Históricamente, el equipo de Búsqueda Activa se había caracterizado por su caminar incansable y por contar con egresados del Programa del Idipron a quienes se les reconocía que podían llegar sin problema a los barrios de la ciudad porque conocían la dinámica callejera. No obstante, uno de los puntos críticos en su trabajo era que a veces se perdía la capacidad de asombro y se normalizaba lo que se vivía y veía a diario; así que la Experiencia Danubio propuso metodologías de investigación reflexivas, como la observación participante y la etnografía, que permitieran mantener una mirada crítica durante todo el proceso. Se esperaba, además, que tal implementación operara como un ejercicio de formación en investigación a las y los facilitadores de calle del equipo de Búsqueda Activa, teniendo en cuenta que para varios de ellos el trabajo investigativo no era importante en tanto se consideraba poco activo y efectivo. Para empezar a caminar (que fue la metodología apropiada del trabajo de Búsqueda Activa), el equipo de ocho personas que lideraba la Experiencia se organizó en cuatro parejas, dividiéndose equitativamente los 26 barrios que conformaban el territorio inicialmente delimitado; en este grupo se encontraban tanto facilitadores del grupo de Búsqueda Activa como investigadoras e investigadores contratados para poner en marcha este proyecto. Con cuaderno en mano, sus integrantes iban anotando direcciones, teléfonos de contacto, lugares visitados y observaciones particulares; esta primera información se sistematizó para mapear los equipamientos disponibles en el territorio y ubicar los sitios de encuentro de los jóvenes vinculados a los parches y a las pandillas que le interesaban al Instituto. Inicialmente se buscaba a hombres entre los 14 y 26 años, desconociendo a las jóvenes y ni siquiera visibilizando este vacío como pregunta de investigación. Dos situaciones establecieron esta marca: por un lado, que el equipo de Búsqueda Activa no solía enfocar su atención en las mujeres; y, por otro lado, que la Experiencia Danubio fuera una respuesta institucional ante la deserción de los jóvenes trapecistas

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de las Unidades del Idipron, las cuales en su mayoría eran masculinas. Así las cosas, nunca se habló de la deserción de las jóvenes trapecistas, ni se las reconoció como integrantes activas de los parches y las pandillas. Sin una discusión profunda, el proceso empezó a desarrollar la Operación Amistad93 para conocer a los jóvenes con los que se iba a trabajar y para establecer lazos de confianza con ellos. Entonces, se realizaron recorridos nocturnos con chocolate y agua de panela que eran brindados a quienes se encontraban parchando en los parques y en las esquinas; también se jugaba microfútbol con ellos, y se conversaba sobre el ambiente barrial y el Idipron. Con el tiempo, la mayoría de la acciones del equipo se empezaron a realizar de día y a modo de actividades sorpresa, es decir, sin haber coordinado una cita previa con los jóvenes; esto obedecía a la necesidad inmediata de aprovechar los momentos y los lugares en los que ellos se encontraban reunidos. Para lograrlo, se procuraba recorrer los territorios en diferentes horas y días de la semana, organizando un cronograma general que facilitara la llegada del equipo justo cuando ellos estaban parchando. En esos primeros encuentros se descubrió que la mayoría de jóvenes ya conocían al Instituto, pues alguna vez habían estado internados en las casas de Acandí y el Tuparro94, o habían asistido a algún externado, pero habían decidido no regresar porque se habían aburrido de la rutina, porque su trabajo y obligaciones personales no les permitían ir todos los días, porque se habían sentido maltratados, o porque tenían amigos o familiares de referencia a quienes, en general, no les gustaban estos espacios. En consecuencia, ninguno quería que ser invitado a una Unidad, pero cuando se les hablaba de la intención del Instituto de permanecer en el territorio para apoyar las actividades que a ellos les interesaran, manifestaban su apoyo. No obstante, también a veces los parches95 se dispersaban o los jóvenes se cambiaban de acera cuando el equipo llegaba o cuando lo veían subiendo la loma, quizás porque esperaban que los cuchos96 los invitaran otra vez a los patios97 y les hicieran terapia98 si no huían rápido.

93 La Operación Amistad es el proceso de acercamiento a la población y desde el inicio del Idipron se definió como el primer paso del proceso pedagógico. Sus actividades principales eran: abordaje del territorio, visita a los grupos, ofrecimiento de meriendas, programación de chocolatadas, eventos deportivos y salidas lúdicas, e invitación a conocer una UPI. El Equipo de Búsqueda Activa fue durante mucho tiempo el guardián de las metodologías de trabajo heredadas de la primerísima Operación Amistad. 94 Las casas de Acandí y El Tuparro eran casas del Idipron ubicadas en dos zonas del país que tienen el mismo nombre y, por estar bastante alejadas de Bogotá, solían recibir a jóvenes que estaban empezando su proceso en el Programa. 95 Expresión que hace referencia a un grupo de jóvenes. 96 Expresión que significa adultos. 97 Forma en la que se denomina en los barrios a los externados del Idipron. 98 Expresión que hace referencia a hablar mucho.

