Pasión por la literatura
Kafka sintió desde muy pronto una intensa y desmesurada pasión por la literatura. Los testimonios son en este sentido abrumadores. Ya el 9 de noviembre de 1903, cuando apenas tenía veinte años, escribía en una carta a su amigo Oskar Pollack: “Dios no quiere que escriba, pero tengo que hacerlo”. El afán de este desafío tan rotundo no lo abandonó nunca. “Sólo soy literatura y no puedo ser otra cosa”, escribió al padre de Felice Bauer para alertarle sobre la infelicidad que acarrearía a su hija si lo aceptaba como yerno. Escribió relatos, novelas, cartas y diarios, lo que permite clasificar sus escritos en dos direcciones: la obra narrativa, y la escritura íntima, recluida en el análisis secreto del propio yo, bien con interlocutores singulares (cartas) o sin otro destino que la soledad de los cuadernos (diarios). Tanto en La metamorfosis como en El proceso, el protagonista despierta de un sueño en el comienzo de la obra, y le resulta muy difícil colocarse en el estado de vigilia absoluta. Habrá,
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pues, una mezcla de sueño y vigilia, ficción y realidad, durante todo el relato, hasta la muerte de los protagonistas. Incluso en
obras posteriores, con comienzos realistas como El fogonero o
Amerika, donde la situación inicial es verosímil, la continuación nos lleva enseguida al mundo del sueño, a la sorpresa brusca. Otro aspecto relevante en la narrativa de Franz Kafka es el desarrollo hasta el absurdo de una idea, según su propia lógica interna, en relatos como En la construcción de la muralla china,
Descripción de una lucha, Sobre la cuestión de las leyes, etc. Son juegos de paradojas extremadas, complemento a la lógica de los sueños: cada tipo de realidad tiene su coherencia intrínseca que puede mostrarse, ya que existen muchas lógicas diferentes a la realidad. Por ejemplo, en La Metamorfosis, los familiares de Gregor Samsa no reaccionan con respecto a una lógica humana, sino que siguen los dictados de una coherencia intratextual. Temas como la soledad, la incapacidad para la comunicación, la culpabilidad, la frustración, el absurdo son importantes en su obra. En
cuanto
técnicas
a
las
que
destacamos
el
interioridad
del
innovaciones
aporta
Kafka,
estudio
de
la
personaje,
el
sentido simbólico de sus obras, el humor negro… Hay una tensión constante
producida
por
la
impresión que produce observar a los personajes oprimidos por unos poderes que desconocen y que los aíslan, llenándolos de perplejidad, inseguridad, incertidumbre, inestabilidad y soledad. En línea con la Escuela de Praga, de la que es el miembro más
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destacado,
su
escritura
se
caracteriza
por
su
tendencia
metafísica y por una síntesis personal de absurdo, ironía, lucidez y simbolismo. Curiosamente, utiliza un realismo minucioso para describir su mundo de sueños vueltos pesadillas.
La influencia de Kafka Kafka es un precursor del existencialismo y de la literatura del absurdo, influye en Sartre, en Camus, en García Márquez, en Cortázar, en Onetti… Es un clásico indiscutible del siglo XX e incluso se le ha llegado a considerar padre de la literatura actual. Su obra fue prohibida durante el nazismo, pero la prohibición no impidió que Kafka ocupara en los manuales de historia literaria el lugar que le corresponde. Kafka anticipó muchas de las pesadillas que atormentaron después a los hombres: el horror de la Guerra Mundial, los fascismos, la impiedad de la burocracia, el autoritarismo bajo la máscara del progreso, el falso sueño americano, la soledad, la insolidaridad… El lugar natural de la escritura de Kafka es, como dice Ricardo Menéndez Salmón, “la noche, el insomnio, las tinieblas” (“1912, viaje al ‘big bang’ creador de Kafka”, El País, viernes, 9 de marzo de 2012, p. 44). Él mismo explicó en un fragmento de
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uno de sus diarios su mayor deseo: “Una vez, hace muchos años, me senté, sin duda bastante triste, en la ladera del Laurenziberg, y me puse a examinar lo que
esperaba de la vida. El deseo más importante o más atractivo resultó ser el de obtener una visión de la vida (y –condición indispensable- poder convencer de ella a los demás por escrito) en la que la existencia mantuviese sus altibajos naturales, pero al mismo tiempo apareciera, con no menor claridad, como una nada, como un sueño, como algo flotante”. Y en una carta de 1904, decía: “Pienso que solo deberíamos leer
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libros de los que muerden y pinchan”.