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En este escenario, un elemento importante de análisis es el uso del chaleco institucional del Idipron por parte de las personas que trabajan en los territorios. En el caso del equipo de la Experiencia Danubio, mientras que quienes venían de Búsqueda Activa tenían la obligación de usarlo siempre, las y los investigadores podían hacerlo cuando quisieran. La actitud de los jóvenes era diferente si se portaba o no el chaleco; en algunos generaba desconfianza quien no lo llevara porque dudaban de su vínculo con el Instituto, mientras que otros, por el contrario, lo percibían como un elemento de protección frente a la policía y otros jóvenes. Estas relaciones construidas alrededor de una prenda permiten preguntar si hoy es indispensable el uso del chaleco en los territorios y cuáles son los efectos de hacerlo, especialmente teniendo en cuenta que éste no sólo instaura una identificación institucional, sino que también pone en juego otras representaciones. En el proceso aquí descrito nunca le sucedió algo negativo a los integrantes del equipo por no usar el chaleco institucional; además, eso permitió una relación horizontal entre el equipo de trabajo y los jóvenes, logrando que el Idipron fuera visto como un vecino más y no como un visitante externo y entrometido. En el marco de la Experiencia Danubio, parchar con los jóvenes permitió que los parques y las esquinas se transformaran en lugares de escucha, de catarsis, de narración y de reconocimiento en los que ellos tenían el protagonismo. Allí el equipo del Instituto fue aprendiendo y negociando los términos del proceso, mientras que a través de rap, dibujos, mapas, grafittis, almuerzos, fotos, largas charlas y muchas historias narradas en la calle, fue identificando las potencialidades de cada una de las personas con quienes trabajaba y visibilizándolas como actores de cambio.

Des-cubriendo a las “otras” Como se planteó antes, la mirada inicial del proyecto fue androcéntrica y, dado que se pensaba que los parches y las pandillas sólo existen como experiencia masculina, también se negaba la posibilidad de encontrar a las mujeres jóvenes. Pero la Experiencia Danubio no habría tomado el rumbo que tomó si no hubiera des-cubierto a las mujeres que habitan estos territorios. Al principio, cuando ellas se empezaron a interesar en las actividades desarrolladas, el equipo las rechazaba esgrimiendo que no tenían el perfil del Idipron que interesaba, es decir, el de trapecistas. Esta afirmación, además, se hacía negando la posibilidad de que ellas fueran integrantes activas y autónomas en sus grupos, así que se les referenciaba como la novia de, o la amiga de, o la compañera de, o la hermana de. Siempre de un hombre. La mayoría de mujeres que se finalmente se unieron al proceso eran recicladoras o integrantes de familias de recicladores que trabajaban en el norte de Bogotá. Ellas dieron razones poderosas para continuar con el trabajo: querían estudiar, capacitarse laboralmente, conformar una cooperativa de mujeres y brindarle mejores condiciones de vida a sus hijas e hijos. Fue así como la Experiencia empezó a reconocer sus particularidades, teniendo en cuenta en las acciones desarrolladas su papel como cuidadoras, sus labores económicas, sus formas de expresión, su lugar en el espacio público y sus roles en las relaciones de pareja. El foco se desenfocó y la Experiencia se nutrió con

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miradas y voces femeninas que hablaban en voz alta exigiendo respuestas diferenciadas por parte de la entidad, cuestionando la falta de atención institucional hacia ellas y el hecho de que no pudieran acceder a los servicios ofrecidos por ser mujeres y madres responsables de un hogar. En este escenario, también se propusieron alternativas de trabajo que respondían a sus cotidianidades; por ejemplo, en el reciclaje que realizaban se encontraban pinturas, chaquiras, porcelanicrón, vaselina y otros insumos que luego se utilizaban en los talleres. Esta ruptura en el proceso promovió preguntas relacionadas con la atención a las jóvenes y con la forma de abordarlas en la ciudad. En este sentido, una de las enseñanzas que deja esta experiencia es que la acción del Instituto no debe enfocarse en poblaciones específicas, sino en las dinámicas mismas de los territorios. Por ejemplo, aunque se llegó a Danubio con la idea de trabajar con hombres jóvenes vinculados a parches y a pandillas, en el caminar y en el parchar fueron apareciendo diversos actores que complejizaron la mirada y el abordaje. El trabajo poco a poco se fue extendiendo para incluir las relaciones de las y los jóvenes con sus vecinos, sus familias y sus amigos. Al igual que lo hicieron las mujeres en su momento, los niños y las niñas que jugaban en los parques y que empezaban a socializar con los jóvenes, empezaron a solicitar participación en las actividades del proyecto. Pero la Experiencia Danubio nunca contempló la aparición de la niñez en el escenario, ni tampoco estrategias para trabajar con las familias; por ello, los más pequeños fueron actores invisibles durante la mayor parte del tiempo. Estas reflexiones proponen la importancia de abrir la mirada y de mapear a todos los actores de los territorios, sobre todo sus interacciones, sin enfocarse únicamente en la cartografía física de los espacios.

Pensando metodologías e instrumentos Los diarios de campo fueron la principal herramienta empleada desde el inicio de la Experiencia Danubio. Éstos eran descriptivos e incluían las conversaciones que se establecían con quienes eran contactados, con el fin de registrar las percepciones y los imaginarios existentes en el territorio. Las conversaciones informales también fueron centrales en el proceso. Al principio, al grupo de investigadoras e investigadores le era más fácil establecer relaciones con las instituciones y con la comunidad, mientras que los facilitadores de Búsqueda Activa llegaban directamente a los jóvenes porque ya los conocían o porque el uso del chaleco institucional les permitía acercarse y hablarles con mayor confianza. A veces el equipo intentaba que las conversaciones con los jóvenes fueran grupales, mientras que en otras ocasiones terminaba inmerso en charlas individuales de acuerdo a los temas que iban apareciendo. Como existían barreras simbólicas y lingüísticas que distanciaban al equipo de los jóvenes del territorio, en algunas situaciones se hacía necesario explicar qué estaba diciendo o pedirle a ellos que hicieran lo mismo. A los jóvenes les gustaba grabar sus voces y emocionados preguntaban; ¿puedo decir lo que

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quiera?; la respuesta del equipo siempre fue sí porque se trataba, precisamente, de reconocer su palabra y de escuchar sus voces. Cuando eran invitados a las reuniones de trabajo, ellos participaban con ánimo en las discusiones y siempre hacían propuestas para mejorar el proceso en su territorio. Pero eso no era suficiente. El reconocimiento que el equipo quería otorgarles y que ellos exigían tenía que trascender sus territorios para entrar en las oficinas del Idipron. Y se hizo: al finalizar el 2011 los jóvenes de la Experiencia Danubio expusieron sus problemáticas, intereses y propuestas ante las directivas del Instituto, aunque sin mucho eco, dada la poca importancia que se le otorgaba a este proyecto. También se realizaron varios grupos focales sobre familia, drogas, afecto, escuela, salud y deporte. En los recuerdos de algunos integrantes del equipo persiste especialmente uno que se desarrolló en el parque del barrio Danubio Azul, mientras los jóvenes fumaban marihuana; durante más de una hora sus integrantes fueron fumadores pasivos e incluso algunos decían que sentían grandes las manos, los pies y los labios. Es importante reflexionar sobre los límites que debe tener una apuesta pedagógica que opta por involucrarse en el contexto y en sus dinámicas, aceptando negociar sus fundamentos con las y los jóvenes sin imponerles ideas, sin ejercicios de control y motivando una indagación por los asuntos profundos de sus vidas. En la situación anotada, lo que se hizo fue preguntar por aquello que en ese momento particular los llevó a consumir drogas y por lo que querían narrar en ese momento de excitación. Esto hacía parte conocer y respetar los espacios de confianza que los jóvenes le habían abierto al Idipron. Otro instrumento al que se recurrió fue una encuesta sobre generación de ingresos para conocer las principales actividades económicas de las y los jóvenes del territorio, sus formas de invertir el dinero y lo que les motivaba a iniciar sus propios negocios. Uno de los principales hallazgos fue la manera en que se invierten los recursos obtenidos de manera tanto legal como ilegal; por ejemplo, las farras99, las drogas y el alcohol se sostenían con dinero obtenido a través de robos, mientras que la comida, las medicinas, el vestuario y la vivienda se cubrían con dinero que conseguían reciclando, trabajando en locales comerciales en el centro de la ciudad o empleándose en la construcción, el servicio doméstico, y la venta de frutas y verduras. Igualmente, se encontró que ellas y ellos consideraban que salir de sus hogares a conseguir dinero (incluso robando) siempre era una forma de trabajo. El proceso fue individualizado y permitió conocer el nombre de cada una de las personas con las que se trabajó, así como sus historias, proyectos, decepciones y potencialidades. Esto no se logró por la aplicación de ciertos instrumentos, sino por el encuentro cotidiano, por ese compartir que hacía posible intercambiar saberes y proponer transformaciones. Pero se necesitaba aprender cómo hacerlo y esto requería adentrarse en la personalidad de cada quien. Ese era el reto pedagógico: realizar un taller de manillas para tejer la historia; uno de macramé para fortalecer la perseverancia; uno de porcelanicrón para moldear las ideas; 99 Expresión que significa fiestas.

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uno con material reciclado para afianzar la importancia de cuidar el medio ambiente. No eran los talleres en sí mismos los que importaban porque mientras se transformaban los materiales, también cambiaban los estados de ánimo, las rutinas y las esperanzas. Se trataba, más bien, de hacer horizontales las relaciones entre hombres y mujeres (que en el parche y la familia eran desiguales), de visibilizar las problemáticas e historias comunes de las que nunca se hablaba, de opinar sobre las diferentes alternativas ante las situaciones difíciles y de reforzar los lazos de solidaridad presentes en los grupos. No obstante lo anterior, los instrumentos usados se quedaron cortos frente la posibilidad de impulsar acciones pedagógicas. Por ejemplo, la interpretación que se le dio a los relatos construidos estuvo mediada por una visión adulto-céntrica ya que eran los integrantes del equipo del Idipron quienes, a partir de lo conversado y narrado, decidían qué era lo mejor para las y los jóvenes que habitaban el territorio. El proceso fue así perdiendo el carácter participativo y la posibilidad de construir nuevas alternativas de vida.

Una profunda y permanente preocupación por los ingresos A pesar de todas las actividades desarrolladas, las y los jóvenes no dejaban de manifestar su urgencia por conseguir dinero. Y no es sólo que tuvieran obligaciones o responsabilidades en sus casas, era innegable; también es que en este sistema, el mismo que les excluye socialmente, consumir es uno de los medios más efectivos para satisfacer sus deseos y para hacerlo necesitaban dinero. Una primera oportunidad para generar ingresos desde las acciones del Idipron se presentó en el 2011 con el proyecto ‘Creciendo en mi territorio’, mediante el cual, en convenio con el Servicio Nacional de Aprendizaje, SENA, se realizó un proceso de formación empresarial, y se brindó a las y los participantes un salario mensual durante tres meses. En este proceso se inscribieron 21 personas del territorio junto a otras 200 provenientes de las UPI del Instituto y las jóvenes de la Experiencia Danubio fueron las únicas mujeres que se graduaron. El trabajo en el territorio continuó y con cinco de las jóvenes graduadas se inició el Fondo Crecer, con el propósito de visibilizarlas como recreacionistas de niñas y niños ante sus comunidades. Al comienzo cada una de las participantes aportó una cuota mínima de dinero y al final, luego de hacer rifas, vender productos navideños y realizar una fiesta, cada una se despidió con diez veces lo inicialmente invertido. Los educadores también aportaron dinero para fortalecer el capital semilla y cuando el fondo se disolvió éste fue empleado para la compra de materiales e insumos para los talleres y demás actividades territoriales. No obstante, este proceso experimentó varios inconvenientes relacionados con los incumplimientos de

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algunas de sus integrantes; por ejemplo, tres jóvenes no entregaron al colectivo todo el dinero recaudado por la venta de productos, ni asistieron a las reuniones convocadas para rendir cuentas, lo cual impidió la toma de decisiones conjuntas. Con el paso de los meses de deuda se fueron afectando las buenas relaciones entre las integrantes. Estas situaciones se presentaron por varias razones: primero, nunca se contempló la necesidad de las jóvenes de retirar poco a poco sus ganancias para ir cubriendo emergencias cotidianas; segundo, tampoco se establecieron roles organizativos específicos, ni se redactó un reglamento de funcionamiento; y tercero, los profesionales que lo apoyaron no contaban con herramientas suficientes ni con los conocimientos requeridos para mantenerlo. Por lo tanto, es importante que los procesos pedagógicos gestionados en los territorios por parte del Idipron incluyan dentro de sus apuestas una formación especializada que permita la consolidación de procesos productivos autónomos. No se trata de hacer de todas y todos grandes emprendedores y microempresarios; al contrario, lo que se propone son procesos de formación que les permitan a ellas y a ellos decidir a qué apostarle. En febrero de 2012 también se logró la vinculación de nueve personas del territorio a un convenio del Fondo de Vigilancia y Seguridad con empresas privadas. Esta oportunidad fue importante para jóvenes que soñaban con estudiar en el SENA después de haber terminado su bachillerato y que aún no lo habían logrado; además, recibir una remuneración mientras se estudiaba era una buena estrategia para evitar la deserción. La última vinculación laboral que el equipo logró fue al programa ‘Misión Bogotá’ del Instituto para la Economía Social (IPES), pues en septiembre de 2012 se vincularon dos mujeres jóvenes y madres. Dentro de las experiencias de generación de ingresos también vale la pena hablar de dos jóvenes que luego de retomar sus estudios de bachillerato y participar en los talleres de macramé y mostacilla del Idipron, crearon una negocio de venta de artesanías con un capital inicial de 26.000 pesos; ellos tuvieron la disciplina suficiente para mantener su capital inicial, además de promocionar su arte con vecinos y amigos. Otra de las historias para contar hace referencia a dos fondos de ahorro y crédito impulsados por mujeres recicladoras de los barrios Fiscala Daza y Fiscala Invasión, quienes decidieron en junio de 2012 iniciar un ahorro programado para la conformación de una banca comunitaria, como respuesta a la falta de oportunidades que brinda el sector financiero a las personas en actividades económicas informales. Esta iniciativa recibió el apoyo de una organización con experiencia en el trabajo con comunidades de recicladores y del sector de la economía informal. Las jóvenes mostraron interés de conformar un grupo exclusivo de mujeres, quizás como una forma de luchar por la autonomía frente al manejo del dinero en sus hogares y de mejorar las condiciones de vida de sus hijos. Este proyecto les implicó pensar en qué invertir los recursos e incluso iniciar su propio negocio aprovechando el capital semilla que resultara de su juicioso

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ahorro; así mismo fortaleció los vínculos de confianza, amistad y solidaridad entre ellas. Junto con el entonces Componente de Emprendimiento y Empleabilidad del Instituto, en marzo de 2012 se logró desarrollar con el SENA un curso de ‘Identificación de ideas y formulación de planes de negocio’, que fue aprobado para veinte personas y cuyas clases se desarrollaron durante un mes en el territorio. Sin embargo, pese al interés de seis jóvenes por formular adecuadamente sus proyectos según los requisitos del SENA, fue nulo el apoyo que encontraron tanto en esa entidad como en el Idipron. Realmente el Instituto no contaba con una estrategia de trabajo para orientar estos casos, lo que llevó a que las iniciativas presentadas se quedaran plasmadas sólo en el papel, sin tan siquiera contar con un concepto técnico. Lo anterior desmotivó a sus proponentes e hizo que perdieran el interés en luchar por sus ideas de negocio. Todos los contactos que se consolidaron en la Experiencia Danubio para apoyar la generación de ingresos incluyeron capacitación y vinculación a empleos con ingresos iguales o inferiores al salario mínimo, lo cual llama la atención sobre la calidad de empleos a los que pueden acceder las y los jóvenes en condiciones de vulnerabilidad en la ciudad. Si la situación de la población juvenil de Bogotá es preocupante frente a las oportunidades para acceder a un trabajo decente, cuando se trata de las y los jóvenes de los barrios populares, el porcentaje de informalidad y desempleo aumenta drásticamente. También se debe recordar que históricamente los convenios liderados por el Componente de Emprendimiento y Empleabilidad del Instituto fueron dirigidos a los hombres, rezagando con ello a las mujeres. Además de este marcado sexismo, las acciones realizadas para generar ingresos se habían caracterizado por ofrecer trabajos poco cualificados y el Idipron había terminado proveyendo mano de obra barata a otras entidades distritales y a empresas privadas. La Experiencia Danubio también cayó en esta trampa, con la diferencia de que logró vincular laboralmente a más mujeres que hombres, pues ellas tendían a cumplir los requisitos de contratación, mientras que la principal dificultad de los jóvenes era la falta de libreta militar. El equipo de trabajo también brindó apoyo en la presentación de hojas de vida, entrevistas y pruebas psicotécnicas, a través de charlas que permitieron detectar las carencias y dificultades que tenían las y los jóvenes para acceder a un empleo formal; cómo ir vestidas a una entrevista de trabajo, cuáles son las posibles preguntas de los entrevistadores y en qué consisten las pruebas, fueron algunos de los puntos abordados.

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Entre talleres, carencias y sonrisas: los procesos de formación Uno de los procesos de formación desarrollados en la Experiencia Danubio fue la nivelación y aceleración de primaria hecha por primera vez en territorio desde el Idipron, con la cual se logró promocionar a 11 personas, en su mayoría jóvenes recicladoras y recicladores, quienes recibieron su certificación en básica primaria. El reto inicial fue que las y los participantes nivelaran toda su primaria en tres meses (octubre, noviembre y diciembre de 2012) y lo consiguieron. La graduación se llevó a cabo el 21 de diciembre. Ese día también recibieron una certificación en manualidades con materiales reciclados, proceso del cual luego obtuvieron ingresos económicos gracias a la venta de una decoración navideña a una empresa en Soacha, un municipio cercano a Bogotá. Estas jóvenes llegaban a los talleres y a sus clases de nivelación de primaria con sus bebés, coches, teteros, juguetes y cobijas. Otro aprendizaje: en territorio las personas no pueden ser entendidas por fuera de sus relaciones, actividades y responsabilidades cotidianas, lo que implica, por ejemplo, tener en cuenta que en muchas ocasiones las actividades propuestas para las mujeres jóvenes deben incluir a sus hijas e hijos. En esta sociedad en la que la responsabilidad del cuidado sigue estando en la cabeza y el cuerpo de las mujeres, así como, cada vez más, la tarea de generar ingresos para el mantenimiento de sus hogares. Visualizar estos cruces y complejidades de la vida diaria y de las subjetividades, debe ser un principio básico en la estrategia de gestión territorial del Instituto. Una de las apuestas iniciales de la Experiencia Danubio fue brindar materiales a los y las jóvenes para que transmitieran sus conocimiento a amigos y compañeros. En este marco, un joven manifestó su interés de capacitar a otros jóvenes en macramé; él siempre acompañaba los recorridos del equipo del Idipron y los demás jóvenes le decían “profe” porque ¡siempre tenía hilos y tijeras a la mano!. Otra joven se ofreció un día para dar clases de manicure, pero nunca se consiguieron los insumos requeridos para hacerlo. El graffitti también animó a algunos jóvenes, quienes dibujaron un boceto para pintar una de las paredes contigua al parque. Las iniciativas de ellos siempre fueron tenidas en cuenta por parte del equipo de investigación, pero poco apoyadas por las otras dependencias del Instituto; por ejemplo, en muchos casos la entrega de los materiales requeridos ocurría demasiado tarde, cuando las y los jóvenes ya se habían decepcionado o habían conseguido otros insumos a través de donaciones e incluso con sus propios recursos. Por otro lado, la prioridad que se le otorgaba en la entidad a la atención de los jóvenes de las Unidades frente a quienes hacían parte de la Experiencia Danubio se convirtió en un obstáculo para el fortalecimiento de los procesos en el territorio. Muchas veces no había materiales disponibles, ni transporte, ni refrigerios. De hecho, el equipo de trabajo fue poco a poco desintegrándose sin explicación alguna. Así mismo, las y los jóvenes que participaron en la Experiencia Danubio por casi dos años no existían en la base de datos del Instituto y, por ello, no eran oficialmente considerados como “beneficiarios” del programa.

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En relación con los procesos de formación, uno de los puntos de reflexión es la importancia de preguntar cuáles son los intereses y potencialidades de las y los jóvenes en los territorios, antes que decidir por ellos la oferta de formación que el Instituto debe suministrar. Esto es clave para contextualizar cada proceso, reconociendo y atendiendo las particularidades de los espacios y de sus habitantes, así como lo es el hecho de que sean ellas y ellos quienes lideren sus propios proyectos pedagógicos en tanto sujetos activos, transformadores, creativos y políticos.

Conflictos, fronteras simbólicas y muerte El territorio en el que se desarrolló la Experiencia Danubio ha sido visibilizad0 en la ciudad como una zona de extrema pobreza y de alta conflictividad, especialmente por parte de los medios de comunicación100. Al llegar al territorio y visualizar el confinamiento barrial establecido por las fronteras simbólicas que han sido marcadas por asesinatos de jóvenes, esa imagen parecía real. Los asesinatos, en su mayoría de hombres, eran justificados en las narraciones cotidianas como efecto de la vinculación de las víctimas a actividades ilegales o simplemente porque el hecho de habitar un barrio específico. En ocasiones también se escuchaban historias de limpieza social que contaban que vecinos y comerciantes le habían pagado a grupos policivos o paramilitares para que asesinaran a jóvenes consumidores de droga, a habitantes de calle, a jóvenes que parchaban en la calle y personas de los sectores LGBTI. Esto ha ido dejando huellas en la ciudad, marcando territorios, trazando las fronteras entre lo permitido y de lo inaceptable socialmente, y legitimando la posibilidad de eliminar a quien transgrede el orden establecido. En Danubio, el equipo del Idipron se topó con enfrentamientos a piedra en ciertas calles y alrededor los colegios; también con combates con armas de fuego entre dos barrios, en el límite de las localidades Usme y Rafael Uribe Uribe. Los jóvenes distinguen las caras de sus enemigos y no les permiten sobrepasar las fronteras simbólicas que dividen los territorios; defender sus espacios a toda costa, incluso con la vida si es necesario, parece una ley inquebrantable; y la muerte de un amigo se cobra con la de alguien del bando opuesto, instaurando de esta forma una cadena interminable de venganzas. Las jóvenes también participaban en los enfrentamientos y eran quienes guardaban las armas de fuego cuando los hombres estaban expuestos a una requisa por parte de la Policía; también se enfrentaban con armas blancas o a golpes con otras mujeres por hacer respetar su lugar dentro de un grupo. Los barrios La Paz, El Portal y Palermo Sur eran innombrables en Danubio. Los jóvenes con los que el Idipron trabajó no podían enterarse que extraños en su territorio vivían en cualquiera de esos espacios vetados, y tendían a desconfiar de las y los educadores del Instituto por desarrollar un trabajo simultáneo en uno 100 Véase: Diario El Tiempo. Programa para erradicar la pobreza extrema llegó a Bogotá. Publicado el 10 de diciembre de 2012

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y otro barrio. Había también una lucha constante por controlar las ollas101 y apoderarse del negocio del microtráfico; incluso, se suponía que estos territorios tenían fuertes nexos con la cárcel La Picota, que está justo al lado de los barrios antes mencionados y que es un punto neurálgico en términos de seguridad. En este sentido, se requiere una investigación capaz de hacer visibles estas memorias y de expresar los rituales de muerte que las y los jóvenes desarrollan en sus territorios porque el parque, la esquina y la cuadra cobran otro sentido cuando se vuelven espacios de terror. Los muertos son protectores de los vivos y a la vez un motivo de venganza, de nuevos golpes hacia el grupo enemigo. No basta con entender las dinámicas existentes en los territorios y evitar que en las actividades realizadas por el Idipron se encuentren jóvenes de barrios rivales; trabajar con ellas y ellos en la búsqueda de soluciones no violentas de los conflictos implica escuchar sus narraciones de calle y de muerte, exigiendo al Instituto una mirada crítica y pedagogías novedosas acordes con las realidades contemporáneas de la ciudad. En Danubio se escuchaban relatos de jóvenes que mencionaban tanto la necesidad de acabar con la guerra entre parches, como el interés de fumarse102 a todos los del grupo enemigo. Pero la experiencia aquí narrada nunca contempló acciones concretas para motivar y apoyar diálogos entre jóvenes, ni mucho menos, acuerdos de no violencia. Sin duda, eso no puede volver a pasar. Es fundamental hacer visibles estas fronteras simbólicas de muerte para pensar en alternativas y soluciones que les permitan a las y los jóvenes habitar, caminar y vivir tranquilamente en sus territorios.

101 Centro de expendio y consumos de drogas. 102 Expresión que hace referencia a asesinar, matar.

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Bibliografía

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CapĂ­tulo final 109


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El Idipron en la Bogotá Humana: un proyecto pedagógico y político para la transformación social El Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud, Idipron, se define actualmente como un proyecto pedagógico orientado hacia la garantía del goce efectivo de los derechos de niñas, niños y jóvenes de la ciudad. Sus ejes de trabajo son cuatro: El primer eje se enfoca en las artes y las estéticas contemporáneas, entendiéndolas como expresión de la capacidad humana de crear, de imaginar y, en consecuencia, de transformar los órdenes sociales; por ello, en el Instituto éstas operan como un medio para potenciar el pensamiento crítico en permanente interacción con los entornos de niñas, niños y jóvenes, y con sus proyectos de vida. Además de la formación musical –que históricamente ha sido un foco de atención institucional–, existen espacios de creación por medio del teatro, las danzas, los títeres y la fotografía, entre otros. El segundo eje se enfoca en el cuerpo y la sensualidad, reconociendo al primero como territorio donde se materializan los afectos, los vínculos y los daños producidos en las interacciones con otras y con otros. Se trata, desde esta perspectiva, de ampliar las experiencias corporales y de establecer relaciones más respetuosas, sensoriales y cuidadosas de los propios cuerpos y de los de otros, para así gozar efectivamente de los derechos. El tercer eje se enfoca en la lucha por la liberación del agua, en el marco de los derechos ambientales y la adaptabilidad al cambio climático. En este sentido, se vienen desarrollando acciones para la recuperación de humedales y de fuentes hídricas, la articulación de las comunidades en torno a su conservación, y la construcción de memorias colectivas sobre estos espacios. También se cuenta con proyectos de reciclaje y elaboración de nuevos objetos a partir del material reciclado. La urgencia de visibilizar en la esfera pública el ejercicio de los derechos y de las ciudadanías desarrollado por niñas, niños y jóvenes, así como las acciones de transformación promovidas por ellos y ellas, hace de las tecnologías de la información y las comunicaciones, TICS, el cuarto y último eje del proyecto pedagógico del Idipron. Orientado no sólo hacia su uso para el desarrollo de competencias digitales, sino también hacia la generación de innovaciones en las prácticas pedagógicas que potencien, entre otras, el diseño y creación del software libre, este eje incluye la puesta en escena de un aula móvil y la producción del programa de televisión Klan D.C.

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Hacia el goce efectivo de los derechos ¿Cuál es el proyecto de sociedad que el Idipron de hoy ha decidido construir?. Es claro que no se trata de un proyecto de readaptación, rehabilitación, resocialización o reeducación. Al contrario, lejos de decidir quién no se corresponde con los modelos normativos vigentes y, en consecuencia, cómo debe ser reajustado a ellos, el actual proyecto del Instituto tiene una intención emancipatoria que asume la realización de lo humano como su opción política y pedagógica. Con esto en mente y sabiendo que niñas, niños y jóvenes son la prioridad en la gestión institucional, son dos los horizontes dibujados: el goce efectivo de sus derechos y el ejercicio pleno de sus ciudadanías. Trabajar con un enfoque de derechos implica integrar en las políticas y acciones de la entidad los estándares y principios del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, así como sus desarrollos en los ámbitos nacional y distrital; así mismo, supone reconocer la función reguladora de los derechos en las relaciones de poder establecidas entre ciudadanas y ciudadanos, así como entre las diversas ciudadanías y el Estado, promoviendo condiciones de horizontalidad y no de autoridad. En esta línea, el Idipron avanza hacia el goce efectivo de los derechos, siguiendo los mandatos de la Corte Constitucional, según los cuales no es suficiente con incorporar el enfoque de derechos en las políticas públicas, dado que éstas deben garantizar la plena realización de los derechos, evitar su retroceso y disponer de los recursos suficientes para que los titulares accedan a ellos y los disfruten efectivamente. Aunque la definición del alcance real del Instituto es aún tema de discusión, en un horizonte de progresividad se ha optado por privilegiar a las y los más vulnerados. El proyecto del Idipron reconoce que los derechos son indivisibles e interdependientes, es decir, que cada derecho contiene otros derechos que se relacionan entre sí de manera complementaria y que, por lo tanto, la vulneración de uno de ellos supone, en muchas ocasiones, la negación de otros; por ello, asume la necesidad de articularse con el Sistema Distrital en su conjunto y con la red pública nacional para garantizar el goce efectivo de los derechos de niñas, niños y jóvenes, impulsando debates sobre problemáticas contemporáneas que trasciendan las fronteras locales. A la vez, sigue avanzado en este propósito a través de diferentes estrategias y acciones. Por ejemplo, en tanto proyecto pedagógico, el Idipron ha hecho del derecho a la educación uno de sus pilares, garantizándolo a través del Colegio San Juan Bosco y de procesos realizados tanto en las Unidades de Protección Integral (UPI), como en los territorios. Es de señalar que durante el 2013 se reformuló de forma colectiva y participativa el Proyecto Educativo Institucional (PEI), de la entidad con el propósito de sintonizarlo con un proyecto de ciudad plural y contemporáneo, y estableciendo el reto de integrarlo en las prácticas, discursos y dinámicas cotidianas de la comunidad institucional.

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En la garantía del derecho a la educación, también es importante destacar el proceso de la Escuela Popular Itinerante (EPI), la cual se inscribe en la estrategia territorial del Idipron. Esta Escuela sale de las aulas formales para construir, en los territorios, escenarios de transformación colectiva de las realidades vividas por niñas, niños, jóvenes y familias. Se trata de un proceso de aprendizaje que adquiere sentido porque reconoce y se orienta hacia las vidas concretas de las personas, fortaleciendo sus lazos solidarios y su pensamiento crítico a partir de sus carencias y de sus potencialidades. En cuanto al derecho a la salud, la aproximación al consumo de sustancias psicoactivas es uno de los puntos esenciales en el proyecto pedagógico del Instituto, alejándose de aquellas perspectivas que, en el contexto de políticas de disminución del daño y reducción del riesgo y de seguridad ciudadana, asumen a las personas consumidoras como enfermos o como potenciales criminales. Al contrario, dignificar a las personas consumidoras y fortalecer su autonomía son dos de las apuestas asumidas en el actual proyecto del Idipron, entendiendo que se deben superar prácticas y discursos terapéuticos que aún sobreviven en la cotidianidad institucional para transitar hacia dinámicas más sensoriales, más corporales y más sensibles a los intereses y decisiones de las personas. Es por ello que las propuestas cercanas a la musicoterapia y las medicinas alternativas y complementarias están fortaleciéndose en el Instituto. En este marco de lucha por la libertad, el ejercicio de los derechos civiles y políticos tiene como uno de sus puntos centrales la adecuación de un Centro de Atención de Emergencia para Jóvenes en Riesgo de Ingresar al Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente, con el cual se busca prevenir la vinculación de los jóvenes al mismo, así como transformar imaginarios y prácticas de criminalización y de aislamiento que hasta ahora han acompañado al Sistema. Establecer una efectiva articulación en este proyecto y otras estrategias institucionales es un reto central, proponiendo agendas de discusión acordes con los reclamos e intereses de la juventud en la ciudad, el país y el continente. Esto implica reconocer la pluralidad y la diversidad, así como distintas perspectivas y luchas agenciadas por organizaciones, colectivos, redes e individuos que buscan definir en sus propios términos sus identidades y posicionarlas en la esfera pública con sus propios lenguajes. Para esto, desde la estrategia institucional Armemos Parche se promueven procesos de autonomía reivindicativa, apoyando las agendas juveniles de Bogotá y proponiendo espacios públicos para el debate de sus diferentes demandas y reivindicaciones. Por ejemplo, durante el 2013, el Instituto apoyó los procesos de objeción de conciencia frente al servicio militar obligatorio, específicamente aquellos relacionados con la denuncia de las detenciones arbitrarias (batidas) realizadas por el Ejército Nacional en algunos territorios de la ciudad. Sin embargo, aún falta un largo camino por recorrer en torno a la transversalización de un enfoque de género que permita visibilizar vulneraciones que afectan de forma particular a mujeres y a hombres, a niñas y a niños.

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No se puede olvidar que el ejercicio pleno de las ciudadanías y el goce efectivo de los derechos requieren de condiciones económicas, sociales, políticas y culturales que lo permitan. La existencia de un sistema democrático real y radical es una de ellas, así como un Estado Social de Derecho fortalecido y una esfera pública amplia y plural. Estos son, en consecuencia, fundamentos y horizontes del proyecto pedagógico del Idipron.

Hacia el reconocimiento de las y los sujetos de derechos ¿Quiénes protagonizan el proyecto de sociedad que hoy está poniendo en marcha el Idipron? Para el Instituto es fundamental transitar desde una comprensión de las niñas, niños y jóvenes como individuos objeto de caridad, de asistencia o de protección –algo aún marcado en el accionar de muchas instituciones–, hacia su reconocimiento como sujetos de derechos. Esto implica asumir la diversidad sin miradas estigmatizadoras ni perfiles poblacionales preestablecidos que aportan a la segregación, como trapecista, pandillero o habitante de calle. Al contrario, se trata de trabajar con niñas, niños y jóvenes, escuchándolos sin prejuicios y definiendo con ellas y ellos propósitos comunes que no anulen las divergencias. Aún falta mucho por hacer, especialmente porque en el día a día institucional los perfiles siguen operando soterradamente, por ello transformar esto es uno de los principales desafíos. En este sentido, son claves las prácticas que reconocen a niñas, niños y jóvenes como constructores de conocimiento y como transformadores de la realidad, alejándose de acciones educativas autoritarias que buscan imponer una sola visión del mundo y que asumen a los individuos tan sólo como receptores de información. Se hace indispensable, entonces, fortalecer procesos pedagógicos sostenidos en la preocupación por el otro y en el deseo de conocerlos y conocerlas más allá de los estereotipos, escuchando a las personas, conversando con ellas y haciendo que se sientan escuchadas porque lo dicho tiene efectos concretos en las políticas y acciones institucionales. Para el proyecto pedagógico del Idipron, más importante que las respuestas, es la capacidad de elaborar preguntas que abran infinitos caminos de exploración, que otorguen centralidad a las voces de niñas, niños y jóvenes, y que motiven aprendizajes cotidianos desde las propias experiencias. Pensar críticamente implica darse cuenta de lo que está pasando alrededor, abriendo los ojos para reordenar el mundo de una manera sensible y reflexiva. Esta es una tarea asumida por las escuelas del Instituto y por los Semilleros de Investigación, los cuales funcionan como comunidades de aprendizaje articuladas a través de la escucha atenta de las historias elaboradas por otros y de la mirada crítica sobre las propias realidades; en tanto escenarios pedagógicos, también proponen generar interés y afecto por la investigación, reconociendo

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a niñas, niños y jóvenes no como objetos sobre los cuales se investiga, sino como sujetos con los cuales se produce conocimiento. Así mismo, se busca implementar programas educativos flexibles y personalizados que resalten la creatividad como medio y como objetivo en la producción de conocimiento. Para ello, quienes hacen parte de los procesos de formación del Idipron han empezado a elaborar sus propias herramientas pedagógicas por medio de juegos y múltiples productos comunicativos. Crear capacidades para el trabajo y para la generación de ingresos aporta a la construcción de ciudadanías, así como a la permanencia en el ejercicio de los derechos. Con esta perspectiva se han celebrado diferentes convenios que buscan fortalecer la corresponsabilidad de las entidades públicas y privadas en la vinculación de las y los jóvenes a la vida productiva de la ciudad, y en la creación de las condiciones necesarias para que les sea posible realizar sus propios proyectos de vida. En el mismo sentido, se ha implementado una amplia oferta de talleres en artes y oficios que les permiten a las y los jóvenes formarse para el mundo laboral, mientras desarrollan competencias creativas, productivas y ciudadanas. No obstante, el Idipron aún está en mora de generar procesos solidarios y cooperativos que rompan con el individualismo propio del sistema capitalista, basándose en principios más cercanos al afecto y la confianza, que a la competencia y la propiedad privada. También tiene el reto de promover y acompañar estos procesos de generación de ingresos en los territorios, respetando las propias dinámicas y las apuestas locales. Esto le permitiría vincular de forma decidida los proyectos personales con apuestas más amplias y colectivas que, desde el ámbito económico, aporten al proyecto de sociedad que se quiere y que ya se está construyendo. Se entiende que el mayor cambio requerido supone abandonar las políticas asistencialistas que se venían desarrollando en el Instituto, para implementar estrategias territorializadas y contextuales que aporten a la superación de la exclusión, la discriminación y la segregación. Esto implica alejarse de los procesos de institucionalización de niñas, niños y jóvenes que generan distancias y rupturas con los entornos familiares. Por ello, aunque aún se mantienen institucionalmente las casas que operan como internados, el principal propósito es fortalecer las relaciones con las familias de quienes allí habitan, reconociéndolas como sujetos de derechos y de transformación social. Desde esta perspectiva, el trabajo del Instituto en los territorios resulta fundamental porque es allí donde se debe garantizar el goce efectivo de los derechos y donde se ejercen ciudadanías transformadoras del mundo. El territorio y la calle ya no son vistos, entonces, como sólo escenarios de búsqueda o como puntos intermedios en los procesos institucionales, sino como una oportunidad para transformar las relaciones desiguales y excluyentes que fundamentan el orden social vigente; como espacios de encuentro y productores de subjetividades asumidos como el escenario por excelencia para la construcción del

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proyecto de sociedad liderado por el actual Idipron. El actual proyecto pedagógico del Idipron se ha ido edificando desde lo político para realizar un proyecto de sociedad conjunto que requiere, primero que todo, la disposición de estar junto a otros/otras, escuchándolos, sin prejuicios, durante el tiempo que sea necesario. Se trata de un proceso de largo aliento en el que, tal y como sucede actualmente, nuevos discursos se encontrarán con prácticas anteriores, y viceversa, reclamando la necesidad de optar, cada vez, por lo que se quiere modificar. Es a través de estas continuas decisiones que se irán construyendo acuerdos de a poco, sin prisa, pero con la urgencia que demanda el hoy.

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TABLA DE CONTENIDO Introducción........................................................................................... 5 Capítulo 1 El mundo de la calle: en la frontera de la exclusión y la inclusión ................................13

Capítulo 2 Comprensión institucional de la niñez: tejidos de una protección cambiante................31

Capítulo 3 Caminando por la cuerda floja: sobre el trabajo inicial con las y los jóvenes de la ciudad.............................................................................................................................57

Capítulo 4 Reconociendo a través del tiempo a las mujeres que habitan la calle.............................83

Capítulo 5 La experiencia Danubio: aprendizajes para pilotear el trabajo en el territorio...............106

Capítulo final El IDIPRON en La Bogotá Humana: un proyecto pedagógico y político para la transformación social ........................................................................................................................................................126

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